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INTRODUCCION
Entre las numerosas personas que me han brindado su apoyo para escribir este libro,
quiero destacar de modo muy especial la figura del profesor Dr. Rafael Rebollo Vargas,
de la Universidad Autónoma de Barcelona, sin cuya generosidad y constante auxilio
este proyecto difícilmente habría llegado a concretarse.
Por último, quiero expresar mi gratitud hacia el profesor Dr. Manuel de Rivacoba y
Rivacoba, por haber tenido la gentileza de escribir el prólogo de este libro; y, al mismo
tiempo, dejar constancia de la profunda admiración que siento por él, no sólo en razón
de su magisterio, reflejado en una encomiable trayectoria científica, sino también -y
esto es lo más importante- por su testimonio, tan escaso en nuestros días, de total e
inquebrantable consecuencia entre lo que se piensa y lo que se escribe.
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El Código Penal chileno tipifica la mayor parte de los delitos sexuales en el Título VII del
Libro II, cuyo epígrafe reza Crímenes y simples delitos contra el orden de las familias y
contra la moralidad pública, donde tiene cabida un conjunto muy heterogéneo de
preceptos penales, varios de ellos carentes de toda connotación lúbrica. Con todo, los
delitos propiamente sexuales conforman un sistema autónomo, singularizado por el
hecho de obedecer a un mismo esquema valorativo y por la circunstancia de que todas
las conductas sancionadas representan formas concretas de manifestación del instinto
sexual o tienen con él algún grado de vinculación, todo lo cual les confiere
especificidad dentro del conjunto del ordenamiento penal.
No obstante lo anterior, una de las pocas materias en las que realmente se aprecia la
influencia del Código belga es, precisamente, en lo que dice relación con el esquema
seguido para la tipificación de los delitos sexuales. Para comenzar, la denominación del
Título VII fue tomada de este último, apartándose la legislación chilena del modelo
español, que agrupaba estas infracciones bajo la rúbrica delitos contra la honestidad; y
también es de procedencia belga el orden de los párrafos que integran dicho título.
Pero, en lo que respecta al contenido de las disposiciones, éste fue copiado casi
literalmente del modelo español.
De los diez párrafos que contenía la versión original del Título VII, cinco tipificaban
infracciones con contenido sexual. El esquema legislativo incluía: el delito de rapto
(Párrafo 4º, artículos 358 a 360); el delito de violación (Párrafo 5º, artículos 361 y 362);
los delitos de estupro, incesto, sodomía simple, abusos deshonestos y favorecimiento
de la prostitución o de la corrupción de menores (Párrafo 6º, artículos 363, 364, 365,
366 y 367); el delito de ultraje público a las buenas costumbres (Párrafo 8º, artículos
373 y 374); y, por último, los delitos de adulterio y amancebamiento (Párrafo 9º,
artículos 375 a 381).
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Este esquema de tipificación de los delitos sexuales no sufrió cambios substanciales
durante los primeros cien años de vigencia del Código Penal. Si bien es cierto que
varios de sus preceptos experimentaron algunas modificaciones en el transcurso de
ese período, todas ellas revistieron un carácter eminentemente formal y no alteraron
el sentido de las principales figuras delictivas que dicho esquema contemplaba. Cfr.
RIVACOBA: Evolución histórica?, pp. 77-81.
Entre tales modificaciones cabe señalar, por su importancia, la que introdujo la Ley
17.727, de 1972, al incorporar en el artículo 365 la figura de violación sodomítica, un
comportamiento que antes quedaba captado por el tipo de abusos deshonestos. Siete
años más tarde, el Decreto Ley Nº 2.967, de 1979, modificó los artículos 361 y 365,
aumentando la pena de la violación propiamente tal y de la violación sodomítica,
cuando estos delitos tuvieran como víctima a una mujer menor de doce años o a un
varón menor de catorce, e introdujo un artículo 372 bis, que vino a sancionar a quien,
con motivo u ocasión de ejecutar esas mismas conductas, causara, además, la muerte
del ofendido. Más adelante, la Ley Nº 19.221, de 1993, fijó en dieciocho años el límite
máximo de la edad del sujeto pasivo en las figuras de rapto por seducción, estupro y
abusos deshonestos simples. Y, por último, la Ley Nº 19.335, de 1994, despenalizó las
figuras de adulterio y amancebamiento.
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violación, derogándose, en consecuencia, la antigua figura de sodomía calificada; b) En
el tipo de violación se reemplazaba el término yacer por la locución acceso carnal, y se
mencionaban específicamente las cavidades del cuerpo cuya penetración quedaría
comprendida dentro de la fórmula utilizada para designar la conducta; c) Se eliminaba
la disposición que establecía que la violación debía castigarse como consumada desde
que existiera principio de ejecución; y d) Se derogaba el texto del artículo 372 bis del
Código Penal, el que contemplaba, como figura independiente, el delito complejo de
violación o sodomía calificada con homicidio.
Como muchas veces ocurre en el marco del proceso legislativo chileno, el proyecto
inicialmente contenido en el mensaje presidencial dista mucho del que fuera
definitivamente aprobado, tanto en lo que respecta al tenor de los artículos
propuestos como en lo que dice relación con las ideas matrices que inspiraron la
iniciativa. Durante la tramitación del proyecto -y de modo especial en el intenso
trabajo realizado en las comisiones de la Cámara y del Senado- primó la idea de que
era preferible modificar el conjunto de los delitos sexuales. Esta decisión,
seguramente, obedeció a la toma de conciencia acerca de las desarmonías que habría
provocado una reforma circunscrita al delito de violación, que no hubiera ido a la par
con una reformulación de los tipos de estupro y abusos deshonestos y que, al mismo
tiempo, no eliminara otras figuras que resultaban incompatibles con la fisonomía que
el proyecto original quiso darle al tema de la protección penal de los intereses
sexuales.
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Presidente de la República envió al Parlamento un veto aditivo, en virtud del cual se
excluyó de una serie de beneficios carcelarios a quienes en el futuro cometieren
algunos de los delitos involucrados en la reforma. Dicha modificación fue aprobada a
mediados del año 1999.
Por muy profundas e importantes que puedan ser las innovaciones que la Ley Nº
19.617 introdujo en el campo de los delitos sexuales, la verdad es que ella no altera, en
lo substancial, el esquema vigente desde la instauración del Código de 1874. No
introduce ningún cambio en la nomenclatura del Título VII, ni en la estructuración de
los distintos párrafos que éste comprende; de modo que aquellos delitos siguen
girando en torno a las ideas centrales de orden de la familia y de moralidad pública, lo
cual resta mérito y proyección práctica al propósito legislativo de circunscribir el
ámbito de protección únicamente a aquellas conductas que resulten lesivas de
intereses individuales. Porque junto a figuras que claramente tienden a la tutela de
derechos personales -como la violación o el estupro-, subsisten otras -por ejemplo, el
incesto-, en las que se nota, con toda nitidez, la ausencia de un interés individual que
justifique el ejercicio de la potestad punitiva.
a) El delito de rapto
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Con anterioridad a la reforma, el Código Penal chileno contemplaba tres modalidades
específicas de este delito. En primer término, el rapto propio o de fuerza, tipificado en
el artículo 358, que sancionaba la privación de libertad de una mujer de cualquier
edad, realizada con miras deshonestas; distinguiendo en orden a la cuantía de la pena,
según si la víctima era mayor o menor de doce años y, en el primer caso, si gozaba o no
de buena fama. Contemplaba, en seguida, en el artículo 359, el rapto impropio o de
seducción, que consistía en privar de libertad, también con fines sexuales, a una
doncella mayor de doce y menor de dieciocho años, quien debía prestar su anuencia a
la realización de la conducta. Consagraba, por último, el artículo 360, lo que la doctrina
solía denominar rapto agravado, figura que resultaba aplicable cuando los procesados
por rapto propio o impropio no dieran "razón del paradero de la persona robada (sic),
o explicaciones satisfactorias sobre su muerte o desaparición".
La Ley Nº 19.617 dispuso la derogación de los artículos 358 a 360 del Código Penal, con
lo cual la privación de libertad de una mujer realizada con fines sexuales pasa a quedar
captada -como antes ocurría con la privación de libertad de un varón realizada con
idénticos propósitos- básicamente por los tipos de secuestro y de sustracción de
menores, de los artículos 141 y 142 del mismo Código. Cfr. ETCHEBERRY (1998), III, pp.
202-215.
b) El delito de violación
Entre las figuras que conservan vigencia se cuenta, en primer término, el delito de
violación, el que sigue siendo regulado por los artículos 361 y 362 del Código Penal,
pero con una fisonomía completamente distinta de la que ofrecía con anterioridad a la
reforma. En su versión anterior, la violación consistía en yacer con una mujer, siempre
que el autor utilizara fuerza o intimidación en contra de la víctima, o que ésta se
encontrara privada de razón o de sentido, o fuera menor de doce años. El artículo 362,
por su parte, disponía que este delito se consideraría consumado desde que existiera
principio de ejecución.
c) El delito de estupro
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También es importante el cambio que experimenta este delito, contemplado en el
artículo 363, el cual antes de la reforma castigaba "el estupro de una doncella, mayor
de doce años y menor de dieciocho, interviniendo engaño". El delito, que conserva la
misma denominación e idéntica ubicación dentro del Código, ahora reprime no sólo los
atentados que pudiere experimentar una mujer honesta, sino, en general, cualquier
persona de sexo femenino, e incluso los varones, quienes por primera vez en la historia
legislativa chilena reciben protección a este título. Cfr. LABATUT (1992), II, p. 141. Muy
importantes son también las transformaciones que experimenta esta figura en orden a
la especificación de la conducta sancionada (que es idéntica a la del delito de
violación); en cuanto a la actualización, no sólo del lenguaje, sino también de los
criterios valorativos que antes albergaba el tipo (por ejemplo, no se exige ahora que la
víctima sea doncella ni se contempla la figura de la seducción); y, por último, en orden
a un efectivo perfeccionamiento de las diversas modalidades de ejecución, las que
siguen un esquema muy similar al del delito de violación, pero sobre la base de
hipótesis de menor entidad valorativa. Tales son: el abuso de alguna anomalía o
perturbación mental, aun transitoria, de la víctima, que por su menor entidad no sea
constitutiva de enajenación o trastorno; el abuso de una relación de dependencia de la
víctima; el abuso del grave desamparo en que ésta se encuentra y el hecho de
engañarla, abusando de su inexperiencia o ignorancia sexual.
Con anterioridad a la reforma del año 1999, el artículo 366 del Código Penal
sancionaba a quien "abusare deshonestamente de persona de uno u otro sexo mayor
de doce años y menor de dieciocho". Y establecía, a continuación, una figura que la
doctrina denominaba abuso deshonesto agravado, que resultaba aplicable cuando
concurriera alguna de las modalidades ejecutivas propias de la violación. Cfr.
ETCHEBERRY (1998), IV, pp. 68-71, y GARRIDO MONTT (1998), pp. 113-116.
La regulación actual sustituye este delito por dos figuras que cabe denominar
simplemente como abuso sexual. Este cambio no sólo es importante en cuanto implica
una toma de posición del legislador acerca del carácter estrictamente jurídico, es decir,
exento de connotaciones morales, que ha querido darle a la figura, sino también
porque propende, desde un punto de vista de técnica legislativa, a un efectivo
perfeccionamiento del tipo, sobre todo en lo que respecta a la determinación de los
actos concretos que constituyen el objeto de la prohibición, superando los reparos que
aquél merecía desde el punto de vista de su congruencia con el principio de
taxatividad.
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acciones sexuales delante suyo o de otro y emplearla en la producción de material
pornográfico. El tipo se hace extensivo a aquellas situaciones en que la víctima fuere
mayor de doce, pero menor de dieciocho años, siempre que concurriere alguna de las
modalidades de ejecución propias de la violación o del estupro.
y corrupción de menores
El artículo 367 del texto original del Código Penal chileno contemplaba una figura que
sancionaba el hecho de facilitar o promover la corrupción o la prostitución de menores
de edad, siempre que tales conductas fueran ejecutadas "para satisfacer los deseos de
otro". Sobre la versión anterior de la figura, GONZALEZ JARA (1986), pp. 103-138. Tras
la reforma del año 1999, dicho precepto ya no contiene la referencia a la corrupción de
menores, pero sigue sancionado el favorecimiento de la prostitución, en los mismos
términos en que lo hacía el texto vigente con anterioridad. La supresión de aquel
comportamiento, sin duda, obedece a que las hipótesis corruptivas quedan captadas
por las figuras de abuso sexual.
Por otra parte, el artículo 365 del Código Penal antes albergaba en su primer párrafo
una figura que la doctrina científica y jurisprudencial denominaban sodomía simple, la
cual captaba -según la interpretación que de ella se hacía, porque la norma en realidad
no lo señalaba- el acceso carnal mutuamente consentido entre varones adultos. Cfr.
ETCHEBERRY (1998), IV, pp. 74-77, y LABATUT (1992), II, p. 142. El segundo párrafo del
mismo artículo daba cabida a lo que los autores denominaban sodomía calificada, que
consistía en el acceso carnal homosexual ejecutado con alguna de las modalidades
propias del delito de violación.
Tras la reforma del año 1999, los artículos 373 y 374 del Código Penal siguen
sancionando, en los mismos términos en que tradicionalmente lo han hecho, algunos
comportamientos que el propio texto legal denomina ultrajes públicos a las buenas
costumbres. La primera de esas disposiciones castiga a quienes "de cualquier modo
ofendieren el pudor o las buenas costumbres con hechos de grave escándalo o
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trascendencia, no comprendidos expresamente en otros artículos de este Código". El
artículo siguiente, por su parte, tipifica el hecho de vender, distribuir o exhibir
"canciones, folletos u otros escritos, impresos o no, figuras o estampas contrarios a las
buenas costumbres"; y, en el párrafo segundo, agrega que en los mismos términos
será sancionado "el autor del manuscrito, de la figura o de la estampa o el que los
hubiere reproducido por un procedimiento cualquiera que no sea la imprenta". Cfr. G
ARRIDO MONTT (1998), pp. 330-336.
También como atentado contra las buenas costumbres cabría calificar (por lo menos
según la visión del legislador, que por cierto aquí no se comparte) la figura de incesto
que actualmente contempla el artículo 375 del Código Penal. En un sentido contrario a
lo que sostiene prácticamente la unanimidad de la doctrina, los autores de la reforma
optaron por mantener la incriminación de este comportamiento. Al igual que ayer, y
pese a que la ley tampoco lo señala de modo expreso, cabe entender que la intención
legislativa es sancionar el acceso carnal heterosexual mutuamente consentido entre
parientes adultos. Porque las hipótesis en que la penetración incestuosa es obtenida
sin la voluntad de una persona, o siendo ésta menor de doce años, necesariamente
quedan captadas por los tipos de violación o estupro, según corresponda.
Modelos de sistematización
Los delitos sexuales han experimentado una interesante evolución, en la que tienen
cabida las más variadas opciones sistemáticas e ideológicas. Sin embargo, en los países
que integran nuestra área de cultura sólo es posible hablar de un auténtico sistema de
los delitos sexuales -y, además, con influencia que se proyecta hasta hoy- a partir del
afianzamiento de los principios de la teología moral escolástica. El derecho romano,
por cierto, conoció una regulación de esta clase de infracciones; sin embargo, pese a la
importancia que las fuentes romanas poseen en otros ámbitos del ordenamiento
punitivo, por la forma en que éstas abordan la represión de los delitos sexuales -y,
básicamente, en razón de la heterogeneidad de su contenido y de los fundamentos de
la punición- no cabe hablar allí de un auténtico sistema de la criminalidad sexual; ni es
tampoco gravitante la influencia que las decisiones legislativas romanas -y las de otras
culturas de la Antigüedad- llegaron a tener en el desarrollo posterior de este sector del
derecho penal. Para una visión general acerca de la forma en que el derecho romano
enfrentó la represión de los delitos sexuales, cfr. MOMMSEN: Derecho penal romano,
II, pp. 127-138, y SANTALUCIA: Derecho penal romano, pp. 139-142. Con base en este
planteamiento, cabe distinguir tres modelos de sistematización perfectamente
diferenciables: uno, que tuvo gran difusión durante el período anterior al Iluminismo y
que corresponde, precisamente, a la propuesta del pensamiento escolástico; otro,
inspirado por los criterios ideológicos y político-criminales que orientaron el proceso
de la Codificación; y, por último, un tercero que recoge y aglutina los principios que
durante las últimas décadas del siglo XX han impulsado un verdadero movimiento de
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reforma del derecho penal. Cfr. BASCUÑAN RODRIGUEZ: Problemas básicos?, pp. 75-
82.
Aunque no es posible determinar con precisión en qué momento logró afianzarse este
modelo, él aparece reflejado con bastante nitidez en los textos normativos que
tuvieron vigencia en España durante la Baja Edad Media y el período del Absolutismo.
Si bien posee antecedentes que se remontan al derecho romano, es notoria la
influencia que en este modelo ejerció el pensamiento eclesiástico, lo que se tradujo en
una profunda asimilación entre el orden moral y el orden jurídico, y en el predominio
de una fundamentación del castigo basada en la inmoralidad intrínseca de los actos
que se consideraban expresivos de una sexualidad desordenada.
Tres son, entonces, los rasgos que dominan la situación del derecho penal sexual en
este período: la ya mencionada interferencia de criterios morales (fundamentalmente
religiosos); la enorme severidad con que se reprimían los comportamientos delictivos;
y, por último, la desmesurada extensión del ámbito de lo prohibido, hasta el punto que
llegó a ser normal que las legislaciones anteriores al siglo XIX castigaran prácticamente
toda forma de relacionamiento sexual extramatrimonial. BASCUÑAN VALDES: El delito
de abusos deshonestos, p. 11. Porque el ejercicio de la sexualidad sólo resulta
legitimado, en tanto se oriente hacia la conservación de la especie, a través de su
cauce natural: la unión matrimonial indisoluble y monogámica. Cfr. BASCUÑAN
RODRIGUEZ: Problemas básicos?, pp. 75-76.
Sin embargo, puesto que el fundamento del castigo se vincula con la infracción de un
orden natural, este modelo efectúa una clara distinción entre la actividad sexual que
de alguna manera se ajusta a dicho orden -esto es, aquella que tiende a la
reproducción de la especie- y los actos que lo infringen, Cfr. MERZAGORA: Relativismo
culturale e percezione sociale?, pp. 348-349. como las relaciones sexuales entre
personas del mismo sexo, el bestialismo y la necrofilia, todos los cuales solían ser
englobados bajo el concepto genérico de sodomía, Ya en las Partidas, las relaciones
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homosexuales y el bestialismo aparecían equiparados bajo el concepto genérico de
"sodomía" o "pecado de luxuria contra natura" y castigados, por cierto, con pena de
muerte. Cfr. Partida VII, Título XXI, Ley II la cual representaba la forma más grave de
ejercicio ilegítimo de la actividad sexual. En este sentido, BASCUÑAN RODRIGUEZ:
Problemas básicos?, pp. 76-77.
Si bien es cierto que varias de las figuras delictivas que aún perviven en los
ordenamientos contemporáneos tienen un antecedente mediato en este período (así
ocurre, por ejemplo, con el adulterio, el incesto, la violación, el estupro y el rapto), Cfr.
JIMÉNEZ DE ASUA: Tratado..., I, p, 674. la verdad es que todas ellas tenían en esa
época un sesgo completamente distinto al que hoy conocemos. Porque la distinción
entre las diversas figuras que se consideraban merecedoras de sanción tenía un
carácter exclusivamente formal, basado más en las circunstancias que rodeaban la
ejecución del hecho, que en una consideración del acto ejecutado. En otras palabras,
no es que en la base de cada uno de estos delitos estuviera la infracción de deberes
distintos o que a cada uno de ellos se asignara su propio desvalor. Todo lo contrario,
salvo en lo que respecta a la distinción entre actos naturales y antinaturales -que sí
tenía un fundamento de orden substantivo-, el resto de las denominaciones obedecía a
factores eminentemente circunstanciales, que tenían que ver con la forma que en cada
caso adoptaba la infracción a un único y genérico deber de encauzar la sexualidad
conforme al orden natural.
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Aunque, en el contexto descrito, podría considerarse aventurado hablar con propiedad
de un auténtico sistema de los delitos sexuales (al menos, según el sentido en el que
actualmente se utiliza esta expresión), debe reconocerse que la estructuración
normativa de esta clase de conductas aparece presidida por la idea común de
infracción a un deber personal de continencia en el plano sexual, Así lo deja
claramente establecido, por ejemplo, el Título XXI de la Partida Séptima, al denominar
"yerros de luxuria", a todos los actos tipificados en él y en los títulos que lo preceden;
vale decir: adulterio, incesto, estupro (que incluye una forma violenta y otra
fraudulenta), rapto y sodomía. lo cual confiere un sello distintivo no sólo a cada una de
las conductas sancionadas, sino a la totalidad de la preceptiva que regula esta materia.
Es cierto, como ya se señaló, que la mayor parte de las figuras que actualmente
integran los catálogos de delitos sexuales quedó delineada, en sus trazos más
generales, en el período que ahora comentamos. Pese a ello, no existe en verdad
certeza sobre los actos concretos que los legisladores quisieron incluir en cada uno de
los delitos que ellos mismos crearon. No debemos olvidar que en esa época no se
conocía una técnica de tipificación abstracta como la que se impuso a partir del siglo
XIX, lo cual determinó que la materia de la prohibición fuera expresada en términos
vagos, siguiendo parámetros fundamentalmente ejemplificativos. En este sentido,
DIAZ REMENTERIA: Derecho penal y procesal?, pp. 387-388, y LEVAGGI: Historia del
derecho penal argentino, pp. 37-40. Por otra parte, no es menos cierto que el
predominio de un criterio de fundamentación moral del castigo hacía inoficiosa la
distinción entre los diversos actos que se consideraban expresión de un ánimo
lujurioso o una valoración compartimentada de tales actos, todos los cuales eran
equiparables en cuanto manifestación de un comportamiento desordenado. Cfr.
CHAUVEAU / HELIE: Théorie?, IV, p. 272.
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en este sector del ordenamiento punitivo. Cfr., al respecto, MEZGER: Tratado?, pp. 32-
33. y, por otra, la distinción entre los conceptos de delito y pecado, lo cual trajo
consigo que las conductas de significación sexual dejaran de ser consideradas delictivas
por el hecho de importar una forma de ejercicio incorrecto de la sexualidad, para pasar
a ser valoradas según su potencialidad de afectación de intereses individuales o
colectivos. Porque si bien esta forma de entender la criminalidad sexual representa la
encarnación del mensaje de civilidad del liberalismo y si bien las legislaciones ponen de
manifiesto el interés por proteger la libertad del individuo, se advierte también una
clara tendencia a la protección de valores sociales, algunos de los cuales conservan un
sesgo marcadamente moral. En tal sentido, MANTOVANI: Principi fondamentali?, p.
14.
De acuerdo con este nuevo enfoque de la ilicitud penal, el fundamento del castigo
radicaba básicamente en la lesión de un derecho subjetivo y todo lo que no
encuadrara dentro de este esquema -por importar la lesión de simples reglas de
conveniencia social- debía quedar entregado al ámbito de las infracciones de policía.
Así se explica que, a nivel legislativo, el adulterio y la bigamia hayan sido desplazados a
la categoría de atentados en contra de los derechos derivados del contrato
matrimonial; mientras que las figuras de rapto, estupro y violación eran concebidas
como delitos contra las personas y, específicamente, como atentados contra la libertad
del individuo. Si bien los textos penales de la época mantienen el castigo de la sodomía
y de ciertas conductas vinculadas con la prostitución y la pornografía, ellas suelen
aparecer como delitos de policía contra las buenas costumbres, como sucede, por
ejemplo, en el Código Penal del Brasil, de 1831. En el caso de este último, mientras en
el Capítulo II de la Tercera Parte se castigaba el estupro, el rapto, la calumnia y las
injurias, bajo el epígrafe "Dos crimes contra a segurança da honra"; en la Cuarta Parte
del mismo texto, bajo la rúbrica "Crimes policiais", se contemplaban las "Offensas da
moral o dos bons costumes" y los "Ajuntamentos illicitos". Cfr. ZAFFARONI: Los
primeros códigos penales?, pp. 41-42.
Sin embargo, tras los primeros ensayos de sistematización legislativa, el grueso de los
textos penales del período de la codificación adopta un carácter sincrético, que intenta
conjugar el ideario político del Iluminismo con la idea de restablecimiento del orden
social amenazado por la Ilustración. De ahí que dichos textos hayan transformado la
noción regulativa fundamental del movimiento ilustrado -esto es, la defensa de la
libertad- en un principio secundario y que en todos ellos se aprecie un intento por
compatibilizar el castigo de las conductas que atentan contra derechos individuales,
con el de otros actos que tienden a la protección de valores morales. Cfr. BASCUÑAN
RODRIGUEZ: Problemas básicos?, pp. 78-81. Porque si bien es cierto que desde el
Iluminismo se viene expresando la exigencia político-jurídica de castigar únicamente
las acciones dañosas o peligrosas, pero no las inmorales o aquellas cuya moralidad
fuera discutida, En este sentido, ROXIN: Problemas básicos..., pp. 45-46. esta exigencia
tuvo en verdad muy poco eco en las legislaciones occidentales del período de la
Codificación. JÄGER: Política jurídico-penal y ciencia, p. 289.
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pero ello en modo alguno significa que el entregarse un individuo a la concupiscencia
fuera considerado un acto lícito desde el punto de vista jurídico. Así se explica que
algunas legislaciones previeran sanción para determinados comportamientos
accesorios a un hecho principal que no se consideraba merecedor de sanción por
importar la simple transgresión de un deber personal de continencia; como sucedía, en
general, con algunas formas de favorecimiento de la prostitución. Cfr. DOUCET: La
protection pénale de la personne humaine, p. 10.
Un examen global de los textos penales del siglo XIX permite advertir la presencia de
dos grupos de infracciones perfectamente diferenciables: uno, integrado por aquellos
delitos que directamente lesionan intereses de carácter individual, entre los cuales
normalmente se cuentan el adulterio, el rapto, la violación y el estupro; y otro,
constituido por aquellas figuras que afectan intereses sociales, entre las cuales cabe
citar el incesto, el favorecimiento de la prostitución, la difusión de material
pornográfico y, en algunos casos, el delito de sodomía (aunque restringido ahora al
relacionamiento homosexual masculino). También dentro de este mismo grupo
destaca la aparición de una figura que tiende a la represión del ejercicio público de la
actividad sexual y que suele denominarse ultraje al pudor colectivo o, simplemente,
delito de escándalo público.
Por último, si bien las figuras básicas de atentado en contra de intereses individuales,
esto es, la violación y el estupro, solían restringirse al acceso carnal de un hombre a
una mujer, fue común -desde mediados del siglo XIX- que los códigos dieran cabida a
una o más figuras autónomas que sancionaban otras formas de relacionamiento sexual
ejecutado sin la voluntad de la víctima, y que preferentemente se denominaron abusos
deshonestos, en los textos escritos en idioma castellano, y ofensas al pudor, en los
códigos escritos en lengua francesa.
Como precursor de este modelo, cabe citar al Código Penal francés de 1810, que
organiza los delitos sexuales dentro del Libro III, que trata de los delitos contra las
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personas, y, específicamente, dentro de su sección IV, bajo el epígrafe de Atentados en
contra de las buenas costumbres ("Atentats aux moeurs"). Cfr. GILBERT: Les codes
annotés?, pp. 481-490. Esta denominación se mantiene en ese país hasta el año 1994,
oportunidad en la que el Código Penal que comienza a regir en marzo de ese año
agrupa esta clase de delitos bajo la fórmula De las agresiones sexuales ("Des agressions
sexuelles"). Cfr. MAYAUD: Code Pénal?, pp. 214-227.
Dentro del mismo modelo de estructuración se sitúa el Código Penal belga de 1867,
que tipifica los delitos sexuales dentro del Título VII del Libro II, bajo el epígrafe de
Crímenes y simples delitos contra el orden de las familias y contra la moralidad
pública; básicamente dentro de los capítulos V (De los atentados al pudor y de la
violación); VI (De la prostitución y corrupción de menores); VII (De los ultrajes públicos
a las buenas costumbres) y VIII (Del adulterio y la bigamia). Cfr. DELEBECQUE-
HOFFMAN: Le Code Pénal belge, pp. 60-88. En esta misma línea se inscribe, por las
razones anteriormente explicadas, Vid. supra Cap. I, 1. el Código Penal chileno de
1874, cuyo título VII del Libro II repite la misma rúbrica del modelo legislativo belga,
pero con algunas variaciones en cuanto a la denominación de los capítulos, que en
nuestro caso corresponden a los números IV (Del rapto), V (De la violación), VI (Del
estupro, incesto, corrupción de menores y otros actos deshonestos), VII (Disposiciones
comunes a los capítulos precedentes) y VIII (De los ultrajes públicos a las buenas
costumbres). Cfr. RIVACOBA: Código Penal?, pp. 154-164.
El mismo proceder adoptan, entre otros, los códigos del Brasil de 1831, que alude a
estos delitos como "Ofensas en contra de la moral y las buenas costumbres"; de
Alemania de 1871, que se refiere a "Crímenes y simples delitos contra la moralidad";
del Paraguay de 1810, que utiliza la fórmula "Delitos contra el pudor y la honestidad
pública", y de Italia de 1930, que alude a este grupo de infracciones como "Delitos
contra la moral pública y las buenas costumbres". Al respecto, puede consultarse,
ANTOLISEI: Manuale di Diritto Penale, 1994, II, pp. 467-470; BARRERA DOMINGUEZ:
Delitos sexuales, pp. 32-35, y ZAFFARONI: Los primeros códigos penales?, pp. 41-42.
Tal como sucede en otros países cuyas legislaciones utilizan fórmulas análogas, la
doctrina chilena siempre manifestó su disconformidad con el empleo de tales
expresiones, básicamente por considerar que ellas dificultan en gran medida la
determinación del interés protegido en cada una de las infracciones; como así,
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también, por sus claras connotaciones moralizantes. Tal es la actitud que, entre
nosotros, adoptan ETCHEBERRY (1998), IV, pp. 9-10, y GARRIDO MONTT (1998), pp.
233-234. Y lo propio hizo la doctrina española, mientras el Código de aquel país
mantuvo la rúbrica Delitos contra la honestidad. Cfr., por todos, MUÑOZ SABATE:
Sexualidad y derecho, p. 238, y POLAINO NAVARRETE: Introducción?, p. 42. Si bien,
podría argumentarse que el empleo de esta clase de fórmulas -en lugar de la
determinación precisa del objeto de tutela, hecha por el propio legislador- presenta la
ventaja de una mayor flexibilidad a la hora de interpretar y aplicar los tipos por parte
del órgano jurisdiccional, la experiencia demuestra que en algunos países, como
ocurrió en España con anterioridad a la década de los años setenta del siglo XX, la
indeterminación de tales conceptos ha permitido el desarrollo de una jurisprudencia
mucho más proclive al dogmatismo moralizante que la propia letra de la ley. En este
sentido, BOIX REIG: Consideraciones político-criminales?, pp. 7-14.
Sin duda, el derecho penal ha estado sometido desde siempre a un continuo proceso
de reforma, principalmente a raíz de su permeabilidad frente a cualquier mutación que
experimenten las valoraciones morales y políticas. Mas, al hablar de reformismo, la
doctrina contemporánea alude específicamente a un vasto movimiento internacional
en pro de la renovación del ordenamiento punitivo, que se desarrolla a partir de la
década de los años cincuenta del siglo XX y que, según palabras de Jescheck no
encuentra parangón en la historia del derecho penal. JESCHECK: Rasgos fundamentales
del movimiento internacional de reforma?, pp. 235-238. Cfr., también, SILVA SANCHEZ:
Aproximación al derecho penal contemporáneo, p. 268. Este proceso está
determinado por las profundas transformaciones que sufrieron las bases
constitucionales del derecho penal a partir de fines de los años cuarenta del mismo
siglo y, en general, a raíz del asentamiento de una actitud político-criminal
esencialmente garantista y centrada en la persona. A lo anterior se suma, según la
opinión de algunos autores, el progreso de la investigación criminológica En un sentido
distinto, BERGALLI: Observaciones críticas a las reformas penales tradicionales, p. 251.
y un cambio en la actitud de la sociedad frente al fenómeno de la delincuencia y
respecto de la forma en que ésta ha de ser regulada y combatida. JESCHECK: Rasgos
fundamentales del movimiento internacional de reforma?, pp. 235-238. Por último, es
innegable que en el ámbito específico de la criminalidad sexual, el movimiento
reformista se ha visto favorecido por la verdadera revolución que experimentaron las
concepciones y los hábitos sexuales, a partir de la década de los años sesenta del siglo
XX, la que se proyecta en los más diversos ámbitos de las instituciones sociales.
16
Porque el ideal reformista se funda en el postulado de que la sociedad nada tiene que
ver con las prácticas sexuales ejercidas voluntariamente entre personas capaces,
debiendo el derecho penal limitarse a posibilitar la coexistencia de las diferentes
concepciones acerca de la sexualidad y de las diversas formas de manifestación que
cada una de esas concepciones implica. Cfr. desde la perspectiva del derecho
portugués, MAIA GONÇALVES (1996), pp. 621-622, y del derecho francés, RASSAT:
Droit Pénal Spécial, p. 439.
Desde luego, siguen perteneciendo al sistema las formas básicas de atentado en contra
de la libertad sexual del individuo (tanto aquellas que se traducen en el empleo de
medios violentos, como las que se concretan en un engaño); las cuales han sido
ostensiblemente perfeccionadas con la incorporación de nuevas modalidades de abuso
de alguna situación de prevalimiento por parte del sujeto activo o de alguna especial
17
posición de inferioridad de la víctima. Del mismo modo, la protección de los intereses
de índole sexual se ha visto ampliada por la incorporación de algunos tipos que
obedecen a la idea genérica de acoso sexual, y que en algunos países ha venido a
completar la previsión legislativa que antes cubría únicamente su realización por parte
de quien ostentara la calidad de funcionario. El sistema, asimismo, sigue dando cabida
a los tipos tradicionales relacionados con la prostitución y la pornografía, como
también al ejercicio público de la actividad sexual, pero en todos estos casos, según ya
hemos insinuado, la previsión legal adquiere un matiz protector de los derechos del
individuo y, en especial, de los menores de edad.
Más que de la especulación científica -si bien ésta también ha sido gravitante-, el
reformismo se ha nutrido de las propias iniciativas de modificación del ordenamiento
positivo. Así sucedió, por ejemplo, en los Estados Unidos de América, país en el cual el
Model Penal Law, un proyecto privado confeccionado en el año 1962 por el American
Law Institute (sic), sirvió de base para la promulgación de varios códigos estaduales.
JESCHECK: Rasgos fundamentales del movimiento internacional de reforma, pp. 238-
240. Sus autores dejaron expresa constancia de su decisión de excluir del derecho
penal todas las acciones sexuales que no contuvieran empleo de violencia, que no
implicaran la actuación de adultos respecto de menores y que no fueran cometidas
públicamente. Porque "los comportamientos sexuales anormales de sujetos adultos,
que obran de mutuo consentimiento y en privado, no perjudican los intereses públicos
de la sociedad". Además, como "las penas prescritas hacen desistir probablemente a
algunas personas de buscar ayuda psiquiátrica o de otra índole; una condena y la
privación de libertad no favorecen para nada la curación". Cfr. BAUER: El derecho
penal sexual?, pp. 14-15.
En Europa, si bien el primer texto normativo que recoge las ideas del reformismo es el
Código Penal sueco de 1962, el impulso definitivo para la difusión del ideal reformista
provino de la elaboración del Proyecto Alternativo Alemán, de 1966, cuyos postulados
no sólo sirvieron de base a numerosas reformas parciales emprendidas en aquel país
hacia fines de esa década y a comienzos de la siguiente, sino que influyeron
decisivamente en el Código Penal alemán y en el austríaco de 1975, y también en las
reformas que posteriormente experimentaron, entre otros, los antiguos textos penales
de España, Francia, Italia y Portugal. En este sentido, JESCHECK: Rasgos fundamentales
del movimiento internacional de reforma?, pp. 238-240. Cfr., también, BERTOLINO:
Violenza sessuale?, pp. 393-395, y STRATENWERTH: Tendencias y posibilidades de una
reforma del derecho penal, p. 307.
18
Ya sea a raíz de la dictación de un nuevo Código, ya sea a través de una modificación
del existente, Cfr. HIRSCH (1999), pp. 230-231. no queda en la actualidad en Europa e
Iberoamérica prácticamente ningún ordenamiento que no haya puesto al día la
regulación de los delitos sexuales, conforme a los postulados del reformismo penal.
Pese a ello, en el plano legislativo la propuesta reformista sigue siendo más una meta
que una realidad: así lo demuestra el hecho que en el mencionado ámbito geográfico y
cultural, numerosas legislaciones -y a juzgar por lo que nos es conocido, todas- siguen
albergando vestigios de una fundamentación moral del castigo; al menos respecto de
una porción de los delitos que integran este grupo.
Entre los textos que mantienen un apego casi irrestricto a las fórmulas sistemáticas
decimonónicas se halla, sin duda, el Código Penal argentino, que sigue estructurando
el sistema en torno a la idea de honestidad, y, en lo que respecta a la delimitación de
las conductas sancionadas, no sólo conserva la denominación, sino también el
contenido de las figuras básicas de violación, estupro, rapto, abusos deshonestos,
favorecimiento de la prostitución y ultrajes al pudor. Contemplados en los artículos
119 a 131 del Código vigente. Para una visión global de la forma en que la legislación
argentina tipifica estos delitos, DONNA (1999), pp. 377-516, y FONTAN BALESTRA
(1996), V, pp. 55-168. Dentro de este contexto, coexisten valoraciones estrictamente
jurídicas -como el desvalor de la violación, que es básicamente un atentado contra la
capacidad de autodeterminación del individuo- y otras de índole moral, como las que
se aprecian en el delito de estupro, el cual exige que la víctima sea mujer honesta, o en
el delito de ultrajes al pudor, que castiga a quien ejecutare conductas obscenas, al
margen de su capacidad de afectación de los derechos de un tercero. En el ámbito de
las valoraciones morales, subsiste un trato discriminatorio, tanto en razón del sexo de
la víctima como de su estado civil: el rapto, por ejemplo, consiste en privar de libertad
a una mujer con fines sexuales y el delito se juzga con mayor severidad cuando la
víctima es casada.
Es cierto que el derecho penal sexual argentino ostenta algunos rasgos positivos, como
la supresión del adulterio, el hecho que a nivel de violación ya no se distinga en razón
del sexo de la víctima y que el delito de favorecimiento de la prostitución aparezca
restringido a las hipótesis violentas o que afecten a menores, actitudes que pueden
considerarse como un avance hacia la concreción del ideal reformista. Sin embargo, en
comparación con otros países, en verdad es muy bajo el nivel de recepción que en
Argentina han tenido los planteamientos político-criminales en uso.
Por su parte, entre los países que han alcanzado un mayor nivel de concreción de los
postulados del reformismo, es posible advertir dos tendencias bien definidas: la
primera, representada por aquellas legislaciones que estructuran el sistema de los
delitos sexuales en torno al desvalor del quebrantamiento de una voluntad ajena (es
decir, una opción reformista con base en la idea de libertad personal); y la segunda,
representada por aquellos textos penales que enfatizan el desvalor del daño que
experimenta la víctima a consecuencia de la acción delictiva (es decir, una opción
reformista con base en la idea de integridad personal). Por último, existe también un
19
planteamiento legislativo que trata de conjugar las dos últimas orientaciones dentro
de un esquema que aquí denominaremos sincrético.
Por este motivo, es común que en las propuestas reformistas fundadas en la idea de
libertad personal desaparezcan las denominaciones tradicionales de los delitos
sexuales, como violación, estupro y abusos deshonestos; y que éstas sean
reemplazadas por una nueva nomenclatura que pone énfasis en el carácter violento o
abusivo de las conductas lesivas de aquel interés; Como sucedió en España en el texto
original del Código Penal de 1995, que estableció una división tripartita que distinguía
entre agresión, abuso y acoso sexuales. y desde otro punto de vista, para ser
consecuentes con aquella aspiración, deberían los ordenamientos penales equiparar
toda la gama de actos que sean representativos de una misma forma de ataque en
contra de la libertad sexual, de manera que el mismo desvalor tendría que
reconocerse, tanto a los comportamientos que implican acceso carnal como a aquellos
que se traducen en la ejecución de actos diversos, pero equiparables a los primeros en
cuanto atentado a la capacidad de autodeterminación consciente de la víctima. En este
sentido, PADOVANI: Commentario?, pp. 7-8
20
comportamientos que se estiman merecedores de sanción, mantiene, en cambio, una
valoración compartimentada de aquellos actos. Así, mientras los artículos 174 a 176
contemplan diversas figuras de lo que en ese país se denomina abuso sexual, los
artículos 176 a) a 179 contemplan hipótesis de lo que en castellano llamamos
violación; con lo cual el texto vigente en Alemania no sólo conserva las
denominaciones típicas tradicionales, sino que, además, incurre en el desacierto de
valorar en forma distinta actos que no presentan ninguna diferencia desde el punto de
vista de la lesión del bien jurídico que el propio Código dice proteger. Por otra parte, si
bien es cierto que la mayor parte de los tipos parece tener como base el propósito de
tutelar la capacidad de autodeterminación del individuo, no es menos cierto que
algunos de ellos aparecen estructurados en torno a la idea de proteger la salud de la
víctima, como claramente sucede con la figura de corrupción de menores que
contempla el artículo 176 a), cuyo numeral tres menciona de modo explícito aquel
interés, conjuntamente con una referencia a la aptitud de la conducta para dañar el
desarrollo físico o psíquico del menor. Asimismo, pese a que en términos generales el
Código Penal alemán hace suya la propuesta reformista de tipificar las conductas a
partir de criterios exclusivamente jurídicos, no puede desconocerse que sigue
utilizando varias expresiones con un sesgo marcadamente moral, como el vocablo
pornográfico que utiliza el artículo 176 (3) o la exigencia de escándalo que formula el
artículo 183 a).
Dentro de este mismo grupo cabe incluir el modelo sistemático italiano, el cual, sin
duda, ostenta un grado de concreción de los postulados reformistas mucho más alto
que el de los ordenamientos recién aludidos. Así, entre sus méritos, destaca la decisión
de incluir todas las conductas de significación sexual que atentan contra intereses
individuales dentro del apartado que el Código destina a los delitos contra la libertad
21
personal y, en plena concordancia con esta opción político-criminal, el haber
equiparado todas las acciones que se consideran ilícitas bajo la denominación genérica
de conductas sexuales ("atti sessuali"), diferenciando únicamente en atención a
factores circunstanciales que tienen que ver con la modalidad que en cada caso revista
el ataque (como la edad de la víctima, la calidad del sujeto activo, la unidad o
pluralidad de ejecutores, etc.); Artículos 609 bis a 609 decies. Cfr. BERTOLINO: La
violenza sessuali?, pp. 392-395; CADOPPI: Commentario, pp. 23-25; VINCIGUERRA:
Codice Penale, pp. 282-284. y no sobre la base de una diferenciación cualitativa de los
actos de significación sexual, como sucede en los textos penales de Alemania y
Portugal.
Pese a ello, subsisten en el ordenamiento penal italiano algunos delitos cuyo castigo se
funda en razones estrictamente morales, como sucede, por ejemplo, con las llamadas
ofensas al pudor y al honor sexual, que en una de sus modalidades castiga la mera
ejecución de actos obscenos (artículo 527) y en otra, la simple comercialización de
objetos que merezcan el mismo calificativo (artículo 528). El fundamento ético de la
punición de estas conductas aparece de manifiesto no sólo en razón del epígrafe del
título en que ellas aparecen tipificadas, esto es, "Delitos contra la moralidad pública y
las buenas costumbres", sino, especialmente, de la definición que ofrece el artículo
529, según el cual se consideran actos y objetos obscenos "todos los que ofendan al
pudor según el sentimiento de la colectividad". Cfr. ANTOLISEI: Manuale?, pp. 494-529,
y MORGANI: Dei delitti contro la libertà sessuale, pp. 1154-1160.
Apreciada desde una perspectiva de conjunto, es ésta una opción sistemática que
privilegia la idea de afectación de los derechos de la persona, con prescindencia de
cualquier consideración moral, sea ésta individual o colectiva. Porque los únicos
desvalores que fundamentan el castigo -es decir, la aptitud de la conducta para
lesionar la integridad física, psíquica o emocional del individuo, o el valor de la
dignidad humana- son, como se explicará más adelante, conceptos con un sentido
estrictamente jurídico. Vid. infra Cap. III, 3 y 5. Este esquema de fundamentación se
mantiene incluso en una figura tan proclive a las valoraciones éticas, como el
exhibicionismo, cuyo fundamento no es la inmoralidad intrínseca del acto realizado,
22
sino el hecho que su ejecución "sea impuesta a la vista de terceros" (artículo 222-32),
lo que aparece corroborado por la ubicación de este precepto dentro del apartado de
los delitos contra la integridad de las personas.
Desde otro punto de vista, el modelo sistemático francés aparece como un esquema
muy coherente, en especial tomando en consideración los valores en que él se
sustenta. Es cierto que mantiene una evaluación compartimentada de los actos que se
estiman merecedores de sanción, al distinguir entre violación ("Du viol"), otros actos
distintos del acceso carnal ("Des autres agressions sexuelles") y el acoso sexual ("Du
harcèlement sexuel"). Artículos 222-23, 222-27 y 222-33, respectivamente. Pero este
esquema de división, si bien carece de sentido en un sistema jurídico que privilegie la
idea de quebrantamiento de la voluntad ajena, sí, en cambio, es plenamente
consecuente con una fundamentación del castigo basada en la aptitud de las
conductas para lesionar o poner en peligro la integridad física, psíquica o emocional
del individuo.
A pesar de los méritos que hemos destacado, la regulación del Código Penal francés
vigente tampoco está exenta de reparos, en especial porque sigue albergando
valoraciones estrictamente morales, como las que sirven de fundamento a la figura
contemplada en el artículo 624-2, que castiga la difusión de mensajes contrarios a la
decencia, locución esta última que en Francia suele ser entendida como sinónimo de
obsceno. En este sentido, LARGUIER: Droit Pénal Spécial (1979), pp. 116-117, y VERON:
Droit Pénal Spécial (1999), pp. 57-59.
Por su parte, el Código Penal de 1995 avanzó mucho más allá en la misma dirección,
llegando a prescindir de la nomenclatura tradicional de esta clase de delitos, para
distinguir simplemente entre agresión, abuso y acoso sexuales. Y aunque no llegó al
extremo del Código Penal italiano de equiparar todos los actos susceptibles de
incluirse en cada una de esas categorías -porque, por ejemplo, siguió juzgando más
grave el acceso carnal que otros comportamientos lesivos de la libertad sexual-, sí, en
23
cambio, logró poner de manifiesto que lo que legitima la intervención penal es el
quebrantamiento de la voluntad ajena y no la aptitud del acto para lesionar la
integridad de la persona, por mucho que esto último se considere para los efectos de
graduar la pena aplicable al autor del hecho.
Pese a que las legislaciones de los diversos estados que integran nuestra área de
cultura han experimentado una evolución muy similar en cuanto a la regulación de los
delitos sexuales y pese también a que todos los sistemas presentan notables
coincidencias en orden a la delimitación de las conductas sancionadas, es posible
advertir, en cambio notorias diferencias en lo que dice relación con los criterios
utilizados para fundamentar el castigo. Porque si bien prácticamente todos los países
han emprendido alguna acción de reforma del ordenamiento sexual durante los
últimos cincuenta años, tales reformas no han seguido una línea uniforme; lo cual se
24
refleja en la coexistencia de criterios valorativos muy disímiles, incluso al interior de un
mismo código.
Tanto entre los países que denotan un mayor apego a los cánones fundamentativos
propios de la Codificación, como también entre aquellos que han experimentado un
grado de avance más significativo hacia el ideal reformista, aún persiste el recurso a
fórmulas valorativas con un sesgo marcadamente ético. Entre ellas, cabe mencionar
los conceptos de honestidad, pudor (público y privado), orden de las familias,
moralidad pública y buenas costumbres.
Por su parte, entre los países que han logrado estructurar el sistema de los delitos
sexuales sobre la base de criterios preponderantemente jurídicos, ya sabemos que las
opciones legislativas se inclinan mayoritariamente por la noción de libertad sexual, a la
cual suele asignarse de modo expreso la condición de objeto jurídico de tutela en la
propia letra de la ley, como sucede, por ejemplo, en Alemania, España e Italia. En
menor medida, las legislaciones suelen utilizar también los conceptos de dignidad
humana e integridad personal, como ocurre en el caso del derecho francés. Y un sector
minoritario de la doctrina agrega, por último, la noción de intimidad sexual, en algunos
casos como propuesta dogmática, y en otros, como criterio de política criminal.
Conviene, entonces, que examinemos con algún detalle cada una de estas fórmulas:
primero, con el objeto de precisar su sentido y, segundo, para determinar si ellas
admiten ser reconducidas a la condición de objeto jurídico de tutela; como así también
las ventajas y desventajas que puede traer consigo su elevación a esa categoría.
La noción de honestidad, tal vez la más difundida entre las expresiones genéricas
utilizadas para aludir al conjunto de los delitos de significación sexual, está muy lejos
de contar con un sentido uniforme. Cfr. la crítica que, acerca del empleo de esta
expresión, formula BOIX REIG: Consideraciones político-criminales?, pp. 76-77. Desde
un punto de vista subjetivo, en efecto, dicho vocablo sería sinónimo de pudor. Cfr.
CARMONA SALGADO (1981), pp. 22-26, y RODRIGUEZ DEVESA (1991), pp. 170-171. En
tal sentido se le define como el sentimiento de desagrado que una persona
experimenta frente a los actos que constituyen expresión del instinto sexual, ya en
razón de la naturaleza de los mismos, ya en razón de las circunstancias bajo las cuales
se ve enfrentada a tener que ejecutarlos, ya, por último, en razón del individuo con
quien eventualmente tendría que relacionarse. Desde un punto de vista objetivo, en
cambio, el término honestidad posee dos acepciones: una que lo concibe como una
cualidad personal, representada por la observancia de las normas éticas que rigen el
comportamiento sexual Así, entre nosotros, LABATUT (1992), II, p. 143. En relación con
la doctrina española, cfr. DIEZ RIPOLLES: Exhibicionismo, pornografía?, p. 17, y
POLAINO NAVARRETE: Introducción?, p. 133. (por lo cual solía decirse, en otra época,
que era honesta la persona -y particularmente la mujer- que orientaba su sexualidad
por el camino indicado); y otra acepción que concibe "honestidad" como sinónimo de
"sexual", Este último es el alcance que le atribuía el antiguo artículo 366 del Código
Penal chileno, que al referirse a abusos deshonestos, indudablemente, aludía a abusos
25
sexuales, o mejor dicho a acciones que tuvieran este carácter. siendo ésta la propuesta
que formulan quienes trabajan sobre la base de ordenamientos que agrupan la
totalidad de las infracciones sexuales bajo el rótulo de Delitos contra la honestidad, en
circunstancias que aquéllas no tienen otro denominador común que el hecho de estar
vinculadas con el ejercicio de la actividad sexual. En este sentido, en Argentina, CREUS
(1990), p. 179.
Cualquiera sea el sentido en que se entienda el vocablo honestidad, es claro que este
concepto no admite ser elevado a la condición de bien jurídico protegido. Porque si se
lo entiende en un sentido subjetivo, mal podría el legislador abordar la tutela de "un
sentimiento que depende de condiciones individuales y de sensibilidades muy
diversas". Así lo ha señalado RODRIGUEZ DEVESA (1991), p. 170. Ahora, si se lo
entiende en un sentido objetivo, es decir, como cualidad que corresponde a la persona
que asume un comportamiento de observancia de los cánones ético-sexuales, es éste
un atributo que no se ve afectado por el hecho que aquélla, en un momento de su
vida, asuma la condición de víctima en un delito de esta índole. Y si se lo entiende, por
último, como sinónimo de sexual, simplemente carece de las notas de precisión y de
referencia a una situación fáctica que son inherentes a la noción de bien jurídico.
Tampoco hay un criterio unívoco para definir el concepto de pudor, pese a que existe
consenso, al menos, sobre dos cuestiones fundamentales: primero, que se trata de una
idea con connotaciones esencialmente éticas (y con profundas raíces religiosas, que
algunos constriñen al ámbito de la civilización cristiana) Cfr. PICOTTI: Commentario,
pp. 167-168. y, segundo, que se trata de un sentimiento de carácter estrictamente
personal y, en consecuencia, variable de un individuo a otro. Si bien no existe
unanimidad en torno a este punto, parece primar la idea de que el pudor es un
sentimiento innato, aunque sujeto a condicionamientos sociales. Cfr. VENDITTI: La
tutela penale del pudore?, p. 5. Pero acerca del contenido de tal sentimiento existe
una gran disparidad de criterios, pues mientras algunos lo plantean como el interés de
cada persona por mantener un cierto margen de reserva en todo lo que atañe a las
manifestaciones del instinto sexual, En este sentido, en Italia, ANTOLISEI: Manuale?
(1994), pp. 468 y 494-499. En España, POLAINO NAVARRETE: Introducción?, pp. 127-
128. otros, en cambio, ponen énfasis en las emociones que cada cual experimenta
frente a los actos que implican manifestación de aquel instinto, entre las que se
mencionan: el recato, la ruborosidad, el temor, la vergüenza, la repugnancia, el
rechazo, la irritación y el miedo. Así, GONZALEZ BLANCO: Delitos sexuales?, p. 76. En
26
un sentido similar, en relación con el derecho portugués: MAIA GONÇALVES (1996), p.
626, y DOS REIS ALVES: Crimes sexuais, p. 8. Sobre la forma en que suele ser entendido
el pudor en el derecho franco-belga, DOUCET: La protection pénale de la personne
humaine, pp. 167-170 En otras palabras, un conjunto de emociones, entre las que
caben no sólo algunas que claramente denotan insatisfacción o molestia por el hecho
de tener que presenciar o intervenir en un ámbito situacional relacionado con el sexo,
sino también reacciones francamente placenteras, motivadas por un cierto grado de
estimulación del propio instinto sexual. Cfr. la detallada exposición que sobre este
punto ofrece DIEZ RIPOLLES: Exhibicionismo?, pp. 4-9.
Tal como sucede con la noción de honestidad -con la cual, como hemos dicho, suele
confundirse el pudor-, este último tampoco puede ser reconducido a la noción de bien
jurídico protegido. En este sentido, RIVACOBA: Los códigos del siglo y medio?, p. 97;
cfr. también ROMERO SIRVENT: Delitos contra la libertad sexual, p. 207, y SUAREZ
RODRIGUEZ: El delito de agresiones sexuales?, p. 37. Ello, básicamente por tratarse de
un sentimiento que se traduce en una amplia gama de emociones, no siempre fáciles
de precisar, ni siquiera en relación con una persona en concreto, y que, en casos
extremos, incluso puede estar ausente o muy desdibujado, hasta el punto que no dé
lugar a una verdadera ofensa, como la que se supone está en la base de cualquier
atentado de naturaleza sexual.
Aunque son muy pocos los ordenamientos que siguen utilizando la fórmula orden de
las familias, ella alcanzó una gran difusión durante el período de la Codificación,
especialmente, en el ámbito del derecho franco-belga Cfr. DELEBECQUE /HOFFMAN:
Le Code Penal Belge, p. 80. y del derecho italiano, Ya el Código Toscano de 1853 incluía
las infracciones sexuales bajo la denominación de "Delitti contro il pudore e contro
l?ordine delle famiglie", y lo mismo hizo, entre otros, el Código sardo de 1859. Sobre el
particular, PADOVANI: Commentario, pp. 3-4, y PICOTTI: Il delito sessuale?, p. 420.
como también en aquellos países que recibieron en forma más directa la influencia de
estos últimos.
27
morales, en tanto representa la fórmula con que el texto original del Código chileno
quiso justificar la punición del adulterio y del incesto. Cfr. GARRIDO MONTT (1998), p.
303. Tampoco está libre de la crítica de encubrir una concepción despersonalizada de
los delitos de significación sexual, los cuales, en virtud de ella, aparecen no como
atentados en contra de los derechos de un individuo en particular, sino como
infracciones a los cánones morales vigentes en el plano de la sexualidad.
La noción de orden familiar puede tener pleno sustento en el campo de las relaciones
civiles, y, particularmente, en lo que atañe a los derechos y obligaciones que generan
los vínculos de parentesco o matrimonio. Pero nada autoriza a emplear, en el ámbito
del derecho penal, los mismos criterios con que se organizan las instituciones civiles,
fundamentalmente porque en el campo delictual no basta la mera infracción formal de
un precepto, sino que ella ha de reflejarse en una efectiva lesión (o puesta en peligro)
de un derecho cuya conservación resulte necesaria desde el punto de vista de los
intereses del individuo. En suma, pese a que sigue figurando en el epígrafe del Título
VII del Libro II del Código Penal chileno, que da cabida a los delitos sexuales, la locución
orden de las familias no encuadra bajo el concepto de bien jurídico, ni posee, por esto
mismo, la condición de objeto de tutela en ninguna de las infracciones que integran
este grupo.
28
Por último, aunque el Código Penal chileno, en verdad, no ofrece un parámetro
utilizable para explicar el sentido de la expresión buenas costumbres, la doctrina suele
entenderla en estrecha relación con el concepto de moralidad pública. En este sentido,
se dice que el principio fundamental en materia de moral sexual es la libertad del
individuo para determinar su comportamiento en el plano de la sexualidad. Pero se
reconoce que este derecho no es absoluto, sino que admite ciertas limitaciones, entre
las cuales figuran, básicamente, el principio de normalidad y el principio de privacidad,
vinculados con el ejercicio de la actividad sexual; y es, precisamente, la observancia de
tales principios lo que, según este criterio, constituiría el concepto de buenas
costumbres. El hecho de invocarse un supuesto principio de normalidad en este
ámbito, no deja duda alguna de que esta forma de concebir el bien jurídico abriga
pautas sobre el comportamiento sexual privado de las personas.
Si bien el valor de las buenas costumbres suele plantearse como referido al aspecto
externo del comportamiento, más que a su moralidad intrínseca, Así, por ejemplo,
entre nosotros, ETCHEBERRY (1998), IV, p. 45. Este es, además, el criterio que
tradicionalmente primó en la dogmática italiana. Cfr. ANTOLISEI: Manuale di Diritto
Penale, II, pp. 468-469. la verdad es que aquél no está exento del mismo reparo que
antes formulamos en contra de la noción de moralidad pública. Cfr. SCHÖLLGEN: La
sexualidad y el delito?, p. 94. Porque en la base de lo que suele denominarse límites a
la libertad sexual del individuo están los criterios éticos imperantes en el medio social,
los cuales dependen exclusivamente de las valoraciones culturales, y no de un eventual
beneficio para la persona individualmente considerada. En definitiva, una conducta es
contraria a las buenas costumbres, porque transgrede la forma en que la sociedad
entiende que cada cual ha de orientar su vida sexual, y no porque lesione algún interés
que resulte necesario para el desarrollo espiritual y material del individuo.
a) Sentido y alcance
29
al mismo tiempo, como facultad de repeler las agresiones sexuales de otro". BAJO
FERNANDEZ (1989), p. 171. Entre muchas otras opiniones en el mismo sentido, puede
consultarse, en la dogmática argentina, CREUS (1990), p.190; en la doctrina española,
CARMONA SALGADO (1996), p. 241 y, entre los autores italianos, ANTOLISEI: Manuale
di Diritto Penale, 1994, II, p. 468. Con base en este planteamiento, la doctrina suele
distinguir dos grandes aspectos o dimensiones de la libertad sexual: uno positivo o
dinámico, que alude a la libre disposición por la persona de sus potencialidades
sexuales (es decir, la facultad de ejercer libremente cualquier forma de
comportamiento sexual, en las circunstancias y con la persona que cada cual desee, o
bien de abstenerse de su ejecución); y otro negativo o estático, representado por el
derecho de la persona a no verse involucrada, sin su consentimiento, por otro
individuo en un contexto sexual. DIEZ RIPOLLES: La protección de la libertad sexual, pp.
23-24.
Explicitando aun más el contenido de la libertad sexual, Orts Berenguer se refiere ella
como la "facultad o capacidad de la persona de determinarse espontáneamente en el
ámbito de la sexualidad; es decir, en el ámbito de la actividad relacionada con el
impulso venéreo y su excitación y satisfacción". De modo que el contenido de la
libertad sexual "estará integrado por la posibilidad de elegir y practicar la opción sexual
preferida en cada momento; por la de utilizar y servirse del propio cuerpo sin más
limitaciones que las derivadas del obligado respeto a la libertad ajena; así como por la
de escoger compañero, con su consentimiento, por supuesto, y de rechazar
proposiciones no deseadas y, con más motivo, la de repeler eventuales ataques". En
suma, se pretende que "nadie se vea involucrado en un ejercicio de sexualidad no
deseado o no aceptado libremente o aceptado con la voluntad viciada, en el que su
cuerpo, una parte de él, o su presencia sean utilizados por otro". ORTS BERENGUER
(1995), pp. 25-26, y (1996) p. 196.
Si bien es cierto que la libertad sexual es concebida como un bien jurídico con
connotaciones estrictamente individuales, y en tal sentido suele decirse que ella no
reconoce otro límite que el derecho ajeno, hay, sin embargo, autores que la definen
como la capacidad para disponer del propio cuerpo "dentro de los límites que imponen
las costumbres sociales". Este planteamiento es muy propio de aquellos países en que
los auténticos delitos contra la capacidad de autodeterminación sexual figuran dentro
de apartados que hacen referencia a la moralidad pública (como en otra época sucedió
en Alemania e Italia), lo cual motiva a un sector de la doctrina a entender que la
libertad sexual es un aspecto concreto del valor genérico de la moralidad. En este
sentido, por ejemplo, ANTOLISEI: Manuale?, (1994), p. 468. Cfr. la opinión crítica de
MANTOVANI: Principi fondamentali?, p. 17, y PADOVANI: Commentario, pp. 4-5.
Dentro de este mismo contexto, algunos plantean que, en vez de libertad sexual, es
preferible hablar aquí de inviolabilidad sexual, denominación esta última que
permitiría comprender tanto las acciones socialmente permitidas como aquellas que la
conciencia social reprueba (por ejemplo, la relaciones homosexuales), respecto de las
cuales, en rigor, no cabría hablar de una libertad para ejecutarlas. Es la opinión de
MANZINI: Trattato?, VII, p. 271. Esta opinión, seguramente por fundarse en una
concepción moralizante del objeto de tutela, no ha concitado un nivel de adhesión
especialmente significativo.
30
b) Criterios correctivos o complementarios
Otro de los criterios utilizados para explicar el castigo de los ataques sexuales que
tienen como víctima a menores e incapaces, es el concepto de indemnidad sexual, es
decir, el derecho que corresponde a tales personas de no experimentar perturbación o
daño en sus aptitudes físicas, psíquicas o emocionales, como resultado de su
involucramiento en un contexto sexual. La razón de ser de este criterio radica en la
potencialidad lesiva que el sometimiento a una actividad sexual no deseada puede
31
ocasionar en una persona que no esté capacitada para consentir y, en el caso de los
menores, se agrega también la aptitud corruptiva -y, en todo caso, traumatizante- que
va implícita en cualquier forma de ejercicio prematuro de la sexualidad. Este
planteamiento ha concitado gran difusión en España, hasta el punto que el Código
Penal vigente en ese país agrupa las diversas infracciones de esta índole bajo el
epígrafe de Delitos contra la libertad y la indemnidad sexuales. A partir, como ha sido
dicho, de la reforma introducida por la L. O. 11, de 30 de abril del año 1999.
Pese a las dificultades que, obviamente, existen para asimilar los conceptos de libertad
e intangibilidad o indemnidad sexual, la doctrina española se ha esforzado por buscar
algún punto de contacto entre ellos, especialmente desde que el Código Penal de 1995
expresamente calificara de atentado en contra de la libertad sexual las agresiones de
que pueden ser víctima los menores e incapaces. Cfr., por ejemplo, RODRIGUEZ
DEVESA (1991), p. 175. Entre tales intentos, cabe citar la opinión de Díez Ripollés,
quien sostiene que lo efectivamente protegido en este grupo de infracciones no es la
facultad subjetiva de la persona de ejercer la libertad sexual que ya posee, sino el
derecho de toda persona a ejercer la actividad sexual en libertad; y en tal sentido,
según el mismo autor, no existe inconveniente para designar a aquel derecho como
libertad sexual. Porque ésta "se protege, en primer lugar, prohibiendo todo tipo de
conductas sexuales respecto a personas que desde un principio se sabe que van a
quedar insertas en una situación carente de libertad; (y) en segundo lugar prohibiendo
conductas sexuales que crean situaciones de imposible ejercicio de la libertad sexual".
DIEZ RIPOLLES: La protección de la libertad sexual?, p. 29.
c) Juicio crítico
32
El valor de la libertad sexual, en verdad, ofrece varias dificultades para su
consideración como objeto de tutela. Si aquel no es más que una faceta de la libertad
en general, no parece haber razón alguna que justifique dotar de independencia
sistemática a las infracciones que vulneran la capacidad de autodeterminación del
individuo en el campo específico de su vida sexual. En términos estrictamente jurídicos
no hay argumentos para sostener que esta forma de atentado en contra de la
capacidad de autodeterminación del ser humano ostente un mayor desvalor que las
restantes formas de ataque en contra del mismo bien. Porque si la respuesta fuera, por
ejemplo, que la mayor gravedad de los atentados sexuales se funda en que éstos
representan un riesgo para la vida o la salud de la víctima (o bien para su intimidad o
para su honor, por nombrar sólo aquellos intereses que se encuentran más
estrechamente vinculados con la idea de agresión sexual), aquéllas indefectiblemente
asumirían la condición de delitos de peligro en relación con los bienes jurídicos
mencionados, y deberían tener asignada, en todo caso, una pena inferior que la de los
delitos que específicamente tienden a la protección de estos últimos; sobre todo
considerando que los atentados (efectivos) contra la vida, la salud, la intimidad o el
honor, llevan implícito el ataque en contra de la libertad de la víctima.
En relación con esto último, no nos parece convincente la explicación del profesor
Octavio de Toledo, quien tras aceptar que "es difícil determinar el concepto de
atentado contra la libertad sexual sin referencias a determinadas pautas valorativas o
culturales que trascienden el propio concepto de libertad sexual", agrega que tales
pautas valorativas o culturales tampoco son ajenas a la determinación de lo que sea la
libertad genérica, la seguridad, la intimidad, el honor, las relaciones familiares, el
orden socioeconómico, el patrimonio histórico, artístico o cultural, el medio ambiente?
o, incluso, la salud (especialmente la psíquica) o la propia vida. OCTAVIO DE TOLEDO
(1997), pp. 1144-1145. Porque al margen de lo discutible que es el hecho de situar en
un mismo plano de determinación axiológica bienes tan personalísimos como la vida, y
otros eminentemente sociales -y, por ende, relativos-, como el orden económico, hay
que tener en cuenta que la sola afirmación conformista de que no es posible concretar
con precisión determinados bienes sin la ayuda de criterios morales, implica ni más ni
menos que renunciar al imperativo democrático de desterrar cualquier vestigio de
fundamentación ética del castigo en sede penal. Ello, en circunstancias que la actitud
acorde con una concepción antropocéntrica (y, por tanto, democrática) del derecho
penal debería ser, precisamente, la opuesta; es decir: la de negar la condición de
33
objeto de tutela a todos aquellos intereses que no admitan ser explicados sino en
función de criterios morales (y por muy numerosos que sean esos bienes).
Desde otro punto de vista, hay varias formas de atentados sexuales en los que no se ve
afectada la capacidad de autodeterminación del individuo; entre ellos, los que tienen
como sujeto pasivo a un impúber o a personas que se encuentran totalmente privadas
de sentido. Porque en la base de toda libertad se encuentra la posibilidad real de
ejercer los actos a que da derecho la garantía de que se trate. Y como entre los
menores de doce años hay un importante segmento que, en razón de un insuficiente
desarrollo físico y psíquico, no está en condiciones de ejercer ningún tipo de actividad
sexual, mal podría sostenerse que les asiste un derecho a ejecutar libremente un acto
que la propia naturaleza les impide realizar. Pues, aunque tales personas pueden ser
objeto de comportamientos ilícitos por parte de terceros, al situarse en esa posición
simplemente no realizan una conducta (en términos jurídicos), ni ejercen una actividad
de índole sexual. Lo mismo cabe decir, si bien en un sentido diverso, respecto de las
personas mayores que son objeto de un atentado sexual mientras se hallan totalmente
privadas de sentido; porque a pesar que sí poseen la aptitud para ejecutar
comportamientos sexuales, carecen, en cambio, de la capacidad de discernimiento, sin
la cual simplemente no cabe hablar de libertad.
En relación con lo anterior, tampoco parece convincente afirmar que respecto de los
menores lo protegido sería la libertad sexual futura o potencial, como proponen
algunos autores, Ello sin contar con que dicho planteamiento, en caso que fuera
correcto, sólo permitiría explicar la situación de la víctima impúber, no así, por
ejemplo, la de los mayores de edad que sufren un ataque sexual en estado de
privación de sentido. porque en estricta lógica el ataque en contra de un interés real
(por ejemplo, la agresión dirigida a una persona mayor de edad, que según este
planteamiento gozaría de libertad sexual efectiva) debe ser castigado con mayor pena
que el ataque en contra de un interés eventual. Por decirlo en términos jurídico-
penales: un delito de lesión de un bien determinado no puede tener asignada menor
pena que un delito de peligro que comprometa a ese mismo bien. Y la verdad, sin
embargo, es que nadie podría poner en duda que el atentado sexual dirigido en contra
de un impúber ostenta un desvalor más intenso que el ataque en contra de una
persona adulta. Pero el criterio de la libertad sexual simplemente no ofrece una
solución a esta disyuntiva -o, por lo menos, no sin que sea necesario acudir a criterios
morales o culturales-, y esto es, precisamente, lo que resulta criticable frente a la
erección de aquel interés como objeto de tutela (cuando se postula como tal); en
especial habiendo otras posibilidades de estructuración del sistema de los delitos
sexuales en torno a valores que no precisan de aquel aditamento.
34
de comunicación cabe responsabilizar por la difusión que ha concitado, a nivel social,
la creencia errónea de que todo lo que no está penalmente sancionado es lícito y, en
consecuencia, permitido. En tal sentido la opinión de HENNAU / VERHAEGEN: Droit
Pénal Général, 1991, pp. 121-122. Es tal el peso de esta fuerza colectiva que incluso ha
hecho variar el rumbo inicial del reformismo, no sólo en este campo específico del
ordenamiento punitivo. Porque, como ha escrito Hirsch, si bien durante los primeros
años del proceso de reforma se advierte una clara tendencia hacia la restricción de la
intervención penal, hoy predomina la tendencia a ampliarla. HIRSCH (1999), p. 230. En
un sentido análogo, HASSEMER: Lineamientos, p. 277. En general, sobre el peso de la
opinión pública, en la doctrina española, FERNANDEZ ALBOR: Delincuencia sexual?, pp.
60-61; y en la dogmática alemana, SCHÖLLGEN: La sexualidad y el delito?, pp. 112-113.
En este afán de complacencia con la opinión pública, ni siquiera se repara, utilizando
expresiones de Quintero Olivares, en que "el grado de ineficacia consustancial al
sistema penal resultará más patente y lamentable conforme se haga crecer el marco
de las tareas que se le asignan". QUINTERO OLIVARES (1998), pp. 35-36.
Sin embargo, ninguno de estos matices puede ser explicado con el solo recurso a la
idea de libertad sexual. Frente a dos situaciones idénticas en cuanto a la forma en que
se ha doblegado la voluntad de la víctima (por ejemplo, intimidación mediante un
35
arma de fuego), pero diferentes en cuanto al acto ejecutado (acceso carnal, en un
caso; introducción de un objeto distinto del pene, en otro caso), sencillamente no hay
diferencia alguna en lo que respecta a la lesión de la libertad sexual. El planteamiento
de que la noción de libertad sexual no logra explicar la diferencia de gravedad entre un
comportamiento sexual y otro es, según entendemos, la opinión dominante entre los
autores italianos. Cfr. BERTOLINO: Violenza sessuale?, pp. 396-397; CADOPPI:
Commentario, pp. 23-25; MANTOVANI: Diritto Penale, 1998, pp. 5-6, y PADOVANI:
Commentario, pp. 7-8. Por el contrario, la única distinción que puede ser explicada
conforme al parámetro de la capacidad de autodeterminación del individuo, es aquella
que establece una separación entre ataque violento y ataque fraudulento en contra de
la libertad sexual del individuo. Conforme a la opinión de OCTAVIO DE TOLEDO (1997,
p. 1146), la observación según la cual el ataque a la libertad sexual es sólo indirecto y
de menor gravedad en los abusos sexuales a través de engaño es cierta, e incluso
añade un argumento más a las dudas manifestadas por la doctrina respecto a la
necesidad de su subsistencia Pero en el resto de los casos, este último valor
simplemente carece de las virtudes hermenéuticas y sistemáticas que la doctrina con
tanta insistencia destaca.
La verdad es que un mismo hecho delictivo no puede atentar contra bienes jurídicos
diversos, en razón de factores meramente circunstanciales. Porque si se trata de
bienes jurídicos diferentes, los tipos que tienden a la protección de cada uno de ellos
serán, también, realidades jurídicas autónomas y distintas entre sí; y no es esto lo que
ocurre, por ejemplo, en el derecho chileno, porque la relación de alternatividad de la
tutela penal tendría necesariamente que plantearse frente a un mismo tipo de
violación o de abuso sexual.
Todo lo anterior sin contar con que los conceptos de intangibilidad e indemnidad
sexual, como lo ha puesto de manifiesto Orts Berenguer, mal pueden ser utilizados
para justificar el castigo únicamente de aquellas conductas que afectan a menores o
incapaces, en circunstancias que ellos aluden a intereses comunes a todo ser humano.
ORTS BERENGUER (1995), p. 36. De manera que no se alcanza a comprender cuál
36
podría ser la razón para castigar más severamente el ataque sexual que tiene como
víctima a un menor de doce años (caso en el cual se vulneraría únicamente su
indemnidad sexual), que el atentado violento que tiene como sujeto pasivo a una
persona mayor de doce años, caso en el cual estaría presente tanto el desvalor del
ataque a la indemnidad sexual, como el desvalor de la lesión de la libertad sexual.
En forma cada vez más frecuente, la doctrina viene planteando que la noción de
dignidad humana se encontraría en la base de numerosos atentados sexuales;
fundamentalmente, de aquellos que implican un trato especialmente vejatorio o
humillante para la víctima. Así lo han manifestado, aunque con variados matices, entre
otros, CARBONELL MATEU: Los delitos relativos a la prostitución?, p. 96; DE VEGA
RUIZ: La violación?, p. 21; SERRANO GOMEZ (1997), p. 178, y SUAREZ RODRIGUEZ: El
delito de agresiones sexuales?, pp. 30-31. También aluden al valor de la dignidad
humana, como fundamento de la incriminación, los documentos relativos a la historia
del establecimiento en España de la Ley Orgánica 11, de 30.04.99. En relación con esto
último, BEGUE LEZAUN: Delitos contra la libertad e indemnidad sexuales, pp. 13-16.
Este criterio ha concitado la adhesión del legislador francés que en el Código Penal
vigente, como ya sabemos, incluye algunos delitos de significación sexual,
precisamente, bajo la rúbrica Atentados contra la dignidad de la persona. Libro II, título
II, capítulo 5º, sección 2ª. Para confrontar este planteamiento, conviene que nos
preguntemos, en primer término, cuáles son el sentido y el alcance de este valor, y
cuáles, sus proyecciones dogmáticas; para determinar, a continuación, si él encuadra
dentro de la categoría de derecho individual y, por tanto, si admite ser reconducido a
la idea de bien jurídico protegido.
a) Sentido y alcance
Como es sabido, con anterioridad a la década de los años cincuenta del siglo XX, las
constituciones no solían consagrar de modo expreso el derecho a la vida, ni contenían
referencia alguna al concepto de dignidad humana. Ello obedece, simplemente, a que
el reconocimiento de tales valores se daba por sobreentendido, en la medida en que
ellos se encuentran implícitos en los derechos que los textos constitucionales
tradicionalmente han garantizado. Sin embargo, como reacción frente a los
lamentables sucesos de que fue testigo la humanidad durante la primera mitad de ese
siglo, Con mayor detalle, RIOS ALVAREZ: La dignidad de la persona, p. 6, y RODRIGUEZ
MOURULLO: Derecho a la vida y a la integridad personal?, p. 63. desde fines de la
década de los años cuarenta se observa una tendencia que apunta al reconocimiento
explícito tanto del derecho a la vida como del valor de la dignidad de la persona. Cfr.
PEREZ: La dignidad como bien protegido penalmente, p. 181. Dicha tendencia fue
inaugurada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos, de 10 de diciembre
de 1948, y seguida luego por los principales tratados, acuerdos y declaraciones
internacionales adoptados durante las décadas siguientes, y por la mayor parte de las
constituciones promulgadas durante este mismo período. Es el camino que siguen, por
ejemplo, la Ley Fundamental de la República Federal de Alemania de 1949; la
Constitución de Portugal de 1978, la española de ese mismo año y el texto
37
constitucional chileno de 1980. Es tal el arraigo que el valor de la dignidad humana ha
conseguido en la conciencia jurídica contemporánea, que en la actualidad no se
discute que su reconocimiento es consubstancial al Estado social y democrático de
derecho. En este sentido, por ejemplo, HELLER: Teoría del Estado, p. 273.
El concepto de dignidad humana es, en verdad, una noción con un campo semántico
poco preciso, y muy difícil de aprehender en su significación jurídica, tanto más cuanto
que el desarrollo que en torno a él han hecho los grandes pensadores de todas las
épocas, se orienta fundamentalmente en una perspectiva filosófica o en un sentido
teológico. Cfr. FERNANDEZ SEGADO: Dignidad de la persona, orden valorativo?, p. 25.
Incluso, el Diccionario de la Real Academia Española no consigna, entre las diversas
acepciones que atribuye al término dignidad, ninguna que sirva con precisión a los
fines de una exégesis de las normas constitucionales que dan cuenta de aquel
concepto. Pese a ello, durante los últimos años se han esforzado los autores por
alcanzar el sentido jurídico del término dignidad, acudiendo a sus raíces etimológicas,
procedimiento cuyos resultados han sido evaluados en términos favorables por la
doctrina jurídica, especialmente en el campo del derecho constitucional.
La expresión dignus, en efecto, deriva del verbo decet ("es conveniente") y significa
"que conviene a", "merecedor". Era utilizada en Roma con referencia al civis, para
aludir a su estimación pública (dignitas) y, al parecer, también, en el sentido de
merecimiento por una persona de los cargos públicos (de donde proviene la
costumbre de llamar dignidades a ciertas funciones de especial relevancia social). Fue
a través de la obra de San León Magno (siglo V) -explica Ruiz Miguel- que la teología
cristiana asume este sentido de la dignitas, como alto rango o jerarquía que
corresponde a una persona, para aplicarla a los cristianos, quienes por el bautismo son
elevados a la categoría de hijos de Dios. Cfr. RUIZ MIGUEL: El significado jurídico?, pp.
101-103, y SOTO KLOSS: La dignidad de la persona humana?, p. 12. Es, precisamente,
sobre la base de estas raíces -de las cuales no puede desentenderse el derecho- que en
la actualidad suele postularse, desde una perspectiva estrictamente jurídica, que al
hablar de dignidad humana los textos constitucionales aluden al rango o categoría que
corresponde al hombre como ser dotado de inteligencia y libertad, distinto y superior a
cualquier otra creatura o realidad. En suma: la superioridad e importancia de que es
merecedor el ser humano por el solo hecho de ser tal. Cfr. GONZALEZ PEREZ: La
dignidad de la persona, p. 112, y SANCHEZ AGESTA: Sistema político?, p. 74.
b) Proyecciones sistemáticas
De entre las múltiples concreciones que es posible extraer del concepto de dignidad
humana, y basándonos únicamente en aquellos puntos que concitan un margen
razonable de consenso, desde nuestra perspectiva es posible visualizar tres campos en
los cuales aquél se proyecta de modo fundamental: la subjetivización del individuo, su
autonomía y su superioridad. Hay opiniones, como la de BUSTOS (1994, pp. 98-99),
que restringen las concreciones de la idea de dignidad a dos ámbitos: el principio de
autonomía ética y el principio de indemnidad de la persona.
38
La subjetivización del individuo implica la necesidad de tratar al ser humano conforme
a los caracteres que permiten diferenciarlo de las otras realidades. Es decir, el
imperativo de considerarlo y tratarlo como ser dotado de inteligencia, voluntad y
libertad. Conforme a la conocida fórmula de Kant, el "no ser contado en el número de
las cosas como objeto de derecho real". Vid. Principios metafísicos?, p. 167.
Contradice, en consecuencia, este postulado cualquier actitud -sea que provenga del
Estado, de una agrupación o de otro individuo- que instrumentalice a la persona o que
desconozca su condición jurídica de sujeto, relegándola al plano de los objetos.
Mucho se ha discutido acerca de la relación que existe entre los conceptos de dignidad
personal y derechos fundamentales. En general, sobre las distintas corrientes, SAGUES:
Dignidad de la persona e ideología constitucional, pp. 60 y ss. Parece, sin embargo,
primar la idea de que la dignidad de la persona es el fundamento de todos los
derechos que las constituciones normalmente consagran, y se le reconoce, asimismo,
la misión de dotar de contenido a cada uno de ellos. Así, por ejemplo, FERNANDEZ
SEGADO: Dignidad de la persona, orden valorativo?, pp. 16 y 19, y NOGUEIRA:
Dignidad de la persona y derechos humanos?, p. 53. También se ha pronunciado en
39
este sentido el Tribunal Constitucional español en sentencia Nº 64, de 12 de abril de
1988. Cfr. SERNA: La dignidad de la persona como principio del derecho público, p.
380. Hay, sin embargo, opiniones que disienten de este planteamiento, afirmando que
los derechos no derivan de la dignidad en cuanto a su contenido material, sino en
cuanto a la obligatoriedad de respeto; y otros pareceres que postulan que son tres los
principios básicos de cuya combinación derivan los derechos fundamentales: la
inviolabilidad de la persona, la autonomía de la persona y la dignidad de la persona.
Así, por ejemplo, NINO: Etica y derechos humanos, pp. 267 y 299.
Aunque no es del caso desarrollar o criticar aquí estos planteamientos, cabe sí destacar
que aun en el marco de la posición mayoritaria, que atribuye a la dignidad humana un
rol de fundamentación de todos los derechos, suele efectuarse una distinción entre
aquellos que se encuentran en una relación de mayor proximidad con la idea de
dignidad, los que, por tanto, quedarían cubiertos por la prerrogativa constitucional que
a ella se confiere (vida, integridad física, libertad de conciencia, honor); y el resto de las
garantías, que simplemente quedarían al margen de lo que normalmente suele quedar
comprendido bajo la idea de dignidad personal. Tal es el planteamiento de GARRIDO
FALLA: Comentarios?, pp. 185-197. Cfr., también, la crítica que formula FERNANDEZ
SEGADO: Dignidad de la persona, orden valorativo?, pp. 42-43. Este criterio de
distinción, al parecer, tiene sustento en el derecho español, el cual establece una clara
diferenciación entre los derechos fundamentales y el resto de las garantías; mas no
parece tener acogida en el ordenamiento constitucional de Chile, que somete todas las
garantías individuales a un mismo estatuto jurídico, ni es congruente con el sentido
que suele atribuirse a la propia idea de dignidad humana. Porque si se considera, por
ejemplo, que la noción de dignidad implica la posibilidad de una realización espiritual y
material, derechos aparentemente tan alejados de su esencia, como la propiedad,
aparecen también como condiciones indispensables para su plena consecución. Tal es,
por citar un solo ejemplo, la idea que subyace en la proscripción constitucional de la
pena de confiscación de bienes (artículo 19 Nº 7, letra g) de la Constitución Política de
Chile).
40
NOVOA (Cuestiones del derecho penal?, p. 120), quien sostiene que la Constitución
chilena ofrece puntos de apoyo para elaborar un reconocimiento del valor y dignidad
de la persona humana como bienes jurídicos protegidos. aunque las concreciones
legislativas de este planteamiento se orientan en dos direcciones muy diferentes. La
primera de ellas identifica un grupo de infracciones que tendería específicamente a la
protección de la dignidad del hombre, entre las cuales la doctrina propone incluir
figuras tan heterogéneas como el comercio de personas y la esclavitud, los delitos
relativos a la prostitución, los atentados contra la identidad genética, los ataques a la
dignidad de la maternidad, el comercio con partes del cuerpo humano y los atentados
contra la dignidad de la persona difunta. Por ejemplo, la opinión de NOVOA
(Cuestiones del derecho penal?, p. 120), quien sostiene que la Constitución chilena
ofrece puntos de apoyo para elaborar un reconocimiento del valor y dignidad de la
persona humana como bienes jurídicos protegidos. Esta es la opción que hace suya el
Código Penal francés, al tipificar bajo el epígrafe de Atentados contra la dignidad de la
persona, entre otras conductas, el ejercicio de actos discriminatorios, el proxenetismo,
la imposición de condiciones laborales o de hospedaje degradantes y la falta del
respeto debido a la memoria de los muertos.
Un camino distinto es el que adopta la legislación española, desde que el Código Penal
de 1995 identifica el valor de la dignidad humana con el concepto de honor.
MANTOVANI: Principi fondamentali?, p. 18. Esta decisión legislativa tiene, en verdad,
abundantes precedentes doctrinales en ese país, si bien no todos los autores
concuerdan en una total asimilación de ambos conceptos. Así, por ejemplo, un sector
de la dogmática española siempre planteó la total independencia ontológica entre
ambas nociones, básicamente porque mientras la dignidad humana sería un concepto
absoluto (en el sentido de que no depende de un juicio de valor), el honor tendría un
carácter esencialmente valorativo. En este sentido, QUERALT (1992), p. 207.
Una tercera corriente de opinión -y hasta donde llega nuestro conocimiento, la más
difundida- sostiene que el honor emana de la dignidad humana y aunque no se
identifica totalmente con ella, sí se correspondería con un aspecto de la misma. En
palabras de la profesora Alonso Alamo: "Los ataques al honor no son directamente
ataques a la dignidad de la persona?, sino a su valor ético y social de actuación del cual
surge una pretensión de respeto". ALONSO ALAMO: La protección penal del honor, p.
140. Los partidarios de esta posición, en general, distinguen dos aspectos dentro de la
idea de dignidad de la persona: un aspecto que llaman estático, representado por el
valor que encierra la personalidad humana, en tanto que realidad jurídica autónoma y
superior a cualquier otro interés; y un aspecto que llaman dinámico, representado por
el conjunto de condiciones necesarias para que el individuo se desarrolle espiritual y
materialmente como persona. En este contexto, el honor estaría vinculado -y, más
aún, se correspondería- con este último aspecto, y su contenido estaría determinado
41
por las expectativas de reconocimiento social necesarias para que cada cual ejerza sus
posibilidades de desarrollo personal. BERDUGO GOMEZ DE LA TORRE: Revisión del
contenido del bien jurídico honor, pp. 258-261.
Una cuarta posición, en fin, simplemente identifica los conceptos de honor y dignidad
de la persona. Paradigmática en este sentido es la opinión del Tribunal Supremo de
España, cuando precisa que "el delito de injurias tipificado en el artículo 457 del
Código Penal (se refiere al texto vigente con anterioridad al año 1995), con la
extraordinaria amplitud imprimida a su redacción, comprensiva tanto del ataque a la
honra como al crédito y la estimación de las personas, ofrece como objeto o bien
jurídico? el honor en sentido lato, como equivalente a dignidad de la Persona
humana?". Sentencia del tribunal Supremo de 3 de junio de 1985, reseñada por VIVES
ANTÓN (1996), P. 676. La asimilación entre dignidad y honor personales también es
posible encontrarla en un sector de la doctrina colombiana. Cfr. Al respecto PEREZ: La
dignidad como bien protegido penalmente. P. 181
Pero si los conceptos de honor y dignidad humana tienen, tanto en el léxico castellano
como en la tradición jurídica española e iberoamericana, unas connotaciones y un
significado muy distintos, las razones que han llevado a un sector importante de la
doctrina a vincular -y hasta equiparar- ambos valores, no pueden ser sino de índole
estrictamente circunstancial o instrumental. Así lo pone de manifiesto González Pérez,
quien, tras reconocer que, a nivel substantivo, dignidad humana y honor se diferencian
por ser un concepto absoluto y despersonalizado, el primero, y un concepto relativo y
subjetivizado, el segundo, agrega que a fin de que no queden sin la garantía
jurisdiccional del recurso de amparo los atentados a la dignidad que no puedan
catalogarse entre las lesiones a los derechos específicamente reconocidos o inherentes
a ella, es conveniente admitir un concepto amplio de honor, equiparándolo a la idea de
dignidad personal. Así, razonando sobre la base de la Constitución española, la tutela
que se brinda al honor, a través del proceso de amparo, permitiría otorgar protección
al individuo frente a cualquier atentado contra su dignidad personal, aunque éste no
se materialice en alguno de los derechos que específicamente dan lugar a dicha acción
constitucional. GONZALEZ PEREZ: La dignidad de la persona, pp. 104-107.
42
e) Juicio crítico
Si bien hay opiniones que disienten de este planteamiento, en verdad ninguna de ellas
desconoce que el valor de la dignidad humana está en la base de los derechos
fundamentales, y que el respeto de todos y cada uno de ellos es condición insoslayable
para asegurar al individuo un trato conforme a su calidad de ser humano. Porque la
vigencia de los principios de subjetividad, autonomía y superioridad del individuo -las
principales manifestaciones jurídicas del valor de la dignidad humana, según se ha
explicado-, presupone un ambiente de respeto de todos los derechos inherentes a la
persona, y no de uno o más de ellos en particular. De modo que no existe razón alguna
de fondo para atribuir a la dignidad de la persona un alcance tan restringido como el
que fluye de su consideración en tanto que objeto de tutela en los delitos sexuales:
una proposición como ésta, en verdad, reduce el amplísimo espectro de valoraciones y
la gran variedad de connotaciones jurídicas que subyacen en aquel postulado.
Porque, en verdad, todos los delitos que atentan contra intereses individuales -e,
incluso, varios de los que lesionan intereses colectivos- importan también un ataque al
valor de la dignidad humana, en cuanto privan al afectado de la posibilidad de ejercer
43
la plenitud de las facultades de que está investido en su condición de ser humano; y,
particularmente, en aquellos que afectan al individuo en sus atributos físicos, todos los
cuales importan una objetivización de la persona. De manera que en los delitos
sexuales, la dignidad humana no se ve ni más ni menos afectada que, por ejemplo, en
cualquier atentado contra la vida o la salud. Tampoco cabe invocar un supuesto ataque
a la dignidad humana en apoyo de la posición que sostiene que lo protegido en estos
delitos es la libertad sexual, para justificar con aquel ataque la mayor dosis de ilicitud -
o la especialidad- que tales delitos tendrían en relación con el conjunto de las
infracciones que atentan contra la libertad en general. Sobre este tema, BASCUÑAN
RODRIGUEZ: Problemas básicos?, pp. 87-88.
El tema de la intimidad sexual nos remite de lleno a la garantía que en Chile consagra
el artículo 19 Nº 4 de la Constitución Política de la República, el cual alude al "respeto y
protección a la vida privada y pública y a la honra de la persona y de su familia"; que en
España aparece reconocida en el artículo 18 del texto constitucional, cuyo numeral
44
uno garantiza "el derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia
imagen".
Las expresiones que utilizan las normas transcritas ponen de manifiesto el alto grado
de indeterminación del derecho que ellas pretenden salvaguardar, como también lo
deja en evidencia la terminología empleada por la doctrina científica y las legislaciones
foráneas. Así, por ejemplo, mientras en idioma castellano suelen utilizarse como
sinónimos los términos derecho a la vida privada, derecho a la intimidad y derecho a la
privacidad, en lengua inglesa se encuentra muchísimo más difundido el empleo de la
locución right of privacy; en el derecho franco-belga prima el uso de la expresión droit
à l?intimité; en italiano se habla de diritto alla riservatezza; y, por último, en idioma
alemán suelen utilizarse paralelamente dos conceptos: derecho a la esfera íntima
(intimsphäre) y derecho a la esfera secreta (geheimsphäre). Cfr. NOVOA: Cuestiones
del derecho penal?, pp. 122-123. En general, sobre el reconocimiento internacional de
este derecho, vid. la misma obra citada, pp. 116-117.
Porque al margen de ser éste un derecho cuyo contenido ha ido variando a lo largo del
tiempo y que ha tenido un mayor desarrollo conceptual en el ámbito del derecho
anglosajón, no cabe duda de que en sus orígenes está la escala de valores propia del
liberalismo individualista GOMEZ PAVON: La intimidad como objeto de protección
penal, p. 8. y con ello la necesidad de establecer una especie de barrera entre lo
público y lo privado, de manera que al individuo se le reconozca la posibilidad de
mantener en secreto y como inviolables ciertas manifestaciones de su vida; Cfr.
JESCHECK: La protection pénale des droits de la personnalité?, p. 545. básicamente por
ser ello absolutamente necesario para el desarrollo humano y para el pleno ejercicio
de los atributos de la personalidad. BAJO FERNANDEZ: Protección del honor y de la
intimidad, pp. 101-103. De ahí que no resulte extraño que en nuestro medio cultural
este derecho en concreto aluda a dos realidades jurídicas bien definidas. Primero, la
facultad de mantener en reserva ciertos aspectos vinculados con la interioridad o con
el ámbito de actuación del individuo (de manera que ellos no trasciendan al dominio
público; y permanezcan, por lo tanto, ajenos, al intervencionismo y control estatal), lo
que, en estricto rigor, podemos llamar derecho a la privacidad. Segundo, la
inviolabilidad de un ámbito de actuación que toda persona aspira a mantener para sí,
con exclusión de cualquier injerencia proveniente del exterior; lo que cabría
denominar derecho a la intimidad. Algunas opiniones, reconducen ambos aspectos a la
idea común de intimidad. Así, por ejemplo, MORALES PRATS (1996), pp. 294-296. Este
es, obviamente, el aspecto con el cual ha de vincularse la noción de intimidad sexual
que algunos proponen como objeto de tutela en este sector del ordenamiento penal.
Sobre la forma en que el derecho español asume la protección penal de la intimidad,
vid. BACIGALUPO (1999), pp. 208-210, y MORALES PRATS (1996), pp. 293-350.
45
Referida al ámbito de lo sexual, la noción de intimidad alude, específicamente, al
espacio vital que cada cual deja para sí, en todo lo que respecta a las manifestaciones
del instinto carnal; Cfr., en este sentido, sentencia del Tribunal Constitucional de
España Nº 89, de 3 de junio de 1987, en GARCIA VALDES / CANTARERO / PUYOL:
Derecho Penal Constitucional, II, pp. 1677-1690. de manera que se afecta la intimidad
sexual de un individuo cada vez que alguien cruza el umbral de aquella zona de
reserva, con el propósito de involucrarlo en un contexto lúbrico, ya en calidad de actor,
ya en la de simple espectador.
Dentro del concepto de intimidad pueden distinguirse dos planos: uno externo, que
estaría constituido por un conjunto de hechos, situaciones, objetos y actividades que
cada cual procura mantener excluido de intromisiones ajenas; y otro plano interno,
comúnmente denominado vida interior, que estaría conformado por una serie de
manifestaciones psíquicas y sensoriales (como los pensamientos, los anhelos y los
deseos). Puesto que ambos aspectos pueden ser lesionados a través de un
comportamiento lúbrico abusivo, se considera que la idea de intimidad sexual, en
tanto objeto de protección por parte del derecho penal, se hace extensivo a los dos
planos recién aludidos. Con todo, a diferencia de lo que ocurre con el derecho a la
intimidad en su sentido más difundido en el campo de la dogmática constitucional, el
concepto de intimidad sexual se aprecia aquí en estrecha relación con la idea de
bienestar físico y psíquico, puesto que la proscripción de cualquier intromisión en el
plano de la sexualidad se justifica, precisamente, en la necesidad de sustraer al
individuo de cualquier posible detrimento emocional o que afecte el desarrollo de su
personalidad. Cfr. ORTS BERENGUER (1995), pp. 41-43.
c) Juicio crítico
Pero en los delitos de significación sexual no sólo está presente el desvalor que implica
el atentado en contra de la privacidad de la víctima, sino también el desvalor de la
acción a través de la cual se concreta aquella intromisión. Porque, por ejemplo, no se
valora en los mismos términos el hecho de obligar a una persona a mantener
relaciones sexuales, que el hecho de involucrarla en un contexto sexual en calidad de
simple espectador, pese a que en ambos casos se vulnera la intimidad sexual del
afectado. De manera que lo protegido no puede ser sólo el derecho a la intimidad,
sino, más ampliamente, el derecho de no verse expuesto a acciones que -cuando no
son buscadas o deseadas- para el común de los seres humanos implican un serio
detrimento físico o espiritual. También en el derecho franco-belga, la idea de intimidad
se plantea en referencia a la noción de refugio dentro del cual se encuentre uno "al
abrigo de toda agresión". En este sentido, DOUCET: La protection pénale de la
personne humaine, pp. 183-184.
En relación con esto último, nos parece que la noción de intimidad sexual no está
exenta del mismo reparo que ya formulamos frente al concepto de libertad sexual, en
46
cuanto no logra explicar convenientemente la diversidad de trato penal que la ley
dispone frente a situaciones idénticas desde el punto de vista de la intromisión en la
esfera de intimidad de la víctima, pero diferentes en cuanto a la naturaleza del acto
ejecutado. No logra explicar, por ejemplo, por qué el acceso carnal de una persona que
se encuentra totalmente privada de sentido es castigado más severamente que la
introducción, en el cuerpo de esa misma persona y en idénticas circunstancias, de
cualquier otro objeto que no sea el órgano sexual masculino.
Por último, es preciso tener en cuenta que -por lo menos en Chile- la actual regulación
de los delitos sexuales no contempla castigo para la forma más elemental de atentado
en contra de este derecho: aquella que consiste en inmiscuirse en una esfera de
intimidad ajena, con el simple propósito de contemplar la actividad sexual realizada
por otros. Como tal comportamiento no difiere en gravedad -en tanto violación de la
intimidad sexual- respecto de otras conductas lesivas del mismo interés que sí reciben
sanción, es de toda lógica suponer que el castigo de estas últimas se funda en la lesión
de un bien que trasciende el mero atentado en contra de la esfera de intimidad del
individuo.
Es bien sabido que, al explicar el tema de la objetividad jurídica del delito de lesiones,
la doctrina científica suele adoptar, ya una postura dualista, que distingue entre
integridad física y salud, ya una postura monista que normalmente se identifica con la
opinión de quienes sostienen que el bien jurídico protegido sería el segundo de los
intereses nombrados. Porque, en estricto rigor, existen dos posiciones que cabe
calificar de monistas: la que subsume todo el contenido del bien jurídico bajo la idea
de salud y la que efectúa idéntica asimilación, pero bajo la idea de integridad o
incolumidad personal. Este es el planteamiento, entre otros autores, de CREUS (1990),
p. 79. Con todo, la opción por la salud, en tanto que objeto de tutela es ampliamente
mayoritaria en Chile y en España; no así en la dogmática argentina. Sobre el particular,
cfr. DONNA (1999), pp. 131-132. De acuerdo con la que puede tenerse por opinión
dominante, la locución integridad física posee un sentido estrictamente anatómico-
47
morfológico, que alude a la normal disposición de cada una de las partes que forman el
cuerpo. Salud, en cambio, tendría un sentido mucho más amplio, que suele expresarse
con referencia a un estado de completo bienestar físico y mental del individuo
(fórmula esta última que se vincula incluso con aspectos espirituales y sociales). De ahí,
entonces, que no haya inconveniente para afirmar, desde un punto de vista
conceptual, que el segundo de aquellos conceptos incluye y presupone al primero. Cfr.,
por todos, BUSTOS / GRISOLIA / POLITOFF (1993), pp. 179-180. Lo mismo cabe decir en
el plano dogmático -pese a que algunos textos, como el Código Penal español de 1995,
mencionan las dos expresiones-, básicamente porque "la doble afectación a la salud y
a la integridad corporal no se manifiesta en una agravación punitiva". TAMARIT
SUMALLA: De las lesiones, pp. 82-83. En un sentido análogo, CARBONELL MATEU /
GONZALEZ CUSSAC: Lesiones, pp. 116-117.
Pero por mucho que esté clara la motivación que llevó al constituyente español de
1978 y al legislador penal de 1995 a brindar reconocimiento y protección a la idea de
integridad moral, la verdad es que las opiniones que en torno a ella han formulado los
autores distan mucho de ser coincidentes. Algunos, en efecto, entienden el calificativo
de moral como opuesto a lo físico y en tal sentido incluiría -según la opinión de
Rodríguez Mourullo- las nociones de salud mental, bienestar psíquico y el denominado
derecho a la propia apariencia personal. Este criterio parece tener sustento en la
historia del establecimiento de la norma constitucional, en especial si se tiene en
consideración que el Anteproyecto sólo mencionaba el derecho a la vida y a la
integridad física. En general sobre el tema, RODRIGUEZ MOURULLO: Derecho a la vida
y a la integridad personal?, pp. 80-83. Otros, en cambio, sostienen que al tutelar la
integridad moral, el derecho no sólo protege a la persona contra ataques dirigidos a
lesionar su cuerpo o espíritu, sino de toda clase de intervención en esos bienes que
carezca del consentimiento de su titular, "por lo que la integridad moral puede ser
identificada con la inviolabilidad de la libertad". Por ello se entiende que "su lesión se
produce cuando la persona ve negada su plena capacidad de decidir, cuando la pérdida
de la dignidad hace que pierda sus condiciones de ser libre, de forma que no quepa
atribuir (a la víctima) su conducta como propia". CARBONELL MATEU / GONZALEZ
CUSSAC: Torturas y otros delitos contra la integridad moral, pp. 189-190. Otros
autores, partiendo también de la oposición entre lo físico y lo espiritual, la consideran
como un aspecto de la noción más genérica de incolumidad personal (que incluiría
48
tanto la integridad como el bienestar de la persona en sus aspectos materiales e
inmateriales) y en este contexto la protección de la integridad moral sería una suerte
de complemento de la tutela que el derecho tradicionalmente ha brindado a la salud
(física y psíquica), en especial, con referencia a aquellas situaciones en que la actuación
ilícita no se manifiesta en una lesión externamente apreciable o demostrable. De
manera que, en estricto rigor, la integridad moral sería un estado de bienestar, que
abarcaría los planos mental, espiritual y emocional y que se vería afectada cuando el
individuo es víctima de una actuación que le ocasiona alguna alteración en esos planos
y, particularmente, cuando a consecuencia de ella experimenta dolor o sufrimiento. De
manera que "tal como sucede con la integridad física y la salud, el atentado contra la
integridad moral intensifica el injusto producido por la agresión al bien jurídico
genérico incolumidad corporal". TAMARIT SUMALLA: De las torturas y otros delitos
contra la integridad moral, pp. 215-216.
49
ideales sí ha pasado a formar parte del ámbito de protección que se estima obligatorio
brindar al ser humano bajo la idea de integridad personal.
Pese a ello la doctrina desde hace tiempo viene insistiendo en que el sistema de los
delitos sexuales alberga valoraciones que están muy próximas a lo que aquí venimos
denominando integridad personal, En el derecho francés, por ejemplo, VOUIN: Droit
Pénal Spécial, 1983, p. 323. aunque hemos de reconocer que tales planteamientos
distan mucho de seguir una línea uniforme. Así, por ejemplo, un sector de la doctrina
italiana ha venido planteando que, respecto de los atentados que tienen como víctima
a menores de edad, cabe proponer como objeto de tutela un bien jurídico diverso de
la libertad sexual, consistente en la integridad físico-psíquica del menor con referencia
a la esfera sexual y en la perspectiva de un correcto desarrollo de la propia sexualidad;
pero sin que sea necesaria la efectiva comprobación de tales consecuencias, de
manera que los atentados en contra de dicho interés tendrían que reputarse como
delitos de peligro. En este sentido, VENEZIANI: Commentario, pp. 133-134.
En el caso de España, en la reforma del derecho penal sexual del año 1999 -a
diferencia de lo que ocurrió en el texto original del Código Penal de 1995- se toma
partido a favor de la tesis que afirma la existencia de bienes jurídicos protegidos
relativos a los menores de edad e incapaces ajenos a la idea de libertad sexual. Cfr.
TAMARIT SUMALLA (1999), p. 4.
Así lo ponen de manifiesto, primero, la inclusión de una rúbrica que alude tanto a la
libertad como a la indemnidad personales; en segundo lugar, la reinstauración de la
figura de corrupción de menores y, por último, la mención que contiene la Exposición
de Motivos a otros intereses distintos de la capacidad de autodeterminación del
individuo, como el derecho al libre desarrollo de la personalidad y el concepto de
integridad sexual. Párrafo tercero de la Exposición de Motivos de la Ley Orgánica Nº
11/99, según publicación del Boletín Oficial correspondiente al 1 de mayo de 1999.
Por último, en el caso del derecho francés, como ya hemos tenido ocasión de
explicarlo, el legislador del Código de 1994 optó por ubicar la mayor parte de las
figuras de significación sexual dentro del Libro II, referido a los crímenes y simples
delitos contra las personas, en un capítulo que trata de los atentados contra la
integridad física o psíquica de las personas y en el cual los delitos que importan
50
agresión, abuso o acoso sexuales, como así también el exhibicionismo, figuran a
continuación de lo que en nuestro idioma llamamos lesiones. Vid. supra Cap. II, 3. d).
e incluso fórmulas vinculadas con la noción de libertad sexual; Así lo hacen LARGUIER:
Droit Pénal Spécial, 1994, p. 181, y PRADEL: Droit Pénal, 1995, p. 447.
c) Juicio crítico
Desde un punto de vista sistemático, la inclusión de los delitos sexuales dentro de los
atentados a la integridad personal facilita el establecimiento de parámetros de
valoración más justos de tales conductas, en relación con los demás comportamientos
que atentan en contra del mismo bien, permitiendo así la plena vigencia del principio
de proporcionalidad. A este mismo fin propende la posibilidad de considerar con
mayor exactitud el desvalor del atentado a la libertad que suele estar presente no sólo
en los delitos de significación sexual, sino en el conjunto de los actos que vulneran la
incolumidad del individuo.
51
Sin embargo, aplicado al ámbito sexual, el criterio de la integridad personal merece un
serio reparo, cual es la dificultad para dimensionar el ataque, especialmente tomando
en consideración que en la mayor parte de los casos el detrimento en que se traduce el
delito tiene connotaciones emocionales; y, además, que normalmente aquél no puede
ser explicado sino en función de un pronóstico sobre la vida futura de la víctima, como
sucede por lo general en el caso de las agresiones sexuales que se dirigen en contra de
niños y, en menor medida también, cuando el sujeto pasivo es un adulto. Cfr. TAMARIT
SUMALLA (1999), p. 2.
Nadie podría poner en duda que el de los delitos sexuales es un campo en el cual el
derecho invade profundamente la intimidad del individuo y que, por esto mismo,
presupone una sólida fundamentación del ejercicio de la potestad penal En este
sentido, KLUG: Problemas de filosofía del derecho?, p. 29.
1. Perspectiva política
El sistema de los delitos sexuales obviamente se encuentra supeditado -al igual que el
resto del ordenamiento penal- a la totalidad de los límites formales y materiales que la
Constitución u otras normas de su misma jerarquía imponen al ejercicio de la potestad
punitiva. En general sobre el sentido de cada uno los límites materiales y formales, cfr.
BUSTOS (1994), pp. 93-140.
Sin embargo, como la mayor parte de esos límites no ofrece ninguna particularidad en
relación con el tema de nuestro estudio, hemos preferido concentrarnos en tres
aspectos que sí ameritan una consideración más detenida: el principio de exclusión de
criterios ideológicos; el principio de lesividad y, por último, el principio de igualdad,
especialmente en lo que respecta a la necesidad de excluir de este campo cualquier
forma de discriminación.
Es casi un lugar común afirmar que el de los delitos sexuales es uno de los sectores del
derecho penal que más se presta para una confusión entre lo ético y lo jurídico,
básicamente en razón de la tendencia -muy arraigada en nuestro medio cultural- a
reducir el campo de la moral a aquellos aspectos que tienen que ver con la vida sexual
de las personas. Cfr. el interesante análisis que en relación con este tema efectúa,
GARRIDO GUZMAN: La prostitución?, pp. 15-20.
52
humano, lo cual se traducía en la imposición a la ciudadanía de ciertas formas de
comportamiento que se consideraban deseables desde la perspectiva de su desarrollo
espiritual. Todo ello dentro del marco de una relación de sometimiento del individuo a
las expectativas de conducta generadas a partir de los criterios morales imperantes en
el medio social. Vid. supra, Cap. II, 1.
Aunque este estado de cosas aún pervive a nivel legislativo -si bien morigerado, como
ya se ha visto, en algunos de los países que han reformado últimamente este sector
del ordenamiento-, no sucede lo mismo en el campo de la dogmática penal, cuyos
exponentes más representativos vienen abogando desde hace muchos años por
depurar la preceptiva de los delitos sexuales de todo resabio moralizador. La tendencia
reseñada en el texto puede tenerse como un hecho uniforme, a lo menos entre los
países que integran nuestra área de cultura. Por lo que respecta al derecho alemán,
cfr. ROXIN: Problemas básicos?, p. 48; en relación con el derecho franco-belga, cfr.
DOUCET: La protection pénale de la personne humaine, p. 69, y LEVASSEUR: Cours de
droit pénal spécial, p. 391; acerca del derecho portugués, MAIA GONÇALVES (1996), p.
622, y por lo que concierne al derecho italiano, FIANDACA: Prospettive di riforma?, pp.
405-406.
declarara que es lícito punir supuestos en los que no está en juego la protección de un
determinado bien jurídico, cuando se trata de "comportamientos especialmente
reprobables desde un punto de vista ético y, conforme a la opinión general,
indecentes". Sobre todo -así se dice- cuando tales comportamientos, por su
naturaleza, llevan en sí la tendencia a propagarse a terceros. Cfr. KLUG: Problemas de
filosofía del derecho?, p. 39, y SCHÖLLGEN: La sexualidad y el delito?, pp. 94-95.
Recordemos, sin embargo, que el Proyecto Alternativo abogaba por la impunidad de
las acciones meramente inmorales, pero no lesivas para los derechos de una persona
en concreto. Y que la primera y la cuarta ley de reforma del Código Penal alemán de
25.06.69 y 23.11.73, respectivamente, redujeron la punibilidad, en lo sustancial, a las
conductas lesivas de la libertad individual y a las infracciones que tuvieran como
víctima a menores. Sobre el particular, ROXIN (1997), pp. 52-53.
Aun en nuestros días hay autores que expresamente juzgan como un hecho positivo
que el derecho penal emprenda la tutela de valores estrictamente morales, por lo
menos en el campo de los delitos sexuales. 8 En España, por ejemplo, tal es la opinión
que expresamente han manifestado LANDECHO VELASCO / MOLINA BLAZQUEZ (1996),
pp. 115, 116 y 125.
53
más concreto de la política criminal. Ya el IV Congreso Internacional de Criminología
celebrado en La Haya en 1960 reconoció que existen comportamientos que han de
confiarse a la moral personal, aun cuando desde el punto de vista de una determinada
ética social o de una concepción teológico-moral sean rechazables. Cfr. JÄGER: Política
jurídico-penal y ciencia, p. 291.
tanto más si se considera que la eficacia de las sanciones penales presupone un cierto
grado de adhesión por parte de la ciudadanía, en una suerte de consenso que las ideas
morales y religiosas simplemente no concitan. Cfr. KLUG: Problemas de filosofía del
derecho?, p. 31, y SCHÖLLGEN: La sexualidad y el delito?, pp. 97-98.
sino de impedir que se desvirtúe la misión del derecho penal, que es básicamente
protectora de los derechos del individuo, añadiéndole un cometido que tiene que ver
con el perfeccionamiento del ser humano. Y, en el campo concreto de los delitos
sexuales, de lo que se trata es que la relación derecho-moral no resulte
sobredimensionada, como ha ocurrido hasta ahora; ni que se la utilice como excusa
para someter al individuo a un proceso de moralización, que es por completo ajeno a
la misión del derecho penal. Porque en el campo de los delitos sexuales -escribió en su
momento Eugenio Cuello Calón- "no puede el derecho penal, ni es su misión, tender a
la moralización del individuo, a apartarle del vicio de la sensualidad". Todo lo contrario,
su actuación ha de reducirse "al castigo de aquellos hechos que lesionan gravemente
bienes jurídicos individuales o colectivos y ponen en peligro la vida social". CUELLO
CALON (1972), p. 574.
54
Sin embargo, la necesidad de apartar las valoraciones morales del ámbito de la
criminalidad sexual no es sólo una aspiración de los autores, sino también un
imperativo que emana de la propia normativa constitucional, la cual impide que el
Estado asuma una labor de determinación de la conciencia ciudadana conforme a
parámetros ideológicos. Como se sabe, esta última afirmación normalmente se extrae
de bases políticas -o, mejor aún, institucionales-, y, en especial, de la fisonomía que el
ente estatal asume cuando se lo concibe como Estado social y democrático de
derecho, Cfr., entre varios otros, HORMAZABAL MALAREE: Bien jurídico?, pp. 139-169,
y MIR PUIG: Función de la pena?, pp. 9-16.
modelo este último que se distingue de otros, por la primacía que confiere al individuo
respecto de los intereses sociales. Cfr. HELLER: Teoría del Estado, p. 273.
Sin entrar a discutir este planteamiento, que en sus líneas generales es básicamente
correcto, cabe señalar que entre los diversos aspectos concernidos en aquella noción
de Estado, el que más directamente se vincula con la necesidad de garantizar la
autonomía ética del individuo es la consagración a nivel constitucional del valor que
encierra la dignidad de la persona. Cfr. JESCHECK: Tratado?, I, p. 34, y KLUG: Problemas
de filosofía del derecho?, p. 29.
Porque si se acepta -como ya hemos tenido ocasión de explicarlo- Vid. supra Cap. III, 3.
b).
que dicho valor lleva implícito el principio de subjetivización del individuo, habrá que
convenir en que no puede el Estado restringir los derechos de una persona a través de
la imposición de una pena, con el propósito de obtener una meta con un sentido
exclusivamente ideológico (en este caso, la moralización de las costumbres). Tal cosa
implicaría ni más ni menos que instrumentalizar al ser humano para la obtención de un
beneficio social. Tampoco podría el Estado (o, mejor dicho, el grupo de poder
dominante) influir en las convicciones de los ciudadanos, tratando de imponer su
propio esquema de valores, porque ello implicaría transgredir el principio de
autonomía del individuo (otra de las manifestaciones consubstanciales al valor de la
dignidad del ser humano, según tuvimos oportunidad de ver anteriormente), Vid.
supra Cap. III, 3. b).
b) El principio de lesividad
55
Dicho en términos muy generales, este principio implica que la legitimidad de la
intervención punitiva depende de que ella efectivamente se oriente a la tutela de un
bien jurídico. Utilizamos la locución principio de lesividad sólo en razón de ser la
fórmula más usada para designar este postulado. Sobre la inconveniencia del empleo
de aquella expresión en idioma castellano, GUZMAN DALBORA: Relaciones del derecho
penal?, pp. 173-174.
entendemos que existe un alto grado de consenso en relación con varios puntos.
56
En tercer lugar, si bien se acepta que la condición de bien jurídico penal puede ser
asumida tanto por intereses individuales como por ciertos valores colectivos, en uno y
otro caso la legitimidad de la intervención penal se encuentra supeditada a que el bien
de que se trate efectivamente sea instrumental al individuo, desde el punto de vista de
sus posibilidades de realización personal. Cfr. MIR PUIG (1994), pp. 159-165.
En este sentido, es muy ilustrativa la distinción que efectúa Mantovani entre bienes
fin, representados básicamente por los derechos fundamentales de la persona, y
bienes medio, expresión que alude a los intereses supraindividuales, que fueren
necesarios para una adecuada tutela de la dignidad y del pleno desarrollo de la
persona. MANTOVANI: Principi fondamentali?, p. 16.
Enseguida, entendemos que también hay acuerdo en que la exclusión de las meras
inmoralidades del campo del derecho penal no significa que tampoco se puedan
proteger penalmente ciertos procesos internos del individuo, como sus sentimientos,
siempre que éstos revistan una importancia acorde con la exigencia general aplicable
al bien jurídico, de ser un elemento esencial para las posibilidades de realización
espiritual y material del ser humano. De ahí que la mayor parte de la doctrina acepte el
castigo de los actos sexuales realizados en público, claro que no en razón de una
hipotética inmoralidad intrínseca de la conducta, sino por el grado de perturbación o
molestia que aquello puede ocasionar en uno o más individuos en particular. ROXIN
(1997), pp. 56-57.
57
la pena como atentado en contra del valor de la dignidad humana, RODRIGUEZ
COLLAO: Proyecciones penales?, pp. 188-189 la legitimidad del ejercicio de la potestad
punitiva, supone que ésta se ejerza del modo más restrictivo posible, y la medida de
esto último sólo puede darla el hecho de existir un bien jurídico necesitado de
protección.
c) El principio de igualdad
58
solo hecho de hacerlo implica, además de una intromisión intolerable en la libertad
individual, una forma de discriminación incompatible con la más elemental idea de
igualdad. Cfr. HORMAZABAL MALAREE: Política penal?, pp. 168-169.
Todos los criterios político-criminales que la doctrina suele plantear como metas de un
adecuado sistema de regulación de los delitos sexuales, giran en torno a la misma idea:
la de revestir a este sector del ordenamiento penal de un sesgo marcadamente
humanitario, presidido por la idea de respeto hacia la capacidad de autodeterminación
del individuo. En otras palabras, que la intervención penal en este campo quede
reducida a precaver cualquier interferencia que impida o limite las opciones que cada
cual decida libremente asumir; como así también a evitar todo ataque que pudiere
afectar a quienes no gozan de una plena capacidad de autodeterminación.
59
resume convenientemente la opinión que ha logrado imponerse en el campo de la
dogmática penal acerca de las relaciones entre el derecho punitivo y la preceptiva
constitucional; especialmente en lo que dice relación con dos puntos: la obligatoriedad
(o el carácter vinculante) de esta última normativa Cfr. SUAREZ SANCHEZ: El derecho
de la igualdad en materia penal, p. 135.
y el hecho que todos los grandes principios rectores de nuestra disciplina tienen
consagración a nivel constitucional.
Respecto del primer punto, la tesis dominante en Alemania es que las normas
constitucionales, y en especial las que reconocen los atributos esenciales de la
personalidad, no tienen -como solía decirse en el pasado- un carácter programático.
Cfr. SCHNEIDER: Peculiaridad y función de los derechos fundamentales, p. 20.
Esta afirmación suele basarse en que la Ley Fundamental alemana contendría una
presunción a favor de la persona, deducible del reconocimiento de la garantía de
igualdad, la cual vincularía "no sólo a la Administración y a los tribunales, sino al mismo
tiempo al legislador". De esta opinión, KLUG: Problemas de filosofía del derecho?, p.
32.
Este criterio aparece corroborado por un fallo del Tribunal Constitucional que data del
año 1981, en el cual se expresa que "La Constitución es una norma, pero una norma
cualitativamente distinta de las demás, por cuanto incorpora el sistema de valores
esenciales que ha de constituir el orden de convivencia política y de informar todo el
60
ordenamiento jurídico. La Constitución es así la norma fundamental y fundamentadora
de todo el orden jurídico". Sentencia de 31 de marzo de 1981. Cfr. la reseña y el
comentario de BUSTOS: El delito de práctica ilegal?, pp. 396-401.
Por lo que respecta a los autores nacionales, existe acuerdo sobre el carácter
vinculante de los preceptos constitucionales, planteamiento que se extrae
básicamente del artículo 6º de la Carta Fundamental, el cual dispone que los órganos
del Estado (incluido, por cierto, el Parlamento) deben someter su acción a la
Constitución; y, más específicamente, del artículo anterior, el cual, tras señalar que la
soberanía reconoce como limitación el respeto a los derechos esenciales que emanan
de la naturaleza humana, agrega que "es deber de los órganos del Estado respetar y
promover tales derechos, garantizados por esta Constitución, así como por los tratados
internacionales ratificados por Chile y que se encuentren vigentes".
Pese a ello, cabe afirmar que aquél cuenta con pleno reconocimiento constitucional,
precisamente a raíz del papel que desempeñan las normas que consagran el valor de la
dignidad de la persona. La doctrina, en efecto, acostumbra reunir las funciones del
concepto de dignidad humana en torno a tres cometidos concretos: una función de
legitimación del ejercicio del poder político; una función hermenéutica, y una función
61
de complementación del ordenamiento jurídico. Veamos, en forma sucinta, en qué
consiste cada una de estas funciones:
La función hermenéutica, enseguida, deriva del hecho de haber sido elevado el valor
de la dignidad humana a la categoría de principio informador de todo el ordenamiento
jurídico, lo cual lo sitúa como criterio de interpretación que limita, en cuanto a su
validez, posibles interpretaciones de otros principios de la legislación, que pudieran
tener efectos contrarios al respeto a la persona. SERNA: La dignidad de la persona
como principio del derecho público?, pp. 373-376.
Por último, la función de complemento, derivada, al igual que la anterior, del hecho de
ser la dignidad de la persona una de las bases fundamentales del ordenamiento
jurídico, consiste en la posibilidad de utilizar dicho principio como criterio para dirimir
las situaciones que no estén expresamente resueltas por la Constitución o las leyes, de
modo que, por ejemplo, en supuestos eventuales que afecten gravemente atributos o
requerimientos de la persona no configurados como derechos o garantías explícitos,
puede recurrirse a la noción de dignidad de la persona, para obtener su
reconocimiento por parte de cualquier organismo, y en especial por parte de la
autoridad legislativa. 59 RIOS ALVAREZ: La dignidad de la persona, p. 52.
Si bien parece indiscutible que la dignidad personal no es un derecho, Vid. supra Cap.
III, 3. c) y d).
62
ello en modo alguno importa desconocer que ella es, en términos jurídicos, un
principio, y que como tal se proyecta en un mandato genérico de respeto, que
compromete tanto al Estado como al propio individuo. Si entendemos, siguiendo a
Alexy, que los principios constituyen una categoría específica de norma caracterizada
por el hecho de ser un mandato de optimización, es decir, que ordenan que algo sea
realizado en la mayor medida posible, dentro de las posibilidades jurídicas y reales
existentes (en contraposición a las reglas, cuyo contenido normativo se concreta sólo
en la posibilidad de ser cumplidas o no), no existe en verdad inconveniente para
atribuir a la dignidad humana la condición de auténtico principio, sobre todo en cuanto
involucra para los poderes estatales -cual ya lo hemos destacado- un deber de ajustar
sus actuaciones a la consideración que merece el ser humano en su dignidad y, tanto
para el Estado como para el propio individuo, el de favorecer las condiciones (y, en
consecuencia, no poner obstáculos) para que cada cual se desarrolle y exista conforme
a su situación de ser dotado de dignidad. Cfr. ALEXY: Teoría de los derechos
fundamentales, pp. 83-104.
De ahí que pueda sostenerse que los preceptos constitucionales que consagran la idea
de dignidad humana no sean meras declaraciones, sino que resulten ser fuente directa
de prescripciones normativas, cuya contravención indudablemente puede acarrear,
como consecuencia jurídica, la inconstitucionalidad del acto en que tal contravención
se materializa. En términos generales, la doctrina no pone en duda que la norma
constitucional que consagra el principio de dignidad puede ser invocada para decidir
sobre la constitucionalidad de los preceptos legales o de las actuaciones de cualquier
órgano estatal. Los autores, en verdad, concuerdan en que dicho precepto es
directamente aplicable y que ha de ser utilizado para restringir o impedir la vigencia de
cualquier acto de autoridad estatal que lo contravenga. En este sentido se han
pronunciado, entre varios otros, en España, GONZALEZ PEREZ: La dignidad de la
persona, pp. 88 y 185-189; y, en Chile, SOTO KLOSS: La dignidad de la persona
humana?, p. 12
63
Así, pues, la inclusión del concepto de dignidad humana en preceptos autónomos y
estrechamente vinculados con la noción de Estado de Derecho, constituye una base
normativa que se proyecta sobre todo el ordenamiento jurídico y que no puede ser
ignorada por el Poder Legislativo al momento de formular las leyes; ni por el órgano
jurisdiccional al interpretar y aplicar el derecho positivo; ni, tampoco, por la doctrina al
momento de formular sus elaboraciones dogmáticas. Si lo anterior es válido respecto
de todos los sectores del ordenamiento jurídico, lo es especialmente en relación con el
derecho penal, cuyo contenido es el que más estrechamente se vincula con el ámbito
de protección inherente a la dignidad de la persona. Cfr. BACIGALUPO (1999), pp. 155-
156.
Pero la idea de dignidad humana no sólo se vincula con el tema del bien jurídico del
modo anteriormente descrito, sino que también se manifiesta en el proceso de
selección de los intereses que se consideran dignos de tutela y en la forma en que el
legislador penal asume dicha protección. La plena vigencia del valor de la dignidad
humana exige, en efecto, que sólo se eleven a la categoría de bienes jurídicos aquellos
intereses que sean inherentes a la persona o que resulten necesarios para su pleno
desarrollo espiritual y material, incluyendo, por cierto, sus posibilidades de actuación
en la vida social. Cfr. MIR PUIG (1985), p. 76.
Limita, también, la libertad del legislador en cuanto sólo puede considerar aquellas
posibilidades de lesión que efectivamente operen en desmedro de la dignidad del
individuo y que se concreten en hechos externamente apreciables.
64
individuo. Entre varios otros, GARRIDO GUZMAN: La prostitución?, pp. 20-21, y KLUG:
Problemas de filosofía del derecho?, pp. 40-45
2. Perspectiva axiológica
Tanto en aquellos países que organizan sus sistemas legislativos en torno a la idea de
libertad sexual, como en aquellos que lo hacen a partir de fórmulas menos precisas,
prima entre los autores la opinión de que no es posible encontrar un bien jurídico que
sirva de denominador común a todas las infracciones. Así, por ejemplo, en Argentina,
bajo la vigencia de la fórmula Delitos contra la honestidad, los autores han planteado
como objeto de tutela, con éstas u otras expresiones análogas: la libertad sexual, en el
caso de la violación, el estupro y los abusos deshonestos; la libertad ambulatoria (y
secundariamente la libertad sexual) en el caso del rapto; el derecho al normal
desarrollo sexual, en el caso de los delitos que atentan contra menores; el pudor
público, en el caso de las figuras de ultraje a las buenas costumbres; y la moralidad
pública, en el caso de los delitos relativos a la prostitución. Cfr., por todos, CREUS
(1990), pp. 179-264.
Por su parte, en Chile, con anterioridad a la Ley Nº 19.617, constreñida por el uso de
las expresiones orden de las familias y moralidad pública (que aún sigue utilizando el
epígrafe de nuestro Título VII), la doctrina solía plantear como objeto de tutela: la
libertad sexual, en el caso de la violación, el estupro y los abusos deshonestos; la
libertad ambulatoria (y secundariamente la libertad sexual), en el caso del rapto; la
sanidad de las relaciones sexuales en el seno de la familia, en el caso del incesto; la
moral social, en el caso de los delitos de sodomía y favorecimiento de la prostitución; y
el pudor público en el caso de las (así llamadas) figuras de ultraje a las buenas
costumbres. Cfr. GARRIDO MONTT (1998), pp. 268-336.
Por último, en España, desde que el Código Penal acogió la fórmula Delitos contra la
libertad sexual, las opiniones se encuentran, en verdad, divididas acerca de la
posibilidad de que éste sea el bien jurídico común a todos los tipos que actualmente
contempla el Título VII del Libro II del Código Penal de 1995. Un sector de la doctrina
española, en efecto, plantea que la libertad sexual es el bien jurídico que resulta
65
vulnerado en la totalidad de los tipos de significación sexual. Tal es el planteamiento,
por ejemplo, de Rodríguez Ramos, quien afirma que "todos estos delitos se someten al
común denominador de estar relacionados con la libertad sexual", porque si bien
admite la existencia de una pluralidad de valoraciones, concluye que todas ellas
representan "diversos aspectos" del ejercicio de aquella forma de libertad. RODRIGUEZ
RAMOS (1994), pp. 199-200. En un sentido semejante, aunque discurriendo sobre
bases diversas, SERRANO GOMEZ (1997), p. 177.
Por último, cabe mencionar la opinión de quienes, junto con afirmar la primacía de la
libertad sexual como objeto de tutela, señalan que dentro de este grupo también
recibe protección la moral pública o social, básicamente en los delitos de
exhibicionismo y en las figuras relativas a la prostitución. Cfr. LANDECHO VELASCO /
MOLINA BLAZQUEZ (1996), pp. 115,116, 125.
El legislador de 1999 reafirmó la vigencia de algunos tipos que no tienen otro sustento
que el simple interés de salvaguardar la forma en que según las convicciones
dominantes ha de encauzarse el ejercicio de la actividad sexual, aun pasando por alto
la capacidad de autodeterminación de las personas y sin que exista la menor
posibilidad de que un individuo en concreto resulte lesionado. Es lo que sucede con el
tipo de incesto, cuya previsión legislativa no tiene otra pretensión que la de proteger
una faceta específica de las buenas costumbres: el principio de normalidad de las
66
expresiones de la vida sexual. Es lo que sucede también, si bien en otro sentido, con el
delito contemplado en el artículo 365, que sanciona una forma específica de
relacionamiento homosexual mutuamente consentido entre varones, con lo cual el
legislador no sólo quiso desconocer el derecho a la libertad sexual que asiste a las
personas que han encauzado su sexualidad por ese camino, sino también establecer
un trato discriminatorio en perjuicio de las personas de sexo masculino, porque el
equivalente femenino del mismo comportamiento no resulta incriminado. Esta es,
precisamente, la forma en que la Comisión Mixta entendió el castigo de la figura del
artículo 365, pues al señalar en el informe final que el proyecto "se hace cargo del
hecho de que el lesbianismo históricamente no ha estado sancionado", no sólo acepta
la discriminación subyacente en el precepto, sino que expresamente reconoce que lo
sancionado es simplemente la homosexualidad masculina (Informe Comisión Mixta, p.
21).
Pero, lo que es más grave todavía, el legislador mantiene la vigencia de las antiguas
figuras de atentado contra las buenas costumbres y lo hace de un modo que es
francamente contradictorio con la exigencia de lesividad. En el artículo 373, en efecto,
castiga a "los que de cualquier modo ofendieren el pudor y las buenas costumbres con
hechos de grave escándalo o trascendencia"; y en el artículo 374 sanciona, entre otras
conductas, el hecho de vender o distribuir objetos contrarios a las buenas costumbres.
En ambos casos es muy clara la intención legislativa de reprimir comportamientos
estimados indeseables por la inmoralidad intrínseca que se les atribuye, al margen de
su aptitud lesiva para los derechos de una persona; porque de acuerdo con la lógica
del legislador penal del año 1999, las conductas tipificadas en los artículos recién
mencionados deberían ser castigadas aun cuando se ejecutaran entre personas adultas
(piénsese por ejemplo en la compraventa de un objeto pornográfico realizada entre
dos personas mayores de edad, que actúan libre, consciente y voluntariamente).
y, por otra parte, las buenas costumbres, entendidas como los principios básicos que
rigen el comportamiento sexual según los cánones morales imperantes, entre los
cuales se cuentan el principio de normalidad (que sería lo protegido por el incesto y la
conducta homosexual tipificada en el artículo 365) y el principio de privacidad (que
sería lo tutelado en los tipos de ultrajes públicos a las buenas costumbres).
Pese a ello, frente al ordenamiento jurídico chileno, estos criterios no son en absoluto
vinculantes, ni para la doctrina científica, ni para el órgano jurisdiccional. En primer
término, una lectura atenta de los artículos 19 a 24 del Código Civil de Chile, deja muy
en claro que, entre nosotros, la labor interpretativa tiene por objeto determinar el
querer actual de la norma y no la intención de sus redactores. Ello obedece a que los
67
artículos citados establecen un verdadero orden de prelación entre los distintos
criterios de hermenéutica legal, dentro de los cuales el tenor de las disposiciones y la
voluntad que fluye de sus términos tienen absoluta prioridad por sobre otras
consideraciones, como los antecedentes históricos relativos al establecimiento de la
norma. En este sentido, que corresponde a la opinión unánime en la doctrina penal
chilena, CURY (1992), I, pp. 165-168; NOVOA (1985), I, p. 136, y POLITOFF (1997), pp.
130-131.
En tal virtud, por mucho que el legislador haya entendido que su misión era proteger la
libertad sexual de las personas, el intérprete puede llegar a una conclusión diferente,
tomando como base el contenido de los preceptos que integran el sistema legislativo
de los delitos sexuales; y con mayor razón todavía, si consideramos que aquella
locución no figura en el epígrafe del Título (ni en el de ninguno de los párrafos que lo
integran), como tampoco aparece mencionada entre los artículos que tipifican las
conductas delictivas. Asimismo, aunque el legislador haya querido establecer ciertas
infracciones como atentados contra las buenas costumbres, el intérprete ha de hacer
primar el querer actual de las normas y, en plena concordancia con los preceptos
constitucionales, concederles operatividad únicamente respecto de hechos que
lesionen los intereses de un individuo en concreto.
68
Un análisis global de los factores condicionantes de la regulación de los delitos
sexuales Vid. supra Cap. IV, 1.
pone de manifiesto que lo único que la Constitución exige, en este campo, es que las
conductas delictivas se orienten a la protección de un interés de orden personal -ya
sea éste individual o colectivo, pero necesario, en este último caso, para la realización
espiritual o material del ser humano- y, además, que el Estado no ejerza la potestad
punitiva con el único propósito de salvaguardar un interés moral o ideológico. Pero, en
términos positivos, el texto constitucional no obliga a estructurar el sistema sobre la
base de un interés determinado. De manera que un ordenamiento de esta clase de
delitos orientado, por ejemplo, hacia la tutela de la libertad sexual, es, desde el punto
de vista constitucional, tan válido como otro que se oriente a la protección de la
intimidad o de la integridad personal. Aunque la relación de alternatividad que aquí se
plantea en modo alguno significa conceder razón a quienes sostienen que la
determinación del bien jurídico sólo tiene un valor simbólico o ideológico, y que no
influye en la determinación de la materia de la prohibición. Porque, sin lugar a dudas, y
por razones que no es del caso exponer aquí, nos parece que la situación es
justamente la opuesta. Cfr. FIANDACA: Prospettive di riforma?, p. 407.
El hecho que las opciones doctrinales y legislativas se hayan inclinado, hasta ahora,
abrumadoramente por la noción de libertad sexual no tiene su fundamento en una
exigencia de orden constitucional, sino que se explica por dos razones: primero,
porque históricamente la libertad ha sido siempre el baluarte esgrimido frente a los
excesos moralizantes que se han enraizado en algunas sociedades y épocas
determinadas (como sucedió en un momento en Roma Cfr. SANTALUCIA: Derecho
penal romano, pp. 139-142.
69
Respecto de lo primero, ya expusimos los reparos que desde un punto de vista
político-criminal nos merece el recurso a la libertad como factor aglutinante del
conjunto de los delitos sexuales. Entre ellos, hicimos especial mención de: a) la
imposibilidad de explicar en términos estrictamente jurídicos el grado de especialidad
que revestiría la libertad sexual en relación con la capacidad de autodeterminación en
general; b) que hay atentados contra los intereses sexuales del individuo -sobre cuya
necesidad de castigo nadie discute- en los que simplemente no resulta comprometida
la libertad, ya porque ésta en algunos casos no existe, ya porque la conducta que se
considera merecedora de sanción presupone el ejercicio de un poder de
autodeterminación por parte de la víctima; c) que la idea de libertad sexual no es un
fundamento válido para explicar la diferente gravedad que se suele atribuir a las
distintas formas de abuso sexual; y d) en general, su falta de concordancia con las
expectativas sociales acerca de la forma que ha de asumir la represión de los delitos
sexuales. Vid. supra Cap. III, 2. c).
Pero tal vez el mayor escollo para la consideración de la libertad sexual como objeto de
tutela en este grupo de infracciones, deriva, por una parte, de los distintos rangos de
penalidad que el ordenamiento jurídico prevé para cada una de esas infracciones y,
por otra parte, de las razones en que se fundan tales diferencias. Porque en un sistema
fundado en la idea de libertad sexual, el desvalor de cada comportamiento no
depende de la naturaleza del acto que en cada caso se sanciona, sino del medio
utilizado para ejecutarlo (violencia, abuso, fraude). MANTOVANI: Diritto Penale (1998),
p. 5.
70
Cfr. FONTAN BALESTRA (1996), p. 58. Sin contar con que la distinta valoración del
acceso carnal y de los otros actos de significación sexual tiene un claro trasfondo
moral, como lo señala BOIX REIG: De la protección de la moral?, p. 15.
quien amenaza con un arma blanca a la víctima, para conseguir accederla carnalmente,
por ejemplo, por vía vaginal, recibirá castigo a título de violación; en cambio, si
amenaza con un arma blanca a la víctima, para lograr introducirle, también por vía
vaginal, otro instrumento cualquiera, la pena aplicable será la que corresponde al
delito de abuso sexual. Entre ambos casos no hay ninguna diferencia en cuanto a la
lesión de la libertad de la víctima, porque el medio utilizado para doblegar su voluntad
fue exactamente el mismo. La única diferencia entre las dos situaciones planteadas se
da a nivel del acto ejecutado: la introducción del pene, en la primera; la introducción
de un objeto diverso, en la segunda. Pero nada autoriza a afirmar que aquello contra lo
cual se atenta más gravemente en un caso que en el otro sea la libertad sexual, valor
que, precisamente, aparece vulnerado por igual en ambos supuestos. Así, en un
ordenamiento que hace depender la tipicidad de los comportamientos sexuales no de
la mayor o menor intensidad del ataque a la libertad de la víctima, sino de la mayor o
menor gravedad del acto en que se concreta el atentado, nadie puede sentirse
autorizado a postular que el objeto jurídico tutelado sea, específicamente, la libertad
sexual.
Hay, por último, en el ordenamiento jurídico chileno, varios delitos sexuales en los que
claramente la libertad del individuo no resulta vulnerada, antes bien, su ejercicio
aparece elevado al rango de elemento necesario para la configuración del tipo. Es lo
que sucede, por ejemplo, en caso del delito contemplado en el artículo 365, que, como
ya sabemos, sanciona el acceso carnal mutuamente consentido entre varones, siempre
que uno de ellos sea menor de dieciséis años. Porque en este caso, es absolutamente
claro que si el legislador reconoce a los jóvenes plena capacidad para consentir
válidamente cualquier clase de actividad sexual que no sea la indicada, el castigo de
aquel comportamiento no puede estar fundado en un hipotético desmedro de la
libertad, sino en la suposición -con o sin base en la realidad científica y social- de que
una persona de esas características puede sufrir algún detrimento en su personalidad;
es decir, algo muy próximo a lo que otros ordenamientos, con menos ambages,
simplemente llaman corrupción de menores.
a) Explicación general
Ya hemos insinuado que entre las figuras que integran el sistema chileno de los delitos
sexuales es posible distinguir dos grupos de infracciones: uno que claramente se
orienta hacia la protección de intereses individuales, entre los que cabe mencionar los
delitos de violación, estupro y abuso sexual; y otro, representado por aquellas
conductas que, según el sentir de los redactores de la normativa, están encaminadas a
71
la protección de intereses sociales -con un nítido sentido moral-, entre los que cabe
incluir el incesto, el así llamado delito de sodomía, las figuras relativas a la prostitución
y los ultrajes públicos a las buenas costumbres. Conviene examinar por separado estas
dos realidades, con el objeto de establecer cuáles son los valores que sirven de
fundamento al castigo en uno y otro caso; sin perjuicio que, en definitiva, concluyamos
que las diferencias entre ambos grupos de infracciones son más aparentes que reales.
b) Sentido y alcance
72
violentos. Incluso es posible que la acción produzca graves alteraciones en la
personalidad y en la psiquis de la víctima. Desde un punto de vista emocional, en
cambio, el detrimento puede materializarse en una amplia gama de emociones y
sensaciones, entre las que cabría incluir el miedo, la rabia, el asco, la sensación de
impotencia, el sentimiento de humillación, la repugnancia, etc.
Desde otro punto de vista, no debe tampoco pensarse que el detrimento que produce
un delito sexual se circunscribe a las secuelas físicas, psíquicas o emocionales que
directamente emanan de la ejecución de la conducta, sino que también se expresa en
una serie de efectos colaterales y secundarios, algunos de ellos con un contenido
preponderantemente social. Porque "la vivencia criminal se actualiza, revive y
perpetúa. La impotencia ante el mal y el temor a que se repita producen ansiedad,
angustia, depresiones, procesos neuróticos. Al abatimiento se añaden no pocas veces
otras reacciones psicológicas, producto de la necesidad de explicar el hecho
traumático: la propia atribución de la responsabilidad o autoculpabilización. El entorno
próximo a la víctima la señala, la etiqueta despreciativamente como persona ?tocada?,
como perdedor. La victimización produce aislamiento social y, en último término,
marginación. Todo ello suele traducirse en una modificación de los hábitos y estilos de
vida, con frecuentes trastornos en las relaciones interpersonales". GARCIA-PABLOS DE
MOLINA: La aportación de la victimología?, pp. 82-84.
Lo anterior sin contar con lo traumática que puede resultar la experiencia de tener que
revivir y ventilar ante los tribunales los pormenores de un suceso que, incluso por
razones médicas y psicológicas, debería manejarse con un margen de privacidad
mucho más amplio que el que normalmente se estila en estas circunstancias. En
detalle sobre el particular, entre otros, BERTOLINO: Violenza sessuale?, pp. 393-394 y
400-401, y FARINELLI: Aspetti forensi?, pp. 377-378.
73
adversa frente a su involucramiento en un contexto sexual (y, más todavía, aunque
experimente algún grado de placer o bienestar), porque a pesar de estas reacciones, es
perfectamente posible -desde el punto de vista de las ciencias humanas- que la
actuación del sujeto activo provoque algún tipo de detrimento que se exprese con
posterioridad; y, segundo, que también resulta lesionada la indemnidad sexual,
aunque el sujeto pasivo no esté en condiciones de captar el sentido de la acción
ejecutada, como sucede en el caso de la persona que se encuentra privada de razón.
c) Fundamentos
o, por decirlo con otras palabras, alude a todo el cuadro de condiciones físicas,
psíquicas y emocionales que forman parte de aquel concepto, pero referido a un
aspecto concreto de la vida de relación, cual es el ejercicio de la actividad sexual. En
consecuencia, la previsión constitucional del derecho a la integridad física, psíquica y
moral de las personas, cubre también el aspecto concreto del derecho a la indemnidad
sexual.
aunque en estricto rigor este último está incluido en aquél. Porque la indemnidad
sexual, en efecto, presupone la existencia de un ámbito de privacidad referido al
ejercicio de la actividad sexual, el que forma parte y al mismo tiempo condiciona el
estado de bienestar en que aquél se concreta. Pero el concepto de indemnidad sexual
tiene un sentido más amplio, pues incluye también la facultad de no verse expuesto a
ningún tipo de daño o perturbación a consecuencia de los actos que pueda ejecutar un
tercero, aspecto este último que no aparece convenientemente expresado con la sola
referencia a la intimidad. Pero en tanto que presupuesto del derecho que en este
74
momento nos ocupa, puede razonablemente sostenerse que la previsión
constitucional del derecho a la intimidad es también un fundamento validante de la
noción de indemnidad referida al plano sexual.
Por último, como consecuencia del principio de autonomía ética del individuo -el cual,
como se explicó, es una derivación del reconocimiento del valor de la dignidad
humana-, Vid. supra Cap. III, 3. b).
nadie podría desconocer que las personas poseen una plena capacidad de
autodeterminación en el campo sexual, de lo cual se sigue que la indemnidad sexual es
un bien jurídico perfectamente disponible. En otras palabras, que el consentimiento
válidamente emitido para la ejecución de un acto sexual prima sobre el interés estatal
por proteger a la persona, aunque ésta efectivamente se vea expuesta a sufrir alguna
forma de detrimento a raíz de la ejecución de ese comportamiento.
d) Proyecciones sistemáticas
Una reforma del derecho penal sexual -ha escrito Klug- no entra en tierras vírgenes,
sino que ha de enlazar con las tradiciones que han logrado afincarse en el
ordenamiento jurídico y con la forma en que la conciencia social percibe los criterios
que inveteradamente han regido este sector del ordenamiento penal. Cfr. KLUG:
Problemas de filosofía del derecho?, p. 31. Sobre la importancia que para los pueblos y
las personas tiene el criterio de la continuidad en materia de reformas legislativas, cfr.,
también, HIRSCH (1999), p. 232.
Desde este punto de vista, el parámetro de la indemnidad sexual sin duda ofrece una
solución mucho más acorde con nuestras propias tradiciones jurídicas, entre las cuales
se cuenta la opción legislativa de castigar en forma diferenciada los actos ilícitos de
significación sexual, en atención a la lesividad intrínseca de cada comportamiento, y no
en atención a si es más o menos intenso el ataque a la capacidad de
autodeterminación de la víctima. Cfr. CADOPPI: Commentario, p. 34.
Porque si bien la historia legislativa de los países de nuestra área de cultura en ciertos
períodos ha llegado a una total equiparación de los actos sancionados, Vid. supra Cap.
II, 3. c).
Si bien es cierto que nadie podría poner en duda que la noción de bien jurídico es
esencialmente variable y, en este campo sobre todo, muy permeable a los cambios
que experimentan las valoraciones sociales, Cfr., por todos, HIRSCH (1999), pp. 216-
217, y ROXIN (1997), pp. 57-58.
la noción de indemnidad sexual, en una medida mucho más intensa que cualquier otro
de los valores que alternativamente se proponen como objeto de tutela, permite dar
75
una respuesta coherente a semejante mutación de las actitudes sociales, precisamente
porque actúa sobre la base de parámetros perfectamente graduables. Más destacable
aún es que permite ponderar los distintos comportamientos sin tener que acudir a
parámetros morales o culturales, sino sobre la base de criterios empíricos conforme al
aporte de las ciencias humanas. Porque, por ejemplo, sólo el valor de la indemnidad
sexual permite explicar el delito de sodomía que contempla el artículo 365 del Código
Penal chileno como una forma de reprimir la potencialidad de una acción corruptiva y
no como el simple castigo de la condición de homosexual que ostenta una persona,
solución esta última a la que indefectiblemente llevan otros criterios, como el de la
libertad y el de la intimidad sexuales. Vid infra Cap. XI, 1.
Desde otro punto de vista, el valor de la indemnidad sexual permite superar los graves
inconvenientes dogmáticos y, al mismo tiempo, morigerar los excesos a que ha
conducido la sobreestimación del valor de la libertad sexual; como, por ejemplo, el
hecho -incomprensible desde la óptica de un ordenamiento fundado en la idea de
bienestar de la víctima, pero muy explicable en un sistema basado en la noción de
libertad sexual- que para la configuración de los delitos de violación y abuso sexual la
mayor parte de la doctrina exija una actitud de resistencia de parte del sujeto pasivo.
En un sentido crítico, BERTOLINO: Violenza sessuale?, pp. 392-393; FIANDACA:
Prospettive di riforma?, p. 409, y PADOVANI: Commentario, pp. 7 y 19-20.
Permite, por último, llegar a soluciones mucho más justas en orden a la determinación
de la pena, especialmente a raíz de la posibilidad de aplicar criterios de mayor
proporcionalidad. Porque si bien hay autores que sostienen que la equiparación de los
distintos actos de significación sexual conlleva más protección para la víctima,En este
sentido, por ejemplo, CADOPPI: Commentario, p. 34.
76
e) Indemnidad sexual y moralidad pública
Por lo que respecta ahora a las figuras de ultrajes públicos a las buenas costumbres,
recordemos que los artículos 373 y 374 del Código Penal chileno contemplan dos
figuras delictivas que tienen en común la exigencia de que un acto con contenido
sexual se realice en presencia de otras personas que no hayan tomado parte en su
ejecución. La amplitud de los términos que utiliza la ley, particularmente en el artículo
373, torna muy difícil la tarea de fijar el fundamento que ha tenido en vista el
legislador al tipificar estas infracciones. Sin embargo, la opinión mayoritaria entre los
autores nacionales considera que lo protegido es aquí el pudor público, entendiendo
por tal los sentimientos predominantes en el seno de la comunidad en cuanto al
77
ejercicio de la actividad sexual, porque "la exhibición pública de tal actividad es
considerada ofensiva por la generalidad de los ciudadanos, y este sentimiento es el
tutelado por la ley". ETCHEBERRY (1998), IV, p. 86. En un sentido análogo, GARRIDO
MONTT (1998), pp. 330-331. Hay autores que justifican el castigo de conductas
similares a las que contempla el artículo 373 del Código Penal chileno, argumentando
que ellas importan una actitud de desprecio hacia los demás. De esta opinión, por
ejemplo, ROEMER: Sexualidad, derecho y política pública, p. 92.
Este planteamiento no sólo merece reparos en orden a sus fundamentos, sino que,
además, trae consigo varias consecuencias que resultan inaceptables desde la
perspectiva de un ordenamiento que privilegie a la persona por sobre cualquier
consideración de índole social. De acuerdo con aquel planteamiento, en efecto, lo
lesionado no sería el pudor individual, esto es, el sentimiento de una persona en
concreto, sino las expectativas sociales acerca de la forma en que cada cual ha de
comportarse en su vida sexual. De acuerdo con esta interpretación, el artículo 373 no
exigiría que el "hecho de grave escándalo o trascendencia" haya ofendido a persona
alguna: sólo se requeriría que sea atentatorio contra las buenas costumbres y que haya
trascendido o escandalizado a un grupo (que puede ser uno muy distinto de aquel que
a lo mejor presenció el hecho). Asimismo, en el caso del artículo 374, la venta,
distribución o exhibición de material pornográfico será merecedora de sanción aunque
haya sido efectuada ante la total complacencia de quienes lo adquirieron o tuvieron a
la vista, porque lo que le confiere carácter delictivo -según esta misma opinión- es el
hecho que aquel material, de acuerdo con una valoración estrictamente social, sea
contrario a las buenas costumbres.
Por último, respecto del delito de incesto, no cabe sino afirmar su inconstitucionalidad.
Este planteamiento se funda en la ausencia de un interés al que podamos atribuir
legítimamente la condición de objeto de tutela, con lo cual se vulnera la exigencia
constitucional de lesividad o de necesaria afectación de un bien jurídico; En este
sentido, ZAFFARONI: Sistemas penales y derechos humanos?, p. 27.
78
y en el atentado que aquel delito implica para el valor de la dignidad humana, en
cuanto instrumentaliza al individuo (que debe soportar la aplicación de una pena) en
pro de la obtención de un interés estrictamente social: la pretensión de velar por que
al interior de la familia se observe un comportamiento aceptable desde el punto de
vista de los cánones morales imperantes. Todo ello, pasando por sobre la autonomía
decisional del individuo, lo cual importa otra forma de transgredir el valor de la
dignidad de la persona.
El delito de violacion
1. Explicacion general
El mayor desvalor que la ley asigna a esta figura delictiva se funda, antes que nada, en
la clase de comportamiento sexual que requiere el tipo, pues en nuestro medio
cultural, con un criterio valorativo que no es del caso discutir aquí, siempre se ha
considerado el acceso carnal como la ofensa más grave que es posible inferir a una
persona dentro del ámbito de las conductas sexuales. Aunque la doctrina
contemporánea tiende a afirmar que una equiparación de todos los actos sexuales de
que puede ser objeto una persona conlleva una mayor protección para la víctima. En
este sentido, por ejemplo, CADOPPI: Commentario, p. 34. Pero el desvalor más intenso
de la violación se funda, también, en que el hechor actúa prescindiendo de la voluntad
de la víctima, en una actitud de claro menosprecio hacia su condición de persona; y en
una consideración del carácter especialmente violento de los medios utilizados para
conseguir el acceso carnal o, alternativamente, de la especial situación de
vulnerabilidad de la víctima, en razón de su edad o de sus condiciones físicas o
mentales. Ninguno de estos factores, sin embargo, justifica por sí solo el trato más
severo de la violación, porque hay otros tipos que también exigen la ausencia de
voluntad del sujeto pasivo, o que también hacen referencia al empleo de medios
violentos o a la vulnerabilidad de la víctima; y, entre ellos, algunos admiten también el
acceso carnal como hipótesis conductual. De ahí que el mayor desvalor de la violación
sólo se explique a partir de una consideración conjunta de los factores recién
mencionados.
79
El tipo actual, contenido básicamente en el artículo 361 del C. Penal, refunde los
delitos de violación propiamente tal y de violación sodomítica (también llamada
sodomía calificada), que antes figuraban en los artículos 361 y 365 inciso segundo,
respectivamente. De este modo, en la actualidad el delito de violación equipara por
completo al hombre y a la mujer, en tanto que sujeto pasivo de la figura.
Podría suscitar duda si el acceso carnal de una persona menor de doce años constituye
efectivamente violación, o si, por el contrario, da lugar a un delito diferente. En apoyo
de lo segundo podría invocarse no sólo que el legislador optó por regular dicha
hipótesis en forma separada (destinando para ella el artículo 362), sino también el
hecho que el inciso segundo del art. 361 expresa que "comete violación el que accede
carnalmente? a una persona mayor de doce años?"; con lo cual parece indicar que
restringe la denominación a los supuestos que aparecen tipificados en ese mismo
artículo. Sin embargo, no debe perderse de vista que el art. 361 y el art. 362 se hallan
ubicados dentro de un párrafo cuyo epígrafe reza "De la violación", con lo cual se
despeja cualquier duda acerca de la verdadera naturaleza y denominación de la
hipótesis contemplada en la segunda de esas disposiciones.
2. Conducta típica
En el derecho comparado son varias las fórmulas empleadas para referir el núcleo
conductual de la violación. Algunas de ellas conservan un sesgo marcadamente
80
genérico, como la locución tener cópula que utiliza el artículo 164 del Código Penal
portugués Cfr. MOURAZ LOPES: Os crimes contra a liberdade?, pp. 23-24.
a) Sentido y alcance
Optando por esta última alternativa, el artículo 361 del Código Penal chileno describe
la conducta como acceder carnalmente a una persona, por vía vaginal, anal o bucal.
Esta fórmula conductual reemplaza a la locución yacer, cuyo empleo, a pesar de
constituir una verdadera tradición en los textos penales españoles e iberoamericanos,
fue siempre motivo de conflicto en orden a su sentido y alcance. Si bien primaba el
criterio que entendía dicho vocablo como sinónimo de penetración por vía vaginal, no
faltaban opiniones que le atribuían un significado más amplio, comprensivo de la
cópula normal y de cualquier equivalente anormal de la misma. De esta última opinión,
en Chile, ETCHEBERRY (1998), IV, pp. 56-57.
Puesto que el texto vigente exige un acceso carnal, y atendido el claro sentido que esta
última expresión posee en nuestro idioma, ella debe ser entendida como introducción
del miembro masculino en la vagina, el ano o la boca de la víctima, sin que baste, al
efecto, con la introducción de otros objetos, sea que pertenezcan al propio cuerpo del
sujeto activo o al mundo circundante. Corrobora esta afirmación el hecho que el
Código Penal español de 1995, que los redactores de la disposición chilena tuvieron a
la vista, contempla la introducción de tales objetos como algo distinto del acceso
carnal (artículos 179 y 182 inciso segundo).
tanto más si se considera que otras formas de contacto entre el pene y la boca,
perfectamente imaginables aun en ausencia de erección, no constituyen penetración
según el sentido etimológico de este vocablo, ni llevan implícita la idea de
81
acometimiento por parte del varón, un requisito claramente formulado en el artículo
361 inciso segundo del Código Penal.
Si bien es cierto que la mayor parte de la doctrina siempre se mostró partidaria de una
equiparación del hombre y la mujer en tanto que sujeto pasivo del delito de violación y
de extender esta figura a todo género de relación sexual semejante a la cópula
heterosexual, Cfr., por todos, BUSTOS (1986), p. 134.
Salvo por lo que respecta a la inclusión del acceso por vía bucal, la nueva estructura del
tipo en verdad importa un avance muy significativo en pro de la determinación del
hecho incriminado, pues no sólo despeja las dudas que antes existían acerca de la
inclusión del acceso por vía anal, sino que además lo equipara con la penetración
vaginal, y los somete a un mismo régimen jurídico, lo cual es concordante con la
intensidad del desvalor que subyace en ambos comportamientos.
b) Momento consumativo
82
acomodaticia que permita considerar como tal a acciones distintas, en atención al
desarrollo anatómico del sujeto pasivo. Como advierte el criterio que aquí se critica,
supone interpretar un concepto natural -como el de cópula-, utilizando parámetros
ético-sociales. En este último sentido, MAIA GONÇALVES (1996), p. 628.
Pero, sin duda, el criterio que goza de mayor aceptación en nuestros días es el de la
inmissio penis, el cual no se conforma con el simple contacto o conjunción de los
órganos genitales del sujeto activo y de la víctima, sino que demanda la efectiva
introducción del pene en la vagina, el ano o la boca del sujeto pasivo. Esta posición,
desde luego, es la que más se aviene con el texto de la ley, porque acceso, en la
acepción que aquí resulta pertinente, significa entrada o introducción de un cuerpo u
objeto en un determinado sitio, y no el simple contacto, como lo pretenden los
partidarios de la coniunctio membrorum. Asimismo, para ser consecuentes con una
interpretación gramatical del artículo 361 inciso segundo, habremos de rechazar
también la pretensión de exigir la inmissio seminis, porque ni el término acceso lleva
implícito ningún otro acto o idea, aparte del simple ingreso del cuerpo u objeto de que
se trate, ni la locución acceso carnal denota la idea de descarga seminal, como lo
demuestra el hecho que si ésta se produce con posterioridad a una eventual extracción
del miembro masculino por parte del varón, ello no elimina la realidad del acceso
precedente.
83
de cuyo punto habrá que entender se produce ya una penetración vaginal" (STS de 10
de enero 1995, reseñada por SERRANO GOMEZ, 1997, p. 180).
lo cual equivale a decir que para tener por consumada la violación basta con que una
parte del pene haya ingresado en el interior de alguna de las cavidades anteriormente
nombradas. Tratándose de un acceso realizado por vía normal, las exigencias típicas se
cumplen cuando el pene se adentra, aunque sea mínimamente, en la vagina, no
bastando el llamado coito vestibular, es decir, aquel que sólo implica contacto del
miembro viril con la región vulvar externa del aparato genital femenino. En tal sentido,
en la doctrina española, CARMONA SALGADO (1993), pp. 247-248, y ORTS (1990), pp.
618-622; en Iberoamérica, MARTINEZ ZUÑIGA: Derecho penal sexual, pp. 139-140, y
VALENCIA: Estudios de derecho penal especial, p. 303. Excepcionalmente, la
jurisprudencia argentina registra casos en los cuales se ha tenido por consumada la
violación con el llamado coito vestibular (cfr. TIEGHI: Delitos sexuales, pp. 373-374) y
otro tanto ha sucedido, también de modo excepcional, en la jurisprudencia italiana
(cfr. CADOPPI: Commentario, p. 33).
Mientras que el sujeto pasivo del delito de violación es tanto el hombre como la mujer
-así lo deja claramente establecido el art. 361 inciso segundo al utilizar el vocablo
persona-, el sujeto activo sólo puede ser un varón. Esto último deriva de que la
conducta típica aparece señalada, en ese mismo precepto, con la fórmula verbal
acceder carnalmente, comportamiento del que sólo es capaz una persona de sexo
masculino.
La doctrina foránea acepta que una mujer asuma la condición de sujeto activo de este
delito, básicamente en atención a que los textos penales normalmente definen la
violación como acceso carnal, sin vincular dicho concepto con una fórmula verbal que
indique con toda claridad, como ocurre en el Código chileno, que lo sancionado es la
conducta de quien accede carnalmente a otra persona y no el comportamiento de
84
quien es accedido por otro. Así, frente a una fórmula tan amplia como la que utiliza el
art. 179 del C. Penal español de 1995 ("Cuando la agresión sexual consista en acceso
carnal?"), resulta incuestionable que la conducta de la mujer que es accedida
carnalmente por un menor, por un enajenado o por alguien que actúa bajo amenaza,
aparece captada por el tipo de violación. En este sentido, CARMONA SALGADO (1993),
pp. 243-244; LUZON CUESTA (1995), p. 81; MORALES PRATS / GARCIA ALBERO (1996),
p. 235; MUÑOZ CONDE (1996), p. 187; y ORTS BERENGUER (1996), p. 906. Por lo que
respecta a la doctrina francesa, y en el mismo sentido ya indicado, cfr. VERON: Droit
Pénal Spécial (1999), pp. 49-50.
Pero frente a un texto, indudablemente restrictivo, como el del artículo 361, inciso
segundo, del C. Penal chileno, no cabe duda alguna en cuanto a la exclusión de la
mujer como sujeto activo del delito de violación. Esta interpretación, como es obvio,
implica conferir primacía al tenor literal de las expresiones que utiliza la ley, conforme
lo ordena el artículo 19 del Código Civil chileno, por mucho que la intención de sus
redactores haya sido otra, como seguramente lo fue. Sobre este punto y con
referencia al derecho argentino, cfr. SPROVIERO: Delito de violación, pp. 119-121.
En lo que respecta al acceso carnal entre varones, la actual figura de violación resulta
ser más restrictiva que el tipo de sodomía calificada que anteriormente captaba este
mismo comportamiento. Antes de la reforma introducida por la Ley Nº 19.617, en
efecto, el artículo 365 inciso primero sancionaba, según opinión unánime de la
doctrina y de la jurisprudencia, la penetración anal entre varones mutuamente
consentida; y en los dos incisos siguientes se establecía una pena, por cierto más
severa, para la realización de esa misma conducta cuando alguno de los intervinientes
usaba fuerza o intimidación o cuando alguno de ellos se encontraba privado de razón o
sentido o era menor de catorce años. Pero como el inciso segundo se refería en
general al delito contemplado en el inciso anterior, y este último lo cometía tanto
quien llevaba a cabo el acceso carnal como la persona que era objeto del mismo,
resultaba que cualquiera de los dos podía transformarse también en sujeto activo de la
figura de sodomía calificada. De modo que si, por ejemplo, un individuo se hacia
acceder carnalmente por un enajenado o por alguien que no cumplía el límite mínimo
de edad que establecía la figura, aquél se transformaba en autor del delito de sodomía
calificada.
Es común que los autores planteen que el sujeto activo de violación ha de ser una
persona genitalmente madura para la realización de la cópula. En España, por ejemplo,
QUERALT JIMENEZ (1992), p. 134, y RODRIGUEZ DEVESA (1991), p. 178, aunque este
último dice que no es exigible para el acceso por vía bucal. En contra de la exigencia de
madurez fisiológica, LANDECHO VELASCO / MOLINA BLAZQUEZ (1996), p. 116.
85
la conducta obedecerán, indefectiblemente, a razones patológicas, vinculadas con la
salud física o mental del individuo, y no a una falta de desarrollo genital.
Puesto que, como ya se ha afirmado, la conducta exigida por el tipo, en sus tres
modalidades, requiere un acto de acometimiento sexual en el que la erección es
requisito ineludible, la aptitud física y mental para la realización del acto sexual es,
también, una exigencia insoslayable, tanto para el acceso vaginal como para el que se
ejecuta por vía anal o bucal.
Por lo que respecta al sujeto pasivo, el tipo no demanda ninguna exigencia especial, ni
se requiere, como en el caso del sujeto activo, que posea aptitud física y mental para la
ejecución de comportamientos sexuales. Así lo demuestra el hecho que nuestro
Código califique como violación el acceso carnal realizado en una persona menor de
doce años, quien, como es obvio, normalmente carecerá de aquella aptitud.
86
revela un examen global de las tres modalidades de ejecución que contempla el inciso
segundo del artículo 361 y de la hipótesis prevista en el artículo 362. Porque, en el
primero de aquellos casos, el empleo de fuerza o intimidación sólo puede explicarse
frente a una voluntad contraria (o que el delincuente supone contraria) a la realización
del acceso carnal; lo mismo que en el segundo y en el tercer supuesto, la situación en
que debe encontrarse la víctima es reveladora, o bien de la imposibilidad de consentir
a la realización del acto sexual, o bien de la imposibilidad de llevar a cabo acciones
concretas de oposición a los designios del delincuente. En la hipótesis del art. 362, es
obvio que la ley considera que los menores de doce años no están capacitados para
consentir válidamente la realización de comportamientos de índole sexual.
No es correcto, sin embargo, expresar este requisito como una exigencia de que el
hechor actúe contra la voluntad del sujeto pasivo, por mucho que así ocurra en la
mayor parte de los casos, porque la redacción del tipo no es incompatible con una
manifestación de voluntad favorable a la realización del acto (como ocurre cuando la
víctima actúa bajo intimidación o es menor de doce años), ni con una total ausencia de
voluntad (como sucede en caso que el sujeto pasivo se encuentre inconsciente o se le
reduzca a la condición de mero objeto a raíz del empleo de vis absoluta). El
denominador común de todas las hipótesis de violación, en consecuencia, no es una
actuación en contra de la voluntad de la víctima, sino la falta de voluntad para la
realización del acceso carnal.
87
Con todo, es preciso no confundir el consentimiento que se presta para la realización
del acceso carnal, con otras manifestaciones de voluntad que pudiere realizar la
víctima, ya por su propio bienestar, ya para impedir otros males anexos a la ejecución
del delito. Por ejemplo, el Tribunal Supremo de España, en sentencia de 27.02.91, ha
resuelto, acertadamente, que no cabe deducir el consentimiento del hecho que la
víctima, comprendiendo la inevitabilidad de la violación, requiera al delincuente el uso
de un preservativo. Cfr. la reseña y la opinión favorable de ORTS BERENGUER (1996),
pp. 915-916.
a) Empleo de fuerza
Se entiende por fuerza la violencia material ejercida sobre el cuerpo de la víctima, con
el propósito de anular o vencer la voluntad contraria de esta última a la realización del
acceso carnal. Dicha violencia puede asumir la forma de vis absoluta (fuerza física
irresistible), cuando el sujeto pasivo, reducido a la condición de simple objeto, ve
anulada completamente su voluntad y su capacidad defensiva; o bien la forma de
simples vías de hecho, es decir, actos de violencia que sin llegar a suprimir totalmente
las facultades volitivas y defensivas de la víctima, se ejercen con la amenaza de que a
mayor resistencia que oponga, mayor será también la energía física que el delincuente
aplicará en su contra. MUÑOZ CONDE (1996), p. 184.
Este punto de vista, muy enraizado en la tradición jurídica europea, sobre todo gracias
al respaldo que en su momento le brindó Carrara, tiene su explicación en la costumbre
de concebir la violación como un delito contra la honestidad, y más específicamente en
contra de la honra de la mujer, atributo al cual llegó a asignársele un valor igual o
superior al de la vida, Recordemos que hasta hace muy poco, en España la violación de
una mujer era castigada con igual pena que el homicidio. Sobre las opiniones
doctrinales que más influencia tuvieron en la sobrevaloración del requisito de la
resistencia, MENDOZA DURAN: El delito de violación, pp. 59-69.
y para cuya defensa se consideraba como normal (y, por tanto, exigible) que la víctima
adoptara una actitud de bravura y coraje que nunca se exigió respecto ningún otro
delito. Cfr. SUAY HERNANDEZ: Ausencia de consentimiento?, pp. 1067-1068.
88
que se configure la violación. Cfr., por todos, BARRERA DOMINGUEZ: Delitos sexuales,
pp. 82-83, y SPROVIERO: Delito de violación, pp. 252-258.
Respecto de aquella exigencia, los autores dicen que debe ser seria y enérgica,
claramente expresiva de la voluntad contraria a la realización del acto sexual, si bien
no todos exigen que sea desesperada o cercana a los límites de la heroicidad, Para una
completa visión de las condiciones que la doctrina suele plantear en torno al requisito
de la resistencia de la víctima, CARMONA SALGADO (1993), pp. 249-251; RUIZ
VADILLO: Algunas consideraciones sobre el delito de violación?, pp. 434-435, y
VALENCIA: Estudios de derecho penal especial, pp. 305-306.
ni que se mantenga durante toda la ejecución del delito. En tal sentido, entre otros,
BUSTOS (1986), p. 136. En contra, LANDECHO VELASCO / MOLINA BLAZQUEZ (1996), p.
118.
No nos parece, sin embargo, que éste sea el criterio correcto; como tampoco parece
serlo para un segmento importante de la doctrina española e italiana. En relación con
esta última, cfr. BERTOLINO: Violenza sessuale, pp. 392-393; FIANDACA: Prospettive di
riforma?, p. 409, y PADOVANI: Commentario, p. 9.
Al respecto, hay numerosos casos en que la agresión será de tal envergadura (ya por su
intempestividad, ya por la brutalidad de la violencia ejercida), que haga inoperante
cualquier intento de oposición por parte de la víctima. Cfr. QUERALT JIMENEZ (1992),
p. 136.
89
la ley claramente pone dentro de la esfera de actuación del delincuente (el uso de
fuerza), se elabora doctrinalmente tomando como base otro elemento (la resistencia),
que pertenece a la esfera de actuación de la víctima. Y, lo que es más grave, se incurre
en el desacierto lógico de definir un elemento a partir de otro elemento cuya
existencia se deduce a partir de la propia definición del primero. Desde una
perspectiva político-criminal, por su parte, el requerimiento de que la víctima se resista
no sólo desvirtúa el ámbito de protección del delito, pues restringe la tutela de la
indemnidad sexual sólo a aquellos casos en que la víctima actúa positivamente en
defensa de su incolumidad, sino que además expone otros bienes jurídicos del sujeto
pasivo, al exigirle que adopte una actitud que claramente pone en riesgo su integridad
física y su vida. Desde una perspectiva sistemática, en fin, carece de justificación que la
doctrina exija una actitud de resistencia en el caso de la violación, cuando no hace lo
mismo respecto de otros delitos que también demandan el empleo de energía física (v.
gr., en el delito de robo con violencia o intimidación en las personas). En un sentido
análogo, FIANDACA: Prospettive di riforma?, p. 410.
b) Intimidación de la víctima
90
Tal como sucede en el caso de la fuerza, existe también un alto grado de consenso
sobre los rasgos distintivos de esta modalidad ejecutiva. En general, sobre el conjunto
de condiciones y caracteres que la doctrina postula en relación con la amenaza, cfr.
BARRERA DOMINGUEZ: Delitos sexuales, pp. 85-89; CARMONA SALGADO (1993), pp.
251-254, y VALENCIA: Estudios de derecho penal especial, pp. 308-309.
Así, se dice que la amenaza puede concretarse en palabras o en acciones; que el mal
amenazado debe ser inmediato o inminente; que debe ser serio y dotado de una cierta
gravedad; Un segmento de la doctrina ha llegado al extremo de afirmar que el hecho
amenazado ha de ser constitutivo de delito; y, para algunos autores, un delito
castigado con igual o mayor pena que la violación. Cfr. GIMBERNAT, Sobre algunos
aspectos del delito de violación?, p. 289; TIEGHI: Delitos sexuales, pp. 282-283. En
general sobre los intentos de restringir teleológicamente el tipo de violación
intimidatoria, cfr. SILVA SANCHEZ: Consideraciones victimológicas?, pp. 130-131.
que ha de ser injusto o ilegítimo; que puede dirigirse en contra de la propia víctima o
de terceros, Un sector de la doctrina admite, aunque excepcionalmente, las amenazas
que se dirigen en contra de las cosas. Así, por ejemplo, BUSTOS (1986), pp. 136-137.
y que ha de existir, en fin, una relación de causalidad entre la amenaza y el logro del
objetivo que persigue el delincuente.
Según nuestra opinión, sin embargo, la sinonimia que suele establecer la doctrina
entre amenaza e intimidación carece de todo sustento: mientras el primero es un
concepto de carácter objetivo, que alude a un comportamiento del hechor, el segundo
es un concepto estrictamente subjetivo, que alude a un estado de conmoción
psicológica que se da en el sujeto pasivo. Si bien es cierto que en la mayor parte de los
casos la intimidación será la consecuencia de haberse ejercido una amenaza en contra
de la víctima, es perfectamente concebible que el estado de conmoción psicológica
provenga de un hecho anterior (que el delincuente simplemente aprovecha); de la sola
presencia del agresor (y con mayor razón si son varios); de su apariencia física o de los
antecedentes suyos que fueren conocidos por la víctima; de comportamientos
vejatorios de que ésta fue objeto anteriormente de parte del mismo agresor y hasta de
las propias circunstancias de tiempo y lugar. En España, desarrolla este planteamiento,
SUAY HERNANDEZ: Ausencia de consentimiento?, pp. 1064-1066. Cfr. también
SPROVIERO: Delito de violación, pp. 130-131, quien afirma que la intimidación "no
puede ceñirse a una amenaza" y que lo determinante es el "efecto de debilitamiento
psicológico de la víctima". En un sentido análogo, ORTS BERENGUER: Abusos y
agresiones sexuales?, pp. 44-45.
Por este motivo, restringir el alcance de la intimidación sólo a los casos en que el autor
hubiere amenazado a la víctima, implica hacer caso omiso del claro texto de la ley (el
cual demanda intimidación y no amenaza), y con clara transgresión del principio de
legalidad (al hacer exigible un elemento que el tipo no menciona). Conlleva, al mismo
91
tiempo, una limitación injustificada del ámbito de protección de la indemnidad sexual,
porque se restringe la tutela de dicho bien sólo a una parte de los casos en que está
presente la intimidación.
En otras palabras, no interesa tanto la magnitud objetiva del estímulo que hubiere
provocado el temor o el amedrentamiento del sujeto pasivo, como su capacidad de
reacción frente al mismo.
92
En términos generales, los autores se muestran reacios a admitir que se configure esta
modalidad delictiva por el simple hecho que la víctima se encuentre dormida, si bien
hay quienes lo admiten tratándose de alguna situación excepcional, como la ingestión
de somníferos. Por ejemplo, QUERALT JIMENEZ (1992), p. 139.
En verdad, de ninguno de los factores recién mencionados puede decirse que sea, por
sí mismo y en todo caso, motivo suficiente para tener por establecida la concurrencia
de un estado de privación de sentido. Más que la naturaleza del estímulo, lo que en
rigor interesa son las consecuencias que éste produce a nivel de las facultades
cognitivas y volitivas de la víctima; de modo que la causa de la privación de sentido
podrá ser cualquiera, siempre que haya llegado al extremo de suprimir en la víctima la
determinación consciente de sus actos. Tal como sucede en el caso de las hipótesis
previstas en el numeral anterior, aquí también será necesario ponderar las condiciones
personales de la víctima, en especial su capacidad de resistencia o tolerancia frente al
estímulo que provoca el estado de perturbación volitiva. Incluso, deberán considerarse
aspectos de índole patológica, los que pueden provocar en algunos individuos un
grado de resistencia notablemente inferior al normal.
Contemplada en el mismo numeral 2º del inciso segundo del art. 361, esta hipótesis
comisiva se da cuando el delincuente aprovecha la incapacidad de la víctima para
oponer resistencia. En algunas legislaciones, de lo cual es ejemplo el Código Penal
portugués, se exige que el propio autor del delito haya puesto a la víctima en la
imposibilidad de resistir. Cfr. MAIA GONÇALVES (1996), p. 621. El criterio dominante
en el derecho comparado, sin embargo, vincula esta hipótesis con el estado de
vulnerabilidad preexistente, como sucede en el Código Penal francés. Cfr. VERON:
Droit Pénal Spécial (1999), p. 51.
93
No se trata de que el sujeto pasivo esté en la imposibilidad de prestar un
consentimiento válido para la realización de actos de significación sexual, como ocurre
en las hipótesis de fuerza, intimidación y privación de sentido, sino de que padezca
algún impedimento físico que lo inhabilite para oponerse a cualquier pretensión de
índole sexual que vaya en contra de su voluntad. Las situaciones que quedan
abarcadas por esta modalidad ejecutiva consisten básicamente en una disminución de
las capacidades físicas del sujeto pasivo, lo que puede estar motivado por la edad, por
algún accidente o por razones estrictamente patológicas. Puesto que el tipo alude a
incapacidad (haciendo referencia con ello a una situación de carácter estrictamente
personal), no cabe hacer extensiva la figura a otros supuestos en que la imposibilidad
de resistir obedece a razones que tienen que ver con el mundo circundante o el
escenario que el delincuente escoge para llevar a cabo la agresión, como la soledad, la
falta de auxilio oportuno o la nocturnidad.Cfr. SPROVIERO: Delito de violación, pp. 143-
144.
Por su parte, como la figura en estudio nada tiene que ver con la aptitud psíquica para
consentir, y como, además, el tipo exige abuso de la situación de desvalimiento, es
perfectamente factible que una persona que se encuentra en la situación descrita en la
norma manifieste válidamente su voluntad para la realización del acceso carnal, caso
en el cual dicho comportamiento quedará exento de castigo por ausencia de tipicidad.
Con esta fórmula, contemplada en el numeral 3º del inciso segundo del art. 361, la ley
alude al aprovechamiento de cualquier alteración de las facultades cognitivas y
volitivas de la víctima, debida, exclusivamente, a razones patológicas. Cfr. ORTS
BERENGUER: Abusos y agresiones sexuales?, p. 32.
Como el tipo exige un abuso de la situación en que se encuentra la víctima, los autores
entienden que no basta con el hecho objetivo de la alteración de las facultades
psíquicas, sino que debe producirse un aprovechamiento de esta situación. Y esto
conlleva que no toda relación sexual que se tiene con una persona enajenada o
trastornada mentalmente es ilícita: sólo lo será en caso que el delincuente utilice en su
favor la ventaja que le confiere la falta de lucidez de la víctima. En términos generales,
la doctrina manifiesta una opinión favorable a que la ley reconozca a las personas
mentalmente incapacitadas la posibilidad de ejercer una actividad sexual, lo que,
incluso, se estima que puede ir en provecho de las mismas. Cfr. MUÑOZ CONDE (1996),
p. 193; ORTS BERENGUER (1996), pp. 940-941, y QUERALT JIMENEZ (1992), p. 140.
Hay, por el contrario, quienes sostienen que la exigencia de abuso "no deja de ser un
pleonasmo gramatical", dado que el acto sexual que se realiza con una persona
94
enajenada lleva implícita la idea de abuso. En este sentido, DE VEGA RUIZ: La violación
en la doctrina y en la jurisprudencia, pp. 23-25.
Entre las anomalías que los autores consideran aptas para configurar el estado de
perturbación mental exigido por la norma, se mencionan las psicosis, las oligofrenias,
las paranoias, las esquizofrenias, la epilepsia, las psicopatías y algunos supuestos de
neurosis y depresiones profundas. Tal como ocurre en el caso de la privación de
sentido, más que la denominación de la patología (y puesto que todas ellas pueden
alcanzar diversos grados de intensidad), lo que realmente interesa es la importancia
del trastorno que sufre la víctima, sobre todo considerando que prácticamente todas
ellas también podrían dar lugar a las exigencias que formula el tipo de estupro.
En este caso, la ley presume iuris et de iure que el delincuente ha abusado del sujeto
pasivo o, lo que es lo mismo, que no hubo consentimiento de su parte. En este sentido,
MUÑOZ CONDE (1996), p. 192. En un sentido diverso, ORTS (1990), p. 629, para quien
la presunción se refiere a "la incapacidad de la víctima para autodeterminarse en la
95
esfera sexual". Cfr. la crítica que al respecto formula CARMONA SALGADO (1993), pp.
260-261.
Salvo algunas opiniones aisladas, Cfr. ELBERT: La cuestión de los delitos sexuales?, p.
27.
La violación de una persona menor de doce años puede perfectamente cometerse con
alguna de las modalidades de ejecución que contemplan los tres numerales del inciso
segundo del art. 361, caso en el cual el tipo que se configura y la penalidad aplicable
son los que contempla el art. 362. Este último precepto dispone que la pena prevista
en él ha de imponerse "aunque no concurra circunstancia alguna de las enumeradas
en el artículo anterior"; de lo cual se deduce que en caso de concurrir alguna de tales
circunstancias, la pena aplicable es, de todos modos, la que establece el art. 362.
96
postula la exigencia de dolo directo para la totalidad de las hipótesis constitutivas de
este delito.
En nuestro concepto, el solo hecho que el tipo no contenga una exigencia especial en
tal sentido, es motivo suficiente para descartar la pretensión de incluir por vía
interpretativa un elemento que la ley no demanda (restringiendo de ese modo,
injustificadamente, el ámbito de protección de la indemnidad sexual). Corrobora este
planteamiento el hecho que otros tipos del mismo título -entre ellos, algunos que
fueron creados o modificados por el mismo texto legal que reestructuró la violación- sí
contengan exigencias de orden subjetivo, como, por ejemplo, la figura contemplada en
el artículo 366 quáter, la cual requiere que el delincuente actúe "para procurar su
excitación sexual o la excitación sexual de otro".
97
cual referir el conocimiento y la voluntad inherentes a dicho componente subjetivo, lo
que, por cierto, tampoco se da en el tipo de violación. En relación con la doctrina
chilena, PEREZ SANCHEZ: Delitos contra la libertad sexual, pp. 37-38.
6. Antijuridicidad
Puesto que el consentimiento no actúa en este caso con efecto justificante, sino
excluyente de la tipicidad, En este mismo sentido, COUSIÑO (1979), II, p. 513; CURY
(1996), I, p. 363; GARRIDO MONTT(1992), p. 124; NAQUIRA (1998), p. 306; NOVOA
(1985), I, p. 436, y POLITOFF (1997), I, p. 401. En un sentido distinto, ETCHEBERRY
(1998, I, pp. 240-241), quien, como ya dijimos, aprecia aquí una causal de justificación.
98
Desde otro punto de vista, y como en su oportunidad lo puso de manifiesto el Tribunal
Supremo de España, el delito de violación importa un atentado en contra de la
capacidad de autodeterminación, de manera que lo único que se requiere para ser
sujeto pasivo de esta infracción es el hecho de tratarse de una persona libre para
decidir en cuanto al ejercicio de la actividad sexual, y esta cualidad, que corresponde a
todo ser humano -en razón de su propia naturaleza- no se ve afectada por el
matrimonio, el cual no impone a los cónyuges una reducción de su libertad de decisión
en el campo de las relaciones sexuales. Sentencia del Tribunal Supremo español, de
23.02.93, en DE VEGA RUIZ: La violación?, pp. 92-96.
En el caso del derecho chileno, cabe añadir todavía un nuevo argumento, cual es que
el art. 369 inciso tercero regula expresamente ciertos aspectos relacionados con la
persecución del delito de violación que un cónyuge o conviviente cometiere en contra
de aquel con quien hace vida en común; y que tal regulación gira en torno a la idea de
un delito ya cometido (respecto del cual se plantean ciertas reglas atingentes a su
punibilidad) y no en torno a una eventual licitud del acceso carnal, no consentido,
entre cónyuges.
7. Iter criminis
Ya hemos señalado que el acceso carnal se consuma cuando existe penetración del
miembro masculino, sin que sea necesaria una introducción completa del pene, ni la
efectiva satisfacción del apetito sexual por parte del hechor. Vid. supra Cap. V, 2. b).
99
consumado desde que había principio de ejecución. Esta norma no sólo resultaba
criticable por equiparar en cuanto a la penalidad comportamientos que revestían
connotaciones valorativas y materiales muy diversas, desde el punto de vista de la
afectación del bien jurídico, sino también por el hecho que no se contemplara una
disposición del mismo tenor respecto del delito de violación sodomítica, el que
quedaba entregado a las reglas generales en cuanto a la punición de las etapas previas
a la consumación. En un sentido crítico del precepto aludido, TIEGHI: Delitos sexuales,
p. 406.
Por ser un delito de mera actividad, la violación es incompatible con la figura del delito
frustrado. Como es sabido, de conformidad con lo que prescribe el inciso segundo del
art. 7º, dicha figura supone que el agente haya realizado la totalidad de los actos que
el tipo exige de su parte, de manera que para la consumación del delito sólo reste la
producción del resultado. En los delitos de mera actividad, que por propia definición
no demandan un resultado, la ejecución de todos los actos que la ley pone de cargo
del sujeto activo implica ya consumación, lo cual obsta a la posibilidad de aplicar
respecto de ellos la figura del delito frustrado.
Cfr. JESCHECK: Tratado..., II,p. 360. de manera que nada obsta a que un individuo
ejecute sólo una parte de los actos concretos que el tipo demanda, caso en el cual se
darían cabalmente las condiciones que el inciso tercero del art. 7º exige para la
existencia de tentativa. Sobre la procedencia de apreciar la tentativa en un delito de
mera actividad, cfr., en la doctrina chilena, la opinión favorable de CURY (1992), II, p.
201; ETCHEBERRY (1998), II, p. 58; NOVOA (1985), I, p. 266, y POLITOFF (1999), pp. 20 y
26. En la dogmática argentina, CREUS (1990), I, pp. 435-436, y ZAFFARONI (1988), IV, p.
457.
100
resultado) y registra, también, numerosas condenas a título de delito frustrado, en
situaciones que eran claros ejemplos de tentativa, y por lo general frente a supuestos
de imposibilidad física para la realización de la cópula, como la desproporción de los
órganos genitales, falta de erección sobreviniente, fimosis y eyaculación precoz. Cfr.,
por ejemplo, sentencia del Tribunal Supremo español, de 14.10.94, en DE VEGA RUIZ:
LA VIOLACIÓN..., PP. 97-101, e ídem de 10.07.80, reseñada por CARMONA SALGADO
(1993), PP. 265-266. Cfr. También RODRÍGUEZ RAMOS (1996), p. 164.
101
estaba en vías de ejecución. Si tal es la solución para el delito frustrado, que supone un
grado de desarrollo mayor (la ejecución completa de la conducta), es de toda justicia -
y, además, plenamente conforme con una interpretación sistemática del art. 7º- que
se reconozca el mismo beneficio a quien sólo alcanzó a ejecutar actos encuadrables
bajo el concepto de tentativa.
8. Autoria y participacion
Para dilucidar los complejos problemas que el delito de violación plantea a nivel de
autoría y participación, resulta indispensable distinguir entre la conducta básica,
representada por el acceso carnal, y los otros comportamientos que suelen acompañar
la realización de dicha conducta: el empleo de fuerza física, la ejecución de un acto
intimidativo, la administración de alguna substancia o la realización de algún acto que
prive de sentido a la víctima y el uso, en fin, de algún procedimiento que deje a esta
última en la imposibilidad de resistir la agresión.
Atendida la naturaleza de la conducta básica exigida por el tipo, sólo un varón puede
asumir la calidad de autor material del delito de violación. En efecto, si la conducta
consiste en acceder carnalmente a la víctima, y este comportamiento ha de ser
entendido como penetración del miembro viril en la vagina, el ano o la boca del sujeto
pasivo, resulta que sólo una persona de sexo masculino se encuentra materialmente
capacitada para "tomar parte en la ejecución del hecho de una manera inmediata y
directa", cual lo exige el art. 15 Nº 1, al caracterizar la figura del autor material. Vid.
supra Cap. V, 2. a).
afirmación que, en nuestro concepto, es válida en relación con todas las formas de
autoría que contempla el art. 15. Al efecto, es preciso recordar que los tres
102
numerandos de este artículo giran en torno a la idea de ejecución del hecho, En el art.
15 alude, en el Nº 1, a "tomar parte en la ejecución del hecho"; en el Nº 2, a forzar o
inducir a "ejecutarlo"; y, en el Nº 3, a los que estuvieren "concertados para su
ejecución" .
expresión esta última que no sólo hace referencia al núcleo conductual del tipo, sino a
cualquier otro comportamiento que fuere necesario para la consumación del delito. De
ahí que el empleo de fuerza física, por ejemplo, forme parte del hecho descrito en el
tipo de violación; y como en la realización de aquel comportamiento puede intervenir
tanto un hombre como una mujer, resulta que ésta, en verdad, se encuentra habilitada
para asumir la calidad jurídica de autora del delito de violación, en cualquiera de las
hipótesis de autoría que la norma citada contempla. De una opinión diversa, con
referencia al derecho colombiano, CANCINO MORENO: Delitos contra el pudor sexual,
p. 180, y VALENCIA: Estudios de derecho penal especial, p. 318.
Sin contar con que la noción de delito de propia mano posee entre nosotros un ámbito
muy restringido, fundamentalmente por la amplitud de los términos con que el art. 15
del C. Penal chileno concibe la autoría, Cfr. NOVOA (1985), II, p. 191.
cabe señalar que la intervención de un autor mediato no excluye, sino que, todo lo
contrario, presupone, la actuación de otro sujeto que realiza materialmente la acción
que el tipo demanda. Si este último es una persona física y jurídicamente habilitada
para realizar el acceso carnal, en verdad, no se divisa cuál podría ser el inconveniente
para responsabilizar a aquel que ha dominado la voluntad del ejecutor material de la
penetración. Aceptan el castigo de la autoría mediata referida a la violación, en la
doctrina alemana MAURACH / ZIPF (1994), I, p. 368, y WESSELS (1980), pp. 12 y 161;
en la dogmática argentina, DONNA (1995), II, p. 85, y (1999) pp. 391-392. Lo niegan,
con referencia al derecho argentino, CREUS (1990), I, p. 197, y ZAFFARONI Tratado, IV,
pp. 342-346; y, con referencia al derecho español, BACIGALUPO (1987), pp. 335-336;
MIR PUIG (1996), pp. 207 y 379-380, y QUINTERO OLIVARES (1986), p. 538 Más aún, si
se acepta el castigo, a título de autor de violación, de quien ejerce en contra de la
víctima la fuerza o la intimidación necesarias para llevar a cabo el acceso carnal, no se
alcanza a comprender por qué no habría de adoptarse el mismo predicamento
respecto de quien fuerza a aquel que ha de realizar la penetración, y menos aún si la
fuerza es ejercida conjuntamente (a través de un mismo acto) en contra del autor y de
la víctima.
103
como es la autoría mediata, no vaya a recibir también el mismo trato penal. De no
aceptarse la figura de la autoría mediata con referencia al delito de violación, la lesión
de la indemnidad sexual de la persona que es accedida carnalmente por otro que
actúa, por ejemplo, bajo amenaza de un tercero, quedaría exenta de castigo. Ello
obedece a que el comportamiento de este último tampoco podría ser encuadrado
dentro del tipo de abuso sexual, puesto que los artículos 366 y 366 bis expresamente
excluyen el acceso carnal.
Tiene cabida, en consecuencia, la figura del autor mediato -pudiendo ser éste tanto un
hombre como una mujer-; y también, la participación de una persona de cualquier
sexo, sea a título de inducción, complicidad o encubrimiento.
El delito de estupro
1. Explicación general
104
Tal como sucede en el caso de la violación, la estructura del tipo consiste en la
agrupación de varias hipótesis alternativas -que en verdad describen los medios de
ejecución de la conducta-, en torno a un verbo rector común. En el sistema vigente, las
hipótesis constitutivas de estupro son: el abuso de alguna anomalía o perturbación
psíquica, que no alcance a constituir enajenación o trastorno mental (art. 363 Nº 1º);
el abuso de una relación de dependencia de la víctima (art. 363 Nº 2º); el abuso de la
situación de desamparo de la víctima (art. 363 Nº 3º); y el engaño de la víctima,
abusando de su inexperiencia o ignorancia sexual (art. 363 Nº 4º).
2. Conducta tipica
El núcleo conductual del tipo está expresado en los mismos términos que en el delito
de violación, y consiste, al igual que en éste, en acceder carnalmente a una persona,
por vía vaginal, anal o bucal. Todo lo explicado a propósito de la violación es
enteramente aplicable al delito de estupro, tanto en lo que respecta al sentido y al
alcance de la exigencia de acceso carnal, como en lo que atañe a las condiciones que
resultan necesarias para que se dé este comportamiento y al momento en que ha de
tenerse por consumado el hecho. Vid. supra Cap. V, 2. a) y b).
Puesto que el tipo demanda penetración del miembro viril en la vagina, en el ano o en
la boca de la víctima, sólo un varón puede asumir la calidad de sujeto activo de
estupro. Por su parte, dado que la ley no formula una exigencia especial en cuanto al
sexo del sujeto pasivo, éste podrá ser tanto un varón como una mujer. La inclusión del
varón como sujeto pasivo de este delito no es una constante en el derecho histórico ni
en el derecho comparado. A partir del año 1995, el Código Penal portugués, optó por
la misma solución que ahora rige en nuestro país. Cfr. MAIA GONÇALVES (1996), p.
645.
En cuanto a la edad de la víctima, el tipo exige que ésta sea menor de edad, pero
mayor de doce años. Si bien la doctrina normalmente se muestra conforme con fijar en
doce años el límite inferior de la edad del sujeto pasivo en relación con esta figura, no
105
sucede lo mismo con el margen superior, que, por lo general, se estima no debería
exceder de dieciséis años, como ocurre en el caso del Código Penal portugués. En
relación con esto último, MAIA GONÇALVES (1996), p. 644. En general sobre el tema,
FERNANDEZ ALBOR: Delincuencia sexual?, p. 70. En contra de la fijación de un límite
máximo, BARRERA DOMINGUEZ: Delitos sexuales, pp. 137-138.
Por la forma en que el tipo refiere los condicionamientos relativos a la edad, es posible
que el autor del delito sea menor que la víctima (piénsese, por ejemplo, en un varón
de dieciséis años que accede carnalmente a una dama de diecisiete). En verdad no
existe ningún antecedente de texto o de justicia material que permita excluir la
punición en un caso como éste; porque lo que justifica el castigo del estupro es el
aprovechamiento de una situación de superioridad por parte del hechor y esto puede
darse indistintamente respecto de una persona mayor o de una persona menor que el
sujeto activo.
El denominador común a todas las hipótesis que contempla el art. 363 es una falta de
capacidad para consentir válidamente a la realización del acceso carnal, bien en razón
de una carencia de libertad para oponerse a los requerimientos del autor, como
sucede en el caso en que se abusa de una relación de dependencia; bien a
consecuencia de una disfunción de las aptitudes mentales, como ocurre en el caso en
que se abusa de la perturbación mental del sujeto pasivo; bien en virtud de una falta
de conocimiento acerca de la naturaleza y alcance de la actividad que se pretende
realizar, como sucede en el caso en que se abusa de la inexperiencia o ignorancia
sexual de la víctima. En otras palabras, el sujeto pasivo no ve anulada su capacidad de
decisión, ni se exige que esté en general imposibilitado de consentir válidamente. De lo
que se trata es que, dada la circunstancia de desvalimiento que lo afecta, se presta
voluntariamente al acceso carnal, con su voluntad viciada. Cfr. ORTS BERENGUER
(1990), P. 247
106
simplemente no quiere la realización del acto sexual, en el segundo existe voluntad de
que éste se realice.
Requisito común a todas las hipótesis del delito de estupro es que el autor abuse de
una relación de superioridad respecto de la víctima. En otras palabras, no basta la
mera constatación de la situación de superioridad, si ésta no ha sido aprovechada con
el fin de lograr la aquiescencia de la víctima. Así lo habría resuelto el Tribunal Supremo
español en sentencias de 05.03.85 y 28.05.86,, sobre la base de una redacción,
actualmente sustituída, análoga a la del Código chileno. Cfr. La reseña efectuada por
ORTS BERENGUER (1990), P.249. El abuso supone, desde luego, el conocimiento acerca
de la situación de inferioridad en que se encuentra el sujeto pasivo, en razón de un
estado de desmedro de sus facultades mentales; de una situación de dependencia con
respecto al hechor; de un grave estado de desamparo o de un cuadro de inexperiencia
o ignorancia sexual. Sin embargo, no basta con tal conocimiento: para que haya abuso
es necesario, además, que el sujeto activo aproveche las ventajas que la circunstancia
del desvalimiento de la víctima ofrece para la realización del acceso carnal. Por cierto,
como el tipo no se conforma con el simple hecho del desvalimiento, sino que además
requiere un abuso, nada obsta a que un individuo mantenga relaciones sexuales de
modo no abusivo con las personas que se encuentran en alguna de las situaciones que
el tipo describe, caso en el cual aquél, desde luego, no incurre en responsabilidad
penal.
esta posición, sin embargo, carece de sustento en el derecho chileno. En efecto, si por
seducción entendemos las maniobras persuasivas que realiza una persona con el
objeto de obtener que otra acceda a sus requerimientos en el plano afectivo o sexual,
resulta que esta actitud es claramente incompatible con la exigencia de abuso que el
art. 363 formula en sus cuatro numerandos. Porque si bien es cierto que en muchos
casos el abuso puede ir acompañado de un acto de seducción, no es menos cierto que
también hay conducta abusiva cuando el delincuente plantea la realización del acto
sexual como algo simplemente perentorio. La figura de la seducción, si bien puede
107
tener asidero en un sistema orientado a preservar la honestidad de las personas,
carece, en cambio, de sustento en un sistema punitivo encaminado a proteger la
indemnidad sexual del individuo.
Tal como sucede en la hipótesis de enajenación o trastorno mental que exige el tipo de
violación (art. 361, inciso segundo, numeral 3º), se trata aquí de una alteración de los
procesos intelectuales y volitivos de la víctima, producto de un cuadro patológico. Vid.
supra Cap. V, 4. e).
Al igual que respecto del delito de violación, más que la denominación o la naturaleza
de la dolencia, lo que en verdad interesa, además de la menor entidad de la
sintomatología, es que la víctima, pese a encontrarse afectada por un cuadro de
disfunción psíquica, tenga la posibilidad de expresar su voluntad en orden a la
108
realización de un comportamiento sexual. Aunque, por cierto, sin la lucidez con que
actúa el común de los seres humanos y en el contexto de una situación de
influenciabilidad por parte de otras personas, que es lo que el sujeto activo,
precisamente, aprovecha para materializar el abuso exigido por el tipo.
En términos generales, la doctrina plantea que en estos casos ha de estarse más a las
circunstancias concretas en que ha ocurrido el acceso carnal que a las condiciones
patológicas del sujeto pasivo, Cfr. DIEZ RIPOLLES, La protección de la libertad sexual?,
p. 48 y ORTS BERENGUER (1995), p. 101.
Si bien es cierto que la ley parte de la base de que la anomalía o perturbación mental
puede ser permanente o transitoria, los avances de la medicina han demostrado que
las condiciones patológicas son siempre permanentes y que sólo varían en cuanto a la
intensidad con que afectan la conducta del paciente. De manera que, en estricto rigor,
no cabe hablar de trastornos transitorios y la referencia que a tales estados formula el
art. 363 numerando primero, debe entenderse como una remisión a las alteraciones
de la razón que sean producto de una agudización momentánea de los efectos de un
cuadro patológico más o menos permanente.
b) Relación de dependencia
Hay, en efecto, numerosas relaciones no mencionadas entre los ejemplos, que dan
lugar a vínculos de dependencia mucho más intensos, incluso, que los que el tipo
refiere. Piénsese, por ejemplo, en las complejas redes de subordinación de la voluntad
que se dan al interior de algunas sectas u organizaciones religiosas; en cuerpos
militares, paramilitares o pseudomilitares; al interior de establecimientos carcelarios o
en actividades laborales que se desarrollan en especiales condiciones de aislamiento,
etc. Por el contrario, incluso entre personas unidas por algunos de los vínculos que la
ley utiliza como ejemplos, es posible que no se dé la situación de desvalimiento que el
tipo supone y exige. Porque, por ejemplo, no siempre se da un efectivo sometimiento
del pupilo a la voluntad del maestro, o del trabajador a la voluntad del empleador.
109
La ley tampoco exige ningún requisito de formalidad, permanencia o antigüedad de la
relación. Lo que, en verdad, interesa es que exista un vínculo de dependencia -
cualesquiera sean su fuente o sus circunstancias-, en que haya una efectiva relación de
dominio de una voluntad sobre otra, y que reste a la segunda la libertad necesaria para
expresarse y autodeterminarse en el ámbito de las conductas sexuales.
Puesto que el tipo no distingue, el desamparo a que alude podrá ser físico o moral.
Quedan comprendidas, en consecuencia, aquellas situaciones en que la víctima carece
de la protección que le puedan brindar otras personas o de la seguridad de un lugar en
el que pueda sentirse realmente protegida. La situación de desamparo que afecta al
sujeto pasivo podrá ser de carácter permanente o transitorio (lo que interesa es que
exista al momento de la comisión del delito) y podrá tener origen en causas atribuibles
al sujeto pasivo, al azar o a la maquinación del propio delincuente. No cabe, sin
embargo, considerar que la minoría de edad de la víctima es, por sí misma, un hecho
constitutivo de desamparo, básicamente, porque esta última exigencia aparece
formulada dentro del tipo en forma paralela al requisito de la edad.
Lo exigible, por expreso mandato de la ley, es que el desamparo tenga una cierta
gravedad, es decir, que sea de tal envergadura que resulte decisivo en pro de la
manifestación de voluntad de la víctima a la realización del acceso carnal. No se trata,
por cierto, que la situación de desvalimiento llegue al extremo de anular la voluntad
del sujeto pasivo, porque en tal caso estaríamos en presencia de la hipótesis de
violación prevista en el numeral 2º del inciso segundo del art. 361.
La hipótesis contemplada en el numeral 4º del art. 363 exige, por una parte, que el
delincuente engañe a la víctima; y, además, que este engaño se efectúe abusando de
su inexperiencia o ignorancia sexual. Se trata de dos requisitos copulativos y que se
encuentran de tal modo interrelacionados que el sentido de cada uno de ellos ha de
ser determinado tomando como base el significado del otro. Durante la tramitación del
proyecto, la Comisión Mixta (cfr. Informe, p. 19) dejó constancia de que "la figura que
se quiso describir es la de una persona menor sexualmente ignorante o inexperta que
se enfrenta con un individuo sexualmente experto, que por lo mismo tiene una
capacidad de manipulación de la voluntad del menor para llevarlo a una interacción
sexual. Tal conducta obedece para el sujeto activo a la satisfacción de sus impulsos
sexuales, pero para el menor no tiene ese mismo sentido, porque se ha manipulado su
voluntad y ahí radica el abuso".
Por engaño debe entenderse toda actividad destinada a presentar como verdadero
algo falso y que sea capaz de inducir a error a una persona respecto de la
trascendencia o significación de su consentimiento. En este sentido, BUSTOS (1986),
pp. 142-143. Cfr., también, ORTS BERENGUER: Abusos y agresiones sexuales?, pp. 36-
37, y SERRANO GOMEZ (1997), p. 189.
110
En el caso concreto del engaño a que alude el tipo de estupro, deberá tratarse de una
maquinación destinada a que la víctima yerre sobre el sentido y alcance de la anuencia
que presta para la realización del acceso carnal y el objeto del error ha de estar
relacionado, necesariamente, con este último aspecto, porque lo que hace posible el
engaño es, justamente, la inexperiencia o ignorancia sexual de la víctima. En el mismo
sentido, aunque razonando sobre el texto anterior de la figura, PEREZ SANCHEZ:
Delitos contra la libertad sexual, pp. 43-44.
En otras palabras, el engaño debe versar sobre el acto que el delincuente se propone
realizar y no sobre otros hechos o expectativas que la víctima pueda tener en mente al
consentir en el acceso carnal, por mucho que sobre ellos recaiga engaño, si aquélla
actúa con pleno conocimiento acerca de la trascendencia y la significación del acto que
ha consentido. Corrobora este planteamiento el hecho que el art. 363 se refiera
únicamente al aprovechamiento de la inexperiencia o ignorancia sexual de la víctima, y
no al abuso de su credulidad, como lo hace, por ejemplo, el art. 398.
De ahí que sea necesario descartar como motivo de engaño cualquier promesa, por
engañosa que sea, que no se refiera al sentido y trascendencia del acto sexual. Este es,
según entendemos, el planteamiento que hicieron suyo los redactores de la norma,
quienes dejaron constancia en orden a que "el compromiso posterior de vida conjunta
o de matrimonio que se relaciona con el acto sexual son expectativas de la persona
afectada, y no configuran una lesión de su libertad sexual" (Cfr. Informe Comisión
Mixta, p. 18).
111
La inexperiencia y la ignorancia en materia sexual, por su parte, son conceptos que no
figuraban en la antigua preceptiva. En su sentido natural y obvio, el término
experiencia alude al conjunto de conocimientos y destrezas que se adquieren con la
práctica de una determinada actividad o con el simple hecho de vivir. La inexperiencia
sexual, en consecuencia, es una falta de conocimiento derivada de no haber ejercitado
una persona actividad sexual o de los hechos de su propia vida, que pudieron
mantenerla alejada de la información que el común de las personas adquiere acerca de
la sexualidad humana. La ignorancia, en cambio, es simple falta de conocimiento sobre
los aspectos más relevantes de la sexualidad. Pese a que los redactores de la norma
entendieron que ambos conceptos apuntan a realidades distintas 19 Cfr. Informe de la
Comisión Mixta, p. 19.
y aunque, en estricto rigor analítico, tal vez pueda señalarse más de alguna diferencia
entre ellos, la verdad es que ambos pueden reconducirse a un planteamiento común:
un desmedro de la capacidad cognitiva que deja a la víctima en la incapacidad de
captar el sentido de un acto o de percatarse de que otra persona actúa de un modo
engañoso.
por su falta de contenido sociológico, pues, en verdad, resulta muy difícil de imaginar
que una persona entre los doce y los dieciocho años pueda ser objeto de engaño en
materias sexuales; Cfr. CARMONA SALGADO (1996), p. 298.
y porque si a las personas mayores de doce años se les reconoce autonomía decisoria
en el plano sexual, "considerar el engaño como elemento apto para comprometer
dicha libertad sólo podría hacerse desde una concepción mercantilizada e instrumental
del ejercicio de la sexualidad, que pugna con la más moderna concepción de ella como
un fin en sí mismo. A quien se le reconoce capacidad para decidir sobre su sexualidad,
sobre el cálculo incluso de un eventual matrimonio, ha de suponérsele también
capacidad para conocer cuán evanescentes son las promesas hechas al calor del
deseo". MORALES PRATS / GARCIA ALBERO (1996), p. 254.
Los redactores de la norma, sin duda, tuvieron en cuenta estos planteamientos, como
lo pone de manifiesto el hecho que el Senado optara por crear un artículo 362 A, que
sancionaba el acceso carnal a una persona mayor de doce años, pero menor de
catorce, abusando de su falta de autodeterminación sexual; desechando, de paso,
incluir la figura del estupro fraudulento, porque "el engaño, dado el nivel de
información sobre la sexualidad de que disponen actualmente los jóvenes, no era una
circunstancia de tanta relevancia social que justificase reprocharla penalmente", de
manera que la inclusión de aquel artículo 362 A sólo se justificaba como una manera
de proteger a los jóvenes durante la pubertad. El criterio de la Comisión Mixta, sin
embargo, fue muy diferente: la mayoría de sus miembros postuló que la manera más
112
apropiada de proteger la autodeterminación sexual de los menores era por medio de
la mantención del engaño entre las hipótesis del estupro. Cfr. Informe de la Comisión
Mixta, pp. 16-17.
El estupro, desde luego, sólo admite una forma de ejecución dolosa, quedando
descartada la posibilidad de castigo en sede culposa, por las mismas razones que
expusimos al tratar el delito de violación. Vid. supra Cap. V, 5.
Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre con este último delito, el estupro demanda
la concurrencia de dolo directo. Todas las hipótesis de esta figura delictiva, en efecto,
exigen expresamente que el hechor incurra en un abuso, actitud esta última que
supone una maquinación tendente a aprovechar las ventajas que ofrece el estado de
inferioridad de la víctima y que supone un grado de intencionalidad que resulta
incompatible con la figura del dolo eventual.
Tal planteamiento, sin embargo, nos parece equivocado, puesto que no hay en la
redacción de la figura ningún antecedente que permita excluir al estupro de la
exigencia -común a todo hecho delictivo- de que el dolo ha de estar integrado por un
conocimiento cabal acerca de aquellos elementos objetivos que consistan en datos
ciertos, como es el caso de la edad de una persona. Donde sí puede admitirse algún
grado de simple aproximación del conocimiento, es respecto de aquellos otros
elementos que no están formulados con el mismo nivel de precisión, como ocurre, por
ejemplo, con la exigencia de anomalía o perturbación psíquica, en cuyo caso basta con
que el individuo sepa que la víctima padece algún grado de desajuste mental, aunque
desconozca, por ejemplo, de qué dolencia específica se trata.
proposición que también ha de ser rechazada, no sólo en razón de que el tipo omite
cualquier referencia de la cual pudiera deducirse el requerimiento de otro
componente subjetivo, aparte del dolo, sino además porque el engaño no es un
elemento que se dé sólo en la mente del hechor, sino que importa la realización de
actos externamente apreciables, los cuales, si bien han de quedar captados por la
voluntad del sujeto, encuadran por completo en lo que constituye el aspecto volitivo
del dolo.
Por las mismas razones expuestas al tratar el delito de violación, debe rechazarse
cualquier intento por incluir el ánimo lascivo como elemento subjetivo del tipo de
estupro. Vid. supra Cap. V, 5.
113
7. Antijuridicidad
En cuanto a una eventual justificación del hecho incriminado, el estupro plantea las
mismas cuestiones ya examinadas a propósito de la violación, Tal como sucede
respecto de la violación, el consentimiento válidamente emitido para la realización del
acto sexual no es excluyente de la ilicitud, sino de la tipicidad. En este sentido, NOVOA
(1985), I, pp. 433 y 436. Cfr., también las opiniones de COUSIÑO (1979), I, p. 514, y
ETCHEBERRY (1998), I, p. 241, las cuales, pese a discurrir sobre bases diversas, no son
opuestas a lo que aquí se sostiene.
incluso el tema de si cabe tener como autor de aquel delito al cónyuge que accede
carnalmente a la esposa incurriendo en alguna de las hipótesis que contempla el art.
363. Tal como sucede respecto de la violación, tampoco aquí cabe afirmar que al
actuar de ese modo, el marido ejerza un derecho que legitime su actuación. Vid. supra
Cap. V, 6.
8. Iter criminis
114
Con anterioridad a la reforma penal española de 1978, fue usual que la jurisprudencia
en aquel país considerara que el estupro fraudulento alcanzaba la consumación en el
momento en que se materializaba el engaño, lo cual, por cierto, tenía una abierta
incidencia sobre el cómputo de los plazos de prescripción. Y como el engaño
prácticamente se identificaba con el tema de la promesa matrimonial incumplida, solía
entenderse que dicho cómputo comenzaba a partir del momento en que el hechor se
negaba a cumplir lo prometido. Una completa reseña sobre este punto puede
consultarse en RODRIGUEZ RAMOS, Consumación y prescripción del estupro-engaño,
pp. 141-145.
Con posterioridad, sin embargo, llegó a ser unánime el criterio según el cual la
consumación del delito coincide con la ejecución de la conducta. Cfr., por todos,
BUSTOS(1986), p. 143; DIAZ MAROTO (1998), p. 123, y MUÑOZ CONDE (1996), p. 196.
propio o directo
Puesto que la noción de abuso sexual no tiene actualmente un sentido unívoco, resulta
indispensable precisar cuál es el alcance que dicha expresión posee en el derecho
comparado y cuál el sentido que corresponde atribuirle en el derecho chileno, tanto
desde una perspectiva semántica, como desde un punto de vista dogmático, tomando
en consideración, también, los antecedentes históricos de la figura de abusos
deshonestos, por ser ésta la precursora de lo que el Código chileno hoy entiende por
abuso sexual.
histórico chileno
115
por considerar que éste "mejor lo comprendía". Cfr. Acta de la Sesión Nº 71, de 10 de
abril de 1872, en RIVACOBA: Código Penal?, pp. 385-387.
El artículo 366 del texto original del Código Penal chileno, en efecto, sancionaba a
quien "abusare deshonestamente de persona de uno u otro sexo mayor de doce años
y menor de veinte" (figura que la doctrina pasó a denominar abuso deshonesto
simple). Y, acto seguido, añadía que "si concurriere alguna de las circunstancias
expresadas en el artículo 361 -que sancionaba la violación-, se estimará como
agravante del delito, aun cuando sea mayor de veinte años la persona de quien se
abusa" (figura esta última que los autores denominaron agravada). En detalle sobre
este punto: SOLARI PERALTA / RODRIGUEZ COLLAO: A propósito de un fallo sobre
abusos deshonestos, pp. 303-312.
Con esta redacción es claro que el tipo de abusos deshonestos del artículo 366 del
Código Penal chileno captaba tanto la modalidad española de abuso asociado a la
violación, como también la modalidad de abuso asociado al estupro. Pero, sin lugar a
dudas, el ámbito de aplicación del texto original de la figura chilena era mucho más
amplio que el que se acaba de señalar. En contra de este planteamiento, BASCUÑAN
VALDES: El delito de abusos deshonestos, p. 49, sostiene que "podemos afirmar
terminantemente que la construcción de la figura de abusos deshonestos es
esencialmente la misma que en el Código español".
De partida, ella no sólo captaba los actos de significación sexual ejecutados con alguna
de las modalidades recién aludidas, sino que también abarcaba otras formas de
comisión, como el aprovechamiento de una relación de superioridad, en razón de la
amplitud de los términos de la hipótesis que la doctrina denominaba simple. Pero
donde más se refleja la amplitud del tipo es en el caso de los abusos que tienen como
víctima a un varón y en aquellos casos en que tanto el sujeto activo como el pasivo son
personas de sexo femenino, ninguno de los cuales quedaba captado por las figuras de
estupro y violación, delitos que sólo admitían como víctima a una mujer y suponían
una forma de relación heterosexual. Respecto de lo primero, recordemos que en su
texto original el Código Penal chileno sólo sancionaba el acceso carnal mutuamente
consentido entre varones, de manera que cualquier acto de naturaleza homosexual
que importara un abuso, quedaba necesariamente comprendido en la descripción
típica del artículo 366.
116
Pero si bien no sufrió otras enmiendas expresas, sí, en cambio, varió su contenido a
raíz de una modificación que la Ley Nº 17.727, de 1972, introdujo en la figura de
sodomía contemplada en el artículo 365 del Código Penal. Dicha figura que, como ya
sabemos, sólo sancionaba el acceso carnal mutuamente consentido entre varones, fue
adicionada con una nueva hipótesis que vino a castigar esa misma conducta cuando
fuera ejecutada con alguna de las modalidades propias del delito de violación. De este
modo, el acceso carnal no consentido de un varón a otro varón, dejó de integrar la
tipicidad de la figura de abusos deshonestos y con ello se redujo el campo de
aplicación de este último delito, aunque no de manera tan drástica, dada la amplitud
de sus términos.
117
Y el mismo procedimiento utiliza el Código Penal español de 1822, que si bien emplea
la expresión abusar deshonestamente, lo hace en un sentido genérico que incluye
cualquier acto de significación sexual, sea éste la cópula o un comportamiento diverso.
Cfr. GROIZARD: El Código Penal?, V, p. 82.
Pero la situación cambia drásticamente hacia la década de los años treinta del siglo
XIX, en especial a raíz de las modificaciones que experimentó el Código Penal francés
en el año 1832, oportunidad a partir de la cual éste comienza a distinguir entre
violación y atentados al pudor. Vid. supra Cap. II, 2. Cfr. GARRAUD: Traité?, V, pp. 41-
43. Y el mismo predicamento hace suyo el Código Penal español de 1848, al distinguir
entre violación y estupro, por una parte, y las figuras subordinadas de abusos
deshonestos, por otra. Este esquema de tipificación de los comportamientos que
trascienden el ámbito específico de la penetración vaginal, logra extraordinaria
difusión en Iberoamérica durante el resto del período de la Codificación, básicamente
por la influencia que el mencionado Código español y el Código belga -que en esto se
limita a reproducir el esquema francés- ejercieron en esta parte del mundo.
Es lo que sucede en Italia, cuyo Código equipara todas las acciones que se consideran
ilícitas bajo la denominación genérica de conductas sexuales ("atti sessuali"),
diferenciando únicamente en atención a factores circunstanciales que tienen que ver
con la modalidad que en cada caso revista el ataque. Y lo mismo ocurre en el derecho
portugués, cuyo Código Penal utiliza la fórmula genérica "actos sexuais de relevo",
aunque distinguiendo dentro de ella un segmento específico representado por
aquellos actos que importan penetración vaginal, anal u oral (artículos 163, 164, 165 y
167). Cfr. MAIA GONÇALVES (1996), pp. 621-622, y DOS REIS ALVES: Crimes sexuais,
pp. 5-6.
Con todo, la noción de abuso sexual aún persiste, incluso en algunos países que
expresamente adhieren a un modelo reformista basado en la capacidad de
autodeterminación del individuo. Así sucede, por ejemplo, en Alemania, cuyo Código
Penal mantiene una valoración compartimentada de los actos de significación sexual,
118
distinguiendo nítidamente entre abuso sexual (como género) y violación (como
especie). Cfr. Por ejemplo, en el artículo 176, I y III.
También conserva la distinción entre los actos que importan penetración y el resto de
las conductas de significación sexual el Código Penal francés, aunque, en este caso, en
plena concordancia con la idea que sirve de fundamento al castigo, que es, como
hemos explicado, el ataque a la integridad personal. Vid. supra, Cap. III, 5. b).
Por último, el Código Penal español de 1995 utiliza el concepto de abuso sexual en un
sentido completamente distinto del que le asignan las legislaciones que hasta aquí
hemos examinado. Dicho texto normativo organizó esta clase de infracciones en torno
a tres categorías -agresión, abuso y acoso sexuales-, cuyo criterio de distinción en
principio no se funda en la naturaleza del acto ejecutado, sino en la modalidad que en
cada caso revestiría el atentado a la libertad sexual de la víctima. De manera que, a
partir de la entrada en vigencia de aquel texto normativo, en España la locución abuso
sexual alude a cualquier actividad lúbrica impuesta a la víctima por medios no
violentos o intimidativos (que son los que dan vida al concepto de agresión sexual) y
siempre que la conducta del hechor supere los límites de lo que en ese país se
denomina acoso con fines sexuales. Cfr. MORALES PRATS / GARCIA ALBERO (1996), pp.
245-254, y ORTS BERENGUER: Abusos y agresiones sexuales?, pp. 25-26.
En suma, al margen de aquellos países -como Italia- en los cuales la noción de abuso
sexual (como entidad delictiva autónoma) simplemente carece de sentido, en el
derecho comparado dicha locución es utilizada actualmente para referir dos realidades
jurídicas completamente diferenciables: primero, un conjunto de actos sexuales
caracterizado por el aprovechamiento de una situación de superioridad del autor
respecto de la víctima, sin importar la forma en que se materialice el ataque, el que
puede traducirse en un acceso carnal o en otro acto diverso, y que corresponde a la
solución adoptada por el derecho español, en que abuso sexual se opone a agresión de
la misma índole; y, segundo, un conjunto de actos de significación sexual distintos del
acceso carnal -comportamiento este último que es castigado a título de violación y, en
ocasiones, también a título de estupro- y que corresponde a la opción legislativa de los
códigos de Alemania y Francia, en que abuso sexual se opone a cópula ejecutada sin o
contra el consentimiento de la víctima. Este es, también, el sentido conforme al cual
hemos de entender en Chile el concepto de abuso sexual, en especial considerando
que esta fórmula denominativa alude a un conjunto de hipótesis que la ley ordena
aplicar en defecto de los tipos básicos de violación y estupro.
119
El campo semántico de la locución abuso sexual tampoco nos refiere a un significado
unívoco, porque el término abuso es sinónimo de aprovechamiento -en este caso, de
un individuo respecto de otro- y esta situación obviamente se da cada vez que una
persona involucra a otra en un contexto sexual, sin importar los actos concretos en
que se materializa esta forma de sometimiento, ni el papel que, en definitiva, asuma la
víctima. Así, pues, desde una perspectiva semántica, es abuso sexual tanto el hecho de
hacer intervenir a un individuo en una conducta de acceso carnal, como también el
hecho de imponerle la realización de otros actos de significación venérea; e, incluso, la
simple contemplación de la actividad sexual realizada por otros. De manera que en un
sentido lingüístico no hay inconveniente para calificar como abuso sexual,
indistintamente, a aquellas figuras que demandan la realización de la cópula, como la
violación y el estupro, y a aquellas que exigen un comportamiento diverso, como es el
caso de aquello que tradicionalmente se denominó abusos deshonestos, el
exhibicionismo, algunas formas de involucramiento de personas socialmente débiles
en el ejercicio de la prostitución e, incluso, el acometimiento público de un
comportamiento sexual.
Desde otro punto de vista, aunque siempre dentro de un plano semántico, una
actuación es abusiva sin importar la motivación que anime al autor del hecho delictivo,
ni tampoco los efectos que pueda traer consigo la realización del acto ilícito. Porque el
carácter abusivo de una acción puede emanar tanto del hecho de ejecutarse contra o
sin la voluntad de la víctima, como también de su capacidad para lesionar o poner en
peligro la integridad física, psíquica o emocional de la persona en contra de quien se
dirige. De manera que no existe, en verdad, inconveniente para llamar abuso sexual a
ciertos actos que sin importar un contacto físico entre el autor y la víctima, tienen, en
cambio, la fuerza necesaria para obrar en desmedro de esta última, como sucede en
general con los actos dotados de un cierto poder corruptivo.
Varios autores, por su parte, han planteado reparos frente al empleo de la locución
abuso sexual, insinuando que la denominación más apropiada para referir esta idea
sería la de agresiones sexuales, a la que se atribuye el mérito de reforzar mejor el
requerimiento de un contacto corporal que involucre directamente a la víctima, como
también la idea de que el delito "supone una clara vulneración del derecho de otra
persona". Cfr. SUAREZ RODRIGUEZ: El delito de agresiones sexuales?, pp. 67-71.
Este planteamiento, sin embargo, tiene un claro sentido convencional, pues implica
utilizar el recurso idiomático para dar por establecida la exigibilidad de los dos
postulados político-criminales que acabamos de mencionar. Pero desde un punto de
vista semántico, no cabe establecer una sinonimia entre abuso y agresión,
sencillamente porque este último vocablo denota la idea de un acometimiento
violento o forzado, en circunstancias que no todas las hipótesis abusivas suponen el
empleo de fuerza. ETCHEBERRY ( Cfr. SUAREZ RODRIGUEZ: El delito de agresiones
sexuales?, pp. 67-71.
ETCHEBERRY 1998), IV, p. 68; GARRIDO MONTT (1998), p. 313, y LABATUT (1992), p.
142
120
d) La noción de abuso sexual desde una perspectiva dogmática
Sin duda, la más importante entre las modificaciones que introdujo la Ley Nº 19.617,
de 1999, es la que dice relación con el delito que ahora nos ocupa, el que ha cambiado
de manera muy significativa la estructura que mantuvo durante más de ciento veinte
años. Ubicado, ahora, bajo el epígrafe Del estupro y otros delitos sexuales, el Código le
destina los artículos 366, 366 bis, 366 ter y 366 quáter, cuyo contenido es básicamente
el siguiente:
Se sanciona, en primer término, la realización de una acción sexual distinta del acceso
carnal respecto de una persona menor de doce años y siempre que concurra alguna de
las modalidades ejecutivas propias de la violación. Es decir, cuando se usa fuerza o
intimidación; cuando la víctima se halla privada de sentido; cuando se abusa de su
incapacidad para oponer resistencia; cuando se abusa de su enajenación o trastorno
mental y cuando el sujeto pasivo fuere menor de doce años (art. 366 Nº 1, en relación
con el artículo 361).
Se sanciona, también, a quien ejecutare una acción sexual distinta del acceso carnal,
respecto de una persona menor de doce, y en este caso la pena varía según si el
hechor utiliza o no alguna de las modalidades propias de la violación o del estupro (art.
366 bis, incisos primero y segundo).
Se define lo que ha de entenderse por acción distinta del acceso carnal, estableciendo
como criterios la gravedad del acto ejecutado y la necesidad de un contacto corporal
entre el autor y la víctima (art. 366 ter).
Se castiga, asimismo, a quien sin realizar una acción sexual en los términos recién
explicados, incurriere en alguna de las siguientes conductas respecto de una persona
menor de doce años: obligarla a presenciar un comportamiento sexual ejecutado por
otros; hacerla ver o escuchar material pornográfico; determinarla a realizar acciones
de significación sexual delante suyo o de otro; y emplearla en la producción de
material pornográfico (art. 366 quáter).
121
siempre que concurran algunas de las modalidades propias de la violación o cualquiera
de las del estupro (art. 366 quáter párrafo final).
Como puede apreciarse, el texto vigente del Código Penal chileno en verdad no utiliza
la locución abuso sexual, pese a que sí contempla otras fórmulas denominativas dentro
del apartado que destina a esta clase de infracciones (por ejemplo: violación, estupro e
incesto). No obstante lo anterior, pensamos que el uso de aquella denominación no
sólo es correcto, sino además obligatorio, respecto de una porción de los tipos que
dicho texto normativo prevé.
El texto vigente con anterioridad contenía un párrafo 6º, cuyo epígrafe rezaba
literalmente: Del estupro, incesto, corrupción de menores y otros actos deshonestos.
Este antecedente, unido a que el artículo 366 describía la conducta del delito allí
tipificado como "abusar deshonestamente de persona de uno u otro sexo?",
determinó que la totalidad de la doctrina científica y jurisprudencial designara esta
figura como abusos deshonestos. ETCHEBERRY (1998), IV, p. 68; GARRIDO MONTT
(1998), p. 313, y LABATUT (1992), p. 142
El actual párrafo 6º, en cambio, se denomina "Del estupro y otros delitos sexuales" y el
texto vigente del mismo artículo 366 describe la conducta como "realizar
abusivamente una acción sexual", de lo cual no puede sino inferirse la voluntad
legislativa de llamar abuso sexual a la figura delictiva que allí se contempla.
Además, en el contexto del sentido amplio que la ley actualmente otorga a la locución
abuso sexual, la única limitación que fluye de su texto es que ha de tratarse de actos
distintos del acceso carnal; o, para ser más exactos, distintos del acceso carnal
constitutivo de los delitos de violación y estupro. Así lo ponen de manifiesto los
epígrafes de los capítulos 5º y 6º del Título VII, que expresan: "De la violación" y "Del
122
estupro y otros delitos sexuales", respectivamente; y también lo deja en claro el
artículo 366, en cuanto alude a "una acción sexual distinta del acceso carnal".
Tomando como base el concepto que acabamos de reseñar y el hecho que el legislador
del año 1999 haya optado por descomponer el antiguo artículo 366 del Código Penal
en cuatro figuras relativamente independientes, es claro que bajo la denominación
genérica de abuso sexual queda comprendido un conjunto de hipótesis conductuales,
que con fines meramente expositivos dividiremos en dos grandes grupos: abuso sexual
propio o directo y abuso sexual impropio o indirecto. La distinción obedece a que
mientras en la primera modalidad la ley contempla hipótesis que suponen un contacto
directo entre el autor y la víctima, en la segunda no se requiere dicha forma de
aproximación corporal.
El calificativo de propio que utilizamos para aludir a la primera forma de abuso sexual
obedece a que ella, en términos generales, hace suya la recomendación político-
criminal de exigir un contacto físico entre el autor y el sujeto pasivo (aunque no, por
cierto, con el rigor y la precisión que hubiera sido de esperar). Y el calificativo de
directo, que aquí se plantea en términos alternativos, tiene por objeto reforzar la
misma idea, es decir, la necesidad de que el acto se ejecute en un contexto de
proximidad y presencia conjunta de ambos sujetos.
o directo
La figura de abuso sexual propio o directo está tipificada en los artículos 366 y 366 bis,
que contemplan las distintas hipótesis susceptibles de ser incluidas bajo tal
denominación, y en el artículo 366 ter, que define la conducta que sirve de núcleo
central a todas ellas. Al estructurar el delito, nuestro Código utiliza la técnica de la
subsidiariedad expresa, excluyendo de su ámbito el acceso carnal y asignándole, con
ello, el carácter de un tipo residual respecto de las figuras que lo preceden. Pero a
pesar de la amplitud de los términos en que aparece redactada la exclusión, es claro
que el delito que ahora nos ocupa sólo es residual respecto de los tipos de violación,
estupro y corrupción de menores y, lo que la norma deja fuera del ámbito de
aplicación de esta figura no es el acceso carnal en general, sino aquellas formas de
penetración constitutivas de tales delitos. Porque si bien el legislador al parecer tuvo la
intención de excluir toda especie de acceso carnal, dicho propósito no se materializó
en el texto de las disposiciones; de manera que esta primera modalidad de abuso
123
sexual, como se explicará más adelante, sigue captando algunas hipótesis concretas de
aquel comportamiento.
En las tres hipótesis de este delito, la conducta aparece descrita como una acción
sexual distinta del acceso carnal. Y el artículo 366 ter define acción sexual como
"cualquier acto de significación sexual y de relevancia realizado mediante contacto
corporal con la víctima, o que haya afectado los genitales, el ano o la boca de la
víctima, aun cuando no hubiere contacto corporal con ella". Como puede apreciarse, el
legislador chileno de 1999 ha sido mucho más acucioso al describir el hecho
incriminado, procediendo en esta materia con un apego más estricto al principio penal
de determinación o taxatividad, que lo que fue costumbre en nuestro propio derecho y
también en otros países. Frente a la fórmula tradicional chilena que describía la
conducta como abusar deshonestamente de otra persona, la definición que hoy
propone el artículo 366 ter, aunque dotada siempre de una gran amplitud, representa
un avance muy significativo en pro de la delimitación del objeto de la prohibición. Así,
por ejemplo, mientras en España el requisito del contacto corporal sigue teniendo
como fuente la especulación de los autores, en Chile tal requerimiento aparece
expresamente formulado en el tipo. En verdad, frente a la fórmula española de 1989
("cualquier otra agresión sexual"), o a la que utiliza el Código Penal español de 1995
("atentar contra la libertad sexual de otra persona"), tiene razón De Vega Ruiz cuando
afirma que "a pesar de los esfuerzos del legislador, todavía sigue sin concretarse (en
aquel país) una auténtica definición y descripción de la conducta sexual típica". DE
VEGA RUIZ: El delito de violación ..., p.42.
Tres son, entonces, las condiciones que según el Código Penal chileno permiten
establecer cuándo estamos en presencia de una acción sexual, en tanto que conducta
básica de este delito: la connotación sexual del comportamiento; la relevancia del acto
ejecutado; y una aproximación corporal con la víctima.
124
En verdad es muy difícil fijar un parámetro para establecer cuándo estamos en
presencia de un acto con verdadera significación sexual; y prueba de ello es la
diversidad de criterios que al respecto proponen los autores. Para un sector de la
doctrina, en efecto, la determinación ha de ser efectuada utilizando parámetros
objetivos, tales como la aptitud de la conducta para excitar el instinto sexual de una
persona, según los cánones vigentes en la comunidad de que se trate; Porque la
libertad sexual "no puede atacarse con una acción socialmente neutra", de modo que
"una práctica muy voluptuosa para un individuo concreto, pero inane para la
generalidad de sus congéneres, no da lugar a la apreciación del delito", ha escrito ORTS
BERENGUER (1996), pp. 908-911.
o la simple circunstancia que en el acto hayan intervenido los órganos genitales del
autor o de la víctima. Para otro sector de la doctrina, en cambio, el carácter sexual de
un comportamiento depende de criterios subjetivos; en especial, de la intención con
que hubiere actuado el hechor. Dentro de este planteamiento, algunos enfatizan la
lubricidad del propósito que anima al sujeto activo (en otras palabras, un acto es
sexual en la medida en que aquél lo siente como tal o en cuanto representa para él
una forma de satisfacer el instinto carnal); y para otros, lo decisivo es que la intención
del sujeto haya sido involucrar a otra persona en un contexto sexual. Cfr. DIAZ
MAROTO (1998), pp. 102-103.
Y, por último, hay también autores que toman en consideración criterios morales
como es la aptitud para ofender en mayor o menor grado el sentimiento de timidez o
vergüenza relacionado con el instinto sexual, común a la generalidad de las personas.
DOS REIS ALVES: Crimes sexuais, pp.8-9
Puesto que el tipo alude a un acto de significación sexual, es decir, a una conducta que
intrínsecamente posea esa connotación, es claro que la determinación acerca del
carácter venéreo de un comportamiento ha de ser efectuada tomando como base
parámetros objetivos. Desde luego, no se trata de precisar si una conducta es
deshonesta o inmoral, sino de establecer si ese acto es o no de aquellos que
constituyen expresión del instinto sexual (porque este último adjetivo indudablemente
nos sitúa dentro del ámbito de proyección de aquel instinto). Pero lo exigible no es que
el autor del delito haya actuado efectivamente bajo el impulso de esta motivación, o
con la intención de que la víctima experimente algún grado de satisfacción o desahogo
sexual; No es correcto entonces afirmar, como en una oportunidad lo hizo el Tribunal
Supremo español, que un acto merece el calificativo de sexual por el solo hecho de
estar "encaminado a despertar el instinto sexual ajeno o a avivar el propio" (cfr.
sentencia de 05.04.94, en RODRIGUEZ RAMOS, 1996, p. 160).
125
lo que realmente interesa es que el acto sea de aquellos que los seres humanos (o una
porción de éstos) generalmente realizan motivados por el instinto sexual. Cfr. DOS REIS
ALVES: Crimes sexuais, p. 11.
Frente a la definición que propone el artículo 366 ter del Código chileno, sin embargo,
no cabe tener en cuenta los parámetros recién mencionados, porque ellos son
requisitos que han de concurrir en forma conjunta con el de la gravedad del acto.
Tampoco cabe considerar, a efectos de medir la gravedad de este último, la modalidad
de ejecución efectivamente utilizada por el autor (por ejemplo, el empleo de violencia
o la privación de sentido), porque esos aspectos son determinantes de la penalidad del
delito, de manera que tomarlos en consideración con aquel propósito importaría
violentar el principio non bis in idem consagrado en el artículo 63 del propio Código
Penal. E incluso quienes afirman que la libertad sexual es el bien jurídico tutelado por
este delito, reconocen que el requisito de la relevancia nada tiene que ver con el
mayor o menor grado de la resistencia que hubiere opuesto la víctima. Así opina, por
ejemplo, DOS REIS ALVES: Crimes sexuais, p. 11.
126
La exigencia de relevancia que contempla el art. 366 ter, aparece formulada dentro de
un mismo contexto gramatical con el requisito de la connotación sexual (se refiere a
"cualquier acto de significación sexual y de relevancia"), con lo cual la norma pone de
manifiesto que ambos requerimientos giran en torno a la misma idea: la índole sexual
del comportamiento ejecutado. Sin embargo, no se trata de que el acto sea relevante
por el solo hecho de tener una connotación venérea, sino de que ha de revestir una
cierta importancia o gravedad dentro del conjunto de los comportamientos de esa
misma índole. En otras palabras, no todos los actos que habitualmente son motivados
por el instinto carnal quedan abarcados por la tipicidad del delito de abuso sexual; esto
únicamente ocurrirá respecto de aquellos comportamientos que efectivamente
importen un atentado contra la indemnidad sexual de la víctima. En Chile, ha
planteado la necesidad de valorar la trascendencia del acto en relación con la
afectación del bien jurídico, KÜNSEMÜLLER: Breve análisis?, p. 38.
Porque el delito no protege a las personas frente a cualquier molestia que pudiere
experimentar una persona por obra de otro individuo, ni de los simples atentados en
contra de otros valores, como el honor, por mucho que éstos aparezcan motivados por
el instinto sexual. Un beso, por ejemplo, aunque sea expresión de dicho instinto y
aunque importe contacto corporal en los términos requeridos por el art. 366 ter, no
tiene por sí solo la relevancia exigida por este mismo precepto para ser considerado
una acción sexual.
Conforme a la actual redacción del artículo 366 del Código Penal chileno, se exige que
el acto haya sido realizado "mediante contacto corporal con la víctima", o bien "que
haya afectado los genitales, el ano o la boca de la víctima, aun cuando no hubiere
127
contacto corporal con ella". En su primera parte, esta exigencia alude al roce efectivo
de una parte del cuerpo del autor con alguna parte del cuerpo de la víctima, aunque en
estricto rigor no es ese contacto lo que constituye la substancia del acto incriminado.
Dicho contacto, en efecto, aparece concebido como un medio para la ejecución de
otro acto, que ha de tener una entidad propia y distinta al simple roce corporal: así lo
deja claramente establecido el empleo de la voz mediante. En consecuencia, no se
trata de castigar a una persona por haber rozado el cuerpo de otro individuo, sino por
haber ejecutado un acto que importó esa forma de contacto físico. Y lo mismo cabe
decir respecto de la segunda parte de la norma, en la cual se exige un acto que haya
afectado los genitales, el ano o la boca de la víctima.
Puesto que en su primera parte la norma alude a contacto corporal, entendemos que
ella se refiere a cualquier forma de aproximación directa al cuerpo de la víctima, sin
que sea menester que ésta se encuentre desnuda o que haya un efectivo roce de la
piel. Sobre la procedencia de estimar que hay contacto físico aunque la aproximación
corporal se realice sobre las ropas de la víctima, Vid. Sentencia de la Corte de
Apelaciones de Punta Arenas de 16.06.89, en Gaceta Jurídica Nº 108, p. 90 y sentencia
de la Corte Suprema de enero de 1996, en revista Fallos del Mes Nº 446, p. 2070.
La inclusión de la boca entre las partes del cuerpo cuya afectación da lugar a que se
configure este delito fue objeto de ardua polémica durante la discusión parlamentaria
del proyecto que en definitiva se convirtió en la Ley Nº 19.617. Mientras algunos
opinaron que su inclusión permitiría ampliar demasiado el tipo, primó en la Comisión
Mixta el criterio de quienes opinaban que la inclusión de la boca era una consecuencia
necesaria de considerarla también como medio comisivo de los delitos de violación y
estupro; y que los temores de una excesiva ampliación del tipo no eran justificados,
desde el momento en que el artículo 366 ter exige que se trate de un acto de
significación sexual y dotado de relevancia. Cfr. Informe Comisión Mixta, pp. 25-26.
Por último, el contacto corporal a que se refiere la primera parte de la norma no tiene
por qué restringirse a las zonas erógenas del cuerpo: el carácter sexual del
comportamiento -que es un requisito independiente del que ahora analizamos- bien
puede derivar de otras circunstancias que no sean específicamente la parte del cuerpo
en la cual se materializa el contacto físico entre el autor y la víctima.
y caracteres
128
y que la determinación de los mismos necesariamente ha de quedar entregada a la
prudencia del juzgador. En este sentido, MAIA GONÇALVES (1996), p. 625.
a) Ambito de aplicación
En primer término, pese a que tanto el artículo 366, como el artículo 366 bis aluden a
una acción distinta del acceso carnal, no es efectivo que este último comportamiento
resulte excluido del ámbito de aplicación del tipo de abuso sexual. Al tratar el delito de
violación, en efecto, ya se explicó que en éste la conducta consiste en acceder
carnalmente a una persona, exigencia que sólo se completa en la medida en que un
varón penetre a la víctima a través de alguna de las cavidades mencionadas en el tipo.
Y se dijo en esa oportunidad que, atendida la forma en que aparece descrita la
conducta, no cabe el castigo, a título de violación, de la persona que es accedida
carnalmente por un menor de doce años, por un enajenado mental o por un varón que
ha sido víctima de fuerza o intimidación. Vid. supra Cap. V, 2. b) y 3.
Por cierto, el mismo razonamiento es válido en el caso del estupro, cuya conducta
también consiste en acceder carnalmente a una persona.
De manera, entonces, que la acción sexual constitutiva del delito que ahora nos ocupa
puede consistir en un acceso carnal, con tal que éste no sea de aquellos que resultan
captados por los tipos anteriormente aludidos y siempre que importe una forma de
abuso de una persona respecto de otra.
129
En seguida, cabe tener presente que los actos susceptibles de ser encuadrados en la
figura de abuso sexual pueden ser manifestación tanto de un impulso sexual normal
(aquel que se traduce en la realización de comportamientos heterosexuales, entre
personas sexualmente maduras), como de cualquier manifestación desviada o anormal
de dicho instinto. Más aún, lo habitual será que el acto ejecutado trascienda la esfera
de la normalidad, porque resulta extraordinariamente difícil calificar como normal el
comportamiento exigido por el tipo, en circunstancias que un mínimo de normalidad
referido al ejercicio de la actividad sexual supone que el desahogo del instinto carnal
se efectúe en el marco de una relación mutuamente consentida entre dos personas.
Dentro del amplísimo campo de las conductas expresivas de una sexualidad desviada o
anormal, integran la tipicidad del delito de abuso sexual: cualquier equivalente
anormal de la cópula (como el llamado coito inter femora o la introducción, por vía
vaginal, anal o bucal, de objetos representativos del pene); Al hablar de introducción
de objetos, la doctrina hace extensiva esta última expresión tanto a las partes del
cuerpo que no sean el pene (por ejemplo, los dedos), como a las cosas del mundo
circundante. Sin embargo, con el propósito de no ampliar en forma desmesurada el
ámbito de aplicación de la figura, especialmente en lo que respecta a la introducción
de objetos por vía bucal, suele proponerse como límite el que aquéllos efectivamente
operen como sustituto fetichista del miembro viril. En este sentido, SUAREZ
RODRIGUEZ: El delito de agresiones sexuales?, p. 102.
cualquier conducta masturbatoria que el sujeto activo realice sobre la víctima, o que
ésta sea obligada a ejecutar sobre su propio cuerpo o sobre el cuerpo del hechor; o
bien, cualquier acto de bestialidad o de necrofilia en que se haga intervenir a la
víctima. Los redactores de la norma se refirieron expresamente al forzamiento a tener
relaciones con animales como un acto que integra la tipicidad del delito de abuso
sexual (Informe de la Comisión Mixta, p. 12). Cfr. ORTS BERENGUER: Abusos y
agresiones sexuales, p. 39.
Si bien es cierto que el solo hecho de besar el autor a la víctima o de obligar a ésta que
haga lo propio con aquél, no es constitutivo, en principio, de una auténtica acción con
significado sexual (por las razones ya explicadas), sí puede, en cambio, dar lugar a la
configuración del delito cuando el beso compromete zonas erógenas del cuerpo de
uno u otro de los intervinientes o cuando forma parte de un contexto de actuación
erótica en que resultan comprometidas otras partes del cuerpo. En este sentido se
había pronunciado la Corte Suprema, en relación con la antigua figura de abusos
deshonestos, en sentencia de 25.11.96 (Gaceta Jurídica 197, p. 123).
130
; y en la actual regulación de los delitos sexuales no hay ningún antecedente del cual
pueda deducirse la opción por un criterio diverso.
Lo mismo sucede con el amplio espectro de actos que quedan comprendidos por la
denominación genérica de tocamientos impúdicos, respecto de los cuales la
jurisprudencia nacional siempre sostuvo que encuadraban en el tipo de abusos
deshonestos. Vid. sentencias de la Corte de Apelaciones de Santiago, de 03.08.83, en
Gaceta Jurídica Nº 39, p. 57; de la Corte de Apelaciones de Valparaíso, de 24.01.84, en
Gaceta Jurídica Nº 47, p. 101; de la Corte de Apelaciones de San Miguel, de 17.08.84,
en Gaceta Jurídica Nº 50, p. 128, y de la Corte Suprema, de 18.07.96, en Gaceta
Jurídica, Nº 193, p. 79.
Con todo, no debe perderse de vista que en la actual regulación no basta con el mero
hecho del tocamiento, porque si bien éste puede ser considerado como uno de
aquellos actos que constituyen acción sexual para los efectos del artículo 366 ter del
Código Penal, será necesario que aquél esté revestido de una cierta gravedad; es decir,
que efectivamente importe una lesión del bien jurídico protegido, a través del
involucramiento de una persona en un contexto sexual. Bajo estos mismos supuestos y
siempre, además, que afecten alguna zona erógena del cuerpo, no vemos
inconveniente para incluir dentro de la figura en estudio los actos de contemplación
lasciva, que tienen perfecta cabida en la segunda hipótesis de la definición del artículo
366 ter del Código Penal.
Por último, entre los actos que quedan excluidos de la figura de abuso sexual propio,
cabe mencionar, en primer término, la contemplación lasciva de zonas no erógenas del
cuerpo, que simplemente no cumple con los términos de aquella definición; las
palabras y gestos obscenos, los cuales no tienen en general aptitud para lesionar el
bien jurídico protegido por la norma En este sentido, BASCUÑAN VALDES: El Delito de
Abusos Deshonestos, p. 66; CARMONA SALGADO (1981), pp. 80-82, y SUAREZ
RODRIGUEZ: El delito de agresiones sexuales?, pp. 86-87.
b) Caracteres
131
con la dogmática argentina, cfr. CREUS (1990), II, pp. 233-234. La jurisprudencia
española, si bien mantiene una línea similar a la que se expone en el texto, registra
algún pronunciamiento aislado en el que se afirma la condición de delito de resultado
de esta figura. Sobre el particular, SUAREZ RODRIGUEZ: El delito de agresiones
sexuales?, pp. 26-27.
Por último, se ha sostenido que el delito de abuso sexual es una figura que exige
pluralidad de actos, porque "se puede agredir sexualmente a otro empleando la
intimidación, o privándole de sentido, o siendo éste menor de doce años cumplidos?".
En este sentido, SUAREZ RODRIGUEZ: El delito de agresiones sexuales?, p. 27.
Aunque esta opinión fue expresada en relación con el antiguo tipo español de
agresiones sexuales, el planteamiento merece el mismo reparo que cabría formular si
alguien pretendiera aplicarlo al tipo chileno de abuso sexual. En efecto, tanto en aquel
tipo como en éste, la conducta es una sola: "cualquier otra agresión sexual" y "una
acción sexual", respectivamente. En ambos casos lo plural no es el acto constitutivo de
abuso sexual, que por cierto es uno solo, sino las modalidades de ejecución que éste
puede revestir. En consecuencia, no se trata de un delito con pluralidad de actos, sino
de un delito con pluralidad de hipótesis comisivas.
132
la circunstancia de padecer la víctima de enajenación o trastorno mental. No existe
ningún fundamento para afirmar que estas circunstancias tengan respecto del delito
de abuso sexual un alcance distinto del que le atribuimos al tratar el delito de
violación; de manera que sólo queda hacer una remisión a lo explicado en su
oportunidad. Vid. supra Cap. V, 4. a), b), c) y d).
Tal como sucede en la hipótesis anterior, no hay exigencia especial en cuanto al sexo
del sujeto activo y de la víctima, quedando comprendidas indistintamente las
relaciones heterosexuales y homosexuales. Respecto de la edad del sujeto pasivo, la
conducta que aquí se sanciona no es típica cuando aquél tiene más de dieciocho años.
Y si fuere menor de doce, el hecho encuadra en la figura contemplada en el artículo
366 bis.
El art. 366 bis tipifica el hecho de realizar una acción sexual, en los términos que ya
conocemos, con persona menor de doce años. Esta figura, en principio, no exige una
modalidad ejecutiva especial, de manera que la acción sexual podrá ejecutarse bajo
cualquier circunstancia, pero el hecho de concurrir alguna de las hipótesis comisivas
propias de la violación contempladas en el art. 361 o inherentes al estupro
contempladas en el art. 363 opera como agravante, según lo dispuesto por el inciso
segundo del art. 366 bis.
En relación con la mayor amplitud que la ley confiere a la hipótesis básica prevista en
el inciso primero del art. 366 bis, cabe tener presente que la ampliación en modo
alguno se refiere a la conducta, la que sigue adoptando la forma de una acción sexual,
133
en los términos ya explicados. Y como la agravante se refiere a la concurrencia de
alguna de las modalidades de ejecución propias de la violación o del estupro, es
indudable que la mayor amplitud de la figura básica se refiere a que ésta incluye otras
modalidades de ejecución, que no sean de las mencionadas, entre las cuales cabe el
consentimiento libre y consciente de la víctima (a quien el legislador presume
incapacitada para prestarlo); como también incluye otras modalidades que no
supongan consentimiento de la víctima y sin que haya impedimento físico o mental
para prestarlo, como la actuación por sorpresa.
Tal como sucede en las figuras precedentes, tanto el sujeto activo como el pasivo
pueden ser, indistintamente, un varón o una mujer; y el acto puede ser de naturaleza
heterosexual u homosexual.
Desde luego, por su ubicación dentro del Código, el delito de abuso sexual no admite
una forma de ejecución culposa. Y, desde otro punto de vista, como el tipo exige que el
delincuente se comporte abusivamente, es claro que la figura sólo es compatible con
una actuación con dolo directo.
Tal como sucede en el caso de la violación, y con mayor insistencia aun que respecto
de esta última figura, la doctrina y la jurisprudencia suelen plantear la exigencia de un
elemento subjetivo adicional -el ánimo lascivo- Vid. supra Cap. V, 5. En la dogmática
chilena postulaban la exigibilidad de un elemento subjetivo frente a la antigua
redacción del artículo 366 del C. Penal, NAQUIRA (1998), p. 155 y POLITOFF (1997), I,
pp. 296-297. De la opinión contraria, NOVOA (1985), I, p. 353, y PEREZ SANCHEZ:
Delitos contra la libertad sexual, pp. 51-52.
El ánimo lascivo no es un requisito exigido por el tipo, de manera que plantearlo como
exigencia no sólo importa limitar injustificadamente el ámbito de protección de la
indemnidad sexual, sino también transgredir la garantía implícita en el postulado de
legalidad penal. De la misma opinión, CREUS (1990), PE, I, pp. 231-232.
134
Y por lo que respecta a la exigencia de que el sujeto no actúe con el propósito de
acceder carnalmente a la víctima, esta actitud queda comprendida (por exclusión) en
el dolo de quien abusa sexualmente de otra persona. Porque para que se dé este
último elemento es necesario que el sujeto tenga la voluntad de realizar una acción
sexual en los términos exigidos por el tipo de abuso sexual, y si su voluntad fuera una
distinta, lo que faltaría sería, precisamente, el dolo, pero no un elemento subjetivo
distinto, cual lo plantea un sector de la doctrina.
7. Antijuridicidad
135
de una causal de justificación en el caso de las personas que por razones profesionales
realizan actos análogos a aquello que nuestro Código denomina una acción sexual,
básicamente, porque al no darse en ese caso todas las condiciones exigidas por el tipo,
no sería ésta una cuestión de licitud, sino de atipicidad del comportamiento ejecutado.
En contra de lo que aquí se sostiene, MARTINEZ ROARO: Delitos sexuales, p. 172.
8. Iter criminis
136
En otras palabras, la ejecución imperfecta del delito sólo podría tener origen en el
hecho de faltar la conducta sexual básica (habiéndose dado inicio a alguno de los
comportamientos circundantes), pero no en una ejecución parcial de la misma
conducta. Este planteamiento se funda, básicamente, en lo difícil que resulta concebir
una ejecución inacabada de la conducta y en las dificultades para probar un evento de
esta naturaleza. Cfr. PEÑA CABRERA (1992), p. 661, y RODRIGUEZ RAMOS (1994), p.
225.
9. Autoría y participación
Por las mismas razones expuestas en relación con aquel delito, hemos de
pronunciarnos también aquí por la admisibilidad del castigo de la autoría mediata,
planteamiento que aparece corroborado por los antecedentes históricos de la norma.
137
La Comisión Mixta, en efecto, junto con estimar que la expresión "cualquier" (acto de
significación sexual) que utiliza el artículo 366 ter, permite comprender la realización
de la conducta por medio de otra persona, optó por dejar al desarrollo jurisprudencial
la determinación de las formas de autoría mediata que resulten compatibles con
aquella definición y con lo dispuesto por el artículo 15 del C. Penal (Informe de la
Comisión Mixta, pp. 25-26).
impropio o indirecto
2. Explicación general
138
la suya propia de parte de este último". CARMONA SALGADO (1981), pp. 79-80. En un
sentido análogo, DIAZ MAROTO (1998), p. 104, y RODRIGUEZ RAMOS (1994), pp. 223-
224.
2. Conductas tipicas
Los términos en los que aparece descrita la conducta típica no permiten plantear la
comisión por omisión del delito, que exige una intervención activa del autor, ya sea
directamente en el acto sexual o mediante inducción de la víctima para que participe
en un acto con un tercero. En el mismo sentido, aunque en alusión a una realidad
legislativa diversa, TAMARIT SUMALLA (1999), p. 6.
En la primera figura se sanciona al que "sin realizar una acción sexual en los términos
anteriores? realizare acciones de significación sexual ante una persona menor de doce
años?". Pese a la ambigüedad de los términos que utiliza la norma, es claro que, en su
primera parte, ella contiene una referencia implícita a la conducta de acceso carnal y a
los actos constitutivos de abuso sexual propio, y que lo que ella demanda es que el
sujeto activo no haya realizado ninguno de esos comportamientos con participación de
un menor de doce años. En cambio, respecto de la conducta básica de la figura,
expresada bajo la fórmula realizare acciones de significación sexual, no existe, en
verdad, ninguna limitación. Puede tratarse, en consecuencia, de cualquier clase de
actos: individuales (en el sentido de realizado por el sujeto activo sin la intervención de
otra persona) o colectivos; intrínsecamente lícitos o ilícitos (aunque la presencia del
menor los transforme aquí en ilícitos). La única limitación es que el comportamiento
tenga una connotación sexual, en el sentido que a esta última expresión dimos al
tratar el delito de abuso sexual propio. Aunque podría parecer injusto incluir aquí la
realización de actos tan disímiles y de tan distinta gravedad, no debe perderse de vista
que el fundamento del castigo no radica en la realización misma de estas acciones por
parte del sujeto activo, sino en el hecho de ejecutarlas en presencia de un menor; y,
desde este punto de vista, lo que realmente interesa es el poder corruptor que tiene
para un niño la contemplación de un acto sexual, sin que, para tal efecto, importe la
gravedad del comportamiento.
En consecuencia, no basta con hacer que el menor contemple, por ejemplo, el cuerpo
desnudo del sujeto activo o de otras personas, si ello no va acompañado de un
139
comportamiento que merezca el calificativo de acto en el sentido que ésta y otras
disposiciones del mismo título le asignan Vid. supra Capítulo VII, 3. c).
En esta segunda modalidad del mismo delito se sanciona al que "sin realizar una acción
sexual en los términos anteriores, hiciere ver o escuchar material pornográfico? (a la
persona menor de doce años)". Desde un punto de vista estructural, esta figura es
idéntica a la anterior, con la única diferencia de que el sujeto activo, en lugar de hacer
presenciar al menor una conducta sexual ejecutada por él mismo, lo determina a que
tenga acceso, por vía visual o auditiva, a material pornográfico. Cfr. DIEZ SANCHEZ: Los
delitos de exhibicionismo?, pp. 205-210.
Esta tercera modalidad del delito sanciona, también, al que "sin realizar una acción
sexual en los términos anteriores?, determinare (al menor de doce años) a realizar
acciones de significación sexual delante suyo o de otro". A diferencia de lo que sucede
en los casos anteriores, aquí se exige que el menor efectivamente realice actos de
connotación sexual. Lo característico de estos actos es el hecho de realizarse en
presencia del propio sujeto activo o de un tercero, lo cual no quiere decir que estos
últimos deban intervenir en su ejecución junto al menor. Porque de haber tal
participación, y en atención a la edad del sujeto pasivo, los hechos necesariamente
quedarán captados por los tipos de violación o de abuso sexual propio. Se trata en
140
consecuencia de actos que el menor ha de ejecutar por sí mismo, generalmente
prácticas automasturbatorias, sin que quepa descartar el empleo de algún objeto ni los
actos de bestialidad. Pero al igual que en las otras dos modalidades del delito, no basta
con obligar al menor a desnudarse, si ello no va acompañado de algún
comportamiento susceptible de calificarse como acto de significación sexual, en los
términos ya explicados. Vid. supra Cap. VII, 3. a). Sobre la improcedencia de tipificar de
manera autónoma esta conducta, LATORRE / RAMON GOMIS: Delitos de
exhibicionismo?, p. 65.
de material pornográfico
La última modalidad de este delito, contemplada en el inciso segundo del art. 366
quáter, sanciona a quien empleare a un menor de doce años en la producción de
material pornográfico. Aunque respecto de esta figura no se establece la exigencia de
que el sujeto activo no haya realizado por sí mismo una acción sexual, tal requisito de
todos modos resulta exigible, en atención a que si aquél efectivamente realizara una
acción de aquella naturaleza con participación de la víctima, el hecho necesariamente
quedaría captado por las figuras de violación o de abuso sexual propio. Y en razón de
esto mismo, los hechos de que puede dar cuenta el material pornográfico producido
son, en verdad, muy limitados. Porque si éstos consistieran en un acceso carnal o en
un acto susceptible de calificarse como abuso sexual propio, correspondería aplicar la
pena prevista en los artículos 362 ó 366 bis inciso segundo, respectivamente, ya que
de otro modo esos mismos comportamientos recibirían un trato penal más benigno,
por el solo hecho de ejecutarse con fines de producción pornográfica, lo cual, por
cierto, carece de toda justificación.
En relación con el sujeto pasivo, el tipo exige en sus cuatro modalidades que sea una
persona menor de doce años, pero en el inciso final del artículo 366 quáter se hace
extensiva la protección a las personas mayores de doce, pero menores de dieciocho
años, siempre que concurra la circunstancia del numerando primero del art. 361
(empleo de fuerza o intimidación), o cualquiera de las circunstancias enumeradas en el
artículo 363 (abuso de anomalía o perturbación mental, abuso de una relación de
dependencia, abuso del grave desamparo de la víctima y abuso de su inexperiencia o
ignorancia sexual). Sobre el alcance de estas modalidades ejecutivas, Vid. supra Cap. V,
4, a), b) y Cap. VI, 5.
El hecho que otras personas intervengan, voluntariamente por cierto, como simples
observadores de cualquiera de las conductas que configuran este delito, las convierte
141
en coautores, de conformidad con los numerandos 1 ó 3 del art. 15 del C. Penal,
dependiendo de la forma concreta que hubiere asumido su intervención.
Si bien en la mayor parte de los casos el sujeto activo intervendrá contra o sin la
voluntad del menor, la ausencia de consentimiento no es, en modo alguno, un
elemento inherente al delito. Al respecto, no debemos olvidar que el ordenamiento
jurídico simplemente desconoce validez a la aquiescencia que un menor de doce años
eventualmente pudiera prestar a la realización de actos de significación sexual; y, por
otra parte, tampoco debemos perder de vista que, en este caso, el tipo no contiene
elemento alguno del cual pueda deducirse un requerimiento en orden a que el sujeto
activo violente la voluntad de la víctima. De manera que el delito se consuma aunque
el menor haya consentido la realización de los actos que lo configuran, y aun cuando
éstos tengan origen en la propia iniciativa de la víctima.
Todas las figuras del delito de abuso sexual impropio admiten únicamente una forma
de ejecución dolosa. En relación con la intensidad de este elemento, entendemos que
el tipo sólo se satisface con la concurrencia de dolo directo; entre otras razones, por
una cuestión de orden sistemático: si, como se dijo, el tipo de abuso sexual propio
exige esa clase de dolo, sería ilógico (y, por cierto, injusto) que la figura que ahora
comentamos comprendiera tanto el dolo directo como el eventual, en circunstancias
que este último delito sólo es un complemento de aquél y, en todo caso, incluye
conductas a las cuales la ley confiere un menor desvalor. En un sentido diverso, DIEZ
SANCHEZ: Los delitos de exhibicionismo?, p. 100.
142
CAPITULO IX: El delito de favorecimiento
El delito de favorecimiento
de la prostitucion
1. Explicacion general
El artículo 367 del Código Penal tradicionalmente dio cabida a un tipo que sancionaba
a quien, "habitualmente o con abuso de autoridad o confianza, promoviere o facilitare
la prostitución o corrupción de menores de edad, para satisfacer los deseos de otro?".
Tras la reforma introducida por la Ley Nº 19.617, aquel artículo sigue siendo la fuente
del mismo delito, con la salvedad de haberse suprimido la referencia a la corrupción de
menores.
La presencia de un tipo como el que ahora nos ocupa carece de toda justificación
frente al actual esquema de los delitos sexuales. Todo ello sin contar con que "parece
discutible la punición del rufianismo, dado que no se trata de un comportamiento
antisocial claramente delimitable, sino de una forma de vida parasitaria, asocial, más
bien". En este sentido, JAGER: Política juridicopenal y ciencia, p. 292.
143
oportunidad por un tercero, aquél podría ser sancionado conforme al art. 367, con una
pena superior a la que merecería el autor del acceso carnal (quien sería castigado a
título de violación), pese a que en estricto rigor el primero de los nombrados sólo
intervino como cómplice o como instigador del hecho.
Todos estos ejemplos demuestran que lo lógico hubiera sido que el legislador de la Ley
Nº 19.617 optara por prescindir del castigo del favorecimiento de la prostitución, tal
como acertadamente lo hizo respecto de la conducta de corrupción de menores que
antes contemplaba el mismo artículo 367. Porque indudablemente sería mucho más
justo sancionar los actos que hoy merecen tal denominación según la calificación que
en estricto rigor jurídico les corresponde, es decir, complicidad o instigación de los
delitos de violación, estupro o abuso sexual.
144
de lesividad y proporcionalidad; y que el castigo sólo se imponga en aquellos casos en
que exista un efectivo detrimento de los derechos de una persona en concreto. Sobre
el derecho portugués, muy ilustrativo al respecto, cfr. MAIA GONÇALVES (1996), p.
638.
2. Conductas tipicas
Según el criterio dominante entre los autores, promover significa inducir o inclinar a
otro hacia la realización de un determinado comportamiento. Se trata, en
consecuencia, de una actitud análoga a la instigación delictiva y que consiste,
básicamente, en formar en otro individuo la resolución de ejecutar un acto o
desarrollar una determinada actividad: en este caso, la prostitución. Respecto del
término facilitar, hay acuerdo también en que éste alude a cualquier acto de
cooperación que haga posible o más expedito el desarrollo del comercio sexual. En
general sobre el sentido de las expresiones que la ley utiliza para aludir a la conducta
de este delito, cfr. con referencia al derecho argentino, DONNA (1999), pp. 454-459, y
FONTAN BALESTRA (1996), pp. 111-112; y, con relación al derecho español,
CARBONELL MATEU: Los delitos relativos a la prostitución?, pp. 89-91, y RODRIGUEZ
RAMOS (1994), pp. 234-235.
Contrariamente a lo que ocurre con el sentido de los verbos rectores que sirven de
base a este delito, no existe acuerdo a nivel doctrinal y jurisprudencial sobre el
significado del término prostitución. Mientras algunos ponen énfasis en el carácter
mercantil de esta actividad, es decir, en que ella implica el ejercicio de actos sexuales a
cambio de un precio; Tal es la apreciación de MUÑOZ CONDE (1996), p. 206.
145
La verdad, sin embargo, es que ninguno de la factores recién apuntados permite
establecer por sí mismo que una persona ha ejercido la prostitución; de modo que la
determinación de este aspecto será el resultado de un juicio de valor basado,
precisamente, en una consideración conjunta de todos ellos Porque, como enseña
POLAINO NAVARRETE (1993, p. 332), la prostitución ha de entenderse en un "sentido
amplio y flexible, que permita comprender en la misma cualesquiera formas de
comportamiento sexual de la persona, con independencia del sexo, de los sujetos
afectados, de la normalidad de los actos practicados, de la frecuencia o habitualidad de
realización de los mismos y, en general, de cualesquiera factores limitativos del
ejercicio de una actividad sexual regida por el criterio de la venalidad".
Pese a que el tipo parece conformarse con que el sujeto activo promueva o facilite la
prostitución, la figura ha de ser concebida como un auténtico delito de resultado, que
exige la efectiva materialización del comercio sexual. En otras palabras, es necesario
que la víctima efectivamente se prostituya como consecuencia de los actos de
promoción o favorecimiento que hubiere realizado el hechor. Esta exigencia no sólo
deriva del empleo del vocablo prostitución, sino también de la necesidad de evitar que
la persona que sólo pone en peligro la indemnidad sexual de un menor sea castigada
con una pena más alta que la que corresponde aplicar a quien efectivamente lesiona
dicho interés.
El resultado exigido por el tipo consiste en que el menor -a instancias del sujeto activo-
debe ejercer la prostitución durante un cierto lapso; lo cual, como es obvio, supone
que aquél efectivamente desarrolle una actividad sexual. Si bien, en principio, no
interesa la naturaleza de los actos ejecutados (siempre que revistan una connotación
lúbrica), Vid. supra Cap. VII, 3. a).
para que estemos en presencia del resultado que la figura demanda, dichas conductas
deben ser constitutivas de delito (a saber: violación, estupro o abuso sexual), pues de
otro modo carecería de justificación el elevadísimo marco penal que la ley prevé para
el delito de favorecimiento de la prostitución, el cual es superior al de cada una de las
figuras recién mencionadas. Y, por esta misma razón, como también en virtud del
sentido natural y obvio del vocablo prostitución (que supone el ejercicio más o menos
permanente del comercio sexual), En este sentido, entre varios otros, DONNA (1999),
p. 452; FONTAN BALESTRA (1996), p. 113; GARRIDO GUZMAN: La prostitución?, pp.
172-174, y MERGEN: La prostitución, p. 169.
será necesario que el menor haya sido victimizado en más de una oportunidad;
obviamente, en contextos situacionales diversos. Vid. infra Cap. XIII, 2. b).
146
3. Las modalidades de ejecución de la conducta
Sin embargo, una interpretación que respete la coherencia interna del precepto lleva a
concluir que la habitualidad está referida al número de personas que han de resultar
afectadas con el comportamiento ilícito del hechor. De partida, si el vocablo
prostitución, como ya lo hemos explicado, lleva implícita la idea de una pluralidad de
relacionamientos por parte de la persona que ejerce el comercio sexual, sería ilógico -
y, por cierto, contrario al principio non bis in idem- suponer que al hablar de
habitualidad la ley se está refiriendo a la misma multiplicidad de actos que son
necesarios para estimar que la víctima efectivamente ejerció aquella forma de tráfico.
Este planteamiento guarda perfecta armonía con la propia redacción del precepto, el
cual utiliza el adverbio habitualmente en clara referencia a las formas verbales
promover y facilitar; y si promover la prostitución significa -como lo entiende la
generalidad de la doctrina- inducir o determinar a una persona a ejercer el comercio
sexual, no puede haber habitualidad -al menos en relación con esta hipótesis
conductual- si la persona inducida o determinada ha sido una sola.
147
4. Los sujetos del delito
Respecto de la víctima, el tipo exige que sea un menor de edad, es decir, una persona
que no haya cumplido los dieciocho años; y no contiene requerimiento alguno en
cuanto a su sexo. Si bien es cierto que en el pasado solía concebirse la prostitución
como una actividad eminentemente femenina, En realidad sin base alguna, porque, al
parecer, la prostitución masculina ha sido una constante a lo largo de toda la historia
de la humanidad. Sobre el particular, GARRIDO GUZMAN: La prostitución?, pp. 35-39.
148
El tipo formula un requerimiento expreso en orden a que el hechor ha de actuar
motivado por el propósito de satisfacer los deseos de otro. Tal exigencia, sin duda, es
superflua, porque la prostitución constituye en sí misma una vía de satisfacción del
apetito sexual para quienes entran en contacto con las personas que la ejercen. De
manera que no resulta imaginable una conducta de favorecimiento de la prostitución
que no tenga entre sus objetivos el brindar a otros la posibilidad de satisfacer el
instinto carnal. Aunque no se descarta la posibilidad de que alguien incurra en la
conducta que aquí se sanciona motivado por el interés de satisfacer su propio deseo,
este hecho aparece captado por la figura de abuso sexual impropio, contemplada en el
art. 366 quáter, de modo que la exigencia de actuar para satisfacer los deseos ajenos
tampoco podría tener su explicación en el simple propósito de excluir la actuación
realizada para propia satisfacción. En verdad, la exigencia que nos ocupa sólo tenía
explicación respecto de la otra modalidad que antes incluía el texto del artículo 367 -
esto es, el favorecimiento de la corrupción de menores-, pero al suprimirse esta última
conducta, la referencia carece por completo de sentido.
Pese a que la exigencia de que el sujeto actúe para satisfacer los deseos de otro no
dice relación con el dolo, sino que alude a una motivación, debe entenderse que el tipo
en verdad exige la concurrencia de dolo directo. En este mismo sentido, entre
nosotros, GARRIDO MONTT (1998, p. 320). En España, admiten la posibilidad de que el
delito se cometa con dolo eventual, LANDECHO VELASCO / MOLINA BLAZQUEZ (1996),
p. 129.
6. Iter criminis
La mayor parte de los autores entiende que la figura en estudio corresponde a un tipo
de mera actividad y, en tal virtud, se postula que no cabe el castigo de este hecho en
etapa de delito frustrado. Por la misma razón, un sector minoritario de la doctrina
afirma que tampoco es posible apreciar aquí la tentativa. Así lo sostienen, en Chile,
GARRIDO MONTT (1998), p. 321, y GONZALEZ JARA: El delito de promoción o
facilitación?, pp. 128-129.
149
Como ya se explicó, el delito de favorecimiento de la prostitución corresponde a una
hipótesis de resultado, Vid. supra Cap. IX, 2.
7. Autoría y participación
La Ley Nº 19.409, de 1995, introdujo un artículo 367 bis en el Código Penal, que
sanciona una forma específica de favorecimiento de la prostitución: aquella que
consiste en promover o facilitar la entrada o salida de personas del país para que éstas
ejerzan la prostitución en el territorio nacional o en el extranjero.
Las conductas básicas de esta figura -promover o facilitar- tienen aquí el mismo
significado que ya explicamos respecto del tipo genérico de favorecimiento de la
prostitución. La única diferencia es que tales acciones están encaminadas, de modo
150
inmediato, a lograr que las personas entren o salgan del territorio nacional; y, en
forma mediata, a permitir que efectivamente ejerzan la prostitución. Pero no debe
perderse de vista que el tipo demanda "la entrada o salida de personas del país", de
manera que no cabe tener por configurado este delito si la víctima no cruza
efectivamente las fronteras nacionales. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre con
la figura del artículo 367, aquí no se requiere que la víctima haya alcanzado a
prostituirse, como lo deja de manifiesto el empleo de la preposición para, que
indudablemente alude a la simple motivación que ha de presidir la actuación del sujeto
activo.
Este planteamiento, sin embargo, nos parece equivocado, pues el tipo demanda que la
actuación se encamine a que las personas involucradas efectivamente ejerzan la
prostitución. De manera que la posibilidad de que ello ocurra es un elemento objetivo
del tipo, que, al igual que todos los componentes de la misma índole, ha de
encontrarse cubierto por el dolo; sin que corresponda, desde un punto de vista
sistemático, atribuirles la calidad de elementos subjetivos autónomos.
Esta figura contempla dos modalidades: una que cabría calificar de simple y otra,
agravada. Esta última situación se da en los siguientes casos: a) cuando la víctima fuere
menor de edad (en la modalidad simple no existe un límite en este sentido); b) Cuando
se ejerce violencia o intimidación; c) cuando el agente actúa mediante engaño o con
abuso de autoridad o confianza; d) cuando el autor fuere ascendiente, descendiente,
marido, hermano, tutor, curador o encargado de la educación de la víctima; e) cuando
el hechor se vale del estado de desamparo en que aquélla se encuentra; y f) cuando
exista habitualidad en la conducta del agente.
la indemnidad sexual
151
1. Explicacion general
Los artículos 373 y 374 del Código Penal contemplan dos figuras delictivas que la
doctrina chilena suele englobar bajo el concepto genérico de ultrajes públicos a las
buenas costumbres, siguiendo la terminología que utiliza el epígrafe del párrafo 8º del
Título VII. Tienen en común estas figuras la exigencia de que un hecho con contenido
sexual se realice en presencia de otras personas que no hayan tomado parte en su
ejecución.
La amplitud de los términos que utiliza la ley, particularmente en el artículo 373, torna
muy difícil la tarea de fijar el fundamento que ha tenido en vista el legislador al tipificar
estas infracciones. Sin embargo, la opinión mayoritaria entre los autores chilenos
considera que lo protegido es aquí el pudor público, entendiendo por tal los
sentimientos predominantes en la colectividad en cuanto al ejercicio de la actividad
sexual, porque "la exhibición pública de tal actividad es considerada ofensiva por la
generalidad de los ciudadanos, y este sentimiento es el tutelado por la ley".
ETCHEBERRY (1998), IV, p. 86. En un sentido análogo, GARRIDO MONTT (1998), pp.
330-331. Hay autores que justifican el castigo de conductas análogas a las que
contempla el artículo 373 del Código Penal chileno, argumentando que ellas importan
una actitud de desprecio hacia los demás. De esta opinión, por ejemplo, ROEMER:
Sexualidad, derecho y política pública, p. 92.
Este planteamiento no sólo merece reparos en orden a sus fundamentos, sino que,
además, trae consigo varias consecuencias que resultan inaceptables desde la
perspectiva de un ordenamiento que privilegie a la persona por sobre cualquier
consideración de índole social. De acuerdo con aquel planteamiento, en efecto, lo
lesionado no sería el pudor individual, esto es, el sentimiento de una persona en
concreto, sino las expectativas sociales acerca de la forma en que cada cual ha de
comportarse en su vida sexual. Y de acuerdo con esta interpretación, el artículo 373 no
exigiría que el "hecho de grave escándalo o trascendencia" haya ofendido a persona
alguna: sólo se requeriría que sea atentatorio en contra de las buenas costumbres y
que haya trascendido o escandalizado a un grupo (que puede ser uno muy distinto de
aquel que a lo mejor presenció el hecho). Asimismo, en el caso del artículo 374, la
venta, distribución o exhibición de material pornográfico será merecedora de sanción
aunque haya sido efectuada ante la total complacencia de quienes lo adquirieron o
tuvieron a la vista, porque lo que le confiere carácter delictivo -según esta misma
opinión- es el hecho que aquel material, de acuerdo con una valoración estrictamente
social, sea contrario a las buenas costumbres.
152
Es por ello que si queremos darle algún grado de aplicación a estos preceptos, resulta
indispensable concebirlos como atentados en contra de la indemnidad sexual de la
persona y ajustar a este parámetro la interpretación que hagamos de cada uno de
ellos: de ahí, pues, la fórmula con que denominamos el presente capítulo. Porque de
concebirse estas figuras como atentados en contra de las buenas costumbres o en
contra de un supuesto pudor colectivo, no quedaría otro camino que plantear
derechamente su inconstitucionalidad.
El artículo 373 del Código Penal sanciona a los que "de cualquier modo ofendieren el
pudor o las buenas costumbres con hechos de grave escándalo o trascendencia, no
comprendidos expresamente en otros artículos de este Código".
Por esta misma razón, un hecho no adquiere ese carácter por la sola circunstancia de
realizarse en un lugar público, si los propios hechores tomaron los resguardos para
procurar la privacidad del entorno o si, por cualquier motivo, no estaban dadas las
condiciones para que terceros pudieran llegar a presenciarlo; o si los espectadores
llegaron previamente advertidos de su realización. En todos estos sentidos se ha
pronunciado la jurisprudencia francesa. Cfr. VERON: Droit Pénal Spécial (1999), pp. 56-
57.
153
Ciertamente, no toda acción de índole sexual realizada en público reúne los requisitos
necesarios para que se configure este delito: para que ello ocurra será necesario que el
hecho efectivamente vulnere la indemnidad sexual, al menos, de una persona, la que
deberá verse efectivamente lesionada o -como dice el precepto, con una terminología
arcaica- escandalizada por la ejecución del hecho. Porque es perfectamente
imaginable que éste, pese a realizarse en público, no llegue a lesionar a los eventuales
espectadores, como sucedería, por ejemplo, si éstos hubieren pagado por presenciarlo
o hubieren concurrido de propia iniciativa advertidos de la inminencia de su ejecución.
Tampoco reúnen los requisitos necesarios para configurar el tipo las acciones
insignificantes, como el simple nudismo en una playa. En este sentido, CUERDA
ARNAU: Delitos contra la libertad sexual?, p. 81.
Haciendo referencia a la figura análoga que contempla el derecho alemán (art. 183 A
del Código Penal), Roxin sostiene que el tipo corresponde a un delito de resultado,
porque el conocimiento por parte de un tercero es un proceso autónomo frente a la
acción del autor, pero necesario para que se cumpla el tipo. ROXIN (1997), p. 328.
Desde un punto de vista subjetivo, la figura sólo admite una forma de ejecución
dolosa, y el dolo -que puede ser directo o eventual- ha de cubrir no sólo la certeza o la
posibilidad de que el hecho pueda ser presenciado por otros, sino también la
certidumbre o la probabilidad de que eventuales espectadores puedan verse afectados
en caso de llegar a presenciar la ejecución del delito. Algunos autores (por ejemplo,
DIEZ SANCHEZ: Los delitos de exhibicionismo?, p. 99) sostienen que la figura incluye
como elemento subjetivo del tipo el "fin de involucrar sexualmente a otro en un
contexto sexual", posición que debe ser rechazada, por ser éste un aspecto
inescindible del dolo. En tal sentido, BUSTOS (1986), pp. 154-155.
El artículo 495 Nº 5º del C. Penal contempla una falta que sanciona a quien
"públicamente ofendiere el pudor con acciones o dichos deshonestos". La base fáctica
es aquí la misma que en el delito previsto en el art. 373, esto es, un acto de
significación sexual. Pero la diferencia radica, por una parte, en que el
comportamiento exigido en la primera no precisa tener la gravedad requerida en la
segunda; y, por otra parte, en que la falta aludida no exige un efectivo detrimento de
la indemnidad sexual de una persona, lo cual la transforma en un verdadero delito de
peligro en contra de este mismo bien jurídico.
3. Difusión de pornografía
154
moralmente, no es socialmente nociva y en algunos casos puede incluso cooperar a
eliminar tensiones psíquicas", ROXIN (1997), p. 58.
Por último, la Ley Nº 19.617 complicó todavía más el ya confuso régimen penal de la
difusión de material pornográfico, porque incluyó algunas formas concretas de este
comportamiento dentro de la estructura del delito de abuso sexual impropio.
155
Desde otro punto de vista, el ámbito reservado a la intervención penal en esta materia,
se encuentra supeditado a la naturaleza del bien jurídico que se pretenda tutelar:
mientras en un ordenamiento sexual fundado en la idea de moralidad pública estará
prohibida tanto la producción como la exhibición de cualquier objeto que represente
gráfica o auditivamente un comportamiento lúbrico (porque, de acuerdo con los
cánones morales imperantes simplemente no resulta admisible la reproducción, ni
mucho menos la exhibición, de un comportamiento de esa índole), en un
ordenamiento que se funde en la idea de proteger la indemnidad sexual, en cambio,
sólo quedará prohibida la producción o la exhibición de material pornográfico en la
medida en que ello lesione los derechos de una persona determinada. Ejemplo típico
de la primera actitud es la regulación que entre nosotros contempla el artículo 20 de la
Ley sobre Abusos de Publicidad, que simplemente niega a todos los habitantes de la
República el acceso a cualquier objeto susceptible de ser calificado como obsceno
(recordemos que prohíbe y sanciona, indiscriminadamente, la importación, la venta, la
oferta, la distribución, la difusión y la exhibición de tales objetos). Ejemplo de la
segunda actitud, en cambio, es la regulación que contempla el artículo 186 del Código
Penal español, que sólo castiga la venta, la difusión y la exhibición de material
pornográfico "entre menores de edad o incapaces". Cfr. DIEZ SANCHEZ: Los delitos de
exhibicionismo?, pp. 105-109; MORALES PRATS / GARCIA ALBERO (1996), pp. 262-264,
y ORTS BERENGUER (1996), pp. 230-233. Sin duda, el ordenamiento jurídico cuenta
con otros instrumentos mucho más idóneos (que el recurso a la pena) para el control
de la circulación de material pornográfico. Sobre el particular, cfr. ELBERT: La cuestión
de los delitos sexuales?, pp. 25-26. En general sobre las razones que impiden el castigo
de la difusión de material pornográfico entre adultos, LATORRE / RAMON GOMIS:
Delitos de exhibicionismo?, pp. 53-54.
Como ya se adelantó, los comportamientos más graves aparecen captados por la figura
de abuso sexual impropio o indirecto contemplada en el artículo 366 quáter, que
sanciona a quien hiciere ver o escuchar material pornográfico y a quien empleare en la
producción de este mismo material a un menor de doce años (incisos primero y
segundo) y castiga, también, a quien ejecutare esas mismas conductas respecto de una
persona mayor de doce, pero menor de dieciocho años, si concurren algunas de las
modalidades del estupro o la violación. En todos estos casos, es claro que la norma
tiende a la protección de la indemnidad sexual del menor, de modo que la tipificación
de aquellas conductas no merece reparos.
Sin embargo, varias de las conductas que tipifica el artículo 20 de la Ley sobre Abusos
de Publicidad aparecen también referidas a menores de edad. En efecto, tras reseñar
las distintas hipótesis conductuales (básicamente, importación, distribución, venta,
difusión, oferta y exhibición) y establecer que tales comportamientos serán castigados
cuando se hicieren públicamente, la disposición agrega que la venta, la distribución o
la exhibición a menores de edad será punible, aunque no se efectúe públicamente.
Este último precepto ha de entenderse tácitamente derogado por el artículo 366 ter
156
del Código Penal, porque, en definitiva, regula el mismo hecho: la exhibición de
material pornográfico a un menor de edad. Si así no fuera, la disposición del Código
Penal recién mencionada no tendría ninguna posibilidad de ser aplicada; y, lo que es
más grave, de mantener su vigencia esta parte de la Ley sobre Abusos de Publicidad,
resultaría que la exhibición de material obsceno a un menor tendría asignada una pena
mayor cuando lo fuera a título gratuito (pues se aplicaría el artículo 366 ter) y una
pena menor cuando mediara una venta (pues se aplicaría el artículo 20 de dicha ley
especial). Y tratándose de una venta o exhibición a persona mayor de doce y menor de
dieciocho años efectuada, por ejemplo, mediando abuso de superioridad, tendría, por
lo general, una pena inferior (la que indica el artículo 366 quáter inciso final) a la que le
correspondería aplicar sin esa circunstancia (en virtud del aumento de pena previsto
en el artículo 20 de la Ley sobre Abusos de Publicidad).
El propio artículo 20 de la Ley sobre Abusos de Publicidad, por otra parte, dispone que,
respecto de las mismas conductas recién reseñadas, la pena se elevará al doble si su
ejecución "tiene por objeto la perversión de menores de dieciocho años". Este
precepto, en cuanto constituye un simple complemento de la norma que en general
sanciona la exhibición de material pornográfico a menores de edad, se encuentra, al
igual que ésta, tácitamente derogado por la nueva regulación que contempla el
artículo 366 quáter del Código Penal.
En relación con el resto de las conductas sancionadas por el artículo 20 de la Ley sobre
Abusos de Publicidad -es decir, la venta y la exhibición efectuadas a personas mayores
de edad-, en realidad, cabe expresar lo mismo que ya se dijo respecto de esas
conductas, pero referidas a menores de dieciocho años: que ha operado una
derogación tácita de las disposiciones que las contemplan. Porque si la Ley Nº 19.617
sometió a regulación esos comportamientos y optó por castigar únicamente su
ejecución respecto de menores de edad, ello quiere decir que la voluntad de la norma,
implícita en la actual regulación, es la impunidad de esas mismas conductas en el resto
de los casos. Para demostrarlo basta considerar que la producción y la difusión de
material pornográfico que afectan a menores de edad fueron incluidas dentro de un
delito -el de abuso sexual- que también considera como víctimas a personas mayores
de edad respecto de otros comportamientos.
157
derechos de una persona bajo el pretexto de obtener una finalidad estrictamente
social, cuanto porque importa una intolerable restricción de la libertad de comercio.
1. Explicacion general
Tras la reforma introducida por la Ley Nº 19.617, el artículo 365 del Código Penal
sanciona a quien accediere carnalmente a un menor de dieciocho años de su mismo
sexo, sin que medien las circunstancias de los delitos de violación o estupro. Esta figura
tiene como antecedente el delito de sodomía simple, Como ya se ha dicho, la doctrina
utilizaba este nombre para establecer una diferenciación con el delito de la sodomía
calificada, que antes figuraba en el inciso segundo del mismo artículo 365 y que
sancionaba el acceso carnal entre varones realizado sin el consentimiento de la
víctima, una conducta que hoy integra el delito de violación.
que antes contemplaba el inciso primero de este mismo artículo y que consistía -según
elaboración doctrinal y jurisprudencial, puesto que el tipo no describía la conducta- en
un acceso carnal mutuamente consentido entre varones. Sobre la diversidad de
acepciones que es posible atribuir al vocablo sodomía, cfr. ROEMER: Sexualidad,
derecho y política pública, pp. 175-177.
La supresión de la figura de sodomía simple obviamente se debe a los reparos que ella
merecía por vulnerar el principio de taxatividad (pues no mencionaba con exactitud el
hecho incriminado) y el principio de lesividad, porque en una relación sexual
libremente consentida entre personas adultas no existe un bien jurídico necesitado de
protección; En general, sobre la falta de fundamento del castigo de las relaciones
sexuales mutuamente consentidas entre varones, ACKERMANN: Sobre la cuestión de
la punibilidad?, pp. 155-165, y ROMERO SIRVENT: Delitos contra la libertad sexual, pp.
229-230. En particular sobre la falta de fundamento de la anterior figura de sodomía
simple, que contemplaba el artículo 365 del C. Penal chileno, ZAFFARONI: Sistemas
penales y derechos humanos?, p. 27.
Con todo, al margen de las críticas que con base en alguno de estos fundamentos
dirigió parte de la doctrina, Paradójicamente, la crítica más acerba en contra de la
subsistencia de una figura como la del artículo 365 del C. Penal chileno proviene de
autores extranjeros. Cfr., por ejemplo, BARBERO SANTOS: La fundamentación
doctrinal?, pp. 40-41; RIVACOBA: Evolución histórica?, p. 71, y ZAFFARONI: Los bienes
jurídicos protegidos?, pp. 211-212.
158
la verdad es que nadie planteó directamente la inconstitucionalidad del artículo 365
inciso primero, como hubiera sido de esperar, en atención al número e importancia de
las normas constitucionales que dicho precepto infringía.
Teniendo presente que los tipos de violación y estupro captan la totalidad de las
situaciones en que un adulto accede carnalmente a una persona de su mismo sexo,
mediando falta de consentimiento o una voluntad que no ha sido libre o
conscientemente emitida, debe entenderse que el tipo del artículo 365 presupone una
relación mutuamente consentida. Sin embargo, como este delito -según se explicará
más adelante- requiere que el menor asuma el papel de víctima, la única forma de
atribuir un sentido lógico al precepto será entender que lo sancionado es el hecho que
un individuo acceda carnalmente a un varón menor de dieciocho, quien, pese a haber
manifestado su consentimiento, se encuentra en situación de ser afectado en su
desarrollo psíquico o emocional. De no aceptarse este planteamiento, es decir, en caso
de entenderse que el artículo 365 capta cualquier forma de relacionamiento
homosexual en que esté involucrado un menor, sólo cabría plantear la
inconstitucionalidad del artículo, porque serían aplicables a su respecto las mismas
críticas que antes merecía la figura de sodomía simple. De hecho, implicaría
instrumentalizar una persona aplicándole una pena para el logro de un objetivo social
(y un objetivo, por lo demás inalcanzable), en abierta contradicción con las normas
constitucionales que proclaman el valor de la dignidad humana. Cfr. BAUER: El derecho
penal sexual?, pp. 23-26.
2. Conducta tipica
Sin embargo, puesto que el tipo exige que el hechor y la víctima sean personas del
mismo sexo, y no siendo posible (por la naturaleza de las cosas) que aquella conducta
sea ejecutada por una mujer, es suficientemente claro que lo que aquí se sanciona es
el acceso carnal de un varón a otro varón. Durante la tramitación del proyecto, la
Comisión Mixta sustituyó la fórmula tener relaciones sexuales (que figuraba en el texto
aprobado por la Cámara de Diputados), por la de acceder carnalmente, "para guardar
concordancia con las normas ya aprobadas en materia de violación y estupro y, en
general, con el contexto del proyecto, en que la alternativa es el acceso carnal u otra
acción sexual. Al mismo tiempo, con ello se deja en claro que el sujeto activo del
acceso carnal sólo puede ser un varón, lo que se hace cargo del hecho de que el
lesbianismo históricamente no ha estado sancionado" (Informe Comisión Mixta, p. 21).
159
Desde otro punto de vista, como el tipo demanda que sea el sujeto activo quien
acometa el acceso carnal respecto de la víctima, el delito no se configura (tal como
sucede con la violación y el estupro) si es el menor quien accede carnalmente a un
adulto.
Pero a diferencia de lo que ocurre con los delitos recién mencionados, el tipo de
corrupción de menores no indica la vía a través de la cual ha de realizarse el acceso
carnal; sin embargo, una interpretación acuciosa del precepto lleva a concluir que el
acceso carnal a que alude el artículo 365 es únicamente aquel que se realiza por vía
anal. Para comenzar, como la violación y el estupro especifican las cavidades a través
de las cuales ha de realizarse el acceso, el solo hecho que el tipo de corrupción de
menores no haga lo propio, es demostrativo de una voluntad más restrictiva para el
caso de este último. Pero lo más importante es que las prácticas de sexo oral, en
estricto rigor, no constituyen una forma de penetración, salvo que expresamente se les
dé ese carácter en virtud de una ficción, como efectivamente lo hacen los artículos 361
y 363. En consecuencia, si se trata de interpretar la locución acceso carnal conforme al
sentido natural y obvio de las palabras que la integran, forzoso es concluir que la
conducta del tipo de corrupción de menores no comprende aquello que para los
efectos de otros delitos constituye acceso carnal por vía oral.
Ya hemos señalado que una lectura apresurada del precepto puede llevar a concluir
que cada vez que un varón imputable accede carnalmente a un menor de su mismo
sexo, con la aquiescencia de éste, se configura el delito que ahora nos ocupa. Si así
fuera, sería menester admitir que el tipo se configura aunque la víctima sea mayor que
el presunto autor del delito (piénsese en un varón de dieciséis años que, actuando con
discernimiento, accede carnalmente a un individuo de diecisiete años) y aunque sea el
menor quien haya tomado la iniciativa y eventualmente convencido al otro sujeto para
la realización del hecho (como sucedería, por ejemplo, si aquél fuera una persona de
dieciséis años acostumbrada a ejercer la prostitución).
160
estas circunstancias, es preciso concluir que la exigencia de que el menor asuma el
papel de víctima del delito es un elemento objetivo del tipo de corrupción de menores,
sin cuya concurrencia aquél no puede tenerse por configurado. Y, de acuerdo con el
sentido que corresponde atribuir al propósito de tutela que subyace en esta figura, un
menor asumirá dicho papel cuando en razón de su edad y de su estado o experiencia
personal, esté en situación de poder ser afectado psíquica o emocionalmente en un
sentido que pueda alterar el normal desarrollo de su sexualidad. Tratándose de
impúberes, es decir, de menores que no han cumplido los catorce años, puede
razonablemente considerarse que tales individuos se encuentran, por regla general, en
la situación descrita. Respecto de los varones mayores de catorce, pero menores de
dieciocho años, el criterio ha de ser el opuesto. Sin embargo, éste es un punto sobre el
cual no cabe establecer parámetros definitivos, porque bajo la influencia de
circunstancias extraordinarias, es posible que el impúber no se encuentre en situación
de ser corrompido y, por el contrario, que sí se halle en tal situación quien ya ha
traspasado el límite etario de la pubertad. Esto último en algún caso francamente
excepcional y muy difícil de imaginar.
Sin embargo, puesto que el tipo no demanda una efectiva alteración en el normal
desarrollo psíquico y emocional de la víctima, no es éste un resultado exigible para la
configuración del delito, de manera que la figura de corrupción de menores, desde un
punto de vista material, corresponde a un delito de mera actividad.
5. Juicio critico
Si la intención del legislador era proteger a los varones menores de edad frente a
conductas que pudieran afectar el normal desarrollo de su sexualidad, no se
161
comprende por qué limitó el ámbito de aplicación de la figura únicamente a aquellos
casos en que el menor es accedido carnalmente por otro sujeto. Porque otros actos de
connotación sexual -como, por ejemplo, el hecho que el menor acceda carnalmente a
una persona de su mismo sexo y aun comportamientos que no impliquen acceso
carnal- tienen, de acuerdo con las circunstancias del caso, idéntico y tal vez mayor
poder corruptor que el hecho que el legislador optó por castigar. Y si el propósito era
el indicado, no alcanzamos a comprender qué razones podrían justificar que sólo los
varones obtengan esta forma de protección, en circunstancias que numerosos actos
expresivos de lesbianismo, pueden también traer como consecuencia una desviación
del normal desarrollo de la sexualidad de una niña.
Si, por otra parte, consideramos que los tipos de violación, estupro y abuso sexual
captan la totalidad de los casos en que el menor es objeto de una actividad sexual no
consentida (o no libremente consentida), la tipificación de una figura como la que
contempla el artículo 365 sólo se justifica por lo bajo del límite de edad en que la
normativa vigente considera a los menores capacitados para consentir válidamente la
realización de un acto sexual, esto es, doce años. Desde un punto de vista de política
criminal, desde luego, hubiera sido preferible que el legislador simplemente fijara un
límite más alto y que prescindiera de la tipificación de un delito como el que ahora nos
ocupa, el cual, aparte de introducir un factor de discriminación entre hombres y
mujeres, deja abierta la posibilidad para que un intérprete poco avisado entienda este
delito como una forma de sancionar el simple ejercicio de la homosexualidad
masculina, y no según el sentido de corrupción que la norma penal le confiere. Esta es,
precisamente, la forma en que la Comisión Mixta entendió el castigo de la figura del
artículo 365, pues, al afirmar que el proyecto "se hace cargo del hecho de que el
lesbianismo históricamente no ha estado sancionado", no sólo acepta la discriminación
que subyace en aquel precepto, sino que expresamente reconoce que su intención es
sancionar la homosexualidad masculina (Informe Comisión Mixta, p. 21).
El delito de incesto
1. Explicacion general
162
personas unidas por un vínculo de parentesco. Cfr. ETCHEBERRY (1998), IV, p. 40;
GARRIDO MONTT (1998), III, p. 303, y LABATUT (1992), II, pp. 141-142.
Por cierto, no se trata de que una persona imponga a otra la realización del acto
incriminado, como sucede en los auténticos delitos contra la indemnidad sexual, sino
de la ejecución voluntaria de la conducta por parte de dos individuos que, de no
mediar una circunstancia extraordinaria, responderán como coautores de un mismo
delito. La reforma penal de 1999 -aunque no eliminó el tipo, como era de esperar- sí
introdujo una importante limitación al establecer que el único vínculo que da lugar a la
configuración del delito es el parentesco por consanguinidad. También eliminó una
incomprensible referencia a la edad de los sujetos que contenía el texto anterior, pero
este cambio no tiene ninguna relevancia para la interpretación del precepto vigente.
Entre las varias razones que suelen esgrimirse en pro de la supresión de esta figura, al
menos según la forma en que la concibe el Código chileno, lo decisivo es la falta de un
interés que justifique el castigo del comportamiento incestuoso. Se dice, en efecto,
que las comprobaciones científicas más recientes ponen en evidencia que las
relaciones sexuales entre parientes consanguíneos no llevan implícito el riesgo de un
daño específico para la prole, factor este último que siempre se consideró como
decisivo para la tipificación del incesto; Porque "tales daños dependen -como en todos
los casos de un matrimonio o de un acto sexual- de las características genéticas -
buenas o malas- de hombre y mujer, características que son individuales en cada caso"
(BAUER: El derecho penal sexual?, p. 20). En el mismo sentido, entre las razones que
tuvieron en cuenta los profesores alemanes de derecho penal para plantear, en la
década de los años sesenta, la desincriminación del incesto en el Proyecto Alternativo
de Código Penal, estuvo "que en forma científicamente valedera puede afirmarse hoy
que el incesto, como tal, no representa ningún peligro especial para la herencia
biológica". Cfr., al respecto, BOIX REIG: Consideraciones político-criminales?, pp. 16-17,
y LAMBERTI: Reflexiones?, p. 222.
de manera que su pervivencia dentro del Código Penal sólo podría justificarse en el
interés del Estado por imponer sus propios cánones morales, aun pasando por sobre
las decisiones voluntarias del individuo, en relación con la forma en que cada cual
asume el ejercicio de la actividad sexual. Desde esta perspectiva, el único caso en que
podría resultar justificado el castigo del incesto es aquel en que un individuo fuerza a
una persona que es pariente suyo a mantener relaciones sexuales, o bien aprovecha la
situación de desvalimiento en que se encuentra la segunda; sin embargo, en tales
hipótesis parece suficiente el castigo que la ley reserva a título de violación o estupro,
más aún si se considera que en la mayor parte de esos casos operará, también, la
circunstancia agravante de parentesco. Salvo en el Código de 1928, la legislación
española nunca ha tipificado el incesto de manera autónoma. Antes de la entrada en
vigencia del Código de 1995, que tampoco lo contempla, fue tradicional en ese país su
configuración como una modalidad del estupro de prevalimiento. Cfr. RODRIGUEZ
163
DEVESA (1991), p. 191. Sobre las diversas soluciones legislativas frente al castigo de las
relaciones incestuosas, con acopio de antecedentes históricos, cfr. TIEGHI: Delitos
sexuales, pp. 383-399, y LAMBERTI: Reflexiones?, pp. 190-192.
2. La conducta tipica
la opción que parece más acorde con el fundamento de la norma es aquella que
restringe su significado a la penetración por vía vaginal, por ser éste el único acto
capaz de desencadenar el riesgo que se pretende evitar. Cualquier otro acto de
significación sexual realizado entre parientes consanguíneos queda fuera de la
descripción típica, salvo que implique ya un comienzo de ejecución de la conducta, en
cuyo caso el título de castigo se desplaza a una etapa previa a la consumación.
Atendida la naturaleza de la conducta exigida, el incesto no admite una forma de
ejecución omisiva.
3. El vinculo de parentesco
164
sólo de padre o de madre: en una y otra situación los hermanos son consanguíneos,
cumpliéndose la exigencia que el tipo formula. Y como el precepto no contiene ningún
otro requerimiento, las dos formas de parentesco allí mencionadas podrán tener
origen, indistintamente, en una relación matrimonial o extramatrimonial.
No configuran el delito de incesto las relaciones sexuales que mantengan dos personas
unidas por un vínculo de adopción, aunque se trate de la llamada adopción plena,
porque faltaría en este caso un elemento del tipo, cual es el carácter sanguíneo de los
lazos que han de unir a los hechores. Por esta misma razón, sí constituyen incesto las
relaciones sexuales que mantenga el adoptado con alguno de sus parientes de sangre.
Atendida su ubicación dentro del sistema del Código Penal, el incesto no admite
ejecución culposa. En cuanto al dolo, cabe señalar, en primer término, que el tipo exige
expresamente el conocimiento de la relación de parentesco, lo cual en concepto de
algunos es una exigencia redundante, Así lo afirma, entre nosotros, ETCHEBERRY
(1998), IV, p. 44.
pues aunque no se demandara tal cosa, ello sería de todos modos exigible, en cuanto
el dolo supone conocimiento de todos los elementos objetivos que integran el tipo
(entre los que se cuenta el parentesco, en el caso del incesto). Siendo efectivo lo
anterior, y precisamente por serlo, nos parece claro que aquella exigencia sólo puede
ser interpretada como el requerimiento de un mayor grado de certeza acerca de lo que
165
el sujeto ha de conocer, es decir, como un requerimiento de dolo directo. De la misma
opinión, GARRIDO MONTT (1998), p. 307.
Esta forma de entender la cláusula legal no sólo se funda en razones dogmáticas, sino
que también obedece al imperativo político criminal de restringir al máximo la
intervención punitiva, tanto más si se piensa que en esta materia el derecho penal ha
invadido un terreno que debió reservarse a la moral.
6. Juicio critico
Aun cuando fuera efectivo el supuesto daño que las relaciones incestuosas pudieran
ocasionar en la descendencia, el castigo de esta conducta tendría necesariamente que
constreñirse a aquellos casos en que ese eventual riesgo efectivamente se hubiera
concretado. Pero en la fórmula vigente, es clara la voluntad de la norma de castigar
aun cuando no exista la posibilidad de que se produzca el daño que ella misma
atribuye a esta clase de relaciones sexuales (por ejemplo, por razones patológicas o de
edad). Ello no viene sino a demostrar que el fundamento del castigo es simplemente la
consideración de que obra mal quien se relaciona sexualmente con un pariente suyo.
Relaciones concursales
1. Explicacion general
Tanto por el número e importancia de las valoraciones que subyacen a cada tipo, como
por las relaciones de proximidad que es posible establecer entre las diversas
infracciones del ámbito sexual, la determinación del título de castigo suele ser aquí una
tarea mucho más ardua que en cualquier otro sector del ordenamiento penal.
166
un mismo tipo, con el objeto de establecer si en este caso corresponde tener por
configurado el delito en una o en más oportunidades; analizaremos, enseguida, la
problemática del delito continuado, con el propósito de determinar si esta figura tiene
cabida en el ámbito de los delitos sexuales; nos preocuparemos, a continuación, de la
concurrencia entre dos o más de los delitos que integran este grupo de infracciones; y
examinaremos, por último, cuáles son los efectos que trae consigo la afectación de
otros bienes jurídicos, conjuntamente con el ataque a los intereses sexuales que sirven
de fundamento específico a cada una de esas infracciones.
Dentro del Código Penal, son numerosos los tipos que están estructurados sobre la
base de una pluralidad de conductas alternativas, como ocurre, por ejemplo, con el
delito de lesiones, cuyas conductas básicas son herir, golpear y maltratar de obra a
otra persona (art. 397 C. Penal). La doctrina siempre ha considerado que en estos
casos la ejecución de más de una de esas conductas no afecta a la configuración del
delito, ni agrega un mayor desvalor al hecho ejecutado. De modo que si, por ejemplo,
el hechor hiere, golpea y maltrata de obra a la víctima, en un mismo contexto espacio-
temporal, se entiende que se ha consumado un solo delito de lesiones. Y el mismo
criterio se utiliza para ponderar la ejecución de una misma conducta en más de una
oportunidad, como en el caso del hechor que golpea varias veces a la víctima, también
en un mismo contexto situacional.
Pero, en verdad, no existe ningún antecedente que obligue a limitar la aplicación del
criterio de la unidad de contexto situacional, únicamente a las figuras con pluralidad de
hipótesis alternativas; porque la razón que subyace en ese criterio es la inexistencia de
un mayor desvalor de acción o de resultado, y este fundamento concurre, por igual,
tanto en los tipos que contemplan una sola conducta, como en aquellos que se
estructuran sobre la base de dos o más comportamientos. En la medida en que la
167
multiplicidad de acciones ejecutadas respondan a una misma resolución delictiva, que
se adopta para ser realizada en un mismo contexto situacional, no hay ninguna
diferencia, a nivel de voluntad final, entre los varios comportamientos ejecutados, sin
que pueda decirse, por tanto, que haya en este caso un incremento del desvalor de
acción. Del mismo modo, la lesión del bien jurídico no se ve alterada, en orden a su
intensidad, cuando el ataque se verifica en un mismo contexto situacional que ha de
ser ponderado con una visión de conjunto; de manera que tampoco existe razón para
sostener que haya habido en este caso un incremento del desvalor de resultado.
Dentro del campo de los delitos sexuales, son varios los tipos que pueden dar lugar a
un caso de pluralidad de conductas en un mismo contexto situacional. En la
imposibilidad de referirnos a todos ellos, hemos escogido tres, que, a nuestro juicio,
clarifican convenientemente la forma en que dicho criterio puede operar en este
sector del ordenamiento penal: la violación, el estupro y el delito de abuso sexual.
En el caso anterior, el dolo del agente está representado por la voluntad de abusar de
la sexualidad de la víctima, durante el tiempo que tiene dicha sexualidad a su
disposición, y es esto, precisamente, lo que permite unificar los comportamientos,
porque, como señala Cury, para que haya unidad natural de acción el autor ha de
obrar "con la finalidad de realizar sólo una vez el tipo de injusto correspondiente y
exteriorizar su propósito en un contexto unitario". CURY (1992), II, p. 263. Cfr.
BACIGALUPO (1987), pp. 416-417.
Ahora, desde el punto de vista de la lesión del bien jurídico, tampoco se advierte en
estos casos la posibilidad de descomponer el ataque, según el número de veces en que
el autor hubiere accedido carnalmente a la víctima, porque mientras el hechor no
abandone el contexto de ejecución del delito, simplemente no puede hablarse de una
nueva lesión al objeto de tutela.
Bajo la antigua redacción del delito de abusos deshonestos, el propio tipo consideraba
una pluralidad de conductas, situación que era reconocida y aceptada por la doctrina.
En esta línea de pensamiento, Bascuñán Valdés en su oportunidad señaló que "La
acción delictiva del abuso deshonesto no es un hecho único, sino que puede consistir
168
en una gama de actos". Cfr. BASCUÑAN VALDES: El delito de abusos deshonestos, p.
127. Conforme a la actual redacción de la figura, la situación sigue siendo la misma; y,
en verdad, no podría ser de otro modo, porque la pluralidad de conductas es
connatural al abuso sexual, al igual como una lesión puede inferirse mediante un solo
golpe, y también a través de una secuencia de ellos. El propio texto de la ley reconoce
esta situación, a propósito del delito de abuso sexual impropio o indirecto, que castiga
a quien "sin realizar una acción sexual en los términos anteriores, para procurar su
excitación sexual o la excitación sexual de otro, realizare acciones de significación
sexual?" Y el argumento es perfectamente aplicable al delito de abuso sexual propio,
del cual el tipo anteriormente transcrito no constituye más que un simple
complemento.
Pese a que normalmente se plantea que esta figura, cuya elaboración primitiva se
vincula con los delitos patrimoniales, ha ido ampliando su campo de aplicación, Así,
por ejemplo, ARROYO DE LAS HERAS (1985, p. 798) afirma que "la tendencia actual es
la de dotar al delito continuado de un ámbito cada vez mayor, así en los delitos contra
el honor, estupro, abusos deshonestos, escándalo público, robo con fuerza en las
cosas, falsedades, etc."
169
y este planteamiento, por lo general, se hace extensivo a los delitos sexuales.
Con todo, es preciso tener en consideración tres cosas. Primero, que la figura del delito
continuado tiene su razón de ser en el propósito de no agravar la situación penal del
individuo que ejecuta varias conductas en el marco de una misma resolución delictiva,
Cfr., por todos, CANTARERO BANDRES (1990), p. 20.
de manera que la pena aplicable por este concepto, nunca puede ser superior a la que
resulte de considerar en forma aislada esas mismas conductas. Segundo, que el delito
continuado supone que las varias acciones sean ejecutadas en tiempos u ocasiones
distintos, Así lo entiende la generalidad de la doctrina. Cfr., por ejemplo, en España:
ANTON ONECA (1986), p. 498, y SAINZ CANTERO (1990), p. 854; en Chile: CURY (1992),
p. 266.
Y, tercero, que varios tipos admiten -e, incluso, algunos exigen- la realización plural de
un mismo comportamiento, como sucede en el caso del favorecimiento de la
prostitución.
170
3. Concurrencia de delitos sexuales
de abuso sexual
Si bien nadie discute que no cabe la aplicación conjunta de las penas previstas para los
delitos de violación y de abuso sexual, es común que se plantee la duda acerca de cuál
es el título de castigo en algunas situaciones concretas. La solución a este problema ha
de tener en consideración que los delitos de violación y abuso sexual vulneran el
mismo bien jurídico, y que sólo difieren en cuanto a la naturaleza del acto en el cual se
materializa su lesión: un acceso carnal, en el caso del primero; y cualquier otra acción
de índole sexual, en el segundo. Pero no cabe duda de que aquel comportamiento es
una especie dentro del género de las acciones sexuales, porque si hipotéticamente no
existiera el tipo de violación, lo que hoy se castiga bajo este título quedaría captado
por la figura de abuso sexual. Así, por lo demás, lo demuestra el hecho que el propio
tipo de abuso sexual excluya, expresamente, de su ámbito la conducta de acceso
carnal.
Y, desde otro punto de vista, habrá de tenerse en cuenta que la conducta de acceso
carnal ostenta -según el criterio del legislador chileno- un mayor desvalor que el resto
de las acciones sexuales.
Sobre la base de estos planteamientos, no cabe duda que entre violación y abuso
sexual existe un concurso aparente de leyes penales, solucionado, en principio, según
el criterio de la subsidiariedad expresa por el artículo 366 del Código Penal, cuando se
refiere a "una acción sexual distinta del acceso carnal".
171
ejemplo, en el simple empleo de violencia sin contenido lúbrico), hay, en cambio,
numerosas situaciones en que el intento de violar a la víctima se materializa en actos
que, desde ese mismo punto de vista, aparecen captados por la figura de abuso sexual.
En tales casos, la doctrina suele conferir primacía a la intención con que hubiere
actuado el sujeto, proponiendo como solución el castigo del hecho a título de tentativa
de violación. Cfr. LEDESMA: Notas de actualización?, pp. 82-84.
Sin embargo, en la actual regulación de los delitos sexuales, la pena asignada a esta
última figura es, por lo general, inferior a la pena que corresponde aplicar al abuso
sexual consumado, de manera que, cuando así lo fuere, no podrá afirmarse la primacía
de aquélla sobre éste en virtud del principio de absorción y la pena será aquella que la
ley prevé para el delito de abuso sexual. En algunas de las hipótesis de abuso sexual
indirecto o impropio, sin embargo, la sanción aplicable por este concepto es inferior a
aquella con que se conmina la tentativa de violación; en estos casos, como es obvio, no
existe inconveniente para estimar que el desvalor que la ley asigna a esas formas de
comportamiento sexual abusivo es inferior al que confiere a un intento de violación, y
el título de castigo será, precisamente, este último.
La relación entre los delitos de estupro y abuso sexual presenta las mismas
particularidades que la relación, ya examinada, entre este último delito y el de
violación. En efecto, entre estupro y abuso sexual existe un concurso aparente de leyes
penales que se encuentra también solucionado según el criterio de la subsidiariedad
expresa, en virtud de la cláusula "una acción distinta del acceso carnal" que utiliza el
artículo 366 del Código Penal. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre con el delito
de violación, la tentativa de estupro resulta siempre absorbida por la figura de abuso
sexual, tanto en su modalidad propia, contemplada en el artículo 366 Nº 2º, como en
su modalidad impropia, tipificada en el inciso tercero del artículo 366 quáter.
de incesto
Durante muchos años primó en nuestro país la opinión de que el acceso carnal de una
pariente, ejecutado sin la voluntad de ésta, configura un concurso ideal de delitos, por
cuanto dicho comportamiento cumpliría las exigencias típicas tanto de la violación
como del incesto. En este sentido, LABATUT (1992), II, p. 141, y NOVOA (1985), II, pp.
277-278 y 301. De la misma opinión, en la dogmática alemana, JESCHECK (1981) p.
1011; STRATENWERTH (1982), pp. 357-358, y WELZEL (1993), p. 273.
172
efecto, que la primera de esas infracciones, en cuanto contempla ciertas modalidades
de ejecución particulares o exige que la víctima sea menor de doce años, sería especial
respecto del delito de incesto, el cual no formula tales exigencias respecto de la
conducta de acceso carnal. Este planteamiento ha sido acogido por algunas decisiones
judiciales recientes. Cfr. GARRIDO MONTT (1998) III, p. 307.
Una tercera posición, que también cuenta con apoyo jurisprudencial reciente, sostiene
que el título de castigo en este caso es simplemente la violación, no porque exista un
concurso aparente de normas que deba solucionarse a favor de ese tipo, sino
simplemente porque el acceso carnal no consentido es ajeno a los requerimientos que
formula el delito de incesto. Este es el planteamiento que, según deducimos de sus
expresiones, acogen ETCHEBERRY (1998), IV, p. 44, y GARRIDO MONTT (1998), III, pp.
306-307. Cfr., con base en el derecho mexicano, AMUCHATEGUI REQUENA (1993), p.
316, y ROEMER: Sexualidad, derecho y política pública, p. 119.
Esta es la posición que cabe sostener, también, frente a la actual regulación de los
delitos sexuales. No puede plantearse, en efecto, que entre violación e incesto se dé
una relación de especialidad, porque ni el primero exige un vínculo de parentesco, ni el
segundo contempla modalidades de ejecución de la conducta o límites de edad
respecto de los sujetos. Y en cuanto a la posibilidad de que entre estas dos figuras
exista un concurso ideal de delitos, ello supondría (como, por lo demás, también lo
supone la solución del concurso aparente) que el acceso carnal no consentido
efectivamente encuadrara dentro de la figura de incesto, lo que en verdad no ocurre.
Porque, en relación con esta última, la voluntad de ambos intervinientes en el acceso
carnal es un elemento del tipo, de manera que la concurrencia de alguna de la
modalidades ejecutivas de la violación, o el hecho de ser uno de aquéllos menor de
doce años, determina que el comportamiento sea atípico respecto del incesto y que el
único título de castigo posible sea, precisamente, el delito de violación.
de otros delitos
a) La muerte de la víctima
Aunque la muerte de la víctima suele vincularse con aquellas hipótesis delictivas que
demandan el empleo de violencia -y, particularmente con el delito de violación- la
verdad es que dicho resultado puede sobrevenir en cualquiera de los supuestos
comisivos de los delitos que atentan contra la indemnidad sexual. La muerte del sujeto
pasivo, en efecto, puede tener su causa en la propia ejecución de la conducta
incriminada (como si, a consecuencia de ella, se desencadena un cuadro infeccioso); en
la utilización de cualquier medio de comisión, aunque no sea violento (por ejemplo, el
suministro de alguna substancia con el propósito de adormecer a la víctima) e, incluso,
173
en la impresión que puede provocar en el ofendido la inminencia del ataque sexual.
Sobre las soluciones que en relación con este punto ofrece el derecho argentino, cfr.
SPROVIERO: Delito de violación, pp. 170-174.
Desde otro punto de vista, el hecho que la figura exija que la violación y el homicidio se
cometan significa que han de darse todos los presupuestos necesarios para imputar
objetiva y subjetivamente al autor, tanto la muerte como la violación de la víctima. El
cambio de la expresión "causar" por "cometer" en verdad no altera la esencia de la
figura. Porque, si bien el texto anterior, en apariencias, consagraba un delito calificado
por el resultado, por mandato constitucional procedía exigir en este caso -como
actualmente lo exige el propio texto de la ley- la concurrencia de dolo. Cfr. RODRIGUEZ
COLLAO / DE LA FUENTE: El principio de culpabilidad?, pp. 150-152. En un sentido
favorable a la exigencia de dolo, conforme al texto derogado, ETCHEBERRY (1998), pp.
59-60. En contra, GARRIDO MONTT (1998), pp. 329-330.
Por lo que concierne a la imputación subjetiva, no basta con que la muerte sea
atribuible a título de culpa, porque la figura que comentamos no se encuentra
tipificada entre los delitos contra las personas, de manera que no resultan aplicables
los tipos culposos que contemplan los artículos 490 y siguientes del Código Penal. En
necesario, en consecuencia, que el sujeto actúe dolosamente respecto de la muerte,
aunque como el tipo no contiene ninguna referencia de orden subjetivo, puede
tratarse, indistintamente, de dolo directo o eventual.
En cuanto a la penalidad de esta figura, el artículo 372 bis formula una distinción,
cuyos fundamentos resultan francamente incomprensibles: si la violación se ejecutare
por vía vaginal, en el caso de la mujer, o por vía anal, en el caso del varón, la sanción
aplicable será presidio perpetuo a muerte; si se ejecutare por una vía distinta de las
174
señaladas, la pena será presidio mayor en su grado máximo a presidio perpetuo. La
distinción no sólo es injustificable por el hecho que se haya establecido mayor pena
para la violación por vía anal en el caso del hombre, que en el caso de la mujer, sino
que también lo es por el hecho mismo de que se establezcan diferencias entre
distintas formas de acceso carnal que en el artículo 361 aparecen equiparadas.
En los casos de muerte sobreviniente a una violación que no resultan captados por la
figura del artículo 372 bis, y en los casos en que el homicidio sea ejecutado con ocasión
de otro delito -por ejemplo, abuso sexual- no cabe proponer una fórmula de solución
homogénea para todos ellos: se configurará un concurso ideal o un concurso material
de delitos En el mismo sentido, entre nosotros, ETCHEBERRY (1998), p. 59. Sobre la
admisibilidad de la figura del concurso ideal en estos casos, CARMONA SALGADO
(1981), pp. 214-215.
, dependiendo de si los actos ejecutados pueden calificarse como un solo hecho, según
lo exige el artículo 75, o si, por el contrario, corresponden a hechos independientes, en
cuyo caso la pena habrá de determinarse conforme a las pautas del artículo 74.
No debe perderse de vista que todos los atentados en contra de la indemnidad sexual
de una persona suponen que la víctima se encuentre con vida al momento de
ejecutarse la acción constitutiva de tales delitos. De modo que si el delincuente mata a
un individuo para cometer alguna forma de aberración sexual con su cadáver o si
comete tal aberración en el cadáver de la persona de quien originalmente pretendía
abusar en vida, el atentado sexual no se configura, sencillamente porque el bien
jurídico no existe. Cfr. GONZALEZ RUS: La violación?, p. 500; MUÑOZ CONDE (1996),
pp. 183-184; RUIZ VADILLO: Algunas consideraciones sobre el delito de violación?, p.
433, y ORTS BERENGUER (1996), p. 198.
Por último, siempre dentro del campo de los atentados en contra de la vida de las
personas, es posible que la víctima se encuentre embarazada al momento de la
ejecución del delito y que, en tales circunstancias, se produzca la muerte del ser en
gestación, ya como resultado de la propia acción delictiva, ya como consecuencia de
los medios ejecutivos utilizados. En estos casos se configura un concurso ideal En el
mismo sentido, entre otros, SUAREZ RODRIGUEZ: El delito de agresiones sexuales?, p.
387.
entre el delito de connotación sexual de que se trate (por ejemplo, violación o abuso
sexual) y el delito de aborto de los artículos 342 ó 343 del C. Penal, dependiendo de si
175
hay dolo directo o eventual respecto de la muerte del hijo. Si este último resultado
sólo es atribuible a título de culpa, el aborto ha de quedar impune.
Todos los delitos que atentan contra la indemnidad sexual de una persona pueden
traer como consecuencia, además, una lesión de la integridad física o psíquica de la
víctima, lo cual determina la necesidad de establecer si este último resultado se
encuentra o no incluido en el desvalor que subyace en cada una de esas infracciones.
Al respecto, tras examinar los tipos que importan un ataque sexual directo en contra
de la víctima, es de toda lógica sostener que al fijar la pena correspondiente a tales
infracciones, el legislador tiene que haber tomado en consideración el desvalor de las
lesiones que aquélla pudiere sufrir, simplemente porque ellas son inherentes a la
ejecución de la conducta o al empleo de algunos de los medios comisivos que los
propios tipos establecen. Nuestros tribunales han aplicado con bastante regularidad
este planteamiento. Cfr. las decisiones jurisprudenciales reseñadas por ETCHEBERRY
(1987) II, p.164; y una importante decisión judicial que data de 1980, en Revista de
Derecho y Jurisprudencia Nº LXXVII, sección 4ª, p. 161.
Por la razón antedicha, puede afirmarse que el tipo de violación contemplado en los
artículos 361 y 362 absorbe a las lesiones simplemente graves, menos graves y leves
que sufriere la víctima (arts. 397 Nº 2º, 399 y 494 Nº 5º), porque todas ellas tienen
asignado un margen de penalidad que, incluso en su tramo superior, es más bajo que
el mínimo de la pena aplicable a la violación. Los delitos de estupro y abuso sexual, en
cambio, atendida su menor penalidad, sólo consiguen absorber las lesiones menos
graves y leves que experimentare el sujeto pasivo. Cfr. DONNA (1999), pp. 413-414;
FONTAN BALESTRA (1996), p. 86, y SPROVIERO: Delito de violación, pp. 178-179.
Las lesiones que resultan absorbidas por los tipos de violación, estupro y abuso sexual
son aquellas que tienen algún grado de vinculación con el hecho constitutivo de tales
delitos, en el sentido de que sean inherentes a la actuación que la ley espera del sujeto
activo. Las lesiones que no fueren, de ese modo, necesarias para la perpetración del
hecho delictivo y, en general, aquellas que se causan con posterioridad al momento en
que el delito sexual hubiere alcanzado la consumación, no configuran un concurso
aparente de normas que deba resolverse conforme al principio de absorción, sino un
concurso material de delitos. Por su parte, las lesiones que en razón de su gravedad no
176
quedaren absorbidas por el tipo de índole sexual correspondiente, configurarán con
este, en la mayor parte de los casos, un concurso ideal de delitos, porque ambos
resultados delictivos emanarán de un mismo hecho, como lo exige el artículo 75 del
Código Penal. Una importante decisión sobre este punto, emanada de la actual Corte
de Apelaciones de San Miguel, que data de 1984, puede consultarse en Gaceta de los
Tribunales, Nº 47, 1984, p. 87.
177
constitucional que consagra el principio de imputación subjetiva (o de culpabilidad),
será necesario que el delincuente actúe dolosamente respecto de tal abuso sexual, aun
cuando éste fuere ejecutado por un tercero, como sucede en el caso del abuso sexual
impropio o indirecto. In extenso sobre este punto, RODRIGUEZ COLLAO / DE LA
FUENTE: El principio de culpabilidad?, pp. 127-128 y 150-152.
de modo que sólo cabe encuadrarlo dentro de las formas menos graves de secuestro o
de sustracción de menores, que son las que contemplan los artículos 141 inciso
primero y 142 Nº 2.
Circunstancias modificatorias
de responsabilidad
El artículo 368 del Código Penal concede efecto agravatorio al hecho de ser el autor del
delito "autoridad pública, ministro de un culto religioso, guardador, maestro,
empleado o encargado por cualquier título o causa de la educación, guarda, curación o
cuidado del ofendido."
178
culto religioso, sino que, además, la víctima tendrá que contarse entre las personas
respecto de quienes aquél ejerce su ministerio.
porque si este requisito es exigible para la configuración del hecho delictivo, cada vez
que el tipo exige que ésta se encuentre en una posición desventajosa -como ocurre en
los delitos de violación, estupro, abuso sexual y favorecimiento de la prostitución-, con
mayor razón habrá de exigirse lo mismo para decidir sobre la concurrencia de un
elemento que sólo incide en la graduación de la responsabilidad criminal.
Por tratarse de una circunstancia que supone la existencia de un vínculo previo entre
el autor y el sujeto pasivo, cabe dentro de la categoría de las circunstancias personales
y, por lo tanto, no se comunica a otras personas que hubieren intervenido en la
ejecución del delito.
Pese a que la norma no lo señala de modo expreso, debe entenderse que los
ascendientes de la víctima se encuentran incluidos en los términos de esta disposición,
siempre que los primeros estuvieren al cuidado de la segunda. Ello obedece a que tales
parientes sí aparecen mencionados en la agravante prevista en el artículo 371, que se
aplica, específicamente, a quienes hubieren intervenido como cómplices en el hecho
respectivo. De no aceptarse este planteamiento, resultaría que los ascendientes
quedarían sujetos a un trato más ventajoso que el resto de las personas mencionadas
en los artículos 368 y 371. Porque, en efecto, si tales ascendientes no estuvieran
incluidos en el primero de esos artículos, sólo verían agravada su responsabilidad (al
menos a este título) en caso de intervenir como cómplices, no así en el evento de
comportarse como autores; en cambio, el resto de los destinatarios de la norma vería
agravada su situación penal, tanto a nivel de autoría como de complicidad.
179
Por último, los efectos de la circunstancia no son los comunes a toda agravante, sino
los específicos que señala el inciso primero del artículo 368, es decir, que la pena se
impondrá "con exclusión de su grado mínimo, si ella consta de dos o más grados, o de
su mitad inferior, si la pena es un grado de una divisible".
Esta circunstancia no es más que una simple reiteración de la agravante anterior, con
la única diferencia de que en este caso los destinatarios de la norma no son los autores
del hecho respectivo, sino quienes hubieren intervenido como cómplices. En
consecuencia, tanto respecto del fundamento, como de los requisitos y del campo de
aplicación, cabe reiterar lo ya expresado en el acápite precedente. Asimismo, y por
idéntica razón, no cabe una aplicación conjunta de las circunstancias contempladas en
los artículos 368 y 371 del Código Penal.
El hecho que los cómplices, en este caso, reciban la pena correspondiente a los autores
no implica necesariamente una equiparación entre ambas categorías de intervinientes
en orden a la penalidad; porque si bien a los cómplices a quienes se aplique el artículo
371 recibirán la pena prevista para los autores, ésta podrá ser aplicada, respecto de
ellos, en toda su extensión. En cambio, los autores a quienes se aplique el artículo 368,
no podrán optar a los tramos mínimos de esa misma pena, conforme al efecto que ese
mismo artículo confiere a la agravante allí contemplada.
Varias son las circunstancias agravantes comunes que podrían suscitar dudas en
cuanto a la procedencia de aplicarlas respecto de los delitos sexuales, básicamente en
razón de que ello podría vulnerar el principio non bis in idem consagrado en el artículo
63 del Código Penal.
Entre tales circunstancias, tal vez la que genera un mayor margen de duda es la que
contempla el Nº 18 del artículo 12, esto es, la de "ejecutar el hecho con ofensa o
desprecio del respeto que por la dignidad, autoridad, edad o sexo mereciere el
ofendido, o en su morada, cuando él no haya provocado el suceso". Por lo que
concierne al respeto por la edad del ofendido, es claro que la circunstancia no puede
ser aplicada en el caso de la violación o del abuso sexual de un menor de doce años,
180
sobre todo si consideramos que tales hipótesis tienen asignada una pena más alta que
las otras modalidades de esos mismos delitos y que esta mayor penalidad puede
entenderse fundada -si bien no de modo exclusivo, porque también entran en juego
otros factores- en la desconsideración con que actúa el delincuente por la situación
personal de la víctima.
Por lo que atañe, ahora, al respeto que el ofendido mereciere en razón de su sexo, la
doctrina siempre entendió que la circunstancia era inherente al delito de violación, en
la medida en que éste contemplaba como único sujeto pasivo a la mujer. En cambio,
frente a la equiparación de ambos sexos en la actual estructura de los tipos de
violación y estupro, y aunque nadie podría razonablemente postular que la agravante
es aplicable en el caso de la violación o el estupro de un hombre, sí podría pensarse
que ella es admisible cuando la víctima sea una mujer. Este planteamiento, sin
embargo, no resulta coherente en el contexto de un ordenamiento jurídico respetuoso
del valor de la dignidad humana, una de cuyas bases esenciales es la proscripción de
cualquier forma de trato discriminatorio; ni resulta compatible con la voluntad
legislativa de propender a una total equiparación entre el hombre y la mujer, en lo que
respecta a la protección de los intereses de índole sexual. En la reforma del Código
Penal español de 5 de junio de 1983, se suprimió la agravante de desprecio del sexo,
por estimarse que dicha cláusula agravatoria era incoherente con el principio de
igualdad consagrado en el art. 14 de la Constitución española; y, en especial, conforme
al sentido que a esta garantía corresponde atribuir en un sistema político fundado en
la noción de Estado social y democrático de derecho. Cfr. CEREZO MIR (1990), pp. 150-
151.
En relación con la ofensa al respeto que por su dignidad mereciere una persona, tal
expresión no está tomada en el sentido de dignidad personal, es decir, como atributo
que corresponde a todo ser humano por el solo hecho de ser tal, sino que alude a la
cualidad de dignatario, es decir, a la posición de especial relevancia y respetabilidad
social de que suelen estar investidas algunas personas. Desde esta perspectiva, no hay
inconveniente para aplicar la agravante cuando la víctima se encuentre en la posición
descrita, como tampoco lo hay para aplicarla cuando la falta de consideración se
refiera al carácter de autoridad o a la morada de la víctima.
En relación con la agravante del Nº 6 del art. 12, esto es, la de "abusar el delincuente
de la superioridad de su sexo, de sus fuerzas o de las armas, en términos que el
ofendido no pudiera defenderse con probabilidades de repeler la ofensa", no cabe
duda que ella resulta incompatible con las hipótesis comisivas de los delitos de
violación, estupro y abuso sexual, pues en todas ellas subyace la idea de una posición
de inferioridad de la víctima en relación con el hechor. En el mismo sentido, NOVOA
(1985), II, p. 66. Así, por lo demás, lo han resuelto en varias ocasiones los tribunales
chilenos. Por ejemplo, en sentencia de la Corte de Apelaciones Pedro Aguirre Cerda, de
15 de abril de 1981 (considerando cuarto), en la cual se precisa que "?el abuso de las
fuerzas constituye una circunstancia inherente al delito de violación y es procedente
concluir que está incluida en aquellas circunstancias agravantes de tal manera
integrantes del delito que sin la concurrencia de ellas no puede cometerse, siendo de
las que se describen en el inciso 2º del artículo 63 del Código del ramo y que no
181
producen el efecto de aumentar la pena." (Cfr. VERDUGO MARINKOVIC: Código Penal,
p.738). Sobre el sentido y los fundamentos de la agravante, ALONSO ALAMO: El
sistema de las circunstancias?, pp. 508-520.
Ni siquiera es posible estimar dicha agravante cuando sean varios los autores del
delito, y pese a que esto indudablemente aumenta el grado de indefensión de la
víctima, porque en tales casos no se da un elemento distinto de aquellos que quedan
comprendidos dentro de las hipótesis que configuran aquella posición de inferioridad,
como, por ejemplo, la violencia, la intimidación o la imposibilidad de resistir. Cfr.
GONZALEZ RUS: La violación?, p. 538.
Acerca de la atenuante del Nº 3 del art. 11 del Código Penal, esto es, "la de haber
precedido inmediatamente de parte del ofendido, provocación o amenaza
proporcionada al delito", si bien es inimaginable un delito sexual motivado por una
amenaza previa, no cabe decir lo mismo de la provocación, que sí puede transformarse
en el factor desencadenante de un ataque de esta índole. Y aunque el ordenamiento
jurídico chileno no contempla una cláusula eximitoria de responsabilidad que permita
albergar una situación de inexigibilidad como la descrita, sí, al menos, le concede
efecto aminorante, a condición de que la actitud provocativa de la víctima haya sido
proporcionada al delito, es decir, de una intensidad tal que lograra excitar la libido del
hechor hasta el punto de que éste reaccionara en la forma en que lo hizo. Cfr. ARROYO
DE LAS HERAS (1985), pp 493-496.
182
Porque en determinados ambientes culturales, por ejemplo, es perfectamente posible
sostener que es menor la exigibilidad de una conducta diversa en el caso del varón que
incurre en una agresión sexual motivado por una imputación previa relativa a su falta
de virilidad.
Entre las varias dificultades que ofrece esta circunstancia, es preciso analizar en primer
término, por la importancia que el asunto reviste para la solución de otros problemas
que serán objeto de análisis posterior, la de si es obligatorio para el tribunal conceder
al parentesco el efecto de atenuante o agravante, o si, por el contrario, aquél está
facultado para prescindir de este antecedente en un caso concreto, absteniéndose de
otorgarle efecto en uno u otro sentido.
Por lo pronto, del simple examen de los términos en que aparece redactada la
disposición, se desprende que la circunstancia allí consignada sólo puede ser referida a
aquellos delitos que afecten a una persona natural, a través de la lesión o puesta en
peligro de un bien jurídico de su pertenencia, o bien aunque no tenga la titularidad de
dicho bien, cuando el agravio proviene de la propia ejecución de la conducta delictiva.
Dentro del concepto de agraviado, en efecto, no sólo queda comprendido el sujeto
pasivo de la infracción, como lo plantea CURY (1992, II, p. 180), sino también el
individuo que asume el papel de objeto material de la misma, cuando tales
condiciones no coincidieren en una misma persona. En este último sentido, MIR PUIG
(1986), p. 587.
183
porque la disposición no sólo atiende a la naturaleza de la infracción -concepto este
último que indudablemente está referido al bien jurídico que cada figura intenta
proteger-, sino también a los accidentes del hecho, expresión que permite incluir
cualquier antecedente circunstancial, como pueden ser, por ejemplo, los motivos y los
efectos del delito, que aparecen expresamente aludidos en la actual redacción de la
disposición análoga del derecho español, e incluso antecedentes relacionados con la
propia ejecución de la conducta.
Incluso en aquellos países en que por su naturaleza la circunstancia deba operar con
un efecto determinado (agravatorio o atenuatorio), es perfectamente posible que no
produzca tal efecto o que incluso produzca el efecto contrario, si los accidentes del
delito así lo justifican. Porque, tanto en razón de la naturaleza como de los accidentes
del delito, es factible que el tribunal decida no conceder al parentesco efecto
atenuatorio ni agravatorio. En este sentido, COBO DEL ROSAL / VIVES ANTON (1984), p.
781; MIR PUIG (1996), p. 649; MUÑOZ CONDE / GARCIA ARAN (1993), p. 433;
QUINTERO OLIVARES (1986), p. 610.
Así, por lo demás, lo ha entendido con mucha prudencia la Corte Suprema, Vid.
Sentencia de 28 de septiembre de 1988, en RDJ, tomo 85, 2ª parte, sección 4ª, pp. 126
ss.
porque si puede tener ambos sentidos, es lógico que en algún caso las razones que los
determinan se compensen y equilibren, con lo cual el parentesco podrá no ser
estimado ni para aumentar ni para disminuir la responsabilidad, como expresamente
lo ha reconocido también el Tribunal Supremo español. Cfr. ANTON ONECA (1986), p.
433.
En lo que dice relación ahora específicamente con la naturaleza del delito, existe una
tendencia generalizada por afirmar que en los delitos contra el honor y contra la
libertad, el parentesco no opera ni como agravante ni como atenuante. Cfr.
ETCHEBERRY (1998), II, p. 43.
Y en relación con los accidentes del delito, existe en la doctrina española una
tendencia a afirmar que la circunstancia no es procedente cuando el parentesco no
posee una real significación o no es motivo dotado de la suficiente intensidad y aunque
se trate de delitos en los cuales en otras ocasiones se estime la circunstancia. Cfr.
CEREZO MIR (1990), II, p. 146; MIR PUIG (1986), p. 586; QUINTANO RIPOLLES,
Compendio?, p. 363; RODRIGUEZ DEVESA (1991), p. 767.
Algunos estiman que la circunstancia opera como agravante cuando el agravio lo causa
un inferior a un superior y como atenuante cuando es al revés. Antón Oneca niega esta
184
posibilidad basándose en que en el parricidio padres e hijos aparecen equiparados.
También ocurre así en la agravante del art. 440 del Código Penal. ANTON ONECA
(1986), p. 433.
En relación con los fundamentos de esta circunstancia, Rivacoba estima que en los
casos en que ella opera como atenuante, se basa en una menor intensidad del juicio
de reproche "por permitir las relaciones de familia cierta laxitud en el cumplimiento de
determinados deberes jurídicos"; pero que cuando funciona como agravante, denota
una mayor ilicitud, porque a la lesión del bien jurídico propio de cada delito, se añade
un atentado en contra de "especiales deberes que el Derecho impone en su
constitución u organización y protección de la familia". RIVACOBA, Circunstancias
modificativas?, p. 492.
Aplicando los criterios expuestos, cabe rechazar, en primer término, la posibilidad que
el parentesco opere como agravante respecto de los delitos que atentan contra la
moralidad pública -como es el caso del incesto-, porque en ellos la titularidad del bien
jurídico protegido la asume la sociedad en su conjunto; y, al mismo tiempo, tales
infracciones no exigen un agravio personal a un individuo en concreto.
En relación con los delitos que atentan contra la indemnidad sexual, no cabe afirmar
de modo general que el parentesco opere en ellos como agravante o atenuante. Cfr.
RUIZ VADILLO: Algunas consideraciones sobre el delito de violación?, p. 441.
Operará en uno u otro sentido, en cada caso concreto, si de acuerdo con la naturaleza
y accidentes del delito, el vínculo de parentesco tiene la virtud de incrementar el
desvalor de resultado, en cuyo caso operará como agravante, o la virtud de justificar
185
una atenuación de la responsabilidad, sobre la base del criterio de la necesidad de la
sanción penal. En el resto de los casos, y siempre dentro del campo de los delitos que
atentan contra la indemnidad sexual, el parentesco no agrava ni atenúa la
responsabilidad penal del imputado.
1. Condiciones de perseguibilidad
Sin embargo, en caso que la víctima estuviere incapacitada para formular la denuncia o
que las otras personas recién mencionadas estuvieren imposibilitadas o implicadas en
el delito, se permite que la denuncia sea efectuada por cualquier persona que tome
conocimiento del hecho en razón de la actividad que desempeñe; e, incluso, se
autoriza al ministerio público para proceder de oficio. Puesto que la norma que
comentamos sólo dice relación con el inicio del procedimiento investigativo, es preciso
concluir que la substanciación de la causa criminal no está sujeta a ninguna limitación,
de manera que la violación, el estupro, la corrupción de menores y las figuras de abuso
sexual corresponden a lo que normalmente se designa como delitos de acción mixta.
Por el contrario, son delitos de acción pública: el favorecimiento de la prostitución, los
atentados públicos en contra de la indemnidad sexual, el incesto y la difusión de
material pornográfico.
186
cónyuge o conviviente cometiere violación o abuso sexual propio en contra de aquél
con quien hace vida común "no se dará curso al procedimiento o se dictará
sobreseimiento definitivo, a menos que la imposición o ejecución de la pena fuere
necesaria en atención a la gravedad de la ofensa infligida".
Puesto que, como ya ha sido dicho, en situaciones como la descrita el vínculo que une
al autor con la víctima no impide la configuración del delito, los efectos de esa relación
se proyectan exclusivamente sobre el campo de la responsabilidad penal, impidiendo
que ésta pueda hacerse efectiva. El hecho que en este caso sí se configura el delito,
aparece corroborado por el propio texto de la ley, el cual permite que se haga efectiva
la responsabilidad penal resultante de aquél, cuando la imposición o ejecución de la
pena fuere necesaria, en atención a la gravedad de la ofensa.
Por tratarse de una excusa legal absolutoria, la exención de pena prevista en el inciso
tercero del artículo 368 sólo debería beneficiar a las personas que tuvieren la calidad
de cónyuge o conviviente de la víctima. Sin embargo, la intervención de terceros
ajenos al vínculo matrimonial o de convivencia es un hecho que, indudablemente,
confiere a la ofensa una gravedad que justifica la aplicación de la pena, en los términos
del Nº 1 del inciso tercero del artículo 369, motivo por el cual en ese caso cabe
perseguir la responsabilidad tanto del cónyuge o conviviente, como la de los terceros
que hubieren intervenido en el hecho.
187
Por último, es preciso señalar que la excusa no contiene ninguna limitación en cuanto
al sexo del autor y de la víctima, de manera que, en el caso de una relación
matrimonial, puede beneficiar indistintamente al marido y a la mujer: al primero
respecto de los delitos de violación y de abuso sexual; a la segunda, sólo en relación
con este último delito. Y, en el caso de las relaciones no matrimoniales, la
indeterminación en cuanto al sexo trae consigo que la excusa sea aplicable tanto
respecto de relaciones de convivencia heterosexual, como de convivencia homosexual:
masculina y femenina en el caso del delito de abuso sexual; sólo masculina en el delito
de violación.
De conformidad con el artículo 93 Nº 5 del Código Penal, el perdón del ofendido opera
como causal de extinción de responsabilidad criminal únicamente "por delitos
respecto de los cuales la ley sólo concede acción privada". En virtud de lo que dispone
esta norma, y en consideración a que ninguno de los delitos sexuales pertenece
actualmente a esa categoría, cabe afirmar que el perdón de la víctima no opera con
efecto extintivo en este sector del ordenamiento penal. En términos generales, la
doctrina se muestra reacia a aceptar que el perdón opere como causal de extinción de
responsabilidad penal en esta clase de delitos. Sobre los fundamentos de esta
posición, BOIX REIG: De la protección de la moral?, pp. 15-16. En términos más amplios
sobre el mismo tema, ALONSO RIMO: Implicancias de la perseguibilidad privada?, pp.
261-274.
Como excepción a este planteamiento, el Nº 2 del inciso tercero del artículo 369
dispone que "cualquiera sea la causa bajo la cual se perpetre el delito (se refiere a los
de violación y abuso sexual), a requerimiento del ofendido se pondrá término al
procedimiento, a menos que el juez no lo acepte por motivos fundados". Los
redactores de la norma tuvieron en cuenta que, después de entablada la acción, es
posible que "? se produzca una efectiva y espontánea reconciliación de la pareja y en
tal caso sería contraproducente que la ley obligara a continuar el procedimiento". Se
estimó, asimismo, que a través del recurso a los "motivos fundados", el juez podrá
rechazar el desistimiento si el perdón o la reconciliación no son verdaderos o si en ellos
intervino alguna forma de coacción. (Informe Comisión Mixta, p. 39).
Se trata, en consecuencia, de una forma específica de perdón que sólo opera entre
cónyuges y convivientes (así se desprende claramente del encabezado de aquel inciso
tercero) y que, para producir efecto, debe materializarse en una solicitud formulada
ante el tribunal que estuviere substanciando el procedimiento, de modo que no cabe
deducirlo a partir de otros hechos, como, por ejemplo, la circunstancia de que los
cónyuges o convivientes reinicien la vida en común. Tal como sucede con la excusa
legal absolutoria explicada en el acápite anterior, esta forma específica de perdón
procede cualquiera sea el sexo del autor y de la víctima; y, en el caso de la relación de
convivencia, ésta puede ser heterosexual u homosexual. Con todo, el ámbito de
aplicación del perdón es más amplio que el de la excusa legal absolutoria, porque,
respecto de la violación, la norma señala "cualquiera sea la causa bajo la cual se
188
perpetre el delito", con lo cual -aunque utilizando una terminología inapropiada- alude
a todas las modalidades de ejecución del artículo 361, incluso el empleo de fuerza o
intimidación.
2. Régimen de sanciones
a) Sanciones penales
A pesar de que estas dos medidas están destinadas a producir efectos en el campo del
derecho civil, es claro que aquel artículo les confiere el carácter de sanciones penales,
porque también las vincula con los conceptos de pena y condena que el propio texto
de la norma utiliza. De manera que estas medidas, al igual que la de sujeción a la
vigilancia de la autoridad, deben ser objeto de decisión expresa en la sentencia que
emite un juicio de condena en contra de quien ha sido considerado responsable de la
comisión de un delito de violación, estupro, abuso sexual o favorecimiento de la
prostitución.
189
b) Medidas de carácter civil
Por su parte, el artículo 370 bis del Código Penal dispone que el que fuere condenado
por los delitos de violación, estupro, abuso sexual, corrupción de menores y
favorecimiento de la prostitución, cometido en contra de una menor que fuere
pariente suya, "quedará privado de la patria potestad si la tuviere o inhabilitado para
obtenerla si no la tuviere y, además, de todos los derechos que por el ministerio de la
ley se le confieren respecto de la persona y bienes del ofendido, de sus ascendientes y
descendientes. El juez así lo declarará en la sentencia, decretará la emancipación del
menor si correspondiere, y ordenará dejar constancia de ello mediante subinscripción
practicada al margen de la inscripción de nacimiento del menor". El inciso segundo del
mismo artículo, previene que "el pariente condenado conservará, en cambio, todas las
obligaciones legales cuyo cumplimiento vaya en beneficio de la víctima o de sus
descendientes".
El artículo 30 de la misma Ley Nº 18.216 dispone que respecto de los condenados por
cualquiera de los delitos contemplados en los párrafos 5º y 6º del Título VII del Libro II
190
del Código Penal, el tribunal podrá imponer como condición para el otorgamiento de
los beneficios que aquella ley establece "que el condenado no ingrese ni acceda a las
inmediaciones del hogar, el establecimiento educacional o el lugar de trabajo del
ofendido". Esta cláusula restrictiva tiene una excepción en el caso que la víctima fuere
cónyuge o conviviente del condenado, pues, a petición de este último, el tribunal
podrá dejar sin efecto la condición, a menos que éste determine que la solicitud ha
sido formulada bajo coacción o que la medida puede poner en peligro a menores de
edad.
Por último, el inciso segundo del artículo 3º del Decreto Ley Nº 321, de 1925, sobre
libertad condicional, dispone que en el caso de las personas condenadas por violación
de un menor de doce años o por violación con homicidio, el otorgamiento de aquel
beneficio requiere el cumplimiento de los dos tercios de la condena, término este
último que es superior al que, como promedio, se exige para el resto de los delitos.
Aunque la ley establece con toda precisión un número limitado de medidas, los
propósitos recién indicados han de servir de guía a la actividad jurisdiccional y policial;
e incluso pueden considerarse como condición para la legitimidad de cualquier medida
que la autoridad adopte en el campo del juzgamiento y de la investigación de los
delitos sexuales. Porque de nada serviría la consagración expresa de tales medidas y su
riguroso acatamiento por parte de los órganos encargados de aplicarlas, si a través de
otros mecanismos o decisiones, no expresamente regulados, se somete a la víctima a
los mismos riesgos que aquéllas persiguen evitar.
Contempla, asimismo, la ley otra serie de medidas que tienen por objeto hacer más
expedita y oportuna -aunque no por eso menos rigurosa- la producción y la valoración
de algunos medios probatorios; lo cual también es expresión de una voluntad
legislativa que ha de ser tenida en cuenta por el órgano jurisdiccional, incluso en las
situaciones que no han sido expresamente reguladas en el campo de los delitos
sexuales.
En primer término, el artículo 372 ter del Código Penal dispone que "en los delitos
establecidos en los dos párrafos anteriores, el juez podrá en cualquier momento, a
petición de parte, o de oficio por razones fundadas, disponer las medidas de
191
protección del ofendido y su familia que estime convenientes, tales como la sujeción
del implicado a la vigilancia de una persona o institución determinada, las que
informarán periódicamente al tribunal; la prohibición de visitar el domicilio, el lugar de
trabajo o el establecimiento educacional del ofendido; la prohibición de aproximarse al
ofendido o a su familia, y, en su caso, la obligación de abandonar el hogar que
compartiere con aquél". Sobre los fundamentos de esta clase de medidas, cfr. GARCIA
-PABLOS DE MOLINA: La aportación de la victimología?, pp. 82-84. En el derecho
italiano, BERTOLINO: Violenza sessuale?, pp. 393-394, y FARINELLI: Aspetti forensi?,
pp. 377-378.
En cuanto a los sujetos aludidos por la norma, es claro que al hablar de implicado se
hace referencia, desde un punto de vista procesal, tanto al inculpado como al
procesado; y, desde un punto de vista penal, tanto al autor material de la conducta
exigida por el tipo, como a quienes hubieren tomado parte en la ejecución de hecho,
en calidad de coautores o partícipes. Asimismo, el adecuado resguardo de la víctima,
que es el fundamento de esta medida, obliga a interpretar el término delito en un
sentido amplio, que incluye no sólo el hecho consumado, sino también las etapas
(punibles) anteriores a la consumación. Y por familia ha de entenderse, conforme al
sentido que emana del conjunto de la preceptiva de los delitos sexuales, no sólo
aquella que tiene como base el matrimonio, sino también la que se funda en una
relación de convivencia.
Enseguida, el artículo 78 del Código de Procedimiento Penal dispone que "en las
causas relativas a los delitos previstos en los artículos 361 a 363 y 366 a 367 bis y, en lo
que fuere aplicable, también en los delitos previstos en los artículos 365 y 375 del
Código Penal, la identidad de la víctima se mantendrá en estricta reserva respecto de
terceros ajenos al proceso, a menos que ella consienta expresamente en su
divulgación. El juez deberá decretarlo así, y la reserva subsistirá incluso una vez que se
encuentre afinada la causa. La infracción a lo anterior será sancionada conforme a lo
dispuesto en el inciso cuarto del artículo 189. El tribunal deberá adoptar las demás
medidas que sean necesarias para garantizar la reserva y asegurar que todas las
actuaciones del proceso a que deba comparecer la víctima se lleven a cabo
privadamente".
Por último, el inciso final del artículo 351 del Código de Procedimiento Penal dispone:
"Tampoco procederá el careo entre inculpados o procesados y la víctima en los delitos
contemplados en los artículos 361 a 367 bis del Código Penal y en el artículo 375 del
mismo cuerpo legal. Si el juez lo estima indispensable para la comprobación del hecho
o la identificación del delincuente, deberá emplear el procedimiento indicado en el
192
inciso primero del artículo 355, reputándose a la víctima como testigo ausente, a
menos que ella consienta expresamente en el careo".
El artículo 145 bis del Código de Procedimiento Penal, en el inciso primero, dispone:
"Tratándose de los delitos previstos en los artículos 361 a 367 bis y en el artículo 375
del Código Penal, los hospitales, clínicas y establecimientos de salud semejantes, sean
públicos o privados, deberán practicar los reconocimientos, exámenes médicos y
pruebas biológicas conducentes a acreditar el cuerpo del delito y a identificar a los
partícipes en su comisión, debiendo conservar las pruebas y muestras
correspondientes".
Por su parte, el inciso segundo del mismo artículo agrega: "Se levantará acta, en
duplicado, del reconocimiento y de los exámenes realizados, la que será suscrita por el
jefe del establecimiento o de la respectiva sección y por los profesionales que los
hubieren practicado. Una copia se entregará a la víctima o a quien la tuviere bajo su
cuidado y la otra, así como las muestras obtenidas y los resultados de los análisis y
exámenes practicados, se mantendrán en custodia y bajo estricta reserva en la
dirección del hospital, clínica o establecimiento de salud, por un período no inferior a
un año, para ser remitidos al tribunal correspondiente".
El inciso final del mismo artículo dispone que "las copias del acta a que se refiere el
inciso precedente tendrán el mérito probatorio señalado en los artículos 472 y 473,
según corresponda", lo cual equivale a decir que los funcionarios de los
establecimientos asistenciales tienen, por el solo ministerio de la ley, la calidad jurídica
de peritos; y que el acta que ellos emiten tendrá el mismo valor que cualquier
dictamen pericial. En relación con esto último, es sabido que el valor probatorio de los
dictámenes periciales puede ser el indicado en el artículo 472, es decir, prueba
suficiente de la existencia de un hecho, o bien el que señala el artículo 473, esto es,
una presunción más o menos fundada acerca de la existencia de ese mismo hecho; y
que la diferencia entre uno y otro efecto radica en que mientras el primero exige la
concurrencia de dos dictámenes coincidentes, para el segundo basta la opinión de un
solo perito. Si bien el artículo que comentamos indica que el acta emitida por un
establecimiento asistencial puede tener, indistintamente, los dos efectos recién
mencionados, nada autoriza a sostener que en este caso se haya querido eximir a
aquel documento de los requisitos generales establecidos en los artículos 472 y 473
del Código de Procedimiento Penal. De manera que para producir el efecto de prueba
193
suficiente a que se refiere el primero de estos artículos, el acta tendrá que aparecer
suscrita, al menos, por dos facultativos.
El artículo 463 bis del Código de Procedimiento Penal dispone: "Tratándose de los
delitos contemplados en los artículos 361 a 367 bis y 375 del Código Penal, no regirán
las normas sobre inhabilidad de los testigos, contempladas en el artículo 460, que se
funden en razones de edad, parentesco, convivencia o dependencia".
Y, por último, el artículo 369 bis del Código Penal dispone que "en los procesos por los
delitos a que se refieren los dos párrafos anteriores, el juez apreciará la prueba
conforme con las reglas de la sana crítica".
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(I), 1987 (II), 1987 (III), 1988 (IV), 1988 (V).
INDICE
Introducción
a) El delito de rapto
b) El delito de violación
c) El delito de estupro
213
b) Las concreciones del reformismo
a) Sentido y alcance
c) Juicio crítico
a) Sentido y alcance
b) Proyecciones sistemáticas
e) Juicio crítico
c) Juicio crítico
c) Juicio crítico
214
CAPITULO IV: Bien jurídico protegido
1. Perspectiva política
b) El principio de lesividad
c) El principio de igualdad
2. Perspectiva axiológica
a) Explicación general
b) Sentido y alcance
c) Fundamentos
d) Proyecciones sistemáticas
1. Explicacion general
2. Conducta típica
a) Sentido y alcance
b) Momento consumativo
215
a) Empleo de fuerza
b) Intimidación de la víctima
6. Antijuridicidad
7. Iter criminis
8. Autoria y participacion
1. Explicación general
2. Conducta tipica
b) Relación de dependencia
7. Antijuridicidad
8. Iter criminis
216
a) La noción de abuso sexual en el derecho histórico chileno
a) Ambito de aplicación
7. Antijuridicidad
8. Iter criminis
9. Autoría y participación
1. Explicación general
2. Conductas tipicas
217
a) Realización de acciones de significación sexual
1. Explicacion general
2. Conductas tipicas
6. Iter criminis
7. Autoría y participación
1. Explicacion general
3. Difusión de pornografía
1. Explicacion general
2. Conducta tipica
218
4. Otros aspectos del delito
5. Juicio critico
1. Explicacion general
2. La conducta tipica
3. El vinculo de parentesco
6. Juicio critico
1. Explicacion general
a) La muerte de la víctima
219
2. Circunstancias agravantes comunes
1. Condiciones de perseguibilidad
2. Régimen de sanciones
a) Sanciones penales
BIBLIOGRAFIA
220