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* “Del invento de «América Latina» en París por latinoamericanos (1856-1889)”, artículo
originalmente publicado en Actas del XXVIII Congreso de la Sociedad de Hispanistas
Franceses (S.H.F.) (París, 21, 22 y 23 de marzo de 1997). Centre de Recherches Ibériques et
Ibéro–Américaines, Université París X–Nanterre, pp. .
1 — Judde, Gabriel. Napoleón III, J. B. Boussaingault, Michel Chevalier et le
en la revista Latinoamérica (Anuarios de Estudios Latinoamericanos), México, UNAM, nº 2,
1969, pp. 119–141. Es esta la versión citada a continuación.
3 «Antes de 1860, la palabra L’Amérique Latine, hasta donde llegan mis conocimientos, no
5 Ardao. España y la latinidad, p. 212. De ese poema, vale la pena reproducir por lo menos
esta media estrofa:
«La raza de la América latina
Al frente tiene la sajona raza
Enemiga mortal que ya amenaza
Su libertad destruir y su pendón».
6 Rojas–Mix. «Bilbao…», p. 36. Allí puede leerse que la conferencia tuvo lugar el 24 de junio
de 1856. En realidad, fue el 22 de junio. El «Post–Dictum», redactado a los dos días con
vista a la publicación del texto, es el que lleva la fecha del 24 de junio. Salió así titulada:
Francisco Bilbao. Iniciativa de la América. Idea de un Congreso Federal de las Repúblicas.
París, Impr. De D’Aubusson y Kugelmann, 1856, 32 p.
7 Rojas–Mix. «Bilbao…», p. 38.
8 Sobre los congresos de 1856, véanse:
9 Este pudiera ser el caso del ministro guatemalteco de Asuntos Exteriores, Irisarri. En
carta al Secretario de Estado norteamericano Marcy —con fecha del 19 de mayo de 1856—
habría evocado «las quince repúblicas latinoamericanas», según Phillip S. Foner, Historia
de Cuba y sus relaciones con Estados Unidos. La Habana, Pueblo y Educación, 1988. T. II,
p. 121.
10 Véanse los capítulos 4 y 5 del libro de Ardao: España en el origen…
11 Por ejemplo el anónimo «Un homme de la race latine», detrás de quien se esconde
presumiblemente el cubano Francisco Frías y Jacott, autor en 1858 de una carta abierta al
Emperador francés para que se oponga a los designios norteamericanos y en donde se
refiere —en francés— a la América Latina (p. 23).
12 Entre las memorias de DEA que dirigimos, queremos subrayar el interés de los siguientes
hoy por hoy sigue siendo una fábula el invento de «América Latina», como nombre,
por políticos o publicistas cercanos al gobierno bonapartista.
Esta realidad no impide otra: París y por ende Francia desempeñaron un
papel esencial y decisivo en el arraigo del nombre hasta que éste prevaleciere
progresivamente durante la Tercera República. Este papel singular se desprende
en primer lugar de la fuerza adquirida en el país por el concepto de «latinidad», del
cual Napoleón III se valía para contrarrestar las ambiciones rivales de Austria,
Alemania, Rusia, Inglaterra y Estados Unidos, en los años precisamente en que
nace Italia como Estado y se desarrolla la Unión Latina en la esfera financiera. Se
relaciona en segundo lugar con el puesto dominante que Francia ocupa, a mediados
del siglo XIX, como centro cultural irradiante en la América antes española. En
tercer lugar, es fruto del tesón y constancia de muchos latinoamericanos de París
quienes, después del bautismo de la América Latina, obraron para que el nombre
se difundiera y fuera adoptado por nuevos y amplios círculos, como lo era en 1889.
La guerra de México (1862–65), al desenmascarar la verdadera naturaleza
del destino «latino» de la Francia imperial en América y al abrir los ojos de los
latinoamericanos demasiado cándidos, ¿no debería lógicamente haber acarreado en
boca de éstos el rechazo del vocablo engañador ahora ensuciado? Consta que los
exiliados latinoamericanos en París, que habían fraguado la expresión «América
Latina», se desolidarizaron sin ambigüedad de la intervención francesa en México:
prueba tajante de su independencia de juicio respecto al poder bonapartista y al
medio circundante. Consta también que si uno de ellos —Francisco Bilbao—
renunció en adelante a hablar de América «latina» para patentizar su reprobación,
los demás continuaron a designarla así como si nada. Vengan unos ejemplos:
ya, desde el congreso de Santiago de Chile de 1856 empieza a incluir a Brasil), las
expresiones rivales se van desbaratando a partir de 1861. Los que, como Samper o
Arosemena, se inclinaban a favor de «Colombia», ven que este nombre que creían
disponible viene a ser de repente el de la ex–república de Nueva Granada. Los que
preferían hablar de «América del Sur» ven el vocablo usurpado y afeado por los
campeones de la esclavitud, los Estados Confederados del Sur. A los que seguían
hablando de «América española» o de «Hispanoamérica» les perturba y perjudica el
resurgimiento de una España conquistadora en América que pisotea la soberanía
de la República Dominicana, México, Chile y el Perú, y que se niega a concederles
la independencia a Cuba y Puerto Rico.
«Colombia», «América del Sur», «Hispanoamérica», en lo sucesivo no
tuvieron poderosas razones que favoreciesen su triunfo sobre «América Latina»,
mientras esta expresión iba a beneficiar de tres circunstancias. A saber: el alud
migratorio «latino» (proveniente de Italia, España, Portugal y Francia) que se
derramó por Argentina, Chile, Uruguay y Brasil; el desenlace de Querétaro y la
derrota de Sedán que alzaron la hipoteca que el Imperio francés mantenía sobre el
concepto y el nombre de América Latina13; la instauración de la Tercera República
que propició a los latinoamericanos de París un espacio de comunicación, simpatía
y comunión, siendo en su mayoría los hombres que militaban por la llamada
América Latina republicanos convencidos, liberales laicos y masones, y algunos de
ellos, revolucionarios radicales desterrados por sus ideas (como lo fue Bilbao en los
50 y lo sería Betances en los 70–80).
Afirmar, como se ha escrito en 1992, que «el país europeo que más
rápidamente, desde los últimos años de la misma década (del 50, P.E.), con mayor
entusiasmo y por intermedio de los más representativos de su inteligencia, asumió,
auspició e impulsó el nombre América Latina, fue España» 14, y no Francia, es justo
en cuanto señala el año 1858, a Manuel Ortiz de Pinedo y a la redacción española
de La América como pruebas de su planteamiento; es inexacto en cuanto da a
entender que esa corriente latinoamericanista se prolongó e impuso en España la
pronta y deliberada adopción de la expresión; será una amistosa profesión de fe en
el año ecuménico del Quinto Centenario, pero desgraciadamente contradicha por el
hecho de que el único país europeo donde una institución prestigiosa haya pedido a
las autoridades del Estado que dejen de usar oficialmente el nombre de «América
Latina» para volver a «Hispanoamérica» o a «Iberoamérica», ese país fue España y
esa institución, la Real Academia Española.15 En realidad, el primer Estado que, al
parecer, incorporó el término América Latina en su léxico oficial, no fue España ni
Francia, sino en 1866 la recién constituida República de Colombia, presidida por un
veterano del ejército bolivariano, Tomás C. Mosquera.16 En realidad los que en
1858 en las columnas de La América hablaban de «América Latina» se llamaban
Torres Caicedo y Samper, eran colombianos y escribían sus correspondencias desde
París. En realidad el proyecto que en 1855 el futuro fundador–director de La
América, Eduardo Asquerino, había redactado desde Santiago de Chile donde era
13 Dicen con toda razón Chonchol y Martinière —Op. cit., p. 71—: «La chance culturelle des
Latino–Americains fut le désastre militaire du Second Empire à Sedan. Le succès definitif
du concept d’Amérique latine trouva dès lors ses racines dans l’oeuvre idéologique et
économique du Second Empire».
14 Ardao. América Latina y la latinidad, p. 176.
15 Me permito remitir al artículo polémico que escribí al respecto en 1993 y que, publicado
en varios lugares, salió en España en la revista Rábida, Huelva, nº13, 1994, así titulado:
«Observaciones a Don Manuel Alvar y demás académicos sobre el uso legítimo del concepto
de «América Latina» ».
16 Ardao. América Latina y la latinidad, p. 70.
El difícil nombre de América Latina — Estrade, Del invento de América Latina 91
«No obstante los esfuerzos hechos por Samper, por algunos otros escritores
latinoamericanos, y por el autor de este artículo […], no prevalece todavía el
nombre colectivo de Colombia con que han querido distinguir de los
anglosajones de América a los latinos del Nuevo Continente. En tanto que se
logra establecer definitivamente la diferencia, es bueno adoptar para el
Continente del Sur y América Central, México y Antillas, el nombre
colectivo que aquí le damos».18
17 Pese a lo que sugieren Leoncio López–Ocón (Biografía de «la América». Madrid, CSIC,
1987, p. 83) y A. Ardao (Op. cit., p. 202), en la carta de Asquerino no viene en ningún lugar
el nombre de «Liga latinoamericana» ni por consiguiente «América Latina», sino «Liga del
Sur», «la América un día española» (3 veces) y «las repúblicas hispano–americanas» (3
veces). Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores, Madrid. Correspondencia, Chile.
Legajo 1437. Despacho reservado nº 56, del 7 de julio de 1855.
18 Hostos. Obras completas. La Habana, 1939. T. VII, p. 7.
19 Seamos prudente. Rafael Mª. Merchán escribía desde París en septiembre de 1872 que en
esta ciudad había dejado de publicarse desde cierto tiempo… La América Latina. [Carta
consultada en el Archivo Nacional de Cuba].
20 Seamos prudentes. Mark J. Van Aken, en la bibliografía española de su trabajo Pan–
Hispanism. Its Origin and Development to 1866 (University of California Press, 1959),
menciona La Academia, revista de la cultura hispano–portuguesa, latino–americana (1877–
79).
21 Chonchol et Martinière. Op. cit., p. 67.
El difícil nombre de América Latina — Estrade, Del invento de América Latina 92