Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
Nuevos rumbos
La vida no es una línea recta con flechas que se desvían hacia arriba o hacia abajo según
nos comportemos.
En muchas ocasiones, la línea de la vida se convierte en algo turbio que da miedo porque
no queda nada donde agarrarse.
Y ahí, dentro de las alternativas posibles, está la de aceptar la experiencia de perderse.
Hay que perderse aunque asuste, aunque se “pierda tiempo” aunque se llegue después.
A veces hay que cerrar puertas para que se abran otras. Cerrar una etapa de la vida,
permitir un tiempo de vacío y abrir la siguiente, hacer los duelos, aceptar y continuar.
Es necesario “perderse”, para poder descubrirse, incluso para llegar a conocerse
realmente por primera vez. Sin prisas, sin tregua, sin condiciones, con el peso de la
existencia a cuestas, hay que penetrar en las montañas, en los bosques donde la vida nos
abraza al penetrar en esos rincones dolorosos y doloridos. Hay que mirar la vida cara a
cara. Es el momento de las preguntas. Es el momento de hacer frente a nuestra realidad,
de reconocernos a nosotros mismos, de aceptar unas cosas, de modificar otras, de tomar
decisiones, de no ir sin ningún rumbo por la vida, sino en alguna dirección.
Matilde del Pino
El primer paso para afrontar con mejor predisposición los cambios es aceptar que nada
podemos hacer para detenerlos. El filósofo griego Heráclito lo expresó en una imagen
genial hace cientos de años: “Nadie se baña dos veces en el mismo río”. Cuando alguien
regresa a un mismo cauce, las aguas no son las mismas ni tampoco ese alguien es aquel
que fue.
El cambio es inevitable e imparable. Todos los intentos de detenerlo, retrasarlo o
anularlo son estériles. Es una pelea que debemos abandonar (pues está perdida) y
enfocarnos en cómo “surfear” la ola del cambio.
Así, el cambio no es solamente inevitable sino deseable. Es, quizá, lo que hace que
nuestras vidas humanas no sean completamente vanas y se diferencien de la vida de un
mosquito o de una marmota.
Como ocurren de manera tan lenta e ininterrumpida, solo tomamos conciencia de ellos
cuando algo (una fotografía, por ejemplo) nos confronta con el pasado.
El cambio es, como dijimos, ineludible y sin embargo muchas veces nos encontramos a
nosotros mismos tratando, justamente, de hacer todo lo posible para que las cosas
permanezcan igual, para que nada se modifique. Queremos retrasar el cambio,
disminuirlo o deshacerlo…
Y cuando todo esto no funciona, todavía tenemos un último recurso: negarlo, “aquí
no ha pasado nada”. Lo llamativo del caso es que todas estas actitudes aparecen con
frecuencia aun frente a cambios que la persona había deseado o por los que había
trabajado activamente. ¿Qué es lo que nos hace retroceder frente a los cambios?
6. Cambiar es perder, asúmelo
Los cambios nos echan hacia atrás por una sencilla razón: todo cambio implica
una pérdida. Cuando algo se transforma, deja de ser de determinada manera y
comienza a ser de otra: lo que era deja de ser. Aquello que ha cambiado ha dejado de
existir; o sea: se ha perdido. Y las pérdidas, por supuesto, duelen.
Podemos comprender entonces que nuestra resistencia a los cambios no es otra cosa
que un intento de no enfrentarnos con el dolor de perder algo que nos ha
acompañado algún tiempo en nuestra vida aun cuando ya no lo deseemos más.
Esto no quiere decir que no haya cambios positivos. Es posible que la ganancia sea
mayor que la pérdida, pero no por eso dejaremos de sentir un poco de dolor por la
desaparición de la situación inicial. El dolor no se determina por el resultado de una
ecuación costo/beneficio.
Todos los cambios van acompañados por el dolor de dejar algo atrás y se siguen con un
periodo de “duelo” en el que elaboramos nuestra nueva situación. No debemos
confundir en este momento el dolor natural y esperable y terminar pensando que hemos
tomado una mala decisión. Nos equivocaríamos.
He conocido muchas personas que al poco tiempo de haber decidido terminar una
relación de pareja se encuentran pensando en volver con aquella persona. Se dicen a sí
mismas: "Siento tanto dolor, debe ser que todavía lo/la amo". Confunden el dolor de
una pérdida con el deseo de continuar la relación poco satisfactoria que tenían.
Es posible que ese deseo exista, pero el dolor no es la medida. Lo mismo puede
sucedernos con las decisiones en cualquier otro ámbito de nuestra vida, no debemos
confundir el dolor que da dejar atrás lo que fue en un momento dado con el
arrepentimiento por lo que es en la actualidad.
Perder, dejar atrás, cambiar, es doloroso… Pero también puede ser liberador. Esta
es la maravilla del cambio: que nos entrega un universo de posibilidades. Ante la
pregunta de si la gente puede cambiar, respondo rotundamente: por supuesto que sí.
Puede ser difícil, doloroso, pero es posible. Nada nos ata al pasado. Somos alguien
nuevo cada día y podemos elegir, cada día. Para afrontar los cambios que vendrán y
aceptarlos, debemos estar dispuestos a renunciar, pero en retribución ganaremos un
abanico enorme de opciones y caminos.
Potencia tu flexibilidad
Precisamente es la flexibilidad la herramienta que nos
permite adaptarnos a los cambios. El que no salgan las
cosas tal y cómo queríamos que sucedan no lo
llevamos bien. Sin embargo a veces las cosas no son
por casualidad, si no que son una “causalidad”.
Dejemos que surjan las cosas. Es imprescindible.
Incluso más divertido en ocasiones.
Pueden haber aspectos inamovibles en nosotros, como
nuestros valores y que nos guste manifestar en
ocasiones. Otros serán menos importantes. Valorarlos
será todo un arte y un bonito reto: puede que valore
como lo más importante mi paz interior. Todo lo que no
tenga relación con ello, será accesorio, según tu escala
de valores.
Precisamente esta flexibilidad nos permite en
ocasiones a no luchar en las diferentes situaciones,
manteniendo además lo que valoramos. Finalmente el
saber adaptarnos nos hará personas más
evolucionadas, más maduras y más completas.
Para finalizar, te recomiendo este capítulo de Redes,
con Eduard Punset, donde hablan acerca de cómo
entrenar nuestro cerebro para conseguir una mayor
flexibilidad mental.
Sabemos que necesitamos cambiar en ocasiones, para mejorar,
para ser más felices, para tener una vida más plena. Pero nos
resistimos a ese cambio, sin darnos cuenta de que, a pesar de todo, el
cambio es constante. Aunque intentemos evitarlo, el cambio entrará en
nuestra vida, y no hacer nada no evita nada. Sin embargo, iniciar el
cambio desde nosotros mismos de manera voluntaria nos permite
adaptarnos de manera consciente.
l problema al que muchas veces nos enfrentamos es, a que los cambios llegan de manera
inesperada y no nos gusta la nueva situación. Pero evitarlo no evita que ocurra.
Las cosas son como son, la vida viene como viene, y hay que adaptarse. Evidentemetne, no es
lo mismo cambiar de ciudad que perder el trabajo, o incluso perder a una persona clave. Pero,
en cualquier caso, hay que buscar la manera de acomodarse, de cambiar el punto de vista, de
adaptarse mentalmente a la nueva situación. Así, podremos hacer lo necesario para vivir esa
nueva vida.
Beneficios del cambio
Esto son algunos de los beneficios que el cambio puede tener en tu vida.
– Crecimiento personal
Cómo decíamos, cambiar te permite tener nuevas experiencias y aprender cosas nuevasque te
ayudarán a crecer como persona. Descubrirás nuevas ideas, encontrarás nuevas metas y
desarrollarás nuevos valores. Y todo ello te hará vivir una vida más plena y feliz.
– Flexibilidad
Cuantos más cambios tengas que hacer en tu vida, más fácil te resultará asumirlos. Como
resultado, serás cada vez más flexible y cada vez te costará menos adaptarte y cambiar, lo cual
será menos traumático.
– Mejorar
El cambio nos trae la posibilidad de mejorar a todos los niveles. Las cosas no mejoran por sí
mismas si no cambiamos algo. Existe el riesgo de estar peor, pero sigues teniendo la
oportunidad de cambiar de nuevo, aprovechando lo aprendido de la experiencia. En cualquier
caso, sin cambio no hay mejora.
– Valorar lo pequeño
Los cambios te permitirán valorar cosas que, de otra manera, pueda que ni sepas que existen o
que creas que no tienen ningún valor.
La resistencia al cambio está motivada, entre otras cosas, por sentimientos de inseguridad y
debilidad. A medida que cambias y te adaptas, descubres que cada vez eres más fuerte y te
sientes más seguro de ti mismo.
– Nuevas oportunidades
Los cambios traen consigo nuevas oportunidades para disfrutar de la vida, tener una existencia
más feliz, conocer nuevas personas y descubrir nuevas metas.
– Empezar de nuevo
¿Cuántas veces has deseado empezar otra vez? Solo el cambio te permitirá ese nuevo
comienzo, ya sea cambiando de lugar de trabajo, de lugar de residencia, o simplemente
cambiando tus hábitos de vida, tu actitud o tus valores.
Todos estos cambios implican salir de la zona de confort, una zona que nos ofrece la falsa
seguridad de que todo está bien. En el fondo, aferrarse a esta zona de confort es un síntoma
de miedo.
La expresión popular “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer” nos da una idea
de lo limitante que es esta zona de confort, de lo negativa que se hace la vida si a lo único a lo
que aspiramos es a no estar peor de lo que estamos ya.
El cambio nos da la oportunidad. Ser flexible nos ayuda a encajar mejor todo lo nuevo y todo lo
bueno que podemos encontrar si lo intentamos.
A veces lo hacemos, nos adaptamos a lo que no nos hace feliz como quien se calza un zapato a
la fuerza pensando que es su talla, y al poco, descubre que es incapaz de caminar, de correr,
de volar…La felicidad no duele y por tanto no debe oprimir, ni rozar ni quitar el aire, sino
permitirnos ser libres, ligeros y dueños de nuestros propios caminos.
Hace unos años una marca de jabones que comercializaba su producto para entornos laborales
lanzó al mercado una gama en concreto que obtuvo bastante éxito. Impresa en la propia
pastilla de jabón aparecía la frase “Happiness is Busyness” (felicidad es estar ocupado).
i bien es cierto que líneas como el concepto de “flujo” Mihaly Csikszentmihalyi enfatiza la idea
de que concentrarnos en una tarea en cuerpo y alma puede darnos la felicidad, en esta
ecuación debe añadirse sin duda el factor que hace referencia a si esa tarea nos es significativa
o no. De hecho, muchos trabajadores veían con triste ironía el eslogan de esos jabones, porque
no todos se sentían felices por llevar a cabo una tarea que, si bien les aportaba una
remuneración económica, lo que no tenían era bienestar psicológico.
Podríamos decir, casi sin temor a equivocarnos, que una buena parte de nosotros nos
adaptamos casi a la fuerza a muchas de nuestras rutinas cotidianas, incluso siendo conscientes
de que no nos hacen felices (o utilizando el símil de los zapatos, que nos hacen ampollas). Es
como ir en el interior de una noria que nunca para de girar. El mundo, la vida, acontece
nerviosa y perfecta ahí abajo, inaccesible y risueña, mientras nosotros seguimos cautivos de
nuestras rutinas…
De niños nuestros padres nos ataban con un doble nudo los zapatos o zapatillas para que no se
desataran y no tropezásemos. Nos arropaban bajo las mantas y la colcha con sumo cariño,
subían hasta arriba las cremalleras de nuestros abrigos y chaquetas para que estuviéramos
bien calentitos, atendidos, cuidados.
Muchas de esas veces estábamos algo incómodos por toda esa presión corporal, pero si había
algo que sentíamos era seguridad. A medida que nos hacemos mayores y adquirimos
responsabilidades de adultos, esa necesidad por sentirnos seguros sigue muy presente. Sin
embargo, esta indefinible pulsión por la búsqueda continua de seguridad muchas veces no
dirige nuestro comportamiento desde nuestra consciencia.
Por curioso que parezca, el más sensible frente a esta necesidad es nuestro cerebro. No le
agradan los cambios, los riesgos ni aún menos las amenazas. Es él quien nos susurra aquello
de “adáptate aunque no seas feliz, porque la seguridad garantiza la supervivencia”. Sin
embargo, y esto debemos tenerlo claro, la adaptación no siempre no va de la mano de la
felicidad; entre otras razones porque esta adaptación muchas veces no se produce.
Hay quien sigue manteniendo el vínculo de su relación de pareja sin que exista un amor real,
sin que haya una complicidad auténtica ni aún menos felicidad. Lo importante para algunos es
escapar de la soledad y para ello no dudan en adaptarse a la talla de un corazón que no va con
el suyo.
Lo mismo ocurre a nivel laboral. Son muchas las personas que optan por mostrar lo que se
conoce como “un perfil bajo”. Alguien dócil, manejable, alguien que llega a bajar méritos y
estudios cuando redacta su currículum porque sabe que es el único modo de adaptarse a
determinadas jerarquías empresariales
A pesar de que nuestro cerebro sea resistente al cambio y nos invite elegantemente a
permanecer en nuestra zona de confort, está diseñado genéticamente para hacer frente a los
desafíos y sobrevivir ante ellos. De hecho, hay un dato relacionado con esto mismo que nos
invita a la reflexión.
Se nos olvida, tal vez, que para ser feliz hay que tomar decisiones, que hay que librarnos de los
zapatos ajustados y atrevernos a caminar descalzos, se nos olvida que el amor no tiene por
qué doler, que la docilidad en el trabajo nos acaba quemando y que a veces, hay que hacerlo,
hay que desafiar a quién nos somete y salir por la puerta de entrada para crear nuestro propio
camino. Nuestra propia felicidad.
Sin embargo, cuando nos volvemos bien sea conformistas o nos adaptamos a
aquello que no nos permite ser felices, estamos llevando al extremo negativo esa
cualidad que normalmente nos debe satisface
Cuando atravesamos situaciones que perturban nuestra armonía, que nos hacen
vibrar en otras frecuencias, debemos tener especial cuidado de no confundir
aceptación con conformismo, siempre hay maneras de sentirse mejor, de procurar
los cambios que nos lleven a estar posiciones en donde nos sintamos un poco más
a gusto, aunque el resto de las condiciones se mantengan.
El tránsito por esta vida es corto para todas las cosas que podemos hacer, que
podemos aprender, que podemos admirar y es una de las peores ideas
conformarse con algo poco enriquecedor, que nos robe energía, que nos aleje de
nosotros y que sintamos que de una manera u otra está resultando en un
obstáculo o una limitación para nosotros.
Cuando éramos pequeños, nuestros padres nos ataban los cordones de los zapatos con
un doble nudo para que no se desataran y cayéramos. También solían subirnos hasta
arriba la cremallera del abrigo, para que no nos resfriáramos y estuviéramos bien
calentitos. Esos cuidados generaban cierta presión corporal, pero la soportábamos
porque también nos causaban la sensación de seguridad, de estar protegidos.
Ese mecanismo no desaparece al crecer: soportamos ciertas presiones porque nos
hacen sentir seguros. Aunque no siempre somos conscientes de ello, en muchos casos
preferimos la seguridad a la felicidad. Esa es la razón por la que muchas personas pasan
toda su vida soñando con algo pero nunca deciden a dar el paso porque eso significaría
renunciar a la seguridad conquistada.
El problema comienza cuando esa seguridad no nos hace felices sino que nos convierte
en personas amargadas y frustradas, con la vista siempre puesta en un futuro que no
nos atrevemos a hacer realidad. El problema es cuando hemos creado lazos que nos
atan tan fuerte que nos impiden respirar.
Esa es una de las razones por la que las personas pasan gran parte de su vida
realizando trabajos que no les gustan o mantienen relaciones que han dejado de
satisfacerles emocionalmente con personas con las que ya no tienen ningún punto en
común más allá del hábito construido a lo largo de los años.
Nos adaptamos a situaciones que nos hacen infelices debido a que estas generalmente
ocurren de manera paulatina. Sin darnos cuenta, nos sometemos a un mecanismo de
desensibilización sistemática. Ocurre a menudo con la violencia: primero llegan las
humillaciones verbales, luego se escapa un golpe y al final la violencia se convierte en
el pan cotidiano.
La felicidad no llega sola, es necesario tomar decisiones. Debes ser consciente de que
para avanzar tendrás que dejar cosas atrás. Si cargas con todo, el peso no te dejará
progresar. Llegará un punto en la vida en el que no necesitarás el doble nudo en los
zapatos sino que podrás atreverte a caminar descalzo. Si realmente lo deseas. En ese
momento tendrás que preguntarte: ¿a cuánta seguridad estás dispuesto a renunciar
para perseguir tu sueño?
Si quieres vivir de forma plena, sal de tu zona de
confort. Patricia Ramírez.
Las personas con miedo a sufrir viven en su burbuja, en la zona de confort. En esa zona
tu mundo es controlable, ahí te sientes seguro y a gusto... pero es un lugar limitante,
en el que cuesta evolucionar y dar un paso al frente. En la zona de confort no existe
el peligro y te sientes como pez en el agua.
Por esto, tienes dos opciones: ir o no ir; salir o no salir. Si no vas es posible que no
pase nada que valga la pena, pero también lo es que pase algo. Si no vas, si te quedas,
puedes esperar a que te cuenten qué pasó y, quizás, alegrarte si no te perdiste nada.
Ahora bien, si vas, es posible que no pase nada, pero también lo es que pase. Corre
el riesgo, sal, di sí, porque tal vez no ocurra nada, pero tal vez aparezcan los mejores
momentos de tu vida.
Si reducimos las crisis a su aspecto negativo nuestra visión de los hechos queda
limitada, simplemente son situaciones que nos asustan, nos sobrepasan y que
preferimos evitar. Pero en griego la palabra Krisis significa también decisión,
cuestionamiento. En medicina, por ejemplo, se denomina «crisis curativa» al
momento decisivo de la enfermedad, en el que puede darse un cambio tanto hacia la
mejoría como hacia el empeoramiento.
Todas las crisis implican estas dos realidades, puessuponen un peligro y una
oportunidad. El peligro viene dado porque sufrir una crisis significa atravesar un túnel
oscuro, donde se pierde por un tiempo la claridad y las referencias, donde es probable
extraviarse o quedarse encallado. Y supone una oportunidad porque si se logra
atravesar ese túnel, si se consigue aceptar lo que surge y se sigue avanzando, es posible
salir a otro lugar, diferente, transformado y con mayor comprensión tras la
experiencia.
Todos en un momento u otro tendremos que enfrentarnos a algún tipo de crisis, la
cuestión posiblemente esté en cómo vivirla para atenuar la desorientación y
convertirla en una oportunidad de crecimiento.
ATRAVESAR EL TÚNEL
Las crisis tienen un inicio, una cúspide y un desenlace. Uno no elige entrar en ése
túnel, sino que de repente se encuentra en él, y aunque muchas veces desearía volver
atrás o cerrar los ojos para no ver dónde se encuentra, no hay más remedio que
atravesarlo.
No existe una forma única o correcta de vivir las crisis, precisamente porque cada crisis
es distinta. Pero sí existen indicaciones que pueden servir como guía en ese
recorrido. Quien está inmerso en una crisis no sabe muy bien en qué punto se halla,
ni cuando va a llegar al final, ni entiende que ese sufrimiento y esa confusión le
puedan servir para algo. Lo que más desea es atajar como sea esa situación, pero el
propio proceso exige precisamente lo contrario: tiempo. Esto no significa que la
persona deba adoptar una actitud conformista o pasiva ante lo que le sucede, pues
aunque no ha elegido esa situación sí puede decidir cómo quiere afrontarla.
Un primer requisito para que el proceso siga adelante y no se estanque es aceptar lo
que aparece. Si la persona no lucha contra lo que siente, si admite que se siente
desarmada, triste, insegura… Si reconoce que está en crisis, que no sabe lo que pasará,
y si acepta el momento en el que está, hay mayor probabilidad de que la crisis pueda
utilizarse como una oportunidad de cambio.
Las situaciones críticas nos ponen a prueba en muchos aspectos y son varios los peligros
que se deben sortear. Uno de ellos puede ser quedarse atrapado por el miedo y la
sensación de amenaza.
RENOVARSE
Cada crisis puede considerarse una pequeña muerte. Tras atravesar el angosto túnel
la persona puede renacer como alguien distinto, cancelando una época de su vida e
inagurando otra. Para lograrlo es preciso aprender a soltar, despedirse de lo que se
dejó al otro lado, de todo aquello que hasta hace poco resultaba conocido y familiar y
aventurarse hacia algo nuevo.
Con frecuencia para que una situación mejore o cambie es necesario que primero entre
en crisis. Sólo cuando se pone en marcha el esfuerzo de todo el organismo, de ambos
miembros de la pareja o de toda la famila, es posible movilizar una situación que se
ha quedado enquistada. Y a veces eso sólo se consigue cuando una crisis nos coloca
entre la espada y la pared, y nos fuerza a decidir o hacer algo.
Así como un ordenador necesita actualizar su información y sus programas para no
acabar bloqueado, las crisis nos sirven para que podamos renovarnos. En ocasiones
es preciso replantearse las propias ideas, creencias, valores o formas de vida para
adaptarse a nuevas situaciones o a cambios, o simplemente para seguir mejorando.
Por eso, una forma de prevenir grandes crisis, un gran cataclismo personal, es
actualizarse de vez en cuando, sin dejar que la información y los conflictos se
almacenen hasta que produzcan un bloqueo y se requiera una reparación de mayores
proporciones.
Un mar calmado no hace buenos marineros, dice un proverbio inglés. En los momentos
de marejada y tempestad, cuando todo está completamente revuelto y sentimos
amenazada nuestra seguridad, también descubrimos cuáles son nuestras fuerzas y
recursos. Cuando todo vuelva a la calma veremos que atravesar aquello que tanto
nos atemorizaba nos ha servido más que cualquier otra vivencia para aprender a
navegar mejor.