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GUÍAS DE PSICOLOGÍA DEL BEBÉ Y DEL NIÑO

Los miedos
del pequeño
Cómo afrontarlos y superarlos
con serenidad

SFERA EDITORES
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Título: Los miedos del pequeño

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Tercera Edición
ISBN: 978-84-96732-28-5 Obra completa
ISBN: 978-84-96732-29-2
Impreso en China
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ÍNDICE

PRÓLOGO 5 • Los monstruos que devoran


• Las pesadillas
• La caja de los sueños
• Las alucinaciones
CAPÍTULO 1 • ¿Pesadilla, terror o alucinación?
QUÉ ES EL MIEDO 7 • El test. ¿Terror nocturno o pesadilla?
• Si llora y no quiere irse a dormir
• ¿Peligros verdaderos o supuestos?
• Cómo nace el miedo
• Edad por edad, los miedos de los niños

CAPÍTULO 4
LOS MIEDOS DIGITALES 43

CAPÍTULO 2 • Qué comprenden los niños


LOS PRIMEROS MIEDOS 15 de la televisión
• Por qué les cuesta entender
• El miedo a perder el contacto físico • Una atracción fatal
• El miedo a los imprevistos • Qué es lo que más asusta a los niños
• El miedo a ser abandonado • La clasificación de los miedos televisivos
• Por qué llora al vernos de nuevo
• El juego del cucú
• El miedo a los extraños
• El miedo a hacerse daño
CAPÍTULO 5
LOS MIEDOS INDUCIDOS 51

• El estilo hiperansioso-hiperprotector
CAPÍTULO 3 • El estilo hipercrítico
LOS MIEDOS DE LA NOCHE 27 • El estilo perfeccionista
• Transmitir la angustia
• El miedo a la oscuridad • Aprender a dejar de lado nuestros
• El miedo a irse a dormir miedos
• Los terrores nocturnos • Test. Mide tu angustia

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CAPÍTULO 6 CAPÍTULO 9
TODAS LAS CARAS EL MIEDO A MORIR 81
DEL MIEDO 60
• Qué piensan los niños de la muerte
• Así el niño nos cuenta sus temores • Cómo hablar de ella
• Angustias, sustos, fobias y traumas • Los rituales que curan
• Los síntomas de la angustia • ¿Y si se produce una guerra?
• Cuando el miedo se transforma
en enfermedad
• Cómo distinguir la angustia normal
de la angustia patológica
CAPÍTULO 10
LOS TRAUMAS 87

• Las consecuencias
CAPÍTULO 7 • Cómo reaccionan los niños
CÓMO TRANQUILIZAR • Cómo ayudar al niño
• Cuándo es necesaria la intervención
A UN NIÑO 65 de un profesional
• También es una cuestión de sensibilidad
• Las frases que no funcionan
• Infundir seguridad
• Cuándo dirigirse al pediatra BIBLIOGRAFÍA 93
• Las frases que nunca hay que decir
a un niño
• El test. Mide la angustia de tu hijo

CAPÍTULO 8
LAS FOBIAS 75

• Los efectos
• Los diversos tipos
• Cómo se vencen
• Todos los nombres de las fobias

4 Guías de Psicología / Los miedos del pequeño


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PRÓLOGO
de Bernabé Tierno

Sabemos que el miedo forma parte integrante del ser humano. Es nuestro
peor enemigo, ya que está dentro del mismo tejido de nuestro cerebro antiguo
o paleocortex. Este cerebro reptiliano, del que nadie se libra, contiene todos
los miedos instintivos. En nuestro “cerebro mamífero”, existe otra zona de
almacenamiento de miedos que es la “amígdala”, donde se acumulan los
recuerdos de todas las experiencias negativas y dolorosas, peligros. Con esto
quiero decir que no debemos extrañarnos de los miedos del niño, sino contar
con ellos sabiendo cómo se producen, en qué edades son más frecuentes
determinados miedos y cómo podemos ayudar al niño a superarlos.
Contra el miedo, del tipo que sea, el mejor antídoto es la seguridad y el amor
de los padres y de las personas que están cerca del niño. La seguridad, lo
mismo que el miedo, se contagian, y los padres tímidos, introvertidos, poco
sociables y con pocos amigos, si además exteriorizan sus miedos delante
del niño, es lógico que también infundan miedo en el niño, que vive en un
ambiente de temor, de inseguridad y con escasas relaciones humanas.
En el quinto capítulo, se tratan los miedos inducidos que generan los padres y
educadores súper protectores y con frecuentes estados de ansiedad, los
hipercríticos y perfeccionistas para los cuales nada está bien jamás, etc.
Los psicólogos sabemos que un niño miedoso, lo es en su mayor medida por
contagio y por aprendizaje directo de las personas temerosas, hipercríticas,
ansiosas y estresantes que le rodean.
Este volumen tiene una extraordinaria importancia para la educación del niño
en la autoconfianza, la seguridad en sí mismo y la autoestima.
Los padres deben “trabajar” en profundidad este libro en el que, además, se
abordan todas las caras del miedo: el miedo a morir, las fobias y los traumas.

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P R Ó L O G O

El capítulo séptimo enseña a los padres cómo tranquilizar al niño y su lectu-


ra es obligada para todas las personas que convivan con el niño, además de
sus progenitores.
Madurar en lo mental, en lo emocional y en el aspecto social hace que el
niño incremente de manera gradual la confianza en sí mismo y la seguridad
en sus posibilidades. A medida que vaya haciéndose mayor, esto le ayuda-
rá a enfrentarse a los diversos tipos de miedo, que le acompañarán de por
vida. Al lograr vencerlos y enfrentarlos, incrementará su crecimiento intelec-
tual y emocional.

Bernabé Tierno Jiménez


Psicólogo, pedagogo y escritor

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C A P Í T U L O
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Qué es
el miedo

C uando empezamos un nuevo trabajo, cuando nos


encontramos por primera vez con alguien al que se quiere causar una bue-
na impresión, cuando estamos preocupados por la salud de una persona
querida, o bien, sencillamente, cuando debemos atravesar una calle con
mucho tránsito, es normal tener miedo. También es natural mostrar preo-
cupación por la incertidumbre del propio futuro y por el destino de nuestro
país.
En todos estos casos, el miedo es una reacción útil, un mecanismo positivo
que protege de los peligros. Nosotros mismos, conscientemente, se lo comu-
nicamos a nuestros hijos precisamente para evitarles que sufran accidentes:
No te metas cosas en la boca; No te asomes por el balcón; No salgas fuera
de la puerta.
El miedo también aporta ventajas. Un cierto nivel de ansiedad es necesario
para reaccionar en determinadas situaciones: esquivar un automóvil que
llega a toda velocidad, prepararse con empeño un trabajo para la clase, y

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C A P Í T U L O 1

prever los riesgos y los imprevistos con los que nos podemos encontrar en
algunas situaciones. «El rendimiento de un individuo, tanto por lo que se refie-
re a la actividad física como a la mental, desciende notablemente cuando falta
este ligero nivel de angustia y el gusto por la competitividad. La angustia y el
miedo a no conseguir arreglárselas solo, a no llegar entre los primeros, a no
expresar lo que se siente dentro, siempre han empujado al hombre a dar lo
máximo de sí mismo y a conseguir metas difíciles», escribe Francesco Canova
en su libro La angustia, madre y madrastra.
Por lo tanto, si bien es cierto que un niño angustiado corre el riesgo de que-
dar paralizado en determinados momentos, en el extremo opuesto se
encuentra el niño atolondrado e impetuoso que se mete en todo tipo de
situaciones porque no es capaz de prever los riesgos que puede correr.

¿PELIGROS VERDADEROS
O SUPUESTOS?
En el diccionario, el miedo se define como “estado emotivo de repulsión y
aprensión en proximidad a un peligro verdadero o supuesto”. El estado
emotivo de aprensión es real, mientras que el peligro puede ser supuesto,
lo que quiere decir que sólo puede estar presente en la cabeza de la perso-
na que tiene miedo. Y aquí está la dificultad. ¿Cómo enseñar al niño a dis-
tinguir entre los peligros verdaderos y los imaginarios sin negar la emoción
de un auténtico miedo, que es lo que el pequeño experimenta?
Antes de responder, vale la pena examinar las seis características del miedo.
El miedo es una experiencia subjetiva. El aspirador, objetivamente, no
es un instrumento peligroso. Sin embargo, asusta a muchos niños. Si bien
a nosotros no nos parece motivado, este miedo es absolutamente real.
Es un hecho tangible, mensurable, que provoca reacciones fisiológi-
cas. Es un sentimiento que no puede ser negado, pues, aunque sólo se base
en una fantasía, existe: el ritmo cardíaco se acelera, las pupilas de los ojos se
dilatan, la sudoración aumenta. Si bien el peligro es supuesto, puesto que sólo
está en la cabeza del niño asustado, el estado emotivo de aprensión es real.
Lleva a evitar o a huir de algunas situaciones. En general, los miedos
disminuyen cuando el motivo que los ha provocado desaparece, aunque no
siempre es así. Un niño al que le ha mordido un perro puede desarrollar un
miedo, o dicho de una forma más apropiada, una fobia a todos los perros,
de manera indiscriminada.

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Qué es el miedo

En algunos casos, es innato e instintivo. Un estruendo puede sobre-


saltar a cualquiera pero, también en este caso, el miedo que provoca puede
superarse analizando el origen: si descubrimos que cerca de casa hay una
cantera de piedra donde se usa dinamita para romper la roca y que no son
aviones que nos están bombardeando, nos seguiremos asustando al oír el
estruendo, pero ya no tendremos miedo.
Forma parte del crecimiento. Respecto a la angustia de los adultos, la
de los niños puede ser “evolutiva”. Con estas palabras el psicólogo español
José Gil reconforta a todos los padres: «Es normal que un niño de dos años
se muestre angustiado cuando se separa de sus padres o tenga miedo a
relacionarse con personas que no conoce. También es normal que un niño
de cuatro o cinco años tenga miedo a los fantasmas u otras figuras de la
fantasía».
Es contagioso. Entre los niños, los miedos más frecuentes son los que los
adultos les comunican.

CÓMO NACE EL MIEDO


Pero, ¿cómo nace el miedo? ¿Por qué algunos niños tienen mucho miedo,
mientras que otros desafían al mundo sin un mínimo de incertidumbre? Para
entender el origen del miedo, se han propuesto diferentes teorías. Ninguna
es capaz de dar una explicación reconocida por todos, pero todas nos ayu-
dan a comprender los diferentes motivos que lo desencadenan.

LA TEORÍA PSICOANALÍTICA: EL TRAUMA DEL NACIMIENTO


Según el psicoanálisis, el miedo es algo común en todos los hombres: surge
desde el primer momento en el que el recién nacido emite sus primeros
vagidos.
Al nacer, el niño experimenta la angustia del abandono y manifiesta los sín-
tomas de un ataque de angustia: le falta la respiración, el ritmo cardíaco se
acelera considerablemente, se siente comprimido por el esfuerzo que debe
hacer para nacer. Si fuera capaz de expresarse, diría que, en estos momen-
tos, se debate entre dos emociones opuestas entre sí: el temor a que, al salir
al descubierto, pueda morir y el deseo imperioso de liberarse de la prisión
en la que corre el riesgo de ahogarse. Es decir, el pequeño experimenta dos
de las manifestaciones más frecuentes de la angustia: el miedo a los luga-
res cerrados (claustrofobia) y el miedo a los espacios sin límites (agorafobia).

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El drama que se experimenta al nacer deja una huella indeleble para toda la
vida. De adultos, cuando de algún modo se “renace”, es decir, se sale de un
espacio protegido para afrontar uno desconocido, las sensaciones experi-
mentadas en el momento del parto vuelven a aflorar y los síntomas físicos
que acompañan el miedo a lo desconocido también son los mismos expe-
rimentados por el recién nacido: taquicardia (aceleración del ritmo cardíaco),
ahogo, sensación de opresión.

LA TEORÍA COMPORTAMENTAL: EL DRAMA DE LA SEPARACIÓN


Según los psicólogos del comportamiento, el miedo es el resultado de expe-
riencias negativas sufridas a lo largo de la vida. Estos estudiosos observan
que, en el 50 por ciento de los casos, los adultos que sufren ataques de
pánico han sufrido, durante la infancia, alguna separación.
Pero, además de deberse a traumas infantiles, la angustia puede derivar de
la acumulación de experiencias negativas en la edad adulta: la pérdida de
una persona querida, un despido laboral o un desengaño amoroso generan
grandes aprensiones y un negro pesimismo a la hora de enfrentarse a la
vida, a sí mismo y a los demás.

LA TEORÍA SOCIOLÓGICA: EL DRAMA DEL CAMBIO


Según algunos sociólogos, el miedo se debe también a las profundas modi-
ficaciones de las condiciones de vida, que se han producido en las socieda-
des industriales durante estos últimos decenios.
Cada día, a través de la pantalla del televisor, somos testigos de desastres
terribles e incontrolables, como ha demostrado de modo increíblemente
dramático el derrumbe de las torres gemelas de Nueva York. Entonces, nos
quedamos abatidos por el persistente presentimiento de que nos pueda
suceder algo oscuro e inevitable.
A diferencia de la atmósfera acogedora que había en los países y en las ciu-
dades hace un tiempo, hoy en día, los ritmos impetuosos que regulan
nuestra vida no ofrecen un refugio seguro e, incluso, suscitan una deses-
perada sensación de inadecuación. Las gestos cotidianos, a los que la
organización de la vida moderna nos obliga, contribuyen a elevar estos
niveles de angustia. Los largos desplazamientos en coche, los cambios de
residencia por motivos de trabajo, o los viajes en avión que amenazan el
sentido de arraigo, suscitan una sensación de ser ajenos a todos y hacen
peligrar nuestra necesidad de tener puntos firmes. Por ejemplo, de nume-
rosas investigaciones se desprende que los conductores de autobuses

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Qué es el miedo

urbanos sufren un número de episodios de angustia superior al de la pobla-


ción en general.

LA HIPÓTESIS BIOLÓGICA: LA CULPA ES DE UNA MOLÉCULA


Estudios recientes han demostrado que el miedo también tiene un origen
físico-biológico.
Los científicos han conseguido aislar una pequeña molécula, presente en el
cuerpo humano, llamada DBI, Diazepam Binding Inhibitor, capaz de desen-
cadenar el miedo. De todas maneras, falta entender cuál es el mecanismo
que induce, en algunas personas, a producir una cantidad excesiva de DBI.
La pregunta que aún queda en el aire es si no son los pensamientos y las
emociones de estas personas las que provocan la formación de esta molé-
cula. Los científicos también investigan el motivo por el que las emociones y
los pensamientos que causan ansiedad son más acentuados en algunas
personas.
Probablemente, las cuatro teorías que hemos recordado en las páginas pre-
cedentes tienen un fondo de verdad. El bagaje genético, las experiencias
vividas, la influencia de la familia o el drama de la separación son todos ellos
factores que hay que considerar para explicar los miedos y los estados de
angustia.

EDAD POR EDAD, LOS MIEDOS DE LOS NIÑOS


Es normal que los niños, como el resto de los adultos, tengan miedo. Las cosas que
les asustan y la edad a la que el miedo se manifiesta varían mucho de un niño a otro,
y están influenciados por la cultura y el ámbito social en el que se vive. Incluso, esta-
dísticamente, algunos miedos son más frecuentes en una determinada franja de
edad, porque son típicos de un estado de la evolución psicológica del niño. Saberlo
nos tranquiliza y nos ayuda a transmitirle nuestra serenidad.

EN EL PRIMER AÑO DE VIDA


El niño se asusta por los estímulos intensos, como son los ruidos fuertes, los movimien-
tos inesperados y las luces intensas. Sin embargo, las novedades y los imprevistos tam-
bién resultan amenazadores para un adulto: no se sabe de dónde proceden, se tiene la
sensación de perder el control de la situación, se pierden los puntos de referencia basa-
dos en las experiencias precedentes que nos pueden tranquilizar. Con mayor razón, el

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niño, cuya capacidad de comprensión y sus experiencias son más limitadas, se encuentra
más fácilmente en esta situación y, por lo tanto, está más sujeto a los miedos.
■ Después del sexto mes, el niño empieza a distinguir las figuras familiares de las des-
conocidas y, como consecuencia, a temer todo lo que no conoce o de lo que no se acuer-
da: personas y objetos extraños, lugares poco conocidos, situaciones no habituales.
■ Cuando la persona que le cuida se aleja, llora porque tiene miedo a ser abandonado.
Es lo que se define normalmente como miedo al abandono.

DE UNO A DOS AÑOS


Éste es el período en el que el niño empieza a hablar y a ser más consciente del mundo
que le rodea. Es precisamente esta conciencia la que genera en él el miedo. Como decía
el actor americano Bill Crosby: «Sólo los cretinos no tienen miedo». A lo largo de este año
crucial, el niño debe afrontar innumerables desafíos y, en su audaz e inagotable explora-
ción del mundo que le rodea, surgen peligros por todas partes.
■ Tiene miedo al vacío o a que la mamá le suelte la manita cuando él empieza a dar
sus primeros e inseguros pasos. En los momentos de incertidumbre, grita por el temor a
que le pueda suceder algo. Cuando se baña en la bañera, se siente aterrorizado cuando
ve que el agua desaparece, engullida por el tubo del desagüe. Si se le sienta en el inodo-
ro, teme caerse dentro y ser “succionado”. Si se hace una pequeña herida, se la toca
continuamente, como temiendo perder una parte de sí.
■ Todas estas angustias tienen un denominador común, que los expertos definen
como miedo de aniquilación. Y, como en el caso de todos los miedos, tiene un lado posi-
tivo: el niño está adquiriendo conciencia de sí mismo, de su cuerpo, de los lugares donde
vive y, por tanto, de los peligros que le acechan. También nos ha sucedido a nosotros,
cuando hemos subido por primera vez a una bicicleta o nos hemos puesto unos esquís.

DE DOS A CUATRO AÑOS


A esta edad, el niño empieza a ordenar sus propios pensamientos, pero aún no es capaz
de distinguir entre la fantasía y la realidad. Tiene miedo de cosas que sólo existen en su
mente, como los monstruos que hay debajo de la cama.
■ El miedo a la oscuridad es el más difundido. Puede manifestarse de noche, cuan-
do es hora de irse a dormir, pero no sólo en ese momento. El niño empieza a llorar cuan-
do se tiene que ir a dormir y pide que le dejemos la luz encendida, o bien se resiste a
entrar en una habitación oscura. En otros casos, el miedo a la oscuridad parece locali-
zarse en una parte específica de la casa, en un pasillo poco iluminado, en una habitación
determinada o en un rincón oscuro.

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Qué es el miedo

■ También existe el “miedo a tener miedo a la oscuridad” y anticipa las situaciones


que, en condiciones de escasa iluminación, pueden asustarle: la ropa que está colocada
en una silla o los pliegues de una cortina se transforman en sospechosos individuos que
acechan contra él.
■ Con bastante frecuencia, también existe el miedo al doctor. Este miedo puede
comprenderse y explicarse mejor si pensamos que una visita médica puede comportar
una momentánea separación de los padres y despertar en los niños, sobre todo en los
más pequeños si pasan bruscamente de los brazos de la mamá a los del doctor, el temor
a ser abandonados. En muchos casos, además, la figura del doctor se asocia a una expe-
riencia de dolor físico, provocada no sólo por los exámenes médicos más invasivos, sino
también por las más comunes inyecciones.

DE CUATRO A SEIS AÑOS


Al miedo a la oscuridad se añade el miedo a los fenómenos naturales, como los relám-
pagos, los truenos o el viento, y a los monstruos imaginarios, como las brujas y los fan-
tasmas. También el miedo a los animales es muy frecuente.
■ Los miedos a los pequeños animales (ranas, escarabajos, ratones) a menudo están
acompañados por sentimientos de repugnancia y repulsión, mientras que los que afec-
tan a los animales de mayor tamaño, como el perro o el caballo, pueblan las pesadillas
nocturnas y las fantasías del niño, que imagina que le siguen o que le atacan.

DE SEIS A OCHO AÑOS


El miedo a los fenómenos naturales disminuye, mientras que el miedo a los daños físi-
cos aumenta. Conforme crece, los miedos se hacen más “justificados”. El niño tiene
miedo al dentista, a volar en avión y a los ladrones y, a menudo, estos temores perma-
necen también en la edad adulta.
■ A veces, cuando se produce la muerte de un familiar o de un animal domés-
tico, también puede aparecer en el niño el miedo a la muerte. Mientras que los
pequeños con edad inferior a los cinco años pueden concebir este acontecimiento
como una separación temporal de la persona querida, superada esta edad, la muer-
te adquiere un significado definitivo y suscita en el niño un sentimiento de gran y
absoluta vulnerabilidad.
■ El miedo a la escuela también está bastante difundido. Muchos niños, sobre todo
cuando empiezan el colegio, lloran durante el trayecto de casa a la escuela y se aferran a
los padres en el momento de la separación. Una vez entran en clase, algunos permanecen
inconsolables y rechazan participar en cualquier tipo de actividad. El miedo a ir a la escue-

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la puede asociarse a auténticos trastornos físicos (dolor de cabeza, dolor de barriga, etc.),
que, sin embargo, en la mayor parte de los casos, desaparecen espontáneamente, a
menudo a lo largo de la mañana.

DE OCHO A DOCE AÑOS


En general, los miedos están relacionados con situaciones cotidianas, como los accidentes,
las enfermedades, los conflictos con los padres o el fracaso escolar.

DESPUÉS DE LOS DOCE AÑOS


Es a esta edad cuando el miedo se desplaza de los objetos y las fantasías a las situacio-
nes de tipo social: afrontar un examen, hablar delante de otras personas, ser ridiculiza-
do o rechazado por parte de los compañeros, etc.
Ésta es la edad de las angustias sociales relacionadas con la inseguridad y la timidez.

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C A P Í T U L O
2

Los primeros
miedos

Q ué siente un recién nacido cuando del abrigo


oscuro del líquido amniótico se asoma al mundo? Hay quien ha comparado
esta experiencia a la de un astronauta catapultado en el espacio. Sin em-
bargo, el astronauta se prepara durante meses para enfrentarse a un mun-
do sin gravedad y el niño, por el contrario, se encuentra de repente ante lo
desconocido y debe adaptarse a estímulos que nunca ha experimentado.
Recientes estudios científicos han demostrado que nada más nacer el niño
llora, porque se le ha privado de todas las sensaciones de las que gozaba
en la barriga.

EL MIEDO A PERDER
EL CONTACTO FÍSICO
En una investigación considerada clásica en la historia de la neonatología,
dos médicos americanos, John Kernel y Marshall Klaus, estudiaron la forma

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C A P Í T U L O 2

en que se cría a los niños en las aldeas de montaña, en Guatemala. Los


pequeños, a los que las madres llevan durante muchas horas al día a sus
espaldas, raramente lloran y no sufren cólicos ni regurgitaciones. Gracias a
que siempre está en contacto con su mamá, el niño se libera de sus mie-
dos, no experimenta la angustia al abandono y, cuando se enfrenta a dife-
rentes situaciones, se muestra más autónomo, mucho antes que los niños
a los que se les deja en la cuna. Hoy en día, en los departamentos de mater-
nidad más avanzados, los recién nacidos son puestos inmediatamente en
contacto con el cuerpo de la mamá. «Esta confianza del primer instante,
esta primerísima experiencia, condicionará positivamente todas las relacio-
nes futuras entre la madre y el niño. Bastan pocos segundos de encuentro
y todo será diferente en su vida futura», explica la psicóloga Grazia
Honneger Fresco. La afirmación puede parecer exagerada, pero cada vez
son más los estudiosos que están convencidos de que las actitudes de
fondo en la vida futura dependen de los pequeños gestos de los que los
niños son objeto durante los primeros meses.

CÓMO AYUDAR AL NIÑO


A menudo, solemos pensar que el niño será más independiente si se le deja
a merced de sí mismo. Es precisamente lo contrario: cuanto más íntimo es
el contacto con la mamá, mayor es su capacidad de autonomía. Durante las
primeras semanas, no temamos “viciar” a nuestros pequeños cogiéndolos
en brazos. «Estos afortunados niños», explica el etólogo Desmond Morris,
«experimentan ritmos corporales que infunden en ellos una primitiva seguri-
dad: cuando llegue el momento, estarán más preparados que los demás
para explorar con coraje el mundo que les rodea. Se han alimentado de
seguridad».

EL MIEDO A LOS IMPREVISTOS


No sólo somos los adultos los que nos mortificamos por el miedo a sufrir
enfermedades y los que nos preocupamos por el destino del mundo: tene-
mos miedo a lo desconocido, a los imprevistos, a lo diferente, a todo aque-
llo que está fuera de nuestro control y del ambiente en el que nos encontra-
mos. También los niños se preocupan. Basta un ruido repentino, una luz vio-
lenta o el ruido “extraño” de un electrodoméstico para aterrorizarlos.
¿De dónde nacen los miedos infantiles? Durante sus primeras exploracio-

16 Guías de Psicología / Los miedos del pequeño


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Los primeros miedos

nes, el niño se enfrenta continuamente con objetos y experiencias nuevas.


Por lo tanto, es natural que sienta miedo frente a unos fenómenos que le
cogen por sorpresa y que no sabe situar en las pocas “casillas” de las que
dispone.

CÓMO AYUDAR AL NIÑO


Desde los primeros días de vida, intentemos infundir al niño seguridad cogién-
dole en brazos y hablándole: Este ruido que te asusta sólo es un aspirador:
no tengas miedo. «De este modo, todos los ruidos serán “mamizados”», sos-
tiene Francoise Dolto, célebre especialista psicoanalítica francesa. «Nuestras
palabras envuelven de seguridad el mundo, que de otro modo se presenta al
niño como una incoherente agresión de estímulos incomprensibles».

EL MIEDO A SER ABANDONADO


Hasta los seis-ocho meses de vida, el niño percibe a la mamá como a una
parte de su propio cuerpo y parece no darse cuenta de sus breves ausen-
cias. Sin embargo, después, el niño empieza a darse cuenta de que los
padres son individuos diferentes a él y que pueden desaparecer de su vida:
si se van, teme que sea para siempre, porque no consigue imaginar dónde
están cuando no los ve.
Es la angustia de la separación. Se trata de una angustia que domina
al niño cada vez que debe separarse de lo que más quiere, la mamá, el papá
o los juguetes, o siempre que se enfrenta a una nueva situación.
Éste es el primer miedo fundamental, que dará origen a todos los demás. Se
podría pensar que se manifiesta principalmente a lo largo del día, cuando el
pequeño debe separarse de la mamá. Por el contrario, los expertos explican
que, en muchos casos, el niño aprende a gestionar las actividades durante
el día, pero que, de noche, puede tener problemas durante mucho tiempo
después. De este miedo, nacen la desconfianza hacia las personas desco-
nocidas, la obstinación a permanecer despierto por la noche, los estallidos
de llanto cuando no ve a las figuras familiares: hasta donde puede, el niño
quiere mantener bajo control la situación por miedo a que sus seres más
queridos desaparezcan para siempre.
A nosotros, los adultos, nos cuesta entender esta angustia. Cuando nos
despedimos de una persona, sabemos que continúa existiendo, aunque no
la veamos. Sin embargo, para el niño pequeño no es así.

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C A P Í T U L O 2

Intentemos hacer un pequeño experimento con un niño de seis-siete meses:


quitémonos las gafas cuando él alargue la mano para cogérnoslas y escon-
dámoslas, sin preocuparnos de que él nos vea: él no las buscará, seguirá
mirando fijamente nuestra nariz, el sitio donde las había visto la última vez y,
después, perderá el interés por ellas. El niño no busca las gafas, porque aún
no consigue imaginar que existan aunque no las vea.
Lo mismo sucede cuando, como por arte magia, “desaparece” una perso-
na querida. Sin embargo, ésta, al contrario que las gafas, es necesaria para
la existencia del niño y para su serenidad. Ésta es la razón por la que el
pequeño se desespera y por la que, sobre todo en el momento de irse a
dormir, la angustia le resulta insoportable.

¿ES CULPA DE LOS PADRES?


Llega el momento de la separación. Ante el llanto del niño, nos sentimos
invadidos por miles de angustias y nos embarga un sentimiento de culpa:
¿Hago bien dejándole?; ¿No sufrirá un trauma que le señalará para toda la
vida?; El hecho de que llore, ¿no es quizás la demostración de que no le
dedico la atención suficiente?
En realidad, sostienen de forma unánime los psicólogos, la angustia de la
separación representa una fase normal en el desarrollo, que alcanza los
picos más agudos algunos meses después del primer año. Puede resultar
más fuerte después de hechos que cambian la vida del niño: el ingreso en
la guardería, la vuelta al trabajo de la mamá, el nacimiento de un hermanito,
una muerte, el divorcio de los padres e incluso el solo hecho de que se haya
perdido en un supermercado.
Sólo entre el año y medio y los dos años, el niño empezará a desarrollar lo
que los psicólogos llaman la representación mental del objeto. Si la mamá se
va, su imagen mental le sigue consolando, su recuerdo. Ahora “sabe” que vol-
verá y está seguro de que continúa existiendo incluso aunque no esté con él.

UN MOMENTO DEL CRECIMIENTO


Antes de superar el miedo a ser abandonado, deben pasar meses, a veces
años. Sin embargo, es un precio que el niño debe pagar: si no afronta este
miedo, nunca podrá ser autónomo. Cualquier proceso de maduración y de
desarrollo necesario para convertirse en una persona independiente y cons-
ciente está inevitablemente acompañado de temores. Por lo tanto, es con-
traproducente intentar evitarle estos miedos o, en el sentido opuesto, utili-
zarlos como amenazas: Si no te portas bien, vendrá el coco y te llevará.

18 Guías de Psicología / Los miedos del pequeño


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Los primeros miedos

«Los niños pueden soportar las separaciones y asumirlas, si han adquirido


confianza y experimentado el hecho de que estas separaciones son doloro-
sas, pero que se pueden superar y que es posible conseguirlo», sostiene el
asesor familiar alemán Jan-Uwe Rogge. «Aceptad a vuestro hijo con su tris-
teza, con sus lágrimas, con su dolor. Los niños tienen derecho a ello. Si sien-
ten que, en estas situaciones, se les toma en serio también sienten nuestro
apoyo y protección, perciben el mensaje de confianza de sus padres». Para
afrontar las separaciones, es necesario que el niño haya conseguido alcan-
zar un buen nivel de seguridad en sí mismo y de autonomía. Para sentirse
más seguro, el niño debe adquirir gradualmente la certeza de que su mamá
le quiere incondicionalmente y de que no le abandonará por ninguna razón.
Sólo en el momento en el que alcance esta confianza, se dibujará dentro de
él una especie de “mamá interna”, una imagen mental de su mamá que se
convierte en una fuente autónoma que le hace sentir seguro.
Aceptar la separación de la mamá es una “prueba” de madurez: el niño ha
aprendido a socializarse y ha ampliado sus lazos afectivos. Cuanto más se
le ayuda a estar con los demás sin dramas, menos desconfiado y tímido
se mostrará. De este modo, desarrolla la capacidad de ambientarse en
situaciones nuevas.

CÓMO AYUDAR AL NIÑO


Este proceso requiere tiempo, pero puede favorecerse con pequeños rituales
y sugerencias. Veamos cómo.
No estemos siempre con él. Si intentamos atenuar los miedos del niño
permaneciendo siempre a su lado, le negaremos la posibilidad de aprender
que, cuando los padres se van, después vuelven y no desaparecen para
siempre. Permaneciendo siempre con él, le transmitimos el mensaje de que,
sin nosotros, no es capaz de arreglárselas solo.
Nunca nos vayamos a escondidas. La tentación es grande. El niño está
entretenido jugando y la mamá y el papá se van a escondidas para evitar la
desgarradora despedida, con la esperanza de que el pequeño se “olvide” de
ellos. Sin embargo, en cuanto la puerta se cierra, el niño se da cuenta de que
sus padres han desaparecido y le asalta la angustia, se siente traicionado, le
falta la respiración y estalla en un llanto difícil de consolar.
Los psicólogos y pedagogos se muestran unánimes a la hora de afirmar que
es mejor que el niño llore antes, cuando se le dice adiós, que no después,
cuando se da cuenta de que ha sido abandonado. En este último caso,
como ya observaba Sigmund Freud, «para no ver al niño enfadado, evitamos

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C A P Í T U L O 2

afrontar la situación, dejándole a él toda la carga de la separación». Por el


contrario, el hecho de que el niño sea consciente de la separación es nece-
sario para su salud psíquica. «Si el adulto desaparece sin que el pequeño se
dé cuenta de cómo y cuándo ha sucedido, entra en crisis la fatigosa con-
quista de concepto de permanencia de sí mismo y de los demás», observa
el célebre T. Berry Brazelton.
Pongámonos en la piel del niño: si se da cuenta de que los padres pueden
desaparecer de un momento a otro, ¿qué otra cosa puede hacer sino per-
manecer pegado a ellos para evitar que se vayan? Desaparecer de su vista
sin previo aviso es la mejor receta para que el niño no quiera separarse de
nuestro lado y no consiga ser autónomo. Por lo tanto, en lugar de engañar
al niño, es más importante, ya desde muy pequeño, proporcionarle la máxi-
ma seguridad siempre que te tengas que ir. Cuando nos alejemos de él,
aunque sólo sea durante unos pocos minutos, hay que tomar la costumbre
de informarle de nuestros desplazamientos, hay que mimarle y hay que
hacerle sentir seguro, diciéndole que volveremos. También hay que confir-
marle nuestro amor, haciéndole una caricia. Hagámoslo incluso aunque
pensemos que aún no es capaz de entendernos: comprenderá nuestro
mensaje por ósmosis, es decir, a través de la piel.
Creemos un pequeño ritual. En los primeros años de vida, el niño aún
no ha adquirido el concepto del tiempo: para él cinco minutos o una hora
siempre son una eternidad.
Para acompañar la despedida y el momento de la separación, es importante
crear un pequeño ritual, como una canción para cantar durante el recorrido
hasta la guardería. También le podemos dejar una “prenda” (por ejemplo, un
pañuelo perfumado) en el momento de la despedida. Todas ellas son formas
de que el niño mantenga la relación durante la ausencia de su mamá.
Dediquémosle tiempo antes de la despedida. Si queremos que la despe-
dida no se prolongue hasta el infinito, dediquémosle tiempo antes de este
momento. Aunque lleguemos tarde, parémonos, intentemos olvidar la prisa y la
angustia, y dediquemos al niño nuestra completa y total atención, aunque sólo
sea durante unos pocos minutos. Para finalizar, al igual que decimos la papilla
ya está lista, digámosle que nos disgusta mucho, pero que debemos irnos.
Hagámosle entender que el hecho de irnos no es una forma de liberarnos de él,
sino un acontecimiento rutinario. Si de nuestro comportamiento no aflora ningu-
na prisa, sólo serán necesarios unos pocos minutos para que se tranquilice.
Si debemos salir rápidamente con él, avisémosle de lo que le va a suceder:
saber con anticipación dónde irá y qué hará le hará sentir más seguro.

20 Guías de Psicología / Los miedos del pequeño


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Los primeros miedos

Desde el momento en que salgamos fuera de casa, permanezcamos junto


a él y mimémosle, describamos todo lo que le espera y avisémosle de que
no podremos estar con él cuando lleguemos al destino: no tendremos tiem-
po de quitarle el abrigo, sólo podremos darle un beso, pero le dejaremos una
prenda que le hará compañía durante el resto del día.
Aceptemos su llanto. Si, a pesar de todo, a la hora de despedirnos, el
niño se pone a llorar o no deja de protestar, es importante esforzarse por no
responder con impaciencia. Hacedle sentir que comprendéis su dolor y su
desilusión. Si sus quejas se escucharan con irritación, impaciencia o se uti-
lizasen frases que negasen lo que siente, como: No llores; Ahora ya eres
mayor; Si te comportas así, me enfado, su angustia aumentaría.
En el momento de la despedida, el niño necesita sentir que entendemos y que
aceptamos su estado de ánimo: Sé que te disgusta que me vaya. Mostremos
empatía: A mí también me disgusta tener que dejarte. Reconfortémosle:
Dentro de poco, volveré contigo. Traduciendo sus sentimientos en palabras,
damos un nombre a su malestar, proyectamos al exterior su inquietud y le
ayudamos a liberarse de ella.
No prolonguemos la despedida. Después de reconfortar al niño, la separa-
ción debe ser firme, sin vueltas atrás ni remordimientos. Prolongar los rituales
de la despedida no sirve para evitar el llanto. Incluso, en general, lo acentúa y
transmite al niño la convicción de que no estamos seguros de lo que hacemos.
Cuando más “neta” sea la despedida, menos dolorosa será. Un beso más.. Un
minuto más... Dame la mano un ratito más... Todos estos comportamientos
prolongan la agonía de la separación y aumentan más su inseguridad.
Peor aún es volver sobre los propios pasos para oír cómo el niño llora: ade-
más de duplicar el sufrimiento de la despedida, se lanza un doble mensaje
de desconfianza: frente al niño, pues se desvalora su capacidad de ser
autónomo, y frente a la persona a la que le dejamos su cuidado.
Celebremos el reencuentro. Establezcamos un ritual agradable para el
regreso. Para el niño el momento del reencuentro está cargado de emocio-
nes, como el de la separación. Al igual que a nosotros nos gusta celebrar un
retorno después de una larga ausencia, al pequeño también le gusta que
nuestro regreso se celebre con un ritual que demuestre nuestra alegría de
volver a verlo. Dediquémosle cinco minutos de atención exclusiva. De este
modo, el niño se consolará de nuestra ausencia, anticipándola: podemos
hacerle volar por encima de la cabeza de papá y que aterrice en el sofá, para
cubrirle de besos, o bien que mamá le cante una canción o que baile con él
la danza del reencuentro.

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C A P Í T U L O 2

POR QUÉ LLORA AL VERNOS DE NUEVO


Pocas cosas angustian más a los padres que ver al niño llorar cuando vuelven a poner
los pies en casa. Todas las angustias con las que se han atormentado durante las horas
pasadas en el trabajo encuentran la confirmación más evidente:
■ No se le ha cuidado como necesitaba.
■ Es la prueba de que yo me tengo que quedar con él.
■ Se le ha tratado mal.
■ Ha sufrido al sentirse solo.
Las hipótesis catastróficas son innumerables. Pero no se considera la más obvia y con-
soladora: llora porque está emocionado. Esto también nos sucede a nosotros, cuando vol-
vemos a ver a una persona querida, y a los niños, cuando se vuelven a encontrar con el
primer amor de su vida: la mamá o el papá.

Regalémosle un ritual. Crear hábitos, pequeños rituales cotidianos y fami-


liares, es uno de los mayores regalos que se le puede hacer a un niño. En los
momentos de dificultad y de miedo, serán éstos los que le infundan seguridad.
Para un niño los momentos de mayor tensión son los del paso de una acti-
vidad a la otra. Dejar de hacer alguna cosa para irse a dormir, vestirse, sen-
tarse a la mesa, salir de paseo, bañarse, volver del parque, etc., son
momentos que el niño tiende a rechazar, porque aún no sabe anticipar qué
le sucederá después.
Por ello, es fundamental marcar el ritmo de su jornada con ritos y aconteci-
mientos que se repitan cada día y que siempre sean iguales: el momento de
despertarse, la secuencia de las acciones antes de vestirse, los horarios de
las comidas, el baño, los momentos de juego, los rituales de las buenas
noches. De este modo, poco a poco, el niño se acostumbra a obedecer a un
reloj interior que le ayuda a ordenar su propia vida. En particular, los niños
inquietos y nerviosos son los que necesitan más rituales, que les acompañen
a dejar las actividades que más les gustan.
Los rituales, que consisten en la repetición de algunas determinadas costum-
bres, ayudan a marcar el tiempo y a ordenar los estímulos del ambiente. Al ser
siempre iguales en determinadas situaciones, dan la sensación de que algu-
nas cosas regresan continuamente para compensar los momentos difíciles.
En los pueblos primitivos, los rituales servían para propiciar o alejar los espí-
ritus malignos, o bien para aplacar los fenómenos naturales incontrolables y

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Los primeros miedos

aterradores. Para el niño tienen el mismo poder mágico. La repetición de las


rutinas proporciona seguridad, elimina la angustia y favorece la prefiguración
de lo que va a suceder. Las pequeñas ceremonias de la vida cotidiana ayu-
dan al niño a “dominar” la realidad, sin sentirse arrastrado de una situación
a otra sin, aparentemente, ninguna razón.
Los rituales no sólo los proponen los padres, sino que se construyen
espontáneamente junto al niño: la voltereta antes de salir de casa, los
juguetes que se ponen en la bañera, la llamada de teléfono al trabajo de
la mamá, etc. Todos son acontecimientos que enseñan al pequeño a
reconocer los diversos momentos del día. Los niños, en efecto, tienen un
pensamiento concreto: más que con palabras, aprenden con los hechos
y las emociones. Y los rituales están cargados de significados afectivos.
Gracias a ellos, el niño aprende muy pronto a asociar una cosa agrada-
ble a un momento difícil, lo que le permite superarlo más fácilmente.
Además, el niño no conoce el mundo a través de los conceptos, como el
adulto, sino a través de las emociones y del afecto y, para que progrese
y se sienta seguro, hay que suscitar en él estas emociones positivas:
basta un pequeño gesto reconfortante, que marque el tiempo y que se
haga de él un ritual. Especialmente en los momentos de separación, es
importante hacerle entender que el hecho de irse no es una forma de
liberarse de él, sino una rutina cotidiana. Tenemos que contarle dónde
vamos, cuándo volveremos y lo que nos disgusta dejarle, y colmarle de
mimos.

EL JUEGO DEL CUCÚ


Es, quizás, el juego más antiguo del mundo. El papá o la mamá se esconden detrás de
un periódico, una cortina o una puerta. Durante unos segundos, el pequeño se queda
desconcertado, busca a la persona que ha desaparecido de repente y, cuando sale de su
escondite, gritando ¡cucú!, estalla en una risa liberadora.
¿Por qué el juego del cucú gusta tanto a los niños pequeños? Entre el año y los dos años,
explican los psicólogos, para el niño sólo existe lo que ve, oye o toca: cuando alguien
desaparece de su vista, es como si ya dejase de existir. ¿Y si ya no vuelve?, piensa. Pero,
¡de repente vuelve! Y, para que el niño se sienta seguro de que la persona siempre vol-
verá, el juego debe repetirse infinitas veces, al menos hasta que las personas sean pre-
sencias interiores, como el afecto.

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C A P Í T U L O 2

EL MIEDO A LOS EXTRAÑOS


El miedo implica conciencia: el niño empieza a darse cuenta de los riesgos
que corre. Por lo tanto, no nos debemos sorprender cuando, entre el sexto
y el octavo mes, su comportamiento hacia los desconocidos cambia de un
modo radical. Ya no responde con sonrisas y gorjeos de alegría a cualquie-
ra que se le acerque: ahora distingue claramente las personas conocidas de
las que no conoce y, si alguien que no conoce se le acerca, se muestra con-
trariado. Esto no significa, como a menudo solemos creer, que haya cam-
biado de carácter. Simplemente, ha adquirido otra habilidad: es capaz de
distinguir entre una persona amiga y un extraño, entre un lugar familiar y un
lugar que nunca ha visto, y necesita tiempo antes de familiarizarse con el
recién llegado o con la nueva situación.
Las reacciones con las que manifiesta su desagrado varían según su tem-
peramento y la situación, pero es inconfundible: puede bajar la mirada,
taparse los ojos con las manos, esconderse la cara levantándose la camise-
ta, agarrarse a su mamá o girar la cabeza hacia otro lado. A veces, se pone
a llorar e, incluso, empieza a gritar. Las diferencias de comportamiento a
menudo están relacionadas con el clima afectivo en el que el niño crece: si
en casa se es muy aprensivo, él se sentirá influido. Sin embargo, el común
denominador siempre es el rechazo: el pequeño evita el contacto con las
personas desconocidas y busca a su mamá, la única capaz de infundirle
seguridad. El miedo a los desconocidos reaparece con mucha más virulen-
cia cuando el niño cumple su primer año de vida. Cuando alguien intenta
acercarse, observa al intruso; cuanto más intenta el desconocido ganarse la
amistad del pequeño, más obstinado se muestra en su rechazo.

CÓMO AYUDAR AL NIÑO


Para el niño la mirada materna es un paso hacia el mundo que le propor-
ciona tranquilidad y seguridad. He aquí, por qué, antes de decidir si acep-
tar las caricias de un extraño, el pequeño se fija en la expresión de su
mamá para entender de su actitud si puede fiarse. Por lo tanto, antes de
decidir tomar iniciativas cada vez más autónomas, necesita sentir, más que
nunca, que los padres están cerca de él y que le quieren. No os preocu-
péis ni riñáis al niño por su timidez, sino aceptad sus dificultades como una
fase normal y positiva de su desarrollo.
Procuremos que se relacione con otras personas. Cuanto más con-
tacto tiene el niño con el mundo exterior, más aprende a estar con los

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Los primeros miedos

demás y a dominar sus posibles temores. Tener la casa siempre abierta a


parientes y amigos, llevarle a menudo al parque, hacer que se familiarice con
sus coetáneos y acostumbrarle a frecuentar nuevos ambientes le ayuda a
establecer relaciones equilibradas y serenas.
Preparémosle con encuentros graduales. Cuando le dejemos al cui-
dado de otros, preveamos siempre un período dedicado a que el niño y la
persona que cuide de él se conozcan. Las primeras veces, es importante
pasar un poco de tiempo los tres juntos, para dar al niño la oportunidad de
familiarizarse con la persona “nueva”, imprimiendo en su mente los rasgos
de su cara y sus formas de actuar. Después, despidámonos, salgamos y
volvamos al cabo de media hora. La segunda vez, procuremos que la sepa-
ración se prolongue diez minutos más, y así sucesivamente. Esta forma
gradual de proceder tiene una función importantísima: enseña al niño el
ritmo de irse y de volver, acostumbrándole sin traumatizarle a las ausencias,
a no sentirse abandonado porque, por experiencia, aprende que la mamá
siempre vuelve.
Dejémosle que se tome su tiempo. En el caso de que se muestre aris-
co con los extraños, es contraproducente insistir para que acepte las apro-
ximaciones y las atenciones de los desconocidos: Saluda... Sonríe... son fra-
ses que desencadenan reacciones en el pequeño. Por el contrario, es impor-
tante tranquilizarle con un abrazo. Si queremos que se deje seducir, no inter-
vengamos y dejémosle todo el tiempo que necesite para valorar al recién lle-
gado. En general, si le ahorramos las insistencias y las exhortaciones para
que sea sociable, al cabo de poco tiempo, será él mismo quien se muestre
más abierto a la hora de relacionarse con los demás. Poco a poco, estos
miedos se atenúan de manera espontánea, para desaparecer antes de los
tres años.

EL MIEDO A HACERSE DAÑO


El niño puede tener miedo al vacío o a que le soltemos de la mano precisa-
mente cuando se decide a dar el primer paso. También grita cuando se
cae, aunque no se haya hecho daño. Incluso, cuando se baña en la bañe-
ra, se siente aterrorizado al ver cómo el agua desaparece por el desagüe.
Si se le sienta en el inodoro, tiene miedo a caerse dentro y a ser “engulli-
do”. Si se hace un corte, se toca la herida, como si temiera perder una
parte de sí.

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C A P Í T U L O 2

Estas angustias tienen un denominador común, que los expertos definen


como miedo a la aniquilación: el niño está adquiriendo conciencia de sí
mismo y de su cuerpo, y por lo tanto de los peligros.

CÓMO AYUDAR AL NIÑO


Se debe animar al niño a explorar, poniendo a su disposición, en casa, un
ambiente a su medida, sin peligros. Si se le acribilla con advertencias y se
desalientan sus intentos de moverse de una forma autónoma, o se le riñe
por sus posibles desastres provocados por sus gestos torpes, le costará
mucho más dominar los movimientos. Al sentirse en una posición de des-
ventaja respecto a los adultos, que le acribillan con regaños y advertencias,
con el paso del tiempo, el pequeño tiende a mostrarse más miedoso y a
reaccionar de una forma agresiva. Por el contrario, es importante hacerle
sentir seguro y no forzarle a afrontar antes de tiempo situaciones que le
asustan.

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3

Los miedos
de la noche
En mi habitación todo está oscuro. No me gusta.
David, 5 años

Había una vez una luciérnaga que cada noche encendía su luz. Pero,
un día, por culpa de una bruja, la luz se apagó. La luciérnaga estaba
aterrorizada y no podía ver dónde iba.
Sara, 6 años

La oscuridad parece un monstruo oscuro que tapa el sol. Para no


verlo todo negro, cierro los ojos.
Pedro, 7 años

Mi hermano Matías siempre me dice que debería ser más valiente cuan-
do se hace de noche. Yo lo intento, pero tengo miedo y no lo consigo.
Lucas, 8 años

Q uién de nosotros no se ha sentido aterrorizado


cuando, en una tétrica noche invernal, las luces de la ciudad se han apaga-
do de repente por una avería de la central eléctrica? Es la misma sensación

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C A P Í T U L O 3

que nuestros hijos tienen, agigantada por el hecho de que desconocen la


razón por la que el mundo se precipita en la oscuridad.
Los expertos en psicología infantil consideran que, ya a los seis meses, la
mente es capaz de imaginar fantasmas “enemigos” que representan una
amenaza oscura. Es muy probable que esta fantasía nazca del miedo a la
soledad y al abandono. En efecto, se acentúa precisamente durante la
noche, cuando el mundo desaparece y con él la mamá, la fuente de todas
las seguridades.

EL MIEDO A LA OSCURIDAD
¿Por qué nos angustiamos cuando nos perdemos en un país extranjero?
Porque ya no tenemos nuestros puntos de referencia y no sabemos dónde
ni a quién dirigirnos. Lo mismo le sucede al niño, que no dispone de instru-
mentos para orientarse en un mundo totalmente nuevo para él. Cuando, a
lo largo del día, después de muchas fatigas, los niños han conseguido inte-
riorizar algún punto de referencia, de repente, precisamente en el momento
de irse a dormir, todo desaparece… en la oscuridad.
He aquí por qué el primero de los miedos de los niños es el miedo a la
oscuridad. Un miedo primario, estrechamente relacionado con el miedo al
abandono, es decir, el miedo a enfrentarse a lo desconocido.
La oscuridad es el territorio que la imaginación puebla con los fantasmas
más negativos y terroríficos. «Quien no tiene miedo a la oscuridad sufre un
grave defecto: falta de imaginación», se dice en la película El cumpleaños, la
última obra del gran cineasta japonés Akira Kurosawa.
Como la noche, las tinieblas y la muerte, la oscuridad se asocia a lo negro,
un color que, a cualquier edad, figura en el primer puesto de la clasificación
de los miedos.

Yo tengo miedo al rey mago negro del pesebre, y no quiero verlo.


Elena, 4 años

Cuando veo la cinta negra de los casetes, tengo miedo.


Carlos, 5 años

Dormir es muy aburrido. Todo está negro.


Sandra, 4 años

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Los miedos de la noche

CÓMO AYUDAR AL NIÑO


Minimizar los miedos del niño, diciéndole que no hay nada que temer, no le
ayuda: siempre hay que tener presente que, si bien el objeto del miedo puede
no ser real, el miedo sí lo es. También los adultos tienen miedos “irracionales”.
Para conseguir que el niño se vaya gustoso a la cama y que supere el miedo
a la oscuridad, hay que ayudarle a construir dentro de sí mismo lo que los
psicólogos llaman “fantasmas buenos”, o bien imágenes y recuerdos agra-
dables y positivos asociados al sueño, que le acompañarán con dulzura al
oscuro mundo del sueño, construyendo rituales que le proporcionen seguri-
dad antes de irse a dormir. Quizás, a veces, pasados pocos minutos después
de que el pequeño se haya acostado, se puede volver con él para darle un
suplemento de caricias no pedidas. De este modo, tendrá la reconfortante
confirmación de que, aunque duerma, no hemos desaparecido.
No es necesario acudir inmediatamente a su lado cada vez que se despier-
te. A menudo, los niños encuentran por sí solos un buen sistema para con-
solarse. Se acurrucan al lado de su osito del alma, cogen un trozo de sába-
na entre los dedos o se calman mirando los juguetes que cuelgan de las
barandillas de la cuna. Lo importante es no dejarles solos durante demasiado
tiempo y acostumbrarles, de forma gradual, a que también estén solos.
■ Procuremos que el niño siempre coma y se vaya a dormir a la
misma hora, sin modificar el ritual de las buenas noches prolongando
nuestra estancia en su habitación o bien trayéndole a nuestra cama: el niño
entenderá que todo procede regularmente.
■ Antes de que se vaya a dormir, tranquilicémosle, diciéndole que siem-
pre estamos cerca de él y que le cuidamos para que nada le pueda suceder.
■ Si lo desea, pongamos en su habitación una pequeña luz que le
acompañe durante la noche. Sin embargo, se deberá controlar que la
luz no cree sobre las paredes efectos que aún le asusten más. Una cortina
que oscila en la penumbra de la habitación podría darle más miedo que la
completa oscuridad.

LOS OBJETOS QUE LE TRANQUILIZAN


Entre el año y los tres años, muchos niños se aficionan a un objeto blando,
un muñeco de peluche, una sabanita, un chupete, un juguete o una prenda
de la mamá de la cual nunca se separarían. Los psicólogos lo llaman objeto
de transición, en el sentido de que representa la transición, o el paso, de la
relación de dependencia total de la mamá a una relación con un objeto de
amor diferente. Para el niño este objeto simboliza el calor del afecto materno.

Guías de Psicología / Los miedos del pequeño 29


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C A P Í T U L O 3

El apego a un objeto de transición no indica un malestar o un desarrollo psi-


cológico anómalo. Por el contrario, significa que el niño ha encontrado por
sí solo una forma de canalizar el estrés, de consolarse y acercarse hacia la
independencia, sin esperar a que sea el adulto quien desarrolle estas fun-
ciones. Objetos de transición por excelencia son el chupete y el pulgar, que
desde los primerísimos días de vida hacen de puente entre la mamá y el
niño, recordando al pequeño la característica más importante de la mamá:
el pecho.
La psicóloga Anna Oliverio Ferraris explica: «El objeto de transición permite al
niño emanciparse en la fase de desarrollo en la que aún no ha aprendido a ela-
borar correctamente la imagen de la mamá, es decir, entre el nacimiento y los
dos-tres años. Es como si el pequeño llevase consigo a la guardería, a casa de
los abuelos, o cuando está solo en su habitación, un trozo de su mamá en
carne y hueso, puesto que aún no es capaz de recordar la imagen abstracta».
A pesar de que el afecto que ha recibido y que continúa recibiendo le pro-
porcione un gran sentido de seguridad y de confianza, cuando está solo o
está a punto de irse a dormir, el niño necesita un objeto que le recuerde el
mundo y las personas que le son familiares y que le relacionen de algún
modo con ellos. Con el objeto de transición el niño aprende a fantasear, a
acunarse, a consolarse: descarga sus tensiones, alivia sus angustias y se
siente seguro. El niño se ilusiona pensando que su mamá está cerca, aun-
que no la vea. De este modo, aprende a aceptar su ausencia, sobre todo en
los momentos de desconsuelo, provocados por un malestar, el ingreso en
la guardería, el nacimiento de un hermanito o la separación nocturna. El chu-
pete, o el objeto que el niño ha elegido, le ayudan a atenuar el salto a la
oscuridad, a recordar a su mamá hasta sentirla, como por arte de magia,
aún presente y muy cerca de él. Es la figura materna el verdadero objeto que
busca, el “objeto” bueno por excelencia, el que le proporciona el máximo
placer, el sentido de seguridad y el calor del afecto.
Por sus características de mediación, el niño atribuye al objeto de transición
los sentimientos que más le afectan. Por ello, es importante aceptar que lo
utilice sin invitarle a deshacerse de él porque está viejo, sucio o desgastado.
Aunque esté sucio y estropeado, el pequeño nunca lo sustituiría. Más bien,
si hay que limpiarlo, esperemos a que el niño esté más tranquilo, no esté
enfermo, no se hayan producido cambios familiares y no coincida con el
ingreso en la guardería, invitando al niño a lavarlo juntos. También podemos
tener un doble, para cuando el objeto original necesite ser lavado, aunque
no es seguro que el pequeño acepte el cambio.

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Los miedos de la noche

UNA FASE POSITIVA


El objeto de transición también indica una etapa importante en el desarrollo
mental y emotivo del niño, porque demuestra que ya sabe hacer uso de los
símbolos. Cuando abraza a su muñeco de peluche o se frota con la punta
de la sábana es como si pensase: En este momento, no puedo estar cerca
de la mamá y, por lo tanto, abrazo este objeto que me recuerda a ella y su
amor por mí. Es un recorrido de crecimiento acompañado por pasos hacia
delante y otros de regresión, por el miedo a alejarse de los padres y el temor
a conseguirlo. La separación del objeto de transición es gradual, y se produ-
ce generalmente de forma espontánea, cuando el pequeño lo “olvida” en su
cesta de juguetes. No existe una edad precisa en la que el niño abandone
este objeto de transición. En un momento determinado, empiezan a recurrir
menos a él, hasta que encuentran un lugar donde dejarlo. Para ellos será un
recuerdo de cuando eran “pequeños”, y se sentirán mayores aunque sólo
tengan cuatro o cinco años. Es importante que la separación se produzca de
modo gradual. Es bueno esperar a que el pequeño lo haga solo. Cuando sea
mayor, se puede sustituir el objeto de transición por algo que lo represente,
como un dibujo que el niño puede llevar en el bolsillo.

EL MIEDO A IRSE A DORMIR


Yo tengo miedo a la oscuridad, porque siempre me parece ver un
esqueleto de un metro y ochenta centímetros que me quiere llevar al
reino de los monstruos. Entonces, enciendo la luz o bien me paseo
por la habitación esperando que llegue para matarle.
Luis, 8 años

A veces, tengo miedo de que, cuando me despierte, mamá y papá


hayan desaparecido.
Estefanía, 4 años

Antes de irse a dormir, tengo que mirar debajo de su cama para que
vea que no hay ninguna bruja.
Ana, madre de Silvia, 4 años y medio

Duerme como un niño, se suele decir. Pero basta con observar el sueño de
nuestros hijos para darnos cuenta de que no es tan tranquilo. Se giran, dicen

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C A P Í T U L O 3

frases incomprensibles, se despiertan en mitad de la noche, con los ojos


fijos en el vacío, no reconociendo a nadie, y, después de algunos minutos,
se vuelven a dormir tranquilamente, para después despertarse por la maña-
na no recordando nada, o se ponen a llorar, bañados en sudor, seguros de
que hay un monstruo en su habitación.
Para muchos niños, el momento de irse a dormir también está cargado de
temores: algunos se sienten aterrorizados por el pensamiento de tener
malos sueños, y otros han tenido experiencias negativas durante el día y aún
no las han resuelto (una pelea con un compañero, una discusión, etc.).
Todas estas experiencias se depositan en su ánimo y, durante la noche, rea-
parecen en el inconsciente. Pesadillas, malos sueños, terrores nocturnos,
alucinaciones: son protagonistas de los sueños de nuestros hijos. A menu-
do, usamos estos términos de una forma indiferenciada, para indicar cual-
quier trastorno del sueño, pero en realidad es importante saberlos distinguir
porque las causas y, como consecuencia, el modo de afrontarlas, son diver-
sas. Si bien extravagantes y espantosas, son experiencias que todos los
niños, con mayor o menor frecuencia, han manifestado en algún momento
de su vida. Forman parte del crecimiento y, antes o después, desaparecen.

También mi mamá, cuando era pequeña, tenía miedo. Incluso ahora


sigue teniendo miedo. Entonces, yo le digo: “Durmamos juntas”.
¡Pero está casada!
Juan, 4 años

LOS TERRORES NOCTURNOS


Los terrores nocturnos, o bien los miedos que asaltan al niño durante la
noche, se producen inmediatamente antes o después de la fase de sueño
profundo: una hora o poco más del momento en el que el niño se ha dormi-
do, o a la mañana temprano. El niño parece despierto y adormecido al mismo
tiempo. Abre los ojos, parlotea, a veces grita, se agita y parece que quiere huir
de alguna cosa. Puede sentarse en la cama o mirar a su alrededor con la mira-
da ida. También es éste el período durante el cual es más probable que se
produzcan episodios de sonambulismo o que el niño se haga pipí en la cama.
La crisis dura de pocos minutos a una hora. Después, el pequeño se desplo-
ma en la cama y continúa durmiendo. A la mañana siguiente, no recuerda
nada porque, en realidad, nunca se ha despertado.

32 Guías de Psicología / Los miedos del pequeño


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Los miedos de la noche

Los terrores nocturnos son bastante comunes. Se estima que el 6 por ciento
de los niños los sufren, y que se dan con más frecuencia entre los niños que
entre las niñas. La causa de estos miedos no está clara. Posiblemente, se
deben al hecho de que el sistema nervioso del niño aún no está plenamente
desarrollado, a una falta de sueño, a un excesiva excitación antes de irse a
dormir, o bien a recuerdos de experiencias que se han tenido a lo largo del día.
Parece que también existe una predisposición hereditaria. Algunos niños sólo
los sufren ocasionalmente, mientras que otros alternan períodos de pausa con
otros de mayor frecuencia. Según los casos, hay notables diferencias tanto en
la intensidad como en las manifestaciones y en su duración.
Los terrores nocturnos pueden manifestarse ya al sexto mes de vida, pero son
más comunes en el período entre los tres y los seis años. En la mayoría de los
casos, cesan totalmente a los seis años. Si, por el contrario, continuasen, hay
que pedir la opinión del pediatra o de un experto.

CÓMO AYUDAR AL NIÑO


Todos los pediatras aconsejan no intervenir: de tal modo, evitamos desper-
tar al niño, aunque debemos estar cerca de él para controlar que no se haga
daño. Lo mejor es no hacer nada y esperar a que el pequeño se duerma de
nuevo, tranquilamente, como suele suceder.
■ Normalmente, los terrores nocturnos asustan mucho más a los
padres que a los niños, los cuales ni se dan cuenta de haberlos tenido.
En efecto, la mayoría de las veces, a la mañana siguiente, el niño no se
acuerda de nada. Por lo tanto, evitemos someterle a un interrogatorio, por-
que podría no entender a qué se debe.
■ Es importante, incluso fundamental, que el niño se vaya a dor-
mir siempre a la misma hora. El cansancio y el nerviosismo son facto-
res que contribuyen de manera determinante a multiplicar la frecuencia del
fenómeno, pero las situaciones transitorias, como la fiebre alta, las enferme-
dades infecciosas y las intervenciones quirúrgicas, también aumentan las
probabilidades de que se produzcan.
■ Intentemos ver el mundo a través de sus ojos. Así, si nos habla de
un monstruo malísimo, tomaremos en serio sus palabras y le preguntaremos
cómo era y qué decía. De tal modo, entenderemos mejor qué le preocupa y
le da miedo.
■ A veces, el niño puede “usar” los miedos como pretextos para
alargar la hora de irse a dormir. En tal caso, debemos desenmascarar
buenamente su malicia con un mimo.

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■ Si, por el contrario, está verdaderamente asustado, está pálido,


suda, su ritmo cardíaco se acelera y no es capaz de controlarse, entonces
es importante tranquilizarle intentando hacerle entender qué le está suce-
diendo. Si éste es el objetivo, decirle que permanezca despierto o alargar los
rituales de las buenas noches es contraproducente: sería una confirmación
de que sus fantasías son reales.

LOS MONSTRUOS QUE DEVORAN


Tengo miedo de un monstruo que tiene una boca muy grande, que sale de otra
boca, y después de otra, y de otra más.
Marta, 7 años

Me dan miedo las ballenas, porque son grandes y muerden. Hay ballenas normales
y otras salvajes, que son muy feroces. Viven en el agua y yo me escapo.
Juan Carlos, 5 años

Tengo miedo de los tigres, porque muerden, y de los cocodrilos, porque se


comen a las personas. Me lo ha dicho mi mamá, mi papá, mi abuelo y toda la
familia, que el cocodrilo es muy malo.
Marta, 4 años

En la investigación desarrollada por los Cuadernos del imaginario, sobre los terrores
de los niños en las escuelas infantiles y de primaria, el lobo es el ser más voraz por
excelencia, que con sus fauces muerde y devora.
Es el fundador de una estirpe de animales devoradores: tigres (Tienen dientes); balle-
nas (Son grandes y muerden); hormigas (Me muerden); cocodrilos (Tienen la boca
muy grande); flamencos (Son asesinos); murciélagos (Son despiadados); serpientes y
leopardos (Me muerden y me comen); ratones (Se te pueden meter dentro del panta-
lón y te pueden morder); lagartos (He visto cómo uno se comía a una lagartija y ponía
cara de enfadado); tiburón (Tiene una boca grande y se puede comer a cualquiera).
También se incluye en la categoría de animales carnívoros toda una serie de “mons-
truos” indeterminados, que comen, muerden y devoran. Fantasmas que tienen dien-
tes muy afilados, caníbales que se comen a las personas, monstruos que viven en el
frigorífico, muebles mágicos que tienen ojos y boca y que se comen a las personas
que se les acercan.

34 Guías de Psicología / Los miedos del pequeño


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Los miedos de la noche

LAS PESADILLAS
Las pesadillas también son malos sueños pero, a diferencia de los terrores
nocturnos, se manifiestan durante las fases de sueño agitado, es decir,
cuando el cerebro está particularmente activo.
Así, si se observa a un niño mientras duerme a lo largo de esta fase, se nota
rápidamente que sus párpados se mueven ligeramente: el niño se encuen-
tra en la que los expertos denominan la fase REM (del inglés Rapid Eyes
Movement, movimiento rápido de los ojos), un sueño ligero durante el cual
el cerebro está muy activo.
Los niños pueden tener pesadillas a cualquier edad, pero normalmente sólo
después de los dos años consiguen distinguir el sueño de la pesadilla. A
menudo, las pesadillas están relacionadas con hechos que suceden a lo largo
del día: el cambio de niñera, una prolongada ausencia de papá por motivos
de trabajo, el ingreso de la mamá en el hospital, una pelea entre los padres
que el niño ha presenciado, una escena particularmente impresionante vista
en la televisión.
En general, las pesadillas desaparecen casi totalmente cuando el pequeño
empieza a frecuentar la escuela, pero, en algunos casos, pueden reaparecer
durante los años de adolescencia.

LAS PESADILLAS “HORROROSAS”


Junto a los vampiros, Frankenstein y el doctor Jeckill, que constituyen los
arquetipos de la imagen del horror, hoy en día, los niños están asustados
por nuevos personajes que Catalina, una niña de Madrid, de nueve años,
ha definido con un eficaz neologismo: pesadilla “horrorosa”. Son las pesa-
dillas generadas en los últimos años por el cine, la televisión, los DVD y los
videojuegos.
Pesadillas horrorosas son las películas: La máscara de hierro, Frankenstein,
Parque Jurásico, La bella y la bestia, IT, Eduardo Manostijeras. Los niños defi-
nen a este tipo de películas como: Películas que asustan, películas de miedo,
películas que hacen tener malos sueños, películas que no dejan dormir,
películas de muerte.
A la cabeza de la clasificación figura IT, la monstruosa criatura protagonis-
ta de la película inspirada en la novela de terror escrita por el novelista esta-
dounidense Stephen King que, cada 29 años, el espacio de una genera-
ción, hace estragos en los niños. Entre las varias formas que este ser malé-
fico asume, la que más afecta a los niños es el payaso que emerge de la

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alcantarilla y que ofrece pelotas a los niños. En este caso, el elemento per-
turbador es contaminar de horror una imagen tradicionalmente positiva
como es la figura de un payaso.

Había una vez, un payaso que se comía a los hombres. Este payaso
se llamaba IT. Yo tenía miedo de IT, porque ¡¡¡podía salir de la televi-
sión y comerme!!! Un día, IT decidió esconderse en una gruta para
asustar y devorar a la gente.
Llegó un chico e IT se escondió mientras que éste encendía un fuego.
IT le saltó por detrás y le amenazó con comérselo.
David, 8 años

Estaba en casa de mi abuela y se había producido un homicidio.


Cuando entré en casa, todo estaba en desorden. Avancé por la coci-
na y vi a mi hermana. En un momento dado, ella abrió los ojos y me
seguía con la mirada, muy lentamente. Yo me escapé, porque ella me
daba miedo: tenía toda la cabeza cortada y los trozos de carne esta-
ban dentro de un envase de jamón. Después, me encontré en la
mano una batidora y, como por arte de magia, me encontré con mi
prima y, si bien yo no quería, apreté el botón y trituré a mi prima.
A la salida, vi a un policía con la cabeza triturada como mi prima.
Entonces, corrí hacia el portal, cogí un cuchillo y me lo clavé en el pecho.
Paquita, 10 años

CÓMO AYUDAR AL NIÑO


■ Lo primero que hay que hacer es tranquilizarle y, para ello, es muy
importante el contacto físico. Abracémosle, acariciémosle y besémosle con
toda la dulzura posible.
■ Intentemos hacerle entender que ha sido un sueño. Esto es muy
importante si el niño aún es muy pequeño y no entiende completamente la
diferencia entre sueño y realidad. Pero, también en este caso, no le demos la
impresión de querer minimizar lo sucedido. Su miedo es real y debe tomarse
muy en serio.
■ Pidámosle que nos cuente el sueño. Puede proporcionarnos indicios
muy valiosos para saber cuáles son sus temores más profundos. Pero no insis-
tamos para tener una respuesta rápida. Démosle tiempo para elaborar su
miedo. A menudo, sólo a la mañana siguiente, será capaz de contarnos todo lo
sucedido y, a veces, le es más fácil describir con un dibujo lo que ha soñado.

36 Guías de Psicología / Los miedos del pequeño


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Los miedos de la noche

■ Permanezcamos con él hasta que se vuelva a dormir de nuevo.


Muchas veces, si se le deja solo, no consigue volverse a dormir por miedo a
que la pesadilla se repita de nuevo para atormentarle.
■ Al día siguiente, para tranquilizarle y proporcionarle un instrumento para con-
trolar sus pesadillas, podemos contarle la historia de la caja de los sueños (ver
recuadro). Puede parecer increíble, pero la experiencia demuestra que, si el niño tiene
algo concreto para gestionar sus miedos, consigue exorcizarlos más fácilmente.

LA CAJA DE LOS SUEÑOS


Había una vez, un niño que cada noche se despertaba por un mal sueño: soñaba que una
excavadora gigantesca cogía su casa y la destrozaba. También había un lobo con los ojos
de color de acero que le seguía y él se escondía debajo de la cama, y un bandido con un
parche en el ojo que quería raptar a su papá. Entonces, el niño pensó: ¿Por qué no hago
como con la televisión? Si una escena me da miedo, aprieto el botón y ésta desaparece
rápidamente. A la mañana siguiente, el niño se levantó, cogió una caja de cartón y dibu-
jó tres botones: el botón de los sueños bonitos, el botón de los sueños malos y el botón
para apagar o encender la caja de los sueños. Desde aquel día, antes de irse a dormir,
encendía la caja de los sueños y apretaba el botón de los sueños bonitos. Y, si se des-
pertaba por la noche, porque tenía un mal sueño, apagaba rápidamente el botón de los
sueños malo y volvía a apretar el botón de los bonitos.

ASÍ APRENDE A DOMINAR EL MIEDO


El niño tiene un pensamiento concreto. Por ello, más que los discursos, son
útiles los símbolos y los objetos, que le ayudan a representar las situaciones
más difíciles. Puede ser la caja de los sueños, el dinosaurio “comemonstruos”
o el mágico “abracadabra” los que hagan desaparecer los cocodrilos de
debajo de la cama. Aunque nos puedan parecer extravagantes, establecer
rituales antes de irse a dormir, proporciona al niño mucha seguridad y tranqui-
lidad. Por el mismo motivo, si el pequeño tiene un mal sueño, hagamos que
nos los cuente o, si le resulta difícil, pidámosle que lo dibuje.

Mi hija, después de dibujar al monstruo que cada noche entraba en sus


sueños, decidió romper la hoja a trocitos y quemarlo. Desde aquel
momento, el monstruo ya nunca más apareció para alterar sus sueños.
Adela, madre de Elena, 5 años

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Los gestos concretos, como la caja de los sueños o el hecho de romper el


dibujo, ayudan a los niños a convencerse de ser lo suficientemente fuertes
como para acabar con los fantasmas que les persiguen.

LAS ALUCINACIONES
Las alucinaciones hipnagógicas son imágenes muy reales que se ven antes
de dormirse o al despertar. A diferencia de los sueños, están en parte bajo el
control de la voluntad y quien las sufre puede describirlas. Tienen un origen
fisiológico relacionado con la incipiente instauración del sueño o con el estado
de duermevela. Clásica es la alucinación del monstruo en la habitación.

¿PESADILLA, TERROR O ALUCINACIÓN?


ALUCINACIÓN TERROR PESADILLA
(no es un sueño) (no es un sueño) (es un sueño)

Cuándo Antes de dormirse Después de una Hacia el final


aparece o al despertar hora de sueño de la noche

En qué estado En un estado Duerme aunque Está despierto


se encuentra de duermevela habla y se mueve a causa
el niño de la pesadilla

Qué recuerda Tiene miedo de irse A la mañana A la mañana


a dormir porque teme siguiente, siguiente, recuerda
que la alucinación no recuerda nada el sueño
vuelva a presentarse

Qué hay Hay que tranquilizar No hay Al momento, hay


que hacer al niño que intervenir que tranquilizarle.
Se puede hablar
al día siguiente

De qué tiene Tiene miedo de irse No tiene miedo Tiene miedo de


miedo a dormir de irse a dormir volverse a dormir

38 Guías de Psicología / Los miedos del pequeño


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Los miedos de la noche

EL TEST: ¿TERROR NOCTURNO O PESADILLA?


He aquí una lista de frases que describen los comportamientos que el niño puede
tener a lo largo de la noche.
■ Si piensas que su comportamiento se caracteriza por una pesadilla,
pon al lado de la frase una P.
■ Si piensas que su comportamiento se caracteriza por un terror
nocturno, pon al lado de la frase una T.
■ Si piensas que su comportamiento se caracteriza tanto por una pesadilla
como por un terror nocturno, pon al lado de la frase una PT.
1. En el sueño habla de brujas o de “malos”.
2. Chilla y llora.
3. Se cae de la cama.
4. Corre hacia la habitación de los padres.
5. No consigue volverse a dormir.
6. Llora hasta las 10 de la noche.
7. Habla de un modo confuso.
8. No quiere a nadie cerca y empuja lejos de sí a sus padres.
9. A la mañana siguiente, no se acuerda de lo sucedido la noche anterior.
10. A la noche siguiente, tiene miedo de irse a dormir.
11. Llora hacia las primerísimas horas de la mañana.
12. No quiere que le dejen solo en su habitación.
Las respuestas
• 1, 5, 10, 11, 12: comportamientos típicos de quien ha tenido una pesadilla.
• 6, 7, 8, 9: comportamientos típicos de quien ha tenido un terror nocturno.
• 2, 3, 4: comportamientos que pueden estar presentes tanto en caso de pesadillas
como de terrores nocturnos.

LA HISTORIA DEL NIÑO Y DE LOS COCODRILOS


QUE ESTABAN DEBAJO DE LA CAMA
Había una vez, un niño que tenía miedo de los cocodrilos. Se trata
de una historia verdadera, pero bella como un cuento. Cada vez que
se hacía de noche, cuando se iba a dormir, tenía miedo de que los

Guías de Psicología / Los miedos del pequeño 39


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cocodrilos entrasen en su habitación y se lo comiesen. Entonces, se


metía debajo de las sábanas, se enrollaba con ellas, de modo que
no cayesen de la cama, y así los cocodrilos no pudiesen subir a su
cama y comérselo de un bocado. Más de un día pensó: Yo sé que
los cocodrilos son muy comilones y que están debajo de mi cama
porque me quieren comer. Entonces, lo que haré es ¡darles yo de
comer! A la mañana siguiente, se fue a la tienda que hay debajo de
su casa, vació sus bolsillos de todas las monedas que había encon-
trado y compró todos los caramelos que pudo con el dinero.
Después, por la noche, troceó los caramelos alrededor de su cama y
se metió dentro, debajo de las sábanas. Soñó que los cocodrilos
venían de noche y que se comían todos los caramelos que estaban
esparcidos por el suelo. A la mañana siguiente, cuál fue su sorpresa
al comprobar que todos los trocitos de caramelos que había alrede-
dor de su cama… ¡seguían ahí! El niño pensó: Quizás, a los cocodri-
los no les gustan los caramelos. Se fue de nuevo a la tienda y com-
pró una tableta de chocolate. Después, por la noche, troceó el cho-
colate y lo esparció alrededor de su cama. Él se metió dentro, bajo
las sábanas. Y cuál fue su sorpresa al comprobar, a la mañana
siguiente, que los trocitos de chocolate… ¡seguían ahí! Bien, pensó el
niño que tenía miedo a los cocodrilos, ¡¿es posible que a los cocodri-
los tampoco les guste el chocolate?! Desde aquel día, ya no pensó
más en que los cocodrilos venían por la noche para comérselo.

Los miedos son indispensables para la supervivencia del hombre y no es tan


determinante que sean miedos reales o imaginados. Para quien los experi-
menta los miedos imaginados son tan aterradores como los llamados rea-
les. Pero deben superarse y es lo que consigue hacer, por ejemplo, el niño
que tenía miedo a los cocodrilos, con un proceso gradual que los expertos
llaman desensibilización.

La verdadera historia del niño que tenía miedo a los cocodrilos tiene un
epílogo.
Al día siguiente, el niño se encontró con una amiga que, conocedora
de sus fracasos, le dijo: ¿Por qué no pruebas con la crema de cacao?
Pero el niño respondió: Si los cocodrilos se comen el chocolate,
entonces también me pueden comer a mí, pero si el chocolate aún
está ahí quiere decir que los cocodrilos no existen.

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Los miedos de la noche

Esta historia nos muestra otra característica del miedo: si el objeto del
miedo no se comporta como esperamos que lo haga, entonces el miedo
desaparece.

SI LLORA Y NO QUIERE IRSE SOLO


A DORMIR
Como ya hemos visto, los miedos son episodios normales en algunas fases
del desarrollo y no se deben a una actitud fría o distraída de los padres. Si
un niño estuviera descuidado verdaderamente, nunca lloraría, sino que esta-
ría apático. Por ello, frente a sus miedos, es importante no dejarse vencer
por sentimientos de culpa.
Veamos en detalle cómo intervenir si el niño tiene dificultades para irse a
dormir.
Hagamos de la hora de irse a dormir un momento agradable. Es
importante que el niño asocie el momento del sueño con una serie de activi-
dades agradables y tranquilizantes. Acompañar la fase del paso al sueño con
mimos especiales y mucha ternura ayuda al pequeño a tranquilizarse y a
hacer más agradable un momento muy difícil para él, en el que debe sepa-
rarse de las personas que quiere. He aquí por qué son muy útiles los rituales
de las buenas noches, que podrán modificarse o elaborarse según nuestras
exigencias.
Sin embargo, conforme crece, el niño necesita más tiempo para aceptar la
idea de separarse de los padres o de sus juguetes para irse a dormir. Y, a
pesar de su necesidad de independencia, se entristece cuando le dejamos
solo en su habitación. En estos casos, es importante hacerle participar acti-
vamente de los rituales de las buenas noches, para darle la sensación de
que controla la situación. El pequeño podrá elegir el pijama que ponerse, el
cuento que la mamá le leerá, el peluche que le acompañará al mundo de
los sueños. También deseará buenas noches a sus juguetes, uno por uno,
o se “despedirá” de las partes de su cuerpo. Todas ellas son formas que le
predisponen al sueño.
Es importante que los rituales de las buenas noches tengan lugar en la habi-
tación del niño. Sin embargo, para favorecer el descanso, la habitación y la
cunita deben relacionarse siempre con momentos felices. Por lo tanto, hay
que evitar, durante el día, mandar al niño a su habitación para castigarle. Por
el contrario, éste es el lugar para cantarle una nana, para contarle un cuen-

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to, para que se despida de sus ositos, que son todas formas de tranquilizar al
niño, pues, si se despertase, estos puntos de referencia le servirían para reco-
nocer el lugar donde se encuentra y tranquilizarse.
Pongamos límites. Después de los tres años, el niño puede inventarse
una serie infinita de estratagemas para retrasar el momento de irse a dormir.
Para evitar continuos tiras y afloja, es importante hacerle entender cuáles
son los límites que no puede superar.
Con el fin de que no resulte extenuante tanto para nosotros como para el
niño, el ritual del sueño no puede y no debe durar más de unos 20 minutos.
Avisemos al niño con un poco de anticipación que se acerca la hora de irse
a dormir. Así, tendrá tiempo para prepararse y terminar sus juegos sin oponer
mucha resistencia.
Establezcamos desde el inicio cuántos vasos de agua o peticiones estáis
dispuestos a tolerar: comuniquemos al niño que más allá de un cierto límite
bien definido, le llevaremos a su cama sin discutir.
Si, una vez metido en la cama, continúa levantándose aduciendo las excu-
sas más diversas, llevémosle a su cama con dulce firmeza, evitando, sin
embargo, que para él se convierta en un juego divertido que quiera repetir
cada noche.
Para que se sienta seguro, podemos hacer alguna cosa fuera de su habita-
ción: así, entenderá que dormir no significa ser abandonado.
No acudamos inmediatamente a cada uno de sus reclamos. No es
necesario acudir rápidamente cada vez que se despierte por la noche. A
menudo, los niños encuentran por sí solos un buen sistema para consolar-
se. A veces, para tranquilizarse, se abrazan a su osito o bien arrugan entre
los dedos el borde de la sábana.
En cualquier caso, esperemos al menos un minuto antes de intervenir:
según los expertos, un minuto es el tiempo mínimo necesario para que el
niño se dé cuenta de que está despierto y que necesita de nosotros.
Controlemos el tiempo, reloj en mano. Nos sorprenderá descubrir qué largo
es un minuto de llanto. Si acudiéramos inmediatamente, no haríamos sino
despertarle del todo. El malestar que le puede ocasionar que interrumpa-
mos del todo su sueño es mayor que el que experimenta si se le deja llorar
durante un rato antes de acudir a sus reclamos.

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C A P Í T U L O
4

Los miedos
digitales
Una vez, mis padres me habían prohibido ver una película. Yo, sin
embargo, la vi igualmente porque no estaban en casa. Era una pelí-
cula de terror en la que aparecían extrañas tortugas que estaban
como locas. Después, en la cama, pensé que las tortugas habían
entrado en mi habitación. Entonces, tuve miedo. Quería llamar a mis
padres, pero no estaban.
Luis, 8 años

Un día, vi en el televisor un niño muerto de verdad. Le habían matado


y estaba en el suelo con toda la sangre a su alrededor. También mi
mamá lo estaba viendo y me dijo: “Presta atención porque hay mucha
gente por ahí suelta”. Pero, ¿yo cómo puedo saber si es mala?
Marcos, 6 años

Había una vez, un hombre muy malo, le saqué la lengua y apagué la tele.
Silvia, 3 años

C onforme progresamos en el uso de las imágenes


para simular la realidad física, un nuevo conjunto de miedos está emergien-
do», escribe el psicólogo americano Ken Seanes, en su ensayo

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El Narciso y la necesidad: por qué se están creando las realidades virtuales.


«Se teme que estas imágenes resulten tan realistas que puedan confundirse
con el mundo real».
¿Cómo podemos saber si la imagen que aparece en la pantalla es real o si,
por el contrario, ha sido elaborada por un sofisticado aparato electrónico?
Pero, sobre todo, ¿cómo lo puede saber un niño cuyo bagaje de experien-
cias es mucho más limitado que el del adulto?
Asimismo, incluso para nosotros los adultos, cuando una imagen aparece
en la pantalla, también nos parece real. ¡Lo he visto en la tele!, decimos, y
ningún desmentido, aunque sea autorizado, conseguirá eliminar la señal que
esa imagen ha dejado en nuestra mente y en nuestro recuerdo. Si éste es
el resultado que la elaboración de imágenes puede producir en un adulto
con cultura y fundamentalmente escéptico, tanto más difícil será para un
niño distinguir la realidad televisiva de la realidad objetiva.

QUÉ COMPRENDEN LOS NIÑOS


DE LA TELEVISIÓN
Debido a su ambigüedad o, mejor dicho, a su virtualidad, la televisión se ha
convertido para muchos niños en la caja de sus miedos. Al menos hasta los
diez años, no son capaces de entender completamente la diferencia entre
la crónica y el espectáculo televisivo, y les cuesta distinguir entre la realidad
y la ficción.
A los tres años. Consiguen entender que los protagonistas de los dibujos
animados no son reales. Sin embargo, por ejemplo, aún están convencidos
de que quien presenta las noticias vive en el interior del televisor y que se
puede llegar hasta él a través del cable de la corriente eléctrica.
A los seis años. Aún no son capaces de entender el desarrollo de una
acción en su complejidad y no reconocen un personaje cuando aparece en
distintas escenas de la misma película. Según los datos recogidos por inves-
tigadores del Temple University de Filadelfia, en Estados Unidos, el 48 por
ciento de los niños no consigue colocar exactamente a los personajes de las
películas en las categorías apropiadas: hombres auténticos y verdaderos,
muñecos o figuras animadas con el ordenador.
A los siete-ocho años. Tienen una capacidad de atención limitada en el
tiempo y no consiguen seguir una película durante más de 30 minutos. A
menudo, no se dan cuenta de que los actores no coinciden en la realidad

44 Guías de Psicología / Los miedos del pequeño


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Los miedos digitales

con sus personajes, y que están siguiendo un guión. Pueden, por ejemplo,
pensar que los actores se están pegando de verdad y que se hacen daño.
A los diez años. Un niño de cada cuatro tiene alguna dificultad para dis-
tinguir las imágenes. Ninguno de ellos es capaz de comprender completa-
mente el flashback, los fundidos, los campos, los contracampos, la distin-
ción entre las escenas principales y las secundarias. Son todos problemas
con los que también los adultos, a veces, pueden tener dificultades.

POR QUÉ LES CUESTA ENTENDER


¿Por qué un niño no consigue percibir la diferencia entre la realidad del per-
sonaje de un dibujo animado y la realidad de la imagen televisiva de una per-
sona de carne y hueso? E, incluso, ¿por qué no se da cuenta de que los
ambientes, las escenas, los sonidos se elaboran de una forma comprensi-
ble, independientemente del espacio y del tiempo en el que físicamente tie-
nen su origen? ¿Por qué no saben reconocer la diferencia entre algo filma-
do y un personaje “reconstruido” con el ordenador?
Los motivos principales por los que a los niños les cuesta comprender las
imágenes televisivas son dos.
No tienen el concepto del tiempo y del espacio. Los niños no tienen
un concepto claro del tiempo y del espacio. Para ellos, lo que ven en la tele-
visión está sucediendo en el momento mismo en el que se transmite y tiene
lugar en la misma habitación donde se encuentra el televisor.
Tienen un modo de pensar concreto. Lo que ven en la televisión se
interpreta literalmente. Su modo de pensar es concreto, no entiende las
metáforas o las comparaciones. Los niños no dudan de que un peluche
pueda hablar o que las brujas sean capaces de volar. No consiguen distin-
guir entre la crónica y la ficción. Las muertes “fingidas” de las películas son
para ellos tan reales como las auténticas de una crónica.
También nosotros, los adultos, tenemos dificultades para reconocer las mani-
pulaciones, sobre todo frente a lo que en jerga se llama editing, que consiste
en la refundición de una imagen o de algo ya filmado. Si la imagen no es lo
suficientemente dramática o no refleja lo que se quería mostrar, hoy en día se
puede cortar, deformar, cambiar los colores y eliminar las partes que podrían
interferir con el mensaje que se quiere comunicar. Y no sólo eso: para dar la
impresión de contemporaneidad, las escenas filmadas en momentos y en
lugares diversos pueden presentarse en sucesión, sin ninguna separación.

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C A P Í T U L O 4

UNA ATRACCIÓN FATAL


El niño se siente al mismo tiempo atraído y atemorizado por la televisión. Se
encuentra en la misma situación que un adulto, que hace fila en la taquilla del
cine para ver una película de terror y que, después, cuando entra en la sala,
se siente invadido por un gran miedo. En las imágenes de la televisión, como
en las de las películas de cine y en las de los videojuegos, los monstruos, los
fantasmas o los personajes violentos a menudo son tan realistas que el niño
las vive como auténticas: las ve en la pantalla con el impresionante horror de
la realidad y, como si no bastase, los efectos especiales aún consiguen
hacerlas más violentas y sangrientas. Además, en la mayor parte de los
casos, se encuentra con las escenas más brutales solo frente al televisor.
Si alguien le cuenta que se ha producido un terremoto, el niño puede ima-
ginárselo como una serie de derrumbes y puede tener mucho miedo. Pero,
si lo ve en la pantalla del televisor, las angustias más desestabilizadoras, que
actúan en lo más profundo de su inconsciente, se materializan: la amenaza
de catástrofes inexplicables, el miedo al sufrimiento y el temor a sufrir violen-
cias. Y, a menudo, se suele dejar al niño solo frente a estas visiones que es
incapaz de entender: cuerpos mutilados, perros que buscan entre las ruinas
desenterrando un brazo o el peluche de un niño.
Es como si se diese al niño la prueba de que los monstruos no son frutos de
la fantasía, sino que son personajes reales que se revelan sólo en determina-
das ocasiones no previsibles, que se pueden filmar con la cámara de televi-
sión. El riesgo que se corre es que la angustia se instale en lo más profundo
de su ánimo.

QUÉ ES LO QUE MÁS ASUSTA


A LOS NIÑOS
Cuando se estrella un avión y dan la noticia en la televisión y se ven
todos esos muertos, yo pienso si mi papá también estará ahí. Él viaja
muchísimo y, después, por la noche, no logro dormir.
Lucas, 8 años

No me gustan nada las películas en las que aparecen médicos y


hospitales.
Silvia, 9 años

46 Guías de Psicología / Los miedos del pequeño


Los miedos del pequeño OK 4/10/07 08:33 Página 47

Los miedos digitales

Una noche, con mi papá y mi mamá, vi una película china. Salía una
señora que cogía unas tijeras, se las clavaba en el cuello y le salía
muchísima sangre. Después, me fui a dormir y soñé que había una
persona con unas tijeras que venía hacia mí y que quería matarme.
Entonces, me fui a la cama de mis padres y el corazón me latía muy
rápidamente.
Tito, 7 años

Yo siento algo raro en la barriga cuando veo los cuentos en la televisión.


¡No me gustan nada! Ponen una música extraña y, cuando me voy a
dormir y todo está oscuro, vuelvo a oír la música y, después, llega una
bruja verdadera. ¡Oigo sus pasos y entonces me tapó los oídos!
Alberto, 8 años

«Lo que los padres interpretan como algo amenazador y que da miedo, los
niños lo viven a menudo de una forma diferente», observa el psicólogo Mar-
tín Keilhacker, estudioso de los efectos de los medios de comunicación.
«Los niños no quieren comprender la película, la quieren vivir en su propia
piel, sentirse aterrorizados e invadidos por la atmósfera, por los ruidos, por
la música… Es un sentir complejo, en el cual el cuerpo y el alma constituyen
una unidad».
Un libro o un relato contados al niño en voz alta ofrecen la posibilidad de
hacer pausas, volver a leer una página, pedir una explicación, desarrollar sus
pensamientos sobre la base de sus límites y de sus capacidades personales.
En la película, por el contrario, el pequeño se encuentra frente a imágenes
que superan su capacidad de elaboración y también su aguante emotivo.
A diferencia del relato que la mamá o el papá le cuentan en voz alta, que
puede elaborar y completar en su fantasía, en el caso de una película el niño
se encuentra frente a imágenes que superan su capacidad de elaboración y
de aguante emotivo. Permanece capturado, pero, al mismo tiempo, asustado.
Para finalizar, los cuentos narrados en televisión pierden su capacidad libera-
toria, porque las imágenes privan al niño de la posibilidad de imaginárselas en
su cabeza, adaptándolas a las necesidades de su fantasía.
Cuanto más pequeños son, tanto más violentas son las reacciones del niño
frente al espectáculo televisivo. Para tranquilizarlo, no hay que decirle: Sólo es
una película. Es mucho más eficaz ayudarle a mantener una distancia, estan-
do cerca de alguien que comparta sus temores, que le abrace cuando tenga
miedo, que le explique una escena que le resulte difícil de entender, que le

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reconforte diciéndole que todo irá bien cuando todo parece perdido. Puede
ser la mamá, un hermano o un amigo. El solo hecho de ver el espectáculo
con alguien al lado alivia la angustia que suscita.

LA CLASIFICACIÓN DE LOS MIEDOS TELEVISIVOS


El psicólogo alemán Jan-Uwe Rogge, como conclusión de cientos de coloquios que
ha tenido con los niños sobre los miedos inducidos por los medios de comunicación,
ha realizado una lista de los elementos que, con mayor frecuencia, desencadenan
sus temores. Sorprendentemente, en primer lugar, no están las imágenes televisi-
vas, sino los sonidos. Como así afirman otras investigaciones, los niños, sobre todo
los más pequeños, más que mirar la televisión, la escuchan. He aquí, por orden de
importancia, los elementos que inducen más miedos.

■ Ruidos fuertes, música y voces. ■ La representación de la muerte,


■ Reportajes de catástrofes y guerras. de las heridas o del dolor
■ Experiencias que generan en el niño de un personaje de la película.
inseguridad: peleas, la separación ■ La falta de compañía durante la visión
de los padres, castigos. de la película.
■ Símbolos imaginarios y personajes ■ La representación de pruebas
de fábula, como la bruja o el ogro. de coraje de las que el niño
■ Las vicisitudes de un personaje no se siente capaz.
con las que el niño se identifica.

CÓMO AYUDAR AL NIÑO


He aquí una serie de sugerencias para conseguir que el niño no se asuste
frente a las imágenes televisivas.
No le pongamos la televisión antes de los dos años. En 1999, la
American Academy of Pediatrics recomendaba: «Por debajo de los dos años,
los niños no deben ver la televisión, porque influye en su desarrollo cerebral,
social, emotivo y cognitivo. Genera inquietud, impulsividad y dificultad de
concentración».
El niño, que aún no distingue claramente entre la fantasía y la realidad, se sien-
te invadido por situaciones que no consigue entender plenamente y que le
generan angustia e inseguridad. Éstas se traducen después en pesadillas, terro-
res nocturnos, miedos que a nosotros, los adultos, nos parecen injustificados.

48 Guías de Psicología / Los miedos del pequeño


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Los miedos digitales

Al menos hasta los tres años miremos la televisión junto a él. La


televisión tiene un efecto hipnótico. A diferencia del cine, donde la mirada
puede vagar de un punto a otro, aquí la imagen es proyectada por un vídeo
de pequeñas dimensiones que obliga a concentrar la mirada: esta caracte-
rística tiene un gran poder de sugestión, sobre todo en los niños. Silvia
Vegetti Finzi, profesora de Psicología en la Universidad italiana de Pavía,
explica: «El hecho de que los dibujos animados gusten particularmente a los
niños no debe hacernos bajar la guardia sobre los riesgos de la teledepen-
dencia. Siempre hay que hacer una buena elección, y no se puede preten-
der que los niños la hagan solos. En realidad, al menos hasta los tres años
(pero también después si nos damos cuenta de que el niño está inquieto),
aconsejo a los padres que miren junto al niño incluso los mejores dibujos.
Permanecer solo frente al televisor aumenta el efecto hipnótico y debilita la
capacidad crítica».
Enseñémosle a entender el lenguaje de la pequeña pantalla. Es
posible, desde el principio, enseñar al niño a entender lo que observa en la
pantalla.
No se trata de explicar, sino de proponer preguntas sobre lo que el niño
entiende y experimenta, y escuchar sus respuestas. El hecho de pararse a
reflexionar le hará ser consciente de lo que sucede. Se le puede preguntar
por ejemplo: ¿Crees que las cosas que el Gato Silvestre hace son verdade-
ras? ¿Te da miedo? En base a sus respuestas, se podrá conocer el nivel de
comprensión del niño y elegir los programas que es capaz de asimilar.
De todos modos, siempre es importante que el niño pueda expresar lo que
siente. Para ayudarle, podemos tomar nosotros mismos la costumbre de
“contar” primero lo que experimentamos frente a un espectáculo, una escena
violenta o una canción, expresando nuestras emociones y nuestro juicio.
Definamos las reglas. Hay que aclarar al niño que son los programas de
televisión los que se deben adaptar a su vida y no su día a los programas.
El niño no debe irse tarde a dormir y no se debe levantar antes para ver la
televisión: las comidas, los juegos y los paseos son más importantes que los
programas de televisión. La televisión tampoco se debería ver: por la maña-
na temprano, antes de irse a dormir, durante la comida, en la habitación. En
cualquier caso, el niño no debería ver la televisión durante más de una hora
al día.
Nunca antes de irse a dormir. Una investigación desarrollada con 1.200
niños entre cuatro y once años ha puesto de manifiesto que el 36 por cien-
to tiene una televisión en la habitación y que la ve cuando ya está tumbado

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en la cama, es decir, durante las horas que preceden al sueño, el 50 por


ciento de los niños está pegado a la pantalla. De media, nuestros hijos duer-
men de 30 a 60 minutos menos respecto a lo que sería necesario (al menos,
diez horas).
Quien ha dirigido la investigación han sido dos neuropsiquiatras, Flavia
Giannotti y Flavia Cortesi, de la Universidad italiana La Sapienza, Centro
estudios del sueño, que advierten: «Dormir bien y durante tiempo es funda-
mental. Si esto no es así, el niño puede sufrir trastornos graves, como
insomnio y despertares nocturnos».
Hablemos. El niño debe acostumbrarse a contarnos lo que ha visto en
televisión: sirve para desarrollar sus capacidades expresivas pero, lo más
importante, nos permite conocer sus reacciones y nos ofrece la forma, si es
necesario, de tranquilizarle y consolarle.
Elijamos los programas adecuados. A la hora de elegir los programas
televisivos para nuestros hijos, es importante comprobar si:
• El niño es capaz de “leer” el lenguaje televisivo, es decir, consigue
distinguir un reportaje de una película de fantasía.
• Hay ruidos o columnas sonoras acuciantes en escenas que, ya
de por sí, son muy emotivas. La asociación de música y sonidos en las
escenas multiplica el impacto emotivo de la película.
• Hay escenas de catástrofes, masacres, asesinatos, que el niño es
capaz de elaborar y contar.
• El argumento de la película puede hacer revivir en él traumas que
aún no ha conseguido elaborar, como el divorcio de los padres, la muerte
de la abuela o un accidente de tráfico.
• La película tiene un final que puede tener sobre él efectos libe-
ratorios.
• Para finalizar – y es la condición más importante- que haya otra
persona con él: un amigo, un hermano o uno de los padres.

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Los miedos
inducidos

H oy en día, ya no se habla de la bruja o del coco


que se lleva a los niños. Incluso, el infierno ha perdido realismo. Sin embargo,
a menudo, sin ser conscientes, comunicamos a los niños un sentimiento de
miedo, les contagiamos nuestras angustias, les asustamos con consecuencias
terroríficas.
En particular, son tres los estilos de comportamiento que, según los psicólogos,
inducen miedo en los niños.

EL ESTILO
HIPERANSIOSO-HIPERPROTECTOR
Al oír nuestras palabras, el mundo le parece un conjunto de mentiras, peli-
gros y prohibiciones. Inmerso en estos mensajes, el niño ya no se siente
capaz de afrontar un desafío y medirse con la realidad. Como siempre está

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controlado, el niño corre el riesgo de quedar sofocado por nuestras aten-


ciones: tenemos miedo de que enferme o de que se haga daño y tende-
mos a protegerlo de cualquier mínima frustración. «Acostumbrado a que
los padres siempre le sustituyan», explica Jan-Uwe Rogge, «el niño vive la
búsqueda de nuevos desafíos de forma negativa, porque el descubrimien-
to de lo desconocido es para él un remolino peligroso que le lleva hacia el
fracaso».
Privado así de la posibilidad de actuar de forma autónoma, acaba por temer
tomar cualquier iniciativa, afrontar situaciones nuevas, poner a prueba sus
propias capacidades y, en caso de fracaso, encuentra en nosotros alguien
siempre dispuesto a excusarle y a sustituirle.

CÓMO EVITARLO
La mayor parte de los miedos infantiles tiene causas concretas, pero, en
lugar de esquivar las dificultades, el niño debe aprender a afrontarlas. La
exploración es el primer paso de la curiosidad y es la premisa de la inteligen-
cia. Por ello, se necesita crear en torno al niño un ambiente que le facilite sus
experiencias, en plena libertad y seguridad.
■ Más que aturdirle con recomendaciones, intentemos darle los
consejos necesarios para que pueda afrontar los desafíos con los
que cada día se encuentra. En lugar de decir: No subas por aquel tobo-
gán, porque es demasiado alto, podemos reformular la advertencia tradu-
ciéndola en un mensaje positivo, que refuerce el sentimiento de competen-
cia del niño: Para subir a aquel tobogán debes sujetarte con las dos manos,
porque es muy alto y es necesario que estés atento a no caerte. ¿Quieres
que la primera vez yo vaya contigo?
■ Pongámosle unos límites bien precisos entre los cuales el niño
pueda tomar sus decisiones. Empecemos desde pequeño, dejándole
la posibilidad de elegir el tipo de ropa que quiere ponerse, los alimentos
que más le apetecen y los juguetes con los que desea divertirse, involu-
crándole en las decisiones que le afectan y alargando la mano en el ámbi-
to de su poder de decisión. Aunque no estemos de acuerdo con él, escu-
chemos sus sentimientos y las motivaciones que presenta, propongámos-
le alternativas y expliquémosle el motivo de nuestras objeciones.
■ Ayudémosle sólo si lo pide. Si nos dice que quiere hacer algo solo, pon-
gámonos a un lado y dejémosle que lo intente, interviniendo sólo si pide nues-
tra ayuda e intentando no sustituirle, no ofrecerle soluciones, pero indicándo-
le el camino para que las encuentre él solo.

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Los miedos inducidos

EL ESTILO HIPERCRÍTICO
Se hostiga al niño con críticas y broncas, asustándole y poniéndole en ridí-
culo. Difícilmente se destacan sus comportamientos positivos, mientras que
siempre se está dispuesto a evidenciar sus errores, con el resultado de que
el niño tiene miedo a equivocarse y a la desaprobación de los padres.

CÓMO EVITARLO
■ Para que el niño se sienta seguro, necesita sentirse “valiente” e intentar
hacer bien lo que hace. Por el contrario, a menudo, se le expone al fracaso, que,
muchas veces, además está acompañado de regaños, que amplían su sentido
de frustración. Sin embargo, en lugar de lamentarnos de modo genérico del
comportamiento del niño sin proporcionarle objetivos precisos (¡Cuántas veces
te tengo que decir que ordenes tu habitación!), debemos comunicar claramente
nuestras expectativas (Quiero que antes de irte a dormir pongas todos tus jugue-
tes en la caja). De este modo, el pequeño se siente responsabilizado e incenti-
vado para hacer lo que se le está pidiendo. Como sabe precisamente qué es lo
que queremos de él, el niño se encuentra frente a un desafío que le facilita la eje-
cución de lo que tiene que hacer: poner todos los juguetes en la caja no hace
necesariamente que la habitación esté más ordenada, pero es un primer paso.
Si las expectativas también se expresan de un modo preciso, se evita etique-
tar al niño: Perezoso, destrozón, desordenado, etc. Al oír que lo consideramos
como tal, tenderá siempre a actuar en consecuencia.
■ Si debemos regañar al niño, concluyamos siempre la regañina recordan-
do las situaciones en las que se ha comportado bien y aprovechemos la oca-
sión para confirmar nuestro amor y nuestra confianza en él. Se ha demostra-
do que los niños mejoran su comportamiento si, junto a las regañinas, reciben
también muchos elogios y ánimos.

EL ESTILO PERFECCIONISTA
Convencidos del hecho de que el niño debe hacerlo todo bien, se les comuni-
ca que su valor, y el de sus padres, está determinado por el éxito obtenido en
sus actividades. El niño adquiere, así, una actitud perfeccionista, que le lleva a
temer de modo excesivo la desaprobación y la crítica en el caso de que fraca-
se. Los niños educados con este estilo se muestran muy angustiados cuando
se exponen a algún desafío, como los deberes de clase, exámenes o carreras,

Guías de Psicología / Los miedos del pequeño 53


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y piensan que sólo valen si consiguen hacerlo todo bien y obtienen la aproba-
ción de los demás. Las peticiones excesivas crean en los niños angustia, miedo
a no estar a la altura de las circunstancias, angustia a fracasar.
A veces, esta obsesión se debe a que los padres quieren realizar, a través de
sus hijos, lo que no han podido conseguir ellos mismos. Al principio, los niños
hacen todo lo posible para contentar nuestras ambiciones, pero, en cuanto
son conscientes, lo transforman en un arma de chantaje: se vengan con el
rechazo o canjean su colaboración exigiendo la satisfacción de un capricho.
En otros casos, si sienten que no consiguen hacer realidad el sueño de sus
padres y que no se les permite ningún fracaso, se sienten invadidos por lo que
los psicólogos llaman angustia de prestación: una constante insatisfacción de
sí mismos por el hecho de no corresponder a los niveles de eficiencia que los
demás esperan de él.

CÓMO EVITARLO
■ No hagamos comparaciones. Las comparaciones generan, inevitable-
mente, angustia o depresión. Si son positivas, el niño se siente obligado a
hacer el papel de hijo “bueno” y siente sobre sí un peso que no le permite
ser espontáneo. Está obsesionado por el pensamiento de desilusionar a sus
padres y se siente invadido por una gran angustia. Si las comparaciones son
negativas, generan hastío hacia las personas puestas como ejemplo y, al
mismo tiempo, cuando el niño se da cuenta de que no se puede igualar al
modelo propuesto, se siente desanimado y deprimido.
■ En lugar de elogiar al niño por los resultados, describamos de modo
objetivo sus sentimientos, valorando lo que siente y no las reacciones de los
demás: Te sentirás muy contento contigo mismo por el resultado alcanzado.
■ Felicitémosle por su comportamiento y no por el resultado obtenido:
Como ves, estudiar con empeño y de una forma sistemática tiene resultados.
■ En el caso de que se equivoque, no le juzguemos, sino interprete-
mos con él lo sucedido, haciéndole ver cómo a menudo los errores sirven
para aprender y mejorar.

TRANSMITIR LA ANGUSTIA
Según los psicólogos cognoscitivos, las causas de la angustia y del miedo
son los pensamientos y las imágenes que nos pasan por la mente. La mayor
parte de los comportamientos que generan sufrimiento dependen de con-

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Los miedos inducidos

vicciones irracionales que, en general, encuentran su origen en experiencias


vividas de pequeños. A veces, sin quererlo, con nuestra actitud y nuestros
discursos transmitimos a los niños una serie de creencias que crean angus-
tia y miedo: son convicciones, sensaciones de inadecuación, sentimientos
de culpa o vulnerabilidad que nosotros mismos hemos experimentado de
pequeños y que nos impiden realizarnos plenamente, nos hacen sentir inde-
fensos, sin control, poco queridos... Impresos en los estratos más profun-
dos de nuestro ánimo, alimentan miedos inconscientes.
Los diversos estudiosos proporcionan varias listas de convicciones que
generan miedo, pero todas tienen un dato en común: son mensajes negati-
vos que nosotros mismos hemos absorbido durante la infancia, y que, si no
somos conscientes, tendemos, a nuestra vez, a transmitir a nuestros hijos.
He aquí algunas de ellas:
■ Los peligros están por todas partes y siempre es necesario estar
alerta.
■ Si algo es desagradable o frustrante, hay que evitarlo.
■ Si sucediera algo malo, sería terrible.
■ Si algo se tuerce, lo único que se puede hacer es quedarnos con nues-
tro dolor.
■ Para sobrevivir, es absolutamente necesario tener la certeza de que las
cosas van a ir bien.

Tales convicciones llevan a pensar del modo siguiente:


■ Algo malo podría suceder.
■ Si algo sucediera, sería horrendo y catastrófico.
■ Como será horrendo, entonces debo preocuparme y pensar en ello
continuamente.

APRENDAMOS A DEJAR DE LADO


NUESTROS MIEDOS
Cuando estamos angustiados y atemorizados, con sus sensibilísimas ante-
nas los niños captan nuestros sentimientos. Y, puesto que en su camino
hacia la independencia están concentrados en ellos mismos, tienden a atri-
buirse la “culpa” de nuestros sentimientos. Como hemos visto, basta un
pequeño gesto, un suspiro, una palabra para que capten nuestro estado de
ánimo y se contagien.

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Antes de pensar en cómo ayudarles a superar sus miedos, veamos qué


podemos hacer para mantener al margen nuestras angustias.

EL CONTROL DEL ESTRÉS


Cuando el motor del coche se calienta, nos debemos parar y dejar que se
enfríe. Lo mismo sucede con la angustia. Si vemos que en nuestra vida o en
la de nuestros hijos el estrés pesa demasiado, porque tenemos que hacer
muchas cosas o porque estamos pasando un momento difícil en nuestras
vidas, parémonos. Pidamos ayuda a parientes y amigos para cuidar al niño
y “saquémonos la espina” durante algunos días o al menos algunas horas,
encontrando la forma para reflexionar y descansar. El tiempo “perdido” nos
ahorrará mucho sufrimiento.

LOS MOMENTOS DE RECUPERACIÓN


Los momentos para recuperarse, como las pausas, unas breves vacaciones
o los momentos de relax, son indispensables. A menudo, es suficiente cam-
biar el ritmo del día. Por ejemplo, incluso sólo el hecho de irse a dormir una o
dos horas antes de lo normal durante dos o tres semanas ayuda a recuperar
las energías y a tener una visión de la vida más optimista.

UN ESPACIO PARA NOSOTROS MISMOS


Cuando nuestro organismo se siente en peligro, pone en marcha los meca-
nismos del miedo, una activación fisiológica que, si no se descarga, puede
llevar a desarrollar una enfermedad psicosomática. Encontrar tiempo para
hacer una actividad física o una disciplina oriental, o bien practicar un hobby
manual, son formas de desahogar las tensiones, oxigenar el cerebro, rela-
jarse y distraer la mente. Pero, para que la actividad sea eficaz, es necesa-
rio practicarla dos-tres veces a la semana.

DIEZ PENSAMIENTOS EN LOS QUE NO HAY QUE PENSAR


La persona ansiosa tiende a agigantar las dificultades y a cultivar únicamen-
te pensamientos pesimistas. En los momentos de pánico, no consigue
parar el torrente de los propios sentimientos pero, reconquistada la lucidez,
se da cuenta de lo absurdo de los propios miedos y es incluso capaz de
reírse de ellos. Precisamente porque la incapacidad de afrontar una situa-
ción con serenidad nace a menudo de pensamientos irracionales, es posi-
ble eliminar estos pensamientos negativos para considerar los matices de
los que la realidad es rica.

56 Guías de Psicología / Los miedos del pequeño


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Los miedos inducidos

Los estudiosos detallan una lista de diez tipos de pensamientos negativos


que tienden a favorecer la angustia. Examinémoslos uno a uno y veamos
algunas sugerencias que, si se practican sistemáticamente, llevan gradual-
mente a liberarse de los automatismos que desencadenan la angustia.
Generalizar. Esta noche, no me ha telefoneado, ya no me llamará nunca
más. ¿Cuántas veces a lo largo del día recurrimos a expresiones como
nunca y siempre, que no dejan ninguna posibilidad a la esperanza? ¿Y cuán-
tas veces, por el contrario, dejamos abierta la posibilidad de un cambio recu-
rriendo a expresiones menos definitivas como algunas veces, algunos, la
mayor parte? Observemos nuestro modo de expresarnos y hagamos un
esfuerzo consciente para sustituir las palabras cerradas por las palabras
abiertas. Descubramos que, adoptando esta pequeña sugerencia, también
nuestra actitud hacia la vida será más optimista.
Todo/nada. Si no saco un sobresaliente en clase, significa que no valgo para
nada. El mundo es todo blanco o todo negro. Lo que nos sucede es una catás-
trofe o un triunfo. En realidad, no es así: siempre hay una forma de remediarlo.
Anticipar las catástrofes. Tengo ardor en el estómago; seguro que es
una úlcera. La posibilidad de que nos pueda suceder alguna desgracia se
transforma en una certeza y, como consecuencia, se actúa como si el
desastre ya se hubiera producido. Incluso antes de tener el dictamen, el
futuro aparece sin vías de salida, nos resignamos, renunciamos a utilizar
todas nuestras energías para una recuperación que, en la mayoría de los
casos, siempre es posible.
Presumir de saber qué piensan los demás. Estoy segura de que no
resulto simpática a esa señora que me encontré ayer por la noche. Nos con-
vencemos de lo que los demás piensan de nosotros, sin ni siquiera tomar-
nos la molestia de comprobarlo con los interesados. Perdemos así muchas
ocasiones para relacionarnos y librarnos del aislamiento.
Ser muy “creyentes”. Mi médico me dijo que no me comprase ese mode-
lo de coche; sabía que me equivocaba al hacerlo. Se pone una confianza
incondicional y total en una persona, siguiendo sus directivas sin comprobar si
está cualificado para darlas. Así, se pierde la capacidad de tomar decisiones
y de sentirse sujetos activos.
Etiquetar. He visto al nuevo empleado del banco; me parece una mala per-
sona. Se tiene una definición, a menudo negativa, de las personas: es estúpi-
do, infantil, genial. De este modo, tendemos a etiquetarnos incluso a
nosotros mismos: Nunca lo conseguiré; No seré capaz; Nadie me entiende.
Nos privamos, así, de la fuerza para afrontar nuevas situaciones.

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Usar los prismáticos al revés. Ella siempre ha tenido hombres fascinan-


tes, mientras que yo... Todo lo que hacen los demás se sobrevalora, mientras
que se infravaloran los propios éxitos.
Seguir el pensamiento emotivo. Me siento muy a disgusto en esta reu-
nión. Quiere decir que no es justa. Me voy. Se usan los propios sentimientos
como prueba de que algo es verdadero o falso, justo o injusto, limitando la
capacidad de relacionarse con los demás.
Usar los imperativos categóricos. Debo preparar sin falta la comida
para mi hijo, aunque tenga 40º de fiebre. Cualquier decisión o empeño se
transforma en una obligación taxativa e inderogable.
Culpabilizarse. Toda la culpa es mía. Desde que nos trasladamos, mi
madre está mal. Se tiende a asumir la responsabilidad del malestar de los
demás, que no tiene ninguna relación con nuestro comportamiento.

TEST: MIDE TU ANGUSTIA


Se puede hacer mucho para mantener al margen los niveles de nuestra angustia y
evitar transmitirla a los hijos. El test que proponemos puede ayudarnos a saber
cuánto ha penetrado la angustia en lo más profundo de nuestro ánimo.

SÍNTOMAS SÍ
A menudo, ¿os cuesta dormir por la noche y después
dormís profundamente durante el resto de la noche?
¿Seguís pensando en un problema que os preocupa aunque
os deis cuenta de que para solucionarlo debéis esperar
algunos días?
Cuando tenéis que hablar con una persona importante
o que no conocéis bien, ¿empezáis a sudar mucho
y os cuesta respirar?
¿Soléis tener reacciones excesivas de cólera o de alegría?
A menudo, ¿os preocupáis por problemas de poca
importancia?
En el trabajo, ¿tenéis la impresión de que no se os valora?

58 Guías de Psicología / Los miedos del pequeño


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Los miedos inducidos

SÍNTOMAS SÍ
¿Tenéis la impresión de que no tenéis amigos?
¿Estáis siempre insatisfechos con lo que habéis hecho?
¿Os sentís culpables por situaciones de las cuales no sois
responsables?
¿No conseguís estar sin hacer nada y siempre necesitáis
hacer alguna cosa?
Cuando estáis entre amigos o en compañía,
¿tenéis la sensación de que no sois iguales a los demás?
¿Siempre llegáis demasiado pronto o muy tarde?
¿Tenéis tendencia a dar justificaciones no pedidas?
¿Retrasáis siempre las cosas que debéis hacer?
¿Estáis preocupados de que vuestras acciones
no son adecuadas?

Asignar 1 punto por cada respuesta positiva


Si la puntuación se encuentra entre 0 y 7: el nivel de angustia es bajo.
Si la puntuación se encuentra entre 8 y 11: el nivel de angustia es medio-alto.
A lo largo de la semana, es importante encontrar momentos de relax y de tranquilidad.
Pueden ser útiles los ejercicios de relajación y de respiración.
Si la puntuación es más de 12: se aconseja dirigirse a un profesional.

Guías de Psicología / Los miedos del pequeño 59


Los miedos del pequeño OK 4/10/07 08:33 Página 60

6 C A P Í T U L O

Todas
las caras
del miedo

L os miedos agudos están provocados por estímulos


concretos y desaparecen rápidamente una vez el objeto o la situación que
los han desencadenado son eliminados. Si nos sentimos aterrorizados por
las serpientes, volvemos a recuperar la calma en cuanto las sacan de nues-
tro alrededor. No sucede así con los miedos menos concretos, como el
temor a no ser aceptados por los demás, la agitación causada por la incer-
tidumbre del futuro e incluso una crisis existencial, difusa y sin un objeto
específico que la pueda explicar.
Entre los niños, este miedo está muy difundido, más de lo que la mayor parte
de los padres pueda pensar. Quien ha lanzado la voz de alarma es el psicó-
logo español José Gil, profesor de la Universidad Católica San Vicente Mártir,
en Valencia, que, después de profundas investigaciones, sostiene: «Cerca
del 40 por ciento de los niños y de los jóvenes entre uno y 16 años sufre
problemas de ansiedad, depresión y fobia. Cuando nuestro organismo con-
sidera que está en peligro, se prepara para la lucha o la fuga, activándose

60 Guías de Psicología / Los miedos del pequeño


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Todas las caras del miedo

para poderse defender con mayor eficacia. Ésta es una reacción totalmente
normal, pero en algunos casos tal activación es exagerada, porque se basa
en la idea de un peligro mayor del real».
Los niños, sobre todo los que tienen una gran imaginación, se encuentran
frente a muchas situaciones que consideramos peligrosas, que no conocen,
que no dominan, que les son extrañas, o en las cuales ven la reacción
angustiosa de los adultos. En estas ocasiones, responden con la angustia
que, explica José Gil, «puede manifestarse con temblores, sensación de vér-
tigo, convulsiones, dolor de cabeza o desvanecimiento, pero que también
puede influir en el lenguaje -mutismo o locuacidad- o en el comportamiento
-timidez, hiperactividad, soledad, inseguridad, sentimiento de inferioridad,
hipersensibilidad o ideas obsesivas».
Persistente y paralizadora, la angustia mina la seguridad, desmorona la
autoestima, erosiona la confianza, hace sentirse impotente, débil, vulnerable,
incapaz de afrontar las tareas.
La intensidad con la que el miedo se manifiesta va de la inquietud apenas
perceptible hasta la angustia paralizante.

EL NIÑO NOS CUENTA ASÍ SUS TEMORES


Lo que hace aún más complejo el panorama de los miedos son las actitu-
des que el niño asume para enmascararlas: sufre regresiones adoptando
comportamientos infantiles que hacía tiempo había superado, se aísla
cerrándose en el mutismo para atraer la atención sobre los sufrimientos
internos que no consigue expresar, se muestra excesivamente complacien-
te y colaborador para alejar imágenes catastróficas de las que se siente cul-
pable, se vuelve agresivo en el intento de encontrar un desahogo a las des-
ilusiones sufridas o, en el extremo opuesto, se agarra con toda la desespe-
ración de la que es capaz a la figura materna o paterna como única forma
de salvación.
En la mayoría de los casos, el niño no sabe indicar qué le preocupa. La
angustia, en efecto, es una niebla que elimina los límites de las cosas: se
siente agitado, pero, si le preguntamos por qué, no sabe y no puede respon-
der. Sin embargo, existen diversos síntomas que muestran si el ánimo de
nuestros pequeños está turbado. He aquí, en detalle, los principales.
La dificultad de concentración. El niño tiene dificultades a la hora de
prestar atención a lo que sucede a su alrededor: en la escuela, no consigue

Guías de Psicología / Los miedos del pequeño 61


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C A P Í T U L O 6

seguir las lecciones, se olvida de hacer los deberes, parece perdido en un


mundo de sueños y fantasías.
Los comportamientos dishomogéneos. No es cierto, como se cree
comúnmente, que si un niño tiene miedo a algo reaccione siempre de un
modo apático e infructuoso. En algunos casos, puede mostrarse más acti-
vo de lo normal, a veces incluso en exceso. El síntoma que revela la angus-
tia en el niño no es un comportamiento específico, la apatía o un dinamis-
mo excesivo, sino la dishomogeneidad en el comportamiento: el oscilar de
una actitud a otra.
Los cambios en los hábitos alimentarios. El niño rechaza comer o, por
el contrario, reacciona atiborrándose. Estos comportamientos pueden ser
totalmente normales y corresponder a una fase del desarrollo o a una situa-
ción particular; por ejemplo, en verano o cuando se tiene fiebre, se tiende a
comer menos, mientras que, después de hacer un esfuerzo físico o jugar al
aire libre, se tiene más hambre. Sin embargo, si estos cambios en los hábitos
alimentarios acompañan a otros síntomas de angustia vale la pena indagar.
La regresión. Los comportamientos regresivos pueden producirse frente a
cualquier nuevo acontecimiento que altere el ritmo de vida del niño: un tras-
lado, una nueva escuela, la separación de los padres. El niño empieza a
comportarse como cuando era más pequeño. Sólo quiere beber con el
biberón, vuelve a utilizar el pañal durante el día o, si es más mayor, se vuel-
ve a hacer pipí en la cama, quiere que se le dé de comer o bañarse en la
bañera del recién nacido, y ya no se duerme solito.
En realidad, sólo quiere estar seguro de que hacerse mayor no significa perder
el amor y las atenciones de sus padres.
Los cambios en los hábitos del sueño. El niño puede empezar a tener
dificultades para dormirse o se despierta frecuentemente a lo largo de la
noche, a menudo tiene pesadillas o sufre terrores nocturnos.
Los trastornos psicosomáticos. Puesto que todas las enfermedades se
encuentran, en parte, bajo la influencia de la psique, las somatizaciones de
la angustia se encuentran entre las más evidentes. Dolor de cabeza y de
estómago son dos trastornos típicos, reales y tangibles, relacionados con la
angustia.
Los rituales. Son pequeños rituales que los niños, pero también nosotros,
los adultos, llevamos a cabo, a menudo inconscientemente, para crearnos
seguridades que, de algún modo, ponen un límite a nuestras angustias: un
modo particular de doblar las sábanas, una camiseta “que le trae suerte” en
el partido de fútbol, evitar pisar una baldosa en el pasillo de la escuela. Si son

62 Guías de Psicología / Los miedos del pequeño


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Todas las caras del miedo

limitados y alegres, los rituales son útiles para aliviar la angustia, pero, si se
convierten en obsesivos, pueden hacer la vida insoportable.

ANGUSTIAS, SUSTOS, FOBIAS


Y TRAUMAS
La angustia es el más indefinido de los miedos, tanto que no se es capaz, a
veces, de poder identificar la causa con precisión: Estoy angustiado, pero no
sé por qué, decimos.
En el extremo opuesto, se encuentra el susto. Se trata de una intensa reac-
ción de miedo, frente a un peligro bien circunscrito: todos nosotros nos asal-
tamos al oír el estruendo de un estallido. El susto es una reacción automá-
tica, difícilmente controlable que, una vez superada, no deja señales a
menos que sea tan violento que pueda provocar un trauma, una herida psí-
quica que, como veremos, puede señalar al niño para el resto de su vida, o
bien una fobia, un temor insólitamente intenso pero circunscrito a determi-
nadas cosas, animales o situaciones.

LOS SÍNTOMAS DE LA ANGUSTIA


■ FÍSICOS ■ PSICOLÓGICOS
• Aceleración del ritmo cardíaco • Sensación de confusión
• Sequedad de la boca • Disminución de la memoria
• Respiración afanosa • Pensamientos negativos
• Dolor en el estómago (No lo conseguiré)
o en el intestino • Pérdida de confianza en las personas
• Estímulo de orinar frecuentemente • Sensación de pánico
• Sudor • Deseo de huir
• Vértigos y mareos • Escasa autoestima
• Palidez y enrojecimiento • Malos sueños, pesadillas
• Manos temblorosas • Errores banales
• Dolor de cabeza
• Cansancio
• Pérdida de apetito

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C A P Í T U L O 6

CUANDO EL MIEDO SE TRANSFORMA


EN ENFERMEDAD
¿Cuál es la línea límite que separa una sana reacción de alarma frente a un
peligro de un estado de angustia permanente, que debe afrontarse con la
ayuda de un experto?
No siempre es fácil determinarlo, porque, como ya se ha dicho, en muchos
casos, la angustia es una reacción totalmente justificada.
En la tabla siguiente, ofrecemos los criterios para distinguir los dos tipos de
angustia.

CÓMO DISTINGUIR LA ANGUSTIA NORMAL


DE LA ANGUSTIA PATOLÓGICA
■ ANGUSTIA NORMAL ■ ANGUSTIA PATOLÓGICA
• Su duración es limitada. • Se prolonga durante un largo
• Su intensidad es proporcional período de tiempo.
al problema que hay que afrontar. • Nos damos cuenta de que
• Se sufre poco o nada. su intensidad es desproporcionada,
• La capacidad productora, pero nos sentimos incapaces
la eficiencia personal, las relaciones de tranquilizarnos.
con los demás no están • Se tiene una aguda sensación
comprometidos. de sufrimiento.
• Cuesta mucho trabajo desarrollar
las propias funciones.

64 Guías de Psicología / Los miedos del pequeño


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C A P Í T U L O
7

Cómo
tranquilizar
a un niño
La lección más importante que el hombre puede aprender en la vida
no es que en el mundo existe el miedo, sino que depende de nosotros
extraer provecho del miedo y que se puede transformar en coraje.
Rabindranath Tagore, poeta hindú,
premio Nobel de literatura

E ntre el miedo y el coraje, que se define como «el


hecho de perseverar en una acción a pesar del miedo», existe toda una
gama de actitudes que permiten a la mayor parte de las personas afrontar
un gran número de situaciones, incluso difíciles, sin sufrir pánico. Si bien el
miedo durante o inmediatamente después de la exposición al peligro es una
reacción común, nosotros, y con nosotros nuestros hijos, poseemos una
gran capacidad de recuperación. El ejemplo es contagioso, en particular en
el caso de los niños. Al igual que comunicamos la angustia, también pode-

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C A P Í T U L O 7

mos transmitir la confianza y enseñar a mantener el control de nosotros mis-


mos en las situaciones difíciles. He aquí lo que los expertos aconsejan.
Demos al niño reglas claras y coherentes. El niño puede tener una
mayor o menor propensión a reaccionar a las novedades y a los imprevistos
con el miedo, pero todos los expertos coinciden en un dato: los ambientes en
los que hay reglas precisas y coherentes provocan menos estados de ansie-
dad, porque permiten prever las consecuencias de las propias reacciones.
Por ejemplo: si hoy el niño transgrede una regla y no sucede nada porque
estamos de buen humor, pero mañana le gritamos sin razón, aprenderá que
su ambiente no es controlable. Es lo que los psicólogos llaman impotencia
aprendida.
Nunca hay que negar los miedos diciendo: No hay nada que temer.
Es necesario recordar siempre que el objeto del miedo puede no ser real,
pero que el miedo sí lo es. También nosotros los adultos hemos tenido mie-
dos “irracionales”. Por la misma razón, reconducir al pequeño a la realidad
con frases como: Pero, ¿qué dices? ¿No ves que no hay nadie?, sólo sirve
para inhibirle a expresar lo que siente.
Demostrémosle toda nuestra comprensión, pero sin “premiar” sus
miedos con actitudes consoladoras. Evitemos frases como: Pobrecito...,
que reforzarían su angustia; intentemos, por el contrario, comunicarle que
estamos seguros de que podrá superarla.

TAMBIÉN ES UNA CUESTIÓN


DE SENSIBILIDAD
A menudo, cuando debemos enfrentarnos con los miedos de un niño, ten-
demos a decir, con cierto fastidio, que se trata de fantasías. En realidad, hoy
en día, los científicos han conseguido demostrar que la angustia produce
modificaciones en la actividad del cerebro. En concreto, los niños y los adul-
tos que están angustiados sufren anomalías en las funciones de la amígdala,
una zona específica del cerebro.
Para demostrarlo, los investigadores del Sackker Institute de la Cornell
University, en Estados Unidos, han mostrado a un grupo de niños dos tipos
de fotografías: algunas mostraban caras que expresaban un miedo intenso,
y otras presentaban caras sin una particular expresión. Con la resonancia
magnética, se ha comprobado que, cuando se les ponía frente a las caras
que expresaban miedo, los niños que estaban angustiados mostraban una

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Cómo tranquilizar a un niño

exagerada actividad de la amígdala; en los que no tenían problemas, la reac-


ción sólo era moderada; los que sufrían depresión no mostraban ningún
cambio en la actividad. Saber que la angustia es también un componente
fisiológico y hereditario puede hacernos más pacientes y tolerantes con los
miedos de nuestros hijos.
Un niño que está atormentado y preocupado por los demás tiene una venta-
ja: está demostrando que también tiene una mayor sensibilidad frente a las
dificultades y los problemas del prójimo. Las civilizaciones orientales tienden
a apreciar los aspectos positivos de la timidez: «Los tímidos no hablan mal de
los demás y no se enaltecen, no son insistentes o exigentes, agresivos o pre-
potentes», escribe Swamini Vimalananda en su libro Los caracteres del hom-
bre. «Son amigos leales y fiables porque la amistad para ellos es muy valio-
sa. A menudo, son personas profundas y reflexivas, discretas y modestas. En
general, tienen la capacidad de escuchar y de entender. Cuando están en
grupo, no tienden a conquistar el control, y por ello son óptimos compañeros
de equipo, ni quieren dominar en una conversación, hablando siempre ellos.
Los tímidos tienen muchas cualidades y muy pocos defectos».

LAS FRASES QUE NO FUNCIONAN


El pediatra italiano Roberto Albani explica: «El niño presa de la timidez tiene
miedo sobre todo de no ser aceptado por los demás. Quizás, ya ha intenta-
do entrar en un grupo y ha sido rechazado, empujado o ridiculizado. Por ello,
prefiere, al menos inicialmente, evitar el contacto con los demás. Para mez-
clarse en una riña, necesitaría sentirse aceptado al menos por los padres».
Por el contrario, a veces, presas de la prisa y del deseo de corregirle, nos
dirigimos a él de un modo brusco: ¡Muévete! ¡No seas tan patoso! Pero,
¿por qué tienes miedo?
Pronunciadas con la intención de castigarlo, nuestras palabras tienen el
efecto contrario. Veamos por qué.
■ No seas tan apocado. Con estas palabras rechazamos precisamente
lo que el niño más necesita, es decir, la aceptación.
■ Los demás niños sólo quieren jugar contigo, no te harán daño.
El argumento es absolutamente lógico, pero no tiene en cuenta el hecho de
que el problema del niño no tiene un origen racional, sino emotivo, y que, por
lo tanto, sólo puede afrontarse en este sentido.
■ No hay ninguna razón para tener miedo. Es como decir: Lo que

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C A P Í T U L O 7

sientes no es legítimo. No tienes ningún derecho a sentir temor ante los


niños que no conoces.

INFUNDIR SEGURIDAD
Al niño hay que comunicarle la certeza de que mamá y papá consideran sus
temores y sus emociones como un hecho totalmente natural y justificable.
Sólo así podrá superarlos y adquirir mayor seguridad y confianza en sí
mismo. Precisamente aprendiendo a aceptar los propios temores, será más
fácil para el niño abrirse, sin sentirse desprotegido e indefenso.
En la práctica, la timidez se traduce en un perenne miedo a equivocarse. Por
ello, es importante infundir seguridad al niño. He aquí lo que se puede hacer
para transmitirla.

SEAMOS REALISTAS
Algunos miedos son normales en alguna fase del desarrollo. No podemos, por
lo tanto, pretender que el niño no tenga miedos, ni tampoco sería bueno. Los
miedos tienen ciclos recurrentes y es normal que un miedo ya superado rea-
parezca o sea sustituido por uno nuevo. Lo que podemos hacer es ayudar al
niño a afrontar y a gestionar sus miedos para que no se sienta invadido.

RESPETEMOS SU TEMPERAMENTO
El hecho de que el niño sea reservado hay que respetarlo. Enséñame lo
valiente que puedes ser, podemos decir a un niño al que no le apetece rela-
cionarse con los demás niños en los columpios, tendiéndole la mano para
subir las escaleras y esperándole con los brazos abiertos al final.
«El niño que sufre de timidez debe aceptarse a sí mismo por lo que es, y vivir
su vida según sus propias características, sin sufrir porque ha sido hecho
así», sostiene el pediatra italiano Roberto Albani. No sólo debe ser respeta-
do, sino también querido por sus características. Nos gusta como eres es
el mensaje que, como padres, hay que enviarle. Aceptándole, el niño apren-
de a aceptarse a sí mismo, y, paradójicamente, precisamente porque se le
valora, adquiere seguridad y confianza en sí mismo.
«Normalmente», observa Susana Mantovani, profesora de la facultad de
Psicología de la Universidad de Milán, en Italia, «el niño que sufre de timidez es
sensible y atento. Precisamente porque es mucho más consciente de su propio
ser y de su propia identidad, se preocupa de lo que los demás piensan de él».

68 Guías de Psicología / Los miedos del pequeño


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Cómo tranquilizar a un niño

NO LE ETIQUEMOS
Mi hijo es un poco tímido. Ésta es la frase que nos sentimos obligados a
decir cuando presentamos nuestro hijo a la maestra, a la animadora del cen-
tro social, a la niñera, para explicarles por qué en algunas circunstancias se
retrae. Con esta advertencia, nuestra intención es suscitar una mayor com-
prensión, pero en realidad lo que esto hace es encasillar al niño en un papel,
haciéndole aún más difícil la tarea de liberarse de la etiqueta y de manifestar
sus recursos inexplorados. Por lo tanto, es importante no catalogar al niño
llegando incluso, si es necesario, a negar la evidencia.
Cuando se nos pregunté: ¿Es tímido?, mostrémonos sorprendidos y diga-
mos: ¿Tímido? ¡No! Sólo necesita un poco de tiempo para ambientarse. En
la mayor parte de los casos, es lo que efectivamente sucede.
Si bien es cierto que la timidez se debe en gran parte al miedo a las nove-
dades, intentemos identificar lo que el niño conoce bien, y partir de aquí
para abrir o continuar un diálogo. Incluso los niños más apocados se
espabilan cuando hablan de su colección de figuritas o de la ropita de su
muñeca.

HAGAMOS QUE HABLE


Hablar, enseña el psicoanálisis, es muy útil. El niño da un nombre a sus mie-
dos y ésta es la premisa para aprender a controlarlos. Sin embargo, el niño
no siempre consigue expresarse. Para los más pequeños puede ser más
fácil hacer un dibujo.

ESCUCHÉMOSLE
Algunas investigaciones han demostrado que nosotros, los padres, en el
mejor de los casos, sólo escuchamos una cuarta parte de lo que nuestros
hijos intentan comunicarnos. Veamos, entonces, cuáles son las características
de una buena escucha.
Dejemos de hacer lo que estamos haciendo. Parece banal, pero la
mayor parte de nosotros continúa ordenando, o haciendo cualquier otra
cosa, cuando el niño viene a decirnos algo. Probablemente, lo que dice no
tiene mucho sentido y, por lo tanto, le ignoramos, o bien fingimos que le
hemos escuchado mientras que sólo hemos captado algunos fragmentos
de su discurso, o puede que lo que nos está contando sólo sea la punta del
iceberg: dice que se ha roto un juguete, pero no especifica que lo ha roto él
golpeándolo contra la cabeza de su hermana.
Por lo tanto, si el niño quiere decirnos alguna cosa, dejemos lo que estamos

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C A P Í T U L O 7

haciendo, sentémonos a su lado y dediquémosle una atención exclusiva. Si


no lo podemos hacer, expliquémoselo y prometámosle que hablaréis en otro
momento.
Intentemos liberar nuestro ánimo de las emociones. Si estamos
enfadados, angustiados, disgustados o inmersos en nuestros pensamien-
tos, no podemos tener la mente libre para escuchar cuanto nuestro hijo
quiere decir. También en este caso, hay que retrasar el discurso.
Escuchemos con los ojos. A menudo, nuestro silencio, más que nues-
tras palabras, anima al niño a hablar. Expresemos nuestro interés sonriendo,
participemos en lo que nos dice con la expresión de la cara, pero no le inte-
rrumpamos o hagamos un comentario superfluo que interrumpa el diálogo,
que haga perder el hilo del discurso o que induzca al silencio.
Si es necesario, no temamos estar callados durante mucho tiempo. Si con-
seguimos prestarle la máxima atención, antes o después, le haremos hablar.
Prestemos atención al lenguaje corporal del niño.
• Las expresiones de la cara, los gestos, la postura, los movimien-
tos de las manos (si las aprieta, si deja caer los brazos a lo largo del cuer-
po, si juega con el lápiz, si se rasca la nariz, etc.) son indicios de su estado
de ánimo: angustiado, agresivo, positivo, de renuncia, etc.
• El tono de voz: lamentoso, excitante, preocupado, asustado, desanima-
do, irritado, desilusionado, rabioso, etc.
• Los miedos, la excitación, las repeticiones, los lapsus; a veces,
revelan más de lo que las palabras dicen.

TRANSMITAMOS MENSAJES POSITIVOS


Si conseguimos solidarizarnos con los niños, descubriremos que algu-
nos, en el fondo de su corazón, están convencidos de no saber hacer
nada bueno. Sin darnos cuenta, motivados por las mejores intenciones,
a veces les bombardeamos con mensajes que comunican desconfianza
en su capacidad para afrontar los pequeños y grandes desafíos que la
vida presenta.
• No corras tanto; estás sudando y te pondrás enfermo.
• No creo que la música sea lo que más te guste.
• Pero, ¿estás atontado? Sal rápidamente de ahí. ¿No ves que
está todo embarrado? Te vas a resbalar.
• Vigila con aquel niño; es muy prepotente y antes o después te
pegará.
• No subas al tobogán; es demasiado alto.

70 Guías de Psicología / Los miedos del pequeño


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Cómo tranquilizar a un niño

Intentemos reformular las advertencias antes mencionadas, traduciéndolas


en mensajes positivos que refuercen el sentido de competencia del niño.
• Ven aquí que te seco el sudor. Ponte la camiseta de algodón, que
absorbe el sudor, así podrás correr cuanto quieras.
• Estoy contento de que quieras aprender a tocar un instrumento.
Te llevaré a la escuela de música, pero deberás dedicar muchas
horas.
• Mira, todo el suelo está embarrado, coloca bien los pies para no
resbalar.
• A decir verdad, tu amigo no me gusta mucho. He visto que en el
parque siempre se muestra prepotente y pega a los demás niños.
¿Tú qué crees?
• Para subir al tobogán debes cogerte bien con las manos, porque
es muy alto y hay que prestar atención a no caerse.¿Quieres que
la primera vez te coja la mano?

AYUDÉMOSLE A QUE CONOZCA EL ÉXITO


No hay nada más eficaz para combatir la timidez que alcanzar el éxito en
un grupo. Para facilitar al niño esta empresa, se le puede proponer orga-
nizar un juego con niños más pequeños que él. A menudo, las personas
consideradas tímidas se muestran líderes extraordinarios y óptimos can-
guros. Reforzados por estas experiencias, los niños tímidos podrán afron-
tar situaciones más difíciles. Más que indicar al niño los peligros, inundar-
le con recomendaciones y destacar los fracasos, intentemos ofrecerle los
consejos necesarios para afrontar los desafíos que se encuentre cada
día.

HAGÁMOSLE SABER QUE ES NORMAL TENER MIEDOS


Y CONTÉMOSLE NUESTRAS DIFICULTADES
A menudo, los niños se sienten culpables o se avergüenzan de sus miedos.
Por lo tanto, para ellos es importante saber que también nosotros, los adul-
tos, ya seamos hombres o mujeres, en algunos momentos y en algunas
situaciones, tenemos miedo. También debemos explicar al niño que existen
formas para superarlo.
Hablando de nosotros mismos obtenemos dos resultados: mostramos com-
prensión y participación en los problemas del niño, y nos presentamos como
un modelo a imitar. Si nosotros, que a sus ojos somos tan fuertes, hemos
tenido los mismos miedos, también él conseguirá afrontarlos sin dificultad.

Guías de Psicología / Los miedos del pequeño 71


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C A P Í T U L O 7

EVITEMOS MENSAJES QUE PUEDAN ASUSTARLE


El miedo nunca es un buen consejero. Intentar imponer principios morales o
determinados comportamientos utilizando la amenaza de los castigos divinos,
como se hacía hace tiempo, o de los castigos más modernos de hoy en día,
no induce a que los niños se comporten bien. Como máximo, se obtiene
que las “jugarretas” se hagan a escondidas y con enormes sentimientos de
culpa.
Por lo tanto, hay que evitar utilizar la figura del coco que se lleva a los niños,
del policía que le mete en la cárcel o del médico que le pincha.

ENSEÑÉMOSLE A QUE HABLE DE SÍ MISMO


Casi todos nosotros, en un momento de nuestra vida, debiendo afrontar
una empresa difícil, hemos sentido la necesidad de decirnos a nosotros
mismos, en voz alta: Verás cómo lo conseguirás, o bien: No tengas miedo,
todo irá bien. Traduciendo nuestro pensamiento en palabras y pronuncián-
dolas en voz alta, multiplicamos los efectos positivos. Cuanto más se
anime el niño a sí mismo, más convencido estará y más fácil será superar
los propios miedos. Así, si debe volver a casa cuando ya está oscuro,
podrá repetirse: No tengo miedo. Sólo está oscuro. No hay nadie que me
pueda hacer daño.

NO NOS ADAPTEMOS A SUS MIEDOS


Los miedos del niño no deben ignorarse, y mucho menos agigantarse.
Apoyémosle, haciéndole entender que le comprendemos, pero no le asfixie-
mos con nuestras atenciones. Sobre todo, no cambiemos nuestras costum-
bres para adaptarnos a sus miedos: no cancelemos una cita con el doctor,
no le dejemos dormir en nuestra cama… Cuanto más intentemos adaptar-
nos a sus temores, más los acrecentaremos, con el riesgo de que el adulto
también acabe teniendo miedo. El objetivo es mantener una vida normal y
ayudar al niño a superar los miedos conforme se presentan.

PREMIEMOS SUS PROGRESOS


Para que supere su timidez y sus miedos, elogiemos siempre los pequeños
progresos del niño: cuando haga cosas nuevas, se tome responsabilidades
o demuestre autonomía. El solo hecho de hacérselo notar no sólo le anima-
rá a seguir con su comportamiento deseado, sino que, además, le ayudará
a ser más consciente de ellos: ¡Bien! He visto que hoy no te has escondido
detrás de mí cuando he saludado a aquella señora por la calle.

72 Guías de Psicología / Los miedos del pequeño


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Cómo tranquilizar a un niño

CUÁNDO DIRIGIRSE AL PEDIATRA


La mayor parte de los miedos de nuestros hijos son etapas obligadas en el
desarrollo normal. A veces, sin embargo, pueden convertirse en un proble-
ma. Si los miedos o el miedo en general interfieren en el día a día del peque-
ño o de la familia, y persisten a pesar de los intentos por parte de los padres
de superarlos, será entonces necesario dirigirse al pediatra.

LAS FRASES QUE NUNCA HAY QUE DECIR AL NIÑO


■ Si continúas así, harás que me ponga enferma.
■ Me haces desesperar.
■ Con todos los sustos que me das, antes o después,
tendré un accidente.

Para nosotros son frases hiperbólicas dictadas por la exasperación, mientras que para
el niño, sobre todo si aún es pequeño, son amenazas que se interpretan literalmente.
Inducen un doble miedo: el miedo a ser abandonado y el miedo a ser la causa de la
muerte de la mamá o del papá, la persona del mundo a la que más ama y de la que
depende para su propia existencia.

Un abandono que puede asumir también la forma de indiferencia, como en la frase


siguiente:
■ ¡Haz lo que te parezca!

Al final, ya no podemos más y nos damos por vencidos, para que nos deje en paz. El niño
sale convencido de que chillar y ofender dan resultado, y nosotros nos consolamos con
un: Mira qué carácter...
En realidad, por paradójico que pueda parecer, una actitud de renuncia por parte nues-
tra puede infundir un sentimiento de inseguridad y de miedo. Para él, los padres son una
autoridad natural y, por lo tanto, de nosotros espera protección, guía y apoyo.
Si no se los damos, pensará que a fin de cuentas para nosotros él no es tan importante.
Dejado solo consigo mismo, el niño oscila entre dos extremos: o se convierte en tímido,
pasivo y cerrado en sí mismo, o bien se junta con la primera persona que le concede
aunque sólo sea una brizna de atención.

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C A P Í T U L O 7

EL TEST: MIDE LA ANGUSTIA DE TU HIJO


NUNCA A VECES SIEMPRE
No le gusta estar con los amigos
Tiene dificultades para hacer amigos
Tiene pesadillas
Se irrita fácilmente
Siempre está enfermo
No le gustan las novedades
Su rendimiento escolar no es bueno
Tiende a dar justificaciones no pedidas
Se cansa fácilmente
Se siente mal cuando le criticamos
Se ha vuelto a hacer pipí en la cama
Está inapetente
Si se despierta mientras duerme,
le cuesta volverse a dormir
Llora por nada
A veces, no quiere ir al colegio
Le gusta la rutina
No consigue estar solo
Siempre se pelea, es muy difícil
Es violento en casa y en la escuela
■ Para cada NUNCA: marcad un 0
■ Para cada A VECES: marcad 2 puntos
■ Para cada SIEMPRE: marcad 5 puntos
Si la puntuación se sitúa entre 0 y 40: el niño no está angustiado. A veces, su angus-
tia puede deberse a determinadas situaciones.
Si la puntuación se sitúa entre 41 y 80: su nivel de angustia va de moderado a eleva-
do: puede tener estallidos de cólera más o menos frecuentes, mostrarse reacio a afron-
tar las novedades y, ocasionalmente, estar de mal humor.
Si la puntuación es más de 80: su nivel de angustia es muy alto y, en muchos casos,
esto le puede hacer llevar una vida difícil. Hay que dirigirse a un experto.

74 Guías de Psicología / Los miedos del pequeño


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C A P Í T U L O
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Las fobias

Un día, cuando fui a la montaña, vi una serpiente y empecé a chi-


llar... Después, recordé lo que mi madre me había dicho y comencé
a golpear con las botas el suelo y la serpiente se fue.
Jorge, 7 años

E n el origen de las fobias, se encuentra, a menudo,


un susto tal que induce en el niño el miedo a que la experiencia se repita:
accidentes de tráfico, terremotos, intervenciones quirúrgicas, violencias o
abusos sufridos. «La memoria de estos hechos se transforma en fobia cuan-
do la reacción de pánico no se limita al trauma sufrido, sino que se genera-
liza a situaciones relacionadas con el mismo. De este modo, se inicia una
espiral de intentos para solucionar el miedo, pero, en lugar de atenuarlo, lo
que hace es incrementarlo», explica el psicólogo Giorgio Nardone.
Si, por ejemplo, un niño, debido a un accidente de tráfico, se ha golpeado
violentamente la cabeza contra el espejo retrovisor, podrá desarrollar el
miedo a golpearse contra cualquier espejo: sacará todos los espejos de la

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casa, no entrará a lugares en los que haya espejos, para protegerse se pon-
drá en la cabeza un gorro con visera y, puesto que se avergonzará de ir por
la calle con gorro, rechazará cualquier invitación para ir a una fiesta. En reali-
dad, la solución que adopta para evitar el miedo lo multiplica, pues, de este
modo, se inician una serie de comportamientos cada vez más obsesivos.
«Las fobias sólo se superan cuando se consigue cambiar la percepción de la
realidad que se vive como amenazadora y, como consecuencia, se logran
cambiar las reacciones», sostiene Nardone.

LOS EFECTOS
Las fobias influyen de diversos modos en el comportamiento de quien las
sufre. Tomemos como ejemplo el de un niño con una fobia a los perros que,
para acudir a jugar a balón con los amigos, deba pasar cerca de un perro.
Su fobia le inhibe de distintas maneras:
■ Influye sobre su comportamiento. El niño puede decidir cambiar el
camino y hacer un recorrido más largo para llegar al campo.
■ Le lleva a estar constantemente obsesionado pensando en cómo
evitar a los perros.
■ Produce reacciones físicas. Cuando oye al perro ladrar, su ritmo car-
díaco se acelera, el tórax se oprime, sufre vértigos, las palmas de las manos
le sudan y teme que algo catastrófico le pueda suceder.

LOS DIVERSOS TIPOS


Entre los niños, las fobias más comunes son: la sangre, la oscuridad, el fuego,
los gusanos, la suciedad, las alturas, los insectos, los espacios cerrados, las
arañas y los truenos.
Las fobias asumen diversas formas dependiendo del objeto que las
desencadena y de su intensidad. Veamos tres de los tipos de fobia más
comunes.

LA FOBIA SIMPLE
Es la forma más común de fobia. Se trata de un miedo irracional a la hora
de enfrentarse a algunas cosas, animales o situaciones.
La fobia simple nace, generalmente, cuando se debe afrontar un riesgo que

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Las fobias

objetivamente ha provocado en nosotros angustia, por ejemplo, la fobia a la


profundidad del agua puede estar causada por haberse encontrado, algu-
na vez, en un lugar donde el agua cubría antes de saber nadar. En este
caso, es normal tener miedo. Sin embargo, si se continúa teniendo miedo y
evitando el agua, incluso en el caso de una piscina poco profunda, la angus-
tia es excesiva y asume las características de una fobia. Los objetos más
frecuentes de fobia son las abejas, los microbios y las infecciones, los luga-
res elevados, los olores, las enfermedades y los temporales. Las fobias sim-
ples, sobre todo la fobia a los animales y a los insectos, son comunes entre
los niños, pero no son necesariamente permanentes. Pueden aparecer y
después superarse al cabo de poco tiempo. Se estima que del 5 al 12 por
ciento de la población sufre fobias durante períodos de tiempo de una dura-
ción media de seis meses.
El hecho de ser conscientes de que la fobia no es razonable, no sirve para
que desaparezca. A diferencia de otras formas de fobia, la fobia simple no
interfiere en la vida diaria, ni causa una excesiva angustia.

LA FOBIA SOCIAL
Mientras que, en el caso de la fobia simple, se tiene miedo a un objeto bien
definido, en el caso de la fobia social se temen todas las situaciones en las
que se está expuesto al juicio de los demás: hablar en público, responder a
preguntas delante de los compañeros de clase o incluso el simple hecho de
participar en una fiesta. Quien tiene fobia social sufre violentos temblores,
palpitaciones y sudoración, cada vez que se tiene que relacionar con los la
gente.
Como en el caso de la fobia simple, la persona hace todo lo posible para no
encontrarse con situaciones que le provocan angustia. El mayor miedo es a
ser humillado o a sentirse avergonzado delante de los demás. Se está tan
preocupado por ello que ni siquiera se consigue pensar, no se recuerdan los
hechos, no se encuentran palabras para expresarse y, como consecuencia,
se forma la mala figura que se quería evitar. Incluso, cuando las cosas van
bien, la persona no se siente reforzada y teme, de todos modos, quedar mal
la próxima vez.
La fobia social es particularmente frecuente en la franja de edad que va de
los 15 a los 20 años y, si no se presta la atención suficiente, se puede pro-
longar durante toda la vida: a menudo, provoca depresión y abuso de alco-
hol. Una forma particular de fobia social, que afecta sobre todo a los niños,
es la fobia a la escuela.

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LA FOBIA GENERALIZADA
En la fobia generalizada, el miedo no está desencadenado por un determi-
nado objeto o por una determinada situación: quien la sufre no necesita estí-
mulos externos para tener miedo. Es su percepción de la realidad la que
hace que la persona se imagine peligros. Lo que le hace estar mal es el
miedo a que se inicien las características del miedo: aceleración del ritmo
cardíaco (taquicardia), vértigos, pérdida de control.
Muchas personas que sufren de fobia generalizada pueden, después,
desarrollar agorafobia, un estado de pánico continuo que lleva a la imposi-
bilidad de salir de casa sin estar acompañados. La agorafobia se desarro-
lla en la tardía adolescencia o en la edad adulta. Por lo tanto, no entra den-
tro del argumento de este libro.

CÓMO SE VENCEN
Ana, una niña de seis años, se pone a chillar con todas sus fuerzas cada
vez que tiene bañarse en la bañera de casa. He aquí lo que, detrás del con-
sejo de los expertos, puede hacer la mamá para ayudarle a superar su
fobia.
Las comprobaciones. Lo primero que hay que hacer es comprobar si Ana
tiene verdaderamente miedo al agua o si su temor a entrar en la bañera deri-
va de otros motivos: miedo a resbalarse, a no saber dónde apoyarse, a
beber el agua, a que le entre jabón en los ojos, etc.
• También hay que excluir el hecho de que las reacciones de Ana
se deban a que, si se pone a gritar, para convencerla de que se bañe, la
mamá le prometa, por ejemplo, un regalo. Si así fuera, Ana seguiría gritan-
do, no por miedo al agua, sino para obtener el premio.
Siempre que la respuesta a estas preguntas sea negativa, significa que el
miedo de Ana es real y se deben llevar a cabo algunas sugerencias para
ayudarle a superarlo.
La aproximación. Pensemos que Ana es capaz de superar la fobia al agua.
Si nosotros mismos no estamos convencidos de ello, no conseguiremos
transmitirle nuestra seguridad.
• Subdividamos la función que Ana debe afrontar en una serie de
acciones muy limitadas.
• Procedamos muy lenta y gradualmente.
• Premiemos cada progreso, por pequeño que sea.

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Las fobias

TODOS LOS NOMBRES DE LA FOBIA


Cualquier objeto o situación puede provocar una fobia. Sin embargo, existen algunos
tipos de fobia que están muy difundidos o que son tan “extravagantes” que merecen un
nombre específico para definirlas.
Agorafobia: miedo a los espacios abiertos, plazas, calles, lugares públicos.
Claustrofobia: miedo a los espacios cerrados (por ejemplo, una cabina telefónica).
Brontofobia: miedo a los truenos.
Aerofobia: miedo a las corrientes de aire.
Eritrofobia: miedo a ponerse rojo.
Autodisomofobia: miedo a emanar mal olor.
Bacilofobia: miedo a contraer infecciones.

El objetivo. Nuestra finalidad es conseguir que Ana entre en la bañera y se


bañe sin chillar, llorar ni salpicar todo de agua. Subdividamos el objetivo en
pequeños pasos:
• Ponerse cerca de la bañera vacía.
• Sentarse en la bañera y jugar con su muñeca.
• Bañar a la muñeca con una esponja humedecida.
• Sentarse en la bañera y que se laven al mismo tiempo la muñeca
y la niña.
• Sentarse en la bañera y bañarse con mamá.
La actitud. Pensemos que se necesitarán algunos días antes de pasar a la
fase siguiente. Este proceso puede requerir dos o más semanas. Es impor-
tante repetir cada fase hasta que la pequeña ya no muestre señales de
miedo. Nunca hay que saltarse un paso ni adelantarse hasta que la niña no
haya conseguido superar el miedo plenamente en cada una de las fases. A
la niña se le debe mostrar, con dulzura y alegría, a seguir cada fase. Por
ejemplo, podemos ponernos cerca de la bañera y hacerle ver cómo lavamos
a la muñeca con la esponja humedecida.
• Deberemos mostrar un contagioso entusiasmo por cada peque-
ño progreso que Ana realice. Si consigue acercarse a la bañera vacía
sin gritar, podremos decirle: ¡Muy bien! ¡Tú solita estás cerca de la bañera!
La próxima vez, te podrás poner mi albornoz (o cualquier otra cosa de
“mayor”). Los premios no deben ser materiales: deben ser cosas que la
niña podrá hacer o que premien su crecimiento en autonomía. El proceso

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puede parecer exageradamente largo y laborioso, pero una vez realizado


ahorrará una enorme cantidad de estrés y hará que Ana se sienta más segu-
ra, un paso fundamental en su desarrollo.

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Miedo
a morir
Tengo miedo a morirme, porque, si me muero, ya no podré ver a mis
padres. Quizás, no pueda verles en el cielo. A mí me gustaría que toda
mi familia fuera como Papá Noel, que nunca se muere, y así podríamos
vivir todos en paz.
Andrea, 6 años

Yo tengo miedo de que mi casa se inunde. Aunque, si se inunda,


puedo nadar. También tengo miedo de morirme, porque, si me
muero, ya no estaré en este mundo. Tengo miedo de perder a mis
padres. Si así fuera, yo no podría vivir sin dinero.
Julio, 7 años

A menudo, sin que nosotros nos demos cuenta, los


niños se interrogan sobre la muerte, lo cual forma parte de su desarrollo nor-
mal. Buscan dar forma a un tema que para ellos es incomprensible. Pero,
¿qué entienden?

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QUÉ PIENSAN LOS NIÑOS DE LA MUERTE


He aquí lo que los psicólogos nos dicen sobre qué piensan los niños de la
muerte, edad por edad.

HASTA LOS TRES AÑOS


Los niños no se dan cuenta de qué es la muerte. Como máximo, perciben
la tensión presente en la familia afectada por una muerte y pueden expre-
sar su malestar con mal humor, dificultad para dormir y rechazo a comer.
Por ello, es muy importante que sus ritmos y sus rituales no se alteren. Si los
padres están demasiado afectados para conseguir garantizar una continui-
dad, deben dejar que les ayude una persona de confianza.

DE LOS TRES A LOS SEIS AÑOS


Los niños aún no comprenden que la muerte es un hecho inevitable e irre-
versible. Por lo tanto, es importante elegir con mucha atención las palabras
utilizadas, evitando recurrir a las metáforas. A esta edad, el niño interpreta
todo de forma literal. He aquí las frases que hay que evitar.
■ La abuela se ha ido al cielo. El niño puede sorprendernos preguntán-
donos, algunos días después, con la máxima naturalidad: Pero, ¿cuándo
volverá?
■ Te mira desde arriba. Más que animarle, la frase irrita e inquieta.
Cuando oía esta frase, me irritaba, recuerda Silvia, de 42 años. En lugar
de consolarme, me hacía odiar a la abuela. Me sentía controlada en todo
momento. Cuando hacía algo a escondidas, siempre tenía miedo de que
me estuviera espiando.
■ Ya no se despertará más; se ha dormido para siempre. Estas frases
pueden hacer que el niño tenga dificultades para dormir y tener pesadillas.
Por la noche, no querrá irse a dormir por miedo a no despertarse o exigirá
que la mamá se quede cerca de él durante toda la noche para impedir que
desaparezca.
■ El abuelo nos ha dejado; se ha ido a hacer un largo viaje. Frases de
este tipo hacen que el niño se sienta traicionado y pueden crear en él ren-
cor porque el abuelo se ha ido sin ni siquiera despedirse, como ha dicho
Carmen, una niña de cinco años.
■ Un día u otro, ¡harás que me muera! Antes de los seis años, los
niños razonan de un modo mágico; piensan que su comportamiento y tam-
bién sus pensamientos pueden influir directamente sobre la realidad.

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Miedo a morir

Un día estaba enfadada porque la abuela me había apagado la televi-


sión. Yo entonces quise que se muriera y después se murió de verdad.
Ana, 6 años

DESPUÉS DE LOS SEIS AÑOS


Poco a poco, en la mente del niño, empieza establecerse una conexión
entre la muerte y las causas, y se abre camino el concepto de irreversibili-
dad. Sin embargo, aún pueden permanecer creencias mágicas. Aunque no
lo digan expresamente, muchos niños piensan que lo que han hecho “mal”
puede ser la causa de la muerte o de las enfermedades de sus seres más
queridos.
Por lo demás, nosotros mismos, incluso cuando somos adultos, nunca con-
seguimos liberarnos completamente del sentimiento de culpa que nos
embarga a la hora de enfrentarnos a personas que se han muerto.

José, de 35 años, nos cuenta: Tuve remordimientos durante toda mi


vida. Quería muchísimo a mi abuelo, pero entonces sólo tenía nueve
años. Me había pedido que le ayudara a quitar las hierbas del jardín y
yo le dije que no, que quería jugar a la pelota con los amigos. Él esta-
ba sudando mucho, cogió una broncopulmonía y ya nunca más se
levantó de la cama. Durante mucho tiempo, pensé que su muerte
había sido culpa mía.

Conforme crecen, cada vez es más importante informar correctamente a


nuestros hijos sobre la enfermedad y la muerte de personas para ellos que-
ridas. «Los padres deben tener confianza en que, por pequeño que sea, el
niño es capaz de afrontar la experiencia de la muerte de una persona cono-
cida para él», sostiene el psicólogo Giovanni Marcazzan. «El niño descubri-
rá que es capaz de sufrir la pérdida de una persona querida para él. Sobre
todo, si puede participar de los rituales funerarios, se sentirá parte del grupo
familiar, que viven juntos momentos de alegría, pero también momentos de
dolor».

CÓMO HABLAR DE ELLA


■ Los expertos aconsejan recurrir a términos muy concretos: La tía
ha dejado de respirar y de comer, y entonces se ha muerto. También la

Guías de Psicología / Los miedos del pequeño 83


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observación de un animal muerto puede ayudar al niño a comprender el


significado clínico de la muerte.
■ No nos preocupemos si el niño repite innumerables veces sus
preguntas. Necesita sentirse seguro y confirmaciones, y para obtenerlas
repite la misma pregunta hasta el infinito, para oír que se le da la misma res-
puesta. También nos sucede a nosotros, cuando, presas de la angustia,
controlamos varias veces que hemos cerrado correctamente la llave del gas.
■ Hay que evitar hablar con imágenes. Expliquemos al niño que el cuer-
po permanece bajo tierra y que el espíritu permanece en nuestro recuerdo y
en nuestro corazón.

LOS RITUALES QUE CURAN


La muerte deja un vacío difícil de llenar, trastorna las costumbres, y altera las
coordinadas de tiempo y de espacio, que ayudan a orientarse y que dan
seguridad. Ésta es la razón por la que, a pesar del trastorno que la muerte
ha llevado a nuestra vida, debemos hacer un esfuerzo para preservar, lo
máximo posible, los ritmos y los hábitos del niño.
Todos los expertos se muestran unánimes al afirmar que es muy importan-
te que el niño, apenas sea lo suficiente mayor como para poder asistir sin
molestar, participe en los rituales fúnebres. Es una ocasión para expresar su
dolor junto a los demás, descargando así las tensiones que ha acumulado
dentro. Las lágrimas son terapéuticas: ayudan a recuperar la serenidad.
En todas las civilizaciones, la muerte está rodeada de ceremonias que faci-
litan la separación definitiva. Sería un error excluir al niño por un malenten-
dido sentido de protección: «El rito del funeral transmite a la persona en luto
toda la fuerza del grupo. La persona querida está muerta, pero él se queda
con los amigos y con el resto de la familia. Las personas que dedican tiem-
po al luto consiguen estar más serenas y afrontar sus funciones con meno-
res dificultades», escribe Elaine C. Gowel en su libro Los rituales que curan.
En particular, los niños necesitan gestos concretos para expresar su dolor.
Acompañando a la persona difunta al cementerio, visitando la tumba o lle-
vando flores, consiguen mantener la relación con el difunto y tienen la sen-
sación de poder hacer aún alguna cosa por él. Se puede dar al niño una
fotografía o un objeto que haya pertenecido a la persona desaparecida: su
pluma, su reloj o el libro que tanto le gustaba. Periódicamente, se le puede
llevar a visitar la tumba o que tenga la costumbre de encender una vela en

84 Guías de Psicología / Los miedos del pequeño


Los miedos del pequeño OK 4/10/07 08:33 Página 85

Miedo a morir

su recuerdo. No se debe temer que, de tal modo, su dolor reaparezca. Por


el contrario, los rituales mantienen viva la relación con el difunto, hacen que
la persona desaparecida esté presente, dan la sensación de que, en cual-
quier caso, aún está cerca de nosotros.
Recordad hechos y anécdotas que se refieran a quien nos ha dejado permi-
te transmitir sus valores y sus enseñanzas. Por esta razón, es muy impor-
tante encontrar ocasiones para hablar de ello: Te han puesto una buena nota
en matemáticas. ¡Qué contento estaría el abuelo!; He hecho un pastel de
chocolate y he utilizado la receta de la tía Juana, aunque un pastel tan bueno
como el que ella hacía nadie lo podrá hacer.

¿Y SI SE PRODUCE UNA GUERRA?


Los niños están sobre todo muy preocupados por su incolumidad y por la
de sus seres queridos. Por ello, lo que necesitan es sentirse seguros.

HASTA LOS SEIS AÑOS


Frente a ciertas imágenes y relatos, el niño que aún no frecuenta la escuela
materna puede sentir miedo. No sabe que el país que está en guerra se
encuentra muy lejos, a miles de kilómetros. Para él, los “malos” de los que
hablamos para explicarle lo sucedido pueden estar al acecho detrás de la
puerta de casa.
Por ello, hasta los cinco-seis años, hay que secundar nuestro natural senti-
miento de protección, ahorrando al niño temores inútiles. Explica el psicólo-
go Giovanni Marcazzan: «Decir a un niño de cinco años toda la verdad sobre
la guerra para que se enfrente a ella, y quizás sea más valiente, produce el
efecto contrario. Lo demuestran las pesadillas más recurrentes de los niños.
Cuando sueñan con la guerra, los pequeños se ven sólo como protagonis-
tas pasivos, y se sienten más impotentes cuanto más se dan cuenta de que
nosotros no sabemos qué hacer».
Hasta los seis años, más que las explicaciones cuentan las emociones. La
mejor respuesta a los temores del niño es hacerle entender con nuestras
palabras y nuestras actitudes tres conceptos fundamentales.
■ Mamá y papá nunca te dejarán solo y siempre estarán a tu lado.
■ Aquí estamos seguros, hay paz y nunca habrá guerra. Estos
hechos ocurren muy lejos y a nosotros no nos pueden afectar de ningún
modo.

Guías de Psicología / Los miedos del pequeño 85


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■ También hay un remedio para la guerra: antes o después, como en


las películas, los buenos ganan y la justicia triunfa.
Si razonamos con el lenguaje racional de los adultos, quizás, sólo diremos
tonterías. Pero, si utilizamos el lenguaje de los sentimientos, lo único que un
niño puede entender a esta edad, tendremos mayores garantías: es cierto
que los padres nunca le abandonarán, que harán todo lo posible para man-
tenerle lejos de la guerra y para que al final la justicia triunfe.
La guerra se debería contar como un cuento. Sin negar las situaciones dra-
máticas que el niño ha visto o de las que ha oído hablar, pero asegurándo-
le que también existen hechos buenos, muy positivos, que nos protegen y
que, al final, superan al mal.

DE LOS SEIS A LOS DIEZ AÑOS


Los niños son capaces de entender mejor la situación, pero la interpreta-
ción que dan está condicionada por sus experiencias. Su comprensión de
la guerra está limitada principalmente por tres factores.
■ A veces, confunden entre una película y una crónica. Aun siendo
capaces de distinguir entre la realidad y las escenas de fantasía, no siempre
consiguen separarlas por completo: pueden pensar que la escena de una
película se ha filmado de un modo real; tienden, por lo tanto, a considerar la
realidad peor de lo que es.
■ Creen que las filmaciones de los episodios de crónica que se
repiten varias veces en las ediciones de las noticias se refieren a
hechos distintos. Como consecuencia, tienden a pensar que las víctimas
son muchas y piensan que el hecho trágico se repite de forma obsesiva.
■ No tienen una percepción exacta de las distancias: guerras que
tienen lugar a miles de kilómetros las viven como si se produjeran a pocos
kilómetros de su casa.
Por ello, la idea que los niños tienen de la guerra es vaga e imprecisa, y a
menudo reproduce las visiones de los adultos: más que los discursos sobre
la paz, que no alcanzan los sentimientos del niño, hay que demostrar que
nosotros, los adultos, no nos quedamos indiferentes y que somos capaces
de reaccionar. En otras palabras, que estamos dolidos, pero no asustados,
que no nos limitamos a lamentarnos, sino que nos involucramos en los
hechos. Las cosas malas de la vida son menos malas si sentimos que
podemos hacer algo para superarlas.

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Los traumas

Un día, en la televisión, vi cómo un terremoto destruía un país y una


escuela. Los niños estaban dentro… Yo, a partir de entonces, no
quería ir a la escuela.
Marcos, 6 años

T rauma es una palabra que deriva del griego y que, ori-


ginariamente, significaba “dolor”. En efecto, los traumas son acontecimientos
trágicos que abren una herida difícil de curar y que trastornan la vida. La
muerte de una persona querida, el divorcio de los padres, aluviones catas-
tróficos, accidentes en las carreteras o ataques terroristas de grandes dimen-
siones como el de la torres gemelas de Nueva York hacen perder los puntos
de referencia habituales, abren el camino a la incertidumbre y provocan un
sentimiento de profunda consternación.
Cuando se sufre un trauma, se tiene la sensación de quien se ha encontra-
do en el desierto: se pierden todos los puntos de referencia, no se sabe
cómo orientarse, dónde dirigirse, a quién pedir ayuda o un consejo. A

Guías de Psicología / Los miedos del pequeño 87


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C A P Í T U L O 9

los ojos del niño, la visión del mundo como un lugar seguro y previsible se
destruye totalmente.
Y no es necesario estar involucrado personalmente o ni siquiera estar pre-
sente en el momento y en el lugar en el que sucede. Hoy en día, los medios
de comunicación violan la privacidad de las paredes domésticas. Las esce-
nas de los edificios que se desploman y que crujen como construcciones de
cartón, el ruido de las sirenas de las ambulancias y los cuerpos mutilados
de las víctimas entran en nuestros salones desde el otro extremo del globo
terrestre, generan una sensación de impotencia y de vulnerabilidad que, por
muchas garantías que se tengan, no se puede eliminar completamente. De
este modo, se corre el riesgo de quedar señalados por lo que los psicólo-
gos llaman el síndrome del trastorno post-traumático.

LAS CONSECUENCIAS
Las consecuencias de un trauma son mucho más tenaces de lo que se
pueda imaginar. Los psicólogos americanos han descubierto que, dos años
después del 19 de abril de 1995, cuando se produjo el atentado a Oklahoma
City, en Estados Unidos, donde perdieron la vida 168 personas, el 16 por
ciento de los niños que vivían a 150 kilómetros de la ciudad acusaban los
síntomas del trastorno post-traumático, aun no habiendo estado presentes
en el lugar del atentado y a pesar de que no se hubieran visto involucrados
en primera persona. En una investigación publicada en octubre de 1999, en
el American Journal of Psychiatry, la psicóloga Lenore Terr entrevistó a 153
niños que habían observado la explosión en el espacio de la nave espacial
Challenger varias veces y descubrió que el episodio aún era para ellos causa
de angustia después de haber pasado un año de lo sucedido.
Hoy en día, las consecuencias de traumas debidos a tragedias sucedidas
a millares de kilómetros de distancia se multiplican por la obsesiva repeti-
ción de las escenas en los programas televisivos. «El trauma es recordado
de nuevo cada vez que se transmite», escribe el ruso Mark Cavitt, director
del departamento de psiquiatría infantil del Hospital de Niños de San
Pietroburgo. «En un momento dado, la televisión debe apagarse para que
la familia tenga la posibilidad de hablar con los niños sobre lo que sienten y
oyen sin la interrupción de los imputs de las escenas traumáticas».
Numerosas investigaciones han demostrado que la repetición de estas
escenas hace reaparecer los síntomas del estrés causado por el trauma, las

88 Guías de Psicología / Los miedos del pequeño


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Los traumas

personas se convierten en “víctimas secundarias” y, aunque de manera


menos violenta, se sufren los mismos problemas emotivos y físicos que la
víctima primaria. Nueve meses después del atentado a las torres gemelas,
el Citizens’Commitee for Children de Nueva York reportaba que cuatro niños
de cada diez continuaban estando preocupados por la incolumidad de sus
padres, dos de cada diez aún tenían miedo a salir de casa, y uno de cada
seis sufría pesadillas, insomnio y otros trastornos del sueño.

CÓMO REACCIONAN LOS NIÑOS


Pero, ¿cuáles son los síntomas del miedo en el niño que ha sido sometido
al trauma de forma directa o incluso virtual, y qué podemos hacer para curar
la herida que se ha abierto en lo más profundo de su ánimo?

HASTA LOS DOS AÑOS


Incapaz de hablar o dotado de un vocabulario muy restringido, el pequeño
no puede describir el acontecimiento que ha suscitado en él el miedo ni los
sentimientos que experimenta. Está más irritable, quiere que se le dé de
comer, llora más a menudo de lo normal, aparentemente sin motivo, y quie-
re que se le mime más de lo habitual. Más que intentar “explicar” el trauma,
debemos hacer lo posible para reconfortar al niño: comer siempre a horarios
regulares, dormir a la misma hora, mimarle más, proponerle actividades
agradables, como una excursión o la visita a casa de los abuelos.

DE LOS DOS A LOS SEIS AÑOS


Ante una tragedia, el niño se siente perdido, impotente, incapaz de pro-
tegerse, inseguro y tiene miedo, pero aún no tiene el concepto de una
pérdida definitiva: en su mente, está convencido de que la realidad puede
eliminarse y crearse de nuevo. No nos debemos preocupar si, cuando
juega, continúa reviviendo algunas escenas del trauma del que ha sido
víctima o espectador. Es una reacción normal que puede tener una acción
terapéutica.
Lo que necesita es sentirse seguro, es decir, saber que cualquier cosa
puede suceder, pero que siempre habrá alguien que le proteja y que cuide
de él. Para ayudarle a curar sus heridas, además del contacto físico, es
importante contarle muchos cuentos o ayudarle a que exprese sus senti-
mientos por medio de muñecos o títeres.

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DE LOS SIETE A LOS ONCE AÑOS


El niño se da cuenta de que las consecuencias del trauma son irreversibles.
Está obsesionado por los detalles de lo sucedido y quiere hablar de ello con-
tinuamente. Tiene dificultades para concentrarse en clase y las notas
empeoran. Al disponer de más instrumentos, comprende más claramente
las dimensiones del desastre y suele sentirse culpable más fácilmente, sufre
depresión y manifiesta rabia.
A menudo, sufre regresiones, asumiendo actitudes infantiles o acusando
síntomas psicosomáticos: insomnio, pesadillas, dificultades para digerir,
dolor de cabeza, aumento o pérdida de peso, irritabilidad.

CÓMO AYUDAR AL NIÑO


Mantengamos sus rutinas. El desarrollo de las actividades habituales, las
comidas a horarios regulares o irse a dormir siempre a la misma hora pro-
porciona al niño un ámbito reconfortante, a pesar de los traumas. Se con-
vence, poco a poco, de que su vida no ha cambiado y de que, a pesar de
lo sucedido, el mundo aún es un lugar seguro.
Por el mismo motivo, siempre que sea posible y durante un período de tiem-
po, el niño debe permanecer con las personas y compañeros que conoce.
Si lo desea, permitámosle ser más dependiente de nosotros, dejémosle
encendida una luz durante la noche o que duerma abrazado a su osito de
peluche, aunque ya sea mayor. Tengamos en cuenta que necesitará tiempo
antes de que adquiera de nuevo los niveles de autonomía alcanzados antes
de la experiencia traumática.
Aceptemos sus reacciones. Algunos niños reaccionan al trauma cerrán-
dose en sí mismos, rechazando hablar de lo sucedido, otros se sienten inva-
didos por un sentimiento de rabia y de malestar, y los hay que se apartan: se
comportan como si nada hubiera sucedido, pero dentro de ellos la experien-
cia traumática deja huella y las reacciones pueden aparecer días o incluso
meses después del acontecimiento.
Aceptemos sus sentimientos y sus reacciones sin hacer críticas, ni dar
consejos.
Dejémosle que se exprese. Animemos al niño a que exprese sus senti-
mientos, incluso aunque nos parezcan desproporcionados o excesivos. Por
lo tanto, evitemos intervenir para frenar sus emociones.
• Estás un poco turbado; verás cómo se te pasará...

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Los traumas

• ¡Te prohíbo que digas una cosa así!


• Pero, ¿qué ideas tienes en la cabeza?
Por el contrario, intentemos animarle a que nos abra su corazón:
• Sé que estás muy triste. Ven aquí, que hablaremos...
• ¿Qué te hace tener miedo? ¿El no saber qué te sucederá y el
dolor por todos aquellos niños muertos?
Enseñémosle las palabras de las emociones: ¿Tienes miedo? ¿Estás asus-
tado? ¿Aterrorizado? ¿Angustiado? ¿Alarmado? ¿Confuso? ¿Turbado?
¿Inquieto? ¿Desorientado? ¿Inseguro? ¿Preocupado? ¿Desilusionado?... Si
consigue circunscribir y articular su miedo, le será más fácil encontrar una
vía de salida.
Escuchémosle. «La superación del trauma depende de la respuesta de
los padres. Los niños deben saber que pueden hablar de lo sucedido con
sus padres», sostiene Mark Cavitt, psiquiatra infantil. «No es necesario que
seamos psicólogos profesionales, lo único que los padres deben hacer es
escuchar».
• Escuchemos, aceptando sus sentimientos, prestando atención a sus
palabras, pero también a todo lo que nos dice con su comportamiento:
agresividad, inexplicable mutismo, pesadillas nocturnas, comportamientos
obsesivos, etc.
• Cada niño tiene su modo de expresar la angustia. Los niños más
miedosos tienden a mostrar preocupación, los que tienen un carácter tran-
quilo encierran dentro de sí sus emociones. También hay quien se hace el
valiente intencionadamente o quien se muestra indiferente para demostrar
que no le influyen los acontecimientos, cuando, en realidad, está muy
angustiado.
• Si el niño se muestra obsesivo a la hora de repetir siempre las
mismas preguntas, es señal de que intenta dar un significado a lo suce-
dido. Puede ser que se sienta culpable por lo ocurrido, aunque él no sea en
absoluto el responsable. Escuchémosle con atención, expliquémosle la
dinámica de lo que ha sucedido y hagamos que se sienta seguro diciéndo-
le que nadie hubiera podido prevenir lo sucedido.
• A la hora de responder a sus preguntas, utilicemos un lenguaje
sencillo, directo y comprensible. Evitemos utilizar palabras y expresio-
nes que puedan comunicar inquietud, presentando el mundo como un lugar
lleno de peligros, tragedias y riesgos. Si nosotros mismos no tenemos el
estado de ánimo adecuado para dar respuestas reconfortantes, pidamos a
un amigo que lo haga en nuestro lugar.

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Transmitamos seguridad. Intentemos crear en casa un clima en el que el


niño se sienta seguro de poder hacer preguntas, expresar sus sentimientos
y ser él mismo. Digámosle que puede preguntar todo lo que se le pase por
la cabeza.
• Seamos honestos con él sin intentar cubrir o esconder pensa-
mientos y emociones: siempre percibiría la tensión presente en casa.
Busquemos, entonces, una ayuda para nosotros mismos antes de intentar
ayudar al niño a poner en orden sus emociones. Mientras tanto, manifesté-
mosle nuestro afecto, comunicándole que nuestra tristeza y nuestra angus-
tia no se debe de ningún modo a él.
• Hagamos un esfuerzo para superar nuestro pesimismo a la hora
de pensar en el futuro: Ahora, ya todo ha terminado, haremos todo lo
posible para que las cosas vuelvan a ser como antes.
Propongámosle rituales. Un momento de silencio en recuerdo de las víc-
timas, llevar flores a la tumba o una plegaria son rituales que colocan el trau-
ma en otra dimensión más amplia y, por ello, más tolerable.

CUÁNDO ES NECESARIA
LA INTERVENCIÓN DE UN PROFESIONAL
La ayuda de un profesional puede resultar necesaria si, pasados tres meses
del acontecimiento traumático, el niño aún muestra señales de malestar.
■ Tiene problemas de comportamiento y de rendimiento escolar.
■ Tiene ataques de rabia.
■ Rechaza participar en juegos y actividades sociales de la escuela.
■ Tiene pesadillas y otros trastornos del sueño.
■ Sufre náuseas, dolor de cabeza, aumento o pérdida
de peso anómalos.
■ Rechaza hablar de lo sucedido.
■ Está deprimido y no tiene confianza en el futuro.
■ Se comporta de un modo temerario.

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BIBLIOGRAFÍA
Cómo sustituir la TV: ideas para seleccionar las actividades extraescolares
más idóneas para tu hijo, Laniado, Nessia, Grupo Editorial CEAC, 2006
Más allá del miedo: superar rápidamente las fobias, las obsesiones y el pánico,
Giorgio Nardone, Ediciones Paidós Ibérica, 2003
¿Hasta dónde dejarles?, Jan-Uwe Rogge, Ediciones Medici, 2004

OTROS TÍTULOS DE BERNABÉ TIERNO


La educación inteligente, Editorial Temas de hoy, 2002
La fuerza del amor, Editorial Temas de hoy, 2006
Aprendiz de sabio, Grupo Editorial Random House Mondadori, 2005
Aprendo a vivir, Editorial Temas de hoy, 2007
Fortalezas humanas, Ediciones Grijalbo, 2007

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