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PAUL ESTRADE

DEL IN VEN TO DE «AM ÉRICA LATIN A»


EN PARÍS POR LATIN OAM ERICAN OS (1856–1889) *

Motiva esta ponencia, que poca novedad traerá, la necesidad de volver a


aclarar y fundamentar tres ideas esenciales en torno al tema, a saber:

1º Que ya no se puede seguir suscribiendo más la trillada tesis según la cual


el nombre de América Latina surgió entre los familiares del emperador francés
Napoleón III, con motivo y al inicio de la Guerra de México;
2º Que son unos latinoamericanos, exiliados en París, quienes en 1856, 5 ó 6
años antes de ese supuesto bautismo, promovieron esa designación inusitada hasta
la fecha;
3º Que hecha la propuesta, que bien pudiera abortar al nacer como otras
tantas, fueron otra vez unos latinoamericanos los que contribuyeron al arraigo del
concepto y del nombre, desde el centro europeo entonces más propicio a su
extensión allende el Atlántico: París (y no Madrid).

Que estos puntos, ya establecidos por investigadores, requieran sin embargo


una nueva aclaración, bastará hojear los estudios y libros de Historia de América
Latina de que disponemos en Francia para la docencia, para comprobarlo en
seguida. Los más serios, difundidos, y recientes, aseveran lo mismo, planteando a
una la tesis refutada. Léanse a Judde, Chonchol, Martinière, Rouquié, Covo,
Vayssière o Calvo.1 Este último, por ejemplo, escribe en L’Amérique ibérique de
1570 à 1910 (Paris, Nathan, 1994, p. 3) —y valga la citación para todos los
aludidos, porque resume la opinión común— que «le concept d’Amérique latine ne
será forgé qu’au milieu du XIX siècle (dans l’entourage de Napoléon III)».
Dicha opinión viene tan repetida que parece cierta. Obviamente, se han
tomado por verdades definitivas los asertos y los datos que el historiador
norteamericano John L. Phelan dio a conocer en un estudio de 1968 traducido al
español al año siguiente en México.2 Phelan vincula la guerra franco–mexicana con

                                                                                                                       
* “Del invento de «América Latina» en París por latinoamericanos (1856-1889)”, artículo
originalmente publicado en Actas del XXVIII Congreso de la Sociedad de Hispanistas
Franceses (S.H.F.) (París, 21, 22 y 23 de marzo de 1997). Centre de Recherches Ibériques et
Ibéro–Américaines, Université París X–Nanterre, pp. .
1 — Judde, Gabriel. Napoleón III, J. B. Boussaingault, Michel Chevalier et le

«Panlatinisme». Nanterre, Université de Paris X, Centre de Recherches Latino–


Américaines, nº XIV, juin 1979. Cf. Introducción.
— Martinière, Guy. «L’invention de la latinité», en Unité et diversité de l’Amérique latine.
Bordeaux, Université de Bordeaux III, 1992. T. II, pp. 21–27.
— Chonchol, Jacques; y Martinière, Guy. L’Amérique latine et le latino–américanisme en
France. Paris, L’Harmattan, 1985. p. 71.
— Rouquié, Alain. Amérique latine. Introduction à l’Extrême–Occident. Paris, Seuil, 1987,
p. 17.
— Covo, Jacqueline. Introduction aux civilisations latino–américaines. Paris, Nathan, 1993,
p. 14. Opinión revisada por la autora en la reedición del libro, por salir.
— Vayssière, Pierre. «Les trois modèles historiques de l’Amérique «latine» », en Caravelle,
Toulouse, nº 62, 1994. p. 195.
2 Phelan, John Leddy. «Pan–latinism, french intervention in México (1861–67) and the

génesis of the ideas of Latin América», en Conciencia y autenticidad históricas (Escritos en


homenaje a Edmundo O’Gorman). México, UNAM, 1968. pp. 279–298. Traducido al español
El difícil nombre de América Latina — Estrade, Del invento de América Latina 86

la corriente panlatina en Francia y con la expresión francesa «Amérique latine». Y


apunta que esta nace en 1861 en ese contexto imperialista y en esa órbita
ideológica: para mayor precisión, en vísperas de la expedición a México, en la muy
significativa Revue des Races Latines (París) bajo la pluma de L. M. Tisserand.3
Semejantes señalamientos y acercamientos ofrecen por cierto para el
análisis histórico elementos y perspectivas de indiscutible valor. Ocurre lo mismo
con la puesta en evidencia del papel de las teorías «panlatinistas» del consejero de
Napoleón III, Michel Chevalier, en la génesis del concepto de América «latina» en
Francia durante el Segundo Imperio. Pero esta orientación, que se explicará tal vez
por la coyuntura de los años 1960 (reexamen de las causas de la guerra de México
con motivo del centenario; veleidades «neolatinas» del gobierno de De Gaulle en
América: México, Québec), condujo a su autor, y a quienes después le siguieron la
pista al obedecer al mismo impulso preconcebido, a no investigar hacia otras
direcciones.
Hoy día es sabido, desde los trabajos pioneros del filósofo uruguayo Arturo
Ardao —de 1973, 1980 y 1992— y los del profesor chileno Miguel Rojas Mix —de
1986 y 1991—4, que son unos latinoamericanos los que inventaron el nombre de
América Latina en 1856.
La América Latina ha sido bautizada así, primero en idioma español, por
padrinos latinoamericanos en la época de la invasión de Nicaragua por el
aventurero norteamericano William Walker. Menos de un año después del
desembarque de sus mercenarios, Walker se había adueñado del país y hostigaba a
los vecinos. Numerosas eran las cancillerías que veían en esa ocupación, a la que
precediera en 1848 la anexión de gran parte del territorio mexicano, un paso más
en la expansión de los Estados Unidos hacia el sur. La diplomacia francesa,
preocupada entonces por la guerra de Crimea, no contribuyó especialmente al
surgimiento del concepto defensivo de América «latina» frente a la amenaza de
conquista representada por la América «anglosajona». Son latinoamericanos
(intelectuales, publicistas, ministros) los que se esforzaron por organizar una
resistencia unida a los proyectos expansionistas, en los planos militar (creación de
una alianza centroamericana), diplomático (reunión de congresos
hispanoamericanos) e ideológico.
Los exiliados latinoamericanos radicados en París no fueron ajenos a ese
movimiento de resistencia, de unión continental y de afirmación de identidad.
Arturo Ardao insiste en todos sus escritos sobre el lugar preeminente que ocupa en

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                           
en la revista Latinoamérica (Anuarios de Estudios Latinoamericanos), México, UNAM, nº 2,
1969, pp. 119–141. Es esta la versión citada a continuación.
3 «Antes de 1860, la palabra L’Amérique Latine, hasta donde llegan mis conocimientos, no

se había usado nunca en la prensa francesa, ni en la literatura de folletín. La primera


aparición del término ocurrió en 1861 […]. L. M. Tisserand, que escribía una columna sobre
los acontecimientos recientes en el mundo latino, realizó la ceremonia de cristianización».
John L. Phelan. Op. cit., p. 138.
4 Ardao, Arturo. La idea de la magna Colombia de Miranda a Hostos. México, UNAM, 1973.

— Génesis de la idea y el nombre de América Latina. Caracas, Centro Rómulo Gallegos,


1980.
— España en el origen del nombre América Latina. Montevideo, Biblioteca de Marcha,
Fundación de Cultura Universitaria, 1992.
— Los dos últimos y Romania y América Latina que les fue añadido, constituyen América y
la latinidad. México, UNAM, 1993, 395 p.
Rojas–Mix, Miguel. «Bilbao y el hallazgo de América latina: unión continental, socialista y
libertaria», en Caravelle, Toulouse, nº 46, 1986.
— Los cien nombres de América. Barcelona, Lumen, 1991.
El difícil nombre de América Latina — Estrade, Del invento de América Latina 87

esa toma de conciencia el colombiano (entonces neogranadino) José María Torres


Caicedo. En su último libro, vuelve a escribir:

«Singular es el caso de Torres Caicedo, adelantado no sólo en su uso [de la


expresión «América latina», P.E.], sino también en la propagación cada vez
más sistemática del mismo […]. La verdad es que fue a él —mientras otra
cosa no se establezca, posibilidad siempre abierta— a quien le correspondió
la ceremonia de «cristianización», al oponer literalmente la América Latina
a la América Sajona, por lo menos desde 1856, en su extenso poema Las Dos
Américas».5

Este poema, publicado en París en el número del 17 de febrero de 1857 de El


Correo de Ultramar, lleva en efecto la fecha del 26 de septiembre de 1856.
Resultó oportuna la prudencia de Ardao. La que, dicho sea de paso,
caracterizara también a Phelan. Rojas–Mix mostró ulteriormente que unos meses
antes que Torres Caicedo, el proscrito chileno Francisco Bilbao había asociado ya
«América» y «latina» en el discurso pronunciado en París el 22 de junio de 1856
ante un público de latinoamericanos reunidos para protestar contra la agresión de
Walker y el peligro norteamericano.6
Pero, con esa razón, Rojas–Mix añadía en seguida: «¿Quién fue el primero en
hablar de América latina? ¿Bilbao o Torres Caicedo? ¿Quién lo escuchó de quién? O
¿A quién se lo escucharon ambos?».7
Conviene recordar al respecto que, por un lado, la asamblea parisina que oyó
a Bilbao se componía —según lo apuntado por él— «de treinta y tantos ciudadanos
pertenecientes a casi todas las repúblicas del Sur»; y por otro lado, al unísono con el
movimiento incipiente de solidaridad y unión latinoamericana que se expresaba en
París, se alzaron voces convergentes en la propia América Latina. Los resultados
inmediatos de esa reacción fueron allá la alianza político–militar de las repúblicas
centroamericanas que logró rechazar a Walker y a su ejército del suelo
nicaragüense en mayo de 1857, y el congreso hispanoamericano de Santiago de
Chile (septiembre de 1856) completado en noviembre por el de Washington.8
Por lo tanto no sería del todo extraño que en las notas cursadas en la fase
preparatoria de aquellos encuentros diplomáticos o en la prensa de aquellos países
más convencidos de la urgencia de una reacción unitaria de la América agredida,

                                                                                                                       
5 Ardao. España y la latinidad, p. 212. De ese poema, vale la pena reproducir por lo menos
esta media estrofa:
«La raza de la América latina
Al frente tiene la sajona raza
Enemiga mortal que ya amenaza
Su libertad destruir y su pendón».
6 Rojas–Mix. «Bilbao…», p. 36. Allí puede leerse que la conferencia tuvo lugar el 24 de junio

de 1856. En realidad, fue el 22 de junio. El «Post–Dictum», redactado a los dos días con
vista a la publicación del texto, es el que lleva la fecha del 24 de junio. Salió así titulada:
Francisco Bilbao. Iniciativa de la América. Idea de un Congreso Federal de las Repúblicas.
París, Impr. De D’Aubusson y Kugelmann, 1856, 32 p.
7 Rojas–Mix. «Bilbao…», p. 38.
8 Sobre los congresos de 1856, véanse:

— Yepes, José María. Del Congreso de Panamá a la Conferencia de Caracas (1826–1954).


Caracas, 2 vols., 1955.
y también: Torres Caicedo, José María.
— Unión Latino–Americana. París, Rosa y Bouret, 1865.
— Mis ideas y mis principios. París, Imprenta Nueva, Asociación Obrera, 1875.
El difícil nombre de América Latina — Estrade, Del invento de América Latina 88

otros latinoamericanos hayan precedido a Bilbao y Torres Caicedo en el empleo de


la expresión «América latina».9
Esta tardó en generalizarse, usada simultáneamente con otras que eran de
mayor circulación (América del Sur, América española, etc.), pero no iba a
desaparecer ya nunca. Entre 1856 y 1861, sin embargo, la usaron sólo algunos
latinoamericanos y, a partir de 1858, unos cuantos españoles identificados con la
revista madrileña La América.10 Pero en francés y en la prensa parisina, nadie la
usaba, salvo los exiliados latinoamericanos antes mencionados y alguno que otro
correligionario de ellos radicado en la ciudad de Francia.11 El examen detallado,
aunque no exhaustivo por cierto, de los periódicos de París, llevado a cabo por
estudiantes nuestros de doctorado, conduce a la misma y negativa conclusión,
incluidas las revistas más o menos oficiales o influidas por las ideas panlatinistas.
No fue sino en 1861, como lo señalara Phelan, cuando un redactor de La Revue des
Races Latines habló de «Amérique latine». No fue sino en 1862 cuando La Revue du
Monde Colonial adoptó episódicamente la expresión, en las crónicas de Clavairoz.
No fue sino en 1865 cuando la recogió la afamada Revue des Deux Mondes, no
obstante haber albergado antes la prosa de Michel Chevalier durante la guerra de
México.12 De toda forma, de no haberse esgrimido aún el documento firmado por el
Emperador, por el conde Walewski o por otro ministro suyo, por Michel Chevalier o
por quien sea de sus familiares, que confiriese a la expresión un estatuto oficial,

                                                                                                                       
9 Este pudiera ser el caso del ministro guatemalteco de Asuntos Exteriores, Irisarri. En
carta al Secretario de Estado norteamericano Marcy —con fecha del 19 de mayo de 1856—
habría evocado «las quince repúblicas latinoamericanas», según Phillip S. Foner, Historia
de Cuba y sus relaciones con Estados Unidos. La Habana, Pueblo y Educación, 1988. T. II,
p. 121.
10 Véanse los capítulos 4 y 5 del libro de Ardao: España en el origen…
11 Por ejemplo el anónimo «Un homme de la race latine», detrás de quien se esconde

presumiblemente el cubano Francisco Frías y Jacott, autor en 1858 de una carta abierta al
Emperador francés para que se oponga a los designios norteamericanos y en donde se
refiere —en francés— a la América Latina (p. 23).
12 Entre las memorias de DEA que dirigimos, queremos subrayar el interés de los siguientes

trabajos y agradecer a sus autores:


— Caroline Jaffrenou. La présence du concept de «latinité» dans La Revue des Races
Latines, Paris, entre mai 1858 et août 1862. 1995. Cita las dos crónicas de Tisserand, de
1860 y 61, pero declara, contra la afirmación de Phelan, que en ellas aquél no usa el vocablo
de «Amérique latine». Queda pendiente la obligada averiguación.
— Claudie Dubois. Etude de la présence de l’idée et du nom d’Amérique Latine (ou
expressions voisines et concurrentes) dans La Revue du Monde Colonial, Paris, de 1863 à
1865. 1994. Concluye diciendo que, mientras «Amérique du Sud» aparece 57 veces,
«Amérique Latine» asoma 45 veces, de las cuales 22 corresponden al título de la crónica
habitual de Clavairoz, y 14 salen de la pluma de… José María Torres Caicedo.
— Marie Alice Ruscade. Etude de la présence de l’idée et du nom d’Amérique Latine (ou
expressions voisines et concurrentes) dans La Revue des Deux Mondes, Paris, entre 1852 et
1865. 1993. Sólo encontró tres empleos del nombre buscado, todos en 1865.
— Pierre Basterra. Etude de la présence de l’idée et du nom d’Amérique Latine (ou
expressions voisines et concurrentes) dans La Revue des Deux Mondes, Paris, de janvier
1848 à avril 1862. 1993. Demuestra que nunca irrumpió el nombre a pesar de que se hacía
hincapié en el carácter «latino» de la América antes española y de que Charles de Mazade
glosaba a Carlos Calvo.
— Elsa Capron. Recherche autour de la présense du concept et du nom «Amérique Latine»
dans La Revue du Monde Colonial de 1861 à 1862. 1995. Establece que sólo en 1862 dos
autores —Jules de Lamarque y L. F. Clavairoz— empiezan a usar el referido nombre, uno
de ellos al comentar un libro de Carlos Calvo.
El difícil nombre de América Latina — Estrade, Del invento de América Latina 89

hoy por hoy sigue siendo una fábula el invento de «América Latina», como nombre,
por políticos o publicistas cercanos al gobierno bonapartista.
Esta realidad no impide otra: París y por ende Francia desempeñaron un
papel esencial y decisivo en el arraigo del nombre hasta que éste prevaleciere
progresivamente durante la Tercera República. Este papel singular se desprende
en primer lugar de la fuerza adquirida en el país por el concepto de «latinidad», del
cual Napoleón III se valía para contrarrestar las ambiciones rivales de Austria,
Alemania, Rusia, Inglaterra y Estados Unidos, en los años precisamente en que
nace Italia como Estado y se desarrolla la Unión Latina en la esfera financiera. Se
relaciona en segundo lugar con el puesto dominante que Francia ocupa, a mediados
del siglo XIX, como centro cultural irradiante en la América antes española. En
tercer lugar, es fruto del tesón y constancia de muchos latinoamericanos de París
quienes, después del bautismo de la América Latina, obraron para que el nombre
se difundiera y fuera adoptado por nuevos y amplios círculos, como lo era en 1889.
La guerra de México (1862–65), al desenmascarar la verdadera naturaleza
del destino «latino» de la Francia imperial en América y al abrir los ojos de los
latinoamericanos demasiado cándidos, ¿no debería lógicamente haber acarreado en
boca de éstos el rechazo del vocablo engañador ahora ensuciado? Consta que los
exiliados latinoamericanos en París, que habían fraguado la expresión «América
Latina», se desolidarizaron sin ambigüedad de la intervención francesa en México:
prueba tajante de su independencia de juicio respecto al poder bonapartista y al
medio circundante. Consta también que si uno de ellos —Francisco Bilbao—
renunció en adelante a hablar de América «latina» para patentizar su reprobación,
los demás continuaron a designarla así como si nada. Vengan unos ejemplos:

— En 1861, Torres Caicedo da a conocer en París las Bases para la


formación de una Liga Latino–Americana, redactadas en rigor en febrero de 1861,
antes del inicio de la guerra por consiguiente.
— En 1862, sale en París, en versión francesa y en versión española, el
Traité diplomatique sur l’Amérique latine del jurista argentino Charles (Carlos)
Calvo, encargado de negocios del Paraguay.
— En 1862, del mismo autor, salen los tres primeros volúmenes, en francés
y en español, de la Colección completa de los tratados, convenciones, […] de todos
los estados de la América latina (París).
— De 1864 a 1867, siempre del mismo Calvo, y siempre en París, vienen
editándose los Anales históricos de la revolución de América latina.
— En 1865, Torres Caicedo publica en París su obra principal titulada
Unión Latino–Americana.
— En 1869, el ingeniero mexicano Luis Robles Pezuela da a imprimir en
París sus Apuntes sobre las mejoras materiales aplicables a la América – latina.

No habrá necesidad de demostrar cómo, por la posición privilegiada de que


goza París en la difusión internacional de los libros, la temática y la perspectiva
obviamente unionistas e identitarias de aquellos impresos penetran en España y en
la América Latina donde encuentran cierto eco.
Un eco más que una acogida en los años 60. La idea de América Latina, a
raíz de la expedición militar francesa a México, se hace dudosa para algunos
latinoamericanos. Para otros, el distanciamiento que adopta finalmente el gobierno
estadounidense respecto a la empresa de Walker y luego, el triunfo militar del
partido abolicionista en la guerra de Secesión y el apoyo verbal a la causa de
Juárez en México, mejoran la imagen que tenían de los EE.UU. Pero, mientras
tanto, en esa fase balbuceante de autodefinición del conjunto latinoamericano (que
El difícil nombre de América Latina — Estrade, Del invento de América Latina 90

ya, desde el congreso de Santiago de Chile de 1856 empieza a incluir a Brasil), las
expresiones rivales se van desbaratando a partir de 1861. Los que, como Samper o
Arosemena, se inclinaban a favor de «Colombia», ven que este nombre que creían
disponible viene a ser de repente el de la ex–república de Nueva Granada. Los que
preferían hablar de «América del Sur» ven el vocablo usurpado y afeado por los
campeones de la esclavitud, los Estados Confederados del Sur. A los que seguían
hablando de «América española» o de «Hispanoamérica» les perturba y perjudica el
resurgimiento de una España conquistadora en América que pisotea la soberanía
de la República Dominicana, México, Chile y el Perú, y que se niega a concederles
la independencia a Cuba y Puerto Rico.
«Colombia», «América del Sur», «Hispanoamérica», en lo sucesivo no
tuvieron poderosas razones que favoreciesen su triunfo sobre «América Latina»,
mientras esta expresión iba a beneficiar de tres circunstancias. A saber: el alud
migratorio «latino» (proveniente de Italia, España, Portugal y Francia) que se
derramó por Argentina, Chile, Uruguay y Brasil; el desenlace de Querétaro y la
derrota de Sedán que alzaron la hipoteca que el Imperio francés mantenía sobre el
concepto y el nombre de América Latina13; la instauración de la Tercera República
que propició a los latinoamericanos de París un espacio de comunicación, simpatía
y comunión, siendo en su mayoría los hombres que militaban por la llamada
América Latina republicanos convencidos, liberales laicos y masones, y algunos de
ellos, revolucionarios radicales desterrados por sus ideas (como lo fue Bilbao en los
50 y lo sería Betances en los 70–80).
Afirmar, como se ha escrito en 1992, que «el país europeo que más
rápidamente, desde los últimos años de la misma década (del 50, P.E.), con mayor
entusiasmo y por intermedio de los más representativos de su inteligencia, asumió,
auspició e impulsó el nombre América Latina, fue España» 14, y no Francia, es justo
en cuanto señala el año 1858, a Manuel Ortiz de Pinedo y a la redacción española
de La América como pruebas de su planteamiento; es inexacto en cuanto da a
entender que esa corriente latinoamericanista se prolongó e impuso en España la
pronta y deliberada adopción de la expresión; será una amistosa profesión de fe en
el año ecuménico del Quinto Centenario, pero desgraciadamente contradicha por el
hecho de que el único país europeo donde una institución prestigiosa haya pedido a
las autoridades del Estado que dejen de usar oficialmente el nombre de «América
Latina» para volver a «Hispanoamérica» o a «Iberoamérica», ese país fue España y
esa institución, la Real Academia Española.15 En realidad, el primer Estado que, al
parecer, incorporó el término América Latina en su léxico oficial, no fue España ni
Francia, sino en 1866 la recién constituida República de Colombia, presidida por un
veterano del ejército bolivariano, Tomás C. Mosquera.16 En realidad los que en
1858 en las columnas de La América hablaban de «América Latina» se llamaban
Torres Caicedo y Samper, eran colombianos y escribían sus correspondencias desde
París. En realidad el proyecto que en 1855 el futuro fundador–director de La
América, Eduardo Asquerino, había redactado desde Santiago de Chile donde era

                                                                                                                       
13 Dicen con toda razón Chonchol y Martinière —Op. cit., p. 71—: «La chance culturelle des
Latino–Americains fut le désastre militaire du Second Empire à Sedan. Le succès definitif
du concept d’Amérique latine trouva dès lors ses racines dans l’oeuvre idéologique et
économique du Second Empire».
14 Ardao. América Latina y la latinidad, p. 176.
15 Me permito remitir al artículo polémico que escribí al respecto en 1993 y que, publicado

en varios lugares, salió en España en la revista Rábida, Huelva, nº13, 1994, así titulado:
«Observaciones a Don Manuel Alvar y demás académicos sobre el uso legítimo del concepto
de «América Latina» ».
16 Ardao. América Latina y la latinidad, p. 70.
El difícil nombre de América Latina — Estrade, Del invento de América Latina 91

Encargado de Negocios de España, tendiente a la creación de una Liga entre


Hispanoamérica, Brasil y España, nunca califica tal liga de «latinoamericana».17 En
realidad no fue en la década del 50 sino en la del 70 cuando Castelar usó de vez en
cuando la expresión.
A principios de los 70, pocos eran todavía los intelectuales y políticos
latinoamericanos que usaban la denominación «América Latina». Señalemos entre
ellos al escritor ecuatoriano Juan Montalvo (1866), a los puertorriqueños Eugenio
María de Hostos (1868) y Ramón E. Betances (1869), al venezolano Cecilio Acosta,
etc.. Sin embargo habían llegado a conformar un conjunto bastante amplio y
resuelto para que uno de éstos —Hostos—, que seguía vacilando entre «Colombia» y
«América Latina», decidiera dar el paso. En una nota liminar a su ensayo La
América latina (1874), se justificó así:

«No obstante los esfuerzos hechos por Samper, por algunos otros escritores
latinoamericanos, y por el autor de este artículo […], no prevalece todavía el
nombre colectivo de Colombia con que han querido distinguir de los
anglosajones de América a los latinos del Nuevo Continente. En tanto que se
logra establecer definitivamente la diferencia, es bueno adoptar para el
Continente del Sur y América Central, México y Antillas, el nombre
colectivo que aquí le damos».18

Esta observación anodina de pie de página demuestra que en 1874 el


nombre de América Latina estaba imponiéndose dentro de la intelectualidad
latinoamericana. En París se imponía cada día más. Sucesora de El Americano
(1872–74), al que dirigió el argentino Héctor F. Varela (y de cuya tirada de diez mil
ejemplares, 8.500 iban a América Latina), nace en París en 1874, a iniciativa del
colombiano Adriano Páez, la primera publicación periódica —que sepamos— que se
refiere explícitamente a la América Latina: La Revista Latino–Americana.19 Con
idéntico título nacerá otra en México en 1883 (Francisco de la Fuente Ruiz): tal vez
la primera que brotara en América Latina ostentando a las claras la bandera
latinoamericanista. No conocemos, ni Ardao menciona en pro de su tesis, periódico
alguno que en la España del siglo XIX se refiera a «Latinoamérica» o sus
derivados.20 La primera revista francesa que llevara ese nombre en su título es en
1916 el Bulletin de l’Amérique Latine, convertido en 1933 bajo el impulso del
hispanista Ernest Martinenche en la Revue de L’Amérique Latine.21
Vimos que en 1861 José María Torres Caicedo echó las primeras bases para
la construcción de una organización genuina y expresamente latinoamericana. Este
incansable promotor de la América Latina en París, donde representaba a El

                                                                                                                       
17 Pese a lo que sugieren Leoncio López–Ocón (Biografía de «la América». Madrid, CSIC,
1987, p. 83) y A. Ardao (Op. cit., p. 202), en la carta de Asquerino no viene en ningún lugar
el nombre de «Liga latinoamericana» ni por consiguiente «América Latina», sino «Liga del
Sur», «la América un día española» (3 veces) y «las repúblicas hispano–americanas» (3
veces). Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores, Madrid. Correspondencia, Chile.
Legajo 1437. Despacho reservado nº 56, del 7 de julio de 1855.
18 Hostos. Obras completas. La Habana, 1939. T. VII, p. 7.
19 Seamos prudente. Rafael Mª. Merchán escribía desde París en septiembre de 1872 que en

esta ciudad había dejado de publicarse desde cierto tiempo… La América Latina. [Carta
consultada en el Archivo Nacional de Cuba].
20 Seamos prudentes. Mark J. Van Aken, en la bibliografía española de su trabajo Pan–

Hispanism. Its Origin and Development to 1866 (University of California Press, 1959),
menciona La Academia, revista de la cultura hispano–portuguesa, latino–americana (1877–
79).
21 Chonchol et Martinière. Op. cit., p. 67.
El difícil nombre de América Latina — Estrade, Del invento de América Latina 92

Salvador o a Venezuela, estará de nuevo al origen, en 1879, de la primera


institución latinoamericana creada en el mundo. La «Unión Latino–Americana» —
así se llamó— reagrupó a los latinoamericanos de París más comprometidos en la
búsqueda de la unidad, la solidaridad y la identidad: Torres Caicedo, Juan José
Díaz (uruguayo), Ramón E. Betances (antillano). Dicha «Unión» intervino en 1879
para que cesara la fratricida Guerra del Pacífico, y en 1880, instaló una sucursal en
Roma.
Después surgieron la «Sociedad Latino–Americana / Biblioteca Bolívar», en
1882, con los mismos y con otros (Pedro S. Lamas, uruguayo; J. Antonio Castillo y
Navas, venezolano; Hilario Antich, venezolano), y en 1888 «l’Union latine franco–
américaine» donde unos franceses codean al cubano Heredia (Severiano) y al
puertorriqueño Betances, y una renovada «Union latino–américaine en Paris»
fomentada por el colombiano Carlos Holguín y por otros franceses. Semejante
florecimiento de instituciones dedicadas al estrechamiento de los vínculos con
Latinoamérica traduce rivalidades personales pero también divergencias sobre la
estrategia que se debe seguir en las relaciones con el comercio, la economía y la
banca francesa que han encontrado pontones en ellas. Mientras tanto en España se
activaba la Unión Ibero–Americana.
Por aquellos años Betances se esfuerza en vano por fundar un liceo y un
hospital latinoamericanos en París (1889). Fracasa igualmente el intento de
presentar en la Exposición Universal de París un sólo pabellón latinoamericano.
Torres Caicedo muere en 1889. Habrá sido por más de treinta años en París el
portavoz constante de la unidad latinoamericana frente a los peligros de
intervención y anexión por parte de la otra América y el más consecuente promotor
de la nomenclatura «América Latina». Pero en 1889, precisamente, en vísperas de
la primera conferencia panamericana de Washington, las trampas que adivina en
esa reunión la colonia latinoamericana de París originan de nuevo en ella un
vigoroso latinoamericanismo, coincidente ahora con la voz de alerta del argentino
Roque Sáenz Peña en el seno de la conferencia y con la pluma combativa del
cubano José Martí en varios periódicos hispanoamericanos. A la América Latina
como tal, ya se le oye.

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