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Pablo Mella, sj
Instituto Superior Bonó
La comunicación social forma parte integral de la vida contemporánea. Gracias a las nuevas tecnologías,
las noticias fluyen con más libertad: cualquier portador de un teléfono inteligente puede convertirse en
periodista casero y por esta vía, cuando es necesario, reclamar públicamente sus derechos ejerciendo
más activamente la ciudadanía. Sin embargo, el fenómeno de la multiplicación de fuentes noticiosas
trae como resultado una inusitada fragmentación de la información, tornando más difícil el
conocimiento de la verdad. Este fenómeno se conoce hoy día como el problema de la posverdad.
Se ha dicho, con razón, que la vida en democracia implica la pluralidad de puntos de vista. Pero esta
pluralidad, necesaria para la vida social contemporánea, puede degenerar en confusión generalizada
debido a las características peculiares del nuevo fenómeno comunicativo. Como resultado del ruido
producido por las redes virtuales, los diversos emisores de información se esforzarán por utilizar de
manera cada vez más eficiente los nuevos medios comunicativos que le aseguran un lugar privilegiado
en el areópago virtual. Por tal razón, más que nunca, en el día de hoy, la comunicación social se ha
convertido en un tema netamente político, es decir, en un tema de ejercicio ciudadano del poder o
«gobernanza» (recordemos que el ejercicio del poder en lo público se dice en griego kratós, de donde
viene democracia o gobierno del pueblo). Sobre este tema se reflexionó en el análisis de coyuntura del
Centro Montalvo el sábado primero de septiembre de 2018. Aquí se comparten algunas de las
consideraciones que allí se hicieron.
En una sociedad muy desigual como lo es la dominicana, no todos acceden al poder de la comunicación
en las mismas condiciones. El gobierno y el gran empresariado utilizan la comunicación de un modo más
efectivo y masivo que las organizaciones civiles y los ciudadanos de a pie. La razón es obvia: tienen más
poder y cuentan con más recursos financieros, y los utilizan para sus intereses. Por esta razón, la
comunicación social se ha convertido hoy en el tema por excelencia de la vida democrática. Esto explica
que figuras como el brasileño João Santana y asesores especiales de comunicación venidos del
extranjero (en el caso dominicano, especialmente de España, por razones lingüísticas asociadas a la
colonialidad del poder) formen parte clave del gobierno. Explica también la importancia que hoy tienen
oficinas especializadas, dedicadas al manejo estratégico de la información pública.
Un número del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia resume en pocas palabras todo el desafío
que entraña el uso democrático de los medios de comunicación convencionales en sociedades
desiguales. Los medios de comunicación convencionales (prensa escrita, radio y televisión) siguen
teniendo un valor decisivo en el ejercicio del poder, pues cuentan aún con más credibilidad que las
redes virtuales. Así dice el texto:
A la luz del evangelio y del magisterio eclesial, queda claro que la comunicación social tiene que ver
también con la opción preferencial por los pobres. La ideología de la llamada «sociedad de la
información» queda desmentida. El acceso a la información y los medios de difusión de ideas nunca es
simétrico. Los medios de comunicación no cumplirán su función de manera democrática si al mismo
tiempo no se trabaja por la inclusión social, militando contra las diversas formas de exclusión que, en el
caso dominicano, provienen de las estructuras coloniales.
La República Dominicana comparte muchos desafíos con el resto de América Latina en el tema que nos
ocupa. Existen además algunos desafíos específicos.
El primer desafío que sobre libertad de opinión y prensa enfrenta República Dominicana en estos
momentos es la actualización de la ley 61-32 de «expresión y difusión del pensamiento». Este es un
desafío específico. La nueva ley deberá tomar en cuenta dos aspectos cruciales: primero, regular, sin
sofocar, los nuevos medios de comunicación digital, especialmente las redes virtuales; segundo, integrar
de manera transversal la concepción del Estado que se encuentra en el nuevo texto constitucional de
2010, el cual define a la República Dominicana como un Estado social y democrático de derecho (art. 7).
Esta definición pone como tarea principal de la asociación política la protección del derecho de las
personas y, por este medio, el ayudarlas a realizar plenamente sus vidas (art. 8). Consonante con estos
principios, el artículo 49 establece que toda persona tiene derecho a expresar su pensamiento sin
censura previa (naturalmente, otra cosa es la censura posterior) y a acceder a la información que tiene
carácter público. Este artículo establece además que los medios de comunicación tienen derecho a la
información de las fuentes oficiales. Todo lo anterior se debe hacer en el marco que establecerá la ley.
Desgraciadamente, existe una generalizada sensación de que las oficinas de información gubernamental
funcionan más como departamentos de relaciones públicas que como verdaderas fuentes de
información y de construcción del poder ciudadano. El affaire conocido como «los papeles de Faride» en
torno al caso Odebrecht y la central eléctrica de Punta Catalina lo puso de manifiesto.
El otro desafío que se debe enfrentar tiene que ver con la concentración de la propiedad de los medios
de comunicación. Según la comunicadora e investigadora Riamny Méndez, los estudios sobre el tema no
llegan a conclusiones unilaterales. No siempre el oligopolio de los medios de comunicación se traduce
en censura de la información pública. Sin embargo, como parte de una estrategia económica
corporativa, la acumulación de medios de comunicación por grandes grupos empresariales está
orientada a cubrir las propias artimañas en los negocios y a garantizar poder de negociación ante el
gobierno, sobre todo en temas impositivos, aduanales y, cuando sea necesario, en temas electorales.
Estas investigaciones nos llevan además a desmentir el mito de que las redes virtuales constituyen el
poder de los sectores ciudadanos. Los grupos de poder usan de manera mucho más sofisticada estos
medios virtuales gracias al estudio sopesado de tendencias en las preferencias de las personas a través
de algoritmos. La llamada web 4.0 está siendo utilizada incluso para condicionar nuestras elecciones,
dándonos la impresión de que estamos actuando en libertad. En el mundo virtual de la comunicación no
solo queda intacta la desigualdad de acceso a los medios de comunicación, sino que se ve refinada y
astutamente reforzada.
Estas reflexiones nos muestran que hay mucho trabajo por hacer para que el mundo contemporáneo de
la comunicación social esté realmente al servicio de una vida democrática de calidad. Esto implicará,
independientemente de lo que se haga en términos técnicos, que la misma ciudadanía se empodere y
ejerza responsablemente sus derechos.
Otro número del Compendio de la Doctrina social resume el trabajo que tenemos entre manos con estas
palabras:
Los medios de comunicación social se deben utilizar para edificar y sostener la comunidad humana, en
los diversos sectores, económico, político, cultural, educativo, religioso: « La información de estos
medios es un servicio del bien común. La sociedad tiene derecho a una información fundada en la
verdad, la libertad, la justicia y la solidaridad».
La cuestión esencial en este ámbito es si el actual sistema informativo contribuye a hacer a la persona
humana realmente mejor, es decir, más madura espiritualmente, más consciente de su dignidad
humana, más responsable, más abierta a los demás, en particular a los más necesitados y a los más
débiles. Otro aspecto de gran importancia es la necesidad de que las nuevas tecnologías respeten las
legítimas diferencias culturales». Compendio de la Doctrina social de la Iglesia, núm. 415.
Podemos resumir esta bella e ingente tarea en un lema: «Trabajemos y exijamos una comunicación
social que nos enseñe y ayude a ejercer razonablemente nuestros derechos constitucionalmente
consagrados con un espíritu intercultural».