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Sermón Navidad 2018: Y Dios se hizo hombre

Jorge Betancur

En la medida que nos vamos adentrando en los últimos días del año, mucha gente comienza a planificar
cómo celebrarán las fiestas navideñas.

Algunos se preguntan dónde pasarán la Noche Buena y el día de Navidad. Otros cómo van a decorar sus
casas o qué regalos comprarán. Durante este mismo tiempo, los cristianos alrededor del mundo nos
preparamos para celebrar el nacimiento de Jesús, el Mesías.

La época de Adviento, que significa "llegada”, nos provee de una oportunidad muy especial para
renovarnos y prepararnos para recordar nuestro encuentro con Jesús de Nazaret y celebrar su presencia
en nuestro medio.

La mayoría estamos bastante familiarizados con los acontecimientos que la Biblia menciona sobre el
nacimiento de Jesús. Conocemos las profecías sobre su nacimiento, el anuncio del ángel a María y a José,
el censo, el pesebre, los pastores, el niño envuelto en un pesebre y la visita de los Sabios de Oriente; éstos
son todos eventos importantes y conocidos en la tradición cristiana.

Sin embargo, el Evangelio según Mateo nos relata un momento en la vida de Jesús que pocas veces
escuchamos en nuestras iglesias durante la Navidad, a pesar de que dicho relato es sumamente pertinente
para el pueblo cristiano de hoy.

Mateo 2:13-18 nos relata que, luego del nacimiento de Jesús, el rey Herodes propuso en su corazón matar
al niño. Pero Dios, envió a un ángel para que le dijera a José que huyera junto a su familia para evitar la
furia del rey. Luego de escuchar la advertencia del ángel, José "se levantó cuando todavía era de noche,
tomó al niño y a su madre, y partió hacia Egipto" (2:14, NVI).

Actualmente miles de hombres, mujeres, jóvenes y niños están inmigrando. Se ven obligados a dejar sus
países en busca de un futuro mejor. Así como Jesús y su familia tuvieron que huir a Egipto, estas personas
están huyendo de los "Herodes" que los oprimen en muchos de nuestros países.

La falta de trabajo y de servicios de salud y educación, así como la pobreza, la corrupción gubernamental,
la desigualdad social y las economías debilitadas son algunas de las razones poderosas que mueven a las
personas a aventurarse en un peregrinaje peligroso e incierto, cruzando sus fronteras en busca de mejores
empleos que les permitan ofrecerle una mejor calidad de vida a sus seres queridos.

Los eventos que Mateo nos describe nos llevan a reflexionar en el hecho de que, en un sentido literal,
Jesucristo comenzó su vida como un refugiado y extranjero en otro país. En su calidad de inmigrante, Jesús
vivió en carne propia, junto a su familia, la cruda realidad de tener que dejar su país y trasladarse a tierra
extraña en busca de seguridad y bienestar.
Mateo 1:23 se nos presenta a Jesús como el Emanuel, Dios con nosotros.
Cuando contemplamos este aspecto de la vida de Jesús, entonces su nombre toma un significado más
amplio y sumamente esperanzador.

El nacimiento de Jesús es la celebración que nos recuerda que el Hijo de Dios se hizo carne y fue “
dotado de un cuerpo”. No hay, por lo tanto, razones para vivir una fe desencarnada, ni una
espiritualidad desentendida de las necesidades humanas. En Jesús, Dios se hizo hombre.

La seguridad de saber que Emanuel está caminando a nuestro lado es lo que nos permite trabajar con
denuedo para construir comunidades donde la discriminación, el racismo y el clasismo no sean tolerados
en ninguna de las esferas de gobierno, sociedad e iglesia.

La encarnación no solo representa la humanización de Dios. Representa igualmente la divinización del


hombre. En la encarnación Dios se ha fundido y confundido con lo humano. En la medida en que nos
hacemos más sensibles a todo lo humano, liberándonos de toda deshumanización: ahí encontramos a
Dios.

Jesús se introduce en el mundo para humanizar. Sus preocupaciones son: la salud de los enfermos, la
comida de los pobres y el entendimiento entre los humanos. Para Jesús lo primero es aliviar el dolor de
los que sufren.

Más que una fecha, con la Navidad se conmemora un acontecimiento: en Jesús, Dios se hace uno de
nosotros, con nosotros y en nosotros. En otras palabras, Dios se ha hecho condición humana para renovar
el prototipo del ser humano, para “humanizar a la humanidad”.

Y Jesús lo hizo desde un modo de ser y desde una práctica ciertamente novedosa: se compadece de las
muchedumbres hambrientas y desorientadas; desenmascara a los que oprimen al pueblo; no quiere que
sus discípulos lo llamen maestro, sino amigo; se llena de profunda tristeza ante la muerte de su amigo
Lázaro; se indigna ante la dureza de corazón de los que se hacen pasar por bienhechores; valora la fe de
la gente sencilla y devuelve la dignidad a los que son despreciados y excluidos.

Así humanizó Jesús. Un Dios humano que humaniza. En Jesús se hizo evidente que el hombre no es solo
el lugar en que Dios se manifiesta, sino que puede constituir un modo de ser del mismo Dios.

Jesús, María y José como inmigrantes y refugiados, buscaron un lugar para vivir y trabajar, esperando una
respuesta de compasión humana. Hoy, esta historia se repite, esta mañana visitamos centros de
detención, y lugares de atención, particularmente a madres, adolescentes y niños migrantes. Este tipo de
centros, son descritos como lugares que reflejan condiciones intolerables e inhumanas. Donde
constatamos la exigencia evangélica: “Porque fui forastero y me recibiste, tuve hambre y me diste de
comer”

Mt 25:35-36 ““Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero,
y me recibisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí.”

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