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BONDADOSO SEÑOR, ESTE BOSQUE

Bondadoso señor: le voy a contar un juego antiguo

que jugábamos a los ocho y a los diez.

A veces, en La Isla, al sur de Maine,

a finales de agosto, cuando desde alta mar

llegaba la niebla fría, el bosque entre Dingley Dell

y la cabaña del abuelo se ponía blanco, raro.

Era como si cada pino fuera un poste desconocido;

como si el día se convirtiera en noche y los murciélagos

volaran hacia el sol. Nos divertía

dar una vuelta y, ¡ya!, saber que estabas perdida;

saber que el cuerno del cuervo sonaba en la oscuridad,

saber que nunca llegaría la cena,

que el alarido maldito de la lejana sirena decía

tu tata se ha marchado para siempre. Oh, señorita,

la barca ha volcado. Y entonces estabas muerta.

Gira una vez, los ojos apretados, pensando en eso.

Bondadoso señor: perdida y de su misma naturaleza,

he dado dos vueltas, con los ojos bien cerrados,

y los bosques estaban blancos y mi mente nocturna

vio cosas tan raras... innombradas, irreales.

Y al abrirlos, me da miedo mirar

(con esta mirada interior mía que tanto desprecia la sociedad).

Aun así, busco en estos bosques y no encuentro nada peor

que mi imagen, atrapada entre la uvas y las zarzas.

Autor del poema: Anne Sexton

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