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El amargo sabor de la despedida fue difícil de quitar para Kotori por días enteros mientras

cabalgaba camino a casa. De vez en cuando se encontraba a si misma sonriendo porque sí,
tarareando melodías con la vista fija en un lugar lejano más allá del camino, pero no podía
reprimirla imagen de las garras de esa pequeña arpía hincándose en... - Serenidad, Kotori. Sabías
perfectamente a lo que tendrías que atenerte si cabalgabas ese camino... - parecía replicar su
consciencia. Aun así, era difícil dejar atrás los recuerdos de su última noche en Otosan Uchi
como las hojas que caían a su lado en el camino, descartadas y condenadas a volver a la tierra.

Acongojada aún por las palabras del Kenku y las afirmaciones traicioneras de Satsu y su amo,
trató de cubrir la mayor cantidad de terreno en el menor tiempo posible pese a que una parte
suya deseaba a toda costa dar media vuelta y volver. No sabía qué le deparaba su camino, pero
haría honor a su clan y lo tomaría sin miedo a lo desconocido. Debía llegar al rincón más
noroccidental del imperio en poco tiempo, pero los corceles Utaku gozaban de una resistencia
sobrenatural y un jinete experimentado sabía exigir a su montura los suficiente para llegar a
tiempo sin agotarla. Terribles rumores llegaron a sus oídos apenas entró en el territorio
Unicornio, los que la apuraron aún más. A su alrededor, las aldeas se preparaban para el
invierno, guardando cosechas y animales para protegerlos del frío que amenazaba con llegar
rápidamente, pero no descansó en ninguna. Bajo la vista de la Dama del Sol o el Señor de la
Luna cabalgó sin descanso; agotó sus raciones de viaje y apenas se detuvo hasta llegar a destino,
atravesando las planicies como el rayo.

Shiro Utaku era la fortaleza más inexpugnable de los Unicornio; camuflada entre el mar de
hierba, estaba compuesta por una serie de murallas y terrazas concéntricas que dividían la
ciudad en sus distintos distritos, escuelas y establos. En las llanuras, criadores observaban sus
manadas y campesinos cultivaban el alimento para los caballos y habitantes del lugar; no era
una empresa fácil ya que la afamada resistencia y poderío de los corceles Utaku tenía como
consecuencia un apetito que fácilmente quintuplicaba el de un caballo común. Por otro lado, la
familia se caracterizaba por una explotación casi mínima de los recursos, concentrándose en lo
que las mismas planicies otorgaban más allá del cultivo extensivo. Aun así, el paisaje quitaba el
aliento: en la lejanía, un día despejado, era posible observar montañas y lagos cristalinos entre
los cambiantes colores de la estepa.
Al llegar, dejó a Kaze con un mozuelo en las pesebreras y no pudo evitar notar que los ojos de
muchos se posaban en ella con expresiones extrañas, murmurando a sus espaldas entre
reverencias creyéndose lo suficientemente lejos para no ser escuchados. No perdió el tiempo y
preguntó donde encontrar a su hermana para hablar inmediatamente con ella; la Daimyo se
encontraba en su sala de guerra en compañía de su padre, hacia la cual fue con la mayor prisa
posible. Subió escaleras y atravesó corredores de piedra que daban cuenta de influencias que
trascendían el imperio: a diferencia de lo que había visto fuera, los adornos eran escasos, las
paredes austeras, pero cada trabajo había sido realizado con perfecta precisión por artesanos
expertos. Antes de entrar por las enormes puertas de caoba trabajadas como dos corceles
encabritados, respiró hondo para aclarar su mente, pero la voz de su hermana se escuchaba
suavemente a través de lasa mismas.

- Kotori es la única esperanza de esta familia, padre, cuando yo ya no esté... - de la interrupción de su


padre sólo percibió el tono musical mas no palabras. Tetsuko continuó - Entiendo
perfectamente, pero me sorprende que tú por sobre todos plantees algo así. ¿Recuerdas lo qué pasó la
última vez que hablaste demasiado?No, su seguridad es mi prioridad ahora sin importar nuestras
lealtades, es mi heredera, no la tuya y ya es hora que recuerdes cual es tu lugar aquí.

Abrió inmediatamente la puerta que los separaba para alertar de su presencia. En pocas
ocasiones había usado su oído para escuchar conversaciones ajenas de forma intencional y no
pensaba transformarlo en un hábito.

- ¡Ah! Estás de vuelta al fin. Al parecer tendremos que buscarte un nuevo marido, Kotori-Chan. - su
hermana apenas levantó la mirada un segundo para observarla cuando entró, para volver la
vista a un enorme mapa que tenía en frente. - Imagino que ya te has enterado... Al parecer por más
que hemos intentado mantenerlo en secreto, no ha sido posible.

Tetsuko contrajo el rostro en un brevísimo rictus de desagrado, pero fue su padre quién
continuó.

- No te preocupes, Pajarito, has sido absuelta de toda culpa y tu matrimonio fue anulado por Shinjo-Ue.
Nadie podrá asociarte a ese bandido.

¿Absuelta...? Kotori, que se había arrodillado, miró a su alrededor y al no encontrar a nadie más
que su familia en la habitación, levantó la vista para fijarla directamente en la cara de su
hermana. Tetsuko parecía mayor; siempre había sido hermosa, de una belleza más acorde a la
de un arma forjada por un maestro herrero que la de una delicada flor primaveral, pero en su
larga e intrincada trenza azabache habían más cabellos grises de los que recordaba y sus ojos
verdes parecían cansados. Su rostro pálido se veía cenizo, con los pómulos más afilados de lo
que ya eran.

Su padre parecía igual que siempre, su larga trenza roja salpicada de blanco y las arrugas de sus
ojos risueños de color esmeralda - único rasgo que parecía compartir con su hija mayor además
de su alta estatura - eran los únicos indicios de su edad. Pero por el tono casual de su hermana y
la sonrisa de su padre, podrían haber estado hablando sobre el precio del arroz y no sobre el
hecho que indicaba que Akiuji había huido con un buen porcentaje de la infantería Utaku y una
guarnición no menor de hombres de otras familias del Unicornio en conjunto con Moto Gaheris.

- Hermana, padre, no entiendo... - en su desconcierto, olvidó cualquier formalidad de lo cual se


arrepintió rápidamente. En general Tetsuko era bastante quisquillosa no con los quiebres de
etiqueta, pero sí con que su hermana pudiera olvidar que estaba hablando con su ama y
señora.

Aun así, extrañamente la Daimyo de la familia Utaku hizo caso omiso de la falta de propiedad y
pareció mirar realmente a la joven sólo entonces, dejando escapar un suspiro mientras se
acercaba a ella y posaba una mano sobre su hombro, en un gesto inusualmente cariñoso con el
que la invitaba a ponerse de pie. Fue su padre quien continuó:

- Pajarito, ya te dije que no te preocupes. Sea lo que sea que hayas escuchado, vamos a encontrarlo y no
te someteremos a la humillación de enfrentarlo tu también. Akiuji - el énfasis en no usar ningún
nombre familiar no pasó desapercibido y la mirada que fijó en su hija mayor tampoco - nos ha
deshonrado, abusó de nuestra confianza y es un traidor a la familia y al Clan. Al menos no se llevaron
ninguno de nuestros caballos. Lamento mucho que te usara así para posicionarse ventajosamente; yo sé
que tienes un alma gentil y este tipo de cosas pueden afectarte más que a otros, especialmente viniendo
de ese criminal al cual tenías cariño. Porque eso fue lo que ocurrió, pequeña. Si te enteras de algo no
dudes en decírnoslo, me temo que podría tratar de manipularte incluso desde lejos.

- No debes saber más, nos preocupa que tus sentimientos puedan nublar tu juicio. Mereces descansar -
agregó su hermana, apretándole suavemente el brazo - ha llegado a mis oídos y a los de
Altansarnai-Sama tu buen desempeño como Magistrado Esmeralda. Has traído honor a los Unicornio
y a la familia Utaku. - ella misma había ejercido el mismo cargo y el sentimiento era sincero en
su voz, pero algo parecía complicarla - Esto ayudará a que los rumores pasen rápidamente.

¿Rumores? La joven samurai-ko no sabía si estar más consternada por lo ocurrido con su
marido - o ex marido - o por el hecho de recibir tanta atención de su familia. No alcanzó a
preguntar nada cuando nuevamente con inusitada suavidad, su hermana comenzó a empujarla
hacia la puerta dándole unas palmaditas como si de un caballo arisco se tratase.

- Ve, báñate y arréglate. Tenemos cosas importantes que discutir en privado. Estarás aquí en la Fortaleza
por una buena temporada, no volverás a tu casa. - Llegó al extremo de acariciarle el cabello como
a una niña pequeña pero antes de despacharla la sostuvo con firmeza para mirarla
directamente a los ojos, con una intensidad extraña en alguien usualmente apático como ella.
- Akiuji no se acercará a tí ni volverá a mancillar tu nombre. Yo lo buscaré, lo encontraré, lo eliminaré
como el perro que es. Confía en mí, sabes que puedes decirme todo ¿Cierto? Gracias a las Fortunas que
no quedó encinta...

Lo último lo dijo tan bajo al cerrar la puerta que sólo el extraordinario sentido de la audición de
Kotori le permitió comprenderlo. Sin saber cómo, se encontró sola en el corredor afuera de la
sala. A su alrededor no había ni siquiera un sirviente. Apoyada en la pared de piedra, se deslizó
hasta quedar sentada en el piso, escondiendo la cabeza mientras abrazaba sus rodillas. No supo
si fueron minutos u horas las qué pasó allí con la mirada gacha y la consternación
aprisionándole el pecho junto a otros sentimientos contradictorios: ¿Rabia? ¿Alivio?

De pronto, corrió hacia sus aposentos donde rebuscó - botando la mitad de los contenidos de su
escritorio - papel y tinta con los cuales escribió una misiva a toda prisa. La selló y con el paso
más rápido que daban sus piernas cansadas, salió a buscar un mensajero con el pergamino
apretado contra su pecho. Al salir, se encontró que su puerta era guardada por una doncella
armada que la saludó con una profunda reverencia. ¿Estaba siendo resguardada o vigilada? Si
bien no le impidieron salir ni la siguieron directamente, se sentía extrañamente observada y su
intuición le decía que ese era sólo el comienzo.

- Esto debe llegar a toda prisa a Toshi Ranbo. Es de suma urgencia. Encuentra a Kakita Fudoshin,
Magistrado Esmeralda y yojimbo de Doji Hotaru-Sama. - Un mensajero que estaba apoyado en el
acceso a las caballerizas con la vista perdida recibió la misiva. Con ella le entregó una suma
de dinero que hizo al hombre mirarla con los ojos como platos, sólo para bajar la vista
inmediatamente avergonzado. Con eso, podría mantener a su familia por un buen tiempo. -
No estoy comprando tu servicio, con esto podrás llegar lo antes posible. Cambia de caballo, compra
otro, has lo que quieras. Confío en tu discreción y tendrás mi gratitud.

La carta no decía nada comprometedor, cuidando que alguien pudiera leerla. Y qué más daba si
su caligrafía no era la más elegante, en aquel momento no estaba pensando demasiado. Ya no
necesitaba pretender nada. El recuerdo la hizo esbozar una sonrisa por primera vez en días,
pero no alcanzó a tocar sus ojos por completo. Sabía que algo andaba mal, que las piezas no
encajaban... Aún así, tenía que arriesgarse.

“Akiuji se ha ido. Al parecer ya no estoy casada... Algo anda mal y no puedo explicarlo por aquí. Escribo
esto sabiendo que no cambia nada, pero tal vez... Sólo necesitaba contarlo y no se en quien confiar.
Deséame suerte, al parecer ambos estaremos en terreno peligroso; siento que se acercan fuertes tormentas.
Cuídate, por favor. Kotori”
...

Así pasó lo que quedaba del otoño y el inicio del invierno - es fácil perder la noción del tiempo
cuando todos los días son iguales - entrenando incansablemente sin la posibilidad de dejar Shiro
Utaku. Nadie parecía saber bien qué había ocurrido con Akiuji, o al menos no querían
contradecir la decisión de su señora con respecto al “frágil temperamento” de su joven
hermana, aquejada por la melancolía de la traición. A decir verdad, la mayoría la miraba con
expresiones que iban de la lástima y condescendencia a la franca sospecha, por lo que Kotori
evitaba a toda costa encontrarse con más gente, lo que no contribuyó a mejorar su humor.

Escribió a Sadashi, deseosa de saber novedades respecto de la vida de su amiga y su futura


descendencia y compartió algunas de sus inquietudes; algunas las dejó en el aire pues sabía la
cangrejo podía intuirlas y otras no era bueno comentarlas. Por otro lado no podía estar segura
de cuan revisada era su correspondencia.

Cada día intentaba sacarle información a su padre, tanto sobre la huida de su marido como
pistas sobre lo que había escuchado en las Montañas del Pesar, mas sin éxito alguno. Contestaba
con evasivas o hacía uso de su encanto para cambiar de tema. Tetsuko por su lado iba y venía, y
cada vez la persecución para encontrar a su cuñado se veía más vaga y lejana. De vez en
cuando, la invitaba a cabalgar o encontraba tiempo para entrenarla; para sorpresa de su
hermana menor incluso pedía su opinión, llegando a dejarla a ella tomar ciertas decisiones. Aún
así, Kotori sabía que era prácticamente una prisionera en su propio hogar. Llegó un momento en
que dejó de esperar cartas; al principio se entristeció pero al tiempo supo que probablemente no
era culpa de los posibles emisores, sino de ciertas dificultades en el proceso de entrega. O al
menos eso quería creer.

Jamás había tenido tanta atención de su familia y aun así nunca se había sentido tan sola.
Adoptó un silencio casi monástico y un régimen de entrenamiento riguroso. Comenzó también
a enseñar en la escuela formando futuras Shiotome en el arte de la batalla, ganándose el cariño
de muchas de sus estudiantes. No obstante sólo eran las más pequeñas, no podía evitar recordar
cuando ella misma había iniciado su entrenamiento por lo que intentaba siempre ser más
paciente, más amable. Su paso como aprendiz había sido solitario, pero como instructora era
observada como un modelo a seguir y también un pilar de apoyo ante el difícil entrenamiento al
que eran sometidas las jóvenes. ¿Entrenaría alguna vez a su hija...?

Una tarde, ordenando su cuarto, se encontró con un pequeño incensario de filigrana de oro,
adornado con arabescos y poco más grande que una nuez. ¿Cuándo había llegado eso allí...?
Recordaba que había sido un regalo de Akiuji, se lo había entregado al volver por primera vez
de las Arenas Ardientes. La había visto mironearlo en el bazar de una aldea y, sabiendo que le
gustaban los cachivaches, al retornar se lo había obsequiado de sorpresa... Pero recordaba que se
lo había llevado a la residencia donde habían vivido luego de la boda. Arrodillada con el ceño
fruncido y con los últimos rayos del sol entrando por la ventana, lo dio vueltas a una y otra
entre sus manos, el suave olor a especias inundando la habitación.

¡Maldito! ¿A dónde había ido...? ¿Por qué lo había hecho? Cuando la falta de respuestas la
aquejaba, se contentaba con pensar que su propia falta no podía ser tan terrible si él mismo
había huido sin darle explicación alguna, traicionando la confianza que habían puesto en él no
sólo ella, su familia entera. Una cosa eran sus sentimientos y otra completamente distinta era
hacerse cargo de las responsabilidades propias de su posición; oh sí, no iba a negar que más de
una vez se le pasó por la cabeza no volver, una vez en camino devolverse a Otosan Uchi como el
rayo, irrumpir galopando en la residencia de verano de los Asahina y, pasando por sobre esa
excusa de niña, subir a Fudoshin a la grupa del caballo y escapar a cualquier parte... ¡Debería
haberla dejado a su suerte en Kyuden Gotei, con el cuchillo de esa pirata en la garganta! Pensar
en esa chiquilla enclenque clavándole las uñas en la espalda la hacía querer gritar de rabia, pero
se contuvo. Era adúltera pero no hipócrita.

Por eso había vuelto, dispuesta a confesarlo todo si era necesario, porque un Kenku y un mago
de sangre nada menos le habían advertido del triste destino de su familia. ¿Cómo era posible
que no se hubiera dado cuenta de lo que estaba planeando? Aunque en ocasiones había sido
distante - y por qué no mencionarlo, podía ser un imbécil cuando se le pasaba la mano con el
sake - Kotori estaba impresionada de nunca haber sospechado algo. Y no sólo ella, todos. Pero
quién iba a sospechar de un hombre honorable, humilde, generoso, alegre... Las acusaciones,
por poco que supiera de ellas, sonaban tan extrañas. ¿Iban a dejar de mentirle alguna vez?
La fuerza con que tenía el adorno en sus manos al parecer abrió el pequeño compartimiento
donde se guardaban las mezclas aromáticas. En su interior, se asombró de no encontrar ramas
aceitadas, sino un pergamino cuidadosamente doblado que no había estado allí antes.
Guardándolo con todo el cuidado posible entre sus ropas, salió de su habitación. Afuera, la
Doncella que la guardaba ese día la saludó con una reverencia y una jovial sonrisa. Kotori, que
la recordaba como algo menor que ella de la escuela, hizo lo posible por devolver la expresión y
volvió a encerrarse. Al parecer salir no era opción.

Desplegó la misiva y se encontró ante las palabras incoherentes de un demente. Nada tenía
sentido, pero era la letra de Akiuji. ¿Quizá se había vuelto loco? Leyó la nota varias veces hasta
que comenzó a encontrar ciertos patrones, que al principio descartó como ilusiones suyas,
desesperada por una explicación u oportunidad de explotar y contarle lo que había hecho.
Cuando se dio cuenta de que las palabras más parecían un código que las diatribas de un
demente, deseó con todas sus fuerzas contar con un pelo de la suspicacia e ingenio de Kitsuki.
La cifra estaba basada en una canción horriblemente sucia que había cantado una vez algo ebria
por una asquerosa bebida fermentada de leche de cabra. Habían reído sobre qué haría Tetsuko
si se enteraba que la había aprendido. Le tomó bastante descifrarlo pero finalmente comprendió
el mensaje:

“Pajarito,
Si has encontrado esto, debes saber que lo siento. Te he usado y mentido, pero mis sentimientos hacia tí
nunca formaron parte de esa traición. No puedo contarte detalles, por miedo a que afecte tu seguridad, por
más que quisiera explicarte por qué te he dejado, haberlo compartido antes o ahora sólo te hubiera
perjudicado. He dejado documentos que evitan implicarte a tí y a otros. Estás en grave peligro, no confíes
en nadie, ni siquiera en tu familia. Especialmente ellos. Su palabra no es de fiar. Si no me crees, busca
información sobre tu madre. Nuestro Clan está siendo controlado por fuerzas engañosas y temo que sus
hilos te atrapen, pero confío en la pureza de tus intenciones. Te he dejado algunas pistas, pero debes saber
a quién pedirlas. No creo que puedan ayudarte en Shiro Utaku. He partido en busca de mi Ancestro a las
Arenas Ardientes y esperamos encontrarla, por el bien del Unicornio y el Imperio. Espérame, por favor,
volveré y mi único deseo es encontrarte sana y salva.
Tuyo,
Akiuji”

Kotori se quedó en silencio por mucho tiempo, mientras lágrimas silenciosas caían por sus
mejillas. Le creía. No sabía cómo, pero sabía que decía la verdad. A diferencia de su hermana y
de su padre. Para evitar que cualquiera pudiera leer la nota, una vez la hubo memorizado la
lanzó al hogar que calentaba su cuarto. - ¡Maldito! - Sí, Akiuji la había usado, a ella y su posición
para escapar con la infantería Utaku, para prepararse de forma tal que llegado el momento,
pudiera usar todas las ventajas que le daba su estatus e irse: confianza, tropas, recursos. Pero no
la había abandonado del todo... Y ella sí, en más de un sentido. Incluso antes de saber lo que
había pasado.

Había sido cómodo para su consciencia creer versión que le dieron al llegar, pese a todo lo que
indicaba en otra dirección. Justificaba sus acciones y sentimientos. Creer que era un traidor y
ella una pobre víctima había sido una salida tan fácil, mientras que objetivamente era todo lo
contrario. Se abrazó con fuerza cruzando los brazos sobre su pecho, súbitamente ahogada por la
soledad y la angustia que sentía al encontrar sus miedos confirmados. Maldijo ser tan ingenua y
creer que todo podía ser simple ¿acaso no había aprendido nada? Aun así, no sentía culpa, no
del todo. Su amor por Fudoshin era real y no se arrepentiría de ello jamás, no servía de nada
pedir perdón cuando lo hecho hecho estaba, pero le debía a Akiuji la verdad y no descansaría
hasta encontrarlo. Le había advertido de una mentira que debía desentrañar, pasara lo que
pasara y le debía si no su corazón, al menos una explicación.

Y su madre... Apenas la recordaba. Era una niña cuando murió y antes de eso las ocasiones en
que habían estado juntas no habían sido muchas. Había dado a luz a Kotori muchos años
después que a Tetsuko y su posición demandaba que se trasladara bastante, dejando en su hija
mayor ciertas responsabilidades mientras que el padre se hacía cargo de la niña que, pese a que
se esperaba cumpliera con tareas importantes, nunca heredaría el liderazgo de la familia.

Cerró los ojos y, con esfuerzo, evocó el perfume de su cabello azabache - polvo, heno, duraznos
y el sol del final del verano - cayendo en ondas hasta su cintura, suelto y libre mientras montaba
como una furia con una risueña Kotori en brazos, extasiada por la carrera. Recordó su voz, la
cual apenas usaba cuando era estrictamente necesario, mientras le cantaba una canción de cuna.
La recordó riendo con su padre mientras caminaban por los establos. Recordó la primera vez
que la había subido sola a un caballo, y... ¿Una discusión? ¿Cómo demonios había muerto su
madre? Nunca se había detenido a preguntarlo, como niña sólo había notado una ausencia más
larga y definitiva, sin interesarse en los detalles.

...

Esa noche lloró casi hasta quedarse dormida, soñando luego no con tifones y olas encabritadas,
sino un mar en calma; pero al despertar algo le decía que era sólo la paz antes de la verdadera
tormenta. Al día siguiente, recibió una orden de su hermana y con el semblante mucho más
calmo y el paso seguro, se encaminó hasta donde se encontraba seguida por un par de
doncellas.

- Mi señora, solicitó mi presencia. - Al entrar cerró las puertas tras de sí y dirigió a su hermana
una reverencia profunda. Estaban solas.

- Has recibido una invitación a la Corte de Invierno en Kyuden Doji... - Tetsuko con suerte le dedicó
una mirada y continuó de leyendo la correspondencia e informes que tenía acumulados
frente a ella.

- Entonces imagino que debo partir de inmediato si no quiero causar un desaire... - Intentó que no se
notara mucho su entusiasmo, con poco éxito. Kotori estaba desesperada por salir de ahí y pese a
su nulo interés - o talento - en los aspectos cortesanos de la vida, era una excelente excusa para
no estar en Shiro Utaku. Incluso, podría averiguar más información sobre...

- Sabes que no puedo dejarte ir, es por tu seguridad. Se entenderá perfectamente, te necesitamos aquí. Ide
Tadaji-Sama podrá dar las excusas pertinentes.
- Hermana, por favor, si Akiuji - o quien sea - quisiera hacerme algo, te aseguro que no lo hará en la
Corte de Invierno. Ya debe estar muy lejos de aquí y no ha aparecido en todo este tiempo...

- ¿Cómo sabes eso? ¿Qué sabes de él? ¡Dímelo! - con la rapidez de una serpiente del desierto se
lanzó hacia su hermana menor, tomándola con fuerza del codo. - No tienes idea de lo que he
hecho por mantenerte fuera de todo desde que madre murió y ahora, con lo que hizo ese idiota, todos
tienen los ojos puestos sobre tí, sobre nosotras...

- Tetsuko... Me haces daño...

- ¿Qué acaso no entiendes? ¡Cualquier movimiento en falso te costará la cabeza y todo nuestro linaje se
irá con ella!

Había visto a su hermana disgustada. Tensa. Pero nunca lívida. Era fuerte, imperiosa y
testaruda, pero nunca había sido violenta si no era necesario, si no había una lección. La fuerza
con la que la tenía sujeta le torcía el brazo, causándole un fuerte dolor. De pronto pareció darse
cuenta de lo que estaba haciendo y la soltó de golpe, tapándose la boca con una mano. Kotori se
echó hacia atrás, mirándola con los ojos abiertos de par en par como un potrillo asustado.

- Kotori-Chan yo... - estuvo a punto de disculparse pero se contuvo. Se acercó lentamente, pero
su hermana menor dio un paso hacia atrás mientras se sostenía el brazo. - Tienes que entender,
hay muchas cosas ocurriendo y no sólo aquí... Con el León y la Grulla con las garras en sus gargantas,
prácticamente en nuestras puertas, los bárbaros y los Califas del norte no van a dudar en atacar apenas
vislumbren una debilidad. Y como si fuera poco esos malditos follacabras de Akiuji y Gaheris sólo han
sembrado más discordia y temor en el Clan... No siempre voy a estar para cuidar de tí; eres ingenua y
te dejas llevar demasiado fácil por tus sentimientos, debes aprender...

- ¿Y crees que quedándome aquí vigilada voy a aprender algo? He visto más del mundo de lo que crees,
ya no soy una niña Tetsuko y si quieres que sea una heredera digna y capaz de llevar a esta familia
debes empezar a tratarme como a una adulta. ¿Qué mujer decente va a seguir a una niña asustada,
aferrada a las botas de su hermana mayor ante el primer desaire? - prácticamente le gritó en
respuesta interrumpiéndola. ¿Cómo hacían en todos lados para aguantar vivir en casas con
paredes de papel? Dio gracias por la piedra y madera maciza que las separaba del resto;
estaba harta. Estaba cansada del encierro, de las mentiras. - No tienes idea de lo que he vivido
estos años. ¿Cómo crees que no van a sospechar de mí si me quedo aquí enclaustrada, si no asisto pese a
haber recibido una invitación formal? ¡Cómo si fuera una criminal! Soy inocente, y si quieren mi
cabeza aun así, no veo cómo puedo evitarlo, que la tomen. No, no soy como tú, por más que lo desees,
pero quizás eso sea para mejor.

Se arrepintió inmediatamente de sus palabras, pero su hermana simplemente se quedó en


silencio un rato, mirándola de arriba a abajo. ¿Realmente Tetsuko había dicho follacabras?

- Bien.

- ¿Bien qué? - espetó, aunque roja de vergüenza.


- Tienes razón. - simplemente le dio la espalda y caminó al centro de la habitación. - Prepara tus
cosas para partir, tendrás que cabalgar a toda prisa al Castillo del Viajero Lejano si quieres alcanzar a la
comitiva.

La boca de Kotori se abrió de par en par, pero su señora levantó una mano y continuó. Se
arrodilló junto a la mesa donde había estado leyendo y, de debajo de ella, sacó una serie de
cartas que tenía amarradas juntas. Todas selladas, pero eso no implicaba que no hubieran sido
leídas.

- Confío en que cualquier cosa que pueda afectar la seguridad de esta familia me será informada de forma
oportuna.

Le lanzó el paquete de papeles y siguió leyendo un informe que había tomado, mientras la
joven se quedaba mirándolas fijamente y reconociendo los sellos y mon que las adornaban.
¿Cuánto tiempo había pasado desde su retorno? Abrió la primera, claramente identificable con
el mon de la familia Hida y la leyó rápidamente. Habían muchas más.

- ¿Cuánto tiempo pensabas esperar para entregarme esto?

El verde de los ojos de Tetsuko se volvió gélido cuando volvió a levantar la vista. Su paciencia
se estaba agotando y Kotori estaba estirando demasiado su suerte. Un poco de agallas era
bueno, demasiadas podían parecer insubordinación y su hermana era su ama y señora.

- Te reportarás cada semana. Acompañará la comitiva una pequeña escolta. Te comportarás como es
debido y no te quiero demasiado cerca de Shono-Sama... Sabes que le tenía estima a ese canalla y no
quiero que seas una molestia. Evita causar problemas, ya tenemos suficientes. Ahora vete, y no creas
que he olvidado tu impertinencia.

La joven Utaku se arrodilló ante su hermana con reverencia y se dio vuelta para salir. Antes de
abrir la puerta, sintió un ruido tras de si y nada más al darse vuelta la habían envuelto en un
brusco abrazo. Tetsuko no se refrenaba del contacto físico por decoro; simplemente parecía que
la Daimyo de las Utaku pensaba que era una pérdida de energía o una muestra de debilidad,
pero en la privacidad de su estudio cedió probablemente porque sabía que su hermana menor
lo necesitaba. La tomó por la barbilla, levantándola levemente y fijó sus ojos en los suyos. Su
rostro se veía nuevamente cansado...

- La frente en alto, Utaku-dono. Nada de sonrojarse. Un día dirigirás la caballería más temida del
imperio, no los dejes intimidarte. - le acarició suavemente una mejilla y sonrió. - Estoy orgullosa de
tí.

Con suerte se demoró una hora en tener todas sus cosas listas, pero decidió hacer una parada
para despedirse de su padre antes de emprender viaje. Para su sorpresa, encontró a su padre
cepillando a Kaze mientras le silbaba un melodía extraña, con acordes que no había escuchado
antes.
- Nunca me has enseñado esa... - el alegre Maestro de los Establos, que apreciaba las tareas
mundanas y parecía tan cómodo en sedas como algodones ajados sin pensar en las apariencias,
continuó su tarea pero en vez de silbar entonó la melodía con voz clara y dulce, como
respondiendo a la inquietud de su hija.

Las palabras eran en su idioma - hablaban del sol en el desierto, la sed y un oasis de agua
cristalina donde descansar del peligro y a medida que cantaba, Kotori podía evocar
perfectamente las imágenes, los colores... - pero las armonías eran completamente foráneas. En
general no necesitaba escuchar más de una vez una canción para recordarla, por lo que aguzó el
oído con atención mientras acariciaba el hocico de su caballo, contento por los mimos que
recibía. Cuando terminó, su padre le sonrió y se acercó.

- Es bella ¿no? Creo que con ella al fin convencí a tu madre de que se casara conmigo.

- ¿Convencerla? - Siempre había pensado que, como la mayoría de las uniones, la de sus padres
había sido concertada como una alianza política.

Batu se limitó a alzar los hombros, sin dejar de sonreír.

-Tu sabes, a ustedes las Shiotome les cuesta tomar ese tipo de decisiones... Cómo dicen, en su caso el orden
de los sucesos no altera el resultado... - Enarcó una ceja y cuando estuvo frente a ella, recordó por
qué siempre se sentía como una niña pequeña a su lado: le sacaba casi una cabeza. Siempre le
sorprendía que esas manos fuertes y agrietadas pudieran con la misma facilidad empuñar una
lanza, tensar un arco como si nada y a la vez sacar melodías delicadas de extraños instrumentos,
o calmar a un potrillo asustado. - Es por eso que me pareció siempre extraño que no protestaras por el
tuyo.

Tomó un mechón de pelo caoba de su hija entre sus dedos y suspiró.

- Todos dicen que te pareces a mí, cuando cada día que pasa y creces podría jurar que la veo...

- Padre, no era tan pequeña como para olvidar su rostro y te aseguro que no se parece al mío.

Sólo respondió con una risa, de aquellas que vienen del estómago y arrugaban sus ojos verdes
como las praderas en primavera hasta desaparecerlos; esas que siempre la hacían sonreír.

- Cómo nos vemos, Pajarito, es nada más que un mínimo aspecto de lo que somos... Y hablando de eso
¿Partes a la corte? Me sorprende que tu hermana te haya soltado. Traté de convencerla ayer pero sabes
que es más fácil domar un potro salvaje que persuadir a tu hermana de algo una vez se le ha puesto
entre ceja y ceja.

- No podría decir que fue fácil... - Masculló en respuesta mientras fijaba la vista en el piso, sin
saber qué agregar.
-
Para su sorpresa, por segunda vez en el día, recibió un abrazo inesperado. El olor a heno,
madera antigua y especias que siempre asociaba a su progenitor la inundó mientras éste la
apretaba contra su pecho, sin preocuparse de que todo el establo estaba probablemente
mirándolos extrañados; sabrían perdonar las extravagancias de su señor que a diferencia de
Tetsuko, era bastante más propenso a súbitas faltas de protocolo.

- No te hemos dado el crédito suficiente, hija. Eres la esperanza de esta familia, debes cuidarte... - se
agachó un poco para dejar el rostro justo frente al suyo, tomándola por los hombros, y le dio
un beso en la frente. Cuando continuó apenas susurraba. - Sabrás perdonarnos por no haber sido
perfectos, ¿cierto Pajarito? Hemos tratado de mantenerte al margen de nuestros pecados, si de algo ha
servido. Ahora vete y brilla, cántales algo, esos estirados nunca han sabido apreciar buena música.

...

Una vez fuera de la fortaleza de las Doncellas de Batalla, se permitió reír un buen rato sola,
cantar y juguetear con su caballo haciendo piruetas de felicidad. ¡Era libre! O al menos lo más
libre que podía ser bajo las circunstancias en que se encontraba. Una sensación de extraña
nostalgia la invadió mientras avanzaba por las planicies... Sabía que su familia le ocultaba cosas,
y creía en la confesión de Akiuji sobre su participación en conflictos oscuros, en las palabras de
Kazue-Sama, de Satsu... Pero también estaba segura de que la amaban y que su padre y su
hermana eran personas honorables, con intenciones buenas.

Leyó toda su correspondencia mientras comía ausentemente una manzana y guiaba a Kaze con
las piernas. Cuando llegó al final del atado de cartas, su corazón se detuvo un instante y, por
primera vez en algún tiempo, volvió a ponerse roja mientras miraba a lado y lado. Como si
leyera su mente, el caballo se detuvo y empezó a bufarle, echando el cuello hacia atrás para
llamar su atención y tratar de morderle las botas. Pasó suavemente los dedos sobre el mon de la
familia Kakita, sin animarse a abrirla. - ¿Kakita? - pensó - ¿No Asahina?. Difícilmente Asahina
Yuuto tomaría el apellido de su marido; los rumores decían que la mocosa sería la futura
Daimyo y Fudoshin tendría que renunciar a su familia y al nombre de su ancestro. ¿Significaría
entonces que...? Probablemente no, seguro la había alcanzado a enviar antes del matrimonio.
¿Se los encontraría en la corte? Con las manos temblorosas abrió la carta:

Aun en invierno
Tras la rama desnuda
Dos aves silban.
Por solo un instante
El cerezo florece.

Nada más. La elegante caligrafía del grulla terminaba, extrañamente, de golpe e incluso habían
algunas manchas de tinta sobre el papel de arroz. ¿Habría recibido su carta? ¿Estaría aún en
Toshi Ranbo, y si era así, a salvo? ¿Sentiría algo si estuviera realmente en peligro...? Los pocos
rumores que había podido escuchar indicaban que los enfrentamientos con el León habían
aumentado en intensidad. ¿Hacía cuanto había recibido esa carta...? Sólo le quedó recitar una
plegaria y guardar el poema firmemente contra su pecho.

La tormenta había llegado desde el mar, y todavía no sabía qué rayos trataba de decirle.

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