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HOMERO ALSINA THEVENET

SEGUNDA
ENCICLOPEDIA DE
DATOS INUTILES

EDICIONES DE LA FLOR
Diseño de tapa: Gustavo Valdes

Composición: La Galera

© 1987 by Ediciones de la Flor, S.R.L.


Anchoris 27, 1280 Buenos Aires

Queda hecho el depósito que establece la ley 11.723

Impreso en Argentina
Printed in Argentina

ISBN 950-515-530-1

Edición digital: Sargont (2017)


De la contratapa

Este libro recopila datos de indiscutible inutilidad agrupados en ru-


bros tales como “Vidas torcidas”, “Gente muy especial” o “El sexo al
alcance de todos” y es una continuación de Una enciclopedia de datos
inútiles del mismo autor.
Quienes leyeron esa primera Enciclopedia, best-seller sorpresivo,
recientemente reeditado, ya saben de qué se trata. Los (pocos) que no,
encontrarán en estos juicios merecidos por el tomo anterior, algunos
datos -útiles- para decidir su compra.
* El tono es el de un humorismo que busca en todos los campos de la
actividad y del saber la posibilidad de la paradoja, esa forma pecu-
liar de la contradicción alojada, a veces, en la entraña misma de la
vida real (Martín Alberto Noel en La Nación).
* Esta Enciclopedia (...) se asemeja mucho a un juego entablado entre
autor y lector, donde éste descubre a cada momento que las cosas
que él creía saber no eran como él creía, o que las cosas que igno-
raba se articulan inesperadamente con las otras, con las que sabía o
las que creía saber (Leonardo Mole- do en Clarín).
* Las notas, eruditas y redactadas con un sutil sentido del humor, nos
acercan a una serie de datos tan “inútiles” como interesantes y di-
vertidos (...) El resultado es un libro encantador, que se lee voraz-
mente (Carlos Páez de la Torre en La Gaceta de Tucumán).
* Inteligencia, obsesividad e ironía dan sazón y razón a estas páginas
(Guillermo Saavedra en La Razón).
* Aunque hace gala en sus páginas de un estilo seco, objetivo, despro-
visto de floreos, en este libro aparece explícita e implícitamente una
visión del mundo muy particular (Elvio Gandolfo en La Razón de
Montevideo).
* Con un solo volumen de plácida y engañosa portada le alcanza para
destruir muchos mitos, enmendar errores y de paso ofrecer una lec-
tura que es también un placer (Rosalía Am Basul en La Coopera-
ción Libre).

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SUMARIO

AGRADECIMIENTOS Marie Stopes


Abraham y Hannah Stone
I - GENTE MUY ESPECIAL Alfred C. Kinsey
Vigilantes Masters & Johnson
Humano Alexander Comfort
Economía Shere Hite
Astiz Helen Singer Kaplan
Información
Clarividentes III - HISTORIA EN LETRA
Minuto fatal CHICA
De príncipes y mendigos Sport
Compenetrados Rebelde
Doble faz Rotaciones
Chambones Efímero
Estratega Juegos
Técnicos Misiones y resistencias
Legalistas Reformista
Periodista al paso Gran insecto
Testimonio Precursor
Representativos De la jirafa hacia abajo
Consagraciones Boomerang
Saludos Reacción en cadena
Demasiados maridos Un-American
Servicio Errantes
Comunistas de la Biblia Epónimos
La locura oficial
II - EL SEXO AL ALCANCE Petróleo y derivados
DE TODOS Racistas
Richard von Krafft-Ebbing Informantes
Sigmund Freud Computerismo
Havelock Ellis
T. H. Van de Velde

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IV - POSTDATAS A DOS SI- Charles Manson
GLOS Herman Melville
La Revolución Francesa Margaret Mitchell
la fotografía Jesse Owens
el Manifiesto Comunista Thomas Paine
la máquina de escribir Ezra Pound
el teléfono Francis Gary Powers
el esperanto Wilhelm Reich
la silla eléctrica Arthur Rimbaud
el robo de la Mona Lisa Ibn’Saud
el Titanic Jean Seberg
la gripe española Orllie-Antoine de Tounens
el aborto Pancho Villa
la televisión
la Línea Maginot VI - VIEJAS Y NUEVAS
los juicios de Núremberg PALABRAS
Perón contra Borges Los chicos
y otras discusiones el Colonización
Apartheid Elemental, Watson
Mecánicos
V - VIDAS TORCIDAS Premios y nombres
Spiro Agnew Embrollo
Svetlana Aliluieva Urgencias
George Downing Extranjerizantes
Alfred Dreyfus Intimidades
Frances Farmer Plumas ajenas
Fania Fenclon Perverso
Joseph Fouche Posturas
Helmut Gernsheim Militantes
Sanjay Gandhi Parientes pobres
Mata Hari Agresivos
Jim Jones Heil
William Joyce Cartuchos
Ivar Kreuger Espontáneos
Henri-Desiré Landru Animal político

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Arreglito
VII - ARTES, LETRAS & Pared ajena
CIA. Concentración
Un clásico Falsedades
Poción mágica Libros perversos
Nacionalista Minoristas
Anónimos Sabios
Superstar Lecturas
Chutzpah Carrera
Traducciones Misión imposible
Despiste Feedback
Rebajita Lanzamiento
Principistas TV Scandal
Aventura en el teatro Músicos en la mala
Encantados El cine en píldoras
Profanos

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A Judith, Mireya y Eva,
Tan pacientes.

AGRADECIMIENTOS

Muchas personas colaboraron con el autor en la preparación de este


libro. Obtuvieron recortes periodísticos, prestaron otros libros, sugirie-
ron ideas, verificaron datos, revisaron borradores, cuestionaron la or-
tografía de nombres rusos, propusieron tachar algunos fragmentos de-
leznables. En todos los casos fueron inocentes del destino final de sus
aportes, pero es correcto agradecer en el caso las generosas ayudas
prestadas por Jorge Abbondanza, Gabriel Buonomo, Gerardo Fernán-
dez, María Esther Gilio, Carlos Ma. Gutiérrez, Adriana Llano, Jorge
Mara, Tomás Eloy Martínez, Héctor Molinari, Inés Pardal, Marcela Pi-
mentel, Julia Pomiés, Mabel y Jorge Prelorán, Analía Roffo, Eva Ma.
Salvo, Claudia Selser, Carlos Troncone y Héctor Yánover. También
corresponde subrayar que sin la revisión final del editor Daniel Di-
vinsky el libro sería todavía peor.

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I

GENTE MUY ESPECIAL


VIGILANTES
El diario El Popular ha sido en Montevideo, durante mucho tiempo,
el portavoz reconocido del Partido Comunista del Uruguay. Tanto el
diario como la agrupación tienen clara existencia legal.
Con fecha 23.1.87 el diario publicó un pequeño suelto: “Solicitamos
a quien corresponda que se solucione el problema del teléfono de El
Popular. El pasado martes no pudimos hablar con la sede central del
Partido Comunista porque siempre daba con Jefatura de Policía”.

HUMANO
El último grito en materia de educación sexual fue lanzado a me-
diados de 1987 por los Laboratorios König S.A. de Buenos Aires. Se
trata de Singestar, “el anticonceptivo más humano para perras y gatas”
y ha sido publicitado como “el más inocuo”, porque “previene, retarda
o anula el celo”. El anuncio fue lanzado al periodismo justamente entre
las protestas del episcopado argentino por la educación sexual a los
adolescentes. Pero su alcance es restringido, porque de acuerdo a lo
publicado en el suplemento dominical de La Nación (16.8.87) se trata
de un “aviso no apto para perras y gatas menores de edad”. Las perras
y gatas mayores de edad pueden leerlo sin ningún problema.

ECONOMÍA
La señora Petrona C. de Gandulfo tuvo siempre un éxito enorme
con un volumen titulado El libro de Doña Petrona, que ha sido durante
décadas un valioso auxiliar para las amas de casa, no sólo en Argentina
sino en otros países cercanos. La última edición, hasta reciente noticia,
llevaba el N9 77 y había sido publicada en 1986. Era el fruto de un
perfeccionamiento constante, que comienza con la acumulación de un

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millar de recetas de cocina y prosigue con los más variados consejos
para el hogar.
El perfeccionamiento tiene sus desventajas, porque reduce por
ejemplo el valor singular de la edición N9 59, que fue publicada en
1966 y que ya debe ser inconseguible. Entre sus bondades se contaba
el inventario de útiles de cocina necesarios (más de cien), las instruc-
ciones para lavar y planchar ropa de hombre, los menús para la “nueva
ola” (sic) y ciertas recetas de comida dietética para quienes desearan
adelgazar. El temario incluía también algunas detalladas indicaciones
para la colocación de cubiertos, platos y vasos en la mesa, donde en
ningún caso deben dejarse las botellas de vino, pero donde “es conve-
niente colocar en el centro unas flores, que al mismo tiempo que ale-
gran el ambiente estimulan el apetito”.
La mejor parte de la edición N9 59 contenía indicaciones para or-
ganizar la casa y aprovechar energías, agregando con lógica impecable
que “el secreto para ganar tiempo es aprovechar el minuto”.
A ese respecto Doña Petrona incluía tres ejemplos nítidos:
—”Mientras se remojan las servilletas y mantelitos, se puede ha-
blar por teléfono o se contestará una carta”;
—”Mientras se seca el barniz de las uñas podemos leer algo de lo
bueno e interesante que se publica”;
—Si se pone agua a hervir no es necesario esperar parada a su
lado, pues con ello no se adelanta nada”.

ASTIZ
En marzo de 1968 el teniente William Calley (26 años) al frente de
un pelotón norteamericano, irrumpió en la aldea survietnamita de My
Lai, masacrando a 109 civiles indefensos, como parte de la restaura-
ción democrática en Vietnam. En octubre de 1969 el periodista Sey-
mour M. Hersh recibió el dato de que el Ejército comenzaría un juicio
militar contra Calley, cuestionando su conducta en la guerra. La inves-
tigación de Hersh culminó en una nota que luego difundió el Dispatch
News Service a través de una cadena de 36 periódicos. En 1970 Hersh
recibió un Premio Pulitzer por ese servicio informativo.

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En 1971 Calley fue hallado culpable del asesinato premeditado de
102 (sic) civiles asiáticos y fue condenado a prisión perpetua. En 1972
la condena se redujo a diez años. En 1974 Calley quedó libre y volvió
a la vida civil.

INFORMACION
Marat-Sade fue el nombre abreviado de una pieza teatral de Peter
Weiss, ambientada en la Revolución Francesa. En 1964, cuando se la
representó por primera vez en Estados Unidos, el semanario New Yor-
ker publicó en sus páginas un cartoon alusivo. Aunque lo habitual era
que el semanario utilizara un solo cuadro para sus bromas, esa vez puso
dos.
En el primero, un posible espectador está frente a la taquilla del tea-
tro y pregunta al encargado: “¿Le quedarán a usted dos plateas para
Persecución y asesinato de Jean Paul Marat, tal como fuera represen-
tado por los internados del asilo de Charenton, bajo la dirección del
Marqués de Sade?
En el segundo cuadro, ese encargado gira la cabeza y pregunta a su
asistente: “Oye, Joe, ¿nos quedan dos plateas para Persecución y ase-
sinato de Jean Paul Marat, tal como fuera representado por los inter-
nados del asilo de Charenton, bajo la dirección del Marqués de
Sade?”.

CLARIVIDENTES
A las computadoras se les han confiado tareas de suma responsabi-
lidad, incluyendo el recorrido de muy costosos vehículos espaciales,
pero pocos de esos trabajos han sido tan arriesgados como el de elegir
parejas humanas, juntando a un señor y a una señorita que antes no se
conocían entre sí pero que aportaban sus datos personales. Ese curioso
objetivo, cuyas raíces literarias retroceden a La Celestina de Femando
de Rojas (siglo XVI), fue puesto en práctica por un animador de la TV

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norteamericana, llamado Art Linkletter. Tras la evolución de la compu-
tadora a lo largo del siglo, en la postguerra se inventó algo realmente
eficaz, uno de cuyos modelos fue la Univac (por Universal Automatic
Calculator), creada en 1951.
En su programa People Are Funny, que se trasmitió por la NBC
entre 1954 y 1961, Linkletter instaló la Univac I, a la que alimentaba
con datos de diversos candidatos y candidatas. La máquina tomaba a
su cargo la misteriosa tarea de saber cuáles de ellos podrían congeniar
mejor en el futuro. Los primeros elegidos fueron Shirley Sanders y Ro-
ben Kardell, ambos de 26 años, que nunca se habían visto las caras pero
que se casaron en la Primera Iglesia Presbiteriana de Hollywood, en
octubre de 1958. Después salieron a una luna de miel en Honolulú, con
gastos pagados por los anunciantes del programa. Y después no se supo
más nada sobre ellos, lo cual debe ser un motivo de orgullo para las
computadoras en general.

MINUTO FATAL
Pierre Mendés-France (1907-1982) terminó por ser un político fran-
cés muy importante, que llegó al cargo de Primer Ministro (1954) y
realizó importantes gestiones para obtener la paz en Indochina. Tam-
bién tuvo acuerdos y diferencias con el general Charles De Gaulle, en
la parte más larga y complicada de su carrera política. Pero estuvo al
borde de no llegar a nada de todo ello, primero porque era judío y des-
pués porque la vida política francesa también fue larga y complicada.
En junio 1940, cuando Francia caía ante el invasor nazi, el diputado
Mendés-France y varios colegas llegaron hasta Bordeaux, en el sur del
país, y luego embarcaron en el buque Massilia, con destino a Marrue-
cos. Este viaje fue visto por algunos de ellos como una forma de con-
tinuar la guerra contra los nazis, emergiendo de un país derrotado. Pero
los franceses del gobierno de Pétain en Vichy entendieron el viaje del
Massilia como una forma de fuga, de deserción y de traición. Tras la
llegada a Marruecos, varios de los viajeros fueron arrestados y devuel-
tos a Francia, donde terminaron juzgados por un tribunal militar en la

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ciudad de Clermont-Ferrand, cerca de Vichy. Allí Mendés- France tro-
pezó con un fiscal y un juez que no sólo eran afectos al nuevo orden
del gobierno Pétain sino que se explayaban oportunamente como anti-
semitas, dato que les era conveniente en ese momento histórico. Con
mucha suerte, Mendés-France pudo decir unas palabras previas al tri-
bunal:
“Mi coronel. Caballeros. Soy judío y soy masón, pero no soy un
desertor. Ahora, comencemos el juicio”.
Los fallos del tribunal resultaron muy severos y algunos de esos
hombres fueron condenados a muerte. Con mejor fortuna, Mendés-
France fue condenado solamente a seis años de prisión, en un juicio
que parecía torcido desde el comienzo por la hostilidad del público en
la sala. Se habían concedido trescientas entradas que distribuyó la fis-
calía, mientras sólo se otorgaron seis a las defensas de Mendés-France
y los otros acusados. Justa o injusta, la condena fue aplicada y Mendés-
France comenzó su período de cárcel a fines de 1940. Dos años después
sus amigos le organizaron una posible fuga. Esto fue narrado años más
tarde por él mismo, en un reportaje filmado que concedió a Marcel Op-
huls para la película documental Le chagrín et la pitié (1969), que des-
cribe algunos dramas de la Francia ocupada:
“Debo decir que no soy un gran deportista, pero me preparé para
esa prueba durante meses, realizando una cantidad de ejercicios
físicos. Así que ahí llegué yo, a la parte superior de la pared.
Tenía que saltar hacia abajo. Aquello era muy alto y también
muy arriesgado, pero después estaría libre. Justamente cuando
iba a saltar —sobre una avenida bordeada por árboles— escuché
ruidos inesperados, voces, y procuré distinguir figuras en la pe-
numbra. Había una pareja debajo de un árbol. Cabe imaginar de
qué estaban hablando. El tenía una idea muy definida sobre lo
que debían hacer. Ella no se decidía por una conducta u otra. Eso
llevó mucho tiempo. Finalmente, ella dijo que sí: me pareció que
su resistencia había sido casi interminable. Entonces se fueron y
yo salté al suelo. Y juro que en aquel momento fui más feliz que

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nunca. Me gustaría encontrar alguna vez a aquellos dos. Me gus-
taría contarles lo que yo padecí junto a ellos aquella noche...”
Fue así como Mendés-France huyó, se unió a De Gaulle y con el
tiempo llegó a ser Primer Ministro de Francia. Su relato de 1969 no
dice que en 1958 Marcello Mastroianni atravesó una situación parecida
en la comedia Los desconocidos de siempre (I soliti ignoti). Se arrastra
con disimulo sobre una claraboya, debe llegar al sitio del proyectado
robo y queda paralizado, porque no quiere mover su propia sombra so-
bre una pareja que conversa largamente abajo y que todavía no ha de-
cidido que sí o que no.

DE PRINCIPES Y MENDIGOS
El “matrimonio morganàtico”, también llamado “matrimonio de la
mano izquierda”, no debe ese extraño nombre a ninguno de los famo-
sos Morgan que en el mundo han sido, ni tampoco al hada Morgana o
Fata Morgana de la literatura medieval. Lo debe a una deformación
latina de antiguas palabras alemanas. En la Edad Media, cuando había
más nobles y más plebeyos que hoy, podía ocurrir que las bodas cru-
zaran sangres azules y sangres rojas. Un príncipe llegaba a casarse con
una campesina o, con menos frecuencia, una princesa se casaba con un
hombre sin linaje adecuado pero de buenas costumbres. Esos matrimo-
nios cruzados eran admisibles y perfectamente legítimos, pero supo-
nían la posibilidad de generar hijos que después reclamaran títulos, tie-
rras y coronas. Para evitar ese alarmante riesgo, la sociedad dejaba
constancia previa de que el matrimonio era “morganàtico” y de que no
engendraba tales derechos hereditarios. Con buenos modales, la espe-
cificación era ya una forma moderada de la lucha de clases.
Para compensar esa humillación inicial, la costumbre quiso también
que el príncipe en cuestión hiciera a la plebeya en cuestión un regalo a
la mañana siguiente de la boda. En alemán, ése era literalmente un
“Morgen Gabe”, un regalo matutino, y de allí terminó por salir el adje-
tivo “morganàtico”. En la boda misma, y como símbolo de una vincu-

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lación que ya era especial desde su comienzo, la tradición quiso tam-
bién que los novios sellaran el pacto con la mano izquierda y no con la
derecha.
Entre los famosos matrimonios morganáticos de la historia, uno es-
tuvo a punto de ocurrir en Gran Bretaña (1936), cuando el rey Eduardo
VIII arriesgó su trono, después de once meses, para casarse con Mrs.
Wallis Simpson, que no sólo no era noble sino que se había divorciado
dos veces. Pero en rigor no ocurrió, porque Eduardo VIII abdicó antes
de la boda, se convirtió en el Duque de Windsor y mantuvo con su
esposa una relación muy estable durante casi medio siglo, aunque no
tuvieron hijos. En la corte británica no se consideraba de buen tono
hablar de esa situación ni de la pareja, que pasó a vivir en Francia y en
las Bahamas. En rigor, ése fue un “matrimonio por izquierda”, como
se dice plebeyamente hoy.

COMPENETRADOS
Se llama hermanos mellizos o gemelos a quienes nacieron un mismo
día de una misma madre (y seguramente de un mismo padre). Curiosa-
mente, ambas palabras distintas tienen una misma raíz, del latín geme-
llicius. Puede ocurrir que tales hermanos sean idénticos en su aparien-
cia, incluso si son de sexos distintos, pero eso solamente ocurre en una
parte de los casos. En todo ello no hay mucho misterio, como ha lle-
gado a explicarlo la biología al estudiar los procesos de la fecundación.
Los misterios comienzan después. En algunos estudios de este siglo
se ha analizado el abundante caso de hermanos mellizos que fueron
separados en su infancia y que vivieron en ciudades distintas, a veces
sin escribirse. Los estudios demostraron que con gran frecuencia esos
hermanos terminan por hacer elecciones similares y llevar vidas pare-
cidas. Se deciden por mujeres de cierto tipo físico, o por iguales casas,
profesiones o animales domésticos. El punto ha despertado gran interés
científico, porque probaría que la herencia decide normas vitales que
antes se atribuían a la educación o al medio ambiente. El fenómeno se
acerca más a Darwin que a Freud. En un estudio realizado por la Uni-
versidad de Minnesota (donde hay un centro para la investigación de

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la adopción) se realizaron pruebas con 348 pares de mellizos, donde
cada sujeto terminó por contestar cerca de quince mil preguntas. Las
conclusiones fueron que un cincuenta por ciento de la conducta hu-
mana está determinada por inclinaciones impresas ya en su nacimiento.
Uno de los investigadores apuntó que los padres pueden conseguir que
un niño nacido tímido sea menos tímido, pero no podrán convertirlo en
un valiente. De igual manera, cabe inferir que las personalidades im-
portantes de la historia (guerreros, criminales, artistas, santos o traido-
res) nacieron ya con una predeterminación, luego retocada sólo par-
cialmente por las circunstancias de sitio y época.
Entre los ejemplos estudiados por el equipo de la Universidad de
Minnesota (según nota en Time, 12.1.87) se destaca el de los hermanos
Jim Lewis y Jim Springer, que fueron separados cuatro semanas des-
pués de su nacimiento (1940), vivieron a muchas millas de distancia y
se reencontraron cuando tenían 39 años. Comprobaron que ambos te-
nían un auto Chevrolet azul, que ambos fumaban cigarrillos Salem, que
ambos se comían las uñas y que ambos tenían perros a los que pusieron
el nombre de Toy. También solían pasar sus vacaciones en la misma
playa de Florida, aunque no al mismo tiempo. Después ambos lograron
la misma notoriedad en Minnesota y ambos figuraron en la misma nota
de Time.
Entre los mellizos famosos de la leyenda cabe destacar a Rómulo y
Remo, que habrían fundado Roma, ocho siglos antes de la era cristiana.
Pero todo lo relativo a ellos (desde ser hijos de Marte a ser criados por
una loba) está más cerca de la mitología que de la realidad comproba-
ble. Mucho más auténticos fueron los mellizos Chang y Eng Bunker,
nacidos en 1811. Sus cuerpos estaban unidos por unos diez centíme-
tros, a la altura del esternón, y como la cirugía de la época no supo
separarlos, Chang y Eng vivieron condenados a verse siempre las ca-
ras. Pero no sólo salieron adelante con su predicamento sino que se
casaron respectivamente con Adelaide Yates y Sarah Yates, dos her-
manas de North Carolina. Los cuatro compartieron un amplio lecho
conyugal y en el conjunto llegaron a tener 21 hijos (o sobrinos), me-
diante complicadas operaciones que la historia no registra. Por otra

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parte, llegaron a ser terratenientes y a poseer 33 esclavos. Murieron a
los 63 años, presumiblemente juntos.
En el siglo inmediato, la cirugía avanzó lo suficiente como para se-
parar de inmediato a otros mellizos nacidos con cuerpo parcialmente
compartido, aunque desde luego no todas esas operaciones quirúrgicas
tuvieron éxito. La fama de Chang y Eng Bunker incluyó asimismo una
curiosidad adicional. Aunque eran hijos de padres chinos, habían na-
cido en Siam (hoy Thailandia) y así se comenzó a llamar siameses a
aquellos gemelos nacidos con tan estrecha unión. Pocos de ellos con-
siguen a dos hermanas bien dispuestas.

DOBLE FAZ
Un reconocido delincuente fue co-fundador y primer director de la
Sûreté Nationale, dependencia mayor de la policía francesa. Su eficaz
filosofía era que hace falta un criminal para conocer la mentalidad y
los procedimientos de otro criminal. La tesis convenció al gobierno de
Napoleón, creándose un destacamento de investigaciones que prosi-
guió hasta el presente.
El protagonista de esa curiosa historia fue François Eugène Vidocq
(1775-1857), quien comenzó por tener una juventud aventurera, come-
tiendo pequeños y reiterados delitos. A los quince años estaba en el
ejército francés, durante la época revolucionaria. A los 18 se había ca-
sado, pero su mujer lo engañó con un militar, tras lo cual Vidocq arrasó
con esposa y amante. Desertó del ejército, se pasó a las filas del
enemigo austríaco, volvió a desertar de allí, fue apresado por los fran-
ceses. Tres veces consiguió fugar de la cárcel y tres veces fue recaptu-
rado, con lo cual terminó por ser condenado a servir como galeote en
un barco. A esa altura pidió una entrevista con M. Henry, uno de los
jerarcas policiales de París, y le formuló una oferta. Si le permitían
cumplir su condena en una cárcel común, sería informante de la policía.
En los años previos y en diversos episodios, Vidocq había sabido dis-
frazarse (hasta de monja) para huir o para evitar su captura. Su oferta
culminante fue disfrazarse de preso, y era una buena oferta. La eficacia

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de Vidocq, durante los dos años inmediatos, fue reconocida por la po-
licía, que finalmente le fabricó una fuga para utilizar sus servicios en
el exterior de la cárcel.
La segunda vida del ex-delincuente comenzó con la creación de una
brigada de investigación, que en 1812 pasó a llamarse Sûreté Natio-
nale. Era inmensa la cantidad de delitos en Francia durante las guerras
(en 1812 se produjo la derrota de Napoleón en Rusia) y Vidocq se de-
dicó a contratar a ex-convictos como informantes y como detectives.
Pronto tuvo un abundante fichero donde registraba a los delincuentes
con sus diversas modalidades. Se mantuvo en su puesto en gobiernos
sucesivos, hasta que en 1827 se hartó de ser funcionario y renunció
para iniciar una fábrica de papeles y cartones, donde también empleó a
ex-convictos. La empresa fracasó, Vidocq volvió a ser policía bajo el
reinado de Luis Felipe y en 1832 fue imprevistamente arrestado, como
organizador de un robo, pero quedó en libertad y sin empleo.
En 1833 Vidocq fundó la primera agencia de detectives privados
que se haya registrado en la historia, pero el gobierno se la cerró poco
después. Se ignoran sus medios de vida en los restantes veinte años,
hasta su muerte en la pobreza, pero se sabe que fue amigo de varios
escritores franceses de la época, como Victor Hugo, Balzac, Alexandre
Dumas y Eugène Sue, a quienes debió narrar anécdotas para sus nutri-
das novelas. Con su nombre se han publicado libros titulados Mémoires
de Vidocq (1829), Les voleurs (1837), Les vrais mystères de Paris
(1844), y Les chauffeurs du Nord (1846), pero hay dudas de que los
textos sean suyos, porque era un gran mentiroso.

CHAMBONES
Quien nunca haya visto un gliptodonte debe saber que este animal
antediluviano tenía un cuerpo cercano a un metro y medio, protegido
por una capa superior rígida, en el mismo estilo de las tortugas. A esa
defensa agregaba una cola dura y puntiaguda, que podía ser un arma
mortal. Se alimentaba sin muchas exigencias, con muy variados ele-
mentos de la fauna y de la flora. Eso puede explicar que la especie se
haya prolongado en América del Sur y del Norte a través de mucho

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tiempo, desde hace 2.500.000 años hasta el presumible año 10.000 an-
tes de Cristo. Estos datos enciclopédicos, rastreados por los arqueólo-
gos, siempre necesitan confirmación o retoque, por lo que todo resto
de gliptodonte es naturalmente un tesoro a conservar y analizar.
A comienzos de 1987 y en la localidad de San Carlos Norte, a unos
50 kilómetros de Santa Fe, alguien halló los presumibles restos de un
gliptodonte. Los asesores del Museo Histórico de la Colonia San Car-
los iniciaron así sus trabajos de excavación y estudio. Pero debieron
interrumpirlos, porque otro equipo radicado en la zona misma del ha-
llazgo reclamó el privilegio de continuar esa tarea, aduciendo razones
que cabe llamar nacionalistas. Y efectivamente el equipo local se hizo
cargo de reunir los restos del gliptodonte. Pero como los nuevos explo-
radores carecían de la preparación científica adecuada, “extrajeron los
huesos y los volcaron en bolsas plásticas sin orden ni cuidado, tanto
que la identificación se hace ahora casi imposible y los restos práctica-
mente se han desintegrado”.
Así lo expresó La Nación, con fecha 15.2.87, transcribiendo una
información llegada de Santa Fe. Una semana después el mismo diario
publicó un breve editorial al respecto, objetando la consecuencia de
“largas décadas de populismo” y de “un falso sentido de pertenencia
lugareña”. El editorial se titula “El gliptodonte perdido” y debería fi-
gurar en circulares, por lo menos en la provincia de Santa Fe.

ESTRATEGA
Carlos Marx era un competente jugador de ajedrez, dato histórico
muy satisfactorio para similares vocacionales modernos en la Unión
Soviética y en varios países socialistas de Europa oriental, donde es
enorme la proporción de campeones y grandes maestros, aunque eso
también incluye su porción de disidentes y de exiliados. Del estilo aje-
drecístico de Marx se sabía sin embargo muy poco, hasta que el emi-
nente Miguel Najdorf rescató la única partida de Marx que quedó do-
cumentada y la publicó en su columna semanal de Clarín (marzo

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1987). Su rival es un señor Meier, de quien Najdorf no tiene otras no-
ticias, agregando que se ignoran también la fecha y el sitio del encuen-
tro.
La partida comienza con un ortodoxo P4R, pero de inmediato plan-
tea con audacia un gambito de rey. A la quinta jugada Marx ha entre-
gado un caballo, pero en cambio obtiene una importante ventaja de po-
sición y emprende un ataque demoledor, que continúa hasta el final. A
las 28 jugadas, obligado a elegir entre la pérdida de la dama o un jaque
mate en dos jugadas, el antimarxista Meier abandona, con toda razón.
A Marx se le ha atribuido y también discutido una vasta sapiencia
en temas sociales, políticos y económicos. Para redondear su retrato,
Najdorf le atribuye un claro dominio del llamado gambito Muzio, que
condujo a que Meier entregara su reino por un caballo.

TECNICOS
A fines de 1982 el Partido Socialista Obrero Español, encabezado
por Felipe González, ganó las elecciones nacionales con el 46 por
ciento de los votos. De inmediato González anunció la devaluación de
la peseta (un 8 por ciento) y la designación de un comité de técnicos y
asesores para evaluar y replantear la siempre crítica economía espa-
ñola.
Este último dato pareció alarmante a algunos observadores, que co-
nocen hasta el exceso los discursos de los técnicos y los especialistas,
no sólo en economía sino también en política y deporte. En el diario El
País (Madrid, 11.12.82), el escritor Agustín García Calvo formuló al-
gunas “amonestaciones” a los nuevos técnicos y economistas que in-
gresarían al gobierno. Les pedía, entre otras cosas:
“Que no reestructuren los cuadros del dispositivo de concen-
tración gradual de la financiación de los servicios técnicos para-
estatales.

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“Que no se establezca una normativa general que rija los con-
venios entre asociaciones empresariales y agrupaciones labora-
les para la fijación de los niveles óptimos de oscilación entre
precio de la mercancía y retribuciones salariales.
“Que no anden tampoco elaborando un plan de devaluaciones
y reevaluaciones cíclicas para la consecución de un nivel sufi-
ciente de estabilidad en la relación entre la función intraestatal
de la moneda y su validación en la transacción internacional.
“Que no anden tampoco contemplando medidas para la dis-
minución global de las tasas de desgravación que afectan a la
entidad privada con vistas a hacer revertir el excedente resultante
sobre los fondos de apoyo a la industria nacionalizada y semina-
cionalizada”.
Pero ni siquiera los técnicos supieron atravesar la parodia escrita
por García Calvo, con lo cual siguieron proyectando las mismas cosas
que antes.

LEGALISTAS
En una reseña de acontecimientos norteamericanos de dos siglos, el
libro People's Almanac (por David Wallechinsky e Irving Wallace,
1975) incluye un episodio policial de febrero 1974:
“Paul Castellano y tres socios comerciales descubrieron que en
sus oficinas se había instalado un sistema de escucha telefónica
y una cámara secreta de televisión. Cuando los agentes del FBI,
irritados por haber sido descubiertos, se enteraron de que el sis-
tema fue cortado y de que la cámara fue destruida, arrestaron a
los cuatro hombres bajo el cargo de conspiración y de robo de
propiedad gubernamental”.

PERIODISTA AL PASO
—¿Cuál es su rama de actividad?

22
—Yo y mis compañeros ejercemos nuestra labor en la cadena
informativa argentina que concilia las necesidades de la prensa
escrita, de la prensa oral (o radio) y de la televisión, todas ellas
siempre presentes junto al pueblo.
—¿Qué finalidad tiene esa tarea?
—Recepcionar el caudaloso aporte de la realidad cotidiana y
mantener vigente el conocimiento del pueblo argentino sobre el
diario acontecer, que está siempre preñado de acontecimientos.
—¿Dónde se ejerce esa labor?
—En los epicentros del poder, que son la tradicional Plaza de
Mayo y la Plaza del Honorable Congreso de la Nación, también
llamada, con toda justicia, Plaza de los Dos Congresos.
—¿Son suficientes esos sitios?
—No siempre, porque en el país también asoman otros focos
de disenso. Cuando se producen episodios castrenses que son de
público conocimiento, los epicentros de la actividad se trasladan
con frecuencia a Campo de Mayo, en las cercanías del perímetro
urbano, o también a la Provincia de Córdoba, que ha sido tradi-
cional origen de otras perturbaciones que gravitaron en el de-
curso de la historia patria. Nos es más difícil, por motivos de
público conocimiento, establecer contactos valiosos con las tro-
pas aerotransportadas.
—¿Encuentra colaboración en esos sitios para su tarea in-
formativa!
—Ante todo, procuramos irradiar las evaluaciones de los se-
ñores comandantes en jefe, que siguen la cadena de mandos na-
turales. Pero, además de contactamos con la cúpula militar, tam-
bién descansamos en el invalorable aporte de los voceros habi-
tuales de las distintas instituciones y unidades, así como en fuen-
tes de extrema seriedad que pidieron no ser identificadas.
—¿Es fácil llegar a esas fuentes?
—En el decurso de los frecuentes episodios castrenses trope-
zamos con algunos carriles de indefinición. No olvidemos que
se trata de ciertos anómalos movimientos tendientes a provocar
una profunda conmoción que pueda derivar a desconocer claras

23
disposiciones legales. Pero aun en ese caso, nuestros equipos po-
seen especialistas abocados a un chequeo de la información con
líderes políticos, sindicales, empresarios, intelectuales, diplomá-
ticos y con personalidades de la jerarquía eclesiástica. A veces
caminamos sobre el borde de la comisa del tiempo.
—¿No encuentra resistencias en fuentes militares?
—No suele haberlas con quienes cumplen con su juramen-
tada fidelidad a la azul y blanca. Pero alguna vez debimos recor-
dar a nuestros informantes el indiscutible derecho popular y de-
mocrático a enterarse de los acontecimientos que son ya de do-
minio público. En ese excepcional evento debimos citar al co-
mandante en jefe, quien había expresado en forma pública, clara
e indubitable que “el Ejército argentino ha contribuido con su
sacrificio para el logro de la plenitud de la vigencia del estado
de derecho que vive el país”.
—¿Consigue conocer así la verdad de los hechos?
—Sí, por lo menos en aquellos integrantes de la rama Ejército
que han asumido un compromiso sin titubeos con la defensa del
orden constitucional. Son el respaldo legítimo a un estado demo-
crático, duramente conseguido con el sacrificio de todos.
—¿Y los otros?
—Esos otros han sido dados de baja por haber incumplido las
nítidas, claras y transparentes órdenes emanadas de las más altas
autoridades ejecutivas y judiciales de la Nación. Han elegido la
vergonzante fuga o, en su defecto, permanecen arrestados en las
dependencias o acantonamientos donde ejercían indebidamente
su mando, antes de ser trasladados a otras instancias de su inmi-
nente proceso, que es resultado ineluctable de su írrita conducta.
Quedan así fuera del alcance de esta red informativa, aunque
siempre seguimos y seguiremos en contacto con nuestros lecto-
res y oyentes, para que adquieran un cabal conocimiento del
acontecer nacional, así como de otros palpitantes acontecimien-
tos de la jornada.

24
TESTIMONIO
El director y escritor inglés John McGrath desarrolló una abundante
carrera en la radio, la televisión, el teatro y el cine de Gran Bretaña,
aunque ha sido escasa su fama fuera de fronteras. Uno de sus reiterados
empeños, ha sido fijar con precisión las circunstancias sociales, políti-
cas y económicas de sus personajes. Eso parece estar especialmente
claro en su última película Blood Red Roses (1986), que escribió y di-
rigió.
Entre las dedicaciones mayores de McGrath figura una compañía
teatral que se denomina 7:84. Estas cifras no corresponden a una fecha,
a una dirección ni a un teléfono. Derivan de una estadística oficial in-
glesa, según la cual el siete por ciento de la población británica es el
dueño del 84 por ciento de la riqueza nacional. El dato aflige a McGrath
y sus colaboradores. Por eso lo pusieron en el nombre del grupo teatral,
sabiendo que la gente pregunta.

REPRESENTATIVOS
A pesar de una difundida creencia, el Comité Parlamentario de Ac-
tividades Anti-Americanas, integrado por diputados o representantes,
existió mucho antes de que el senador Joe McCarthy hiciera sus prime-
ros pronunciamientos públicos contra la infiltración comunista (1950).
En cuanto a la investigación parlamentaria sobre el mundo del espec-
táculo, cabe subrayar que la primera víctima fue el Federal Theatre
Project, un programa lanzado por el nuevo gobierno Roosevelt como
parte de la recuperación nacional. El Federal Theatre se inició en
agosto 1935 con la dirección de Hallie Flanagan (1890-1969) y fue
combatido por declaraciones de un Comité parlamentario que presidie-
ron sucesivamente los diputados Martin Dies y J. Parnell Thomas. Las
hostilidades se hicieron oficiales cuando Hallie Flanagan fue llamada
a declarar (diciembre 1938) ante un comité de siete diputados, que in-
cluyó a Dies y a Thomas. Buena parte del interrogatorio fue conducido
por Joe Stames, diputado por Alabama. En el curso de esos peleados

25
diálogos, se trae a colación un artículo de la Flanagan, publicado en
noviembre de 1931, donde se habla de un teatro para los obreros.
Un párrafo alude a Christopher Marlowe, un dramaturgo isabelino
(1564-1593) anterior a Shakespeare. Tras la lectura de algunos párra-
fos, el diálogo siguió así:
STARNES — Usted está citando aquí a este Marlowe. ¿Se trata de un
comunista?
FLANAGAN—Lo lamento. Estaba citando a Christopher Marlowe.
STARNES — Diga quién es Marlowe, para que podamos tener las ade-
cuadas referencias, porque eso es todo lo que queremos hacer.
FLANAGAN — Dejemos constancia en actas de que fue el mayor dra-
maturgo en la época inmediatamente anterior a Shakespeare.
STARNES — Pongamos eso en actas, porque se ha formulado la acu-
sación de que este artículo suyo es completamente comunista, y
queremos ayudarle.
FLANAGAN — Gracias. Esa declaración constará en actas.
STARNES — Desde luego, tenemos a quienes algunos llamarían co-
munistas, ya en las épocas del teatro griego.
FLANAGAN — Muy cierto.
STARNES — Yo creo que el señor Eurípides ya era culpable de ense-
ñar la conciencia de clase, ¿no es cierto?
FLANAGAN — Creo que eso fue alegado contra todos los dramatur-
gos griegos.
STARNES — Así que no podemos decir cuándo comenzó.
El interrogatorio a Hallie Flanagan derivó a que la Cámara de Re-
presentantes propició que se suspendieran los fondos acordados al Fe-
deral Theatre. De hecho, esta fue la primera medida práctica de los
parlamentarios norteamericanos contra el presunto comunismo en el
teatro de Estados Unidos, doce años antes de que Joe McCarthy apare-
ciera en escena.

26
CONSAGRACIONES
Una dama francesa llamada Marie Tussaud (1761-1850) aprendió
de su tío el arte de modelar figuras con cera. Esas habilidades y otras
complementarias la llevaron a ser institutriz en el Palacio de Versalles,
contando entre otras alumnas a la hermana del rey Luis XVI. En 1789
la Revolución Francesa le cortó esa carrera y fue puesta en la cárcel
como monárquica, pero pronto le dieron la desagradable tarea de mo-
delaren cera las cabezas de algunos nobles decapitados en la guillotina,
un grupo en el que inevitablemente había amigos suyos. En 1802 Marie
Tussaud consiguió eludirlas vigilancias francesas y comenzó su exilio
en Inglaterra.
Ese fue el comienzo en Londres del famoso museo de cera de Ma-
dame Tussaud, que ha perdurado durante casi dos siglos. En la actua-
lidad, los miles de visitantes del Museo reciben un cuestionario sobre
figuras históricas y son invitados a elegir sus preferencias. Con sus res-
puestas el Museo traza estadísticas que luego publica. Entre 1970 y
1976, los héroes y heroínas que el público de Tussaud consideraba con
mayor cariño incluyeron reiteradamente a Winston Churchill, Juana de
Arco, Jesucristo y Napoleón. Entre los más odiados se repitieron anual-
mente las menciones a Hitler, Idi Amin Dada y Richard M. Nixon; este
último encabezó las listas de 1972 y 1973, como consecuencia de Wa-
tergate. Las nóminas de artistas más apreciados fueron encabezadas
durante cinco años por Pablo Picasso, seguido por Rembrandt, Shakes-
peare, Dalí y los bailarines Rudolf Nureyev y Margot Fonteyn.
Una parte del museo recibió el nombre de Cámara de Horrores, por-
que allí se reconstruyen truculentas visiones de crímenes más o menos
famosos. Entre candidatos futuros al Museo de Cera se incluye así a
Lon Chaney, Boris Karloff y Bela Lugosi, que ayudaron a que la Cá-
mara de Horrores fuera un fenómeno popular y querido. Pero habría
que dar preferencia a Lionel Atwill y a Vincent Price, dos villanos ci-
nematográficos que cometieron maldades en el mismo Museo de Cera
(1933 y 1953).

27
SALUDOS
La Escuela Superior de Comercio “Carlos Pellegrini” (Buenos Ai-
res) anunció en marzo de 1987 el comienzo de sus cursos anuales, que
comprenden alumnos de primer año a quinto año, dentro del ciclo me-
dio de enseñanza. Los de primero son recibidos con un plan especial,
que habrá de procurar su adaptación al nuevo medio. Los de quinto año
tendrán también un plan especial, que procura fijar la orientación vo-
cacional de cada alumno después de terminado el año y producido el
egreso.
Según el comunicado remitido a la prensa, esos planes recibieron
nombres especiales. El de primer año se llama Hola y el de quinto año
se llama Chau.

DEMASIADOS MARIDOS
Una pobre lavandera llamada Margaret Mitchell tuvo el curioso ho-
nor de protagonizar en Inglaterra el primer divorcio civil del que haya
noticia histórica. El episodio ocurrió en 1546, trece años después de
que su rey Enrique VIII diera por anulado su propio matrimonio con
Catalina de Aragón, dentro de otra enorme controversia. El caso de
Margaret Mitchell era bastante singular. Se había casado con un señor
Barr, pero éste desapareció y fue dado por muerto. Entonces Margaret
se casó con Sir Ralph Sadleir, que era un hombre muy rico y además
un prestigioso ministro de Enrique VIII.
Imprevistamente, Barr volvió a aparecer en Londres, con lo que le-
galmente Margaret era bígama. Las cortes eclesiásticas no podían con-
firmar el segundo matrimonio, pero Sadleir era un hombre muy influ-
yente. Con la base de que la segunda boda fue realizada de buena fe, el
Parlamento británico la sancionó como legítima, mediante ley especial.
Eso terminaría por ser imprescindible, porque Margaret y Sadleir lle-
garon a tener siete hijos, todos ellos con tintes aristocráticos, y no les
habría convenido descender de una madre soltera. Por otra parte, el
divorcio por iniciativa de la mujer no volvió a ocurrir en Inglaterra
hasta 1801. A los hombres les fue siempre más fácil.

28
SERVICIO
Un argentino que residió en México informa que allí los automovi-
listas son menos cuidadosos que los de otros países. Dejan su coche en
sitios que deberían quedar reservados a entrada y salida de vehículos,
causando conflictos que a veces se resuelven con la llamada balacera
o tiroteo.
Entre los letreros adhesivos que se venden en librerías y papelerías
adquirió así mucha difusión uno que se coloca en la puerta de garajes
privados. Dice “Aquí se ponchan llantas gratis”. Sirve para que los
automovilistas mexicanos entiendan el neologismo como una amenaza
real para sus neumáticos.

COMUNISTAS DE LA BIBLIA
La poligamia fue descubierta poco después de Adán y Eva, sin duda
fuera del paraíso. En principio, y mayoritariamente, las costumbres lle-
varon a que un hombre pudiera tener o utilizar más de una mujer, adu-
ciendo que éstas pierden mucho tiempo entre embarazos, trastornos fe-
meninos y cosmética, sin contar la decadencia de la belleza. Otro mo-
tivo bíblico fue el afán del padre por conseguir un hijo varón, lo cual
llevaba a cambiar posibles madres hasta triunfar en el empeño. De esto
han existido numerosos ejemplos históricos, que incluyen al bíblico
Abraham y al rey Enrique VIII de Inglaterra, en el siglo XVI.
Fue más raro el caso opuesto de la poliandria (una mujer con dos o
más maridos). Si se exceptúan algunos ejemplos aislados e ilegítimos,
la poliandria sólo llegó a ser costumbre establecida en remotos pueblos
de la India, Pakistán y el Tíbet. Las sociedades occidentales, incluso
cuando fingen desatención a hombres polígamos, consideran la polian-
dria como una forma elaborada de la prostitución.
El equilibrio entre una y otra postura se llama monogamia (real o
aparente), pero la historia registra otra variante, que es la comunidad
en la cual todos los hombres son maridos de todas las mujeres y vice-
versa. Entre escasos ejemplos históricos, uno importante fue el de la
Comunidad Oneida, creada hacia 1841 en Putney (Vermont, Estados

29
Unidos) por John Humphrey Noyes, con una masa social estimada en-
tre doscientos y trescientos miembros, lo cual suponía ya una serie de
disposiciones internas sobre trabajo, sexo, vivienda, hijos, alimenta-
ción y medios de vida.
Las motivaciones de Noyes (1811-1886) fueron religiosas. Era po-
bre, era estudiante de teología, llegó a convencerse de que el segundo
advenimiento de Cristo ya había ocurrido (en el año 70 de la era cris-
tiana) y estaba obsesionado por la idea de la “perfectibilidad” del ser
humano. En 1838 se casó con Harriet Holton, quien tuvo cinco emba-
razos pero solamente un hijo. En 1843 comenzó una relación con Mary
Cragin, que a su vez era casada. Eso condujo con toda franqueza a un
intercambio de esposas y maridos. Poco después, el grupo de Putney
sumaba 35 personas, que vivían juntas y compartían propiedades y
obligaciones. En 1847 Noyes fue arrestado (por “adulterio”) y cuando
quedó libre mudó la comunidad a Oneida, en el Estado de Nueva York.
Allí el grupo perduró durante treinta años y llegó a tener trescientos
miembros.
La comunidad Oneida fructificó con la agricultura, la industria ar-
tesanal y la explotación de una nueva trampa de acero para cazar ani-
males. Estaba dividida en 48 departamentos para las distintas activida-
des y estaba dirigida por 21 comités. Con el título Perfeccionistas (y a
veces el de Comunistas de la Biblia), los integrantes de Oneida admi-
nistraron un territorio cercano a las 40 manzanas, consiguieron abaste-
cerse a sí mismos con su trabajo e implantaron una disciplina interna
que exigía la crítica abierta e igualitaria para toda su conducta, inclu-
yendo la privada. En materia sexual negaron reiteradamente que su
norma fuese el “amor libre”. Aunque todas las mujeres estaban casadas
teóricamente con todos los hombres, unas y otros podían negarse en
cualquier momento a la relación ocasional con el sexo opuesto, y quien
no lo entendiera así era violentamente expulsado del grupo. Por otra
parte, la disciplina para la vida sexual fue un principio casi religioso
para todos, porque la comunidad se proponía programar con anticipa-
ción los embarazos, entre parejas dispuestas y debidamente seleccio-
nadas. A su vez, los niños pasaban rápidamente a ser criados y educa-

30
dos por toda la comunidad. Esta regulación de la vida personal se com-
plementaba con sesiones de crítica y de autocrítica, que fijaban el inte-
rés comunitario por encima del interés individual. En algún caso las
niñas entusiasmadas con sus muñecas se vieron obligadas a arrojarlas
a una hoguera, porque se habían mostrado demasiado posesivas.
En las regiones cercanas a Oneida creció la hostilidad contra los
integrantes del grupo, que desafiaban las normas de la civilización oc-
cidental y cristiana. Cumplidos los treinta años de la utopía, la comu-
nidad se disolvió en 1879, Noyes se fue a Canadá y sus discípulos per-
duraron durante algún tiempo con la venta de los artículos domésticos
que fabricaban. Su espíritu comunitario no se esfumó, sino que reapa-
reció pocos años después en grupos anarquistas. La programación de
la descendencia fue un precepto retomado por los nazis (desde 1933)
para construir un gran futuro ario. La crítica interna y la autocrítica en
alta voz pasaron a ser un mandato moral para grupos comunistas pos-
teriores, desde la Unión Soviética hasta Cuba. En cuanto a la vida se-
xual compartida, no hay libro que se atreva siquiera a mencionarla.

31
II

EL SEXO AL ALCANCE DE TODOS


(Krafft-Ebbing, Freud, Ellis, Van de Velde, Stopes, Stone, Kinsey,
Masters & Johnson y algunos otros)
Los seres humanos padecen o disfrutan de ciertas perversiones se-
xuales que los animales no suelen compartir, aunque la verdad es que
con los monos nunca se sabe. La lista de esas perversiones puede llegar
a ser infinita y desciende desde la rareza al delito, con el resultado de
que los modernos Diccionarios del Sexo sólo parecen completos si in-
cluyen adecuados párrafos sobre Adulterio, Castidad, Exhibicionismo,
Fetichismo, Frigidez, Homosexualidad, Impotencia, Incesto, Maso-
quismo, Masturbación, Ninfomanía, Prostitución, Proxenetismo, Sa-
dismo, Travestismo, Violación, Virginidad, Voyerismo, en ese orden.
Tras cada una de esas palabras hay variantes, factores psicológicos,
traumas de la infancia, presiones religiosas, sociales y morales. En un
mismo individuo pueden coexistir varias conductas sexuales anómalas,
o éstas pueden sucederse en ese individuo a través de edades distintas.
Curiosamente, la civilización occidental y cristiana prefirió no ocu-
parse del tema a lo largo de siglos. Sus mejores pensadores eligieron
soslayar esos problemas, razonaron que la naturaleza arregla las cuen-
tas o a lo sumo dictaron leyes para corregir ciertos extremos antisocia-
les de la vida sexual. Han existido leyes contra la prostitución, contra
la homosexualidad y contra el proxenetismo, pero las tres conductas
sobreviven, lo que indica la dificultad de legislar en la naturaleza hu-
mana, empezando por ciertas tendencias quizás congénitas (la homo-
sexualidad, por ejemplo) que persiste en un individuo dado, a pesar de
sus padres, maestros y médicos.
Por otro lado, ni las leyes ni las costumbres de la civilización occi-
dental y cristiana son la verdad revelada. Otros grupos humanos y otras
épocas aplicaron criterios distintos. En edades remotas era perfecta-
mente normal la poligamia, particularmente por la insistencia del ma-
rido en tener un hijo varón, como queda documentado en la Biblia (Gé-
nesis 30, 1-24, por ejemplo). En el Siglo Veinte la poligamia persiste
en el mundo mahometano. Entre los esquimales ha sido habitual ofre-
cer la mujer propia al visitante, como quien invita a un café o a una
copa. Entre las tribus indias americanas han sido alentadas las relacio-
nes sexuales pre-maritales. Entre los pueblos de la Polinesia, la vida
sexual ha sido y es más temprana y más libre que en Occidente, a cam-
bio de lo cual se ignora allí el significado de la palabra pornografía (En

33
Occidente, la pornografía es definida como “el erotismo de los
otros”).
La tendencia general del mundo occidental y cristiano ha sido man-
tener en secreto casi todo lo relativo a la vida sexual. La misma palabra
sexo no apareció frecuentada por la letra impresa, ni en literatura ni en
periodismo, hasta mediados de este Siglo Veinte. En Europa y Amé-
rica, toda consideración biológica, anatómica y fisiológica del sexo fue
sistemáticamente omitida en los programas de estudios para adolescen-
tes, donde en cambio se han destacado la religión y la moral. El previ-
sible resultado fue que todo acto sexual quedó entendido en principio
como pecaminoso, sólo se lo juzgó como tolerable a partir del matri-
monio, y aun en ese caso había que prescindir de la educación previa y
de todo comentario posterior. Para adultos y para adolescentes, esas
restricciones fueron completadas con dosis de censura, en varios for-
matos, tamaños y cantidades.
A pesar de las restricciones, la Humanidad siguió procreándose y
los niños siguieron llegando al mundo con el sexo puesto en su sitio.
El clima social podía oscilar entre el secreto y la prohibición, pero todo
ser humano decidió entre sus 12 y sus 20 años, consciente o incons-
cientemente, hacia dónde le empujaba su naturaleza. La ambigua situa-
ción condujo a una suerte de “vida sexual secreta” y a una difundida
curiosidad por conocer el secreto ajeno. También ha provocado trau-
mas psíquicos, desviaciones de conducta y crímenes sexuales, desde
los asesinatos cometidos por Jack el Destripador (que asesinaba pros-
titutas en Londres, hacia 1888) hasta los casos del actor Ramón Nova-
rro y el director Pier Paolo Pasolini, dos homosexuales que aparente-
mente fueron ultimados por sus respectivas parejas ocasionales, en
1968 y en 1975. Aunque esos y otros hechos sangrientos son reconoci-
damente excepcionales, ha sido en cambio muy general la insatisfac-
ción con la vida sexual propia, creando traumas que van más allá del
sexo e inciden a menudo sobre la vida familiar y en todos los casos
sobre el espejo.
Para corregir esos traumas se originó en el siglo pasado la curiosa
profesión de sexólogo, o sea un señor (a veces una señora, nunca una
señorita) cuya curiosidad fue mayor que la de sus contemporáneos y

34
cuyo espíritu científico le empujó a organizar inventarios, comparacio-
nes, sistematizaciones, consultorios y hasta manuales que colocan el
sexo al alcance de todos. Los primeros sexólogos llegaron a esa disci-
plina como prolongación natural de otros estudios. Los últimos sexó-
logos han llegado a vivir de eso, aprovechando el hecho notable de que
siguen naciendo hombres y mujeres, pese a todo. En la lista de sexólo-
gos hay algunos nombres imprescindibles, pero es útil comprobar que
la vida sexual de ellos mismos tuvo frecuentes limitaciones.

RICHARD VON KRAFFT-EBBING (Alemania, 1840-1902).


Cuando estudiaba en la Universidad de Heidelberg, siendo todavía
muy joven, Krafft-Ebbing vivió junto a un tío que era un famoso abo-
gado. Esto le llevó a interesarse por los delitos sexuales, a estudiar me-
dicina, a especializarse en neurología y psiquiatría. A los 29 años era
ya profesor de psiquiatría en la Universidad de Estrasburgo y después
en la de Viena. También fue llamado como experto ante cortes judicia-
les, para opinar sobre las motivaciones sexuales de diversos delitos.
Respecto de su propia vida íntima se sabe muy poco, excepto que se
casó a una edad ya avanzada. De su obra en la materia se destaca
Psychopatia Sexualis, fechado hacia 1886, en cuyo prólogo Krafft-Eb-
bing escribió:
“Se ha elegido un título científico y se han utilizado términos
técnicos en todo el libro, a fin de excluir al lector común; por el
mismo motivo, ciertas partes del libro han sido escritas en latín”.
Los conceptos del autor fueron después calificados como derechis-
tas, porque Krafft-Ebbing veía al sexo como una fuerza motriz del mal,
probablemente por una tendencia a generalizar sobre las aberraciones
sexuales que descubría en pacientes y en presuntos delincuentes, mien-
tras en cambio dejaba de lado a personas normales y sanas. Se deben a
Krafft-Ebbing las primeras anotaciones sistemáticas sobre el feti-
chismo, la homosexualidad, el sadismo, el masoquismo, el voyerismo,
el exhibicionismo y la ninfomanía. Fue también uno de los primeros en
acotar que la mujer sigue teniendo deseos sexuales tras haber pasado

35
la edad de la menopausia. Esa constancia desvirtuaba difundidos pre-
juicios de la época sobre el tema.

S1GMUND FREUD (Austria, 1856-1939). Sólo por aproximación


podría definirse al creador del psicoanálisis como sexólogo, pero es en
cambio muy cierto que Freud detectó el origen sexual de numerosos
casos de histeria y de otros desórdenes psíquicos. Señaló la existencia
de una sexualidad infantil, mucho más temprana de lo que la ciencia
creía hasta entonces, y describió dos experiencias personales de sus
primeros años, que abonaban esa tesis. Una fue el odio prematuro con-
tra su hermano menor Julius, que le disputaba la exclusividad en el
amor de su madre (por fatal coincidencia, Julius murió cuando sólo
tenía ocho meses, creando un sentimiento de culpa en el hermano ma-
yor). La otra fue el haberse sentido sexualmente excitado cuando vio
desnuda a su madre. Ambos casos fueron después ampliados por testi-
monios similares de numerosos pacientes en su consultorio médico. Le
llevaron a trazar toda una teoría sobre el incesto (incluso el puramente
imaginario) que contribuye a crear traumas psíquicos. Durante el siglo
XX, y a partir de Freud, comenzó a crearse así la idea del “complejo
de Edipo” (el deseo sexual del varón por la madre propia), aunque los
datos de la mitología griega amplían en rigor esa idea hasta el amor
incestuoso de la hija hacia su padre, en lo que ha sido designado el
“complejo de Electra”. Un dato confirmado por la experiencia es que
muchos homosexuales manifiestan una obsesión permanente por su
madre, en un lazo estrecho que puede ser causa y también consecuencia
de su homosexualidad.
Los elementos sexuales que presionan involuntariamente en la
mente fueron subrayados por Freud en numerosas obras y particular-
mente en La interpretación de los sueños (1899) y en Tres ensayos
sobre la teoría de la sexualidad (1905). Además de Edipo y familia,
consta allí la teoría de que las niñas sienten una envidia natural por el
órgano sexual de sus hermanos varones (se sienten disminuidas por ha-
ber nacido con algo de menos) y de que en cambio los varones sufren
paralelamente un miedo instintivo a la castración, aunque en esto in-

36
fluye también el medio ambiente, con su repertorio de bromas y fingi-
das amenazas. La difusión de esas obras científicas de Freud fue ini-
cialmente muy lenta. Después de la Primera Guerra Mundial se produjo
sin embargo una enorme expansión y Freud pasó a estar “de moda”
entre 1920 y 1930, especialmente en Estados Unidos, donde se le atri-
buye haber contribuido involuntariamente a una gran revolución en las
costumbres. La consigna pasó a ser una liberación de inhibiciones pre-
vias (las comunes en la era victoriana) y el ejercicio de una franqueza
sexual como parte necesaria de la felicidad propia. Esa tendencia de
mayor liberalidad ha proseguido hasta hoy, si bien con altibajos y entre
diversos movimientos de restricción y censura. A esa franqueza se
debe, por ejemplo, que muchos homosexuales hayan “asumido” su
condición de tales, sin los disimulos frecuentes a comienzos de siglo.
Curiosamente, el mismo Freud no fue el mejor ejemplo de tal liberali-
dad. A los 30 años se casó con Martha Bemays, tras un largo noviazgo.
Tuvo seis hijos, pero se cree que su vida sexual fue moderada, monó-
gama y monótona, con el agregado de que probablemente la interrum-
pió alrededor de sus 45 años. Contra esa idea se contrapone la infor-
mación de que Freud tuvo relaciones esporádicas con su cuñada (her-
mana de Martha), pero ese dato es de confirmación harto difícil. En
1957 su hijo Martin declaró que Freud nunca enseñó a sus seis hijos
los hechos básicos de la vida sexual.
Muchos colegas, discípulos y biógrafos del maestro (incluyendo a
Jung, Adler, Breuer, Reich, Jones) han discutido los términos y alcan-
ces de las teorías de Freud. Entre las frecuentes objeciones figuró la de
que el sexo podía estar en la base de muchas neurosis, pero no necesa-
riamente en todas ellas, porque los traumas infantiles pueden ser de
muchos órdenes. Como Freud no era muy receptivo a la discrepancia,
las objeciones de sus alumnos crearon traumas separados. Dos de esos
alumnos se suicidaron (Viktor Tausk en 1919, Herbert Silberer en
1923) tras haberse sentido rechazados por Freud.

HAVELOCK ELLIS (Inglaterra, 1859-1939) tuvo muchas semejan-


zas con Freud, por ser su contemporáneo y porque también derivó sus
estudios de medicina hacia los problemas sexuales. Como experiencia

37
personal, ese fue para él un terreno harto inseguro. Si se excluye la
masturbación, cabe señalar que su primera experiencia sexual normal
ocurrió cuando cumplía sus 32 años, y se debió por cierto a su casa-
miento con Edith Lees, una mujer que no sólo era virgen sino que des-
pués resolvió ser lesbiana. En un plano más teórico, Ellis estudió la
vida sexual (ajena) desde la adolescencia, e hizo numerosos apuntes
con sus testimonios y sus tentaciones. Entre éstas figuraba la obsesión
por ver orinar a las mujeres, pequeño trauma que derivó de una anéc-
dota infantil con su madre. Poco después de su matrimonio Ellis escri-
bió Hombre y mujer (1894), libro que condujo a una obra mayor, Es-
tudios sobre la psicología del sexo, en siete volúmenes que abarcarían
desde 1897 a 1928. El primer tomo de esa obra, titulado Inversión se-
xual, fue tildado de obsceno, y eso derivó a un juicio público, donde el
juez falló que el valor científico del libro era “un pretexto adoptado
para vender una publicación sucia”. En Inglaterra ese tomo quedó reti-
rado de circulación, como incurso en obscenidad, y todas las ediciones
siguientes se hicieron en Alemania y Estados Unidos, durante tres dé-
cadas, aumentando la curiosidad inglesa por el sexo prohibido, de lo
cual había testimonio simultáneo en el Ulysses de James Joyce y en El
amante de Lady Chatterley de D. H. Lawrence.
Pese a tales cargos, los aportes de Havelock Ellis no podrían ser
calificados como extravagancias, como invenciones ni como atentados
a la moral. Había señalado que las perversiones “sólo son exageracio-
nes de instintos y emociones innatas”. Había apuntado cuidadosamente
la historia sexual propia, la de su mujer, la de sus pacientes, la de sus
amigos. Había estudiado medicina, biología y antropología, además de
literatura y artes. Hasta cierto punto, Ellis fue un adelantado en su acep-
tación de la sexualidad infantil, de la necesidad de una educación se-
xual, del matrimonio de ensayo, de los derechos femeninos, del divor-
cio. Entre sus conclusiones había algunas que resultaron muy avanza-
das para su época:
a) que la vida sexual está sujeta a períodos de alza y de baja, según
características personales, fases de la luna o estaciones del año;
b) que la masturbación es muy común y probablemente inofensiva;

38
c) que el deseo sexual de las mujeres es mucho mayor que el habi-
tualmente supuesto en la época;
d) que los niños tienen una clara conciencia sexual mucho antes de
llegar a la adolescencia;
e) que muchas mujeres se caracterizan por la multiplicidad de or-
gasmos en pocos minutos;
f) que los ancianos tienen también una mayor reacción sexual que
la generalmente admitida;
g) que la impotencia masculina surge de raíces más psicológicas
que fisiológicas;
h) que la frigidez femenina se debe en su mayor parte a la represión
educativa y a la escasa habilidad de maridos y amantes.
A Ellis se atribuye la innovación de la terminología sexual, en la
que creó expresiones como “narcisista” y autoerótico”, luego difundi-
das por Freud y otros.

T. H. VAN DE VELDE (Holanda, 1873-1937) tuvo dos rasgos sin-


gulares. En primer lugar, era médico ginecólogo, lo que le facilitó un
caudal de testimonios voluntarios e involuntarios, que a su vez podía
apreciar con ojo experto. Y en segundo lugar, tras diez años de un ma-
trimonio aparentemente aburrido, se fugó con una de sus pacientes, lla-
mada Martha, que también era casada. El escándalo llevó a que Van de
Velde interrumpiera su práctica profesional en Holanda, renunciara a
su puesto de director en una clínica de Haarlem y viajara con Martha
para vivir en Suiza y otros países europeos, alcanzando una larga feli-
cidad de 37 años consecutivos. Cabe inferir que fue mejor marido que
otros sexólogos.
Durante esa segunda etapa Van de Velde publicó El matrimonio
perfecto (1926), un manual sexual dedicado a parejas lánguidas, torpes
o poco imaginativas, que aparentemente abundaban. Sus enseñanzas
pueden parecer demasiado obvias a muchas personas adultas de hoy,
pero en su momento resultaron notoriamente audaces, tanto por la es-
casez de libros similares como por su atención a las técnicas posibles
para superarla frigidez femenina, que fue siempre un tema crítico. En-
tre los consejos de Van de Velde figuraba el de utilizar sabiamente la

39
boca y la lengua. Traducido a varios idiomas, El matrimonio perfecto
fue un best-seller durante la década 1930-1940. La Iglesia Católica lo
colocó oportunamente en su Índex de libros prohibidos.

MARIE STOPES (Escocia, 1880-1958) fue una pionera en difundir


el uso de anticonceptivos, causa que la define entre las primeras femi-
nistas del siglo. No le fue fácil llegar hasta allí. Especializada en botá-
nica y biología, comenzó por emprender expediciones científicas en
diversas disciplinas y se casó con otro botánico, Reginald Ruggles Ga-
tes, quien resultó ser impotente. Esto condujo a la anulación legal de
un matrimonio no consumado (1916) y poco después a una segunda
boda con Humphrey Verdón Roe, alto ejecutivo en la industria de la
aviación. También condujo a que Marie Stopes, alarmada por su propia
ignorancia anterior en temas sexuales, resolviera aprender y enseñar
todo lo necesario. En 1921, con el apoyo de su segundo marido, inau-
guró una clínica para el control de la natalidad, dedicada a mujeres po-
bres, donde comenzó a aplicar un dispositivo intrauterino de su propio
diseño. La clínica, varios libros y los actos públicos convirtieron a Ma-
rie Stopes en una mujer controvertida e impugnada por muchas perso-
nalidades del clero católico y del protestante.
Las paradojas abundaron en su vida. Pese al control de la natalidad,
Marie Stopes no era ciertamente una mujer liberal y se oponía al
aborto, a la homosexualidad y a cualesquiera perversiones sexuales.
Aunque aconsejaba a otras mujeres ansiosas de evitar la maternidad,
ella misma ansiaba tener un hijo y sólo pudo concebirlo a sus 43 años
(fue un varón). Cuando tenía 58 años, su segundo marido también
quedó impotente y aconsejó a Marie que se consiguiera un amante más
joven, lo cual fue cumplido. Los historiadores no han manifestado mu-
cho cariño por la prosa indebidamente poética de la autora, pero han
sabido encontrar allí sus observaciones más sólidas, particularmente en
lo relativo a la complicada periodicidad del deseo sexual. Su afán era
que hombres y mujeres supieran mucho más sobre sus propios cuerpos
y sobre las exigencias de su relación mutua.

40
ABRAHAM STONE (Rusia, 1890-1959) y HANNAH STONE (Esta-
dos Unidos, 1894-1941) fueron un matrimonio de médicos, cuya vida
estuvo dedicada a la enseñanza sobre problemas sexuales. Después de
varias charlas de divulgación, que realizaron conjuntamente en 1929,
el matrimonio llegó a abrir en Nueva York un servicio de consultas,
que fue mundialmente el primero en su ramo. Tras la muerte de Han-
nah, el marido continuó esa tarea, primero como asesor en los muchos
problemas conyugales que originó la Segunda Guerra Mundial, des-
pués en reuniones con colegas extranjeros (de lo cual surgió la Unión
Internacional de Organizaciones Familiares) y en 1951 como asesor
del gobierno de la India para el control de la natalidad. El excesivo
aumento de la población ha sido en la India un problema ya tradicional.
La obra de los Stone quedó condensada en un libro, A Marriage
Manual (Un manual del matrimonio) que mereció 22 reediciones entre
1935 y 1952. El prefacio subraya que el libro atiende los problemas
individuales y físicos que plantea el sexo, prescindiendo de aspectos
sociales y morales. Su texto manifiesta tolerancia por la masturbación
(moderada), recomienda la actividad sexual adolescente (pero evitando
el embarazo) y propone la variedad como condimento necesario. Las
estadísticas manejadas por los Stone les llevaron a estipular que una
quinta parte de todas las mujeres son indiferentes al sexo y que un cua-
tro por ciento es manifiestamente hostil a la relación sexual. Esas esta-
dísticas indicaban también que una proporción menor de parejas (una
en cada 25) practicaban un acto sexual diario.

ALFRED C. K1NSEY (Estados Unidos, 1894-1956) fue un estu-


diante norteamericano muy serio, que se graduó en entomología (Har-
vard, 1920), tuvo escasa vida romántica o sexual, era probablemente
monógamo y se dedicaba a la jardinería en sus ratos libres. Su afición
fue juntar cosas, desde los dos millones de insectos que puede necesitar
un entomólogo hasta colecciones de discos clásicos, sellos postales y
recetas de bebidas. Su vida de sabio recluido cambió en 1938, cuando
la Universidad de Indiana le ofreció coordinar un curso superior sobre
matrimonio. En los diez años siguientes, y con el apoyo económico de
la Fundación Rockefeller (apoyo luego interrumpido), Kinsey y sus

41
alumnos emprendieron la colección de datos sobre vida sexual, me-
diante un total de doce mil entrevistas, a un promedio de cuatro diarias.
El libro resultante fue editado en 1948 como Sexual Behavior in the
Human Male (Conducta sexual del varón), del que se vendieron dos-
cientos mil ejemplares en los primeros dos meses. Curiosamente, este
best-seller tenía un lenguaje frío, estadístico, poco excitante, con espe-
cificación de cuántos varones tuvieron experiencias sexuales pre-mari-
tales (86%), cuántos llegaron ocasionalmente a la homosexualidad
(37%), cuántos tuvieron relación con prostitutas (70%), cuántos con
animales (17% en las granjas, 4% en las ciudades) y cuántos mantuvie-
ron relaciones sexuales fuera de su matrimonio (40%). Pero a su vez
esas estadísticas fueron impugnadas por muchos observadores. Se
adujo que las personas consultadas no eran necesariamente representa-
tivas, que había pocos negros, pocos pobres, demasiados hombres de
30 a 40 años. Se adujo también que muchos encuestados pudieron de-
formar fácilmente la verdad en sus respuestas.
El libro ocasionó enormes notas periodísticas y la crítica abierta de
autoridades religiosas y del predicador Billy Graham. Eso no detuvo
las investigaciones, sino que publicitó el hecho insólito de que una Uni-
versidad prestigiosa hubiera prestado tanta atención al sexo. A la in-
versa, dos investigadores opinaron que el Informe Kinsey “hizo por el
sexo lo que Colón había hecho por la geografía”. En 1953 se publicó
un segundo informe Kinsey, titulado Sexual Behavior in the Human
Female (Conducta sexual de la mujer), donde se incluyen datos simi-
lares sobre porcentajes de masturbación (60%), vida sexual antes del
matrimonio (50%), conducta homosexual (20%), imposibilidad total
para el orgasmo (10%) y práctica ocasional del adulterio (25%). Esas
y otras cifras eran también discutibles, en especial porque muchas mu-
jeres prefieren mantener la discreción sobre su vida sexual. Quizás el
dato más positivo del libro haya sido la constancia de que la masturba-
ción adolescente ayuda a preparar sexualmente a la mujer, evitando la
posible frigidez en el matrimonio. Era casi una recomendación.

WILLIAM H. MASTERS (Estados Unidos, 1915) y VIRGINIA E.


JOHNSON (Estados Unidos, 1925) avanzaron desde el punto al que

42
llegó Kinsey. En lugar de atenerse al testimonio sobre la vida sexual,
llegaron a provocar ésta en el laboratorio. El sexo fue una preocupación
juvenil para Masters desde sus estudios de medicina, cuando quiso
comparar el ciclo reproductivo de la coneja con el de la mujer, descu-
briendo que la ciencia sabía más sobre conejos que sobre seres huma-
nos. Cuando llegó a sus 38 años, Masters emprendió el estudio siste-
mático del acto sexual, en todas sus manifestaciones, encontrando
como asistente a Virginia Johnson, una mujer divorciada que carecía
de títulos profesionales pero que tenía dos hijos y una cultura general.
La innovación de Masters y Johnson fue instalar un laboratorio en
el que se practicaron actos sexuales de diversos formatos, primero con
315 profesionales de la prostitución (incluyendo a 27 varones) y des-
pués con varios centenares de voluntarios que optaron por sacrificarse
ante la ciencia. El laboratorio estaba dotado de camas, vibradores y
otros accesorios del sexo, pero también tenía instalaciones para obtener
encefalogramas, cardiogramas y documentación cinematográfica de lo
actuado. La ciencia no se podía quejar. El previsible resultado fue el
libro Human Sexual Response (1966; “La respuesta sexual humana”)
seguido por Human Sexual Inadequacy (1970; “La inadecuación se-
xual humana”), tras lo cual Masters y Johnson se casaron entre sí
(1972). El segundo libro fue todo un tratado sobre la corrección de per-
cances, como la eyaculación prematura, el dolor, la impotencia ocasio-
nal. Aparte de la letra impresa, Masters y Johnson se dedicaron a la
consulta directa y presenciaron en consultorio la práctica sexual de sus
pacientes, con fines estrictamente terapéuticos.
Los procedimientos y las conclusiones de Masters y Johnson reci-
bieron encontradas opiniones desde 1966 hasta el martes pasado, pero
contaron con el respaldo de la Asociación Médica Americana. Sus des-
cripciones de actos sexuales, formuladas con una precisa terminología
científica, no podían ser muy novedosas, pero en cambio se ha ponde-
rado el enorme éxito de Masters y Johnson en la corrección de la frigi-
dez, la impotencia y otros contratiempos de sus pacientes, hasta un 75
por ciento de los casos planteados. Esas consultas valen dinero, desde
luego.

43
En las listas de sexólogos es imprescindible la mención de Wilhelm
Reich (ver página 210), que se ocupó de muchas cosas y fue durante
casi toda su vida una figura maldita. Buena parte de su discutida fama
se debe a que Reich preconizó la teoría del “orgasmo necesario”, y eso
le malquistó no solamente con moralistas y puritanos sino también con
Freud y con muchos de sus discípulos.
Más popular que Reich fue Alexander Comfort (Inglaterra, 1920),
hombre de múltiples actividades como médico, cirujano, poeta, drama-
turgo, novelista, conferenciante, experto en gerontología, en bioquí-
mica, en zoología. A todo ello agregó una activa conducta como paci-
fista, manifestándose públicamente contra la política exterior inglesa
en la crisis de Suez (1956) y varias veces contra la bomba atómica. En
materia de sexo, Comfort predicó la más amplia liberalidad, al punto
de que tras su segundo matrimonio con la socióloga Jane Henderson
(1973), marido y mujer se inscribieron en la comunidad de Sandstone
(en Los Angeles, California), dedicada a practicar y predicar el amor
libre. Las ideas de Comfort aparecieron expuestas en Joy of Sex (La
alegría del sexo, 1972), un libro de tanta aceptación que pronto fue se-
guido por otro, razonablemente titulado More Joy (1974).
Otra autora popular fue Shere Hite (Estados Unidos, 1943), una ex-
modelo que decidió seguir los pasos de Kinsey, organizando una vasta
encuesta entre mujeres norteamericanas. Ese plan de 1972 fue auspi-
ciado por la Organización Nacional de Mujeres (también conocida
como NOW, por sus iniciales en inglés) y los dos millares de respuestas
se acumularon en el libro The Hite Report (1976). Esas muchas muje-
res sostienen, por mayoría, que los hombres son sexualmente egoístas,
que las mujeres no siempre alcanzan los orgasmos programados, que
para ellas es más ventajosa la masturbación. Se quejan asimismo de
que los hombres respectivos no les proporcionan la espontaneidad, la
calidez y la comunicación que ellas quisieran. De hecho, esas mujeres
se quejan del Sexo Sin Amor, con lo cual el informe de Hite es ante
todo una lectura para hombres. Naturalmente, Hite hizo después otro
informe sobre la vida sexual de 7.929 hombres.
La obra de todos esos sexólogos, desde la clínica privada al libro
explícito, contribuyó a crear una nueva disciplina reconocida. Desde

44
1960, aproximadamente, la Sexología es curso normal en muchas uni-
versidades, no sólo en Estados Unidos (donde repercutieron pública-
mente los datos de Kinsey, Masters y Johnson, entre otros) sino en mu-
chos otros países. Los autores más citados en la materia suelen ser
Amold Kegel, Harold Lief, Auguste Forel y Gilbert Torjman. Más no-
toriedad tuvo y tiene Helen Singer Kaplan, profesora de la Cornell Uni-
versity y directora del “Programa de terapia y educación sexual” en la
clínica Payne Whitney de Nueva York. En sus libros The New Sex The-
rapy y The Illustrated Manual of Sex Therapy (1975) la doctora Kaplan
formula abundantes y precisas instrucciones para corregir anomalías
sexuales, en muchos casos con dibujos ilustrativos (El segundo libro
fue editado en castellano por Grijalbo, 1978 y 1983). En Buenos Aires
existe ya la sede de una Asociación Argentina de Sexología. También
se edita, para públicos generales, la revista Vivir, que en una larga te-
mática de problemas familiares ha incluido todo o casi todo lo relativo
al sexo.
Desde los pioneros hasta los sexólogos científicos y los terapeutas
de hoy ha pasado sólo un siglo. Al comienzo de esa carrera habría sido
impensable la realidad actual, en la que el libro, el periodismo y el cine
han superado vallas de censura, al punto de que se han hecho películas
dramáticas serias sobre la homosexualidad y sobre el SIDA. El princi-
pio liberal de ese progreso había sido enunciado por el Dr. Colín Hind-
ley, de la Universidad de Londres, cuando comentó la actividad de
Masters y Johnson:
“Si nos inclinamos a considerar la unión sexual como algo tan sa-
crosanto que no puede ser investigado, debemos recordar que una opi-
nión similar se sostenía sobre las estrellas en la época de Galileo”.

45
III

HISTORIA EN LETRA CHICA


SPORT
La Guerra de los Cien Años duró 116 años, entre 1337 y 1453. En-
frentó a Inglaterra y Francia, por una controversia sobre derechos de
sucesión y propiedad de territorios, a lo largo de cinco generaciones de
reyes y señores feudales. Tuvo como personaje más famoso a Juana de
Arco (1412-1431), quemada por los ingleses en la hoguera, tras uno de
los procesos célebres de la historia.
Las armas de esa guerra fueron mayormente medievales y su refi-
namiento sólo llegó a los primitivos cañones. Aunque no hay estima-
ciones oficiales sobre las bajas producidas en los variados ejércitos
enemigos, se sabe que fueron muy pocas. En 116 años aquella guerra
precaria no alcanzó las víctimas queden pocos segundos obtuvo la
bomba atómica en Hiroshima, punto máximo del progreso humano en
la materia. Comparativamente, fue notable la eficacia que durante la
misma guerra tuvo la Peste Negra (1347-1351, con brotes adicionales
hasta 1400). Como la Peste mató entonces a una tercera parte de la
población de Europa, los ingleses y franceses peleaban convencidos de
que la guerra misma era un deporte casi inofensivo.

REBELDE
Los primeros paraguas registrados como tales en la historia son de
1637 y figuran en un inventario de efectos personales dentro de la fa-
milia de Luis XIII, rey de Francia. En los dos siglos siguientes el para-
guas fue considerado como un utensilio estrictamente femenino, quizás
por derivar de la sombrilla o quizás porque era un accesorio para cuidar
los complicados arreglos del cabello. Su peso habitual era cercano a
los dos kilos, hasta que en 1852 Samuel Fox (de Yorkshire, Inglaterra)
consiguió acoplar la tela impermeable y las varillas de acero plegables,
creando un formato que se ha mantenido hasta hoy.

47
Entre uno y otro extremo, algunos hombres se atrevieron a utilizar
un paraguas en público, pero fueron considerados audaces, extravagan-
tes o afeminados. El adelantado en la materia fue el filántropo Jonas
Hanway, en Londres, hacia 1750. Había vuelto de un largo viaje por
Rusia y Persia, de donde trajo la innovación, pero durante unos treinta
años no tuvo imitadores. Uno de sus biógrafos señala que Hanway “se
vio obligado a sufrir los insultos de los cocheros y la crítica de las per-
sonas devotas, quienes sostenían que el hombre desafiaba el propósito
celestial de la lluvia, que era empapar a la gente”.

ROTACIONES1
Según el comienzo de la Biblia, que no fue discutida durante siglos,
Dios comenzó por crear el primer día los cielos y la Tierra; pero esperó
hasta el cuarto día para crear el sol, la luna y las estrellas. En el octavo
día creó al hombre y éste creyó desde entonces que la Tierra era el
centro del universo y que el sol giraba en su derredor. Ese concepto fue
llamado geocéntrico (la Tierra como centro).
En 1543 el astrónomo polaco Nicolás Copérnico propuso en un li-
bro la idea de que, por lo contrario, el Sol era el centro del universo,
mientras la Tierra giraba en su derredor, además la Tierra rotaría sobre
sí misma, lo que explicaría la alternancia de días y noches.
En-las décadas siguientes, y particularmente en un libro de 1609, el
alemán Johannes Kepler (1571-1630) confirmó y amplió la teoría he-
liocéntrica, interpretando el movimiento de planetas como elipses y no
como círculos. Paralelamente, el italiano Galileo Galilei (1564-1642)
aceptaba también la teoría copernicana, entre muchas otras observacio-
nes y deducciones en matemáticas, física y astronomía. Los postulados
de uno y otro se contradecían inevitablemente con los postulados bíbli-
cos que sostenía la Iglesia de Roma.

1
Para conocer en profundidad los eventos detallados en este tópico, remitirse
al libro Los sonámbulos de Arthur Koestler.

48
En 1616 las autoridades eclesiásticas sancionaron al libro de Copér-
nico como erróneo e instruyeron a Galileo para que no defendiera se-
mejante teoría. Su insistencia podría derivar en que la Inquisición ca-
tólica le juzgara por “vehemente sospecha de herejía”. Pero Galileo
continuó sus estudios y observaciones, con lo que en 1632 publicó su
Diálogo relativo a los dos grandes sistemas de interpretación del Uni-
verso. El consiguiente juicio de la Inquisición se prolongó durante va-
rias semanas y terminó con la condena de Galileo, en un fallo muy
extenso que incluye este párrafo:
“Decimos, pronunciamos, sentenciamos y declaramos que tú,
Galileo, por razón de los temas tratados en el proceso, y que fue-
ran confesados por ti como queda dicho, has quedado sometido
al juicio de esta Santa Sede, sospechado con vehemencia de he-
rejía, es decir, de haber creído y sostenido la doctrina —que es
falsa y contraria a las sagradas y divinas Escrituras— de que el
Sol es el centro del mundo y que no se mueve de Este a Oeste,
mientras la Tierra se mueve y no es el centro del mundo; y de
entender que una opinión puede ser sostenida y defendida como
probable tras haber sido declarada y definida como contraria a
las Sagradas Escrituras; y que en consecuencia has incurrido en
todas las censuras y castigos, impuestos y promulgados en los
cánones sagrados y otras constituciones, generales y particula-
res, contra tales delincuentes. Por lo cual estaremos satisfechos
de que seas absuelto, provisto que, previamente, con corazón y
fe completa, abjures, maldigas y detestes ante nosotros por tales
errores y herejías y por todo otro error o herejía contraria a la
Iglesia Católica y Apostólica Romana, en la forma que para ti es
prevista.
En ese momento Galileo tenía setenta años y era un hombre muy
débil. Poco después quedaría ciego de ambos ojos. Vivía en Italia y le
habría sido muy difícil sobrevivir en otro país. Por otra parte, la Iglesia
y/o la Inquisición habían fulminado en el siglo previo a Martín Lutero,
a Juan Calvino y a centenares de herejes. El español Miguel Servet
había sido quemado en la hoguera (en Ginebra, Suiza, 1553) por sus

49
propuestas teológicas, aunque en su caso fue Calvino el principal acu-
sador y verdugo. El italiano Giordano Bruno fue también quemado en
la hoguera (1600) por herejía en sus concepciones teológicas y por su
negativa a retractarse. La madre de Johannes Kepler había sido dete-
nida bajo acusaciones de brujería (1620), fue defendida por su hijo, se
negó a retractarse aun delante de los impresionantes instrumentos de
tortura y terminó liberada, tras catorce meses de prisión, aunque sólo
consiguió vivir seis meses más. El mismo Kepler, prominente y con-
vencido copernicano, falleció en 1630.
Así que en 1633 Galileo debió considerarse muy solo y débil para
seguir la lucha contra la Inquisición, que en el caso era una razón de
fuerza mayor. Firmó un texto que probablemente le pusieron por de-
lante, donde (sin corazón sincero ni fe completa) abjuraba, maldecía y
detestaba los errores y las herejías que se le atribuían y, a mayor abun-
damiento, se comprometía para el futuro a denunciar ante la Inquisi-
ción a todo presunto hereje. Con eso consiguió vivir, aunque ciego y
derrotado, hasta 1642.
La leyenda dice que después de haber firmado, Galileo pronunció
su dictamen Eppur si muove (Y sin embargo se mueve), con lo que se
habría retractado de la retractación. Pero no han existido testigos pre-
senciales de tales palabras y los historiadores no las creen realmente
dichas. Eso forma parte del nuevo hábito de desconfiar de toda leyenda,
así venga escrita en papel sagrado.

EFIMERO
El calendario gregoriano tenía más de dos siglos cuando la Revolu-
ción Francesa resolvió modificarlo, con la base de que allí había co-
menzado una nueva era. La iniciativa era ya anterior a la Revolución,
pero sólo comenzó a tener aplicación práctica después de la caída de la
Bastilla (julio 1789) y aun así hicieron falta diversos estudios técnicos
para fijar las modificaciones. Estas se orientaban a despejar al calenda-
rio de toda connotación eclesiástica, pero también a fijar pautas acordes
con la realidad astronómica. Eso explica que en el Comité de estudio
figuraran dos eminentes matemáticos de la época, como Joseph-Louis

50
Lagrange y Gaspard Monge. En la práctica, el nuevo calendario de la
Revolución termina por fijar un Punto Cero el 22 de setiembre de 1792,
día en que se proclamó la República y quedó abolida la monarquía. La
importancia de ese momento histórico fue subrayada por el juicio al
rey Luis XVI (quien terminó guillotinado en enero 1793) y por una
esperanzada frase atribuida al escritor alemán Johann Wolfgang von
Goethe, que estaba entonces en Francia: “En este día y sitio comienza
una nueva época para la historia del mundo”.
Las autoridades revolucionarias francesas habían confiado a un co-
mité la tarea de delinear las características del nuevo calendario. Den-
tro de ese comité figuraba el escritor Philippe Fabre d'Eglantine, que
había sido figura prominente dentro de la Convención. Correspondió a
Fabre la propuesta de nuevos nombres para los doce meses del año, que
tendrían solamente treinta días y que se contarían desde el 22 de se-
tiembre (o sea el comienzo del otoño), con las nuevas designaciones
Vendémiaire, Brumaire, Frimaire, Nivôse, Pluviôse, Ventôse, Germi-
nal, Floréal, Prairial, Messidor, Thermidor, Fructidor, o sea que alu-
dían a la agricultura y al clima. Como el año seguía teniendo 365 días,
pese a todo (porque ése es el tiempo de una vuelta completa de la Tierra
alrededor del Sol), los cinco días restantes serían feriados y extra-ca-
lendario, para celebrar la virtud, el genio, el trabajo, la opinión, la re-
compensa. En los años bisiestos se agregaría aun otro día, para el Fes-
tival de la Revolución. Tales feriados serían consecutivos (en la prác-
tica, abarcaban desde setiembre 17 al 22) y eran una moderada com-
pensación para la eliminación de otros feriados del año, porque el
nuevo calendario suprimía la semana tradicional y creaba otra de diez
días, o década, a razón de tres por mes. De hecho se creaba un año de
36 domingos y no de 52.
El Calendario Republicano dejó muy escasa marca histórica fuera
de Francia e incluso dentro de ella, porque exigía un período de acos-
tumbramiento y porque hacía necesario traducir cada fecha en toda re-
ferencia al mundo exterior. Por otra parte, era inevitable mantener las
viejas denominaciones para aludir a las épocas pasadas, ya se tratara
del antiguo Egipto como de la Edad Media, ya se mencionara a Luis

51
XV como a Molière, Racine o Corneille. Sin embargo, las nuevas de-
nominaciones funcionaron para inscribir en la historia al “18 Bru-
maire” del año VIII (o sea el 9 de noviembre de 1799), porque en esa
fecha quedó cancelado el Directorio y comenzó un régimen de Consu-
lado donde
Napoleón Bonaparte fue figura principal. Así la palabra “Brumaire”
pasó a figurar en las biografías serias sobre Napoleón, de la misma ma-
nera en que la palabra “Thermidor” simbolizó el momento en que ca-
yeron Robespierre y sus partidarios (julio 1794). Pero a todo efecto
práctico el calendario republicano quedó finalmente en desuso. Per-
duró sólo trece años y fue abolido por el mismo Napoleón en 1805,
restableciendo el calendario gregoriano desde el 1° de enero de 1806.
Philippe Fabre d’Eglantine no llegó a enterarse del Thermidor de
1794, del Brumaire de 1799 ni de la abolición de 1805. Era uno de los
enemigos de Robespierre, cualesquiera fueran sus méritos por el Ca-
lendario. Tras un juicio muy agitado, Fabre, Danton, Desmoulins y
otros revolucionarios fueron guillotinados el 5 de abril de 1794, justo
en la mitad de Germinal.

JUEGOS
La actual baraja francesa fue inventada por alemanes, hacia 1813.
Se trata de un juego impreso en Leipzig, para conmemorar la histórica
batalla del mismo nombre, que fue una de las mayores derrotas para
las tropas napoleónicas. Las barajas existían desde mucho antes, sin
embargo. Parecen haber sido creadas inicialmente por los chinos, apro-
ximadamente en el siglo X, y no está determinado cómo llegaron a Eu-
ropa, aunque Marco Polo (1254-1324) es uno de sus más probables
vehículos. Diversos documentos fijan la existencia de barajas en Eu-
ropa desde el siglo XIII, y las barajas más antiguas que se conservan
en museos parecen datar de fecha cercana a 1440, o sea que habrían
sido contemporáneas de la imprenta.
La innovación alemana de 1813 fue la doble cabeza para el dibujo
de sus figuras, de tal manera que el jugador no necesita invertir la carta
para identificarla o acomodarla. Hacia arriba o hacia abajo, una dama

52
es siempre una dama. Ese minúsculo dato resultó importante en la prác-
tica de casi todos los juegos de cartas (poker, bridge, canasta), porque
el jugador que acomoda cartas en sus manos está dando pistas a sus
rivales. Eso ocurre con las barajas españolas y con jugadores que se
sienten incómodos cuando ven una sota de bastos cabeza abajo. Pero
el jugador especialmente astuto también sabe acomodar sus cartas para
dar pistas falsas.

MISIONES Y RESISTENCIAS
En 1986-87 muchos espectadores del mundo entero pudieron sor-
prenderse ante los hechos históricos aludidos en La misión, una super-
producción británica con Robert De Niro y Jeremy Irons. El relato está
fechado a mediados del siglo XVIII, su escenario es la selva cercana a
las Cataratas del Iguazú y en sustancia se narra allí el cierre de las mi-
siones jesuíticas. El cierre es pedido por los colonizadores portugueses,
es aceptado por los colonizadores españoles, tiene alguna relación con
un cambio de fronteras en las respectivas zonas geográficas y, sobre
todo, es impulsado por el Vaticano, que teóricamente representa a la
autoridad obedecida por los jesuitas. Hay muchos elementos ficticios
en ese relato, que opone los problemas de conciencia de dos personajes
y termina en definitiva por subrayar que los indios y sus colonias son
las víctimas inocentes de un juego de intereses entre las potencias eu-
ropeas.
El trasfondo histórico no está muy explícito en la película y desde
luego no surge tampoco de las reseñas sobre ella. Al público se le dice
que los portugueses eran esclavistas y que el Vaticano accede a sus
intereses, incluso después de comprobar largamente que los jesuitas
habían hecho en la zona una vasta obra de conversión cristiana y de
progreso material. En ese irracional proceso los gobernantes españoles
no aparecen. El relato cinematográfico se permite la sutileza de subra-
yar que el delegado del Vaticano tiene sus incertidumbres en el con-
flicto, pero eso es todo lo que llega a saberse allí sobre un tema histó-
rico espinoso, donde los intereses políticos y económicos superaron a
los factores ideológicos y morales.

53
Los jesuitas constituyeron siempre una fuerza de avanzada en la
Iglesia católica, desde que la orden fuera fundada por San Ignacio de
Loyola en 1534. Sus miembros hicieron voto de pobreza, castidad y
obediencia, como muchos otros monjes de toda religión, pero se dis-
tinguieron por una vida apostólica activa, empeñándose en la educa-
ción y la conversión cristiana de toda la humanidad. Dos siglos después
de la fundación, un censo interno fijaba en 22.589 la cantidad de sus
miembros (cifras de 1749), ya distribuidos en Europa, América, África
y Asia, lo cual abarcaba desde la educación de la burguesía europea
hasta las misiones fundadas para llevar a los salvajes el mensaje evan-
gélico. Dentro de América latina, las misiones jesuíticas coincidieron
con la etapa del coloniaje, que suponía la explotación de los indios y
de sus riquezas naturales, con lo que era inevitable que esos sacerdotes
pobres fueran vistos como enemigos por los militares y los comercian-
tes de la época. Ese aspecto está muy claro en La misión.
Es menos sabido que los jesuitas despertaron otros conflictos en
otras zonas. Imponer una religión a terceros lleva a luchar con otras
religiones pre-existentes, y eso podía ser tan cierto en el caso de los
indios como en las misiones jesuíticas enviadas a Europa oriental y
sobre todo a China, India y Japón. El proselitismo religioso lleva asi-
mismo a imponer instituciones y asumir poderes temporales, como lo
demostraron los Papas en la era cristiana y los sumos sacerdotes en
toda época, sin olvidar a la Inquisición, a la iglesia anglicana y a la
censura cinematográfica argentina. Como los jesuitas hicieron voto de
obediencia (aun contra su razonamiento propio) y como la autoridad
obedecida era la del Papa, la orden pasó a ser vista a menudo como un
instrumento del Vaticano. Eso también está claro en La misión, pero es
menos grato enterarse de que los sabios jesuitas se pronunciaron en
1632 contra Galileo, aduciendo que un texto de éste, si era llevado a la
enseñanza, podría causar más daño “que Lutero y Calvino juntos”. Así
contribuyeron a que Galileo abjurara en 1633 de ideas que la ciencia
posterior estableció como ciertas.
En 1759 la corte portuguesa y su primer ministro el Marqués de
Pombal persiguieron a los jesuitas, llevándolos a la cárcel o al exilio.
En 1764 fueron puestos fuera de la ley por el gobierno francés y en

54
1767 por el de España. Hasta ese momento los jesuitas contaban con la
protección del Papa Clemente XIII, pero éste fue sustituido por Cle-
mente XIV, quien en 1773 suprimió la orden jesuítica. En 1814 queda-
ron rehabilitados por el Papa Pio VII, pero en 1845-1847 los jesuitas
fueron el centro de una guerra civil en algunos cantones de Suiza, lo
cual terminó también con su expulsión.
La moraleja de esos altibajos es que los jesuitas podían ser una mo-
lestia para muchos gobiernos e incluso para algunos de los Papas. En
los conflictos que narra La misión, un tema lateral es la delimitación
de fronteras entre los dominadores españoles y los portugueses, pero
allí habría que agregar que los mapas de toda América habían sido he-
chos por los mismos jesuitas y sus indicaciones podían ser objetadas
desde luego por las partes interesadas, en un momento en que la ciencia
de los mapas era harto rudimentaria. Inevitablemente, los diccionarios
modernos señalan que el jesuitismo no es una virtud, y uno de ellos lo
define, entre otras acepciones, como “conducta disimulada e hipocresía
en la manera de comportarse”. Eso es parte de una controversia de cua-
tro siglos.

REFORMISTA
La primera mujer que se presentó como candidata a la presidencia
de Estados Unidos fue Victoria Claflin Woodhull, de 34 años, en 1872.
No representaba al Partido Demócrata ni al Republicano, sino a otro
grupo peculiar, el Equal Rights Party, o partido por la igualdad de de-
rechos. Obtuvo apenas el uno por mil de los votos nacionales.
Esa candidatura fue sólo una de sus originalidades, dentro de una
vida muy agitada y rebelde. En la adolescencia, Victoria y su hermana
Tennessee trabajaron como artistas trashumantes en un espectáculo
que incluía números de “clarividencia”. Después de su segundo matri-
monio, Victoria se interesó por diversos movimientos reformistas del
siglo, lo cual terminó por ser su plataforma electoral: los derechos fe-
meninos, el amor libre, la abolición de la pena de muerte, el impuesto
a las ganancias elevadas, la creación de un gobierno mundial, la sim-
plificación de las leyes para el divorcio. Todo ello podía ser razonable

55
y estaba expuesto en un folleto publicado por Victoria bajo el título
Origen, Tendencias y Principios de Gobierno (1871).
Otros rasgos suyos fueron más discutibles. El espiritualismo le ha-
bía conducido a obtener el apoyo de Comelius Vanderbilt, un poderoso
magnate de la industria naviera y ferroviaria, que también se interesaba
por el Más Allá y por la clarividencia. Fue así como las dos hermanas
abrieron con el apoyo de Vanderbilt una empresa de operaciones bur-
sátiles, la Woodhull, Claflin & Co., que fue en Nueva York la única
del ramo que era dirigida por mujeres. Para comprar y vender acciones
de la Bolsa debió ser útil la clarividencia.
Simultáneamente, ambas agentes bursátiles preconizaron toda una
reforma en las costumbres, proponiendo una combinación de amor li-
bre, educación comunal de los niños, propiedad compartida (inclu-
yendo presumibles acciones de Bolsa) y derechos civiles de la mujer.
Esto ya habría suscitado resistencias a una candidata presidencial, pero
se complicó después con un turbio incidente de adulterio. Había co-
menzado una relación amorosa entre Victoria y un sufragista llamado
Theodore Tilton. Este era casado, y a su vez Mrs. Tilton mantenía otra
relación con el prominente teólogo y orador Henry Ward Beecher. Am-
bos hombres habían sido muy amigos, pero dejaron de serio cuando
Tilton acusó a Beecher de mantener relaciones con su mujer. Los car-
gos fueron publicados por las hermanas Claflin en su semanario, con
escándalo para todas las partes, porque el episodio comprometía a
cinco personas notorias de la época. Como si eso no fuera suficiente,
las hermanas publicaron también en su semanario la primera traduc-
ción al inglés del Manifiesto Comunista que Marx y Engels habían es-
crito en l848. A esa altura, las hermanas Claflin no teman para perder
ni siquiera las cadenas.
Victoria Claflin Woodhull nunca se sintió derrotada por su época.
Se casó por tercera vez con un banquero de Londres, volvió a ser can-
didata a la presidencia norteamericana (1892) y preconizó otras refor-
mas sociales: justicia gratis para los pobres, designación de antropólo-
gos en las dependencias policiales, análisis químicos de los alimentos
en venta. También comenzó a publicar una revista llamada Humanita-
rian, dedicada a la eugenesia o sea la ciencia del perfeccionamiento

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humano a través de la herencia. Fiel a sus convicciones de igualdad y
progreso, se mostró filantrópica con su propia fortuna, se interesó por
la aviación y ofreció una recompensa especial de cinco mil dólares, en
1914, al primer vuelo transatlántico. Murió en 1927, a los 89 años, en
paz con su conciencia. No llegó a presidente pero fue una adelantada
de los movimientos feministas.

GRAN INSECTO
El mosquito cambió decisivamente las estructuras políticas mundia-
les durante los siglos XIX y XX, pero su trascendencia ha sido subes-
timada por historiadores que prefieren creer en personalidades (Napo-
león, la reina Victoria o Roosevelt), en ideas (las de Marx o las de Hit-
ler) o en guerras (todas). Aunque los mosquitos no se han ofendido por
ese desdén, algo debe decirse de su trayectoria.
Hacia 1650 algunos millones de mosquitos pasaron de Africa a
América, a bordo de los barcos que transportaban esclavos negros. To-
davía no tenían el elegante nombre Aédes aegypti, ni se sospechaba
siquiera que merecieran la atención de los seres humanos, excepto por
su zumbido y por otras molestias ocasionales. Pero ponían sus huevos
en los toneles de agua y así se las ingeniaron para importar desde Africa
el virus de la fiebre amarilla, que hasta entonces era una enfermedad
selecta de los monos y de otros mamíferos de la jungla. En las décadas
siguientes, y favorecida por las altas temperaturas y por la humedad, la
fiebre amarilla se hizo indeseablemente popular en toda América Cen-
tral.
En 1802 Napoleón Bonaparte envió una fuerte expedición militar al
Caribe, para intervenir en un sitio que fuera conocido primero como
Isla Española (desde Colón), después como Hispaniola y hoy como
Haití-República Dominicana. Allí se había rebelado el líder negro
Toussaint-Louverture, que pretendía nada menos que abolir la esclavi-
tud, en sucesivas luchas y negociaciones con españoles, ingleses y fran-
ceses. La expedición comandada por el general Leclerc (cuñado de Na-
poleón) triunfó militarmente, pero un año después ese ejército había
sido diezmado por la fiebre amarilla, que causó una enorme mortandad.

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Entre las bajas figuraba el propio Leclerc, muerto en 1801 a los treinta
años de edad. El dato incomodó a Napoleón y fue uno de los motivos
que le indujeron poco después a vender a Estados Unidos el territorio
de Louisiana.
La obra del mosquito no terminó allí, sin embargo. Sucesivos go-
bernantes franceses habían tomado nota de la pérdida de posiciones
nacionales en América, donde sólo se conservaban una Guayana fran-
cesa y una Isla del Diablo que ya tenía mala reputación. En 1869 se
había inaugurado al este de Africa el Canal de Suez, que en buena me-
dida fue la creación del francés Ferdinand de Lesseps, aunque con
apoyo de capitales británicos. En 1879 el gobierno francés y el mismo
Lesseps se lanzaron a un proyecto similar, dispuestos a construir el Ca-
nal de Panamá. A ese efecto se constituyó una empresa privada, diri-
gida por Lesseps y por su hijo Charles, con aporte de diversos capita-
listas franceses. Diez años después, el proyecto francés debió ser aban-
donado con grandes pérdidas. Como lo señalara el historiador William
H. McNeill, “los costos se habían disparado hasta niveles intolerables,
como resultado de la fuerte mortandad provocada en el personal obrero
por la malaria y la fiebre amarilla”. El fracaso provocó en Francia un
notable escándalo político y financiero. Algunos funcionarios y parla-
mentarios franceses fueron acusados por haber aceptado sobornos de
la Compañía del Canal. En 1893 Lesseps y su hijo Charles fueron con-
denados a cinco años de prisión, fallo que después fue anulado por una
corte de apelaciones.
En esos mismos años Estados Unidos daba otros pasos adelante,
triunfando en una guerra contra España y apoderándose de Cuba
(1898). Todavía le quedaba por derrotar a la fiebre amarilla, y allí les
ganó un segundo partido a los franceses. El médico cubano Carlos Fin-
lay había sostenido hacia 1881 que el mosquito era el agente transmisor
de la fiebre amarilla, pero sus opiniones fueron escasamente escucha-
das durante veinte años por los gobernantes y por otros hombres de
ciencia. En 1900 el norteamericano Walter Reed interpretó correcta-
mente las enseñanzas de Finlay. Cuando se produjo en La Habana un
brote muy serio de fiebre amarilla, Reed presidió un comité de investi-
gación, diagnosticó la índole y origen de la enfermedad, inició una

58
campaña sanitaria. Varios de sus colaboradores murieron en esa crisis,
pero en 1901 el comandante William Crawford Gorgas aplicó radical-
mente algunas medidas y eliminó en noventa días la epidemia de La
Habana. Los procedimientos habían sido resueltos en los tres años pre-
vios, cuando Gorgas se vio obligado a incendiar totalmente un campo
en Siboney (Cuba) para destruir un foco. En La Habana ordenó segre-
gar a los enfermos, establecer cuarentenas, implantar una higiene ge-
neral, destruir todo depósito de agua que pudiera contener larvas de
mosquitos. En 1904 Gorgas fue llevado a la zona donde se haría el
Canal de Panamá. Aplicó medidas idénticas, en enorme escala, y así
los Estados Unidos pudieron construir el Canal, lo inauguraron en 1914
y tuvieron desde entonces una llave política de enorme importancia,
porque la conexión marítima entre el Atlántico y el Pacífico se reunía,
en el caso, a la gravitación norteamericana en el Caribe, hecho del cual
llegaron a enterarse después en Cuba y en Nicaragua.
Tras haber contribuido a la derrota de Francia y a la expansión te-
rritorial de Estados Unidos, tanto en América del Norte como en Amé-
rica Central, el mosquito no fue debidamente homenajeado con monu-
mento alguno. La mejor parte de su fama fue que William Faulkner dio
el nombre de Mosquitoes a su segunda novela (1927). Fuera de ello,
los mosquitos nunca tuvieron buena prensa.

PRECURSOR
El nazismo fue inventado hacia 1866 por Heinrich von Treitschke
(1834-1896), un historiador alemán, sesenta años antes de que Adolf
Hitler lanzara esa funesta idea en el libro Mi lucha. Como profesor de
historia y política, como editor del importante y prolongado Diario de
Prusia (1866 a 1889) y como autor de la voluminosa Historia de Ale-
mania en el siglo XIX (cinco tomos, 1879 a 1894), von Treitschke fue
un enemigo del socialismo, un fanático partidario del poder estatal, un
promotor de la expansión alemana a través de colonias. Abominaba de
los ingleses, de los judíos, de los derechos civiles, de las discusiones
parlamentarias. Eso no le impidió ser representante en el Reichstag
(1871 a 1884), donde inevitablemente debió molestarle que los otros

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diputados hablaran. También debió ser difícil hacerle escuchar las ra-
zones de los otros, porque era sordo.

DE LA JIRAFA HACIA ABAJO


A comienzos del siglo XIX, el eminente biólogo y botánico francés
Jean-Baptiste Lamarck (1744-1829) sostuvo filosóficamente la posibi-
lidad de que los caracteres adquiridos en vida por una planta o un ani-
mal se conserven después en su reproducción. Se le atribuye como
ejemplo clásico el invocar que las jirafas suelen mordisquear hojas de
árboles, que eso ha estirado sus cuerpos y que los hijos e hijas de las
jirafas han nacido en consecuencia con cuellos y patas de mayor longi-
tud. Eso aportaría un valioso elemento a las teorías de la evolución,
creando subespecies que se adaptan diversamente a distintas circuns-
tancias ambientales.
Las tesis de Lamarck han sido controvertidas por la ciencia poste-
rior. Ante todo, no era posible confirmarlas con la experimentación, en
parte por la escasez de jirafas en París, hacia 1810-1830, y en parte
porque otros animales también quieren mordisquear arbustos pero so-
lamente la jirafa llega a cinco metros de altura. Incluso si se traslada el
problema a seres vivos más fáciles de observar (las plantas, los insectos
o los moluscos) las ideas de Lamarck sólo podían ser confirmadas por
un estudio realizado a través de muchas generaciones, y con rigores
científicos que eran impensados en la época. El mérito de Lamarck
pudo ser el de una comprensión intuitiva pero incompleta de los pro-
cesos de la evolución, de la misma manera en que había llegado a for-
mular una clasificación científica de plantas y animales. A Lamarck se
atribuye el primer uso de la palabra biología (en 1802), pero en cambio
ignoraba una ciencia posterior que se llamó genética, desarrollada a
partir de Gregor Johann Mendel (1822-1884) y que ayuda a compren-
der, si no a explicar, las leyes de la herencia en plantas, animales y
seres humanos.
Stalin fue curiosamente el continuador de Lamarck y el defensor de
aquella teoría sobre la trasmisión hereditaria de los caracteres adquiri-
dos. Eso ocurrió a partir de 1935 y en un cuento sumamente soviético.

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Su protagonista fue Trofim D. Lysenko (1898-1976), un ucraniano que
venía precedido de estudios y trabajos sobre agricultura en institutos
de Kiev y de Odessa. En 1935 Lysenko obtuvo el favor de Stalin, tras
algunos experimentos con hibernación de semillas, injertos en plantas
y combinación de distintas variedades de trigo para obtener una clase
mejor. Su tesis era que esos y otros cambios, aunque fueran introduci-
dos artificialmente, se mantendrían en las generaciones siguientes. Esa
idea debió parecer maravillosa a Stalin, que hizo ascender a Lysenko
en sus cargos y en 1940 lo designó director del Instituto de Genética
del país. Simbólicamente, Lysenko estaba proponiendo con las plantas
lo que Stalin quería hacer con la URSS. Si un ciudadano soviético es
debidamente formado desde la infancia en ideas y actitudes, sus hijos
y nietos surgirán como seres soviéticos ideales. Esa ilusión de modifi-
car la naturaleza humana era compartida entonces por Hitler en Ale-
mania (aunque con otros procedimientos), pero el fracaso soviético en
la materia ha tenido recientes ejemplos, cuando algunos altos funcio-
narios fueron destituidos y hasta fusilados por corrupción, soborno y
robo, setenta años después de la Revolución de 1917. Modificar la na-
turaleza humana es una empresa que sólo surge en hipótesis teóricas,
como en las novelas futuristas de Huxley y de Orwell. Quizás haga
falta más tiempo.
Lysenko no aspiraba a tanto, pero tenía una fuerte inclinación a
creerse sabio en lo suyo. Eso podía ser una virtud, pero se convirtió en
un defecto cuando Lysenko llegó a redefinir las teorías biológicas pre-
vias, atacando los descubrimientos de Mendel, la teoría de los cromo-
somas como factor hereditario y la enseñanza o experimentación en
todo ello. Dentro de la ciencia de su país se convirtió en un pequeño
dictador. Desde el comienzo se enfrentó con el eminente botánico so-
viético Nikolai I. Vavílov (1887-1943), que había viajado por el mundo
y había fundado cuatrocientos institutos de investigación en todo el
país. Como Vavílov no creía en las especulaciones de Lysenko, éste lo
denunció en sucesivos congresos, aparentemente como funesto ejem-
plo de la decadente ciencia burguesa extranjera. Así Vavílov fue arres-
tado y enviado a Siberia, donde murió (a Stalin no le gustaban los so-

61
viéticos que hubieran viajado por Occidente). En 1948 Lysenko presi-
dió un congreso en la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas, donde
cinco colegas que antes habían defendido las teorías de Mendel sobre
la herencia terminaron por confesar sus ideas como lamentables erro-
res. Se humillaron públicamente en el mejor estilo ruso, con textos
luego transcriptos en Pravda y en publicaciones extranjeras.
Lysenko recibió en la URSS todos los honores oficiales, incluyendo
la Orden de Lenin en ocho oportunidades y tres premios Stalin (1941,
1943, 1949). Su antecesor en la biología nacional había sido Iván V.
Michurin, quien también creía en la trasmisión hereditaria de los ca-
racteres adquiridos, pero había fallecido en 1935 sin enviar colegas a
Siberia. Aunque Michurin tuvo también sus problemas con el gobierno
zarista y después con el soviético, terminó por ser homenajeado en la
ancianidad, y así fue muy aceptable que el eminente realizador cine-
matográfico Alexander Dovzhenko proyectara una película en su ho-
nor, que comenzó por llamarse Vida en flor y que terminó por llamarse
Michurin. Pero escribiría y realizarla fue para Dovzhenko una lucha de
tres años (1946 a 1949) donde uno de sus mayores rivales fue Lysenko.
Este hizo reescribir el libreto, para ajustarlo a su propia visión de la
personalidad y obra de Michurin, y de ello dejó constancia Dovzhenko
en sus diarios personales, publicados después de su muerte (1956). La
crisis del director se prolongó más allá del libreto, cuando la superiori-
dad le tachó un par de escenas poéticas (la comunión de Michurin con
la naturaleza), después cuando prohibió la película y finalmente
cuando ordenó rehacerla, aunque Dovzhenko no intervino ya en esa
versión final. La influencia de Lysenko en el arte fue todo un drama.
Stalin murió en 1953 y la importancia política de Lysenko dismi-
nuyó rápidamente. Pero Jruschov lo rehabilitó poco después, porque
confiaba en que sus teorías mejoraran la producción agrícola, aunque
había muy escasa experimentación práctica al respecto. Hacia 1961 la
ciencia mundial publicaba largos ensayos sobre el DNA (ácido desoxi-
rribonucleico), sustancia que integra los cromosomas, que varía entre
diversas especies animales y que decide caracteres hereditarios. En la
Unión Soviética era imposible escribir sobre el DNA, porque su acep-
tación suponía revisar los conceptos nacionales sobre las leyes de la

62
herencia, contrariando los mandatos de Lysenko. Pero en 1962 los
hombres de ciencia soviéticos cuestionaron esa dictadura sobre sus dis-
ciplinas. Publicaron artículos sobre genética en diversas revistas cien-
tíficas y plantearon de hecho el atraso nacional frente a la ciencia ex-
tranjera.
En 1963 la agricultura significó un tropiezo todavía mayor para Ly-
senko y para el mismo Jruschov. No solamente los laboratorios fraca-
saron en el intento de crear nuevos tipos de cereales o un trigo más
eficaz para el pan, sino que la ciencia nacional y extranjera comenzó a
publicar críticas contra Lysenko, tanto por sus teorías como por la in-
eficacia de las aplicaciones prácticas. En 1963 las cosechas soviéticas
fueron tan pobres que la URSS debió importar doce millones de tone-
ladas de cereales para el consumo interno. Mientras la astronauta so-
viética Valentina Tereshkova se consagraba como la primera mujer que
daba la vuelta al mundo en su vehículo espacial (48 veces, junio 1963),
el pueblo soviético se quejaba de que el pan era escaso. En octubre
1964 Jruschov cayó de su puesto, por varios motivos que incluyeron la
crisis agrícola. Poco después Lysenko fue privado de sus cargos, se
sumergió en una oscuridad similar a la de Jruschov y falleció en 1976,
a los 78 años de edad.

BOOMERANG
El matrimonio Serge y Beate Klarsfeld, que capturó a Klaus Barbie
en Bolivia, ha relatado una anécdota de su investigación a lo largo de
muchos años. Cuando los nazis ocuparon Francia, se dispusieron a or-
denar allí las medidas antisemitas que se habían aplicado en Alemania
durante varios años. Uno de sus puntos decisivos fue un memorándum
del 16 de febrero de 1942, firmado por Kurt Lischka, jefe de la policía
nazi en París, señalando la necesidad “de la deportación de elementos
judíos bolcheviques al Este”, o sea a Alemania. Ese era el primer paso
para la tragedia luego conocida como Solución Final, o sea la muerte
en campos de concentración.

63
Desde el 27 de marzo de 1942 hasta el 11 de agosto de 1944, cerca
de ochenta mil franceses fueron deportados en ferrocarril hacia Alema-
nia, casi siempre en vagones sólo aptos para ganado. Como los alema-
nes eran muy cuidadosos, hicieron listas de esas personas y además
hicieron copias de esas listas, en cuatro ejemplares, para llevar el con-
trol. Tras la Liberación (1944), las listas fueron halladas por los Klars-
feld en oficinas de París, depositadas desordenadamente en varios ca-
jones. Algunas estaban deterioradas, a tal punto que los Klarsfeld y
algunos voluntarios debieron dedicarles unas tres mil horas de trabajo,
a lo largo de dos años, para reconstruir fechas, vagones, nombres y
edades. El resultado fue un libro semejante a una guía telefónica, titu-
lado Recuerdo de los judíos deportados de Francia. Sirvió después
como obra de consulta para la acusación a Barbie, a otros alemanes y
a jerarcas de la policía francesa que habían colaborado en aquella pro-
longada deportación. Una parte se refiere a 4.051 niños que fueron se-
parados de sus padres, tras un largo confinamiento en el Velodrome
d'Hiver. Durante un mes se esperaron instrucciones superiores, hasta
que Adolf Eichmann decidió que debían ser enviados a Auschwitz para
su ejecución en cámaras de gas.
El cuidadoso registro alemán en cuadruplicado se convirtió así en
valioso elemento fiscal. Los alemanes fueron crueles pero demasiado
minuciosos.

REACCION EN CADENA
La bomba atómica arrojada sobre Hiroshima era un cilindro de tres
metros de largo, 71 centímetros de diámetro, poco más de cuatro tone-
ladas de peso. Fue lanzada el 6 de agosto de 1945 por el avión bom-
bardero B-29, rotulado Enola Gay, el que debió volar más de dos mil
kilómetros, desde la isla de Tinian (una de las Islas Marianas) hasta el
centro mismo de Japón, con una docena de hombres como tripulantes
y el amia más mortífera que la Humanidad hubiera creado hasta ese
momento. Tras el lanzamiento, la bomba mató en una fracción de se-
gundo a una cifra estimada en ochenta mil personas. Una cantidad si-

64
milar incluye las muertes posteriores, las lesiones graves, la intensifi-
cación del cáncer, la perturbación hereditaria. La bomba provocó una
rápida cancelación de la Segunda Guerra Mundial, al obligar a la ren-
dición de las fuerzas japonesas. Pero antes de la rendición ya se había
lanzado una segunda bomba en Nagasaki (agosto 9).
Antes de iniciar su corta vida, la bomba atómica tuvo muchos pa-
dres. En agosto 1939 Albert Einstein escribió al presidente Roosevelt
una carta histórica, señalando la posibilidad de fabricar superbombas
con base de uranio, más el riesgo de que Alemania nazi ya lo estuviera
haciendo. Dos meses después, Roosevelt inició un plan secreto de es-
tudio y fabricación, que llegó a conocerse como Manhattan Project,
bajo el mando del Brigadier General Leslie A. Groves. A lo largo de
seis años el proyecto fue contemporáneo a la Segunda Guerra Mundial
y quedó marcado estratégicamente por el ataque japonés a Pearl Harbor
(diciembre 1941), por la muerte de Roosevelt (abril 1945), por la in-
mediata derrota alemana y por la resistencia de Japón a rendirse, in-
cluso después de la intimación lanzada por los Aliados desde la confe-
rencia de Potsdam (julio 1945).
En sus, seis años de desarrollo, el Manhattan Project evolucionó
bajo una concentración de hombres de ciencia, dirigidos
por el norteamericano J. Robert Oppenheimer, e integrada entre
otros por los físicos Edward Teller (húngaro), Leo Szilard (húngaro),
Niels Bohr (danés) y Enrico Fermi (italiano), todos los cuales habían
huido en diversas fechas del nazismo europeo. Correspondió a Fermi
el hallazgo de la fase conocida como “reacción en cadena”, donde la
fisión de un átomo conduce a la fisión de otros. Los hombres de ciencia
fueron concentrados en Los Alamos (sobre un desierto de New Mé-
xico), donde llegaron a vivir seis mil personas, incluyendo a técnicos,
operarios y familiares. Las condiciones de seguridad y de secreto fue-
ron sumamente estrictas y se agravaron en 1944, cuando el Manhattan
Project incorporó a toda una escuadrilla de bombarderos, a la que co-
rrespondería efectuar el lanzamiento. Estas tripulaciones debieron pre-
pararse durante un año en el pueblo de Wendover (Utah), bajo el
mando del Teniente coronel Paul Tibbets, un piloto que ya había reali-
zado hazañas en la guerra. Solamente los hombres de ciencia y el

65
mismo Tibbets conocían la índole de la operación proyectada, mientras
los demás sólo supieron que participaban en una tarea monumental y
secreta, sobre la que conocieron lo estrictamente indispensable para
trabajar y sobre la que no podían hacer preguntas ni comentarios. El
secreto era un objetivo crítico, en parte porque el gobierno americano
llegó a gastar allí dos mil millones de dólares, disimulándolos en el
presupuesto militar y esquivando las preguntas de legisladores y fun-
cionarios. Uno de los legisladores preocupados por gastos misteriosos
fue el senador Harry S. Truman.
Tras la muerte de Roosevelt en abril, las acciones se precipitaron
durante el año 1945, ahora con Truman como presidente. Las tripula-
ciones fueron trasladadas de Wendover a la isla Timan. La bomba
misma fue transportada desde Los Alamos a San Francisco y allí fue
embarcada en el crucero Indianápolis, que la transportó también a Ti-
nian (en su viaje de vuelta, el Indianápolis fue hundido por un subma-
rino japonés). En julio 1945 se realizó una experimentación de la
bomba atómica en el desierto de New México y en un sitio conocido
como Alamogordo. La eficacia de esta prueba fue comunicada a Tru-
man, que concurría entonces a la conferencia de Potsdam, junto a Chur-
chill y Stalin. De esa reunión surgió un ultimátum a Japón para que se
rindiera, pero su resultado fue nulo. El lanzamiento de la bomba de-
pendía de la orden de Truman. Cuando la orden fue cursada, Paul Tib-
bets había elegido su propio avión B-29 y lo había bautizado como
Enola Gay, que era el nombre de su madre. Decidió también cuáles
serían los aviones de reconocimiento y sus tripulaciones. Decidió que
él se haría cargo personalmente de conducir el avión protagonista.
Hasta ese momento, los blancos japoneses posibles eran cuatro: Hi-
roshima, Kokura, Niigata y Nagasaki. La elección de Hiroshima pare-
cía decidida por el dato de que allí no habría campamentos que pudie-
ran contener prisioneros americanos. El azar ratificó esa elección en las
horas previas. Uno de los aviones de reconocimiento, a cargo del piloto
Claude Eatherly, informó que sobre Hiroshima existía un amplio claro
de nubes, facilitando la visión del blanco. El 6 de agosto Tibbets lanzó
la bomba. El 8 de agosto la Unión Soviética declaró la guerra a Japón.

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El 9 de agosto otra tripulación lanzó una segunda bomba sobre Naga-
saki, matando aproximadamente a 40.000 personas. A pesar de ello,
una parte del gabinete japonés se negaba a la rendición, paso que final-
mente fue dado el 14 de agosto.
Las repercusiones de la bomba atómica han ocupado cuatro décadas
de controversia. Poco antes de ser lanzada, un comité de técnicos hizo
llegar a los altos mandos americanos la propuesta de que con la bomba
se hiciera una demostración que no provocara muertes civiles pero que
convenciera a los japoneses. Esa idea, contenida en el llamado Franck
Repon, fue estudiada durante cuatro días y finalmente desechada. Los
militares americanos no creyeron que Japón pudiera ser convencido
por otra medida que por una matanza mayor, el punto aparece ratifi-
cado por la resistencia japonesa, incluso después de Hiroshima y Na-
gasaki. Las mayores acusaciones de la historia fueron encaminadas
contra el presidente Truman, pero la respuesta de éste fue que las alter-
nativas eran seguir la guerra como hasta entonces o proceder a la inva-
sión de Japón, lo que según el asesoramiento militar supondría medio
millón de bajas americanas en aviadores, marinos y soldados. Otras
acusaciones fueron dirigidas a Tibbets. Veinte años después, cuando
integró una comisión militar americana a la India, que debía ocuparse
de suministros, Tibbets fue impugnado en algunos periódicos como “el
mayor criminal del mundo”, lo que obligó a que el Departamento de
Estado cancelara esa otra misión suya.
Antes o después de la bomba, Oppenheimer, Bohr, Einstein, Fermi,
Szilard y muchos otros hombres de ciencia impugnaron directa o indi-
rectamente su propia obra, proponiendo el uso pacífico de la energía
nuclear. En eso estuvo parcialmente conforme el mismo gobierno ame-
ricano, que en 1946 formó la Comisión de Energía Atómica, transfi-
riendo el tema desde las manos militares a las civiles. En 1949 Oppen-
heimer, como alto funcionario de esa Comisión, manifestó oponerse a
que se avanzara en la fabricación de una bomba de hidrógeno, que sería
aún más mortífera que la atómica. En 1953, durante el apogeo del mac-
carthysmo, Oppenheimer fue impugnado por esa posición y por la can-
tidad de comunistas que existían entre sus familiares y amigos. A esa
altura, el pase furtivo de los secretos atómicos a la Unión Soviética era

67
ya una realidad probada. El resultado fue que Oppenheimer quedó ca-
racterizado como un “riesgo de seguridad” y privado de todo acceso a
los secretos científicos y militares que había supervisado en los años
previos. Uno de sus acusadores fue sorprendentemente Edward Teller,
hombre de ciencia que después figuraría como padre de la bomba de
hidrógeno. Aunque en 1963 Oppenheimer recibió el premio Fermi,
otorgado por el presidente Johnson, su caída oficial no fue corregida.
Falleció en 1967. La BBC inglesa lo vindicó narrando su biografía en
un film para TV de 1982.
La mitología de la bomba atómica incluyó una historia muy espe-
cial. En 1957 diarios y revistas americanas divulgaron el dato de que
el piloto de la bomba atómica había sentido graves remordimientos y
estaba internado en un monasterio o un manicomio. La realidad era
menos dramática. El aludido era Claude Eatherly, que no condujo el
Enola Gay sino uno de los aviones de reconocimiento. Antes de 1945,
y especialmente durante el año de entrenamiento dentro del equipo,
Eatherly cometió una serie de faltas personales: grandes apuestas en el
juego, excesos de velocidad y de alcohol y un desarreglo mayor cuando
intentó bombardear, por propia iniciativa, el Palacio Imperial de Tokio
(falló el golpe). A pesar de esos episodios, Tibbets mantuvo a Eatherly
en su equipo, porque lo consideraba un piloto excepcional. Después de
1945, y a lo largo de treinta años, Eatherly recorrió un camino delic-
tuoso de cheques sin fondo, robo en una oficina postal, varios episodios
de alcoholismo, la internación en un sanatorio para enfermos mentales.
De allí surgió la leyenda de su martirio. Pero luego se advirtió que la
culpa atómica tuvo poca relación con esa decadencia personal. Hasta
los datos de 1977, Eatherly perdió la voz, se tranquilizó y pasó a vivir
modestamente de una pensión oficial. En los diez años siguientes no
han trascendido informaciones sobre su decaída existencia.

UN-AMERICAN
La vida política del senador Joe McCarthy abarcó solamente el pe-
ríodo 1950-1954, pero su fama lleva a creer que dominó por mucho

68
más tiempo. El error de óptica se debe en parte a que la fobia antico-
munista había comenzado mucho antes en Estados Unidos y se había
intensificado desde 1946, cuando terminó la guerra mundial y comenzó
la así llamada Guerra Fría. Un segundo y grave motivo es que esa fobia
se extendió en los años siguientes a McCarthy y en ciertos sentidos
perduró tres décadas después de su muerte en 1957. La perduración se
explica poruña actitud política de hostilidad hacia la Unión Soviética y
afines, lo cual siguió siendo cierto con pocos altibajos desde 1946 hasta
hoy. Pero se explica también por la existencia de ciertas leyes y dispo-
siciones administrativas que fueron dictadas durante el apogeo de
McCarthy y que no fueron derogadas después.
Entre esas disposiciones debe darse un lugar preferencial a la Ley
de Inmigración y Nacionalidad, también llamada Ley Walter-McCa-
rran, aprobada en junio 1952. Allí se da forma concreta a la xenofobia
norteamericana del momento. En su libro The Great Fear (1978), de-
dicado a describir exhaustivamente ese período, el escritor inglés Da-
vid Caute dedica un documentado capítulo a las aplicaciones de esa
ley, abundando en nombres propios y en citas textuales de muchos dic-
támenes. En 1950 había en Estados Unidos diez millones de ciudada-
nos norteamericanos que eran extranjeros de origen pero habían trami-
tado legalmente su incorporación al país. También había 2.5 millones
de extranjeros con residencia legal pero sin papeles de ciudadanía. Lo
que aportó la ley Walter-McCarran fue nada menos que un instrumento
para que la Oficina de Inmigración y Naturalización pudiera revocar la
ciudadanía antes acordada e iniciara la deportación de otros extranje-
ros, en aquellos casos en que, con razón o sin ella, esas personas pu-
dieran ser sospechosas de favorecer una presunta infiltración comu-
nista en la sociedad norteamericana. Eso incluyó centenares de casos
patéticos, envueltos colectivamente por un hostil y extendido clamor:
“que se vuelvan a Rusia...”
Caute detalla muchos de esos casos, sin ahorrarse nombres o fechas.
Entre los damnificados aparecieron personas que habían llegado a Es-
tados Unidos con tres meses de edad, que tenían treinta o cuarenta años
de ciudadanía, que eran el único sostén económico de sus familiares y

69
que al ser deportados dejaban detrás a cónyuges, hijos y nietos norte-
americanos. Entre los ejemplos dramáticos se destacan las 228 perso-
nas que en 1954 fueron conminadas a dejar Estados Unidos, pero a su
vez no eran aceptadas por sus países de origen en Europa oriental. El
griego Gus Polites, que había sido comunista hasta 1938, no sólo dejó
después al Partido sino que durante 1942 llegó a vender cincuenta mil
dólares en bonos de guerra, con beneficio para Estados Unidos y para
la causa de los Aliados. Pero la Oficina de Inmigración le despojó
igualmente de su nacionalidad adquirida y en 1963 lo deportó por la
fuerza, tras hostigarlo de diversas maneras. Llegado a Polonia, y sin
saber hablar polaco, Gus Polites enfermó y murió en la total soledad.
Fue igualmente dramático el caso de William Heikkila, un finlandés
que llegó a América cuando tenía sólo tres meses de edad. Al verse
amenazado por la pérdida de la ciudadanía y la consiguiente deporta-
ción, Heikkila inició una batalla legal que se hizo muy prolongada. Eso
exasperó a la Oficina de Inmigración, que en abril 1958 lo secuestró.
Sin notificar siquiera a su esposa ni al abogado, la Oficina lo despachó
compulsivamente a Finlandia en un avión. Al día siguiente, el hombre
estaba en Helsinki, con treinta centavos en el bolsillo y sin sobretodo.
Las protestas lo devolvieron a Estados Unidos para proseguir su batalla
legal, pero Caute no informa el resultado final de ese peleado partido.
Un dato importante de esos conflictos fue la escasez de prueba para
acusar a los centenares o miles de damnificados. En muchos casos la
vinculación con el comunismo o el anarquismo había ocurrido varias
décadas atrás y nada indicaba que esos hombres y mujeres fueran agi-
tadores peligrosos en la década de 1950. En otros casos no existía si-
quiera tal vinculación política y la acusación se reducía a fundamentos
muy débiles, como el apoyo a la República española durante la guerra
civil de 1936- 1939, o la firma en el famoso manifiesto de Estocolmo
por la paz y contra la bomba atómica (1950) o la simple maledicencia
de vecinos y enemigos personales, que a su vez no eran confrontados
con la persona damnificada. Esas deficiencias caracterizaron a todo el
período que hoy lleva el nombre de Joe McCarthy. Para separarse de
todo ello, Charles Chaplin se fue de Estados Unidos en 1952, después
de sentirse víctima de una tremenda hostilidad.

70
Otros conflictos similares afectaron a aquellos extranjeros que pe-
dían visa para entrar a Estados Unidos, tras recibir invitaciones para
conferencias, cursos o congresos. La larga lista de visas denegadas
comprende a dirigentes sindicales de casi todo país y a hombres de
ciencia que antes hubieran concurrido a otros congresos en Europa
oriental o después de 1959 a Cuba. Como lo señala Caute, una mitad
de los científicos que pidieron visas encontraron alguna dificultad, y
esa cifra sube al 70 u 80 por ciento para los científicos franceses, por-
que casi todos ellos estaban afiliados a la Association des Travailleurs
Scientifiques, y esta entidad había tenido como presidente al comunista
Frédéric Joliot-Curie, premio Nobel de Química (1935), pero también
un iniciador del llamamiento de Estocolmo contra las armas nucleares
(1950). Entre los intelectuales que vieron postergada o negada su visa
de ingreso a Estados Unidos, es importante destacar al arquitecto bra-
sileño Oscar Niemeyer, al cantante francés Maurice Chevalier, al filó-
sofo mexicano Leopoldo Zea y a una larga lista de escritores, que in-
cluye al inglés Stephen Spender, al italiano Alberto Moravia, al mexi-
cano Carlos Fuentes, al inglés Graham Greene (porque había sido co-
munista durante cuatro semanas de 1923), al colombiano Gabriel Gar-
cía Márquez y al cubano Guillermo Cabrera Infante. Este último caso
es paradójico, porque tras haber sido funcionario de Cuba casuista, Ca-
brera Infante pasó a ser uno de los más destacados y públicos oposito-
res al fidelismo. Pero esto era típico de los funcionarios norteamerica-
nos que aplicaban leyes y reglamentaciones. Una vez que alguien in-
gresó en la lista ad-hoc de villanos, no tendrá forma de salir de ella. No
pudo salir Pablo Picasso, porque se había afiliado al Partido Comunista
francés y había firmado contra la bomba atómica, pero de quien habría
sido difícil sospechar que procurara derrocar por la fuerza al gobierno
de Estados Unidos. No pudieron salir los cubanos pro-fidelistas que
después se hubieran volcado contra Fidel Castro.
Uno de los casos mejor documentados fue el del escritor y perio-
dista uruguayo Angel Rama. Había dado cursos durante más de un año
en la Universidad de Maryland, tras haber ganado una beca Guggen-
heim. La misma Universidad pidió después que se le prolongara la visa
durante otro año, pero en 1982 la Oficina de Inmigración la denegó.

71
Las apelaciones fueron inútiles y Rama pasó a vivir en París, dentro de
un largo exilio que ya había incluido Venezuela. En el curso de esos
trámites, el Consulado norteamericano en Barcelona señaló a Rama el
código que estaba inscripto al pie de una visa anterior: 212(d) (3) (A)
(28). El empleado consular exclamó: “¡Pero usted, es un 28, un comu-
nista subversivo!”. Y así fue como Rama escribió después un largo
artículo titulado Trampa 28, donde describe su propio caso y los crite-
rios aplicados por funcionarios norteamericanos, “que no se caracteri-
zan por su cuidadosa lectura de las revistas literarias”.
Si las hubieran leído, habrían sabido que no sólo Rama nunca fue
comunista sino que tuvo ardientes polémicas contra la prensa comu-
nista uruguaya. El 28 señalaba globalmente a la gente de izquierda que
alguna vez hubiera criticado ciertas políticas norteamericanas, aunque
también hubieran criticado otras políticas soviéticas o socialistas, como
ciertamente lo hizo Rama con abundancia, en una larga carrera de crí-
tico literario y periodista. Pero en ese punto, ni el Departamento de
Estado ni las oficinas de Inmigración dan explicación alguna ni acce-
den a discutir lo que resuelven. En 1982 Rama perdió el caso, 25 años
después de la muerte de Joe McCarthy.
A fines de 1982, Ronald Reagan hizo una gira latinoamericana.
Pasó por Colombia y allí el presidente Belisario Betancur, elegido poco
antes, señaló a Reagan el error oficial que Estados Unidos había come-
tido con Rama. No sirvió de mucho. En noviembre 1983 Rama viajó
de París a Colombia, para un congreso literario y para agradecer a Be-
tancur su generosa e inútil gestión. Pero murió al explotar el avión de
Avianca en las cercanías de Madrid, causando 194 víctimas, entre ellas
Marta Traba, esposa de Rama.
El punto notable de esas actuaciones oficiales norteamericanas es
que sean aplicadas por funcionarios ejecutivos norteamericanos (gene-
ralmente con el conocimiento del Departamento de Estado) basándose
en una ley del período McCarthy. En el caso de Rama, trascendió que
cuando el presidente colombiano Betancur planteó el caso, Reagan
contestó “en mi país no ocurren esas cosas”, aunque su respuesta co-
rrecta debió ser que en su país él no se entera de esas cosas. Tampoco

72
estuvo después muy enterado de que Estados Unidos vendía clandesti-
namente armas a Irán y giraba el dinero a los contras de Nicaragua. En
el problema de las visas rechazadas, y en diciembre 1986, trascendió
el caso de Patricia Lara, una periodista colombiana que dos meses antes
quiso entrar a Estados Unidos, quedó presa durante cinco días y des-
pués deportada. En apariencia, todo su pecado fue haber escrito algu-
nas críticas sobre la política exterior norteamericana. Eso enseña a cui-
darse la ropa en el futuro. Los adolescentes de hoy deben saber que
cualquier crítica sobre el caso Irán-Israel-Nicaragua (por ejemplo), les
impedirá conocer Disneylandia, San Francisco y New Orleáns, que es
precioso. Criticar la ley Walter-McCarran, por ejemplo, puede ser un
error fatal. Conduce a mirar las Cataratas del Niágara solamente del
lado canadiense.

ERRANTES
A los satélites que giran alrededor de la Tierra se les han confiado
misiones de todo tipo, que van desde la investigación científica al es-
pionaje sobre otros países, pasando por las trasmisiones de televisión.
En setiembre 1982 el satélite Cosmos 1383, de la Unión Soviética,
captó un mensaje de auxilio procedente de un pequeño avión con tres
tripulantes, perdido en las selvas de Columbia Británica, al norte de
Canadá. El mensaje pasó automáticamente a las autoridades canadien-
ses en Ottawa, iniciando así una operación de rescate por helicóptero,
con final feliz.
El episodio quedó inscripto como el primer acto humanitario come-
tido por un satélite. Fue también el primer éxito de un plan americano-
soviético llamado SARSAT (por Search And Rescue Satellites, o sea
satélites para búsqueda y rescate) que se concentrará en posibles epi-
sodios de ese tipo. En apariencia, el dato necesario es que exista uni-
formidad de ondas entre el equipo del satélite y las posibles llamadas
de auxilio.
Fuera del SARSAT, son muy diversos los 4.300 satélites que hasta
las estadísticas de 1982 giraban alrededor de la Tierra. Una mitad de
ellos corresponde a los Estados Unidos, una cuarta parte a la Unión

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Soviética y el resto a Francia, Japón, Inglaterra y otros países. La única
estadística mundial precisa es la llevada por la NASA, organismo nor-
teamericano que supervisa todo lo relativo a la conquista del espacio.
Aunque deben existir otras estadísticas soviéticas, se las considera un
secreto de Estado.
En 1977 se publicó que 54 satélites se habían escapado de la órbita
prevista, no volvieron a la Tierra y se encuentran presumiblemente a la
deriva en ignotas galaxias. Es probable que lleguen a ser los platos vo-
ladores para otros planetas.

EPONIMOS
El vizconde Lucius Cary Falkland (1610-1643) nunca estuvo en
América Latina, nunca pisó las Islas Falklands (o Malvinas) y hasta es
posible que nunca haya visto siquiera el Océano Atlántico. En su corta
vida fue un destacado parlamentario que comenzó por oponerse a las
líneas políticas del rey Carlos I y después se convirtió en su Secretario
de Estado. Este rey fue después destronado y decapitado (1649), pero
Falkland no se enteró de ello, porque murió antes en la batalla de
Newbury. Su carrera fue suficiente, sin embargo, para que en 1690 la
Corona británica llamara Falklands a un grupo de islas en el sur del
Océano Atlántico.
Esa denominación fue objetada por los argentinos en diversas épo-
cas y también en una guerra de 1982. Sin embargo, el nombre de Islas
Malvinas no es tampoco argentino. Procede del breve dominio francés
en una parte de esa zona (hacia 1764). Algunos marinos franceses pro-
cedían del puerto de St. Malo, sobre el Canal de la Mancha, y eso les
pareció suficiente para dictaminar que ésas serían “les lies Malouines”.
El antecedente histórico no empujó sin embargo a los franceses a ter-
ciar en la disputa angloargentina, y mucho menos a hacer una guerra al
respecto.
Es cierto en cambio que los problemas de la “soberanía” han empu-
jado a cambios de nombres, para dejar en claro que algo ha cambiado.
En América, sobre el Mar Caribe, la Guayana Inglesa se transformó

74
simplemente en Guyana y después adquirió una triste celebridad, por-
que ése fue el sitio en que el fanático religioso Jim Jones ejecutó varios
crímenes y después propició un notable suicidio colectivo (noviembre
1978), donde murieron 913 personas, Jones incluido. Una situación si-
milar y más pacífica se produjo en la vecina Guayana Holandesa, que
en 1975 pasó a la independencia con el nombre de Surinam, aunque
obviamente mantiene el idioma holandés y estrechos vínculos comer-
ciales con Holanda.
Los cambios en Africa han sido más abundantes, lo que en parte se
debió a la debilidad de las potencias europeas después de la Segunda
Guerra Mundial. Numerosos movimientos de independencia llevaron
a la proliferación de países distintos; esto aumentó la cantidad de vo-
tantes en las Naciones Unidas y en la Unesco, para la frecuente preo-
cupación de Estados Unidos, que vio crecer así las unidades del Tercer
Mundo. Entre los muchos cambios africanos, corresponde subrayar
que ya no existen por ejemplo el Africa Ecuatorial Francesa ni el
Congo Belga, pero en cambio hay países que se llaman Congo, Zaire o
Zambia. Un caso muy especial fue el de Rhodesia, que al conseguir la
independencia pasó a llamarse Zimbabwe. Esa era una forma de que-
la nueva república negra se despejara de la memoria de Cecil Rhodes
(1853-1902), un aventurero y magnate que en el siglo XIX representó
de varias maneras al imperialismo británico en Africa. En principio, la
misma Corona británica habría querido despejarse también de la me-
moria de Rhodes, que en sus últimos años cayó en desgracia como po-
lítico y se mezcló además con una princesa Radziwill, vagamente po-
laca, cuyas turbias maniobras la llevaron a la prisión y al proceso judi-
cial. Pero cuando se leyó el testamento de Rhodes, terminó por descu-
brirse que había legado una suma cercana a los tres millones de libras
esterlinas para financiar diversas becas en la Universidad de Oxford,
dato de suma importancia biográfica, porque Rhodes había estudiado
allí antes de hacerse rico con los diamantes africanos. Fue así como la
Corona británica resolvió que sería más prudente mantener el nombre
de Rhodesia para esos territorios, hasta que se produjeron los primeros
movimientos de una independencia blanca (1965), que después deriva-
rían al gobierno negro y a la existencia de Zimbabwe. Sus habitantes

75
negros procuran ahora olvidarse de Rhodes, pero lo recuerdan aquellos
que aspiren a una beca en Oxford.
Otros problemas del imperialismo y del postimperialismo han te-
nido soluciones aún más difíciles. El mayor monte del mundo es el
Everest, que tiene casi nueve kilómetros de altura, está situado en los
Himalayas y recibió su denominación en 1865, como homenaje a Sir
George Everest (1790-1866), un sabio británico de la geodesia y de la
geografía, cuyos trabajos permitieron trazar los mapas de la India,
cuando ésta integraba el Imperio Británico en el siglo XIX. El nombre
Everest está ligado así al imperialismo, en su etapa de apogeo, y fue
ciertamente durante el relevamiento geográfico de la India, hacia 1852,
que pudo establecerse al Everest (hasta entonces Pico XV) como la
montaña más alta del mundo. La presencia británica en la zona fue ra-
tificada un siglo más tarde cuando una expedición comandada por Ed-
mund Hillary alcanzó por primera vez a escalar la cima (1953), lo que
le valió ser nombrado Caballero por la Corona británica. Aunque Hi-
llary había nacido en Nueva Zelandia (1919), técnicamente era britá-
nico.
Con su nombre inglés el Everest figura en casi todos los mapas y
registros del mundo, pero su situación geográfica contradice esa idea.
Estrictamente debe ser considerado como parte de China o del reino de
Nepal. En ninguno de ambos países el nombre Everest parece tener
aceptación. Allí se identifica a la montaña como Sagarmatha o Cho-
molungma, que según los más reputados eruditos locales sobre el Tíbet
significa “dios madre de la tierra”. Antes de que estalle otra guerra con-
vendría aclarar el punto, pero parece difícil consultar a los habitantes
de la zona, porque en el Monte Everest no vive nadie.
En una escala más reducida, los cambios de nombres han afectado
también a calles y plazas en toda ciudad del mundo. En España fue
notable que el nombre de Francisco Franco haya sido silenciado des-
pués de su muerte, no sólo en discursos políticos sino en documentos
oficiales. En Barcelona, una larga diagonal que antes se llamaba Ave-
nida Generalísimo Franco pasó a llamarse lacónicamente Avenida Dia-
gonal, en todas las chapas municipales y en la guía telefónica, sin que
nadie hiciera manifestaciones públicas en favor o en contra. También

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la Avenida José Antonio Primo de Rivera, comúnmente conocida
como Gran Vía, adquirió el nombre oficial de Gran Vía de las Cortes
Catalanas. Ambos casos traducen una antigua hostilidad de los catala-
nes contra el franquismo, con bastante fundamento.
En Argentina, los nombres de Juan Domingo Perón (1895-1974) y
de su mujer Evita (1919-1952) fueron dados en vida a numerosos sitios
públicos, y famosamente a las estaciones ferroviarias Retiro y Consti-
tución. Un golpe militar de 1955 borró esas denominaciones y llegó a
prohibir también que Perón fuera mencionado en la prensa. Con el
tiempo, no sólo Perón recuperó su circulación pública sino que alcanzó
una tercera presidencia (1973). Cuando Argentina llegó a la democra-
cia (1983), el gobierno radical entendió que sería correcto y ecuánime
dar el nombre de Perón a una calle céntrica, homenaje póstumo que
otros gobiernos habían dado a Rivadavia, Belgrano, Sarmiento, San
Martín y otros prohombres de la historia nacional. Así la importante
Cangallo pasó a llamarse Juan Domingo Perón, y así comenzó a difun-
dirse un chiste casi macabro, que exige conocer algo de historia re-
ciente argentina. En esa broma se atribuye a Perón haber pronunciado
en su agonía la promesa “Volveré y seré Cangallo”.

LA LOCURA OFICIAL
La palabra inglesa MAD significa “loco, rabioso o furioso”, según
consta en cualquier diccionario bilingüe. Es así muy apropiado que se
la utilice para designar al más ambicioso plan de armamentismo nu-
clear que se haya formulado desde el estreno de la bomba atómica. El
azar y la malicia quisieron que MAD fuera la sigla habitual para un
programa conocido como Mutual Assured Destruction, o sea la segu-
ridad de una destrucción mutua, entre Estados Unidos y la URSS, su-
puesto que uno de ambos países inicie la guerra nuclear. La idea gene-
ral es que tras ese primer paso, el atacado contaría aun con bombas
atómicas poderosas, lanzadas seguramente desde otros sitios, con lo
cual no habría un país victorioso sino dos países derrotados y aniquila-
dos. Esa sombría perspectiva fomentó y sigue fomentando una inter-
minable competencia entre ambas naciones. Llevó a espiar de una u

77
otra manera el armamento ajeno y con ello condujo a mejorar el propio.
Con el costo de esas operaciones podría darse ropa, comida y vivienda
al mundo entero durante todo un siglo.
En marzo 1983 Ronald Reagan señaló en un discurso super- público
la conveniencia de sustituir la doctrina MAD por otra actitud menos
atacante y más defensiva. La idea estaba apoyada por numerosos estu-
dios técnicos y sostenía en definitiva la posibilidad de destruir los cohe-
tes soviéticos durante su vuelo. Eso llevaba a instalar puestos de batalla
en el espacio exterior, con sensores que detectarían de varias maneras
un ataque y llevarían a detenerlo, con lo cual se trasladaría la guerra
desde los continentes al espacio. Por eso se la llamó Star Wars o Gue-
rra de las Galaxias, aprovechando la enorme difusión de una película
así titulada (1977) e invadiendo de hecho las regiones de la ciencia-
ficción, cuyas historietas y novelitas ya habían adelantado esa posibi-
lidad mucho antes de la bomba atómica. También en este caso la reali-
dad imitaba al arte.
Los costos de esa imitación son y serán superlativos, no sólo en di-
nero sino en tiempo, energías, experimentos y reuniones políticas de
alto nivel. Por otra parte, los discursos de Reagan (o de Gorbachov)
tampoco garantizan que ambos países se conformen con defenderse.
Seguirán preparándose para atacar según la doctrina MAD, pero ahora
con la previsión de hacer nuevos misiles intercontinentales que no pue-
dan ser detectados por las defensas enemigas.
Esa loca carrera (o Madness) carece de punto final, arruina a la Hu-
manidad entera y tiene sólidos precedentes históricos, que en sustancia
prueban la inoperancia última de cualquier arma o protección que pa-
rezca definitiva. El mecanismo es así:
1) Los animales tienen gran variedad de garras, picos, dientes, corazas
y disimulos naturales. Todos ellos pueden ser dominados por el
hombre, aunque los microbios son los animales más difíciles.
2) El hombre empezó por utilizar piedras y garrotes, pero eso apareció
superado por el arco y la flecha, que permitieron ataques a distancia.
3) Las piedras, los garrotes, los arcos y las flechas resultaron poco efi-
caces cuando el hombre comenzó a construir castillos de gruesas
murallas.

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4) Los castillos no fueron una gran defensa cuando se inventaron las
armas de fuego, en especial los cañones que derribaban puertas y
rejas.
5) Las armas de fuego progresaron de muchas maneras, pero fueron
superadas por las atómicas.
El futuro de las bombas atómicas era inseguro hasta el cierre de esta
edición, pero no es difícil imaginar un futuro y pequeño virus que des-
componga sus mecanismos. Eso conduciría a otro discurso de Reagan
o de sus sucesores, lo cual ya es mala noticia. Pero en materia de de-
fensas, el mundo entero se rió en mayo 1987, cuando un aviador afi-
cionado alemán, llamado Mathias Rust, 19 años, atravesó todas las de-
fensas antiaéreas soviéticas y aterrizó con un pequeño avión Cessna
Skyhawk 172 en la Plaza Roja de Moscú. De la risa quedaron excep-
tuados los altos funcionarios soviéticos, algunos de los cuales perdie-
ron sus cargos de inmediato.
Las armas han sido siempre un negocio sucio. A comienzos de 1983
un traficante llamado Ian Smalley fue detenido en Texas por un intento
de contrabando. Le estaba vendiendo cien tanques blindados a Irán y
8.300 proyectiles antitanque a Irak, mientras ambos países estaban en
guerra entre sí, con lo cual Smalley se beneficiaba a dos puntas. De
acuerdo a la descripción del semanario Time (14.2.83), el punto grave
no era la doble venta ni tampoco la moralidad del caso (extremos su-
perados por la libertad de comercio) sino el intento de disimular una
operación antipatriótica, que conducía a que Irán se llevara armas nor-
teamericanas después de haber ofendido a Estados Unidos con un fa-
moso secuestro de 52 personas, devueltas a su patria (enero 1981) tras
444 días de cautiverio. Eso podía ser muy feo por parte de Smalley,
pero no fue tan grave como la otra venta de armas a Irán, hecha por
funcionarios norteamericanos a través de Israel, con destacada gestión
del teniente coronel Oliver North y con o sin conocimiento del presi-
dente Reagan, según se descubrió y discutió largamente a fines de 1986
y comienzos de 1987.
Las presunciones de inocencia en el caso no abarcan solamente a
Reagan y la Casa Blanca. También son inocentes muchos otros opera-

79
dores del armamentismo, como se lo advierte en abundantes notas pe-
riodísticas que mencionan a funcionarios norteamericanos, banqueros
suizos, políticos israelíes, guerrilleros nicaragüenses {contras), terrate-
nientes hondureños, magnates árabes, navieros portugueses. Hacen
operaciones perfectamente legales, cuyo pequeño inconveniente es
provocar miles o millones de muertos y heridos.
El maestro reconocido del armamentismo fue el financiero turco
Basil Zaharoff (1849-1936), que odiaba a Turquía y que hizo su
enorme fortuna vendiendo las armas para la Primera Guerra Mundial,
con maniobras que dejarían perplejos a Ronald Reagan y a su gran co-
laborador Oliver North. Eso le conquistó el apodo de “mercader de la
muerte”. Terminada la guerra en 1918, Francia dio a Zaharoff el título
de Gran Oficial de la Legión de Honor. Por su parte, Inglaterra confirió
a Zaharoff el título de Caballero de la Gran Orden del Baño. En las
décadas siguientes, Inglaterra y Francia concurrieron a numerosas con-
ferencias para el desarme universal, aprovechando que Zaharoff había
desaparecido.

PETROLEO Y DERIVADOS
Suiza no tiene salida al mar, pero eso no le impide poseer 32 barcos
mercantes de gran volumen. El dato integra las estadísticas mundiales
de transporte marítimo (publicadas en 1983), donde entre diversos ca-
sos similares figuran los de Paraguay (31 barcos), Checoslovaquia
(21), Hungría (21), Austria (12) y Bolivia (2 barcos). Como es impro-
bable que todos esos navíos de gran tonelaje circulen por los respecti-
vos ríos y lagos, cabe suponer que muchos de ellos navegan en el Me-
diterráneo, en el Atlántico o en el Pacífico, aproximando mercancías a
los puertos más cercanos, con un recorrido terrestre o fluvial comple-
mentario. La misma estadística señala que dos terceras partes de la flota
mercante mundial están asignadas al transporte de petróleo y sus deri-
vados, lo cual asigna un especial fundamento a la enorme flota mer-
cante japonesa (10.652 barcos), primero porque Japón es una isla o

80
conjunto de islas y después porque hace falta mucho petróleo para ali-
mentar a un país en el que coinciden una vasta industria y la carencia
de yacimientos petrolíferos propios.
Es menos razonable, en cambio, que los grandes países petroleros
no hayan formado una enorme flota para vender lo suyo. Lo dicen esas
estadísticas, cuando enumeran la escasez de Arabia Saudita (347 bar-
cos), Venezuela (236), Irán (235), Marruecos (193), Irak (155) y Nige-
ria (147 barcos). En esas nóminas no figura Kuwait, que ha sido du-
rante las últimas décadas uno de los mayores productores y exportado-
res de petróleo, del que depende el noventa por ciento de su economía.
Como Kuwait hizo voluminosas concesiones petroleras a capitales nor-
teamericanos y japoneses, puede sobreentenderse que su exportación
nacional tiene un interés primordial para otros países. El caso fue con-
firmado a mediados de 1987, cuando se produjo una crisis política en
el Golfo Pérsico. La marina norteamericana tomó bajo su protección a
los tanques petroleros procedentes de Kuwait, arriesgando una delicada
situación bélica, por la guerra cercana entre Irán e Irak.
Como fondo de la situación, cabe recordar que el petróleo de los
árabes no es sólo de los árabes. Su búsqueda, explotación y venta de-
pendieron de técnicos y capitales procedentes de otros países más desa-
rrollados y de Estados Unidos en particular. Eso derivó a que todos los
países petroleros tuvieron enormes ingresos por ceder la explotación
de sus riquezas minerales, pero no avanzaron en su desarrollo social
como habría sido aconsejable. Casi todos ellos son escasos en la asis-
tencia a su población (escuelas, hospitales, viviendas económicas),
pero en cambio muestran groseros millonarios que en toda Europa y en
Estados Unidos compran tierras, casas, bancos, casinos y también mu-
jeres. Se sabe que Alá los protege.
La otra paradoja de la economía petrolera es que la misma estadís-
tica de flotas mercantes establezca 5.032 buques con bandera de Pa-
namá y 2.819 con bandera de Liberia, en ambos casos con una astro-
nómica desproporción respecto a sus necesidades nacionales de expor-
tación e importación. Pero eso tiene otros motivos históricos, políticos
y económicos. La fundación de Liberia ocurrió en 1822, con el auspicio
de una asociación norteamericana, a fin de que ese territorio de Africa

81
Occidental (con 350 millas de costa) sirviera como refugio para negros
africanos que habían conseguido eludir la esclavitud, aunque todavía
faltaban cuatro décadas para la guerra civil americana (1861-1865). El
nombre Liberia alude a ese origen y la capital Monrovia es un decla-
rado homenaje a James Monroe, que en 1822 era presidente de Estados
Unidos y que pasó a la historia como el creador de la Doctrina Monroe,
que exige una “América para los americanos”, como punto ideológico
de resistencia a toda posible intromisión de potencias europeas. En
1847 la colonia Liberia se transformó en país autónomo, con una orga-
nización política similar a la de Estados Unidos, con el inglés como
idioma oficial y con la moneda rotulada como “dólar liberiano”, aun-
que es útil saber que ese dólar equivale puntualmente a un dólar norte-
americano.
En 1944, un siglo después de la autonomía política y cuando ya ha-
bían transcurrido dos guerras mundiales y avanzaba la economía petro-
lera, el presidente William S. Tubman inauguró en Liberia la llamada
“economía de puertas abiertas”, que condujo a una pronunciada pene-
tración del capital extranjero. Casi toda África ha sido un terreno polí-
ticamente dominado por potencias occidentales (Francia, Inglaterra,
Bélgica), pero Liberia se ha dado el lujo de haber mantenido su inde-
pendencia política durante un siglo y medio, al tiempo que su presi-
dente Tubman aumentó su popularidad, practicó la democracia interna,
impulsó reformas sociales, estableció el voto femenino y se mantuvo
en el poder durante 27 años (una elección, seis reelecciones) hasta su
fallecimiento en 1971. Era obvio, sin embargo, que su política de
“puertas abiertas”, proclamada en 1944, sólo podía favorecer entonces
al comercio con Estados Unidos, mientras las potencias europeas de-
bían atender, en cambio, los diversos problemas económicos y políti-
cos que les había causado la Segunda Guerra Mundial. De hecho, Tu-
bman estaba proclamando una “Liberia para los americanos”. Un dato
revelador de la penetración económica extranjera fue la inmensa faci-
lidad con que los barcos extranjeros pueden obtenerla bandera de Li-
beria, simplificando los trámites, los reglamentos y las responsabilida-
des civiles que las empresas navieras enfrentarían en otros países. En

82
apariencia, es más fácil obtener una bandera marítima de Liberia que
establecer una comunicación telefónica internacional en Buenos Aires.
Panamá ha concedido facilidades similares y por eso tiene una
enorme flota mercante, que sería desproporcionada para su propio co-
mercio exterior. Su fundamento es la óptima situación geográfica del
país, por su doble costa hacia el Pacífico y hacia el Atlántico, más su
vecindad con el Canal de Panamá, que es el paso más corto entre ambos
océanos. Las estadísticas no dan la nacionalidad de los capitales que
respaldan a las empresas navieras panameñas, pero nadie se sorpren-
derá si encuentra allí grandes capitales norteamericanos. Igual a lo que
ocurre con Liberia, el gobierno de Panamá no se hace responsable de
los posibles derrames de petróleo en el mar ni de lo que hagan los ca-
pitanes de los barcos que lleven su pabellón. El contrabando, por ejem-
plo, será la responsabilidad del respectivo capitán del barco, o de la
empresa que lo respalde, pero no del país que ha concedido su bandera.
En diciembre 1982, frente a las costas de Tarragona, una lancha patru-
llera interceptó al buque Sibo, de bandera panameña, por presunta ac-
tividad contrabandista. De acuerdo a la inmediata información en pe-
riódicos españoles, en esa operación quedaron decomisados el buque y
su carga, que incluía un millón y medio de cajillas de tabaco norteame-
ricano, marca Winston. La escasa tripulación consiguió fugarse a
tiempo, en un episodio bastante cinematográfico, y pasó a ser buscada
en territorio español. De acuerdo a la nómina de a bordo, esa tripula-
ción estaba integrada por un capitán griego y por seis marinos: dos chi-
lenos, dos turcos, un filipino y un marroquí. Ninguno era panameño.

RACISTAS
Brasil, Estados Unidos, la Unión Soviética y muchos otros países
albergan poblaciones de gran variedad racial, pero Sudáfrica es el
único país que utiliza ese hecho para proclamar oficialmente la de-
sigualdad ante la ley. Los blancos sudafricanos representan, según di-
ferentes estadísticas, entre el 17 y el 20 por ciento de la población total,
pero dominan al resto (negros, mestizos, asiáticos) con un sistema legal

83
que se conoce como apartheid y que nada tiene que envidiar a los de-
cretos antisemitas de Alemania nazi, durante 1933-1945. Sus previsio-
nes comienzan por dar el gobierno a la minoría blanca y se prolongan
hasta restricciones al resto de la población, en numerosas disposiciones
relativas a la propiedad, el trabajo, el Sitio de vivienda, la educación,
la salud, la documentación, el movimiento dentro del país mismo.
Un dato poco conocido del apartheid es su previsión de que en Su-
dáfrica no hay solamente dos razas sino ocho. A los blancos y los ne-
gros se agregan allí los colored (mestizos), los malayos, los chinos, los
indios (de la India), los “otros asiáticos” y los griqua. Estos últimos
también tienen ascendencia negra pero distintos caracteres étnicos, con
lo que pasaron a ser una categoría legal separada. No es probable que
las categorías aumenten, porque con ocho ya el gobierno sudafricano
tiene suficientes problemas administrativos.
Uno de los conflictos habituales ha sido la misma determinación de
las categorías. Esto fue una consecuencia inevitable de la política ra-
cista, porque la realidad es que las razas se mezclan a través de las
generaciones, y entonces hay que determinar, con documentación im-
perfecta o extranjera, dónde se coloca un individuo que tenga por ejem-
plo un octavo de sangre negra, dos octavos de sangre india, un octavo
de sangre malaya, tres octavos de sangre china y un octavo de sangre
griqua. Como la clasificación legal afectará después a su sitio de vi-
vienda, a la índole de su trabajo y a la educación de sus hijos (más la
categoría de éstos, desde luego), en cada año hay que hacer revisiones
y ajustes, tras ignotos expedientes. Las reclasificaciones de 1986 fue-
ron anunciadas oficialmente por Stoffel Botha, como Ministro del In-
terior en Sudáfrica. Se referían solamente a 1600 personas, en una po-
blación cercana a los 28 millones de habitantes. Las cifras fueron des-
pués transcriptas en el semanario Time (9.3.87) y dan una idea de lo
difícil que es la vida en Sudáfrica:
—Nueve blancos se convirtieron en Colored;
—506 Colored en blancos;
—Dos blancos en malayos;
—Catorce malayos en blancos;
—Nueve indios en blancos;

84
—Siete chinos en blancos;
—Un Griqua en blanco;
—Cuarenta Colored en negros;
—666 negros en Colored;
—87 Colored en indios;
—67 indios en Colored;
—26 Colored en malayos;
—50 malayos en indios;
—61 indios en malayos;
—Cuatro Colored en Griqua;
—Cuatro Griqua en Colored;
—Dos Griqua en negros;
—18 negros en Griqua\
—12 Colored en chinos;
—Diez negros en indios;
—Dos negros en “otros asiáticos”
—Dos Colored en Indios;
—Un Colored en negro;
El semanario acota que ningún negro se convirtió en blanco y que
ningún blanco se convirtió en negro, dato decisivo para la existencia
del apartheid.

INFORMANTES
El senador norteamericano Gary Hart perdió en mayo 1987 toda
posibilidad de competir como candidato del Partido Demócrata en las
elecciones presidenciales. Un diario de Miami había vigilado su con-
ducta privada y terminó por ventilar sus aventuras extramaritales, prin-
cipalmente a bordo de un yate. El escándalo obligó a la renuncia de
Hart pero también abrió una nueva controversia sobre derechos y de-
beres de la prensa. Si ésta se dedica a poner observadores bajo la cama
de los políticos (o de las estrellas de cine y de televisión) termina por
hacerse demasiado ruido sobre episodios que en definitiva carecen de
importancia pública. Y aunque suele creerse que ése es un resultado de

85
las maneras sensacionalistas de la prensa de Estados Unidos, el hecho
real es que esas habas se cuecen en varios sitios. En 1963 el ministro
inglés John Profumo perdió también su puesto tras algunas revelacio-
nes sobre sórdidos episodios de alcoba. En 1985 ocurrió algo similar
con Miguel Boyer, ministro de las finanzas españolas.
La prensa no es por otra parte la única fuente de tales episodios. Un
prominente coleccionista de esas informaciones confidenciales era J.
Edgar Hoover (1895-1972), director del FBI durante los últimos 48
años de su vida. La eficacia de Hoover como amo supremo de la policía
federal norteamericana nunca fue puesta en duda, desde que en 1924
entró a moralizar y organizar al personal, eliminando a alcohólicos, a
inútiles, a adúlteros y esmerándose en mejorar el nivel profesional de
todo funcionario. Al FBI se debe casi toda la lucha contra el pistole-
rismo, que fue capítulo importante en la vida pública norteamericana.
Pero Hoover falleció, sus archivos personales fueron abiertos y una
ley de 1977 facultó además a que los ciudadanos pudieran enterarse de
aquellos expedientes del FBI que les concernían. Así se supo que el
celo de Hoover le llevó a recoger y sistematizar una enorme informa-
ción sobre la conducta privada de miles de ciudadanos, incluyendo allí
al presidente Franklin D. Roosevelt, a su esposa Eleanor, a los otros
presidentes John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson, todos los cuales
parecen haber protagonizado sus aventuras de alcoba. Las de Kennedy
eran bastante conocidas, pero sólo Hoover estaba en condiciones de
certificar nombres, sitios y fechas. A ese estilo perverso de Hoover co-
rresponde también un documentado episodio de 1961, cuando hizo
contratar a prostitutas para que colocaran en situaciones vergonzantes
a los miembros de un comité procastrista.
Hoover se sentía muy fastidiado por los activistas negros, que lu-
chaban de una u otra manera contra la segregación racial. Persiguió con
sus hombres a la líder Angela Davis, que era una reconocida comunista
y que terminó presa y enjuiciada en 1970. Persiguió especialmente a
Martin Luther King, que fue Premio Nobel (1964) y a quien habría
resultado difícil calificar de delincuente. El hostigamiento de Hoover a
King llevó a la compulsa minuciosa de su vida privada y a enviar des-
pués a Mrs. Coretta King el resultado de esas averiguaciones. Entre los

86
mayores objetivos de Hoover figuró también el grupo Black Panthers
(Panteras Negras), fundado en 1966 por Huey Newton para contestar
con la violencia toda posible intimidación policial a personas negras.
En 1968 Newton fue preso y condenado por matar a un agente policial.
En 1970 ya eran 25 los Black Panthers eliminados por la autoridad, en
diversos enfrentamientos espontáneos o provocados. Sobre esas bata-
llas se difundió después una notable explicación, según la cual Hoover
había logrado infiltrar a los Black Panthers con hombres de su con-
fianza personal, y así llegaba a saber anticipadamente muchos datos
sobre movimientos del grupo. Los infiltrados eran tantos que pudo sos-
tenerse que en verdad los Black Panthers ya eran dirigidos por el FBI.

COMPUTERISMO
La electrónica en general y la computadora en particular se han apo-
derado ya de buena parte de las operaciones diarias de bancos, trans-
portes, periodismo, gobierno, comunicaciones y las más variadas in-
dustrias. La computadora maneja casi todo, desde ordenar una compra
al lanzamiento de vehículos espaciales. Para fin de siglo se anuncia ya
una decadencia general del papel escrito, mientras miles o millones de
pantallas similares a las de TV registrarán los temas que durante siglos
se escribieron, leyeron y archivaron en papeles. Eso crea profesiones
nuevas, palabras nuevas (computerización), hace olvidar algunas pro-
fesiones anteriores (linotipistas) y modifica necesariamente edificios,
jerarquías, sistemas de trabajo y hasta leyes, porque las existentes no
prevén debidamente los flamantes “delitos por computadora”. Una ex-
presión clara del tema aparece en un cartoon norteamericano (de Trib-
une Media Services, reproducido en el Anuario 1986 de la Enciclope-
dia Británica). Muestra a un señor sentado frente a la pantalla, donde
lee “usted no necesita una computadora para hacer esto…”
La situación era imprevisible en 1914, cuando Thomas Watson
fundó la International Business Machines (o IBM), fijando la obliga-
ción de que sus empleados vistieran camisas blancas y de que en todas
las oficinas se instalara en lugar visible la orden THINK! (¡Piense!).
También era imprevisible en 1951, cuando la Remington Rand lanzó

87
la Univac I (Universal Automatic Calculator), que era enorme en su
tamaño y sólo podía ser adoptada por Estados o por enormes empresas.
Los viajes espaciales, la continua experimentación y las combinaciones
con otras disciplinas (la TV, la radio, el teléfono y todo tipo de maqui-
naria) llevaron a perfeccionar la computadora, a reducir su tamaño y a
obtener un enorme incremento en las ventas, extendiendo la electrónica
desde algunos centros industriales (Estados Unidos, Japón, Holanda,
Francia, Alemania) hacia el resto del mundo.
En 1969 el gobierno de Estados Unidos inició un sonado pleito con-
tra la IBM, acusándola de prácticas monopólicas en la industria de la
computación. Durante los primeros seis años de ese planteo, y antes de
que el juicio mismo comenzara, se acumularon 5.500 páginas de testi-
monios, más 66 millones de páginas (todas ellas en papel) derivadas de
pleitos subsidiarios que contra la IBM iniciaron algunas de sus compe-
tidoras, todo lo cual alimentó a una generación de abogados. A comien-
zos de 1982 el gobierno de Estados Unidos abandonó el caso y lo anun-
ció oficialmente, sin duda porque el monopolio ya no existía. Los re-
gistros del pleito deben haber quedado en la “memoria” de alguna
computadora norteamericana y sólo podrán interesar a los arqueólogos.
Entretanto, la IBM creció hasta la producción, ramificación y venta de
todo tipo de aparatos, con cifras que se expresan en miles de millones
de dólares. Eso no impide que sean muchas y voluminosas las empre-
sas norteamericanas competidoras. Fuera de Estados Unidos, las ma-
yores son Philips (Holanda), Siemens (Alemania Federal) e Hitachi
(Japón). Entre sus maravillas recientes se ha mencionado un modelo
llamado 1400 (por la firma japonesa Fujitsu) que realiza mil millones
de operaciones matemáticas por segundo. Es cierto, en cambio, que son
cada vez menos los niños que saben multiplicar y dividir.
Los progresos en esas ciencias incluyen también cierto porcentaje
de percances. Ante todo, la misma industria de la electrónica sufrió
retrocesos en 1985, a raíz de una verdadera “crisis del crecimiento”.
Las ventas descendieron radicalmente (incluso en IBM) y no compen-
saron los aumentos en la producción. Eso se debió, ante todo, a que las
inversiones previas en computación, efectuadas por bancos y diversas
industrias, no rindieron tanta utilidad como la esperada, por la difícil

88
coordinación entre las operaciones propias y la nueva tecnología ad-
quirida. La crisis condujo a ciertos despidos y cierres en la industria
electrónica, que debió reordenar su conducción. Un caso dramático fue
el de Steven Jobs y Stephen Wozniak, que en 1975 crearon la firma
Apple, partiendo casi de cero. En 1980 vendían por valor de 130 mi-
llones de dólares, pero en 1985 ambos fueron desplazados por sus so-
cios y quedaron fuera de la empresa.
A esa crisis industrial se ha agregado la imprevisión de leyes y re-
glamentos sobre la nueva situación técnica. El “robo por computadora”
es una especialidad que los códigos penales no habían sabido prever.
Una estadística de 1980 señalaba ya, sólo para Estados Unidos, una
pérdida que podía variar de los cien a los trescientos millones de dóla-
res, sumando reparticiones oficiales, bancos, firmas de operaciones
bursátiles y diversos tipos de negocios (según el anuario de la Enciclo-
pedia Británica, 1981). Muchos de esos delitos quedan impunes, en
parte porque muchas empresas se resignan a no denunciar sus propias
debilidades de organización y en parte porque ese tipo de delito permite
que sus autores puedan operar con bastante libertad, tecleando una má-
quina y sin darse a conocer. Hasta última noticia, el genio máximo en
la materia fue Stanley Mark Rifkin, un experto en computación que en
1978 despojó de 10.2 millones de dólares al Security National Bank en
Los Angeles, barajando transferencias de fondos y comprando diaman-
tes en Suiza, mediante un dinero que en verdad nunca tuvo. A Rifkin
lo perdió la necesidad posterior de vender los diamantes, con lo cual
cayó en una red policial. Pero su honestidad no había sido cuestionada
antes. El dato importante del caso fue que el Security National Bank
no se había enterado de un robo hecho en su propio perjuicio, ni se
enteró tampoco hasta que el FBI se lo dijo, una semana después de
detener al delincuente.
Al delito se agrega el error, que surge del exceso de confianza en
que la computadora no puede equivocarse. En Estados Unidos, el In-
ternal Revenue Service (oficina recaudadora de impuestos) se quejó en
1985 de las demoras y errores que se había producido en sus millones
de complicadas operaciones, que comprometen prácticamente a todo
ciudadano norteamericano. En México DF se han escuchado violentas

89
y continuas quejas contra las computadoras que produjeron cobros in-
justificados por gastos telefónicos y cuentas balnearias caóticas (según
La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, noviembre 1981). En
Buenos Aires, un detallado artículo en Clarín (4.5.87) señaló la dramá-
tica situación creada en la enseñanza primaria de la ciudad de Buenos
Aires. La Municipalidad había abierto concursos (los primeros en ca-
torce años) para nombrar directivos y docentes en cinco mil cargos de
escuelas a diversos mi veles, incluyendo ochocientos titulares como
maestros de 24 mil niños. Se presentaron ocho mil candidatos, con sus
diversos datos de antigüedad y capacitación. La computadora falló, y
2.800 docentes descubrieron que el ranking los colocaba en un orden
indebido, contundiendo años de trabajo con años de edad, o a una li-
cenciada con una aprendiz. Así que se presentaron 2.800 quejas. La
computadora rehízo el trabajo cinco veces y persistieron muchos erro-
res. Llegó el 16 de marzo, comenzaron los cursos, y en ese momento
había 450 aulas sin maestros, lo que afectaba a unos once mil niños,
mientras al mismo tiempo varios centenares de docentes esperaban que
se les asignara algún puesto. La situación provocó medidas de emer-
gencia, con maestros asignados a título provisorio, pero cincuenta días
después de esa crisis el artículo de Clarín, firmado por R. P. Guareschi,
señalaba que la normalización no había llegado. En esos y otros errores
de computación importa decisivamente el así llamado “factor hu-
mano”, por deficiencias en la programación y operación de las máqui-
nas. Eso traslada el problema, porque el primer error humano en la ma-
teria es confiar con exceso en las máquinas y descubrir la crisis dema-
siado tarde.
Cuando fallan los cálculos pueden producirse grandes tragedias,
como en el caso del vehículo espacial Challenger, que explotó en enero
1986, con siete muertos, a los 73 segundos de la partida, en lo que fue
el peor percance norteamericano en la materia. Otros contratiempos
han costado solamente tiempo y dinero. En marzo 1987, la NASA
lanzó desde Cabo Cañaveral un cohete Atlas Centauro, que portaba un
satélite para comunicaciones militares, valorado en 33 millones de dó-
lares. Al minuto de lanzamiento se advirtió que el cohete se desviaba
del recorrido previsto, con lo cual se lo destruyó de inmediato. Entre

90
los antecedentes costosos de esos percances figura uno de 1962,
cuando el vehículo espacial Mariner I, dirigido a Venus, comenzó a
desviarse de la ruta prevista y por tanto fue destruido mediante los man-
dos a distancia. En ese caso se supo después que en el plan utilizado
por la computadora se había omitido simplemente un guion (-), lo que
derivó a una pérdida de 18.5 millones de dólares. Desde entonces los
guiones se revisan con mucho cuidado.

91
IV

POSTDATAS A DOS SIGLOS


Algunos datos de las páginas siguientes no están en los textos de
historia
1789 — Con la convocatoria a los Estados Generales en París, el
rey Luis XVI da comienzo involuntario a la Revolución Francesa, en
cuyas asambleas surgieron vastos reclamos populares contra el rey
mismo, contra la frivolidad dispendiosa de la reina María Antonieta
(que era austríaca), contra numerosos privilegios nobiliarios y eclesiás-
ticos. La Revolución encontró su fecha simbólica en el 14 de julio,
cuando el pueblo se apoderó de la odiada cárcel de la Bastilla, a fin de
procurarse armas. Dejó a la historia esa fecha, un himno luego llamado
La Marsellesa, una Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciu-
dadano, una voluntad idealista de redención para los oprimidos del
mundo entero. Entre los líderes de la Revolución figuraron, en diversos
momentos, François-Noël Babeuf, Jean-Sylvain Bailly, Antoine Bar-
nave, Jacques-Pierre Brissot, Jean-Baptiste Carrier, Pierre-Gaspard
Chaumette, el marqués de Condorcet (né Marie-Jean-Antoine-Nicolas
de Caritat), Georges Danton, Camille Desmoulins, Philippe Fabre
d'Eglantine, Antoine-Quentin Fouquier-Tinville, Jacques-René
Hebert, el marqués de Lafayette (né Marie-Joseph-Paul-Ives-Roch Gil-
bert du Motier), Jean-Paul Marat, el conde de Mirabeau, (né Honoré-
Gabriel Riqueti), Maximilien François Robespierre, Louis de Saint-
Just y Pierre Victumien Vergniaud, aunque fueron variadas sus fac-
ciones políticas y muy duras sus controversias internas, dentro de
asambleas que agrupaban a centenares de delegados. En enero 1793
fue ejecutado el rey Luis XVI y en octubre 1793 fue ejecutada la reina
María Antonieta, en ambos casos con la guillotina, aparato oportuna-
mente inventado por el también revolucionario Joseph Guillotin y su-
cesivamente aplicado para ejecutar a centenares de aristócratas. En
mayo 1794 fue guillotinado Antoine-Laurent Lavoisier, un destacado
intelectual cuyas ideas científicas habían sido objetadas por Marat y
cuya identidad histórica fue después la de “padre de la química mo-
derna”. Entre 1793 y 1797, por decisiones de sucesivas autoridades re-
volucionarias, la guillotina se llevó asimismo las cabezas de Babeuf,
Bailly, Barnave, Brissot, Carrier, Chaumette, Danton, Desmoulins, Fa-
bre, Fouquier-Tinville, Hebert, Robespierre, Saint-Just y Vergniaud,
aunque no murieron en orden alfabético. De la guillotina se salvó el

93
conde Mirabeau, que murió enfermo (abril 1791) antes de que comen-
zaran las ejecuciones. Se salvó Condorcet, que fue detenido por otras
autoridades revolucionarias pero que murió en la prisión, aparente-
mente envenenado y probablemente suicida. Se salvó Lafayette, que en
agosto 1792 huyó, se pasó a los enemigos austríacos, quedó prisionero
de ellos y fue considerado por muchos franceses como un traidor y un
desertor. Y se salvó Marat, que en cambio murió acuchillado en la ba-
ñera por la también revolucionaria Charlotte Corday, que pertenecía al
grupo girondino y prefería modificaciones sociales más moderadas.
Aparentemente, Marat la impresionaba como demasiado radical. Cua-
tro días después de su moderado crimen a puñaladas, la Corday cayó
bajo la guillotina. Luego se dio el nombre de Marat a 21 ciudades fran-
cesas, pero en los dos siglos siguientes todas ellas cambiaron su deno-
minación. Quince años después de iniciada la Revolución, los france-
ses ungieron como emperador a Napoleón Bonaparte, y éste ordenó
otros reyes, otros nobles y otros privilegios.
1803 — El gobierno norteamericano compra a Francia el territorio
de Louisiana, por la cifra nominal de quince millones de dólares, que
con intereses aumentó a 27.267.622 dólares, lo que de hecho suponía
un precio cercano a los seis centavos de dólar por hectárea y aumentaba
a más del doble la superficie del país. La operación había sido resistida
inicialmente por el gobierno francés del entonces Primer Cónsul Na-
poleón (que en 1804 se proclamaría emperador), pero terminó por
aceptarla. En ese momento Francia tenía graves dificultades políticas
y bélicas en Europa, por su guerra con Austria y después con Inglaterra.
No podía administrar satisfactoriamente una posesión francesa tan ale-
jada, con un océano de por medio, y por otra parte necesitaba dinero
para rearmarse.
La primera intención del gobierno norteamericano de Jefferson fue
adquirir solamente la ciudad de New Orleans, obteniendo una impor-
tante salida al Golfo de México. Después la operación se amplió con-
siderablemente, hasta cubrir ambas márgenes del esencial río Missis-
sippi, desde la desembocadura hacia el norte. El territorio comprado
abarcó no solamente el actual Estado de Louisiana sino también Mis-

94
souri, Arkansas, Iowa, Dakota Norte y Sur, Nebraska, Oklahoma, par-
tes de Kansas, Colorado, Montana, Minnesota. Fue la mayor operación
inmobiliaria en su género, dada la singular extensión. Aunque suscitó
alguna oposición interna, comenzando por las dudas del mismo Jeffer-
son sobre su validez constitucional, el Senado terminó por aprobar el
tratado (24 votos a 7). A los 27 años de existencia legal, tras su Decla-
ración de Independencia (1776), Estados Unidos obtenía una enorme
ampliación de su territorio.
Ese paso fue seguido por otros similares. En 1845 Estados Unidos
anexó los territorios de Florida y de Texas, tras muy complicados con-
flictos con los gobiernos de España y de México. En 1865, al terminar
la Guerra Civil, se produjo la gran expansión hacia el Oeste, que de
hecho daría a Estados Unidos una prolongada costa sobre el Pacífico,
sin olvidar que el mismo territorio continental fue colonizado, despla-
zando a numerosas tribus indias. En 1867 Estados Unidos compró a
Rusia el territorio de Alaska. En 1917 compró a Dinamarca varias islas
del Caribe, que formaban parte de un grupo descubierto por Cristóbal
Colón en su segundo viaje (1493) y bautizadas por él como Santa Ur-
sula y las Once mil Vírgenes, lo cual resultó ser una estimación harto
inflacionaria de las vírgenes existentes en la zona. A pesar de ello y a
pesar de la ulterior y violenta actividad de piratas y ejércitos en el Ca-
ribe, la denominación siguió siendo Islas Vírgenes, pero su nombre co-
rrecto es Virgin Islands, debido a que algunas son de Estados Unidos y
otras de Gran Bretaña. La compra de 1917 tenía un importante sentido
estratégico, primero por la amenaza de submarinos alemanes en la Pri-
mera Guerra Mundial, y después porque mejoraba el dominio norte-
americano en la zona del Caribe, lo cual es una larga historia vinculada
al Canal de Panamá, a España, a Puerto Rico, a Nicaragua y a Haití,
por lo menos.
La expansión territorial de Estados Unidos había tenido un impor-
tante antecedente, mucho antes de que el país existiera como tal. En
1626 un gobernador colonial holandés llamado Peter Minuit (o Minne-
wit) compró a los indios Canarsee una porción de territorio en la costa
atlántica americana. Eso formaba parte del imperialismo holandés en
la época. Por mercancías y joyas cuyo valor conjunto fue estimado en

95
24 dólares, Minuit se apoderó así de Manhattan, una isla que luego se-
ría parte principal de Nueva York, lo cual generó cierto aumento en el
precio de los terrenos. Doce años más tarde, Minuit estaba al servicio
de Suecia, volvió a comprar terreno a los indios y estableció así el
Fuerte Cristina, en homenaje a la reina sueca. Eso se convirtió en la
ciudad de Wilmington, Delaware. La compra de todo Manhattan por
24 dólares fue después rotulada como “el negocio del milenio”.
1822 — Al descifrarse finalmente el texto grabado en la llamada
piedra Rosetta, los hombres de ciencia obtienen un nuevo camino hacia
la comprensión de antiguos documentos egipcios y de los rasgos de su
civilización. El interés de la cultura europea por Egipto tuvo un impor-
tante jalón en 1798, con la llegada de las tropas francesas al mando de
Napoleón, como parte de la guerra contra Gran Bretaña. Un año des-
pués, a 48 kilómetros de Alejandría, se descubrió una piedra lisa de
114 por 72 centímetros, grabada con caracteres antiguos y conteniendo
un largo texto. La piedra pasó de manos francesas al gobierno inglés,
tras la rendición militar de la región (1801) y fue luego depositada en
el Museo Británico.
La interpretación del contenido fue un problema de dos décadas,
aunque pronto se supo que se trataba de un texto reiterado en dos idio-
mas y con tres distintos alfabetos: el griego, el jeroglífico y el
demòtico, siendo este último la escritura popular egipcia, dos siglos
antes de la era cristiana. La piedra había sido labrada por sacerdotes en
la época del faraón Tolomeo V Epífanes el Ilustre (205-180 a.C.). Los
estudios sobre la piedra Rosetta fueron iniciados por el físico inglés
Thomas Young (1773- 1829), un talento a quien se atribuye la calidad
de niño prodigio, por haber leído dos veces la Biblia a los cuatro años
de edad. Después confirmó sus talentos con renovadores descubrimien-
tos sobre la naturaleza de la luz y de los colores. Corresponde a Young
el mérito inicial de haber descifrado el contenido de la Piedra Rosetta,
porlo menos en sus términos generales. Su labor fue proseguida y co-
rregida por el historiador y lingüista francés Jean-François Champo-
llion (1790-1832), quien resolvió el enigma de los jeroglíficos, con-
frontándolos con los datos que surgían del texto en griego y demòtico.
Más allá de esa operación específica, las nuevas interpretaciones de los

96
jeroglíficos abrieron la comprensión de otras inscripciones en antiguos
papiros y en pirámides.
1839 — Con un artículo publicado en enero 6 por la Gazette de
France queda simbólicamente fijado el comienzo de una nueva técnica
llamada “Fotografía”. El artículo señala la creación lograda por Louis-
Jacques Daguerre (1789-1851), quien antes se había destacado por sus
artes de pintura e iluminación en escenografías teatrales, creando un
teatro de fantasía al que llamó Diorama. Según el artículo de Gazette,
el nuevo invento de Daguerre “altera todas las teorías científicas so-
bre la luz y la óptica y llegará a revolucionar el arte del dibujo”.
Agrega que el inventor “ha encontrado la manera de fijar las imágenes
que aparecen por sí solas en la “camera obscura”, con lo que ya no
son reflejos efímeros de los objetos, sino su impresión fija y duradera,
la cual, como una pintura o un grabado, puede ser apartada de la pre-
sencia de esos objetos”.
Los principios ópticos de la “cámara oscura” (una imagen recogida
a través del pequeño orificio de una caja) eran ya conocidos en el Re-
nacimiento. También era conocida la influencia de la luz en algunas
sales de plata, alterando su color original. La elaboración y combina-
ción de ambos conceptos insumieron siglos, con variados experimentos
realizados por el alemán J. H. Schulze (hacia 1727) y los ingleses Tho-
mas Wedgwood y William Hyde Wollaston (hacia 1800). El antece-
dente inmediato de la fotografía fue la labor del francés Joseph-Ni-
céphore Niepce, que hacia 1827 obtuvo en una placa la reproducción
de un antiguo grabado, si bien con una exposición cercana a las ocho
horas. En 1829 Niepce se asoció con Daguerre, que estaba realizando
investigaciones similares. Pero Niepce falleció en 1833, con lo que Da-
guerre debió continuar solo. En 1837 consiguió un primer ejemplo de
lo que comenzó a llamarse daguerrotipo. Se titula Bodegón, existe
hasta hoy y muestra varias figuras de yeso, mimbre y tela. No está te-
cho en papel sino en una placa de cobre recubierta de plata, con un
tamaño cercano a los 16 por 21 centímetros. Después Daguerre mejoró
esa técnica, cuya idea general trascendió al exterior y asombró en In-
glaterra a William Henry Fox Talbot, un científico inglés que ya había
hecho experimentos similares, con entera independencia de Daguerre

97
y probablemente antes. De hecho, la fotografía había llegado a tener
muchos padres. Se agregó de inmediato otro más, con el astrónomo
inglés John F. W. Herschel, que hizo sus propios experimentos en 1839
y se preocupó del grave problema químico que era dejar fija la imagen
obtenida. También fue el primero en utilizar la palabra “fotografía”.
1841 — Edgar Allan Poe publica en el Graham's Magazine su re-
lato Los crímenes de la calle Morgue, que fue el primer cuento poli-
cíaco de la literatura universal. Dos años después apareció reeditado en
libro, ingresando así al detective Auguste Du- pin a una galería de hé-
roes ficticios, entre los que más tarde se destacaría Sherlock Holmes
(desde 1887). La primera novela larga del género fue La piedra lunar
de Wilkie Collins (1868), que unía a su complicada trama el ingre-
diente de narrar distintos capítulos con la óptica de distintos personajes.
Ese enfoque plural fue también adoptado por Dostoievski en Los her-
manos Karamázov (1880), que entre diversos e importantes rasgos in-
cluye el de ser también una novela policíaca, con un crimen a investi-
gar.
1848 — Karl Marx y Friedrich Engels escriben el Manifiesto Co-
munista (originalmente “Manifiesto del Partido Comunista”) que sería
después, junto a El Capital, uno de los textos básicos del marxismo. La
iniciativa del texto correspondió a la Liga de los Justos, una agrupación
de exiliados alemanes en Londres. En 1847 la Liga creyó necesitar una
formulación clara de sus propias ideas y así pidió el texto a Marx y
Engels, que residían en Bruselas y que demoraron algunos meses en
entregar el resultado. En lo esencial, el Manifiesto postula que el co-
munismo es ya un “espectro” invocado y refutado por varias potencias
europeas y sus ideólogos, lo que de hecho convierte a esa nueva ideo-
logía en un poder político. En consecuencia, Marx y Engels definen
por escrito su visión de la sociedad y de la historia. Entienden que se
trata de una continua lucha de clases, entre opresores y oprimidos, lo
que debe llevar a que los proletarios aniquilen radicalmente las condi-
ciones sociales en que viven. Las últimas palabras proponen que los
proletarios nada tienen que perder, excepto sus cadenas, con lo cual
exhorta a la unión de los obreros de todos los países.

98
El Manifiesto tuvo muy escasa difusión inmediata, pero la Liga de
los Justos se transformó en la Liga Comunista y generó en 1864 la pri-
mera asociación obrera internacional, fundada en Londres. Como se
trataba de un texto breve (cuarenta páginas) llegó a ser después muy
intensa su distribución en casi todo idioma y en millones de ejemplares.
En el diario Pravda de Moscú (fundado por Lenin en 1912), el “logo”
del título incluye una línea permanente que dice “Proletarios de todos
los países, uníos!”.
Marx y Engels se habían conocido cuatro años antes de redactar el
Manifiesto en Bruselas, y ya habían hecho conjuntamente dos libros:
La ideología alemana y La sagrada familia. La vida de ambos contuvo
sus paradojas. Aunque sus ideas le llevaban a destrozar al capitalismo,
Engels fue personalmente un capitalista (de una sociedad textil en
Manchester) y eso le permitió ayudar económicamente a Marx y dejar
después una pequeña herencia. Por su parte, Marx terminó por ser un
líder de la clase obrera, pero nunca estuvo en una barricada, nunca em-
puñó un arma y nunca trabajó en otra cosa que en sus libros y artículos,
que a su vez le reportaron muy poco dinero, con lo cual conoció gran-
des trances de miseria, ocasionando privaciones y humillaciones a su
familia (una mujer, siete hijos, una criada). En 1977 y en la preparación
del libro conocido como The Book of Lists, los editores Wallace y
Wallechinsky pidieron a Oriana Fallad que enumerara los personajes
históricos a quienes le habría gustado entrevistar. Enumeró 18 nom-
bres. Un párrafo de Fallad dice: “Además, me gustaría preguntar a
Marx algunas cosas sobre la forma en que trataba a su mujer. ¿Cómo
aplicaba a ella la teoría de la plusvalía? La trataba como lo habría hecho
un señor feudal con sus vasallos o un faraón con sus esclavos”.
1863 — En medio de la Guerra Civil americana, y tras una serie de
vacilaciones y de duras controversias políticas, el presidente Abraham
Lincoln firma la “proclamación de emancipación”, que teóricamente
dejaba en libertad a los esclavos negros. En numerosas declaraciones,
Lincoln había dejado en claro que su objetivo era salvar la Unión, para
lo cual el tema de la esclavitud era un objetivo secundario. De hecho,
la proclamación tuvo un efecto parcial, porque no incidía sobre estados
sureños. En 1863 la esclavitud ya había sido abolida en toda América

99
latina, pero perduraba en Estados Unidos por la presión de grandes in-
tereses en las industrias del algodón y del tabaco.
1867 — Estados Unidos compra el territorio de Alaska a Rusia za-
rista, por 7.2 millones de dólares (en oro). Los rusos habían colonizado
Alaska en los dos siglos previos, arbitrando los intereses de los trafi-
cantes de pieles, especialmente los ingleses, rusos y norteamericanos,
pero nunca habían establecido al territorio como parte integral del im-
perio. Después de la venta, y durante diez años, Alaska fue una zona
gobernada por el Departamento de Guerra de los Estados Unidos. Pos-
teriormente Alaska tuvo un delegado en el Congreso (1906), una legis-
latura local (1912), una Constitución propia (1955) y un nivel formal
de Estado de la Unión (1959).
1874 — La compañía Remington de Nueva York, dedicada hasta
entonces a la fabricación de armas portátiles, lanza al mercado las pri-
meras máquinas de escribir, de acuerdo a un diseño de Christopher Lat-
ham Sholes, a quien se atribuye la invención. Entre los muchos ante-
cedentes de tal máquina existían ya una patente inglesa de 1714, un
modelo italiano de 1808, documentos austríacos de 1864 y los modelos
experimentales del mismo Sholes desde 1867. El punto decisivo fue
sin embargo la producción en serie que inició la Remington a mediados
de 1874. Uno de sus primeros compradores fue el escritor Mark Twain,
quien se negó a creer que la máquina podía producir 57 palabras por
minuto hasta que el caso le fue demostrado reiteradamente. Pero las
ventas iniciales de la Remington fueron muy escasas, en parte porque
no se habían solucionado ciertos problemas prácticos sobre la cinta y
su entintado. Diez años después se arreglaron ésos y otros elementos
técnicos, con lo que en 1886 ya se habían distribuido cincuenta mil
máquinas de escribir en Estados Unidos. En 1890 existían treinta em-
presas diferentes que las fabricaban.
Se atribuye a Sholes la disposición básica de las letras en el teclado,
en un diseño conocido como QWERTY, por las primeras seis teclas de
una fila. Ese diseño fue objetado durante un siglo, porque no contempla
adecuadamente la frecuencia y combinación de las letras en el len-
guaje. Por otra parte, distintos idiomas plantean la necesidad de letras

100
especiales (la eñe española, la cedilla francesa). Fue así como otros
innovadores propusieron teclados distintos. En 1932 se publicitó el
creado por August Dvorak, tras veinte años de estudio. Se lo llamó
DKS, por Dvorak Simplified Keyboard (Teclado simplificado de Dvo-
rak). Coloca los números impares a la izquierda, los pares a la derecha,
el cero en el medio. Las cinco vocales están en el ala izquierda del
teclado. Al DSK se agregó después una serie de propuestas, en todos
los países, procurando imponer teclados distintos, con el resultado de
que a un latinoamericano le sería imposible, por ejemplo, escribir en
una máquina checoslovaca, a menos que se resigne a una lentitud in-
fantil. De hecho, quien aprende a escribir a máquina con el sistema
QWERTY tendría grandes dificultades para adaptarse a otros teclados.
Han sido más constructivos los otros progresos en la máquina de
escribir, como las combinaciones con el telégrafo, la teletipo, la miste-
riosa bola giratoria que contiene todas las letras. A fines del siglo XX,
las máquinas de escribir eléctricas y las adaptaciones a computadoras
han llegado a un punto que asombraría a Mark Twain y al mismo in-
ventor Sholes. En perspectiva, es útil recordar que Balzac, Dostoievski,
Tolstoi y Marcel Proust escribieron a mano sus frondosas obras com-
pletas.
1876 — Alexander Graham Bell consigue en Boston la patente
174.465, que de hecho lo consagra como el inventor del teléfono. La
iniciativa no había sido enteramente suya. En Cuba y en 1849, el ita-
liano Antonio Meucci había construido un aparato similar, pero cuyo
alcance no excedía unos pocos metros. En las cercanías de Frankfurt y
en 1860, el alemán Johann Philip Reiss había creado también otro apa-
rato con el que hizo una demostración, trasmitiendo canciones entre
dos puntos, a cien metros de distancia. Ninguno de ambos precedentes
llegó a un mínimo desarrollo industrial.
Bell era escocés, había vivido en Canadá y después en Boston. Su
familia se había dedicado prolongadamente a los problemas de comu-
nicación con los sordomudos y Alexander continuó esa tarea como
maestro. Esto derivó a obtener el apoyo económico de dos alumnos
suyos, llamados Mabel Hubbard y George Sanders, con lo cual Bell y
su ayudante Thomas Watson pudieron proseguir experimentaciones

101
que no les redituaban ningún beneficio económico. Tras la patente de
1876, Bell se casó con Mabel, se asoció con G. G. Hubbard y Thomas
Sanders y de hecho creó la American Telephone & Telegraph (AT&T),
que sería después una de las más poderosas empresas mundiales en
equipos, instalaciones y servicios para la comunicación. La carrera de
Bell prosiguió además con otros inventos, con el progreso en los pro-
blemas de los sordomudos y con su interés por la aviación, llegando a
ser titular de unas treinta patentes.
Igual que muchos otros inventos, el teléfono tropezó con los escép-
ticos de su época. En el libro The Experts Speak, dedicado a recoger
los abundantes errores humanos en la previsión del futuro, se señala
que el propio suegro de Bell comenzó por manifestar sus reservas (“es
sólo un juguete”) antes de asociarse para crear una nueva empresa. En
1876 Rutherford B. Hayes, presidente de los Estados Unidos, participó
de una conversación experimental entre Washington y Filadelfia, pero
después comentó que seguramente nadie querría utilizar el invento.
Aún más grave fue que la Western Union, empresa dedicada a la tele-
grafía, se haya desinteresado en 1877 por comprar la patente del telé-
fono, que le fue ofrecida por cien mil dólares.
1884 — Tras un trabajo de varias décadas, se publica en Londres el
primer tomo de un libro luego conocido como Oxford English Diction-
ary, que para muchos especialistas fue la Biblia del idioma inglés. El
trabajo fue tan minucioso que el último tomo sólo llegó a ser publicado
en 1928, sumando a esa altura 15.500 páginas de tres columnas cada
una. Posteriormente y hasta la década de 1970, se publicaron comple-
mentos y revisiones del OED. Su competidor norteamericano más co-
nocido es el Webster's (antes Merriam Webster), que aduce tener un
vocabulario de 450.000 palabras, más una serie de listas especiales y
454 páginas dedicadas a equivalencias entre el inglés y otros idiomas
(francés, alemán, italiano, español, sueco, idisch). Curiosamente, el
Webster's norteamericano fue editado por la firma Encyclopaedia Bri-
tannica, Inc., pero eso exige saber que la Británica pasó a ser una firma
norteamericana en 1943.

102
1887 — Con la publicación del libro Lingvo Internada (que debería
traducirse como “Lenguaje internacional”), el médico y oculista polaco
Ludwik Zamenhof procede a lanzar al mundo su nuevo idioma espe-
ranto, que significa “esperanzado” y que su autor propone como len-
guaje apto para la comprensión recíproca entre naciones muy distintas.
Como polaco judío que vivió en zona disputada por varias potencias y
diversos idiomas, Zamenhof (1859-1917) se propuso fomentar la tole-
rancia entre seres humanos distintos y distantes. Para crear el esperanto
combinó y modificó palabras de variados idiomas europeos, luego de
lo cual procedió a traducir al esperanto varios fragmentos de la Biblia,
Shakespeare, Andersen, Molière, Goethe y Gogol. Su tarea derivó a un
congreso internacional en Francia (1905), al tiempo que publicaba su
nuevo libro, titulado Fundamento de Esperanto. Entre las bases del
nuevo idioma figuraron la de que toda la pronunciación es fiel a la letra
escrita y la simplificación para conjugar los verbos y declinar los sus-
tantivos. Los esfuerzos de Zamenhof condujeron a la fundación de la
Universala Esperanto-Asocio (1908), con una profusión de traduccio-
nes, revistas y congresos anuales. Se estima que han llegado a publi-
carse treinta mil libros escritos o traducidos en esperanto. Sin embargo,
el nuevo idioma no prosperó en la educación escolar ni en las asam-
bleas de organismos internacionales (como la UNESCO o las Naciones
Unidas), con lo que durante un siglo el esperanto siguió siendo una
rareza y no un instrumento de comprensión entre naciones. Cuando se
cumplieron los cien años del lanzamiento inicial, el semanario Time
(27.7.87) dedicó una página completa a los antecedentes y las realida-
des del esperanto. Una mitad de esa página señalaba que el aniversario
convocaría en Varsovia a unos seis mil fieles al nuevo idioma, que la
ceremonia comprendería diversos actos, que los esperantistas residen
en todo el mundo con estimaciones muy diversas sobre su cantidad (de
uno a ocho millones), que las reglas gramaticales son escasas (sólo 16),
que el idioma se puede aprender en cien horas y que su utilización in-
ternacional ha sido menor a lo que Zamenhof confiaba en 1887, entre
otros motivos por la carencia de una “lectura ligera”, que facilitaría la
difusión.

103
La otra media página de Time dice exactamente lo mismo que la
primera, pero el texto está escrito en esperanto. Se titula “La espero de
esperanto” y “Kreita lingvo festas sian centjarigon”, o sea “La espe-
ranza del esperanto” y “Una lengua fabricada celebra su centenario”.
Esa otra media página, en adecuadas fotocopias, será distribuida inter-
nacionalmente por la Universala Esperanto-Asocio, con sede en Roter-
damo, Nederlando.
1888 — El argentino Juan Vucetich publica Dactiloscopia compa-
rada, primer estudio sistemático de comparación entre huellas digitales
para su uso en investigaciones policíacas. Aunque la identificación de
ellas había sido iniciada en China hacia el año 700, fue sólo a finales
del siglo XIX que se llegó a sistemas de clasificación y registro. Al
mismo tiempo que Vucetich (1858-1925), el inglés Francis Galton
(1822-1911) estaba desarrollando estudios similares, dentro de una
vasta tarea como explorador, antropólogo y estudioso de la inteligencia
humana. Los estudios de Galton, iniciados en 1885, culminaron diez
años después en la formulación de un método para clasificación, ar-
chivo y nuevo uso. El llamado método Galton-Henry fue publicado en
1900 y adoptado oficialmente en Inglaterra por Scotland Yard, o sea el
organismo supervisor de toda la policía británica. Se calcula que en la
actualidad el FBI norteamericano posee un archivo superior a los 200
millones de impresiones digitales. Los especialistas del ramo coinciden
en que todas ellas difieren de una persona a otra, sin que puedan existir
dos iguales.
1890 — William Kemmler fue el primer hombre ejecutado en la
silla eléctrica, en la prisión de Aubum State (Nueva York), con fecha
agosto 6. El nuevo método surgió de los felices progresos que Thomas
Alva Edison había hecho hasta entonces con la electricidad, pero tam-
bién de los ensayos previos con animales, ideados por Harold P. Brown
(verdadero inventor del sistema), con ayuda del Dr. A. E. Kennelly,
jefe electricista en los talleres de Edison. La escasa eficacia de aquel
modelo inicial había sido apuntada en esos ensayos con animales, que
de hecho fueron sometidos a prolongadas torturas eléctricas. Quedó ra-

104
tificada en la misma ejecución de Kemmler, un asesino convicto y con-
feso, cuya agonía duró ocho minutos, desde el primer golpe de co-
rriente. La silla eléctrica había sido creada como forma veloz y menos
cruel de despachar a un reo, pero la inauguración con Kemmler en 1890
suscitó, por lo contrario, la observación de que el espectáculo era más
horrible que el de la horca. El perfeccionamiento del sistema llevó des-
pués a que la electrocución fuera adoptada por diversos Estados norte-
americanos, por Filipinas y por China, aunque con interrupciones y
controversias que han durado un siglo.
1899 — La aspirina es introducida en el mercado por la firma Bayer
AG, de Leverkusen, Alemania. El nombre registrado designa a un pro-
ducto químico (“ácido acetilsalicílico”) que se había ya sintetizado en
laboratorios alemanes en 1853, pero transcurrieron cuarenta años antes
de que la firma Bayer pudiera obtener el producto en forma adecuada
a su uso terapéutico. Inicialmente la aspirina se vendía solamente en
polvo y con receta médica, especialmente para dolores de cabeza. La
misma firma Bayer comenzó a comercializarla en tabletas en 1915 y
desde entonces la aspirina generó abundantes imitaciones en todo el
mundo.
1903 — En Boston, Massachusetts, el industrial e inventor King
Camp Gillette pone en venta las primeras máquinas de afeitar, dotadas
de una pequeña hoja de acero que se desechaba y renovaba. Las navajas
de afeitar no eran comunes en la antigüedad, lo que explica que graba-
dos y fotografías muestren tal abundancia de hombres barbudos. Las
primeras navajas fueron fabricadas en 1828, pero muchos hombres no
las creyeron prácticas (por su tamaño y por su peligro de cortes), con
lo que Gillette y su imaginativo técnico William Nickerson idearon la
máquina que sostiene entre dos piezas metálicas a la pequeña hoja de
acero. Las ventas de 1903 fueron muy escasas, pero un año después
noventa mil hombres norteamericanos habían consumido doce millo-
nes de hojas de afeitar, iniciando nuevas normas higiénicas y estéticas
para el siglo.
1905 — La primera Revolución Rusa comenzó en enero, con la di-
rección provisoria del sacerdote Georgy Gapon, quien reunió a un

105
grupo de manifestantes en la plaza frente al Palacio de Invierno en San
Petersburgo, exigiendo entrevistarse con el zar Nicolás II. Los motivos
ocasionales del descontento popular eran las consecuencias de la gue-
rra perdida por Rusia ante Japón (1904), pero sus razones más profun-
das fueron la pobreza de campesinos y obreros, más las medidas auto-
críticas y antisemitas del zarismo, que tenían precedentes seculares y
que habían originado ya el asesinato del zar Alejandro II en un atentado
terrorista (1881). Ante el estallido de enero de 1905, el gobierno de
Nicolás II optó por la represión, ordenando abrir fuego contra los ma-
nifestantes, lo cual señaló después a esa fecha como “Domingo san-
griento” y como el comienzo de una vasta insurrección que se propagó
a casi todo el país, se ramificó hasta Finlandia y Polonia, provocó mo-
tines en el ejército y la marina, derivó a una huelga ferroviaria nacional
(octubre 1905) y generó la formación de consejos obreros o Soviets.
Su contrapartida fue la formación de otros grupos armados prozaristas,
que colaboraron en la represión, con lo cual murieron más de cuatro
mil personas en incidentes producidos en un centenar de ciudades. A
pesar de la posterior fama obtenida por su versión cinematográfica (El
acorazado Potemkin de Eisenstein, 1925), la rebelión en el puerto de
Odessa, producida en junio 1905, fue sólo un episodio menor del co-
nato revolucionario y terminó por otra parte con la derrota de los amo-
tinados, punto que la película no aclara. Presionado por las circunstan-
cias, y con el apoyo de su primer ministro Serguei Witte, el zar Nicolás
II emergió de la crisis con la convocatoria de un primer Parlamento o
Duma, cuyos miembros fueron elegidos en abril 1906. Después Nico-
lás II desconoció reiteradamente a la Duma, que suponía una disminu-
ción de su autoridad.
Lenin y Trotski estaban fuera de Rusia cuando se produjo el esta-
llido de 1905, pero ambos tenían ya una prolongada ejecutoria de agi-
tación ideológica, así como años de prisión y de exilio en Siberia. En
octubre 1905 Trotski volvió a Rusia, encabezó consejos obreros y pro-
curó hacer progresar una rebelión con la que había soñado. Fracasó en
ese empeño, fue arrestado, se le condenó a un nuevo exilio en Siberia,
consiguió huir y se instaló después en Viena. Similarmente, también
Lenin viajó de Suiza a Rusia (noviembre 1905), pero ante la derrota

106
final de la rebelión volvió al exilio en 1907. Para ambos líderes, los
sucesos de 1905 fueron un prólogo o borrador de la revolución que en
1917 liquidaría finalmente al zarismo.
1911 — Vincenzo Peruggia, un empleado del Museo del Louvre en
París, roba el cuadro de la Mona Lisa (1503-1506), una de las obras
más famosas de Leonardo da Vinci. El cuadro había sido pintado en
una tabla (y no en una tela, como dicen algunos libros mal informados),
con lo cual Peruggia no pudo guardar un rollo sino que debió inventar
un doble fondo en un baúl. Entre 1911 y 1913 prosperaron las falsifi-
caciones del cuadro y las versiones periodísticas sobre su paradero. En
1913 Peruggia intentó vender el cuadro al gobierno italiano, por una
cifra cercana a los 95.000 dólares. El gobierno se negó a comprarlo,
devolvió la obra al Louvre y enjuició a Peruggia. Este adujo en su de-
fensa el patriótico motivo de que sólo había deseado devolver a Italia
una obra maestra italiana. Aunque ese notable idealismo estaba condi-
cionado por los 95.000 dólares, el tribunal de Florencia se mostró be-
nigno y dio a Peruggia una moderada pena de cárcel por un año y
quince días.
1912 — El transatlántico inglés Titanic se hunde al sur de Terra-
nova, en su viaje inaugural desde Southampton a Nueva York. La pu-
blicidad previa había subrayado las condiciones de seguridad del bu-
que, reputadamente “insumergible”, pero el choque con un enorme
témpano de hielo determinó una gran fisura en el casco. El accidente
fue después atribuido a un exceso de velocidad en una zona muy peli-
grosa. Murieron 1.517 de los 2.203 pasajeros y tripulantes. Posterior-
mente se señaló que era insuficiente la dotación de botes salvavidas
(reducidos para dar cabida a otros lujos) y que demoró más de cuatro
horas el rescate de los náufragos, atendidos en parte por el vapor Car-
pathia. Las pérdidas fueron estimadas en siete millones y medio de dó-
lares.
El episodio del Titanic fue llevado al cine por lo menos cuatro veces
(1929, 1943, 1953, 1958). A eso se agregó en 1980 una curiosa variante
titulada Rescaten al Titanic (Raise the Titanic, dir. Jerry Jameson) que

107
no reconstruía el hundimiento sino que imaginaba una expedición cien-
tífica que ubicaba al barco en el fondo del mar, lo izaba a la superficie
y buscaba en sus bodegas un mineral misterioso. Ese relato pertenecía
totalmente a la ciencia-ficción, porque en 1980 no se había podido de-
terminar siquiera el sitio preciso del hundimiento. Pero en setiembre
1985 se llegó a ese punto. Una expedición combinada por la marina
norteamericana y el instituto francés IFREMER no solamente localizó
al Titanic en el fondo del mar, aproximadamente a cuatro mil metros
de profundidad, sino que obtuvo fotografías muy detalladas de diversas
instalaciones y pertenencias. El milagro se debió a un artefacto subma-
rino llamado Argo, que podía sumergirse sin tripulación alguna y hacer
funcionar variados aparatos de registro. En los dos años siguientes al
hallazgo no se tuvo mucha esperanza de que se pudiera rescatar al
barco mismo ni de que hubiera minerales misteriosos en sus bodegas.
Pero en cambio circularon nuevas teorías sobre los motivos del hundi-
miento.
1913 — El diario New York World publica el primer problema de
Palabras Cruzadas, para lo cual eligió astutamente la fecha de diciem-
bre 21, que era domingo. Su inventor fue el inglés Arthur Wynne, que
estaba a cargo de una sección de entretenimientos en el periódico. La
creación se impuso rápidamente, generando concursos con diseños gi-
gantescos y numerosas variantes, hasta el moderno Scrabble.
1917 — Los primeros Premios Pulitzer recayeron sobre el perio-
dista Herbert Bayard Swope (por información general), el diario New
York Tribune (por editoriales), las escritoras Laura E. Richards y
Maude Howe Elliott (por libros biográficos), el embajador francés J. J.
Jusserand (por libros de historia). Habían sido instituidos por el legado
del magnate periodístico Joseph Pulitzer (1847-1911), quien también
dejó fondos para crear una escuela de periodismo en la Universidad de
Columbia. Los premios Pulitzer se concedieron desde entonces en
mayo de cada año y abarcaron numerosas categorías periodísticas (in-
cluyendo críticas, dibujos, fotografía), así como teatro, novelas y obras
musicales. El dramaturgo Eugene O'Neill llegó a ganarlo cuatro veces.

108
Los premios son resueltos anualmente por un comité de la misma Uni-
versidad de Columbia.
1918 — Una epidemia de la mal llamada “gripe española” (o
grippe, o influenza, o flu) sacude al mundo entero. Su origen geográ-
fico parece haber sido un destacamento militar norteamericano en Fort
Riley, Kansas, en marzo 1918, justamente cuando se procedía a despa-
char tropas a Europa durante la Primera Guerra Mundial. Eso ayuda a
explicar su rápida llegada a casi todo país europeo, pero no su difusión
hasta la India, China, Hawái y las Malvinas, en una época carente de
aviación comercial. El origen biológico siguió siendo un misterio. Se
sabe que la gripe surge de por lo menos tres virus distintos, con lo cual
los anticuerpos creados por el organismo humano (igual que las vacu-
nas respectivas) sólo obtienen una eficacia parcial. También se sabe
que esos virus se transforman y adaptan, lo que hace aún más difícil
combatirlos, porque superan a los anticuerpos pre-existentes. En la epi-
demia de 1918, no sólo fue misterioso el origen de la gripe sino también
su interrupción, ocho meses después. La epidemia terminó súbitamente
en noviembre 1918, coincidiendo con el fin de la guerra. Pero la com-
paración fue dramática. Según diversos cálculos estadísticos, la Pri-
mera Guerra Mundial provocó algo más de ocho millones de muertos.
La gripe “española” superó esa marca, con 21.600.000 muertos, sin
contar los trastornos secundarios.
1920 — Un crimen bastante común deriva a resonancias sociopolí-
ticas y termina por provocar uno de los mayores incidentes judiciales
del siglo. El 15 de abril dos hombres asaltaron a los pagadores de suel-
dos de una fábrica de zapatos situada en South Braintree, Massachu-
setts. En el episodio murieron un funcionario y un guardia. Dos sema-
nas después la policía detuvo a Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti,
dos humildes trabajadores italianos. Las pruebas existentes eran muy
escasas y los detenidos negaron toda culpabilidad. Pero el jurado y el
juez Webster Thayer los pronunciaron culpables. Paralelamente, tres
hombres concentrados en una oficina de Boston (un carpintero español,
un periodista italiano, un joven judío americano) vieron en el juicio y
condena no sólo una injusticia sino una medida represiva, porque

109
Sacco y Vanzetti tenían convicciones anarquistas. Aquellos tres hom-
bres escribieron con abundancia a la prensa europea y a diversas publi-
caciones de las tres Américas. Poco después, explotó una bomba en
casa del embajador norteamericano en París y murieron veinte perso-
nas por otra bomba en una manifestación pública. Se suscitaron otras
protestas violentas contra Estados Unidos en diversos episodios de
Roma, Lisboa y Montevideo, además de la controversia periodística en
casi toda ciudad importante, mientras Sacco y Vanzetti continuaban
todavía en prisión. En 1925 un criminal convicto, de nombre Celestino
Madeiros, declaró que el asalto inicial había sido cometido por la banda
Morelli, con lo que Sacco y Vanzetti eran inocentes. Pero el juez Tha-
yer se negó a conceder la revisión del juicio. El caso fue llevado ante
el gobernador de Massachusetts, quien nombró una comisión asesora
con tres personalidades notables. El informe fue desfavorable y en
agosto 1927 Sacco y Vanzetti murieron en la silla eléctrica, protestando
su inocencia, de lo cual quedó amplia constancia en sus últimas cartas.
En los siete años previos, los argumentos de la acusación estuvieron
reforzados por la difundida alarma norteamericana sobre la “amenaza
roja”, que comenzara en 1917 con la revolución en Rusia.
1920 — La Unión Soviética legaliza el aborto, dentro de una serie
de medidas sociales dictadas por el gobierno revolucionario. Una de
ellas facilita también el divorcio. El decreto sobre el aborto obliga a los
médicos a intentar inicialmente la disuasión de la mujer interesada, par-
ticularmente si se trata de un primer embarazo. Prohíbe asimismo los
abortos en embarazos mayores de tres semanas. El decreto soviético de
1920 fue sustituido en 1936 por otro que legalizó el aborto solamente
en aquellos casos en que la continuación del embarazo suponga peligro
grave para la madre o la criatura o cuando pueda derivar al nacimiento
de hijos deformes. Con ambas motivaciones (y en algunos casos tam-
bién con la violación comprobada) el aborto fue después autorizado por
casi todos los países occidentales, por China y por Japón, pero hasta el
cierre de esta edición seguía estando prohibido en Argentina. Los par-
tidarios de una legalización del aborto han sostenido reiteradamente
que la prohibición oficial sólo puede contribuir a aumentar el porcen-
taje de abortos clandestinos, con mayores riesgos para las pacientes.

110
Los opositores a toda legalización han sido apoyados por muy diversas
autoridades eclesiásticas y en particular por el Vaticano.
1922 — En las cercanías de Luxor, al sur de Egipto, se llega a des-
cubrir la tumba de Tutankamon, un faraón que vivió catorce siglos an-
tes de la era cristiana. La tarea fue dirigida por el arqueólogo inglés
Howard Carter, quien trabajaba para el también arqueólogo George
Edward Stanhope, más conocido como Lord Carnarvon. Tras el ha-
llazgo, Carter esperó a Carnarvon para abrir el recinto y documentar su
contenido. La tumba estaba a mayor profundidad de lo antes previsto,
y por eso quedó ilesa ante los saqueadores de treinta siglos. Fue hallada
tras los minuciosos cálculos y la prolongada constancia de Carter,
quien tenía veinte años de experiencia en la materia.
El contenido de la tumba de Tutankamon resultó asombroso, por la
riqueza y variedad de los materiales, que ocupaban varias dependen-
cias. Su extracción y clasificación demandaron diez años, depositán-
dose casi todo el resultado en el Museo del Cairo. Aunque el mismo
Tutankamon careció de rasgos que le hicieran pasar a la historia (murió
a los 18 años), el descubrimiento permitió enriquecer considerable-
mente los datos existentes sobre el antiguo Egipto. Tras el hallazgo cir-
culó la leyenda de que existía una “maldición de la momia”, que con-
denaría a quienes profanaron la tumba. Aunque es cierto que Lord Car-
narvon murió cinco meses después del hallazgo (y por la picadura de
un insecto), la leyenda resultó falsa. No sólo Carter murió en 1939 sino
que su equipo de diez personas sobrevivió largamente al hallazgo. Es
cierto en cambio que la maldición perduró de otras maneras, provo-
cando en novela y cine algunas tonterías cuyo modelo importante fue
La momia (1932, con Boris Karloff).
1923 — El primer número del nuevo semanario Time (el 23 de
marzo) inaugura una nueva línea periodística que después tendría ré-
plicas en muchos países occidentales. En un intento de corregir la su-
perficialidad de otras revistas y la trabajosa abundancia de los diarios
del momento, Time se propuso cubrir la actualidad, en todos los órde-
nes, pero tras una elaboración de las noticias. Estas fueron condensadas
a lo importante, procesadas dentro de su contexto, escritas en forma

111
más atractiva, en algún caso con innovaciones gramaticales y neolo-
gismos. El objetivo era llegar a un público moderno, dentro de un
mundo que en la década de 1920 parecía mucho más agitado y confuso
que antes. En el prospecto inicial, los fundadores Briton Hadden y
Henry Luce señalaban que “ninguna publicación se ha adaptado al
tiempo que los hombres ocupados pueden invertir en sentirse simple-
mente informados”. El primer número tuvo 28 páginas.
Hadden falleció en 1929 y Luce terminó por hacerse millonario con
Time y sus revistas derivadas (Life, Fortune). Las teorías y prácticas
del semanario, desde la “nota de tapa” a la elección de un “hombre del
año”, terminaron por encontrar la aceptación pública, pese a las pérdi-
das iniciales. También suscitaron la imitación, primero en los diarios
mismos y después en la aparición de otros semanarios, a lo largo de
cuatro décadas: L'Express (París), Panorama (Roma), Tiempo (Mé-
xico), Veja (Brasil), Der Spiegel (Hamburgo), Primera Plana y Pano-
rama (Buenos Aires), Cambio 16 (Madrid), entre otros.
1925 — La primera persona del mundo que apareció en televisión
fue un mandadero de quince años, llamado William Taynton, que
nunca había tenido la menor relación con el invento. Trabajaba en una
empresa de Londres, y el viernes 30 de octubre fue urgentemente lla-
mado por su vecino de arriba, para posar frente a una cámara, con lo
que se demostraría la posibilidad de trasmitir a otra habitación una ima-
gen en movimiento. El vecino era John Logie Baird (1888-1946), un
técnico inglés de sólida preparación, que había hecho experimentos du-
rante varios años, con un sistema que en sustancia suponía transformar
la imagen en impulsos eléctricos, recoger éstos en un receptor y recom-
poner aquélla. Como el joven Taynton se sentía molesto ante las fuertes
luces, Baird debió recompensarlo con media corona (apenas unas mo-
nedas) para que se mantuviera en cuadro. La primera estrella de la TV
fue así una de las peor pagadas.
Baird hizo demostraciones ante autoridades británicas en 1926, re-
cibió facilidades del correo alemán para hacer allí otras instalaciones
(1929) y pronto se vio envuelto en la competencia creada por otros
técnicos y otras industrias. Esto se debió fundamentalmente a que las

112
exploraciones y ensayos para la futura TV fueron trabajos desarrolla-
dos paralelamente en varios sitios durante buena parte del siglo. En
Inglaterra, la BBC terminó por aceptar para su TV el sistema de Mar-
coni-EMI (1937). En Estados Unidos se impusieron los adelantos crea-
dos por Vladimir Kosma Zworykin (1889-1982), un ruso blanco que
había emigrado en 1919, trabajó con la Westinghouse Electric Corp. y
pasó después a la Radio Corporation of America (RCA). Con más de
120 patentes a su nombre, Zworykin protagonizó muchos progresos en
el nuevo medio y fue después considerado como “el padre de la mo-
derna televisión”, no sólo por su gestión inicial sino por numerosos
desarrollos ulteriores, incluyendo la trasmisión en color.
El comediante irlandés-norteamericano A. Dolan fue en abril 1927
el primer artista profesional que apareció en TV, con un corto número
de monólogo y canto, programado para la primera trasmisión pública
realizada por la ATT en Nueva York, que se recibía solamente en una
sala situada a 22 millas de distancia. En 1928 se produjeron varios
avances y debuts. El mismo Baird patentó su sistema Phonovision, que
permitía grabar el programa, en un antecedente de la moderna video-
cassette. En febrero 1928 Baird consiguió la primera trasmisión inter-
nacional de imagen desde Londres a Nueva York. En mayo la General
Electric inauguró en Nueva York el primer programa regular, que se
trasmitía sólo durante media hora, tres veces por semana. En julio
Baird obtuvo en Londres la primera trasmisión en color. En ese mismo
mes la Daven Corp. (Newark, New Jersey, EE.UU.) anunciaba los pri-
meros receptores para venta pública, con precios que oscilaban de 80 a
1.650 dólares. En agosto la estación norteamericana WGY (de Sche-
nectady) hizo la primera trasmisión de sucesos actuales, que fue la pro-
clamación de Alfred E. Smith como candidato a la presidencia del país,
lo cual no impidió que en las elecciones triunfara Herbert Hoover. En
setiembre la WGY trasmitió desde Nueva York la primera pieza teatral,
que fue The Queen's Messenger, con sólo dos intérpretes escasamente
famosos (Izotta Jewell, Maurice Randall) y tres cámaras fijas, obte-
niéndose una imagen que llegó hasta la Costa Oeste.
En setiembre 1929 apareció el primer productor de televisión, que
fue Harold Bradly, designado por la Baird Co. en Londres. El primer

113
anuncio comercial fue el “Método Eugène”, que era un producto para
el cabello femenino, lanzado en la Feria de la Moda de Londres en no-
viembre 1930. Aunque las trasmisiones regulares de la BBC de Lon-
dres comenzaron en 1932, la primera locutora profesional fue la ale-
mana Ursula Patzschke, que debutó en los programas diarios desde
Berlín en 1934. También correspondió a los alemanes la primera pelí-
cula trasmitida por TV, que fue Therese Krones, una comedia musical
protagonizada por Martha Eggerth, producida en 1934, algunos frag-
mentos de la cual se incluyeron en un programa de Berlín, fechado en
octubre 1936. Paralelamente, la BBC realizaba en Londres un primer
certamen para elegir señoritas que hicieran anuncios en TV. Se exigía
que fueran muy fotogénicas, que fueran solteras y que no tuvieran ca-
bello rojizo.
La guerra de 1939-1945 impidió de varias maneras el progreso de
la televisión, en particular por las restricciones en materiales necesarios
para trasmisores y receptores. Desde 1946 el avance fue incesante. Se-
gún estadísticas norteamericanas, había un millón de aparatos recepto-
res en 1949, diez millones en 1951, cincuenta millones en 1959. Un
avance mayor fue el de la TV color, que debido a su costo se impuso
lentamente. Pero en 1971 la venta de receptores aptos para color supe-
raba ya la de aparatos para blanco-y-negro.
Los Emmy de Estados Unidos son los únicos premios de televisión
que llegan regularmente a la información telegráfica y a cierta fama
mundial. Paradójicamente, los primeros Emmy, otorgados en 1948, re-
cayeron sobre programas de escasa fama posterior: el Pantomime Quiz
Time, la película The Necklace, la actriz Shirley Dinsdale y el técnico
Charles Mesak.
1927 — El aviador Charles A. Lindbergh, 25 años, realiza el primer
viaje aéreo en solitario que se haya efectuado a través del Atlántico.
Como aviador aficionado, con cierta experiencia en el correo, Lind-
bergh procuraba ganar un trofeo de 25.000 dólares, ofrecido en 1919
por el millonario Raymond Orteig, propietario de una cadena de hote-
les. Con un monoplano rudimentario, una escasa provisión de víveres
y un bote de goma (pero no un paracaídas), Lindbergh realizó la proeza
en 33 horas y media, tras lo cual fue aclamado como un héroe en ambas

114
orillas del Atlántico y recibió una medalla de honor del Congreso ame-
ricano. Su avión se llamó “Spirit of St. Louis”, no por sí mismo (había
nacido en Detroit) sino porque un grupo financiero de St. Louis había
respaldado los gastos. La inmediata fama resultó perjudicial a Lind-
bergh. Fue víctima de una exacción por el secuestro de su hijo (1932)
y formuló después algunos pronunciamientos a favor de Alemania
nazi, lo que aniquiló su prestigio.
Antes de Lindbergh se habían hecho por lo menos siete vuelos
transatlánticos, pero con tripulaciones de dos o más personas. Uno de
ellos fue el del avión español Plus Ultra, comandado por Ramón
Franco, entre el puerto de Palos y Buenos Aires (enero-febrero 1926).
La hazaña ocasionó festejos hispanoamericanos y el comandante fue
denominado “el Colón del aire”, porque salió también desde Palos.
Pero la fama de Ramón Franco fue después eclipsada por su hermano
mayor Francisco Franco, que se hizo célebre de otras maneras.
1928 — En la Unión Soviética se tunda la RAPP, sigla que corres-
ponde a la Asociación Rusa de Escritores Proletarios y que supone el
primer intento oficial de encaminar la literatura nacional por determi-
nados cauces sociales y políticos. La nueva institución había tenido
precedentes menos rígidos. En 1917, el mismo año de la Revolución,
se había iniciado el Proletkult, que promovía creaciones artísticas de
todo tipo y combatía toda orientación burguesa. Finalmente el Pro-
letkult fue resistido como ineficaz por el propio Lenin y terminó abo-
lido en 1923. Pero fue prontamente sustituido por otro grupo llamado
En Guardia, que editó una revista con ese mismo nombre. De allí sur-
gió la RAPP, que en 1929 se adueñó de la escena literaria soviética. En
1928 Stalin había lanzado su primer Plan Quinquenal, destinado a in-
dustrializar el país y a instituir un régimen de granjas colectivas, lo cual
tuvo un enorme costo político, provocó la rebelión de los kulaks (cam-
pesinos) y llevó a arrestos y a ejecuciones hasta la alucinante cifra de
diez millones de personas. En el sector cultural, la RAPP procuró apo-
yar esa línea política de Stalin, con la notable orden de que el Plan
Quinquenal debía ser el único tema de la literatura soviética inmediata.
Así Boris Pilniak, Mijail Shólojov, Aleksandr Avdeienko, Valentín

115
Katáiev y otros escritores fueron enviados como testigos a diversas re-
giones del país para encontrar su tema en las fábricas, los puentes, las
líneas ferroviarias y las granjas colectivas.
Aunque la difusión de la gesta nacional pudiera ser una finalidad
legítima, Stalin y la RAPP la enturbiaron con la prohibíción autoritaria
de todo aquello que se apartara de la línea. Diversos visitantes a la
URSS testimoniaron después que allí se suprimía o recortaba la obra
de artistas y escritores extranjeros (desde Wagner hasta Pirandello),
mientras se eliminaba en los nacionales toda posible separación de la
línea pre-establecida. En libros de cine han quedado constancias de que
durante 1928-1932 se produjeron varios ataques crueles contra direc-
tores como Eisenstein, Pudovkin, Dovzhenko y Dziga Vertov. En el
mundo literario se prohibió totalmente la obra de Evguieni Zamiatin
(quien finalmente consiguió el exilio y murió en París, 1937) y se cri-
ticó severamente a Vladimir Maiakovski, que había tenido un gran
prestigio como poeta lírico pero cayó luego en desgracia ante sus cole-
gas. Es probable que esos conflictos hayan influido en su suicidio en
Moscú (1930).
La RAPP fue disuelta en 1932, cuando se fundó la más amplia
Unión de Escritores Soviéticos, que absorbía a las organizaciones pre-
existentes. Eso no eliminó el dirigismo anterior. Fue también en 1932
que la doctrina estética obligatoria pasó a ser la del “realismo socia-
lista”. En la expresión del crítico e historiador Robert V. Daniels, la
vida cultural soviética se mantuvo esencialmente como “restrictiva en
su forma, conservadora en su sustancia, revolucionaria en sus etique-
tas”.
1929 — El colapso de la Bolsa y de todo el mundo financiero nor-
teamericano puso un repentino punto final a una década de singular
prosperidad. Esta había sido marcada por el enorme progreso industrial
y comercial de Estados Unidos desde el fin de la Primera Guerra Mun-
dial (1918). La fabricación y venta de todo tipo de mercancías y servi-
cios (electricidad, acero, automóviles, radios, alimentos, grandes tien-
das), más la creencia en el progreso y el confort, condujeron a un
enorme optimismo colectivo, a miles o millones de pequeños inversio-

116
nistas que dedicaron sus ahorros y sueldos a la especulación, y en con-
secuencia a un aumento casi continuo en las cotizaciones. Pese a diver-
sos altibajos, la situación general del período 1919-1928 quedó gráfi-
camente expresada por su culminación en los últimos meses. Un
cómputo de trece acciones importantes del mercado local (incluyendo
ATT, Anaconda, General Electric, General Motors, U.S. Steel, Wes-
tinghouse, Woolworth) revelaba que entre marzo 1928 y setiembre
1929 sus promedios se habían multiplicado por 2.5, creando repentinos
millonarios en todo el país.
Pero a partir de allí se produjo la más formidable caída de la histo-
ria. El 24 de octubre de 1929, y en sólo dos horas de actividad, casi
todas esas acciones bajaron radicalmente. El presidente Hoover pro-
curó tranquilizar al país, opinando en una declaración oficial que “el
negocio fundamental de este país, o sea la producción y distribución de
mercancías, tiene una base sana y próspera”. Pero muchos no le creye-
ron. El martes 29 de octubre (luego llamado Martes Negro por los his-
toriadores) la Bolsa batió todo record previo, con 16.410.030 transac-
ciones, caracterizadas por un empuje vendedor nunca conocido y por
el consiguiente descenso promedial de cuarenta puntos en las cincuenta
acciones más importantes del país, según el cómputo publicado enton-
ces por el New York Times. Las consecuencias de esa caída fueron in-
mediatas para otros mercados de Estados Unidos y del exterior, reper-
cutiendo en todo tipo de actividades. Muchos bancos cerraron, muchos
financieros se tiraron por la ventana, muchos pequeños inversionistas
quedaron en la ruina total, muchos empleados, obreros y agricultores
quedaron sin trabajo y atrapados por deudas impagables. Las causas
fueron exploradas después y se sintetizaban en un exceso de optimismo
sobre una economía apoyada en especulación y en el papel más que en
gemirnos valores de producción, venta y funcionamiento. Las conse-
cuencias se resumieron en la peor crisis interna de la historia norteame-
ricana, que se prolongó con variantes durante la década inmediata.
1931 — Con la prisión y condena del gángster Al Capone, los nor-
teamericanos se alivian de uno de los más peligrosos delincuentes del
país. Fue elocuente, sin embargo, que sólo se le pudiera acusar por
“evasión de impuestos”, lo que sugiere la dificultad de probarle los

117
asesinatos y numerosos delitos que había ordenado en los seis años
previos. Aun así, esa condena a once años de cárcel y a multas por
ochenta mil dólares fue una de las más severas que se hubieran aplicado
a un infractor en materia impositiva.
El claro origen de Capone fue la Ley Volstead o Ley Seca, vigente
en Estados Unidos desde enero 1920, como forma de corregir el al-
coholismo y sus derivaciones. La ley prohibía la fabricación, trans-
porte, venta y consumo de bebidas alcohólicas, pero resultó muy difícil
aplicarla en la práctica. Así Johnny Tomo y otros delincuentes organi-
zaron un enorme comercio clandestino del alcohol, desde el contra-
bando y la destilería oculta hasta la “protección” remunerada de los
muchos puestos de venta que se disimulaban en clubes sociales y en
tiendas. En 1925 Torno designó como lugarteniente al joven napolitano
Al Capone, 26 años, para comandar el inmenso personal necesario. En
los seis años siguientes Capone construyó un genuino imperio del de-
lito, parte del cual era la lucha contra bandas rivales, por el dominio de
alguna zona de operaciones. Las consiguientes hostilidades nutrieron
una época de Chicago, no sólo por su crueldad sino también por su
inventiva. La gran banda adversaria era la del irlandés Dion O'Banión,
que disimulaba su verdadero negocio con una floristería. Tres hombres
de Capone visitaron una mañana a O’Banion, uno de ellos le dio la
mano y así lo retuvo mientras sus compañeros lo acribillaban. En fe-
brero 1929 siete hombres de la banda de Bugs Moran esperaban en un
garaje la llegada de un cargamento clandestino, cuando aparecieron
tres policías de uniforme y dos hombres de traje civil. Ordenaron que
los siete se pusieran contra una pared, a lo cual éstos accedieron, sa-
biendo que la policía no encontraría allí nada de alcohol. Los siete fue-
ron ametrallados por los cinco hombres de Capone, en una operación
luego conocida como Masacre de San Valentín. Su toque final fue que
los tres policías se retiraron serenamente del garaje llevando por de-
lante a los dos hombres de civil, fingiendo así que arrestaba a los cul-
pables del tiroteo.
Capone había construido un imperio que se extendió de Chicago a
otras ciudades, y desde el alcohol a la prostitución y el juego clandes-
tino, sin olvidar el adecuado soborno a policías y jueces. Sus ingresos

118
brutos fueron calculados en un millón de dólares por día. Aunque llegó
a estar preso durante un año (por posesión de arma de fuego), sus ope-
raciones fueron un record del ingenio y el disimulo, haciendo práctica-
mente imposible la acusación fiscal. Pero la condena por evasión im-
positiva liquidó su poderío. Salió de la cárcel ya vencido por el pro-
greso de una sífilis y murió en 1947.
1932 — Con el Primer Festival Cinematográfico en Venecia se
inaugura una práctica internacional que en la posguerra se prolongaría
a los festivales de Carmes (desde 1946), Punta del Este (1951), Berlín
(1956), San Sebastián (1957), Mar del Plata (1959), así como a Moscú,
Karlovy-Vary, Locarno, Biarritz y otras localidades. Su doble idea fue
promover sitios turísticos y aumentar el intercambio de películas y re-
laciones sociales entre personalidades del cine y de los gobiernos. En
el primer festival de Venecia los premios mayores recayeron sobre las
películas A nous la liberté (René Clair, Francia), El pecado de Madelon
Claudet (Edward Selwyn, EE.UU), Muchachas de Uniforme (Leontine
Sagan, Alemania), Dr. Jekyll and Mr. Hyde o El hombre y el monstruo
(Rouben Mamoulian, EE.UU.). Asimismo fueron premiados el actor
Fredric March, la actriz Helen Ha- yes y el director soviético Nikolai
Ekk (por El camino hacia la vida). Esas distinciones no surgieron de
un jurado sino de una votación entre las personalidades asistentes, pero
la designación de un jurado especial fue después práctica constante de
los festivales.
1932 — Un niño de veinte meses, llamado Charles A. Lindbergh
Jr., es secuestrado en la casa familiar de Hopewell, New Jersey, por
alguien que subió hasta su ventana por una escalera luego encontrada
en el jardín. El padre del niño era el famoso aviador del vuelo solitario
sobre el Atlántico, en 1927. Una semana después, el Dr. J. F. Condon
se ofreció como voluntario para ser intermediario entre la familia y los
secuestradores. Eso condujo al pago de cincuenta mil dólares, en un
cementerio oscuro, con la promesa de que el niño sería encontrado en
un bote. El dato resultó falso. Seis meses después del secuestro, se en-
contró el cadáver del niño a nueve kilómetros de la casa. Pasaron
treinta meses desde el episodio inicial y entonces fue detenido Bruno

119
Richard Hauptmann, un alemán inmigrante. Se le encontraron billetes
con la numeración previamente registrada, había coincidencias de su
letra y ortografía con una nota relativa al secuestro, no tenía medios de
vida pero había gastado y depositado un dinero al que no dio explica-
ción. La escalera encontrada en el jardín de los Lindbergh coincidía en
diseño, marcas y recortes de madera con un entrepiso de la casa de
Hauptmann, que además era carpintero de profesión. Todas esas prue-
bas fueron después impugnadas por diversos investigadores, pero en su
momento sirvieron para condenar y ejecutar a Hauptmann (abril 1936),
pese a sus protestas de inocencia.
1938 — Francia termina la construcción de la Línea Maginot, una
cadena de fortificaciones en su frontera oriental, que estaría destinada
a impedir una posible invasión militar alemana. El nombre responde a
la iniciativa de André Maginot (1877-1932), un diputado francés que
llegó a ser subsecretario de Defensa hacia 1913. Cuando comenzó la
guerra un año después, Maginot insistió en revistar como simple sol-
dado, lo cual le dejó inválido para el resto de su vida. En 1915 volvió
a la política y ocupó sucesivamente varios ministerios. La experiencia
bélica le llevó a la prolongada convicción de que Francia debía forjar
una línea de resistencia en la frontera franco-alemana para detener todo
futuro ataque. En 1929 se inició así la construcción de la Línea Magi-
not, que abarcaba desde la frontera franco-suiza en el sur hasta el co-
mienzo de la frontera franco-belga en el norte, en una extensión de 314
kilómetros, con un costo calculado en los cuatrocientos millones de
dólares. Las fortalezas tenían profundas instalaciones subterráneas y
varias conexiones entre sí. Pero terminaron por ser inútiles. Como la
Línea Maginot no cubría la frontera entre Francia y Bélgica, el ataque
alemán de 1940 se desarrolló sobre una distinta estrategia, invadiendo
primero a Holanda y Bélgica, después a Francia, en una operación ful-
minante que fue llamada Blitzkrieg o Guerra Relámpago. La temprana
muerte de Maginot (1932) le impidió enterarse del gran fracaso de sus
ideas.
Paradójicamente, los alemanes tuvieron mayor éxito con su Línea
Sigfrido, construida sobre su propia frontera con Francia, en un eco
evidente de la idea de Maginot. Cuando los ejércitos aliados terminaron

120
por rescatar el territorio francés y avanzar sobre el alemán (1944-
1945), la Línea Sigfrido hizo más lenta y costosa su tarea, que debió
realizarse sobre un extenso frente de batalla. En uno y otro caso, las
fortificaciones terrestres respondieron a una concepción bélica medie-
val, rápidamente superada después por los ataques aéreos y por los mi-
siles de larga distancia.
1938 — El ingeniero argentino Juan Baigorri Velar descubre y
aplica un método para hacer llover, que tendría enorme utilidad para
regiones afectadas por la sequía. Había trabajado en esa idea durante
algunos años y aseguró haberla practicado, en escala reducida, desde
su casa en Villa Luro. En 1938 lo anunció públicamente y obtuvo ade-
más el apoyo de una empresa ferroviaria privada. Entre comentarios
escépticos y toda clase de bromas, Baigorri prometió lluvias inmedia-
tas en Santiago del Estero, que había soportado tres años de sequía.
Efectivamente llovió allí, con lo que Baigorri fue aclamado. Frente a
numerosas preguntas, Baigorri se negó a revelar el secreto de su mé-
todo. Falleció en 1972 sin comunicarlo. En una nota periodística pos-
terior (La Nación, 22.3.87) se subraya que Baigorri nunca quiso lucrar
con el método para hacer llover. También se le atribuyen otros aciertos
en la materia, con lluvias pronosticadas y cumplidas en la laguna Epe-
cuén (provincia de Buenos Aires) y en Caucete (San Juan).
1943 — En Argentina se otorga la patente al invento del bolígrafo,
que inicialmente se llamó Birome, porque su creador fue el húngaro
Laszlo Biro, que estaba en el exilio y que era asimismo “hipnotizador,
escultor y periodista”, según lo señala una biografía. En 1938 y en Bu-
dapest, mientras visitaba una gran imprenta, Biro advirtió que existía
una tinta de secado rápido. Consiguió combinarla con un lápiz común,
creando un utensilio práctico y barato. El nazismo y la guerra empuja-
ron a Biro hasta París y después a Buenos Aires, donde llegó en 1940.
Perfeccionó el invento y lo patentó el 10 de junio de 1943, una semana
después de un golpe de Estado que daría surgimiento al peronismo. El
invento fue llevado en 1944 a Inglaterra, donde se inició una fabrica-
ción en gran escala. En 1945 el bolígrafo o birome era ya producido en

121
Buenos Aires por la firma Eterpen, pero Biro omitió patentar su crea-
ción en Estados Unidos (presumiblemente por la situación bélica), con
lo cual perdió una fortuna. En octubre 1945 las tiendas Gimbel's de
Nueva York vendieron miles de bolígrafos por día, a un precio que
inicialmente fue de doce dólares. El éxito del bolígrafo desplazó a la
lapicera fuente, por sus ventajas de precio y porque reducía los riesgos
de tinta derramada en la ropa. El destino de Laszlo Biro fue incierto y
sus biografías sólo aportan la fecha de nacimiento, que fue 1900, sin
noticia posterior a su invento.
1946 — Ocho jueces de superior nivel, representando a los más al-
tos niveles de la autoridad judicial de Estados Unidos, Gran Bretaña,
Francia y la Unión Soviética, pronunciaron con fecha octubre l9 su fa-
llo contra 22 jerarcas nazis, procesados por diversos crímenes antes y
durante la Segunda Guerra Mundial. El resumen final de ese fallo, al
cabo de un año de proceso, fue:
—Condenados a la horca: Martin Bormann, Hans Frank, Wilhelm
Frick, Hermann Goering, Alfred Jodl, Ernest Kaltenbrunner, Wilhelm
Keitel, Joachim von Ribbentropp, Alfred Rosenberg, Fritz Sauckel,
Arthur Seyss-Inquart, Julius Streicher,
—A cadena perpetua: Walther Funk, Rudolf Hess, Erich Raeder,
—A veinte años de prisión: Baldur von Schirach, Albert Speer,
—A quince años de prisión: Constantin von Neurath,
—A diez años de prisión: Karl Doenitz;
—Absueltos: Hans Fritzsche, Franz von Papen, Hjalmar Schacht.
Las ejecuciones se cumplieron efectivamente en octubre 16. Pero la
lista exige tres observaciones:
—Goering se libró de la horca, suicidándose en octubre 15 con una
cápsula de cianuro que había conseguido ocultar.
—Bormann fue juzgado “in absentia”, porque no se le había conse-
guido apresar hasta el momento del proceso. Datos posteriores indican
que pudo haber muerto previamente en Berlín (abril o mayo 1945),
pero nunca se encontró su cadáver ni otra prueba fehaciente al respecto;
—Raeder no llegó a cumplir su cadena perpetua. Fue liberado en
1955, debido a su mala salud, y falleció en 1960.

122
Algunas cuentas políticas de la guerra habían sido ya ajustadas an-
tes de Núremberg. En Berlín (abril 1945), Adolf Hitler y Josef Goeb-
bels se habían suicidado con sus familias, frente a la evidente derrota
de los ejércitos alemanes. En Italia (también abril 1945), Benito Mus-
solini fue capturado y ejecutado por guerrilleros. Su yerno Galeazzo
Ciano, que fuera prominente ministro del fascismo durante más de una
década, terminó por volcarse contra Mussolini en la crisis de la derrota
(1943) y así llegó a ser ejecutado por grupos fascistas en enero 1944.
Otros jerarcas nazis consiguieron fugar, eludiendo los juicios en
Núremberg, lo cual provocó ajustes posteriores:
—Adolf Eichmann llegó a vivir en Argentina, fue hábilmente se-
cuestrado por comandos israelíes (1960), fue juzgado públicamente en
Israel y terminó ejecutado en 1962.
—Josef Mengele consiguió fugar, se refugió en Paraguay y Brasil,
falleció aparentemente en 1979. La identificación de su presunto cadá-
ver fue hecha en 1985.
—Klaus Barbie también fugó, recibió protección norteamericana,
se refugió en Bolivia y allí fue localizado por el matrimonio Serge y
Beate Klarsfeld, dos “cazadores de nazis” que terminaron victoriosa-
mente una difícil tarea. Después que Bolivia concedió la extradición a
Francia (1983), Barbie fue retenido en prisión a la espera de un juicio
que comenzó tardíamente en 1987.
—Karl Linnas, que habría sido jefe de un campo de concentración
en Estonia durante la guerra, se refugió en Estados Unidos, pero eñ
1987 terminó deportado a la URSS, que lo había reclamado.
—John Demjanjuk, presunto jefe de otro campo de concentración
en Treblinka, estaba oculto en Estados Unidos, hasta que se concedió
la extradición a Israel, que en 1987 comenzó su juicio.
Entre todos esos juicios tardíos se destaca la situación de Kurt
Waldheim, un político austríaco cuyo presunto pasado nazi fue publi-
citado por sus opositores cuando se presentó como candidato a la pre-
sidencia de su país. Triunfó en las elecciones y se convirtió efectiva-
mente en el presidente de Austria (1986). Pero las pruebas sobre su
pasado nazi deben haber sido muy poderosas, porque a comienzos de
1987 el gobierno norteamericano anunció que, dados sus antecedentes,

123
se prohibiría el eventual ingreso del ciudadano privado Waldheim a
Estados Unidos. Esta fue una medida insólita y grave, considerando
que hasta ese momento existían relaciones diplomáticas normales entre
Estados Unidos y Austria. Fue también una medida paradójica, porque
Waldheim había sido Secretario General de las Naciones Unidas
(1972-1981), sin que se publicitara su pasado. Durante una década re-
sidió así en Nueva York, sin mayor objeción del gobierno norteameri-
cano.
Entre los jerarcas sobrevivientes a la Segunda Guerra Mundial exis-
tieron otros dos casos notables. Uno fue el general Pietro Badoglio,
prominente figura del fascismo italiano, designado por Mussolini como
virrey de Etiopía (1936).
Al aproximarse la crisis política de la derrota italiana, Badoglio se
hizo cargo del gobierno (1943) y negoció el armisticio con los Aliados,
lo cual le permitió perdurar como militar retirado hasta su muerte en
1956. Y perduró Alfried Krupp, último heredero de una gigantesca em-
presa de armamentos que tenía ya cuatro siglos de existencia y que ha-
bía financiado al nazismo desde 1933. La empresa Krupp aprovechó
después las ventajas de esa postura política, utilizando a los internados
en campos de concentración, durante 1938-1945, como mano de obra
barata para sus muchas fábricas. En 1946 Alfried Krupp fue así conde-
nado a doce años de prisión y a la confiscación de toda su fortuna. Pero
en 1950 el gobierno norteamericano le concedió la amnistía y la resti-
tución de sus bienes, lo cual fue entendido por muchos (comenzando
por los soviéticos) como la mayor colaboración posible de Estados
Unidos con el nazismo antes derrotado. En los años siguientes Alfried
Krupp restableció su imperio. Murió en 1967, a los sesenta años de
edad.
1946 — El primer gobierno constitucional peronista obtiene una cé-
lebre victoria contra un escritor pobre, tímido y casi ciego, al designar
a Jorge Luis Borges como “inspector de gallinas y conejos” en un mer-
cado municipal de Buenos Aires. En ese momento Borges era un escri-
tor reconocido en minorías locales, que en los veinte años previos había
publicado Inquisiciones, Cuaderno San Martín, El idioma de los ar-
gentinos, Discusión, Historia universal de la infamia, Historia de la

124
eternidad y El jardín de senderos que se bifurcan, entre otros libros.
Pero no podía vivir de su pluma, con lo cual conservaba un empleo
humilde de auxiliar en la biblioteca municipal Miguel Cané, y estaba
sometido por tanto a los traslados y ascensos que resolvieran sus supe-
riores. Por otro lado, Perón se había impuesto como figura política lo-
cal (octubre 1945) y de inmediato como presidente (elecciones de fe-
brero 1946). Tanto Borges como otros intelectuales y buena parte de la
“clase alta” argentina veían con recelo esos hechos políticos, desde el
golpe militar contra el gobierno anterior (junio 1943) a las tendencias
que impugnaban como nacionalistas y fascistas en los mandatarios in-
mediatos y particularmente en Perón. Un síntoma claro de esa oposi-
ción era que Borges, sus familiares y sus amigos optaron claramente
por la causa de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial, mientras
Argentina mantuvo una neutralidad que muchos juzgaron pronazi. Ter-
minada la guerra en 1945, Borges era así un candidato a la represalia
oficial, que en el caso se tramitó por vía burocrática, con un aparente
ascenso a inspector de gallinas y conejos. Años después, Borges narró
en reportajes y notas autobiográficas que ésa fue la explicación pro-
nunciada por un jerarca municipal (“Usted estaba del lado de los Alia-
dos. ¿Qué esperaba?”).
Borges renunció de inmediato a su puesto municipal y poco después
la revista literaria SUR publicó una edición titulada “Desagravio a Bor-
ges”, con muchos artículos de escritores nacionales y extranjeros. En
setiembre 1948 la policía detuvo a varias señoras que manifestaban en
la calle Florida, pidiendo “libertad” y repartiendo folletos opositores.
Entre ellas, Leonor Acevedo de Borges (72 años, madre del escritor)
fue sometida a arresto domiciliario. Pero Norah Borges (47, su her-
mana) pasó a la cárcel, donde quedó alojada con sus compañeras de
manifestación y varias prostitutas. En 1987 se realizó en Buenos Aires
la XIII Feria del Libro, planificada como expreso homenaje a Borges.
Concurrieron miles de peronistas, pero ningún folleto distribuido al pú-
blico mencionó siquiera esos episodios de cuarenta años antes.
1948 — El ingeniero Peter Goldmark y un equipo de la Columbia
Broadcasting System lanzan el sistema LP (Long Play) para los discos,

125
revolucionando la industria de la música. Hasta ese momento los equi-
pos se apoyaban en discos de 78 revoluciones por minuto, pero Gold-
mark triunfó con experimentos de microsurco, púa más fina y menor
velocidad, creando un nuevo disco de 33 revoluciones por minuto. De
hecho, eso multiplicaba por seis la cantidad de tiempo musical grabado
en un disco del tamaño anterior. Con el sistema LP se consiguió la gra-
bación continua de obras largas (sinfonías y conciertos), el acopla-
miento de varias obras cortas, la consiguiente reducción del espacio
necesario para las discotecas. Eso favoreció la formación de más co-
lecciones particulares y en última instancia multiplicó la cultura musi-
cal, así como también la incultura musical.
Goldmark era húngaro, había ingresado a la CBS en 1936 y llegó a
inventar (antes y después del LP) un sistema distinto para la TV en
color, un método para enviar fotografías desde las naves espaciales,
otro método para el registro de imagen en la video-cassette. Aunque el
desarrollo del LP suponía para la industria fonográfica americana una
venta anual de dos mil millones de dólares, Goldmark no percibió re-
galías ni porcentajes. En cambio fue nombrado vicepresidente de la
CBS (1950) y recibió un ejemplar gratuito de todo LP editado por la
empresa, lo cual debió derivar necesariamente a comprarse una casa
quinta en las afueras de Nueva York. En 1977 el presidente Cárter
otorgó a Goldmark una medalla de honor por sus contribuciones cien-
tíficas en materia de comunicación. Dos semanas después Goldmark
falleció.
1948 — La política del apartheid comienza oficialmente en Sud
Africa, cuando asciende al poder el partido nacionalista Afrikaner, con
Daniel F. Malan como primer ministro, puesto que conservó hasta
1954. La segregación racial existió en Sud Africa durante cuatro siglos,
desde el comienzo de la colonización por militares, industriales, co-
merciantes y políticos europeos. Pero lo que hasta entonces era un con-
junto de disposiciones muy variadas pasó a tener una organización y
un status legal con el gobierno de Malan, sus seguidores y los sucesivos
gobiernos de las cuatro décadas siguientes. En sustancia, el apartheid
separa la población “no-blanca” en distintas categorías, restringiendo
su actividad civil, sus relaciones familiares, su vivienda, su trabajo, sus

126
movimientos dentro del país. Según estadísticas de 1985, la población
total de Sud Africa llegaba a 27.424.000 personas, con una minoría
blanca y gobernante que sólo representa al 18 o 19 por ciento, pero que
posee la mayor parte de la riqueza y del poder. En esos términos, el
apartheid sudafricano fue reiteradamente objetado por los gobiernos
de otros países y por numerosas organizaciones de todo orden, que in-
vocaron motivaciones humanitarias para interrumpir o moderar las le-
yes y prácticas opresivas de esa minoría blanca. El resultado fue que
en 1961-1962 Sud Africa se apartó del British Commonwealth (Comu-
nidad Británica de Naciones) y de las Naciones Unidas, organismo que
reiteradamente condenó al apartheid. Desde el extranjero se adoptaron
diversas medidas de presión contra el gobierno de Sud Africa (como el
boycott parcial en actividades bancarias o deportivas), pero la riqueza
mineral e industrial del país ha permitido que la minoría blanca man-
tenga vigente al apartheid y supere reiteradamente los diversos movi-
mientos internos de protesta y rebelión.
1949 — La Organización del Tratado para el Atlántico Norte
(OTAN, también conocida como NATO por sus iniciales en inglés) es
fundada por los gobiernos de Estados Unidos, Canadá, Islandia, Bél-
gica, Dinamarca, Francia, Grecia, Italia, Luxemburgo, Países Bajos,
Noruega, Portugal, Turquía y Gran Bretaña. A ellos se agregó Alema-
nia Occidental en 1955. El objetivo de la OTAN era presentar un frente
militar unido ante la amenaza del expansionismo soviético, que había
parecido alarmante desde el fin de la guerra mundial (1945). El territo-
rio cubierto por el acuerdo cubría la parte norte del continente ameri-
cano, toda Europa occidental, el Mar Mediterráneo y el norte del
Océano Atlántico. El artículo V del convenio fija que el ataque contra
cualquiera de los países firmantes será entendido como un motivo para
la defensa conjunta de todos ellos.
La réplica soviética a la OTAN fue la Organización del Trata- do
de Varsovia, también llamada del Pacto de Varsovia. Ese acuerdo fue
firmado en mayo 1955 por la URSS con los gobiernos de Albania (que
luego se retiró), Bulgaria, Checoslovaquia, Alemania Oriental, Hun-
gría, Polonia y Rumania. De hecho, la OTAN y el Pacto de Varsovia
suponían prolongaciones de la guerra fría, en un caso autorizando la

127
presencia de tropas norteamericanas en países europeos occidentales y
en el otro la de tropas soviéticas en los así llamados territorios “satéli-
tes” de la zona oriental. La OTAN no tuvo ocasión de intervenir mili-
tarmente en Europa, pero en cambio la Unión Soviética debió hacerlo
dos veces en 1956, por agitaciones políticas en Hungría y en Polonia
que habrían comprometido la posición soviética. El caso se reiteró en
Checoslovaquia (agosto 1968) cuando el gobierno de Alexander Dub-
cek adoptó ciertas medidas internas de “liberalización”, procurando lo
que se llamó “un socialismo con rostro humano”. La postura Dubcek
fue objetada por los gobernantes de los otros países de Europa oriental,
y en el caso se llegó a la intervención militar de las “tropas del Pacto
de Varsovia”, liquidando de hecho la situación. Poco después Dubcek
perdió su jerarquía política.
El caso checo fue vivamente recordado en 1986-1987, cuando Gor-
bachov anunció un conjunto de medidas de “liberalización” en la pro-
pia Unión Soviética. El humorismo callejero checoslovaco siempre
tuvo a la URSS como blanco preferido, así que en 1986 comenzó a
circular el dato de que las tropas del Pacto de Varsovia estaban a punto
de atacar Moscú, para terminar con la amenaza anticomunista que re-
presentaba el nuevo régimen liberal. A esa misma idea perteneció otro
chiste de dos líneas:
—¿Qué diferencia hay entre Dubcek y Gorbachov?
—Ninguna, pero Gorbachov todavía no lo sabe.
1951 — La destitución del general Douglas MacArthur por el pre-
sidente Truman fue la medida más grave que se haya adoptado contra
un militar norteamericano de su jerarquía. El general había tenido una
impresionante foja de servicios, ya desde la Primera Guerra Mundial.
Durante la Segunda Guerra Mundial fue comandante supremo de las
fuerzas aliadas en el Océano Pacífico. En la posguerra dirigió la ocu-
pación de Japón durante cinco años, procurando aniquilar el milita-
rismo y restaurar la economía. Al producirse la guerra de Corea (1950)
MacArthur fue nuevamente elegido como comandante supremo de las
fuerzas militares, por cuenta de las Naciones Unidas, para defender a
Corea del Sur contra Corea del Norte. Su aparente propósito era sin
embargo llevar a su ejército hasta una victoria más amplia, contra las

128
tropas chinas que intervinieron a favor de Corea del Norte. La orden
del presidente Truman era, por lo contrario, una “guerra limitada”, a
fin de no arriesgar un conflicto mayor con China. Así Truman entendió
que la actitud de MacArthur configuraba una insubordinación y lo des-
tituyó. En los trece años siguientes MacArthur se dedicó mayormente
a la vida privada, con una ocasional y secundaria participación política
en el Partido Republicano.
1957 — La Unión Soviética obtiene en octubre un importante éxito
científico al colocar en órbita el Sputnik I, primer satélite artificial de
la Tierra. El Sputnik era una cápsula de 84 kilos de peso, que daba una
vuelta completa al planeta cada 96 minutos, a una distancia que osci-
laba entre los 231 y los 942 kilómetros, trazando una elipse. Se man-
tuvo en órbita hasta 1958 y luego se desintegró. Pero treinta días des-
pués del lanzamiento los soviéticos ya habían colocado en órbita al
Sputnik II, tripulado por la perra Laika, lo cual sirvió para avanzar en
el conocimiento de cómo se podrían comportar los organismos vivos
en un viaje espacial. El tercer satélite fue el Explorer I, enviado por los
norteamericanos en enero 1958. Tras diversos experimentos, corres-
pondió a los soviéticos el primer viaje espacial tripulado, con el
vehículo Vostok I, a cargo del astronauta Iuri A. Gagarin (abril 1961).
Esto fue emulado por los norteamericanos con el Freedom 7, que tri-
puló Alan B. Shepard (mayo 1961). También correspondió a los norte-
americanos el primer descenso del hombre en la Luna (julio 1969), con
el vehículo Apolo 11.
1959 — La policía de Los Angeles obtiene un primer éxito con el
sistema Identikit, deteniendo al asaltante de una tienda de bebidas. El
procedimiento había sido iniciado en la posguerra, y también en Los
Angeles, mediante un minucioso trabajo sobre cerca de cincuenta mil
fotografías, que eran desarticuladas para mostrar diversos tipos de na-
riz, mandíbulas, ojos, labios, peinados, bigotes, anteojos, arrugas, lu-
nares y otros rasgos. A partir de allí, la descripción verbal hecha por
una víctima o un testigo serviría para intentar la reconstrucción del ros-
tro de un delincuente. El sistema llegó a ser usado después por la poli-
cía de todo el mundo, presumiblemente con el apoyo de los archivos

129
de fotos para cédulas de identidad y otros documentos. A pesar de ello,
la palabra Identikit no fue recogida por el formidable diccionario Web-
ster's, donde en cambio está la palabra japonesa harakiri, que designa
a una tarea minoritaria y carente de todo futuro.
I960 — La firma farmacéutica G. D. Searle (de Skokie, Illinois,
EE.UU.) pone en venta las primeras píldoras anticonceptivas, cuya
marca era Enovid 10, y cuyo efecto es restringir la ovulación en la mu-
jer. El invento procedió de una década de experimentaciones por el Dr.
Gregory Pincus, quien se había propuesto obtener un producto que no
fuera dañino y que al mismo tiempo resultara “enteramente confiable,
simple, práctico, universalmente aplicable y estéticamente satisfactorio
para marido y mujer”. Los ensayos abarcaron cuatro años (1950-1954)
y llegaron a un resultado satisfactorio en 1955. Al año siguiente se hizo
un experimento masivo y voluntario con 1.308 mujeres de San Juan
(Puerto Rico), 811 de las cuales ingirieron la píldora entonces conocida
como Conovid y 497 la llamada Uvulen. A los tres años, sólo 830 mu-
jeres permanecían firmes en el grupo experimental y sólo 17 de ellas
quedaron embarazadas. En 1960 la firma Searle lanzó la Enovid 10,
que pronto llegó a todos los mercados mundiales. Desde ese momento
existe la convicción de que la píldora, si es debidamente administrada,
resulta totalmente efectiva y evita el embarazo. A la inversa, cuando
una mujer interrumpe un largo tratamiento con la píldora, será más pro-
pensa que antes al embarazo. Los escépticos y las escépticas sobre am-
bas convicciones han divulgado desde 1960 la máxima de que “el me-
jor anticonceptivo oral es NO”.
1961 — En una reunión realizada en Caracas se funda la OPEC,
sigla que alude (en inglés) a la Organización de Países Exportadores
de Petróleo. Los firmantes representaban a Irak, Kuwait, Irán (ex-Per-
sia), Qatar, Saudi Arabia y Venezuela. Luego se unieron Indonesia y
Libia. Esos y otros países productores se propusieron exigir que las
compañías petroleras mantengan estables sus precios, a fin de no afec-
tar sus propias economías y las de los países consumidores. La enorme
necesidad del petróleo crudo daba a esos países una superioridad natu-

130
ral. Pese a la decisión inicial, los altibajos en el precio del petróleo oca-
sionaron trastornos en la economía mundial. Un caso relevante se pro-
dujo en 1979, cuando la OPEC resolvió abruptamente que elevaría sus
precios en 14.5 por ciento, con repercusiones en todo el mundo. Aun-
que Estados Unidos produce petróleo, también le es necesario impor-
tarlo. A fines de 1979 el presidente Cárter declaraba “intolerable” la
situación, porque el país importaba ya más petróleo que el que produ-
cía.
En la práctica, la jerarquía económica concedida a esa docena de
países de la OPEC es totalmente desproporcionada al nivel de civiliza-
ción y desarrollo que poseen. Un caso extremo es el de Qatar, un emi-
rato árabe situado como península sobre el Golfo Pérsico, y política-
mente independiente desde 1971. En tamaño y en población, Qatar
equivale a una décima parte de la provincia de Buenos Aires, tiene una
población mayormente masculina (66 por ciento), una economía fun-
damentalmente petrolera (85 por ciento de los ingresos) y un alto grado
de analfabetismo (48.9 por ciento entre mayores de diez años). Pero no
sólo no tiene deuda pública, sino que con su voto puede torcer el des-
tino futuro de Francia, Alemania, Italia y la provincia de Buenos Aires.
1967 — El cirujano Christian Barnard realiza en Cape Town, Sud
Africa, el primer trasplante de corazón. Al frente de un equipo de
treinta personas, colocó en el paciente Louis Washkansky el corazón
procedente de una víctima de tránsito. La operación duró seis horas y
fue considerada un enorme logro, que abría nuevas perspectivas a la
cirugía y a la cardiología. A pesar de ello, Washkansky falleció 18 días
después, porque la intervención disminuyó sus sistemas naturales de
inmunidad ante agentes infecciosos.
1969 — El norteamericano Neil A. Armstrong fue el primer hombre
que puso el pie en la Luna, seguido de inmediato por Edwin E. Aldrin,
con quien había compartido un histórico viaje en el vehículo Apolo 11.
Después de su descenso, Armstrong y Aldrin recorrieron la superficie
durante dos horas, recogieron materiales por un peso total de 21.7 ki-
los, dejaron diversos aparatos científicos de utilidad posterior y tam-
bién pusieron una bandera de Estados Unidos. Todas sus operaciones

131
fueron registradas por una cámara de televisión, que trasmitió la hazaña
en vivo y en directo, ante unos presumibles quinientos millones de es-
pectadores terrestres. Parte fundamental de la hazaña fue por tanto el
haber colocado la cámara en su sitio y debidamente enfocada, unos mi-
nutos antes de la llegada de Armstrong, para una primicia periodística
universal.
1979 — La trasmisión por TV de la película Holocausto provoca
en Alemania Federal una modificación de las leyes relativas a crímenes
de guerra. Como lo señala un documentado artículo de Norman Cross-
land (en el Anuario de la Enciclopedia Británica, 1980) el conoci-
miento del pueblo alemán sobre el período nazi era harto insuficiente.
No solamente demasiados niños ignoraban siquiera quién había sido
Hitler, sino que la ignorancia se extendía a sus padres, que en enorme
porcentaje habían nacido después de 1945 y sólo tenían conocimientos
indirectos sobre la guerra. La trasmisión de Holocausto se realizó en
cuatro episodios semanales (enero 1979) y el último de ellos convocó
a un 41 por ciento de la audiencia, lo que equivale a quince millones
de personas. A la trasmisión se agregó en el caso una serie de cuatro
mesas redondas por TV, a cargo de historiadores, psicólogos, escritores
y algunos sobrevivientes de los campos de concentración. Durante la
última semana se registraron más de treinta mil llamadas telefónicas a
los integrantes del panel, con preguntas y opiniones sobre los hechos
de 1940- 1945. La discusión al respecto invadió escuelas, universida-
des y fábricas, mientras padres y abuelos eran cuestionados sobre su
conocimiento y su conducta durante la guerra.
La fecha de prescripción para los crímenes de guerra había sido de-
cidida ya dos veces. En 1965 la ley alemana fijó una fecha límite en
1969, lo que suponía que estarían libres de todo proceso aquellos cri-
minales de guerra que pudieran ser capturados después. Cuando llegó
1969, la fecha fue extendida a 1979. Tras la exhibición de Holocausto
y el consiguiente debate nacional, el Bundestag (Parlamento Federal
alemán) anuló las limitaciones legales, sin fijar nueva fecha límite. La
votación tuvo sin embaído una mayoría muy escasa (255 contra 222).
La división de opiniones sobre el punto fue expresada de otras ma-
neras. En agosto 1979 la televisión puso en pantalla una serie distinta,

132
con el título “Nosotros los alemanes y el Tercer Reich”. Allí se demos-
tró que muchos habitantes del país tenían mejor concepto de Hitler,
porque hizo construir las carreteras, porque solucionó el desempleo,
porque implantó el orden y la limpieza, cuando menos en los años de
preguerra. Según el artículo de Crossland, los grupos neonazis de 1979
sólo tenían unos pocos miles de afiliados, pero en cambio podía llegar
a cien mil ejemplares la tirada del semanario Deutsche National
Zeitung, una publicación de extrema derecha. “Claramente, a mucha
gente le gustaba leer que los horrores de Auschwitz nunca ocurrieron”.
Holocausto fue una serie norteamericana escrita por Gerald Green
y dirigida por Marvin Chomsky, que narraba la vida de dos familias
alemanas durante el período 1935-1945. Fue estrenada en Estados Uni-
dos (abril 1978) con una duración de nueve horas y media. Obtuvo
después seis premios Emmy en el fallo anual de distinciones a las me-
jores labores en televisión.
1987 — Al reseñar un libro titulado Una Enciclopedia de datos inú-
tiles, el erudito Pablo Schwarz (en Brecha, Montevideo, Uruguay, ju-
nio 5) se queja de que el autor utilizó demasiadas fuentes de segunda
mano. El señor Schwarz encontró seis errores en un libro de 260 pági-
nas, que abarcan 104 capítulos diversos y 16 páginas de índices. Con
seis errores el cronista llenó 344 centímetros cuadrados del semanario,
más un dibujo y un título. Entre las informaciones de segunda mano
que el cronista objeta figuran las relativas a la muerte de Julio César.
En el libro había sido escrito que ese emperador romano
“...murió con otros tajos, tras una conspiración muy célebre, y la
leyenda dice que sus últimas palabras habrían sido Et tu Brutus!, al
reconocer con sorpresa a uno de sus asesinos” (p. 164).
El señor Schwarz, que sabe latín, sostiene que Julio César no debió
haber dicho Brutus sino Brute, para no caer en un solecismo en el mo-
mento de su muerte (un solecismo es una falta de sintaxis y suele ser
considerado como menos grave que 23 tajos mortales). A esa tesis el
señor Schwarz (que sabe griego) añade que Julio César no murió que-
jándose en latín sino en griego. Habría dicho “kay sy téknori”. Con ese
dato el señor Schwarz corrige de paso a William Shakespeare, un re-
conocido autor de segunda mano, que en su tragedia histórica Julio

133
César (1599) cometió el imperdonable lapsus de hacer morir al empe-
rador en latín, mientras sus asesinos lo mataban en el inglés de la época.
El punto consagra al señor Schwarz como la única persona del Siglo
Veinte que estaba presente en la muerte de Julio César, en el año 44
a.C., y que puede documentar su última frase en griego sin fiarse de
fuentes de segunda mano. Sin embargo, eso no es tan milagroso como
su buena memoria después de 2.031 (dos mil treinta y un) años.
1987 — En Argentina, y ante la inminencia de nuevos juicios a mi-
litares por la represión de 1976-1983, el Consejo Supremo de las Fuer-
zas Armadas publica un extenso manifiesto, que en una versión abre-
viada ocupa media página en La Nación (marzo 12). Allí sostiene que
una vez iniciada una guerra, el único objetivo válido es ganarla, cua-
lesquiera sean los medios. Esto haría legítimas no solamente la prisión,
la tortura y la ejecución de los detenidos sino el saqueo de sus casas, la
violación de sus mujeres e hijas, el secuestro y ulterior adopción de
niños robados, la reiterada mentira ante pedidos de informes, todo lo
cual había sido probado en los juicios de 1985 a los Comandantes en
Jefe. En apoyo de sus tesis, el Consejo Supremo invoca previsible-
mente la opinión del ensayista alemán Cari von Clausewitz (1780-
1831), que fue militar y escritor especializado en temas militares. Sor-
presivamente, invoca también tesis coincidentes de Mao Tsé-tung (en
la guerra no hay lugar para “escrúpulos estúpidos”) y de V. I. Lenin, a
quien atribuye una frase: “No importa que las tres cuartas partes de la
humanidad se destruyan; lo que importa es que, por fin, el último cuarto
se vuelva comunista”. El Consejo Supremo publicó sus tesis el mismo
día en que se estrenaba en Buenos Aires la película Pelotón (1986),
documento y alegato norteamericano sobre las crueldades norteameri-
canas en la guerra de Vietnam.

134
V

VIDAS TORCIDAS
SPIRO AGNEW (n. 1918) fue un indigno vicepresidente norteame-
ricano, pero en cambio fue un digno vicepresidente de un indigno pre-
sidente llamado Richard Nixon, junto a quien ganó las elecciones de
1968 y 1972. En su carrera política pasó de las filas demócratas a las
republicanas, fue electo gobernador de Baltimore (1967) y se caracte-
rizó por posturas conservadoras, por sus ataques a los opositores y a la
prensa, por el curioso lenguaje de imprecaciones que utilizaba en ellos.
En octubre 1973 fue oficialmente acusado por evasión de impuestos, y
esto llevó después a diversas acusaciones sobre extorsión y soborno en
sus anteriores puestos oficiales, a lo largo de diez arios. El acusador
moralista demostró ser culpable de varias formas de la delincuencia.
En su fallo, el juez señaló que los delitos probados a Agnew mere-
cían una condena mínima de dos a cinco meses de prisión, pero terminó
por condenarlo a una multa de diez mil dólares y a un período de prueba
de tres años, durante el cual habría sido especialmente grave todo otro
delito. En la emergencia, Agnew renunció a la vicepresidencia, cargo
en el que fue sustituido por Gerald Ford. Entretanto, se producía el in-
cidente Watergate, que condujo también a la renuncia de Nixon (agosto
1974), cerrando un capítulo vergonzante que después sería reabierto
por el Irangate (noviembre 1986 y continuaciones).
SVETLANA AULUIEVA (n. 1926) fue hija de Stalin y con el tiempo
comprobó que ésa sería solamente la primera parte de las dificultades
familiares que entorpecieron su vida. El padre juntaba los cariños pre-
visibles con explosiones de mal humor y de intolerancia que también
habían sido documentados por muchos de sus contemporáneos. Su ma-
dre Nadezhda Aliluieva había descubierto que era demasiado difícil ser
la esposa de Stalin, con lo cual se suicidó en 1932. Su hermano Vasili
ascendió en jerarquía dentro del ejército, aparentemente sin otro mérito
propio que el de ser hijo de Stalin. Combatió en la Segunda Guerra
Mundial, entró en un período de depresiones, se convirtió en una al-
cohólica sin remedio y murió joven, presumiblemente tras una cirrosis.
A todo ello habría que agregar que Stalin falleció en 1953, cuando
Svetlana tenía 27 años, y que en 1956 se produjo un gran viraje político
(tras un célebre discurso de Jruschev), con el resultado de que ser hija
de Stalin pasaba a ser un defecto congènito.

136
En 1967 Svetlana era casada, tenía dos hijos (Iosif e Iekaterina),
quería escribir y se sentía muy incómoda en Moscú. Aprovechó un
viaje solitario a Nueva Delhi (India) y allí sorpresivamente pidió asilo
a la embajada de Estados Unidos. Después se supo que su voluntario
exilio había contado con el previo apoyo de altos funcionarios norte-
americanos. Tras llegar a Nueva York, como una de las más famosas
disidentes soviéticas de la historia, Svetlana comenzó una nueva vida.
Publicó un libro autobiográfico, Veinte cartas a un amigo, con material
explosivo sobre la Unión Soviética vista por dentro. En 1970 se casó
con el arquitecto norteamericano William Wesley Peters, con quien
tuvo una hija llamada Olga y de quien se divorció en 1973. Entretanto,
los soviéticos la habían pronunciado como “moralmente inestable” y
le habían quitado en 1969 la ciudadanía. La contrapartida fue que
Svetlana quemó su pasaporte en una pequeña ceremonia, como parte
de sus objeciones a la URSS y a su propio padre (“un monstruo moral
y espiritual”). En 1982 cambió su residencia y pasó a Inglaterra, donde
la BBC estaba preparando una película documental sobre su azarosa
vida, y donde la niña Olga fue colocada en un colegio de Cambridge.
En octubre 1984 Svetlana cambió nuevamente de idea. En Londres
tomó repentinamente un avión de Aeroflot y regresó a Moscú con Olga.
Volvió a pedir la ciudadanía soviética y comenzó a proclamar argu-
mentaciones contra Estados Unidos, donde dijo que en realidad no se
había sentido libre ni un solo día. Su nueva etapa en Moscú fue de in-
mediato una preocupación para su ex-marido Peters, quien dijo afli-
girse por el destino de su hija Olga, norteamericana de nacimiento, en-
tonces con trece años de edad e ignorante total del idioma ruso. Las
declaraciones de Svetlana en 1984 le mostraban afligida por su familia.
Dijo haber vuelto porque extrañaba a sus hijos mayores, Iosif e Iekate-
rina, así como a los nietos que no había conocido. En las circunstancias,
el previsible destino de la niña Olga podría ser una inestabilidad emo-
cional similar a la de sus mayores.
SIR GEORGE DOWNING (1623-1684) tuvo el dudoso honor de ca-
racterizarse por su cambio de bando político, según las conveniencias

137
ocasionales. En esto fue un predecesor de otros políticos y especial-
mente de Joseph Fouché, un francés que se especializó en tales reco-
rridos y pasó a la historia por ellos.
Downing nació en Irlanda, hijo de un abogado puritano, y vivió lar-
gamente en América, graduándose en la Universidad de Harvard.
Cuando volvió a Inglaterra en 1646, allí reinaba Carlos I, pero éste fue
derrocado y luego ejecutado en 1649. En la década siguiente, la tradi-
cional monarquía inglesa fue sustituida por un gobierno republicano
bajo Oliver Cromwell, en un período conocido como el Common-
wealth.
Para comenzar su carrera política, Downing se puso a las órdenes
de Cromwell y cumplió importantes misiones oficiales en Escocia
(1649) y en Francia (1655), terminando como embajador británico en
La Haya (Holanda), con un sueldo considerable. Tras la muerte de Cro-
mwell (1658), Downing cambió de fidelidades y resolvió hacerse mo-
nárquico. Así se inscribió en el bando de Carlos II, que ascendió al
trono en 1660, restaurando la monarquía arrebatada a su padre. En su
nuevo puesto Downing recibió un sueldo en el comité oficial que se
ocupaba del tesoro nacional (1667), iniciando procedimientos adminis-
trativos que luego serían muy elogiados. También fue nuevamente em-
bajador en La Haya, pero algunos extremos de su conducta irritaron a
los holandeses, con lo que Downing huyó a Inglaterra para salvar su
vida. Eso motivó que el rey lo pusiera brevemente en prisión, por aban-
dono indebido de su puesto. Entonces Downing resolvió ser más mo-
nárquico que nunca, a fin de recuperar su posición política. Se hizo
espía del rey. Entre quienes impulsaron la ejecución de Carlos I en
1649, tres personas habían conseguido huir al continente europeo. Una
de ellas era el coronel John Okey, que había dado a Downing un primer
empleo cuando volvió de América. Con la oferta de salvoconductos,
Downing consiguió que Okey y los otros dos exiliados volvieran a In-
glaterra, donde fueron detenidos y luego ejecutados (1662), como tar-
día venganza de Carlos II contra los asesinos de su padre. Las opinio-
nes de Okey sobre la maniobra de Downing no quedaron registradas.
En una nota pretextada por un aniversario (La Razón de Buenos Ai-
res, 2.3.87) se invocan algunas frases de diccionarios biográficos, que

138
definen a Downing como “persona cuya reputación está manchada por
el servilismo, la traición y la avaricia” y también como “un infame,
traicionero, miserable, chantajista y cobarde cambiachaquetas”. Ese
rudo lenguaje hace más difícil comprender que se haya dado el nombre
de Downing a una calle de Londres, en el elegante barrio de Whitehall.
Aparentemente lo estimaban por sus medidas financieras, incluso si
discrepaban con sus vueltas políticas. El dato pasó a ser importante en
1727, cuando Robert Walpole, conde de Oxford, primer ministro del
rey Jorge II, hombre refinado en sus gustos de arquitectura y pintura,
resolvió que la mejor residencia oficial para el gobierno británico sena
una casa en esa calle. Su decisión se mantuvo firme durante más de
250 años. Desde Walpole hasta Churchill, Attlee, Macmillan y That-
cher, todos los primeros ministros británicos han residido personal y
oficialmente en 10 Downing Street.
ALFRED DREYFUS (1859-1935) cometió el doble error de ser ju-
dío y de inscribirse en el ejército francés, que era claramente antise-
mita. La combinación resultó explosiva en 1894, cuando alguien del
Ministerio de Guerra ofreció vender secretos militares a un diplomático
alemán. Las sospechas condujeron a Dreyfus, sin otro fundamento que
la necesidad de encontrar a un culpable. En un prolongado episodio de
documentos fraguados y de acusaciones irresponsables, Dreyfus fue
rápidamente degradado y después conducido a la célebre Isla del Dia-
blo, en la Guayana francesa. El caso dividió a la sociedad de la época.
Contra Dreyfus se manifestó interesadamente el Ejército, no sólo en el
proceso inicial sino en una revisión de 1899, cuando se probó que uno
de los documentos acusatorios era fraguado. También estuvo contra
Dreyfus el sector más poderoso, conservador y aristocrático de la so-
ciedad francesa, en parte por antisemitismo, en parte por la defensa
nacionalista del honor militar. La defensa de Dreyfus contó en cambio
con el sector intelectual e ilustrado de la época, incluyendo allí al es-
critor Marcel Proust, al político Georges Clémenceau y destacada-
mente al novelista Emile Zola, cuyo manifiesto J'accusetue publicado
en L‘Aurore (enero 1898) y significó una clara condena de los proce-
dimientos seguidos por el Ejército y el gobierno en el caso. Finalmente
se produjo un tercer juicio, la anulación de lo actuado (1906), la vuelta

139
de Dreyfus al ejército, su promoción a comandante y hasta su conde-
coración especial con la Legión de Honor.
Dreyfus se retiró a las reservas, pero fue llamado a combatir en la
Primera Guerra Mundial (1914), donde alcanzó a comandar una co-
lumna, con el grado de teniente coronel. Sobrevivió al trance y quedó
después en la más completa oscuridad, hasta su muerte natural en 1935.
Sus doce años de fama involuntaria serían citados más tarde por los
textos históricos, porque la oposición Ejército-Dreyfus fue el antece-
dente de lo que en la década de 1930 sería rotulado como Fascismo y
Antifascismo.
El caso Dreyfus fue llevado al cine cuatro veces, Con actuación de
Fritz Kortner (película alemana, 1930), Cedric Hardwicke (inglesa,
1931), Joseph Schildkraut (norteamericana, 1937) y José Ferrer (in-
glesa, 1958). Pero el cine francés nunca quiso tocarlo, en noventa años.
FRANCES FARMER (1914-1970), actriz cinematográfica, sobre-
llevó una tragedia mucho más grave y mucho menos conocida que las
de Jean Harlow, Marilyn Monroe o Judy Garland. Fue la víctima de
Hollywood y también la víctima de sí misma, hasta llegar a etapas des-
critas literalmente como un Purgatorio y un Infierno.
El padre de Frances abandonó el hogar cuando ella era una niña,
con lo cual la madre pasó a ser única responsable. Pero pronto fue una
enemiga. A Lillian Farmer se le atribuyó un empeño patriotero y un
vociferado anticomunismo. Quizás como reacción, Frances se fue al
polo opuesto. A los 16 años ganó un premio en el colegio, con un en-
sayo titulado “Dios muere” y eso le conquistó los primeros odios en
Seattle, su ciudad natal. A los 21 años, tras haber desempeñado trabajos
humildes para poder estudiar, ganó con otro ensayo un viaje gratis a la
Unión Soviética (1935) y eso la identificó como procomunista. Ya ha-
bía actuado en teatro de aficionados, con lo que a su vuelta de la URSS
aceptó la oferta de un agente y un contrato como actriz en la Para-
mount.
La carrera de Francés Farmer en Hollywood fue muy opaca. De sus
catorce películas en el período 1936-1942 (ocho de ellas en Paramount,
que podía prestarla a otras empresas) sólo cabe destacar la cuarta,

140
Come and Get It (Hijo y rival, 1936), donde tuvo un personaje intere-
sante y una presencia de cierto encanto. Es significativo que su director
haya sido William Wyler, quien solía conseguir grandes interpretacio-
nes de sus estrellas, pero también es significativo que Wyler y Frances
hayan terminado por odiarse, pronunciando mutuas frases desdeñosas.
El trato recibido en Hollywood fue sin duda un motivo para que Fran-
ces procurara matizar su contrato con actuaciones teatrales. En 1937
estaba trabajando como voluntaria para ayudar a los inmigrantes po-
bres y a la causa republicana española durante la guerra civil de 1936-
1939. En esas circunstancias viajó a Nueva York y aceptó el principal
papel femenino en la pieza Golden Boy de Gifford Odets, que se es-
trenó en ese mismo 1937 y que fue el mayor éxito del autor. En esa
época Odets era comunista o procomunista.
Francés estaba casada con el actor Leif Erickson, pero se convirtió
en amante de Odets, que era un considerable mujeriego y que además
estaba casado con Luise Rainer, todo lo cual llevó a una cadena de di-
simulos y mentiras. Se sintió muy infeliz durante cinco años y un día
explotó. En octubre 1942 y en Hollywood fue detenida por conducir
un coche sin tener licencia y estando alcoholizada. Recibió una primera
sentencia de 180 días en suspenso. En enero 1943 fue nuevamente
arrestada, aparentemente por no cumplir las presentaciones judiciales
a que estaba obligada. Esta vez debió cumplir 180 días de cárcel, pero
se rebeló, peleó y se asegura que tiró un tintero a la cabeza del juez. Al
alcohol y a las drogas se sumaron entonces la camisa de fuerza, el
shock insulínico, la vuelta al hogar. Su propia madre la confinó después
a un hospital psiquiátrico, donde atravesó el electroshock y unas infer-
nales condiciones de vida, entre la suciedad, las ratas y las frecuentes
violaciones de las internas por los soldados del cercano Fort Lewis. En
1948 le hicieron una lobotomía, en 1950 salió del hospital, en 1953 se
reintegró a la vida civil, aparentemente calmada. En los años siguiente
su vida se integró con otros hombres, un empleo de recepcionista en un
hotel de San Francisco, algunas actuaciones de televisión (incluyendo
un programa dedicado a su vida) y tres piezas teatrales con varios con-
juntos universitarios. Pero había vuelto al alcohol y no se podía contar
con su salud ni con su estabilidad en el trabajo. En sus últimos años

141
contó con la amistad de Jean Ratcliffe, una joven viuda que le ayudó
en su autobiografía, publicada póstumamente en 1972 bajo el título
Will There Realty Be a Morning? (¿Habrá realmente un mañana?). En
agosto 1970 Francés Farmer falleció de un cáncer al esófago.
Desde 1974 se anunciaron diversos planes para filmar su vida. No-
tablemente, llegaron a hacerse tres películas, todas ellas estrenadas en
1983. En Frances hay muchos elementos de ficción, comenzando por
los cambios en nombres propios y en diversas anécdotas, pero el drama
tiene mucho interés y Jessica Lange realizó una notable interpretación,
que fue candidata al Oscar. En Committed (no estrenada en Argentina),
las referencias extranjeras señalan que en lugar de una narración lineal
se prefirió destacar algunos puntos críticos de la vida de Francés Far-
mer, en especial la presión ejercida sobre ella por terceros: la madre, el
anticomunismo, los jueces, los médicos, Hollywood y la conducta hi-
pócrita y enfermiza de Odets, que había fallecido en 1963. Esa película
independiente, rodada con mucho esfuerzo, fue dirigida por Sheila
McLaughlin (también actriz protagónica) y por Lynne Tillman, ambas
integradas a una corriente feminista. La tercera película se tituló Will
There Really Be a Morning?, fue hecha para la televisión, dirigida por
Fielder Cook e interpretada por Susan Blakely en la protagonista y por
Lee Grant como su madre. Llegó a ser exhibida en 1987 por la TV
argentina y está conceptuada como la biografía más fiel.
FANIA FENELON (née Goldstein, 1909-1983) era judía francesa,
era pianista y cantante, integró la Resistencia durante la ocupación ale-
mana de su país y así fue después apresada y enviada al campo de con-
centración de Auschwitz. La muerte en las cámaras de gas era su des-
tino seguro, pero en ese momento y por orden de Himmler, se organi-
zaban conciertos con grupos de los mismos reclusos, para recreación
de los guardias nazis. De esa manera Fania Fenelon salvó su vida, al
ser convocada a un grupo musical que dio mínimos conciertos internos
durante 1944. La directora del conjunto fue Alma Rose, una violinista
que era sobrina del eminente compositor checo-alemán Gustav Mahler
(1860-1911) y tenía por tanto una clara ascendencia judía. Entre Fania
y Alma existió así una camaradería pero también una competencia.
Como lo narrara la primera, le costó mucho adaptarse a esa forma de

142
colaboración con el enemigo, en medio de la muerte y las diversas for-
mas de la humillación a otros reclusos. En cambio Alma accedió con
mayor entusiasmo, creyó que salvar su vida era el primerísimo deber y
tuvo así una situación privilegiada, desde conservar su cabello hasta
gozar de ciertas comodidades singulares para una presa de Auschwitz.
Liberada por los ejércitos rusos al terminar la guerra, Fania encontró
otro oficio como escritora. Volcó sus memorias del campo de concen-
tración en un libro autobiográfico que se editó en inglés como Playing
for Time (1976), lo que podría traducirse como “Interpretando para ha-
cer tiempo”. Con el mismo título inglés la CBS-TV de Nueva York,
produjo en 1980 una extensa película (tres horas), que Argentina llegó
a conocer en versión algo abreviada (dos horas y media) con el título
Compás de espera. El libreto había sido escrito nada menos que por
Arthur Miller y describe las tensiones y conflictos de una docena de
personajes, que incluyen ciertamente al truculento médico Josef Men-
gele y a las carceleras del campo. Para interpretar a Fania los produc-
tores eligieron a Vanessa Redgrave, controvertida actriz inglesa, des-
tacada antes y después por su adhesión a la causa de los palestinos y su
oposición a la conducta política de Israel.
Esa designación de Vanessa generó una tormenta. En opinión de
muchos, era una actriz antijudía (en rigor, se ha manifestado antisio-
nista pero no antisemita) y por tanto era mal vista para interpretar a una
heroína judía. Un rabino norteamericano comparó el caso con la posi-
ble elección de J. Edgar Hoover para interpretar a su enemigo Martin
Luther King, mientras el actor negro Sammy Davis Jr. dijo que él
mismo sería un mal candidato para interpretar a un jefe del Ku Klux
Klan. La CBS tuvo grandes dificultades para conseguir anunciantes,
muchos de los cuales se negaban a financiar un programa que sería
denostado y hostilizado por la comunidad judía. Poco antes de la tras-
misión, a fines de 1980, el Centro Simón Wiesenthal de Los Angeles
exhortó en efecto a una oposición nacional, pidiendo que el público
apagara sus receptores y no viera Playingfor Time. Entre los protesta-
tarios se destacó la propia Fania Fenelon, que viajó a Estados Unidos
para presentar su queja ante CBS-TV. No obtuvo nada, porque el con-
trato previo cedía plenos poderes a la empresa productora.

143
Notablemente, ni Fania ni los muchos objetores judíos habían visto
entonces la película que deseaban eliminar. Si hubieran llegado a verla,
se habrían enterado por ejemplo de que una detallada secuencia pre-
senta a Vanessa (como Fania) protestando contra las divisiones inter-
nas entre los prisioneros, porque unos proceden de padres judíos, otros
sólo proceden de padre judío (o madre judía), otros son franceses o
antifranceses, otros son aristócratas polacos. En los diálogos que Miller
escribió para la Fania de la película, la protagonista llega a estipular
que también los carceleros nazis y la camarada prostituida son seres
humanos, y eso incluye las muchas variantes posibles, desde los ánge-
les hasta los demonios. Cuando se dieron los premios Emmy para 1980,
que son las mayores distinciones de la TV norteamericana, cuatro de
ellos recayeron sobre la película, sobre el libreto de Miller, sobre Va-
nessa Redgrave y sobre Jane Alexander (mejor actriz secundaria por su
Alma Rose). Ese veredicto anual daba finalmente la razón a Richard
Corliss, crítico de Time, quien había escrito que el papel necesitaba una
gran actriz, que Vanessa era esa gran actriz, que su labor fue memora-
ble y que toda otra consideración política era secundaria. Pero confor-
mar a los judíos militantes con la elección de Vanessa era a esa altura
un bizantinismo de la estética y un plan tan difícil como la paz en el
Cercano Oriente.
Fania Fenelon murió de cáncer el 19 de diciembre de 1983 en Le
Kremlin-Bicétre, Francia. Hasta su último suspiro siguió objetando la
elección de Vanessa para protagonizar su agitada vida.
JOSEPH FOUCHE (1758-1820) fue el más exquisito intrigante de
la política y superó a todo otro ejemplo anterior o posterior en el arte
de cambiar oportunamente de bando. De él se dijo con razón que “du-
rante la lucha no estaba con ninguno de ambos rivales, pero tras la lu-
cha estaba siempre con el vencedor”. En menor grado, lo mismo hizo
el más famoso Talleyrand, que fue su colega, su amigo y su enemigo.
Nacido en Nantes, el joven Fouché tuvo educación religiosa y du-
rante diez años integró el colegio de los oratorianos, como profesor y
como tonsurado miembro de la orden. En 1789 prestó a su amigo Ma-
ximilien Robespierre algo de dinero para pagar la vestimenta y el viaje
a París, como delegado ante los Estados Generales, sin sospechar que

144
allí se iniciaría la Revolución Francesa. En Nantes, y entre otros servi-
cios a la burguesía, el religioso Fouché fue el redactor de un texto que
se oponía a la abolición de la esclavitud. En 1792 era ya un hombre
importante y consiguió que se le eligiera también como diputado de la
Convención. A esa altura ya había caído la Bastilla y la Revolución era
el gobierno.
Fouché comenzó por sentarse en el sector de los girondinos, que en
las asambleas de París era entonces la fracción moderada y también la
más fuerte. En 1793, obligado a votar en la opción de mantener vivo al
rey Luis XVI o condenarlo a la guillotina, llegó a leer a un amigo su
alegato contra la ejecución. A las 24 horas advirtió que la opinión ma-
yoritaria estaba a favor de la guillotina, y cuando le tocó votar cambió
de opinión con sólo dos palabras: “La mart”. Pasado así al bando de
los convencionales más radicales, aumentó de inmediato su importan-
cia. En ese mismo año 1793 fue uno de los doscientos delegados que
la Revolución enviaba a las provincias, con plenos poderes para des-
hacer un orden social y construir otro. En Nantes, Nevera y Moulins,
repartiéndose entre la organización de milicias voluntarias y los pro-
blemas del gobierno local, Fouché emitió un manifiesto contra los ricos
y contra las propiedades eclesiásticas, donde exhortaba a la rebelión
popular contra las injusticias sociales: “Mientras quede sobre la Tierra
un solo desgraciado, debe proseguir el avance de la libertad”. Ese texto
antecedió en 55 años al Manifiesto Comunista de Marx y Engels. Pero
Fouché no sólo pedía golpes implacables sino que los daba. Dictaminó
a texto expreso que ningún ciudadano podría poseer más de lo indis-
pensable para su vida, y en consecuencia confiscó propiedades y obras
de arte, cerró y saqueó iglesias, canceló de un plumazo el celibato de
los sacerdotes, proclamó al cristianismo como “un culto hipócrita”. El
ex-integrante de órdenes religiosas consiguió trasladar a París una for-
tuna para las arcas del Estado, con cien mil francos en oro, mil dos-
cientas libras en metálico, mil barras de plata. No había utilizado aun
la guillotina, pero ya era el más ardiente de los revolucionarios.
Cuando Fouché regresó a París, ahora como un héroe, se le enco-
mendó reprimir la sublevación en Lyon, que comprometía la seguridad

145
del nuevo gobierno. En diciembre 1793, convertido en el amo, co-
menzó por ejecutar con cañonazos a sesenta insurrectos sacados de la
prisión (porque la guillotina le parecía muy lenta) y pocos días después
ejecutó a otros doscientos diez prisioneros con descargas de fusilería,
lanzando los cadáveres al río Ródano. Entre esas matanzas y las si-
guientes se calculó que las víctimas llegaron a mil seiscientas y se supo
que el apodo “mitrailleur de Lyon” era perfectamente justo. Pero Fou-
ché fue un moderado, sin embargo. El decreto inicial de París pedía sin
rodeos la devastación total de Lyon, borrando su nombre de la geogra-
fía francesa. Como delegado general, Fouché no se atrevió a tanto, pero
hizo derribar casas y palacios, confiscando muebles y obras de arte.
Cuando volvía a París en 1794, Fouché se despidió de Lyon con diez y
seis golpes de guillotina, pero agregó dos ejecuciones misteriosas. Qui-
zás para que después no hablaran, hizo matar al verdugo y a su ayu-
dante.
Su ex-amigo Robespierre mandaba en París, sancionando sin pie-
dad a moderados y radicales. En ese mismo mes se había liberado de
su adversario Danton, enviado a la guillotina. Contra Robespierre de-
bió combatir Fouché mediante nuevas intrigas, desde alcanzar la pre-
sidencia del Club de los Jacobinos hasta convencer a otros revolucio-
narios sobre los excesos dogmáticos y fanáticos del nuevo dictador. En
julio 1794 también Robespierre fue guillotinado, con un nuevo ejemplo
de verdugo convertido en víctima. Dentro de ese hormiguero, Fouché
perdió posiciones. Fue expulsado del Club de los Jacobinos que había
presidido e inició tres años de oscuridad y de miseria, habitando oscu-
ras piezas de inquilinato. En rigor, era un sobreviviente de una Revo-
lución que comenzaba a arrepentirse de sus crueldades.
En 1797, gracias a sus viejas relaciones, Fouché descubrió la ma-
nera de introducirse en el complicado mundo del dinero, al que antes
insultaba, y llegó a ser concesionario de abastecimientos para un ejér-
cito que luchaba en varios frentes. Esa fue la época del Directorio,
cuando Fouché volvió a ascender, ahora hasta el cargo de ministro de
policía. Allí se volvió conservador y clausuró el Club de los Jacobinos
que antes había presidido. También inició un vasto intercambio de con-
fidencias con Josefina de Beauhamais, hija de un noble ejecutado antes

146
por la Revolución y ahora la mujer del nuevo y ambicioso general Na-
poleón Bonaparte. En 1799, tras la repentina vuelta de Bonaparte desde
Egipto, la mejor ayuda del brillante general fue Fouché, quien traicionó
al Directorio para constituirse en ministro de policía del nuevo Primer
Cónsul. En esa operación engañó a Barras, que había sido antes su
apoyo, pero fingió indiferencia cuando una comedia satírica en los tea-
tros de París le aludió como “la veleta de Saint Cloud”.
Las relaciones de Fouché con el Primer Cónsul y luego emperador
Napoleón tuvieron prolongados y duros altibajos. Fue ministro de po-
licía en su gobierno como lo había sido en el anterior, pero ambos hom-
bres se vigilaban mutuamente con espías secretos, sin llevar las des-
confianzas hasta la abierta discusión. Eso explica que Napoleón se
haya librado de él con cierta elegancia. En 1802 Fouché perdió su cargo
de ministro, pero pasó a ser senador y hombre rico. En 1804 apoyó con
otras intrigas a Napoleón, empujándolo a su proclamación como em-
perador, con lo cual volvió una vez más al cargo de Ministro. Las gue-
rras de ese momento alejaron a Napoleón de París y de hecho dieron
nuevos poderes a Fouché, que en 1809 alcanzó rango nobiliario al ser
nombrado como Duque de Otranto, localidad del surde Italia que no
llegó a ver en su vida. Eso no impidió que volviera a conspirar contra
Napoleón, ahora conversando con banqueros y nobles de Inglaterra y
de Holanda. Por jugar demasiadas cartas, Napoleón lo despidió (1810)
y lo alejó de París.
La ausencia de Fouché fue breve. Tras la desgraciada campaña en
Rusia (1812) y el enfrentamiento militar con buena parte de Europa, la
caída de Napoleón era segura. Abdicó en 1814 y fue desterrado a la isla
de Elba, bastante cerca de su Córcega natal. Poco después el gobierno
francés fue asumido por el rey Luis XVIII, hermano del decapitado
Luis XVI. La vuelta repentina de Napoleón era sin embargo una ame-
naza constante, con lo que a comienzos de 1815 Fouché comenzó a
barajar otra vez dos cartas contrarias, junto al rey Luis XVIII como
mediador en una difícil encrucijada política y junto a Napoleón por la
posibilidad de su reingreso. Efectivamente, el emperador consiguió fu-
gar de Elba, desembarcó en Francia, avanzó sobre París y recuperó el

147
Imperio, dando comienzo a los célebres Cien Días que se extendieron
hasta su derrota en Waterloo.
En marzo 1815 Fouché fue nuevamente nombrado ministro por Na-
poleón. Este lo conocía muy bien como intrigante y traidor, pero no
podía prescindir de un hombre que sabía tanto y que gobernaba una red
de espías en todo rincón de todo despacho oficial. Después de Waterloo
(junio 1814), Fouché recogió en persona, silenciosamente, la abdica-
ción definitiva del Emperador. A esa altura había negociado ya el tras-
paso del poder a un Directorio que presidió él mismo. De inmediato
traicionó a ese Directorio, negociando una nueva entrega del gobierno
a Luis XVIII, quien razonablemente le recompensó otra vez con un
ministerio.
A esa altura la veleta de Fouché había dado ya demasiadas vueltas,
pero se permitió una más. La nueva monarquía proscribió a todos sus
viejos enemigos, comenzando por los revolucionarios que ejecutaron a
Luis XVI en 1793, y siguiendo por los napoleónicos que asumieron el
poder. Esa lista de ejecutados y desterrados fue firmada por Fouché en
nombre de la monarquía. En ella faltó el nombre del ex-revolucionario
y ex-napoleónico Fouché.
En ese mismo año 1815 Fouché se casó por la iglesia con la condesa
de Castellone, haciendo caso omiso de su conducta de 1793 contra la
aristocracia y contra el clero. Pero entre los nobles que rodeaban a Luis
XVIII había varios con mejor memoria de los últimos 25 años. Entre
esos nobles estaba además la Duquesa de Angulema, hija huérfana de
Luis XVI y María Antonieta. Habría sido imposible que ella transara
con uno de los hombres que en 1793 votaron la muerte de sus padres.
Fue así como Fouché cayó rápidamente en desgracia dentro de la corte.
Pronto le designaron para una insignificante embajada en Dresde, que
era una manera práctica de alejarlo de París. En seguida Fouché perdió
ese puesto, vegetó sucesivamente en Praga, en Linz y en Trieste, fue
notoriamente engañado por su mujer (él tenía 56 años, ella 26) y falle-
ció en 1820.
Poco antes de su muerte Fouché ordenó quemar sus memorias, que
hoy podrían ser un apreciable documento histórico, incluso con su pro-

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bable porcentaje de mentiras y ambigüedades. Pero con los otros regis-
tros de sus volteretas quedó material suficiente para que el autor aus-
tríaco Stefan Zweig escribiera sobre Fouché la mejor de sus muchas
biografías históricas. Ese consuelo hay que agradecer al más infiel de
los políticos.
HELMUT GERNSHEIM (n. 1913) nació en Alemania, de padres
judíos, y a los 22 años tenía un diploma de primera clase en la Escuela
Estatal de Fotografía. Estaba ansioso por dejar Alemania, donde sólo
le podían esperar el servicio militar bajo los nazis o alguna campaña
antisemita. Lo consiguió en julio 1937, cuando le invitaron a participar
de una exposición en la Feria Mundial de París. De hecho, esa fue su
emigración. Pasó a Londres, donde obtuvo su propio trabajo como fo-
tógrafo de algunos cuadros existentes en la National Gallery. Eso se
interrumpió en setiembre 1939, al ser declarada la Segunda Guerra
Mundial.
Tras la caída del continente europeo, Gernsheim fue en Inglaterra
un refugiado. Igual que muchos otros judíos y antinazis, su presencia
en suelo inglés era un problema para el gobierno británico, y así Gerns-
heim pasó a ser un “intemado”, porque técnicamente era alemán, y eso
suponía la presunción de que fuera un enemigo. El caso no era único
en Inglaterra. Tampoco lo era en Francia, donde Arthur Koestler fue
igualmente internado y tratado como un enemigo, a pesar de sus claros
antecedentes antinazis y de su presencia anterior en España junto al
bando republicano (Koestler contó esa odisea en Escoria de la tierra,
1941). Poco después, cuando los japoneses atacaron a Estados Unidos
en Pearl Harbor (diciembre 1941), también el gobierno norteamericano
internó a los japoneses que estaban en su territorio.
Gernsheim creyó salir de sus problemas cuando aceptó en 1940 la
opción de pedir asilo en Canadá, aunque eso suponía atravesar el Atlán-
tico y exponerse al ataque de los submarinos nazis. Allí comenzó una
odisea que duró un año, cuatro meses y quince días. El barco no llegó
a Canadá sino que se desvió nuevamente al sur, tocó dos puertos afri-
canos, atravesó el Océano Indico y finalmente descargó a los refugia-
dos en Australia. Esto fue contado después por Gernsheim:

149
“El viaje fue una pesadilla. Fuimos amontonados en la bodega
de un barco para tropas, el Dunera, y tratados como prisioneros
de guerra, contra la convención internacional. Todas las salidas
hacia la cubierta habían sido tapiadas con alambre de púas y es-
taban custodiadas por soldados ingleses con bayonetas. Nuestras
maletas nos fueron retiradas y nunca devueltas.
Cuando los refugiados llegaron a Australia, debieron viajar 18 horas
por tren hasta Hay, a ochocientos kilómetros de Sydney.
“Estaba al borde del desierto y marcaba el fin de la civilización.
Era espantosamente caluroso en verano, con muchas tormentas
de arena. Quedamos muy deprimidos cuando vimos los dos cam-
pos de concentración, construidos para prisioneros de guerra ale-
manes. Cada uno de ellos estaba rodeado por tres vallas de alam-
bre de púas, de cuatro metros de altura, con una separación de
cinco metros entre sí. Cada cien metros había una torre de vigi-
lancia, con un reflector y una ametralladora que nos apuntaba.
No podíamos dar crédito a nuestros ojos. Alegamos que no ha-
bíamos dejado la Alemania nazi para recibir de nuestros amigos
semejante tratamiento y nombramos una delegación para ver al
comandante del campo. Él sabía que no éramos prisioneros de
guerra, pero nada podía hacer.”
El comandante hizo algo, por lo menos en cuanto a comida, trabajo
y el comienzo de trámites para obtener la liberación. Esos trámites no
fueron simples, pero después de una serie de traslados y de otros 46
días en el mar, Gernsheim y sus compañeros llegaron nuevamente a
Inglaterra. Allí recomenzó su carrera, aunque el año 1941 no era pro-
picio para vivir en Londres. Cuatro años después, al finalizar la guerra,
Gernsheim era no sólo un fotógrafo sino un importante estudioso, que
publicó una monumental History of Photography (1955) y formó una
colección de documentos que se expuso en varias sociedades. Con el
tiempo se hartó de trámites, vendió la colección y se fue a vivir a Suiza.
Pero siguió ocupándose de la fotografía en el más alto nivel. Su nombre
figura entre los asesores artísticos de la Enciclopedia Británica.

150
SANJAY GANDHI (1946-1980) era el hijo de Indira Gandhi (1917-
1984), que gobernó la India y que era hija de Jawaharlal Nehru (1889-
1964), quien a su vez fue discípulo predilecto de Mohandas o Mahatma
Gandhi (1869-1948). Pero la trascendencia histórica de los cuatro es
rigurosamente la inversa. Ante todo, el Mahatma Gandhi fue uno de
los grandes hombres de la historia, un idealista capaz de enormes sa-
crificios y el creador de la resistencia pacífica contra el dominio britá-
nico. De hecho, fue gestor principal, a lo largo de tres décadas, de la
independencia que la India obtuvo en 1947. Razonablemente, su discí-
pulo Nehru fue entonces elegido Primer Ministro y lo siguió siendo
durante 17 años, hasta su muerte de un ataque cardíaco. Más práctico
y actualizado que su maestro, quien vivió para ver la deseada indepen-
dencia, Nehru descartó actitudes religiosas y tradicionalistas, volcando
a la India hacia la modernización industrial y hacia un socialismo mo-
derado y democrático. Fue uno de los fundadores de lo que después se
conocería como Tercer Mundo y recibió en vida la estimación de su
país y del extranjero. Se le objetaron sin embargo algunas posiciones
prosoviéticas, particularmente su apoyo a la URSS tras la censurada
intervención armada en Hungría (1956).
Indira Gandhi tenía treinta años cuando su padre llegó al poder. Ofi-
ció de inmediato como su secretaria, confidente y ayudante, viviendo
junto a él en la residencia oficial y asumiendo de hecho el carácter de
Primera Dama (su madre había fallecido en 1936). Aunque Nehru se
había opuesto a que Indira le sucediera en el gobierno, algunos pode-
rosos grupos políticos terminaron por elegirla para dirigir el Partido del
Congreso y en la práctica como Primera Ministra, durante dos agitados
períodos (1966-1977 y 1980-1984). Su gobierno fue impugnado de va-
rias maneras, por la situación económica del país, por acusaciones de
prácticas electorales corruptas, por un pronunciamiento judicial rela-
tivo a una malversación de fondos (1975) y por algunas medidas auto-
ritarias que adoptó, especialmente la esterilización compulsiva de va-
rones, como forma de combatir el crecimiento demográfico. Esas crisis
le llevaron a proclamar una suerte de estado de sitio que se llamó Emer-
gencia (junio 1975), encarcelando a muchos líderes opositores, entre
ellos a quienes habían sido los mejores amigos y colaboradores de su

151
padre Nehru. En enero 1977 Indira Gandhi retrocedió en esas medidas
y llamó a libres elecciones parlamentarias. Recibió así una enorme de-
rrota. Su Partido del Congreso obtuvo solamente 153 bancas entre las
542 posibles. Poco después, el nuevo gobierno investigó oficialmente
los cargos de excesos y abusos de autoridad que se habían formulado
contra ella. Pero los opositores de Indira Gandhi estuvieron divididos
por continuas luchas internas, con lo cual volvieron a realizarse elec-
ciones (enero 1980) y ella volvió al poder. Esta vez no pudo superar
las continuas tormentas políticas del país, empujadas a su vez por las
distintas facciones religiosas. Entre los opositores a Indira se incluían
los Sikhs, que integran una comunidad enorme y de tradición secular.
Algunos líderes sikhs rebeldes se habían reunido en un santuario de
Amritsar y ese templo fue atacado por el ejército, causando centenares
de muertos (junio 1984). El episodio selló el destino de Indira Gandhi,
que terminó asesinada por integrantes de su propio cuerpo de custodia
(octubre 1984).
Sanjay Gandhi aprovechó desde la infancia su condición de nieto
de Nehru e hijo de Indira. Recibió cierta educación en Inglaterra, den-
tro de la fábrica Rolls-Royce, pero sus méritos personales no parecen
haber ido más allá de los lazos familiares. Aunque carecía de experien-
cia industrial, Sanjay Gandhi obtuvo del gobierno materno una licencia
para fabricar un automóvil que debía ser pequeño, barato y enteramente
nacional (1970). Era un acto de favoritismo oficial y pasó a ser una
fuente de objeciones políticas contra su madre. El caso se complicó
porque a los cinco años de la concesión Sanjay Gandhi sólo había ob-
tenido un prototipo, llamado Maruti (por un dios que simboliza al
viento), que resultaba ser más caro de lo previsible y que además con-
tenía partes importadas. Los inversores en la nueva industria automo-
triz se consideraron engañados. La resultante polémica fue uno de los
motivos que condujeron a que Indira Gandhi proclamara la Emergen-
cia.
Nehru había formado políticamente a su hija Indira y ésta quiso for-
mar a su vez a su hijo Sanjay. No le dio un cargo oficial, pero permitió
que su partido iniciara la adulación del joven, en un “culto de la perso-

152
nalidad” que ya lo proclamaba, a los 29 años, como un Mesías nacio-
nal. Fue el principal propulsor de la campaña de esterilización mascu-
lina (por una técnica conocida como “vasectomía”, que corta algunos
conductos en el aparato genital). Ese pudo ser un progreso científico y
social en un país amenazado por el aumento de su propia población,
pero Sanjay Gandhi no respetó el derecho elemental de que la esterili-
zación fuera voluntaria. La impuso autoritariamente, en muchos casos
contra muchachos de la calle que ni eran casados ni tenían hijos. Esto
perjudicó su prestigio en una campaña que ya contaba con enormes
resistencias iniciales, porque buena parte de la población creía que la
esterilización llevaba también a la impotencia masculina.
Sanjay Gandhi piloteaba su propio avión liviano. Este cayó y lo
mató, cinco meses después de la vuelta de su madre al poder. Con el
tiempo, su hermano mayor Rajiv Gandhi pasó a ser Primer Ministro de
la India (noviembre 1984), sucediendo a su madre asesinada. Sólo tenía
tres años de experiencia política, pero su elección fue indiscutida. Con-
tra toda apariencia, Mahatma Gandhi e Indira no tenían parentesco en-
tre sí. El apellido se debe a que ella se casó con un señor Feroze Gandhi,
quien falleció en 1960, sin enterarse del complicado futuro que espe-
raba a su viuda y a sus dos hijos varones.
MATA HARI (1876-1917) era holandesa, se llamaba Margaretha
Gertruida Zelle, se educó en un colegio religioso y después se casó con
un oficial holandés llamado Rudolf MacLeod. Con él fue hasta el Pa-
cífico, a las islas de Java y Sumatra, que entonces eran posesiones ho-
landesas. Vivió allí durante 1897- 1902, descubriendo que su marido
era un alcohólico y un hombre violento. Después viajó a París, según
algunas fuentes con su marido, pero se sabe qué pronto se separó de
éste y comenzó a actuar como bailarina. Como no pudo destacarse en
el coro, inició una nueva personalidad como solista de exóticos bailes
orientales, y así inauguró su nuevo nombre Mata-Hari, tras una expre-
sión malaya que alude al sol. Tuvo bastante éxito, lo que en parte se
debió a que solía bailar semidesnuda y en parte a que se mostró acce-
sible a numerosos hombres.

153
En 1914 se inició la Primera Guerra Mundial, lo que le representó
un conflicto de fidelidades, porque tenía o había tenido amantes fran-
ceses y alemanes. Una de las versiones sobre su vida sostiene que se
había comprometido a espiar para los franceses. Otra versión más acep-
tada dice que, cuando ella residía en La Haya (Holanda) un cónsul ale-
mán la comprometió a viajar a París y espiar allí para los servicios se-
cretos alemanes. Ambas versiones pudieron ser simultáneamente cier-
tas y explicarían un tren de gastos que no estaba acorde con sus ingre-
sos como bailarina. En los hechos, Mata-Hari terminó por ser arrestada
en París (febrero 1917), aparentemente tras los datos obtenidos por el
servicio secreto británico. Fue mantenida en prisión, juzgada por-un
tribunal militar y fusilada en julio 1917. Después de su muerte circula-
ron artículos, libros y leyendas, que le atribuyen dos hijos (de Ma-
cLeod), docenas de amantes, prostitución en alto nivel y una preferen-
cia irresistible por los uniformes militares, lo cual puede explicar su
destino. Se ha publicado también el dato indemostrable de que los ale-
manes descubrieron su doble juego y se las ingeniaron para dejarla en
evidencia ante el ejército francés, con lo cual se libraban de ella.
JIM JONES, nacido James Warren Jones (1931-1978) tuvo el du-
doso honor de empujar a más de novecientas personas a un suicidio
colectivo, para salir de situaciones críticas que él mismo había provo-
cado.
Jones era negro, nació en Indidha y se destacó en la década de 1950
cuando inventó su propio sacerdocio para ayudar a los desheredados y
los enfermos. En esta vocación, muy cercana a la charlatanería, Jones
tuvo famosos antecesores norteamericanos, como el llamado “Father
Divine” y la predicadora Aimee Semple McPherson, entre otros. En su
primera etapa Jones fue una personalidad útil, porque contaba efecti-
vamente con una adhesión colectiva y podía arrastrar a dos mil perso-
nas para participar de manifestaciones públicas, lo cual fue aprove-
chado por algunos políticos. Su People's Temple en San Francisco fue
así el centro de un culto creciente, pero al mismo tiempo algunos afi-
liados (y especialmente algunos familiares de afiliados) señalaron que
Jones utilizaba sus artes de seducción para exigir grandes sumas de
dinero y para el despojo de propiedades privadas. Frente a tales críticas,

154
Jones optó en algún momento de la década de 1970 por trasladar a sus
fieles hasta Guyana (antes conocida como Guayana Británica), un pe-
queño país en la costa del Mar Caribe, donde fundó una colonia agraria,
lógicamente denominada Jonestown.
Las maniobras de Jones continuaron en Guyana, donde estableció
una reducida dictadura dentro de la comunidad. Se le acusó por ordenar
palizas, confiscar pasaportes, amenazar de muerte a aquellos afiliados
que quisieran huir. En 1978 las quejas habían trascendido en Estados
Unidos, y así el diputado Leo Ryan (de la legislatura de California)
viajó con un grupo de periodistas y familiares afectados. Al llegar a
Guyana, la guardia de Jones asesinó rápidamente a Ryan y a otras cua-
tro personas del grupo. Encerrado en una situación que sólo podía lle-
varle a la cárcel, Jones orquestó una medida mayor. Ordenó el suicidio
colectivo de todos los integrantes de la colonia, idea que ya había hecho
ensayar en los meses previos. Los adultos comenzaron por envenenar
a sus hijos (con cianuro en bebidas) y luego se mataron, en algún caso
bajo la amenaza de armas de fuego. En las selvas cercanas quedaron
algunos sobrevivientes, que después narraron los detalles del horrible
episodio. Un inventario posterior estableció que habían muerto 913
personas, incluyendo a más de doscientos niños y al mismo Jones.
WILLIAM JOYCE (1906-1946) atravesó una vida agitada, cuatro
inseguras nacionalidades, un juicio, dos apelaciones, y terminó colgado
por el gobierno inglés, como traidor a Gran Bretaña durante la Segunda
Guerra Mundial. Había sido el locutor que desde Alemania, a lo largo
de cinco años, realizó trasmisiones diarias de radio, no sólo con partes
bélicos sino con comentarios sarcásticos sobre la inutilidad de la causa
aliada y la conveniencia de rendirse ante los nazis. Por su voz peculiar,
por la índole de sus acotaciones y por su tono burlón, recibió involun-
tariamente el apodo de Lord Haw-Haw, y bajo ese nombre le conocie-
ron sus oyentes ingleses, aunque muchos de ellos sabían también su
identidad.
Su padre Michael Joyce era irlandés, pero se casó con una inglesa,
fue a trabajar a Estados Unidos y así William Joyce nació en Nueva
York en 1906. Tres años después, la familia volvió a viajar a Irlanda,

155
que a lo largo de una década fue el escenario de lucha entre el dominio
británico y el movimiento por la independencia irlandesa. En ese con-
flicto, padre e hijo terminaron por adoptar la causa británica, paso que
sería decisivo. En 1922, la familia volvió a viajar, esta vez a Inglaterra,
y aunque el resto quedó en Lancashire, el joven William (16 años) viajó
a Londres, procuró inscribirse en los cursos militares, declaró su ambi-
ción de integrar el ejército británico.
La actividad política de William Joyce comenzó de inmediato,
cuando en 1923 se afilió al naciente movimiento fascista británico, ins-
pirado por los logros que poco antes había obtenido Mussolini en Italia
(en ese momento Hitler era un desconocido). En 1925 dejó a los fas-
cistas, pero volvió a ellos en 1930, y esta vez llegó a ser la mano dere-
cha del líder Oswald Mosley (1896-1980), un diputado conservador y
antisemita que vivió para ver el fracaso de sus ideas nazis. Como líder
fascista, William Joyce desplegó una intensa actividad, desde la osten-
tación de conducta y ropa, al estilo alemán de entonces, hasta la reite-
rada irrupción en mítines socialistas y comunistas, que durante esa dé-
cada promovieron ampliamente la causa antifascista. En 1933 William
Joyce pidió y obtuvo el pasaporte británico, que renovó en 1939. En-
tretanto, se había divorciado de su primera mujer (a la que dejó dos
hijas) y se volvió a casar. Hay constancia judicial de que en 1934 su
padre Michael Joyce quemó ante testigos toda la documentación nor-
teamericana que obraba en su poder, desde el acta que lo consagraba
ciudadano de Estados Unidos hasta la documentación probatoria de
que su hijo William había nacido en Nueva York. Había elegido la
causa británica y no quería papeles que la entorpecieran.
El laberinto de la documentación se complicó después. En el gran
desconcierto ideológico de agosto de 1939, cuando el pacto nazi-sovié-
tico acercó a los antiguos enemigos, William Joyce siguió eligiendo la
causa nazi. No sólo renovó entonces su pasaporte británico sino que lo
utilizó para viajar por vías desconocidas a Alemania, donde se reunió
con otros nazis que no eran alemanes de nacimiento. El 18 de setiembre
de 1939 hizo su primera transmisión por radio, consiguiendo que en
Londres lo identificaran los funcionarios del gobierno y muchas otras

156
personas. En 1940 se hizo ciudadano alemán. En los cuatro años si-
guientes abrumó a sus oyentes ingleses con trasmisiones radiotelefóni-
cas cuya sustancia era estrictamente de propaganda nazi pero cuyo len-
guaje era tan inglés como los oyentes mismos. Su eficacia terminaría
por ser escasa, sin embargo. Los sarcasmos de “Lord Haw-Haw” no
consiguieron desmoralizar al pueblo británico, como lo probó la resis-
tencia colectiva ante los feroces ataques aéreos sobre Londres (1940-
1941). Por otra parte, la BBC de Londres hizo cuestión de transmitir
siempre la información completa, incluso con las malas noticias, y eso
fue una eficaz contrapartida a la “desinformación” que impartían las
radios alemanas.
La derrota alemana quedó simbolizada en abril 1945 por el suicidio
de Hitler y la inmediata caída de Berlín. En ese momento William
Joyce y su mujer emprendieron la fuga a pie, con un documento falso
a nombre de Wilhelm Hansen. En las cercanías de Flennsburg, y al
borde de un bosque, Joyce cometió el grave error de hablar espontá-
neamente con dos oficiales ingleses que buscaban leña. Su voz peculiar
le traicionó. Fue reconocido por ellos, fue detenido y no consiguió
mentir mucho, porque entre sus ropas llevaba también un pasaporte
militar a nombre de William Joyce. A fin de mayo dictó a un oficial de
Inteligencia Militar su propia versión de lo que había hecho durante los
años previos. Después fue conducido a Londres, donde se le sometió
al debido proceso ante la justicia.
Ese proceso se estiró a cuatro meses y dos apelaciones, porque a
favor de Joyce obraban dos datos de la documentación: había nacido
en Estados Unidos y a cierta altura se había hecho ciudadano alemán.
Los abogados defensores adujeron que en consecuencia no procedía
juzgarlo como traidor a la Corona británica. Pero también en esos pun-
tos perdió la causa. Un primer pronunciamiento judicial señaló que
aunque era norteamericano por su nacimiento, Joyce nunca se esforzó
por documentar su calidad de tal (el padre había quemado en 1934 todo
papel al respecto) y en cambio pidió, obtuvo y renovó, en 1933 y en
1939, su pasaporte británico, lo cual le daba legalmente la protección
de la Corona pero también la obligación de fidelidad a ella. La ecuani-
midad del fallo quedó cifrada después en la suerte corrida por las tres

157
acusaciones que se le formularon. Un cargo fue que se había hecho
alemán en setiembre 1940, y aquí el veredicto fue que tenía pleno de-
recho a elegir su nacionalidad legal. Un segundo cargo fue que había
hecho trasmisiones radiotelefónicas perjudiciales a Gran Bretaña, en
tiempo de guerra, y en esto los jueces fallaron que tenía también pleno
derecho a hacerlas, desde setiembre 1940 hasta comienzos de 1945,
dado que era ciudadano alemán. Pero el tercer cargo fue que, siendo
británico como titular de un pasaporte válido, entre setiembre 1939 y
julio 1940, había realizado aquellas trasmisiones radiotelefónicas. Esto
configuraba el delito de traición, y así William Joyce fue ahorcado el 3
de enero de 1946, tras el debido proceso legal, nueve meses antes que
los jerarcas nazis condenados en Núremberg.
IVAR KREUGER (1880-1932) recibió en vida el apodo de “rey de
los fósforos”, porque ésa fue la línea industrial con la que comenzó su
imperio económico. Pero de hecho dejó los fósforos a sus asociados y
se dedicó largamente a su vocación por la alta finanza, creando sucesi-
vas empresas, recibiendo dinero de inversionistas, prestando no sólo a
particulares sino a gobiernos (Polonia, Francia, Alemania, Yugosla-
via). Así recibió la Legión de Honor y fue querido y admirado hasta
pocas semanas antes de su muerte. Pero después de ella, algunos alle-
gados y acreedores tenían sólidos motivos para pensar que en sus fi-
nanzas había demasiados datos turbios. Luego se sumaron las deudas
impagas y las pérdidas ocultadas por hábiles balances. Entonces se
supo que las estafas de Kreuger sumaban una cifra cercana a los qui-
nientos millones de dólares.
Kreuger nació en Kalmar, al sur de Suecia, en una familia que efec-
tivamente se ocupaba de la fabricación de fósforos. Pero se comportó
desde niño como un individualista, obseso por alcanzar el triunfo con
el menor esfuerzo, lo que le llevó a diversas formas de la mentira (co-
piaba los escritos ajenos para los exámenes) y a una actitud de secreto
y disimulo que mantuvo hasta el final. Se negó a la protección de su
familia y desde los 16 años viajó (Estocolmo, Nueva York, Chicago,
Colorado, Nueva Orleáns, México) buscando su propia vocación. La
encontró en una compañía constructora de Nueva York, y no porque le
importaran los edificios sino porque allí comenzó a aprender cómo se

158
manejaba “el gran dinero”. Cuando llegó a gerente y vicepresidente de
la Consolidated Engineering and Construction Company, en Nueva
York, fue el supervisor de varios edificios para la Universidad de Sy-
racuse, al norte del Estado, y así la Universidad terminó por concederle
en 1930 un diploma como Doctor of Business Administration. Poco
después la Universidad lamentaría haber dado ese paso.
Cuando era muy joven, Kreuger descubrió que el dinero no se com-
pone solamente de billetes que representan dólares, coronas o libras
esterlinas. Más importantes eran otros símbolos, como los cheques, los
bonos, las acciones, las constancias bancarias. Los créditos y débitos
se podían manejar por carta o por telegrama, de una compañía a otra,
incluso a través del Atlántico y a veces solamente por teléfono. En
1913, cuando Kreuger se hizo cargo de la pequeña industria familiar
de fósforos suecos, declaraba ya a un socio que su empeño era llegar
al monopolio de esa industria, para lo cual debió crear alianzas provi-
sorias y emprender combates financieros. Obtuvo un enorme poder, si
no el monopolio deseado. Después amplió su tarea a otros países, con-
quistando en diversos momentos el control de la industria fosforera en
Inglaterra, Bélgica, Suiza, Holanda, Austria, Noruega, Finlandia, Di-
namarca, Hungría, Checoslovaquia y Yugoslavia. Compraba las pe-
queñas industrias locales, a menudo utilizando intermediarios y subor-
dinados que no se conocían entre sí, y casi siempre con dinero de ban-
cos suecos. Uno de sus métodos fue prestar sumas millonarias a los
gobiernos mismos, recibiendo en cambio un monopolio por veinte años
para la fabricación y venta de fósforos. Otro método aún más audaz fue
pagar atractivos intereses a sus inversionistas, aunque para ello utili-
zaba otros capítales recibidos. Ese sistema aumentaba superficialmente
su prestigio, pero en última instancia lo sometía a una red de acreedores
que se hacía mayor a cada paso.
Para esas peligrosas operaciones, a lo largo de quince años, aplicó
algunas habilidades personales. De su visión financiera se escribió des-
pués que, para él, “una hoja de balance era simplemente una tela en la
que podía pintar un cuadro con los más brillantes colores”. Había des-
cubierto que las propiedades o los bienes “activos” (un edificio, un pa-
quete de bonos, una suma depositada realmente en un banco) podían

159
figurar impunemente como pertenecientes a cuatro o cinco empresas
distintas, todas las cuales eran suyas, con lo que él agrandaba su riqueza
aparente al presentarse ante otros bancos o ante políticos extranjeros.
Después de su muerte, cuando aparecieron demasiados acreedores y la
constancia de diversas irregularidades, el propio gobierno sueco pidió
a la prestigiosa firma Price Waterhouse & Co. que examinara las finan-
zas de Kreuger. A los 25 días el veredicto de esos auditores fue que los
activos declarados excedían fantásticamente a la realidad, que algunos
eran totalmente ficticios y que otros se multiplicaban en empresas dis-
tintas, adulterando de hecho la situación verdadera de todas.
Kreuger era un gran malabarista para esas y otras operaciones, y
alguna vez asombró a una secretaria que tomaba el texto de una carta
a un banco, dictándole varias carillas con cifras y explicaciones, sin
consultar para ello un solo apunte previo. Con su memoria y su imagi-
nación desbordó a socios, secretarias, bancos y gobiernos extranjeros.
No sedujo a Stalin, sin embargo, pese a sus intentos por penetrar en el
mercado soviético (hacia 1926), porque la URSS no sólo tenía su pro-
pia industria en pie sino que exportaba fósforos a países vecinos. Así
fue como Stalin declaró que Kreuger era un peligro y lo combatió de
diversas maneras, hasta que la Historia le dio la razón, seis años des-
pués. Una de las curiosas medidas de Stalin fue ordenar al escritor Ilya
Ehrenburg que hiciera una novela contra Kreuger. Ese texto se llamó
primeramente El frente unido (1930) y después se publicó en Suecia e
Inglaterra como The Most Sacred Belongings (Las pertenencias más
sagradas). Describe la vida de un capitalista sueco llamado Sven Olson,
que es el rey de los fósforos y un financista de fama mundial, pero que
no tiene interés por el bienestar de la Humanidad sino solamente por la
obtención de dinero y poder. En la novela, Olson sufre un ataque car-
díaco en Estocolmo, consigue viajar a París y muere solitario en un
apartamento.
La caída de Kreuger se debió en parte al desastre en el mercado
bursátil de Wall Street (octubre 1929), pero en parte aun mayor al ex-
ceso de confianza en sus habilidades. Dos días después de la crisis en
la Bolsa neoyorquina, Kreuger estaba ofreciendo a Alemania un inve-

160
rosímil préstamo por 125 millones de dólares, en el momento econó-
mico más penoso de toda la historia alemana. En 1931 manejaba tres
cuartas partes de la industria y el comercio de fósforos en todo el
mundo, con lo que muchos financieros de Nueva York debieron to-
marle en serio sus declaraciones optimistas frente a una crisis general
que afligía a todos. En ese año Kreuger era también el propietario de
L. M. Ericsson, una empresa telefónica sueca que con diversos cambios
subsiste hasta hoy. Fue entonces que Kreuger propuso audazmente una
fusión con la International Telephone & Telegraph Corporation. En-
tregó seiscientas mil acciones de Ericsson y recibió de ITT un cheque
por once millones de dólares, dinero que de inmediato fue devorado
por diversas obligaciones. La fusión debía completarse con otras ac-
ciones y otros pagos, pero esa segunda etapa estaba sujeta a un ade-
cuado examen sobre la situación financiera de Ericsson en Suecia. A
comienzos de 1932 el informe resultó adverso, sin duda porque se lo
realizó con más minucia de lo que era habitual en la década anterior,
antes del percance mayor de 1929. La ITT declaró rescindido el com-
promiso y exigió la devolución de los once millones de dólares.
El incidente ITT-Ericson fue simultáneo con otras obligaciones que
Kreuger y sus empresas tenían con bancos norteamericanos, con divi-
dendos a pagar, con prometidas entregas de fondos a los gobiernos de
Turquía y de Lituania. Esas y otras preocupaciones causaron en Kreu-
ger una crisis mental que lo dejó encerrado en su casa de Nueva York,
atendiendo teléfonos que no habían sonado y comenzando discursos
que revelaban un gran desvarío. Pese a ello consiguió viajar pocos días
después a París, compró un revólver, faltó a una decisiva reunión con
sus acreedores y se pegó un tiro en la soledad de su habitación. En la
mesa de luz estaba la novela de Ehrenburg que pronosticaba para el
financista Olson una muerte parecida a la suya. En una caja fuerte se
encontraron también 42 bonos gubernamentales italianos, más otros
documentos oficiales, que en definitiva obligarían a Italia a pagar un
millón y medio de libras esterlinas y que aparecían firmados por un
Ministro de Finanzas y por otro alto funcionario. Toda esa documenta-
ción era inventada y las firmas habían sido falsificadas por Kreuger. A

161
su favor sólo cabe decir que no había llegado a presentar los bonos
italianos como garantía de alguna operación.
Su biógrafo Robert Shaplen (en una excelente y prolongada nota de
The New Yorker, 1959, utilizada para estas páginas) termina señalando
que en las Islas Azores no se pueden utilizar encendedores para los
cigarrillos, y que los viajeros en tránsito deben declarar en Aduana si
tienen alguno en su poder. Los encendedores están prohibidos por un
reglamento que data de la década de 1920 y que forma parte del mono-
polio que Kreuger había obtenido de las autoridades locales.
HENRI-DES1RE LANDRU (1869-1922) fue el nombre más cono-
cido y más probable de un individuo que utilizó muchos nombres falsos
y desarrolló una de las grandes carreras criminales de la historia. Hacia
1891 se había casado con una prima y tenía un hijo. Pero en cambio
carecía de medios de vida, con lo cual comenzó a cometer pequeñas
estafas y a dejar cuentas impagas. Hacia 1900 recibió una condena de
tres años por una estafa mayor, contra una viuda a la que aparentemente
prometió matrimonio para sustraerte dinero.
La cárcel no lo curó. A la salida se inició en la técnica de publicar
anuncios en los diarios, con un texto que aproximadamente era así:
“Caballero de 45 años, con una renta de 4.000 francos, desea casarse
con dama de similar edad e ingresos”. El procedimiento le sirvió para
citar a 283 mujeres, según se desprende de las cuidadosas anotaciones
que llevaba en cuadernos encontrados después por la policía. Esos
apuntes debían serle necesarios, porque era frecuente que manejara si-
multáneamente las relaciones con dos o tres mujeres y había que evitar
la confusión.
Toda la operación se habría reducido a una cadena de delitos meno-
res, si no fuera porque en algún caso encontró resistencias. Su relación
con una señora Jeanne Cuchet, a quien había absorbido considerables
ahorros, llevó a una escena de reproches, que terminó con la mujer ase-
sinada y quemada en el gran homo de una villa que Landru había com-
prado. Eso se convirtió después en un modus operandi, con lo que la
policía de París comenzó a recibir varias denuncias similares sobre mu-
jeres misteriosamente desaparecidas. La hermana de una de las vícti-

162
mas vio ocasionalmente a Landru en la calle, lo identificó como el ga-
lán sospechoso y terminó por poner a la policía en la pista. Detenido y
juzgado, Landru mantuvo su postura de inocencia, pero las pruebas en
su contra eran abrumadoras. Incluían huesos calcinados en los hornos,
apuntes de Landru en los que constaban cifras y nombres, testimonios
oculares de familiares. En un caso, la propia mujer de Landru había
colaborado en los delitos, no como asesina pero sí como cobradora de
cuentas bancarias ajenas.
Al jurado le llevó una hora y media dictaminar que Landru era cul-
pable, y en febrero 1922 se lo ejecutó en la guillotina. La nómina com-
pleta de sus delitos nunca fue conocida con precisión, pero nueve de
los crímenes quedaron comprobados. Aunque Landru utilizó docenas
de seudónimos, la historia posterior le deparó uno más. En 1946 Cha-
plin dio el nombre de Monsieur Verdoux a una de sus más controverti-
das películas, que cuenta aproximadamente la historia de Landru con
una serie de reflexiones sociopolíticas. Un dato importante es que tanto
en esa ficción cinematográfica como en la vida real, Landru se había
comportado como un honorable caballero, defensor de su esposa y de
su hijo hasta el último momento del juicio. Sus fines eran más honora-
bles que sus métodos.
CHARLES MANSON (n. 1934) fue un criminal querido, respetado,
obedecido y venerado por cuatro mujeres llamadas Linda Kasabian,
Susan Atkins, Patricia Krenwinkel y Leslie Van Houten, así como tam-
bién por una docena de otras cuyos nombres adquirieron menor fama.
Todas ellas integraban lo que él llamaba su “familia”. El mundo dio al
grupo el nombre de “clan Manson” y lo consideró culpable de dos tre-
mendas matanzas cometidas en agosto 1969 en Los Angeles, primero
contra la actriz Sharon Tate y sus invitados, después contra el matri-
monio de Rosemary y Leño La Bianca. Ninguno de los siete muertos
era conocido por los criminales y en todo el episodio no hubo motiva-
ciones de robo o de venganza. Su delirante causa era una “justicia so-
cial”, en la que un grupo de marginados y drogadictos quería terminar
con los representantes de una sociedad capitalista y burguesa.

163
De la infancia de Manson se sabe naturalmente muy poco. Era hijo
de padre desconocido y su madre fue una reconocida prostituta y la-
drona, a quien el hijo debió visitar a menudo en la cárcel. Se supone
que Manson careció de una educación escolar y está comprobado que
hacia 1967 (tenía 33 arios) se integró a una colonia de hippies en las
cercanías de San Francisco. Para casi todos ellos el medio de vida debió
oscilar entre la mendicidad y el robo. Fue entonces cuando Manson
comenzó a reclutar a su “familia”, incorporando a otros marginados
sociales, especialmente mujeres, cuyas edades oscilaban entre los 18 y
23 años. La fascinación que ejercía sobre ellas ha sido comparada a la
atribuida al monje Rasputin en la corte imperial rusa de comienzos de
siglo. No se trataba sólo de promiscuidad sexual, con orgías colectivas,
sino de una obediencia ciega en cualquier línea de conducta. La noche
en que el clan Manson atacó a Sharon Tate (mujer de Román Polanski
y en ese momento embarazada de ocho meses) todos estaban drogados
con LSD o ácido lisérgico, que era su fórmula de felicidad. No sólo
acuchillaron reiteradamente a la dueña de casa y a cuatro invitados oca-
sionales, sino que con su sangre escribieron la palabra Pigs (Cerdos)
en puertas y paredes. El caso pareció imperfecto a Manson, y así el clan
atacó 24 horas después al matrimonio La Bianca, con resultados simi-
lares.
Los criminales fueron apresados y el juicio se estiró durante diez
meses. La policía obtuvo la colaboración de Linda Kasabian, que había
sido cómplice de los hechos (pero sólo como centinela, según su de-
claración) y tras garantizarle la inmunidad judicial obtuvo el pormenor
de la vida en el clan Manson y de la muerte en las casas de sus víctimas.
Pero fue la única parcialmente arrepentida. Tanto Manson como sus
mujeres insistieron en gritar que habían hecho una justicia superior,
que los jueces y la sociedad eran despreciables, que toda condena sería
una prueba de la represión ejercida por los poderosos. Esos alegatos
eran complementados en la calle y frente al tribunal por otras integran-
tes del clan Manson, que se habían rapado la cabeza, declamaron contra
el ajusticiamiento de un hombre inocente y anunciaron que si su jefe
era ejecutado, ellas se quemarían vivas.

164
Los disturbios durante el juicio obligaron a que el juez ordenara más
de una vez el retiro de los acusados. En enero 1971, tras una delibera-
ción que se prolongó durante 42 horas y fracción, el jurado resolvió
que todos eran culpables de los crímenes y que en consecuencia debían
ser ejecutados en la cámara de gas. Para escuchar su sentencia Charles
Manson volvió a la sala. Se había rapado la cabeza y se había quitado
la barba. Sobre la frente había dibujado una cruz esvástica. Su actitud
delirante (aunque ya lo habían alejado del LSD) no impidió que los
abogados defensores intentaran una apelación. Pero en marzo 1971 la
condena fue ratificada. En esa otra instancia el fiscal declaró: “Si al-
guno de estos acusados recibe solamente prisión perpetua, la pena de
muerte debe ser abolida en California. Si éste no es un caso apropiado,
ningún otro lo será jamás”.
Pero la historia quiso que efectivamente el Estado de California ter-
minara por abolir la pena capital (febrero 1972), tras una larga contro-
versia, con lo cual todos los condenados pasaron a la categoría de “pri-
sión perpetua”, aunque en el caso personal de Manson su condena se
integra con nueve prisiones perpetuas y sucesivas, para superar la po-
sible magia de su resurrección. Obviamente desconforme con ese fu-
turo, Manson intentó lugar por lo menos dos veces (octubre 1974, no-
viembre 1982) y en el segundo caso su plan se frustró porque en su
celda le descubrieron un serrucho, un cuchillo, treinta metros de cuerda
de nylon y un catálogo sobre globos inflables, lo cual habría sido un
método improbable pero posible para la evasión. Esos datos sugieren
que el clan Manson continuaba activo fuera de la cárcel, y su mejor
demostración fue aportada por la discípula Lynette Anne Fromme, 26
años, que en Sacramento, California, intentó disparar contra el presi-
dente Gerald Ford, a menos de un metro de distancia, y fue derribada
a tiempo por la custodia presidencial (setiembre 1975).
La vida posterior del clan Manson ha recibido una moderada aten-
ción periodística. La condenada Leslie Van Houten llegó a manifestar
su arrepentimiento y a considerarse indebidamente influida por el LSD
y por Manson, pero tales declaraciones (febrero 1977) no modificaron
su prisión perpetua. Su colega Susan Atkins se casó misteriosamente
en la cárcel (setiembre 1981) con el millonario Donald Lee Laisure, 52

165
años, un excéntrico que también es coleccionista de armas. El propio
Manson terminó por trabajar como asistente en una capilla protestante
dentro de la cárcel, dato que indignó entre otros a la madre de Sharon
Tate. En junio 1981 Manson concedió a Tom Snyder, periodista de la
NBC, un singular reportaje filmado en la cárcel de Vacaville, Califor-
nia. Allí apareció otra vez con profusa barba y pelo largo, volvió a pro-
clamarse inocente y dijo que en caso de ser liberado sólo temía “a los
maniáticos que hay allí afuera”. También tuvo la frecuente visita de
Nuel Emmons, un ex-presidiario que era su amigo desde 1956 y que
parece ser la única persona en la que confía plenamente.
En setiembre 1984 Manson tropezó con uno de los maniáticos que
había dentro de la prisión de Vacaville. Se llamaba Jan Holmstron, in-
tegraba la secta Haré Krishna y molestaba con sus cánticos la tranqui-
lidad espiritual de Manson. Así fue como Holmstron roció a Manson
con combustible y puso a arder sus barbas y su pelo, causando lesiones
que dejaron marca pero que le permitirán cumplir sus nueve vidas de
condena. Todo el clan Manson utilizó las diversas oportunidades lega-
les de solicitar la excarcelación (la sexta de ellas en febrero 1986) y en
todos los casos la respuesta fue claramente negativa. Como lo señalara
uno de los fiscales, “ningún otro prisionero de los Estados Unidos po-
dría suponer en libertad un mayor peligro social”.
HERMAN MELVILLE (1819-1891) figura hoy entre los grandes es-
critores norteamericanos, aunque su prestigio se apoya casi entera-
mente en una sola novela, Motry Dick (1851). Es menos sabido que
esta obra fue en su momento un tremendo fracaso de público y de crí-
tica, tras lo cual el autor vivió otros cuarenta años en el aislamiento y
la amargura.
Melville inició a los once años una existencia de pobreza, que lo
empujó a trabajos humildes. A los veinte años se enroló como grumete
en un barco y a los 22 integró la tripulación del buque ballenero Acush-
net, lo que le condujo durante cinco años al motín, la cárcel y la po-
breza. Pero así conoció el Océano Pacífico, especialmente Tahití y Ha-
wái, dando una base de experiencia a su posterior carrera como nove-
lista. En 1846 inició esa obra con una serie de relatos (Typee, Omoo,

166
Mardi, Redburn, White Jacket), que en buena medida se apoya en te-
mas del mar. La culminó en 1851 con Moby Dick, que es no sólo el
relato de una aventura marina, sino también un tratado sobre la nave-
gación de la época, y sobre la caza y utilización de la ballena. Más
profundamente, la novela aporta una vasta reflexión filosófica sobre el
espíritu humano y sobre la búsqueda de un ideal inalcanzable. La ba-
llena Moby Dick es el símbolo de ese ideal, cuyo hallazgo se posterga
reiteradamente, hasta que termina por coincidir con la muerte.
Melville fue influido en la época por la admiración que sentía hacia
el escritor Nathaniel Hawthorne, quince años mayor, con quien man-
tuvo una intensa pero efímera amistad. Las ideas de Hawthorne y el
particular logro de La letra escarlata (1850) llevaron a Melville a pro-
curar una mayor profundidad para su obra propia. El caso ayuda a ex-
plicar las densidades conceptuales de Moby Dick. Pero cuando esta no-
vela se publicó, primero en Londres y luego en Estados Unidos, ni la
crítica ni el público se interesaron mucho por Melville. Este pasó a es-
cribir Pierre, cuyo protagonista es justamente un artista que se siente
rechazado por la sociedad.
En los cuarenta años siguientes a Moby Dick, y evidentemente mar-
cado por una sensación de fracaso, Melville escribió otros cuentos y
novelas, así como cuatro colecciones de poesía. Atravesó la Guerra Ci-
vil (1861-1865), la muerte de dos hijos varones y un período de 19 años
como funcionario aduanero en Nueva York. Tras su muerte en 1891 se
descubrió entre sus papeles la novela inédita Bilty Budd, que sin em-
bargo no se editó hasta 1924. Toda la fama de Melville ocurrió así des-
pués de su muerte. Se hicieron tres versiones cinematográficas de
Moby Dick (1926, 1930, 1956), una de Billy Budd (1962) y otra de su
breve cuento Bartleby (1972). Este último relato es la corta historia de
un rebelde y entusiasmó a Jorge Luis Borges, que en 1943 lo publicó
con su propia traducción y prólogo. Allí acota que el mundo de
Bartleby es una suerte de premonición del mundo de Kafka.
MARGARET MITCHELL (1900-1949) adoró desde la infancia al
viejo Sur de su Atlanta natal, supo tardíamente a los diez años que los
sureños habían perdido la guerra, escribió algunos cuentos y novelas
que nunca tuvieron la menor fama. Pero también escribió Lo que el

167
viento se llevó, que fue en novela y cine uno de los best-sellers de este
siglo.
Contra toda previsión, Margaret Mitchell no era la Scarlett O’Hara
de su novela. Era una mujer bajita (1.50 mts.), tímida, que había sufrido
un accidente hípico en su infancia y que pasó buena parte de su vida
apoyada en muletas. Aunque a veces era brillante en su conversación,
lo habitual fue que se mostrara tan retraída como su otro personaje Me-
lanie. Pergeñó durante muchos años los manuscritos de Lo que el viento
se llevó, escritos en desorden, al punto de que comenzó por el capítulo
final, sabía lo que pondría al comienzo y tenía una vaga idea de cómo
desarrollar la zona intermedia. Después acumuló un texto que llegó a
un editor por insistencia de su marido John Marsh, pero en una versión
tan preliminar, tan defectuosa en sus baches e incoherencias, que sólo
podía ser aceptada a cuenta de mejores correcciones. Así la editorial
Macmillan fijó un plazo de seis meses para regularizar los originales.
En mayo 1936 Lo que el viento se llevó tuvo una edición inicial de
diez mil ejemplares, a un precio de tres dólares. En los dos años si-
guientes había alcanzado el premio Pulitzer, un tiraje millonario, la
venta de sus derechos cinematográficos (al productor David O. Selz-
nick, por cincuenta mil dólares) y una impensada fama para una escri-
tora tímida que se vio aclamada por su querido Sur, pero que se negaba
a concurrir a los muchos actos y homenajes que el éxito provoca. Tam-
bién se negó a reunirse siquiera con el productor Selznick ni a colabo-
rar en modo alguno con la adaptación cinematográfica. Según el crítico
e historiador Gavin Lamben (en su libro GWTW), la escritora se vio
abrumada por el éxito y llegó a escribir que el asedio sufrido por ella y
por su marido eran muy superiores a los esfuerzos de Scarlett por su-
perar los desastres de la guerra civil.
Como lo acota Lamben, en todo ese episodio había una poderosa
paradoja. La novela tenía un profundo sentido feminista, porque en de-
finitiva era la victoria de Scarlett contra un mundo masculino. Pero
Margaret Mitchell era una mujer retraída, que no habría terminado la
novela ni habría alcanzado el éxito sin el apoyo constante de su marido.
Después no quiso, no supo o no pudo escribir nada más.

168
En 1949 Margaret Mitchell fue atropellada en una calle de Atlanta
por un coche conducido a velocidad excesiva por Hugh D. Gravitt, 29
años, taxista, con malos antecedentes profesionales en el manejo de
automóviles. La escritora sufrió lesiones considerables y falleció cinco
días después. Por su voluntad expresa, el marido quemó los borradores
iniciales de Lo que el viento se llevó, de los que sólo se conservan unas
pocas hojas enmendadas, más las pruebas corregidas por la autora. En
el Cementerio Oakland, de su nativa Atlanta, la tumba de Margaret
Mitchell suele ser visitada por turistas, pero ninguna placa recuerda allí
a una de las escritoras más aceptadas del siglo.
JESSE OWENS (1913-1980), atleta negro, cumplió algunas de las
hazañas deportivas más notables de todos los tiempos. En mayo 1935
compitió en torneos oficiales realizados en Ann Arbor, Michigan, y allí
igualó el record mundial para la carrera de 100 yardas (9,4 segundos)
y en seguida batió los records mundiales de salto largo (26 pies, 8,25
pulgadas), y de 220 yardas, todo ello en 45 minutos.
En 1936 Alemania nazi realizó los Juegos Olímpicos de Berlín, ob-
viamente encaminados a probar la superioridad aria. Sus autoridades
resolvieron, olímpicamente, que los judíos no podrían participar en las
competiciones, por lo que Estados Unidos se vio obligado a prescindir
de dos atletas judíos (Martin Glickman, Sam Stoller) y a reemplazarlos
por los negros Jesse Owens y Ralph Metcalfe. El incidente político fue
muy desagradable, y hay quien piensa que los norteamericanos no de-
bieron transar con la imposición. Pero deportivamente fue muy prove-
choso, porque Owens batió en una hora los records de 100 yardas, 220
yardas y salto largo, además de participar en el equipo triunfal de cua-
tro corredores para la carrera de postas de 400 metros. Entre sus com-
petidores de salto largo estaba el campeón alemán Lutz Long, a quien
Owens derrotó en la emergencia, pero de quien se hizo amigo. Esa
tarde Hitler se hizo presente en el estadio, inicialmente dispuesto a
brindar una felicitación aria a Long, pero terminó por dar la espalda a
Owens, quien se retinó de las Olimpíadas con cuatro medallas de oro,
lo cual ya era un record por sí mismo.

169
Tras sus victorias olímpicas, Owens quedó virtualmente olvidado
durante décadas en la mayor pobreza y debió trabajar en puestos hu-
mildes, como encargado de mantenimiento o portero. Había sido de-
portivamente un amateur, pero abandonó esa categoría cuando se vio
obligado a aceptar dinero para correr contra automóviles, caballos y
galgos. Los cuarenta años de humillaciones terminaron cuando el pre-
sidente Gerald Ford le otorgó la Medalla de la Libertad (1976), a lo que
siguió una donación oficial concedida por el inmediato presidente Cár-
ter (1979). En sus últimos años Owens dirigió una lucrativa empresa
de relaciones públicas. Falleció por cáncer de pulmón en marzo 1980.
THOMAS PAINE (1737-1809) fue un ideólogo y una víctima de dos
revoluciones extranjeras, descendiendo desde un nivel heroico hasta el
casi total olvido, del que después lo rescató la historia. Había nacido
en Inglaterra, tuvo escasa educación formal, perdió sucesivos empleos
y llegó a ser funcionario del Departamento de Consumos en Londres.
Eso le llevó a publicar en 1772 un folleto sobre su propia tarea, donde
recomendaba que se aumentaran los sueldos, como única forma de evi-
tar la extendida corrupción de los funcionarios. Así fue despedido del
cargo, paso cuyas consecuencias fueron imprevisibles para Gran Bre-
taña.
Un encuentro casual con Benjamín Franklin convenció a Paine de
que tendría mejor suerte en América, que a esa altura era colonia in-
glesa. Llegó a Filadelfia en 1774 y pronto publicó otro folleto contra la
esclavitud. Al año siguiente, cuando habían comenzado las hostilida-
des entre los americanos y los ingleses, Paine publicó otro folleto titu-
lado Common Se use (Sentido común), donde preconizaba que la lucha
iniciada por un problema de impuestos debía ampliarse a formar un
país independiente. La edición de ese folleto (enero 1776) llevó a Paine
a un duro conflicto económico con el impresor Robert Bell, quien no
quiso pagarle los porcentajes acordados y además hizo ediciones clan-
destinas. En 1779 Paine tenía deudas derivadas de Common Sense, que
mandó imprimir nuevamente por su cuenta y cuyos ejemplares quiso
que fueran baratos y accesibles. Pero entretanto había sido enorme su
difusión. Se calcula que la venta del primer semestre de 1776 llegó al
medio millón de ejemplares y también se supone que el contenido de

170
Common Sense fue decisivo para la declaración de la independencia de
los nuevos Estados Unidos de América (julio 1776).
En la década siguiente Paine publicó muchos otros folletos sobre la
peculiar crisis americana, integró el gobierno de Washington y procuró
el apoyo financiero público para los soldados. También perdió su
puesto cuando acusó a terceros por la corrupción en sus cargos públi-
cos. Vivió así en la pobreza, desdeñado por los Estados Unidos que
había ayudado a crear y considerado como traidor en su nativa Ingla-
terra, porque había colaborado en la pérdida de las colonias america-
nas. En 1787 viajó a Inglaterra, pero se interesó mucho por Francia,
donde poco después comenzó la Revolución. Se sintió comprometido
con ella, y publicó otro folleto titulado Los derechos del hombre
(1792), que se hizo célebre, donde cuestionó las estructuras sociales
europeas que habían producido pobreza, analfabetismo, gobiernos au-
toritarios y guerra. El libro enojó considerablemente a las clases supe-
riores inglesas y Paine sólo se libró de la cárcel por su viaje a Francia,
que vivía las incertidumbres de su Revolución. Allí Paine se manifestó
contra el terror institucional y en la polémica sobre el destino del rey
Luis XVI opinó que lo mejor era conservarlo vivo. Pero Luis XVI fue
guillotinado (enero 1793) y Paine quedó paradójicamente marcado
como un reaccionario. Cuando Robespierre asumió el poder, Paine fue
encarcelado (diciembre 1793 a noviembre 1794), librándose milagro-
samente de la guillotiné.
La libertad no fue la tranquilidad. En 1795 Paine publicó su libro
La Edad de la razón, en dos tomos, que ponía en discusión nada menos
que la religión. Aunque se declaraba religioso, Paine formulaba reser-
vas contra la interpretación literal de la Biblia y contra las estructuras
clericales, de tal modo que muchos lo consideraron un peligroso ateo.
Vuelto de Francia a Estados Unidos (1802), Paine descubrió que el pú-
blico norteamericano había olvidado sus anteriores contribuciones. Vi-
vió enfermo, pobre y ocasionalmente ebrio hasta su muerte en 1809.
Diez años después sus huesos se perdieron cuando los restos fueron
trasladados a Inglaterra para un funeral simbólico pero digno.
Cuando Paine murió, la noticia necrológica del New York Citizen
contenía una frase luego famosa: “Vivió mucho, hizo algo de bien y

171
mucho de mal”. Pero esa opinión fue corregida. En 1937 el Times de
Londres lo calificó de “Voltaire inglés”; en 1952 la Universidad de
Nueva York incorporó su busto a la galería de hombres célebres. Se
supone que Paine creó el nombre de Estados Unidos de América, pero
Estados Unidos no parece haber dado el nombre Paine a ninguna de
sus ciudades.
EZRA POUND (1885-1972) fue no sólo uno de los más reconocidos
poetas de habla inglesa en este siglo, sino también uno de los mayores
investigadores y difusores de la literatura clásica y moderna. Se le acre-
ditan sesenta años de actividad editorial, setenta libros propios, similar
cantidad de colaboraciones con otros libros, un millar y medio de ar-
tículos. Pero hasta sus admiradores terminaron avergonzados de
Pound, de su adhesión al fascismo, de su locura y de su cárcel.
Pound nació en una pequeña ciudad minera de Idaho, estudió en
universidades de Pennsylvania y New York, adquirió una sólida cul-
tura literaria y el dominio de varios idiomas europeos. Pasó buena parte
de su vida en Europa, lo cual incluyó destacadamente París (1921-
1924) y Rapallo, Italia (1924-1944). Pudo dedicarse casi enteramente
a las letras y ayudó directa o indirectamente a que se difundiera la obra
de Robert Frost, D. H. Lawrence, James Joyce, T. S. Eliot, Ernest He-
mingway y otros autores del siglo. Simultáneamente publicó sus pro-
pias obras, destacándose allí sus poemas, conocidos colectivamente
como “The Cantos”, y abundantes traducciones de poetas europeos y
orientales, incluyendo algunos chinos.
En la primera posguerra, hacia 1918, Pound comenzó a interesarse
por la economía mundial y sus consecuencias políticas. Esa dedicación
se intensificó ante la crisis general provocada en 1930, lo cual llevó a
Pound a escribir numerosos artículos en los que proponía una reforma
económica general. Pero eso lo volcó también a una franca admiración
por Mussolini. Aunque viajó de Italia a Estados Unidos en 1939, con-
fiando en proponer alguna fórmula para mantener la paz entre ambos
países, Pound volvió desilusionado a Italia. Entre 1941 y 1943, por ra-
dios italianas, Pound habló de temas literarios, pero también ponderó
al fascismo y sostuvo que el esfuerzo bélico americano estaba en ma-
nos de banqueros judíos. Esto rebajó su prestigio. En 1956, durante un

172
interrogatorio ante un comité parlamentario de investigación, el escri-
tor Arthur Miller declaró:
“Durante la guerra yo había comprado una nueva radio, y tenía sis-
tema de onda corta, y una noche la sintonicé, y había una voz que yo
nunca había escuchado, pero que hablaba en un perfecto idioma ame-
ricano, proponiendo la destrucción del pueblo judío y justificando la
cremación de los judíos. Quedé muy asombrado, porque era un acento
americano totalmente común, esperé hasta el final y la transmisión era
desde Italia y se trataba de Ezra Pound. Creo que se me perdonará por
haberme sentido perturbado ante ese hombre, pero diré ahora que a pe-
sar de ello se trata de un asunto difícil de decidir, y creo que ése era un
caso trágico y que las respuestas no son fáciles.”
Miller daba esas explicaciones porque se le habían recordado otras
palabras más crueles que escribió sobre Pound en 1945. Ese fue el año
en que el ejército norteamericano detuvo al consagrado poeta, con lo
cual quedó inaugurada una controversia sobre el destino que debía dár-
sele. Después de seis meses en Pisa, confinado a una prisión para cri-
minales de guerra, Pound fue enviado a Estados Unidos, para ser juz-
gado como traidor. Pero un comité especial de doce médicos lo declaró
“insano y mentalmente incapacitado para un juicio”, con lo cual quedó
recluido en un hospital para dementes, cerca de Washington, durante
doce años (1946-1958).
En 1949 Pound volvió a ser famoso desde la cárcel, cuando sus Pi-
san Cantos obtuvieron el premio Bollingen. En 1958 quedó libre, vol-
vió a Italia y vivió en el silencio hasta su muerte en 1972.
FRANCIS GARY POWERS (1929-1977) piloteaba en 1960 un avión
U-2, por cuenta de la CIA, sobre territorio soviético, en aparente mi-
sión de fotografía y espionaje. Por medios no aclarados, los soviéticos
consiguieron derribar el avión y mantener vivo a Powers, quien fue
enjuiciado y confesó haber violado territorio extranjero. Quedó conde-
nado a diez años de prisión, pero el incidente hizo fracasar una reunión
cumbre entre Jruschov y el presidente Eisenhower, porque éste se ne-
gaba a admitir la verdad del caso Powers.
Tras el penoso incidente diplomático, Powers fue canjeado (1962)
por el espía prosoviético Rudolf Abel. Después trabajó como piloto de

173
helicópteros, controlando el tráfico automovilístico en Los Angeles y
cercanías. Falleció lógicamente en un accidente de helicópteros, en
agosto 1977. Su caso fue después sumamente recordado, tanto por los
intercambios de espías como por otros aviones derribados a la CIA so-
bre Nicaragua.
WILHELM RE1CH (1897-1957) tenía una elevada y sincera opi-
nión de sí mismo, al punto de que le pareció natural compararse en
diversos momentos con Sócrates, Jesús, Giordano Bruno o Galileo. En
su propia versión, era un genio incomprendido por una época de me-
diocres. En opinión de muchos otros, Reich era en cambio un charlatán
insoportable, que no sólo difundía doctrinas y teorías seudocientíficas
sino que insultaba a diestra y siniestra, porque en verdad no toleraba la
discrepancia y se comportaba de muchas maneras como un dictador.
Sus opositores ganaron la partida, por lo menos en la primera mitad del
Siglo Veinte, y así Reich fue condenado a la cárcel y muchos libros
suyos desaparecieron en hogueras, por orden gubernamental.
Reich nació en el Imperio Austrohúngaro, descendía de una familia
judía y permaneció durante su juventud en Viena. Cuando tenía trece
años advirtió que su madre incurría en adulterio, la denunció a su padre
y éste desató una tormenta familiar de tal gravedad que Cecile Reich
se suicidó. El hecho debió causar un serio trauma a Wilhelm, culpable
indirecto de la muerte de su madre. Debió influir asimismo en su
vuelco al psicoanálisis. En 1919 Reich comenzó a ser alumno de Freud
y junto a él descubrió las teorías sobre la influencia de la libido y sobre
el peso de los traumas infantiles en la conducta del ser humano adulto.
Ya en esos momentos tales teorías de Freud eran controvertidas, no
sólo fuera sino también dentro del movimiento psicoanalítico. Dando
por admitido que muchas neurosis tienen un remoto origen sexual, pa-
recía improbable en cambio que eso abarcara a todas las neurosis, para
las que podían combinarse factores muy variados.
Las fuerzas inconscientes del ser humano ya habían sido exploradas
por otros investigadores, especialmente por Mesmer cuando postuló el
“magnetismo animal” (en el siglo XVIII) y por Bergson en su formu-
lación de un “élan vitar. La fuerza de la “libido”, propuesta por Freud,
fue recogida y prolongada por Reich hasta centrar en ella una teoría

174
que ocupó el resto de su vida. Entendió que la plenitud de la vida sexual
era requisito indispensable para el equilibrio y la felicidad, con lo que
no sufriría neurosis alguna quien pudiera y supiera alcanzar satisfacto-
rios orgasmos. Esto llevaba a recomendar una amplia libertad sexual,
más allá de leyes y prejuicios de la educación. Notablemente, Reich
creyó encontrar una fórmula ideal en la Unión Soviética, que tras la
revolución de 1917 impulsaba esa libertad individual, como parte de
un nuevo orden social. Así Reich se hizo comunista, con tanta devoción
que poco después hizo cuestión de que sus hijos fueran educados en
colegios marxistas. Pero allí comenzaron los conflictos que terminarían
por hundir su prestigio. Para el mismo Freud, las teorías del orgasmo
satisfactorio eran sólo una caricatura de sus observaciones y enseñan-
zas, con lo que terminó por alejar a Reich con lo antes había alejado a
otros disidentes. La Asociación Psicoanalítica también objetó que
Reich introdujera la política en temas científicos, como lo hizo en va-
rias conferencias. Por otro lado, tampoco los comunistas aceptaron du-
rante mucho tiempo a Reich. Veían al hombre ejemplar en la figura de
un obrero idealista, poseído de una conciencia social solidaria, pero de
ninguna manera lo veían coincidir con un hombre dispuesto a interve-
nir en tantas orgías sexuales como las que su cuerpo pidiera y aguan-
tara.
Rechazado doblemente por los psicoanalistas austríacos y por los
comunistas, Reich se alejó de Austria, estuvo en Berlín (1930 a 1933,
o sea hasta el comienzo del gobierno nazi) e inició una conciencia de
mártir perseguido que se mantuvo en él durante casi treinta años. Igual
que su padre, creía tener la plena razón en un mundo de mediocres
(aunque nunca se atrevió a rechazar a Freud, ni siquiera cuando Freud
lo rechazó a él). Paradójicamente, su evangelio de la libertad sexual no
llegaba hasta su vida privada, en la que con criterio machista podía
cometer infidelidades pero en cambio podía mostrarse espantosamente
celoso ante la posibilidad de ser engañado, como lo atestiguaron por lo
menos cuatro de sus mujeres, todas las cuales coincidieron en que su
carácter hacía difícil la convivencia. Lo mismo se aplicaba a sus cola-
boradores, que (igual que los de Freud) sólo podían optar entre la acep-
tación total del maestro o el simple alejamiento.

175
La teoría del orgasmo necesario tuvo sin embargo bastante acepta-
ción, sobre todo porque liberó a muchas pacientes que, en efecto, pa-
decían de limitaciones sexuales, generalmente derivadas de su forma-
ción en la adolescencia. Después de 1933 Reich aplicó esas teorías en
Dinamarca, al comienzo con mucho éxito, pero las autoridades danesas
leyeron algunos de sus textos y terminaron por convencerse de que te-
nían en el país a un extranjero indeseable, poseído de peculiares ideas
políticas y sexuales. No le renovaron el permiso de estadía, con lo que
Reich se trasladó a Noruega, donde se sintió como en una segunda pa-
tria y donde fundó un Instituto para la Investigación Vital de la Vida
Sexual (1936). Fue entonces cuando Reich descubrió o creyó descubrir
los “biones”, que fueran definidos como unidades de transición entre
materias vivientes y no-vivientes, o como un precedente en la creación
de protozoarios y bacterias. Durante dos años Reich trabajó con diver-
sos experimentos en ese hallazgo que vio como “el origen de la vida”,
mientras publicaba libros y folletos que divulgaban sus teorías y que
frecuentaban la palabra “orgasmo”, incluso en los títulos. El corolario
noruego fue una verdadera campaña de prensa, donde se le acusó de
curandero y de agitador. Si a eso se agrega la cercana presión del na-
zismo, parece fácilmente explicable que Reich haya procurado y obte-
nido viajar a Estados Unidos en 1939. Con ello se liberó de un posible
campo de concentración, porque Noruega fue ocupada por el ejército
nazi en 1940.
En Estados Unidos, presentado como el científico que había “ais-
lado la libido” y que postulaba raíces sexuales en la conducta, Reich
volvió a tener un éxito inicial. Dictó clases, fundó seminarios y divulgó
su nueva teoría sobre la “energía orgónica”, neologismo con el que
agrupaba a fuerzas presentes en la tierra, en la atmósfera y en el orga-
nismo vivo. Un adelanto probablemente valioso fue su formulación de
La biopatía del cáncer, que tiene por lo menos una gran lógica apa-
rente. Descontado que el cáncer no deriva de virus o de microbios, sino
de malformaciones en el cuerpo humano, Reich postuló que su origen
era la perversión de una energía vital (y especialmente de una energía
sexual) que en lugar de cumplir sus fines propios ha sido reprimida o
desviada. Con originales aplicaciones de la “energía orgónica” Reich

176
pudo corregir algunos casos de cáncer superficial, y eso le llevó a jac-
tarse de un enorme descubrimiento.
En 1941, cuando Estados Unidos entró en guerra, Reich fue dete-
nido como extranjero, fue liberado a las tres semanas y reanudó sus
experimentos, ahora con la convicción de que era un perseguido por el
mundo entero, incluyendo ex-colaborado- res y ex-amigos. En la dé-
cada inmediata su conducta fue individualista y rebelde. Construyó así
un “acumulador orgónico”, curiosa caja de metal y madera (u otro ele-
mento orgánico) que tenía capacidad para una persona y que podía ofi-
ciar como concentrador de energía vital. Descubrió o creyó descubrir
otra energía maligna que denominó D.O.R. (por Deadly Orgone Ra-
diation, o sea una fuerza orgónica letal). Hizo experimentos con la at-
mósfera, creando un “Cloudbuster” o rompe-nubes, que podría provo-
car lluvias y que en varios casos las consiguió. En la posguerra, cuando
el mundo entero podía sentirse preocupado por el peligro de un ataque
atómico, Reich ideó que la energía orgónica sería un correctivo contra
los efectos de la radioactividad. Eso le llevó a experimentar con minús-
culas cápsulas de radio, con tan mala fortuna que varios colaboradores
tuvieron náuseas y otros síntomas alarmantes. En 1953 se interesó vi-
vamente por los OVNIS (Objetos Voladores No Identificados), cre-
yendo no sólo en su existencia sino en su actitud agresiva, porque en
algún caso entendió que los “platillos voladores” habían impedido uno
de sus muchos experimentos atmosféricos.
A lo largo de su residencia norteamericana, Reich concentró adhe-
siones y oposiciones. Procuró obtener el apoyo de Einstein, pero éste
vivía sumergido en sus trabajos propios y no tenía tiempo para todos
los extravagantes innovadores que le traían teorías y propuestas. Tuvo
testigos favorables pero menos famosos para experimentos con el Or-
gonon y con la atmósfera. En su vida hubo por lo menos cinco mujeres
que fueron testigos acusadores de su pésimo carácter y de su intoleran-
cia, pero que también supieron describir otros aciertos. Se llamaron
Annie Pink (con quien se casó en 1921), Elsa Lindenberg (desde 1932),
Gerd Bergersen (en 1936), Ilse Ollendorff (1939 a 1954), Aurora Ka-
rrer (desde 1955). La fama de Reich como charlatán está apoyada sin

177
duda por los sucesivos conflictos de su vida (con Freud, con otros psi-
coanalistas, con el Partido Comunista, con Dinamarca, con Noruega,
con Estados Unidos), pero eso no descarta la posibilidad de que algu-
nas de sus teorías y experimentos puedan integrarse con la ciencia fu-
tura. Están en la misma situación equívoca que otros temas tan miste-
riosos como los OVNIS (de los cuales quedan todavía muchos fenó-
menos sin adecuada explicación) y que toda la parapsicología, donde
la terca negativa científica no ha podido desmentir casos comprobados
de adivinación, de premonición ni del presumo poder mental para mo-
ver objetos a distancia. Igual que la electricidad, las energías vitales (o
sexuales) sólo serían demostrables por sus manifestaciones, que en
buena medida están más allá de la conciencia. Así las explicaciones de
Reich sobre el cáncer podrían contener un germen de verdad en un te-
rreno donde la ciencia todavía no pudo avanzar mucho. En perspectiva,
Wilhelm Reich queda situado como lideren una cultura marginal, que
provoca libros y folletos de escasa circulación, mientras la Enciclope-
dia Británica prefirió en cambio excluir su nombre durante tres déca-
das.
En 1953 la DFA (Drug and Food Administration, o sea la Adminis-
tración de Alimentos y Drogas) se interesó por las actividades de
Reich. Como esa dependencia pública debe supervisar por ley los me-
dicamentos y los sistemas curativos aplicados en Estados Unidos, la
DFA impugnó, tras una investigación de siete años, que Reich utilizara
comercialmente un presunto “acumulador orgónico” que en el criterio
oficial era una nítida defraudación de la credulidad pública. Lejos de
intentar argumentaciones y fundamentos, Reich adoptó otra vez la ac-
titud paranoica de mostrarse perseguido por su época. Escribió más li-
bros y más folletos, incurriendo además en la inconducta de enviar sus
“acumuladores orgónicos” fuera de las fronteras estatales, para realizar
en Atizona uno de sus experimentos meteorológicos, a pesar de que
había recibido una intimación judicial en contrario. A ello se agregó la
negativa a que la DFA inspeccionara sus instalaciones y aparatos, dado
el temor de que se apoderaran de sus secretos científicos. Tras un largo
proceso, lleno de incidentes judiciales, Reich terminó condenado

178
(mayo 1956) a dos años de cárcel, al tiempo que se ordenaba la des-
trucción de todo su material promocional, que legalmente sería invá-
lido.
Reich murió en la cárcel de Lewisburg, Pennsylvania, en noviembre
1957. Antes y después fueron quemados por orden judicial (como “tex-
tos de promoción comercial”) muchos de sus libros y folletos, en un
acto digno de la Inquisición medieval, aunque eso ocurría en Estados
Unidos a mediados del Siglo Veinte. Su biógrafo Colin Wilson (en The
Quest for Wilhelm Reich, 1981), tras puntualizar debidamente que no
se considera “reichiano” y que su protagonista era un paranoico inso-
portable, agrega puntualmente los muchos elementos que podrían vin-
dicar a Reich en el futuro. Pero también señala que Mary Boyd
Higgins, la albacea de Reich, estaba resuelta a no dejar ver documentos
originales antes de asegurarse que el libro sería favorable a su man-
dante. La paranoia ya parecía hereditaria y escasamente científica.
En 1971 y en Yugoslavia, el imprevisible realizador cinematográ-
fico Dusan Makavejev escribió y dirigió W.R. - Los misterios del or-
ganismo, que es todo un collage arbitrario y a veces comprensible so-
bre la mezcla del sexo con la política, incluyendo fragmentos de ironía
y de parodia. Una mitad de ese largometraje acumula entrevistas y frag-
mentos documentales sobre Wilhelm Reich, recogiendo materiales
norteamericanos.
ARTHUR RIMBAUD (1854-1891) está considerado como uno de
los mayores poetas franceses de todos los tiempos y también como un
poderoso innovador, que se introdujo en los terrenos del subconsciente,
dio forma a imágenes visionarias, se rebeló contra las concepciones
aceptadas no sólo en la poesía sino también en las circunstancias so-
ciales de su tiempo. Buena parte de esa rebeldía está expresada en sus
reiteradas fugas del hogar y en su búsqueda de nuevos horizontes, con
viajes que le llevaron a varios países europeos y africanos, casi siempre
en las más humildes condiciones materiales. Su obra poética mayor fue
juvenil y está integrada principalmente por poemas (o colecciones de
poemas) luego conocidos como Le bateau i\re (1871), Une saison en
enfer (1873), Illuminations (1886), aunque este último tomo com-
prende obras poéticas muy anteriores.

179
Es menos sabido que Rimbaud era homosexual y que por ello
arruinó la vida primero a la mujer de Paul Verlaine, después al mismo
Verlaine (que disparó a Rimbaud un tiro en el brazo y fue sentenciado
a dos años de prisión) y finalmente a su hermana, que lo cuidó en sus
últimos años. Asimismo, Rimbaud participó desde 1888 en una com-
plicada desventura africana, primero en Egipto y después en Etiopía,
donde vivió del tráfico de amias y de esclavos, lo cual era un mal des-
tino para un gran poeta lírico. También sufrió un cáncer, con un tumor
en la rodilla derecha que condujo a la amputación, a la muerte inmi-
nente y a una final conversión al catolicismo, según descripción de su
hermana, que fue único testigo. En ausencia de Rimbaud, de quien no
tenía noticias, Verlaine publicó en 1886 las Illuminations, dejando de
lado anteriores y enormes conflictos personales. En sus últimos meses
Rimbaud consiguió viajar a Marsella, donde falleció a los 37 años de
edad.
La vida de Verlaine (1844-1896) fue mucho más complicada a par-
tir de Rimbaud. Descubrió con él su homosexualidad (o estrictamente
su bisexualidad), tuvo junto a él varios viajes y una agitada relación
pasional, que derivó en el incidente del tiro (julio 1873). Por él dejó a
su esposa Mathilde y a su hijo Georges, situación que no consiguió
corregir después. Asimismo se dedicó al alcohol y terminó en la po-
breza y la decadencia, aunque hoy figura entre los mayores poetas de
Francia, junto a su amigo o ex-amigo.
IBN SA'UD (1880-1953) se llamaba realmente (según la Enciclope-
dia Británica) Abd al-Aziz ibn Abd ar-Rahman ibn Faysal ibn Turki
ibn Abd Allah ibn Muhammad Al Sa'ud, con lo que las imprentas del
mundo entero se alegraron cuando transó en llamarse Ibn Sa'ud. Aun-
que su familia había gobernado buena parte de Arabia durante un siglo,
su infancia coincidió con la decadencia familiar, con la pobreza y con
el exilio en Kuwait. Pero el padre lo había preparado para los peores
combates. Cuando tenía 21 años, y apoyado sólo por cuarenta camelle-
ros, Ibn Sa’ud se apoderó de la ciudad árabe de Riyadh, destronó a los
Rashids, que eran la dinastía enemiga, y dominó una mitad del territo-
rio árabe. Tras largas luchas políticas, a lo largo de treinta años, que
comprendieron la alianza con Inglaterra y la guerra contra los turcos,

180
Ibn Sa'ud terminó por imponer su gobierno, y en 1932 unificó al país
bajo el nombre de Arabia Saudita.
En 1933 Ibn Sa'ud firmó un contrato para que la empresa norteame-
ricana Standard Oil explotara el posible petróleo árabe. En 1938 apa-
reció en efecto el primer petróleo, pero en seguida apareció también la
Segunda Guerra Mundial. En 1950 Ibn Sa'ud sólo había recibido
200.000 dólares de la concesión petrolera. En 1953 recibía dos millo-
nes y medio por semana. Pero esa riqueza fue desastrosa para él y para
el país. El gobernante no sabía qué hacer con tanto dinero, fuera de
comprarse cantidades fastuosas de automóviles, aviones y otros lujos,
mientras en cambio desdeñaba la construcción de escuelas y hospitales.
Inevitablemente, el país cayó en manos de aventureros y explotadores,
que no sólo se llevaban riquezas sino que impusieron vicios y costum-
bres opuestas a las austeras tradiciones mahometanas del país. En sus
últimos años Ibn Sa'ud no pudo impedir con su riqueza que la edad lo
convirtiera en ciego, artrítico e infeliz. Falleció dormido en noviembre
de 1953.
Como estricto musulmán, Ibn Sa'ud aborrecía el tabaco, el alcohol
y el juego, además de cumplir la ceremonia de cinco plegarias por día,
con el rostro vuelto hacia la Meca. Parte de su convicción religiosa se
expresó en su poligamia. Llegó a tener 120 esposas, pero cumplía el
mandato de no conservar más de cuatro al mismo tiempo. Eso lo obli-
gaba a repudiar mujeres, una tras otra. Tuvo la precaución de viajar
sólo con tres esposas, por la eventualidad de agregar una cuarta en cual-
quier momento. Se le atribuyen así 44 hijos varones legítimos. Uno de
sus biógrafos agrega: “se cree que tuvo también 64 hijas, pero la cifra
puede ser inexacta, porque nadie se preocupaba por contar a las del
sexo femenino”.
JEAN SEBERG (1938-1979) tuvo doble mala suerte con la fama,
tanto al comienzo como al final de su carrera. Salió del anonimato
cuando fue elegida entre 18.000 aspirantes para interpretar a Juana de
Arco en la Santa Juana (1957), que dirigió Otto Preminger, con guion
de Graham Greene sobre la famosa pieza teatral de G. B. Shaw (1923).
Ni la película ni la actriz conformaron a crítico o público, pero Premin-
ger insistió con ella (Bonjour tristesse, 1958) y así Jean Seberg se lanzó

181
a una carrera donde se alternaron Gran Bretaña, Francia y Estados Uni-
dos. Sus títulos de mayor fama fueron A bout de souffle (Godard), Lilith
(Robert Rossen) y Aeropuerto (George Seaton), a través de una década
y cuatro maridos.
Simultáneamente Jean Seberg hizo algunas declaraciones a favor de
movimientos nacionalistas negros en Estados Unidos, obteniendo así
la hostilidad del FBI y de su director J. Edgar Hoover. Hacia 1970, en
Hollywood, un columnista de escándalo difundió la noticia de que Jean
Seberg estaba embarazada y de que el padre de la criatura sería un di-
rigente negro de los movimientos de reivindicación. En ese momento
la actriz estaba casada con el escritor Romain Gary. Tras enterarse de
ese rumor, dio a luz una criatura del sexo femenino, en un parto pre-
maturo. La niña falleció en seguida de nacer. La madre comenzó allí
una crisis emocional que persistió durante nueve años. En setiembre
1979 desapareció durante varios días, oculta en algún sitio de París, sin
que sus amigos supieran su paradero. Después apareció su cadáver en
un automóvil, junto a un frasco de somníferos. A los pocos días de la
muerte, el FBI reconoció su complicidad en las noticias calumniosas
de 1970, que de hecho habían sido una instigación al suicidio. El caso
se incorporó a otras manchas negras en la conducta de J. Edgar Hoover,
prolongado y discutido director del FBI hasta su muerte en 1972.
Romain Gary también se suicidó en diciembre 1980, tras dejar una
nota en la que aclaraba que su muerte no se debía al suicidio de quien
había sido su esposa durante siete años.
ORLLIE-ANTOINE DE TOUNENS (1825-1878) tuvo un nombre
tan extraño como su propia vida, que dedicó a proclamarse “Rey de la
Araucania y la Patagonia”, terminando en un absoluto fracaso después
de veinte años de esfuerzos.
Como lo señala la excelente biografía del argentino Armando Braun
Menéndez (El reino de Araucania y Patagonia, 1945), las ambiciones
monárquicas de Orllie no tenían otro respaldo que su propia audacia.
Nacido en el Mediodía francés, invirtió buena parte de su juventud en
leer las prodigiosas aventuras de navegantes y aventureros que se lan-
zaron desde Europa a conocer los nuevos mundos. Hacia 1600 un ca-

182
ballero de La Mancha había leído tantas novelas de caballería que ter-
minó por delirar con ellas y se convirtió en Don Quijote. De manera
casi idéntica, Orllie leyó tantas peripecias sobre continentes lejanos
que terminó por enfermarse de geografía, como lo señala textualmente
su biógrafo. Un día dejó su puesto de procurador en Périgueux y se
lanzó a América del Sur, para redimir y unificar a las tribus indígenas.
En sus propias palabras posteriores, la idea era “reunir las repúblicas
hispanoamericanas bajo el nombre de una confederación monárquica
constitucional dividida en diecisiete estados”.
El fundamento histórico de esa idea era que, efectivamente, los in-
dios de las tres Américas habían sido despojados de sus tierras por los
conquistadores blancos, a lo largo de tres siglos y fracción, con lo cual
podrían respaldar al improvisado redentor. Llegado a Chile en 1858,
Orllie se puso en contacto con jefes indios y se vio apoyado por aque-
llos caciques que odiaban al gobierno chileno. En 1860 Orllie ya de-
cretó, en un curioso bando, la fundación de una monarquía “constitu-
cional y hereditaria”, donde él mismo era rey y donde se preveían otros
poderes públicos (un Consejo del Reino, un Consejo de Estado, un
Cuerpo Legislativo, una Corte Suprema de Justicia) y la posibilidad de
otorgar títulos de nobleza. También se preveía dividirla Araucania en
departamentos y comunas, al estilo francés, con prefectos que se hicie-
ran caigo de las administraciones locales.
Araucania es una región costera de Chile, situada aproximadamente
en la latitud de Bahía Blanca, con un tamaño ligeramente inferior al
Uruguay. Durante la conquista española, y después durante la expan-
sión chilena (desde 1817), la región fue escenario de feroces luchas,
porque los blancos aspiraban a imponer su dominio militar y su civili-
zación a los indios locales, en particular los mapuches. Era por tanto
un territorio fértil para que Orllie implantara allí su causa política, que
quizás habría tenido otro destino si su vanidad no le hubiera llevado a
proclamarse rey. Tres días después del primer decreto, Orllie lanzó otro
aún más audaz, extendiendo su reino a toda la Patagonia, lo cual ya
suponía apoderarse de un enorme territorio argentino, en nombre y re-
presentación de otros caciques locales.

183
El primer enemigo de Orllie fue la indiferencia. Se había procla-
mado rey, había divulgado sus bandos y había comunicado la situación,
con todo protocolo, al propio presidente de Chile, que era Manuel
Montt. Pero cuando Orllie se paseaba ostentosamente por Valparaíso,
con su melena y su pintoresca figura, sólo encontraba el silencio o la
burla. Era un advenedizo y no tenía conciencia de serlo. Era un vani-
doso y creía que su causa estaba reforzada porque los chilenos no lo
habían combatido abiertamente, durante todo el año siguiente a sus
proclamaciones.
Pero poco después, cuando consiguió la adhesión de otros jefes in-
dios y se propuso organizar un ejército de liberación, descubrió que los
chilenos lo estaban dejando avanzar para que se equivocara solo. A
comienzos de 1862 su propio lugarteniente Rosales lo traicionó, con lo
que Orllie fue arrestado por el ejército, al mando del coronel chileno
Cornelio Saavedra. El proceso consiguiente fue complicado, los fisca-
les y jueces no sabían cómo condenarlo y a cierta altura pareció que lo
único sensato sería internar a Orllie en un manicomio. De esos percan-
ces se libró por la intervención del cónsul francés, que consiguió poner
a Orllie en un barco y enviarlo a Francia.
Allí comenzó un largo exilio (noviembre 1862 a junio 1869), pero
Orllie no abandonó sus pretensiones. Montó su oficina de prensa, pu-
blicó sus memorias, lanzó manifiestos e hizo gestiones oficiales y pri-
vadas para reanudar su aventura y fundar una “nueva Francia” en Amé-
rica del Sur. Nada de eso tuvo mucho eco público, pero misteriosa-
mente Orllie consiguió que le financiaran un nuevo viaje. Desembarcó
en la ensenada de San Antonio, sobre la costa atlántica argentina, y
desde allí cruzó el continente, incluyendo la cordillera de los Andes.
En el camino procuró levantar a otros caciques indios para una nueva
cruzada redentora. Pero cuando se acercó a Araucania descubrió que el
coronel Saavedra había tomado las previsiones militares del caso, con
lo cual los rebeldes no llegaron siquiera a luchar. Entonces Orllie re-
trocedió otra vez a la costa atlántica, estuvo brevemente en Buenos Ai-
res y Montevideo (de lo cual quedó constancia periodística) y otra vez
volvió a Francia. Aun entonces se mantuvo tercamente en sus preten-

184
siones. Fundó una pintoresca corte, mostró bandera, escudo, constitu-
ción, actas y proclamas. Consiguió capitalistas ingleses que le finan-
ciaran una tercera expedición, pero el ambicioso proyecto tropezó con
los claros manifiestos del embajador chileno en Francia, quien señaló
inequívocamente que Araucania era un territorio de soberanía nacional
y que toda expedición europea sería considerada como un acto pirata.
A pesar de lo cual, Orllie hizo su tercera expedición, llegó a Buenos
Aires y luego a Bahía Blanca. En julio 1874 fue detenido allí por un
militar argentino, originando una nueva deportación a Francia. En 1875
había creado una nueva corte de monarca en el exilio, otorgando títulos
de nobleza y ordenando acuñar monedas que nunca circularon. Murió
en setiembre 1878, poseído hasta el último minuto por la convicción
de ser un incomprendido. Poco después, y según las disposiciones de
un testamento escrito por Orllie en 1862, un primo suyo se proclamó
rey, como Orllie-Antoine II y luego como Aquiles I. Este también hizo
proclamas, firmó actas, designó representantes diplomáticos y consu-
lares. Pero nunca salió de Francia, porque tenía todas las vanidades de
su antecesor pero carecía de su audacia.
En 1970 el publicitario argentino Juan Fresán quiso hacer una pelí-
cula que contara la curiosa historia de Orllie-Antoine. En su equipo
figuraba Carlos Sorín como director de fotografía. El proyecto fracasó.
En 1986, con una curiosa vuelta de tuerca a la situación, Sorín debutó
como director en La película del rey, que después obtuvo premios en
varios festivales. La idea general de ese relato no era ya contar las des-
venturas de Orllie-Antoine sino las de un publicitario que quiere hacer
una película con ellas y que fracasa en la empresa. Se ve abandonado
por sus colaboradores, resistido por las autoridades, fracasado en el
empeño. Pero también allí el protagonista, igual que Orllie-Antoine, se
mantiene hasta el último minuto como un visionario lleno de planes.
PANCHO VILLA (1878-1923) quedó en la historia mexicana como
un bandido y también como un héroe nacional, por el excelente motivo
de que en su vida hubo demostraciones de ambas cosas.
Sus biógrafos le atribuyen el nombre real de Doroteo Arango y una
primera notoriedad en 1894, cuando asesinó a un hombre que violó o
quiso violar a su hermana Mariana. Allí comenzaron sus años de “fuera

185
de la ley”, apuntados oportunamente por John Reed en sus descripcio-
nes del “México insurgente”. Comenzó por cambiar su nombre, adop-
tando el de Pancho Villa, que había sido ya un legendario bandido me-
xicano. Asimismo se le atribuye una considerable cantidad de robos
grandes y chicos, asaltos a empresas y violación de numerosas mujeres,
con el riesgo de que los hermanos de éstas se convirtieran en bandidos.
Arrestado en 1903, Villa eludió la cárcel pasando como voluntario a la
caballería mexicana.
En 1911 el campesino Emiliano Zapata encabezó un movimiento
luego llamado Revolución Mexicana, que comenzaba por exigir la re-
forma agraria. En ese año Villa fue reclutado por el presidente Madero
y pasó a dirigir una fuerza paramilitar, con diez mil hombres a sus ór-
denes. Fue así uno de los primeros líderes revolucionarios y combatió
diversamente contra fuerzas federales de Huerta, Carranza y Obregón.
A cierta altura llegó a dominar el norte de México, mientras Zapata
dominaba en el sur. Pero junto a esa actividad, Villa fue también incul-
pado por otros episodios de crímenes, asaltos a trenes y rapiña en las
ciudades. En muchos casos pudo ser ajeno a esos sucesos. Está docu-
mentado en cambio que en marzo 1916 Villa y sus hombres penetraron
en territorio norteamericano, atacando la ciudad de Columbus, Nuevo
México, y matando a 17 personas. Fue un caso único de invasión ex-
tranjera a Estados Unidos, con motivos nunca aclarados, aunque se su-
pone una revancha de Villa contra norteamericanos que habrían apo-
yado a su enemigo Venustiano Carranza. El presidente Woodrow Wil-
son ordenó una inmediata represalia, con lo cual el general Pershing
invadió a su vez territorio mexicano, pero no pudo encontrar a Villa.
En algunos momentos de su vida el líder recibió la adoración de sus
compatriotas, al punto de que John Reed describió una escena que pa-
reció arrancada a la Francia napoleónica, donde otros generales se pos-
traban ante Villa y muchos de los presentes exigían coronarlo. Pero el
homenajeado rechazó muchos honores y declaró varias veces que no
aspiraba a ser presidente del país, porque carecía de instrucción sufi-
ciente y porque sólo creía ser un campesino con coraje.
Villa murió en Parral y en julio 1923, mientras viajaba con algunos
colaboradores en un automóvil. Fue acribillado por un grupo de siete a

186
nueve hombres, que aparentemente fueron pagados por el presidente
Plutarco Elías Calles, por el general Alvaro Obregón o por el magnate
periodístico William Randolph Hearst, que había puesto precio a su
cabeza. El auto Dodge quedó después como pieza mayor en un museo
dedicado a la memoria del muerto, pero la cabeza de Villa quedó cor-
tada de su cuerpo y nunca apareció. No hay constancia de que haya
llegado a manos de Hearst
La fama posterior de Villa quedó establecida de varias maneras. En
1934 la empresa norteamericana Metro Goldwyn Mayer procuró tras-
ladar su leyenda y su primitivo humor campesino (en Viva Villa, con
Wallace Beery). Enl963 volvió a hablarse de él cuando el presidente
Kennedy fue asesinado de manera muy similar. En 1965 la legislatura
de Durango inscribió el nombre de Villa entre los mexicanos ilustres
que aparecen recordados en sus paredes. En 1973 el presidente Eche-
verría concurrió insólitamente a un homenaje en su memoria, lo cual
sorprendió a muchos observadores. En 1976 Villa fue rehabilitado ofi-
cialmente por el gobierno mexicano. En 1977 su cuerpo (aunque sin
cabeza) fue agregado al Monumento a la Revolución. En 1978 se
realizó un homenaje popular por el centenario de su nacimiento.
Villa se hizo tiempo para interesarse por las faldas, con el notable
resultado de que la cita habitual con una de sus amantes (Manuela Ca-
sas, en Parral) sirvió para que sus enemigos le tendieran la emboscada
en que murió. Antes de ello se había casado tantas veces, sin divorcios
intermedios, que entre sus viudas oficiales aparecieron Juana Torres,
Luz Corral (quien custodió el museo hasta su muerte en 1981), Pilar
Escalona, Soledad Saenz, Austreberta Rentería y María Amalia Baca.
Todas ellas sabían sin embargo que la documentación oficial sobre Vi-
lla se dispersaba cada año, junto a otros datos de su leyenda.

187
VI

VIEJAS Y NUEVAS PALABRAS


LOS CHICOS
“Yo al lenguaje argentino actual no me lo banco”, dijo el periodista
cuarentón, fingiéndose indignado. En el suplemento juvenil de Clarín
(17.7.87) había descubierto un título en el que, ante las vacaciones de
invierno, se sugerían “algunas ideas para no hacer huevo”, pero en las
páginas interiores no se explicaba la expresión. Decidió investigar el
punto, hasta descubrir que se trataría de ideas para no perder el tiempo,
o para no aburrirse, o para no quedarse con las manos vacías. En el
mismo suplemento advirtió que una revista marginal podía ser deno-
minada “una revista subte” y también que las canchas de fútbol se pue-
den alquilar, con tarifas diferentes para las de césped sintético y para
“las de papy”, sea ello lo que fuere.
Esa no era su primera experiencia en la materia. Otros diálogos con
grupos juveniles le habían hecho saber que ya no se dice Nueva Ola,
porque ésa es una expresión antigua (fue inventada hacia 1960). Una
chica moderna no dirá chomba sino “remera con cuello polo”. Tam-
poco dirá que algo le entusiasma, sino que dirá “me copa”, “me re-
copa” o “me da vuelta”. Ya no se dice “la cabeza” sino “la cuca”.
Todo ello puede ser interminable, pero tiene su arreglo. Como el lun-
fardo se ha refugiado ya en una Academia (Lavalle 1537, Buenos Ai-
res), nada impide que otra Academia se dedique al lenguaje juvenil ar-
gentino, editando libros que estarían reservados al público adulto y que
mejorarían la responsabilidad de los señores padres. Eso disminuiría el
”bache generacional”, que es una expresión horrible.

COLONIZACION
En febrero 1493 Cristóbal Colón rindió un primer informe oficial
sobre el histórico viaje realizado en regiones que después serían cono-
cidas con el nombre de América, y que hasta ese momento sólo pare-
cían ser un conjunto de islas. A una de ellas dio el nombre de Dominica

189
(aparentemente porque llegó allí un domingo) y agregó que sus habi-
tantes eran la excepción de la zona, porque se trataba de gente feroz
que se alimentaba de carne humana, mientras los otros aborígenes eran
personas tímidas y retraídas. Con el tiempo se supo que aludía a los
caribes, una tribu guerrera que por otra parte habitaba también en di-
versas partes de las Antillas y del continente.
En los cien años siguientes, la palabra caribe dio origen a la palabra
caníbal, para designar a hombres sencillos pero antropófagos. En La
tempestad de Shakespeare (1611) un personaje primitivo y malo se
llama Caliban y habita en una isla. Esas derivaciones no impidieron
que la palabra caribe se mantuviera como nombre de un mar y de una
inmensa región. Ahora tiene sus calibanes propios, entre nacionales e
importados.

ELEMENTAL, WATSON
En la película 2001 Odisea del espacio (de Stanley Kubrick sobre
tema de Arthur C. Clarke, 1968) figura una computadora que viaja en
una nave espacial y que se rebela contra los otros tripulantes. De hecho
es un personaje separado, al que se denomina HAL.
Entre las muchas especulaciones sobre los sentidos de esa famosa
obra de ciencia-ficción, una tuvo relación con ese nombre. Había que
saber por qué la computadora se llamaba así y no de otra manera. La
respuesta más recibida no es de Kubrick ni de Clarke. Dice que si se
avanza con las letras HAL en el alfabeto común, se encontrará a un
paso la otra sigla IBM, o sea a la poderosa empresa International Busi-
ness Machines, cuyo primer presidente fue T. J. Watson. La firma ha
sido y es la mayor fabricante de computación en el mundo, al extremo
de que en la materia circula la expresión “IBM y los siete enanos”.

MECANICOS
Muchos modernos fanáticos de la ciencia-ficción creen que son de
invención reciente los aparatos que simulan ser seres humanos o que

190
funcionan como tales, bajo el nombre genérico de “androides”. La ver-
dad es que tales hombres artificiales (incluyendo a mujeres artificiales)
tienen una larga tradición literaria, que retrocede a leyendas griegas,
pasa por el monstruo de Frankenstein y llega a la Guerra de las gala-
xias y sus derivaciones.
Es menos sabido que la palabra robot tiene origen checoslovaco.
Figura en la obra teatral R.U.R. (1920) del escritor Karel Capek, que
describe una fantasía futurista. El extraño título corresponde a las pa-
labras Rossum's Universal Robots, y algunos lingüistas agregan que
robota es palabra checa para “trabajos forzados”.
Un poco más complicado es el origen del nombre “Arturito” para
un robot en la misma Guerra de las galaxias (1977). Ese mecanizado
personaje se llamaba originalmente R 2 D 2, que en inglés debe pro-
nunciarse aproximadamente como Artu-Ditu, simplificando así la vida
a los traductores de inglés-castellano.

PREMIOS Y NOMBRES
Se ha difundido ya (hasta en libros argentinos) el origen del nombre
“Oscar” para los premios anuales de la Academia de Artes y Ciencias
de Hollywood. Se habían dado durante tres años (1927 a 1930) cuando
allí entró a trabajar la nueva bibliotecaria Margaret Herrick. Le mos-
traron la estatuilla, reflexionó en alta voz que le recordaba a su tío Os-
car y el dato fue recogido después por la prensa. Es totalmente inope-
rante agregar que el hombre se llamaba Oscar Pierce, era primo de la
madre de Margaret y se parecía muy poco a la estatuilla de los premios.
La historia paralela de los premios para televisión es menos notoria.
Hacia 1945 se había creado un tipo de cámara receptora de imágenes
que es conocida en el ramo como “Orthicon”. Su nombre original en
inglés era Image Orthicon Camera Tube, pero en la jerga de los estu-
dios pasó a llamarse rápidamente Immy. Cuando se formó en Holly-
wood la Academia de Artes y Ciencias de la Televisión (en evidente
réplica a la cinematográfica), los premios concedidos inicialmente en
enero 1949 tenían ya el nombre Emmy.

191
Los premios en el teatro norteamericano son muy variados, parale-
los y a veces coincidentes. Existen premios Pulitzer, otorgados desde
1918 y previstos en el testamento del magnate periodístico Joseph Pu-
litzer (1847-1911). Existen otros premios otorgados anualmente (desde
1935) por el Círculo de Críticos de Nueva York. Los premios “Tony”
son concedidos desde 1947 y aluden en su nombre a la actriz, produc-
tora y directora
Antoinette Perry (1888-1946). En Nueva York existe asimismo un
importante movimiento teatral con ambiciones artísticas. Para diferen-
ciarlo del teatro comercial de Broadway se lo suele llamar Off-Broad-
way. Tiene desde 1956 su propio premio anual, llamado Obie, que es
la forma de pronunciar O.B.

EMBROLLO
Mucha gente se ha preguntado qué necesidad tenía el ser humano
de inventar idiomas distintos, que todo lo complican. La explicación
bíblica está en el Libro del Génesis (11, 9) y dice que varios hombres
de Babilonia decidieron construir una torre que llegara hasta los cielos,
con lo cual se harían famosos. Después Yahveh (o sea Dios) bajó a ver
esa obra, luego conocida como Torre de Babel. Por motivos que la Bi-
blia no aclara, Yahveh resolvió confundir el lenguaje de esos hombres
y desperdigarlos por la Tierra, dejando interrumpida la ciudad que ha-
bían comenzado a construir. La descripción de esa arbitrariedad divina
termina con la frase “Por eso se la llamó Babel, porque allí embrolló
Yahveh el lenguaje de todo el mundo”.
Pero hasta esa versión es incomprensible en todo idioma, si no se
sabe que Babel deriva de la palabra hebrea bll o blbl, que significa
“embrollar”.

URGENCIAS
En épocas más gentiles y menos ateas, los seres humanos se despe-
dían entre sí con la frase “A Dios te encomiendo”. Con el paso de los

192
siglos tuvieron menos tiempo de conversar, así que abreviaron la frase
a su comienzo, diciendo “A Dios...” y después “adiós”. Esto ocurrió
no sólo en español sino también en francés e italiano, que promulgaron
así las palabras “Adieu” y “Addio”.
En inglés ocurrió algo similar pero menos conocido. La frase origi-
nal era “Dios sea contigo”, dicha como “God Be With You”. Después
fue abreviada a “Goodbye”. Cuando los ingleses y norteamericanos tie-
nen poco tiempo, la abrevian aún más, a “Goodby”, tesis que el diccio-
nario Webster's convalida.

EXTRANJERIZANTES
México obtuvo su independencia política de España en 1821, pero
antes y después su territorio fue parcialmente dominado por interven-
ciones norteamericanas. Asimismo, soportó una histórica invasión
francesa, por cuenta del emperador Napoleón III, que designó para go-
bernar ese territorio al emperador Maximiliano (1864), acompañado de
su esposa Carlota. En uno y otro caso, amplios sectores de las clases
mexicanas más poderosas dieron su bienvenida a la intervención ex-
tranjera, pese a la declaración formal de 1821.
Un resultado lateral de esas intervenciones extranjeras fue el reto-
que en el idioma. Como lo documenta hoy el doblaje de películas, en
México no se dice automóvil sino carro, que deriva del car utilizado
en Estados Unidos. Una expresión de apariencia tan absurda como
“¿Cuán bueno es él con su pistola?” resulta ser la traducción literal de
“How good is he with his gun?”. El verbo “aparcar” (un vehículo)
deriva directamente del inglés “to park”.
Es menos sabido que una de esas deformaciones afectó a una cos-
tumbre local. Todo extranjero llegado a México se ha encontrado reite-
radamente despertado o aturdido por bandas musicales que surgen en
cada esquina, en cada hotel, en cada fiesta. Están integradas por trom-
petas, por guitarras y (con un poco de mala suerte) por cantantes. Tales
bandas se han renovado en México, antes y después de la independen-
cia, antes y después de norteamericanos y de franceses. Todas ellas
creen necesario concurrir a fiestas de la clase alta y especialmente a

193
bodas de categoría, donde los invitados pueden llegar a hablar tres idio-
mas. Ya se tratara de un mariage francés o de un marriage norteame-
ricano, las bandas musicales quedaron fijadas como mariachis, que es
ahora la expresión sumamente nacional en la materia.

INTIMIDADES
El corpifio fue creado en el siglo veinte, con notable demora, y fue
inventado además por un hombre. Ambos datos hablan muy mal de la
iniciativa femenina en ese tema, a lo largo de la historia humana. El
creador fue un alemán llamado Otto Titzling (1884-1942), que vivía en
Nueva York y que durante su juventud trabajaba en el taller de un tío,
donde se fabricaba ropa interior para mujeres. En cierto momento se
enteró de que la cantante sueca Swanhilda Olafsen se quejaba de los
problemas prácticos que suponía cantar con los corsés tradicionales.
Diseñó así un corpiño breve pero conceptuoso.
Titzling pudo haber patentado su invento en 1912, pero no lo hizo.
En 1929 un francés Llamado Philippe de Brassière, que era aviador y
diseñador de modas, introdujo algunas variantes al plan original. Fue
demandado por Titzling, pero éste perdió el pleito por la carencia de
patente registrada. Por otra parte, Brassière poseía verdadero talento
para la promoción publicitaria. No sólo ganó una fortuna sino que to-
dos los corpiños pasaron después a la denominación brassière. En ver-
siones más reducidas figuran también como bra.

PLUMAS AJENAS
En 1776, mientras se producía la independencia de Estados Unidos,
una taberna de Elmsford (Estado de New York) seguía sirviendo bebi-
das a sus clientes. La taberna estaba decorada con plumas, muchas de
las cuales debían corresponder a colas de gallo. Según el historiador
Joseph Nathan Kane, fue allí y entonces que un cliente pidió una copa
de esas “colas de gallo”. La camarera Betsy Flanagan le sirvió una
mezcla de bebidas, adjudicando a esa combinación el nombre “cola de

194
gallo”, o sea cocktail. La palabra fue después ampliada, tanto por com-
binaciones de ingredientes como por su aplicación a reuniones socia-
les, con lo que un cocktail-party se transforma sucintamente en un co-
cktail. El diccionario castellano ha ingresado ya la palabra coctel, con
lo cual algunos grupos elegantes de España y América Latina no vaci-
lan en imprimir invitaciones para un próximo coctel-party.

PERVERSO
El masoquismo debe su nombre a Leopold von Sacher-Masoch
(1836-1895), un austríaco de familia noble. Era un hombre culto, con
estudios académicos, que llegó a publicar ensayos y una novela. Su
familia vivía en la mejor sociedad de la época y él se graduó en leyes
a los 19 años. Pero su subconsciente era un desastre y todavía no había
aparecido un Freud que se lo pudiera arreglar. En todo caso, procedió
con absoluta sinceridad, que es probablemente lo que le hubiera acon-
sejado un moderno psicoanalista.
Leopold tenía en forma permanente el oscuro deseo de ser castigado
y sabía que eso era parte integral de su sexualidad. Llegó a tener tres
mujeres identificadas (fuera de relaciones ocasionales) y en todos los
casos pedía lo mismo. Lo que pidió sucesivamente a Anna von Kotto-
witz, a Fanny Pistor y a Huida Meister fue que cada día lo azotaran con
un látigo adornado de clavos. También quería que vistieran abrigos de
pieles y sobre todo deseaba que ellas lo engañaran con otros hombres,
a cuyo efecto el mismo Leopold buscaba candidatos. Las tres se can-
saron de esos ejercicios y Huida, que fue la última, terminó por internar
a Leopold en un asilo, donde residió sus diez últimos años. Fue en ese
final que el sexólogo Richard von Krafft-Ebbing se interesó por el caso
y acuñó la palabra masoquismo. En la época existió por otra parte un
caso notorio de masoquismo en el poeta inglés Algernon Swinburne,
para quien el látigo no era ya parte de la sexualidad sino toda su sexua-
lidad. Soñaba con ser azotado, pero en cambio era impotente.
Del masoquista principal ha quedado una carta, que es su convenio
inicial con Fanny y que lleva la firma de ambos. Dice, en parte:

195
“Herr Leopold von Sacher-Masoch da su palabra de honor a
Frau Pistor, para convertirse en su esclavo y para cumplir sin
reservas, durante seis meses, con todos y cada uno de sus deseos
o sus órdenes. Por su parte, Frau Fanny Pistor no habrá de obli-
garle a realizar ninguna acción contraria al honor (...)
Asimismo le permitirá que él dedique seis horas diarias a su
trabajo profesional, y accede a no leer jamás su correspondencia
o sus composiciones literarias (...) Fanny Pistor se compromete
a vestirse con pieles, tan frecuentemente como sea posible, y es-
pecialmente si se siente cruel.”
Leopold von Sacher-Masoch es un nombre omitido en muchas en-
ciclopedias y libros de biografías, porque ni Fanny Pistor ni la posteri-
dad prestaron mucha atención a sus composiciones literarias. Proba-
blemente las habrían castigado.

POSTURAS
Los términos izquierda y derecha, en su acepción sociopolítica, se
originaron en la Revolución Francesa de 1789, y más precisamente en
la Convención que se realizaba en el Palacio de las Tullerías. Allí los
centenares de delegados comenzaron a elegir arbitrariamente sus asien-
tos, pero pronto se agruparon por tendencias. A la derecha de la presi-
dencia estaban los moderados girondinos y quienes llegaron a defender
la vida del rey. A la izquierda se colocaron los jacobinos y detrás de
éstos los grupos aun más radicales, cuyos asientos estaban a rnayor al-
tura, con lo cual se les vio simbólicamente en la montaña y se les llamó
Montagnards. La disposición semicircular de las bancas condujo así a
una etiqueta política, con el centro reservado a distintas graduaciones
del ideario.
Una herencia de la Revolución Francesa fue mantener esa geome-
tría para otros cuerpos parlamentarios europeos. La excepción fue In-
glaterra, cuya Cámara de los Comunes tenía y tiene dos graderías en-
frentadas entre sí, con un pasillo central. Según el historiador Donald

196
Drew Egbert (en El arte y la izquierda en Europa) esa disposición geo-
métrica, nacida de la capilla gótica, derivó en Inglaterra a un gobierno
de sólo dos partidos mayores, o sea el oficialismo y la oposición. Con
o sin geometría parlamentaria, los términos verbales mantuvieron hasta
hoy su carga ideológica. Durante dos siglos se ha sobreentendido que
las izquierdas son reformistas, revolucionarias, progresistas, en un in-
tento por modificar las injusticias sociales. Del otro lado, las derechas
son conservadoras y procuran mantener los privilegios obtenidos o he-
redados.
Pero esa distinción termina por ser muy confusa. Entre los refor-
mistas de la historia han figurado personajes claramente situados a la
derecha, desde Napoleón hasta Hitlcr y Mussolini. A la inversa, algu-
nos gobernantes que cabía situar inicialmente a la izquierda, como Sta-
lin, procuraron conservar su poder mediante la represión violenta de
los opositores, sin olvidar además su incursión en posturas racistas que
no condicen con la ética de las izquierdas. Cabe agregar que en temas
estéticos la URSS se ha mostrado mayormente conservadora, exi-
giendo una pintura figurativa y una música sin disonancias.
La diversidad de los ejemplos llega al extremo de anular los límites
entre izquierda y derecha, que pueden ser descripciones correctas en
cierto momento y falsas poco después. El historiador inglés E. H. Carr
señaló con perspicacia que una vez que llegan al poder, las izquierdas
comienzan a volcarse hacia la derecha, lo cual no se debe tanto a co-
bardía como a sentido práctico, porque descubren que los ideales pre-
vios se enfrentan a dificultades impensadas. Ese vuelco de izquierda a
derecha fue tan cierto de Perón en la Argentina como de Felipe Gon-
zález en España y de François Mitterrand en Francia.
Los rótulos terminan por perder así buena parte de su sentido. Por
ejemplo, muchos políticos consideran un honor proclamarse “de iz-
quierda”, con toda su carga idealista y popular. En el otro bando, no
hay políticos que digan ser “de derecha”. A lo sumo se definirán como
nacionalistas, patrióticos, tradicionalistas o conservadores. El máximo
pronunciamiento que se consiguió en esa materia fue el de algunos ar-
gentinos que dijeron “somos derechos y humanos”. Pero después se
supo que también ese pronunciamiento estaba equivocado.

197
MILITANTES
La palabra mercenarios proviene del latín, tiene la misma raíz que
mercado y que comercio, alude a quienes hacen algo sólo por dinero y
podría designar así al 93 por ciento de la Humanidad (cifras de 1987).
Pero se la utiliza en acepción más restringida para aludir a periodistas
venales y a soldados de fortuna, que combaten en alguna causa por la
remuneración y no por convicciones morales o patrióticas. Hay regis-
tros históricos de que Alejandro Magno empleó mercenarios en sus
campañas, en el año 324 a.C., y otros registros similares en el siglo
Veinte, para las guerras y revoluciones de muy diversos sitios, desde
el Congo Belga hasta Nicaragua. Se atribuye a la CIA un papel prepon-
derante en las modernas actividades mercenarias.
La utilización de soldados extranjeros y bien pagados se hizo muy
intensa en Europa y particularmente en Italia, aproximadamente en el
período 1300-1600. Los príncipes, duques y condes se empeñaban en
recíprocas peleas, pero contaban con poblaciones escasas, por lo que
solían contratar hombres extranjeros y formar sus ejércitos. Uno de los
más famosos guerreros de la época fue Muzio Attendolo Sforza (1369-
1424), quien sirvió sucesivamente a Milán, Florencia, Ferrara y Nápo-
les, alcanzando honores pero también prisiones y torturas, que eran los
gajes de su oficio. Un grave defecto de esos y otros mercenarios era
que no se podía confiar en ellos. Solían comportarse como buitres, sa-
queando las ciudades y aldeas de las que se apoderaban, pero también
podían cambiar rápidamente de bando, pasándose a un enemigo que les
pagara mejor.
Eso era una mala conducta, pero sin embargo los italianos alquila-
ban a los mercenarios con un optimista contrato inicial que se denomi-
naba conducta o condotta, a raíz de lo cual esos mercenarios eran de-
nominados condottieri.

198
PARIENTES POBRES
Según el diccionario Webster's, la palabra nepotismo procede del
latín nepot o nepos, que designaba a sobrinos y también a nietos. Sus
derivaciones han aparecido también en inglés, francés e italiano
(nephew, nipot, nipóte). El primer uso reconocido del nepotismo es
imputable así al Imperio Romano, que hablaba latín, y donde al empe-
rador Calígula (años 12-41) se le atribuye haber divinizado a su her-
mana Drusila y haber nombrado cónsul a su caballo. Era un exagerado.
A partir de allí casi todos los reyes han hecho favores a sus familiares,
pero el primer uso correcto del nepotismo es atribuido al Papa Inocen-
cio IV, que ocupó su puesto en Roma durante 1243-1254, cuando to-
davía se hablaba latín en la zona. El Papa obtuvo un considerable poder
temporal, tras conseguir el derrocamiento del emperador Federico II, y
lo utilizó para designar a sus familiares como responsables de numero-
sos asuntos eclesiásticos, políticos y militares. También instaló para su
familia todo un Estado al pie de los Apeninos. Los historiadores sos-
pechan que los Papas designaban como “sobrinos” a quienes eran en
verdad sus hijos ilegítimos, lo que contribuye a explicar buena parte de
los favores otoñados y recibidos.
Después de transcurridos tres siglos y cuatro papas Inocentes, el ne-
potismo adquirió un carácter más formal cuando el otro Papa Pío IV
(1555 a 1559) nombró cardenal a su sobrino Carlos Borromeo, que en
ese momento tenía sólo 22 años, pero que luego fue un santo y quedó
debidamente canonizado. A partir de allí, los registros públicos y pri-
vados se hicieron más completos o quedaron mejor conservados (se
había inventado la imprenta), con lo que los historiadores pueden hoy
marcar al nepotismo como un hábito público y privado de enorme di-
fusión, particularmente en las grandes empresas. En Francia, Napoleón
designó a hermanos suyos como reyes y como administradores del im-
perio. En Italia, Mussolini tuvo entre sus ministros más estables a su
yerno Galeazzo Ciano. En Cuba, Fidel Castro puso a su hermano Raúl
en el gabinete del gobierno. En Estados Unidos, el presidente Kennedy
nombró a su hermano Robert como fiscal general. En la India, la pri-
mera ministra Indira Gandhi dio un inmenso poder a su hijo Sanjay

199
Gandhi, que carecía de toda experiencia política. En Argentina, Perón
eligió como vicepresidente a su mujer Isabel Perón, con resultados muy
controvertidos. En tales ejemplos modernos, ninguno de los favoreci-
dos era sobrino o nieto, lo cual demuestra aplicaciones indebidas del
concepto original.

AGRESIVOS
En 1580 Francis Drake era ya el más famoso navegante de la corona
inglesa. Había dado la vuelta al mundo (Atlántico, estrecho de Maga-
llanes, Pacífico, otra vez Atlántico), había hostigado a los españoles
como nadie lo hiciera antes y en 1581 había sido consagrado Caballero
por la propia reina Isabel I, a bordo de su barco “The Golden Hind”.
Desde entonces pasó a llamarse Sir Francis Drake. En 1588 la guerra
con España culminó en la desventura de la Armada española. Fue tam-
bién Drake quien consiguió entonces buena parte de las victorias britá-
nicas, en las aguas del Canal de la Mancha.
Drake atacó en Calais con un nuevo instrumento bélico, cargando
embarcaciones con explosivos y combustibles, para lanzarlas después
contra las naves españolas. Los ingleses llamaron razonablemente fire
ships (barcos de fuego) a esas nuevas armas. Los españoles, haciendo
gala de cierta cultura políglota, las llamaron brulotes, del verbo francés
brúler, o sea quemar. Con el tiempo, la metáfora quedó ampliada, y un
ataque periodístico muy cruel fue también un brulote. De eso se ente-
raron, por ejemplo, los autores teatrales a quienes algún crítico pudo
recomendar que se dedicaran enteramente al alcohol.

HEIL
La cruz gamada, o esvástica o swastika, ha sido un símbolo de fe-
licidad universal y de buenos augurios para todos aquellos que la con-
templen. Este dato es ignorado por los integrantes de las nuevas gene-
raciones, que piensan exactamente lo contrario, pero eso se debe a que

200
entre los jóvenes no se ha divulgado debidamente la necesaria lectura
de la Enciclopedia Británica.
La palabra esvástica procede del sánscrito y designa sin error a un
mismo diseño. Es una cruz formada por dos barras iguales y atravesa-
das en ángulo recto; de cada extremo sale otra barra transversal, con lo
cual se sugiere un perfecto cuadrado al que faltaría una parte menor del
dibujo. El símbolo apareció ya en monedas de la Mesopotamia, en el
arte primitivo cristiano y también en el bizantino. Recibió el nombre
de cruz gamada por su semejanza con la letra griega gamma, que es la
tercera del alfabeto, pero la verdad es que habría que superponer varias
letras gamma (dos barras en ángulo recto) antes de conseguir una es-
vástica apreciable. En la India, varios grupos religiosos, incluyendo a
hindúes y budistas, utilizaron profusamente la esvástica como signo de
apertura auspiciosa para libros, puertas y ofrendas, y en general se la
ha entendido como signo de prosperidad y buena fortuna. Lo normal
ha sido que las barras transversales y laterales hayan sido orientadas
hacia la derecha. Cuando fueron colocadas a la izquierda el símbolo
aludió, contrariamente, a la noche, al terror y a la hechicería.
Curiosamente, la esvástica ha sido una pista para afirmar la fuente
común de todos los seres humanos, porque apareció también en dibujos
de los indios mayas y navajos, en toda América, que habían sido traza-
dos muchos siglos antes de Colón. Esas tradiciones se fueron esfu-
mando con el tiempo. En el siglo XX, y particularmente desde 1933,
una cruz esvástica (generalmente en negro sobre fondo blanco) repre-
senta al nazismo, al antisemitismo y a muy malos augurios sociopolí-
ticos. El dato habría sorprendido a hindúes, budistas, mayas, navajos,
cristianos y bizantinos.

CARTUCHOS
La British East India Company existió desde 1600 como organiza-
ción privada y tuvo el apoyo del gobierno británico para su vasta acti-
vidad comercial en buena parte de Asia y especialmente en la India. Su
poblada historia comienza por el atractivo de las “especias” orientales,
que ya en 1492 habían sido un factor para que Colón procurara llegar

201
al Asia y terminara por descubrir América. A lo largo de tres siglos,
esa compañía inglesa combatió de diversas maneras la competencia de
españoles, portugueses, franceses y holandeses, ocupando el mercado
asiático con productos británicos y extrayendo de allí la seda y el té.
Un resultado de su actividad comercial fue el envío de opio a China, lo
que ocasionó en 1839 la Guerra del Opio.
Quince años después de esa guerra con China, los ingleses mante-
nían el control de la India, aunque para ello debían mantener también
un ejército calculado en 46.000 soldados británicos y 223.000 soldados
nativos. Estos últimos eran conocidos como sipahi (en Hindí) o sepoys
(en inglés). Simultáneamente, los británicos se habían empeñado en
adaptar la India a costumbres europeas, procurando suprimir el régi-
men de castas, aniquilar la banda de los thugs (asesinos fanáticos) y
cancelar la bárbara costumbre del suttee, que elimina a las viudas que-
mándolas en la hoguera. Esas tensiones por motivos religiosos explo-
taron en 1857, cuando llegaron los nuevos rifles Enfield, que exigían
la colocación de cartuchos engrasados. Como la vaca es un animal sa-
grado para los hindúes (y el cerdo un animal prohibido para los musul-
manes), los nuevos cartuchos fueron religiosamente rechazados por los
soldados sepoy. Ese fue el comienzo del llamado Sepoy Mutiny (1857),
en el que los rebeldes tomaron Del- hi y extendieron la batalla a varias
guarniciones en el valle del Ganges. Las luchas se prolongaron durante
varios meses y terminaron con la victoria británica, aunque las bajas
sumaron miles. A esa altura el gobierno inglés quitó el mando a la Bri-
tish East India Company, que dejó de existir como entidad legal en
1873. La Reina Victoria inició allí una nueva política, que comenzaba
por la designación de un Virrey (el primero fue Charles Canning) y
continuaba por el respeto a las autoridades y costumbres de la India.
Pero ésta siguió siendo un “Dominio”, o sea una dependencia de la
Corona británica.
El motín de los Sepoy pasó a la historia de la India como una batalla
fundamental de la independencia, aunque en la práctica haya sido una
derrota y una masacre. Los mismos Sepoy llegaron a la fama, y hoy
aparecen definidos en el diccionario Webster’s como “nativo de la In-

202
dia empleado como soldado al servicio de una potencia europea, espe-
cialmente al que sirve en el ejército británico”. En castellano, su tra-
ducción cipayo está definida (en el diccionario Julio Casares) como
“soldado indio al servicio de una potencia europea”, sin aclarar por
cierto que la única potencia europea presumible era Gran Bretaña. La
existencia de los cipayos quedó cancelada por la independencia final
de la India (en 1947), pero a esa altura la palabra comenzaba otra cir-
culación en América latina, para aludir despectivamente a los nativos
culpables de obsecuencia con el imperialismo extranjero, especial-
mente el norteamericano. Su equivalente europeo más conocido es el
de los “colaboracionistas” en Francia ocupada por los alemanes, 1940-
1944.

ESPONTANEOS
Hacia 1867 algunos pintores franceses iniciaron un movimiento re-
novador en su arte. Influidos en parte por los aportes de la fotografía
(iniciada en 1839) y en parte por su resistencia personal a las normas
académicas, todos ellos procuraron una pintura espontánea, que refle-
jara lo que realmente veían (especialmente en paisajes), olvidándose
de todo afán por reconstruir objetos o personajes. Uno de sus preceptos
era reflejar el color tal como éste llegaba a sus ojos, con todos los po-
sibles efectos de la luz, y no como ese color podía obrar en su conoci-
miento. Entre esos pintores aparecieron algunos nombres luego famo-
sos, como Gaude Monet, Edouard Manet, Camille Pissarro, Auguste
Renoir, Alfred Sisley y Edgar Degas. Todos ellos figuraron en un
grupo de treinta pintores que compartió una exposición colectiva en un
estudio fotográfico parisino, durante 1874. Se atribuye a Pissarro la
formulación del propósito común que animaba a todos esos pintores.
Adujo que el dibujo de precisión disminuye la impresión general sobre
el tema del cuadro. Sostuvo que había que pintar lo que se veía y sentía,
que no había que perder la primera impresión y que la naturaleza era la
mejor maestra.
La exposición fue deliberadamente ajena a los salones académicos
y constituyó en su momento una suerte de vanguardia. Allí se incluyó

203
un cuadro de Monet, titulado Impression: soleil levara (también cono-
cido como “Impresión, amanecer”). A ese cuadro, o quizás a las pala-
bras de Pissarro, se debe que el nuevo movimiento fuera rotulado como
Impresionismo. Perduró en otras exposiciones hasta 1886, influyó en
la pintura posterior (Cézanne, Gauguin, Van Gogh, Seurat) y tuvo re-
percusiones en la literatura y en la música. Por su mismo origen, el
impresionismo fue después una escuela colectiva de la espontaneidad
pero también una reunión de lo que más impresionaba a artistas distin-
tos.

ANIMAL POLITICO
Algunos pensadores cínicos estipularon que el lenguaje es una de
las tantas maneras de no entenderse. Otros señalaron que es también
una de las formas de disimular las realidades que no se quieren decir
con franqueza. Desde George Orwell y sus seguidores, se sabe que el
Ministerio de la Paz es el que se ocupa de la Guerra, que el Ministerio
de la Abundancia se ocupa de la Escasez y que los ejércitos de todos
los países suelen depender de Ministerios de Defensa, incluso cuando
atacan primero.
Esos disimulos se prolongan al lenguaje común, donde queda feo
decir “cáncer” y se prefiere “larga dolencia” o “enfermedad terminar.
En Argentina, que es un serio competidor en el Campeonato Mundial
de la Palabra, se utiliza “promoción” en lugar de “propaganda”, o se
convierte en” cuentapropista” a un señor que no tiene empleo y se
revuelve con lo que puede. Está aún más difundido el uso de “caren-
ciado” para aludir al “pobre”.
El periodista J. M. Pasquini Durán (en un artículo de Página/ 12,
junio 1987) enumeró algunas de esas hipocresías del lenguaje, agre-
gando las connotaciones políticas que entorpecen la comprensión:
“Las críticas a los militares son calificadas como subversivas, al
gobierno como desestabilizadoras, al peronismo como gorilas
oficialistas, a la derecha como marxistas, a la izquierda como

204
provocaciones, al pasado como divisionistas y al futuro como
agoreras.”
Lo cual explica por qué en Argentina es muy difícil escribir sobre
política, dado que rápidamente se crea un diálogo de sordos. Un caso
harto documentado es el de los militares del período 1976-1983. Reci-
bieron reproches, críticas, juicios y hasta condenas por delitos clara-
mente configurados, como la violación de mujeres, el secuestro de ni-
ños, el robo en casas allanadas, todo ello con abundantes testimonios y
pruebas. Pero su defensa fue invocar, una y otra vez, que habían lu-
chado contra la subversión guerrillera y que ésa era una causa santa.
No quisieron oír las acusaciones precisas y ya es improbable que lle-
guen a escucharlas.

205
VII

ARTES, LETRAS Y CIA.


UN CLASICO
El actor John Barrymore (1882-1942) fue un especialista en Sha-
kespeare y uno de los más famosos intérpretes de Hamlet. Resultaba
así muy lógica la pregunta que le hizo un periodista: —Dígame, Mr.
Barrymore, ¿usted cree que Hamlet y Ofelia se acostaban juntos?
Tras reflexionar un instante, el actor replicó:
—Sí, por lo menos en la compañía que representaba la obra en
Chicago.

POCION MAGICA
Hacia 1948, la página literaria del semanario uruguayo Marcha ha-
bía adquirido ya una gran importancia dentro de su reducido mercado,
en buena medida por la abundante tarea del crítico Emir Rodríguez
Monegal. Uno de los temas inevitablemente reiterados era la creación
de una literatura uruguaya de ficción, al nivel de la jerarquía con que
entonces se hacía crítica literaria.
En esas circunstancias el escritor Juan Carlos Onetti pidió a Marcha
que se reprodujera allí la respuesta del escritor norteamericano William
Sydney Porter (más conocido como O. Henry, 1862-1910) a un joven
corresponsal de Carolina del Norte que deseaba saber cómo se escribe
un cuento. La fórmula era así:
“En primer lugar, hay que conseguir una mesa de cocina, una
silla de madera, cuartillas de papel amarillo de tamaño oficio, un
lápiz y un vaso. Estos elementos son los sostenes. Luego se ad-
quiere una botella de whisky escocés y unas naranjas; llamare-
mos a esto el sustento. Ahora llegamos a lo que se llama con
frecuencia inspiración. Combinando un poco de jugo de naranja
con un poco de whisky, el autor bebe a la salud de los editores,
afila la punta de su lápiz y comienza a escribir. Cuando las na-
ranjas están vacías y la botella está seca, tendremos ya, listo para
echar al correo, un cuento vendible”.

207
NACIONALISTA
En la literatura ecuatoriana se conserva un lugar destacado para el
poeta José Joaquín Olmedo (1780-1847), que fue no sólo un escritor
sino un destacado político y un entusiasta de la liberación nacional. Su
obra más conocida fue La victoria de Juran o Canto a Bolívar (1825).
Así Ecuador resolvió hacer después una estatua a Olmedo, que se
levantaría en la ciudad de Guayaquil. Esa obra ingresó después a The
Book of Lists (un curioso libro de Wallace y Wallechinsky), integrando
la lista de Nueve Monumentos Raros en el Mundo. El motivo fue que
la estatua a Olmedo saldría demasiado cara. En consecuencia, el go-
bierno ecuatoriano importó de Inglaterra una estatua a Lord Byron
(1788-1824) y le puso el nombre de Olmedo.

ANONIMOS
La clase obrera no ha concedido la menor fama, durante más de un
siglo, al tornero belga Pierre Degeyter (1848-1932) y al chansonnier
francés Eugène Pottier (1816-1887), cuyos nombres se encuentran en
muy pocos libros o catálogos. Pero ambos deberían ser más famosos,
porque fueron hacia 1871 los autores de La Internacional, una canción
cuya vida comenzó en la Comuna de París y que terminó por ser el
himno informal de la clase obrera.

SUPERSTAR
Algunas producciones cinematográficas se hicieron importantes por
la reunión inverosímil de estrellas famosas. Fue el caso de Gran Hotel
(1932), El día más largo del siglo (1962) o La historia más grande
jamás contada (1965). Para batir el record en esa materia fue necesaria
la intervención del gobierno de Estados Unidos. En enero de 1982 (y
para transmisión simultánea por TV en diversos países de Occidente),
los servicios informativos norteamericanos prepararon un programa de
hora y media de duración. Bajo el título Que Polonia sea Polonia, el

208
programa impugnó la presión soviética en ese país, con actuación es-
telar de Kirk Douglas, Charlton Heston, Bob Hope, Glenda Jackson,
Frank Sinatra, Max von Sydow, Orson Welles (orden alfabético),
elenco completado en el caso por los presidentes o primeros ministros
de Alemania, Australia, Bélgica, Canadá, España, Estados Unidos,
Francia, Gran Bretaña, Islandia, Italia, Japón, Luxemburgo, Noruega,
Portugal y Turquía. El propio Papa Juan Pablo (polaco de nacimiento)
apareció asimismo en actuación especial. Cabe suponer que un elenco
semejante no sólo debía irritar a los países socialistas (como fue el
caso) sino al propio Hollywood.
En la transmisión para España, los textos fueron doblados al caste-
llano, exceptuando el del entonces Presidente español Calvo Sotelo,
cuyas primeras frases se escucharon dobladas al inglés.

CHUTZPAH
El productor cinematográfico David O. Selznick, que hizo Lo que
el viento se llevó, era hijo del también productor Lewis J. Selznick (an-
tes Zeleznik, 1870-1933), de quien heredó por lo menos la audacia. En
los comienzos de la industria cinematográfica americana, el judío ruso
Lewis Selznick integró (junto a Adolph Zukor, Jesse Lasky, Samuel
Goldwyn, Carl Laemmle y varios otros inmigrantes) el grupo de em-
presarios que sentó las bases competitivas del negocio. Todos ellos vi-
vieron una fiebre de sociedades y rivalidades recíprocas, procurando
arrebatarse directores, estrellas, ideas. Una de sus vocaciones era dar
el gran golpe publicitario, obteniendo algo singular. Lo había logrado
Zukor hacia 1912 cuando invirtió dinero en una película francesa de
Sarah Bernhardt, con lo que de hecho inició su empresa Paramount
En 1917, empujado fuera de otros negocios, Lewis Selznick había
formado su propia empresa World Film Corporation. En marzo de ese
año abdicó el Zar Nicolás en Rusia, dando comienzo a lo que más tarde
fue la Revolución de Octubre. Pocos días después, Lewis Selznick en-
vió un telegrama al Zar, ofreciéndole un puesto en su compañía norte-
americana. El texto completo no trascendió, pero una frase decía:

209
“Cuando yo era un niño en Rusia, su policía trató muy mal a mi
gente, pero no le guardo rencor...”
No tuvo respuesta, desde luego, porque a esa altura el Zar debía
estar incomunicado.

TRADUCCIONES
En 1928 Bertolt Brecht y Kurt Weill escribieron una obra que luego
se haría famosa y que se tituló Dreigroschenoper (literalmente, La
ópera de tres centavos). En 1930 fue filmada en Alemania, con direc-
ción de G. W. Pabst y con ese mismo título. Pero esa película era co-
producción francoalemana, y así la versión francesa, que tenía elenco
distinto, modificó la cotización y recibió el título L'opéra de quat'sous.
En Argentina se estrenó esa versión francesa, literalmente titulada La
ópera de cuatro centavos.
Se trata sin embargo de la misma obra que en los manuales de teatro
en castellano aparece rotulada como La ópera de dos centavos.

DESPISTE
El 11 de julio de 1987, cuando se cumplieron cincuenta años de la
muerte del compositor norteamericano George Gershwin (1898-1937),
la sección musical de Clarín decidió razonablemente publicar una nota
recordatoria al respecto. En media página el crítico N.C. (presumible-
mente Napoleón Cabrera) traza una semblanza del malogrado artista y
lo vincula con diversas manifestaciones de las artes norteamericanas.
Casi todo el texto es muy coherente con la realidad.
Pero el título no parece de Cabrera, porque dice “El gran genio de
los blues”. Ahora bien: Gershwin produjo una abundante obra, en can-
ciones, operetas y conciertos, pero nunca compuso blues, que es una
forma musical de definida estructura. En cambio fue autor de una obra
titulada Rhapsody in Blue, que ha creado medio siglo de equívocos.

210
REBAJITA
Los catálogos más serios del mundo incluían entre las obras de
Rembrandt un cuadro conocido en castellano como El hombre del
casco dorado, que fue hecho hacia 1650 y que está actualmente depo-
sitado en el Museo Estatal de Berlín Occidental. En 1985, por procedi-
mientos que no fueron divulgados y que abarcan también otras revisio-
nes, se descubrió que ese cuadro no era de Rembrandt Lo dijo Jan
Kelch, que estaba a cargo de la sección de pintura holandesa y fla-
menca en ese mismo Museo, agregando que en cambio no se conocía
al autor. Pudo haber sido un contemporáneo de Rembrandt, desde
luego, porque el cuadro no era una falsificación moderna sino un error
de atribución, mantenido a lo largo de tres siglos.
Pero como lo acotó el escritor Otto Friedrich en un excelente ensayo
al respecto (en Time, 16.12.85), lo primero que ocurrió tras la revela-
ción fue un brusco descenso del valor en el mercado. Hasta ese enton-
ces El hombre del cuadro dorado tenía una cotización de veinte millo-
nes de marcos alemanes (unos ocho millones de dólares), cifra de venta
teórica para otro Museo o para algún millonario norteamericano. Y
apenas se supo que ese Rembrandt no era un Rembrandt, la cifra des-
cendió a un millón de marcos.
Ese no será el único cambio, desde luego. Los mejores libros sobre
Rembrandt tendrán que tachar el título en la enumeración de obras, o
agregar pintorescas notas al pie. En las reproducciones del cuadro será
necesario introducir epígrafes que digan “Anónimo” o “Escuela de
Rembrandt”. Los mejores cambios podrán ser los que se produzcan en
los gustos y criterios de los admiradores de Rembrandt. Como lo señala
Friedrich, el nombre del autor es en definitiva un valor secundario, por-
que Hamlet seguirá siendo Hamlet aunque se demuestre que su autor
no fue Shakespeare. Pero ésa es una apreciación optimista sobre la na-
turaleza humana, porque no tiene en cuenta la importancia del esno-
bismo. Y en cambio, el mercado pictórico la tiene muy en cuenta y sabe
que los admiradores de Rembrandt a lo largo de tres siglos tuvieron
veinte millones de emociones al contemplar la expresión dramática y

211
concentrada del Hombre del casco dorado, pero ahora sólo tendrán un
millón de emociones y se sentirán íntimamente disminuidos.

PRINCIPISTAS
El escritor William Faulkner (1897-1962) comenzó por resistirse a
la idea de que alguien de la revista The París Review le hiciera una
entrevista. Pero esa publicación neoyorquina, fundada en 1953 por un
grupo de jóvenes entusiastas de la literatura, terminó por imponer su
norma de largos reportajes a escritores vivos, con un material que des-
pués llegó a prolongados libros, sin perjuicio de publicar también mu-
chos cuentos y fragmentos todavía inéditos. Así que en 1956 Faulkner
accedió al reportaje, cuando supo que no le preguntarían por su vida
personal, en ningún sentido, sino sobre su relación con la literatura. El
texto resultante está muy cerca de una declaración de principios.
Sobre por qué no quiere discutir su obra con nadie: “No, estoy dema-
siado ocupado escribiéndola. Tiene que gustarme a mí mismo, y si
me gusta no tengo por qué hablar de ella. Si no me gusta, hablar de
ella no la mejorará, ya que la única manera de mejorarla es trabajar
un poco más en ella. No soy un hombre de letras sino un escritor.
No me da ningún placer hablar del oficio”.
Sobre la fórmula para ser un buen novelista: “Noventa y nueve por
ciento de talento, 99 por ciento de disciplina, 99 por ciento de tra-
bajo. Nunca debes estar satisfecho con lo que haces. Nunca es tan
bueno como podría serlo. Siempre debes soñar y apuntar más alto
que lo que sabes que puedes hacer. No te preocupe ser mejor que
tus contemporáneos o que tus antecesores. Trata de ser mejor que
tú mismo. Un artista es una criatura empujada por demonios. No
sabe por qué lo eligieron y está demasiado ocupado para preocu-
parse del motivo. Es completamente amoral, porque habrá de robar,
pedir prestado, o implorar, para conseguir que la obra esté hecha.
Sobre la responsabilidad social del escritor: “La única responsabilidad
del escritor es la que tiene con su arte. Será completamente cruel si
es bueno. Tiene un sueño. Le angustia tanto que debe librarse de él.

212
No tendrá paz hasta entonces. Todo se irá por la borda: honor, or-
gullo, decencia, seguridad, felicidad, todo, para que el libro quede
escrito. Si un escritor debe robar a su madre no vacilará en hacerlo;
la “Oda a una urna griega” (Keats, 1819) vale tanto como cualquier
cantidad de ancianas señoras.”
Sobre el trabajo: “En mi opinión es una vergüenza que haya tanto tra-
bajo en el mundo. Una de las cosas más tristes es que lo único que
un hombre puede hacer ocho horas por día, un día tras otro, es tra-
bajar. No puedes comer ocho horas por día, ni beber durante ocho
horas por día, ni hacer el amor durante ocho horas por día. Todo lo
que puedes hacer durante ocho horas es trabajar. Y ése es el motivo
de que el hombre haga desgraciados a sí mismo y a los demás”.
Sobre Freud: “todos hablaban de Freud cuando yo vivía en Nueva Or-
leans, pero nunca lo leí. Tampoco lo leyó Shakespeare. Dudo de que
Melville lo haya leído, y estoy seguro de que Moby Dick no lo
leyó”.
Sobre la comprensión del lector, cuando oye que algunas personas no
pueden entenderlo, incluso tras haberlo leído dos o tres veces:
“Que lo lean cuatro veces”.
Faulkner tuvo enemigos, en parte porque colaboró con el Departa-
mento de Estado norteamericano en numerosas giras (desde 1954), en
parte porque era un sureño nato y no quería interferencias del Norte en
la delicada cuestión racial, en parte porque transó con Hollywood y fue
allí a escribir o arreglar libretos cinematográficos que estaban por de-
bajo de su nivel literario. Entre sus partidarios se incluyen un Premio
Nobel (1949), un premio Pulitzer (1955), la aprobación de Jorge Luis
Borges (que tradujo Palmeras salvajes) y la de casi todo crítico norte-
americano. Con el tiempo, todo el mundo sabrá que el faulkneriano
máximo fue Juan Carlos Onetti (nacido en Uruguay, 1909), que se ma-
nifestó reiteradamente harto de que le pidan fórmulas fáciles sobre el
arte de escribir. Ante todo, Onetti siempre quiso escribir lo suyo y se
manifestó dispuesto a lograrlo, así fuera necesario estafar a cualquier
cantidad de ancianas señoras. En cuanto a fórmulas, Onetti sólo aportó
una difícil:

213
“Para escribir bien, no sirve leer, no sirve fumar, no sirve el
alcohol, no sirve dormir, no sirve caminar, no sirve hacer el
amor, no sirve sufrir. Lo único que sirve es escribir”
El pronunciamiento de Onetti fue sabio y verbal; Para que sirva,
habría que escribirlo en algún lado.

AVENTURA EN EL TEATRO
Una hazaña épica en los registros del teatro moderno se produjo en
Nueva York a mediados de 1937, cuando un conjunto consiguió repre-
sentar una obra en la fecha anunciada, a pesar de que en los días previos
le habían quitado la sala, las escenografías, los vestuarios, la peluca del
primer actor, toda la orquesta y una parte del elenco. La complicada
historia tuvo antecedentes y consecuencias en temas políticos, sociales,
económicos y estéticos, con lo cual un incidente concentrado en pocas
horas pasó después a los libros.
La crisis económica norteamericana, desatada con la catástrofe bur-
sátil de 1929, condujo a una enorme desocupación y a la elección del
nuevo gobierno Roosevelt (1933). Entre muchas otras medidas, luego
englobadas en la expresión New Deal (Nuevo trato), este gobierno creó
la Works Progress Administration, una dependencia oficial dotada de
fondos millonarios, cuyo doble objetivo era dar trabajo a los desocu-
pados y activar diversas obras nacionales. Bajo la dirección general de
Harry Hopkins, la WPA creó a su vez una serie de ambiciosos planes.
En 1935 se inauguró así el Federal Theatre Project, paralelo a otros
programas similares para la música, los escritores y las artes plásticas.
En esa inauguración, el mismo Hopkins anunció públicamente que se
estaba iniciando, con la dirección de Hallie Flanagan, un teatro “libre,
adulto y sin censura”. Entre otros datos excepcionales, el FTP sería uno
de los pocos casos históricos en que el Estado daba apoyo económico
a las artes, que tradicionalmente han sido en el país un terreno estricta-
mente privado. Entre los problemas mayores de Hallie Flanagan figuró
desde un primer momento, la decisión sobre quiénes podrían ser sus
colaboradores. Restringió esa lista a los profesionales del teatro que

214
estaban entonces en nóminas de asistencia social, incluyendo no sólo a
intérpretes y directores sino a colaboradores de varios oficios secunda-
rios (utileros, serenos, ascensoristas, conductores, peones de mu-
danza). Las excepciones no podían exceder al diez por ciento, que era
la forma de llamar a directores o escenógrafos de especial competencia,
como fue el caso de Joseph Losey y de Elia Kazan. Entre las unidades
separadas que integraron el FTP, una fue confiada conjuntamente a Or-
son Welles y John Houseman, que primero hicieron un célebre Mac-
beth (con elenco enteramente negro y la acción trasladada a Haití) y
después dirigieron dentro del FTP el llamado Proyecto 891, nombre
que correspondía simplemente al número del expediente inicial. El 891
debutó en 1936 con Horse Eats Hat, una farsa basada en la célebre
pieza Un sombrero de paja de Italia de Eugéne Labiche y Marc Mi-
chel.
A Welles y Houseman se dirigió después el escritor y compositor
Marc Blitzstein, un hombre de ideas izquierdistas, que había terminado
su obra The Cradle Will Rock (lo que debería traducirse como “La cuna
se mecerá”). Tras algunas vacilaciones, Houseman y Welles aceptaron
la obra y proyectaron una amplia puesta en escena, comenzando por
una escenografía que podía aludir a un juzgado, una calle, una farma-
cia, un vestíbulo de hotel, un aula universitaria. Eso estaba acorde con
la variedad de escenas de la obra, pero también con su estilo. En su
tema, Blitzstein planteaba la opresión de los industriales del acero con-
tra los obreros enfrentados al despido, la reducción de salarios y la de-
socupación. Eso no era excepcional en la época, cuyas crisis habían
dado ya nacimiento a un inmenso teatro social, cuyo emblema fue antes
el exitoso Waiting for Lefty (Esperando al Zurdo, 1935) de Clifford
Odets. La acción de Cradle ocurría en una localidad ficticia denomi-
nada Steeltown (Ciudad del acero) y mostraba al villano capitalista,
llamado Mister, que conseguía corromper a jueces, policía y prensa,
pero terminaba vencido por sus propios obreros. Aunque ese drama
terminara por ser convencional para la época, Blitzstein le dio un tra-
tamiento imaginativo, que apelaba al recitado, al vaudeville, al orato-
rio, al baile. En rigor, Cradle no era un drama sino una ópera moderna,

215
reconocidamente inspirada en La ópera de dos centavos de Bertolt Bre-
cht, a quien estaba dedicada. Para Welles y para Houseman, la pieza
era un desafío a la imaginación creativa: una manera de lanzar un
nuevo teatro en la efervescencia múltiple de aquellos momentos.
Pero el Federal Theatre tenía sus enemigos, desde el momento
mismo de su fundación. En Washington, poderosos elementos conser-
vadores (como los senadores Burton Wheeler, Robert Reynolds, Ge-
rald Nye) estaban decididos a aniquilar ese movimiento teatral, porque
consumía fondos oficiales y porque entendían que era un refugio de
comunistas, dispuestos a fomentar desde los escenarios la perturbación
social. La noticia sobre los ensayos de Cradle precipitó esa hostilidad
latente, reforzada en el caso por los industriales del acero, que veían
como inminente una obra proletaria que los acusaba sin disimulo. En
junio 1937 se habían formado ya en ese asunto dos bandos opuestos y
muy activos, pero los conservadores eran los más fuertes. La misma
WPA (aparentemente sin intervención de Harry Hopkins, qué sufría un
cáncer) ordenó abruptamente que se suspendieran por varias semanas
todos los conciertos, exposiciones y estrenos teatrales del FT. De he-
cho, eso cancelaba el estreno de Cradle, que no solamente estaba anun-
ciado para junio 16, sino que había vendido ya las entradas con antici-
pación, a través de organizaciones culturales y políticas diversas, con
lo cual tenía un público asegurado para toda una semana. La suspen-
sión de Cradle era parte menor de otros recortes y otras postergaciones
en la tarea de la WPA, a la que se atribuía haber ayudado a quince
millones de desocupados, con un gasto cercano a los 8.500 millones de
dólares. Pero desde la óptica de Hallie Flanagan, Orson Welles, John
Houseman, Maro Blitzstein y de todo un vasto elenco, el cambio de
actitud en la WPA era un golpe directo. Sin el dinero oficial y sin la
aprobación de los más altos funcionarios, el Federal Theatre no podría
subsistir. El proyectado teatro “libre, adulto y sin censura” pasaba a ser
una víctima del dirigismo que lo caracterizaba desde su misma crea-
ción.
Sus biógrafos contaron después que Orson Welles (que en ese mo-
mento tenía 22 años) vaciló largamente sobre lo que su grupo debía
hacer. Si todos ellos aceptaban la orden de la WPA, algunas carreras

216
teatrales podían continuar (las de Welles y Houseman, seguramente),
pero en un camino de concesiones a la autoridad. Si continuaban su
tarea y estrenaban la obra, pese a la orden en contrario, ese desafío
saldría en los diarios, con una amplia oportunidad de expresar los pun-
tos de vista del mundo teatral y de los muchos liberales que lo apoya-
ban. La incertidumbre fue solucionada cuando la WPA adoptó una me-
dida de fuerza. Envió guardias armados al Maxine Elliott’s Theatre
para evitar que el estreno se produjera. Los así llamados “cosacos” ce-
rraron las puertas, confiscaron las escenografías, los vestuarios y hasta
la peluca especial del primer actor (que era Howard Da Silva). La pre-
potencia física empujó a la rebeldía a Welles, a Houseman y a muchos
integrantes de un grupo que tenía sesenta personas en el elenco y 28
músicos en la orquesta. Harían Cradle de cualquier manera.
Fue en medio de esa decisión que cayó otra bomba. El sindicato de
trabajadores teatrales, o Equity, decidió que sus afiliados, tras haber
ensayado durante cuatro meses, con remuneración, a la orden del Fe-
deral Theatre, no podrían estrenar la obra con otro posible empresario
(en el caso, Welles-Houseman) sin acuerdo de la primera empresa. A
partir de allí, muchos se fueron a sus casas. Otros se unieron a los di-
rectores y al compositor, buscando soluciones de emergencia, en una
suerte de asamblea continua e insomne, durante 36 horas. Después
John Houseman acotó, en un libro autobiográfico (Run-Through, 1972)
la notable paradoja de que el peor golpe de aquel día fue dado justa-
mente por los sindicatos contra una obra que pretendía defender los
derechos de los trabajadores. La asamblea de 36 horas se realizó en el
tocador de damas del mismo Maxine Elliott's Theatre, sin que los “co-
sacos” intervinieran ni cortaran tampoco los teléfonos. Su asombroso
resultado, con gran apoyo de varios simpatizantes en el exterior de la
sala, fue que dos horas antes del estreno anunciado se consiguió alqui-
lar el teatro Venice (por cien dólares) y un piano vertical (por cinco
dólares). Un abogado señaló la sutileza de que los reglamentos de
Equity prohibían que sus afiliados subieran a actuar a otro escenario,
pero nada impedía su actuación en las plateas o en los palcos. Repen-
tinamente se decretó el peregrinaje. Los directores, el elenco, el com-
positor, diversos técnicos y mucho público ya congregado en la calle,

217
todos ellos poseídos de un nuevo entusiasmo, marcharon como pudie-
ron a través de Nueva York, en vehículos diversos o a pie, recorriendo
las 21 manzanas existentes entre el teatro Maxine Elliott y el Venice.
No pudieron llevar utilería ni vestuario, que eran propiedad del Federal
Theatre, pero alguno de los cosacos debió sorprenderse de que el di-
rector de orquesta, Lehman Engel, saliera envuelto en un sobretodo
durante aquella noche calurosa. Dentro llevaba clandestinamente la
partitura.
La representación en el Venice fue una ceremonia emotiva y singu-
lar, luego narrada por sus protagonistas, por la prensa y por dos mil
espectadores que se habían congregado allí sin pagar entrada. Tras dos
breves discursos de explicación por Houseman y por Welles, sustitu-
yendo con palabras las escenografías invisibles, el propio Marc Blitzs-
tein se sentó al piano, como figura única en el escenario. Desde las
plateas y los palcos, cada intérprete comenzó a decir o cantar lo suyo y
muchas veces también lo ajeno, para suplir a los ausentes. A los pocos
minutos, se agregó imprevistamente desde un palco la voz de la so-
prano Olive Stanton, que sabía ya la obra y que aportó su colaboración
espontánea. Muchos diálogos debieron ser dichos por intérpretes que
estaban separados entre sí por veinte metros. Y aunque Blitzstein creyó
que tendría que ser el único intérprete de su música, de pronto fue
acompañado desde la oscuridad por un acordeón, el único de los 28
músicos que se atrevió a compartir la aventura. Tras la Escena Seis fue
necesario colocar un intervalo para reorganizar fuerzas durante quince
minutos. El público comentó animado en el hall las alternativas de
aquella función singular. Los espectadores volvieron y Orson Welles
salió al escenario. Dijo: “Cuando todos ustedes estén sentados, el único
hombre de pie será el poeta: Archibald MacLeish”. Las cálidas pala-
bras de éste dieron un nuevo entusiasmo a la función. Cuando el espec-
táculo terminó, se hizo difícil sacar a tanta gente entusiasmada con el
teatro.
Las noticias críticas sobre Cradle no aparecieron en las páginas de
espectáculos sino entre los grandes acontecimientos de la ciudad. La
obra pasó después a manos de Houseman y Welles, que pudieron re-
presentarla durante sólo dos semanas, pero con salas llenas, en el

218
mismo teatro Venice. El episodio separó a ambos del Federal Theatre,
como cabía esperado, pero condujo a que ellos formaran el Mercury
Theatre, que fue otra historia. El Federal Theatre siguió siendo hostili-
zado. En diciembre 1938 Hallie Flanagan fue interrogada por el Comité
parlamentario sobre actividades anti-americanas, que sospechaban co-
munismo en ella y en todo lo que había hecho o dejado hacer. En junio
1939 el Federal Theatre cerró inevitablemente, cuando el Congreso le
retiró los fondos.
En 1984 el accidentado estreno de The Cradle Will Rock estuvo a
punto de convertirse en una película. Su productor debía ser Michael
Fitzgerald, el libreto estaba escrito por Ring Lardner Jr., el joven actor
inglés Rupert Everett (protagonista en Another Country) debía inter-
pretar a Orson Welles, y la dirección sería confiada inmejorablemente
al mismo Welles. El proyecto debía contar con apoyo estatal en Fran-
cia, pero quedó finalmente frustrado, en el habitual estilo de los con-
tratiempos kafkianos que caracterizaron a Welles en casi toda su ca-
rrera.

ENCANTADOS
En octubre 1959 la Columbia Broadcasting System publicó en el
semanario The New Yorker un anuncio pagado, donde señala algunos
de los méritos de la televisión y de los programas de CBS. El anuncio
dice, en parte:
“Otro tributo a las fascinantes calidades de la televisión procede de
un dentista de Long Island, cuyos pacientes miran una pantalla de tele-
visión suspendida del techo, mientras él aplica el tomo a sus cavidades
dentales. Según el dentista, los pacientes quedan tan absortos mirando
a la pantalla que no prestan atención a lo que él hace, lo cual facilita
considerablemente su trabajo.
“El único problema, aparentemente, es que muchos pacientes insis-
ten en programar las consultas para las horas en que se transmite su
programa favorito. Esto puede convertirse en un problema, ya que el
programa diurno promedial, en la red de televisión de CBS, tiene un

219
público de 5.139.270 espectadores, todos ellos vulnerables a la odon-
tología”.

PROFANOS
En 1947 George Cukor tuvo un conflicto con la empresa Metro
Goldwyn Mayer y se retiró del rodaje de un melodrama llamado Desire
Me (luego estrenado como Sagrado y profano). La filmación fue ter-
minada por los directores Mervyn Le Roy y Jack Conway, pero des-
pués la Metro estrenó la película sin mencionar a director alguno, me-
dida absolutamente excepcional. En 1968, y durante otro de los tantos
conflictos entre directores y empresas, la empresa Universal quitó a
Robert Totten la realización de un western titulado Death of a Gunfi-
ghter (luego estrenado como Pueblo sin ley). En este caso, el rodaje
fue terminado en dos semanas por el director Don Siegel. Después Uni-
versal estrenó la película, declarando como director a Allen Smithee,
una persona inexistente, de la que no se encontrará biografía alguna.
Pero Smithee progresó. Su nombre fue adoptado por el Director^
Guild of America para sustituir al director real, toda vez que se produjo
un conflicto de aquella índole. Ese uso generalizado quedó establecido
por la constancia en Movies Made for Televisión, un libro de Alvin H.
Marill que obra en poder de algunos eruditos. Para conocimiento de
todos los otros eruditos que poseen ficheros cinematográficos, es útil
señalar las tareas del ficticio Smithee. Todas ellas son películas filma-
das para cine o televisión y en empresas distintas:
1970 - The Challenge, director real desconocido;
1980 - City in Fear, director real Jud Taylor,
1980 - Fun and Gomes, director real Paul Bogart;
1982 - Moonlighu directores reales Jackie Cooper y Rod Holcomb.
1986 - Let's Get Harry (Rescate infernal), director real Stuart Rosen-
berg.

220
En el último caso es ilustrativo revisar la publicidad norteamericana
en inglés. Allí se detalla la carrera de productores, escritores e intérpre-
tes de la película, pero del director Alan Smithee sólo se menciona el
nombre.
Ese elaborado disimulo, oficialmente aprobado por el gremio de di-
rectores, es un serio golpe para los partidarios de la Teoría del Autor,
quienes viven convencidos de que los directores son los autores de sus
películas. La verdad es que casi nunca lo son. A veces llegan a aver-
gonzarse de haber trabajado en ciertas cosas o de haber aceptado im-
posiciones de la empresa. En esas conflictivas circunstancias, algunos
directores transan con el estudio y otros eligen retirar su nombre. Quie-
nes lo retiran pasan a llamarse Smithee, que en Hollywood es como
llamarse NN.

ARREGLITO
El primer concurso de preguntas y respuestas en la TV americana
fue realizado por la Columbia Broadcasting System (CBS), en junio
1955, bajo el título The u$s 64.000 Question, Cada concursante, que
presuntamente era un experto en algo, contestaba preguntas en una se-
rie que duplicaba los premios: un dólar, dos dólares, cuatro dólares. A
las diez preguntas contestaba por u$s 512, después por u$s 1.000. Con
suerte, talento y diez y siete preguntas obtenía los 64.000 dólares, si no
elegía retirarse antes. El programa duró poco más de tres años y per-
mitió descubrir algunos talentos de cultura superespecializada. Incluyó
también una broma ocasional, cuando se presentó el cómico Jack
Benny, ganó el dólar de la primera pregunta y después eligió retirarse
con prudencia.
La misma CBS inventó diez meses después un complemento, lla-
mado The u$s 64.000 Challenge, cuyos concursantes podían ser sola-
mente quienes hubieran ganado 8.000 dólares en el primer certamen.
Aquí el sistema era que cada uno de ellos compitiera con otros dos, en
su misma especialidad. Este programa duró también poco más de dos
años.

221
Entre las variantes de esos programas existieron dos de particular
éxito. En Dotto, el concursante debía identificar una figura que sólo le
era marcada con puntos sobre un panel. En Twenty One (de la NBC) se
oponía a dos concursantes, contestando preguntas cuyo puntaje osci-
laba de uno a once, según la dificultad. Triunfaba quien primero obtu-
viera los 21 puntos del título.
Todos los programas se cayeron hacia octubre 1958, cuando se
comprobaron dos casos de corrupción, lo cual condujo a una gran des-
confianza pública. Un concursante de Dotto descubrió sobre un escri-
torio del estudio los apuntes que había llevado un rival, y así se supo
que éste conocía de antemano las preguntas y respuestas que le corres-
pondieron. Fue aún más grave el caso de Twenty One, donde terminó
por saberse que el ganador Challes Van Doren había sido instruido pre-
viamente sobre las preguntas y respuestas. En la investigación perio-
dística posterior se supo que el arreglo había sido auspiciado por los
mismos productores del espectáculo, que pagaban los premios pero
elegían con cuidado a quién favorecían. Su interés era el de un mejor
espectáculo, dado que Charles Van Doren era más apuesto y simpático
que sus diversos rivales, con lo que el rating quedaba asegurado. El
caso era una consecuencia indirecta de las necesidades visuales que
plantea la televisión. La revelación de ese oculto arreglo fue un escán-
dalo, porque Van Doren era antes un profesor de cierto prestigio (en la
Columbia University) y porque pertenecía a una familia ilustre, donde
se destacan los nombres de Cari Van Doren (1885-1950) y de Mark
Van Doren (1894- 1972), profesores y críticos literarios de primera ca-
tegoría y de abundante obra. Contra ese fondo de alta cultura, Charles
Van Doren se graduó de oveja negra en la familia.
Jack Barry había sido el productor de Twenty One y quedó fuera de
la TV norteamericana durante diez años, hasta que se aquietó el remo-
lino. Todos los programas de preguntas y respuestas en la TV norte-
americana fueron abruptamente cancelados durante 1958, pero se re-
novaron hacia 1976 con otras reglas. Entre las nuevas fórmulas de
juego limpio figura la de que cada concursante elija azarosamente sus
propias preguntas entre varios sobres de una bandeja. Pero aun así se
pueden hacer trampas, tanto con el contenido de los sobres como en la

222
manera de elegirlos. Con ello se consigue el triunfo a los concursantes
más apuestos, sin olvidar a las concursantes más hermosas. La regla
general de la TV es el rating, aunque éste es una fórmula de fabricación
secreta.
En 1967 el escritor canadiense Marshall McLuhan publicó su fa-
moso libro El medio es el mensaje, donde se sostiene que la TV no
trasmite una realidad exterior sino que crea una realidad propia, gene-
rando largas confusiones y algunas mentiras.

PARED AJENA
A pesar de la enorme crisis económica que afligió a Estados Unidos
en la década de 1930, la familia Rockefeller continuó hasta el final la
construcción del Rockefeller Center, un complejo de catorce edificios,
en el centro mismo de Nueva York, que llegó a albergar después la
mayor concentración mundial del comercio y de la industria. Uno de
sus principales ejecutivos fue Nelson Rockefeller, quien se destacó en-
tre los cinco hermanos por su sostenido interés en la pintura, la escul-
tura y otras manifestaciones artísticas.
Fue así como Nelson Rockefeller decidió embellecerla enorme pa-
red del edificio destinado a la RCA (Radio Corporation of
America), que integraría ese complejo edilicio. Encargó el trabajo
al ya famoso pintor mexicano Diego Rivera (1886-1957), quien estaba
precedido de una abundante obra en México y de triunfales exposicio-
nes en la misma Nueva York y en Detroit (1932). Para el caso, Rocke-
feller apreciaba sobre todo la celebrada competencia de Rivera en la
pintura mural, sin hacer cuestión de las polémicas despertadas por la
obra del pintor en sus contenidos comunistas y anticlericales.
Rivera inició en 1932 un mural que se llamaría Man at the Cross-
roads (Hombre en la encrucijada). Pocos días después, los transeúntes
y los miembros del grupo Rockefeller advirtieron que la obra terminada
sería explosiva. En los bocetos previos aparecían “tahúres, prostitutas
con sífilis terciaria, capitalistas rapaces” y, peor aún, el boceto de un
Lenin. Varias descripciones del plan (en historias del arte, en biografías
de Rivera y de los Rockefeller) coinciden en interpretar que el pintor

223
se había propuesto atacar al capitalismo con un cuadro que sería muy
notorio y que estaría situado en la calle y en el centro del mundo finan-
ciero. La controversia pasó rápidamente a la prensa, con opinantes a
favor y en contra del proyecto.
Nelson Rockefeller llamó a Rivera para convencerlo de que ese mu-
ral tendría que ser modificado, cuando menos en parte. Pero una se-
mana después, Rivera seguía trabajando sobre el plan anterior. Enton-
ces Rockefeller llamó nuevamente al pintor, le pagó los 21.000 dólares
acordados, canceló el contrato y ordenó borrar la parte ya pintada. Des-
pués fue llamado el pintor español José Ma. Sert, quien hizo otro fresco
con imágenes de Lincoln y de Edison. El boceto original no se perdió,
porque Rivera lo rehízo para el Instituto Nacional de Bellas Artes en
México. Durante ocho años Rivera no se habló con Rockefeller, pero
éste señaló que con el tiempo volvieron a ser amigos. El incidente de
Arte Libérrimo versus Capital Privado quedó en la historia con la frase
“Sí, muy bien, pero la pared es mía”.

CONCENTRACION
Algunos libros famosos fueron escritos total o parcialmente en la
cárcel. La lista de ejemplos comienza con Los viajes de Marco Polo,
fechados hacia 1298, cuando no existía aún la imprenta, con el resul-
tado de que sus textos fueron después copiados y modificados por es-
cribas, sin perjuicio de suscitar otras dudas por el fantástico material
relativo al Lejano Oriente. Otras obras escritas en la cárcel fueron Le
grand testament (François Villon, hacia 1461), Don Quijote (Cer-
vantes, hacia 1597), Historia del mundo (Sir Walter Raleigh, 1603 a
1615), Fanny Hill (John Cleland, 1749), De Profundis (Oscar Wilde,
1896), Miradas a la Historia mundial (Jawaharlal Nehru, varios perío-
dos entre 1921 y 1945), Mi lucha (Adolf Hitler, hacia 1923), Lettere
dal carcere (Antonio Gramsci, desde 1926), Memorias de la cárcel
(Graciliano Ramos, desde 1936) y Apuntes desde la prisión (Ho Chi
Minh, 1941). Cabe agregar que los años pasados en la cárcel y en Si-
beria (1849 a 1854) fueron decisivos para la obra posterior de Dos-
toievski.

224
El record en la materia pertenece al turco Yilmaz Güney (1937-
1984), un actor, escritor y director cinematográfico, con larga y abun-
dante carrera desde 1959, a pesar de que sus períodos de prisión llega-
ron a sumar doce años. Su última condena fue en 1974, por su contro-
vertida vinculación con el asesinato de un juez. En la cárcel escribió
por lo menos tres libretos que fueron filmados por colaboradores suyos,
de acuerdo a sus muy precisas instrucciones. En 1981 Güney consiguió
fugar de la cárcel turca, viajó a Suiza, retomó y compaginó allí el ma-
terial filmado para Yol (o El camino) y con esa obra obtuvo de inme-
diato un primer premio (compartido) en el Festival de Cannes. Ese fue
un orgullo muy escaso para Turquía, donde el nombre de Güney estaba
prohibido y donde advirtieron demasiado tarde que el preso había es-
crito entre rejas sus alegatos cinematográficos contra la sociedad turca
y las dictaduras. Ponerlo en la cárcel fue contraproducente.
Con Hitler había ocurrido algo similar. En 1923 fue condenado a
cinco años de cárcel, por su participación en un fracasado golpe polí-
tico en Múnich. Pero no sólo estuvo preso nada más que nueve meses,
sino que en ellos gestó y dio a luz el primer volumen de Mi lucha,
aprovechando las comodidades carcelarias en Landsbeig. Si no le hu-
bieran dado papel y lápiz, la historia del siglo pudo ser distinta.

FALSEDADES
Al pintor francés Jean-Baptiste-Camille Corot (1796-1875) se le
atribuyen más de tres mil cuadros, que en su mayor parte han sido pai-
sajes y que fueron hechos durante más de medio siglo. Pero al mismo
tiempo existen otros varios cientos o miles de paisajes Corot, con su
firma al pie, que están colgados en museos y colecciones privadas, pero
que son simplemente falsificaciones. Esos cuadros falsos prosperaron,
entre otros motivos, porque muchos pintores de este mundo se han de-
dicado al paisaje y porque Corot hizo escuela con la manera de pintar-
los. Para aumentar el problema, los paisajes de Corot no eran franceses
sino también italianos, duplicando la posibilidad de fabricar y vender
falsificaciones.

225
El negocio del cuadro falsificado es un peligro constante para los
museos, los marchands y los coleccionistas, a tal punto que se han con-
feccionado cuidadosos inventarios de dónde se encuentra cada obra fa-
mosa, para poder rastrear las ofertas de venta. Esas imperfectas listas
fueron la consecuencia de los delitos ya producidos, pero su corrección
total sería imposible. En la enorme obra de Picasso, por ejemplo, es
perfectamente probable que algún dibujo suyo esté ahora mismo en
poder de alguna familia francesa o española, que lo ha guardado du-
rante dos generaciones sin saber lo que tenía en casa.
Uno de los más famosos falsificadores del siglo veinte fue Elmyr
de Hory (1906-1976), un artista húngaro, judío y homosexual, cuyas
obras están repartidas por diversos museos y colecciones privadas, con
las firmas de Picasso, Modigliani, Cézanne, Matisse, Gauguin, Chagall
y otros creadores. Aunque de Hory era un mal negociante, a cierta al-
tura se vio en manos de dos intermediarios que colocaban su material
y conseguían seducir a compradores ingenuos, especialmente si eran
millonarios norteamericanos. Así de Hory se vio obligado a producir
cuadros que le encargaban esos representantes y también se vio explo-
tado por ellos, que a su vez se peleaban espantosamente entre sí. La
conflictiva situación trascendió en 1967, llenando de incertidumbres a
muchos compradores de los años previos. Pese a ello, de Hory siguió
pintando en la isla española de Ibiza, donde vivía desde 1962, aunque
era asediado por autoridades y curiosos. En 1969 el escritor norteame-
ricano Clifford Irving (nacido en 1930) publicó su notable libro Fake!,
donde trazó minuciosamente la vida de Elmyr de Hory, incluyendo es-
cándalos derivados de la homosexualidad de sus colaboradores. Con el
mismo título Fake!, Orson Welles hizo después una película (1973)
que fue escasamente difundida y que plantea con humor nada menos
que la falsedad esencial de todo arte, no sólo en De Hory sino en Irving
y en el mismo Welles, que al efecto amplió y remontó un material do-
cumental antes rodado por François Reichenbach. A esa altura Elmyr
de Hory había descubierto que la fama no trae la felicidad. Como si los
colaboradores y el dinero no hubieran sumado suficientes problemas,
el libro de Irving, la película de Welles y una intimación de que sería
deportado a Francia (por vinculación con probadas estafas) ocuparon

226
la almohada de Elmyr de Hory durante demasiadas noches. En 1976 se
suicidó con barbitúricos en Ibiza.
Su biógrafo Clifford Irving tuvo también su propia aventura.
Cuando trabajó en la biografía de Elmyr de Hory, que fue un sólido
trabajo de investigación, Irving se convenció de que la credulidad pú-
blica puede ser infinita. En 1971 anunció que estaba colaborando como
escritor en la autobiografía del supermillonario Howard Hughes, pro-
yecto que no parecía insensato, primero porque Hughes era un excén-
trico millonario que podía acometer cualquier plan sin dar explicacio-
nes coherentes, y segundo porque en Estados Unidos es habitual que la
“autobiografía” de un personaje famoso sea en verdad escrita por un
profesional mercenario (la autobiografía de Sophia Loren está escrita
por A. E. Hotchner, por ejemplo). El proyecto de Irving convenció a la
firma editora McGraw-Hill de Nueva York, a la que el escritor aportó
veinte cartas y otros documentos que habrían salido de la misma mano
de Hughes y que revelarían una estrecha vinculación entre ambos hom-
bres. Pese al dictamen de cinco expertos, todo ese presunto material de
Hughes resultó ser falsificado. La impostura de Irving quedó revelada
en parte por el pronunciamiento del mismo Hughes, que al efecto salió
de su letargo, y en parte porque un Banco de Zúrich (Suiza) desmintió
toda una tradición de secreto profesional y permitió descubrir que una
cuenta abierta a nombre de H. R. Hughes tenía como verdadero titular
a la mujer de Irving. A esa altura la editorial McGraw-Hill había pa-
gado a Irving 765.000 dólares. Al verse descubierto, el escritor devol-
vió parte del dinero y fue a la cárcel durante 17 meses. A partir del
episodio nadie le creyó, ni siquiera cuando decía “Mucho gusto” al co-
nocer a alguien. Fue entonces que Orson Welles incluyó a Irving entre
los mentirosos de su película Fake! Cuando Howard Hughes murió
(1976) las descripciones de su vida y de sus últimos años ayudaron a
comprender a Irving, porque el millonario era entonces un enfermo
mental y los datos sobre su vida eran un pantano de omisiones, contra-
dicciones y equívocos, que culminaron en sus diversos y opuestos tes-
tamentos.
En 1977 el escritor Irving Wallace y sus hijos publicaron un libro
muy original, titulado The Book of Lists, que se integra con nóminas de

227
cosas muy diversas, pero siempre con documentación abrumadora.
Para hacer una lista de los diez mejores falsificadores de todos los tiem-
pos, consultaron lógicamente a Gifford Irving. Este produjo su lista,
donde incluyó a Elmyr de Hory y a sí mismo, con toda razón. La nó-
mina de Irving merece una mayor difusión pero también alguna am-
pliación.
1) William Henry Ireland (1777-1835) falsificó obras de Shakes-
peare y fue en cierto sentido un prodigio, porque sólo tenía 18 años
cuando perpetró sus hazañas. Como hijo de un anticuario, Ireland llegó
a saber bastante sobre documentos antiguos y a saber también que los
documentos genuinos de y sobre Shakespeare eran harto escasos: en
apariencia, no ha perdurado el texto original de ninguna de sus obras y
son mínimos los rastros de su firma y de su caligrafía. Así que Ireland
preparó un pergamino en el que colocó la presunta firma de Shakes-
peare, inventó un anciano e invisible caballero que le vendía viejos do-
cumentos, engañó a su propio padre y comenzó una intensa carrera de
producción, en la que aparecieron otros manuscritos de Shakespeare:
fragmentos de contratos, líneas de versos, una declaración de fe pro-
testante, el presunto manuscrito original de Rey Lear y aparentes trozos
de Hamlet. Su industria debió culminar con una carta de amor de Sha-
kespeare (para Anne Hathaway) y una pequeña muestra del cabello del
dramaturgo. Pero no consiguió detenerse y llegó a inventar una obra de
Shakespeare, todavía inédita, que tituló Vortigern. Para este drama his-
tórico, arrancado a cajones en los que habría quedado durante dos si-
glos, Ireland consiguió nada menos que una representación teatral
(abril 1796), pero ése fue el principio del fin, porque ni el público, ni
los actores mismos, creyeron que Vortigern estuviera a la altura del
lenguaje de Shakespeare. El episodio llevó a que Ireland terminara por
confesar la verdad en un libro del mismo año 1796 y en otro más am-
plio de 1805.
2) Alcibíades Simonides (1818-1890) se especializó en documentos
antiguos. En 1853 vendió un presunto texto de Homero al rey de Gre-
cia, quien hizo la compra tras consultar a diversos expertos de la uni-
versidad de Atenas. Después Simonides falsificó antiguos manuscritos
griegos, asirios y egipcios, que vendió a un grupo de eruditos turcos.

228
Más tarde repitió la hazaña con manuscritos antiguos que habría en-
contrado en Turquía, con cartas que habría escrito el general bizantino
Belisario (en el siglo VI) y con otras que el político griego Alcibíades
(en el siglo V a.C.) habría enviado a Pericles; por estas últimas se hizo
pagar cuatro mil dólares. En cada uno de los episodios, Simonides con-
siguió desaparecer de circulación antes de que alguien lo enviara a la
cárcel.
3) Charles Dawson (1864-1916) parece haber sido el falsificador
del así llamado “eslabón perdido”, que confundió a los antropólogos y
paleontólogos durante cuatro décadas. Se trataba de un cráneo que ha-
bría pertenecido a un animal intermediario entre el mono y el hombre,
lo cual suponía una prueba fehaciente de las teorías evolucionistas de
Darwin. El presunto hallazgo de 1912 fue rotulado como “el hombre
de Piltdown” y se produjo cerca de Lewes, al sur de Inglaterra. Cuando
Dawson murió en 1916 la comunidad científica lo había homenajeado
por su descubrimiento. Hacia 1953 el antropólogo Kenneth P. Óakley
(1911-1981) analizó intensivamente aquellos restos, con una serie de
pruebas químicas de su invención, que permitían fijar la antigüedad de
restos fósiles. Sus descubrimientos llevaron a concluir que Dawson ha-
bía combinado restos humanos y restos de un mono (presumiblemente
un orangután) sometiéndolos a diversos ácidos y creando así un “esla-
bón perdido” totalmente falso. Como el “hombre de Piltdown” contra-
decía las deducciones que sobre el origen del hombre se habían hecho
en las últimas décadas, la comunidad científica respiró aliviada al saber
que no había que tomarlo en serio.
4) El famoso violinista Friti Kreisler (1875-1962) fue un virtuoso
reconocido y un falsificador de piezas musicales. En la convicción de
que las obras para violín eran escasas en el repertorio universal, Kreis-
ler interpretó y publicó una colección titulada Manuscritos clásicos,
con obras atribuidas a Vivaldi, Couperin, Stamitz, Martini, que dijo
haber hallado en bibliotecas y monasterios de Roma, Florencia, Vene-
cia y París. En 1935
Kreisler confesó que todas esas obras eran suyas, y en cierto sentido
lo eran, porque figuraba como su adaptador para violín. El engaño no

229
disminuyó la fama de Kreisler, quien quedó en las enciclopedias como
un virtuoso del violín y como un creador “a la manera de...”
5) Hans Van Meegeren (1889-1947) fue un pintor holandés que se
quedó en su país durante la ocupación nazi (1940-1944) y llegó a co-
merciar intensamente con los alemanes. Se le atribuye haber vendido
un cuadro del eminente pintor holandés Vermeer (siglo XVII) al ma-
riscal Hermann Goering, que fue un gran coleccionista, a veces un
comprador y generalmente un saqueador de pintura y escultura. Des-
pués Goering fue condenado en Núremberg, pero por otros motivos.
Terminada la guerra, Van Meegeren fue acusado de haber colaborado
con los nazis, cargo que parecía irrefutable y que podía haber condu-
cido a su ejecución. Pero el reo eligió confesar un delito menor, que
era haber engañado a los nazis. Dijo haber falsificado ése y otros cua-
dros atribuidos a Vermeer, extremo que demostró pintando un Vermeer
más en la cárcel. Así consiguió la leve condena de un año de prisión,
pero antes de cumplirla murió de un ataque cardíaco. A esa altura había
motivos para suponer que otros seis Vermeer falsificados debían estar
en diversos museos del mundo, pero los curadores de los museos pre-
fieren ser discretos en esa materia.
6) Arturo Alves Reis (1896-1955) engañó nada menos que a la firma
inglesa Waterlow & Sons, que se ocupaba de imprimir dinero. Con di-
versos documentos falsificados (para lo cual tuvo cómplices) Alves
Reis se presentó ante esa empresa como delegado del Banco de Portu-
gal, autorizado a recibir en dinero portugués el equivalente a diez mi-
llones de dólares. Esa suma estaría presumiblemente destinada a An-
gola, que era entonces una colonia portuguesa en Africa. En 1925 apa-
reció una duplicación en los números de algunos billetes, eso provocó
la inmediata investigación y Alves Reis llegó a la cárcel. Hasta un poco
antes había sido millonario y llegó a ser accionista del mismo Banco
de
Portugal que había invocado. En 1930 Alves Reis confesó sus ma-
niobras, pasó quince años en prisión y murió en la pobreza.
7) Arthur Orton (1834-1898) no falsificó cuadros ni literatura sino
que se falsificó a sí mismo, con la pretensión de cobrar una herencia.
Fracasó en el intento, pero el caso suscitó una prolongada actuación

230
judicial y fue después recogido por la Enciclopedia Británica y por
Jorge Luis Boíles (en Historia Universal de la Infamia, 1935), aunque
en el segundo caso bajo el nombre 'Tom Castro”, que fue uno de sus
seudónimos.
Orton no era un hombre de muchas luces sino un aventurero que
huyó de su suburbio londinense, se hizo marinero, desertó en Valpa-
raíso (Chile), adoptó el nuevo nombre Tom Castro y después viajó a
Sydney (Australia), presumiblemente como marinero en otro barco.
Allí conoció a un hombre negro e ingenioso, llamado Bogle, con quien
trabó amistad. En 1865 ambos leyeron en un diario inglés el llamado
público de Lady Tichborne, una dama británica que deseaba recuperar
a su hijo perdido.
Roger Charles Tichborne, el mayor de tres hermanos, había falle-
cido en un naufragio, cerca de Río de Janeiro, en 1854. Su rango nobi-
liario y su fortuna habían pasado en herencia a su hermano menor Al-
fred Joseph, pero la madre de ambos estaba empecinada en la convic-
ción de que Roger aún vivía. Once años después del naufragio publi-
caba anuncios en los diarios para recuperar al hijo perdido. Fue así
como el ingenioso Bogle concibió la idea de que Orton podría hacerse
pasar por Roger Tichborne y cobrar la herencia en Londres. En este
punto la Enciclopedia Británica da una versión distinta, según la cual
esa iniciativa habría sido de la propia Lady Tichborne, al enterarse por
una agencia de investigaciones de que su hijo podría estar en Australia.
De una u otra manera, el hecho histórico fue que en 1867 Orton se
presentó en Londres acompañado de su sirviente negro (Bogle) y con-
venció de su identidad a la anciana señora. Eran notables las diferen-
cias físicas entre un hombre y otro, tanto por el rostro como por la es-
tatura y forma del cuerpo, pero ya habían transcurrido trece años del
naufragio y el corazón de una madre no puede equivocarse. Por otra
parte, Bogle y Orion habían tenido acceso a la correspondencia de
Tichborne y pudieron abundar en menudos datos domésticos y perso-
nales con los que reforzaron la impostura. En 1870 falleció Lady Tich-
borne, y así el resto de la familia inició una larga actuación judicial,
llena de testimonios a favor o en contra del pretendiente a la fortuna.

231
En ese juicio la familia Tichborne llegó a gastar noventa mil libras es-
terlinas, lo cual puede sugerir que era inmensa la fortuna disputada.
Cuatro años después de la muerte de Lady Tichborne, el impostor Or-
ton había perdido el caso. No sólo no pudo cobrar la herencia sino que
fue condenado por perjurio a catorce años de trabajos forzados. Cum-
plió solamente diez (1874 a 1884) y quedó libre por buena conducta.
Después arrastró la pobreza durante sus restantes catorce años de vida.
8) Los Diarios de Hitler fueron en 1983 uno de los escándalos más
costosos y ruidosos del periodismo moderno. El semanario alemán
Stern había anunciado la publicación de unos Diarios encontrados en
algún lugar secreto, donde Hitler habría apuntado hechos y opiniones
en sus veinte años de vida política, lo cual incluyó toda una guerra
mundial. El descubrimiento trascendió como importante negocio, por-
que Stern vendió a su vez los derechos de traducción y reproducción.
Uno de sus compradores fue el Sunday Times de Londres. En un primer
momento la autenticidad de los Diarios aparecía avalada, entre otros,
por el famoso historiador británico Hugh Trevor-Roper.
Después se supo que eran falsos. Quien había vendido los Diarios a
Stern fue Geid Heidemann, anterior reportero estrella de la misma re-
vista. Quien los falsificó con particular habilidad fue Konrad Kujau,
que antes había comerciado con antiguos documentos nazis y sabía
muy bien el terreno que pisaba. En toda apariencia, ambos hombres se
habían asociado para el turbio negocio, que en primera instancia ori-
ginó para Stern el pago de un equivalente a 3.7 millones de dólares,
contra 62 pequeños libros manuscritos.
Kujau confesó la falsificación y dijo haber recibido sólo una pe-
queña suma de Heidemann. Este sostuvo, en cambio, que sólo retuvo
el equivalente a 600.000 dólares y que dio el resto a Kujau. El gran
problema de Stern, a mediados de 1984, era saber dónde estaba su di-
nero, poique ambos hombres no se hablaban y en cambio se acusaban
recíprocamente.

232
LIBROS PERVERSOS
En círculos de la izquierda uruguaya y argentina ha circulado con
insistencia el caso del funcionario aduanero inepto, que revisó el equi-
paje de un pasajero y le decomisó cierto libro titulado Teoría del cu-
bismo. En ese momento (hacia 1975) Cuba era oficialmente una mala
palabra, con lo que el aduanero quiso detener la circulación de propa-
ganda favorable a Fidel Castro. Ignoraba que el libro hablaba de pin-
tura, de Picasso y de Braque. Otro cuento del mismo orden tuvo por
protagonista a un aduanero que en un equipaje encontró un libro titu-
lado Las armas secretas. Debieron convencerte de que esa obra de Ju-
lio Cortázar (1959) no era un manual de instrucciones para la guerrilla.
Otro fenómeno similar fue detectado por la periodista argentina
Diana Sperting y consta en un artículo publicado en Clarín (15.5.87).
Examinaba el moderno tema que es la venta de libros en los supermer-
cados y en esas circunstancias verificó el repertorio literario que allí se
ofrece. Entre detergentes, jabones y vinos encontró un material popular
para niños (algo de Julio Veme, algo de Emilio Salgan) y también otros
ejemplos de literatura “erótica”, como La filosofía en el tocador (del
Marqués de Sade) y la célebre Fanny Hill (de John Cleland, 1750), que
fue probablemente la primera novela del género. Junto a ellas estaba
La orgía perpetua de Mario Vargas Llosa, donde el escritor peruano
examina vida y obra de Gustave Flaubert y de su Madame Bovary.
Fue así como Sperting compró La orgía perpetua. Cuando fue a
pagar, la cajera la miró “con ojos entre cómplices y sospechosos”,
como se mira “a una señora seria que está leyendo estas cosas”. Desde
luego, el gerente del supermercado la habría mirado exactamente igual.

MINORISTAS
En mayo 1986 la agencia telegráfica EFE trasmitió al mundo un
cable de Washington:
“David Robertson y Stefan Panylyk, con la excusa de que “todo el
mundo tiene derecho a un original del mejor pintor del mundo”, deci-
dieron dividir en 500 piezas de 2.5 centímetros cuadrados una pintura

233
de Pablo Picasso. El grabado en linóleo, que data de 1959 y que se
titula Las tres mujeres, fue adquirido por diez mil dólares. Los cuadra-
ditos se venderán a 135 dólares cada uno, lo que permitirá a los dueños
obtener un total de 67.500 dólares.
“Si hubiera sabido lo que pretendían hacer con el cuadro, nunca se
lo hubiera vendido”, dijo al diario The Washington Poste1 comerciante
de arte David Cook.
Robertson y Panylyk son propietarios de una firma de envíos por
correspondencia en Sydney (Australia) y desde que el viernes anuncia-
ron la venta de los Picasso ya han recibido 20 peticiones. Los trozos de
cuadro se venden enmarcados, con un certificado de autenticidad y con
una garantía de 30 días para su devolución. Según Robertson, depen-
diendo del negocio que hagan con este cuadro, comprarán otras obras
maestras para también divididas.

SABIOS
La Enciclopedia Británica comenzó a ser menos británica en 1943,
cuando la universidad norteamericana de Chicago se hizo cargo de sus
ediciones. Pero nadie podrá acusarla tampoco de ser demasiado norte-
americana, considerando que en su comité superior de asesores hay
eminentes miembros de varias universidades británicas (Londres, Ox-
ford, Cambridge, Edimburgo) y de otras universidades de Canadá,
Australia y Japón, sin contar una lista marcadamente internacional de
especialistas en toda rama posible del conocimiento humano. La Enci-
clopedia había sido muy británica al surgir en Edimburgo y en 1768,
por los esfuerzos conjuntos del historiador William Smellie, del impre-
sor Colín Macfarquhar y del grabador Andrew Bell. Siguió siendo bri-
tánica a lo largo de 160 años, hasta la edición de 1929, en un camino
marcado por la continua actualización y ampliación de sus datos. Poco
más tarde se produjo un cambio decisivo. En 1937 el publicitario Wi-
lliam Benson, hombre de amplia cultura, fue nombrado vicepresidente
de la Universidad de Chicago. Después convenció a la Universidad de
que se hiciera cargo de la Enciclopedia, un paso enorme si se conside-
ran las obligaciones culturales, económicas y administrativas que eso

234
suponía. El plan fue concretado en 1943 y Benson pasó a ser “publis-
her” de la Enciclopedia durante los siguientes treinta años. Bajo su di-
rección, y a través de tres décadas, la décimoquinta edición demoró su
salida hasta 1977 (Benson no llegó a verla, porque falleció en 1973).
Pero ese período de gestación encerraba un cambio revolucionario en
la estructura de la obra.
La decimoquinta edición de 1977 se desdobla en dos grandes sec-
ciones, lo cual requiere un mueble a medida. La Micropedia tiene diez
tomos y abarca en orden alfabético prácticamente todo nombre propio
o común que pueda importar para el conocimiento humano, en cual-
quier disciplina. La Macropedia se integra con otros diez y nueve to-
mos en los que se desarrollan los temas y las personalidades de mayor
importancia, mediante artículos firmados que son verdaderos modelos
del ensayo. El tomo NQ 30 está dedicado a un enorme resumen de
ciencias y materias, más la explicación sobre la Enciclopedia misma.
En la mayor parte de los textos se incluyen referencias cruzadas a otros
volúmenes de la obra, lo que en la práctica permite completar la infor-
mación de los diversos aspectos de cualquier tema. Los centenares de
autores de la Macropedia han sido buscados entre los mayores especia-
listas de todo el mundo, e incluyen por ejemplo al historiador Amold
Toynbee (que escribe sobre Julio César), al autor Arthur Koestler (so-
bre Humor e Ingenio), al doctor Michael De Bakey (sobre enfermeda-
des del sistema cardiovascular) y al propio Albert Einstein para expli-
carla Teoría de la Relatividad.
La actualización periódica es parte esencial del plan, porque de una
década a otra el mundo obliga a incluir nuevas personalidades y con-
ceptos: no sólo Hitler, Sartre o Sinatra sino también las computadoras,
los viajes a la luna y los Objetos Voladores No Identificados. En parte
eso es hecho por la Enciclopedia mediante nuevas ediciones completas
y en parte con sus libros anuales, rotulados Book of the Year, que re-
sumen satisfactoriamente la marcha del mundo durante el ejercicio pre-
vio, agregan artículos más largos sobre problemas de todo orden y dan
biografías muy ajustadas de los Premios Nobel, de otras personalidades
relevantes y de gente importante que ha fallecido durante el año ante-
rior. Todo ello puede ser rastreado fácilmente con poderosos índices

235
alfabéticos, que en el Book of the Year 1986 acumulan los temas y
nombres citados desde 1977. Con el tiempo, la información de los
Anuarios pasa al cuerpo principal de la obra, y así la edición 1986 con-
vierte los diez tomos de 1977 en doce, agregando datos nuevos o trans-
firiendo allí algunos ensayos que antes estaban en los tomos de desa-
rrollo (el de Rodríguez Monegal sobre Jorge Luis Borges, entre mu-
chos).
Un dato valioso de la Enciclopedia es su continua posibilidad de
mejorarse en sucesivas ediciones. Eso se expresa mejor con nombres
propios y con la compulsa entre las ediciones de 1977 y 1986, por
ejemplo. En la de 1977 se podían detectar omisiones como la de los
escritores Roberto Arlt, Gustavo Adolfo Bécquer, Edna Ferber, Anita
Loos o Damon Runyon, así como las del sheriff Wyatt Earp, la original
terrorista Patty Hearst, los criminales Leopold y Loeb, el psicólogo
austríaco Wilhelm Reich, la actriz catalana Margarita Xirgu. Todo ello
aparece subsanado en la edición 1986, sin duda tras una cuidadosa ve-
rificación del contenido de otras enciclopedias. Es idéntico el caso de
varios escritores latinoamericanos que ya en 1977 podían haber estado
allí de pleno derecho (especialmente tras el boom literario cercano a
1966), pero que sin embargo estaban omitidos. En la edición 1986, o
en los Anuarios de los nueve años intermedios, la situación aparece
subsanada para los argentinos Victoria Ocampo, Julio Cortázar y Er-
nesto Sábato, para el uruguayo Juan Carlos Onetti, para el peruano Ma-
rio Vargas Llosa y para el colombiano Gabriel García Márquez, a cuya
notoriedad se sumó en 1982 un Premio Nobel.
Eso no regulariza todas las cuentas, desde luego, porque en la edi-
ción 1986 siguen faltando Fred Karno (empresario promotor de Cha-
plin, entre otros), el cómico francés Max Linder, los pintores urugua-
yos Pedro Figari y Joaquín Torres García o el célebre bandolero ita-
liano Salvatore Giuliano, entre muchos otros nombres posibles. Las
omisiones se deben a que, como dijera Joe E. Brown, “nadie es per-
fecto” (al final de Some Like lt Hot, una película de 1959). Ahora bien,
en la Enciclopedia tampoco aparece Joe E. Brown, celebrado cómico
del cine norteamericano (1892-1973).

236
LECTURAS
Cuando una editorial moderna recibe el manuscrito de un autor des-
conocido, lo pasa de inmediato a uno o más lectores profesionales, por
el sencillo motivo de que un gerente de empresa debe apoyarse en es-
pecialistas. Ese lector profesional sabe teóricamente de todo (pero es-
pecialmente de literatura) y cumple con elevar un informe sobre cali-
dad, originalidad, tamaño, comercia- lidad y presuntos problemas que
plantearía la publicación. Los informes de estos lectores tienen un re-
conocido margen de error, porque todavía no se descubrió la manera
de averiguar anticipadamente si un libro (o una pieza teatral o una pe-
lícula o una sinfonía) será una obra de arte o una mediocridad. Peor
aún, tampoco se sabe si el público rechazará o aceptará esa obra, cua-
lesquiera sean sus cualidades.
El escritor italiano Umberto Eco inventó una parodia sobre esa fre-
cuente situación. Eligió colocarse en la postura de un lector que debe
informar a su empresa sobre ciertos libros, fingiendo al efecto que se
estaba enterando de manuscritos inéditos. Las reflexiones de Eco fue-
ron publicadas en la revista italiana L'Espresso y transcriptas parcial-
mente en la argentina Crisis, con traducciones de Hernán Mario Cueva.
Algunas de ellas pueden ser resumidas:
LA BIBLIA - Al lector le gustó esta nueva obra. La ve llena de acción
y de sexo, le encuentra influencias de Emilio Salgari y de Rabelais,
más un episodio, el de la fuga a Egipto, “que tarde o temprano acabará
por ser llevada al cine”. Le objeta “demasiados trozos de poesía, al-
gunos francamente lamentables y aburridos, verdaderas jeremiadas
sin pies ni cabeza”. Cuando advierte que el libro recopila a varios au-
tores, objeta también la dificultad de tratar con todos ellos, porque será
un fastidio establecer los derechos de unos y otros. Termina: “Yo diría
que hay que tratar de publicar separadamente los primeros cinco li-
bros. En tal caso marcharíamos sobre seguro, con un título como “Los
desesperados del Mar Rojo”.
LA ODISEA (Homero) - Esto está muy bien. Es una historia bella, apa-
sionante, llena de aventuras, con dosis de amor, gigantes, caníbales y

237
hasta un poco de droga. El lector tiene sin embargo importantes dudas
sobre el autor, a quien es imposible localizar. “Quienes lo han cono-
cido dicen que, de cualquier manera, resultaría fastidioso discutir con
él las pequeñas modificaciones a introducir en el texto, pues es ciego
como un topo, no sigue el manuscrito y en más de una oportunidad ha
dado la impresión de no conocerlo bien. Dicen también que citaba de
memoria, que no estaba seguro de lo que había escrito y que alegaba
que el copista había introducido interpolaciones. ¿Lo habrá escrito él
o es tan sólo un testaferro?”.
LA DIVINA COMEDIA (Dante) - Acá hay cierto talento técnico, nota-
ble aliento narrativo, buenas descripciones de astronomía y ciertos con-
cisos juicios teológicos. El lector cree que será más inteligente y popu-
lar la tercera parte del libro, mientras la primera le parece oscura, ca-
prichosa, con truculencias y algunos trozos groseros. La gran objeción
del lector es que este señor Dante haya empleado el dialecto toscano,
que no cree sea aceptable para el público general.
LA RELIGIOSA (Diderot) - Esto “es un plomo de la gran flauta” y el
autor no parece “un hombre apto para escribir algo divertido en na-
rrativa, especialmente para una colección como la nuestra”.
DON QUIJOTE (Cervantes) - Aunque el libro no es siempre inteligi-
ble, el lector cree que está muy bien trazada la figura del caballero an-
dante y la de su rústico criado. Pero ve que allí hay una parodia de las
anteriores novelas de caballería, que han sido éxitos continuos en la
empresa editorial. En consecuencia, “si nos decidimos por Cervantes
ponemos en circulación un libro que, no obstante ser muy hermoso,
mandará al traste lo publicado hasta ahora y hará pasar a todas esas
otras novelas por tonterías de manicomio”. Agrega: “Yo no querría
que, por buscar novedades a cualquier precio, comprometiéramos una
línea editorial que hasta ahora ha sido popular, moral y rediticia. Re-
chazar”.
EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO (Proust). Al lector le parece una
obra demasiado larga, que sería conveniente fraccionar en una serie de

238
libros de bolsillo. “Tal como está no anda. Hace falta un vigoroso tra-
bajo de “editing”. Por ejemplo, hay que revisar toda la puntuación.
Los períodos son harto fatigantes y algunos ocupan toda una página.
Con un buen trabajo de redacción, que los reduzca a dos o tres líneas
cada uno, y con una más frecuente utilización del punto y aparte, el
trabajo seguramente mejoraría”.
EL PROCESO (Kafka) - Al lector no le parece mal el librito, que es
policial, “con momentos al estilo de Hitchcock”. Pero parecería que el
autor lo escribió bajo censura. “¿Qué significan esas alusiones impre-
cisas, esa falta de nombres de personas y de lugares? ¿Y por qué el
protagonista está bajo proceso? Aclarando más tales puntos, ambien-
tando en forma más concreta, dando hechos, hechos, hechos, la acción
resultaría más límpida y más seguro el suspenso. Estos escritores jó-
venes creen hacer poesía porque dicen “un hombre” en vez de decir
“el señor Tal a tal hora en tal sitio”. En síntesis, si se le puede meter
mano, bien; de lo contrario, devolver”.
FINNEGANS WAKE (James Joyce) - El lector objeta que le hayan en-
viado este libro incomprensible. “Soy el lector de inglés y me han man-
dado ustedes un libro escrito en vaya uno a saber qué demonios de
idioma”.
En la brillante idea de Umberto Eco faltan desde luego muchos li-
bros importantes, pero una de esas omisiones puede ser subsanada
aquí:
EL NOMBRE DE LA ROSA (Umberto Eco) - Esta pudo ser una intere-
sante intriga de crímenes sucesivos, a la manera de Agatha Christie,
con asesinos y víctimas que comparten su vivienda en un monasterio.
Pero el relato se dispersa en un fárrago de notas sobre costumbres me-
dievales y sus antecedentes, más una complicada serie de especulacio-
nes teológicas, que no serán aptas para todo lector. Por el tamaño re-
sultante y por la fatiga de su lectura, no veo la menor probabilidad de
que este ladrillo llegue a venderse bien, ni mucho menos que podamos
colocar los derechos de traducción o los de filmación. Carece por otra
parte de todo interés erótico. Creo imposible que llegue a hacerse una

239
película con esto, aunque la verdad es que en el cine se entendería me-
jor la complicada intriga y se podría agregar también un poco de sexo.

CARRERA
En julio 1941 el productor cinematográfico David O. Selznick vio
en sus oficinas de Nueva York a una chica de ojos grandes, que tenía
dos niños y que se llamaba Phylis Walker. Envió después un cable a
Katharine (Kay) Brown, que era la representante de la empresa Selz-
nick en Nueva York. Allí le sugería que valía la pena hacer con esa
chica una prueba cinematográfica. Tres días después Selznick escribió
a Miss Brown y a su propio vicepresidente D. T. O'Shea:
“Lamento tener que lanzar otra andanada contra la remuneración
de las chicas cuyos contratos estamos examinando y confío que
ustedes me perdonen cuando digo que las cifras relativas a Phy-
lis Walker son, en mi opinión, ligeramente insanas.
“Aquí tenemos a una chica que no ha hecho nada, o casi nada,
y estamos pensando en hacerla comenzar con doscientos dólares
por semana. Esto no es todo, sino que al final de su contrato ella
sube hasta $1.500, $2.000 y $3.000. Creo que estamos perdiendo
el sentido de las proporciones. En otros estudios, las chicas en
esa posición comienzan con la tarifa absolutamente mínima y
suben hasta $300, $400 o un máximo de $500 al cabo de siete
años... Ciertamente no tenemos por qué atamos en el caso de una
tal Phylis Walker, y creo que Kay debería inmediatamente enca-
rar a esta chica y decirle que ni soñamos con pagarte tales ci-
fras... Nos hemos apartado mucho de la línea con las cifras exor-
bitantes que pagamos a Vivien Leigh o Ingrid Bergman cuando
las contratamos. Volvamos ahora a la Tierra”.
Después de esa carta pasaron ocho años. En julio 1949 Selznick se
casó con Phylis Walker a bordo del yate Monona, anclado en Portofino.
El capitán de la embarcación ofició la ceremonia. Dos días después,
para eludir todo posible problema legal (porque ambos eran divorcia-
dos y porque el juez había sido el capitán) Selznick y Phylis volvieron

240
a casarse en el ayuntamiento de Génova. A esa altura la novia se lla-
maba Jennifer Jones, tenía una carrera de actriz y había logrado un Os-
car en Hollywood (por Bernadette, 1943). Tras la muerte de Selznick
(1965), la carrera y la vida de Jennifer Jones atravesaron serias crisis,
pero en 1971 se casó con el millonario Norton Simón.

MISION IMPOSIBLE
El libretista William Goldman ha explicado en su notable libro Ad-
ventures in the Screen Trade (Warner Books, Nueva York, 1984) los
problemas frecuentes de su oficio. Uno de ellos es la verosimilitud de
lo que se narre: la probabilidad de que el espectador crea el relato y no
lo deseche por absurdo. Como ejemplo, Goldman describe un argu-
mento imaginario y lo que hay que hacer normalmente para ponerlo en
pantalla. El ejemplo sería el de un posible Paul Newman, al que se le
encarga una misión difícil. Debe encontrar a una dama importante e
inaccesible, quizás para darle alguna información. El primer elemento
indispensable es que la dama esté en un sitio imposible, como un cas-
tillo bien custodiado. Por otra parte, aunque entre en el castillo, ese
héroe ficticio deberá localizar a la dama en una habitación, pero no
sabe cuál.
Goldman describe entonces lo que Newman necesita para esa posi-
ble película. Ante todo, un plan de acción. Después necesita una pan-
dilla de colaboradores: probablemente un arquitecto maniático (que co-
noce hasta los pasajes secretos del castillo), más un guardián resentido
(que ansía alguna venganza), un especialista en explosivos, otro espe-
cialista en sistemas de alarma, un gran conductor de automóviles para
la fuga final. También conviene agregar una hermosa chica que se ocu-
pará de distraer oportunamente al jefe de seguridad del castillo. Con
esos personajes y algunos percances imprevistos se podrá diseñar la
aventura, hasta un feliz final.
Después Goldman señala otro plan alternativo. AW Newman será
un aventurero solitario, que en un amanecer tiene el impulso de cumplir
la misión. En ese otro relato, Newman escala la pared del castillo. Un
guardia lo ve y da aviso inmediato al cuarto de control. Pero el cuarto

241
de control no hace nada al respecto. Así que Newman sigue su camino,
bordeando las ventanas del primer piso y mirando hacia dentro, porque
en realidad no sabe dónde puede estar la dama. En esa larga tarea, nin-
gún otro guardián lo ve. A esa altura (señala Goldman), el espectador
está desechando el relato por inverosímil.
Pero el relato sigue, porque Newman encuentra una ventana abierta,
penetra a la habitación y entonces suena la alarma. Sólo que nadie pa-
rece haberla escuchado. Como la puerta interior está cerrada, Newman
sale nuevamente a la comisa, encuentra un caño de desagüe, trepa hasta
la segunda planta y busca otra posible ventana abierta. Entonces apa-
rece una mucama, que efectivamente abre una ventana, no la cierra y
tampoco ve a Newman. Con lo cual, Newman penetra, encuentra una
puerta abierta y ya está dentro del castillo mismo. Como no tiene idea
de la disposición de las diversas habitaciones, comienza a caminar por
los pasillos. En ese momento (señala Goldman) el espectador está
harto, porque la película insulta su inteligencia. A pesar de lo cual,
Newman sigue por los pasillos, se encuentra a diversos empleados do-
mésticos, y alguno de éstos lo saluda sin alarmarse. A los quince mi-
nutos, Newman llega por accidente a la alcoba de la gran dama. El per-
sonaje tiene demasiada suerte.
Desde luego, la gran dama está custodiada, pero da la casualidad
que en ese momento el guardián habitual ha llevado al perro de la se-
ñora para su paseo matinal en el jardín. Por otra parte, las mucamas han
resuelto justo entonces que debían limpiar otra habitación. Así que
Newman llega al lado de la cama, y en ese momento la gran dama se
despierta. Ve al intruso y hace sonar el timbre de alarma. Pero casual-
mente, nadie escucha ese timbre en ese momento. En definitiva,
Newman ha cumplido su misión.
Goldman termina así:
“Ahora la verdad. ¿Ha escuchado usted algo tan totalmente
increíble alguna vez? Bien, ocurrió. Así fue como Michael Fa-
gan hizo su breve visita a la Reina de Inglaterra, en el Palacio de
Buckingham, hace poco tiempo.
Desde luego que es increíble, pero también es real. Consti-
tuye una fabulosa lectura en el periódico. Pero nada tiene que

242
ver con la adecuada narración cinematográfica, y aunque sea un
relato auténtico, si usted lo pone así en un libreto cinematográ-
fico será despedido sin ceremonias, por ser un poco imaginativo
escritor de fantasías”.

FEEDBACK
En 1968 el realizador cinematográfico griego Costa-Gavras rodó en
Francia y Argelia una película luego muy famosa, titulada Z, que aludía
sin declaración expresa a la dictadura militar griega de ese momento.
El arte trasladaba la realidad. Por su éxito, Z inició una nueva corriente
de cine político. En 1970 Salvador Allende comenzó en Chile un go-
bierno socialista, lo que lo colocó en abierto conflicto con Estados Uni-
dos. En 1971 Costa-Gavras aprovechó las libertades chilenas para fil-
mar allí Estado de sitio, que aludía a luchas guerrilleras en el Uruguay
y especialmente al episodio en que los tupamaros secuestraron y mata-
ron a un funcionario policial norteamericano llamado Dan Mitrione.
Ese rodaje suponía, de hecho, que existía una dictadura en Uruguay y
una democracia en Chile.
En 1973 el golpe militar de Pinochet derrocó y mató a Allende en
Chile, con la ayuda (luego reconocida) de la CIA norteamericana. En-
tre los muchos desaparecidos durante ese golpe se incluyó a Charles
Horman, un escritor norteamericano que residía temporariamente en
Chile. Desde 1973 a 1977 el padre y la esposa de Horman procuraron
localizar al desaparecido. No lo consiguieron, pero llegaron a una do-
ble convicción: que Horman había muerto y que el gobierno de Estados
Unidos (el del presidente Nixon) había apoyado el golpe contra
Allende. El caso fue narrado por Thomas Hauser en un intenso libro
titulado The Execution of Charles Horman.
Entre los antecedentes de la estadía del desaparecido en Chile figu-
raban las cartas que Horman había enviado a sus padres. Una se refería
al asesinato en 1970 del general René Schneider,
“...jefe del ejército chileno y el hombre que más se oponía a la
intervención política de las fuerzas armadas. Un dato interesante

243
es la cantidad enorme de gente que sabía del episodio [el crimen]
antes de que ocurriera, incluyendo a Frei, sus ministros, la CIA,
el embajador norteamericano y varios senadores. Me interesé y
comencé a leer actas judiciales y declaraciones policiales y lle-
gué a hablar con varias personas. Todo el asunto es como una
novela, o como Z.”
Después Costa-Gavras leyó ese párrafo y decidió que filmaría el
caso Horman, donde la realidad imitaba a Costa-Gavras. Para ello ob-
tuvo la colaboración de una empresa norteamericana importante (la
Universal) y de dos intérpretes tan destacados como Jack Lemmon y
Sissy Spacek. Esa película de 1982 se llamó Missing (Desaparecido),
debía mostrar escenarios chilenos, no pudo utilizar los uruguayos
(donde entonces había también un régimen militar) y terminó por ro-
darse en México. Entre sus especiales consecuencias figuraron un Os-
car a mejor libreto y tres candidaturas para dirección e intérpretes.
El Departamento de Estado emitió sobre Missing un notable comu-
nicado, donde negaba la veracidad del relato, afirmando que la diplo-
macia norteamericana había sido ajena al golpe de Pi- nochet, a la caída
de Allende y a sus consecuencias. El punto fue recogido después por
el propio Jack Lemmon en un reportaje (American Film, setiembre
1982). Le preguntan por el ataque del Departamento de Estado a la
película. Dice:
“Me encantó. Realmente me encantó. Pensé que era una gran
tontería de su parte. Convocó una enorme atención a la película
cuando se estrenaba, incluso antes de que apareciera la promo-
ción de boca en boca. Salieron a decir 'Esto nunca ocurrió'. Es
interesante que no lo hayan hecho cuando se publicó el libro,
porque el libro no era un 'best-seller'. Pero cuando se estrenó la
película, la mayor parte de las crónicas fueron muy elogiosas, y
comenzó un enorme éxito, con lo que ellos advirtieron que te-
nían un plato demasiado caliente entre manos. Sobre todo, lo que
me gratifica es que no habrían hecho eso a menos que la película
fuera excelente, a menos que realmente funcionara. Ni se ha-
brían preocupado”.

244
LANZAMIENTO
En noviembre 1984 la revista norteamericana Art & Antiques soli-
citó un largo reportaje al pintor Andrew Wyeth (n. 1917), que dentro
de Estados Unidos es uno de los artistas de mayor prestigio. Fue en
1970 el primer pintor al que se concedieron los honores de realizar una
exposición individual en la Casa Blanca de Washington. El reportaje
debía ser acorde con los materiales de una revista sumamente especia-
lizada y exigente. En mayo 1985 Wyeth accedió tardíamente a esa en-
trevista. En ella señaló, como tema apenas lateral, que a su abundante
obra conocida habría que agregar unos 240 cuadros hasta entonces se-
cretos, pintados entre 1971 y 1985, cuya modelo única había sido una
mujer llamada Helga. Esta resultó ser una cocinera y ama de llaves en
casa de los cuñados de Wyeth.
Ese dato confidencial y repentinamente publicado no sólo tenía in-
ferencias para el mundo artístico (porque sería un volumen considera-
ble de obra desconocida) sino también otras repercusiones más perso-
nales. Como esposa del pintor, la señora Betsy Wyeth (64 años de edad,
46 de matrimonio) tenía derecho a sospechar una relación oculta entre
su marido y una modelo a la que él había visto con frecuencia durante
quince años. Por otra parte, Betsy dijo desconocer a Helga, a pesar de
que Betsy era también la indiscutida administradora comercial de la
pintura de su marido. Se sabía, sin embargo, que Wyeth había regalado
a Betsy dos cuadros de la Colección Helga y que otros tres habían sido
vendidos a distintos coleccionistas. En setiembre 1985 la revista Art &
Antiques publicó la entrevista a Wyeth y reveló a sus 98.000 lectores
la existencia de 240 cuadros todavía invisibles.
El punto no suscitó mayor atención inmediata, pero poco después
la colección fue comprada por el millonario Leonard E. B. Andrews,
de Texas, a cambio de una cantidad imprecisa peno multimillonaria de
dólares. En la edición fechada setiembre 1986 la misma revista Art &
Antiques publicó varias reproducciones de la Colección Helga.
Dados los antecedentes, ese hecho comercial del mundo artístico
moderno suscitó una desacostumbrada recepción. En el semanario
Time (18.8.86) aparecieron cuatro páginas de texto y cinco de grabados

245
en color, con la historia y descripción del curioso Caso Helga. Allí no
parece haberse conseguido una entrevista con la invisible modelo, pero
en cambio aparece una sonriente foto del millonario Andrews, junto a
un cuadro Helga fechado en 1972. También aparece el rumor de que
Andrews proyectaría rescatar su inversión comercial haciendo repro-
ducciones de los cuadros para su venta en posters y almanaques. Con-
sultada sobre ese posible plan, Betsy Wyeth contesta: “Confío que no”.
La nota de Time no fue la única. También se publicaron otras notas
similares en el semanario Newsweek y en el impecable New York Ti-
mes. En esos mismos días la National Gallery de Washington anunció
que con ese tan curioso material de Wyeth se haría una exposición en
mayo 1987. La revista Connoisseur y el Museo de Bellas Artes de Bos-
ton difundieron en el caso otros elogios sobre Wyeth y ’sobre una co-
lección que proclamaron como única en la historia del arte. Esos y otros
pronunciamientos dieron una legitimidad artística a lo que en un co-
mienzo pareció ser la historia de un adulterio oculto.
Meses después, en otra edición de Time (1.6.87), el crítico Robert
Hughes examinó la exposición Helga en la National Gallery de Wa-
shington, que para el caso había colgado 125 obras (dibujos a lápiz,
acuarelas y témperas), como selección entre las 240 originales. La ga-
lería había impreso asimismo 250.000 ejemplares de un catálogo donde
se pondera “un conjunto de fascinantes documentos en la odisea del
logro artístico americano”.
La exposición en Washington abarcaría desde mayo hasta setiembre
1987 y luego seguiría por Boston, Houston, Los Angeles, San Fran-
cisco y Detroit, hasta enero 1989, lo cual puede exigir todavía más ca-
tálogos.
Pero entre la revelación periodística de 1986 y la exposición real de
1987 se supieron otros datos que Hughes comunica. Ante todo, Betsy
Wyeth siempre supo la historia real, lo que la conviene en una disimu-
lada pero atenta administradora. En segundo lugar, nunca hubo ningún
romance entre Wyeth y Helga. En tercer lugar, el comprador Andrews
había arreglado previamente toda la maniobra con el matrimonio
Wyeth y con la revista Art & Antiques. Era cierto además que Andrews

246
se proponía obtener buenos ingresos con la venta de reproducciones a
posters, almanaques y aficionados particulares.
El punto grave pasó a ser el arte de Wyeth. El crítico Hughes lo
califica de ilustrador apto para tarjetas postales, aunque con méritos
aislados. Su nota termina así: “Esta muestra es demasiada abundancia
de algo mediocre, y su público siempre dócil ha sido llevado por la
nariz hacia ella”.

TV SCANDAL
En julio 1974, y en un canal de TV de Sarasota, Florida, la comen-
tarista Chris Chubbuck finalizó el boletín de noticias con un anuncio:
“Y ahora, prosiguiendo la política del Canal 40, relativa a dar siempre
lo último en materia de sangre y coraje, y en vividos colores, ustedes
van a ver otra primicia: un intento de suicidio”. Entonces se pegó un
tiro en la cabeza y murió poco después en el hospital.
Un segundo intento de esta naturaleza pertenece a la ficción. Está
en la película Network (o Poder que mata, 1976), donde el comenta-
rista de TV, interpretado por Peter Finch, sabiendo que será desplazado
de su programa, anuncia que se suicidará en cámara. La ficción tuvo su
parte de realidad, porque el propio Peter Finch falleció en enero 1977,
aunque fuera de cámara. Dos meses después de su fallecimiento le die-
ron el Oscar de la Academia por su interpretación, en un caso sin pre-
cedentes, porque nunca se había otorgado un Oscar de esa categoría a
una persona fallecida.
En diciembre 1986 el Sr. Budd Dwyer, 47 años, tesorero del Estado
de Pennsylvania, fue condenado por haber aceptado sobornos durante
el ejercicio de su cargo. En enero 1987 hizo una conferencia de prensa,
ante las cámaras de TV, para explicar su posición al respecto. Tras de-
clarar su inocencia, se puso un revólver en la boca y se pegó un tiro.
La escena fue transmitida incompleta en varios canales de TV (inclu-
yendo los de América latina), pero había quedado totalmente filmada
y por lo menos dos estaciones de Pennsylvania la transmitieron en sus
macabros detalles. Pocos telespectadores se preocuparon por la culpa-
bilidad o inocencia de Dwyer, pero muchos llamaron o escribieron a

247
esas estaciones de TV en Pennsylvania, protestando por la truculencia
que se les había ofrecido. Podían tolerar que la gente se suicide, pero
no que proporcione espectáculos sangrientos.

MUSICOS EN LA MALA
El gobierno checoeslovaco apresó y enjuició en 1986 a siete intér-
pretes y compositores de jazz. Tras decretar algunas libertades, la jus-
ticia checa terminó por condenar con dieciséis meses de cárcel a Karel
Srp, con diez meses a Vladimir Kouril y con penas en suspenso a otros
compositores e intérpretes. Todos ellos integraban la llamada “Sección
Jazz” en la asociación de músicos checos. El fallo de marzo 1987
aclaró que Srp y Kouril eran presidente y secretario del grupo, el cual
no tenía existencia legal pero organizaba conciertos, distribuía cintas
grabadas, editaba monografías sobre arte moderno y publicaba libros
que en algunos casos eran de escritores antes prohibidos.
En 1984 el gobierno había disuelto la Unión de Músicos Checos.
Después la rehabilitó, pero excluyendo de allí a los cultores del jazz y
del rock. En términos legales, la Sección Jazz no podía existir, con lo
cual sus conciertos, sus libros y sus cintas grabadas eran “actividades
económicas ilícitas”, aunque contaran con el apoyo y el entusiasmo de
una masa juvenil. Esa era una sutileza checa de difícil comprensión
para las mentes occidentales, y fue así como el presidente checo Gustav
Husak recibió en 1986 un petitorio extranjero a favor de los detenidos,
donde se adujo que la Sección Jazz había hecho ya “una contribución
real a la paz mundial y a la comprensión internacional”. El petitorio fue
firmado por 58 músicos mayormente ingleses, en una lista que incluye
a Elton John, Mark Knopfler, Paul McCartney, Phil Collins, Cari Da
vis, Bob Geldof, Pete Townshend, Andrew Lloyd Webber y Sting. A
eso se agregaron otros petitorios cursados por Yehudi Menuhin, Mar-
guerite Duras, William Golding, Juan Goytisolo, Iris Murdoch, Alan
Sillitoe, Tom Stoppard y Amold Wesker. No hay constancia de que el
presidente Husak haya acusado recibo, pero se presume que pidió a los
jueces cierta mano blanda en las condenas, para evitar más protestas de

248
Occidente, justamente en momentos en que la Unión Soviética estaba
adoptando posiciones culturales más tolerantes.
La nota respectiva en el semanario Time (23.3.87) subrayó así que
el juicio pudo haber sido peor de lo que realmente fue. Acotó que los
tres jueces concedieron audiencias a lo largo de dos días, que los acu-
sados pudieron defenderse, que se permitió asistir a un público parti-
dario del jazz, que además concurrieron tres corresponsales del perio-
dismo occidental y que en definitiva las penas fueron leves, conside-
rando que era legalmente posible extenderlas hasta tres años de cárcel.
En todo ello el cronista de Time, que fechó su nota en Praga, vio una
influencia indirecta de la “apertura” que el Primer Ministro Gorbachov
quería implantar entonces en la Unión Soviética, pero citó a un diplo-
mático occidental (recurso frecuente en Time) para opinar que la reac-
ción checa ante los cambios soviéticos seguía siendo “esquizofrénica”.
Por un lado el gobierno checo quería preservar las tradiciones naciona-
les y las prácticas socialistas, pero por otro lado se veía en la obligación
de aflojar algunas clavijas, ya que la URSS aflojaba las suyas.
Pese a la reciente blandura de sus jueces, corresponde reconocer
ante todo la intención constructiva y la directa franqueza del gobierno
checoeslovaco. No le gustan el jazz moderno ni el rock-and-roll y pro-
cede en consecuencia. Probablemente está harto de ritmos monótonos,
de composiciones interminables, de disonancias cacofónicas, de aulli-
dos reiterados y de volúmenes sonoros que se escuchan a doscientos
metros, arriesgando que se inauguren nuevas entidades como la Aso-
ciación Vecinal de Fugitivos del Rock (en formación; personería jurí-
dica pendiente). Las consecuencias sociales del Rock-and-Roll pueden
ser tremendas, y aunque no es probable que el gobierno checo tome
ejemplos en la experiencia argentina, cabe recordar que los volúmenes
sonoros del conjunto inglés The Cure (en Buenos Aires, marzo 1987)
rompieron vidrios a centenares de metros e hicieron circular la alar-
mante versión de que se habían producido temblores de tierra en la
zona Oeste de la capital. Dos meses después, dos mil quinientos ado-
lescentes se congregaron en una confitería de San Nicolás, provincia
de Buenos Aires, para vivir intensamente junto al grupo local Soda
Stereo. En el local sólo cabían mil quinientas personas, y además las

249
dos mil quinientas aullaron y saltaron con entusiasmo, generando así
la caída de un entrepiso, cinco muertos y una docena de heridos, todos
ellos menores de 24 años. Más allá de esos dramas ocasionales, quedan
todavía los problemas educativos y estéticos de proyección futura. No
hay duda de que el gobierno checo debe vivir preocupado con la fu-
nesta posibilidad de que la juventud nacional crea que eso es la música,
justamente cuando atraviesa las edades apropiadas para la formación
del gusto.
Pero los antecedentes de los países socialistas obligan a pensar que
el conflicto no surge de las disonancias, de los aullidos ni de las caco-
fonías. Aunque los jóvenes músicos checos poseyeran la inspiración de
Bix Beiderbecke, el flujo melódico de Johnny Hodges o la inventiva
prodigiosa de Earl Hines, igual habrían caído bajo acusaciones de “cos-
mopolitismo”, “perniciosas influencias burguesas”, “parasitismo de
composiciones foráneas”, “desconocimiento de las tradiciones nacio-
nales” y otros pecados ya descubiertos en la Unión Soviética y en sus
zonas de influencia. La simple verdad era y es que el gobierno checo
no tiene cariño ni tiempo para una música cuyo origen se remonta a
Estados Unidos y a Inglaterra. Paralelamente, una película polaca (Yes-
terday, 1984) estaba mostrando la resistencia del mundo oficial y
adulto ante una juventud que imitaba abiertamente a los Beatles. Tras
la crisis política de 1968, cuando los tanques soviéticos llegaron a
Praga para modificarla estética musical checa, las inmediatas Listas
Negras comprendieron a la cantante “pop” Marta Kubisová y después
al compositor juvenil Jaroslav Hutka, junto a una notable cantidad de
periodistas, profesores, escritores y directores cinematográficos. En
1976 el gobierno checo encarceló a cuatro músicos de rock, o sea cua-
tro peligrosos disidentes. Un corolario natural fue que los interdictos
no pudieron ejercer sus vocaciones en Checoslovaquia, y así ocurrió,
por ejemplo, que las grabaciones de Hutka aparecieran después en tres
LP extranjeros, que se rotulan como SCOPA 10001 (París), Oktober
OSLP 562 (Estocolmo) y Safran SAF 781 (Uppsala, Suecia), interpre-
tados por un grupo cuyo nombre cosmopolita, parásito y pernicioso era
The Plástic People.

250
El gobierno checo tiene el mejor derecho a sus gustos musicales,
pero cabe recordar que también tenía a mano otras formas más sencillas
de combatir al jazz y al rock. Sin llegar a enviar a los músicos al exilio,
donde los escritores Milán Kundera y Josef Skvorecky publican ya sus
sarcasmos para amargar la vida del oficialismo, el gobierno checo po-
día y puede eliminar al rock de las radios, de la TV y del comercio
discogràfico, mientras que, a la inversa, en las decadentes democracias
occidentales rige la tolerancia obligatoria para escuchar al vecino de
abajo, al club de enfrente y a la disquería de la esquina, que son tres
sitios ampliamente dominados por oligofrénicos. Si en los conciertos
de Praga se arman bataholas, se rompen instalaciones y se interrumpe
el tránsito, lo indicado es prever esas catástrofes y no ceder las salas
estatales y municipales a esos inadaptados. Si se reúnen en las plazas,
cabe disolver la manifestación por carencia de permiso.
Y si, a pesar de todo, los músicos de rock inician sin autorización
algunas asociaciones artísticas y comercian con cintas grabadas, lo in-
dicado no es ponerlos presos ni acusarlos de “enriquecimiento ilícito”,
haciendo un mal papel en el juzgado ante el corresponsal de Time. Lo
indicado es confiscad es de inmediato todo dinero que exceda de su
salario vital mínimo y móvil, lo cual impedirá, ante todo, que repongan
las guitarras, los tambores y los micrófonos que ellos mismos rompie-
ron el sábado pasado y hasta la madrugada del domingo. Esa sería la
correcta actitud socialista y quedaría seguramente aprobada por Marx,
Engels y Lenin (no así por Stalin, que era un impetuoso). Con ese di-
nero confiscado, las autoridades de Praga podrían confeccionar y re-
partir gratis, en calles y cárceles, varios miles de cassettes, debida-
mente grabados con obras nobles, como el cuarteto con piano de
Brahms (opus 25) o la Sinfonía Concertante para violín y viola de Mo-
zart (I.K. 364). Eso les va a enseñar.

EL CINE EN PILDORAS
Pocos libros de referencias cinematográficas han alcanzado tanto
prestigio y tanta reedición como el inglés Halliwell’s Filmgoer's Com-
panion. Desde su publicación inicial en 1965, el crítico e historiador

251
Leslie Halliwell lo ha enriquecido en materiales, con lo que la octava
edición (1984) no contiene solamente un Quién es Quién del cine sino
también un Qué es Qué: empresas, géneros, vocabulario y varios cen-
tenares de películas importantes. En esa octava edición Halliwell reco-
gió asimismo muchas frases agudas sobre el mundo cinematográfico,
extractándolas de libros, revistas y diarios, en una monumental tarea
de investigación. Algo de esa cosecha:
Censura (I) - Según John Trevelyan, el más famoso y respetado de los
censores ingleses: “Nos pagan para que tengamos mentes sucias”.
Censura (II) - Observación de Marilyn Monroe: “El problema con los
censores es que se preocupan de que una chica tenga escote. Debe-
rían preocuparse si no lo tiene”.
Narración - Opiniones del libretista Budd Schulbeig: “El cine funciona
mejor cuando se concentra en un solo personaje. Hace “El delator”
maravillosamente. Tiende a perderse con las ramificaciones de “La
guerra y la paz”.
Cinemascope - Según el director George Stevens: “Está muy bien si lo
que usted quiere es un sistema que retrate mejor a una boa que a
una persona”.
Harry Cohn - Este productor era el amo supremo de la empresa Colum-
bia y llegó a ser odiado por muchos en Hollywood. Cuando falleció
en 1958, una multitud concurrió a su funeral. De eso se enteró el
cómico Red Skelton, que señaló: “Eso prueba lo que siempre se
dijo. Dadle al público lo que el público quiere y vendrán todos a
verlo”.
Comedia - Según Emst Lubitsch: “Nadie debería intentar una comedia
a menos que tenga un circo por dentro”.
James Bond - Confesiones de Sean Connery: “Siempre he odiado a ese
maldito James Bond. Me gustaría matarlo”.
Doris Day - Observación de Groucho Marx: “He vivido tanto tiempo
que puedo acordarme de Doris Day cuando todavía no era virgen”.

252
Actuación (I) - Consejo de Charles Chaplin a uno de sus actores: “No
exageres. Recuerda que el público te está espiando”.
Actuación (II) - Observación de Dorothy Parker: “Si rascas a un actor,
encontrarás a una actriz”.
Actuación (III) - Reflexión de Jane Fonda: “Te pasas la vida procu-
rando hacer algo que es motivo de que pongan a otra gente en ma-
nicomios”.
Woody Allen - Ambición propia: “No quiero llegar a la inmortalidad
con mi obra. Lo que quiero es no morirme”.
Marlene Dietrich - Un día reprochó a su fotógrafo algunos primeros
planos en que no aparecía muy bella: “¿Qué ocurre aquí? Hace
ocho años me tomabas primeros planos maravillosos”. El fotógrafo
contestó: “Ah, pero entonces yo tenía ocho años menos”. (Este
cuento fue también difundido para Bette Davis).
Fred Astaire - Explicación propia sobre su baile: “Simplemente pongo
mis pies en el aire y después los muevo”.
Negocios - En un monólogo de Bob Hope: “Los negocios han mar-
chado mal últimamente. La otra noche llamé a una sala cercana y
pregunté a qué hora empezaría la película. El gerente me replicó:
¿cuánto tardaría usted en llegar aquí?”.
Spencer Tracy - Le preguntaron si no estaba cansado de interpretar
siempre al mismo Spencer Tracy. Contestó: “¿Qué debo hacer?
¿interpretar a Humphrey Bogart?”.
Fracasos - “Santa Juana” (1957) recordada por su director Otto Pre-
mingen “Mi fracaso más distinguido. He tenido otros mucho menos
distinguidos”.
Bette Davis - Reflexión de Brian Aheme, que actuó solamente una vez
con ella (1939): “Sólo una madre pudo haber querido a Bette Davis
cuando estaba en el apogeo de su carrera”.

253
Bette Davis (II) - Acotación del crítico inglés E. Amot Robertson hacia
1935: “La habrían quemado por bruja si hubiera vivido hace dos-
cientos o trescientos años. Da la curiosa sensación de estar car-
gada con una energía que no encuentra su salida”.
Cecil B. de Mille - Observaciones de su hermano William, también
director, cuando Cecil se dedicó al cine espectacular: “Lo malo de
Cecil es que muerde más de lo que puede masticar... y después lo
mastica”.
Disneylandia - Ingenioso anónimo: “Es la mayor trampa para gente
que haya sido jamás construida por un ratón”.
Dirección - Reflexión de John Huston: “Yo no trato de adivinar lo que
le gustaría a un millón de personas. Ya es bastante difícil averiguar
lo que me gustaría a mí mismo”.
Dirección (II) - Según Francois Truffaut: “Rodar una película es como
emprender un viaje en diligencia en el antiguo Oeste. Al principio
uno espera un lindo viaje. Más tarde sólo se tiene la esperanza de
poder llegar a destino”.
W. C. Fields - Epitafio escrito por el interesado para colocar en su pro-
pia tumba: “Todo considerado, preferiría estar en Filadelfia”.
W. C. Fields (II) - “ Un hombre que odie a los niños y a los perros debe
tener algo bueno en el fondo”.
Greta Garbo - Según el crítico Kenneth Tynan: “Lo que uno ve en otras
mujeres cuando está ebrio es lo que ve en Garbo cuando está so-
brio”.
Samuel Goldwyn - “Lo que queremos es una narración que comience
con un terremoto y después crezca hasta culminar”.
Samuel Goldwyn (II) - Su réplica cuando le dijeron que Lo mejor de
nuestra vida (1946) no podría hacer dinero: “No me importa si no
produce ni una moneda. Lo único que quiero es que todo hombre,
mujer y niño de América la vea”.

254
D. W. Griffith - El eminente maestro vivió olvidado en los últimos
veinte años de su vida, hasta su fallecimiento en 1948. Después el
periodista Ezra Goodman comentó: “En el funeral de Griffith, las
vacas sagradas de Hollywood se reunieron para testimoniar su ho-
menaje. Una semana antes, lo probable es que él no habría podido
siquiera ser atendido si los llamaba por teléfono”.

255
INDICE ALFABETICO

Abel, Rudolph - 209 Armas - 95


Aborto – 135 Armas secretas, Las, libro - 280
Abraham - 37 Armstrong, Neil A. - 159
Academia de Artes y Ciencias de Arqueología - 26
Hollywood - 232 Aspirina - 129
Acorazado Potemkin, cine - 130 Astaire, Fred - 303
Adioses - 233 Atkins, Susan - 198
Adler, Alfred - 48 ATT - 125
Adventures in the Screen Trade, li- Attlee, Clement - 171
bro - 289 Atwill, Lionel - 35
Afeitar, máquina de -129 Auschwitz - 175
Agnew, Spiro - 167 Automóviles - 36
Aheme, Brian - 303 Avdeienko, Aleksandr - 141
Ajedrez - 27 Aviación - 140
Alaska - 123
Alcibíades - 276 Babeuf, François-Noël - 115
Aldrin, Edwin E. - 159 Badoglio, Pietro - 151
Alejandro II, zar - 130 Baigorri Velar, Juan - 147
Alejandro Magno - 240 Baird, John Logie – 137
Alexander, Jane - 176 Bailly, Jean-Sylvain - 115
Aliluieva, Svetlana - 168 Balzac, Honoré de - 25, 125
Allen, Woody - 303 Barajas - 67
Allende, Salvador - 292 Barbie, Klaus - 80 - 150
Alves Reis, Arturo - 277 Barnard, Christian - 159
American Telephone & Telegraph Bamavé, Antoine - 115
- 125 Barras, Paul F. - 179
Andrews, Leonard E.B. - 294 Barry, Jack - 269
Angulema, Duquesa de - 181 Barrymore, John - 251
Anticonceptivos - 157 Bayer, empresa - 129
Apartheid - 102, 153 BBC - 169, 191
Apple, empresa - 108 Beauhamais, Josefina de - 179
Arengo, Doroteo - 223 Becquer, Gustavo Adolfo - 284
Araucania, región - 220 Beecher, Henry Ward - 71
Argo, aparato - 132 Beery, Wallace - 224
Arlt, Roberto - 284 Beiderbecke, Bix - 300

256
Belisario, general - 276 Brecht, Bertolt - 255, 261
Bell, Alexander Graham - 125 Breuer, Josef - 48
Bell, Andrew - 282 Brissot, Jacques Pierre - 115
Bell, Robert - 206 British Commonwealth - 154
Benny, Jack - 267 Brown, Joe E. - 284
Benson, William - 282 Brown, Katharine - 288
Bergerson, Gerd - 214 Brulotes - 242
Bergman, Ingrid - 289 Bruno, Giordano - 64, 210
Bergson, Henri - 211 Buckingham, palacio - 291
Bernadette, cine. - 289 Bunker, Chang y Eng – 23
Betancur, Belisario - 89 Byron, Lord – 252
Biblia - 37, 62, 207, 233, 285
Billy Budd, novela - 202 Cabrera, Napoleón - 255
Biro, Laszlo - 148 Cabrera Infante, Guillermo – 88
Binane - 148 Calendario - 65 Caligula - 241
Black Panthers, grupo - 105 Calles, Plutarco Elias - 224
Blakely, Susan - 174 Calley, William - 17
Blitzstein, Marc - 261 Calvino, Juan - 64, 70
Blood Red Roses, cine - 32 Calvo Sotelo, Leopoldo - 254
Bogart, Humphrey - 303 Caníbales - 230
Bogart, Paul - 267 Bogle-278 Canning, Charles - 245
Bohr, Niels - 82 Bolígrafo - 148 Capek, Karel - 231
Bollingerí, premios - 209 Capital, El, libro - 121
Bomba atómica - 61, 81 Capone, Al - 143
Bonaparte - V. Napoleón Bond, Caribe, Mar - 230
James - 302 Carlos I, rey - 91, 169
Book of Lists, libro - 274 Carlos II, rey - 170
Borges, Jorge Luis - 151, 202,259, Carnarvon, Lord - 136
278,283 Carr, E. H. - 239
Borges, Leonor A. de - 152 Carrier, Jean Baptiste - 115
Borges, Norah - 152 Carter, Howard - 136
Bormann, Martin - 149 Carter, James - 153, 159, 205
Borromeo, Carlos - 241 Cartuchos – 244
Botha, Stoffel - 103
Boyer, Miguel -104 Castro, Fidel - 88, 241, 280
Brahms, Johannes - 301 Castro, Tom - 278
Braque, Georges - 280 Catalina de Aragón - 36
Brassiere, Philippe de - 235 Caute, David - 86
Braun Menéndez, Armando - 219 CBS - 153, 265,267

257
Cervantes, Miguel de - 271, 286 Corpiños - 235
Cezanne, Paul - 246, 273 Cortázar, Julio - 280, 284
CIA - 210,240, 292 Costa, Gavras - 291
Ciano, Galeazzo - 149, 241 Couperin, François - 276
Cine -301 Crack financiero - 142
Cinemascope - 302 Cradle Will Rock, The, teatro - 261
Cipayos - 245 Cragin, Mary - 38
City in Fear, cine - 267 Cromwell, Oliver - 169
Clarke, Arthur C. - 231 Crossland, Norman - 160
Clausewitz, Carl von - 163 Cuchet, Jeanne - 197
Cleland, John - 271, 280 Cueva, Hernán Mario - 285
Clemenceau, Georges - 171 Cukor, George - 266
Cocina - 16 Cure, The, grupo musical - 299
Cocktails - 236
Cohn, Harry - 302 Chagall, Marc - 273
Colón, Cristóbal - 54, 230, 243 Chagrin et la pitié, Le, cine - 20
Collins, Phil - 298 Challenge, The, cine - 266
Collins, Wilkie - 121 Champollion, Jean-François - 119
Columbia Broadcasting System - Chaney, Lon - 35
ver CBS Chaplin, Charles - 87, 198, 302
Come and Get It, cine - 172 Chaumette, Pierre-Gaspard - 115
Comfort, Alexander - 55 Chevalier, Maurice - 88
Committed, cine - 174 Chomsky, Marvin - 161
Common Sense, folletos - 206 Chubbuck, Chris - 296
Computadoras - 18, 106 Churchill, Winston - 34, 83, 171
Comunismo - 15, 32, 38,121, 211
Condon, J. F. - 145 Da Silva, Howanî - 263
Condorcet, marqués de - 115 Da Vinci, Leonardo - 131
Condottieri - 240 Dactiloscopía - 128
Connery, Sean - 302 Daguerre, Louis-Jacques - 120
Conway, Jack - 266 Dali, Salvador - 35
Cook, David - 281 Daniels, Robert V. -142
Cook, Fielder - 174 Dante - 286
Cooper, Jackie - 267 Danton, Georges - 67, 115, 179
Copérnico, Nicolás - 63 Darwin, Charles - 276
Corea, guerra de - 156 Davis, Angela - 105
Corliss, Richard - 176 Davis, Bette - 303
Corneille, Pierre - 66 Davis, Sammy - 176
Corot, Jean Baptiste Camille - 272 Dawson, Charles - 276

258
Day, Doris - 302 Doenitz, Karl - 149
De Bakey, Michael - 283 Don Quijote - 220, 286
De Gaulle, Charles - 19 2001, Odisea del espacio, cine -
De Hory, Elmyr - 273 231
De Mille, Cecil B. - 304 Dostoïevski, Fedor - 121, 125, 271
De Mille, William - 304 Docto, TV - 268
De Niro, Robert - 68 Douglas, Kirk - 253
Death of a Gunfighter, cine - 266 Dovzhenko, Alexander - 78, 141
Degas, Edgar - 246 Downing, George - 169
Degeyter, Pierre - 253 Drake, Francis - 242
Demjanjuk, John - 150 Dreigroschenoper, Die, ópera -
Desconocidos de siempre, Los, 255
cine - 21 Dreyfus, Alfred - 171
Desapdkecido, cine - 293 Duarte de Perón, Evita - 94
Desire Me, cine - 266 Dubcek, Alexander - 155
Desmoulins, Camille - 67, 115 Dumas, Alexandre - 25
DFA (Drug and Food Administra- Duras, Marguerite - 298
tion) - 214 Dvorak, August - 124
Diarios: Dwyer, Budd – 297
Clarín - 27, 109,229, 255, 280
El País (Madrid) - 28 Earp, Wyatt - 284
El Popular (Montevideo) - 15 Eatherly, Claude - 83
L’Aurore (Paris) - 171 Eco, Umberto - 285
La Nación - 16, 27, 147, 162 Economía - 28
La Razón - 170 Echeverría, Luis - 224
New York Citizen - 207 Edison, Thomas Alva - 128, 270
New York Times - 143, 295 Eduardo VIE, rey - 22
New York Tribune - 133 New Educación - 35 EFE,
York World - 133 Agencia - 281
Pravda (Moscú) - 78, 122 Egbert, Donald Drew - 238
The Washington Post - 281 Eggerth, Martha - 139
Sunday Times (Londres) - 279 Egiptología - 136
Diccionarios - 126, 157, 245 Ehrenburg, Dya - 194
Diderot, Denis - 286 Eichmarm, Adolf - 80, 149
Dies, Martin - 33 Einstein, Albert - 81, 214, 283
Dietrich, Marlene - 303 Eisenhower, Dwight - 209
Director's Guild of America - 266 Eisenstein, S. M. - 130, 141
Disneylandia - 304 Eliot, T. S. - 208
Divina Comedia, La, libro - 285 Ellis, Havelock - 48

259
Emmons, Nuel - 201 Fascismo - 190
Emmy, premios - 140, 232 Father Divine - 188
En busca del tiempo perdido, no- Faulkner, William - 75, 257
vela 287 FBI - 104, 128, 219
Enciclopedia Británica - 106, 160, Federal Theatre Project - 260
184, 243, 278, 282 Federico II, emperador - 241
Enciclopedia de Datos Inútiles (I) - Feminismo - 72
161 Fendon, Fania - 174
Enfield, rifles - 244 Ferber, Edna - 284
Engel, Lehman - 264 Feria del Libro - 152
Engels, Friedrich - 72, 121, 178, Fermi, Enrico - 82 Ferrer, José -
301 172
Enrique VID, rey - 36 Festivales de cine - 145
Enseñanza - 109 Fields, W.C. - 304
Equity, sindicato - 263 Figari, Pedro - 284
Erickson, Leif - 173 Finch, Peter - 296
Ericsson, L.M., empresa - 195 Finlay, Carlos - 74
Esclavitud - 123 Finnegans Wake, libro - 287
Escoria de la tierra, libro - 182 Fitzgerald, Michael - 265
Escuelas - 35 Esperanto - 126 Flanagan, Betsy - 236
Estado de sitio, cine - 292 Flanagan, Hallie - 33, 260
Esvástica, cruz – 242 Flaubert, Gustave - 280
Eurípides - 33 Fonda, Jane - 303
Everest, George - 93 Fonteyn, Margot - 35
Everett, Rupert - 265 Ford, Gerald - 167, 200,205
Execution of Charles Horman, li- Forel, Auguste - 56
bro - 292 Fotografía - 120
Experts Speak, The, libro - 125 Fouché, Joseph - 169,177
Explorer I – 157 Fouquier-Tinville, Antoine Q. -
115
Fabre d'Eglantine, Philippe - 66, Fox, Samuel - 62
115 Franco, Francisco - 94, 140
Fagan, Michael - 291 Franco, Ramón - 140
Fake!, libro y cine - 273 Frank, Hans - 149
Falkland, Lucius Cary - 91 Franklin, Benjamin - 206
Fallad, Onana - 122 Fresan, Juan - 222
Fanny Hill, libro - 280 Freud, Sigmund - 23, 46, 210, 236,
Farmer, Frances - 172 258
Farmer, Lillian - 172 Frick, Wilhelm - 149

260
Friedrich, Otto - 256 Goldwyn, Samuel - 254, 304
Fritzsche, Hans - 149 González, Felipe - 28, 239
Fromme, Lynette A. - 200 Goodman, Ezra - 304
Frost, Robert - 208 Gorbachov, Mijail S. - 96, 156
Fuentes, Carlos – 88 Gorgas, William C. - 74
Fujitsu, empresa - 107 Goytisolo, Juan - 298
Fun and Games, cine - 267 Graham, Billy - 53
Funk, Walther – 149 Gramsci, Antonio – 271
Grant, Lee - 174
Gagarin, Iuri A. - 157 Gravitt, Hugh D. - 204
Galileo - 57, 63,70, 210 Green, Gerald - 161
Galton, Francis - 128 Greene, Graham - 88, 218
Gandhi, Indira - 184, 241 Griffith, D.W. - 304
Gandhi, Mahatma - 184 Gripe española - 133
Gandhi, Rajiv - 186 Groves, Leslie A. - 81
Gandhi, San jay - 184, 241 Guareschi, R.P. - 109
Gandulfo, Petrona G de - 16 Guerra de Corea - 156
Gapon, Georgy - 130 Guerra de las galaxias , cine - 231
Garbo, Greta - 304 Guerra de los Cien Años - 61
García Calvo, Agustín - 28 Guerra Mundial, Primera - 98, 134
García Márquez, Gabriel - 88, 284 Guerra Mundial, Segunda - 182,
Garland, Judy - 172 190, 208, 213, 217
Gary, Romain - 219 Guillotin, Joseph - 116
Gauguin, Paul - 246, 273 Güney, Yilmaz - 271
Geldof, Bob - 298 GWTW, libro – 203
Gernsheim, Helmut - 182
Gershwin, George - 255 Hadden, Briton - 137
Gillette, King Camp -129 Halliwell, Leslie - 301
Gimbd's, tienda - 148 Hamlet, teatro - 251, 257, 275
Giuliano, Salvatore - 284 Hansen, Wilhelm - 191
Glickman, Martin - 204 Hanway, Jonas - 62
Gliptodontes - 26 Hardwicke, Cedric - 172
Goebbels, Josef - 149 Hare Krishna - 201
Goering, Hermann - 149, 277 Harlow, Jean - 172
Goethe, Johann W. - 65 Hart, Gary - 104
Golden Boy, teatro - 173 Hathaway, Anne - 275
Golding, William - 298 Hauptmann, Bruno R. - 146
Goldman, William - 289 Hauser, Thomas - 292
Goldmark, Peter - 153 Haw-Haw, Lord - 189

261
Hawthorne, Nathaniel - 202 Horse Eats Hat, teatro - 260
Hayes, Rutherford B. - 126 Hotchner, A. E. - 274
Hearst, Patty - 284 Houseman, John - 260
Hearst, William R. - 224 Hughes, Howard - 274
Hebert, Jacques-René - 115 Hughes, Robert - 295
Heidemann, Gerd - 279 Hugo, Victor - 25
Hemingway, Ernest - 208 Husak, Gustav - 298
Henry, M. - 25 Henry, O. - 252 Huston, John - 304
Herrick, Margaret - 232 Hutka, Jaroslav - 300
Herschel, J. F. W. - 121 Huxley, Aldous – 77
Hersh, Seymour M. - 17
Hess, Rudolf - 149 IBM - 106,231
Heston, Charlton - 253 Ibn Saud - 217
Higgins, Mary Boyd - 215 Identikit - 157
Hillary, Edmund - 93 Idi Amin Dada – 34
Himmler, Heinrich - 175 Impresionismo – 245
Hindley, Colin - 57 Instituto Nacional de Bellas Artes
Hines, Earl - 300 (México) – 270
Historia Universal de la Infamia, Internacional, canción – 253
libro - 278 Ireland, William Henry – 275
History of Photography, Ebro - 184 Irons, Jeremy – 68
Hitachi, empress - 107 Irving, Clifford – 273
Hitchcock, Alfred - 287 Isabel I, reina – 242
Hite, Shere - 56 ITT, empresa - 195
Hitler, Adolfo - 34, 72, 75, 149, Izquierdas - 238
160, 190, 205, 238, 271, 279,
283 Jack el destripador - 45
HoChiMinh-271 Jackson, Glenda - 253
Hodges, Johnny - 300 Jameson, Jerry - 132
Holcomb, Rod - 267 Jazz - 297
Holmes, Sherlock - 121 Jefferson, Thomas -117
Holocausto, TV - 160 Jesucristo - 34,210
Holton, Harriet - 38 Jesuitas - 68
Homero - 275, 285 Jobs, Steven – 108
Hoover, Herbert - 139, 143 Jodi, Alfred - 149
Hoover, J. Edgar - 140, 176, 219 John, Elton - 298
Hope, Bob - 253, 303 Johnson, Lyndon B. - 84, 105
Hopkins, Harry - 260 Johnson, Virginia E. - 54
Horman, Charles - 292 Joliot-Curie, Frederic - 88

262
Jones, Ernest - 48 Koestler, Arthur - 182, 283
Jones, James Warren (Tun) - 92, Kojau, Konrad - 279
188 Kortner, Fritz - 172
Jones, Jennifer - 289 Kotlowitz, Anna von – 237
Jorge H, rey – 170 Kouril, Vladimir – 297
Josefina de Beauhamais - 179 Krafft-Ebbing, Richard von - 45,
Joyce, James - 49, 208, 287 237
Joyce, Michael - 189 Kreisler, Fritz – 276
Joyce, William - 189 Krenwinkel, Patricia -198
Jruschov, Nikita - 78, 209 Kreuger, Ivar – 192
Juana de Arco - 34, 61 Krupp, Alfried – 151
Julio Casares, diccionario - 245 Kruschev - Ver Jruschov
Julio Cesar - 162, 283 Ku Klux Klan – 176
Jung, Carl - 48 Kubisova, Maria - 300
Kubrick, Stanley - 231
Kafka, Franz - 202, 287 Kundera, Milan – 300
Kane, Joseph Nathan - 236
Kaltenbrurmer, Emest – 149 La Bianca, Rosemary y Leño - 198
Kaplan, Helen Singer - 56 Labiche, Eugène – 261
Kardell, Roben – 19 Laemmie, Carl – 254
Karloff, Boris - 35, 136 Lafayette, Marqués de – 115
Kamo, Fred – 284 Lagrange, Joseph Louis – 65
Karrer, Aurora - 214 Laika, perra - 157
Kasabian, Linda - 198 Laisure, Donald Lee - 200
Kataiev, Valentin – 141 Lange, Jessica - 174
Kazan, Elia - 260 Landru, Patricia – 90
Keats, John - 258 Lamarck, Jean Baptiste – 76
Kegel, Arnold – 56 Lambert, Gavin - 203
Keitel, Wilhelm – 149 Lardner, Ring, Jr. - 265
Kelch, Jan - 256 Lasky, Jesse - 254
Kemmler, William - 128 Lavoisier, Antoine Laurent - 116
Kennedy, John F. - 105, 224, 241 Lawrence, David Herbert - 49, 208
Kennedy, Robert – 241 Le Roy, Mervyn – 266
Kepler, Johannes – 63 Leclerc, Charles - 73
Khruschev - Ver Jruschov Lees, Edith - 48
King, Martin Luther – 105 Leigh, Vivien - 289
Kinsey, Alfred C. - 53 Lemmon, Jack – 293
Klarsfeld, Serge y Beate - 79 Lenguaje - 36, 229
Knopfler, Marie – 298 Lenin, VJ. - 131, 163, 270, 301

263
Leonardo Da Vinci – 131 Macfarquhar, Colin - 282
Leopold y Loeb, asesinos – 284 Macmillan, Harold - 171
Madame Bovary, novela – 280
Lesseps, Ferdinand de - 73 Letra Madeiros, Celestino – 135
escarlata, libro – 202 Maginot, André – 146
Let's Get Harry, cine – 267 Mahler, Gustav – 175
Lewis, Jim – 23 Maiakovski, Vladimir - 142
Lief, Harold - 56 Makavejev, Dusan - 215
Lincoln, Abraham - 123, 270 Malan,'Daniel F. - 153
Lindbergh, Charles A. - 140, 145 Malvinas, islas – 91
Lindenberg, Elsa – 214 Manet, Edouard – 246
Linder, Max - 284 Manifiesto Comunista - 72, 121,
Líneas Maginot y Sigfrido - 146 178
Linkletter, Art18 Manson, Charles – 198
Lirmas, Kail – 150 Mao Tse-tung - 162, 163
Lischka, Kurt – 80 Máquina de escribir – 123
Lo que el viento se llevó, novela y Marat, Jean-Paul - 17, 115
cine – 203 Marat-Sade, teatro – 17
Long, Lutz – 205 María Antonieta, reina - 115, 181
Loos, Anita - 284 Marill, Alvin H. – 266
Loren, Sophia – 274 Marlowe, Christopher – 33
Losey, Joseph - 260 Marsh, John - 203
Loyola, San Ignacio de - 69 Martini, Giovanni Batista – 276
LP, discos - 153 LSD (lisérgico) - Marx, Carlos - 27, 72, 121,178,301
199 Marx, Groucho – 302
Lubitsch, Ernest – 302 Masoquismo – 236
Luce, Henry – 137 Masters, William H. - 54
Lugosi, Bela - 35 Mastroianni, Marcello - 21
Luis XIII, rey – 62 Mata Hari – 187
Luis XV, rey – 66 Matisse, Henri - 273
Luis XVI, rey - 34, 65, 115, 177, Matrimonio morganático - 21
207 Maximiliano, emperador - 234
Luis XVIII, rey - 180 Luis Felipe, Maxine Elliott's Theatre – 262
rey – 25 Mac Arthur, Douglas – 156
Luna, descenso en - 157, 159 McCarthy, Joseph - 32, 85
Lutero, Martin - 64, 70 McCartney, Paul – 298
Lysenko, Trofim D. – 77 McGrath, John - 32
McGraw-Hill, editorial – 274
Macbeth, teatro - 260 McLaughlin, Sheila – 174

264
Mac Leish, Archibald - 264 Monroe, Marilyn - 172, 302
Mac Leod, Rudolf - 187 Monsieur Ver doux, cine – 198
McLuhan, Marshall - 269 Montt, Manuel – 221
McNeill, William H. – 74 Moonlight, cine – 267
McPherson, Aimee S. - 188 Moravia, Alberto – 88
Medio es el mensaje, libro Meier, Moran, Bugs – 144
ajedrecista - 27 Morgan áticos – 21
Meister, Huida - 237 Mosley, Oswald - 190
Melville, Hetman - 201, 258 Mosquitos - 72
Mellizos - 22 Movies Made For TV, libro – 266
Mendel, Gregor Johann – 76 Mozart, Wolfgang A. - 301
Mendes-France, Pierre – 19 Murdoch, Iris - 298
Mengele, Josef - 149, 175 Museos - 26
Menuhin, Yehudi - 298 Mussolini, Benito - 149, 208, 238,
Mercenarios – 239 241
Mesmer, Franz - 211
Metcalfe, Ralph – 204 Naciones Unidas - 92 – 154
Metro Goldwyn Mayer - 224, 266 Najdorf, Miguel - 27
Meucci, Antonio -125 Napoleón - 24, 34, 67, 72, 116,
Michel, Marc - 261 117, 119, 179, 238, 241
Michurin, Ivan J. – 78 Napoleón III - 234
Militares - 30,162, 171, 247 NASA -110
Miller, Arthur - 175, 208 NATO - 154
Minnewit, Peter – 118 Nazismo - 75, 148,160, 175,190,
Mirabeau, conde de – 115 204, 211, 243
Misión, La, cine – 68 NBC, radio y televisión - 201,268
Missing, cine - 293 Nehru Jawaharlal - 184, 271
Mitchell, Margaret, escritora - 203 Nepotismo – 240
Mitchell, Margaret, lavandera - 35 Network, cine - 296
Mitrione, Dan – 292 Neurath, Constantin von - 149
Mitterrand, François – 239 New Deal - 260
Moby Dick, novela - 201 Newman, Paul - 289
Modigliani, Amedeo – 273 Newton, Huey – 105
Molière – 66 Nickerson, William – 129
Momia, La, cine - 136 Nicolás II, zar - 130, 254
Mona Lisa, pintura -131 Niemeyer, Oscar – 88
Monet, Claude - 246 Niepce, Joseph N. – 120
Monge, Gaspard – 65 Nixon, Richard M. - 34, 167, 292
Monroe, James - 100 Nobel, premios - 259, 284

265
Nombre de la rosa, El, novela - Pacto de Varsovia - 155
287 Paine, Thomas - 205
North, Oliver - 97 Novarlo, Ramón Palabras cruzadas – 133
- 45 Panamá, Canal de - 73
Noyes, John Humphrey – 37 Panylyk, Stefan - 281
Nuremberg, juicios de - 148, 192 Papas
Nureyev, Rudolf - 35 Clemente XIII - 70
Nye, Gerald - 261 Clemente XIV - 70
O. Henry - 252 Inocencio IV - 241
Oakley, Kenneth P. - 276 Juan Pablo II – 253
O'Banion, Dion – 144 Pío IV -241
Obregón, Alvaro - 224 Pio VII – 70
Ocampo, Victoria - 284 Paraguas – 62
Odets, Clifford - 173, 261 Parker, Dorothy – 303
Odisea, libro – 285 Partido Comunista – 15
Okey,John – 170 Pasolini, Pier Paolo - 45
O'Hara, Scarlett - 203 Pasquini Duran, J. M. – 247
Olafsen, Swanhilda – 235 Película del rey, La, cine - 222
Ollendorff, Use - 214 Pelotón, cine – 163
Olmedo, José Joaquín - 252 Pena de muerte - 128, 199
O’Neill, Eugene – 133 People's Almanac, libro - 29
Onetti, Juan Carlos - 252, 259, 284 Pericles - 276 Periodismo – 29
OPEC, organización - 158 Perón, Eva Duarte de – 94
Opera de dos centavos, teatro - Perón, Isabel M. de – 241
255, 261 Perón, Juan D. - 94, 151, 239, 241
Ophuls, Marcel - 20 Opio - 244 Perry, Antoinette – 233
Oppenheimer, Robert - 82 Pershing, John J. - 224
Orgía perpetua, La, libro – 280 Peruggia, Vincenzo – 131
Orilie Antoine de Tounens – 219 Peste Negra - 61
Orton, Arthur – 278 Petain, Philippe - 19
Orwell, George - 77, 246 Peters, Olga – 168
Oscars – 232 Pelen, William Wesley – 168
O’Shea, D. T. - 288 Petróleo - 98, 158, 217
OTAN - 154 Philips, empresa -107
OVNIS - 214 Picasso, Pablo - 35, 88, 272, 280,
Oxford English Dictionary – 126 281
Owens, Jesse – 204 Pierre, libro - 202
Pilniak, Boris - 141
Pabst, Georg Wilhelm - 255 Pincus, Gregory - 158

266
Pink, Annie – 214 Rama, Angel – 88
Pinochet, Augusto – 292 Ramos, Graciliano – 271
Pirandello, Luigi – 141 AAPP, asociación - 141
Pisan Cantos, libro – 209 Rasputin - 199
Pissarro, Camille – 246 Ratcliffe, jean – 174
Pistor, Fanny – 237 RCA, radio y comunicaciones- 169
Playing for Time, libro y TV - 175 Reagan, Ronald - 89, 95
Poe, Edgar Allan – 121 Redgrave, Vanessa – 175
Polanski, Roman - 199 Reed, John – 223
Policía - 15, 128, 157 Reed, Walter - 74
Policíaco, género literario - 121 Reich, Wilhelm - 48, 55,210, 284
Polo, Marco - 67, 271 Reichenbach, François - 273
Porter, William Sydney - 252 Reino de Araucania y Patagonia,
Pottier, Eugène – 253 libro - 219
Pound, Ezra – 207 Reiss, Johann Philip - 125
Powers, Francis Gary – 209 Religiosa, La, libro – 286
Preminger, Otto - 218, 303 Rembrandt - 35, 256
Price, Vincent – 35 Remington, empresa - 123
Price, Waterhouse - 194 Renoir, Auguste - 246
Primo de Rivera, José Antonio – 94 Rescaten al Titanic, cine – 132
Proceso, El, novela – 287 Revistas
Profumo, John - 104 American Film - 293
ProJetkult - 141 Art & Antiques – 294
Proust, Marcel - 125, 171, 287 Brecha – 161
Pudovkin, Vsevolod L - 141 Connoisseur – 295
Pueblo sin ley, cine - 266 Crisis - 285
Pulitzer, Joseph - 133, 232 Deutsche National Zeitung -
Pulitzer, premios - 17, 133, 203, 161
232,259 Gaceta del FCE, México - 109
Gazette de France - 119
Quest for Wilhelm Reich, The, libro L’Espresso - 285
– 215 Marcha - 251
Newsweek - 295
Rabelais, François - 285 Stern - 279
Raeder, Erich - 149 The New Yorker - 18, 196, 265
Racine, Jean - 66 The Paris Review – 257
Rainer, Luise - 173 Time - 23, 103, 127, 136, 176,
Raise the Titanic, cine - 132 256, 295, 298
Raleigh, Sir Walter – 271 Vivir - 57

267
Revolución Francesa - 17, 34, 65, Saint-Just, Louis de – 115
115, 177, 206, 238 Salgari, Emilio - 280, 285
Revolución Rusa -130 Sanders, Shirley - 19
Rey Lear, teatro - 275 Sandstone, comunidad - 56
Reynolds, Roben – 261 Santa Juana, teatro y cine - 218,
Rhodes, Cecil B. - 93 303
Ribbentropp, Joachim von - 149 Sartre, Jean Paul - 283
Rifkin, Stanley Mark - 108 Satélites - 90, 110
Rimbaud, Arthur - 216 Sauckel, Fritz – 149
River», Diego - 270 Schacht, Hjalmar – 149
Robertson, David – 281 Schildkraut, Joseph – 172
Robertson, E. Amor – 303 Schirach, Baldur von - 149
Robespierre, Maximilien - 67, 115, Schneider, René – 292
177, 207 Schulberg, Budd - 302
Robots – 231 Schulze, J. H. - 120
Rock and Roll – 298 Schwarz, Pablo - 161
Rockefeiler, Vrs. - 53, 269 Searle, G. D., empresa - 157
Rodriguez Monegai, Emir -251, Seberg, Jean – 218
283 Selznick, David O. - 203, 254, 288
Roosevelt, Eleanor – 105 Sebanick, Lewis J. – 254
Roosevelt, Franklin D. - 72, 81, Sert, José Ma. - 270
105,260 Servet, Miguel - 64
Rosales, higarteniente – 221 Seurat, Georges – 246
Rose, Alma - 175 Sexo - 16, 37,41,211
Rosenberg, Alfred - 149 Seyss-Inquart, Arthur – 149
Rosenberg, Stuart - 267 Sforza, Muzio Attendolo - 240
Rosetta, piedra - 118 Shakespeare, William - 33, 35,
Run-Through, libro – 263 162, 230, 251, 257, 258, 275
Runyon, Damon - 284 Shaplen, Robert - 196
Rust, Mathias - 97 Shaw, George Bernard – 218
Ryan, Leon – 189 Shepard, Alan B. – 157
Sholes, Christopher L. – 123
Saavedra, Cornelio – 221 Sholojov, Mijail – 141
Sábato, Ernesto – 284 Siegel, Don – 266
Sacco, Nicola – 134 Siemens, empresa - 107
Sacher-Masoch, Leopold von - 236 Sigfrido, linea - 147
Sade, Marqués de - 17, 280 Sikhs – 185
Sadleir, Ralph - 36 Silberer, Herbert – 48
Sagrado y profano, cine - 266 Silla eléctrica - 128

268
Sillitoe, Alan – 298 Swinburne, Algernon - 237
Simon, Norton - 289 Swope, Herbert Bayard - 133
Simonides, Alcibiades – 275 Szilard, Leo - 82
Simpson, Wallis - 22
Sinatra, Frank - 253, 283 Talbot, Henry Fox - 120
Singestar, producto - 15 Talleyrand, Charles Maurice - 177
Sisley, Alfred – 246 Tate, Sharon - 198
Skvorecky, Josef – 300 Tausk, Viktor - 48
Smalley, Ian - 97 Taylor, Jud - 267
Smellie, William - 282 Taynton, William - 137
Smith, Alfred E. - 139 Teatro - 32
Smithee, Allen o Alan – 266 Teléfonos - 125
Snyder, Tom – 200 Televisión -137, 296
Socrates – 210 Teller, Edward - 82
Soliti ignoti, I, cine - 21 Teoría del cubismo, libro – 280
Some Like it Hot, cine - 284 Tereshkova, Valentina – 79
Sorín, Carlos, 222 Thatcher, Margaret - 171
Spacek, Sissy – 293 Thayer, Webster - 134
Speer, Albert – 149 Therese Krones, cine – 139
Spender, Stephen – 88 Thomas, J. Parnell – 33
Sperling, Diana - 280 Tibbets, Paul - 82
Springer, Jim – 23 Tichborne, familia – 278
Sputnik, vehículo espacial - 156 Tillman, Sheila – 174
Srp, Karel – 297 Tilton, Theodore - 71
Stalin, José - 76, 83, 141, 168, 194, Titanic, barco - 131
238, 301 Titzling, Otto – 235
Stamitz, J.V.A. - 276 Tolomeo V, faraón – 119
Standard Oil – 217 Tolstoi, León – 125
Stanton, Olive – 264 Toijman, Gilbert – 56
Star Wars, cine – 96 Torres García, Joaquín - 284
Starnes, Joe – 33 Tomo, Johnny - 144
Stevens, George - 302 Totten, Robert - 266
Sting - 298 Stoller, Sam – 204 Toussaint Louverture - 73
Stone, Abraham y Hannah – 52 Townshend, Pete – 298
Slopes, Marie – 51 Toynbee, Arnold – 283
Stoppard, Tom – 298 Traba, Marta - 89
Streicher, Julius - 149 Tracy, Spencer - 303
Sue, Eugene - 25 Trasplante de órganos - 159
Suez, Canal de – 73 Treitschke, Heinrich von - 75

269
Trevelyan, John - 302 Verne, Julio - 280
Trevor-Roper, Hugh - 279 Vertov, Dziga – 141
Trotski, León – 131 Victoria, reina - 72, 245
Truffaut, François – 304 Vidocq, François Eugène - 24
Truman, Harry S - 82, 156 Villa, Pancho - 223
Tubman, William S. - 100 Villon, François – 271
Tussaud - Marie – 34 Viva Villa, cine – 224
Tutankamón - 136 Vivaldi, Antonio - 276
Twain, Mark – 124 Voltaire - 207
Twenty One, TV – 268 Von Clausewitz, Cari - 163
Von Krafft-Ebbing, Richard - 45,
Unesco - 92 237
UNIVAC, computación - 18, 106 Von Neurath, Constantin - 149
Universal, empresa – 293 Von Papen, Franz - 149
Universidades Von Ribbentrop, Joachim – 149
Columbia – 268 Von Schirach, Baldur – 149
Cornell – 56 Von Sydow, Max – 253
Heidelberg – 45 Vottigem, teatro – 275
Indiana - 53 Vostok I, vehículo espacial - 157
Londres - 57 Vucetich, Juan -128
Minnesota – 23
New York - 207 Wagner, Richard – 141
Oxford - 93 Waiting for Lefty, teatro – 261
Van de Velde, T. H. - 50 Waldheim, Kurt – 150
Van Doren, Carl - 268 Walker, Phylis - 288
Van Doren, Charles - 268 Wall Street - 142
Van Doren, Mark – 268 Wallace, Irving - 29, 122, 252, 274
Van Gogh, Vincent - 246 Wallechinsky, David - 29, 122, 252
Van Houten, Leslie – 198 Walpole, Robert - 170
Van Meegeren, Hans - 277 Walter-McCarran, ley – 86
Vanderbilt, Cornelius - 71 Washington, George - 206
Vanzetti, Bartolomeo - 134 Washkansky, Louis – 159
Vargas Llosa, Mario - 280, 284 Watergate, episodio - 167
Vavilov, Nikolai - 77 Wateriow & Sons, empresa - 277
Venecia, Festival de - 145 Watson, Thomas (teléfonos) - 125
Venice Theatre – 263 Watson, Thomas (IBM) - 106, 231
Vergniaud, Pierre V - 115 Webber, Andrew Lloyd - 298
Verlaine, Paul – 216 Webster's, diccionario - 126, 157,
Vermeer, Jan – 277 234, 240, 245

270
Wedgwood, Thomas - 120 Wyler, William - 173
Weill, Kurt - 255 Wynne, Arthur – 133
Weiss, Peter - 17
Welles, Orson - 253, 260, 273 Xirgu, Margarita – 284
Wesker, Arnold – 298
Western Union - 126 Yesterday, cine – 300
Wheeller, Burton – 261 Yol, cine - 271
Wiesenthal, Simon – 176 Young, Thomas - 119
Wilde, Oscar - 271 Wilson, Colin –
215 Z, cine – 291
Wilson, Woodrow – 224 Zaharoff, Basil – 98
Will There Really Be a Morning?, Zamenhof, Ludwik Lejzer - 126
libro y TV – 174 Zamiatin, Evguieni – 141
Witte, Serguei - 130 Zapata, Emiliano - 223
Wollaston, W. H. – 120 Zea, Leopoldo – 88
Woodhull, Victoria C. - 70 Zelle, Margaretha G. – 187
Works Progress Administration - Zola, Emile - 171
260 Zukor, Adolph – 254
Wozntak, Stephen – 108 Zweig, Stefan - 181
WR, Misterios del organismo, cine Zworykin, Kosma - 138
- 215
Wyeth, Andrew - 294

271
Este libro se terminó de imprimir el 11 de diciembre de 1987 en
Gráfica Yanina, República Argentina 2686, V. Alsina, Bs. As.
273

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