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Cuento inédito del renombrado escritor cordobés Luciano Lamberti, autor de El asesino de

chanchos o El loro que podía adivinar el futuro entre otros libros.

Estoy acá, frente al espejo, esperando a que Eddie aparezca. Eddie es genial. Eddie es magnífico. Eddie
es asombroso. No hay nadie como Eddie. Eddie aparece cuando estoy solo, porque quiere ser mi mejor
amigo y de nadie más. Eso me dijo una vez. Podemos ser amigos, me dijo. Pero tuyo y de nadie más.
Y yo le dije: me parece perfecto, Eddie. Y él sonrió y su sonrisa era brillante y blanca como la leche.

Eddie tiene pantalones cortos y el pelo blanco. Eddie camina raro. Eddie me escucha y no se burla de
mí. Yo hablo con él todas las tardes. Me paro frente al espejo del ropero y lo llamo. Eddie vení. Y él
aparece al rato y se acerca al espejo caminando raro.

¿Estás atrapado Eddie?, le pregunto, y él sonríe y me habla de otra cosa. ¿Querés que libere, Eddie?,
le pregunto, y él no me dice ni que sí ni que no.

Ahora lo estoy esperando. Es temprano, todavía no amanece. Tengo el uniforme azul del colegio
Iturraspe. Los zapatos negros del colegio Iturraspe. La corbata azul del colegio Iturraspe. Me puse
colonia. La mochila me cuelga del hombro. Hoy es un día especial. Es el día en que voy a liberar a Eddie
para que venga a ayudarme. Para que me haga compañía. Para que vea que no tengo miedo. Eddie,
digo. Eddie vení.

Mamá está en su pieza, roncando. Mamá no lo entendería. Mamá ama a Dios. Mamá baila con Jesús
en el pecho. Mamá tiene el pelo largo y canoso. Reza mucho. Junta las manos y le pide a Dios por
muchas cosas. Y a veces me hace rezar. Yo cierro los ojos y rezo por que se mueran todos los chicos
del segundo año turno mañana de la escuela Iturraspe. Ruego a Santa María madre de Dios, a los
ángeles, a los arcángeles, que todos los chicos del primer año de la escuela Iturraspe mueran
retorcidos y con la lengua negra afuera de la boca. Ruego por ver sus cuerpos alineados en el piso del
aula. Ruego porque sus padres jóvenes griten de dolor. Ruego porque sean atravesados por millones
de flechas. Yo soy un ángel.

Eso me dijo Eddie. Sos El Ángel, me dijo. Ellos son los imperfectos. Vos sos superior. De otra raza. Eso
me dijo. Tu padre murió para que puedas convertirte. Mi padre murió para que pueda convertirme,
los ojos amarillos, la piel desprendiéndose como tiras del centro de los huesos. Papá está de este lado,
dijo Eddie. Mostramelo, le dije yo, y él hizo que no con la cabeza. En la foto es pelado y gordo y sonríe
con los ojos cerrados. Después se murió y lo quemaron y mamá lo tiene en una urna, y reza por él.
Reza para que se porte bien en el cielo y no se tome el vino de la comunión. Mamá dice que alguna
vez vamos a reunirnos con él en el paraíso. Yo espero conocerlo y hablar de muchas cosas. Eddie dice
que lo vio una vez: estaba sentado frente a una ventana que daba a una pared de ladrillos, y lloraba.
Eddie dice que no sabe por qué lloraba.

Mamá llora, duerme y ronca. Es lo que se oye, desde la otra habitación: mamá roncando. Mamá
duerme hasta tarde y yo me levanto y me preparo el desayuno y me voy caminando hasta el colegio
Iturraspe. Ahí están los imperfectos. Los que van a crecer y volverse gordos y patéticos. Los que se
creen con derecho a burlarse de mí, porque soy el Ángel. Una vez fui a una fiesta de cumpleaños de
Laurita Minuja y me quedé dormido y cuando me desperté estaba meado y cagado. Las chicas
gritaban. Yo quise abrazarlas para que dejen de gritar pero entonces mamá vino de alguna parte y me
llevó a otro lugar. ¿Era mamá? ¿Qué hacía ahí? Mamá le pide a Jesús por mí. Eddie dice que nunca vio
a Jesús. Dice que de ese lado no hay ni rastros de Jesús. Desde que conozco a Eddie ya no me importan
los chicos del segundo año turno mañana de la escuela Iturraspe. No me importa que me dibujen, ni
que me quieran hacer comer caca en el baño. Porque uno puede tener un amigo y que lo sea todo. Y
ser feliz para siempre con él.

Yo voy a ser feliz con Eddie y con papá, del otro lado. Y cuando venga mamá también vamos a ser
felices. Eddie me dijo: Te lo aseguro. Te aseguro que tu sonrisa será blanca y todos vamos a ser felices.
Solo tenés que meter la pistola de papá en la mochila, esa que tu mamá esconde en su ropero, entre
las viejas mantas. Es importante que no te vea nadie. Pero me da miedo. Hacés bien, dijo Eddie. El
miedo es bueno. Vamos a usarla así. Así se quita el seguro. Así se ponen las balas en el cargador. Así
se apunta. Blam.

Eddie es pedagógico. En un rato, cuando sean las ocho cuarenta y cinco y el profesor esté dando clase
de Lengua, voy a ponerme mi gorra, la gorra que me convierte en el Ángel, voy a sacar el arma y voy
a recitarles las palabras que los harán creer. Y si no creen con las palabras creerán con los hechos.
Alguien grita, una chica. Los otros se levantan y corren. El profesor se esconde detrás del escritorio.
Puedo ver que algunos salen por la puerta, pero es una puerta estrecha y no pueden hacerlo. La puerta
es estrecha, pocos pueden pasar. Puedo ver que en ese momento se arrepienten, pero es tarde. Ya
han desatado la furia del Ángel. Yo disparo al montón, se oyen gritos que son como una música. Me
acerco a Laurita, la que se reía de mi, blam. Me acerco a Fernando, que me pegó en clase gimnasia,
blam. Me acerco a Luis, que es un idiota, blam blam. Me acerco al profesor, me espera de rodillas,
Eddie sonríe a mi lado. Shhh, le digo al profesor. Te estoy salvando. Él cierra los ojos. Blam, blam, blam.
No debo tener miedo. Debo mirar hacia arriba, las luces que brillan como la sonrisa de Eddie, y en mi
boca el gusto del aceite del arma. Blam.

Él estará conmigo. Él me ayudará.

Ahora estoy esperando a Eddie, parado frente al espejo. Pero no es un espejo. Es otra cosa. Es un
espejo que está adosado a la puerta del ropero que era de mi abuela, pero no es un espejo. Parece un
espejo, pero no lo es. Se lo pregunté a Eddie y me dijo: Sí, muy bien, has adivinado. Parece un espejo
pero no lo es. Es un espejo muy antiguo. Tiene ribetes dorados y una zona toda carcomida por la
negrura. Lo tenía la abuela en su habitación y cuando ella se murió me lo dejó a mí.

Y adentro estaba Eddie. Yo lo vi y supe que no era un espejo y que lo que se veía en él era otra cosa.
Se lo iba a decir a mamá pero es un secreto y, si lo digo, Eddie deja de visitarme.

Eddie, le digo. Estoy solo, vení. Y él aparece, allá atrás, en el reflejo. Camina raro porque tuvo algo
llamado polio y que me hace acordar a las flores pero no tiene nada que ver con las flores. Eso me
dijo. Aparece en el espejo y se acerca hasta mí rengueando y veo su cara arrugada y sus ojitos celestes
y me sonríe con esa sonrisa de leche. Veo la luz de su sonrisa y siento un calor en el pecho. Hola, Eddie,
le digo.

Hola.

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