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CRISTO, REY
DE MEXICO
MEXICO HEROICO
ANDRES BARQUIN Y RUIZ
CRISTO, REY
DE MEXICO
1
Catecismo del Santo Concilio de Trento para los Párrocos, ordenado por disposición de San Pío V,
traducido en lengua castellana por el P. Fr. Agustín Zorita, Religioso Dominico, según la impresión que de
orden del Papa Clemente XIII se hizo en Roma, año de 1761. Segunda Impresión. Publicado por orden del Rey.
Con licencia en Madrid. En la Imprenta Real. MDCCLXXXV, pp. 20-21, 21-22.
2
“Catecismo de perseverancia o Exposición Histórica, Dogmática, Moral, Litúrgica, Apologética,
Filosófica y Social de la Religión desde el Principio del Mundo hasta Nuestros Días”. Por el abate J. GAUME,
Vicario General de la Diócesis de Nevers, Caballero. de la Orden de San Silvestre, Socio de la Academia de la
Religión Católica de Roma, etc. Traducido de la sexta edición francesa, revisada y aumentada con notas sobre la
geología, y una tabla general de materias, por D. Francisco Alsina y D. Gregorio Amado Labrosa. Tercera
edición, Barcelona, Librería Religiosa, 1883. t. VII, p. 363.
Mons. Gaume precisó que así lo enseñó la Santidad de Benedicto XIV, y
añadió extensas consideraciones que no se refieren al reconocimiento de Cristo
Rey, sobre lo que escribió el Pbro. Félix Sardá y Salvany:
3
Pbro. Félix Sardá y Salvany, Director de la Revista Popular. Año Sacro o Lecturas y Ejercicios para
las principales festividades del Calendario Cristiano. Barcelona, Librería y Tipografía Católica, 1901. Parte
primera o primer volumen, pp. 46-48, 48-49.
(Ps. XLIV, 7). Y dejando otros muchos testimonios semejantes, en otro lugar,
para ilustrar con más claridad los caracteres de Cristo, se preanuncia que su
reino será sin límite y enriquecido con los dones de la justicia y de la paz. En
sus días aparecerá la justicia y la abundancia de la paz, y dominará de un mar
a otro mar, y desde el río hasta los términos del orbe de la tierra (Ps. LXXI, 7-
8).
A este testimonio se añaden en el modo más amplio los oráculos de los
Profetas, y, sobre todo, el conocidísimo de Isaías: Nos ha nacido un Párvulo,
nos ha sido dado un Hijo y su principado sobre sus hombros, y se llamará su
nombre Admirable, Consejero, Dios, Fuerte, Padre del siglo futuro, Príncipe de
la paz. Se multiplicará su imperio y no tendrá fin la paz; sobre el trono de
David y sobre su reino se sentará, para confirmarlo y fortalecerlo en juicio y
justicia, ahora y para siempre (Is., IX, 6-7). Y los otros Profetas concuerdan con
Isaías. Así Jeremías, cuando predice que nacerá de la estirpe de David el
vástago justo, que cual hijo de David reinará como Rey y será sabio y juzgará
en toda la tierra (Jer., XXIII, 5); también Daniel predice el establecimiento de
un reino por parte del Rey del Cielo, reino que nunca será destruido...
permanecerá para siempre (Dan, II, 44). Y continúa: Contemplaba en la visión
de noche, y he aquí que venía sobre las nubes del cielo uno como el Hijo del
Hombre, y se llegó hasta el Anciano de días, y en su presencia fue presentado;
y le dio la potestad y el honor y el reino, y todos los pueblos, tribus y lenguas le
servirán; su potestad es eterna y no le será arrebatada, y su reino no se
corromperá jamás (Dan., VII, 13-14). Los escritores de los Evangelios aceptan
y reconocen como sucedido cuanto predijo Zacarías acerca del Rey manso, el
cual, subiendo sobre una asna y su pollino, estaba para entrar en Jerusalén
como justo y como Salvador, entre las aclamaciones de las turbas (Zach., IX,
9).
Por lo demás, esta doctrina acerca de Cristo Rey que hemos tomado aquí
y allá en los libros del Antiguo Testamento, no sólo no disminuye en las
páginas del Nuevo; más aún, en él se confirma por modo espléndido y
magnífico. Y aquí, pasando por alto el mensaje del Arcángel, por el cual fue
advertida la Virgen que debía dar a luz un Hijo, al cual Dios había de dar la
sede de David, su padre, y que había de reinar en la casa de Jacob para
siempre y que su reino no había de tener fin (Luc., I, 32-33), vemos que Cristo
mismo da, testimonio de su imperio.
En efecto, ya en su último discurso a las turbas, cuando habla del premio
y de las penas reservados perpetuamente a los justos y a los condenados; ya
cuando responde al presidente romano, que le preguntaba públicamente si era
Rey; ya cuando, resucitado, confió a los Apóstoles el encargo de amaestrar y
bautizar a todas las gentes, toma ocasión oportuna para atribuirse el nombre de
Rey (Matth., XXV, 31-40), y públicamente confirma que es Rey (Jo., XVIII,
13) y anuncia solemnemente que a El ha sido dado todo poder en el cielo y en
la tierra (Matth., XXVIII, 18). Con estas palabras, ¿qué se quiere significar sino
la grandeza de su potestad y la extensión inmensa de su reino? No puede, pues,
sorprendernos si Aquel que es llamado por San Juan Príncipe de los Reyes de la
tierra lleva, como apareció al Apóstol en la visión apocalíptica, en su vestido y
en su muslo escrito: Rey de Reyes y Señor de los señores (Apoc., XIX, 16).
Puesto que el Padre Eterno constituyó a Cristo heredero universal (Hebreos, X,
1), es necesario que El reine, hasta que ponga a todos sus enemigos debajo de
sus pies (X Cor., XV, 25) ...
Queriendo expresar la naturaleza y el valor de este principado,
indicaremos brevemente que consta de una triple potestad, la cual, si faltase, ya
no tendríamos el concepto de un verdadero y propio principado. Los
testimonios sacados de las Sagradas Escrituras acerca del imperio universal de
nuestro Redentor, prueban más que suficientemente cuanto hemos dicho; y es
dogma de fe que Jesucristo ha sido dado a los hombres como Redentor, en el
cual deben poner su confianza, y al mismo tiempo como Legislador, al cual
deben obedecer (Trident., ses. 6, can. 21). Los Santos Evangelios no solamente
nos dicen que Jesucristo ha promulgado leyes, mas también nos le presentan en
el acto mismo de legislar; y el Divino Maestro afirma en diferentes
circunstancias y con diversas expresiones que todos los que observen sus
mandamientos darán prueba de amarle y permanecerán en su caridad (Jo., XIV,
15; XV, 10). El mismo Jesús, delante de los judíos, que le acusaban de haber
violado el sábado por haber dado la salud al paralítico, afirmaba que el Padre le
había dado la potestad judicial, porque el Padre no juzga a nadie sino que dio
todo juicio al Hijo (Jo., V, 22). En lo cual se comprende también el derecho de
premiar y castigar a los hombres, aun durante su vida, porque esto no puede
separarse de una cierta forma de juicio. Además, debe atribuirse a Jesucristo, la
potestad ejecutiva, puesto que es necesario que todos obedezcan a su mandato,
y nadie puede sustraerse a él ni a los suplicios establecidos.
Que este reino, por otra parte, sea principalmente espiritual y se refiera a
las cosas espirituales, nos lo demuestran los pasajes de la sagrada Biblia arriba
citados y nos lo confirma el mismo Jesucristo con su modo de obrar... Por otra
parte, erraría gravemente el que arrebatase a Cristo-Hombre el poder sobre
todas las cosas temporales, puesto que El ha recibido del Padre un derecho
absoluto sobre todas las cosas creadas, de modo que todo se somete a su
arbitrio; sin embargo, mientras vivió sobre la tierra se abstuvo completamente
de ejecutar tal poder; y como despreció entonces la posesión y el cuidado de las
cosas humanas, así permitió y permite que los poseedores de ellas las utilicen.
A este propósito se acomodan bien aquellas palabras: No arrebata los
reinos mortales el que da los celestiales (Himn. Epiphan.) Por tanto, el dominio
de nuestro Redentor abraza todos los hombres, como lo confirman estas
palabras de Nuestro Predecesor, de inmortal memoria, León XIII, palabras que
hacemos Nuestras: ‘El imperio de Cristo se extiende no solamente sobre los
pueblos católicos y aquellos que, regenerados por la fuente bautismal,
pertenecen en rigor y por derecho a la Iglesia, aunque erradas opiniones los
tengan alejados o la disensión los separe de la caridad, sino que abraza también
a todos los que están privados de la fe cristiana; de modo que todo el género
humano está bajo la potestad de Jesucristo” (Encícl. Annum Sacrum, 25 mayo,
1899).
Ni hay diferencia entre los individuos y el consorcio civil, porque los
individuos, unidos en sociedad, no por eso están menos bajo la potestad de
Cristo que lo están cada uno de ellos separadamente. El es la fuente de la salud
privada y pública. Y no hay salvación en algún otro, ni ha sido dado debajo del
Cielo a los hombres otro nombre en el cual podamos ser salvos (Act, IV, 12).
Sólo El es el autor de la prosperidad y de la verdadera felicidad, tanto para cada
uno de los ciudadanos como para el Estado: No es felíz la ciudad por otra razón
distinta de aquella por la cual es feliz el hombre; porque la ciudad no es otra
cosa sino una multitud concorde de hombres (San Agustín, Epist. ad
Macedonium, 3). No rehusen, pues, los jefes de las naciones el prestar público
testimonio de reverencia al imperio de Cristo juntamente con sus pueblos si
quieren, con la integridad de su poder, el incremento y el progreso de la patria”.
4
JOAQUÍN AZPIAZU, S. J., Direcciones Pontificia. Editorial Voluntad, S. A., Madrid, 1927, pp.
328-329, 329-330.
5
Apud, nota 3, p. 49.
Jesús: Mi reino no es de este mundo. Si de este mundo fuera mi reino, claro está
que mis gentes me habrían defendido para que no cayese en manos de los
judíos; mas mi reino no es de acá”.
“Se objeta también lo dicho por Cristo a Pilato (Io., XVIII, 36): ¡Mi
reino no es de este mundo! Conocemos ya la respuesta de los Padres de la
6
FR. MARÍA JOSÉ OLLIVIER, O. P., La Pasión. Ensayo Histórico. Traducción del francés por el
Doctor D. Joaquín Torres Asensio, Canónigo Lectoral de la Santa Iglesia Catedral de Madrid. Librería Católica
de Gregorio del Amo, Madrid, 1892, pp. 229-231.
Iglesia. Cristo no pretendió negar que su reino estuviera en este mundo, ni que
El tuviera sobre los tronos de este mundo un derecho superior al de todos los
monarcas. Sólo se propuso señalar que no debía nada a este mundo y no
pretendía nada de él. Se ha visto que el día en que se le quiso hacer rey, se
ocultó. La Iglesia, en su liturgia, se inspira en una palabra de San Agustín, para
criticar suavemente a los poderosos de este mundo que desconfían de Jesús: no
ha venido a arrebatar los tronos de este mundo, Quien distribuye tronos en el
cielo:
7
Esta traducción ha sido tomada del Novísimo Eucologio Romano. Devocionario Completo Compuesto
y Arreglado Según el Breviario y Misal Romano por el Iltre. Sr. D. José Sayol y Echeverría, Canónigo de la
Santa Metropolitana y Primada Iglesia de Tarragona. Quinta Edición. Lorrens Hermanos, Barcelona, 1877, p.
730.
8
Apud, nota 4, p. 329.
Y a continuación afirmó con verdad según ya se vio: “Pero Cristo es
también Rey temporal. Y como tal tiene un poder de jurisdicción”. Y agregó
con exactitud:
9
JOAQUÍN AZPIAZU, S. J., La Acción Social del Sacerdote. Editorial Voluntad, S. A., Artes
Gráficas, Madrid, 1929, pp. 480-481.
entre otras, estas palabras, que precisan el sentido de las de Cristo, regnum
meum non est de hoc mundo:
10
CGO.. ALFREDO WEBER, El Santo Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, o los Cuatro
Evangelios en uno solo, traducción de la 48a. edición francesa, por el Pbro. José Domingo María Corbató.
Imprenta Zech e hijo, Braine-le Comte, Bélgica, 1924, pp. 9-10.
11
Aquí falta, en los originales, una cuartilla.
defenderme para que no cayese en poder de los judíos. No, ahora mi Reino no
es de acá”. Y replicó, precisando toda la verdad:
12
Ibid., p. 302.
II
IMPERIO DEL REINADO TEMPORAL DE CRISTO
13
Obras Completas del Excelentísimo Señor Don Juan Vázquez de Mella y Fanjul, edición príncipe de
la “Junta del Homenaje a Mella”, en varios años antes y después del glorioso Alzamiento Nacional de España.
Tip. Clásica Española, Madrid, vol. VI, pp. 104-106.
termina la jerarquía, exigen dos cosas: las clases que la atraviesan
paralelamente distribuyendo las funciones sociales, y una necesidad de orden y
una necesidad de dirección. Puesto que ni las regiones ni las clases no pueden
dirimir sus contiendas y sus conflictos, necesitan un Poder neutral que pueda
dirimirlos y que pueda llenar ese vacío que ellas por sí mismas no pueden
llenar. Y como tienen entre sí vínculos y necesidades comunes que expresan las
clases, necesitan un alto Poder directivo, y por eso existe el Estado, o sea la
soberanía política propiamente dicha, como un Poder, como una unidad, que
corona a esa variedad, y que va a satisfacer dos momentos del orden: el de
proteger, el de amparar, que es lo que pudiéramos llamar el momento estático, y
el de la dirección, que pudiéramos llamar el momento dinámico.
Las dos exigencias de la soberanía social son las que hacen que exista, y
no tiene otra razón de ser, la soberanía política, y esas exigencias producen
estos dos deberes correspondientes para satisfacerlas, los únicos deberes del
Estado: el de protección y el de cooperación. De la ecuación, de la conformidad
entre esa soberanía social y esa soberanía política, nace entonces el orden, el
progreso, que no es más que el orden marchando, y su ruptura es el desorden y
el retroceso. Entre esas dos soberanía había que colocar la cuestión de los
límites del Poder, y no entre las partes de una, como lo hizo el
constitucionalismo.
Y cosa notable, señores: durante todo el siglo XIX, una antinomia
irreductible ha pasado por todos los entendimientos liberales, sin que apenas se
advirtiese la contradicción entre el derecho político y la economía
individualista. La economía individualista era optimista; suponía que la libertad
se bastaba a sí misma; que, dejados libremente todos los intereses, iban a volar
por el horizonte como las palomas y se iban a confundir en un arrullo de amor;
pero el derecho político, informado por Montesquieu, era pesimista, suponía
que el Poder propende siempre al abuso, y que había que contrarrestarle con
otro Poder; y como no alcanzó la profunda y necesaria distinción entre la
soberanía social y la política, unificó la soberanía: creyó que no había más que
una sola, la política, y le dio un solo sujeto, aunque por delegación y
representación parezca que existan varios, y vino a dividirla en fragmentos para
oponerlos unos a otros, y buscó así dentro el límite que debiera buscar fuera. 14
Unificadas las dos soberanías, unificadas la soberanía política y la
soberanía social, como las han manifestado todos los sistemas políticos
liberales modernos, entonces el límite tenía que buscarse dentro del Poder
mismo, y por eso se dividió el Poder; de cada facultad del Poder (con una
división semejante a la que los vitalistas han hecho de las facultades humanas,
14
Ibid., vol. X, pp. 176-180.
negando su unidad) se hizo un Poder nuevo; y así esas facultades –que se
encontrarán siempre en la función diplomática, en la mercantil, por ejemplo,
que existen hasta en el último expediente que se incoe en un Ministerio– se
separaron formándose aquella famosa trilogía del Poder: de un lado el Poder
legislativo, de otro el Poder ejecutivo, de otro el Poder judicial. 15
En la persona humana existen cuatro relaciones esenciales: la de
causalidad, la de finalidad, la de igualdad, y, por último, la de superioridad
sobre los seres que le son inferiores... Y ved, señores, aquí otra consecuencia
capital que se deduce de esta doctrina: la persona humana es el arquetipo de
todas las personas colectivas; a semejanza del hombre se constituyen las
sociedades; y estas relaciones que se encuentran como esenciales en el hombre,
tienen que encontrarse también de alguna manera en todas las otras sociedades,
porque dejarían de ser humanas si no se conformasen con la naturaleza del
hombre y no la reflejasen... En el Estado, señores, existen estas relaciones; ellas
marcan sus deberes, señalan sus derechos, son fuentes de sus atribuciones, y
establecen la verdadera distribución de la energía política del Estado, de su
soberanía, y una nueva clasificación de eso que se han llamado Poderes y que
son funciones del Poder... Así tendrá el Estado, no los tres famosos Poderes a
que desde Montesquieu vienen todos refiriéndose, sino que tendrá puede
decirse que siete: Poder religioso y moral, Poder internacional diplomático y
mercantil, Poder de superioridad y armónico para dirimir las contiendas de los
inferiores, Poder coercitivo para mantener el orden y amparar el derecho, Poder
militar y marítimo para la defensa. Poder económico. Poder de coordinación.
Y ved, señores, cómo, en vez de aquella simetría de los tres supuestos
Poderes o funciones del Poder, por una clasificación racional, elevada desde las
relaciones esenciales de la persona humana a las relaciones esenciales del
Estado, existen siete atribuciones o derechos que son los que verdaderamente
integran y constituyen la soberanía; y en aquella tríada constitucional que viene
imperando desde Montesquieu sin grandes alteraciones –porque no lo es la
añadidura del Poder regio o armónico para dirimir las contiendas entre los tres
famosos Poderes, puesto que por el refrendo le ejerce uno de los que debiera ser
equilibrado–, en esta teoría voy a demostrar que está el cimiento, la base del
centralismo moderno y la causa principal de la tiranía que con ella se trataba de
combatir.
En esa teoría se parte la soberanía política en fragmentos, se les opone
unos a otros mecánica y arbitrariamente, y se cree que con eso se evitan los
abusos del Poder; pero esa clasificación es absurda. El Poder judicial, el Poder
ejecutivo, el Poder legislativo, esos tres supuestos Poderes, no son más que
15
Ibid., vol. VIII, pp. 315-316.
medios, y medios comunes a todas las siete funciones que he demostrado; y es
que la división estaba hecha en aquello que no podía ser objeto de diferencia
por ser genérico y necesariamente común para cada una de las funciones del
Estado. Era, además, mecánica y absurda, y tenía que dar, por naturales
consecuencias, funestos resultados...
Ese afán de poner en un sujeto el Poder legislativo, en otro el ejecutivo y
en otro el judicial, creyendo que se va a conseguir en la práctica, y que así se va
a evitar todo abuso y toda tiranía, es una aberración semejante a aquella
aberración psicológica del vitalismo que ponía un alma para las facultades
intelectivas y las sensitivas, y otra para las orgánicas vegetativas, rompiendo así
la unidad de la persona humana revelada por la conciencia. No; ésa es una
aberración que no se realiza jamás en la práctica, porque la práctica tiene que
protestar contra ella; pero ha engendrado esta consecuencia funestísima: un solo
Poder administrativo, un solo Poder legislativo, un solo Poder judicial; y así ha
venido la centralización en todos los órdenes de la soberanía.
Señores: ¡un solo Poder legislativo, un solo Poder administrativo, un
solo Poder judicial, cuando no hay persona alguna que, en cierta medida, no
tenga dentro de su órbita jurídica como medios esos Poderes, que existen en la
persona humana, que tiene su facultad de legislar en la inteligencia, que tiene su
facultad ejecutiva en la voluntad y que tiene su Poder judicial en la conciencia!
Existe en el municipio, que tiene en las Ordenanzas municipales un Poder
legislativo, que tiene también medios de ejecución, que tiene la justicia
municipal, pues hasta en arábigo el nombre de ‘alcalde’ significa ‘juez’. Por
eso, señores, en toda sociedad veréis aparecer estos tres medios, porque son
necesarios para ejercitar la soberanía; pero medios comunes, para distintos
fines, y que, por ser comunes, no pueden servir para diferenciar nada, sino para
ser diferenciados...
Tenía razón –Montesquieu– al decir que el Poder tiende al abuso, y que
es necesario, por lo tanto, que otro Poder lo contrarreste; pero para eso no era
necesario dividir la soberanía política en fragmentos y oponerlos unos a otros;
para eso era necesario, y ésa es su primera función, reconocer su soberanía
social, que es la que debe limitar la soberanía política. La soberanía social es la
que debe servir de contrarresto; y cuando esa armonía se rompe entre las dos,
cuando no cumple sus deberes la soberanía política, entonces nacen las
enfermedades y las grandes perturbaciones del Estado. En un momento de
verdadero equilibrio, cumplen todos sus deberes, y a las exigencias de la
soberanía social corresponden los deberes de la soberanía política; pero cuando
la soberanía política invade la soberanía social, entonces nace el absolutismo, y,
desde la arbitrariedad y el despotismo, el Poder se desborda hasta la más
terrible tiranía.
El absolutismo consiste en la limitación jurídica del Poder, y consiste en
la invasión de la soberanía superior política en la soberanía social; y aun se
puede dar en los órganos de ésta, si penetran los principales en los subalternos.
He dicho soberanía política superior, y no lo es siempre. La soberanía social es
la que da todos los recursos que ahora se llaman medios de Gobierno; es la que
da todo el poder material, toda la fuerza que la soberanía política tiene el
derecho a exigir para gobernar; pero fuera de ese derecho es ella la que está
sometida a la soberanía social, porque la soberanía social es la que tiene el
derecho de ser ordenada y dirigida, con la consecuencia lógica de la resistencia
al Poder cuando se convierte pertinazmente en desordenador.
Y de esta manera, señores, se ve que, cuando la soberanía social se niega
en un pueblo porque la soberanía política la invade, empieza por las regiones,
sigue por las comarcas y los municipios y llega hasta las familias; y no
encontrando ya los derechos innatos del hombre un medio de asociación
permanente que esté fuera de la acción del Estado y que le sirva de escudo para
desarrollarse, los individuos mismos quedan sujetos a la tiranía del Estado; y
entonces, identificándose las dos soberanías, nacen los grandes socialismos
políticos, precursores de los económicos, por la absorción de todos esos
órganos en uno. La confusión de la soberanía social y política es la
característica de las sociedades paganas, y esta confusión sigue reinando en las
modernas con un neopaganismo que va extendiéndose cada vez más con el
acrecentamiento de atribuciones del Estado. Esta es la hora en que no hay una
sola entidad, una sola Corporación, una sola sociedad natural y de aquellas que
de las naturales se derivan, que no pueda levantarse contra el Estado y
demandarle por algún robo de algunas de sus facultades y de sus atributos.
Usurpándolo todo, avasallándolo todo, ha llegado a tener como derechos y
delegaciones suyas todas las demás personas jurídicas; ha llegado a más, a
considerarse como la única persona que existe por derecho propio, a sostener
que todas las demás existen en cierta manera por concesión o tolerancia suya. 16
He considerado a la soberanía social como naciendo y brotando del
manantial de la familia por una serie jerárquica ascendente y doble de
corporaciones, unas derivativas, como la escuela, la Universidad, y en cierto
modo las corporaciones económicas; otras complementarias, como la comarca
–y no digo la provincia, porque tiene un sabor imperial romano– y la región. Y
en esa serie ascendente de organismos sociales, que no brotan de arriba ni
nacen por merced ni concesión del Estado, sino que brotan y nacen de la
primera unidad social, esa jerarquía se despliega en una serie de autoridades
16
Ibid., vol. x, pp. 165-166, 167, 168, 171-172, 172-173, 174-176, 180-183.
iguales en cada grado de la jerarquía, en cada peldaño de ella, que termina en
una variedad de sociedades completas, como las regiones.
Ninguna puede resolver los conflictos que surjan entre ellas; no puede
tampoco ejercer la dirección de aquello que le es común; y como, además, esa
soberanía social no es sólo compuesta de esa doble jerarquía de Poderes, sino
también de las clases que las relacionan y cruzan y atraviesan paralelamente,
resulta la necesidad imperiosa de que exista un Poder de orden y de dirección
general, que sea verdaderamente moderador para resolver las contiendas, y,
además, para encauzar y dirigir todo lo que es común al fin colectivo de las
sociedades en que impera. Esa soberanía política tiene su origen inmediato en
una necesidad de orden y de dirección de la soberanía social.
La soberanía social es superior a la soberanía política, por algunos
conceptos: lo es la política en cuanto ordena y rige, pero es inferior en cuanto
necesita todos los medios materiales, económicos y de coacción, que tiene que
tomar de la soberanía social. Cuando la soberanía política invade la social nace
el absolutismo en la teoría, en todos sus grados; cuando la soberanía social
invade la política, la disgrega, la rompe, y entonces surge la anarquía; y si el
combate sigue en cada grado de la escala, la anarquía irá descendiendo hasta
producir la disolución de la sociedad; cuando chocan violentamente, estalla la
revolución.
Vosotros no admitís más que una sola soberanía, la famosa soberanía
inmanente, que está vinculada siempre en un cuerpo electoral más o menos
extenso; nosotros negamos esa soberanía, porque admitimos dos que difieren
substancialmente: la soberanía social y la soberanía política. La soberanía
social de todos sus órganos, fundados en la familia; los complementarios, como
el municipio, la comarca, la región; y los derivativos, como la escuela y la
Universidad, que deben tener la autarquía propia para dirigir su vida, forman
esa escala ascendente que termina en una gran variedad; y al llegar a esa
variedad, surge una necesidad común de orden y de dirección, pero sólo de
dirección del conjunto de los elementos inmediatamente componentes del todo
nacional, que son las regiones y las clases; y eso es lo que origina la soberanía
propiamente política del Estado, complemento de la soberanía social.
Vosotros afirmáis la unificación de la soberanía; para vosotros no existe
más que una, la política; para nosotros existe, además, la soberanía social,
constriñendo, limitando la invasión de la soberanía política. De aquí la
oposición radical, infranqueable, entre estos dos sistemas, el representativo-
social y el parlamentario-político... ¡Ah! es que hay dos sistemas opuestos y
contradictorios: el de la representación de los partidos y el de la representación
de las clases. Y no es lo mismo –como confundía mi querido amigo el señor
Cambó en su elocuente discurso; y no hay en esto censura, sino nada más que
una acotación a sus palabras– la representación por clases que la representación
corporativa. No se trata de la agremiación forzosa ni voluntaria, que es cosa
para nosotros secundaria, dentro de las clases, aunque yo me inclino más a la
voluntaria que a la forzosa.
No; se trata de la representación por clases, que no es lo mismo que la
representación corporativa. Puede haber voto corporativo y puede no haber voto
por clases; puede haber voto por clases y no haberle corporativo. Si no
estuvieran representadas más que ciertas corporaciones de orden económico, no
habría representación de las demás clases y habría voto corporativo. Pueden
estar representadas las clases sin tener interiormente corporaciones divididas en
secciones.
No hay, pues, que confundir los dos sistemas, aun cuando es natural y
lógico que la representación por clases lleve, como una derivación, el voto
corporativo dentro de ellas. Desde el momento en que existen estas categorías
sociales unificadas con un fin común colectivo, es natural que dentro de las
mismas clases se agremien sus miembros, y surge la Corporación y, por lo
tanto, el voto corporativo; pero repito que no son idénticos y que se pueden dar
las dos cosas separadas...
Pero yo distingo entre Asociaciones y Corporaciones. Para mí es
Asociación toda agrupación humana que tiende directamente al lucro
individual, al bienestar individual, y sólo indirectamente al bien social, como
todas las sociedades mercantiles y comerciales. Y son sociedades que merecen
el nombre de Corporaciones todas aquellas que tienden principalmente a un fin
social y sólo indirectamente a un fin individual, como son todas las
propiamente llamadas económico-sociales y las que se refieren al orden
religioso, al orden de la enseñanza, al orden de la caridad y al de la
beneficencia. Y hay, además, otra clase de Corporaciones que han precedido al
Estado, y a las cuales no tiene el Estado autoridad para darles el ser: las que de
la familia se derivan...
Los que afirmamos totalmente el orden cristiano nos encontraremos con
todos aquellos que establecen la negación revolucionaria en sus radicales y
extremas consecuencias... Así es que si yo quisiera dar una fórmula en cierta
manera moderna a mi sistema, como ni municipalismo ni regionalismo
expresan enteramente toda la gradación jerárquica de la soberanía y por las
clases y de la soberanía social, yo me atrevería a llamarle sociedalismo
jerárquico, idea que quiere restaurar la persona colectiva, las clases sociales,
mermando al Estado y arrancándole muchas de sus atribuciones, para que sea
ella, la sociedad entera, con todos sus miembros, la que pueda resolver la gran
cuestión social que el Estado solo no podrá resolver jamás”. 17
“La A.C.J.M., más bien que una asociación única, es esencialmente una
federación de asociaciones o grupos diseminados por toda República, ligados
entre sí en un sistema jerárquico de tal naturaleza que, al mismo tiempo que les
comunica la unidad de doctrina y de acción necesaria para conseguir un mismo
fin, les deja también toda la autonomía suficiente para su pleno y competente
desarrollo local... El fin que se propone la A.C.J.M. no es otro que la
coordinación de las fuerzas vivas de la juventud católica mexicana, para
restaurar el orden social cristiano en México”. 18
“El objetivo que deben ante todo proponerse el Estado y la flor y nata de
los ciudadanos, aquello a lo que deben aplicar desde luego su esfuerzo, es a
poner un término al conflicto que divide a las clases, y provocar y fomentar una
cordial colaboración de profesiones. La política social pondrá, pues, todo su
cuidado en reconstituir los cuerpos profesionales... Pero no se obtendrá una
curación perfecta, sino cuando, a esas clases opuestas se sustituyan órganos
bien constituidos del cuerpo social, esto es, órdenes y profesiones que agrupen
a los hombres, no según la posición que ocupen en el mercado del trabajo, sino
según las diversas funciones sociales que cada uno ejercita. De la misma
manera, en efecto, que aquellos a quienes aproximan relaciones de vecindad
17
Ibid., vol. VIII, pp. 309-311, 190-191, 155-156, 164, 200, 201.
18
BERNARDO BERGOËND, S. J., que no firmó su folleto, Asociación Católica de la Juventud
Mexicana. México, Imp. de “El Mensajero del Corazón de Jesús”, 1913, pp. 20, 8.
llegan a constituir ciudades, así la naturaleza inclina a los miembros de un
mismo oficio o de una misma profesión, cualquiera que sea, a crear grupos
corporativos, a tal punto que muchos consideran tales agrupaciones como
órganos, si no esenciales, al menos naturales en la sociedad”.
19
ENRIQUE RAMIÉRE, S. J., La Soberanía Social de Jesucristo o Las Doctrinas de Roma acerca
del Liberalismo en sus Relaciones con el Dogma Cristiano y las Necesidades de las Sociedades Modernas,
traducción del francés, con permiso del autor, por el Canónigo Penitenciario de Barcelona, Dr. José Morgades y
Gili. Barcelona, Librería de la Viuda e Hijos de J. Subirana, Imp. de Magriña y Subirana, 1875, p. 37.
Y siglos después San Gregorio Magno escribió en epístola al emperador
Mauricio:
20
Ibid., p. 36.
belleza de la autoridad. Más tarde, cuando brilló la luz clarísima del Evangelio
cristiano, la vanidad cedió el puesto a la verdad, y el nobilísimo y divino
principio de que desciende toda autoridad, empezó a brillar de nuevo.
A1 presidente romano que se arrogaba con ostentación el poder que tenía
de absolverle y de condenarle, respondió Nuestro Señor Jesucristo: No tendrías
poder alguno sobre mí, si no te fuera dado de arriba (Ioan., XIX, 11). Y San
Agustín, explicando este pasaje, dice: Aprendamos lo que dijo, que es lo mismo
que enseñó por medio del Apóstol, a saber, que no hay potestad sino de Dios
(Tract., CXVI in Ioan., 5). La voz fiel de los Apóstoles repitió como un eco la
doctrina y las enseñanzas de Jesucristo. Pablo dirigió a los romanos sometidos a
la autoridad de los príncipes paganos esta elevada e importante máxima: No hay
potestad sino de Dios; de la cual sacó luego la consecuencia diciendo: El
príncipe es ministro de Dios (Ad Rom., XIII, l, 4).
Los Padres de la Iglesia procuraron con toda diligencia profesar y
propagar esta misma doctrina en que habían sido formados. Dijo San Agustín:
No atribuyamos la potestad de dar el reino y el imperio, sino al verdadero Dios
(De Civ. Dei, lib. V, cap. 21). San Juan Crisóstomo dijo expresando la misma
sentencia: Que haya principados, y que unos manden y otros sean súbditos, no
sucede al azar y temerariamente... yo lo atribuyo a obra de la divina sabiduría
(In epist. ad Rom. homil. XXIII, n. 1). San Gregorio Magno expresó la misma
verdad en estos términos: Reconocemos que la potestad les viene del cielo a los
emperadores y reyes (Epist. lib. II, epist. 61). Además, los Santos Doctores
explicaron también estas mismas verdades a la luz natural de la razón, de modo
que son justas y verdaderas para los que tienen por guía a la sola razón.
Y en efecto, la naturaleza, o mejor dicho, Dios, Autor de la naturaleza,
quiere que los hombres vivan en sociedad: así lo demuestran claramente, ya la
facultad del lenguaje, la más poderosa mediadora de la sociedad, ya el número
de necesidades innatas en el alma, y muchas de las cosas necesarias e
importantísimas que los hombres, si viviesen solitarios, no podrían procurarse,
y que se procuran unidos y asociados entre sí. Ahora bien: no puede existir ni
ser concebida la sociedad, sin que haya quien modere las voluntades de los
asociados para reducir la pluralidad a cierta unidad, y para darle el impulso,
según el orden y el derecho, hacia el bien común. Dios ha querido, pues, que en
la sociedad civil hubiese hombres que gobernasen a la multitud.
Y he aquí otra razón de gran peso: los que administran la república
deben obligar a los ciudadanos a la obediencia, de manera que el no
obedecerlos sea pecado. Pero ningún hombre tiene en sí o por sí poder de ligar
con semejantes vínculos de obediencia la libre voluntad de los demás.
Unicamente a Dios, Creador y Legislador de todas las cosas, pertenece esta
potestad; y los que la ejercitan, es menester. que la ejerciten como comunicada
a ellos por Dios: Uno solo es el Legislador y el juez, que puede perder y liberar
(Jac., IV; 12).
Lo cual igualmente sucede en todo género de potestad. La que hay en los
Sacerdotes es tan notorio que procede de Dios, que en todos los pueblos son
considerados y llamados Ministros de Dios. Igualmente, la potestad de los
padres de familia lleva impresa en sí cierta efigie y forma de la autoridad de
Dios, de quien toda paternidad, en los cielos y en la tierra, toma su nombre
(Ad Ephes., III, 15). Y de este modo los diversos géneros de potestad tienen
entre sí admirables semejanzas, porque cualquiera que sea el imperio y la
autoridad, trae origen del mismo y único Autor y Señor, que es Dios.
Los que pretenden que la sociedad civil ha nacido del libre
consentimiento de los hombres, derivando de esa misma fuente el origen
también de la potestad, dicen que cada hombre cedió una parte de su derecho, y
voluntariamente se sometieron todos al poder de aquellos en quienes se
acumularon aquellas partes de sus derechos. Pero es gran error no ver lo que es
patente, es a saber: que no siendo los hombres una raza de solitarios, fuera de su
libre voluntad son llevados por la naturaleza a la comunidad social; además, el
pacto de que se habla es manifiestamente fantástico y ficticio, y no vale para
dar a la potestad política tanta fuerza, dignidad y estabilidad, cuanto exigen la
tutela de la cosa pública y el bien común de los ciudadanos. Todas estas
cualidades y preeminencias tendrá solamente el principado, cuando se haga
derivar de Dios augusto y santísimo su fuente”.
EL BIEN COMÚN
21
BERNARDO BERGOËND, S. J., cuyo nombre no aparece en la edición impresa con el nombre de
la Asociación Católica de la juventud Mexicana. Encíclica Immortale Dei, con Divisiones, Notas Marginales y
Breves Comentarios. Imprenta “Claret”, México, D. F., sin fecha, pp. 30-31.
“Entendemos hablar aquí del Estado, no como existe en este pueblo o en
el otro, sino tal cual lo demanda la recta razón conforme con la naturaleza, y
cual demuestran que debe ser los documentos de la Divina Sabiduría que Nos
particularmente expusimos en la Carta Encíclica en que tratamos de la
constitución cristiana de los Estados. Esto supuesto, los que gobiernan un
pueblo deben primero ayudar en general, y como en globo, con todo el
complejo de leyes e instituciones, es decir, haciendo que de la misma
conformación y administración de la cosa pública espontáneamente brote la
prosperidad, así de la comunidad como de los particulares. Porque este es el
oficio de la prudencia cívica, este es el deber de los que gobiernan. Ahora bien:
lo que más eficazmente contribuye a la prosperidad de un pueblo, es la
probidad de las costumbres, la rectitud y orden en la constitución de la familia,
la observancia de la Religión y de la justicia, la moderación en imponer y la
equidad en repartir las cargas públicas, el fomento de las artes y del comercio,
una floreciente agricultura, y si hay otras cosas semejantes, que cuanto con
mayor empeño se promueven, tanto será mejor y más feliz la vida de los
ciudadanos. Con el auxilio, pues, de todas éstas, así como pueden los que
gobiernan aprovechar a todas las clases, así pueden también aliviar muchísimo
la suerte de los proletarios; y esto en uso de su mejor derecho y sin que pueda
nadie tenerlos por entrometidos, porque debe el Estado, por razón de su oficio,
atender al bien común. Y cuanto mayor sea la suma de provechos que de esta
general providencia dimanare, tanto será menos necesario tentar nuevas vías
para el bienestar de los obreros.
Pero debe además tenerse en cuenta otra cosa que va más al fondo de la
cuestión, y es ésta: que en la sociedad civil una es e igual la condición de las
clases altas y la de las ínfimas. Porque son los proletarios, con el mismo
derecho que los ricos y por su naturaleza, ciudadanos, es decir, partes
verdaderas y vivas de que, mediante las familias, se compone el cuerpo social,
por no añadir que en toda ciudad es la suya la clase sin comparación más
numerosa. Pues como sea absurdísimo cuidar de una parte de los ciudadanos y
descuidar otra, síguese que debe la autoridad pública tener cuidado conveniente
del bienestar y provechos de la clase proletaria; de lo contrario, violará la
justicia, que manda dar a cada uno su derecho. A este propósito dice sabiamente
Santo Tomás: Como las partes y el todo son en cierta manera una misma cosa,
así lo que es del todo es en cierta manera de las partes (II, II. Quest, LXI, a 1
ad 2). De lo cual se sigue que entre los deberes no pocos ni ligeros de los
príncipes, a quienes toca mirar por el bien del pueblo, el principal es proteger
todas las clases de ciudadanos, por igual, es decir, guardando inviolablemente
la justicia llamada distributiva.
Mas aunque todos los ciudadanos, sin excepción ninguna, deban
contribuir algo a la suma de los bienes comunes, de los cuales espontáneamente
toca a cada uno una parte proporcionada, sin embargo, no pueden todos
contribuir lo mismo y por igual. Cualesquiera que sean los cambios que hagan
en las formas de gobierno, existirán siempre en la sociedad civil esas
diferencias, sin las cuales ni puede ser ni concebirse sociedad alguna. De
necesidad habrá de hallarse unos que gobiernen, otros que hagan leyes, otros
que administren justicia, y otros, en fin, que con su consejo y autoridad
manejen los negocios del Municipio o las cosas de la guerra. Y que estos
hombres, así como sus deberes son los más graves, así deben ser en todos los
pueblos los primeros, nadie hay que no lo vea; porque ellos inmediatamente, y
por excelente manera, trabajan para el bien de la comunidad. Por el contrario,
distinto del de éstos es el modo y distintos los servicios con que aprovechan a la
sociedad los que se ejercitan en algún arte u oficio, si bien estos últimos,
aunque menos directamente, sirven también muchísimo a la pública utilidad.
Verdaderamente, el bien social, puesto que debe ser tal que con él se
hagan mejores los hombres, se ha de poner principalmente en la virtud. Sin
embargo, a una bien constituida sociedad toca también suministrar los bienes
corporales y externos, cuyo uso es necesario para el ejercicio de la virtud (S.
Thom., De Reg. Princip, 1, c. 15). Ahora bien: para la producción de estos
bienes no hay nada más eficaz ni más necesario que el trabajo de los
proletarios, ya empleen éstos su habilidad y sus manos en los campos, ya los
empleen en los talleres. Aún más: es en esta parte su fuerza y su eficacia tanta,
que con grandísima verdad se puede decir que no de otra cosa sino del trabajo
de los obreros, salen las riquezas de los Estados. Exige, pues, la equidad, que la
autoridad pública tenga cuidado del proletario, haciendo que le toque algo de lo
que aporta él a la común utilidad, que con casa en que morar, vestido con que
cubrirse y protección con que defenderse de quien atente a su bien, pueda con
menos dificultad soportar la vida. De donde se sigue que se ha de tener cuidado
de fomentar todas aquellas cosas que se vea que en algo pueden aprovechar a la
clase obrera. El cual cuidado, tan lejos está de perjudicar a nadie, que antes
aprovechará a todos, porque importa muchísimo al Estado que no sean de todo
punto desgraciados, aquellos de quienes provienen esos bienes de que el Estado
tanto necesita.
Bien es, como hemos dicho, que no absorba el Estado, ni al ciudadano ni
a la familia; justo es que al ciudadano y a la familia se les deje la facultad de
obrar con libertad en todo aquello que, salvo el bien común y sin perjuicio de
nadie, se puede hacer. Deben, sin embargo, los que gobiernan, proteger la
comunidad y a los individuos que la forman. Deben proteger la comunidad,
porque a los que gobiernan les ha confiado la naturaleza la conservación de la
comunidad de tal manera, que esta protección o custodia del público bienestar
es, no sólo la ley suprema, sino el fin único, la razón total de la soberanía que
ejercen; y deben proteger a los individuos o partes de la sociedad, porque la
filosofía, igualmente que la fe cristiana, convienen en que la administración de
la cosa pública es por su naturaleza ordenada, no a la utilidad de los que la
ejercen, sino a la de aquellos sobre quienes se ejerce. Como el poder de mandar
proviene de Dios, y es una comunicación de la divina soberanía, debe
ejercitarse a imitación del mismo poder de Dios, el cual, con solicitud de padre,
no menos atiende a las cosas individuales que a las universales. Si, pues, se
hubiera hecho o amenazara hacerse algún daño al bien de la comunidad o al de
alguna de las clases sociales, y si tal daño no pudiera de otro modo remediarse
o evitarse, menester es que le salga al encuentro la autoridad pública.
Pues bien, importa al bienestar público y al de los particulares, que haya
paz y orden; que todo el ser de la sociedad doméstica se gobierne por los
mandamientos de Dios y los principios de la ley natural; que se guarde y
fomente la Religión; que florezcan en la vida privada y en la vida pública
costumbres puras; que se mantenga ilesa la justicia, ni se deje impune al que
viola el derecho de otro; que se formen robustos ciudadanos, capaces de ayudar,
y si el caso lo pidiere, defender la sociedad. Por esto, si acaeciere alguna vez
que amenacen trastornos, o por amotinarse los obreros o por declararse en
huelga; que se relajasen entre los proletarios los lazos naturales de la familia;
que se hiciese violencia a la Religión de los obreros, no dándoles comodidad
suficiente para los ejercicios de piedad; si en los talleres peligrase la integridad
de las costumbres, o por la mezcla de los dos sexos, o por otros perniciosos
incentivos de pecar; u oprimieren los amos a los obreros con cargas injustas o
condiciones incompatibles con la persona y dignidad humanas; si se hiciera
daño a la salud con un trabajo desmedido o no proporcionado al sexo ni a la
edad, en todos estos casos claro es que se debe aplicar, aunque dentro de ciertos
límites, la fuerza y la autoridad de las leyes. Los límites los determina el fin
mismo, porque se apela al auxilio de las leyes; es decir, que no deben éstas
abarcar más ni extenderse más de lo que demanda el remedio de estos males o
la necesidad de evitarlos.
Deben, además, religiosamente guardarse los derechos de todos en quien
quiera que los tenga; y debe la autoridad pública proveer que a cada uno se le
guarde lo suyo, evitando y castigando toda violación de la justicia. Aunque en
el proteger los derechos de los particulares débese tener cuenta principalmente
con los de la clase ínfima y pobre. Porque la raza de los ricos, como que se
puede amurallar con sus recursos propios, necesita menos del amparo de la
pública autoridad; el pobre pueblo, como carece de medios propios con que
defenderse, tiene que apoyarse grandemente en el patrocinio del Estado. Por
esto, a los jornaleros, que forman parte de la multitud indigente, debe con
singular cuidado y providencia cobijar el Estado.
Fue León XIII mismo quien, poco después de haber dado su Encíclica
Rerum Novarum el 15 de mayo de 1891, resumió su enseñanza con respecto al
bien común de la sociedad civil, al que también había hecho referencia en su
Encíclica Immortale Dei, dada el 1o. de noviembre de 1885, en esta
enumeración formulada en sus Letras Apostólicas Permeti Nos, dirigidas a la
Eminencia del Cardenal Dechamps, Arzobispo de Malinas, y demás Obispos de
la Jerarquía Católica en el Reino Belga, el 10 de julio de 1895:
LA IGLESIA Y EL ESTADO
22
Apud, nota 12, vol. V, pp. 313-314.
23
Ibid., vol. XXVIII, p. 312.
pone en tela de juicio la inmortalidad del alma, cuando el más elegante de los
poetas latinos comenta en verso a Epicuro. Faltó al pueblo rey, en los últimos
siglos de su soberanía, el nervio del alma, la fe.
Sin embargo, por singular contradicción, Roma se manifestó intolerante,
inexorable con una sola creencia. Cierto que no la profesaba ninguna gran
nación aliada: eran las doctrinas de un hebreo obscuro, colgado de un patíbulo
por sus mismos compatriotas con anuencia del pretor romano. Los discípulos
del novador nazareno, apartándose del teatro del cruento suplicio, se diseminan
por los países gentiles, anuncian las promesas y enseñanzas de su maestro, y
esparcen por todo el orbe la buena nueva, o el evangelio de ella; pero fuerza es
confesarlo: si hallan dondequiera oídos y ánimos dispuestos a acogerla, dan
también con tormentos y muerte; y en Roma, allí donde cabían todos los dioses,
el Dios de los cristianos carece de asilo, y ha menester ocultarse en las entrañas
de la tierra. Reos de Estado, acusados, a despecho de su fidelidad al César, de
revolucionarios peligrosos, sufren los moradores de las Catacumbas la más
terrible persecución; la ejercida por un pueblo que ahoga el secreto
remordimiento de su indiferentismo en sangre humana. En la moderna acepción
del vocablo, no eran revolucionarios los adeptos de Cristo; pero no erraba
Roma al tenerles por algo especial y distinto de lo existente: sus asambleas
subterráneas contenían el germen de otra sociedad: cuando los espectadores del
Coliseo miraban, tendidos sobre la arena los despedazados cuerpos de los
primeros mártires, quizá presintieron confusamente lo que en dulces estrofas
había cantado el príncipe de la poesía latina; que, próxima a bajar del cielo una
progenie nueva, había de marcar una nueva era, reintegrar el grande y primer
período de los siglos y abrir camino a un nuevo reinado de la Edad de oro. La
florescencia cabal de este reinado áureo, o de la soberanía de Cristo sobre el
orbe, fue sin disputa la Edad Media.
Para lograr su advenimiento, no bastaron los humildes que ofrecían en
holocausto la vida: necesitáronse los destructores que arruinasen el vetusto y ya
cuarteado edificio del mundo romano. Y merece notarse cómo el Imperio, que
se cebaba en los mansos hijos del Crucificado, acogió sin desconfianza a los
fieros hombres del Norte. En rigor, no invadieron los bárbaros a Roma: Roma
se les entregó, y ellos se posesionaron, ya del campo yermo que la escasa
población latina no alcanzaba a cultivar, ya de las mermadas legiones que
pedían soldados vigorosos, ya, por último, de los altos puestos que les cedía la
pereza de los degenerados patricios. Agricultura, ejército, generalato,
consulado, todo cayó en manos del bárbaro, auxiliar del Imperio. Pero todavía
no alcanza esta paulatina infusión de elementos bárbaros a transformar a Roma,
a concluir con el pasado, y es fuerza que concluya: escrita está su sentencia; a la
invasión pacífica suceden violentas irrupciones: los bárbaros se precipitan en
masa hacia la tierra deleitable en que madura el dulce racimo, en que la mies
alfombra las llanuras con dorado tapiz, en que palacios de mármol contienen
vasijas de plata.
No les impulsa únicamente la codicia, ni el ansia de trocar por más
benignas regiones la inclemencia de su cielo, el horror de sus erizadas selvas:
sienten que les impele al Mediodía fuerza providencial. Alguien me empuja –
dice Alarico al marchar sobre Roma–; Atila se llama a sí propio martillo del
universo, azote de Dios; la tribu más devastadora, los vándalos, se declaran
instrumento de la voluntad divina. Hasta la hechura de sus armas indica el
oficio que vienen a desempeñar: en vez de la aguda y corta espada romana, que
sólo sirve para el combate, los bárbaros empuñan su frámea contundente, su
hacha doble que así abate al enemigo como hiende trabes y derriba puertas.
Entran por Italia arrollándolo todo, haciendo riza y estrago: no respetan las
magnificencias del arte, el primor de los monumentos, las amenas quintas, los
ricos muebles: destruyen como niños, sin reparo ni previsión; cabe el roto lecho
de marfil y púrpura, duermen envueltos en ásperas pieles; quiebran el vaso
murino, y beben en el hueco de la mano.
En compensación de tantos despojos, los selváticos conquistadores traen
a Roma lo que más necesita. Próspero y victorioso se alzaba aún el imperio de
Nerva y de Trajano, cuando ya un eximio historiador latino, Cornelio Tácito,
reprendiendo indirectamente la desenfrenada licencia de las costumbres y la
enervación de las almas, describió a los bárbaros, a los germanos de azules ojos
y blonda cabellera, encomiando su castidad conyugal, su lealtad en los
contratos, su respeto a la mujer, sus toscas, pero varoniles costumbres. Raza
belicosa y sobria, ansiaban los germanos perecer batallando: tenían las madres
por afrentosa para sus hijos la muerte natural; a los cobardes se les imponía
castigo simbólico, ahogándoles en fango; consecuencia de tan recia disciplina
eran ciertas prácticas feroces: apenas se tenía por delito el homicidio; bañaba
sus altares de piedra sangre humana; el cráneo del enemigo hacía de copa en el
festín. No importa: a despecho de su braveza, la indómita horda estaba a punto
para recibir la amorosa ley de los perseguidos: el Cristianismo.
Creían ya los germanos en la inmortalidad del alma, mal afirmada por
César y Cicerón, negada por Lucrecio, concebida por Virgilio como ensueño
palingenésico; y no consideraban la vida futura descenso al vano reino de las
sombras, sino entrada real en el Valhalla glorioso, donde premian eternos goces
los merecimientos del héroe. De las páginas en que Tácito pinta a las mujeres
bárbaras, que reciben un solo esposo, así como tienen un solo cuerpo y vida,
parece que se ve surgir la austera y honesta figura de la virgen y de la esposa
cristiana. La energía, gravedad y pureza de los bárbaros los señala y diputa para
el apostolado, el sacerdocio y el martirio. Incapaces de comprender el
refinamiento de la podrida civilización que a su paso se desmorona y cae,
perciben la majestad y hermosura de la joven Iglesia. Genserico y Atila
retroceden, poseídos de respeto ante el Papa León; y cuando sus lugartenientes
se maravillan de la conducta del huno, Atila exclama que escudando al
Pontífice ha visto aparición terrible, de resplandecientes cabellos. Llegaba la
invasora tribu a las puertas de alguna indefensa ciudad, y veíase salir de ella a
un viejo con hábitos sacerdotales, un Obispo cargado de años, ofreciéndose por
sus ovejas a conjurar la furia de las hordas exterminadoras: no pocas veces lo
conseguía, y por su mediación se libraba la ciudad del degüello y del incendio.
Así se impuso el Cristianismo a la fantasía y corazón de los bárbaros; y si fue
memorable jornada aquella en que Constantino vio en los cielos el lábaro que
guía a la victoria, más solemne es la hora en que San Remigio derrama agua
bautismal por la cabeza del sicambro Clodoveo. Roma, decrépita y moribunda,
abrazó la causa de la cruz; los bárbaros la adoptaron jóvenes y pujantes”. 24
24
EMILIA PARDO BAZÁN, Condesa de Pardo Bazán, San Francisco de Asís (Siglo XIII). Primeros
párrafos de la magistralísima “Introducción”.
de forma variable y según la mayor o menor sujeción a que habían quedado
reducidos. Este y no otro era el estado que guardaba el mal llamado Imperio
Azteca, al iniciarse su conquista por los españoles. Lo formaba una ciudad de
cierta importancia, la Gran Tenochtitlán, con escaso territorio propio, pero con
un dominio extensísimo sobre ancha faja de tierra, que se extendía del Golfo de
México al Océano Pacífico, con una anchura que correspondía más o menos a
las costas conocidas hoy con el nombre de Veracruz y Tabasco, en la parte
oriental, y en su parte occidental a las de Guerrero y Oaxaca”. 25
25
BERNARDO BERGOËND, S. J., que no firmó su obra, que él mismo publicó. La Nacionalidad
Mexicana y la Virgen de Guadalupe. Primera Parte: Formación de la Nacionalidad Mexicana. México, D. F.,
1931, pp. 15-16.
26
CARLOS PEREYRA, Historia de América Española. Editorial “Saturnino Calleja”, Madrid, 1924,
t. III, p. 106.
barro, revestido o no de piedra, pero casi siempre desmoronado y vuelto al
suelo húmedo y fangoso de donde había salido... El culto a los dioses tomó
enormes proporciones; dos o tres coincidencias entre las hecatombes humanas
de los templos y el fin de alguna calamidad, acrecentaron por tal modo el
prestigio de las deidades antropófagas, que los sacrificios fueron matanzas de
pueblos enteros de cautivos, que tiñeron de sangre a la ciudad y a sus
pobladores; de todo ello se escapaba un vaho hediondo de sangre. Era preciso
que este delirio religioso terminara; bendita la cruz o la espada que marcasen el
fin de los ritos sangrientos”. 27
“Como la espada que llevaba al cinto y que tenía dos filos muy
cortantes, pero cuya empuñadura afectaba la forma de una cruz; así el primer
Cortés –1a hoja de acero– era todo un capitán, mientras el otro Cortés, la
empuñadura, era un misionero, de gran celo aunque no de gran prudencia. La
dura necesidad de batallar mantuvo en él siempre al soldado, pero cuando
concluía la batalla, su corazón, cuando menos, era el de un fanático de Dios y
de México. Hasta tenía que irle a la mano su capellán fray Bartolomé de
Olmedo, por el celo rabioso con que pretendía persuadir a Moctezuma a que
aceptara la fe cristiana. Nunca olvidó su carácter de cruzado”. 28
27
JUSTO SIERRA, Evolución Política del Pueblo Mexicano, Fondo de Cultura Económica, talleres de
Gráfica Panamericana, México, D. F., 1950, pp. 27, 28.
28
FRANCIS CLEMENT KELLEY, México, el País de lo: Altares Ensangrentados. Documentos y
notas de Eber Cole Byam. Traducción de Guillermo Prieto-Yeme. Editorial “Polis”, México, D. F., 1939, p. 45.
de México, por una mano que lo salva y lo conduce por los mejores caminos”.
29
Cortés no parecía, sino que era en realidad dirigido por esa mano que era
la de la Providencia, que lo fue conduciendo ciertamente para que consumara la
misión providencial que le había encomendado, porque como bien dijo en
bellísimo pensamiento Mons. José Juan de Herrera y Piña, cuando era Obispo
de Tulancingo y Arzobispo de Linares, hoy Monterrey:
“Los cristianos de aquel tiempo eran, por regla general, más o menos
como Cortés y los otros conquistadores. Ellos lograron asir un hecho esencial
acerca del cristianismo, que los hombres de hoy solemos no advertir; me refiero
a que ellos supieron bien que el cristianismo no es un estado de perfección, sino
un camino que conduce a ella. No esperaban poder huír de todo pecado, pero
esperaban cometer los menos posibles. Reconocían el hecho de que el alma será
siempre un campo de batalla mientras le estorbe el cuerpo. La bondad era para
29
ALFONSO TEJA ZABRE, Breve Historia de México. Texto para escuelas rurales y primarias. 3a.
edición corregida y aumentada. Ediciones Botas, 1946, pp. 85-86.
30
América Española, editada en la ciudad de México, número del 13 de agosto de 1921, dedicado a
rendir homenaje a Hernán Cortés, p. 540.
ellos un ideal, pero los ideales a menudo interrumpen la acción durante una
lucha”. 31
31
Apud, nota 27, p. 46.
de las tinieblas, y víctimas de la más espantosa esclavitud, la del demonio, que
es carnicería, muerte, desolación e iniquidad.
Pero Dios N. S., en el tiempo fijado por su misericordia iba a poner fin a
tantas atrocidades, con un golpe maestro de su diestra y que había de repercutir
en todos los tiempos, como testimonio de amor preferente para con todos los
reinos del Anáhuac. Es el caso que les iba a dar la vida con la muerte, la vida de
los pueblos civilizados, con la muerte, por cierto tiempo, de su independencia,
si independencia se puede llamar a ese estado de abyección y de esclavitud en
que estaban sumidas las razas antagónicas que poblaban en aquel entonces el
suelo mexicano: formando con todos ellos una verdadera nacionalidad, cuyo
intento confiaría de maravillosa manera a la Madre de su Hijo, Cristo Jesús, a la
Virgen Santísima; y valiéndose para ello de un puñado de valientes españoles,
medio soldadones y medio misioneros, que surcarían los mares en busca de
tesoros para sí, de tierras para su rey y de almas para su Dios...
La conquista de Anáhuac por Hernán Cortés es tan sorprendente y
maravillosa, que de no haber sido escrita por historiadores presenciales y
dignos de todo crédito, y confirmada asimismo por cronistas indígenas, que la
dejaron consignada en sus manuscritos de representación jeroglífica, tendría
todas las características y matices de una verdadera leyenda. Son tan
extraordinarios los acontecimientos que vamos a consignar rápidamente que, de
no ver en ellos una muy especial intervención divina, no tienen explicación
satisfactoria. Si; sólo la mano de un Dios misericordioso, que se complace en
hacer cosas grandes, valiéndose de instrumentos humanos, sean o no aptos para
ello, y se aprovecha de todas las circunstancias en que se mueve la libertad del
hombre para ir en derechura al fin que se ha propuesto conseguir, ha sido capaz
de obrar el portento que en la historia se conoce con el nombre de conquista del
Imperio azteca o mexicano...
La conquista del Imperio Mexicano por un puñado de españoles, ofrece
tal cúmulo de circunstancias extraordinarias, que es preciso buscar fuera de lo
humano explicación que satisfaga. Para dar cumplida razón de ella, no basta
decir que los españoles eran sobremanera valientes y que eran tenidos como
seres superiores invencibles, porque valientes se mostraron sus contrarios y más
de una vez tuvieron que retroceder al empuje de sus ataques; –ni que causaran a
los indios demasiada impresión los caballos y las armas de fuego de los
castellanos, porque no tardaron en familiarizarse con ellos; –ni que debieron los
españoles su triunfo final al denuedo de los tlaxcaltecas y otras tribus amigas,
porque si bien es cierto que la ayuda que prestaron a Cortés fue uno de los
factores decisivos de la Conquista, no lo es menos que las tropas indígenas,
entregadas a sí mismas, nunca o muy difícilmente hubieran podido vencer a las
huestes aztecas.
Aquí no cabe más razón que la dada por Bernal Díaz del Castillo, con
motivo de los hechos de guerra llevados a cabo desde el principio de la
campaña hasta la prisión de Moctezuma, pero que nosotros extendemos a todo
el período de la conquista cortesiana: Muchas veces ahora que estoy viejo, me
paro a considerar las cosas heróycas que en aquel tiempo pasamos, que me
parece las veo presentes; y digo que nuestros hechos, que no los hacíamos
nosotros, sino que venían todos encaminados por Dios, porque, ¿qué hombres
ha habido en el mundo, que osasen entrar cuatrocientos y cincuenta soldados,
y aun no llegábamos a ellos, en una tan fuerte ciudad como México, que es
mayor que Venecia, estando tan apartados de nuestra Castilla sobre más de
mil y quinientas leguas, y prender a un tan gran señor, y hacer justicia de sus
capitanes delante dél? Porque hay mucho que ponderar en ello. ¡Si, hay mucho
que ponderar en ello!
Los historiadores que no gustan de ver la mano de la Divina Providencia
en los acontecimientos humanos, al hablar de la Conquista de México por
Cortés y su puñado de hombres, la explican con decir que para vencer tuvieron
de su parte ‘la disciplina, una resolución desesperada y una ciega confianza en
su jefe’, y que contaban con ‘la influencia que ejerce la fortuna, la rara
casualidad, la estrella en el buen éxito de las operaciones militares’. Pero
nosotros decimos que el azar no explica nada, y que toda larga serie de sucesos
extraordinarios exige necesariamente una causa proporcionada. Los sucesos
subsiguientes nos dan la clave de las trazas de Dios con tal maravilla: se valió
de instrumentos tales como los tenía a mano; y por medio de soldados recios,
hijos de una nación católica, la católica España, que era entonces la nación
misionera por excelencia, prevenía la reunión en una sola familia, en un solo
pueblo, de todas las razas de Anáhuac, para librarlas definitivamente del culto
más sangriento y cruel que se conoce, y reducirlas al gremio de la Santa Madre
la Iglesia Católica”. 32
32
Apud, nota 24, pp. 23-24, 24-25, 31-32, 33, 51-53.
romano, para destruir por completo la antisocial y antinatural estructura pagana,
y poder edificar en su lugar el imperio de la Realeza Temporal de Cristo, una
vez robustecido el Cristianismo, pues Roma, decrépita y moribunda, abrazó la
causa de la Cruz, mientras que los bárbaros la adoptaron jóvenes y pujantes,
añadiendo a continuación:
Así fue en verdad, y como expresó el gran Prelado mexicano que fue
Mons. José de Jesús Manriquez y Zárate, al referirse precisamente a la Edad
Media, después de evocar las invasiones de los bárbaros que aniquilaron el
Imperio Romano:
“De esta manera, en menos de dos siglos, Roma y todos sus dommios
habían caído ya bajo la garra de los invasores sin esperanza alguna de
resurgimiento... Como se presentan las aves de rapiña en grandes parvadas y se
lanzan sobre un cuerpo en descomposición, así los bárbaros, conscientes de su
fuerza, lanzáronse sobre el Imperio para desgarrarle y repartirse sus despojos...
Pero entonces preséntase la Iglesia, la gran civilizadora de los pueblos, a
cumplir, en nombre de Jesucristo, su altísima misión. Inmensa era la tarea que
pesaba sobre sus espaldas, pero más poderosa aún la gracia para triunfar de
todos los obstáculos e implantar definitivamente en los territorios conquistados
la bandera de Cristo, la enseña de la verdadera civilización. Había que hacerlo
todo: desde los sillares del nuevo edificio hasta las cúpulas y altos muros. Es
decir, la Iglesia debía formar al individuo, constituir la familia cristiana y
33
Apud, nota 24. Extractos de los párrafos de la “Introducción” que se refieren a Carlomagno y a la
Edad Media.
plasmar y modelar las nuevas sociedades conforme al espíritu y doctrina del
Cristianismo”. 34
34
DR. DON JOSÉ DE JESÚS MANRÍQUEZ Y ZÁRATE, Obispo de Huejutla, Jesucristo a Través
de las Edades. Instrucción Pastoral dirigida a sus Diocesanos con motivo del XIX Centenario de la Redención
del género humano. Imprenta de Herder & Cía., Friburgo de Brisgovia (Alemania), 1934, p. 89.
humanidad, redujo el matrimonio a su primitiva nobleza, estableciendo que
para lo sucesivo el matrimonio sería de uno con una y para siempre. Esta
doctrina la heredó la Iglesia y comenzó a ponerla en práctica desde su misma
cuna. En la Edad que nos ocupa, grandes, inmensos esfuerzos fueron puestos
por ella para la implantación del matrimonio cristiano...
Desde entonces vemos a la mujer ennoblecida, al hogar establecido y
dignificado por la unidad y perpetuidad del matrimonio, y a las puertas de cada
hogar el ángel de la Religión defendiendo con su espada de fuego la
inviolabilidad del Gran Sacramento que dijera San Pablo. El varón ya no debía
ser el verdugo de la mujer, sino su compañero y amigo inseparable,
considerando a ésta como carne de su carne y hueso de sus huesos. Esta,
aunque sujeta al varón, como a su cabeza, ya no era su esclava ni únicamente el
objeto de sus caprichos libidinosos, sino su costilla, esto es, el complemento de
su felicidad, el consuelo de sus penas, la alegría de sus tristezas, la educadora
de sus hijos y el sol de su hogar. Los vástagos ya no quedaban a merced de las
pasiones, sino al abrigo de la Religión. Debían recibir de sus padres el sustento
y la formación intelectual y moral hasta llegar a ser hombres perfectos, y
aquéllos a su vez, debían pagar a sus progenitores con el cariño, el respeto y la
obediencia”. 35
35
Ibid., pp. 90, 91, 91-92, 95, 95.
36
Ibid., p. 97.
37
Ibid., p. 103.
Temporal de Cristo en las autoridades sociales y políticas, por obra de la Iglesia
Católica en el medievo.
Tuvo cuidado de precisar, para que se comprendiera la verdad histórica
claramente, cuáles fueron los rasgos esenciales de la estructura pagana, anterior
al advenimiento y predominio del Cristianismo, por lo que al caso se refiere:
38
Apud, nota 12, vol. XIV, pp. 232-233.
legitimidad, la de adquisición o de origen, y la de administración o ejercicio
para los Poderes públicos. La Iglesia informó todas las instituciones que brotan
de la familia y condensan la soberanía social. De las cofradías hizo nacer los
gremios; de las parroquias, los municipios; de los Concilios, las Cortes; del
atrio, la escuela; del claustro, la Universidad, y de la imitación de los grados de
su jerarquía, las clases sociales. Ella transformó la soberanía política del
Estado, creando la Monarquía cristiana y representativa como un poder entre
dos poderes que le limitan: arriba, por la potestad espiritual que le señala el
último fin, y abajo, por toda la serie de libertades locales y públicas, que pone
una muralla infranqueable a los desbordamientos de la soberanía. Y así, las tres
constituciones, la social, la interna y la política, llevan el sello y el espíritu de la
Iglesia, que, si no las creó enteramente, las transformó y las informó. 39
Hace tiempo que yo había formulado esta síntesis histórica, que había
recogido laboriosamente, estudiando las páginas y los anales de los pueblos
europeos: las naciones no son las soberanías políticas independientes que
forman los Estados oficiales, que se pueden constituir después de una batalla, o
que se pueden constituir por los náufragos sobre una isla desierta; sino las
unidades morales que enlazan simultánea y sucesivamente a muchas
generaciones hasta infundirles un alma colectiva, sellada con un carácter común
que se descubre en todas las manifestaciones de la vida. Y cuando quería saber
quién era el arquitecto de estos edificios europeos, llegaba a esta conclusión:
que la Nación la había formado la Iglesia con argamasa germánica, con sillares
rotos de Roma y con maderas indígenas, sobre el ara del altar y poniéndole por
plano su propia jerarquía.
A la caída del Imperio romano, en medio de la polvareda de las ruinas
producidas por los bárbaros, tres cosas quedaron en pie y en lucha: el elemento
que representaba Roma, que era el predominante; el de los pueblos indígenas,
tan vario, y el elemento bárbaro, que así puede llamarse para comprender a
todos los pueblos invasores, que no estaban comprendidos únicamente en el
germánico, que cayeron sobre los despojos del Imperio. Estos tres elementos
tenían caracteres contrapuestos, contradictorios; formaban una verdadera
antítesis; había necesidad de una unidad que los enlazara. 40 Era necesario un
género que hiciese posibles las especies nacionales, unos principios comunes
que enlazasen entendimientos y voluntades, estableciendo una solidaridad de
destinos y normas que sirviesen de centro a las unidades subalternas; fue
necesaria la suprema síntesis del Cristianismo... Eso demuestra que las naciones
necesitan, por encima de los factores naturales, una grande unidad moral, una
39
Ibid., vol. XIX, pp. 208-210.
40
Ibid., vol. XX, pp. 218-219, 219.
grande unidad religiosa, que podrá tener distintos grados de perfección, según
las consecuencias que se deduzcan del teísmo cristiano; y cuando esa unidad
religiosa brilla en el mundo, como al mediar la Edad Media en la época de las
Cruzadas de Occidente o de Oriente, es cuando surgen las naciones...” 41
42
Apud, nota 18, pp. 37-38.
43
RECEVEUR, Historia de la Iglesia. Desde su Fundación hasta el Pontificado de N. SS. P. Gregorio
XVI. Traducida del francés para la Biblioteca Religiosa de Madrid, publicada en la ciudad de México por M.
Galván, imprenta de “La Voz de la Religión", 1852, t. III, p. 603.
44
MONSEÑOR GAUME, La Revolución. Investigaciones históricas sobre el origen y propagación del
mal en Europa, desde el Renacimiento hasta nuestros días. Traducción del francés al castellano del abogado José
Esa doctrina fue sostenida por los Papas en la Edad Media, y más de
centuria y media después la volvió a exponer Bonifacio VIII al principio de su
lucha frente al regalista Felipe el Hermoso, absolutista y orgulloso rey de
Francia, que echó los cimientos del galicanismo que llegaría a su apogeo bajo el
reinado de Luis XIV, atrabiliario como Felipe el Hermoso, quien arremetió
contra el Papa, cuya obediencia pretendía lograr, sin reparar en los medios para
imponerle su voluntad. Al principio de aquella lucha provocada por el rey de
Francia, y sostenida por él con actos cada vez más violentos, el Papa hizo
cuanto pudo por convencerle de su error y obrara como monarca católico que
decía ser, y se contentó con publicar dos Bulas, el 18 de noviembre de 1302. En
la primera, sin mencionar a Felipe el Hermoso, pero dirigiéndose realmente a él,
“imitando el ejemplo de sus predecesores, excomulgó en general a todas las
personas de cualquier dignidad que fuesen, aun reyes y emperadores, que
impidiesen el libre acceso a la Santa Sede, o que prendiesen, despojasen y
retuviesen a los que se encaminan allá o vuelven”, 45 que era precisamente lo
que había hecho el rey de Francia. Y en la segunda, la famosa Bula Unam
sanctam, concretamente aludió a la doctrina de las dos espadas, que enseñó con
estas palabras:
María Puga y Martínez, t. III: El Volterianismo, Madrid, imprenta de Alejandro Gómez Fuentenabro, librería de
Miguel Olamendi, 1857, pp. 255-256.
45
Apud, nota 42, t. IV, p. 196.
del sacerdote, y aquélla en la de los reyes y de los soldados, si bien bajo la
dirección y la dependencia del sacerdote. Una de dichas espadas debe estar
sujeta a la otra; el poder temporal debe someterse al espiritual. En efecto, según
el Apóstol, toda potestad viene de Dios, y las que existen, de El dimanan. Esto
no sería así, si una espada no estuviera sujeta a la otra y sirviese a la ejecución
de la voluntad soberana; pues según San Dionisio, es una ley de la Divinidad
que lo que es inferior, esté sujeto por intermedios a lo que es superior a todo.
Así es que, en virtud de las leyes del universo, todas las cosas van encaminadas
al orden, no inmediatamente y del mismo modo, sino las ínfimas por las
intermedias, y las inferiores por las superiores a ellas.
El poder, pues, espiritual es superior en nobleza y dignidad a todos los
de la tierra, y esto debemos tenerlo por tan cierto como que las cosas
espirituales son superiores a las temporales, demostrándolo con no menor
claridad la oblación, la bendición y santificación de los diezmos, la institución
del poder y las condiciones necesarias del gobierno del mundo. En efecto,
según el testimonio de la Verdad misma, pertenece al poder espiritual la
institución del de la tierra, y juzgarle si no es bueno. De este modo se verifica el
oráculo de Jeremías relativo a la Iglesia y al poder eclesiástico: He aquí que te
he colocado sobre los reinos y las naciones, con lo demás que sigue. Si pues el
poder terrestre se extravía, el poder espiritual debe juzgarle; si el poder
espiritual de un orden inferior llega a extraviarse también, será juzgado por el
que es superior. Si el que se extravía es el poder supremo, no puede el hombre
juzgarle, sino Dios sólo, según la palabra del Apóstol: El hombre espiritual
juzga, y no es juzgado por persona alguna.
Este poder, pues, aunque ha sido dado al hombre y él lo ejerce, es divino
y no humano, lo recibió Pedro de Dios mismo, que le hizo, para él y sus
sucesores, inquebrantable como la piedra. El Señor le dijo: Todo lo que atares
en la tierra, etc.; y por lo tanto el que resiste a ese poder ordenado de este modo
por Dios, contradice sus preceptos, a menos que, como los maniqueos,
supongan dos principios, lo cual juzgamos que es un error y una herejía. Así
que Moisés asegura que en el principio, y no en los principios, creó Dios el
cielo y la tierra. Por lo tanto, toda criatura humana debe estar sometida al
Romano Pontífice, y Nos declaramos, afirmamos, definimos y pronunciamos
que esta sumisión es de necesidad para salvarse”. 46
Además, recordó Mons. Gaume que todavía en la Europa del siglo XIV,
46
Apud, nota 43, pp. 299-302.
“a pesar de la momentánea obstinación y Violencias culpables de Felipe
el Hermoso; a pesar de las protestas revolucionarias de los Estados Generales
de 1302, reproducidas en los de 1360 y de 1460; a pesar de las demostraciones
casi iguales de los barones ingleses en 1301; y a pesar de la gritería de los
togados, que se constituyeron en guardianes y defensores de las pretendidas
franquicias y libertades cesáreas, la Sede Apostólica continuó siendo el alma de
la Religión, y la Religión el alma de las sociedades”,
Y añadía :
47
Ibid., pp. 303-304.
48
Ibid., p. 304.
reunión de príncipes seglares; que los derechos de inmunidades y de anatas,
doble homenaje de respetuosa sumisión de la Europa y de su piedad filial para
con la Santa Sede, fueron generalmente respetados; que los crímenes contra
Dios fueron siempre los más enormes de todos a los ojos de la ley; que la
herejía fue siempre considerada como una calamidad, y perseguida como un
enemigo público; y, en una palabra, que en todos los códigos de Europa el rey
venía siempre después de Jesucristo, y el hombre después de Dios”. 49
Antes había expresado Mons. Gaume que “la historia europea de la Edad
Media está llena de monumentos y actos solemnes, que hacen brillar la ley
fundamental de la política cristiana, o sea el reinado de Jesucristo y la autoridad
social del Papa”; y a punto y aparte recordó que los Capitulares de Carlomagno
principiaban de este modo:
Y agregó:
“En los actos de los particulares, durante la Edad Media, se hallaba, con
el año del reinado de los príncipes, la siguiente fórmula de los primitivos
cristianos: Regnante Jesu-Christo; Reinando Jesucristo. Muchas veces a la
muerte de un monarca, se leía lo siguiente: Hecho en el año en que falleció el
rey N., y en el reinado de Jesucristo, mientras esperábamos de El un nuevo rey.
Según el protestante Blendel, nuestros antepasados consignaban esta fórmula en
sus actos, para recordamos sin cesar que todo cuanto nos concierne, es regido
por Jesucristo y depende y debe referirse a El, y que los mismos reyes,
directores de los negocios bajo sus órdenes, son siervos suyos en unión con sus
pueblos, reconociéndose todos ellos vasallos de aquel Rey soberano”. 50
49
Ibid., pp. 304-305.
50
Ibid., pp. 264-265.
certeramente Vázquez de Mella lo mismo que hay que reconocer en la ONU:
que era “Liga de Tiburones, más que de Naciones; y no es Liga de todas sino de
algunas contra otras”. 51 Ni la actual ONU, ni su antecesora SDN, han sido
capaces de hacer prevalecer la justicia y el derecho, porque como dijera Pío XI
en la Enciclica Ubi arcano Dei, los gobiernos que las han integrado, en general,
no han seguido “en sus actos colectivos, tanto en los internos como en las
relaciones internacionales, aquellos dictámenes de conciencia que las
enseñanzas, los preceptos y los ejemplos de Jesucristo proponen, y se imponen a
todo hombre”; por lo que su acción ha tenido “muy exiguo resultado,
especialmente, por confesión común, en las cuestiones más importantes que
dividen y encienden a los pueblos”; lo que ha sido natural ocurriera, porque “no
hay institución humana que pueda dar a las naciones un código internacional
correspondiente a las condiciones modernas, cual tuvo en la Edad Media aquella
verdadera sociedad de naciones que fue la Cristiandad”, en la que si era el
“Derecho con frecuencia violado en la práctica”, es un hecho “que permanecía,
sin embargo, como un llamamiento y como una norma, según la cual se podía
juzgar los actos de las naciones”.
En la Edad Media fue una realidad, concretada en la Cristiandad, el
Reinado Político de Cristo, cuya Soberanía Temporal se reconocía no solamente
por los monarcas, sino también por los pueblos mismos, y una prueba de tal
realidad histórica, es el hecho de que el Gran Consejo de la República de
Florencia, en sesión del 9 de febrero de 1527, por mil votos en pro contra veinte
desfavorables, a proposición del Gonfalonero de Justicia y presidente del
Senado, Nicolás Capponi, eligió a Cristo Rey perpetuo de Florencia, y ordenó se
hiciera constar el hecho en una lápida que se puso encima de la puerta del
Palacio Viejo, y que tenía esta inscripción conmemorativa memorable: “Jesus
Christus Rex Florentini Populi P. Decreto Electus”, lo que significa: “Jesucristo,
elegido Rey del Pueblo Florentino por decreto público”. Esa inscripción no
existe ya, porque fue alterada más tarde en su redacción por Cosme de Médicis,
que ordenó fuera sustituida por esta otra, que aún perdura en el mismo lugar, y
que, bajo los rayos llameantes que rodean el monograma Jhs, pregona con
palabras tomadas de San Juan en el Apocalipsis (XIX, 16): “Rex regum, et
Dominus dominantium”, o sea: Jesucristo, Rey de reyes, y Señor de los que
dominan.
51
Apud, nota 12, vol. XIX, p. 49.
REINADO TEMPORAL DE CRISTO EN LA NUEVA
ESPAÑA
Cierto es que los soldados de la Madre Patria y los frailes de las Ordenes
Religiosas, traían respectivamente, al llegar a nuestro suelo, en sus manos,
flamígeras espadas y la Cruz de Cristo, y que, desde ese momento iba a
terminar el predominio de Huitzilopochtli, y a dar comienzo el Reino de Cristo;
pero debe tenerse en cuenta que, para establecer éste y mantenerlo en todos los
órdenes, colaboraron las autoridades militares, sociales y políticas españolas,
con la potestad eclesiástica; y es obligatorio, en acatamiento a la verdad
histórica, considerar que, como con legítimo orgullo nacional, con sano
patriotismo, lo hizo notar con estas palabras completamente veraces, el religioso
español, R. P. Pablo Hernández, S. J.:
52
PABLO HERNÁNDEZ, S. J., “¿Qué ha dado España a la América Latina?” Revista Razón y Fe,
redactada por Padres de la Compañía de Jesús, Madrid, t. X, pp. 285-286.
53
RAMIRO DE MAEZTU, Defensa de la Hispanidad. Editorial “San Francisco”, Padre Las Casas,
Chile, 1936, pp. 28, 93, 97.
“He hecho presente al Rey el contenido de la citada carta y autos, y en su
inteligencia me manda S. M. decir a V. Exa. le es muy grato el celo que tiene
V. Exa. por el aumento y conservación de su real erario, pero que la piedad de
S. M. juzga y encarga a V. Exa. no se detenga en gastos tocante a misiones, a
las iglesias y doctrinas porque todo es necesario para satisfacer la conciencia y
obligación de S. M. de preferir esos gastos a cualesquiera otros, como se lo
tiene S. M. encargado a V. Exa. en carta particular firmada de su real mano, en
que dice a V. Exa. que más servicio hará a S. M. en adelantar la conservación
de las almas, en evitar escándalos y administrar justicia, que en enviarle todos
los tesoros de las Indias”. 54
“El patronato real era poderoso... Este gran poder, en lo general, fue por
mucho tiempo ejercido bien y con prudencia. Se hicieron nombramientos o
designaciones eclesiásticas con tino. Se fomentó el celo para ganar almas y se
favoreció la enseñanza. La autoridad real sintió su deber de propagar la Fe. Se
mantuvo firme contra las quejas presentadas en el sentido de que se estaba
educando a los indios y con ello se les hacía iguales a los españoles... El
gobierno de España aceptaba en la práctica la teoría de que lo más prudente era
estorbar la iniciativa privada... Y no perdió España por la libertad que concedió
así a la acción privada. Los conquistadores jamás olvidaron que eran hispanos y
súbditos de su rey. 55
54
TORIBIO ESQUIVEL OBREGÓN, Influencia de España y de los Estados Unidos sobre México,
Madrid, 1918, p. 260.
55
Apud, nota 27, pp. 54, 55.
unión de los conceptos de rey y de reino como lo establecía el Fuero Juzgo, Ca
los reys son dichos reys porque regnan, et el regno ye lamado regno por el rey.
Pero puede aún entonces encontrarse parcialmente la idea moderna del Estado
en la entidad a quien competía dentro del territorio el poder independiente. El
rey era así la personificación del Estado.
Las asociaciones. comunales, territoriales, o corporaciones territoriales
ordenadas o reconocidas por el Estado, cuyos derechos se consideran hoy
derivados y dependientes del Estado, pero que en el derecho tradicional español
se consideraban existentes por sí, también son de derecho público. La Iglesia no
se tomaba como dimanada del Estado, sino como institución creada
directamente por Dios, pero que en lo temporal se subordinaba al Estado y sus
leyes eran parte del derecho público. Finalmente, lo eran las asociaciones para
fines públicos, como las Universidades, los colegios, consulados, y
corporaciones no territoriales para diversos fines, que entonces formaban parte
del derecho público en cuanto tenían facultades de darse sus leyes, dentro de las
ordenaciones generales del reino, y de juzgar a sus miembros, en lo tocante al
cumplimiento de sus estatutos.
Se llama hoy autonomía a la facultad que tienen las entidades que no son
el Estado, de establecer normas jurídicas. Y en esa acepción, cada una de esas
asociaciones o corporaciones era autónoma en Nueva España... La política
española en los reinos de Indias había sido basada en el principio de división
del trabajo legislativo, administrativo y judicial, dejando que cada agrupación
social, política o de intereses, se diera su ley, reservándose el poder central su
aprobación y coordinación; las costumbres de cada pueblo eran consideradas
como fuente de derecho, y de ese modo la organización social estaba
caracterizada por una heterogeneidad en la unión y colaboración. Eran los
expertos los llamados a resolver las cuestiones que afectaban a cada grupo y en
cada lugar”. 56
“No había municipio que no tuviera sus ordenanzas, y por ley y de hecho
no había ninguno que no las hiciera él mismo. Cada municipio tenía su
ayuntamiento compuesto de vecinos del lugar, y cada año el día primero de
enero se elegían los alcaldes, estando prohibida la reelección. El municipio
hacía sus gastos con los productos de unos bienes que desde su fundación se les
asignaban, bienes rústicos y urbanos conocidos con el nombre de propios, que
rentaba o administraba por medio de sus empleados y con total independencia,
que después no ha tenido, de toda autoridad superior. De este modo los vecinos
eran libres de todo gravamen municipal, y sólo si los productos de esos bienes
no alcanzaban para alguna obra de utilidad general, se votaban arbitrios, con
56
TORIBIO ESQUIVEL OBREGÓN, Apuntes para la Historia del Derecho en México, t. III: Nueva
España. Derecho Privado y Derecho de Transición. Publicidad y Ediciones, México, D. F., 1943, pp. 31-32.
aprobación virreinal. El ayuntamiento tenía además el cuidado del pósito o
fondo de previsión para el crédito y fomento agrícola, y de la alhóndiga o
depósito y bolsa de cereales para regularizar su precio y acudir a las
necesidades públicas. Bajo su vigilancia se remataban cada año el mercado de
la carne y del pan a favor de quien ofrecía darlos mejor y más baratos, sin
perjuicio de la libertad de aquellos que podían vender esos productos. Esto daba
al municipio una vida mucho más activa que la que hoy tiene, para el bien
común, pues hoy sólo se ocupa en asuntos políticos en beneficio exclusivo de
los políticos. Y que todo esto no era meramente escrito en las leyes, puede
cualquiera cerciorarse viendo las actas de los ayuntamientos de cualquier
población, existentes en los archivos que no han incendiado nuestros
revolucionarios en nombre de la libertad, del progreso y de la civilización; pero
principalmente las del ayuntamiento de la ciudad de México que corren
impresas y comienzan en 1524...
Lo que parece ignorar el señor Roa es que las Ordenanzas de Minas,
modelo de sabiduría legislativa, no las hizo el rey ni el Consejo de Indias, sino
el cuerpo de mineros de Nueva España; que el Consulado de los Comerciantes
de México, pidió a Felipe II autorización para gobernarse en asuntos
mercantiles por las Ordenanzas del Consulado de Sevilla, y el rey negó el
permiso porque el gremio de comerciantes de Nueva España debía de hacer sus
propias leyes y por ellas juzgar los asuntos de comercio, y así se hizo; que la
Iglesia se daba sus leyes en sus concilios provinciales, sujetándose
naturalmente a las del Concilio de Trento; que el claustro de Profesores de la
Real y Pontificia Universidad de México aprobaba las constituciones por las
que se regía y juzgaba a los profesores y alumnos; que la Audiencia presidida
por el virrey, formaba un cuerpo legislativo de la colonia, que derogaba a veces
las leyes dadas por el Consejo de Indias, por medio de lo que se llamaba autos
acordados, de los que corren impresos dos grandes volúmenes; que cada
ayuntamiento formaba las ordenanzas del municipio, y cada gremio de
médicos, abogados, plateros, artesanos, etcétera, etcétera, se daba su propia ley.
Y todas esas leyes eran mandadas al Consejo de Indias para que,
coordinándolas unas con otras, las aprobara. De esa manera la colonia usaba de
la mayor autonomía; pero eso sí, las leyes eran dadas, no por diputados
procedentes de circunscripciones geográficas, sino por diputados especialmente
entrenados en la materia sobre que legislaban. De esa manera la legislación
correspondió a las cosas y a las necesidades de la nación, y así ésta vivió en paz
tres siglos”. 57
57
TORIBIO ESQUIVEL OBREGÓN, Carta a los señores Directores de la Dotación Carnegie para la
Paz Internacional –establecida en New York City–, publicada en el número del 1o. de mayo de 1940 de la
revista Abside de la ciudad de México.
Lo que significa que. la Madre Patria España y la Santa Madre la Iglesia
Católica, Apostólica y Romana, en íntima colaboración crearon en nuestro
suelo, en el Reino Mexicano de la Nueva España, la persona humana, la familia
cristiana, y fomentaron, respetando la iniciativa privada, las corporaciones
complementarias y derivativas de la misma familia, cuya soberanía social
dejaron libremente desarrollarse, y aun hicieron cuanto pudieron para que
imperara, todo ello impregnado del espíritu cristiano, de tal manera que fue un
hecho el Reinado Social de Cristo, cuya soberanía fue ciertamente efectiva en
las personas, en las familias, en las corporaciones, en la administración pública
y en la autoridad política, pues como bien lo dijo el entonces Cgo. Dr. Salvador
Martínez Silva –más tarde Obispo Titular de Jasso y Auxiliar primero de
Zamora y luego de Morelia–, en discurso leído en la velada organizada en Los
Angeles, Cal., por la Unión Nacionalista Mexicana, rama de la Liga Nacional
Defensora de la Libertad Religiosa de México en los Estados Unidos, en la
Fiesta de Cristo Rey, 28 de octubre de 1928:
58
Texto íntegro publicado en el número del 18 de noviembre de 1928 del semanario acejotaemero La
Voz de la Patria, editado en Los Angeles, Cal, y reproducido en toda su extensión en el número del 25 de
octubre de 1931 de La Palabra, bisemanario católico editado en la ciudad de México bajo la dirección del autor
de este ensayo.
59
SPECTATOR, seudónimo del Sr. Cgo. ENRIQUE DE JESÚS OCHOA Y DÍAZ, Los Cristeros del
Volcán de Colima, Escenas de la lucha por la libertad religiosa en México: 1926-1929. Segunda edición en
lengua castellana, Editorial Jus, S. A., México, 1961, t. I, p. 15.
explicación, redactada en aquel tono heroico, como él decía, que dominaba y
brotaba coruscante de su pluma:
“Era el estilo hispánico de una nueva nacionalidad, que nacía con sangre
de España y con sangre de convertido, para saludar a las otras naciones con la
mirada imperial de su cultura y de su predominio. La nueva nacionalidad, para
la que no tenía valor ni el color de la piel ni el acento de la voz ni la traza del
vestido, porque existía ya como un valor eterno, que era el valor inmortal de las
almas que se sintetizaba en el símbolo mejicano de Guadalupe. La nueva
nacionalidad valiente como su fundador, soñadora como los sueños de Cortés, y
como Cortés al servicio de las causas imposibles; porque era una nacionalidad
de Cruzada y de Conquista, y por eso nacionalidad de Trigarante, de
Conservador y de Cristero. Era la nacionalidad mejicana, nueva de nombre,
moza en la vida y con hogar en la tierra nueva de América, pero que era
fundamentalmente una prolongación personalísima y singularizada de la vida
intransigente de España, y por eso la nacionalidad católica y guerrera de
Méjico. Porque Méjico, que es la Nueva España, tiene la escala heroica de una
vida militar”. 60
60
ERNESTO GONZÁLEZ AGUILAR, “La Nueva Nacionalidad”, artículo publicado en el número de
diciembre de 1941 de la revista mensual Orientación Española, editada en Buenos Aires, Argentina, p. 14.
metrópoli”, 61 lo que es cierto a la luz de la Filosofía de la Historia, siéndolo
también este puñado de aseveraciones suyas:
61
ALBERTO DE MESTAS, Agustín de Iturbide, Emperador de Méjico. Talleres gráficos de “El
Noticiero”, Zaragoza, Editorial Juventud, S. A., Barcelona, España. El libro fue impreso, según se dice en él, en
1939, lo que se tapó con una tira de la editorial “Juventud”, que lo lanzó en 1949, p. 6.
de los mismos personajes que elevaban fugazmente a las alturas codiciadas del
poder. De hecho el gobierno había caído por completo en manos de la
Masonería, de la que era filial la misteriosa y entonces temible asociación
secreta de los ‘comuneros’, también llamados ‘los hijos o vengadores de
Padilla’. El misticismo revolucionario, la idolatría a los principios del 89,
preside toda la obra legislativa de las Cortes españolas...
Triste es confesarlo y sabe algo a paradoja, pero es una realidad
innegable, que más sentían la solidaridad imperial de los pueblos hispanos, más
puros principios políticos profesaban (lejos de la ideología nefasta del 89),
Agustín de Iturbide y sus secuaces, que los mismos gobernantes en cuya mano
estaban los destinos del Imperio de España. El plan de Iguala es obra que revela
en su autor grandes dotes de estadista, y claras y firmes convicciones políticas...
Si la revolución de independencia de los Estados americanos reviste
sucesivamente varias fases que hacen que no pueda considerársela en conjunto,
definiéndola “ex cathedra” como movimiento revolucionario a la moda de
1789, o como reacción antiliberal, es no obstante indudable que a la guerra de
independencia mejicana, tal y como se presenta en 1821, no puede menos de
estimársela como un claro ejemplo de contra-revolución católica, monárquica,
antidemocrática y antiliberal”. 62
62
Ibid., pp. 59-60, 60, 73, 76, 77.
defensa del orden social y religioso que formaba la tradición y los sentimientos
del pueblo que habitaba México, al darle la Independencia. Los insurgentes
hicieron una revolución, que como toda revolución destruye y aniquila: Iturbide
intentó hacer sobre la base de la independencia nacional una evolución, que
como toda evolución tendía al progreso y a la prosperidad”. 63
63
AQUILES P. MOCTEZUMA, seudónimo del R. P. Eduardo Iglesias, S. J., El Conflicto Religioso de
1926. Sus Orígenes, su Desarrollo, su Solución. Edición clandestina hecha en la ciudad de México en 1929, p.
111. La segunda edición es de la Editorial Jus.
Sólo serán removidos los que manifiesten no entrar en el plan, substituyendo en
su lugar los que más se distingan en virtud y mérito”.
64
Véase Nota del Editor en pág. 124.
65
BALUAT, Le Probleme Juif. Cita del maestro Toribio Esquivel Obregón en la obra citada en la nota
55, pp. 138-139.
66
ELIE FAURE, L’Ame Juive, p. 32. Apud, nota 55, p. 139.
30. Mesiánico. Para preparar al advenimiento del mesías que ha de dar a
los judíos el imperio del mundo, es necesario acabar con todo orden espiritual,
moral y social cristiano, para poder gozar de la felicidad material, y en el orden
político es necesario substituir el patriotismo por el internacionalismo; fundir
primero a Europa y Africa en un imperio; a Asia en otro, y a América en otro
facilitando así el advenimiento del imperio universal.
Las cuatro potencias, pues, del alma judía: el materialismo, el
exclusivismo, el mesianismo, y el odio al cristianismo trabajan de consuno en la
producción de esta idea maestra del judaísmo: la revolución”. 67
Páginas después citó el maestro Esquivel Obregón esta confesión del muy
famoso judío de nacionalidad francesa Bernard Lazare, hombre de gran
autoridad entre los hebreos, autor de la farsa para exculpar y rehabilitar al
célebre israelita francés Alfredo Dreyfus, en lo que tuvo papel espectacular otro
judío francés, famoso novelista pornográfico, Emilio Zola:
“De un lado [los judíos], están entre los fundadores del capitalismo
industrial y financiero, y colaboran activamente en esta centralización de los
capitales, que facilitará sin duda su socialización; del otro están entre los más
ardientes adversarios del capital;... A Rotschild corresponden Marx y Lasalle; al
combate por el dinero, el combate contra el dinero, y el cosmopolitismo del
agiotaje, se convierte en la internacional proletaria y revolucionaria”. 68
67
Apud, nota 55, pp. 138-139.
68
BERNARD LAZARE, L’Antisemitisme, pás. 4. Apud, nota 55, p. 145.
Weishaupt, individuo que, fuera de sus actividades masónicas y directivas de la
revolución francesa, no es conocido, y se pregunta con razón la citada autora si
es posible que haya surgido en él ese gigantesco plan de revolución mundial. La
duda es sobradamente fundada, y queda sin resolver satisfactoriamente por la
autora. Y no la resolvió porque su obra es marcadamente una tesis de acusación
de la masonería alemana, para arrojar sobre ella la responsabilidad de la
revolución francesa y de la anarquía actual, en tanto que la masonería inglesa
queda inmaculada, como una institución de filantropía. La duda queda aclarada
si se atiende a que la masonería, aunque regenteada entre cristianos, y aun
prohibiendo a veces la admisión de los judíos, saca todo su ritualismo de ideas
y ritos judíos, y sus tendencias todas coinciden con los planes judíos”. 69
69
Apud, nota 55, pp. 145-146.
70
Apud, nota 12, vol. XXIVI, pp. 119-120.
movimiento socialista desde Carlos Marx y Fernando Lasalle, como el
anarquismo comunista iniciado en la Internacional, es judío. Y judío es
también, en su forma más opresora, el movimiento capitalista israelita, que, por
medio de empréstitos usurarios, ha clavado sus garras en la hacienda de las
principales naciones. Quebrantando a los Estados cristianos, por un lado, y
saqueándolos, por otro, se va preparando aquel mundo nuevo, edificado sobre
las ruinas del actual, en que dominará el judaísmo, según su nueva concepción
mesiánica, creyendo que el pueblo proscrito es su salvador y el que establecerá
su imperio sobre todos los pueblos”. 71
“El judío es el doctor del incrédulo. Todas las revoluciones del espíritu
vienen de él, a la sombra o a cielo abierto. Está escondido en el inmenso taller
de blasfemias del gran emperador Federico y de los príncipes de Suabia y
Aragón. Es él quien forja todo ese arsenal homicida de razonamientos y de
ironías que legará a los escépticos del Renacimiento, y a los libertinos del Gran
71
Ibid., vol. III, pp. 222-223.
72
El Contemporáneo, de 1o. de julio de 1886, citado por Mons. Jouin en El peligro judeo-masónico, t.
I, p. 19. Cita de Maurice Fara. La Masonería en Descubierto. Ediciones la Hoja de Roble, Buenos Aires, 1960,
p. 48.
73
Memoria de la Asamblea general del G.˙. O.˙. de Francia, 1913, p. 337. Cita de Fara en la obra
citada en la nota 70, p. 63.
Siglo. Tal sarcasmo de Voltaire no es más que el último y sonoro eco de una
palabra pronunciada seis siglos antes en la sombra del Ghetto, y antes aún, en
tiempos de Celso y de Orígenes, en la cuna misma de la religión cristiana”. 74
LA REVOLUCIÓN ANTICRISTIANA
“Palabra es ésta muy elástica, y abúsase a cada paso de ella para alucinar
la inteligencia de los hombres. Revolución, en general, es cualquier cambio
radical en las costumbres, ciencias, artes o letras, y sobre todo, en la legislación
y en el gobierno de las sociedades. En religión y en política es el completo
triunfo de un principio subversivo de todo el antiguo orden social. La palabra
Revolución se toma por lo regular en mal sentido: esta regla, sin embargo, tiene
excepciones. Así se dice: El cristianismo causó una gran revolución en el
mundo, y esta revolución fue muy provechosa. Lo mismo se dice: Ha estallado
en tal o cual país una revolución, que lo ha pasado todo a sangre y fuego.
También esto es revolución, pero muy mala. Hay diferencia esencial entre una
revolución y lo que desde hace un siglo se llama la revolución. En todos
74
Apud, nota 55, p. 147.
75
Apud, nota 12, vol. XXIV, p. 121.
76
MONS. DE SEGUR, La Revolución. Versión española tomada de la 22a. edición francesa, corregida
y aumentada. Con aprobación eclesiástica. México, imprenta dirigida por J. Aguilar Vera, 1895, p. 6. En la
transcripción se corrige el uso de las palabras rebelión y rebeldía, que el traductor empleó como sinónimas.
tiempos ha habido en la sociedad humana revoluciones, mientras que la
Revolución es fenómeno del todo moderno.
Creen muchos (porque así lo dicen en los periódicos) que todos los
adelantos en industria, comercio, bienestar; que todas las invenciones modernas
en artes y ciencias de sesenta años acá, se deben a la Revolución; que sin ella
no tendríamos telégrafos, ni ferrocarriles, ni vapores, ni máquinas, ni ejércitos,
ni instrucción, ni gloria: en una palabra, que sin la Revolución todo estaría
perdido, y que el mundo caería nuevamente en las tinieblas. Nada más falso. Si
en tiempo de la Revolución se ha realizado algún progreso, no ha sido obra
suya. El gran sacudimiento que ha impreso al mundo entero, habrá precipitado
sin duda en algunos casos el desarrollo de la civilización material; pero en
cambio, en muchos otros lo ha hecho abortar. La Revolución, considerada en sí
misma, nunca ha sido el principio de progreso alguno.
Tampoco ha sido, como se nos quiere hacer creer, la libertad de los
oprimidos, la supresión de los abusos inveterados, el mejoramiento y progreso
de la humanidad, la difusión de luces y conocimientos, la realización de todas
las aspiraciones generosas de los pueblos, etc., etc.; y de esto los
convenceremos cuando a fondo la conozcamos. Ni es la Revolución el grande
hecho histórico y sangriento que trastornó a Francia y aun a Europa al concluir
el último siglo. Este hecho sólo fue un fruto, un producto de la Revolución, que
en sí es más bien una idea, un principio, que un hecho. Es muy importante no
confundir estas cosas. ¿Qué es, pues, la Revolución? 77
Cuando Jesucristo, Señor Nuestro, en su ardiente celo contra los
enemigos de su Reino, quiso prevenir a sus discípulos y en ellos a su Iglesia,
contra los muchos peligros que constantemente debieran evitar, llamó de
preferencia la atención sobre cierto linaje de hombres, a quienes consideraba
sin duda como los más temibles, por estar encubiertos y disfrazados, los falsos
profetas: Guardaos, decía, de los falsos profetas que vienen a vosotros vestidos
con pieles de ovejas, mas por dentro son lobos voraces; vosotros los conoceréis
por sus frutos (S. Math. cap. VII, v. 15). Desde entonces, hermanos e hijos
carísimos, quedó perfectamente caracterizada la lucha que en todos los siglos
había de sufrir la Iglesia de Dios, y en consecuencia todo cuerpo social animado
de su espíritu y fundado en los principios del Evangelio. Desde entonces
quedaron perfectamente deslindados los dos campos de esta contienda, que no
acabará jamás: el de la verdad eterna con sus principios inmutables, la moral
cristiana con sus reglas infalibles, y la sociedad civil con sus bases eternas y
con sus garantías divinas; y el de la razón indómita con sus falsas teorías, la
voluntad rebelde con sus pretendidos derechos, y la política impía, con sus
77
Ibid., pp. 7-9.
conatos contra Dios, con sus instituciones transitorias y sus desórdenes
permanentes. Desde entonces, por último, el error y el vicio, despechados
contra los triunfos de la Cruz, tomaron proporciones más colosales, redujeron
sus imposturas, sus artificios y sus odios a un sistema diestramente combinado,
dieron un grito de alarma contra todo lo establecido, levantaron su bandera y se
esforzaron por reunir en torno de ella todas las inteligencias, todas las
sociedades y todas las instituciones.
¿Y sabéis, hermanos e hijos carísimos, cómo se llama esta secta impía,
que desde el principio de la Iglesia y la institución definitiva de la sociedad
política pugna incesantemente, sin perdonar medio alguno, para derrocarla? Se
llama la Revolución. ¿Sabeis cuál es el traje que han tomado siempre sus
agentes para sorprender la credulidad, corromper el buen sentido y
desnaturalizar el carácter de los individuos y de los pueblos? El más vistoso y
atractivo, el más interesante y simpático, el que más a propósito se juzga para
cautivar la confianza y penetrar en el corazón de la multitud; esto es: toman la
piel de oveja, para encubrir corazones de tigre. Viéndolos, y sobre todo
escuchándolos, parecen en el orden especulativo los defensores de la verdad, y
en el orden práctico los precursores del bien: nada esquivan a trueque de llegar
a su intento: en los primeros siglos son apologistas, en los siglos medios son
teólogos, en el Renacimiento reformadores de las costumbres, restauradores de
la ciencia, vindicadores del sentido legítimo de la Santa Escritura, miembros de
una iglesia reformada. A veces los veréis tan celosos contra el vicio y dados a la
contemplación, que parecen emular a los Bernardos y a las Teresas: en el siglo
XVIII los veis aparecer en las academias, en los colegios, en los parlamentos y
en las cortes, con el noble intento de dilatar la esfera del pensamiento,
arrasando los diques que les pusieran antiguas preocupaciones, devolver al
hombre sus derechos y a la sociedad sus títulos, poner la legislación en armonía
con la voluntad de los pueblos como única fuente del poder público, y por
último, desembarazar los caminos que debe recorrer la sociedad, de todos estos
obstáculos que por siglos habían amontonado la religión, la Iglesia y su
ministerio, retardando sus pasos, para acelerar su arribo a la más alta
civilización y al mayor número de goces a que tiene derecho de aspirar.
Mas al través de estos diferentes vestidos descubriréis el mismo cuerpo
bajo las apariencias de estos diversos planes, o programas como se dice hoy,
encontraréis el mismo pensamiento; y sin embargo de esos diversos amaños,
descubriréis ya el hereje que elige, ya el cismático que instituye, ya el apóstata
que forma iglesias, ya el político que reforma y acelera el paso de la sociedad;
pero siempre una misma cosa en el fondo: siempre el antiguo conspirador
contra la verdad y la virtud, a ese viejo corifeo de la legión anticatólica, a esta
Revolución siempre antigua y siempre nueva, cuyas fases diversas, expresión
de las circunstancias en que se halla, del siglo en que vive y de los medios que
emplea, no alteran en lo más mínimo su identidad personal. He aquí, os lo
diremos, resumiéndolo todo en las palabras de Jesucristo, el mayor de todos los
peligros que corréis: los falsos profetas vestidos de corderos para encontrar
francas las puertas de vuestro corazón, pero trayendo en la sangre la venenosa
rabia de la fiera del desierto para devorar a todos. Estad, pues, alerta; nada
importan sus disfraces, nada su idioma, nada sus promesas; pues basta que
consideréis sus obras, para conocerlos y detestarlos: Ex fructibus eorum
cognoscetis eos.” 78
Para comprender la Revolución, es preciso remontarse hasta el padre de
toda rebelión, el primero que se atrevió a decir y tendrá la osadía de repetir
hasta la consumación de los siglos: Non serviam: No obedeceré. Sí, el padre de
la Revolución es Satanás. Es obra suya, comenzada en el cielo, y que viene
perpetuándose entre los hombres de siglo en siglo. El pecado original, por el
cual nuestro padre Adán se rebeló asimismo contra Dios, introdujo en el
mundo, no precisamente la Revolución, pero sí el espíritu de orgullo y de
rebelión, que es su principio: y desde entonces el mal fue aumentando de día en
día hasta la aparición del Cristianismo, que lo combatió y obligó a retroceder.
El Renacimiento pagano, más tarde Lutero y Calvino, y en fin Voltaire y
Rousseau, reanimaron el poder maldito de Satanás, su padre; y este poder,
favorecido por los excesos del cesarismo, recibió en los principios de la
Revolución Francesa una especie de consagración, una constitución que no
había tenido hasta entonces, y que hace decir con justicia que la Revolución
nació en Francia en 1789. 79
No, no es sólo la Iglesia católica, su jerarquía y sus instituciones lo que
la Revolución francesa intenta desterrar del orden civil, político y social. Su
principio y objeto es eliminar el cristianismo todo, la revelación divina y el
orden sobrenatural, para atenerse únicamente a lo que sus filósofos llaman los
datos de la naturaleza y de la razón. Leed la ‘declaración de los derechos del
hombre’, ya sea la de 1789 o ya la de 1793, y ved qué idea se tiene en ese
tiempo de los poderes públicos, de la familia, del matrimonio, de la enseñanza,
de la justicia y de las leyes: leyendo todos estos documentos y viendo todas
estas instituciones nuevas, diríase que no ha existido jamás el cristianismo en
esta nación, cristiana por espacio de catorce siglos, y que no hay motivo
siquiera para tomarlo en consideración. Atribuciones del clero como cuerpo
78
“Carta Pastoral, que el Ilmo. Sr. Dr. D. Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, dirige al
Venerable Clero y Fieles del Arzobispado de México, con motivo de su promoción a aquella Archidiócesis”.
Dada en la Puebla de los Angeles, el 8 de octubre de 1863. Fue incluida íntegramente como último documento
del “Apéndice” por José Sebastián Segura, en el volumen del Boletín de las Leyes del Imperio Mexicano, o sea
Código de la Restauración. México, Imprenta Literaria, 1863, pp. 548-574. La cita en las pp. 550-552.
79
Apud, nota 74, pp. 13-14.
político, restricción o supresión de privilegios, todo esto es de un interés
secundario. Lo que se trata de destruir y de borrar hasta el más ligero vestigio
es el reinado social de Jesucristo.
La Revolución es la sociedad descristianizada; es Cristo relegado al
fondo de la conciencia individual, separado de todo lo que es público, de todo
lo que es social; desterrado del Estado, que no busca ya en su autoridad la
consagración de la suya propia; desterrado de las leyes, de las cuales su ley no
es tampoco la regla soberana; desterrado de la familia, constituida sin su
bendición; desterrado de la escuela, donde su enseñanza no es ya el alma de la
educación; desterrado de la ciencia, donde no obtiene por homenaje más que
cierta neutralidad no menos injuriosa que la contradicción del alma, donde se
consiente en dejarle un vestigio de dominación. La Revolución es la nación
cristiana desbautizada, repudiando su fe histórica, tradicional y pretendiendo
reconstruirse fuera del Evangelio, sobre bases de la razón pura, que viene a ser
la fuente única del derecho y la sola regla del deber.
Una sociedad que no tenga otra guía que las luces naturales de la
inteligencia, aisladas de la revelación, ni otro fin que el bienestar del hombre en
este mundo, hecha abstracción de sus fines superiores y divinos: he aquí en su
idea esencial, fundamental, la doctrina de la Revolución. Ya no bastará, pues,
solamente la Revolución francesa de destruir el Estado cristiano, la familia
cristiana, el matrimonio cristiano, la justicia cristiana, la enseñanza cristiana.
No, se verá conducida por la lógica de su principio a querer establecer el Estado
sin Dios, la familia sin Dios, el matrimonio sin Dios, la escuela sin Dios, el
tribunal sin Dios, el ejército sin Dios, es decir, a separar la idea de Dios de
todas las leyes y de todas las instituciones. 80
La Revolución Francesa, decía en 1793 el feroz Babeuf, no es más que
la precursora de otra revolución mucho más grande, mucho más solemne, y
que será la última. Esta revolución suprema y universal que llena ya el mundo,
es la Revolución. Por primera vez, después de seis mil años, ha tenido la osadía
de tornar a la faz del cielo y de la tierra su verdadero y satánico nombre: la
Revolución; esto es, la gran rebelión. Tiene por lema, como el demonio, el
famoso Non serviam. Es satánica en su esencia, y aspirando a derribar todas las
autoridades, tiene por fin postrero la destrucción total del reinado de Jesucristo
en la tierra. La Revolución, no hay que olvidarlo, la Revolución, es ante todo un
misterio del orden religioso, es el Anticristianismo, como lo hizo constar en su
Encíclica de 8 de diciembre de 1849 el soberano Pontífice Pío IX: La
80
MONSEÑOR FREPPEL, Obispo de Angers, La Revolución Francesa con motivo del centenario de
1789. Traducción de don Francisco Pons Boignes. Madrid, 1889. Cita en Jesús García Gutiérrez, Pbro., de la
Academia de la Historia. Acción Anticatólica en México. Editorial Jus, Núm. 30 de Figuras y Episodios de la
Historia de México. México, D. F., 1959, pp. 15-16.
Revolución es inspirada por el mismo Satanás. Su objeto no es otro que
destruir completamente el Cristianismo y reconstituir sobre sus ruinas el orden
social del paganismo. Aviso solemne confirmado al pie de la letra por la
Revolución misma: Nuestro objeto final, dice la Instrucción secreta de la Venta
suprema, es el mismo de Voltaire y de la Revolución francesa: El
aniquilamiento completo del catolicismo y hasta de la idea Cristiana”. 81
81
Apud, nota 74, pp. 14-15.
82
Apud, nota 12, vol. XIX, p. 189.
83
Ibid., vol. XIV, p. 233.
desobediencia; es la rebelión de la sociedad como sociedad; el carácter de la
Revolución es esencialmente social y no individual.
Hay tres grados en la Revolución: 1o. La destrucción de la Iglesia como
autoridad y sociedad religiosa, protectora de las demás autoridades y
sociedades; en este grado, que nos interesa directamente, la Revolución es la
negación de la Iglesia, negación erigida en principio y formulada como
derecho; la separación de la Iglesia del Estado, con el fin de dejar a éste
descubierto, quitándole su apoyo fundamental. 2o. La destrucción de los tronos
y de la legítima autoridad política, consecuencia inevitable de la destrucción de
la autoridad católica. Esta destrucción es la última expresión del principio
revolucionario de la moderna democracia, y de lo que se llama hoy día la
soberanía del pueblo. 3o. La destrucción de la sociedad, esto es, de la
organización que recibió de Dios: o sea la destrucción de los derechos de la
familia y de la propiedad, en provecho de una abstracción que los doctores
revolucionarios llaman el Estado. Es el socialismo, la última palabra de la
Revolución, la última rebelión, destrucción del último derecho. En este grado,
la Revolución es, o más bien sería la destrucción total del orden divino en la
tierra, y el reinado completo del demonio en el mundo.
Claramente formulada primero por Rousseau, y después en 1789 y 1793
por la Revolución francesa, la Revolución se mostró desde su origen, enemiga
implacable del Cristianismo. Sus furiosas persecuciones contra la Iglesia
recuerdan las del paganismo. Ha dado muerte a Obispos, asesinado sacerdotes y
católicos, cerrado y destruido templos, dispersado las Ordenes religiosas, y
arrastrado por el fango las cruces y reliquias de los santos. Su rabia se ha
extendido por toda Europa; ha roto todas las tradiciones, y hasta ha llegado a
creer por un momento que había destruido el Cristianismo, al que ha llamado
con desprecio: antigua y fanática superstición. Sobre todas esas ruinas ha
levantado un nuevo régimen de leyes ateas, de sociedades sin religión, de
pueblos y de reyes absolutamente independientes. Desde hace un siglo va
dilatándose más y más; crece y se extiende en el mundo entero, destruyendo en
todas partes la influencia social de la Iglesia, pervirtiendo las inteligencias,
calumniando al clero y minando por su base todo el edificio de la fe. 84
Puede decirse que la Iglesia ha pasado por el mundo con su gigantesca y
poderosa unidad, que ata las conciencias y une las almas, sembrando
Sociedades y Corporaciones, y que el Estado anticristiano ha pasado por el
mundo negándolas y destruyéndolas; toda la obra de la Revolución consistió en
destruir esa cadena de Corporaciones intermedias entre el individuo y el Estado;
arriba el Estado con su inmenso poder, el Estado con todas sus atribuciones, el
84
Apud, nota 74, pp. 9-11.
Estado con todas las funciones que antes pertenecían a la sociedad; abajo, los
individuos dispersos; y viene siempre a los labios la frase de Renán: Arriba, la
pirámide; abajo, el polvo del desierto, la arena que arrastra el simún de la
Revolución, formando inmensos torbellinos que parecen el manto de la muerte.
85
85
Apud, nota 12, vol. VIII, pp. 166-167.
86
VICTORINO FELIZ, S. J., Manual del Joven Católico. Editorial Voluntad, S. A., Madrid, 1929, pp.
42, 42-43, 43-44.
puede definirse del modo siguiente: Negación legal del reinado de Jesucristo en
la tierra; destrucción social de la Iglesia”. 87
87
Apud, nota 74-, p. 11.
88
Apud, nota 60, pp. 117-118.
integrante del Imperio español. Por eso, proclamado el Imperio, con un
Emperador sincera y prácticamente católico como Iturbide, son las logias
centros activísimos de conspiración contra él, y según escribirá más tarde un
masón, Zavala, se llega en ellas hasta proponerse su asesinato”. 89
89
Ibid., p. 140. El Zavala cuyo testimonio se invoca, es el revolucionario traidor a la Patria, fautor de
motines, organizador de la canalla –según él mismo decía–, cómplice de Joel Roberts Poinsett y servidor del
imperialismo yanqui Lorenzo de Zavala.
90
Apud, nota 12, vol. XIV, p. 135.
91
Tommo ESQUIVEL OBREGÓN, Apuntes para la Historia del Derecho en México, t. IV: México.
Relaciones Internacionales, 1821-1860. Antigua Librería Robredo, de José Porrúa e Hijos, México, D. F., 1947,
p. 793.
sentimientos, como en emblema nacional, en las Tres Garantías: Religión,
Unión, Independencia. Eran la expresión más feliz de la Hispanoamericanidad.
Iturbide no buscó el apoyo de nuestros vecinos; su obra era exclusivamente
mexicana y exaltaba lo mexicano. Un grupo pequeño de hombres, oscuros casi
todos, pero bien organizados en sociedades secretas de origen anglosajón y
dirigiendo a un congreso que no reflejaba el sentimiento popular, primeramente
le hizo imposible gobernar, y acabó poniéndolo fuera de la ley y legalizando su
muerte. La tragedia conmovió el corazón de los mexicanos, pero fue peor aún la
confusión que produjo en su espíritu. 92
La caída y la muerte de Iturbide fue la primera y más fácil parte de la
lucha; siguió después el ataque a la unión de españoles y mexicanos y a la
Iglesia Católica. Era necesario aprovechar los odios que la guerra de
independencia había sembrado para desprestigiar a España y a todo lo que de
ella procede, y los pasos dados en esa dirección se bautizaban con los términos
seductores de la época: ‘extender las luces’, ‘realizar el progreso’, ‘asegurar la
felicidad’, ‘luchar por la libertad y por la democracia’, etc., etc., aunque con
ello se suprimieran escuelas, se cerraran universidades, se abandonaran
hospitales, se arruinara a los pueblos y se persiguieran las ideas predominantes
en ellos; pero se construía una máquina política para contrariar la voluntad
popular y organizar el absolutismo constitucional irresponsable. 93
Un nuevo orden de derecho comenzó entonces, en un sentido
diametralmente opuesto al anterior; las costumbres de los pueblos, las leyes que
se inspiraban en sus deseos, en los intereses de sus agrupaciones, van a ser
substituidas y sacrificadas en aras de una abstracción bajo el nombre de
progreso, que en el fondo no significa mejorar lo propio, sino destruirlo para
imitar lo ajeno; o de otra bajo el nombre de democracia, que en el fondo no
significa la voluntad del pueblo, sino el poder absoluto de un grupo de
irresponsables que, sin tener que dar cuenta a nadie de sus acciones, imponen al
pueblo normas que ni conoce ni entiende. Es el retorno del Estado antiguo,
soberano absoluto, sin limitación por los derechos humanos que el Cristianismo
había conquistado”. 94
92
Discurso del Lic. Toribio Esquivel Obregón en respuesta al leído al ingresar como socio de número
en la Academia Mexicana de la Historia correspondiente de la Real de Madrid, el P. José Bravo Ugarte, la noche
del 15 de diciembre de 1944, publicado íntegramente en el semanario La Nación, editado en la ciudad de
México, número del 24 del mismo mes y año.
93
Apud, nota 89, p. 794.
94
Apud, nota 55, p. 669.
los originales una cuartilla] leyes supremas de la nación todas las que atacaban a
la Iglesia y al clero; todas las que los señores obispos y el mismo Sumo
Pontífice Pío IX habían condenado con toda energía”, y que Díaz Mori al
triunfar aplicó durante su larga tiranía liberal laica y anticatólica, de modo que
“los constituyentes de 1857 forjaron las cadenas; Lerdo de Tejada las apretó y el
Gral. Díaz las remachó”, 95 manteniendo durante su largo despotismo el
laicismo en todos los órdenes, en repudio completo del Reinado Social y
Político de Jesucristo.
“En The New Age Magazine, XVIII (Marzo, 1913), 255, George
Fleming Moore, 33 degree, Editor, escribe: Fue un Miembro Activo del
Supremo Consejo A. & A. Rito Escocés de la Francmasonería de México, y fue
Masón. Y en el mismo The New Age Magazine, XIX (Septiembre, 1913), 272,
William R. Tourbillon escribe: Los principios del Gobierno de Madero estaban
basados en ideas Masónicas”. 96
95
LIC. FÉLIX NAVARRETE (seudónimo del Pbro. Jesús García Gutiérrez), La lucha entre el Poder
Civil y el Clero a la Luz de la Historia, o sea Comentario al Estudio Histórico y Jurídico del Señor Licenciado
Don Emilio Portes Gil, Procurador General de la República”. Revista Press, El Paso, Tex., Estados Unidos,
1935, pp. 177 y 181.
96
JOSEPH H. L. SCHLARMAN, México, Tierra de Volcanes. De Hernán Cortés a Miguel Alemán.
Traducción de Carlos de María y Campos. Editorial Jus, México, 1950, pp. 492-493.
julio de 1912 se publicó al artículo “Propaganda Masónica” de J. A. Escobar,
con rango de editorial para que la publicación fuera oficial, en el que
comenzaba diciéndose:
“Un hecho que nadie puede negar es la activa propaganda masónica que
está haciéndose en todo el país, comenzada desde que, de golpe y porrazo, se
dio en la orden el grado más alto al Presidente de la República, y activada de
poco tiempo acá con un tesón digno de mejor causa. A dondequiera que los
ojos se dirijan podrá verse el hecho que apuntamos, pues los propagandistas no
se excusan de lo que hacen ni ocultan los medios coercitivos de que se valen
para conseguir adeptos”.
“Mas no sólo quiero llamar la atención de mis lectores sobre ese hecho,
ya deplorable, porque la masonería tenebrosa, así niegue perseguir fines
religiosos o políticos, ha sido causa de todas nuestras desdichas nacionales, sino
que pretendo fijar su génesis para que se vea la importancia enorme del
movimiento masónico. Porque la propaganda a que me refiero, no es producto
del esfuerzo particular, sino que es oficial, la están haciendo o protegiendo los
mismos gobernantes o sus amigos más íntimos y sus consejeros más conocidos;
de manera que, lógico es suponerlo, dadas nuestras costumbres políticas, los
elementos del gobierno están dedicándose al desarrollo de la masonería, sin que
de ello se haga un misterio, sino al contrario, con alarde de que así es, sin duda
para que los serviles y los convenencieros entren sin vacilaciones a la funesta
hermandad”.
97
EDITH O’SHAUGHNESSY, Intimitate Pages of Mexican History. New York, 1920, pp. 130, 152,
163, 164. Apud nota 95, pp. 490, 494.
98
JOSÉ BRAVO UGARTE, “Historia de México”. Tomo Tercero: México. Independencia,
Caracterización Política e Integración Social. Editorial Jus. México, MCMXLIV, p. 433.
99
FRANCISCO BULNES, Juárez y las Revoluciones de Ayutla y de Reforma. Antigua Imprenta de
Murguía, México, 1905, p. 150. Hay una edición de 1967 de la Editorial H. T. Milenario, edición impresa en
Jus.
Fue precisamente lo que le ocurrió a Madero, cuya populachería
demagógica lo hizo ser completamente repudiado por la inmensa mayoría de los
mexicanos, que le mostraban su desprecio y anhelaban que cayera, lo que fue
causa de que, cuando se le derrocó, exultaran y evidenciaran el desbordante
júbilo que con estas palabras recuerda el P. Bravo Ugarte:
100
Apud, nota 97, pp. 453, 453-454.
101
JOSÉ BRAVO UGARTE, Compendio de Historia de México Hasta 1946. Cuarta Edición,
Revisada y Adicionada. Editorial Jus, México, 1952, p. 268.
102
El Liberal, ciudad de México, número del 6 de octubre de 1914.
nada menos que en pleno congreso constituyente o sea la reunión de
revolucionarios que hizo la llamada Constitución del 5 de febrero de 1917:
103
Diario de los Debates, t. II, p. 71. Cita de JORGE VERA ESTAÑOL en Al Margen de la
Constitución de 1917, Wayside Press, Los Angeles, Cal., 1920, p. 15.
104
El Liberal del 4 de marzo de 1915, según cita de JORGE VERA ESTAÑOL en su obra citada en la
nota 103, p. 30.
descreídos e ignorantes, bárbaros, audaces, sin sentido ninguno de los valores
humanos, y desconectados de todas las fuentes posibles del menor momento de
virtud...
Aquel detalle pintaba al general Iturbe de cuerpo entero. Lo pintaba,
salvo para unos cuantos imbéciles, con líneas y colores favorabilísimos. Porque
es un hecho que muy pocos habrían tenido entonces el valor de confesar en
público sus creencias religiosas, en el supuesto de tenerlas o conocerlas. El
ambiente y el momento otorgaban prima a los descreídos. Más todavía: el deber
oficial casi mandaba, o suponía, negar a Dios. Don Venustiano, que soñaba con
la mitad de su persona en parecerse a don Porfirio, soñaba también con la mitad
restante en parecerse a Juárez... En punto a política religiosa, la inclinación del
Primer Jefe a ganarse determinado pedestal en la Historia marcaba el paso:
quienes lo seguíamos, o parecíamos seguirlo, nos jactábamos de un
jacobinismo, de un reformismo de edición nueva y contenido más lato. 105
Dijo de ellos con entera verdad, René Capistrán Garza, cuando escribió
pregonando lo cierto y autorrefutando de antemano las falsedades que hoy
pregona:
105
MARTÍN LUIS GUZMÁN, El Aguila y la Serpiente. Segunda edición. Compañía Ibero-Americana
de Publicaciones, S. A. Tip. Yagües. Madrid, 1928, pp. 87, 102.
106
RENE CAPISTRÁN GARZA. Artículo “Porfirismo, Catolicismo, Revolucionarismo”, publicado
en el número del 5 de julio de 1925 de La Epoca, semanario católico editado en Guadalajara.
Y no lo era, porque la Revolución Mexicana es desde sus orígenes
completa y esencialmente anticatólica, y así se recordó en un documento tan
oficial como fue el “dictamen del C. Procurador General de la República
licenciado Emilio Portes Gil, relativo a la consignación enviada por el C.
Presidente sustituto Constitucional de la República, respecto a la labor
sediciosa del clero católico a pretexto de la reforma al artículo 3o. de la
Constitución Federal de México”, del 7 de noviembre de 1934, en que
reprodujo estas palabras de “un publicista mexicano”, que no es otro que el
masón ultrajacobino Lic. Alfonso Toro, cuyas obras son libros de texto en las
escuelas oficiales, haciendo la transcripción como expresión de la verdad:
“La lucha con el clero está de tal manera identificada con la esencia de
los principios de la Revolución Mexicana, que no puede encontrarse en los
últimos veinte años momento más importante de nuestra vida pública o
actuación trascendental del régimen que no se ligue en forma más o menos
directa con la lucha contra la Iglesia, su poder económico y eI dominio sobre
las conciencias logrado durante cuatro siglos de hegemonía casi absoluta”. 107
107
Cita en el Dictamen del C. Procurador General de la República Licenciado Emilio Portes Gil,
relativo a la consignación enviada por el C. Presidente sustituto Constitucional de la República, respecto a la
labor sediciosa del Clero Católico a pretexto de la Reforma al artículo 3o. de la Constitución Federal de
México, fechado en México, D. F., a 7 de noviembre de 1934, y publicado en el libro titulado La lucha entre el
Poder Civil y el Clero. Estudio Histórico y Jurídico del Señor Licenciado don Emilio Portes Gil, Procurador
General de la República, en edición oficial de la tiranía revolucionaria. México, 1934, p. 10.
108
Información publicada en el número del 25 de septiembre de 1928 del diario Excélsior, editado en
la ciudad de México.
reimplantar el paganismo en su abominable integridad, que es sencillamente el
imperio de Satanás en el mundo.
Señalando que la Revolución satánica, judaica y masónica mundial en
México, concretada en la Revolución Mexicana, continúa la lucha multisecular
contra Jesucristo, dijo el prominente masón y revolucionario Lic. Emilio Portes
Gil, cuando usurpaba la silla presidencial de México, brindando en el banquete
con que los masones revolucionarios festejaban el solsticio de verano, el 27 de
julio de 1929: “Muy Venerable Gran Maestre: Venerables Hermanos:... La
lucha no se inicia. La lucha es eterna; la lucha se inició hace veinte siglos. De
suerte, pues, que no hay que espantarse; lo que debemos hacer es estar en
nuestro puesto... En México, el Estado y la Masonería en los últimos años ha
sido una misma cosa: dos entidades que marchan aparejadas, porque los
hombres que en los últimos años han estado en el Poder, han sabido
solidarizarse con los principios revolucionarios de la Masonería”. 109 Lo que
demuestra una vez más, que la Revolución Mexicana iniciada por Madero en
1910 y continuada por Carranza en 1913, es la lucha de la Revolución satánica,
judaica y masónica mundial contra el Reinado de Cristo.
109
Versión taquigráfica del .˙. José López Lira, publicada en la revista masónica Crisol, editada en la
Ciudad de México, número de agosto de 1929, pp. 116-122.
V
110
“Recuerdo de Recuerdos. Autobiografía del Excmo. y Rvmo. Sr. Dr. Don Leopoldo Ruiz y Flores,
Arzobispo de Morelia y Asistente al Solio Pontificio. Elogios Fúnebres de Morelia y México”. “Buena Prensa”,
México, D. F., 1942. pp. 65-66.
proclamar solemnemente el reinado del Sagrado Corazón de Jesús en México, y
con este motivo se pidió a la Santa Sede facultad de coronar las Imágenes del
mismo Corazón Deífico, en señal de sumisión y humilde vasallaje a la innata
realeza de Cristo Redentor”.
Pero lo cierto es que tal fecha fue fijada antes de elevar la petición, cuyo
texto no se publicó y de la que fue portador aquel Prelado, así lo demuestra el
Breve Consilium aperuistis cum vobis, que es la carta de San Pío X a la que
Mons. Leopoldo Ruiz y Flores aludía, en el que aquel gran Papa
contrarrevolucionario explicó por qué ordenó que el cetro y la corona fueran
puestos a los pies de las estatuas del Sagrado Corazón de Jesús, lo que es muy
diferente a lo que lo atribuyó el inexacto Prelado.
Dice el Breve:
111
PBRO. ROBERTO ORNELAS, Bosquejo Histórico de la Devoción a Cristo Rey en México.
Cuautla, Mor., México, 1939. Lib. y Tip. Guadalupana, México, pp. 9-10.
con grande atención lo que Nuestro Predecesor León XIII, de feliz memoria,
escribió el año de 1899, en su Enciclica Annum Sacrum, relativo a la
consagración de los hombres al Corazón Sacratísimo de Jesús, habéis resuelto
consagrar, el próximo día seis de enero, al mismo Corazón Divino, Rey
Inmortal de los siglos, la República de México, y para dar mayor solemnidad a
esta consagración que pensáis hacer, y mostrar a vuestros pueblos toda la
importancia trascendental de ella, determináis decorar las imágenes del
Corazón de Jesucristo con las insignias de la realeza.– Todo esto, Nos lo
aprobamos de buen grado.– Mas como quiera que el Rey de gloria eterna haya
sido ornado con corona de espinas, la cual mucho más hermosa aún que el oro
y las piedras preciosas vence en esplendor a las coronas de estrellas: las
insignias de majestad regia, es a saber, la corona y el cetro, habrán de colocarse
a los pies de las sagradas imágenes.– Desde hace ya mucho tiempo que con
grande solicitud hemos considerado a vuestra Nación y a vuestros asuntos
perturbados por graves desórdenes, y bien sabemos que para conservar y
sostener la salud y la paz de los pueblos, es de todo punto necesario conducir a
los hombres a este puerto seguro de salvación, a este sagrario de la paz que
Dios, por su infinita benignidad se dignó abrir al humano linaje, en el Corazón
augusto de Cristo su Hijo.– De ese Corazón brote para vosotros, venerables
Hermanos, y para vuestra Nación entera, agitada rudamente por incesantes
discordias, la gracia que habéis menester para la salvación eterna, y la paz que
como fuente inagotable de todos los bienes, con tan indecible ansia anhelan a
una voz vuestros conciudadanos.– En presagio de ambos bienes y en testimonio
de Nuestra benevolencia, sea ésta Nuestra Bendición Apostólica, la cual, a
vosotros, Venerables Hermanos, lo mismo que al Clero y al pueblo
encomendados a cada uno de vosotros, de lo íntimo de Nuestro corazón
enviamos en el Señor.– Dado en Roma, junto a San Pedro, el día doce de
noviembre de mil novecientos trece, año undécimo de Nuestro Pontificado.—
PÍO PAPA X”. 112
112
Traducción reproducida en el número de enero de 1914 de El Mensajero del Corazón de Jesús,
revista editada por la Compañía de Jesús en la ciudad de México, que advirtió que tomaba la traducción del
famoso diario católico, también publicado en la ciudad de México, El País.
fijaron los Obispos mexicanos en sus preces a San Pío X y éste hizo referencia a
la misma en su Breve, al expresar a dichos Prelados: “habéis resuelto consagrar,
el próximo día seis de enero, al mismo Corazón Divino, Rey Inmortal de los
siglos, la República de México”. Y hay que tener en cuenta que no se trataba de
una consagración, sino de “La Renovación solemne de la Consagración de
México al Divino Corazón de Jesús”, según se titulaba en síntesis lapidaria el
artículo del jesuita mexicano J. R. Carrión, publicado en el número de enero de
1914, mismo en que se insertó el Breve de San Pío X citado, de El Mensajero
del Corazón de Jesús, editado entonces como ahora por la Compañía de Jesús
en la ciudad de México, escrito del que son estos veraces párrafos:
113
Apud, nota 110, pp. 9-10.
RENOVACIÓN DE LA CONSAGRACIÓN DE MÉXICO AL
SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
114
Carta de Bernardo Fernández y Grajales sobre el distintivo de la A.C.J.M., que él dibujó por
encargo y bajo la dirección del R. P. Bernardo Bergoënd, S. J., dirigida a Andrés Barquín y Ruiz el 16 de
noviembre de 1963. MS en el Archivo Histórico de Integrismo Nacional.
Iglesia Mexicana había colocado, en señal de vasallaje y amor. ¡Oh recuerdos
imborrables de actos tan sublimes, cómo nos tienen llenos de ardimiento, y
cómo nos harán sentir felicidad cada vez que los renovemos!
Durante todo el resto del día, estuvimos por turnos a los pies del Sagrado
Corazón, formados en guardia de honor, y a los lados de nuestra bandera. A las
seis de la tarde se celebró un acto piadoso que dirigieron los padres de la Orden
de los Sagrados Corazones, el cual terminó con una procesión muy lucida, en la
que nuestro pabellón fue paseado, precediendo al Santísimo Sacramento, por
todas las naves de nuestra Catedral. Volvió a quedar nuestra enseña a los pies
del Sagrado Corazón, hasta las 10, en que fue llevada al Centro. Finalmente, en
numeroso grupo nos dirigimos al Templo de San Francisco, hoy iglesia del
Sagrado Corazón de Jesús, donde presenciamos nuevamente la ceremonia de la
Consagración, que el Sr. Arzobispo repitió, y que rivalizó en esplendor,
solemnidad, devoción y entusiasmo, a la efectuada por la mañana”.
“No dejaremos de consignar una nota que a nosotros los jóvenes, nos
resultó en extremo simpática y alentadora; nos referimos a la procesión en que
fueron llevados la corona y el cetro: Portador de la primera iba el señor General
de División don Eduardo Paz, y del segundo, el señor General de División y
Contralmirante de la Marina Mexicana, don Angel Ortiz Monasterio, dos de las
más respetables figuras de nuestro ejército, vistiendo uniforme de gran gala.
Tras de ellos, unos niños vestidos de pajes llevaban los gorros montados de
esos militares, y se nos antojó ver simbolizados en los primeros a los pocos
católicos valientes que nos quedan, de épocas mejores, y en los segundos a los
muchachos que ahora queremos seguir los ejemplos de nobleza, devoción, valor
e hidalguía, que nos dejaron nuestros abuelos”.
“Del lado del Evangelio asistían también con sus uniformes de gala dos
ameritados generales de nuestro ejército, haciendo guardia de honor al Señor
Dios de los Ejércitos”.
Eran los divisionarios Eduardo Paz y Angel Ortiz Monasterio, que luego
en la procesión portaron respectivamente la corona y el cetro. Y finalizaba la
crónica con estas palabras:
115
Facsímil en el número del 8 de enero de 1914 del diario La Nación.
catorce. Comité organizador, Luis Beltrán, jr., Rafael Capetillo, Jorge Prieto
Laurens, secretario”.
Esa invitación fue publicada en el número del día siguiente del diario La
Nación, en la página permanente que durante seis días consecutivos insertó con
el título general “Homenaje Nacional a Jesucristo Rey”, que es a lo que se
refirió la citada crónica oficial de El Estudiante al expresar, refiriéndose
indudablemente a la acción de propaganda de la Comisión organizadora de la
manifestación cívica católica de varones, en la que se proclamaría el Reinado
Temporal de Cristo en México:
“No hay paz para el impío: Así lo dijo el Señor Dios, y se está
cumpliendo en nuestra pobre patria. Por medio de maussers, las
ametralladoras, los cañones de grueso calibre, los grandes cuerpos del
ejército, podrá restaurarse en la nación la paz material. Mas ya se vio que no
basta con esa paz impuesta por la fuerza; se necesita de la paz orgánica, de la
paz de los espíritus, fruto de la moral y de la justicia, que emanan de Dios,
Príncipe de la paz. La paz impuesta por la fuerza se turba fácilmente, y no se
recobra sino a costa de sangre y exterminio, para volverse a perder al primer
golpe de viento. Mucho tiempo llevamos ya de cruenta y desesperada lucha, y
la ambicionada paz parece cada vez más alejada de nosotros; la hoguera de los
odios fratricidas se enciende con más fuerza cada día y con su furia amenaza
devorarnos. Quisieron los impíos arrojar a Dios de nuestra Patria, y han
llovido sobre ella males sin cuento, cumpliéndose el oráculo divino: ‘No hay
paz para el impío’. Para que cesen esos males, necesitamos volver nuevamente
a Dios, restituirle al trono del que ingratos le arrojamos, reparar la apostasía
nacional con un acto nacional de reparación y homenaje. Por eso os
convocamos a una manifestación cívica que tendrá lugar el día 11 del presente,
en la que esperamos que tomarán parte los hombres de todas las clases sociales,
al grito unánime de: ¡Cristo Vive! ¡Cristo Reina! ¡Cristo Gobierna!”
Así se convidaba, una vez más, a los católicos mexicanos varones, a que
concurrieran, repudiando el laicismo liberal y revolucionario, en un magnífico
acto de valor civil, a la manifestación cívica de varones que organizaba el
Centro de Estudiantes Católicos Mexicanos, en la que se haría el anunciado
Homenaje Nacional a Jesucristo Rey, en el que no estaban de ninguna manera
excluidas las mujeres, a las que en el mismo número se hizo esta exhortación:
Pero lo más importante en esa edición era la noticia que se daba en forma
breve y destacada como lo merecía:
“Es verdad que me iba a sublevar contra el gobierno del señor Madero
días antes de que estallara el cuartelazo, pero no con otro fín, que el de salvar a
la Revolución, al señor Madero y a quienes desempeñaban puestos oficiales de
importancia, ya que el señor Madero, por su idealismo extraordinario, se había
entregado a los enemigos y había licenciado a los soldados revolucionarios,
quedando en poder de los que no le perdonarían jamás que los hubiese
vencido”. 117
116
Apud, nota 96, pp. 454, 461, 462.
117
Ib., p. 463.
fuerzas irregulares de Coahuila, que la Federación pagaba y Carranza quería, no
obstante, que siguiesen bajo sus inmediatas órdenes”, pugna que llevó al
subordinado de Carranza, que era Pablo González, a combatir el 11 de febrero
de 1913, en el mismo momento en que en la ciudad de México se desarrollaba
la Decena Trágica felicista contra Madero, en Julimes, Chih., por lo que “hubo,
pues, una rebelión; carrancista contra Madero, simultánea a la de la Ciudadela”.
118
118
Ib., pp. 462, 462-463.
119
Apud, nota 27, p. 213.
Plan: el Ejército que haría cumplir dicho Plan se llamaría Constitucionalista y
tendría por Primer Jefe a Carranza, el cual (o su substituto) se encargaría
interinamente del Ejecutivo al ocupar la ciudad de México. Sonora desconoció
también a Huerta (Decr. de la Legislat. 5 marzo 1913). El gobernador
Maytorena se inclinaba a reconocerlo, pues a Calles que le incitaba al
levantamiento le contestó: particípole que está castigado severamente por este
Gobierno todo el que intente trastornar el orden, y a Obregón le dijo: no son
hombres de armas los que necesito en este momento; lo que necesito es que me
ayuden a guardar el orden (Manifiesto del 22 febr.); pero prevaleció la presión
del prefecto político de la ciudad Benjamín G. Hill y la actividad revolucionaria
de los que se levantaron en armas (Bracamontes en Nacozari, Calles en Agua
Prieta, Diéguez en Cananea, Campos en Frontera); por lo cual Maytorena
prefirió pedir una licencia (26 febr.), irse temporalmente a los Estados Unidos y
dejar el poder en manos de D. Ignacio L. Pesqueira, quien promulgó el decreto
de desconocimiento”. 120
120
Apud, nota 97, pp. 463-464.
121
Apud, nota 101.
apuntaba sino como movimiento de guerrillas mal financiado”, 122 y que, como
se dijo un año después en editorial de la revista yanqui Columbian:
Desde luego hay que señalar que no es posible ser liberal de convicciones
y al mismo tiempo extraordinariamente religioso, y por ser esto último
proclamó en su carácter de presidente del Estado su creencia en Dios, lo que era
un acto de repudio enteramente oficial del laicismo liberal, que fue
precisamente la significación del acto de fe del general Victoriano Huerta, de
cuya alocución, después de insertarla, en la crónica publicada en La Nación al
día siguiente, se dijo:
122
Apud, nota 27, pp. 213-214.
123
“La Masonería”. Editorial de la revista yanqui Columbian, cuya traducción al español publicada en
El Amigo de la Verdad, semanario católico editado en la ciudad de México, fue reproducida en el número del 27
de junio de 1920 del semanario católico La Epoca, editado en la ciudad de Guadalajara.
“La muchedumbre en las afueras se aglomeraba batiendo palmas; los
foquillos en las columnas y el ático y las rojas colgaduras encuadraban la
exaltación patriótica del momento y en las alturas los astros parecían esculpir
con cifras de diamante el himno celestial ¡Gloria a Dios en las Alturas y Paz en
la tierra... a los hombres de buena voluntad! ... Así, por vez primera, después de
muchos años de ateísmo oficial, en el seno del Parlamento, un Presidente de la
República invocó el santo nombre de Dios”.
124
Ibidem.
125
REGIS PLANCHET, El robo de los Bienes de la Iglesia, ruina de los pueblos. Segunda edición,
editorial “Polis”, México, 1939, p. 187.
126
Apud, nota 97, p. 488.
127
Apud, nota 106, p. 90.
maternal, dolorida por crueles desencantos, para excitar a los mejicanos a la
concordia y para ratificar un compromiso sagrado, recordó que estábamos en
presencia de Dios y le rindió ofrenda de vasallaje, reconociendo que de El
debemos esperar la fortaleza para el triunfo... Por hoy, el señor general Huerta
ha ganado la primera batalla contra los respetos humanos y los prejuicios
tradicionales, y es por ello digno de loa; pero, éste es sólo el primer paso. Sin
embargo ¡sursum corda! Aún hay esperanza. Confiemos en que coronará la
obra emprendida con valor; esperemos que Dios reine, y entonces vendrán el
mármol y el bronce”.
Tan cierto es ese juicio histórico que, apenas tres meses después, esto es,
el 21 de abril de 1914, en un acto pirático personalmente ordenado por el judío
masón presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, sin declaración
previa de guerra, la marina de guerra yanqui atacó y se apoderó del pacífico
puerto de Veracruz, que después entregó a Venustiano Carranza, cometiendo un
crimen de guerra para impedir que Huerta recibiera el armamento alemán que
traía el vapor “Ipiranga” e iba a entregar ese día. Con cínico desparpajo declaró
dos años después, en entrevista publicada en el número del 16 de julio de 1914
del diario New York Herald, el miembro del gabinete de Wilson que era
Franklin K. Lane:
128
Apud, nota 97, p. 467.
escribir que había extremado su amistad con Wilson, “siendo el único
mexicano, que yo sepa, que haya ido a estrechar la mano de un alto jefe de los
Estados Unidos mientras las ametralladoras barrían las calles de Veracruz
asesinando a sus heroicos e impotentes defensores”. 129
Bien resumió el famoso historiador mexicano Lic. Carlos Pereyra:
129
Ib., p. 484.
130
CARLOS PEREYRA, México Falsificado. Editorial “Polis”, México, 1949, t. I, p. 250.
ABANDERAMIENTO EPISCOPAL DEL CENTRO DE
ESTUDIANTES CATÓLICOS MEXICANOS
“El árido vacío, que el espíritu sectario del siglo había socavado
alrededor del sacerdocio, se apresura él a colmarlo mediante la activa
colaboración de los laicos en el apostolado. A pesar de las circunstancias
adversas, antes bien, por ellas estimulado, Pío X cuida, si realmente no
comienza, con frecuentes directivas, la formación de un laicado fuerte en la fe,
unido con perfecta disciplina a los varios grados de la Jerarquía Eclesiástica. Y
cuanto hoy nos es dado admirar en Italia y en el mundo, en el vasto campo de
la acción católica, demuestra cuán providencial ha sido la obra del Beato, la
cual nos ilumina con una luz que, durante su vida, quizá muy pocos alcanzaron
a presagiar plenamente, por lo que, los cuadros de la acción católica, con toda
justicia, deben colocar al Beato Pio X entre las almas elegidas que ellos
recuerdan y veneran como señeras y promotoras de tan vitalizador
movimiento”.
“Eran las seis de la tarde del 10 de enero; el Ilmo. Sr. Arzobispo, doctor
don José Mora y del Río, entraba al salón principal del ‘Centro de Estudiantes
Católicos’ en medio de explosiones de regocijo, producido por su presencia.
Llegado al lugar en que había de presidir la fiesta, la orquesta preludió nuestro
himno patrio, que fue cantado por un numeroso coro formado por socios del
Centro, mientras otro grupo de compañeros nuestros introducía al salón, en
medio de una ovación majestuosa, nuestra nueva bandera, que fue puesta en
manos de nuestro venerable Pastor. Terminó el Himno, cesaron los aplausos y
callaron las voces; entonces la del señor Arzobispo se levantó para hacer
entrega del pendón a nuestro presidente, y sus palabras fueron escuchadas por
todos, con grande atención y respeto; en nosotros hicieron eco profundisimo:
Os felicito, nos dijo, porque habéis escogido por vuestra bandera la verdadera
nacional; vosotros la habéis completado fijando en ella la imagen de la Virgen
Santísima de Guadalupe, que es algo indispensable, algo de lo que no debemos
prescindir cuando se trate de simbolizar la Patria Mexicana. Este acto en que
os hago entrega, como jefe de la Iglesia Mexicana, de esta bandera, es un acto
solemnísimo para vosotros, ya que confío a vuestro cuidado, algo muy sagrado
que habréis de guardar y conservar siempre con honor. Al haceros esta
entrega, como lo hace un general con sus soldados, debo pediros que al
recibiría, me juréis estar dispuestos a dejaros arrebatar la vida antes que este
lienzo bendito que pongo en vuestras manos.
Trémulas estaban las manos venerables del que hacía la entrega,
trémulas, muy trémulas las de nuestro presidente que recibía y más trémulos
aún nuestros corazones, sobre los que sentíamos pesada aquella enseña gloriosa
que nos legó el inmortal Iturbide, con todo el peso de lo grandioso, de lo
sublime, de lo santo que simboliza.
Quiera Dios que, sintiendo siempre sobre nuestros pechos peso tan
enorme y tan enormemente dulce y amable, no haya lugar para que nuestros
corazones palpiten sino por la santa religión, por la Unión y la caridad entre
nuestros hermanos, por que tanto suspiramos ahora, y por la Independencia,
integridad, honor y gloria de nuestra Patria.
Entusiasmado nuestro presidente y recogiendo las últimas palabras del
señor Arzobispo, nos invitó a hacer el juramento que su Ilustrísima pedía, y éste
brotó de nuestros pechos, vibrante, sonoro, enérgico. Los aplausos se
produjeron atronadores y prolongados.
La orquesta ejecutó un selecto trozo, mientras nuestro amado Pastor se
revestía de los ornamentos sagrados para bendecir una imagen del Corazón de
Jesús que se ha colocado en nuestro salón de actos.
Bendecido el cuadro, el Ilmo. Señor se arrodilló, y todos los que allí
estábamos, y procedió a consagrar al Sacratísimo Corazón de Jesús, Rey de
México, el Centro de Estudiantes Católicos Mexicanos y todo lo que éste
encierra empezando por todos sus miembros, así como de su órgano El
Estudiante; a la voz del Señor Arzobispo siguió la de nuestro querido Asistente
Eclesiástico, el R. P. don Bernardo Bergoënd, que llevando la de todos
nosotros, hizo al Sagrado Corazón la entrega de todo lo nuestro y la promesa de
eterno, amoroso y fiel vasallaje. Fue solemne, solemnísima la ceremonia, y
cuando levantamos del suelo, en que estuvimos postrados, se produjeron nuevas
explosiones de entusiasmo. Nuestro Ilmo. Prelado se retiraba y para
demostrarle nuestra gratitud y nuestro cariño salimos a despedirlo a las puertas
del Centro”.
131
CÉSAR MILES, “¡Víctimas y verdugos! Estudio Sobre la Persecución Antirreligiosa en México”.
Traducido de la tercera edición inglesa, secundando los nobles deseos del Autor. Belfast, 1927, p. 20. Lo cierto
es que este libro de 126 páginas, sólo tuvo una edición, hecha en la ciudad de Roma, y fue escrita en español y
financiada por su autor, el mexicano Mons. Amado Villanueva, secretario particular de Mons. Emeterio
Valverde y Téllez, Obispo de León, México, quienes residían en Barcelona desde que se desintegró la Comisión
de Obispos Mexicanos Residente en Roma Ante la Santa Sede, de la que Mons. Valverde y Téllez fue
secretario. Sobre esta obra suya me decía Mons. Villanueva, en carta fechada en Barcelona, a 4 de junio de
1929, al remitírmela para que la utilizara en la campaña de la Asociación Católica de la Juventud Belga contra la
La manifestación cívica de más de doce mil católicos varones que
hicieron la proclamación del imperio del Reinado Temporal –Social, Cívico,
Político– de Cristo en México, con la bendición y aprobación de San Pío X y
muchos Prelados mexicanos, y con la colaboración del presidente del Estado
Mexicano, fue sin duda ninguna principio de abandono de la funesta pasividad
episcopal frente a la Revolución, rechazo de la suprema autoridad política de la
imposición del laicismo liberal, y revivir esplendoroso y galvanizante del
agonizante espíritu público de los católicos a impulso reciamente vigorizante,
con ímpetu juvenil, del Centro de Estudiantes Católicos Mexicanos, Asociación
de carácter netamente católico-social, Centro principal de la Liga Nacional de
Estudiantes Católicos, del que habría de surgir, andando el tiempo, la
Agrupación de Acción Social Católica que fue la primitiva Asociación Católica
de la Juventud Mexicana.
persecución al Catolicismo en México y en defensa de los católicos mexicanos, cuya oficina de documentación
tenía a mi cargo en el Secretariado de la misma A. C. J. B., en Lovaina, donde residía: “Le mando por correo
separado un ejemplar de un librito publicado hace ya casi dos años... Opine con libertad sobre él y guárdele
siempre el secreto a César Miles que se vio obligado a llamarse así para rehuír la Censura eclesiástica que
acaso le hubiera zarandeado bien y bonito con lápiz rojo... Consérvelo como un recuerdo de un acejotaemero
de corazón, que, aunque no conoció antes demasiado a la benemérita institución, la ama de verdad porque
conoce su mérito fundado desde luego en sus destinos providenciales”. El subrayado, y en rojo en el original, es
de Mons. Villanueva, quien años después me autorizó, porque ya no había motivo para conservarlo en secreto, a
revelar que era el autor del libro, cuando citara párrafos de su contenido, como lo hago ahora, rindiendo al
mismo tiempo homenaje a su memoria.
132
CARLOS SÁNCHEZ-NAVARRO Y PEÓN, “Miramón. El Caudillo Conservador”. Editorial Jus,
México, 1945, p. 72.
“Pues bien, señores, agrego a esta crónica la consignación de un
incidente del que no hace mención el cronista, pero cuya importancia
reconoceréis desde luego: En aquellas memorables jornadas, lo tengo muy
grabado, los anhelos y las resoluciones de nuestra juventud, se concretaron y
expresaron en un grito que se le escapó del alma en los momentos sublimes en
que Mons. Mora y del Río concluía la consagración de nuestra Patria al
Corazón de Jesús, depositando a los pies de la Sagrada Imagen la corona y el
cetro; grito que es todo un programa expuesto en fórmula rotunda, brevísima,
pero completa; grito que se ha quedado vibrando desde entonces en el ambiente
patrio, que lo llevan de un rumbo a otro las auras vivificantes de nuestros
bosques, los ecos de nuestras serranías, las brisas de nuestros campos:
preguntádselo a nuestros valles, a nuestros bosques, a nuestras montañas y
sabréis cuántas veces ha resonado entre ellos con acento de heroísmo, con
estridencias de dolor, con cadencias de indestructibles esperanzas; y hasta
nuestras ciudades os darán razón de él, sus calles y sus plazas llenas de luz,
también las lobregueces de las prisiones y los sótanos; vibra siempre ese grito
como un canto en las frecuentes expansiones de nuestros jóvenes, se ha hecho
ya la voz clásica con que responden de presentes nuestros hombres en sus
reuniones y se ha vuelto arrullo de cuna en los labios de las madres mexicanas,
que lo cantan meciendo a sus hijitos en los brazos; es plegaria suprema cuando
conmueve las naves de nuestros templos en los días más solemnes de nuestras
tribulaciones o nuestros regocijos, y vuestros propios corazones, señores, se han
desbordado más de una vez en ese grito, que también lo habéis hecho vuestro
porque es ya el grito de todos los católicos mexicanos: ¡Viva Cristo Rey!”. 133
133
Apud, nota 123, p. 13.
brotando espontáneamente en arrolladora avalancha el grito ¡Viva Cristo Rey!
...” 134
134
MIGUEL PALOMAR Y VIZCARRA, Caballero de la Orden Pontificia de San Gregorio Magno,
Hacia la Cumbre de la Cristiandad, primer volumen de la colección “El Caso Ejemplar Mexicano”. Editorial
“Rex-Mex”, Guadalajara, Jal., 1945, p. 203. La edición la hizo el Lic. Palomar y Vizcarra y se hizo en una
imprenta particular en la ciudad de México, lo que personalmente me consta. Rex-Mex significa Cristo Rey y
México.
comprendéis el significado de estas palabras: ‘Viva Cristo Rey’, que han
galvanizado al ejército de Lieja, habréis captado esencialmente el alcance de
una aclamación que ha entrado en la Historia Religiosa, en la gran Historia de
nuestro País. Pero la Historia, no ya de nuestro País, sino del Mundo y de la
Iglesia Universal, nos enseña que el pueblo que lanzó primero esta magnífica
aclamación, es el pueblo mexicano”. 135
135
Mgr. LOUIS PICARD, Prelat Domestique de Sa Santité, Aumonier Général de l’A.C.J.B. “Journée
Royale. Le Congrés de la Jeunesse Catholique á Liége, le 28 aout 1927”. En Pages de Gloire, 7e. série, 1928-
1929, Conseil Central de l’Enseignement Primarie Catholique, Liégue, Desclés De Brouwer & Cie. Imprimeurs-
Editeurs, Bruges. Ps. 43-44.
mexicano, en estilo de acción católica, se traduce muy exactamente: ¡Viva
Cristo Rey!” 136
136
Mgr. PICARD, Le Christ-Roi. Editions Rex, Louvain, 1929, pp. 11-112 y 128. El libro fue escrito
con las versiones de los sermones predicados por el propio autor en la Catedral de Tournai, Bélgica, en la
Cuaresma de 1929. El capítulo Les Martyrs du Christ-Roi, lo publiqué íntegro, en versión mía al castellano, con
el título Los Mártires de Cristo Rey, en el número del 27 de septiembre de 1933 del bisemanario católico La
Palabra, que en la Capital mexicana editaba José Murillo Erro y yo dirigía.
137
Apud, nota 110, p. 14.
el ‘levántate y anda’ dicho por el verbo en martirio de los Cristeros! ... Lo sé.
Lo vi. Lo oí. México, quijotescamente cristiano, fracasado, burlado en su
esfuerzo grandioso, repercutía sin embargo en España, animaba su empresa,
nutría su heroísmo... salvaba a España, cuando no había podido salvar a
México”. 138
138
PABLO ANTONIO CUADRA, México, Baluarte Cultural y Reserva Moral en Hispanoamérica.
Ensayo publicado en el número del 30 de octubre de 1941 del semanario El Sinarquista, editado en la ciudad de
México por la Unión Nacional Sinarquista.
Jesús, y a la Inmaculada Virgen María, Reina de cielos y tierra, por nuestros
Venerables Hermanos los Prelados españoles, por su Clero y por sus fieles”. 139
“el ejemplo inmediato, el acicate directo, el empuje más hondo que sintió
España para levantarse contra la Asquerosidad, fue México. De boca en boca, de
corazón en corazón corría, en las primeras horas, la razón divina de los ‘cristeros’.
España no ponía sus ojos en Europa para mover su pasión, sino en México. De ustedes
recibía el verdadero fuego, el auténtico, para el sacrificio”. 140
139
Centro de Información Católica Internacional, El Mundo Católico y la Carta Colectiva del
Episcopado Español. Ediciones R A Y F E, Burgos, Imprenta Editorial Gambón, España, 1938, pp. 132-133.
140
Apud, nota 145, p. 214.
141
Apud, nota 149.
142
Apud, nota 110, pp. 28-29.
El 6 y el 11 de enero de 1914 surgió ese grito del pueblo católico
mexicano mismo. Siete años después, ya fundada la Asociación Católica de la
Juventud Mexicana en 1916, uno de sus miembros, Rómulo González Reyes, lo
lanzó en la manifestación cívica católica del 12 de mayo de 1921 en la Vieja
Valladolid –revolucionariamente denominada Morelia–, en la que fueron
asesinados los protomártires mexicanos de Cristo Rey, que murieron con esa
aclamación en los labios. Poco después, el 1o. de mayo de 1922, los miembros
del Centro de Estudiantes Católicos Mexicanos –desde 1916 grupo fundador de
la A. C. J. M., y por lo tanto acejotaemeros–, vitoreando a Cristo Rey
defendieron a balazos su local asaltado por la horda de la C. R. O. M.
revolucionaria y socialista. Unos cuantos meses más tarde, el 11 de enero de
1923, al ser colocada y bendecida por el Delegado Apostólico en México la
primera piedra del Monumento Nacional a Cristo Rey, iniciativa que surgió de
la Adoración Nocturna Mexicana, otra vez del pueblo mismo salió aquella
aclamación.
Exactamente dos años y once meses después, el 11 de diciembre de 1925,
dio Pío XI su espléndida Encíclica Quas primas sobre la Realeza de Cristo, que
vino a ser el coronamiento pontificio posterior, de lo realizado en México con
aprobación y bendición expresas de San Pío X, el 6 y el 11 de enero de 1914,
respectivamente con la ceremonia de renovación de la consagración de México
al Sagrado Corazón de Jesús y el Homenaje Nacional a Jesucristo Rey en que se
hizo, en manifestaciones públicas cívico- católicas, la proclamación del Imperio
del Reinado Temporal de Cristo en México, en repudio abierto al laicismo
liberal y revolucionario en lo familiar, lo social, lo cívico y lo político, ya que
en esa Encíclica instituyó el Papa la Fiesta de Cristo en, la liturgia católica, y
explicó y ordenó al respecto:
“Ahora, si mandamos que Cristo Rey sea honrado por todos los católicos
del mundo, con ello proveeremos a las necesidades de los tiempos presentes,
aportando un remedio eficacísimo a la peste que infesta la humana sociedad. La
peste de nuestra edad es el llamado laicismo, con sus errores y sus impíos
incentivos; y vosotros sabéis, Venerables Hermanos, que tal impiedad no
maduró en un solo día, sino que desde hace mucho tiempo se incubaba en las
vísceras de la sociedad. Se comenzó por negar el imperio de Cristo sobre todas
las gentes; se negó a la Iglesia el derecho, que se deriva del derecho de Cristo,
de enseñar a las gentes, esto es, de dar leyes, de gobernar los pueblos para
conducirlos a la eterna felicidad. Poco a poco la religión cristiana fue igualada
con las otras religiones falsas e indecorosamente rebajada al nivel de éstas; por
tanto, se la sometió a la potestad civil y fue arrojada al arbitrio de los príncipes
y de los magistrados; se fue más adelante todavía: hubo algunos que intentaron
sustituir la Religión de Cristo con cierto sentimiento religioso natural; no
faltaron Estados que entendieron pasarse sin Dios, y pusieron su religión en la
irreligión y en el desprecio de Dios mismo...
Tal estado de cosas se atribuye tal vez a la apatía o timidez de los
buenos, que se abstienen de la lucha, o resisten flacamente; de lo cual los
enemigos de la Iglesia sacan mayor temeridad y audacia. Pero cuando los fieles
todos comprendan que deben militar con valor y siempre bajo las insignias de
Cristo Rey, se dedicarán con ardor apostólico a reconducir a Dios a los rebeldes
e ignorantes, y se esforzarán en mantener incólumes los derechos de Dios
mismo. Y para condenar estas públicas defecciones que el laicismo produjo,
con grave perjuicio de la sociedad, ¿no parece que debe ayudar grandemente la
celebración de la solemnidad anual de Cristo Rey entre todas las gentes? En
verdad, cuanto más se pasa en vergonzoso silencio el nombre suavísimo de
Nuestro Redentor, así en las reuniones internacionales como en los
Parlamentos, tanto más es necesario aclamarlo públicamente, anunciando por
todas partes los derechos de su real dignidad y potestad...
Por tanto, con Nuestra Apostólica Autoridad instituimos la Fiesta de
Nuestro Señor Jesucristo Rey, decretando que se celebre en todas las partes de
la tierra el último domingo de octubre, esto es, el domingo precedente a la
Fiesta de Todos los Santos. Igualmente ordenamos que, en ese mismo día, se
renueve todos los años la consagración de todo el género humano al
Sacratísimo Corazón de Jesús, que Nuestro Predecesor, de santa memoria, Pío
X, había mandado que se repitiera anualmente... No es necesario, Venerables
Hermanos, que os expongamos detenidamente los motivos por los cuales
hemos instituido la Fiesta de Cristo Rey, distinta de las otras fiestas en las
cuales parece ya indicada e implícitamente solemnizada esta misma dignidad
real. Basta advertir que, mientras el objeto material de todas las fiestas de
Nuestro Señor es Cristo mismo, el objeto formal se distingue: y en ésta es el
nombre y la potestad real de Cristo.
La celebración de esta fiesta, que se renovará todos los años, será
también advertencia para las naciones de que el deber de venerar públicamente
a Cristo y de prestarle obediencia, se refiere no sólo a los particulares, sino
también a todos los magistrados y a los gobernantes; les traerá a la mente el
juicio final, en el cual Cristo, arrojado de la sociedad o simplemente ignorado y
despreciado, vengará acerbamente tantas injurias recibidas, reclamando su real
dignidad que la sociedad entera se uniforme a los divinos mandamientos y a los
principios cristianos, tanto al establecer leyes como al administrar la justicia, y
ya, finalmente, en la formación del alma de la juventud en la sana doctrina y en
la santidad de las costumbres”.
“Su Santidad Pío XI, a quien Dios guarde por muchos años, por su
Encíclica Quas primas del 11 de diciembre de 1925, establece para toda la
Iglesia la festividad de Cristo Rey, con rito doble de primera clase. Este hecho
glorioso del actual Pontífice ha venido a colmar nuestros ardientes anhelos de
vasallos de Cristo; pero al mismo tiempo ha venido a colmarnos de un santo
orgullo, porque sabedlo, señores, lo que determinó al Vicario de Cristo a
establecer esta festividad, según el mismo Pontífice lo refirió a los Excmos.
Señores Arzobispos Mora y del Río, y González Valencia, fue el movimiento
ferviente de los mexicanos hacia la Realeza de Cristo”. 143
144
Ib., p. 28.
católica, en la que volvió a hacerse esta “Proclamación Nacional de la Realeza
Temporal de Cristo: ¡Oh Cristo Jesús! Te proclamamos Rey: Rey de nuestros
cuerpos y de nuestras almas, de nuestros bienes y nuestras vidas, de nuestras
familias y nuestros gremios, de nuestras escuelas y nuestros talleres, de nuestros
campos y nuestras ciudades, de nuestros municipios y nuestras regiones, Rey
del Estado Nacional y de México entero. Señor, acéptanos por tus vasallos.
Venga a nosotros tu Reino. ¡Viva Cristo Rey!”