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T.F. (II) 20181211 1830 - (PN.pp.

258ss)

Seguimos leyendo el libro de Pié Ninot por la página 258 hasta 262. Comentamos el artículo nº6 de
la DV y algunas citas bíblicas.

DESARROLLO

V. Formas de Revelación de Dios

1. La voluntad salvífica universal de Dios como presencia secreta de Dios en la humanidad, o


revelación “general”

El término hacia el cual camina la historia del género humano está ya presente en la humanidad de
Jesucristo. Cristo es, en efecto, el Reino de Dios, ya que en él se unió Dios y el hombre de una
forma radical. Cristo es consubstancialmente verdadero Dios y Verdadero hombre. De aquí que toda
acción y palabra divina presentes en esta historia, tienden hacia El y desembocan en El. Por eso,
desde el momento en que el hombre escucha la voz de Dios, aunque sólo resuene en lo más secreto
de su corazón, Dios ya está presente allí y su don salvador (la gracia); e, inversamente, donde quiera
que Dios está presente, donde quiera que se cree en El y en su palabra explícita, donde quiera que se
vive de El, allí no se pierde ni una sola partícula de verdad que pueda adquirir el hombre: más
todavía, todo, allí, asume su plena luminosidad.

Efectivamente, el don gratuito de Dios, su gracia, siempre está presente por vía secreta en la
conciencia humana, ya que Dios quiere salvar a todos los hombres (1 Tm 2,4), y de hecho los salva,
excepto, cuando el hombre, abusando de su libertad, rechaza culpablemente esta llamada divina.
Incluso los hombres que desconocen al verdadero Dios, le honran y siguen honrándolo, ya que
nunca dejan ni dejarán de buscarlo para ver si “a tientas pueden encontrarlo” (Hech 17, 23.27). Por
eso la Iglesia, teniendo presente esta voluntad divina de salvar a todos los hombres, sabe que nadie
que llegue al uso de razón puede condenarse sino por su culpa, es decir, deliberadamente y que, al
revés, nadie se salva sino por la gracia y por la fe en Dios (Heb 11,6).

Dios creando al hombre le dio desde el principio la capacidad para recibir la revelación divina, para
poder escuchar la palabra de Dios, y para poder acogerla obedientemente de acuerdo con la razón
(Rom 12,1). Por eso la Iglesia enseña que el hombre puede “conocer con certeza a Dios, principio
de todas las cosas, por la luz natural de la razón, a través de la creación” [Vaticano I: DH 3015],
aunque en la situación actual del género humano este conocimiento esté entorpecido por muchos
obstáculos de tal forma que sin la ayuda de Dios no es posible llegar a la verdad de Cristo (1 Jn
8,32)71.

a) La manifestación “natural” de Dios

El hombre puede preguntarse, a partir de su experiencia de contingencia finita y limitada, sobre el


fundamento de la realidad: fundamento total y cualitativamente diferente; de esta forma se produce
una cierta manifestación que se percibe como misterio infinito y fundamentador último de la
realidad, manifestación continua dejando a Dios en el ámbito de la cosa desconocida, ya que no se
le puede captar sino por medio de la analogía con las realidades creadas y como misterio,
fundamentalmente por vía de negación (lo no limitado, lo no relativo...) y en una referencia mediata
ya que sólo conocemos las cosas limitadas y relativas, y ellas nos hacen preguntar más allá por lo
ilimitado, lo absoluto.... Al mismo tiempo no puede llegar a conocerse su relación última e
inequívoca con el hombre ya que de esta forma continúa siendo una incógnita lo que Dios quiere y

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puede ser para nosotros: ya sea si, permaneciendo silencioso ante nosotros, quiere ser infinitud que
nos distancia de nuestra finitud, o ya sea si quiere ser la absoluta proximidad gracias a su
autocomunicación; y si también responderá con una condena o con el perdón al hombre culpable, a
quien niegue la realidad divina en la profundidad de su conciencia o en sus manifestaciones
históricas. Se trata, en definitiva, de la presencia natural de la realidad fáctica de Oios, dada no
como respuesta, sino como pregunta (¿la realidad se acaba? ¿no debería haber un fundamento
último e ilimitado de la realidad? ¿la vida finita y contingente no aspira hacia una meta infinita,
absoluta, total...?).

Este aspecto de la manifestación natural de Dios fue tratado por el Concilio Vaticano II de la
siguiente forma, recogiendo el Vaticano I: “el santo Sínodo profesa que el hombre ‘puede conocer
ciertamente a Dios con la razón natural, por medio de las cosas creadas’ (cf. Rm 1,20); y enseña
que, gracias a dicha revelación, ‘todos los hombres, en la condición presente de la humanidad,
pueden conocer fácilmente, con absoluta certeza y sin error, las realidades divinas, que en sí no son
inaccesibles a la razón humana (cf. DEI 3004-3005)’” [DV 6]. Nótese como el Vaticano II une en
una sola frase las dos afirmaciones complementarias: primero, la de Pablo en la carta a los Romanos
y segundo, la del Vaticano I a fin de equilibrarlas entre sí. En efecto, la posibilidad de que el hombre
llegue a conocer a Dios como principio y fin es una posibilidad real; pero en “el estado actual de la
humanidad”, la posibilidad efectiva de un conocimiento general de Dios, es decir, difundido
universalmente, un conocimiento seguro, firme y sin error, ha de atribuirse a la revelación divina.
Se trata de una doctrina ya profesada por santo Tomás de Aquino que subraya la necesidad de la
Revelación [ST I, q.l a.l] y su valor por tres motivos: la rapidez de la información, su acceso
universal y la certeza que supone [II-II, q.2 a.4c].

La historia del pensamiento humano y de la religión confirma la verdad de esta doble afirmación
conciliar, ya que en ella se constata cómo el género humano que busca incesantemente a Dios y que
fracasa también incesantemente en este afán. En efecto, en la inteligencia humana se ha podido
señalar igualmente un doble movimiento espontáneo que la induce a afirmar a Dios, o “lo divino”, y
una gran dificultad para dar a este movimiento una forma racional, rigurosa y definitiva. Gracias,
pues, a la luz que presta la revelación, la misma razón funciona con más seguridad y llega a
descubrir en el universo la Presencia del Dios verdadero: una presencia que es, a la vez, misteriosa
y transparente. Entonces también, en frase de P. Teilhard de Chardin, el espíritu contemplativo, roto
el velo de las apariencias de este mundo, llega a penetrar en el “medio divino”.

La Sagrada Escritura afirma en diferentes textos la posibilidad, e incluso el hecho, de conocer a


Dios independientemente de la revelación histórica que refiere y que contiene este conocimiento.
Además de Sabiduría 13,1 -975, tenemos los textos del Nuevo Testamento de Pablo a los Romanos,
1, 8-3276 y de Hechos 17, 16-3177. Ahora bien ha sido el texto de Romanos es el que ha sido más
famoso ya que es citado explícitamente por el Vaticano I [DH 3004] y recogido por el Vaticano II
[DV 6]. Con todo, la formulación conciliar parece más próxima a Sabiduría que, en cambio, no es
citada. Comparando el Vaticano I con la carta a los Romanos y con el libro de la Sabiduría podemos
encontrar estos tres puntos de similitud:

1º) los tres textos tratan del conocimiento “natural” de Dios entendido como aquel conocimiento
que pueden tener también los “paganos”, es decir, los no cristianos;

2º) los tres textos señalan igualmente los medios: la ‘naturaleza’ como medio objetivo, y la
‘conciencia’ como medio subjetivo, tal como también aparece en el texto del Aerópago de Hech 17,
28, así:

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a] el medio objetivo de este conocimiento, que puede llamarse cósmico, parte de las obras de Dios
en el mundo;
b] el medio subjetivo de este conocimiento se expresa por una reflexión, al menos elemental, de la
conciencia y de la razón sobre las obras de Dios.

3º) los tres textos tratan no de un conocimiento abstracto, sino de un conocimiento tal que de él
depende la salvación del hombre, y, por tanto, de un conocimiento vital que tiene relación con el
orden ético- moral y con el fin último del hombre.

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