Вы находитесь на странице: 1из 12

Emoción

M.A. Pérez-Nieto
Universidad Camilo José Cela

1. Aproximaciones al concepto de emoción

Desde que en 1884 William James publicará en Mind su artículo “¿Qué es una emoción?” hasta la
actualidad, las distintas corrientes teóricas en psicología han descrito en qué consiste la emoción, lo que en sí
mismo ya es un indicador de la multiplicidad de matices que posee. En este sentido es bueno recordar algunos
trabajos, como los de Fehr y Russell (1984) o Shaver, Schwartz, Kirson y O´Connor (1987), que evidenciaban
como lo que cotidiana y popularmente se entiende por emoción no respondía a una clara y única definición, sino
que al contrario, mostraban como algunas emociones (p.ej. la felicidad, la ira o la tristeza) resultaban más
representativas del concepto de emoción que otras (p.ej. el orgullo o el aburrimiento), a la vez que se sugería
que serie de propiedades era suficiente o, al menos necesario, poseer para que un determinado estado
psicológico fuera definido como una emoción.
Los conceptos de emoción utilizados habitualmente están sujetos a una alta heterogeneidad. A pesar de
ello, Russell y Lemay (2000) concluyen que la investigación existente conduce a señalar una serie de
propiedades que se requieren para referirse al concepto de emoción. Entre ellas se da la existencia de unos
límites confusos entre distintas emociones, poseyendo, por tanto una propiedad dimensional y siendo las
categorías emocionales un tanto relativas, aun teniendo siempre un elemento típico. En realidad, la relación
entre las categorías emocionales y las dimensiones emocionales estaría sujeta a una estructura específica y con
significado, así como con cierta jerarquía.
Estas características las podemos encontrar en las distintas aproximaciones que se hacen al concepto de
emoción en general y al de las distintas emociones en particular, pero en cualquier caso, continuamos teniendo
distintas aproximaciones en el estudio de la emoción. A pesar de todo, actualmente, se asume la existencia de
una serie de reglas o leyes que regulan el mismo, como las propuestas por Frijda (1988), y en las que se recoge
la capacidad motivacional de las emociones, el valor adaptativo, el carácter dimensional, más que específico,
que el concepto de emoción posee, así como la relevancia que los procesos cognitivos y de valoración juegan en
la aparición de las emociones. Como indica Frijda (1986, p. 473) la emoción es una categoría psicológica que
consiste en una serie de mecanismos que comparan estímulos en función de estados preferenciales del
organismo, que nos hacen tomar conciencia de lo agradables o desagradables que nos resultan, o resultarán, esos
estímulos, y que conducen nuestra actividad, ya sea favorable o desfavorablemente, sobre los estímulos,
controlando, en definitiva, nuestra actuación.
El alto grado de elementos comunes que se dan entre distintas emociones nos conduce a la necesidad
de diferenciarlas de acuerdo a algunos componentes que se vuelven fundamentales para la comprensión de la
emoción. Estos elementos van a ser, por una parte, los procesos de evaluación y valoración cognitiva relativos al
placer o displacer de un evento y el grado de activación o desactivación psicofisiológica, en mayor o menor
medida específica, que se tiene. Ambos componentes permitirán diferenciar distintas emociones. El concepto
que puede recoger tanto los aspectos psicofisiológicos como la relevancia de la valoración cognitiva, y que es
fundamental en los procesos emocionales, es el del afecto (e.g. Russell, 1991a).
La estructura afectiva de las emociones se convierte en un elemento fundamental para el estudio de las
emociones. Así, Russell y Feldman Barrett (1999) muestran como un relevante número de trabajos dan
descripciones alternativas para dos dimensiones similares que coincidirían con las de “placer-displacer” y
“activación-desactivación”; dimensiones que definirían las respuestas emocionales y que explican, al menos en
los trabajos analizados, entre el 73% y el 97% de la varianza de las dimensiones evaluadas. Esta estructura
afectiva de las emociones facilita la comprensión de algunos fenómenos emocionales frecuentemente
identificados, como el alto grado de comorbilidad entre la ansiedad, la ira y la tristeza, que tendrían en común
un alto grado de displacer variando en el grado de activación, o como la aproximación-evitación a estímulos
específicos, que para Cacioppo y Gardner (1999) se explicaría más desde la dimensión activación-desactivación.
Así, sería fácil identificar la alta activación y el alto displacer de la ira, o, en la sorpresa, la alta activación junto
a una posición neutro en la dimensión “placer-displacer” (PIR 1999, preg. 65; autoeval. 15).

2. Teorías de la emoción

Más allá del marco en el que se estudie la respuesta emocional y sus características, resulta
imprescindible reconocer el hecho de que la conceptualización y caracterización que se hace de una emoción en
determinado campo de estudio está delimitada por la teoría en la que se apoya. Así, la relevancia que tiene la
heterogeneidad y la multiplicidad de aproximaciones teóricas a la emoción, apoyadas en resultados válidos y
fiables, es aún mayor. Las distintas teorías de la emoción que se revisan a continuación están agrupadas de
acuerdo a cuatro perspectivas: una perspectiva evolucionista que deriva en el estudio de la expresión facial de
las emociones y en la identificación de emociones discretas; una perspectiva psicofisiológica que entiende que la
experiencia emocional es fruto de los cambios fisiológicos; una perspectiva más neurológica centrada en el
estudio de las bases biológicas a nivel del SNC; y una perspectiva cognitiva en la que se incluyen un amplio
número de teorías y orientaciones que tienen en común la relevancia otorgada al procesamiento del estímulo.

2.1. Teorías evolucionistas y emociones discretas


El estudio de la emoción desde una perspectiva científica y positivista podemos darla por inaugurada
en el siglo XIX con dos importantes trabajos, uno de Duchenne de Bologne (1862) titulado Los mecanismos de
la expresión facial humana, y otro, publicado unos años después por Darwin (1972) titulado La expresión facial
de en hombres y animales. Darwin señala la existencia de diversas características comunes en la expresión de
las emociones en distintos sujetos pertenecientes a culturas diferentes, a la vez que recoge también otros datos
como la gran similitud que se da entre los patrones faciales expresivos de los ciegos. De este modo, Darwin
concluye que las expresiones faciales de las emociones tienen un carácter universal, habiendo superado la
selección natural por su capacidad para transmitir información altamente relevante y útil para el desarrollo y
control de la comunicación “intraespecífica”, y en definitiva, para la supervivencia de los individuos
(Fernández-Dols, Iglesias Dorado y Mallo Carrera, 1990).
La hipótesis de la universalidad de la expresión facial de las emociones tuvo una importante
repercusión entre psicólogos de principios del siglo XX, como Allport, Goodenough y Woodworth, y en otros
posteriores, como Tomkins y Plutchik, aunque su desarrolló fundamental arrancó en los años sesenta.
Recientemente, Keltner y Ekman (2000) señalaban que fueron dos los hechos que permitieron el desarrollo y
resurgimiento de esta línea teórica. En primer lugar, los estudios transculturales que, independientemente,
llevaron a cabo Izard (1977) y el grupo de Ekman (Ekman y Friesen, 1971) y cuyos resultados apuntaban
fuertemente hacia una universalidad en la interpretación de las expresiones faciales de distintas emociones.
Estos resultados contrarrestaron, además, las prevalecientes ideas de relativismo cultural. En segundo lugar, el
resurgimiento de esta línea teórica se apoyó en el desarrollo, por parte de los investigadores antes citados, de
medidas objetivas de la expresión facial, que incluían medidas de la actividad facial además de la observación
sistemática de los juicios de los observadores. Desde la publicación a finales de los setenta de catálogos
descriptivos de las expresiones faciales de las emociones, como el FACS (Ekman y Friesen, 1978) y el MAX
(Izard, 1979), hasta la actualidad, los sistemas de medida han evolucionado altamente, alcanzando una mayor
precisión en la recogida de datos, lo que ha permitido resolver dificultades derivadas de algunos de esos datos y,
en definitiva, dar mayor fiabilidad a la investigación.
Fundamentalmente, se han derivado dos supuestos básicos de las teorías de la expresión facial de las
emociones en el marco de la tradición darwinista. Estos supuestos básicos son, por una parte, la existencia de
unas emociones básicas o primarias junto a la existencia de otras emociones derivadas de estas primeras más
fundamentales, y, por otra parte, la asunción de categorías emocionales frente a dimensiones emocionales
(Fernández-Dols et al., 1990).
Actualmente existe un alto grado de acuerdo en el reconocimiento de, al menos, siete categorías
emocionales básicas, que fundamentalmente se corresponderían con la alegría, la ira, el miedo, la sorpresa, el
desagrado, la tristeza y el interés o atracción (Iglesias, Naranjo, Picazo y Ortega, 1984). Tanto las siete
categorías emocionales anteriormente citadas, como cualquier categoría emocional debe de definirse, según
Izard (1991), por una serie de características que toda emoción básica debe cumplir, como son: 1) tener un
sustrato neural específico y distintivo; 2) poseer una expresión o configuración facial característica y propia; 3)
relacionarse con sentimientos determinados y únicos; 4) derivar de procesos biológicos evolutivos; y 5) tener
propiedades motivacionales y adaptativas.
Más allá de la diferenciación y categorización de las emociones, un punto central de esta línea teórica
es la distinción a un nivel experiencial o subjetivo de las emociones a partir de la expresión facial. En este
sentido, Izard (1971, 1984) especifica un mecanismo explicativo para este proceso basándose en un “feedback”
facial. Hay que decir, que Izard parte de una posición que entiende que la emoción y la cognición son sistemas
independientes, y que si bien es cierto que están altamente interrelacionados, se da una primacía del sistema
emocional sobre el cognitivo. Así, la expresión facial jugará un rol fundamental en la creación de la experiencia
emocional a través de un doble mecanismo que vincula los músculos faciales con determinadas áreas cerebrales.
En primer lugar se transmitirá un impulso cerebral a los músculos de la cara, provocando expresiones faciales
emocionales que están genéticamente determinadas, y después esa activación muscular facial es recogida y
procesada por el cerebro, dando lugar a la experiencia subjetiva emocional. Puesto que las expresiones faciales
de las emociones se diferencian entre sí, la retroinformación sobre las mismas da lugar a experiencias
emocionales cualitativamente distintas (ver Cano Vindel, 1995).
La hipótesis de la universalidad ha recibido fuertes críticas, más allá de las puramente metodológicas.
En primer lugar, como indican Ortony y Turner (1990), existe un importante desacuerdo entre los autores que
defiende esta hipótesis, especialmente en cuanto al número y a la identificación de las emociones que son
básicas y de las cuales se derivan las emociones secundarias. Pero además de esta primera crítica, la mayor parte
del debate actual viene de la mano de autores como Russell, que entienden las emociones desde una perspectiva
dimensional más que categorial. Russell (1991b) mantiene que se da cierto grado de relatividad que hace que el
reconocimiento de la expresión facial pueda estar modulado y, en ocasiones, hasta modificado por el contexto.

2.2. La perspectiva psicofisiológica


El autor que inaugura esta línea teórica es William James en 1884, cuando publica en la revista Mind
su artículo respondiendo a la pregunta ¿qué es la emoción?. Básicamente, la respuesta que James da a esta
pregunta entiende que la experiencia emocional tiene lugar tras la percepción de cambios fisiológicos que se han
producido ante la estimulación ambiental. A la vez, otro autor, el danés Lange (1885), llega a la misma
conclusión, prácticamente a la vez, y de forma independiente. Desde entonces este enfoque teórico comenzó a
conocerse como la teoría James-Lange de la emoción. Hasta que estos autores proponen su teoría, la idea que
existía sobre el proceso emocional era que la respuesta emocional se producía ante la percepción de
determinados estímulos del ambiente, y que esa respuesta emocional producía una serie de cambios fisiológicos
en el organismo. Con la teoría de James-Lange el punto fundamental en el proceso emocional pasa a estar
situado en el feedback aferente que se da desde las vísceras y músculos esqueléticos y que produce la activación
cortical que permite la aparición del sentimiento y la experiencia emocional (Fernández-Abascal y Palmero,
1995) (PIR 2000, preg. 53; PIR 2001, preg. 8; autoeval. 11, 12).
En el artículo publicado en la revista Mind en 1884, escribe “Lo que nos dificulta tanto el reproducir en
frío la expresión completa y global de cualquier emoción es el número inmenso de porciones del cuerpo que se
modifican en cualquiera de ellas” (James, 1884 / 1985, p.61), señalando con ello el alto número de cambios
corporales que acompañan cada reacción emocional, lo que unido al también alto número de situaciones que
pueden desencadenar esas mismas reacciones emocionales, conduce a que el estudio de la experiencia
emocional al alto grado de especificidad que se da en las respuestas emocionales. Así, James nos indica que las
emociones se van a caracterizar por un conjunto de cambios corporales, fisiológicos, motores y viscerales, que
están organizados de una forma propia y diferente en cada emoción, y que, por lo tanto, mostrarían una
especificidad psicofisiológica en los patrones de respuesta emocional. Hay que señalar que la especificidad
fisiológica de las emociones asume de forma implícita la existencia de emociones discretas o básicas.
Unido a este hecho, cabría esperar que estados emocionales similares deberían de provenir de cambios
psicofisiológicos similares, pero, sin embargo, James también señala la existencia de un alto grado de dificultad
para encontrar dos reacciones emocionales similares. Eso hecho, nos conduce a otra de las aportaciones
puntuales que realiza James en relación a la dificultad para encontrar esa homogeneidad de la respuesta
emocional en el ser humano, y que tiene que ver con cierto grado de idiosincrasia que cada individuo presenta
en la expresión de una respuesta emocional, así como de la amplia gama de objetos que dan lugar a la reacción
corporal, lo que conduce todo ello a hablar, también, de una especificidad individual (Cano Vindel, 1995).
La especificidad psicofisiológica propuesta por James enlaza también de algún modo con propuestas
posteriores como la realizada por Lacey (1967) al criticar una perspectiva dimensional de la activación
fisiológica fundamentalmente a través de dos aspectos: el primero, la disociación entre los diferentes índices de
activación; siendo unos de los primeros autores en diferenciar componentes cognitivos, fisiológicos y
conductuales en las emociones; el segundo, los efectos inhibitorios que tiene el “feedback” cardiovascular sobre
la actividad cortical.
Una de las últimas revisiones sobre la investigación en este campo (Cacioppo et al., 2000) muestra
como la fiabilidad de la diferenciación autonómica en la respuesta emocional se ha obtenido y mantenido a
través de distintos tipos de estudios. Öhman (1987) señala que existen suficientes datos para apoyar la
diferenciación emocional, al menos, a nivel cardiovascular y psicofisiológico-facial. Los datos revelan que en
relación a la tasa cardiaca, ésta se acelera ampliamente en la ira, el miedo y la tristeza, y moderadamente en la
alegría, comparadas todas estas emociones con el disgusto, dónde la tasa cardiaca presenta niveles similares a
los de grupos control. La tasa cardiaca es mayor: en la ira que en la alegría; en el miedo que en la alegría (la cuál
también se diferencia en el volumen del pulso medido en el dedo); y, en el miedo que en la tristeza (también se
diferencian en la tasa respiratoria). La diferenciación entre emociones específicas es mucho menos fiable cuando
se utilizan otras medidas cardiorespiratorias como, por ejemplo, la temperatura facial o la amplitud
neumorespiratoria (Cacioppo et al., 2000). Consistentes con estos resultados son los encontrados en relación a la
presión arterial, los cuales indican que la presión diastólica era más alta en la ira que en el miedo, que en la
tristeza y que en la alegría. También la tristeza mostraba mayor presión diastólica, y también sistólica, que la
alegría.
Los resultados en relación a la respuesta autonómica obtienen mayor capacidad de definición si
clasificamos las emociones básicas en negativas y positivas. En este sentido, los datos muestran que se da un
incremento significativo de la presión diastólica, el “output” cardiaco, el tiempo de proyección del ventrículo
izquierdo, el periodo de preproyección, el tránsito del pulso y la tasa cardiaca en las emociones negativas
comparadas con las emociones positivas. El efecto de la presión sistólica encontrado es comparable al que
muestra la tasa cardiaca en muchos estudios, sin embargo, el pequeño número de estudios en los que aparece
esta medida no permiten mantener su significatividad cuando se lleva a cabo la revisión metanalítica. En cuanto
a la relación de las emociones básicas con la conductancia de la piel, otra de las medidas clásicas en
psicofisiología, los resultados más consistentes que se encontraron en la revisión mostraban que la ira y el miedo
estaban asociadas a una mayor conductancia no específica de la piel, siendo con la emoción de la alegría con la
que menos se incrementaba el nivel de conductancia.
En suma, los resultados de la revisión indican que ciertas emociones discretas como son la ira, el
miedo, la tristeza y el disgusto no pueden ser completamente diferenciadas sólo por la actividad visceral, pero
sin embargo, están todas ellas están asociadas a una fuerte actividad del sistema nervioso autónomo hasta el
punto de que esa actividad del sistema nervioso autónomo las diferencia de las emociones positivas. La
diferenciación de las emociones por la actividad visceral, así como la incipiente diferenciación facial, es más
clara cuando se comparan emociones negativas y positivas en conjunto que no cuando se comparan discretas
separadamente (Cacioppo et al., 2000). La hipótesis de la especificidad emocional encuentra, por tanto,
resultados importantes, pero no concluyentes, lo que dificulta la asunción definitiva de la misma.

2.3. La perspectiva neurológica


La perspectiva neurológica en el estudio de la emoción surge como réplica a las propuestas de James
sobre la activación psicofisiológica como fundamento de la emoción. En 1915 Cannon señala una serie de
objeciones a la teoría de James-Lange, generando todas ellas una importante cantidad de estudios que tenían
como fin avalar precisamente esas objeciones (ver Cano Vindel, 1995, p. 355). La primera de las objeciones que
se realiza tiene que ver con el hecho de que los cambios corporales, que según James proporcionan un feedback
al cerebro originando así la emoción, pueden ser eliminados o impedidos completamente sin que por ello se
tengan que dar necesariamente cambios en las emociones que experimenta el organismo. El propio Cannon
(1929) y Phillip Bard (1929), otro importante fisiólogo de principios de siglo, desarrollaron una serie de trabajos
en los que mostraban la posibilidad de que se dieran respuestas de furia, rabia o ira, en animales que habían sido
decorticados activando en ellos fibras que irían desde el hipotálamo. A este fenómeno lo denominaron “falsa
ira”, que se caracterizaba como un síndrome inhibitorio (Bard y Mountcastle, 1948), y fue base para la
investigación posterior desde esta perspectiva.
Además de esta primera crítica a la teoría de James-Lange, que derivo en toda una nueva visión en el
estudio de la emoción, Cannon realizó otras críticas importantes a esa teoría, críticas que finalmente se
convertían en nuevos fundamentos para el estudio de la emoción desde una perspectiva neuropsicológica. Así,
Cannon (1915) señaló que la respuestas del sistema nervioso autónomo resultan muy lentas y tienen latencias
muy largas en comparación con la rapidez que muestran algunas respuestas emocionales. A la vez, además de
las ya vistas, las críticas de Cannon fueron especialmente insistentes en lo relativo al papel que jugaban las
vísceras en la elicitación de las emociones según James-Lange. En esta línea, Cannon (1915) entendía que los
cambios viscerales pueden ser los mismos para distintos estados emocionales, e incluso para estados no
emocionales, a lo que además se añade el hecho de que las vísceras son estructuras esencialmente insensibles.
Sin embargo, más allá de toda la serie de críticas de Cannon a la teoría de James-Lange, es reconocido
actualmente (Davidson, Jackson y Kalin, 2000) que el aspecto más importante e influyente de las ideas y de los
trabajos de Cannon, y de otros autores coetáneos como Bard, fundamentales en el desarrollo de la perspectiva
neuropsicológica en el estudio de la emoción, es la elicitación experimental de un circuito neural que implica la
expresión (y presumiblemente la experiencia) de una emoción. En este sentido, se desarrolló una línea de
investigación que entendía y entiende que la expresión de las emociones se vincularía a estructuras diencefálicas
y la experiencia de las emociones a estructuras corticales. La implicación de estructuras diencefálicas y
estructuras corticales en la experiencia emocional posibilito el desarrollo de otros influyentes trabajos como los
realizados por Papez (1937) especificando la implicación de estructuras como el hipotálamo, el núcleo anterior
talámico, el hipocampo y el córtex cingulado en el circuito neuronal activado en la respuesta emocional (ver
LeDoux, 1987). Posteriormente MacLean (1949) condujo la investigación hacia lo que llamó la “formación
hipocampal”, cuya implicación resulta fundamental para la experiencia emocional. En esa formación
hipocampal se incluía la amígdala, estructura anatómica que actualmente goza de un alto protagonismo en todas
las teorías modernas neurológicas sobre la emoción.
Sobre la función de la amígdala en la emoción existe un amplio cuerpo de investigación,
fundamentalmente de carácter animal, que establece la importancia que esta estructura cerebral tiene en la
activación de los procesos emocionales en general, y en particular, del reconocimiento y de la expresión del
miedo (PIR 1999, preg. 17; autoeval. 14). La contribución de la amígdala a la emoción deriva de los estudios
sobre el síndrome Kluver-Bucy, un complejo conjunto de cambios conductuales que están asociados al daño en
el lóbulo temporal en primates (Kluver y Bucy, 1937). La relevancia y el importante número de los hallazgos
encontrados sobre la amígdala en las dos últimas décadas sirven para concluir que esta estructura juega un papel
fundamental en la asignación de significado afectivo a eventos sensoriales. También se viene comprobando
cómo la amígdala se activa en respuesta a la expresión facial de emociones, especialmente ante el miedo
(LeDoux, 1993). La amígdala podría ser una estructura, además de necesaria, suficiente para la aparición de
respuestas emocionales.
Más allá de la relevancia de la amígdala, no hay dudas de que actualmente es el córtex prefrontal quién
comparte protagonismo con la amígdala como objeto de estudio en el ámbito de la neuropsicología y la
emoción. La literatura científica converge en la asunción de la existencia de dos sistemas de aproximación-
evitación relacionados con la emoción y con la motivación y, a la vez, se dan suficientes evidencias para
entender que los sistemas de aproximación y evitación son activados parcialmente por circuitos separados, y
como componentes clave de esos circuitos se hallarían la amígdala y el lóbulo prefrontal, habiendo sido
estudiados especialmente, dentro del córtex prefrontal, los sectores dorsolateral, orbitofrontal y ventromedial
(Davidson et al. 2000).
En humanos, el daño cerebral traumático en el lóbulo frontal ya había aparecido ampliamente asociado
a la pérdida de control sobre los aspectos más emocionales de la conducta y, frecuentemente, lesiones o daños
orbitofrontales se mostraban asociados con la desinhibición de estilos de conducta. En cuanto al córtex
prefrontal ventromedial, su daño se ha visto relacionado con la anticipación de futuras consecuencias afectivas,
lo que acaba por desinhibir la conducta emocional (Bechara, Damasio, Damasio y Lee, 1999). Un caso clásico
en la literatura neuropsicológica es el de Phineas Gage, ahora popular gracias a los trabajos de Damasio (1994),
que muestra los cambios, fundamentalmente de carácter emocional, en la expresión de afectos y la anticipación
de consecuencias, que el paciente presenta después de que sufriera un accidente que dañó el sector ventromedial
del córtex prefrontal. Por otra parte, en lo que respecta a la importancia de los sectores izquierdo y derecho del
lóbulo prefrontal, se han evidenciado sistemáticamente las diferencias en el procesamiento emocional en
pacientes con daño cortical unilateral, encontrándose una tendencia significativa a darse síntomas de tipo
depresivo cuando la lesión se localiza en la cara izquierda del córtex prefrontal anterior, debido a la implicación
de esa área en el circuito que es necesario que se active para experimentar afecto positivo (Morris, Robinson,
Raphael y Hopwood, 1996).

2.4. La perspectiva cognitiva


El estudio de la emoción desde una perspectiva cognitiva se centra en la investigación de aquellas
variables que intervienen entre la situación estimular y la respuesta emocional y que tienen que ver con procesos
de carácter evaluativo, valorativo, atributivo, de etiquetado, representacional, etc.. Así, los conceptos que van a
hacer referencia a esas variables cognitivas van a ser conceptos tales como valoraciones, expectativas, control
percibido, objetivos, interpretaciones, etc. (Cano Vindel, 1995). Una distinción importante a la hora de entender
muchos de los conceptos utilizados en los modelos cognitivos es la distinción entre los procesos cognitivos y los
contenidos cognitivos, de manera que es necesario distinguir el proceso que se postula como origen de la
reacción emocional, frente a los contenidos (p.ej. significados) que posee ese proceso (ver Fernández-Abascal y
Cano Vindel, 1995). Asumiendo estas consideraciones se reconoce que, de entre todas las aproximaciones
cognitivas, es el complejo concepto de valoración el que, de algún modo, aparece en la mayor parte de esas
aproximaciones.
El trabajo realizado por Schachter y Singer en 1962 que es considerado, en cierto modo, el trabajo
inaugural del que siguió toda una línea de investigación en emoción desde la orientación cognitiva. En este
artículo, ya clásico, Schachter y Singer proponían lo que se llamó la “teoría de los dos factores” según la cual la
emoción necesitaría de dos componentes o factores que serían, por un lado, cierto grado de activación
fisiológica o arousal y, por otro lado, cierto grado de activación cognitiva relativa a la interpretación de
determinados estímulos. Hay que señalar que unas cuantas décadas antes, Marañón (1924) había publicado un
trabajo en el que demostraba como determinados niveles de excitación provocados por una inyección de
adrenalina no eran experimentados por los sujetos como verdaderos estados emocionales, sino, más bien, como
lo que llamó “emociones frías”, pudiendo, sin embargo, estas emociones frías convertirse en verdaderos estados
emocionales si al efecto activador de la adrenalina se le sumaba cierto grado de activación a nivel cognitivo,
como por ejemplo, la evocación de recuerdos. El trabajo de Schachter y Singer seguía un paradigma
experimental similar y obtenía, también, resultados similares. En este trabajo se manipulaba el estado de
activación fisiológica del sujeto a través de una inyección de adrenalina (epinefrina) así como las claves
cognitivas del mismo a través de la información que se le daba al sujeto y de un contexto social facilitador de
determinadas interpretaciones. Los resultados mostraron que eran la activación fisiológica y la interpretación
cognitiva de los estímulos situacionales las variables que mediaban en la respuesta emocional. La intensidad de
la activación fisiológica se vincula a la intensidad de la emoción y la interpretación cognitiva de acuerdo a
atribuciones contextuales se vincula a la cualidad o tipo de emoción (Cano Vindel, 1995).
Hay que señalar, sin embargo, que históricamente, los primeros estudios que dieron relevancia al
proceso de valoración como concepto fueron los realizados por Arnold, quién desarrollo una primera teoría de la
valoración automática para la emoción, utilizando explícitamente el término de “valoración” (Arnold, 1960a,
1960b). En su teoría, Magda Arnold, entendía que la valoración de los estímulos servía de complemento a la
percepción de los mismos, a la vez que desencadenaba una tendencia de acción, de manera que cuando esta
tendencia de acción era suficientemente intensa se producía el fenómeno emocional.
El trabajo monográfico de Arnold sobre personalidad y emoción permitió el desarrollo, por parte de
Richard Lazarus (Lazarus,1966, 1984; Lazarus y Folkman, 1984) de una teoría sobre la valoración cognitiva, el
estrés y la emoción, que se ha convertido en la más extendida entre la comunidad científica. La implicación en
el ámbito del estrés ha sido muy alta, en el capítulo sobre estrés de este mismo manual se puede encontrar un
breve resumen de los conceptos más importantes de la misma. En cualquier caso, recordamos su actual versión
sobre las propuestas hechas para el concepto de valoración.
Lazarus (1999, pp. 86-88) indica que en el proceso de valoración existen dos actos: una valoración
primaria y una valoración secundaria que están interrelacionadas y que funcionan de forma dependiente pero
que conviene comentarlos por separado. El acto primario de valoración se refiere a la relevancia que posee lo
que está sucediendo en relación a los objetivos, las metas, los valores, los compromisos o las creencias que esa
persona tiene. Así, el principio fundamental de esta primera valoración tiene que ver con lo comprometidos que
se vean nuestros objetivos o nuestras metas, y con la importancia adaptativa que tenga para nosotros
determinado suceso o evento. Si la situación o el evento no afecta al propio bienestar o los objetivos o metas, no
se producirá una reacción de estrés ni emocional. El acto secundario de valoración es un proceso de evaluación
que se centra en lo que la persona puede hacer ante esa situación relevante para mantener o conseguir el
bienestar y una buena adaptación. Esta valoración secundaria es una evaluación de los recursos de afrontamiento
de los que la persona dispone para manejar esa situación relevante para el propio bienestar. La valoración
primaria y secundaria sólo se diferencian en el contenido, poseen la misma importancia y no siguen un orden
temporal preestablecido.
Smith y Lazarus (1993) identifican los componentes que conforman los procesos de valoración y, así,
identifican las valoraciones sobre la “relevancia motivacional” y sobre “la congruencia motivacional” en la
valoración primaria y las valoraciones sobre el “agente causal”, el “potencial de afrontamiento focalizado en el
problema” (PIR 2001, preg. 155; autoeval. 13), el “potencial de afrontamiento focalizado en la emoción” y la
“expectativa futura” en la valoración secundaria. Además se asumen unos temas generales de valoración (los
“núcleos temáticos relacionados”) vinculados a emociones específicas, por ejemplo, “pérdida irrevocable” a
tristeza, amenaza a miedo o “daño provocado” por otros a ira. Posteriormente, Lazarus (1999, pp. 103-104)
añade a los componentes de la valoración primaria la implicación que el evento tiene para el ego, como por
ejemplo (Lazarus, 1991, p. 102), la estima social, los valores morales, creencias, etc..
Las propuestas de Lazarus, en sus aspectos más básicos reflejan una aproximación clásica al estudio
del proceso de valoración en la que se asume que la persona dispone de una serie de criterios o de unas
dimensiones fijas de evaluación a la hora de dar significado a los eventos. Según Scherer (1999, p. 638) estos
criterios se pueden clasificar en cuatro tipos: 1) características intrínsecas de los eventos, como por ejemplo el
grado de novedad; 2) el significado del evento para las necesidades o metas del individuo; 3) la habilidad del
individuo para poder afrontar o manejar las consecuencias del evento, y que incluye evaluar la responsabilidad
en la situación; y 4) la compatibilidad del evento con las normas sociales y los valores.
Además de las aportaciones realizadas desde el concepto de valoración, existen otras propuestas con
orientación cognitiva altamente relevantes. Así, las teorías centradas en los procesos atribucionales son las que
probablemente, después de las distintas teorías de la valoración, las que más relevancia y expansión han tenido.
Según Pennington (2000, p. 162), actualmente las atribuciones se pueden entender como procesos que intentan
determinar las causas de nuestra propia conducta y también de la de los demás, determinando si esas causa son
internas o disposicionales o externas o situacionales. Partiendo del concepto de atribución causal Weiner
propusó una teoría que además de desarrollar el proceso de adscripción causal explicaba las consecuencias de
esas atribuciones y, entre ellas, las emocionales. La teoría de Weiner (1980, 1986), se centra en situaciones o
contextos de logro y fracaso, indicando que las adscripciones causales podrían agruparse o clasificarse según
determinadas dimensiones. En primer lugar propone una dimensión denominada “locus de causalidad” que tiene
que ver con dónde sitúa el individuo la responsabilidad de la acción, encontrándose en un polo de esta
dimensión la causalidad interna y en el otro la causalidad externa. Otra de las dimensiones propuestas por
Weiner es la de “estabilidad”, que se ocupa de lo persistente o no de los factores internos y externos, estando en
un extremo de esta dimensión la inestabilidad y en otro la estabilidad. La tercera y última dimensión que Weiner
propone se refiere a la “controlabilidad”, concerniente a la percepción o creencia que tiene una persona sobre el
hecho de si su ejecución en una tarea se encuentra bajo su control personal.
Para Weiner (1986), en relación a las emociones, se da una primera reacción afectiva ante la valoración
del resultado de la conducta como positivo o negativo, pero las respuestas emocionales específicas van a
derivar de las atribuciones causales elegidas para explicar ese resultado. Las emociones negativas estarán
vinculadas a resultados negativos, pero cada emoción dependerá de las dimensiones atribucionales, de forma
que, por ejemplo, la ira dependería de atribuciones de no control y externas, la culpa de causas controlables e
internas, y la vergüenza a causas incontrolables e internas.
La relación entre las distintas explicaciones causales que se dan ante los resultados de nuestra conducta
y las respuestas emocionales que se vinculan a esas explicaciones causales también han sido estudiadas, aunque
en menor medida, en el marco de otras teorías atribucionales. Así, desde la teoría de la indefensión aprendida
(Seligman, 1975), sus posteriores reformulaciones y derivaciones, se han aportado datos que revelan la relación
de dimensiones atribucionales como las de “interno-externo”, “estable-inestable” o “global-específico” con
respuestas emocionales características de la ansiedad, la depresión o la ira (ver Pérez-Nieto, Camuñas, Cano-
Vindel, Miguel-Tobal e Iruarrizaga, 2000).
Además de las posiciones teóricas que relacionan la respuesta emocional con los procesos de atribución
o con los procesos de valoración, existe otra perspectiva cognitiva en el estudio de la emoción que ha aportado
importantes datos y resultados, es aquella que relaciona la proposición de imágenes mentales con la activación
psicofisiológica que acompaña la respuesta emocional. Han sido Peter Lang y su equipo quienes han
desarrollado un modelo teórico que estudia precisamente esa relación entre los procesos cognitivos, en concreto,
aquellos que determinan la representación central, y la expresión de una respuesta emocional. Lang (1968,
1978) entiende que las emociones van a ser fundamentalmente disposiciones para la acción que van a originarse
ante estímulos que son significativos para el organismo y que fundamentalmente producen cambios en tres
sistemas de respuesta que componen la emoción: el cognitivo o experiencial-subjetivo, el neurofisiológico-
bioquímico y el motor o conductual-expresivo. Las emociones habrían de entenderse como una conjunción de
los tres sistemas si no se quiere caer en una visión parcial e incompleta de las mismas. Lang (1978), para el
desarrollo de su modelo, parte del hecho de que imaginar diferentes situaciones o actividades provoca una
activación, que podrá ser medida fundamentalmente a nivel fisiológico y a nivel motor, y que estará relacionada
con el tipo y el significado de la información que posee situación o actividad imaginada. Así se crea una red que
está definida por unas proposiciones de estímulo, unas proposiciones de respuesta y unas proposiciones de
relación y significado entre estímulo y respuesta. Estas redes emocionales se codifican y son almacenadas en la
memoria, organizándose, además, asociativamente. De este modo, la expresión emocional ocurre cuando la red
es activada por una proposición que se ajusta a las proposiciones que definen esa red. Esta proposición
activadora se denomina “input”, y hay que señalar que no todos los inputs tienen el mismo poder activador para
una red emocional. El procesamiento de las proposiciones de entrada acaba dando lugar a unas proposiciones de
salida, que se denominan “output”, y que fundamentalmente son el informe verbal y la reactividad fisiológica.
Una característica importante del modelo es que las proposiciones de entrada o inputs pueden ser
manipulados o controlados, de hecho, en ocasiones, el input puede ser una proposición de respuesta, lo que
suele ser más eficaz a la hora de generar mayor reactividad fisiológica (Lang, 1984). Otros factores que van
determinar la activación emocional van a ser el grado en que el input o proposición de entrada se parece o
coincide con la proposición de entrada de esa red emocional, pudiéndose activar también la red con
descripciones verbales. La intervención y modificación de las proposiciones de entrada y de las de salida ha
permitido que el modelo tenga aplicaciones terapéuticas, que pueden, por ejemplo, potenciar los resultados de la
desensibilización sistemática. Otro importante beneficio derivado de este modelo ha sido el desarrollo de un
instrumento que permite identificar estímulos visuales (fotografías) objetivos, controlables, calibrados, fiables y
válidos, que poseen la capacidad de evocar emociones: el “International Affective Picture System”-IAPS-
(CSEA-NIMH, 1999),
Actualmente, Lang (1995) entiende las emociones como disposiciones para la acción con un triple
sistema de respuesta que son resultado de la combinación de dos dimensiones afectivas. La primera dimensión
emocional hace referencia a la valencia que acompaña la respuesta emocional y que viene determinada por dos
sistemas motivacionales, el apetitivo y el aversivo. La segunda dimensión emocional es el “arousal”, que sin una
base neural especifica, se convierte en un reflejo del grado de activación de cada sistema motivacional. Además,
Lang (1995) asume una tercera dimensión de “control”, que menor implicación en su modelo. De hecho, la
situación actual en la investigación sobre emoción, identifica fundamentalmente, dos dimensiones afectivas en
torno al placer-displacer y a la activación-desactivación, dimensiones que, con distintos nombres pero similares
descripciones, son asumidas por un amplio número de autores. Esta estructura afectiva de las emociones puede
facilitar además el desarrollo de las más novedosas e incipientes teorías sobre la emoción que buscan
fundamentalmente explicar, no la estructura, sino el proceso que se sigue en el desarrollo de las emociones y
que ha derivado en la propuesta de modelos dinámicos no lineales (ver Lewis y Granic, 2000), donde continuos
“feedback” entre los componentes emocionales desarrollan y mantienen dichas emociones. Estos modelos
dinámicos no lineales, derivados de la teoría del caos, dan, indirectamente, relevancia a otra relevante linea
actual de trabajo en el estudio de la emoción, como es la auto-organización que el propio organismo lleva a cabo
en el desarrollo del proceso emocional. En definitiva, más allá de saber qué es la emoción y en qué consiste, las
futuras líneas de investigación intentarán explicar cómo ocurre. Todo ese conocimiento deberá tenerse en cuenta
de cara a la intervención sobre las emociones, intervención cada vez más necesaria si atendemos a las
consecuencias que, por ejemplo, para la salud puede tener la desproporcionada frecuencia o intensidad de
respuestas emocionales como, por ejemplo, la ira que muestra una importante asociación con los trastornos
cardiovasculares (PIR 1999, preg. 202; autoeval. 16).

Referencias bibliográficas
Arnold, M.B. (1960a). Emotion and Personality: Psychological Aspects (Vol. 1). New York: Columbia
University Press.
Arnold, M.B. (1960b). Emotion and Personality: Neurological and Psychological Aspects (Vol. 2). New York:
Columbia University Press.
Bard, P. (1929). The central representation of the sympathetic system. Archives of Neurology and Psychiatric,
22, 230-246.
Bard, P. y Mountcastle, V.B. (1948). Some forebrain mechanisms involved in expression of rage with special
reference to suppression of angry behavior. Research Publictions Association for Research in Nervous
and Mental Disease, 27, 362- 404.
Bechara, A., Damasio, H., Damasio, A.R., y Lee, G.P. (1999). Different contributions of the human amygdala
and ventromedial prefrontal cortex to decision-making. Journal of Neuroscience, 19, 5473-5481.
Cacioppo, J.T., Berntson, G.G., Larsen, J.T., Poehlmann, K.M. e Ito, T.A. (2000). The psychophysiology of
emotion. En M. Lewis y J.M. Haviland-Jones (Eds.), Handbook of emotions. Second edition (pp. 173-
191). New York: The Guilford Press.
Cacioppo, J.T.; Gardner, W.L. (1999). Emotion. Annual Review of Psychology, 50, 191-214.
Cannon, W.B. (1915). Bodily changes in pain, hunger, fear and rage. New York: Harper & Row.
Cannon, W.B. (1929). Bodily chages in pain, hunger, fear and rage. New York: Appleton
Cano Vindel, A. (1995). Orientaciones en el estudio de la emoción. En E. G., Fernández –Abascal (Cor.),
Manual de motivación y emoción (pp. 337 - 383). Madrid: Centro de Estudios Ramón Areces.
Center for the Sudy of Emotion and Attention [CSEA-NIMH] (1999). The international affective picture
system: Digitized photographs. Gainesville, FL: The Center for Research in Psychophysiology,
University of Florida.
Damasio, A.R. (1994). Descartes’ error: Emotion, reason and the human brain. New York: Avon Books
(Traduc. en castellano, 1996. Barcelona: Grijalbo).
Darwin, C. (1872). The expression of the emotions in man and animals. London: John Murray.(Traducción en
Alianza Editorial, Madrid, 1984).
Davidson, R.J., Jackson, D.C. y Kalin, N.H. (2000). Emotion, plasticity, contest and regulation: Perspectives
from affective neuroscience. Psychological Bulletin, 126, 890-909.
Diener, E. (1999). Introduction to the special section on the structure of emotion. Journal of Personality and
Social Psychology, 76, 803-804.
Duchenne de Bologne, G.B (1990). The mechanism of human facial expression (Trad. R.A. Curhbertson). New
York: Cambrigde University Press (Original publicado en 1862).
Ekman, P. y Friesen, W.V. (1971). Constants across cultures in the face and emotion. Journal of Personality
and Social Psychology, 17, 124-129.
Ekman, P. y Friesen, W.V. (1978). The facial action coding system (FACS). Palo Alto, CA: Consulting
Psychologists Press.
Fehr, B. y Russell, J.A. (1984). Concept of emotion viewed from a prototype perspective. Jorunal of
Esperimental Psychology: General, 113, 464-486.
Fernández-Abascal, E. y Cano Vindel, A. (1995). Actividad cognitiva. En E. G., Fernández –Abascal (Cor.),
Manual de motivación y emoción (pp. 117 - 160). Madrid: Centro de Estudios Ramón Areces.
Fernández-Abascal, E.G. y F. Palmero (1995). Activación. En E. G., Fernández –Abascal (Cor.), Manual de
motivación y emoción (pp. 56 - 111). Madrid: Centro de Estudios Ramón Areces.
Fernández-Dols, J.M., Iglesias Dorado, J., Mallo Carrera, M.J. (1990). Comportamiento no verbal y emoción.
En J.L. Pinillos y J. Mayor (Eds.), Tratado de psicología general. Volumen 8: Motivación y emoción
(pp. 255-307). Madrid: Alhambra
Frijda, N.H. (1986). The emotions. Cambridge: Cambridge University Press.
Frijda, N.H. (1988). The laws of emtion. American Psychologist, 43, 349-358.
Iglesias, J., Naranjo, J.M., Picazo, C. y Ortega, J.E. (1984). La cara y la emoción: datos para una réplica.
Estudios de Psicología, 18, 101-111.
Izard, C.E. (1971). The face of emotion. New York: Appleton, Century-Crofts.
Izard, C.E. (1977). Human emotions. New York: Plenum Press.
Izard, C.E. (1979). The maximally discriminative facial movement coding system (MAX). University of
Delaware, Neward: Instructional Resources Center
Izard, C.E. (1984). Emotion-cognition relationships and human development. En C.E. Izard, J. Kagan y R.B.
Zajonc (Eds.), Emotion, cognition and behavior (pp. 17-37). Cambridge: Cambridge University Press.
Izard, C.E. (1991). The Psychology of emotions. New York: Plenum Press.
James, W. (1884). What is an emotion?. Mind, 9, 188-205 (traducción en 1985 en Estudios de Psicología, 20).
Keltner, D. y Ekman, P. (2000). Facial expression of emotion. En M. Lewis y J.M. Haviland-Jones (Eds.),
Handbook of emotions. Second edition (pp.236-249). New York: The Guilford Press.
Kluver, H. Y Buey, P.C. (1937). “Psychic blindness” and other symptoms following bilateral temporal
lobectomy in rhesus monkeys. American Journal of Physiology, 119, 352-353.
Lang, P.J. (1968). Fear reduction and fear behavior: problems in treating a construct. En J.M. Shilen (Ed.),
Research in Psychotherapy. Vol. III (pp.90-102). Washington: American Psychological Association
Lang, P.J. (1978). Anxiety: Toward a psychophysiological definition. En H.S. Akiskal y W.L. Webb (Eds.),
Psychiatric diagnosis: Explorations of biological predictiors. New York: Spectrum.
Lang, P.J. (1984). Cognition in emotion: Concept and action. En C.E. Izard, J. Kagan, y R.B. Zajonc (Eds.),
Emotions, cognition and behavior. New York: Cambrigde University Press
Lang, P.J. (1995). The emotion probe. Studies of motivation and attention. American Psychologist, 50, 372-385.
Lange, C.G. (1885 / 1922). The emotions. Baltimore: Williams & Wilkins.
Lacey, J.I. (1967). Somatic response patterning and stress: Some revisions of activation theory. En M.H. Appley
y R. Trumbull (Eds.), Psychological stress: Issues in research (pp. 14-37). New York: Appleton-
Century Crofts.
Lazarus, R.S. (1966). Psychological Stress and the Coping Processes. New York: McGraw-Hill.
Lazarus, R.S. (1984). On the primacy of cognition. American Psychologist, 39, 124-129.
Lazarus, R.S. (1991). Emotion and adaptation. New York: Oxford University Press
Lazarus, R.S. (1999). Stress and emotion: A new syntesis. New York: Springer Publishing Company
(Traducción española:. Ed. Desclée de Brouwer, 2000).
Lazarus, R.S. y Folkman, S. (1984). Stress, Appraisal and coping. New York: Springer Publishing Company.
LeDoux, J.E. (1987). Emotion. En F. Plum (Ed.), Handbook of physiology: 1. The nervous system: Vol. 5.
Higher functions of the brain (pp. 419-460). Bethesda, MD: American Physiological Society.
LeDoux, J.E. (1993). Emotional memory systems in the brain. Behavioral Brain Research, 58, 69-79.
Lewis, M.D. y Granic, I. (2000). Emotion, development and self-organization: Dynamic systems approaches to
emotional development. Cambridge, UK: Cambridge University Press.
MacLean, P.D. (1949). Psychosomatic disease and the “visceral brain”: Recent developments bearing on the
Papez theory of emotion. Psychosomatic Medicine, 11, 338-353.
Marañón, G. (1924). Contribution à l’etude de l’action émotive de l’adrenaline. Revué Francçaise du
Endocrinologie, 2, 301-325.
Morris, J.S., Frith, C.D., Perrett, D.I., Rowland, D., Young, A.W., Calder, A.J. y Dolan, R.J. (1996). A
differential neural response in the human amygdala to fearful and happy facial expressions. Nature,
383, 812-815.
Öhman, A. (1987). The psychophysiology of emotion: An evolutionary-cognitive perspective. En P.K. Ackles,
J.R. Jennings y M.G.H. Coles (Eds.), Advances in psychophysiology (Vol. 2). Greenwich, CT: JAT
Press.
Ortony, A. y Turner, T.J. (1990). What´s basic about basic emotions? Psychological Review, 97, 315-331.
Papez, J.W. (1937). A proposed mechanism of emotion. Archives of Neurology and Psychiatry, 38, 725-743.
Pennington, D. C. (2000). Social cognition. London:Routledge.
Pérez Nieto, M.A.; Camuñas, N.; Cano Vindel, A.; Miguel Tobal, J.J. e Iruarrizaga, I. (2000). Anger and anger
coping: a study of attributional styles Studia Psychologica,42, 289-302.
Russell, J.A. (1991a). Culture and the categorization of emotions. Psychological Bulletin, 110, 426-450.
Russell, J.A. (1991b). The contempt expression and the relativity thesis. Motivation and Emotion,15, 149-168.
Russell, J.A. y Feldma Barrett, L. (1999). Core affect, prototypical emotional episodes and other things called
emotion: dissecting the Elephant. Journal of Personality and Social Psychology, 76, 805-819.
Russell, J.A. y Lemay, G. (2000). Emotion concepts. En M. Lewis y J.M. Haviland-Jones (Eds.), Handbook of
emotions. Second edition (pp.491-503). New York: Guilford Press.
Schachter, S. y Singer, J.E. (1962). Cognitive, social, and physiological determintants of emotions state.
Psychological Review, 69, 379-399.
Scherer, K.R. (1999). Appraisal theory. En T. Dalgleish y M. Power (Eds.), Handbook of Cognition and
Emotion (pp. 337-363). Chichester: John Wiley & Sons.
Seligman, M.E.P. (1975). Helplessness: on depression, development, and death. San Francisco: Freeman Press.
Shaver, P., Schwartz, J., Kirson, D. y O´Connor (1987). Emotion knowledge: Further exploration of a prototype
approach. Journal of Personality and Social Psychology, 52, 1061-1086.
Smith, C.A. y Lazarus, R.S. (1993). Appraisal components, core relational themes, and the emotions. Cognition
and Emotion, 7, 233-269.
Weiner, B. (1980). A cognitive (attribution) -emotion-activation model of motivated behavior. Analysis of
judgements of helpgiving. Jorunal of Personality and Social Psychology, 39, 186- 200.
Weiner, B. (1986). An attributional theory of motivation and emotion. New York: Springer-Verlag.

Lecturas recomendadas
Cano Vindel, A. (1995). Orientaciones en el estudio de la emoción. En E. G., Fernández –Abascal (Cor.),
Manual de motivación y emoción (pp. 337 - 383). Madrid: Centro de Estudios Ramón Areces. Un
minucioso, preciso y completo repaso a las distintas orientaciones que han buscado una explicación al
fenómeno emocional, fácil de leer y con una organización del capítulo que facilita el estudio (incluye
cuadros resumen).
Lazarus, R.S. (1999). Stress and emotion: A new syntesis. New York: Springer Publishing Company
(Traducción española:. Ed. Desclée de Brouwer, 2000). En esta obra, Lazarus revisa toda su teoría de la
valoración centrándose más en la emoción que en el estrés, sumando a las propuestas originales y las
realizadas con Folkman en los años 80, las aportaciones realizadas a lo largo de los años 90.
LeDoux, J.E. (1996). The emotional brain: The mysterious underpinnings of emoitonal life. New York: Simon
& Schuster (Traducción española: Ed. Ariel/Planeta, 1999). Este libro tiene la virtud de, con una fácil
lectura, repasar la perspectiva más biológica en el estudio de la emoción pero integrándo en ella (y, en
definitiva, repasando) otras orientaciones clásicas de la psicología de la emoción.

Preguntas de autoevaluación
1. ¿Qué dos dimensiones delimitan la estructura afectiva de las emociones?
a. “ataque-huida” y “placer-displacer”
b. “placer-displacer” y “activación-desactivación”
c. “ataque-huida” y “activación desactivación”
d. “aproximación-evitación” y “ataque-huida”
e. “aproximación-evitación” y “placer-displacer”
2. Según Izard, ¿qué criterios de los siguientes debe cumplir toda emoción básica?
a. tener un sustrato neural específico y distintivo
b. poseer una expresión o configuración facial característica y propia
c. relacionarse con sentimientos determinados y únicos
d. derivar de procesos biológicos evolutivos
e. Todos los anteriores y además tener propiedades motivacionales y adaptativas
3. Según la teoría del “feedback” facial, la experiencia emocional subjetiva:
a. es posterior a la expresión facial de la emoción
b. da lugar a una expresión facial específica
c. es independiente de la expresión facial
d. ambas, expresión facial y experiencia emocional, son respuestas simultáneas al estímulo percibido
e. no existe experiencia emocional subjetiva
4. La experiencia emocional como consecuencia de la percepción de cambios fisiológicos que se han producido
ante la estimulación ambiental ha sido propuesta y defendida por:
a. Lange
b. Cannon
c. Schachter y Singer
d. William James
e. James y Lange
5. Desde una perspectiva psicofisiológica, para cada emoción:
a. se dan siempre cambios fisiológicos distintos
b. se da una especificidad psicofisiológica
c. los cambios fisiológicos son su consecuencia
d. se da una especificidad individual
e. las opciones b y d son correctas
6. De acuerdo a los hallazgos de autores como LeDoux, la amígdala:
a. sólo es una estructura necesaria para la respuesta emocional
b. puede ser una estructura suficiente para que se dé una respuesta emocional
c. juega un papel poco relevante en la respuesta emocional
d. sólo interviene en la emoción de tristeza
e. sirve para ejercer un control voluntario sobre la respuesta emocional
7. El daño cerebral traumático en el córtex prefrontal está asociado a:
a. la inhibición de la respuesta emocional
b. no afecta a la respuesta emocional
c. la desinhibición de la respuesta emocional
d. la desinhibición sólo de las emociones positivas
e. la desinhibición sólo de las emociones negativas
8. Según la teoría de los dos factores de Schachter y Singer, ¿qué variables median en la respuesta emocional?
a. los estímulos ambientales
b. la activación psicofisiológica
c. la interpretación cognitiva de los estímulos situacionales
d. la interpretación cognitiva de los estímulos situacionales y la activación fisiológica
e. un amplio número de variables estimulares y psicológicas que se agrupan en dos factores
9. Lazarus identifica unos temas, como resultado general de la valoración, vinculados a cada emoción, como por
ejemplo, a la tristeza:
a. la amenaza
b. la pérdida irrevocable
c. el daño provocado por otros
d. la percepción de un déficit propio
e. la responsabilidad propia ante un error
10. Según Lang, las proposiciones de entrada o “inputs” que dan lugar a una respuesta emocional pueden
generar cambios:
a. sólo a nivel cognitivo o experiencial-subjetivo
b. sólo a nivel neurofisiológico-bioquímico
c. sólo a nivel motor o conductual-expresivo
d. en los niveles cognitivo o experiencial-subjetivo, neurofisiológico-bioquímico y motor o conductual-
expresivo
e. las proposiciones de entrada no pueden generar respuestas emocionales

Respuestas correctas
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10

B e a e e b c d b d

11. ¿Qué importante teoría de la emoción argumenta que los sucesos externos producen cambios fisiológicos en
las personas y la percepción de estos cambios lleva a las emociones?
a. la teoría de James-Lange (Correcta)
b. la teoría de Cannon-Bard
c. la teoría cognitiva de Schachter y Singer
d. la teoría somática de las emociones
e. la teoría de la emoción del proceso y su contrario
12. Como se denomina la teoría de la emoción que propone que la experiencia emocional se deriva de nuestra
percepción de los cambios fisiológicos que ocurren en la sistema nervioso autónomo y de las respuestas que
damos?
a. Teoría de James-Lange (Correcta)
b. Teoría de Cannon-Bard
c. Teoría de Schachter-Singer
d. Teoría del feedback-facial
e. Teoría de Atkinson
13. Por contraste con las estrategias de afrontamiento dirigidas a la emoción, las dirigidas al problema se
caracterizan por:
a. ser plenamente racionales, propias del pensamiento abstracto
b. abordar la adversidad objetiva para modificarla (Correcta)
c. necesitar de larga reflexión y previa planificación
d. hacer caso omiso de los propios recursos y atender sólo a la dificultad por vencer
e. operar en un proceso de decisiones sucesivas con las que gradualmente se van eliminando alternativas hasta
dar por ensayo y error con la opción correcta
14. Los estudios psicobiológicos sobre las respuestas emocionales han puesto de manifiesto que:
a. la extirpación bilateral de la amígdala disminuye la expresión y el reconocimiento del miedo (Correcta)
b. la estimulación de parte del hipotálamo inhibe las respuestas características de miedo y furia
c. los fármacos que incrementan la síntesis y liberación de serotonina aumentan las conductas agresivas
d. los andrógenos afectan principalmente a la conducta defensiva, pero no son necesarios para el ataque ofensivo
e. los efectos de los andrógenos en la agresión entre machos en roedores parecen estar mediados por el núcleo
ventromedial
15. La emoción que se caracteriza por tener un sentimiento o experiencia fenomenológica neutra, es:
a. el miedo
b. la ira
c. la sorpresa (Correcta)
d. la hostilidad
e. el asco
16. La ira y la hostilidad se han relacionado principalmente con:
a. el dolor crónico
b. el asma bronquial
c. las disfunciones sexuales
d. los trastornos cardiovasculares (Correcta)
e. los trastornos dermatológicos

Вам также может понравиться