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S i l v i a Tu b e r t
Malestar en la palabra
El pensamiento crítico de Freud y la Viena de su tiempo
MALESTAR EN LA PALABRA
El pensamiento crítico de Freud
y la Viena de su tiempo
Silvia Tubert
MALESTAR EN LA PALABRA
El pensamiento crítico de Freud
y la Viena de su tiempo
B IB L IO T E C A N U EV A
Cubierta: A. Imbert
Primera parte
El psicoanálisis y la crítica del lenguaje
S egunda parte
El pensamiento crítico de Freud
B ib l io g r a f ía 321
IN T R O D U C C IÓ N
El conocimiento psicoanalítico es transforma
dor del mundo; con él se instaló en el mundo una
serena desconfianza, una sospecha desenmascara-
dora con respecto a los encubrimientos y aparien
cias engañosas del espíritu que una vez suscitada ya
no puede desaparecer. Esa sospecha infiltra la vida,
socava su cruda ingenuidad, le quita el pathos de la
ignorancia, la despoja de su grandilocuencia, al edu
carnos en el gusto por el understatement, como di
cen los ingleses, por la expresión más modesta que
hiperbólica, por la cultura de la palabra justa y dis
creta, que busca su fuerza en la sobriedad...
T homas M a n n , Freud und die Zukunft
Hace ahora cien años, en las postrimerías del siglo xix, Sig-
mund Freud produjo una revolución científica que modificó ra
dicalmente la concepción occidental del ser humano. El descu
brimiento freudiano generó un movimiento de vanguardia cuyos
efectos subversivos — que, paradójicamente, se contraponen al
dogmatismo de la mayoría de las instituciones destinadas a su
transmisión— habrían de conmover profundamente a todas las
14 S ilvia T u b e r t
2 Sonntag, Susan, «La estética del silencio» (1967), en Estilos radicales, Bar
celona, Múnich, 1985, pág. 23.
3 Sini, Cario, Pasar el signo, Madrid, Mondadori, 1989, pág. 370.
16 S ilvia T u b e r t
4 Gay, Peter, Freud. Una vida de nuestro tiempo, Barcelona, Paidós, 1989,
págs. 32-33.
I n t r o d u c c ió n 17
El psicoanálisis
crítica del lenguaje
R o b e r t M u sil , D iarios
I
El contexto histórico-social
del psicoanálisis
F reud y su m undo
humano ha llegado a ser lo que es6. Esto nos muestra, una vez
más, que Freud conservó a lo largo de su vida los intereses de su
adolescencia: en su Autobiografía relata que, en el momento en
que hubo de elegir carrera, se sentía «movido por una especie de
curiosidad que se dirigía, sin embargo, más a los asuntos huma
nos que a los objetos de la naturaleza» y añade: «Nunca he sido
un médico en el verdadero sentido de la palabra. El éxito de mi
vida consiste en que después de un rodeo he vuelto a encontrar
el camino que me condujo a mi senda primera»7.
Una parte de gran importancia en este interés por las diver
sas manifestaciones de la cultura corresponde al lenguaje. Freud
poseía, ante todo, una notable aptitud para los idiomas: conocía
desde su juventud el checo, el alemán, el idisch, el hebreo, el la
tín y el griego; además, aprendió por su cuenta el español y el
italiano y llegó a dominar el francés y el inglés. Esto no era ex
traño en la Viena de fin de siglo, capital de un gran imperio,
desde la que se gobernaba a cincuenta millones de habitantes que
comprendían más de diez etnias y lenguas diferentes: alemanes,
húngaros, polacos, judíos, checos, eslovacos, croatas, serbios, ita
lianos, eslovenos, búlgaros, rumanos y rutenos. La primera gue
rra mundial eliminó al imperio austro-húngaro de la faz de Eu
ropa y puso fin a la hegemonía de los Habsburgo, que se había
prolongado durante cuatrocientos años, configurando un verda
dero crisol cultural, étnico y lingüístico, situado en la difícil en
crucijada entre el cosmopolitismo por un lado y las tensiones na
cionales por otro. El multilingüismo, indudablemente, establece
la posibilidad de escuchar un discurso sobre el fondo de otras len
guas latentes; quizás haya potenciado la capacidad de Freud para
acceder a la polisemia de la palabra de sus pacientes: se trata de
un discurso polilógico en tanto da vida a una cantidad de voces,
no necesariamente unificadas ni unificables, que se generan en la
situación transferencial en la que toman forma fantasmas del pa
sado, personajes cruciales de la infancia que aún viven y hablan,
6 Jones, Ernest, Vida y obra de Sigmund Freud, Buenos Aires, Nova, 1939,
tomo I, pág. 38.
7 Freud, ob. cit., tomo II, pág. 921.
E l c o n t ex t o h ist ó r ic o -so c ia l d e l psic o a n á lisis 33
17 Gay, Peter, Freud, una vida de nuestro tiempo, Barcelona, Paidós, 1990,
pág. 18.
18 Jones, ob. cit., tomo III, pág. 224.
38 S ilvia T u b e r t
21 Carta del 9 de noviembre de 1918, citada por E. Jones, ob. cit., tomo II,
pág. 216.
22 Freud, OC, tomo II, pág. 940.
23 Schónau, Walter, Sigmund Freuds Prosa. Literarische Elements seines Stils,
Stuttgart, J. B. Metzler, 1968.
24 Foucault, Michel, Nietzsche, Freud, M arx, Barcelona, Anagrama, 1970.
40 S ilv ia T u b e r t
V lE N A FIN D E SIGLO
La c u l t u r a v ie n e s a
en Viena entre los años 1870 y 1890. Ya hemos visto que la or
ganización del estado estaba presidida por un criterio centralista,
cuyos fundamentos administrativos eran el feudalismo y la igle
sia. Este centralismo no llegaba a ser tiránico puesto que el pue
blo, y sobre todo la burguesía, compensaba en parte el poder de
la aristocracia y de la iglesia. Pero la hipertrofia de la corte, su es
plendor mismo, permitió ir secularizando cada vez más dominios
intelectuales y culturales que habían sido privativos del clero.
A su vez, esto condujo a que el eje monarca-corte se hiciera cada
vez más superfluo, hasta convertirse en un esquema vacío, pues
toda tradición que se alimenta a sí misma acaba por tornarse au
tónoma. Sin embargo, la corona como poder unificador consti
tuía una necesidad política pues confería cierta unidad al con
glomerado de pueblos que, como hemos visto, componían el
imperio.
En efecto, al acceder al trono en 1848, Francisco José, que
sólo contaba entonces dieciocho años, recibió un imperio que ya
no era tal, un estado que ya había sido repudiado por la mayor
parte de su población. La revolución del 48 había promovido las
libertades típicamente burguesas del constitucionalismo, pero era
fiel al emperador y aspiraba a reagrupar en una nueva unidad aus-
triaca todas las nacionalidades rivales. Si bien las ilusiones revo
lucionarias fueron tan abstractas como el régimen al que se opo
nían, acarrearon un peligro muy concreto: la liberación de las
fuerzas centrífugas constituidas por las diversas nacionalidades.
Esto puso de manifiesto que sin la corona la estructura austríaca
se quedaba sin sentido en la medida en que el estado carecía de
otra sustancia que la corona misma. Pero en tanto la función de
la monarquía como soporte legal de la unidad podría ser conci
liable con la democracia y el constitucionalismo, su función to
talizadora exigía el desarrollo del absolutismo casi como recurso
imprescindible para imponer respeto.
Mediante un aprovechamiento maquiavélico de la rivalidad
entre las minorías nacionales, el sistema consiguió transformar su
debilidad en fuente de fortaleza, estableciendo un equilibrio en
la dinámica de las fuerzas centrífugas y aplazando temporalmente
el problema. Se desarrolló así una política de compromisos y re
formas que condujo, a partir de 1873, a un último período de
58 S ilvia T u b e r t
54 Sombart, Nicolaus, «Freuds Vienna», Merkur, vol. 31, 1976, pág. 188.
64 S ilv ia T u b e r t
55 Citado por Wunberg, Gotthart, Die Wiener Modeme. Literatur, Kunst und
Musik ztvischen 1890 und 1910, Stuttgart, Philipp Reclam, 1981, págs. 137-145.
56 ídem, pág. 145.
66 S ilv ia T u b e r t
5 Lacan, J., Le Séminaire. Livre XX. Encoré, París, Seuil, 1975, págs. 19-20.
6 Lacan, J., «L’escroquerie psychanalytique», Omicar, núms. 17-18, 1979,
pág. 7.
80 S ilvia T u b e r t
La l in g ü ís t ic a a lem a n a
E l método comparativo
Sintaxis y semántica
N ie t z s c h e y la c r ít ic a d el l e n g u a je
E l perspectivismo nietzscheano
25 Nietzsche, M ás allá, del bien y del mal, Madrid, Alianza, 1972, II, pág. 34.
26 Deleuze, Gilíes, La filosofía de Nietzsche, Madrid, Siglo XXI, 1984, pág. 130.
100 S ilv ia T u b e r t
Verdad y metáfora
El l e n g u a je co m o d e s t in o
La c r is is d e l l e n g u a je
8 Daviau, D. G., «Hugo von Hofmannsthal, Stefan George und der Chan-
dosbrief. Eine neue Perspektive auf Hofmannsthals sogenannte Sprachkrise»,
en K. K. Polheim (ed.), Sinn und Symbol, Berna, Peter Lang, 1987, pág. 233.
9 Mauthner, Fritz, Beitrage zu einer Kritik der Sprache, 3 vols., Stuttgart,
J. G. Cotta, 1901-1903.
124 S ilvia T u b e r t
L ím it e y v a l o r d e l l e n g u a je
que desde el comienzo estaba «predestinada» para él. Las dos mu
jeres, Antoinette y Helene, simbolizan respectivamente la con
tingencia y la necesidad en el terreno de la relación amorosa. El
camino de Hans Karl a lo social y, por consiguiente, a sí mismo,
lo conduce al matrimonio con Helene entendido como entrega
plena, permanente, necesaria, de hombre y mujer. En este sen
tido, es una alegoría de lo social que representa la relación posi
tiva y lograda entre los seres humanos. En tanto Hofmannsthal
concibe «la relación con el mundo a través de la relación de dos
individuos»30, podemos acceder a un segundo nivel de significa
ción más allá de la imagen superficial de la comedia. En este es
trato el encuentro de la pareja representa un momento metafíi
sico puesto que aquélla es la expresión de una necesidad interna
en tanto responde a la ley inmanente de una totalidad, ya sea que
se trate del individuo, el pueblo o el estado. El propio Hof
mannsthal escribió que «la comedia tiene por objeto la convi
vencia de los seres humanos, el estar juntos, en donde se en
cuentra también lo místico»31.
En la base del matrimonio de Hans Karl encontramos unos
valores que permiten a Hofmannsthal establecer una analogía en
tre lo político y lo personal: la unidad, la comunidad y la solida
ridad32. Estos valores superiores que, según Hofmannsthal, ha
rían posible regenerar una imagen espiritual y moral de Austria,
corresponden evidentemente a la mitificación de una forma de
vida: las ideas de una unidad de opiniones que están en realidad
divididas por el enfrentamiento de intereses opuestos, de una co
munidad formada por todos los pueblos de la monarquía austro-
húngara, enemistados en tanto estados nacionales y de una soli
daridad de las clases sociales diferenciadas por sus posiciones
dentro del estado, sólo puede sostenerse al precio de negar la his
toricidad y las contradicciones internas de toda formación social
y de toda forma posible de estado. Esto se acompaña, por otra
parte, de una mistificación de la guerra, en tanto Hofmannsthal
directa, sino que gira en torno de lo esencial sin tocarlo. Los per
sonajes se esconden en sus propias manifestaciones lingüísticas,
que no son más que «conversación». Por lo tanto, ese lenguaje es
un símbolo de la falta de palabras, de la impotencia ante la gra
mática y el vocabulario, de la imposibilidad de expresarse ade
cuadamente mediante la lengua. En este sentido, los diálogos nos
permiten apreciar la profunda relación que existe en el trabajo de
Hofmannsthal — como en el de Kraus— entre la crítica del len
guaje y la crítica de una sociedad hipócrita. La degradación del
lenguaje refleja — pero también produce— no sólo la decaden
cia de la clase aristocrática sino también la disolución de un mo
delo de sociedad. Por ello, no es exagerado decir que el protago
nista de la comedia es el lenguaje mismo, degradado en las
conversaciones triviales de la buena sociedad que no son más que
pura cháchara y cuya función es, ante todo, el ocultamiento.
La conversación se convierte en tema de una manera directa
al manifestar el carácter problemático del intento de hablar con
los otros, los obstáculos que se interponen en el diálogo, a tal
punto que sería acertado subtitular la comedia E l malestar en la
conversación. En efecto, las personas se reúnen para hablar, la vida
y la comunidad se transforman en temas de conversación, en for
mas de hablar estereotipadas que pueden repetirse al infinito. Es
tos temas de conversación tienden a independizarse de los per
sonajes y de sus destinos, creando confusiones y malentendidos,
sobre todo porque los hablantes se refieren siempre, sin cuestio
namiento alguno, a una tradición que ha llegado a ser suma
mente cuestionable: el orden divino del estado absolutista here
dado del siglo xviii. Como ha observado Doppler, se da por
supuesto que ha habido una cultura del hablar con los otros, que
no sería lo mismo que conversar, y que ya nadie conoce, que sólo
persiste en su forma final degenerada, en tanto la conversación
actual no es otra cosa que la reproducción de fórmulas y de ca
tegorías simplificadas38.
Hans Karl, el protagonista, rechaza esta sociedad y esta
forma de hablar y se niega a contribuir al mantenimiento de esa
versación ideal: «no perorar uno mismo, como una catarata, sino
dar pie al otro»46. En este caso, el yo se anula al ser mediatizado
por la conversación.
Pero si atendemos a la acción que se desarrolla en la comedia,
observaremos que, más allá del nivel pragmático de la reflexión
sobre el lenguaje, Hofmannsthal alude a otra dimensión: los ac
tos fallidos, que se presentan como motor de la acción, muestran
que la problemática se juega ahora en términos psicoanalíticos.
Es decir, hay otra instancia del discurso, lo inconsciente, que
pone de manifiesto que la problemática del lenguaje no se solu
ciona en el plano pragmático, en términos psicológico-sociales,
como enajenación en una comunidad lingüística en la que no ha
bla el propio yo sino el de los otros. En efecto, en el relato de
Hans Karl observamos un desplazamiento de su deseo hacia He-
lene, hacia la imagen de una unión con ella que parece pertene
cer más al pasado que al futuro. Su retorno a la recepción, con
el pretexto de liberar a Helene de los efectos que su relato pudo
haberle producido, resulta ser, como la joven interpreta, una
forma inconsciente de acercarse a ella. Podemos apreciar, enton
ces, los actos de un yo que no se define como consciencia.
Como muchos otros héroes de Hofmannsthal, el difícil en
cuentra el sentido de su vida (en la visión de su unión con He
lene) en el límite de la existencia, ante la posibilidad de la muerte.
El sujeto humano se reconoce como tal, como sujeto deseante,
en el límite del lenguaje y es sólo a partir de ese límite, es decir,
a partir de la negación de la palabra, que ésta obtiene su sentido
vital, así como la vida recibe su significación desde su negación
— recordemos que Freud reformuló la máxima latina Si vis pa-
cem, para bellum, en estos términos: Si vis vitam, para mortem.
Pero, evidentemente, el sentido no emerge de modo inmediato
sino en función del discurso de los hablantes; por ejemplo,
cuando Hans Karl relata su experiencia a Helene y ésta la desci
fra como enunciación de su deseo.
En este proceso, no estamos ante una confianza absoluta en
el poder mágico de las palabras ni ante una renuncia escéptica al
47 Mayer Hans, Der Reprásentant und der Martyrer. Konstellationen der Li-
teratur, Fráncfort, Suhrkamp, 1971, pág. 35.
La filosofía como crítica del lenguaje:
Ludwig Wittgenstein
El e s c e p t ic is m o l in g ü ís t ic o
1 Mauthner, Fritz, Beitrdge zu einer Kritik der Sprache, citado por Janik y
Toulmin, ob. cit.
La f ilo so fía c o m o c r ít ic a d e l l e n g u a je : ... 149
É t ic a y c r ít ic a d el l e n g u a je
«Lo que siquiera puede ser dicho, puede ser dicho claramente; y de lo que no
se puede hablar hay que callar.»
6 Wittgenstein, L., Tractatus Logico-Philosophicus, Madrid, Alianza, 1992,
pág. 10.
7 Citado por Ray Monk, Ludwig Wittgenstein. E l deber de un genio, Bar
celona, Anagrama, 1994.
154 S ilvia T u b e r t
13 Diario filosófico.
14 Carta a Engelmann del 9 de abril de 1917, en Paul Engelmann, Ludwig
Wittgenstein. Briefe und Begegnungen, Viena-Múnich, Oldensburg, 1970.
15 Cacciari, M., Hombres póstumos. L a cultura vienesa del prim er novecien
tos, Barcelona, Península, 1989, págs. 107-108.
164 S ilvia T u b e r t
Lo IN D ECIBLE
26 Citado por Monk, ob. cit., pág. 304, las observaciones corresponden a
un capítulo sobre «Filosofía» omitido en la edición de la Gramática filosó
fica (1932).
La filo so fía c o m o c r ít ic a d e l l e n g u a je : ... 171
total del reino de los valores y el reino de los hechos. Estos au
tores indican las conexiones entre este problema y las caracterís
ticas de la sociedad y la cultura burguesas de la Viena de co
mienzos de siglo, en la que no existían el reconocimiento ni el
análisis de los problemas morales colectivos, lo que conducía ine
xorablemente al individualismo ético. La rigidez, artificialidad e
hipocresía de las formas de vida en ese contexto social se tradu
cían necesariamente en la disyunción absoluta de ambos mun
dos: el de los valores y el de los hechos, en la que insistieron te
nazmente tanto Wittgenstein como Kraus. Aplicando algunas
ideas típicamente wittgensteinianas, Janik y Toulmin sugieren
que los discursos filosóficos ilustran los estereotipos en cuyos
contextos los filósofos entienden, o confunden, ciertas nociones
o términos problemáticos: la significación práctica de estas no
ciones deriva de los juegos de lenguaje que los enmarcan en la
vida real, y estos juegos de lenguaje, a su vez, arraigan en deter
minadas formas de vida. Se puede esperar, entonces, que la
misma corrupción del pensamiento y de las pautas de compor
tamiento se manifiesten simultáneamente en todas las áreas de la
vida social y cultural, desde la teoría filosófica a la práctica polí
tica. De este modo, es posible suponer alguna relación entre los
problemas conceptuales de la filosofía y el cuestionamiento de las
formas de expresión y comunicación imperantes en los campos
del arte y la literatura — hemos de incluir también al psicoanáli
sis— que, a su vez, dan cuenta de los problemas institucionales
correspondientes de la sociedad30.
En esta línea, Paul Engelmann, discípulo de Adolf Loos y de
Karl Kraus y amigo íntimo de Wittgenstein, ha señalado que el
mensaje central del Tractatus se puede asociar con la campaña
de Karl Kraus por la preservación de la pureza del lenguaje, que
intenta ridiculizar, al mismo tiempo, al pensamiento confuso
que deriva de su mal uso31. En efecto, Kraus trabajó intensa
mente sobre la corrupción del lenguaje y su articulación con los
44 Wittgenstein, ídem.
45 Notas de Rush Ress tomadas en conversaciones con Wittgenstein
en 1942, 1943 y 1946 en Lecciones y conversaciones, págs. 116-117.
178 S ilvia T u b e r t
«Sa t ír ic o a p o c a l íp t ic o »
El l e n g u a je p e r io d ís t ic o
La d u d a l in g ü ís t ic a
El l e n g u a je co m o f in a l id a d
La é t ic a d e l s il e n c io
Kraus fue el único intelectual que, durante los seis años que
precedieron al inicio de la gran guerra, había advertido acerca del
peligro que suponía la militarización cada vez mayor que se es
taba produciendo en Europa. Tras el comienzo de la guerra, el 28
de julio de 1914, Die Fackel dejó de aparecer: el silencio fue la
única respuesta que su editor pudo articular, pero fue un silen
cio elocuente, que tenía el valor de una proclama, puesto que alu
día a la situación de impotencia, desesperación e indefensión
frente a la inexorabilidad de los acontecimientos. En noviembre,
en la primera conferencia que pronunció desde la declaración de
la guerra, Kraus logró fundamentar ese silencio: «En esta época
ruidosa que retiembla con la sinfonía estremecedora de acciones
que provocan noticias y de noticias que disculpan acciones, en
una época así no esperen de mí ni una sola palabra propia. Nin
guna salvo ésta, justamente la que protege aun al silencio de ser
malentendido. Pues hasta ese punto está firmemente asentado en
mí el respeto por lo intocable del lenguaje, por su condición su
bordinada a la desgracia.»
Kraus renuncia a hablar en un momento en el que entiende
que la palabra se ha desnaturalizado al ponerse al servicio de la bar
barie, al fundirse con la acción destructiva; allí «donde la pluma se
moja en sangre y la espada en tinta, allí ha de hacerse lo que no se
piensa, pero lo que sólo llega a pensarse es inexpresable». Por eso
anuncia: «... no esperen de mí una sola palabra propia. Ni sería yo
capaz de decir alguna nueva: a tanto llega el estruendo en el cuarto
en que uno escribe, y no es momento de decidir si procede de ani
males, o de niños, o tan sólo de morteros». Kraus alude también
al «suicidio de los intelectuales» que justifican la acción bélica
(prácticamente la totalidad de los intelectuales alemanes y austría
cos apoyaron la guerra y muchos de ellos llegaron a producir dis
cursos «patrióticos»), aniquilando así su capacidad de pensar y des
honrando la función simbólica de la palabra. En este contexto sería
difícil, y hasta imposible, un empleo de la palabra que pudiera res
catarla de su subordinación al acto: «Los que ahora nada tienen
que decir porque la acción tiene la palabra siguen hablando. ¡Quien
tenga algo que decir que dé un paso al frente y calle!»20
20 Kraus, K., «En esta gran época», Escritos, Madrid, Visor, 1990, págs. 113-114.
De la c r ít ic a d e l l en g u a je a la c r ít ic a d e la c u lt u r a : ... 201
La m a g ia d e la s pa la bra s
7 Bourdieu, Pierre, Ce que parler veut dire. L ’économie des échanges linguis-
tiques, París, Pierre Fayard, 1982, pág. 73.
8 Esta digresión pretende mostrar que el problema recogido por Freud si
gue ocupando a lingüistas y sociólogos, entre otros especialistas.
9 Freud, S. y Breuer, Joseph (1895), Studien über Hysterie, Fráncfort, Fis-
cher Verlag, 1985, pág. 47 («La histeria», OC, tomo I).
10 ídem, pág. 52.
11 ídem, pág. 51.
E l a n á lisis d e l l en g u a je e n la o bra d e F r eu d 209
dad tome como modelo el uso lingüístico sino de que ambos pro
ducen sus resultados a partir de una misma fuente. De todos mo
dos, es innegable que, si las palabras reemplazan a los síntomas
en el proceso de curación, simétricamente, han sido las palabras
las que dieron una forma específica a los síntomas. Al interpre
tar literalmente una expresión verbal como si se tratara de «una
puñalada en el corazón» o «una bofetada», es decir, al experi
mentarla como un suceso o acto real, el histérico no está jugando
abusivamente con las palabras, sino que simplemente revive las
sensaciones que, precisamente, constituyen el referente de esa ex
presión verbal. La diferencia entre una enunciación «normal» y
otra histérica es la misma que existe entre los usos figurado y li
teral del lenguaje. Puesto que es la estructura misma del lenguaje
lo que hace posible la existencia de este doble uso, se establece
una articulación entre la construcción individual de la significa
ción y las propiedades generales de la lengua.
Como hemos visto, si el síntoma es la expresión de enuncia
dos que no pudieron ser formulados en su momento, la cura con
siste en poner en palabras los recuerdos investidos de afecto que
habían llegado a configurar síntomas. Freud afirma que el re
cuerdo visual parece disolverse en el momento en que se lo pone
en palabras: una vez que ha surgido una imagen en la memoria
del paciente, es posible que éste diga que la imagen se vuelve frag
mentaria y oscura a medida que continúa describiéndola. El pa
ciente se está deshaciendo de ella al ponerla en palabras, al dar
una expresión verbal al recuerdo15.
Se establece así una oposición entre el uso del lenguaje en el
proceso de formación de síntomas y su empleo en el análisis. En
efecto, Freud considera que el síntoma histérico se funda en un
tipo particular de formación de símbolos; en el Proyecto de una psi
cología para neurólogos (1895) especifica que se trata de una sim
bolización inconmovible, rígida (Symbolbildung sofester ArtJ16 en la
cual la cosa ha sido completamente sustituida por el símbolo17. Por
El aparato d e l l e n g u a je
30 Freud, «Wort und Ding» (en Zur Aujfassung der Aphasien), Studienaus-
gabe, tomo III, pág. 168.
218 S ilv ia T u b e r t
Representación de cosa
(Sachvorstellung)
Significado
Representación de objeto
(Objektvorstellung
Signo Representación de palabra
( W ortvorstellung
Significante
E l in c o n s c ie n t e co m o c o n s t r u c c ió n l in g ü ís t ic a
S u e ñ o s y ju e g o s d e l e n g u a je
40 Aujzeichnungen.
E l a n á lisis d e l len g u a je e n la o bra d e F r eu d 225
57 Ob. cit., págs. 304 y 311 (OC, tomo I, págs. 411 y 415).
58 Ob. cit., pág. 406-7 (OC, tomo I, págs. 467-468).
E l a n á lisis d e l l e n g u a je e n la o bra d e F r eu d 233
tutriz que había partido hacia Olmütz), mies (asco); una larga
cadena de pensamientos y anudamientos se originaba, igual
mente, en cada una de las sílabas de este compuesto verbal de
formado84. En pocos casos se ocupa Freud de una sola frase sig
nificativa: su unidad de análisis es siempre un texto; los efectos
del inconsciente se juegan en verdaderos complejos lingüísticos.
Del mismo modo, es el análisis de algunas palabras compues
tas lo que permite desentrañar el sentido de los síntomas neu
róticos, tal como se puede apreciar en todas las historias clíni
cas publicadas por Freud.
Las particularidades del modo de expresión onírico, sin em
bargo, no nos impiden reconocer las analogías que aquél guarda
con el lenguaje. En el origen de muchas palabras abstractas en
contramos una metáfora, una imagen o una figuración. Asi
mismo, la relación de motivación también desempeña un papel
importante en el lenguaje, del mismo modo que la sinonimia y
figuras como la metáfora y la metonimia. Finalmente, en el dis
curso verbal es frecuente hallar la prevalencia del significante so
bre el significado, como sucede en los juegos de palabras o en el
empleo poético del lenguaje, en los que el cuerpo fónico del sig
nificante pasa a primer plano85.
P u en tes d e pa la bra s
El s e n t id o d e lo s su eñ o s
facción. La paciente sueña que quiere dar una comida pero sólo
dispone de un poco de salmón ahumado. Piensa salir a comprar
lo necesario pero recuerda que es domingo y las tiendas están ce
rradas; intenta telefonear a algunos proveedores pero el teléfono
no funciona, de modo que debe renunciar al deseo de dar una
comida.
Este sueño, observa Freud, le muestra a la paciente la nega
ción de un deseo. «Pero ¿para qué necesita un deseo insatisfe
cho?»105 El análisis habrá de revelar que el deseo irrealizado su
pone, en realidad, la realización de otro. Ante todo, el deseo
transferencial de negar una interpretación del analista, mediante
el recurso de demostrar que su sueño, lejos de realizar un deseo,
muestra la imposibilidad de una satisfacción. Luego, puesto que
el salmón es la comida preferida de una amiga que, además, se
encuentra excesivamente delgada y desea engordar, el sueño hace
posible el cumplimiento de otro deseo: el de negarse a alimentar
a su amiga (si engordara sería más atractiva para el marido de la
paciente, quien la encuentra agradable). De este modo, el sueño
satisface el deseo de la soñante, que no es otro que el de impedir
la realización de un deseo ajeno. El deseo irrealizado debe en
tenderse como un síntoma, que supone la figuración — disfra
zada, encubierta— de un deseo reprimido.
Este mismo sueño admite una interpretación más sutil: la
mujer del carnicero desea que no se realice un anhelo de su amiga
pero, en lugar de ello, sueña que es ella misma quien ve insatis
fecho su deseo. Luego, los pensamientos latentes del sueño se re
fieren a su amiga pero, en el contenido manifiesto aparece ella
misma en el lugar de aquella: se ha identificado con ella; el de
seo insatisfecho es el signo de esa identificación, que le permite
expresar los celos que su amiga le inspira. Este proceso podría for
mularse verbalmente del siguiente modo: ella se pone en el lugar
de la amiga en el sueño, porque la amiga se pone en su lugar con
respecto al carnicero y porque ella quisiera tomar el lugar de la
amiga en la estima de su marido.
105 Freud, «La interpretación de los sueños», ob cit., págs. 333-335 (Die
Traumdeutung, págs. 162-166).
E l a n á lisis d e l l en g u a je e n la o bra d e F r eu d 251
R e p r e s e n t a c ió n d e c o sa y r e p r e s e n t a c ió n d e pa la bra
123 «Das Ich und das Es» (1923), III, pág. 160 (OC, tomo I, pág. 1216).
E l a n á lisis d e l len g u a je e n la o bra d e F r eu d 261
A l c a n c e s y l ím it e s d e la s pa la bra s
136 Freud, «Die Frage der Laienanalyse», ob. cit., Erganzungsband, pági
nas 279-282 (OC, tomo II).
268 S ilv ia T u b e r t
5 Bernfeld, S., «Freud’s earliest theories and the school o f Helmholtz», The
Psychoanalytic Quarterly, XIII, 1944.
6 Etcheverry, J. L., Sigmund Freud, Obras completas. Sobre la versión caste
llana, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1978.
276 S ilvia T u b e r t
todos los seres humanos, hay otras penurias que son específicas
de algunos grupos, clases sociales o individuos. Freud denuncia
la injusticia social al señalar que hay clases postergadas, explota
das, en la medida en que la satisfacción de unas minorías con
dena a la mayoría a un exceso de carencias y privaciones. Esto ge
nera, a su vez, una mayor medida de hostilidad hacia esa cultura
que estas clases hacen posible con su trabajo, pero en cuyos bie
nes tienen poca participación. Si el superyó (interiorización de
las exigencias externas) representa un patrimonio cultural valioso
como progreso psíquico, en tanto convierte a los individuos de
enemigos de la cultura en soportes de la misma, no se puede es
perar que tal interiorización de las prohibiciones culturales, en el
caso de los oprimidos, no engendre descontento y rebeliones.
Una cultura así — dice Freud— «no puede durar mucho tiempo,
ni lo merece».
Entre las satisfacciones compensatorias que ofrece la civiliza
ción se cuentan los ideales culturales y las realizaciones artísticas.
Los ideales no son para Freud esencias preexistentes que orientan
la actividad de los individuos; se constituyen en función de las
primeras producciones culturales satisfactorias para luego con
vertirse en modelos que guían a tales producciones o rendimien
tos. Esto indica el carácter narcisista de la satisfacción que pro
porciona el ideal a los miembros de una cultura pues se basa en
el orgullo por la producción realizada, que se colma por la com
paración con los rendimientos e ideales de otros pueblos: según
las diferencias halladas, cada uno se arroga el derecho a desvalo
rizar a los demás. La discordia entre diferentes círculos culturales
o naciones, motivada por los ideales, y la satisfacción narcisista
que éstos proporcionan, contrarrestan la hostilidad a la propia
cultura. Así, las clases más desfavorecidas se ven compensadas por
las limitaciones que sufren mediante el derecho a despreciar a los
de afuera, merced a su identificación con las clases dominantes y
explotadoras.
La parte más significativa del acervo psíquico de una cultura
es, para Freud, la ilusión constituida por sus representaciones re
ligiosas. Éstas tienen su razón de ser en la indefensión del ser
humano ante las fuerzas naturales que no se pueden controlar,
ante la naturaleza como destino, ante la realidad externa como
292 S ilv ia T u b e r t
7 Ob. cit.
La ciencia como ilusión
La renuncia a la ilusión religiosa supone el reconocimiento del
desvalimiento del ser humano, de su pequeñez en el mundo, de
que no es el centro de la creación ni el objeto de la preocupación
amorosa de una bondadosa providencia, y supone también apren
der a soportar las grandes necesidades del destino, de las que no
hay escapatoria. Pero hay aún otros riesgos; tras renunciar a la re
ligión, podemos recurrir a otro sistema doctrinal que asuma desde
el comienzo, para defenderse, todos los caracteres de aquélla: sa
cralidad, rigidez e intolerancia; en suma, la misma prohibición de
pensar, la sustitución de una religión por otra.
La referencia a la prohibición de pensar implica pasar del
plano cognoscitivo al plano ético. No se trata ya sólo de la cues
tión epistemológica; la prohibición de pensar da cuenta del ma
lestar en la cultura. Pensar exige el levantamiento de la prohibi
ción, por lo que es capaz de cuestionar y perturbar el orden
establecido. Si es cierto que es muy difícil evitar las ilusiones, y
Freud reconoce que su propia teoría puede ser ilusoria e infun
dada, podemos aspirar al menos a que nuestras ilusiones no sean
incorregibles como las religiosas, a que no tengan el mismo ca
rácter delirante (prescindente de la realidad).
Uno de los pocos aspectos en los que Freud se muestra opti
mista acerca del futuro de la humanidad, se refiere a esta espe
302 S ilvia T u b e r t
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