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Desaparición forzada: negacionismo y avances en Suramérica.

«Y si toda muerte humana entraña una ausencia irrevocable, ¿qué decir de esta ausencia que se sigue
dando como presencia abstracta, como la obstinada negación de la ausencia final?». Son las palabras
pronunciadas hace más treinta y seis años por Julio Cortázar en su discurso titulado «Negación del
olvido», expuesto en el Coloquio de París sobre la política de desaparición forzada de personas
(1981), en el que por primera vez se planteó la necesidad de adoptar una Convención Internacional
sobre Desapariciones Forzadas.

Desde ese entonces, y gracias a la constante lucha de las diversas organizaciones no gubernamentales
y agrupaciones de víctimas, se ha construido progresivamente un régimen jurídico internacional de
protección contra esta práctica criminal, constituido por la Declaración sobre la protección de todas
las personas contra las desapariciones forzadas (1992), Convención Interamericana sobre la
desaparición forzada de personas (1994), el Estatuto de Roma (1998), la Convención Internacional
para la protección de todas las personas contra las desapariciones forzadas (2006), la jurisprudencia
de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, y
las resoluciones de los comités de derechos humanos de Naciones Unidas. En dicho régimen
internacional de protección, también se recuerda el mandato de criminalización que obliga a los
Estados parte a tipificar el delito en su derecho interno conforme a los estándares internacionales.

Desgraciadamente, y pese a los grandes esfuerzos de la comunidad internacional por erradicar este
crimen, las desapariciones forzadas se han vuelto una práctica recurrente y generalizada. En su último
informe del año 2016, el Grupo de Trabajo Sobre Desapariciones Forzadas e Involuntarias da cuenta
del escalofriante escenario actual: “El número de desapariciones forzadas sigue aumentando en todo
el mundo bajo la creencia falsa y perniciosa de que esta práctica constituye un instrumento útil para
preservar la seguridad nacional y combatir el terrorismo y la delincuencia organizada”.

Sumado al lamentable incremento de las desapariciones forzadas en todo el mundo, durante los
últimos años hemos sido testigos de discursos negacionistas que invisibilizan o minimizan la
magnitud y atrocidad de este crimen, como el caso de Darío Lopérfido, ex Ministro de Cultura de la
Ciudad de Buenos Aires, quién negó la cifra de 30.000 desaparecidos en Argentina, seguido por las
lamentables declaraciones del actual presidente Mauricio Macri, donde aseveró “no tener idea si
fueron 9.000 o 30.000” los desaparecidos en dictadura. Siguiendo esta tendencia, el presidente del
Centro Militar de Uruguay, el coronel (r) Carlos Silva, sostuvo que “[…] muchas veces lo que se hace
es proyectar la situación de Argentina para dentro del Uruguay. Ponen 200 desaparecidos en Uruguay.
Eso es una mentira. Acá en el Uruguay creo que fueron… 32… y de los cuales algunos no eran
nuestros”.

A las y los negacionistas tenemos el deber de recordarles que la desaparición forzada es un crimen
que viola derechos humanos caracterizados por su inderogabilidad. Es considerada como una
violación múltiple, compleja y pluriofensiva, transgrediendo derechos fundamentales como son los
derechos a la vida, la libertad personal, la integridad personal, al reconocimiento a la personalidad
jurídica, entre otros. Los elementos constitutivos de este crimen son la privación de la libertad, la
intervención directa de agentes estatales o la aquiescencia de éstos y la negativa de reconocer la
detención y de revelar la suerte o el paradero de la persona interesada. Su práctica sistemática y
generalizada constituye un crimen de lesa humanidad, esto es ¡un crimen en contra de la esencia
misma de la humanidad!

La desaparición forzada es considerada como continuada o permanente, mientras no se establezca el


destino o el paradero de la víctima, originando un grave y continuado sufrimiento a su familia, ya
que, por un tiempo indeterminado, siguen viviendo en una situación de desesperación, de angustia,
estrés e inseguridad frente a la desaparición. El derecho a acceder a la justicia, el derecho a la verdad
y el derecho a la integridad personal de los familiares, se ven vulnerados por esta práctica. Es por esta
razón, que las y los familiares son considerados también víctimas de la desaparición forzada.

El negacionismo tiene consecuencias abrumadoras para las víctimas. Al desmentir lo ocurrido o tratar
de minimizar la tragedia, las y los familiares sufren un proceso de revictimización, incorporando
nuevas situaciones dolorosas en su vida, exponiéndose nuevamente a un contexto de fragilidad,
vulnerabilidad y exclusión, y consolidando la cronificación de las secuelas psicológicas a
consecuencia de la desaparición. El negacionismo, y la consecuente revictimización, supone un
retroceso en las medidas de reparación -esto es, las diferentes formas como un Estado puede hacer
frente a la responsabilidad internacional en la que ha incurrido-, en relación con las directrices de
rehabilitación, satisfacción y garantías de no repetición, esenciales en cualquier proceso de Justicia
Transicional.

El origen de esta práctica criminal data desde la primera mitad del siglo XX, proyectándose hasta la
actualidad. Fue utilizada en los regímenes dictatoriales de Europa y cívico-militares de América
Latina, los que hicieron de la desaparición forzada una técnica para sembrar el terror, incertidumbre
y control en la población, gozando de la impunidad propia que entrega el acto de encubrimiento del
crimen. Dicho todo lo anterior, si el encubrimiento para lograr la anhelada impunidad del victimario
es un elemento constitutivo de esta práctica, ¿qué importancia tiene la exactitud estadística cuando se
manejan cifras astronómicas de un crimen de semejante atrocidad y, más aún, permaneciendo
vigentes los pactos de silencio que impiden, por un lado, la búsqueda de la verdad y, por otro, dar con
el paradero de las víctimas? Detrás de cualquier práctica negacionista, se encuentra el revisionismo
histórico que busca justificar los crímenes en base a un discurso de carácter salvífico pregonado por
las dictaduras, sustentado en la bonanza económica y el discurso progresista, que opera como el gran
estandarte de los beneficiados por los regímenes dictatoriales, donde la violencia cometida
sistemáticamente contra la población civil y el sufrimiento consecuente de las víctimas, constituyen,
para los negacionistas, el precio necesario de un futuro mejor.

Ahora bien, a los negacionistas también les debemos recordar que durante los últimos años hemos
visto avances en la búsqueda de la verdad, justicia y la reparación para víctimas de desapariciones
forzadas en la región suramericana. En Bolivia, por ejemplo, recientemente se ha constituido la
Comisión de la Verdad, entidad que tiene como misión encontrar todos los datos y la información
posible, que ayuden a esclarecer los hechos relacionados con delitos de lesa humanidad cometidos
por militares entre el 4 de noviembre de 1964 y el 10 de octubre de 1982, periodo de tiempo que
abarca las dictaduras de René Barrientos, Hugo Banzer y Luis García Meza. La creación de esta
entidad investigadora, fue posible gracias a la constante lucha de la Asociación de Familiares de
Detenidos Desaparecidos (ASOFAMD) y la Plataforma de Luchadores Sociales Contra la Impunidad,
quienes, junto a otras asociaciones de víctimas, demandaron durante años que la Asamblea
Legislativa aprobara el proyecto de ley de la Comisión de la Verdad.

En Paraguay, por su parte, se continuará buscando a detenidos desaparecidos durante la Operación


Cóndor y la dictadura de Alfredo Stroessner (1954-1989) tras el aporte del Ministerio de Justicia, que
firmó un convenio de unos 60.000 dólares para las excavaciones y exhumaciones durante un año. El
primer convenio de cooperación técnica fue firmado en 2014 entre el Ministerio de Justicia y el
Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Penales y Sociales. Por medio de esa cooperación, se
contrató al Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) y se logró la creación del Banco
Genético de Familiares, el Perfil Genético de la Población Paraguaya, el perfil biológico de 22
esqueletos y la identificación de cuatro personas, tres de ellas víctimas de la Operación Cóndor.
En Colombia, donde el horror de la desaparición forzada ha arrojado cifras que alcanzan las 60.630
víctimas, para hacer frente a esta atrocidad, el presidente Juan Manuel Santos emitió, a principios de
abril, tres nuevos decretos con fuerza de ley que darán vida a tres instancias claves para el acuerdo de
paz y la búsqueda de los desaparecidos: la Comisión de la Verdad, la Unidad de Búsqueda de
Desaparecidos y el comité de selección de los magistrados de la Jurisdicción Especial para la Paz
(JEP).

En Ecuador, el ex-presidente de la República, Rafael Correa, anunció la construcción de un Museo


de la Memoria en los predios del antiguo Regimiento Quito n.º 2, donde antes funcionaba el Servicio
de Investigación Criminal (SIC-10), lugar donde se cometieron violaciones a los derechos humanos,
como fue el caso de la desaparición de los hermanos Carlos y Pedro Restrepo. El Museo forma parte
de las políticas de reparación para las víctimas de violaciones a los derechos humanos sucedidas entre
el 4 de octubre de 1983 y el 31 de diciembre de 2008.

En Chile, en agosto del presente año, la Corte de Apelaciones condenó a ocho antiguos miembros de
la DINA (policía secreta del régimen dictatorial de Pinochet), por el secuestro calificado -desaparición
forzada- de Luis Durán Rivas, quién fue detenido cerca de su domicilio y llevado a los centros de
tortura y exterminio de la DINA conocidos como José Domingo Cañas, Cuatro Álamos y Villa
Grimaldi, donde fue visto con vida por última vez. En 1975, su nombre apareció en la lista de víctimas
de la Operación Colombo, que fue un montaje de la DINA para encubrir la desaparición de 119
prisioneros políticos, en el que participaron además las dictaduras militares de Argentina y Brasil.

En Uruguay, un grupo de antropólogos ha retomado las excavaciones en el Batallón militar n.°13 de


Montevideo, continuando la tarea de búsqueda de desaparecidos que fue encomendada por el
presidente Tabaré Vázquez al Grupo de Trabajo por Verdad y Justicia, organismo creado en 2015 que
tiene por misión apoyar la investigación y el esclarecimiento de los crímenes contra la humanidad
perpetrados por el Estado entre 1968 y 1973, cuando el país estuvo gobernado primero por Jorge
Pacheco Areco y luego por Juan María Bordaberry, y la posterior dictadura cívico-militar de 1973 a
marzo de 1985.

En Argentina, apenas se conoció el escandaloso fallo de la Corte Suprema de Justicia que considera
aplicable el beneficio del 2×1 a genocidas condenados por delitos de lesa humanidad, los principales
referentes y organismos de Derechos Humanos expresaron su repudio, realizándose una
multitudinaria marcha a principios de mayo del presente año. Dicha convocatoria fue apoyada por
diversos organismos de derechos humanos tanto nacionales como internacionales. El Juez de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos, Raúl Zaffaroni, se sumó a la campaña y pidió que “la justicia
argentina termine con esta situación insólita que se ha creado con el pretexto de aplicación retroactiva
de ley más benigna”.

Y qué decir de las innumerables muestras artísticas y audiovisuales, las políticas orientadas a construir
lugares de memoria, los programas de estudios orientados a formar defensores de derechos humanos,
las numerosas publicaciones científicas sobre las desapariciones, las políticas encaminadas a la
desclasificación de archivos y la cooperación internacional en materia de justicia, como el caso de la
justicia italiana que, a principios de este año, condenó a 8 criminales por el asesinato de 23 ciudadanos
italianos en el marco de la operación Cóndor.

Por último, recordemos que la desaparición forzada no es sólo una práctica de regímenes dictatoriales
del pasado. Este crimen se ha cometido en Estados de derecho democráticos que se encuentran en un
escenario de conflicto interno o bien no ejercen un control efectivo sobre su territorio y en sus agentes
estatales. Este es el caso de Colombia con los diferentes grupos, tanto estatales como paramilitares,
guerrilleros y narcotraficantes que han cometido desapariciones o en Chile con los casos de José
Huenante, José Vergara y Hugo Arispe, todos desaparecidos por las fuerzas policiales o el reciente
caso de Santiago Maldonado en Argentina, desaparecido por Gendarmería Nacional durante los
hechos de represión acaecidos en el departamento de Cushamen.

Como señalan el Grupo de Trabajo ad hoc y el Comité especializado de Naciones Unidas para este
crimen, las desapariciones forzadas son parte del presente. Están ahí, no podemos ser indiferentes.
Como miembros de la sociedad civil tenemos el deber de recordar lo ocurrido y actuar frente a lo que
pasó y lo que está pasando. Esperemos que las diversas medidas tomadas por los gobiernos de la
región suramericana ayuden a los propósitos de verdad, justicia y reparación para las víctimas. En
este 30 de agosto, día internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas, no olvidemos a todas
y todos aquellos que fueron y son víctimas de desapariciones forzadas, que representan, siguiendo a
Cortázar, «[…] esa ausencia que se sigue dando como presencia abstracta, como la obstinada
negación de la ausencia final […]”.

Javier González Arellano.


Cientista Político.
International Institute for Philosophy and Social Studies, IIPSS.
Madrid, 2017.

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