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El hormiguero

Nº 305 | Reseñas de libros | 22/11/11 | 9 comentarios

El hormiguero
Sergio Aguirre
Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2008. Colección Torre de Papel; Serie Torre Amarilla.
Por Raúl Tamargo
El hormiguero pertenece a esa clase de relatos en los que el desenlace resignifica lo leído, de manera que
reseñarlo propone el desafío de no contar el final.
Omar pasará sus vacaciones en la casa de una tía a quien apenas conoce y de quien la familia no suele hacer
buenos comentarios. La tía Poli vive en un campo en la zona de Obispo Trejo (Provincia de Córdoba), con la
sola compañía del perro Roberto (a quien trata de usted), en medio de un monte más o menos salvaje. Se sabe
de ella que se fue de su casa cuando era una adolescente, que “se hizo hippie”, que vivió en una comunidad
mapuche, que lideró alguna que otra lucha ecologista en el sur, que ahora es artesana y “vive en contacto con
la naturaleza” (el padre de Omar) o que es “la loca de la naturaleza” (su madre).
La caracterización de la tía es extensa y detallada. Aunque la narración acompaña al muchacho, aunque el
lector la irá conociendo a través de los ojos de Omar, es ella quien se convertirá en protagonista. En rebeldía
contra los hábitos depredadores de la sociedad urbana, la tía Poli representa todo lo que no son los padres de
Omar. El muchacho la había visto anteriormente solo una vez, en el velorio de su abuelo. En aquella
oportunidad, mientras su madre le había explicado la muerte como un viaje al cielo, frente al cual era necesario
hacerse fuerte, su tía, en cambio, le dijo que “lo único que hacían los muertos era dejar de estar afuera”.
Este contraste, marcado con fuerza desde el principio, por momentos parece ser el eje argumental de la
historia, lo que crea (en el lector adulto, al menos) la molesta sensación de que habrá un “mensaje”, algún tipo
de reivindicación ideológica o de “valores”. Sin embargo, ya desde el comienzo, el relato muestra señales
inquietantes.
En este sentido, la cita que da comienzo al libro es todo un anuncio (1).
El padre de Omar es el promotor de las vacaciones de su hijo. “No puede pasarle nada”, le dirá a su mujer,
como argumento para vencer sus resistencias.
Pero es en la página 18 donde el lector encontrará una señal inequívoca de que la historia guarda sorpresas:
Omar acaba de llegar a la casa y su tía le muestra el dormitorio que reservó para su estadía. Observa la
habitación, el piso de ladrillos y… “Entonces vio una hormiga. Estaba sola. Iba y venía, como si se hubiese
perdido. Pero en ese momento a Omar no le llamó la atención. No le llamó la atención en absoluto”.
Tía y sobrino simpatizan rápidamente. El muchacho observa con curiosidad, pregunta con interés, olvida sus
temores iniciales. Los viajes desde el campo hasta el pueblo son cotidianos; en uno de ellos, Omar compra en
un vivero unos rosales que le regala a su tía. Al día siguiente, aparecen devorados por las hormigas. Omar
propone controlarlas, tía Poli se niega. “Omar sintió, por primera vez, que ella lo miraba como si fuera un
enemigo: —¿Vos te volviste loco?”.
Poco después, la tía le acercará a Omar un libro titulado El mundo de las hormigas (2), que servirá de fuente de
inspiración y guía para las siguientes acciones. A partir de este punto, es Omar quien ganará el protagonismo.
Se propondrá combatir a las hormigas, a pesar de la opinión de su tía. Sus próximos movimientos serán dados
a espaldas de ella. Habrá de asesorarse en el vivero, comprará el veneno más poderoso. Infructuosamente,
tratará de ubicar la boca del hormiguero. Finalmente, cuando parece darse por vencido y devuelve el
insecticida, el comerciante le ofrece uno distinto cuya efectividad no precisa del hormiguero ya que los gránulos
son transportados por las hormigas hasta depositarlos en él, donde se gasifican y exterminan la colonia. Omar
distribuye el veneno cuidadosamente, en el trayecto visible del camino de las hormigas.
Hasta aquí, el relato se desenvuelve dentro de los límites del realismo y va sembrando pequeñas señales con la
intención de generar expectativa, podríamos decir suspenso. Pero el cierre es de carácter fantástico.
Siguiendo la lectura que Freud hace de “El hombre de arena”, relato de E.T.A. Hoffman, no es aventurado
afirmar que El hormiguero tiene un final ominoso (3). Si en ese cuento del autor alemán (como en otros), el
rasgo mencionado está presente a lo largo del relato, en el caso de la novela de Aguirre solo está reservado
para el final. El desenlace, en efecto, puede sugerir una tradición: Hoffman, el cuento fantástico del siglo
XVIII, Horacio Quiroga.
Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre con las obras de esa tradición, en este caso, no toda la narración
está impregnada de extrañamiento. Podría pensarse que la razón de esa diferencia se encuentra en el
destinatario al que está dirigido: un lector presumiblemente desprotegido al que se le exime de excesivas
angustias hasta el final. Lo que domina el recorrido de la historia tiene más lazos con los relatos de aventuras y
parece proponerse interesar al lector por el mundo de la naturaleza. El final de El hormiguero dará nuevas luces
a ese recorrido, convirtiéndolo en una suerte de montaje narrativo indispensable para la resolución. Dejará al
lector liberado de protecciones, inquieto; lo obligará a releer, a revisar las hipótesis que fue tejiendo a lo largo
de la lectura.

Notas
(1) “Una hormiga sola no podría considerarse que tiene algo específico en su mente. Varias hormigas juntas,
rodeando una presa, parecerían tener una idea en común. Pero recién cuando se ve la sombra de miles de
hormigas cubriendo el suelo del bosque, es cuando se puede percibir a la Bestia.” Lewis Thomas.
(2) Entre los agradecimientos finales, el autor ofrece la referencia correspondiente: se trata de un texto
de Horacio Quiroga, perteneciente a “El hombre ante los animales salvajes – Cacería del hombre por las
hormigas”, publicado por la revista Billiken, en 1924.
(3) El término unheimlich es traducido como ominoso (J. L. Etcheverry) y también como siniestro (L. López
Ballesteros). “…lo ominoso es aquella variedad de lo terrorífico que se remonta a lo consabido de antiguo, a lo
familiar desde hace largo tiempo” (p. 220). En: Freud, Sigmund. Obras Completas. Tomo XVII. Buenos Aires-
Madrid, Amorrortu Editores, 1997. Pág. 219 a 251.

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