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Orígenes del Pensamiento político moderno

David Torres Bisetti

John Locke
Segundo tratado sobre el gobierno civil
(selección)

En este trabajo, escrito alrededor de 1689, Locke discute la transición del hombre del
llamado “estado de naturaleza”, caracterizado por una libertad perfecta y gobernado por la
razón, hacia un gobierno civil, en el que la autoridad ha sido investida de poder tanto
ejecutivo como legislativo. El Segundo tratado discute, en ese sentido, temas como la
soberanía popular, los límites y la protección de la propiedad, los problemas de la
monarquía absoluta, así como la capacidad de las personas para disolver el gobierno
cuando este no honra los lazos de confianza establecidos entre el gobernante y los
gobernados. Como señala Varnagy, (Boron, 2000: 41), a diferencia de los textos producidos
en su época temprana (Cf. Ensayos sobre el gobierno Civil, Ca.1660), en los que un Locke
más vinculado al planteamiento hobbesiano defendía la idea de preservar el orden a través
de la autoridad, tanto en el Primer como Segundo Tratado, el autor inglés sostendrá que lo
más importante en la política son los derechos del individuo y no el orden y la seguridad del
Estado.

Locke inicia el Segundo Tratado refiriéndose a la crítica lanzada en el primero contra el


principio del patriarcalismo (i.e., el derecho divino de los reyes), expuesta en el canon
político de la época, los 8 volúmenes de Sir Robert Filmer1 , sostenida sobre la creencia de
que Dios había investido a Adán de la autoridad y dominio sobre el mundo. Locke responde
exigiendo la fundamentación del poder político respecto de otros tipos de poder, como el
que tiene el amo sobre el siervo o el padre sobre sus hijos. Los componentes
fundamentales del poder político son el derecho de hacer leyes y establecer penas, tanto
para ofensas mayores como menores, para la regulación y preservación de la propiedad,
así como la defensa de la nación (commonwealth) contra el agravio extranjero, todo ello en
favor del bien público.

En el siguiente capítulo, Sobre el estado de naturaleza, Locke comienza afirmando que


todos los hombres existen en un estado de igualdad y libertad perfecta. En él, ninguna
acción puede ser restringida por nadie. Todos los hombres nacen iguales, sin privilegios ni
ventajas entre sí y Dios es el único que puede otorgar derechos de dominio y soberanía a
alguno sobre los demás. Cita aquí a Richard Hooker, quien en su tratado Leyes de la
sociedad eclesiástica, parte del principio de que la igualdad es la base de la sociedad civil.
El teólogo anglicano sostiene que si los hombres quieren que sus necesidades sean
satisfechas, deberán satisfacer también las de los otros hombres “y de esta relación de
igualdad entre nosotros y los que son como nosotros, nadie ignora que se han desprendido
reglas y cánones de la razón natural para guiar la vida.”

La razón es, pues, esta ley de naturaleza, por cuanto en un estado de libertad perfecta
como el descrito, los hombres deben comprender que deben respetar las vidas de otros
hombres, su libertad y sus posesiones. Esto se fundamenta en el principio de que Dios hizo
a todos iguales, sin ninguna subordinación entre sí. En un estado como este, no existe
gobierno o fuerza superior que ejecute las leyes y, en ese sentido, cada hombre tiene igual
“derecho a castigar las transgresiones a la ley hasta donde impida su violación.” Así, al
violentar alguno la ley de naturaleza, todo hombre tiene derecho a castigar al culpable y así
preservar a la humanidad en general, o “restringir o destruir cosas nocivas para su
especie.”

Aún cuando admite que esta idea puede ser controversial, Locke la sustenta examinando el
derecho de un soberano de sancionar o ejecutar a un extranjero que comete un crimen en
su país. Si bien podemos admitir que, en tanto extranjero, este no suscribió las leyes de un

1 Cf. Sir Robert Filmer (1680). Patriarcha, or the Natural Rights of Kings. London: Richard Chiswell
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país ajeno, el poder del soberano deriva del poder que tiene cualquiera en un estado natural
para disciplinar al agresor de la ley natural. De igual modo, en cuanto al tema de las
reparaciones cuando se ha cometido un crimen, el filósofo inglés sostiene que únicamente
la persona agraviada es la que conserva el poder de apropiarse de los bienes o servicios
del ofensor, por “derecho de preservación propia”. En cuanto a la pena de muerte, nos dice
que así como un hombre mataría a un bestia salvaje que derramó sangre humana,
cualquier hombre puede matar a un asesino para impedir un mayor derramamiento de
sangre.

En el siguiente capítulo, Del estado de guerra, Locke parte de la premisa de que la auto-
preservación es la ley fundamental de la naturaleza. En consecuencia, si cualquier hombre
es amenazado por otro con la destrucción, este se haya en estado de guerra y tiene el
derecho a su vez de destruirlo. Dicho estado ocurre también cuando un hombre amenaza
con dominar o esclavizar a otro. Aquí, es interesante subrayar la diametral diferencia entre
Hobbes y Locke en cuanto a la definición del estado de naturaleza y el estado de guerra.
Mientras que para el primero, ambos estados eran lo mismo, para el segundo son
totalmente contrarios. Solo mediante el castigo o la exigencia de reparación aplicada al
transgresor sería posible devolver el estado de naturaleza cuando ocurre uno de guerra.

En el capítulo De la propiedad, Locke empieza citando el Antiguo Testamento, “[Dios] ha


dado la tierra a los hijos de los hombres” (Salmo CXV, 16), es decir, “la ha dado al género
humano en común.” Así, y en virtud de la afirmación de que ningún hombre ha nacido con
poder sobre otro, Locke trata la fundamentación de la propiedad privada. Si los frutos de la
tierra deben ser aprovechados por todos los seres humanos, debe existir alguna forma de
apropiación de estos de modo que proporcionen algún beneficio particular. Así, dice “El fruto
o venado que alimenta a un indio salvaje que no conoce cercas y es todavía un propietario
común, tendrá que ser suyo en tal forma que nadie pueda tener derecho sobre el mismo, de
otro modo no le serviría para el sostén de su vida.”

El primero tópico que Locke discute es la propiedad de un ser humano sobre su propia
persona, así como el esfuerzo de su cuerpo y el trabajo de sus manos. Cuando el hombre
ha obtenido algo de la naturaleza por medio de su trabajo, esto no pertenece ya al común
de la humanidad, sino a él exclusivamente. En el apartado 31, señala: “Toda la tierra que
un hombre labre, plante, mejore, cultive y cuyos productos pueda él usar, será en tal
medida su propiedad. El, por su trabajo, la cerca, como si dijéramos, fuera del
común.” Locke anota aquí la sabiduría de la naturaleza que fijó a los seres humanos los
límites de su propiedad, en términos de cuánto territorio podían físicamente abarcar,
mejorar, y cuánto efectivamente necesitaban.

Más adelante (§ 40 y ss), Locke continúa su discusión sobre cómo el trabajo es el


responsable de casi todo el valor de los bienes. Así, si bien el pan, el vino o los vestidos
sirven para los mismos propósitos que las bellotas, el agua y los pelajes animales, estos
tienen un valor superior. Todo lo que los hombres disfrutan y sirve para mejorar sus vidas
deriva directamente del trabajo. Esto, por supuesto, hasta que apareció el dinero. Una vez
que los hombres adoptaron el sistema monetario empezó la desigualdad de la propiedad
privada, por haberse convenido en esos gobiernos “un modo por el cual el hombre puede,
rectamente y sin agravio, poseer más de lo que sabrá utilizar, recibiendo oro y plata que
pueden continuar por largo tiempo en su posesión sin que se deteriore el sobrante, y
mediante el concierto de que dichos metales tengan un valor.” (§ 50)

En el capítulo correspondiente a la Sociedad política o civil, Locke parte de la idea


aristotélica sobre la inclinación natural de los hombres a formar sociedades. Menciona
algunos tipos, como el matrimonio, los padres con los hijos y el amo con el esclavo. Más
adelante, Locke distingue a la familia de la sociedad política. Los hombres nacen libres e
iguales, tienen libertad perfecta para manejar sus vidas, sus libertades y su propiedad, y
castigar a cualquiera que intente romper las leyes de la naturaleza. La sociedad política o
civil, no obstante, puede existir únicamente entre hombres que acuerdan ceder su poder
natural de administrar la propiedad y castigar a los transgresores a manos de la comunidad
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misma. Tales hombres viven en una sociedad civil unos con otros. Quienes no tengan este
vínculo común se encontrarán aún en un estado de naturaleza perfecto.

En este sentido, Locke señala que la monarquía absoluta es incompatible con la sociedad
civil. El objetivo de dicha sociedad:

es educar y remediar los inconvenientes del estado de naturaleza (que necesariamente se siguen de
que cada hombre sea juez en su propio caso), mediante el establecimiento de una autoridad
conocida, a quien cualquiera de dicha sociedad pueda apelar a propósito de todo agravio recibido o
contienda surgida, y a la que todos en tal sociedad deban obedecer (§90)

En el caso de la monarquía absoluta, por el contrario, el monarca no tiene por qué apelar a
nadie. Así, como señala en el apartado 91, el monarca se encuentra en estado de
naturaleza con sus súbditos, quienes no tendrán la posibilidad -que sí tendrían si estuvieran
en un verdadero estado de naturaleza- de protegerse y defender sus derechos.

En el siguiente capítulo, Del comienzo de las sociedades políticas, Locke continúa


desarrollando la tesis de la sección anterior por la cual se establece que las sociedades
civiles o políticas no pueden existir sin el consentimiento de los gobernados. Únicamente
mediante el consenso, los hombres pueden ceder su libertad natural e ingresar en una
sociedad civil con otros hombres. Una vez que la sociedad política se ha constituido, es la
mayoría la que gobierna y los hombres deben someterse a ella, de otro modo, seguirían en
un estado de naturaleza. Esta regla de la mayoría es la forma más lógica de gobernar la
sociedad, por cuanto siempre habrán hombres que no podrán participar de la “asamblea
pública”, ya sea por cuidar de sus propios negocios o por salud, o sea porque otros
mantienen opiniones contrarias. Así, señala hacia el final del capítulo:

Quienquiera, pues, que saliendo del estado de naturaleza, a una comunidad se uniere, será
considerado como dimitente de todo el poder necesario, en manos de la comunidad, con vista a los
fines que a entrar en ella le indujeron, a menos que se hubiere expresamente convenido algún
número mayor que el de la mayoría. (§ 99)

En el capítulo IX, De los fines del gobierno y de la sociedad política, Locke se pregunta por
la finalidad por la cual los hombres dejan el estado de naturaleza, un estado en el que son
completamente libres e iguales, para ser gobernados por una autoridad. En su respuesta, el
filósofo regresa a la idea de propiedad y sostiene que la protección de esta es la principal
razón por la cual los hombres forman un gobierno civil. Reitera, asimismo, tanto los poderes
como los límites que posee el soberano.

El fin, pues, mayor y principal de los hombres que se unen en comunidades políticas y se
ponen bajo el gobierno de ellas, es la preservación de su propiedad; para cuyo objeto faltan en
el estado de naturaleza diversos requisitos. (§ 124)

Locke identifica estos elementos ausentes en el estado de naturaleza en los parágrafos


siguientes. Por un lado, no hay una ley conocida, fija, promulgada, recibida y autorizada por
común consentimiento, que sea medida común para resolver cualesquiera controversias
que se produjeren entre los hombres (bueno y malo son términos relativos). Por otro lado,
no existe un juez conocido e imparcial, con autoridad para determinar todas las diferencias
según la ley establecida, porque en este estado, cada uno es juez y ejecutor de la ley
natural. Finalmente, en el estado de naturaleza falta el poder que sostenga y asista la
sentencia y le de oportuna ejecución; los hombres se suelen resistir al castigo y suelen
también hacer peligrosa su aplicación.

En el estado de naturaleza, continúa Locke, los hombres tienen dos poderes importantes. El
primero, es la capacidad de hacer lo que sea que consideremos necesario para preservar la
vida y la de la nuestra especie. Si no fuera porque existen seres egoístas y degenerados,
todos podrían vivir pacífica y cómodamente sin necesidad de un gobierno. El segundo
poder que tiene el hombre en el estado de naturaleza es la capacidad de castigar a aquellos
que cometen crímenes en contra de las leyes naturales. Estos dos poderes son
abandonados al momento de ingresar a la sociedad civil.
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Aun cuando ingresar a una sociedad civil signifique que los hombres deben renunciar a su
igualdad, libertad y poder ejecutivo, esto no significa que el gobierno pueda ejercer su poder
más allá del bien común. Por el contrario, este se encuentra obligado a asegurar la
propiedad de cada uno, proveyendo contra las tres deficiencias mencionadas, que hacen
inestable e inseguro el estado de naturaleza.

En el capítulo X, De las formas de la república, Locke describe las diferentes formas que
puede tomar un Estado. Si el poder se encuentra en las manos de la mayoría y se eligen a
los representantes de la ley, se trata de una democracia. Si el poder se encuentra en las
manos de solo algunos, se trata de una oligarquía. Si se encuentra en las manos de una
sola persona, entonces es una monarquía. Si los herederos del monarca lo suceden,
entonces es una monarquía hereditaria, y si un único sucesor es elegido, entonces se
tratará de una monarquía electiva. De estas se pueden producir otras formas “mixtas” de
gobierno, según se estime conveniente.

Locke decide aquí definir el concepto de Estado (commonwealth) aun cuando lo ha


empleado innumerables veces en los capítulos anteriores. No se trata de una forma
específica de gobierno, sino de una comunidad o sociedad independiente, preferible al
término ciudad.

Por "Estado" he entendido constantemente no una democracia ni cualquier otra forma de gobierno,
sino cualquier comunidad independiente, por los latinos llamada civitas, palabra a la que corresponde
con la mayor eficacia posible en nuestro lenguaje la de república, que expresa adecuadamente tal
sociedad de hombres, lo que no haría la sola palabra "comunidad", pues puede haber comunidades
subordinadas en un gobierno, y mucho menos la palabra "ciudad". (§ 133)2

En el capítulo siguiente, De la extensión del poder legislativo, Locke aborda el tema de la


legislación como el paso fundamental de un estado o república para constituirse como tal.
El legislativo es el poder supremo del gobierno y no puede alterarse ni abolirse. Sus
miembros son elegidos y sus edictos tienen la fuerza de la ley. La autoridad de la legislación
procede del consenso de los gobernados; su obediencia no puede ser alienada por ningún
poder, extranjero o inferior.

Aún cuando el legislativo es el poder más importante en la república, este no requiere


demasiado tiempo para promulgar las leyes y, en consecuencia, no necesita estar
permanentemente en sesión. En el capítulo XII, Del poder legislativo, ejecutivo y federativo
de la república, Locke va a subrayar la necesidad de separar el poder de legislar del poder
de ejecutar las leyes. Además de estos dos, el filósofo va a contemplar un tercer poder, el
llamado natural o federativo, el cual trata con la comunidad como un todo, en relación con
aquellos fuera de la comunidad (i.e., gobiernos extranjeros) y tiene que ver con las guerras,
el establecimiento de la paz, las alianzas, los tratados y demás relaciones que se den entre
un Estado y otros gobiernos. Si bien son diferentes entre sí, el poder federativo y el
ejecutivo suelen estar juntos, en tanto que ambos deben usar la fuerza de la sociedad para
su ejercicio.

En el capítulo XVIII, Locke define a la tiranía como el ejercicio del poder más allá del
derecho a lo que no tiene derecho nadie. i.e., “hacer uso del poder que cada cual tiene en
su mano, no para el bien de los que bajo él se encontraren, sino para su separada y
particular ventaja.” Se trata del uso de la voluntad, no de la ley, para ejecutar mandatos y

2 I use ‘commonwealth’ throughout this work to mean (not a democracy or any other specific form of government,
but more generally) any independent community—that is, any community that is not part of a larger political
community. The Latin word for this was civitas, for which the best English translation is ‘commonwealth’. Used
correctly, it expresses such a society of men, which ‘community’ and ‘city’ in English do not—for there may be
subordinate communities under a single government, and we use ‘city’ to mean something quite different from
‘commonwealth’.
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acciones. Allí donde acaba la ley, dice, comienza la tiranía. Y cualquiera que, en su posición
de autoridad, utiliza la fuerza para conseguir sobre un súbdito lo que la ley no autoriza, cesa
en ese preciso momento de ser gobernante y, en tanto que obra sin autoridad, puede ser
combatido como cualquier otro hombre que tratara de usurpar el derecho de otro.

El principio del derecho de resistencia aquí estipulado claramente es sin duda uno de los
elementos más importantes del Segundo Tratado. Como señala Varnagy, la justificación de
la insurrección “cuando el gobierno se vuelve tiránico y rompe el contrato es considerada
como uno de los elementos democráticos de la teoría política de Locke, así como una idea
explosiva y subversiva para la época.” (Boron: 64) Es así como, en el capítulo XIX, De la
disolución del gobierno, Locke advierte que en tanto que el objetivo del gobierno es
preservar a la humanidad, es natural que los hombres se opongan a gobernantes que no
cuiden este fin. Así, y aun cuando está consciente de que este pensamiento puede ser
considerado sedicioso, Locke concluye:

el pueblo al que por lo común se tratare dañosamente y contra toda ley, estará dispuesto en
cualquier ocasión a descargarse de la pesadumbre que en tal demasía le agobia. Deseará y
buscará una oportunidad, que en las mudanzas, flaquezas y accidentes de los negocios
humanos rara vez dilata ofrecerse. Corta será la edad en este mundo de quien no haya visto
ejemplos de ello en su tiempo; y harto poco habrá vivido quien no pudiere alegar ejemplos de
esta clase en toda clase de gobiernos de la tierra. (§ 224)

Acota, en la parte final del tratado, que las revoluciones no tienen lugar ante el primer error
del gobierno, sino ante sus continuos abusos. Concluye con una recomendación,
reinterpretada en la actualidad, a saber, que la mejor doctrina para evitar la rebelión es
cambiar el poder legislativo en el caso de que los legisladores hayan obrado contrariamente
a su misión. Termina el parágrafo con la pregunta acerca de qué es mejor para la
humanidad “que el pueblo se halle expuesto incesantemente a la desenfrenada voluntad de
la tiranía, o que los gobernantes estén expuestos a que se les resista, cuando se exceden
en el uso de su poder y lo emplean para destruir y no para cuidar, lo bienes del pueblo?”

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