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LA EXPERIENCIA DEL DERECHO INDÍGENA CANADIENSE EN MÉXICO

Introducción

Antes de entrar en temática y como nota introductoria de este trabajo; los pueblos
indígenas, originarios o aborígenes al ser un sujeto del sistema internacional político
y jurídico internacional, por ende, en los últimos treinta años se han convertido en un
tema muy importante para todas las agendas de los organismos internacionales,
además de ONGS, también de índole global; dedicados a la defensa de los derechos
humanos. En este sentido, estas comunidades siguen manteniendo en pie de lucha para
conseguir su reconocimiento y al mismo tiempo cumplimiento efectivo de sus
derechos fundamentales, no sólo en el ámbito mundial, sino buscan ser tomados en
cuenta en el panorama nacional de todos los Estados del globo, siendo los titulares de
dichas prerrogativas bajo la calidad de sujetos individuales, al igual de los demás
miembros de los círculos sociales.

Asimismo, este punto de vista se centra en una perspectiva histórica, en las últimas
décadas del siglo XX, se han puesto en marcha un sinfín de movimientos indigenistas
de liberación nacional, bajo la bandera de la defensa de sus derechos y libertades, sean
políticas, sociales, económicas, culturales, etc. con el que intentaban romper con las
tendencias clasistas del fenómeno colonialista, en el que años atrás los colonizadores
llevaron a cabo prácticas de limpieza étnica, consistidas en masacres o
desplazamientos forzosos, mismas que conllevaron por mucho al peligro de extinción
y al aislamiento o confinamiento de dichos grupos poblacionales con respecto del
resto de la sociedad de los Estados. En este contexto, los Estados han intentado buscar
la inclusión de los grupos originarios como uno de los elementos de la identidad
nacional, en el proyecto del Estado-nación, al ser una minoría que deben tomar muy
en cuenta para políticas públicas y la implantación de leyes que reconozcan y
defiendan sus derechos humanos.
Para ello, en este trabajo, se va a centrar en Canadá y México, dos de los países con
mayor riqueza étnica en el mundo entero, sobre todo en la manera en que sus
gobiernos, ya sea a nivel ejecutivo, legislativo y por supuesto judicial, han tomado
cartas en los asuntos de numerosos casos que involucren la premisa de defensa de
derechos indígenas, llevando a cabo una comparación de sus legislaciones
especializados en esta materia y casos en los que el Estado o particulares han violado
los derechos fundamentales de los pueblos indígenas.

Desarrollo

Caso Canadiense

En Canadá, la población nativa de esta región se remonta hasta casi hace 12.000 años
y constituye un grupo biológico más o menos homogéneo, dividido en varias
poblaciones geográfico-biológicas. La diferenciación lingüística representa varias
lenguas diferentes y numerosos dialectos. Las diferencias culturales, por otro lado,
aunque claramente identificables según los diferentes grupos étnicos y regiones.

Como parte del producto de ese desarrollo sociocultural y evolución política, el asunto
de la autonomía de sus pueblos aborígenes se ha ido convirtiendo en tema central.
Dicha autonomía se basa en el derecho de autodeterminación de los pueblos, que, en
el caso canadiense, se centra en el derecho al autogobierno. En dicha nación la Carta
de Derechos y Libertades adjunta a la nueva Constitución canadiense, de 1982,
incluye una cláusula que otorga claramente derechos indígenas. Aunque no los define,
abre la puerta para superar los limitados y controlados derechos de la legislación
indígena existente, la que era paternalista, protectiva y discriminatoria.

En la actualidad, los pueblos aborígenes buscan una calidad de vida que otros
canadienses dan por sentada. La población aborigen experimenta en estos momentos
un rápido aumento de la natalidad. Quedan aún por resolver quejas del pasado, que
tienen que ver con las escuelas de internado, las reivindicaciones territoriales y las
relaciones dimanantes de los tratados. Los miembros de la población aborigen son
más susceptibles de ser beneficiarios de la asistencia social, estar desempleados, vivir
en la pobreza, ir a la cárcel, correr riesgos para la salud cada vez más grandes y
cometer suicidio que otros grupos de la población canadiense.

Desde un punto de vista histórico, en el siglo XVIII, los colonizadores franceses y los
británicos de América del Norte establecían alianzas estratégicas con grupos
aborígenes para que los ayudaran a promover sus respectivos intereses coloniales en
el continente. Con la Proclama Real de 1763 prohibía la adquisición de tierras
aborígenes por cualquier persona o entidad que no fuese la Corona. Ésta podía
comprar tierras de un grupo aborigen que hubiera aceptado la venta en una reunión
pública del grupo; y sentó las bases para la negociación de acuerdos jurídicamente
vinculantes con los pueblos aborígenes sobre una amplia gama de asuntos.

En este efecto, a partir de la promulgación del Acta Constitutiva de 1867, con el que
el Parlamento Federal se le otorga la facultad ejerce funciones relacionados con los
pueblos indígenas y de sus reservas; la Corona concertó tratados con diversos grupos
aborígenes que permitieron al Gobierno de Canadá fomentar activamente la
agricultura, y el asentamiento de colonos. Sin embrago, con los Tratados Numerados,
los grupos aborígenes cedieron vastas extensiones de tierras a la Corona. A cambio,
los tratados otorgaban tierras para reservas y otros beneficios, tales como
equipamiento agrícola y animales, anualidades, municiones, gratificaciones, ropa y
ciertos derechos de caza y pesca en tierras no ocupadas de la Corona. La Corona
también hizo promesas de mantener escuelas en las reservas, proveer profesores o
ayuda educacional a los grupos aborígenes, aunado con la promesa de otorgarles un
botiquín médico, es decir otorgarles servicios de salud.
Para 1876, el Gobierno de Canadá promulgó la Ley relativa a los indígenas, la cual
regía aspectos de la vida diaria de los indígenas con estatuto legal que viven en
reservas. Entre sus muchas disposiciones, establece la estructura de gobierno de las
diversas comunidades indígenas, trata de la educación de los indígenas con estatuto
legal y estipula que el Ministro de Asuntos Indígenas y del Desarrollo del Norte
administre las tierras indígenas y ciertos dineros pertenecientes a las Primeras
Naciones, y apruebe o rechace reglamentos administrativos de las Primeras Naciones.

Pero, para el inicio del siglo XX, los gobiernos hicieron repetidos intentos para
asimilar los pueblos aborígenes al resto de la sociedad. Muchos indígenas fueron
separados de sus familias y enviados a "escuelas de internado" alejadas de sus
comunidades. A menudo se les prohibía hablar en sus propios idiomas o practicar sus
costumbres culturales. En última instancia, esos intentos de asimilación fueron
infructuosos; más conllevaron en gran medida a la decadencia política, cultural y
económica de muchas comunidades aborígenes.

Con el fin de la Segunda Guerra Mundial, comenzó a desarrollarse en Canadá una


mayor conciencia acerca del patrimonio cultural de los pueblos indígenas. En esa
misma época, una nueva generación de líderes aborígenes hicieron gran esfuerzos
para lograr que sus derechos fueran tomados en consideración en forma justa y
equitativa, e instaron al Gobierno a que modificara su política indígena. Ante esto, en
1946 el Parlamento canadiense estableció un comité conjunto especial del Senado y
la Cámara de los Comunes para considerar una revisión de la Ley relativa a los
indígenas, en respuesta a la denuncia presentada por los jefes aborígenes ante la
práctica de la política de asimilación.

Derivado de la reforma o modificación de dicha Ley en 1951, se ha llevado a cabo la


puesta en práctica de políticas destinadas a mejorar las condiciones de vida de los
pueblos aborígenes, entre ellas el reconocimiento del carácter distintivo y la riqueza
de las culturas aborígenes, la abolición de las políticas, programas e infraestructura de
apoyo a la asimilación el otorgamiento a los indígenas de la ciudadanía y el derecho
a votar en elecciones federales y provinciales, además de apoyos económicas, que les
permitía su manutención o supervivencia.

Ahora bien, la promulgación del Acta Constitucional de 1982 reconoció y al mismo


tiempo reafirmó los derechos existentes ancestrales, debido a que la Corona no tenía
la facultad de extinguir o exterminar a los grupos aborígenes, aunque todavía existe
posibilidad de cualquier violación de derechos ancestrales.

En diciembre de 1986, tras un largo período de consulta con grupos aborígenes, el


Gobierno federal canadiense anunció importantes cambios en su política federal sobre
reivindicaciones territoriales globales, en particular, implantando medidas de apertura
a la elaboración de soluciones alternativas a la extinción general de derechos
ancestrales; de inclusión de derechos de explotación de la fauna marina; participación
en los ingresos generados en la explotación de recursos; participación de los
aborígenes en las decisiones relativas al medioambiente, y acuerdos de autonomía
gubernamental; de establecimiento de medidas provisorias para proteger los intereses
de los aborígenes durante las negociaciones; y de negociación de planes de
implementación para acompañar los acuerdos definitivos.

Finalmente en 1995, el Gobierno de Canadá adoptó una política que reconocía el


derecho inherente a la autonomía gubernamental como derecho ancestral existente en
virtud del artículo 35 de la Ley constitucional de 1982. La política del derecho
inherente se basa en la premisa de que los pueblos aborígenes de Canadá tienen el
derecho de gobernarse a sí mismos en lo que atañe a los asuntos internos de sus
comunidades, como parte integral de sus culturas, identidades, tradiciones, idiomas e
instituciones particulares, y con respecto a la relación especial que tienen con sus
tierras y recursos. Los aspectos sobre los cuales los grupos aborígenes ejercen
facultades de autonomía gubernamental se establecen en acuerdos negociados.

En otro orden ideas algunos pueblos originarios canadienses han llevado a cabo la
celebración de tratados con el Gobierno Federal Canadiense, en virtud de un elemento
fundamental para la razón de ser de la existencia de los pueblos indígenas, que es el
autogobierno, entendiéndose la libre determinación de los pueblos.

Una de estas legislaciones se encuentra el Tratado Nisga'a de 1998, el cual otorga la


provisión a dicha tribu de crear su propia policía y cortes judiciales indígenas e
inclusive centros comunitarios correccionales, aunque no cárceles; además que otorga
derecho a voto para elegir sus autoridades a todos los miembros adultos de las aldeas
y reservas indígenas Nisga'a. Con respecto a sus no-indígenas estos tienen
oportunidad de hacer representaciones ante los consejos Nisga'a en materias que los
afectan directamente. En la cual establecía que la autoridad suprema, por encima de
bandas, reservas y aldeas, radicaba en el Consejo. En relación al autogobierno Sechelt
no hubo prácticamente oposición, con excepción de leves críticas por algunos sectores
indígenas aislados, los que argumentaban que el modelo de una municipalidad no
constituía suficiente autonomía

En contraste, los asuntos indígenas continúan siendo una asignatura pendiente para el
gobierno de Canadá, en razón, en un primer término a la práctica del genocidio a lo
largo de la historia de Canadá a partir de la colonización europea hasta en la
actualidad, y en segundo lugar en los numerosos casos en las que involucra, por lo
menos, en la muerte o la afectación total de los derechos fundamentales de una
persona nativa a manos, ya sea de una autoridad emanado del aparato gubernamental
o de un particular; o más bien que el gobierno federal canadiense haya sido
demandado ante un Tribunal internacional de Derecho Humanos

Dentro de la temática del genocidio o mejor conocido como el Holocausto canadiense,


históricamente se daba en 3 etapas. La primera, que era la Conquista, con el cual
llegaron como producto de la irrupción del mercado de la mano de la Iglesia y el
estado, valiéndose de armas bacteriológicas como herramienta principal para la
conquista. Las consecuencias de la agresión entre las naciones aborígenes han sido
idénticas en ambas zonas: una o dos generaciones después del contacto inicial, entre
el setenta y cinco y el noventa por ciento de las naciones aborígenes moría de viruela
y demás enfermedades deliberadamente propagadas por el invasor.

La segunda etapa era de Represión, con lo cual, la Iglesia y el Estado pudieran reprimir
colectivamente a los nativos por medio de leyes, sumiéndolos en un estado de
impotencia y dependencia perpetuas en su propia tierra. Esto quedó consagrado en la
legislación nacional en la Ley de Civilización Gradual, la Ley India, y la regulación
inicial de las escuelas residenciales. Estas tres leyes convirtieron a los supervivientes
en parias, bajo la tutela legal del binomio europeo Iglesia-Estado, y se vieron
colectivamente confinados en campos de concentración denominados reservas indias
y escuelas residenciales, en las que se procedió a la aculturización masiva, al asesinato
puro y duro y a la despoblación del territorio de forma sistemática.

La tercera etapa radicaba en la absorción-aniquilación, con el cual contribuyó a la


destrucción cultural y espiritualmente a las naciones aborígenes, borrándoles la
conciencia de sí mismos, su idiosincrasia y su patrimonio entero. Y, aunque en un
principio estuviera liderada por las iglesias Cristianas, por medio de las escuelas
residenciales, esta última fase se ha ido transfiriendo gradualmente a organizaciones
“aborígenes” títeres emanadas de la Ley India y del sistema de escuelas residenciales
y al mismo tiempo conlleva a la desaparición total de los pueblos aborígenes, como
naciones diferenciadas -objetivo esencial de todo régimen genocida-, mediante la
supresión de las lenguas y la filosofía de vida indígena y desterrar de sus mentes
cualquier vínculo con sus territorios tradicionales.

En evidencia al anterior punto de vista gran parte de los indios de Canadá viven
confinados en un férreo sistema de esclavitud y aniquilación cultural y física por parte
de dichos “líderes”, mediatizados para ver y pensar sólo desde la perspectiva de esta
autoridad ficticia y de los valores de la cultura dominante eurocanadiense, es decir
que implanta un modelo de tinte clasista.
Esto va aunado a un régimen de autodestrucción llevada a cabo por las organizaciones
dedicadas en defensa de los derechos indígenas y por supuesto por los jefes de las
tribus nativas o de los Consejos Tribales, donde en éstos últimos se les acusa de llevar
a cabo la práctica de un sinfín de actos de corrupción e involucrados en delitos graves
como tráfico de drogas y desde luego trata de personas, cuyas víctimas son niños y
mujeres indígenas. Por ende, en 1972, como muestra de ello, el Departamento de
Asuntos Indios y Desarrollo del Norte (DAIDN) de Ottawa emitía una directiva
mediante la cual ordenaba la destrucción de todos los archivos reservados y demás
documentación que obrara en poder de dicha organismo y de los representantes indios
locales, debido a que la Unión de Jefes Indios de Columbia Británica (UJICB) debía
obligar a todas las tribus locales a acatar dicha directiva, y, en consecuencia, Clarence
Joe y los demás jefes llevaron a cabo la supervisión de dicha destrucción, e incluso
proporcionaron a la DAIDN una lista de todos los archivos destruidos.

Asimismo, uno de los problemas en materia de seguridad, en relación con grupos


originales, más trascendentes en Canadá en los últimos años, radica en la desaparición
y asesinato mujeres y niñas indígenas, la mayoría de estos ilícitos se concentran en el
área de la Columbia Británica, concretamente en las inmediaciones de la autopista 16,
conocida como “la carretera de las lágrimas” debido al elevado número de casos que
se producen en ella. Muchos de los casos han visto envueltos además a jueces y
miembros de la Policía Montada de Canadá, bien de forma directa como autores de
los asaltos y abusos, bien indirectamente por negarse a investigar los casos o no
emplear todas las medidas necesarias para ello.

De acuerdo con informes de asociaciones como Amnistía Internacional, el anterior


problema se debe a los niveles de pánico y temor hacia la Policía Montada entre las
mujeres de las primeras naciones al ser percibidos como causantes del peligro en lugar
de un elemento de protección.
Por otro lado, a partir de la década de 1960, el Gobierno de la región denominada
Peace River Valley autorizó de llevar a cabo la construcción de una presa
hidroeléctrica en un valle habitado por numerosas comunidades indígenas. El
proyecto, conocido como Site C, inundaría una extensión de aproximadamente 83
kilómetros, con lo cual pondría en peligro la capacidad de supervivencia de las
comunidades que dependen de este territorio para sus actividades de caza, pesca y
recolección, entre otras. Además, borraría del mapa un área de importancia religiosa
y cultural estrictamente vinculada a sus tradiciones, lo que, considerando como un de
los antecedentes históricos del país en este aspecto.

El anterior caso se dio a pesar, de los tratados suscritos por el mismo gobierno
canadiense sonde se obligan a respetar rigurosamente los derechos de las poblaciones
indígenas en sus territorios. Además, deben ser consultadas antes de llevar a cabo
actividades de construcción que irrumpan y alteren dicho territorio, y éste reconoce el
derecho de las primeras naciones a la caza, pesca y demás actividades que permiten
su subsistencia en sus territorios; por tanto, el Gobierno canadiense no puede
emprender acciones que las pongan en peligro.

En el contexto internacional, como se había mencionado, el Estado Canadiense ha


sido demandado ante instancias universales especializadas en los Derechos Humanos,
en torno al problema indígena que persiste en dicha nación. Como ejemplo se
encuentra el caso Lawrence vs Canadá de 1977, donde la consideración del Comité
de Derechos Humanos de las Naciones Unidas radicaba que el gobierno de Canadá
violaba el derecho de recuperar su estatus de persona indígena al no concederle tal
premisa a la Sra. Sandra Lawrence al divorciarse de su esposo, quien era un no
indígena; y que automática y definitivamente para la perspectiva estatal, perdía ese
privilegio; y es importante resaltar que la recomendación ordenaba restituirle ese
derecho a la persona y dio lugar a una reforma en la Ley Indígena.
Cabe mencionar el caso sociedad Mikmaq vs Canadá de 1980, este litigio involucra
el derecho más elemental en cuanto a los pueblos indígenas, que es la libre
autodeterminación de los pueblos; ya que el Gobierno de Canadá, le impedía de forma
constante a ese grupo nativo originario de ejercer ese derecho; pero el Comité resolvió
en favor de Canadá al encontrar que la demanda se daba bajo un contexto individual
más no colectivo en ese derecho.

Caso Mexicano

A diferencia de Canadá históricamente, en México los derechos indígenas nunca


fueron reconocidos ni siquiera entraban en el contexto de las constituciones que
existieron a partir del movimiento de Independencia de 1810, ya que no respondían a
la realidad social de los grupos originarios y por tanto no existía derecho alguno en
beneficio para los pueblos indígenas porque sus problemas no estaban relacionados a
asuntos comerciales, políticos oo económicos, los cuales seguramente eran ajenos a
la mayoría de ellos, que se encontraban luchando en la defensa de su identidad
colectiva y sus tierras comunales, que desde entonces eran asediadas por la nueva
clase gobernante y agredidos con leyes estatales que impulsaban su fraccionamiento.

En este efecto, a lo largo del siglo XIX, el Gobierno Federal impulsaba una política
de negación de la población indígena y la ignorancia de sus derechos no era un hecho
circunstancial o aislado, junto con ella se emitieron y aprobaron leyes y políticas que
atentaban contra su patrimonio, especialmente sus territorios, de por sí ya
fragmentados, sus expresiones socioculturales y sus formas específicas de organizar
su vida social. Lo anterior trajo como consecuencia que fueran perdiendo sus espacios
de poder y sus formas propias de ejercerlo, al mismo tiempo que la tierra se
concentraba en unas cuantas manos y el poder se centralizaba en los órganos federales,
que les eran totalmente ajenos, en realidad, durante ese periodo histórico todavía se
practicaban políticas clasistas de la época del Virreinato, donde a los indígenas se les
negaba toda clase de derechos; no solamente patrimoniales, sino también políticos,
económicos, sociales, culturales, etc. además el mismo régimen ordenaba acciones
que propiciaban a la eliminación de los grupos originarios; a los que consideraba como
“rebeldes”.

Dicha política discriminaba abiertamente a la mayoría de la población nacional. Sin


embargo, la pérdida de la tierra amenazaba la supervivencia misma de las
comunidades indígenas, pues ésta era la garantía de su vida y de su autonomía, además
de ser un elemento central de su identidad. Naturalmente, ante esta amenaza a su
supervivencia, y ante la imposición de una noción de igualdad y de ciudadanía.

Para lo cual, se dio lugar a las rebeliones indígenas, cuya bandera principal era la
defensa de los derechos de los pueblos originarios; más sin embargo el ente
gubernamental estipulaba que era necesario eliminar a los indios, al verlos como
salvajes o bárbaros que amenazaban la paz, la unidad y el progreso de la nación.

Ahora bien, las políticas etnocidas del Gobierno Federal tuvieron su auge durante el
Porfiriato, derivado del impulso capitalista y el primer crecimiento económico
nacional; cuya industria central radicaba en las grandes haciendas sobre todo en el
centro-sur de México, sobre todo en los estados de Yucatán, Chiapas y Morelos,
donde en ellos se desarrollaban la agricultura de henequén, café y caña de azúcar
respectivamente, que en gran medida contribuyeron al despojo de los pueblos
indígenas de sus tierras ancestrales, donde se transformaron en peones, o los obligaron
a emigrar a las ciudades donde las nacientes industrias los emplearon como obreros;
para lo cual éstos trabajaban bajo un régimen de semiesclavitud, radicado en el
latifundismo, es decir que no tenían derechos laborales, trabajaban en condiciones
inhumanas, con míseros salarios y largas jornadas de trabajo; y la sumisión “eterna”
de trabajador hacia el patrón, por medio de la implantación de tiendas de raya.

Este etnocidio, estaba aunado con los casos de matanzas a comunidades indígenas
orquestados y efectuados por el Gobierno Mexicano, cuyas víctimas fueron los mayas
en la Península de Yucatán, los yaquis y mayos en Sonora, los tarahumaras en
Chihuahua; en el caso Tomóchic de 1891, los huicholes en Nayarit y Jalisco, entre
otros. En dichas acciones, muchos poblados fueron destruidos y los nativos, incluidos
mujeres y niños eran sometidos a torturas y pena de muerte sin juicio alguno; además
que los varones eran recluidos forzosamente a las fuerzas federales por medio de la
leva.

Con la revolución de 1910 se estallaron los conflictos creados por las políticas
anteriormente mencionadas del siglo XIX, cuyo causos beli radicaba en el despojo de
tierras de las comunidades indígenas y no indígenas, por la imposición unilateral de
una idea de ciudadanía que excluía en los hechos a la mayor parte de la población del
país y por la búsqueda de la homogeneización cultural del país de acuerdo con un
modelo minoritario y elitista. Diferentes grupos de campesinos e indígenas de muy
diversas regiones del país se levantaron en armas luchando por la restitución de las
tierras de sus comunidades, que eran la base de su supervivencia como grupos
humanos.

Por ello, la Constitución de 1917 reconoció oficialmente en el artículo 27 la existencia


de la propiedad comunitaria en el país bajo la forma del ejido. Se restituyó, de alguna
manera, el régimen colonial de propiedad de la tierra y se prometió que las tierras que
habían sido despojadas a las comunidades durante el siglo xix serían restituidas.
Aunque esta promesa tardó hasta el sexenio de Lázaro Cárdenas (1934-40) en
cumplirse, y no completamente, abrió un camino legal y pacífico para la solución de
los conflictos agrarios, y así cerró el ciclo de rebeliones.

Pese a esta importante modificación en la política agraria, el régimen revolucionario


continuó aspectos claves de las políticas de los gobiernos liberales respecto a los
indígenas. Desde el punto de vista de los nuevos gobernantes, que estaban tan
comprometidos con la idea de la modernidad occidental como los anteriores, la
pluralidad cultural y étnica de México siguió siendo un problema nacional y un
obstáculo para el progreso y la homogenización de la población mexicana. Por ello la
“integración”, o la desaparición de los indígenas, siguió siendo el objetivo de las
políticas culturales, educativas y sociales del gobierno revolucionario.

El régimen posrevolucionario reconoció, únicamente en el nivel de los discursos


políticos, los libros de texto de historia, en el fenómeno del muralismo y las
exposiciones de arte que mostraban los esplendores del arte prehispánico, la
aportación cultural de los indígenas a la nación y fomentó el orgullo de todos los
mexicanos por el glorioso pasado prehispánico, así la trágica dicotomía que existe en
la cultura mexicana entre el “indio muerto”, digno de admiración y respeto, y el “indio
vivo”, víctima de discriminación, digno de lástima y merecedor de caridad y
asistencia.

Entre los años 30 y 40 el régimen revolucionario formuló la política indigenista que


buscaba utilizar la ciencia, la acción social y la educación para integrar a los indígenas
a la nación. Pretendía lograr la integración por medios pacíficos y no por medio del
despojo, como en el siglo xix, y por medio del convencimiento y no de la imposición.

Esta política fue institucionalizada con la fundación del INI y se aplicó durante tres
décadas. Como hemos visto, entró en crisis a partir de los años 70 y ha sido
abandonada oficialmente por el Estado. Por otro lado, el régimen incorporó a las
comunidades indígenas a su sistema político. En algunos casos, reconoció a sus
autoridades tradicionales, a cambio de que fueran leales al gobierno y su partido; en
otros, impuso nuevas autoridades favorables. Igualmente, apoyó el surgimiento de
cacicazgos: hombres fuertes que ejercían el poder más allá de la ley, muchas veces
por medio de la violencia. Integró a las comunidades indígenas a las organizaciones
campesinas del partido oficial y, en los años 70, creó consejos indígenas que
supuestamente habrían de representar a los diferentes pueblos del país. De esta forma
los indígenas pasaron a formar parte del sistema político nacional.

Más sin embargo, a pesar de los últimos antecedentes expuestos con el que el
Gobierno Federal beneficiaba a los pueblos originarios con la inclusión en el sistema
político nacional; todavía aún no se respetaban los derechos indígenas; aun así
prácticamente se encontraban aislados de dicho panorama; cuyos factores
primordiales fueron el fuerte crecimiento económico o el Milagro Mexicano, esto es
debido a su dedicación a la agricultura como medio de subsistencia, una de las
actividades menos favorecidas por el modelo de desarrollo de la época de la segunda
mitad del siglo XX y por la continuación de actitudes clasistas de racismo y
discriminación en las regiones donde vivían, las comunidades indígenas quedaron
mayormente al margen de las mejoras en el transporte, la educación, la salud y el nivel
de vida.

Esto acentuó las desigualdades existentes desde el periodo colonial entre los
diferentes grupos étnicos de nuestro país y la tradicional marginación de los pueblos
indígenas. La ya difícil situación de los indígenas ha empeorado en las últimas dos
décadas debido a que el gobierno mexicano ha abandonado las políticas agrarias que
estableció después de la Revolución y ha terminado con el reparto agrario, al tiempo
que ha eliminado los subsidios y la protección comercial que antes daba a los
productores agrícolas de las comunidades campesinas, mestizas e indígenas. Esto ha
producido una terrible crisis en la agricultura tradicional de estas comunidades. En la
actualidad ya no es redituable en términos económicos plantar maíz de la manera en
que muchos pueblos indígenas venían haciéndolo durante varios miles de años.

La desatención hacia las demandas indígenas durante todo el siglo XX, a partir de
1917; fue el detonante para el inicio del levantamiento del Ejército Zapatista de
Liberación Nacional en Chiapas el 1° de enero de 1994, que marcó un parteaguas en
cuanto a la atención de los derechos indígenas, ya que por primera vez hubo un
acercamiento efectivo y cabal; y desde luego una atención formal, por medio del
diálogo, negociación y conciliación entre el Gobierno Federal y los pueblos indígenas,
además que marcó pauta en cuanto en la defensa de la autonomía, dando cuenta de
un “cambio estratégico de terreno” que buscaba adaptarse a los cambios del propio
movimiento campesino indígena y acoplarse a la simpatía de la opinión pública
nacional e internacional hacia la causa indígena: al menos seis puntos del pliego
petitorio se refieren a ella: derecho a la información de los indígenas, oficialización
de las lenguas indígenas, reconocimiento a la dignidad del indígena y castigo a la
discriminación racial, autonomía política y reconocimiento a su derecho
consuetudinario en la impartición de justicia.

En este contexto, se construye el “problema indígena” como uno de los grandes retos
nacionales y en uno de las principales contradicciones de carácter estructural en la
formación social mexicana. Un concepto teórico que engloba en una realidad dura e
injusta con la pobreza absoluta, la discriminación y marginación de comunidades y
sujetos que constituyen la base de las poblaciones originarias del país.

Las negociaciones entre representantes del EZLN y la Comisión por la Concordia y


Pacificación (COCOPA) que representaba al gobierno mexicano, se llevaron a cabo
en la localidad tzotzil de San Andrés Larraínzar que dio a los Acuerdos de San Andrés
como resultado del diálogo, el 16 de Febrero de 1996. Con la firma se concluyó un
proceso largo y sumamente complejo, de meses de consultas y debates involucrando
no sólo a las dos representaciones sino también a centenares de asesores, tanto
expertos académicos como líderes indígenas.

Los Acuerdos contienen varias declaraciones y compromisos a nivel estatal y federal.


Pretenden establecer un nuevo marco para la relación entre el gobierno mexicano y
los pueblos indígenas en México, basado en el respeto por la diversidad étnica y
cultural. Los Acuerdos reconocen una serie de derechos para la población indígena en
los campos de, entre otros, la organización política y social, la elección de autoridades
locales, la administración de justicia, la tenencia de la tierra y el manejo de recursos
naturales, y el desarrollo cultural.

Los Acuerdos reconocen las comunidades indígenas como entidades de derecho


público y permiten la re-municipalización en municipios con población indígena.
Otras secciones tratan el derecho a la educación pluri-cultural, la promoción de
lenguas indígenas y la participación de indígenas en políticas públicas. Con los
debates de San Andrés se lanzó un concepto que ganaría gran importancia en el debate
en México: el de ‘autonomía’. En términos generales, autonomía se trata de cierto
grado de autogobierno dentro de un marco nacional e implica la transferencia de
facultades políticas, administrativas y jurídicas sin secesión. En los Acuerdos de San
Andrés autonomía se entiende como la “expresión concreta del derecho a la libre
determinación”.

A partir de 1996, los zapatistas empezaron a hablar con más consistencia de


‘municipios autónomos’, retomando el discurso sobre autonomía, central en los
diálogos de San Andrés. También, reforzaron su compromiso con la re-
municipalización, incluido en los Acuerdos para Chiapas. A raíz de las dificultades
con la reforma constitucional, los zapatistas empezaron a justificar las estructuras de
organización y gobierno que estaban construyendo como una ‘implementación’ de los
Acuerdos.

Las estructuras zapatistas de gobierno autónomo se han ido formalizando como


paralelas a las estructuras de gobierno ‘oficiales’. Los zapatistas no reconocen los
municipios ‘oficiales’ o ‘constitucionales’ y no se sujetan a su autoridad. En cambio,
nombran sus propias autoridades y servidores públicos y construyen sus propios
sistemas de educación, salud pública y administración de justicia.

El significado actual de los Acuerdos de San Andrés parece encontrarse sobre todo en
el plano simbólico. ‘San Andrés’ es símbolo de lo justificado de la causa indígena y
de una oportunidad histórica perdida. Sigue siendo un símbolo muy efectivo en la
atribución de culpa de la prolongada crisis en el estado de Chiapas a la clase política
mexicana. Sin embargo, en los Acuerdos sigue teniendo vigencia en la re-
estructuración de las relaciones entre los indígenas y el Estado en México. Para ello,
sería necesario conocer más acerca de la manera en que se retoman o no los
compromisos de San Andrés, y la noción de autonomía en los proyectos políticos
actuales de las diversas organizaciones indígenas y en sus tratos con instancias de
gobierno. Es posible que el lenguaje de la autonomía indígena haya quedado hasta
cierto punto superado como discurso rector, y que se hayan desarrollado otros tipos
de lenguaje para hablar de cuestiones de ciudadanía, de justicia social y de las
deficiencias del sistema política mexicano, como es el caso de los mismos zapatistas,
quienes conectan ahora la lucha por la autonomía a la necesidad del ‘buen gobierno’.

El reconocimiento que luchaba el movimiento era como componente de la


construcción de la pluralidad cultural de la nación, y sólo de manera indirecta se podía
establecer la consideración de los pueblos indígenas como sujetos de derecho. Es más,
la propia norma jurídico-constitucional restringía los derechos que se les pudieran
reconocer a los pueblos indígenas a los de carácter cultural, y sólo aquellos que una
ley secundaria llegara a establecer eventualmente. Se continuó en la lógica de negar
los derechos políticos y económicos, que son los fundamentales para la existencia de
los pueblos indígenas, el respeto de su derecho a la seguridad de su existencia y su
desarrollo futuro.

Además que el movimiento garantizaba la integración social y política de los pueblos


indígenas a través de dos elementos fundamentales: el reconocimiento y el respeto de
su territorialidad y de su autonomía jurídico-política. Entre otras demandas, están el
derecho al uso y disfrute de los recursos naturales y el territorio o el hábitat programas
de desarrollo, políticas culturales propias, educación indígena de calidad, defensa de
sus lenguas, gestión de sus medios de comunicación y protección de sus formas de
democracia, en las que priman la importancia de lo colectivo frente a lo individual, la
búsqueda del consenso, la autonomía municipal y “mandar obedeciendo”.
Con el estallido del movimiento del EZLN dio lugar a la última reforma constitucional
en materia indígena se publicó en el DOF el 14 de agosto de 2001. Con ella se buscaba
cumplir con los Acuerdos sobre Derechos y Cultura Indígena firmados entre el
gobierno federal y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). En virtud de
ella se modificaron varios de los artículos de la Constitución Política de los Estados
Unidos Mexicanos, que sentó las bases de la formación la normatividad constitucional
en la materia.

El artículo que más destaca de dicha reforma fue el artículo 2 comienza expresando
que la nación mexicana sea calificada de única e indivisible. Lo que es único e
indivisible es el Estado y colocar esta frase junto a las que hacen referencia a los
derechos indígenas da la idea de que con sus demandas éstos quisieran separarse del
país, cuando lo que proponen es modificar su estructura para que todos podamos vivir
mejor. La siguiente materia regulada es la de los sujetos titulares de los derechos, entre
los cuales considera a los pueblos indígenas, sus comunidades, los individuos en lo
personal y cualquier comunidad que se equipare a las indígenas.

A las comunidades indígenas las describe como aquellas que formen una unidad
social, económica y cultural, asentada en un territorio y que reconocen autoridades
propias de acuerdo a sus usos y costumbres

Entre los derechos que los pueblos indígenas pueden ejercer en su relación con el resto
de la sociedad y los órganos de gobierno están los de elegir en los municipios con
población indígena, representantes ante los ayuntamientos; a que en todos los juicios
y procedimientos se tomen en cuenta sus costumbres y especificidades culturales,
respetando los preceptos de la CPEUM, para lo cual los indígenas tendrán el derecho
de contar con intérpretes y defensores que tengan conocimiento de su lengua y cultura;
purgar sus penas –una vez sentenciados– en los centros penitenciarios más cercanos
a sus domicilios, a fin de propiciar su reintegración a la comunidad como forma de
readaptación social y coordinarse y asociarse dentro de los municipios a los que
pertenezcan.

La reforma dio lugar a la creación de instituciones en los tres ámbitos de gobierno,


que se encarguen de garantizar la vigencia de estos derechos y el desarrollo de los
pueblos y comunidades indígenas. En ese sentido establece una serie de lineamientos
de políticas públicas que los gobiernos deberán tomar en cuenta al elaborar sus
programas de trabajo. Entre ellas se cuentan el desarrollo regional, incorporando a las
mujeres; incremento de los niveles de escolaridad; acceso a los servicios de salud; al
financiamiento público; extensión de la red de comunicación; apoyo a proyectos
productivos; protección a migrantes; consulta previa para la elaboración de planes de
desarrollo y establecimiento de partidas presupuestales.

Conclusión

Como conclusión de este tema, desde mi punto de vista considero que México ha
hecho menos que Canadá en cuanto al reconocimiento, respeto, promoción, y garantía
de los derechos de los pueblos indígenas, al cual se debe; que a pesar de la
promulgación de la reforma del 2001 con lo cual le “otorgaban” a los pueblos
originarios determinados beneficios constitucionales, sean políticos, económicos,
sociales, culturales, etc. todavía a este grupo poblacional continúan siendo aislados
del panorama nacional.

Esto es debido a que el Gobierno nunca ha sido capaz de destinar parte del presupuesto
federal para el impulso del desarrollo social de los pueblos indígenas, con el cual se
mejoran en gran medida su calidad de vida mediante la creación y mejoramiento de
todo tipo de infraestructuras ya sea en las materias de salud, alimentación, educación,
telecomunicaciones, empleo, economía, etc. ya que la mayoría de ese ingreso
monetario se va al mantenimiento de los partidos políticos y al salario de los diputados
y senadores, en conjunto con otros miembros de la burocracia federal. En realidad, el
régimen nunca se ha preocupado por la situación precaria que han vivido los pueblos
indígenas desde la consumación de la Independencia.

Asimismo, el mismo Gobierno contribuye a la destrucción de su patrimonio cultural,


con el cual, se evidencia que ha puesto en marcha muchos proyectos de construcción
de infraestructuras para satisfacción de su beneficio propio y de los grandes
monopolios y oligopolios como parte del contexto neoliberal y sin consentimiento de
los mismos habitantes de las comunidades indígenas. Que en consecuencia, han
generado que los pueblos indígenas pierdan definitivamente sus territorios
ancestrales, a los que han pertenecido durante casi 2000 años y además que ambas
partes gubernamental y privada han sido autores de desplazamientos forzosos de los
nativos de sus propias tierras, causando migraciones hacia las principales ciudades de
la República, y por supuesto la pérdida de sus derechos de identidad; además que
violan el derecho de los indígenas a la consulta previa, el caso más evidente fue el
ocurrido en el estado de Sonora en 2013, donde se efectuó de la Presa Independencia
en territorio de los yaquis.

Por otro lado, las violaciones a los derechos humanos de los indígenas siguen a la
orden del día, donde el Estado Mexicano federal o local; ejecutivo, legislativo o
judicial, han orquestado múltiples acciones que atentaron o siguen atentando en contra
los pueblos nativos, los ejemplos más evidentes de este punto de vista fueron los
genocidios que sucedieron a finales de la década de 1990, como el de Acteal, Chiapas
en parte del contexto de la “guerra” que había emprendido el Gobierno Federal en
contra del movimiento del EZLN; con la contraste del “arreglo” “simbólico” entre
ambos bandos con la firma de los Acuerdos de San Andrés en 1996; además que en
varios lugares de la República, las policías federal y local hasta el Ejército Mexicano
han cometido abuso de autoridad en contra de personas indígenas, sin importar sexo
y edad como el caso de la Sra. Rosendo Cantú, quien fue víctima de tortura y violación
sexual por parte de efectivos militares y que fuerzas policiacas han utilizado la
represión en contra de comerciantes indígenas mediante detenciones arbitrarias; y por
supuesto que los casos indígenas de México han sido atendidos y resueltos en
instancias internacionales como la Corte Interamericana de Derechos Humanos en
lugar de los centros de justicia locales y federales y de la misma Suprema Corte de
Justicia de la Nación, que han fallado en contra de los grupos originarios en la mayoría
de los casos.

Antes los antecedentes mencionados, considero que México nunca ha aprendido la


lección de la experiencia canadiense ni del movimiento del EZLN, porque el Estado
Mexicano continuará aislando a los indígenas política, social, económica y
socialmente hablando, y además que sus acciones han conllevado al peligro de
extinción que tienen los pueblos indígenas, en cuanto a existencia física y de sus
elementos culturales, con lo cual generaría una pérdida irreparable de patrimonio
cultural nacional.

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