Para el eleatismo el ser es tautológico, idéntico y estático.
A pesar de los esfuerzos de
Leibniz y Hegel por darle dinamismo a esa vida espiritual (geist), hasta Dilthey y Ortega se inició un alejamiento de lo físico y lo natural al ponderar lo humano, y Dilthey desarrolló las “ciencias morales”, o de la cultura, con el mismo rigor que las naturales, liberándolas de filosofemas teológicos y desarrollando una filosofía de la vida y una psicología comprensiva orientada a una crítica de la razón histórica. La dimensión que le dio Dilthey a la Historia fue la vida humana, pero no como lapso, sino como introspección, como inmanencia, con base en los hechos empíricos, contemplando los hechos sociales con una visión holística. Esta atención a la vida, a diferencia del paradigma monista, fue trabajada por Croce, Ortega y Gasset y Collingwood. Otra aportación de Dilthey es que la Historia no sólo la producen los grandes hombres, también la conforman los hechos de la vida cotidiana y anónima, es decir, la vida del espíritu. De una visión cristiana de la Historia, la burguesía evolucionó a una sutileza y refinamiento, a una minuciosidad y dinamismo de métodos que se alejaban del metamundo y afianzaban los pies en este mundo, que está conformado por conciencia de clases e intereses y fines orientados económica, política e ideológicamente, elaborando la realidad social. El burgués se hizo histórico a sí mismo y así emergió el hombre actual. Esto condicionó una prédica diferenciada para el lego y el ilustrado, pero el burgués hizo suya la moral laica utilitarista y dejó al pueblo la moral eclesiástica amenazante. La ideología se hizo autónoma y devino, más que en sentidos históricos colectivos, populares y comunitarios, en una doctrina vital individualista. Esto cambió la cosmovisión burguesa, el infierno pasó de realidad a metáfora artística; dios, como monarca absoluto, pasó a ser monarca constitucional, respetuoso de los derechos del ciudadano y juez de delitos, que no de pecados. El historicismo surge en medio de un paradigma nomológico-deductivo, sub specie quantitatis, que ignoraba la razón histórica; los historicistas, por su parte, consideraban inútil esta metodología para relatar cualquier pasaje histórico, porque en él opera la vida humana promovida por actividades espirituales que hacen mudable a la realidad. El hombre, entonces, es irrepetible, se explica desde su cronotopo y se subsume en la autopoiesis, escapando del cálculo probabilístico, siendo causa sui, como decía Bergson. El programa vital es le yo de cada hombre y exige inestabilidad y elección, es decir, el hombre no es, sino que vive de manera azarosa, ajena a los determinismos. Esto no lo abarca ninguna ciencia natural, pero no somos res cogitans, en oposición a res extensa, sino cuerpo que siente, piensa y se distiende. ~La vida humana y sus nexos mundanos son recíprocos, pero también un enigma de libertad que se va urdiendo en una trama de filosofía e historia que sufren un intercambio vivo. Si para Ranke el fin de la Historia era acercarse a “lo que realmente aconteció”, para dotarlo de predicados judiciales, la crítica histórica ha acabado con la filosofía trascendente y le ha reconocido atributos empíricos a lo que antes se llamaba espíritu (Hegel), materia (Feuerbach) o voluntad (Nietzsche), que Croce llamaba dados marcados porque negaban la libertad humana implícita en una realidad fenoménica creativa. Croce, además, deslinda Historia de Literatura, pues la primera requiere una comprensión de los requerimientos de la vida práctica. Sus pretensiones de verdad son distintas de las artísticas, según Dilthey, y en la gnoseología antagonizan monistas (racionalistas, materialistas) con dualistas (empiristas, pluralistas, espiritualistas) que buscan identidad que distinga ser de devenir, para encontrar una historiografía armoniosa en fusión, no en confusión. Los problemas de la filosofía y la Historia tienen varias soluciones, determinadas por la praxis, pero esto no justifica las falsas historias, las vaguedades de lo que pudo haber acontecido; no hay lugar para la ontología tradicional, la realidad es un sistema donde se embona la vida de manera inesperada, inexorable y única. Para pensar sistemáticamente no se cuenta con suficientes variables, los conceptos valen sólo por el hueco que dejan los demás (Hegel). Las decisiones se toman, según Croce, en concordancia con las creencias que nos estructuran, por eso, teoría y práctica son inseparables. El pensamiento, sin acciones, deja de crear verdades, y las acciones, sin fines, son como un espasmo patológico. La dialéctica va de los valores morales a las urgencias prácticas, sin fatalismos, sin quiliasmos. Para Croce, la Historia de bronce es demagógica, igual que los determinismos. ~El conocimiento es un juicio histórico sobre las prácticas empíricas de la humanidad. La Historia de la filosofía lo es de diversas cosmovisiones, la incursión del historiador añade la significación para cierto cronotopo en la que la inmediatez no contiene al pensamiento individual, pero sí suma a lo constitutivo de la opinión colectiva que se manifiesta como dogma social que orienta teoría y praxis colectivas para que actúen en consecuencia. Al filósofo-historiador le toca hacer la correspondiente inducción para delinear las estructuras que sustentan la sistematización del pensamiento y acción, para que si el espíritu se mueve dentro de límites históricos, sus interpretaciones se expandan y, al compararse con otras colectividades, puedan percibirse interpretaciones permanentemente valederas, una especie de afinidad de la razón humana. Que el ser sea captado por el conocer. Si la Historia mira hacia la unicidad con valor cronotópico, no se excluye una universalidad que descanse en categorías generales como verdad, belleza, justicia, sacrificio moral, pues es arbitrario que se separen elementos que son uno solo, aunque con expresiones singulares temporo-espaciales. ~La diversidad es indicio de movimiento social, los antagonismos no excluyen evolución, pues sólo retrospectivamente se perciben coexistencias y sucesiones. El choque de principios antagónicos no es preludio de progreso o decadencia en el sentido comtiano, sino de nuevos contrastes, insatisfacciones y soluciones que, como toda obra humana, son inacabados. ~Siendo empírico, el objeto de la historia no se percibe, sino que es inferencial. Las reglas de las partes con el todo se van deduciendo, pero no a partir de testimonios preferenciales de testigos, autoridades, reliquias en particular, sino de toda una hermenéutica que considere la evidencia relevante disponible hasta encontrar una tendencia generalizada. Los libros de Historia plantean y solucionan un requerimiento específico, en sus valoraciones se verá si sabe presentar las cosas como se viven a partir de ejercicios intelectuales e intuitivos; si se hace bien, revitalizan el pasado al recrearlo, abstrayendo el acto mismo del pensamiento en su supervivencia, aunque no en su conciencia. Si sólo lo rescata en su inmediatez, lo niega. ~Dilthey trata de resolver el enigma de la correspondencia de las cosas finitas, su multiplicidad, dentro de las fronteras de lo individual, atendiendo a las manifestaciones de la vida, o referencias vitales, no buscándolas entre sujeto y objeto, sino cómo introyecta el sujeto su experiencia fenoménica antes de la formación teórica, esa transformación decisiva que se asienta en las creencias, que son mezcla de ideas y afectos, pues los hombres conviven con cuestiones respecto de las cuales no tienen certidumbre. Entonces, comprender no se puede alejar tanto de la metafísica; esa intelectualidad tiene base en las percepciones, en esa vivencia interna, empírica, sí, pero primaria, que percibe las conexiones. Es una visión panorámica, holista, que busca leyes “formativas” del espíritu, porque el mundo no coincide con la metodología nomológica. Entonces el sistema se basa en creencias jerárquicamente clasificadas en fundamentales y derivadas, así, la analogía no puede ser el método para el pasado, sino la comprensión, pero sí para la del presente de quien analiza, es decir, es contemporánea, con intereses teóricos y prácticos, por eso aporta autoconocimiento, porque el pasado es un presente que actúa en nosotros. La Historia es la ciencia del presente, dispone sub specie praeteritorum lo que realmente es experiencia actual, es una autognosis con apercibimiento de un tiempo perecedero. ~La Historia, como Ley, no permite juzgar a un hombre dos veces por el mismo delito. El historiador opone sus valores a los del cronotopo que estudia, pero no debe hacerlo con ligereza, sino con espíritu dialéctico. ~El programa de vida se ajusta a retos circunstanciales, pero, como la vida es ilusión, dicho programa no puede ser definitivo, tenderá a mejorar el todo social, para que el espíritu no muera, mediante la sociabilidad, que es el mejor producto de la libertad, por eso la Historia es ético-política, por solidaridad. Pastor, Marialba, Filosofía de la vida. Antología de textos, est. introd. María Rosa, Palazón Mayoral, México, UNAM, 2008, 181 p., (Colección Historiografías).