Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
«En la evolución de cada género llega un momento en que después de haber sido utilizado
con objetivos enteramente serios o 'elevados', degenera y adopta una forma cómica o
paródica (...). Las condiciones locales o históricas crean, por supuesto, diferentes
variaciones, pero el proceso conserva esta acción como ley evolutiva: la interpretación seria
de una fabulación motivada cuidadosa y detalladamente, cede lugar a la ironía, a la broma,
a la imitación; los vínculos que sirven para motivar la presencia de una escena se vuelven
más débiles y perceptibles al ser puramente convencionales; el autor pasa al primer plano y
destruye la ilusión de autenticidad y seriedad; la construcción del argumento se convierte
en un juego que transforma la trama en adivinanza o en anécdota. Así se produce la
regeneración del género: se hallan nuevas posibilidades y nuevas formas».
Esto es lo que ocurre con el artículo de costumbres en manos de Pereda: sufre una
transformación, un especial tratamiento. Muchos de los protagonistas de sus relatos están a
medio camino entre el personaje y el tipo genérico. Conserva la generalización
costumbrista en las descripciones del espacio pero logra evitar el estatismo propio de aquél,
mediante la sucesión de escenas que encadenan una mínima pero representativa anécdota y
la falta de detallismo simplemente pintoresco. A ello habría que añadir la importancia
concedida al diálogo que muestra la psicología de los personajes y el lenguaje
individualizador. Rasgos suficientes para diferenciar algunas narraciones breves de Pereda
del artículo de costumbres tradicional. A ello habría que añadir la intención del autor de ser
fiel a la verdad al retratar a los tipos tal como son. De ahí la denuncia que se muestra bajo
la ironía y la burla de ciertas costumbres populares o de ciertos tipos del campo o de la
ciudad, o de criticar la hipocresía de aparentar lo que no se es o no se tiene.
Podríamos aplicar al artículo de costumbres del primer tercio del siglo XIX lo que Bergson
afirma del pensamiento discursivo: «Nuestra inteligencia sólo se representa con claridad la
inmovilidad». El artículo de costumbres al no lograr captar la vida en su natural
movimiento, la fija inmovilizándola en un momento, con la consiguiente superficialidad y
rápida caducidad que ello supone. Y en consecuencia «La inteligencia se caracteriza por
una natural incomprensión de la vida». Larra adivinó el carácter efímero del artículo de
costumbres con su acertada imagen del pintor que debe retratar a un niño cuyas facciones
están en continuo cambio.
Por otra parte el artículo de costumbres en su estatismo petrifica la realidad que observa
porque lo vivo se le escapa. Pretende fijarla al tomarla como inmóvil y algo con valor en sí
mismo. De ahí su imposibilidad para captar lo vital, elemento esencial del relato de ficción:
la creación de un mundo verosímil real o fantástico, lo cual se logra a través de la
plasmación de lo fugaz y cambiante de la vida. He aquí otro rasgo de deslinde entre ambas
formas de narrativa breve: el estatismo del artículo de costumbres frente al dinamismo del
cuento costumbrista. En cuanto a los modos de representación de la realidad de uno y otro,
entendemos por artículo de costumbres el género literario que tiende a apresar en fórmulas
generalizadoras y tipificadoras los objetos de la realidad. En oposición a él, el cuento
costumbrista tiende a representar lo individual y cambiante, lo singular, aunque un mínimo
de tipicidad en los espacios o en los tipos no impide la ficción. En este sentido dice
Montesinos:
«Si un ambiente se tipifica bien -en este caso la singularidad no es siempre incompatible
con lo típico, a menos que el procedimiento aparezca demasiado patente (...). El autor
destruye la ficción cuando nos da un detalle como algo meramente posible o que podría
haber sido de otra manera. Por nimio escrúpulo de tipicidad, los costumbristas, sin
exceptuar a Pereda, propendieron a esto: una escena que esbozan, un grupo que componen,
un diálogo que transcriben, han sido destacados a capricho (...). Ab uno disce omnes. (...).
No estamos ante una realidad creada, no podemos entrar en un mundo de ficción».
«Fernán Caballero, si bien titula 'cuadros de costumbres' sus escritos breves, complica con
una trama sus descripciones. En Pereda, que declara paladinamente su linaje costumbrista,
es muy frecuente que sus Escenas se conturben de pasiones humanas, dejando de ser, por
tanto, meros cuadros de color».
«Para que toda esta varia y rica realidad moral pudiera interesar a la novela, era necesario
descubrir el corazón que latía bajo los ropajes, los afanes, satisfechos o insatisfechos, que lo
encendían en medio de esas fiestas o en la ruda vida cotidiana, cuando la gaita, el pito o el
tamboril habían dejado de tañerse. Esto es lo que hará más tarde una cierta novela 'realista',
que va a beneficiarse de esta realidad y no lo hará siempre bien, demasiado atentos los
autores a la extrañeza ancestral de los ambientes».
No hay historia propiamente más que del hombre, porque no basta para ello la mera
sucesión de hechos como pueden darse en la evolución de un animal o de una planta. Pero
en el costumbrismo romántico sucede el fenómeno contrario: importan más las costumbres
externas, los cambios históricos, los objetos de época que van desapareciendo con el
advenimiento del progreso, etc., que el propio hombre que sufre o experimenta dichos
cambios. Y ésta es la auténtica historia, la que pone de manifiesto los sucesos que
acontecen a alguien y, en consecuencia, surge la necesidad de un saber acerca de aquellos
sucesos con los que se va forjando la memoria histórica, o lo que es lo mismo, la auténtica
tradición. De ahí que lo mismo que la memoria es la base de la personalidad individual, la
tradición lo es de la personalidad colectiva de un pueblo, aspecto que supo adivinar muy
bien Unamuno en su ensayo El sentimiento trágico de la vida. Por ello un elemento
primordial del relato de ficción es el personaje como sostiene Marías:
Pues bien, aquí nos encontramos con otra diferencia fundamental entre el artículo de
costumbres y el cuento costumbrista, pues en aquél interesan los modos de estar o de vivir
de tipos genéricos, de caracteres pintorescos; en éste importan los modos de ser, o lo que es
lo mismo, los individuos, aunque en los relatos breves estén escasamente desarrollados y
sean en general planos y simples, a los que no hay que confundir siempre con los tipos. Una
cita de Montesinos aclara este aspecto que venimos tratando. En ella se refiere al artículo de
costumbres:
«Una vez más, los modos de vivir son lo que cuenta, que no los modos de ser, cosa que
hubiera sido necesario ir a estudiar en individualidades, proceder vitando.(...)»
[Sin embargo añade]: «Los españoles... comienzan a entrever que un solo personaje bien
dibujado y hondamente comprendido en su ser y en sus circunstancias explica el género y
el tipo mejor que cuantas generalizaciones puedan hacerse».
Ese paso del artículo de costumbres al relato de ficción por la conversión de los tipos en
personajes se advierte en Antonio Flores, aun antes que en Fernán Caballero, autores que
suponen un eslabón entre el romanticismo y el realismo. Refiriéndose a Antonio Flores dice
Ucelay:
«Otro autor ensayó con anterioridad el aplicar la técnica del costumbrismo a la novela. Por
desgracia a éste le faltaban las dotes necesarias para la empresa, y su ensayo que con
talento novelístico hubiese dado a su nombre un significado de importancia, quedó
reducido a una curiosidad histórico-literaria. Nos referimos a Antonio Flores, que en 1846
publicó una Novela de costumbres contemporánea, llamada Doce españoles de brocha
gorda. Como sabemos, se trata de uno de los colaboradores más importantes de Los
españoles (redactó cinco artículos), discípulo de Mesonero, y escritor costumbrista
estimable. A pesar de esto, la obra mencionada es de escaso mérito literario, pero en
cambio, tiene a nuestro parecer, un gran interés como eslabón entre el costumbrismo y la
novela, ya que ilustra muy eficazmente el paso natural del subgénero de tipos, a la
utilización de éstos en la obra de ficción».
Otro escritor costumbrista reivindicado por Montesinos como autor de transición por el
valor otorgado a la realidad ambiental es Clemente Díaz:
«En Díaz, esta realidad ambiental tiene mayor valor que los personajes, un poco
convencionales, que en medio de ella aparecen. El caso de Díaz es ejemplar también porque
nos muestra cómo este costumbrismo local, rural, puede conducir gradualmente hacia el
cuento a un escritor propenso a ello».
Tras este inciso volvemos a la importancia del personaje como pieza clave del verdadero
cuento costumbrista. La existencia del ente de ficción, indispensable en el relato, se parece
a la de las personas en que no está hecha, sino que se va haciendo en la temporalidad y se
trata, por tanto, de modos de ser, entendiendo éstos no como algo definitivo sino como un
estar siendo o en trance de hacerse durante su existencia. Por ello nos parece muy certero el
comentario que hace Marías a la conocida frase de Heidegger de que «la esencia del
hombre consiste en su existencia»:
«El ser del hombre está afectado pues, por la temporalidad, por el ya no del pasado y el
todavía no del futuro, entre los cuales se da, en forma esencialmente fugaz, el ahora del
instante presente».
Idea, en nuestro parecer, válida para el personaje de ficción. Otro defecto grave del
costumbrismo, que imposibilita su acceso a la ficción es que queda preso en el ser de las
cosas, dificultando su conversión en relato o en historia, por limitarse a una mera
descripción o exposición de costumbres. Sólo el costumbrismo de Larra, dentro de los
tenidos por maestros del género, rompe una lanza en este sentido al no limitarse a describir
las costumbres sino a cuestionarse el orden social y satirizar todo lo que impide que la
sociedad tienda a ser lo que los tiempos requieren. Así ve Ferreras el costumbrismo de
Larra:
«Larra politiza constantemente más que describe: trata de combatir y destruir por medio de
la sátira y de la burla más o menos fina todo lo que juzga atrasado en su momento y en su
país; es así un europeísta, pues pone siempre que puede a la Europa política de entonces,
Francia e Inglaterra sobre todo, como modelo».
En este sentido Larra asume más explícitamente que Mesonero la función del ideólogo para
la España burguesa en formación. Sin embargo resuelve la oposición nación-clase de la
misma manera que Mesonero identificando la auténtica nacionalidad española con la clase
media.
Llegados a este punto pensamos que contamos con suficientes elementos de juicio para
emitir nuestras opiniones acerca de las distinciones entre artículo de costumbres, cuento
costumbrista y cuento literario en una visión comparativa de sus posibles relaciones: los
tres son formas de narración breve que difieren notablemente en su organización interna, si
bien lo que llamamos cuento costumbrista comparte rasgos del artículo de costumbres y
otros de lo que será el cuento literario realista, el cual seguirá evolucionando hasta adquirir
sus características como género literario autónomo. Poe caracteriza el género cuento de este
modo:
«Un hábil artista literario ha construido un relato. Si es prudente, no habrá elaborado sus
pensamientos para ubicar los incidentes, sino que, después de concebir cuidadosamente
cierto efecto único y singular, inventará los incidentes, combinándolos de la manera que
mejor le ayude a lograr el efecto preconcebido. Si su primera fase no tiende ya a la
producción de dicho efecto, quiere decir que ha fracasado en el primer paso. No debería
haber una sola palabra de toda la composición cuya tendencia, directa o indirecta, no se
aplicará al designio preestablecido».
Veremos en primer lugar algunas consideraciones del artículo de costumbres como género
literario y sus antecedentes. El artículo de costumbres en palabras de Menéndez Pelayo
consiste en «la narración que se cifra en la acabada y realista pintura de los héroes». Sin
embargo es un género literario ambiguo por la diversidad de objetivos que se propone, bien
sintetizados por Montesinos y por Enrique Pupo-Walker. y para destacar el superficial
aprendizaje que los iniciadores del costumbrismo romántico hicieron de la picaresca,
continúa diciendo este crítico:
Algunos rasgos que definen el artículo de costumbres del siglo XIX, según el mismo
crítico, son los que heredaría el costumbrismo de la cuentística popular del siglo XVI:
autobiografismo, verosimilitud, personajes históricos, ficticios o populares tomados como
mero pretexto para la burla caprichosa, narraciones que documentan el contexto social, el
carácter testimonial que asume el autor-narrador, etc.
Por eso el romanticismo con su gusto por lo popular exaltará el cuento popular y la leyenda
y, al ponerse de nuevo en circulación, fecundarán el nuevo artículo de costumbres. A ellos
se unirá la influencia extranjera de Louis Sebastien Mercier en su Tableau de Paris, de El
espectador de Addison y L'hermite de la chauseé d'Antin de Victor Etienne Youy, los
cuales figuran como modelos de los maestros costumbristas: Mesonero Romanos,
Estébanez Calderón y Larra. Tras esta rápida ojeada de sus antecedentes podemos deducir
la siguiente tipología del artículo de costumbres romántico, que se continuaría en el
costumbrismo regionalista de Pereda: se trata de un discurso mixto por la diversificación de
puntos de vista del sujeto del artículo y del relator. Éste es un observador-narrador que se
identifica la mayor parte de las veces con el autor y que, además, participa en el relato a
través de la primera persona. Por eso utiliza el autor costumbrista romántico un seudónimo,
mediante el cual el autor queda ficcionalizado en el texto, pero dicha ficcionalización,
como ha visto muy bien Román, remite no a un mundo imaginario sino a la realidad que el
observador transmite. Ese vaivén entre el contexto del autor y la ficcionalización de la
realidad en el artículo es lo que produce un desenfoque por la superposición de estratos
narrativos que Pupo-Walker denomina «imagen de collage».
«El relato es, pues, una narración extensa, discontinua, que incluye generalmente procesos
narrativos divergentes y que, en compensación, tiende a un desarrollo cronológico lineal,
engendrando, en general, una figura parabólica».
Finalmente el cuento literario sería la culminación del cuento costumbrista desde el artículo
de costumbres, por eliminación de algunos de los elementos de éste y un refinamiento
formal de los mismos. Así frente al cuento costumbrista que consiste en la narración de un
proceso de acontecimientos en un orden temporal, el cuento literario se caracteriza por la
narración de un suceso. En contraste con la tensión-distensión del artículo de costumbres y
del cuento costumbrista, el cuento literario tiene una tensión única, según el «Decálogo del
perfecto cuentista» de Horacio Quiroga. De ella derivan según Pereira los demás rasgos de
brevedad, objeto único, intensidad, mostración única, etc. Todos los elementos están
interrelacionados en el cuento literario: personajes, tiempo, lugar y acción, y su
funcionamiento es el estrictamente necesario a su objeto. La eficacia del cuento está
precisamente en su sutil economía. Otro rasgo que lo distingue del artículo de costumbres y
del cuento costumbrista, es que el móvil de la narración no es accidental o externo, sino que
aparece en función de las exigencias que impone el discurso narrativo. Lo expresa con
mucho tino Pupo-Walker:
«Lo que pudo ser un detalle ocasional de la narración costumbrista, en el cuento, a menudo,
será el resorte que inicia un desenvolvimiento vertiginoso e inesperado de sucesos; sucesos
que al vincularse al flujo del relato producen ese efecto de estallido o de coágulo emotivo».
El discurso narrativo del cuento se configura como signo de sí mismo, a diferencia del
artículo de costumbres y del cuento costumbrista.
Para concluir estas reflexiones teóricas sobre las tres tipologías narrativas, confirmamos lo
dicho por Pupo-Walker de que no hay un alineamiento directo entre artículo de costumbres
y cuento literario, en términos estructurales. Pero a ello añadimos, como fruto de nuestra
investigación de la obra costumbrista de Pereda, a caballo entre el artículo de costumbres y
el cuento literario, que hay un estadio intermedio entre uno y otro con los que comparte
algunos rasgos y éste es el que hemos denominado cuento costumbrista. Éste conserva unos
rasgos mínimos de tipicidad del artículo de costumbres, en lo relativo a ambientes y tipos
que no dificultan la ficción. Hay un mayor interés por la historia, el personaje y sobre todo
por el tiempo, el cual consideramos junto con el desarrollo de la figura del narrador, los
elementos fundamentales del relato, que serán los que herede el cuento literario, eliminando
aquellos otros que recibió a su vez del artículo de costumbres y de haberlos conservado
lastrarían y destruirían la narración breve, intensa y significativa del cuento literario. Si el
artículo de costumbres procede por acumulación de elementos y por digresiones, el cuento
costumbrista procede por eliminación de digresiones y el cuento literario por depuración
para llegar a la máxima economía expresiva en la que nada falta ni sobra.
______________________________________
Si se advierte algún tipo de error, o desea realizar alguna sugerencia le solicitamos visite el
siguiente enlace.