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Los últimos Dostoievski 6 JUN 2004

Fiódor Dostoievski está vivo hoy en Rusia. En sentido cultural, literario y comercial, pero también
físico, por medio de sus descendientes directos: Dimitri Dostoievski, el biznieto, de 59 años; Alexéi,
el tataranieto, de 29, y las hijas de éste, Anna y Vera, de cuatro y dos años de edad. Los últimos
Dostoievski viven en un barrio obrero de San Petersburgo y son rusos de a pie y sin privilegios. A
fines de mayo acudieron a las jornadas dedicadas a su antepasado, que se celebran anualmente en
Stáraya Russa, en la región de Nóvgorod. Durante tres días, la corresponsal de EL PAÍS conversó y
convivió con ellos y con varias docenas de dostoieskoviedi (especialistas en Dostoievski) en el
escenario donde el escritor (1821-1881) veraneó durante los últimos años de su vida. En Stáraya
Russa, Dostoievski compró una dacha, tomó las aguas medicinales, escribió varias de sus obras y
situó la acción de Los hermanos Karamázov (1878-79). Desde entonces, en la ciudad provinciana
algunas cosas han cambiado, y otras muchas, no.

Pese a ser crítico con el escritor, Lenin creía que había que hacerle un monumento. Durante la
época de Stalin, Dostoievski se convirtió en un enemigo del pueblo

Dimitri Dostoievski es un hombre campechano y polifacético. Hace poco fue nombrado asesor
genealógico del Museo Dostoievski de San Petersburgo, pero antes condujo un tranvía, y también
fue dibujante y grabador de cristales. "No sé si hice bien o mal, pero decidí no cursar una carrera
universitaria y probar diversas profesiones, porque lo que me atraía era la relación con la gente de
diversos ambientes", dice Dimitri. "Gracias al tranvía conozco muy bien San Petersburgo", señala.

Tranviarios

Su hijo, Alexéi, y la esposa de éste, Natalia, también han sido tranviarios. Hoy, Alexéi trabaja en un
barco de la Iglesia ortodoxa rusa en el lago Ladoga, transportando peregrinos y mercancías al
monasterio de la isla de Valaam. Natalia cría a la última generación de Dostoievski. Los Dostoievski
del siglo XXI viven en un piso de 83 metros cuadrados en un barrio obrero de San Petersburgo. Sus
sueldos no dan para mucho. Esa es una de las razones que han impulsado a Dimitri a tratar de
registrar su apellido como una "marca", es decir, conseguir que el nombre de Dostoievski sólo
pueda ser utilizado con permiso de su familia. "Temo que surja un casino con el nombre de
Dostoievski. Eso sería intolerable, porque Dostoievski sabía que su mayor pecado era su afición al
juego y luchó para superar esta pasión".

"No tengo mentalidad empresarial, pero Dostoievski ha hecho muchas cosas que dan dinero, y
sería normal que una pequeña parte de la riqueza creada gracias a su nombre se gastara en sus
descendientes, si es que éstos lo necesitan", puntualiza. En la época soviética eran otros los que se
beneficiaban de Dostoievski. Cuenta Dimitri que una vez, estando gravemente enfermo de cáncer,
acudió a la Unión de Escritores en busca de ayuda. "Me dieron una suma tan miserable que me
ofendí, pero allí alguien me dijo que gracias a mi bisabuelo ellos viajaban al extranjero".

La fundación de Alexandr Solzhenitsin ha ayudado a Dimitri a contratar un abogado para defender


su apellido, pero también ha hecho algo más por el nombre de Dostoievski y la difusión de su obra
en la modernidad, al dar su premio anual a una versión televisiva de El idiota, que ha vuelto a
poner de moda esta novela entre los rusos. En la ceremonia de entrega del galardón, Dimitri
Dostoievski conoció a Vladímir Ilich, descendiente de Lev Tolstói y director del museo de Yásnaia
Poliana. "Solo hablamos unos minutos, pero tengo cierto interés en conocerlo, aunque nuestros
antepasados no tenían una relación amistosa", dice.

La Rusia soviética tuvo una conflictiva relación con Dostoievski. En 1917 se le veía como un
inspirador de la revolución bolchevique y su obra fue objeto de una febril actividad investigadora
en los años veinte. Pese a ser crítico con el escritor, Lenin creía que había que hacerle un
monumento. Durante la época de Stalin, sin embargo, Dostoievski se convirtió en un enemigo del
pueblo. Sus Obras completas, que no eran tales, se publicaron en 1956-58, ya tras la muerte del
dictador. En los setenta, Dostoievski fue recuperado para la cultura rusa a remolque de la Unesco,
pero hubo que esperar a los ochenta y noventa para abordar exhaustivamente los aspectos
religiosos de su obra, según explica Liudmila Saráskina. En opinión de esta especialista, en los
estudios sobre Dostoievski se ha producido un movimiento de péndulo, y hoy, los aspectos
religiosos de su obra son exagerados en detrimento de los aspectos sociales, humanos y
psicológicos.

La relación del poder político con Dostoievski se reflejó en su familia. Ningún Dostoievski pereció
en las purgas del estalinismo, pero en el nutrido grupo de descendientes que aún quedaban vivos
por entonces llegó a haber interrogatorios, condenas a campos de concentración que no se
llegaron a cumplir y, sobre todo, mucho miedo. "Mi padre, Andréi, era ya un adulto consciente al
producirse la revolución. Le costó un tiempo adaptarse. Para mostrar su lealtad al régimen, se fue
a Siberia y trabajó allí como mecánico".

Cuenta Dimitri que Dostoievski, al ser considerado como un "escritor reaccionario", no estaba
incluido en el programa de literatura cuando él fue a la escuela. "La gente lo leía en viejas
ediciones de antes de la revolución. En casa teníamos sus obras, pero mis padres me habían dicho
que, cuanto menos hablara de él, mejor". Dimitri recuerda que, tras la muerte de Stalin, su padre
fue invitado a Moscú y, por primera vez, habló por la radio de Dostoievski. Fue la señal de la
rehabilitación.

En retrospectiva, Dimitri cree que su capacidad de comprensión de la obra de Dostoievski estuvo


inicialmente limitada por su educación soviética. "Yo carecía de esas dimensiones cristianas
necesarias para comprenderlo", dice. "Mi madre no me bautizó por miedo a que me pusieran en
alguna lista negra de los órganos de seguridad. En 1986 me bautizaron aquí, en Stáraya Russa,
junto a toda mi familia", explica.

Dimitri dice ser partidario de la monarquía absoluta, y por eso, según explica, votó a favor de
Vladímir Putin. "En alguna época me interesé por la democracia, pero comprendo que los rusos no
están preparados para ello y que la variante rusa de la monarquía constitucional contribuyó en
gran medida a que los bolcheviques tomaran el poder. Rusia necesita un padrecito zar", concluye.

TRAS LAS HUELLAS DE LOS KARAMÁZOV

ASISTIR A UNO de los seminarios sobre Dostoievski en la ciudad de Stáraya Russa es sumergirse de
lleno en un ambiente literario en compañía de expertos entusiastas, capaces de trasladarse
mentalmente en el tiempo. Frente a un bucólico canal está la dacha (hoy museo) donde
Dostoievski veraneaba con su familia. En la plaza hay un colmado no muy surtido, donde el
escritor hacía sus compras. A la vuelta de la esquina de lo que fue "el comercio de Plótnikov"
estaba la taberna "Stolichnii Górod", donde Iván y Alexéi Karamázov mantuvieron su famosa
conversación sobre el Gran Inquisidor.

La taberna es hoy una cantina desangelada, donde Dimitri Dostoievski, su familia y un grupo de
estudiosos se empeñan en comer, guiados por su optimismo irrefrenable. Las raciones de sopa de
col aguada y carne grasienta acompañadas de las órdenes terminantes de la cantinera para que
recojamos la vajilla ayudan poco a las discusiones filosóficas, pero al precio de cerca de un euro
por menú, difícilmente se puede pedir más. Una excursión por la ciudad organizada por Vera
Bogdánova, la directora de la Casa-Museo de Dostoievski, compensa del trauma gastronómico.
Con Svetlana como guía, los dostoieskovedi y sus amigos reviven las rutas literarias de los
hermanos Karamázov por los huertos, senderos, iglesias y dachas de Stáraya Russa. Casi todo está
como en tiempos de Dostoievski, si se exceptúa alguna construcción que desentona del conjunto y
delata la presencia de algún que otro nuevo rico. Por su industria de defensa, Stáraya Russa fue
una ciudad cerrada a los extranjeros hasta mediados de los ochenta. Ahora se recupera
lentamente de la crisis económica. Pero los turistas que vuelven a tomar las aguas en el balneario
no solucionan el problema del paro en esta ciudad de 37.000 habitantes, que muchos abandonan
en busca de trabajo.

Los adictos a las apuestas son enfermos mentales

Miguel V. es un jugador consumado. En tres ocasiones ha intentado alejarse de las apuestas, pero
su adicción ha sido más fuerte que su voluntad.

Por: HÉCTOR CAÑÓN HURTADO REDACTOR DE EL TIEMPO

Este ejecutivo bogotano, de 39 años, juega en casinos de lunes a viernes.

Una vez sale de su trabajo en una agencia de publicidad, busca una sesión de ruleta o póquer que
no acaba antes de las 2 de la mañana.

A veces parte a su solitaria casa con cientos de miles de pesos que, de igual forma, volverá a
apostar al siguiente día. En otras ocasiones, la mayoría de las veces, el saldo es de un rojo que
enciende sus ojos cuando revisa al otro día, sin la euforia de la noche de juego, sus cuentas.

“Apenas duermo cuatro horas, pero prefiero llegar tarde a la casa para no pensar en las deudas
que tengo”, explica este adicto que, por cuarta vez, trata de buscar ayuda en otras personas para
sanarse de su mal.

En sus anteriores intentos de escapar a la ludopatía, Miguel V. se sometió a los tratamientos de


centros de rehabilitación, pero al regresar a su mundo volvió a caer en la fiebre de las apuestas.
Ahora quiere asistir a las terapias de la Fundación Orientamos, una organización sin ánimo de
lucro que sigue el modelo de Alcohólicos Anónimos para tratar de curar ludópatas. Trastorno de
los impulsos ¿Qué es ludopatía? Es un padecimiento mental crónico, progresivo y recurrente,
incluído por la Organización Mundial de la Salud, desde 1994, en la clasificación internacional de
enfermedades como un trastorno de los impulsos.

“Así me sentí durante décadas, como un enfermo mental que no tenía control de sus actos”, dice
Edgar V., un conocedor de los altos círculos y los bajos fondos de apuestas que decidió organizar
Orientamos, un grupo de ‘ludópatas anónimos’, para ayudar a otros que, como le sucedió a él
mismo durante más de una década, no pueden escapar al poder absorbente de los casinos.

“El juego patológico es un trastorno que puede definirse como un fracaso crónico y progresivo en
resistir los impulsos de apostar, los cuales dominan la vida del enfermo en perjuicio de los valores
y obligaciones sociales, laborales y familiares”, explica Edgar V. en un escrito con el que promueve
su propuesta.

A la Fundación Orientamos llegan personas que han arriesgado o perdido sus empleos, acumulado
deudas o abandonado a sus familias. “También aparecen enfermos con síntomas suicidas o
crímenes”, comenta Ruben A., otro de los asistentes a las sesiones. Para participar es necesario
reconocer que se padece ludopatía, tener intenciones de sanarse y conservar el anonimato del
grupo.

La Fundación Colombiana Juego Patológico es otra de las organizaciones que ofrece terapias para
sanar la adicción al juego. Aunque también es una institución sin ánimo de lucro, el tratamiento
ambulatorio de dos meses cuesta 1,500.000 pesos. Los ludópatas tienen asesoría psquiátrica,
psicológica y legal.

Esta organización, que ha curado a centenares de adictos al juego, funciona hace 4 años y es
reconocida en medio del fervor de los casinos y las apuestas.

‘Necesito ayuda’ La escena de ver llorar a Miguel V. mientras les pide ayuda a los otros ‘ludópatas
anónimos’ que asisten a una de las reuniones del grupo, es estremecedora. El adicto, a pesar de
ser funcional y haber mantenido su empleo, tiene historias para contar y querer huir de los casinos
que le arrebataron una familia, dos casas y varios carros.

Su historia estremece a los otros adictos. “Este es un mal viejo. En ‘El Jugador’ de Fedor
Dostoievsky ya está la angustia de los que nos enfermamos por las apuestas”, dice Edgar V. antes
de dar inicio a su sueño: una noche más en la que varios apostadores anónimos se reúnen a
intercambiar experiencias para alejarse de su mal.

'EN MIS APUESTAS PERDÍ MÁS DE LO QUE TENÍA' Me llamo Alfonso C. y estoy en el grupo de
Orientamos desde las primeras sesiones.

Hace un par de meses conocí a otros aditos al juego que querían alejarse de su enfermedad.

Para ser sincero, no sé si pueda lograr mi objetivo. Apenas llevo un par de semanas sin apostar y
ya siento que en cualquier momento voy a volver a caer. Lo he intentado todo. He ido donde
psiquiatras, doctores, brujos y hasta al Club el Cóndor, en el centro de Bogotá. Allá se hace
apuestas bajas, de 500 pesos. Yo me iba con 20.000 y me quedaba hasta tres días seguidos
jugando póquer, pero por perder menos plata uno no está curado del mal. Yo seguía durmiendo
mal, tenía sudores fríos y ansiedad de seguir en el juego.

Esta es mi última apuesta. Ya perdí más de lo que tenía.

Recomendaciones para los jugadores y sus familiares El que tiene que perdonarse es uno mismo.

Las mentiras del jugador son una consecuencia del juego y forman parte del problema que hay
que resolver.
Una vez que el jugador ha contraído deudas tiene que remediarlas, pero resolver el problema
económico no es resolver el problema del juego.

La familia es una ayuda para solucionar los problemas, pero el responsable es el jugador.

El apostador es la única persona capaz de arreglar, con fuerza de voluntad, su problema. El jugador
es un enfermo y, por lo tanto, debe ser tratado con cariño y respeto por su círculo íntimo.

Sin embargo, no se deben aprobar ni permitir las acciones negativas en las que incurre a causa de
su adicción.

El apostador tendrá que asumir que la tensión en la familia permanecerá durante mucho tiempo.

Dicha situación tensionante forma parte del problema del juego y no desaparecerá aunque este
algún tiempo sin apostar.

Ser jugador no significa ser mal padre, mal hijo o mal esposo.

Ser apostador significa tener un grave problema que necesita tratamiento.

La relación entre el padre y sus hijos es un tema importante con independencia del juego.

La ludopatía, como cualquier otra adicción, es una enfermedad que requiere un proceso de
acompañamiento familiar lento para su recuperación total.

Volver a apostar no significa que todo está perdido. Es apenas un motivo más para continuar.

Con Información de www.juego-patologico.org y Fundación Orientamos

DIARIO DE UN ENFERMO El Salteador Rapaz

Después de vivire varios días y de seguir conociendo cada vez más esta enfermedad que tengo, me
doy cuenta o ya viví, mejor dichoalgo que la literatura maneja en sus primeras páginas: "Aquí la
confianza en uno mismo no sirve para nada, de hecho es un verdadero riesgo." Hoy me doy cuenta
de que cada letra de esa frase desborda razón y sabiduría, podía yo antes repetir esa frase como
perico y no sentir absolutamente nada al externarla, pero hoy es distinto, hoy se que ya vivi una
situación en donde yo confié en mi, confié en mi recuperación, confié en mi "sano juicio," todos
ellos baratos y corcholateros, y el día que me enfrente con mi enfermedad salí revolcado,
derrumbado y seriamente herido. Hoy más que ayer se que la batalla no es contra sustancias, ni
exnovias, ni amistades, hoy se que esa peleaes contra una enfermedad que reside dentro de mi,
"una obsesión mental tan sutilmente intensa que ningun ser humano puede destruirla."

A sabiendas de lo que dicen los libros : "pocos son los que han librado un combate mano a mano
con la enfermedad y han logrado un triunfo." El lunes de la semana pasada me quice hacer el
valiente, este escritor se puso los guantes de pelea y se subió al ring, y efectivamente no formó
parte de la estadística de los que han ganado ese combate. Yo iba con un discurso preparado, era
perfecto, con la mente poca madre, un discurso que hme hariía parecer como todo un hombre
maduro, un hombre centrado y que sabe lo que quiere, con lo que no contaba era que en primera,
ese discurso era un barato intento de manipulación y un autoengaño, y en segunda no contaba el
aspecto emocional, que fue a fin de cuentas lo que me ganó, todas las emociones, ese manojo de
locura, se disparó terriblemente haciendome perder el control de mi situación, de mis ideas y de
todo mi ser. Hoy reconozco humildemente que soy impotente ante la enfermedad.

Dentro de mis lecturas se hace mención de un par de palabras muy peculiares: "salteador rapaz"
que ni por buscar en el diccionario supe lo que significaban, hasta hoy, y hoy comprendo que ese
salteador rapaz puede tomar muchas formas y que me esta acechando y siguiendo a donde quiera
que voy, lea semana pasada y el primer dia de esta, se presentó con la forma, la voz y las palabras
de una expareja. ¿ Que forma tendrá el dia de mañana? Este enfermo en recuperación se da
cuenta de que debe tener sus seis sentidos bien despiertos y alertas, si es que valora y quiere su
vida, situación que se esta empezando a dar.

MENTE ABIERTA

Anónimo dijo...

Que onda Fer, como estas? La neta espero que bien chingon. He estado leyendo tu blogger y va
chingón. Y la neta no soy quien pa opinar, soy solo un amigo y un compañero de las buenas y las
malas situaciones y pues la neta te voy a dar un consejo. Deja de asomarte al pasado, por cada
segundo que estas ahi pierdes otro segundo en el presente, en el pasado no puedes actuar. Si te
sigue afectando tu novia, no soy quien para decirlo por que se que ese pedo del amor igual esta
muy cabron, pero pues si ya te hace mal, a la chingada los recuerdos dinamita el pasado ese. Por
otra parte la mayor parte del tiempo siento que hablas en metafora entre vieja y vitamina R. Solo
quiero decirte algo que a mi me sirvio mucho. El pedo que tenemos no es una enfermedad, una
enfermedad es algo externo que ataca tu sistema y que no puedes predecir cuando va a pasar, en
cambio lo que nosotros tenemos no es enfermedad, siempre tenemos el poder de decision,
hacerlo o no, espero realmente que ya no hagas nada por que te quiero canijo y estaria pero de la
chingada que despues de esos meses sigas en el mundo R, recuerda... ante todo tienes decision,
hacerlo o no, si lo haces pues deja de sentirte mal, pero por favor no lo hagas.

Te mando un abrazo. Cuidate Fer.


Los ricos suelen ser gente extraña (cuento)
Hay hombres que aman a las mujeres, otros el alcohol, la naturaleza o el deporte, otros a
los niños o al trabajo, hay hombres que aman el dinero. Seguramente el hombre puede
amar a más de uno de los anteriores, no obstante da preferencia a algo sobre lo demás.
Siendo suficientemente ambicioso, tiene la esperanza de alcanzar lo que verdaderamente
anhela.
Alois Burda amó el dinero y le sometía todo lo demás. Bajo el régimen pasado era
administrador de un negocio de venta de automóviles, bajo el nuevo régimen abrió un
negocio propio. Bajo el régimen pasado manejó con habilidad ese pequeño número de
autos que tenía para la venta. Pronto encontró la manera que le aseguraba el soborno
más alto. Después de la revolución, las comisiones por ley le dejaban aproximadamente
las mismas ganancias que había tenido antes de la revolución. Alois Burda entonces era un
hombre rico, ya en los años setenta se construyó una residencia familiar cuya superficie
habitable según las leyes vigentes no alcanzaba ciento veinte metros cuadrados, sino que
los superaba tres veces. En la residencia tenía un gimnasio, una piscina techada, tres
garajes, y al lado de la residencia una cancha de tenis, aunque él mismo no jugara tenis. En
Suiza tenía una cuenta secreta, y puesto que los bancos suizos son avaros con los
intereses, tenía todavía una cuenta secreta más en Alemania. Se divorció sólo una vez,
porque se dio cuenta de que el divorcio salía relativamente caro. Con la primera esposa
tenía dos hijos, con la segunda tenía una hija. Con los hijos se frecuentaba sólo
escasamente. Desde que alcanzaron la mayoría de edad, no se veían más a menudo que
una vez al año. También la segunda esposa le fastidió pronto, pero manejaba bastante
bien el hogar y no le molestaba demasiado, tampoco se preocupaba por cómo él pasaba
su tiempo libre. Ella era deportista, esquiaba y montaba a caballo, jugaba tenis, golf y
nadaba bien, aunque nada de aquello le interesaba a él en lo más mínimo. De vez en
cuando se conseguía una amante con quien dormía, pero por la cual usualmente no sentía
nada y de la cual tampoco exigía sentimiento alguno.
De vez en vez le preguntaba a su hija qué había de nuevo en la escuela, pero al día
siguiente olvidaba su respuesta y nunca estaba seguro de qué año cursaba. Así luego
terminó la escuela y se casó. Como regalo de boda recibió de su padre un nuevo
automóvil, cuyo precio superaba el medio millón de coronas. Ese regalo la sorprendió, casi
estaba dispuesta a creer que era un regalo de amor, pero era más bien el regalo de una
mala conciencia o de un capricho instantáneo. De todas maneras, una cantidad así no
significaba nada para Burda.
Conocía a mucha gente, todo aquél que fuera su cliente, sin embargo no tenía amigos,
a excepción de algunos cómplices con los cuales de vez en cuando tomaba unos tragos o
ideaba transacciones comerciales.
Cuando se acercaba a los sesenta, de repente empezó a sentir fatiga, perdió el apetito y
paulatinamente fue adelgazando. Lo atribuía al modo de vida demasiado acelerado que
llevaba. Su mujer naturalmente notó la metamorfosis y lo mandó al médico, pero él por
principio no obedecía los consejos de su mujer, además temía que el médico le pudiese
detectar algún padecimiento más serio. Decidió que iba a descansar más, que iba a darse
el lujo de hacer algún viaje al extranjero que no fuese de negocios, también visitó a un
famoso curandero que le preparó un té especial y le recomendó comer diario semillas de
calabaza. Sin embargo, nada de esto le ayudó. Burda empezó a sufrir dolores en el
estómago, en la noche se despertaba sudado, sediento y abatido por una extraña
angustia.
Finalmente decidió ir al médico. Éste pertenecía a sus viejos clientes, ya había curado a
su primera esposa. Ahora trataba de aparentar que todo estaba bien, y pasó un rato
conversando sobre un nuevo modelo de Honda.
"¿ Es algo serio?", preguntó el vendedor de automóviles.
"¿Quieres que sea completamente sincero?"
El vendedor dudó, luego asintió con la cabeza.
"Tienes que operarte cuanto antes", dijo el médico.
"¿Y luego?"
"Ya veremos".
"¡Ajá!", entendió Burda, "esto me huele a muerte".
"Todos estamos aquí por sólo un momento", dijo el médico, "pero no debemos perder
la esperanza. Hasta que te abran, sabremos más".
Aunque también sabía que alguna vez llegaría el momento en el que aparecería la
muerte detrás de su cabeza, el vendedor de automóviles se encontraba inesperadamente
sorprendido. Pues todavía le quedaban casi diez años para alcanzar la edad promedio de
los hombres en nuestro país y además le parecía que la muerte llega con mayor frecuencia
en forma de accidentes en la carretera. Y él era un excelente conductor.
"Tenemos medicamentos cada vez más eficientes", agregó el médico, "así que no
pierdas la esperanza".
"Con respecto a los medicamentos, me puedo permitir cualquiera, por mucho que
cuesten".
"Yo sé", dijo el médico, "pero esto no es cuestión de dinero".
"¿Es cuestión de qué?"
El médico encogió los hombros. "De tu resistencia. De la voluntad divina o del destino,
como sea que lo llamemos".
Acordaron la operación para la semana siguiente, hasta entonces tuvo que someterse a
todos los exámenes necesarios.
Cuando llegó Burda a casa y su mujer le preguntó qué había detectado el médico,
contestó con una sola palabra: "Moriré". Luego se fue a su recámara, se sentó en el sillón
y pensó en la extrañeza de que quizá pronto no estaría aquí. El hombre siempre le había
parecido similar a una máquina, la máquina y el hombre se desgastan tras una larga
utilización, pero la máquina se puede mantener en marcha esencialmente por un tiempo
ilimitado si se reponen constantemente sus partes. ¿Pero qué sucede con el hombre? Se
le hizo cruelmente injusto que las partes humanas no fuesen en su mayoría renovables,
mientras que una máquina muerta es en sí eterna, condenando entonces al hombre
prematuramente a la destrucción. Luego le inquietó la pregunta: cómo procedería con su
propiedad, qué haría con sus cuentas secretas. Cuando muriese, todo lo que tenía le
pertenecería a su esposa e hijos. Se le hacía injusto, ya que ninguno de ellos había
contribuido en manera alguna a lo que él había ganado. Además, recientemente le había
regalado un auto a su hija y sus hijos no le hacían caso. La mujer lo cuidaba, pues le daba
dinero con regularidad, hasta le daba dinero para ir a esquiar cada invierno y primavera a
los Alpes, seguramente por ahí tuvo amantes, incluso supo de uno, porque
accidentalmente encontró una carta en el bolso de su mujer, donde buscaba una cuenta.
¿Por qué ahora su esposa, tan sólo por haberse casado con él, debería recibir, aparte de
todas sus propiedades y del dinero de la herencia, también el dinero del cual ni siquiera
sospechaba?
Luego reflexionó acerca de lo que le dijo el médico sobre la esperanza y la voluntad
divina. Confiarse de la voluntad divina es ciertamente una tontería, igual que confiarse del
destino. La voluntad divina es un engaño para los débiles y los pobres, mientras que el
destino se comporta según se le pague. Hasta ese momento lo estaba sobornando
exitosamente y ahora se resistía a la idea de que repentina e irremediablemente no se
saliera con la suya.
Esa misma tarde se sentó en su Mercedes, tomó su pasaporte y las cosas más
necesarias para el viaje y se dirigió a la frontera.
La cuenta suiza contenía algo más de cien mil francos, en la alemana había más dinero.
Solicitó el dinero en efectivo ante el asombro de los cajeros. Regresó con el dinero la
siguiente noche, escondió los billetes en una pequeña caja fuerte, cuyo código sólo él
sabía. Al día siguiente fue a hacerse los primeros exámenes.
Cuando se estaba preparando para ingresar al hospital, le surgió la pregunta de qué
hacer con el dinero en la caja fuerte. El médico le advirtió que podría permanecer varias
semanas en el hospital, es verdad que no mencionó la posibilidad de nunca abandonar el
hospital, pero el vendedor de automóviles sabía que ni siquiera ésta se podía descartar.
Incluso podría no salir con vida de la sala de operaciones.
No quería dejar el dinero en su casa, ¿pero llevarlo consigo al hospital? ¿Dónde lo
escondería? ¿Qué haría con él en el momento en que estuviera inconsciente en la mesa
de operaciones?
Finalmente decidió dividir los paquetes de cien mil en otros más pequeños, los metió
en unas pantuflas viejas con hebillas y las cubrió con calcetines enrollados. Luego, ante su
mujer, empacó las pantuflas en una caja, la pegó con cinta adhesiva y le pidió que se la
llevase al hospital junto con algunos objetos más como otras pantuflas corrientes, una
bolsa de viaje con artículos de tocador, dos números de una revista de automovilismo y el
monedero con unos cientos de coronas, cuando se lo pidiese.
Apartó unos miles de marcos en un sobre para el cirujano. Sin embargo éste, con una
explicación poco clara de que era supersticioso y antes de la operación ni quería oír hablar
de dinero, rechazó el sobre.
Cuando abrieron a Burda en la mesa de operaciones se dieron cuenta de que el tumor
no sólo había afectado el páncreas sino que también se había ramificado hacia otros
órganos; una operación radical parecía ser tan inútil que lo cosieron. Tras dos días en la
unidad de terapia intensiva, lo colocaron en la recámara número ocho, la compartían con
él nada más dos pacientes. El vecino a la izquierda era un campesino hablador, que se la
pasaba contando historias insignificantes de su vida y temía por el destino de su granja,
que ahora estaba a cargo de su abandonada mujer. El vecino a la derecha era un
silencioso anciano, muriéndose quizá, que oportunamente, sea dormido o en estado de
vigilia, despedía chillidos de fiera inarticulados de manera extraña. Aquéllos perturbaban
al vendedor de automóviles más que las historias del campesino, que simplemente no
escuchaba.
Los médicos le recetaron muchos medicamentos y además una vez por día una
enfermera traía a su cama un soporte, ponía una botella y luego clavaba una aguja en sus
venas, y él podía observar cómo le fluía la sangre o algún líquido incoloro por una
manguerilla transparente hasta llegar a su cuerpo. A pesar de ello se sentía cada vez más
miserable.
La mujer le trajo todas las cosas que él había preparado, agregó un ramo de flores y un
frasco de conserva de frutas.
Las flores no le interesaron y había perdido totalmente el apetito. Cuando se fue su
mujer, abrió la caja con las pantuflas, quitó los calcetines, divisó el paquete de billetes,
volvió a meter los calcetines, cerró la caja y la escondió en la mesa de noche. Todavía
podía caminar, pero de todas maneras se levantaba de la cama sólo un poco, se arrastraba
a la ventana o al pasillo y en un momento regresaba nuevamente a su lecho metálico.
Ahora prefería no abandonar su recámara en lo absoluto. No pensó concretamente en su
muerte, pero tampoco pudo dejar de advertir cómo disminuían sus fuerzas. Cuando se le
acaben completamente, cerrará sus ojos y ya no será capaz ni de pensar, ni de hablar,
menos de actuar. ¿Qué hará con ese dinero?
Su mujer lo visitaba dos veces por semana, de vez en cuando también aparecía su hija
casada, incluso en una ocasión vino el mayor de sus hijos. Cada quien le traía alguna cosa
que no le hacía falta, y sin interés la guardaba en su mesa de noche, donde se quedaba
hasta que se fuese la visita y pudiese tirarla a la basura.
Había varias enfermeras que hacían turnos. Una era mayor, las demás apenas pasaban
la edad escolar, le parecía que una se asemejaba a la otra y las distinguía solamente según
el color de su cabello. Lo trataban con cordialidad profesional, de vez en cuando hacían un
intento de bromear o de darle ánimos. Cuando le clavaban la aguja en sus venas, se
disculpaban porque le iba a doler un poco. Luego, aparentemente después de sus
vacaciones, regresó todavía una enfermera, no era más grande que las demás, pero le
llamó la atención su voz, que le recordaba a la remota y casi olvidada voz de su madre en
la época de su niñez. La enfermera se llamaba Vera. Notó que siempre que se acercaba a
él para ejecutar alguna de las tareas rutinarias, añadía algunas frases. Y
sorprendentemente esas frases no traían sólo las usuales palabras de compasión, sino que
le comunicaban algo del mundo de afuera, de que hoy era un día caluroso, que ya habían
florecido los jazmines, que ya estaban madurando las fresas en su balcón. La escuchaba,
con frecuencia ni percibía el contenido de lo que comunicaba, percibía sólo el colorido de
su voz, su extraño consuelo.
Una vez, cuando se sentía un poco mejor después de la transfusión, le pidió que se
sentara a su lado.
"Pero señor Burda", se extrañó, "¿qué diría la primera enfermera si me agarrase
descansando?" No obstante trajo una silla, se sentó al lado de la silla de él, tomó su mano
llena de incontables piquetes, y le acarició el dorso de la mano.
"Pues, ¿cómo vive usted, enfermera?", le preguntó.
"¿Cómo vivo?", se sonrió. "Como todos."
"¿Vive con sus padres?"
Asintió. Dijo que tenía una pequeña recámara en un complejo multifamiliar, en su
recámara sólo había una cama, una silla, un pequeño librero, también, en un pilar de
bambú, macetas con flores de la pasión, fucsias y coronas de Cristo. Le contó largamente
de las flores. Las flores nunca le habían interesado, bajo sus nombres no le surgían
ningunos colores o formas, pero percibió la ternura en la voz de aquella mujer, percibió el
tacto liviano de sus dedos en el dorso de la mano y notó que sus ojos eran cafés oscuros,
aunque su cabello tenía un color claro natural. Prometió que le traería algunas flores de
las que cultivaba en su balcón, y se levantó de la silla.
Al día siguiente realmente le trajo una azucena y nuevamente se sentó junto a él.
Burda le preguntó si no sufría la escasez de algo importante.
Ella no entendió el sentido de su pregunta.
Entonces le preguntó si tenía carro.
"¿Carro?", se rió de la pregunta.
"¿Y lo quisiera?"
"Pues usted los vendía", se dio cuenta. Luego dijo que nunca pensaba que pudiese
tener un carro. Vivía sólo con su madre y apenas tenían para comprarse una bolsa de
jitomate de vez en cuando. El año pasado había plantado unos arbustos en su balcón, pero
se pudrieron, y no logró cosechar nada. Le preguntó si le gustaban los jitomates. Lo
preguntó de la misma manera en que él solía preguntarle a la gente si le gustaba el caviar
o si prefería las ostras. Le contestó que sí, aunque no recordaba que los hubiese comido
alguna vez con gusto.
Le quería preguntar si no la deprimía su vida, pero lo invadió un repentino ataque de
dolor y la enfermera salió corriendo por la médica, que le aplicó una inyección después de
la cual se le enturbió rápidamente la razón.
Cuando volvió levemente en sí en la noche, primero se dio cuenta con una urgencia
absoluta de la realidad de que en unos días probablemente moriría. No obstante encendió
la pequeña lámpara arriba de su cama, se inclinó sobre la mesa y sacó la caja con las
pantuflas. Detrás de los calcetines arrugados permanecía la fortuna, con la cual se podrían
comprar vagones enteros de jitomates.
Puso todo en su estado anterior y regresó la caja a la mesa; la riqueza, que lo llenaba
generalmente de satisfacción, se hacía de repente una carga.
¿Debería de heredarla a algún organismo de caridad? ¿O a este hospital? ¿Regalarla a
los médicos, que de todas maneras no podían ayudarle? ¿A su mujer para que pudiese
pagar a amantes aún más exigentes o ir a esquiar hasta por allá de las montañas
Rocallosas?
Luego se le apareció de repente la cara de aquella enfermera y escuchó la voz que se
asemejaba a la de su madre. Tenía curiosidad de saber si mañana iba a estar de turno, y se
dio cuenta de que deseaba que estuviese.
Al día siguiente efectivamente vino y le trajo un jitomate. Era grande, duro y tenía el
color de la sangre fresca.
Le dio las gracias. Lo mordió y le dio varias vueltas en su boca, pero no logró tragarlo,
sintió que lo vomitaría.
La enfermera colocó el soporte a su cama, puso la botella y anunció: "Le vamos a
alimentar un poco, señor Burda, si no se nos debilitaría mucho."
Asintió con la cabeza.
"¿Viene a verlo su familia?", preguntó la enfermera.
Debería contestar que no tiene familia, que tiene sólo una mujer y tres hijos, pero en
lugar de eso contestó que desde hace mucho nadie lo visitaba.
"Ellos vendrán", dijo la enfermera, "y enseguida se sentirá más alegre."
Cerró los ojos.
Ella tocó su frente con los dedos. "Ya fluye", dijo. "Dios puede hacer un milagro, sanar
al enfermo igual que perdonar al pecador. Y recibir a cada quien con amor."
"¿Por qué?", preguntó, refiriéndose a por qué se lo estaba diciendo, pero ella no
entendió. "Porque Dios es el amor mismo."
Aunque le daban medicamentos fuertes, no lograba conciliar el sueño en la noche.
Pensó en aquella extraña realidad, que el mundo continuaría, saldría el sol, correrían los
carros, serían inventados nuevos modelos de carros, se venderían en el negocio que su
mujer seguramente venderá, se construirían nuevas autopistas y puentes, se abriría el
túnel debajo del Petrín, pero él no se enteraría de nada de nada de aquello. Esa realidad
tenía una mano helada con la que le apretaba el cuello. Trató de escaparle, buscar la
ayuda de alguien, pero no tenía con quién refugiarse. Luego le surgió la cara de la
enfermera que se sentó junto a su cama y le dijo que Dios puede recibir a cualquiera con
amor. Dios lo logra, mientras que él nunca lo ha logrado. Es que si existiera un dios, si
existiera, debería reinar en el mundo por lo menos un poco de amor. Trató de recordar a
quién y cuándo había amado, y quién y cuándo lo había amado a él, pero aparte de su
mamá, que ha estado muerta desde hace tres décadas, no recordaba a nadie. Mañana le
preguntará a aquella enfermera dónde nació su fe en Dios o siquiera en el amor.
Finalmente logró dormirse. Al despertarse a mitad de la noche, se le ocurrió algo sin
sentido. Le regalará el dinero a esa enfermera. Por lo que le dijo de Dios y del amor. Por
acariciarle la frente, aunque sabe que él morirá. Lo sabe igual que lo saben los demás,
pero aquellos no le acariciaron la frente.
Luego se imaginaba qué diría ella de recibir una fortuna inesperada. ¿Lo aceptaría? La
experiencia le decía que la gente nunca rechaza el dinero. Aparentan resistirse, pero
finalmente sucumben. Por supuesto que no le puede meter en el bolsillo unos millones; le
pedirá que llame al notario, le dictará su última voluntad y le heredará el dinero. ¿Qué
hará ella con él? Ni sabe si tiene un amante o si vive sola.
Al día siguiente, en lugar de indagar sobre su fe, le preguntó si vivía sólo con su madre o
si salía con alguien.
Sorprendida, levantó su mirada, pero no le contestó. Su novio se llama Martín, es
violinista, ayer fueron juntos al concierto, presentaron el concierto en re menor de
Beethoven. ¿Lo conoce? ¿Le gusta?
No conocía a Beethoven, aunque debió haber escuchado ese nombre alguna vez. No le
alcanzaba el tiempo para la música, aunque en la tienda comúnmente tocaban alguna
música. Pero eran canciones de moda.
También le dijo que se iba a casar con Martín en otoño. "¿Irá a mi boda?", le preguntó.
"Si me invita".
Al día siguiente la enfermera Vera tenía un día libre y él entonces pudo reflexionar si
había considerado todo bien y si su decisión no era demasiado precipitada. ¿Qué pasaría
si sanara por fin, cuando Dios hiciera aquel milagro o algún medicamento que le
introdujeran en las venas le regresara la fuerza? ¿Por qué otra razón lo estaría invitando la
enfermera a su boda? Con un moribundo no estaría bromeando así.
También la cantidad era desproporcionadamente alta, al final con su regalo la pondría
en sospecha de un acto deshonesto. Pero le podría regalar por lo menos una parte de ese
dinero, por lo menos un pequeño paquete de billetes de mil francos.
Al día siguiente empeoró, pero percibió cuando se le acercó la enfermera Vera que
puso para él una flor fresca en la botella con agua, acercó el soporte y picó con la aguja
una vena en su pierna izquierda.
"Se lo compensaré", dijo él con una voz silenciosa.
"Me lo compensará al sentirse mejor", dijo. Luego abrió la ventana y preguntó.
"¿Siente? Ya están floreciendo los tilos".
No sintió nada, sólo un gran cansancio. Debería decirle que llamase a un notario, pero
en ese momento se le hizo que toda la idea era una tontería, simplemente tendría que
introducirle en el bolsillo de la bata unos billetes. Hasta eso significaría para ella una gran
fortuna.
La enfermera le acarició la frente y salió de la recámara.
La siguiente noche Alois Burda murió. Justo era el turno de la enfermera Vera y algunos
momentos antes de que él respirase por última vez, se sentó junto a él y le sostuvo la
mano, pero el moribundo seguramente ya no supo de ello.
Luego asignaron a la enfermera para sacar todas las cosas de la mesa del muerto y
hacer una lista detallada. La enfermera lo hizo. La lista tenía dieciocho artículos, el número
once decía: Un par de pantuflas con hebillas con un par de calcetines adentro. Le
sorprendió a la enfermera que las pantuflas parecieran demasiado pesadas, y se le ocurrió
que podría sacar los calcetines, ponerlos aparte y fijarse adentro de las pantuflas, pero no
lo hizo, ya que se agregaría un artículo más; encontró inútil hurgar de cualquier manera en
las cosas que aparentemente nadie nunca usaría.
Cuando llegó la mujer de Burda al hospital para levantar el acta de defunción, le
entregaron la bolsa con las cosas del difunto y la lista de lo que estaba en la bolsa. La
mujer le echó una ojeada a la lista de los objetos. En los últimos años le asqueaba su
esposo, así que un par de sus miserables cosas le asqueaba aún más. El monedero con
trescientas coronas se lo entregaron aparte. Tomó el saco con las cosas y lo guardó en la
cajuela de su carro. Cuando salía del hospital, notó que cerca de allí había un tiradero
improvisado. Se detuvo mirando bien a su alrededor, luego abrió la cajuela y tiró la bolsa.
Aquella noche la enfermera Vera tuvo una cita con su violinista. "Aquel Burda, el que
dormía en la ocho, murió", le anunció; "dicen que era tremendamente rico, uno de los
hombres más ricos en Praga."
"¿Y te dio algo?", le preguntó.
"No", dijo ella, "traía en su monedero sólo trescientas coronas."
"Los ricos suelen ser gente extraña", dijo él, "¿a quién heredará todo?"
"Sabrá Dios", dijo ella, "él quizá ni siquiera tenía a alguien. No vino nadie que por lo
menos le tomase la mano en aquel momento." -— Traducción de Irena Chytra
El error catalán de Iglesias
Pablo Iglesias se ha autoelegido como "delegado del Gobierno" para negociar con Oriol
Junqueras en la cárcel, otro ejemplo de la fallida estrategia de Podemos en Cataluña.
Oscurecida por las múltiples polémicas que brotan a diario, ahora el debate gira en torno
a la puesta de largo de la alt-right patria con Vox y la negociación en Bruselas y una celda
de Lledoners de los presupuestos generales del Estado, la renuncia hace unas semanas de
Xavier Domènech a seguir al frente de la coalición de los comunes (Podemos + todo el
colauismo) en Cataluña ha pasado desapercibida pese a la importancia que tiene en el
tablero político catalán, pero también en el español. La dimisión de Domènech, que pasa a
formar parte junto a Gemma Ubasart y Albano Dante Fachín del club de los líderes
morados caídos prematuramente, pone en duda la solidez del proyecto de la alcaldesa de
Barcelona, Ada Colau, para construir el PSUC del siglo XXI y ser el partido hegemónico de
las izquierdas catalanas; pero sobre todo pone en evidencia el fracaso de Pablo Iglesias en
Cataluña.
El líder del partido Podemos parece no haber entendido la llamada cuestión catalana, por
torpeza propia y seguramente por equivocados consejos. No hace tanto, Iglesias tuvo en
su mano el liderazgo de la izquierda catalana de raíz federalista y/o autonomista, pero a
las primeras de cambió se conformó con situarse a la sombra de los “comunes” de la
alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, quien antes se apartó del espíritu que le llevó al
gobierno de la capital catalana. “Sí se puede”, fue el grito de sus seguidores que
abarrotaron sin banderas la plaza Sant Jaume para celebrar la victoria electoral. Iglesias
también aceptó rápidamente asumir como propio el argumentario soberanista. Ese
“derecho a decidir”, esencia del populismo rampante en diferentes rincones de Europa,
que el nacionalismo convergente, antes de su mutación en PDECaT, hábilmente empezó a
utilizar en 2010 para recuperar la hegemonía perdida tras dos legislaturas de gobiernos
tripartito.
Iglesias se obstinó en sus primeros pasos en el tablero político catalán, y se sigue
empeñando ahora, en calcar la estrategia que condujo a Iniciativa per Catalunya (ICV) de
los gobiernos tripartitos a tener hoy un papel residual en la izquierda catalana. La misma
tentación nacionalista que sedujo al PSC cuando llegó al gobierno de la Generalitat de la
mano de Pasqual Maragall y cuyas nocivas consecuencias todavía sigue penando.
Si en muchas ocasiones Iglesias ha demostrado tener un fino olfato político, amén de
capacidad de enmienda estratégica, no supo interpretar los mensajes que le lanzaron los
cuatro mil entusiastas asistentes al polideportivo olímpico de la Vall d’Hebron el 21 de
diciembre de 2014, en el primer mitin que dio en Cataluña cuando el “asalto a los cielos”
parecía factible y cercano. Y no por falta de claridad: sonoros aplausos cuando habló de
España como una patria compartida -"Yo soy de Vallecas y me siento en mi casa cuando
estoy en Cornellá, L'Hospitalet o Nou Barris” y “nación de naciones”, ovaciones cada vez
que Iglesias atacaba con dureza al nacionalismo catalán –“a mi no me veréis nunca
abrazado a Mas”- o cuando sutilmente rechazó el referéndum de autodeterminación al
defender una consulta para “cambiar todo”, educación, sanidad, inmigración, y no solo en
el eje España/Cataluña.
A los que cubrimos habitualmente todo tipo de actos y festejos políticos en Barcelona, nos
sorprendió la capacidad de movilización de Iglesias y los suyos. En torno a 3.000 personas
se quedaron en la calle sin poder entrar, y el entusiasmo mesiánico que despertó entre los
asistentes recordaba al de las viejas estrellas del rock (para ser precisos con nuestro
tiempo deberíamos decir la atracción de los influencers). Fue toda una demostración de
fuerza.
El público era metropolitano, de mediana edad, mayoritariamente castellano parlante,
beligerante con el proceso independentista, más ex votante del PSOE o de Izquierda Unida
(IU) que del PSC o ICV, y entre expectantes e ilusionados con un incipiente proyecto
político que parecía capaz de batir en las urnas al PP de Mariano Rajoy en Madrid y al
Ejecutivo de Mas en Cataluña. De aquella foto gráfica y sonora, Iglesias se quedó con muy
poco o casi nada, dilapidando un caudal de votos que, en cambio, sí logró encauzar
Ciudadanos con Inés Arrimadas en las sucesivas elecciones catalanas, tiñendo de naranja
muchos de los barrios populares y municipios del antaño conocido como cinturón rojo de
Barcelona. En cambio, Podemos se adentró alegremente en el laberinto identitario, donde
siguen perdidos: en los días previos al referéndum ilegal Podemos llamó a la movilización
en el referéndum ilegal del 1-O –previo a la declaración unilateral de independencia-
como, en palabras de Iñigo Errejón, una “defensa de la democracia”.
Pagarían en las urnas poco después esta comunión con el secesionismo. En los comicios
del 21 de diciembre al Parlamento catalán, presentados por los independentistas como un
plebiscito al Estado, la coalición que integraba a todo el espacio de los comunes bajo las
siglas de Catalunya en Comú y la candidatura de Domènech obtuvo únicamente nueve
diputados. En cambio, logró ser la fuerza más votada en las dos elecciones generales
cuando su discurso se centró en el eje derecha-izquierda, atacando al Gobierno
conservador de Mariano Rajoy y los casos de corrupción del PP. La semana pasada en la
Cámara catalana los comunes sumaron fuerzas con los grupos independentistas para,
entre otras cosas, seguir embistiendo contra el Rey Felipe por su discurso del 3 de octubre
de 2017, decisivo a la hora de parar el golpe separatista al orden constitucional; Iglesias,
además, se ha autoelegido “delegado del Gobierno” para negociar en la prisión de
Lledoners con Oriol Junqueras los presupuestos.
El error de Iglesias y su núcleo duro sí fue visto por algunos de los fundadores de la
formación. “A mi me gustaría un Podemos que le hablase más a España y a los españoles y
no solo a los independentistas, porque somos un partido de naturaleza estatal y español,
con un proyecto político para España y para Cataluña”, declaró Carolina Bescansa en los
pasillos del Congreso el 26 de octubre de 2017. Una llamada de atención a la que se
sumaron otros destacados dirigentes del partido morado, como Luis Alegre, sin fortuna
alguna.
Iglesias es un comunista clásico que, como tal, cree que todo lo que pueda derrumbar el
sistema le acabará favoreciendo. Una premisa falsa y que le aleja de un objetivo inicial que
parece haber olvidado: ser el presidente de España. Ondear la bandera de la identidad
para las izquierdas, como subrayó en su momento Eric Hobsbawm (“las identidades
colectivas se definen negativamente, es decir, contra otros… el proyecto de las izquierdas
es universalista”, y hoy amplía Mark Lilla (“la izquierda se ha refugiado en la defensa de la
identidad de algunos grupos y se ha olvidado de elaborar argumentos políticos
complejos”) entre otros pensadores, desdibuja su discurso y lo aparta de la defensa de
causas universales como la justicia social y la igualdad.

A continuación la lista de cintas favoritas de Ingmar Bergman en orden alfabético:

1. Andrei Rublev (Andrei Tarkovsky, 1971)


2. The Circus (Charlie Chaplin, 1928)
3. The Conductor (Andrzej Wajda, 1980)
4. Marianne and Juliane (Margarethe von Trotta, 1981)
5. The Passion of Joa n of Arc (Carl Theodor Dreyer, 1928)
6. The Phantom Carriage (Victor Sjöström, 1921)
7. Port of Shadows (Marcel Carné, 1938)
8. Raven’s End (Bo Wilderberg, 1963)
9. Rashomon (Akira Kurosawa, 1950)
10. La strada (Federico Fellini, 1954)
11. Sunset Boulevard (Billy Wilder, 1950)
 Lost in translation (Sofía Coppola, 2003)
 Mulholland Drive (David Lynch, 2001)
 Pozos de ambición (Paul Thomas Anderson, 2007)
 Deseando amar (Wong Kar-Wai, 2000)
 Drive (Nicolas Winding Refn, 2011)
 Elephant (Gus Van Sant, 2003)
 Flores Rotas (Jim Jarmusch, 2005)
 Life Aquatic (Wes Anderson, 2004)
 Magical Girl (Carlos Vermut, 2014)
 Lejos del cielo (Todd Haynes, 2002)
 Crash (David Cronenberg, 1996)
 El Club (Pablo Larraín, 2015)
 Frances Ha (Noah Baumbach, 2012)
 Audition (Takashi Mike, 1999)
 Happiness (Todd Solondz, 1998)
 Casa de tolerancia (Bertrand Bonello, 2011)
 Syndromes and a century (Apichatpong Weerasethakul, 2006)
 Tiempos de amor, juventud y libertad (Hou Hsiao-Hsien, 2005)
 osetta (Jean-Pierre y Luc Dardenne, 1999)
 Outrage (Takeshi Kitano, 2010)
 El Havre (Aki Kaurismäki, 2011)
 Nadie sabe (Hirokazu Kore-eda, 2004)
 Ahora sí, antes no (Hong Sang-Soo, 2015)
 Spring Breakers (Harmoni Korine, 2012)
 Hors Satan (Bruno Dumont, 2011)
 Perder la razón (Joachim Lafosse, 2012)
 Happy End, Michael Haneke
 The House That Jack Built (2018)

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