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La crisis argentina, una visión

de largo plazo (1)


Esta nota fue escrita a comienzos del mes de
noviembre pasado, y fue publicada en francés en el
sitio Al l’encontre (véase

http://alencontre.org/ameriques/amelat/argentine/la-crise-argentine-
mise-en-perspective-a-long-terme.html). La reproduzco ahora para los
lectores del blog. Dada su longitud, la publico en tres partes.

Disparada por la crisis cambiaria, la economía argentina se ha precipitado


en la recesión. En septiembre, la actividad industrial se desplomó un 11.5%
interanual; la construcción cayó 4,2%, también en términos anuales. El uso
de capacidad industrial instalada, en septiembre, fue 61,1% (INDEC,
Instituto Nacional de Estadísticas y Censos). La evolución de la actividad
económica en 2018, medida por el Estimador mensual (INDEC), se puede
observar en el siguiente gráfico:

La previsión es que el PBI caiga 2,5% en 2018, y que se mantenga negativo


por lo menos hasta mediados de 2019.
De octubre de 2017 a octubre de 2018 el dólar aumentó un 100%, y solo se
ha estabilizado con el Banco Central pagando tasas del 70% (que dan lugar
a grandes ganancias vía “carry trade”). Los bancos cobran (principios de
noviembre) tasas del 75% para operaciones de cortísimo plazo, como
adelantos de cuenta corriente, con la consecuencia de que el crédito se
derrumbó.

La inflación en los 12 últimos meses (a octubre) es del 45,9% (INDEC). El


consumo en octubre cayó (interanual) 9,4%, (Cámara Argentina de la
Mediana Empresa). En los 10 primeros meses de 2018 los salarios
disminuyeron, en términos reales, entre el 10% y 16%. De enero a agosto de
este año se perdieron 106.000 empleos registrados (Ministerio de Trabajo)
a lo que debe sumarse la caída en el empleo informal (más del 30% de los
trabajadores ocupados están en la informalidad). Si se tiene en cuenta la
caída de salarios, la reducción de puestos de trabajo y de horas trabajadas,
la caída de los ingresos familiares en 2018 sería de entre el 11% y 18%.

La perspectiva del largo plazo

La actual crisis se inscribe en una larga historia de recurrentes caídas del


producto, como puede verse en el siguiente cuadro, que registra las
variaciones anuales del producto desde la crisis de 1975 hasta 2018 (primer
semestre). Tomamos como referencia la crisis de 1975 ya que fue la última
que ocurrió bajo la ISI, industrialización por sustitución de importaciones
(o sea, el programa de avanzar en la industrialización basándose en el
mercado interno).
Fte: Memorias anuales del Banco Central RA e INDEC.

A lo largo de estos 43 años, hubo nada menos que 18 de crecimiento


negativo del PBI. En 1981-1982, 1988-1990, y 1999-2002, las caídas fueron
superiores al 10%. Aunque los derrumbes se combinan con años de
crecimiento, e incluso elevado crecimiento.

Precediendo, o acompañando, esas caídas del producto, se registra también


una larga secuencia de crisis cambiarias, seguidas por alta inflación. Los
episodios más destacados, desde 1975:

Entre abril de 1975 y abril de 1976 el precio del dólar subió 600%. En 1975
los precios aumentaron 183%, y 444% en 1976. En los 5 años siguientes,
hasta 1981, la inflación anual promedió el 156%.

De junio de 1980 a junio de 1982 el dólar subió 1200%. Desde 1982 hubo
una nueva aceleración de la subida de precios: en 1982 la inflación fue
344%; en 434% en 1983; en 1985, 385%. Se desacelera entre 1986 y 1987.

De febrero de 1988 a febrero de 1991 el precio del dólar se multiplicó por


1662 (pasó de $6,18 a $10.275). La inflación se dispara desde principios de
1988: ese año fue 388%; en 1989 alcanzó el 3080%; en 1990 fue 2314%.
Estos procesos de hiperinflación se cortan con la ley de Convertibilidad (se
establece, por ley, una relación fija de 1 peso = 1 dólar).
Entre noviembre de 2001 y diciembre de 2002 se produce la ruptura de la
Convertibilidad, y el dólar aumenta 240%. La suba de precios en 2002 fue,
del 41% (contra una deflación de 1,1% en 2001).

De enero 2013 a enero 2014 el precio del dólar subió 56,7%. La inflación
(según el Índice de Precios Congreso) se acelera en 2014 y llega al 38,5%
(contra un promedio anual del 23,5% entre 2007 y 2013).

Entre septiembre de 2017 y octubre de 2018 el precio del dólar aumentó


114%. La inflación pasa del 25%, en 2016, al 45% (previsto) en 2018.

Estas violentas oscilaciones del tipo de cambio nominal y las tasas de


inflación provocaron pronunciadas variaciones del tipo de cambio real. El
siguiente gráfico muestra cómo varió el tipo de cambio real multilateral
desde 1997 al presente.

Fte: Banco Central RA

Interpretación subjetiva o materialista

Frente a la sucesión de crisis, caídas del producto, devaluaciones y alzas de


precios, existen dos tipos fundamentales de interpretaciones. Una sostiene
que esas evoluciones se explican por razones exógenas a la economía,
básicamente por políticas equivocadas de los gobiernos. Esta explicación es
común tanto a pensadores de la derecha –“la crisis de debe a que el Estado
gasta más allá de sus posibilidades”-; como a los que se identifican con el
centro progresismo –“las crisis se deben a que los gobiernos son
corruptos”. Pero la explicación que hace hincapié en factores exógenos
también se extiende a gran parte de la izquierda y los representantes del
nacionalismo pequeño burgués. Según estos últimos enfoques, las crisis
son el producto de los programas perversos y saqueadores de los gobiernos
neoliberales y proimperialistas. Por eso la solución a los problemas pasaría
por el acceso al poder de fuerzas políticas con un pensamiento nacional,
más o menos de izquierda.

De conjunto, se trata de variantes del “idealismo subjetivo” (Lenin,


caracterizando al populismo), cuyo tronco común es la creencia de que las
personas, con sus ideas y sentimientos, son los artífices libres de la
historia.

El enfoque opuesto al anterior, que compartimos, es el materialista, y dice


que las crisis no pueden entenderse como una simple sucesión de
contingencias fortuitas, o provocadas por las ideas de tal o cual gobernante,
sino deben explicarse a partir de las relaciones sociales imperantes, el
grado o intensidad de la lucha de clases, y el desarrollo alcanzado por las
fuerzas productivas del país, en relación al desarrollo de las fuerzas
productivas globales, y el mercado mundial. De ahí la necesidad de poner
el foco en el proceso de acumulación.
La crisis argentina, una visión
de largo plazo (2)
La primera parte de esta nota, aquí.

La centralidad de la inversión y la estructura


social de acumulación

Uno de los mayores logros de la economía política


clásica fue haber descubierto que la acumulación, o
sea, la inversión productiva del excedente, es la fuerza principal del
desarrollo económico. Por eso, para los clásicos, lo importante era ampliar
el trabajo productivo, para generar ganancias que se reinvirtieran para
generar más ganancias. Se trata de un proceso circular, o en espiral, muy
lejos de la “asignación eficiente de recursos dados”, que caracteriza a la
economía neoclásica.

La misma idea que los clásicos encontramos en Marx: para que haya
reproducción ampliada del capital, es necesario que el capitalista reinvierta
la plusvalía, adquiriendo medios de producción y fuerza de trabajo. “El
empleo de plusvalor como capital, o la reconversión de plusvalor en capital,
es lo que se denomina acumulación de capital” (Marx, 1999, t. 1, p. 713).
Por eso, una vez dada la masa de plusvalor, “la magnitud de la acumulación
depende… de cómo se divida el plusvalor entre el fondo de acumulación y
el de consumo, entre el capital y el rédito” (ibid, 730). La plusvalía que se
gasta como rédito, esto es, para el consumo o diversos gastos del capital, no
permite ampliar la capacidad productiva. Lo mismo ocurre con la plusvalía
que se emplea en sostener gastos improductivos del Estado. De ahí que la
clave del desarrollo de las fuerzas productivas –el desarrollo tecnológico y
la ampliación de la producción- pase por qué se hace con la plusvalía, y
cuánto de esta se invierte productivamente.

Pues bien, la razón última de las crisis en Argentina es que una parte
sustancial del plusvalor no se reinvierte productivamente. Por eso, las
crisis no son del tipo de las clásicas crisis de sobreproducción, de
sobreacumulación de capital, sino de carencia. Por caso, nadie puede decir
que en los últimos 15 o 20 años el capitalismo argentino haya
sobreinvertido en producción de energía, transporte, alta tecnología,
etcétera. Por eso, lo adelantamos ahora, las crisis tienden a estallar por el
lado de la balanza de pagos y en particular se manifiestan como crisis en el
tipo de cambio, el “conector” del espacio nacional de valor (de las fuerzas
productivas “internas”) con el mercado mundial.

Analizar las razones últimas del porqué de la debilidad de la acumulación


excede los límites de este trabajo. De todas maneras, dejamos anotada la
importancia que, en nuestra opinión, adquiere el enfoque conocido como
“la estructura social de la acumulación”, elaborado por David Gordon
(1980) y otros marxistas de EEUU. En esencia, Gordon sostiene que los
capitalistas no van a invertir en la producción si no pueden calcular
razonablemente una tasa esperada de rendimiento. Si no se da esta
posibilidad, buscarán tener rentabilidad colocando el dinero en la esfera
financiera (en un país como Argentina diremos que en el sector financiero
en el exterior).

Pero las expectativas y cálculos sobre rentabilidad se basan no solo en


variables sobre las cuales los capitalistas tienen influencia directa, sino
también sobre un complejo de relaciones sociales que individualmente no
pueden transformar. Esas condiciones incluyen factores económicos, como
la disponibilidad de crédito y el nivel de demanda esperada, la estabilidad
monetaria o cambiaria, la facilidad de acceso y disponibilidad de insumos
–sean producidos internamente, o que deban importarse- o la
adaptabilidad de las estructuras del Estado para favorecer los negocios, o la
reproducción de la fuerza de trabajo. Pero también incluyen factores
sociales y políticos, como la estabilidad de los gobiernos de los países en los
que invierten sus capitales, y el apoyo de la política gubernamental a la
acumulación en general. Y muy especialmente, el grado de resistencia y
capacidad de movilización de las masas trabajadoras y populares. Todos
estos son factores que afectan, o favorecen, la acumulación del capital.

El hecho entonces es que una porción significativa del excedente no se


reinvierte productivamente. Una parte se canaliza hacia gastos
improductivos (incluidos gastos estatales), o se destina a construcción
inmobiliaria (obedeciendo a una lógica rentística). Por ejemplo, se
considera que una parte muy significativa de la elevada renta que
recibieron los propietarios agrarios cuando la suba de los precios de las
materias primas entre 2003 y 2008, se canalizó hacia la construcción
inmobiliaria. Lo cual contribuyó a la demanda, pero no mejoró la matriz
productiva. Otra parte del excedente va al exterior porque las
multinacionales no reinvierten sus ganancias. Sin embargo, la canalización
hacia el exterior más importante del excedente se debe a la fuga de
capitales, realizada por la propia burguesía argentina.

Gasto improductivo y fuga de capitales

La fuga de capitales atraviesa la historia económica argentina de las


últimas cuatro décadas. Ya la crisis de comienzos de los 1980 fue
precipitada por una importante salida de fondos: 3838 millones de dólares
solo en 1982 (en las crisis anteriores el rol central lo jugaban la balanza
comercial y los pagos por cuenta corriente; los movimientos de capitales
eran mucho más limitados).

Luego, entre 1989 y 1990, se registró otro episodio de fuerte fuga de


capitales: 6688 millones de dólares. Con la instalación de la
Convertibilidad (en 1991) se restableció la entrada de capitales. Pero hacia
el fin de la Convertibilidad, y durante la crisis de 2001-2002, volvió a
producirse otra intensa fuga de capitales. Según la Comisión Investigadora
de Fuga de Divisas de la Cámara de Diputados, solo en 2001 se fugaron
divisas por más de 16.000 millones de dólares. También en los 2000 hubo
importantes salidas, en especial a partir del conflicto, en 2008, entre el
Gobierno y el agro. De conjunto, entre 2002 y agosto de 2018, la formación
de activos externos del sector privado no financiero fue de 158.592
millones de dólares (INDEC).

Como resultado de estos flujos, el stock de activos en el exterior debe de ser


significativo. En 2012 el INDEC calculó que ascendía a 205.000 millones
de dólares. Sin embargo, tomando en cuenta otros factores, como los
rendimientos que generan esos capitales, el stock de activos en el
extranjero habría llegado, en 2010, a 400.000 mil millones de dólares.
Otras estimaciones arrojaban, para 2012, casi 374.000 millones de dólares
(véase Gaggero, Rua y Gaggero, 2013). A fin de tener una dimensión del
peso de estas salidas de capital, en 2010 el ratio riqueza offshore/PBI
habría sido 109% (ibid).

Baja inversión productiva y competitividad

La debilidad de la acumulación se manifiesta entonces en que la formación


bruta de capital fijo, medida en términos del PBI, tiene a mantenerse a un
nivel bajo, alrededor del 20%, en promedio, a lo largo de los últimos 25
años. Muy lejos de los niveles de inversión de Corea del Sur o China, por
ejemplo. Incluso durante la década que sectores del progresismo
consideraron “industrialista”, la inversión no fue particularmente elevada,
como lo muestra el siguiente cuadro:

Fte INDEC

Una consecuencia del bajo nivel de inversión es el bajo nivel de


productividad de la economía argentina, y el escaso valor agregado de las
exportaciones. En 2017 los productos primarios representaron el 25,4% del
total de exportaciones; las de manufacturas de origen primario (de poco
valor agregado) el 38,5%, y las de origen industrial el 32% (el 4,1% restante
fueron combustible y energía). A su vez, las exportaciones “material de
transporte terrestre” (automóviles), representaron el 30% de las
exportaciones de origen industrial. La mayor parte de ellas (60%
aproximadamente) son a Brasil, y tendrían dificultades para competir en
otros mercados (INDEC). Más significativo, el déficit de la balanza
comercial industrial en 2017 alcanzó, según estima la Unión Industrial
Argentina, los 35.000 millones de dólares. En los 8 años que van de 2010 a
2017 su déficit acumulado fue de 243.185 millones de dólares. La
participación de las exportaciones industriales argentinas en el total de las
exportaciones mundiales, en 2010, era de apenas el 0,22% (en base a datos
de la Organización Mundial del Comercio). La participación de las
exportaciones argentinas en el total de las exportaciones mundiales fue, en
2017, de apenas el 0,35%.

Tengamos en cuenta, además, que una economía cuyas principales


exportaciones son materias primas, es más vulnerable a los cambios en la
demanda mundial y a las fluctuaciones de precios, que una economía que
posee una matriz productiva diversificada, y con industrias que generan
alto valor agregado. En segundo lugar, dado el peso de las exportaciones de
alimentos –primarios o manufacturados- la economía es muy dependiente
de factores climáticos. Así, la sequía que padeció el campo en 2017 tuvo
importantes efectos negativos sobre las exportaciones (no solo las de
productos primarios, también las industriales de origen agrario) y las
cuentas externas. Por último, mencionemos el peso de las importaciones de
energía desde mediados de la primera década del 2000, como resultado de
la falta de inversión en el sector.

Cuentas externas y crecimiento de la deuda externa

A pesar de la debilidad competitiva de la industria argentina, durante


mucho tiempo la balanza comercial tendió a ser superavitaria gracias a las
exportaciones de productos primarios y manufacturas de origen primario.
En los 17 años que van desde 1975 a 1991 hubo déficit comercial solo 2
años, y el superávit promedio anual fue de 2342 millones de dólares
(INDEC; también para lo que sigue). En cambio, entre 1992 y 2001 la
balanza comercial fue deficitaria, en promedio, por 1504 millones de
dólares anuales. Luego de la ruptura de la Convertibilidad, y hasta 2012,
con tipo de cambio alto, y la suba de los precios de las materias primas,
hubo fuertes superávits comerciales; el promedio anual fue positivo por
12.917 millones de dólares. Sin embargo, desaparecido el tipo de cambio
real alto, y terminada la suba de los precios de las materias primas, entre
2013 y 2017 el promedio baja a solo 1155 millones de dólares anuales; y en
2017 fue deficitario por más de 8000 millones de dólares (véase más
abajo).

Por otra parte, si bien la balanza comercial tuvo largos períodos de


superávit, muy distinto fue lo sucedido con la balanza de cuenta corriente.
Así, entre 1975 y 1991, a pesar de los excedentes comerciales, el promedio
anual del déficit de cuenta corriente fue de 1259 millones de dólares. Solo
durante cuatro años hubo superávit. Luego, desde 1992 y 2002, la
situación se agravó: el promedio anual del déficit fue de 8783 millones de
dólares. La situación se revirtió entre 2002 y 2009, cuando se registra un
superávit promedio de 6392 millones de dólares anuales, pero en
declinación. Y a partir de 2010 la cuenta corriente pasó a ser
crecientemente deficitaria hasta 2017. El promedio de déficit anual en esos
ocho años fue de 11.936 millones de dólares.

Los déficits de cuenta corriente fueron financiados con las entradas de


capitales y, más importante, con deuda externa. Pero la deuda externa
también financió la fuga de capitales. En este respecto, Gaggero,
Casparrino y Libman (2007) destacaron la correlación entre la deuda
externa y el stock fugado de capitales. En 1974 la deuda externa era de
7600 millones de dólares y el stock fugado era la mitad de esa cifra, 3800
millones. En 1982 las cifras ya eran 44.000 y 34.000 millones,
respectivamente. Ambos ítems continuaron aumentando durante los 1980
y 1990, y en 2001 los montos respectivos alcanzaron 140.000 millones y
138.000 millones de dólares. Luego, durante el período 2002 – 2015, la
formación de activos externos del sector privado fue de 103.676 millones
de dólares. Pero esta vez la fuga de capitales fue financiada principalmente
con los superávits de la balanza comercial, y en los últimos años del
gobierno K con pérdida de reservas.
Naturalmente, los servicios de la deuda externa son un elemento central
que explica los déficits en la cuenta corriente, incluso en años en los que
hubo superávit en la balanza comercial.

Textos citados:
Gaggero, J.; C. Casparino y E. Libman (2007): “La fuga de capitales.
Historia, presente y perspectivas”, Documento de Trabajo Nº 14, mayo,
CEFIDAR.
Gaggero, J.; M. Rua y A. Gaggero (2013); “Fuga de capitales III. Argentina
(2002-2012)”, Documento de Trabajo Nº 52, diciembre, CEFIDAR.
Gordon, D. (1980): “Etapas de acumulación y ciclos económicos largos”,
CIDE, Cuadernos semestrales Nº 7, pp. 19-54.
Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI.

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