Вы находитесь на странице: 1из 4

Neuroparticularidad del reconocimiento.

Justo me había levantado por la mañana a revisar la hora. El ecosistema se postuló a favor
de los seres vivos. Uno de los primeros pensamientos -no entendidos ni razonados como
siempre-, me impulsaban a seguir durmiendo, a seguir descansando y perderme en el no
esfuerzo. Probablemente justo a esta edad, y de una vida de la que me alegro; donde todo
debiese apuntar a tener un bienestar y felicidad meritorios, se nos empieza a debilitar el
sistema, no por nosotros, sino por los otros. Llega ese momento. Hoy puedo reconocer que
mucho se debe al entorno. Las causas de otros empiezan a recaer en nosotros, los campos
neuronales de otros individuos nos aplastan y nos moldean. Nuestras conexiones y uniones
por sí solas no son invencibles. Nos necesitamos.
Resguardé cada mal recuerdo en cada buena frase filosófica para superar todo lo que había
creado en mi interior. Una feria de grandes montañas rusas donde los traumas se
deslizaban sin restricción. Así lo solventaba. Y entonces, esa mañana, se volvió particular.
Probablemente la recuerde también por siempre.
Entré a una licenciatura en teatro que me enseñó de manera dura a relacionarme con
situaciones que temo. Como una terapia obligada. Así se sintió, pero funcionó.
Precisamente ese acto de escenificar mientras me observaban. Cada improvisación actoral
de lo que no soy, cada voz que no me era familiar, cada movimiento que revelaba mi
inconsciente y me ponía más rígido y con precaución, me llevaron a mí mismo. Hemos
estado jugando en el arte la versión oscura de la meditación. Agradecidamente, siempre
opta por componernos hasta cierto punto, en gran número de casos.
Hace unos días, en los que pensaba cómo entender y explicar la transferencia de energía
y conocimientos que se lograron en el diplomado a mi persona, para entregar esta
evidencia, decidí que no me iban a ser suficientes formas materiales ni visuales para
explicar conceptos como “revolución”, “evolución”, “resiliencia”, “transferencia”, etc. Así que
decidí escribirlo:
Ahora me explico. Me siento como si mi persona se hubiese transportado a otra zona de la
realidad, donde puedo observar exactamente lo mismo que observan todos, pero desde
otro estado ¿neuronal? ¿material? ¿cuántico? Y mientras pensaba eso, tuve que revisar
cómo había sido mi vida, y cómo había cambiado.
A esto. Me había estado preguntando un montón de veces por qué cuando algunos estudian
artes, y les va bien, o logran superarse, o consiguen una vasta resiliencia consigo mismos,
lo dejan. Dejan de estudiar artes, de practicar su expresión, dejan de moverse, de dibujarse,
de actuarse. No lo entendí hasta que tuvo que ser más claro y afortunado el que me lo
viniesen a explicar con este diplomado. Meditar, y estar con uno mismo nos reubica y nos
reconoce en los propósitos más naturales de los que estamos formados. Yo lo pienso como
la neuroparticularidad. Y precisamente dentro del arte, en la confianza que tuve con él, logré
una milésima parte de esto. Empezaron en mí impulsos que ubico en otras etapas de mi
vida, y que surgieron con más libertad que antes. Y bueno, qué decir del diplomado, en diez
días me dejó sin saber quién era realmente…
A mí me encantaba dibujar, y me encantaba escribir. A solas, sin que nadie lo supiera. Todo
era para mí, para mi calma, para mi diversión, para mi enojo con el mundo. Por tanto, yo
pensaba que me iría bien estudiar creación literaria, o artes visuales, o diseño gráfico. Yo
pensaba en pro de lo que me gustaba hacer, como una consigna simple para tener una
“buena vida”. Así, otros compañeros confiaban en su supervivencia, y me contaban que el
estudiar medicina o una ingeniería les aseguraría solvencia económica. Ninguno estaba
mal, sólo partíamos de las experiencias que nos hacían sentir seguros. Partíamos de cierto
tipo de mente, en cierto conjunto de inteligencias, en cierta estructura de experiencias, en
una particularidad neuronal que también vendría de nuestra genética; tal vez “especies”,
como alguna vez se comentó.
El punto a esto, es que, a día de hoy, que estoy en noveno semestre, empezó a dejar de
interesarme “actuar”. No como un gusto, sino que el mismo hecho de lograr una conexión
y superación de mí mismo en la escena, me dio nuevas formas de ver el por qué queremos
ser vistos y reconocidos. Y una vez que logramos la medida necesaria de ser observados,
y logramos cierta colección de ojos y atención sobre nosotros, aprendemos a vernos aún
más, y saber el por qué queremos ciertas cosas. Debo decir que, en segundo semestre, el
actuar no lo fue todo. También moverme, bailar. La profesora que me dio mi primera clase
de danza me dio pautas increíbles para lograr aún más conocimiento, así fue cuando me
vine a Xalapa.
Alrededor de sexto semestre sentí una increíble necesidad de volver a escribir. Luego, de
reinterpretar lo visual. Y pasó, me metí a cursos de creación literaria, luego de diseño, luego
me puse a investigar sobre teorías cuánticas, astrología, astronomía, etc. Todo apuntaba
hacia lo que no podemos conocer. Y eso, exactamente, eran lapsos que tuve en mi vida
desde muy pequeño.
En octavo semestre, pensé que en realidad sólo era muy caprichoso y quería ser reconocido
en cada aspecto de la vida porque logré una confianza extrema en mí, pero al mismo tiempo
me estaba consumiendo en la desorientación (porque la confianza se volvió un peligro).
El diplomado, en esos pocos días de meditación, integrando conocimiento comprobable
que permitía a mi cerebro reconocerse, pero controlando esos impulsos que se desquitan
contigo por descubrirte, surgió un “no sé cómo llamarlo”. Que para el último día se me dijo
a mí mismo: “Mira, tú lo que quieres es solventar tu curiosidad, no reconocerte, pero
necesitabas reconocerte, para saber que no lo necesitabas”. El conocimiento nos vuelve
seres “solitarios”, pero creadores de nuestro propio espacio y tiempo, de nuestra gravedad
y mecánica de movimiento, en el que podemos invitar a otros a experimentar esos estados
y saber si pertenecen ahí. Y saber también si nuestra neuroparticularidad fluye mejor o no.
Pero siempre con una base, que es la de compartirnos con otros en lo que mejor sabemos
hacer.
Ahora entiendo por qué algunos maravillosos compañeros dejaron la carrera. Ellos
realmente no lo dejaron por ser malos en esta forma de expresión. Sino porque se
reubicaron, necesitaban conocerse y ser observados en cierta medida. El arte, en su buena
práctica, debiese lograr esto; no en el sentido estético ni comercial, sino en el sentido
humano. Y para mí, no quiere decir que lo esté dejando como tal, sino que encontré una
manera peculiar de seguirlo haciendo; con un propósito más potenciado, cambiando la
forma en que me relaciono con otros, en la que hago cada acción en pro de ayudar, en
crear donde otros han destruido, en expresar ciencia, estructura social y expresión artística.
Hoy puedo afirmarme que el propósito que encontré en estos diez días de transportarme a
no sé dónde, me llevaron a no dejar de resolver mi curiosidad, y a no verlo con una
desorientación. He visto cómo esta increíble relación científica, con el sentido del humano,
y su expresividad en el concepto de arte, o fuera de este, logran cosas increíbles. Nos llevan
a zonas propias, nos colocan en nuestro propio campo, nos enseñan a salir de zonas
peligrosas de manera calmada, y volver a ellas con armas de provocar bienestar y
compasión en otros, poco a poco.
Necesito aclarar, también, que esto no funcionó así de simple como una reflexión. Lo más
trascendental de estas prácticas del diplomado fue la parte física. En el cómo mi cuerpo
material lo recibió. Luego del diplomado me sentí físicamente terrible, impulsivo,
desorientado, desconectado, triste, perdido. ¿Por qué?
Sucede que, a mi poco conocimiento científico, puedo encontrar que una vez que llegamos
a un conocimiento tan profundo, en tan pocos días, pasa como si la mente hubiese estado
entrenando años. Ahora entiendo por qué las civilizaciones del oriente están tan avanzadas.
No imagino que sucedería si esta práctica grupal fuese una forma de vida. Mi cerebro
literalmente explotó. Estaban tan metido en mi propio reconocimiento que me sentí
peligroso. Mi mente se permitió en los días posteriores de esta práctica a re configurarse.
Empecé a imaginar libremente lo peor, lo mejor, lo más triste, lo más raro, lo más creativo.
Y, entonces, la mente me permitió seleccionar.
Cuando volví a casa con mi familia tuve muchos inconvenientes en relacionarme. Un día lo
pasaba muy mal, y otro día muy bien. Otro día, justo antes de enojarme por algo, mi cuerpo
se tensaba, como si me obligase a observar por qué pasaba así. Sucedieron infinidad de
lapsos extraños que jamás habían sucedido y podría enlistar. En pocas palabras, quizá, mi
mente volvió muy libremente a su “neurogénesis”, y poco a poco fue recorriendo y
analizando todo lo que sucedía conmigo. Fue un mes de viajes inesperados a mí mismo y
a mi historia.
Mi cuerpo también lo sintió. Enfermé de una manera extraña que no era grave, sino se
sentía como una reconexión, especialmente de la base de la columna hasta la cabeza.
Estaba increíblemente tenso y contracturado. Sentía una pesadez enorme en el lado
izquierdo de mi cabeza, cerca de la frente. Tanto mente como cuerpo estaban asimilando
todo lo que había aprendido. Como si a mi cuerpo también le costara integrarse y aceptar
el nuevo conocimiento y compasión que se me había transmitido en esos diez días. Recordé
cuando le pregunté a tres personas del diplomado si les estaba sucediendo algo particular
como a mí. Algunos comentaron que les sucedió en el pecho, otros en la forma de mirar,
otros también en la espalda, o en su confianza.
Me intriga pensar qué le hubiese pasado a alguien que realmente tuviese un trauma claro.
Probablemente hubiese sido necesario un seguimiento antes de que creara síntomas de
cierta gravedad. Igual y no. Pero sí puedo afirmar que el conocimiento, mediante su
reconocimiento en nosotros mismos provoca un algo en toda nuestra materia física.
Ha sido una travesía. Tal vez algunos dentro del diplomado empezarán a bailar mejor, a
interpretar mejor, a gestionarse mejor, a dar clases con más compartimiento… Yo, creo que
vuelvo a un momento particular de mi infancia. Mi consuelo fue este: mi curiosidad por la
ciencia. Pienso que fue detonada por un momento en el que mi madre, con el afán de
inculcarme este interés, me regaló un libro de experimentos. Recuerdo perfectamente ese
momento porque mi mamá me lo dio con la intención más fabulosa del mundo. Recuerdo
la manera en que me lo entregó, la bolsa de regalo, el lugar donde estaba, todo tal cual ella
quería que sucediera en mí. Pero esa curiosidad transmitida se opacó en la adolescencia.
No pudo ser expresada, necesitaba, sin saberlo, del concepto del arte, mi ciencia clara se
había tornado hacia mi propia abstracción, como solución a esta opacidad. Lo que no podía
explicar, lo convertía en una abstracción para mí mismo, olvidando la necesidad de
relacionarme con otros. Necesité ser visto de nuevo en mi particular abstracción. Y aquí
terminé. Haciendo arte de lo que me agradaba conocer. Y aún así, aquí en el ejercicio del
arte escénico, también necesité volverme particular. Y me alegro de haber terminado donde
no quería haber terminado, sino donde necesitaba haber terminado.
El diplomado, en el poco avance que lleva, me enseñó que gran parte de nosotros
necesitamos comprobar y sentirnos seguros de todo aquello que creamos y expresamos.
Y me llevo una enorme responsabilidad de buscar la forma de compartir el arte con esta
nueva perspectiva, una que ayuda a nuestros oídos y ojos rígidos a revelarnos lo que nos
pertenece como seres vivos; nuestra naturaleza de compartirnos, y nuestro sentido de
crearnos a nosotros mismos por más alejados o cercanos que estemos de otros.
Por ahora, sólo estoy ansioso de manera calmada (y no sé cómo sucede esto a la vez),
esperando saber qué va a suceder al conocer más.

Вам также может понравиться