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Los miedos
del pequeño
Cómo afrontarlos y superarlos
con serenidad
SFERA EDITORES
Los miedos del pequeño OK 4/10/07 08:33 Página 2
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Tercera Edición
ISBN: 978-84-96732-28-5 Obra completa
ISBN: 978-84-96732-29-2
Impreso en China
Los miedos del pequeño OK 4/10/07 08:33 Página 3
ÍNDICE
CAPÍTULO 4
LOS MIEDOS DIGITALES 43
• El estilo hiperansioso-hiperprotector
CAPÍTULO 3 • El estilo hipercrítico
LOS MIEDOS DE LA NOCHE 27 • El estilo perfeccionista
• Transmitir la angustia
• El miedo a la oscuridad • Aprender a dejar de lado nuestros
• El miedo a irse a dormir miedos
• Los terrores nocturnos • Test. Mide tu angustia
CAPÍTULO 6 CAPÍTULO 9
TODAS LAS CARAS EL MIEDO A MORIR 81
DEL MIEDO 60
• Qué piensan los niños de la muerte
• Así el niño nos cuenta sus temores • Cómo hablar de ella
• Angustias, sustos, fobias y traumas • Los rituales que curan
• Los síntomas de la angustia • ¿Y si se produce una guerra?
• Cuando el miedo se transforma
en enfermedad
• Cómo distinguir la angustia normal
de la angustia patológica
CAPÍTULO 10
LOS TRAUMAS 87
• Las consecuencias
CAPÍTULO 7 • Cómo reaccionan los niños
CÓMO TRANQUILIZAR • Cómo ayudar al niño
• Cuándo es necesaria la intervención
A UN NIÑO 65 de un profesional
• También es una cuestión de sensibilidad
• Las frases que no funcionan
• Infundir seguridad
• Cuándo dirigirse al pediatra BIBLIOGRAFÍA 93
• Las frases que nunca hay que decir
a un niño
• El test. Mide la angustia de tu hijo
CAPÍTULO 8
LAS FOBIAS 75
• Los efectos
• Los diversos tipos
• Cómo se vencen
• Todos los nombres de las fobias
PRÓLOGO
de Bernabé Tierno
Sabemos que el miedo forma parte integrante del ser humano. Es nuestro
peor enemigo, ya que está dentro del mismo tejido de nuestro cerebro antiguo
o paleocortex. Este cerebro reptiliano, del que nadie se libra, contiene todos
los miedos instintivos. En nuestro “cerebro mamífero”, existe otra zona de
almacenamiento de miedos que es la “amígdala”, donde se acumulan los
recuerdos de todas las experiencias negativas y dolorosas, peligros. Con esto
quiero decir que no debemos extrañarnos de los miedos del niño, sino contar
con ellos sabiendo cómo se producen, en qué edades son más frecuentes
determinados miedos y cómo podemos ayudar al niño a superarlos.
Contra el miedo, del tipo que sea, el mejor antídoto es la seguridad y el amor
de los padres y de las personas que están cerca del niño. La seguridad, lo
mismo que el miedo, se contagian, y los padres tímidos, introvertidos, poco
sociables y con pocos amigos, si además exteriorizan sus miedos delante
del niño, es lógico que también infundan miedo en el niño, que vive en un
ambiente de temor, de inseguridad y con escasas relaciones humanas.
En el quinto capítulo, se tratan los miedos inducidos que generan los padres y
educadores súper protectores y con frecuentes estados de ansiedad, los
hipercríticos y perfeccionistas para los cuales nada está bien jamás, etc.
Los psicólogos sabemos que un niño miedoso, lo es en su mayor medida por
contagio y por aprendizaje directo de las personas temerosas, hipercríticas,
ansiosas y estresantes que le rodean.
Este volumen tiene una extraordinaria importancia para la educación del niño
en la autoconfianza, la seguridad en sí mismo y la autoestima.
Los padres deben “trabajar” en profundidad este libro en el que, además, se
abordan todas las caras del miedo: el miedo a morir, las fobias y los traumas.
P R Ó L O G O
C A P Í T U L O
1
Qué es
el miedo
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prever los riesgos y los imprevistos con los que nos podemos encontrar en
algunas situaciones. «El rendimiento de un individuo, tanto por lo que se refie-
re a la actividad física como a la mental, desciende notablemente cuando falta
este ligero nivel de angustia y el gusto por la competitividad. La angustia y el
miedo a no conseguir arreglárselas solo, a no llegar entre los primeros, a no
expresar lo que se siente dentro, siempre han empujado al hombre a dar lo
máximo de sí mismo y a conseguir metas difíciles», escribe Francesco Canova
en su libro La angustia, madre y madrastra.
Por lo tanto, si bien es cierto que un niño angustiado corre el riesgo de que-
dar paralizado en determinados momentos, en el extremo opuesto se
encuentra el niño atolondrado e impetuoso que se mete en todo tipo de
situaciones porque no es capaz de prever los riesgos que puede correr.
¿PELIGROS VERDADEROS
O SUPUESTOS?
En el diccionario, el miedo se define como “estado emotivo de repulsión y
aprensión en proximidad a un peligro verdadero o supuesto”. El estado
emotivo de aprensión es real, mientras que el peligro puede ser supuesto,
lo que quiere decir que sólo puede estar presente en la cabeza de la perso-
na que tiene miedo. Y aquí está la dificultad. ¿Cómo enseñar al niño a dis-
tinguir entre los peligros verdaderos y los imaginarios sin negar la emoción
de un auténtico miedo, que es lo que el pequeño experimenta?
Antes de responder, vale la pena examinar las seis características del miedo.
El miedo es una experiencia subjetiva. El aspirador, objetivamente, no
es un instrumento peligroso. Sin embargo, asusta a muchos niños. Si bien
a nosotros no nos parece motivado, este miedo es absolutamente real.
Es un hecho tangible, mensurable, que provoca reacciones fisiológi-
cas. Es un sentimiento que no puede ser negado, pues, aunque sólo se base
en una fantasía, existe: el ritmo cardíaco se acelera, las pupilas de los ojos se
dilatan, la sudoración aumenta. Si bien el peligro es supuesto, puesto que sólo
está en la cabeza del niño asustado, el estado emotivo de aprensión es real.
Lleva a evitar o a huir de algunas situaciones. En general, los miedos
disminuyen cuando el motivo que los ha provocado desaparece, aunque no
siempre es así. Un niño al que le ha mordido un perro puede desarrollar un
miedo, o dicho de una forma más apropiada, una fobia a todos los perros,
de manera indiscriminada.
Qué es el miedo
C A P Í T U L O 1
El drama que se experimenta al nacer deja una huella indeleble para toda la
vida. De adultos, cuando de algún modo se “renace”, es decir, se sale de un
espacio protegido para afrontar uno desconocido, las sensaciones experi-
mentadas en el momento del parto vuelven a aflorar y los síntomas físicos
que acompañan el miedo a lo desconocido también son los mismos expe-
rimentados por el recién nacido: taquicardia (aceleración del ritmo cardíaco),
ahogo, sensación de opresión.
Qué es el miedo
C A P Í T U L O 1
niño, cuya capacidad de comprensión y sus experiencias son más limitadas, se encuentra
más fácilmente en esta situación y, por lo tanto, está más sujeto a los miedos.
■ Después del sexto mes, el niño empieza a distinguir las figuras familiares de las des-
conocidas y, como consecuencia, a temer todo lo que no conoce o de lo que no se acuer-
da: personas y objetos extraños, lugares poco conocidos, situaciones no habituales.
■ Cuando la persona que le cuida se aleja, llora porque tiene miedo a ser abandonado.
Es lo que se define normalmente como miedo al abandono.
Qué es el miedo
C A P Í T U L O 1
la puede asociarse a auténticos trastornos físicos (dolor de cabeza, dolor de barriga, etc.),
que, sin embargo, en la mayor parte de los casos, desaparecen espontáneamente, a
menudo a lo largo de la mañana.
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2
Los primeros
miedos
EL MIEDO A PERDER
EL CONTACTO FÍSICO
En una investigación considerada clásica en la historia de la neonatología,
dos médicos americanos, John Kernel y Marshall Klaus, estudiaron la forma
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C A P Í T U L O
3
Los miedos
de la noche
En mi habitación todo está oscuro. No me gusta.
David, 5 años
Había una vez una luciérnaga que cada noche encendía su luz. Pero,
un día, por culpa de una bruja, la luz se apagó. La luciérnaga estaba
aterrorizada y no podía ver dónde iba.
Sara, 6 años
Mi hermano Matías siempre me dice que debería ser más valiente cuan-
do se hace de noche. Yo lo intento, pero tengo miedo y no lo consigo.
Lucas, 8 años
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EL MIEDO A LA OSCURIDAD
¿Por qué nos angustiamos cuando nos perdemos en un país extranjero?
Porque ya no tenemos nuestros puntos de referencia y no sabemos dónde
ni a quién dirigirnos. Lo mismo le sucede al niño, que no dispone de instru-
mentos para orientarse en un mundo totalmente nuevo para él. Cuando, a
lo largo del día, después de muchas fatigas, los niños han conseguido inte-
riorizar algún punto de referencia, de repente, precisamente en el momento
de irse a dormir, todo desaparece… en la oscuridad.
He aquí por qué el primero de los miedos de los niños es el miedo a la
oscuridad. Un miedo primario, estrechamente relacionado con el miedo al
abandono, es decir, el miedo a enfrentarse a lo desconocido.
La oscuridad es el territorio que la imaginación puebla con los fantasmas
más negativos y terroríficos. «Quien no tiene miedo a la oscuridad sufre un
grave defecto: falta de imaginación», se dice en la película El cumpleaños, la
última obra del gran cineasta japonés Akira Kurosawa.
Como la noche, las tinieblas y la muerte, la oscuridad se asocia a lo negro,
un color que, a cualquier edad, figura en el primer puesto de la clasificación
de los miedos.
C A P Í T U L O 3
Antes de irse a dormir, tengo que mirar debajo de su cama para que
vea que no hay ninguna bruja.
Ana, madre de Silvia, 4 años y medio
Duerme como un niño, se suele decir. Pero basta con observar el sueño de
nuestros hijos para darnos cuenta de que no es tan tranquilo. Se giran, dicen
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Los terrores nocturnos son bastante comunes. Se estima que el 6 por ciento
de los niños los sufren, y que se dan con más frecuencia entre los niños que
entre las niñas. La causa de estos miedos no está clara. Posiblemente, se
deben al hecho de que el sistema nervioso del niño aún no está plenamente
desarrollado, a una falta de sueño, a un excesiva excitación antes de irse a
dormir, o bien a recuerdos de experiencias que se han tenido a lo largo del día.
Parece que también existe una predisposición hereditaria. Algunos niños sólo
los sufren ocasionalmente, mientras que otros alternan períodos de pausa con
otros de mayor frecuencia. Según los casos, hay notables diferencias tanto en
la intensidad como en las manifestaciones y en su duración.
Los terrores nocturnos pueden manifestarse ya al sexto mes de vida, pero son
más comunes en el período entre los tres y los seis años. En la mayoría de los
casos, cesan totalmente a los seis años. Si, por el contrario, continuasen, hay
que pedir la opinión del pediatra o de un experto.
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Me dan miedo las ballenas, porque son grandes y muerden. Hay ballenas normales
y otras salvajes, que son muy feroces. Viven en el agua y yo me escapo.
Juan Carlos, 5 años
En la investigación desarrollada por los Cuadernos del imaginario, sobre los terrores
de los niños en las escuelas infantiles y de primaria, el lobo es el ser más voraz por
excelencia, que con sus fauces muerde y devora.
Es el fundador de una estirpe de animales devoradores: tigres (Tienen dientes); balle-
nas (Son grandes y muerden); hormigas (Me muerden); cocodrilos (Tienen la boca
muy grande); flamencos (Son asesinos); murciélagos (Son despiadados); serpientes y
leopardos (Me muerden y me comen); ratones (Se te pueden meter dentro del panta-
lón y te pueden morder); lagartos (He visto cómo uno se comía a una lagartija y ponía
cara de enfadado); tiburón (Tiene una boca grande y se puede comer a cualquiera).
También se incluye en la categoría de animales carnívoros toda una serie de “mons-
truos” indeterminados, que comen, muerden y devoran. Fantasmas que tienen dien-
tes muy afilados, caníbales que se comen a las personas, monstruos que viven en el
frigorífico, muebles mágicos que tienen ojos y boca y que se comen a las personas
que se les acercan.
LAS PESADILLAS
Las pesadillas también son malos sueños pero, a diferencia de los terrores
nocturnos, se manifiestan durante las fases de sueño agitado, es decir,
cuando el cerebro está particularmente activo.
Así, si se observa a un niño mientras duerme a lo largo de esta fase, se nota
rápidamente que sus párpados se mueven ligeramente: el niño se encuen-
tra en la que los expertos denominan la fase REM (del inglés Rapid Eyes
Movement, movimiento rápido de los ojos), un sueño ligero durante el cual
el cerebro está muy activo.
Los niños pueden tener pesadillas a cualquier edad, pero normalmente sólo
después de los dos años consiguen distinguir el sueño de la pesadilla. A
menudo, las pesadillas están relacionadas con hechos que suceden a lo largo
del día: el cambio de niñera, una prolongada ausencia de papá por motivos
de trabajo, el ingreso de la mamá en el hospital, una pelea entre los padres
que el niño ha presenciado, una escena particularmente impresionante vista
en la televisión.
En general, las pesadillas desaparecen casi totalmente cuando el pequeño
empieza a frecuentar la escuela, pero, en algunos casos, pueden reaparecer
durante los años de adolescencia.
C A P Í T U L O 3
alcantarilla y que ofrece pelotas a los niños. En este caso, el elemento per-
turbador es contaminar de horror una imagen tradicionalmente positiva
como es la figura de un payaso.
Había una vez, un payaso que se comía a los hombres. Este payaso
se llamaba IT. Yo tenía miedo de IT, porque ¡¡¡podía salir de la televi-
sión y comerme!!! Un día, IT decidió esconderse en una gruta para
asustar y devorar a la gente.
Llegó un chico e IT se escondió mientras que éste encendía un fuego.
IT le saltó por detrás y le amenazó con comérselo.
David, 8 años
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LAS ALUCINACIONES
Las alucinaciones hipnagógicas son imágenes muy reales que se ven antes
de dormirse o al despertar. A diferencia de los sueños, están en parte bajo el
control de la voluntad y quien las sufre puede describirlas. Tienen un origen
fisiológico relacionado con la incipiente instauración del sueño o con el estado
de duermevela. Clásica es la alucinación del monstruo en la habitación.
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La verdadera historia del niño que tenía miedo a los cocodrilos tiene un
epílogo.
Al día siguiente, el niño se encontró con una amiga que, conocedora
de sus fracasos, le dijo: ¿Por qué no pruebas con la crema de cacao?
Pero el niño respondió: Si los cocodrilos se comen el chocolate,
entonces también me pueden comer a mí, pero si el chocolate aún
está ahí quiere decir que los cocodrilos no existen.
Esta historia nos muestra otra característica del miedo: si el objeto del
miedo no se comporta como esperamos que lo haga, entonces el miedo
desaparece.
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to, para que se despida de sus ositos, que son todas formas de tranquilizar al
niño, pues, si se despertase, estos puntos de referencia le servirían para reco-
nocer el lugar donde se encuentra y tranquilizarse.
Pongamos límites. Después de los tres años, el niño puede inventarse
una serie infinita de estratagemas para retrasar el momento de irse a dormir.
Para evitar continuos tiras y afloja, es importante hacerle entender cuáles
son los límites que no puede superar.
Con el fin de que no resulte extenuante tanto para nosotros como para el
niño, el ritual del sueño no puede y no debe durar más de unos 20 minutos.
Avisemos al niño con un poco de anticipación que se acerca la hora de irse
a dormir. Así, tendrá tiempo para prepararse y terminar sus juegos sin oponer
mucha resistencia.
Establezcamos desde el inicio cuántos vasos de agua o peticiones estáis
dispuestos a tolerar: comuniquemos al niño que más allá de un cierto límite
bien definido, le llevaremos a su cama sin discutir.
Si, una vez metido en la cama, continúa levantándose aduciendo las excu-
sas más diversas, llevémosle a su cama con dulce firmeza, evitando, sin
embargo, que para él se convierta en un juego divertido que quiera repetir
cada noche.
Para que se sienta seguro, podemos hacer alguna cosa fuera de su habita-
ción: así, entenderá que dormir no significa ser abandonado.
No acudamos inmediatamente a cada uno de sus reclamos. No es
necesario acudir rápidamente cada vez que se despierte por la noche. A
menudo, los niños encuentran por sí solos un buen sistema para consolar-
se. A veces, para tranquilizarse, se abrazan a su osito o bien arrugan entre
los dedos el borde de la sábana.
En cualquier caso, esperemos al menos un minuto antes de intervenir:
según los expertos, un minuto es el tiempo mínimo necesario para que el
niño se dé cuenta de que está despierto y que necesita de nosotros.
Controlemos el tiempo, reloj en mano. Nos sorprenderá descubrir qué largo
es un minuto de llanto. Si acudiéramos inmediatamente, no haríamos sino
despertarle del todo. El malestar que le puede ocasionar que interrumpa-
mos del todo su sueño es mayor que el que experimenta si se le deja llorar
durante un rato antes de acudir a sus reclamos.
C A P Í T U L O
4
Los miedos
digitales
Una vez, mis padres me habían prohibido ver una película. Yo, sin
embargo, la vi igualmente porque no estaban en casa. Era una pelí-
cula de terror en la que aparecían extrañas tortugas que estaban
como locas. Después, en la cama, pensé que las tortugas habían
entrado en mi habitación. Entonces, tuve miedo. Quería llamar a mis
padres, pero no estaban.
Luis, 8 años
Había una vez, un hombre muy malo, le saqué la lengua y apagué la tele.
Silvia, 3 años
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con sus personajes, y que están siguiendo un guión. Pueden, por ejemplo,
pensar que los actores se están pegando de verdad y que se hacen daño.
A los diez años. Un niño de cada cuatro tiene alguna dificultad para dis-
tinguir las imágenes. Ninguno de ellos es capaz de comprender completa-
mente el flashback, los fundidos, los campos, los contracampos, la distin-
ción entre las escenas principales y las secundarias. Son todos problemas
con los que también los adultos, a veces, pueden tener dificultades.
C A P Í T U L O 4
Una noche, con mi papá y mi mamá, vi una película china. Salía una
señora que cogía unas tijeras, se las clavaba en el cuello y le salía
muchísima sangre. Después, me fui a dormir y soñé que había una
persona con unas tijeras que venía hacia mí y que quería matarme.
Entonces, me fui a la cama de mis padres y el corazón me latía muy
rápidamente.
Tito, 7 años
«Lo que los padres interpretan como algo amenazador y que da miedo, los
niños lo viven a menudo de una forma diferente», observa el psicólogo Mar-
tín Keilhacker, estudioso de los efectos de los medios de comunicación.
«Los niños no quieren comprender la película, la quieren vivir en su propia
piel, sentirse aterrorizados e invadidos por la atmósfera, por los ruidos, por
la música… Es un sentir complejo, en el cual el cuerpo y el alma constituyen
una unidad».
Un libro o un relato contados al niño en voz alta ofrecen la posibilidad de
hacer pausas, volver a leer una página, pedir una explicación, desarrollar sus
pensamientos sobre la base de sus límites y de sus capacidades personales.
En la película, por el contrario, el pequeño se encuentra frente a imágenes
que superan su capacidad de elaboración y también su aguante emotivo.
A diferencia del relato que la mamá o el papá le cuentan en voz alta, que
puede elaborar y completar en su fantasía, en el caso de una película el niño
se encuentra frente a imágenes que superan su capacidad de elaboración y
de aguante emotivo. Permanece capturado, pero, al mismo tiempo, asustado.
Para finalizar, los cuentos narrados en televisión pierden su capacidad libera-
toria, porque las imágenes privan al niño de la posibilidad de imaginárselas en
su cabeza, adaptándolas a las necesidades de su fantasía.
Cuanto más pequeños son, tanto más violentas son las reacciones del niño
frente al espectáculo televisivo. Para tranquilizarlo, no hay que decirle: Sólo es
una película. Es mucho más eficaz ayudarle a mantener una distancia, estan-
do cerca de alguien que comparta sus temores, que le abrace cuando tenga
miedo, que le explique una escena que le resulte difícil de entender, que le
C A P Í T U L O 4
reconforte diciéndole que todo irá bien cuando todo parece perdido. Puede
ser la mamá, un hermano o un amigo. El solo hecho de ver el espectáculo
con alguien al lado alivia la angustia que suscita.
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C A P Í T U L O
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Los miedos
inducidos
EL ESTILO
HIPERANSIOSO-HIPERPROTECTOR
Al oír nuestras palabras, el mundo le parece un conjunto de mentiras, peli-
gros y prohibiciones. Inmerso en estos mensajes, el niño ya no se siente
capaz de afrontar un desafío y medirse con la realidad. Como siempre está
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CÓMO EVITARLO
La mayor parte de los miedos infantiles tiene causas concretas, pero, en
lugar de esquivar las dificultades, el niño debe aprender a afrontarlas. La
exploración es el primer paso de la curiosidad y es la premisa de la inteligen-
cia. Por ello, se necesita crear en torno al niño un ambiente que le facilite sus
experiencias, en plena libertad y seguridad.
■ Más que aturdirle con recomendaciones, intentemos darle los
consejos necesarios para que pueda afrontar los desafíos con los
que cada día se encuentra. En lugar de decir: No subas por aquel tobo-
gán, porque es demasiado alto, podemos reformular la advertencia tradu-
ciéndola en un mensaje positivo, que refuerce el sentimiento de competen-
cia del niño: Para subir a aquel tobogán debes sujetarte con las dos manos,
porque es muy alto y es necesario que estés atento a no caerte. ¿Quieres
que la primera vez yo vaya contigo?
■ Pongámosle unos límites bien precisos entre los cuales el niño
pueda tomar sus decisiones. Empecemos desde pequeño, dejándole
la posibilidad de elegir el tipo de ropa que quiere ponerse, los alimentos
que más le apetecen y los juguetes con los que desea divertirse, involu-
crándole en las decisiones que le afectan y alargando la mano en el ámbi-
to de su poder de decisión. Aunque no estemos de acuerdo con él, escu-
chemos sus sentimientos y las motivaciones que presenta, propongámos-
le alternativas y expliquémosle el motivo de nuestras objeciones.
■ Ayudémosle sólo si lo pide. Si nos dice que quiere hacer algo solo, pon-
gámonos a un lado y dejémosle que lo intente, interviniendo sólo si pide nues-
tra ayuda e intentando no sustituirle, no ofrecerle soluciones, pero indicándo-
le el camino para que las encuentre él solo.
EL ESTILO HIPERCRÍTICO
Se hostiga al niño con críticas y broncas, asustándole y poniéndole en ridí-
culo. Difícilmente se destacan sus comportamientos positivos, mientras que
siempre se está dispuesto a evidenciar sus errores, con el resultado de que
el niño tiene miedo a equivocarse y a la desaprobación de los padres.
CÓMO EVITARLO
■ Para que el niño se sienta seguro, necesita sentirse “valiente” e intentar
hacer bien lo que hace. Por el contrario, a menudo, se le expone al fracaso, que,
muchas veces, además está acompañado de regaños, que amplían su sentido
de frustración. Sin embargo, en lugar de lamentarnos de modo genérico del
comportamiento del niño sin proporcionarle objetivos precisos (¡Cuántas veces
te tengo que decir que ordenes tu habitación!), debemos comunicar claramente
nuestras expectativas (Quiero que antes de irte a dormir pongas todos tus jugue-
tes en la caja). De este modo, el pequeño se siente responsabilizado e incenti-
vado para hacer lo que se le está pidiendo. Como sabe precisamente qué es lo
que queremos de él, el niño se encuentra frente a un desafío que le facilita la eje-
cución de lo que tiene que hacer: poner todos los juguetes en la caja no hace
necesariamente que la habitación esté más ordenada, pero es un primer paso.
Si las expectativas también se expresan de un modo preciso, se evita etique-
tar al niño: Perezoso, destrozón, desordenado, etc. Al oír que lo consideramos
como tal, tenderá siempre a actuar en consecuencia.
■ Si debemos regañar al niño, concluyamos siempre la regañina recordan-
do las situaciones en las que se ha comportado bien y aprovechemos la oca-
sión para confirmar nuestro amor y nuestra confianza en él. Se ha demostra-
do que los niños mejoran su comportamiento si, junto a las regañinas, reciben
también muchos elogios y ánimos.
EL ESTILO PERFECCIONISTA
Convencidos del hecho de que el niño debe hacerlo todo bien, se les comuni-
ca que su valor, y el de sus padres, está determinado por el éxito obtenido en
sus actividades. El niño adquiere, así, una actitud perfeccionista, que le lleva a
temer de modo excesivo la desaprobación y la crítica en el caso de que fraca-
se. Los niños educados con este estilo se muestran muy angustiados cuando
se exponen a algún desafío, como los deberes de clase, exámenes o carreras,
C A P Í T U L O 5
y piensan que sólo valen si consiguen hacerlo todo bien y obtienen la aproba-
ción de los demás. Las peticiones excesivas crean en los niños angustia, miedo
a no estar a la altura de las circunstancias, angustia a fracasar.
A veces, esta obsesión se debe a que los padres quieren realizar, a través de
sus hijos, lo que no han podido conseguir ellos mismos. Al principio, los niños
hacen todo lo posible para contentar nuestras ambiciones, pero, en cuanto
son conscientes, lo transforman en un arma de chantaje: se vengan con el
rechazo o canjean su colaboración exigiendo la satisfacción de un capricho.
En otros casos, si sienten que no consiguen hacer realidad el sueño de sus
padres y que no se les permite ningún fracaso, se sienten invadidos por lo que
los psicólogos llaman angustia de prestación: una constante insatisfacción de
sí mismos por el hecho de no corresponder a los niveles de eficiencia que los
demás esperan de él.
CÓMO EVITARLO
■ No hagamos comparaciones. Las comparaciones generan, inevitable-
mente, angustia o depresión. Si son positivas, el niño se siente obligado a
hacer el papel de hijo “bueno” y siente sobre sí un peso que no le permite
ser espontáneo. Está obsesionado por el pensamiento de desilusionar a sus
padres y se siente invadido por una gran angustia. Si las comparaciones son
negativas, generan hastío hacia las personas puestas como ejemplo y, al
mismo tiempo, cuando el niño se da cuenta de que no se puede igualar al
modelo propuesto, se siente desanimado y deprimido.
■ En lugar de elogiar al niño por los resultados, describamos de modo
objetivo sus sentimientos, valorando lo que siente y no las reacciones de los
demás: Te sentirás muy contento contigo mismo por el resultado alcanzado.
■ Felicitémosle por su comportamiento y no por el resultado obtenido:
Como ves, estudiar con empeño y de una forma sistemática tiene resultados.
■ En el caso de que se equivoque, no le juzguemos, sino interprete-
mos con él lo sucedido, haciéndole ver cómo a menudo los errores sirven
para aprender y mejorar.
TRANSMITIR LA ANGUSTIA
Según los psicólogos cognoscitivos, las causas de la angustia y del miedo
son los pensamientos y las imágenes que nos pasan por la mente. La mayor
parte de los comportamientos que generan sufrimiento dependen de con-
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C A P Í T U L O 5
SÍNTOMAS SÍ
A menudo, ¿os cuesta dormir por la noche y después
dormís profundamente durante el resto de la noche?
¿Seguís pensando en un problema que os preocupa aunque
os deis cuenta de que para solucionarlo debéis esperar
algunos días?
Cuando tenéis que hablar con una persona importante
o que no conocéis bien, ¿empezáis a sudar mucho
y os cuesta respirar?
¿Soléis tener reacciones excesivas de cólera o de alegría?
A menudo, ¿os preocupáis por problemas de poca
importancia?
En el trabajo, ¿tenéis la impresión de que no se os valora?
SÍNTOMAS SÍ
¿Tenéis la impresión de que no tenéis amigos?
¿Estáis siempre insatisfechos con lo que habéis hecho?
¿Os sentís culpables por situaciones de las cuales no sois
responsables?
¿No conseguís estar sin hacer nada y siempre necesitáis
hacer alguna cosa?
Cuando estáis entre amigos o en compañía,
¿tenéis la sensación de que no sois iguales a los demás?
¿Siempre llegáis demasiado pronto o muy tarde?
¿Tenéis tendencia a dar justificaciones no pedidas?
¿Retrasáis siempre las cosas que debéis hacer?
¿Estáis preocupados de que vuestras acciones
no son adecuadas?
6 C A P Í T U L O
Todas
las caras
del miedo
para poderse defender con mayor eficacia. Ésta es una reacción totalmente
normal, pero en algunos casos tal activación es exagerada, porque se basa
en la idea de un peligro mayor del real».
Los niños, sobre todo los que tienen una gran imaginación, se encuentran
frente a muchas situaciones que consideramos peligrosas, que no conocen,
que no dominan, que les son extrañas, o en las cuales ven la reacción
angustiosa de los adultos. En estas ocasiones, responden con la angustia
que, explica José Gil, «puede manifestarse con temblores, sensación de vér-
tigo, convulsiones, dolor de cabeza o desvanecimiento, pero que también
puede influir en el lenguaje -mutismo o locuacidad- o en el comportamiento
-timidez, hiperactividad, soledad, inseguridad, sentimiento de inferioridad,
hipersensibilidad o ideas obsesivas».
Persistente y paralizadora, la angustia mina la seguridad, desmorona la
autoestima, erosiona la confianza, hace sentirse impotente, débil, vulnerable,
incapaz de afrontar las tareas.
La intensidad con la que el miedo se manifiesta va de la inquietud apenas
perceptible hasta la angustia paralizante.
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limitados y alegres, los rituales son útiles para aliviar la angustia, pero, si se
convierten en obsesivos, pueden hacer la vida insoportable.
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Cómo
tranquilizar
a un niño
La lección más importante que el hombre puede aprender en la vida
no es que en el mundo existe el miedo, sino que depende de nosotros
extraer provecho del miedo y que se puede transformar en coraje.
Rabindranath Tagore, poeta hindú,
premio Nobel de literatura
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INFUNDIR SEGURIDAD
Al niño hay que comunicarle la certeza de que mamá y papá consideran sus
temores y sus emociones como un hecho totalmente natural y justificable.
Sólo así podrá superarlos y adquirir mayor seguridad y confianza en sí
mismo. Precisamente aprendiendo a aceptar los propios temores, será más
fácil para el niño abrirse, sin sentirse desprotegido e indefenso.
En la práctica, la timidez se traduce en un perenne miedo a equivocarse. Por
ello, es importante infundir seguridad al niño. He aquí lo que se puede hacer
para transmitirla.
SEAMOS REALISTAS
Algunos miedos son normales en alguna fase del desarrollo. No podemos, por
lo tanto, pretender que el niño no tenga miedos, ni tampoco sería bueno. Los
miedos tienen ciclos recurrentes y es normal que un miedo ya superado rea-
parezca o sea sustituido por uno nuevo. Lo que podemos hacer es ayudar al
niño a afrontar y a gestionar sus miedos para que no se sienta invadido.
RESPETEMOS SU TEMPERAMENTO
El hecho de que el niño sea reservado hay que respetarlo. Enséñame lo
valiente que puedes ser, podemos decir a un niño al que no le apetece rela-
cionarse con los demás niños en los columpios, tendiéndole la mano para
subir las escaleras y esperándole con los brazos abiertos al final.
«El niño que sufre de timidez debe aceptarse a sí mismo por lo que es, y vivir
su vida según sus propias características, sin sufrir porque ha sido hecho
así», sostiene el pediatra italiano Roberto Albani. No sólo debe ser respeta-
do, sino también querido por sus características. Nos gusta como eres es
el mensaje que, como padres, hay que enviarle. Aceptándole, el niño apren-
de a aceptarse a sí mismo, y, paradójicamente, precisamente porque se le
valora, adquiere seguridad y confianza en sí mismo.
«Normalmente», observa Susana Mantovani, profesora de la facultad de
Psicología de la Universidad de Milán, en Italia, «el niño que sufre de timidez es
sensible y atento. Precisamente porque es mucho más consciente de su propio
ser y de su propia identidad, se preocupa de lo que los demás piensan de él».
NO LE ETIQUEMOS
Mi hijo es un poco tímido. Ésta es la frase que nos sentimos obligados a
decir cuando presentamos nuestro hijo a la maestra, a la animadora del cen-
tro social, a la niñera, para explicarles por qué en algunas circunstancias se
retrae. Con esta advertencia, nuestra intención es suscitar una mayor com-
prensión, pero en realidad lo que esto hace es encasillar al niño en un papel,
haciéndole aún más difícil la tarea de liberarse de la etiqueta y de manifestar
sus recursos inexplorados. Por lo tanto, es importante no catalogar al niño
llegando incluso, si es necesario, a negar la evidencia.
Cuando se nos pregunté: ¿Es tímido?, mostrémonos sorprendidos y diga-
mos: ¿Tímido? ¡No! Sólo necesita un poco de tiempo para ambientarse. En
la mayor parte de los casos, es lo que efectivamente sucede.
Si bien es cierto que la timidez se debe en gran parte al miedo a las nove-
dades, intentemos identificar lo que el niño conoce bien, y partir de aquí
para abrir o continuar un diálogo. Incluso los niños más apocados se
espabilan cuando hablan de su colección de figuritas o de la ropita de su
muñeca.
ESCUCHÉMOSLE
Algunas investigaciones han demostrado que nosotros, los padres, en el
mejor de los casos, sólo escuchamos una cuarta parte de lo que nuestros
hijos intentan comunicarnos. Veamos, entonces, cuáles son las características
de una buena escucha.
Dejemos de hacer lo que estamos haciendo. Parece banal, pero la
mayor parte de nosotros continúa ordenando, o haciendo cualquier otra
cosa, cuando el niño viene a decirnos algo. Probablemente, lo que dice no
tiene mucho sentido y, por lo tanto, le ignoramos, o bien fingimos que le
hemos escuchado mientras que sólo hemos captado algunos fragmentos
de su discurso, o puede que lo que nos está contando sólo sea la punta del
iceberg: dice que se ha roto un juguete, pero no especifica que lo ha roto él
golpeándolo contra la cabeza de su hermana.
Por lo tanto, si el niño quiere decirnos alguna cosa, dejemos lo que estamos
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Para nosotros son frases hiperbólicas dictadas por la exasperación, mientras que para
el niño, sobre todo si aún es pequeño, son amenazas que se interpretan literalmente.
Inducen un doble miedo: el miedo a ser abandonado y el miedo a ser la causa de la
muerte de la mamá o del papá, la persona del mundo a la que más ama y de la que
depende para su propia existencia.
Al final, ya no podemos más y nos damos por vencidos, para que nos deje en paz. El niño
sale convencido de que chillar y ofender dan resultado, y nosotros nos consolamos con
un: Mira qué carácter...
En realidad, por paradójico que pueda parecer, una actitud de renuncia por parte nues-
tra puede infundir un sentimiento de inseguridad y de miedo. Para él, los padres son una
autoridad natural y, por lo tanto, de nosotros espera protección, guía y apoyo.
Si no se los damos, pensará que a fin de cuentas para nosotros él no es tan importante.
Dejado solo consigo mismo, el niño oscila entre dos extremos: o se convierte en tímido,
pasivo y cerrado en sí mismo, o bien se junta con la primera persona que le concede
aunque sólo sea una brizna de atención.
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Las fobias
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casa, no entrará a lugares en los que haya espejos, para protegerse se pon-
drá en la cabeza un gorro con visera y, puesto que se avergonzará de ir por
la calle con gorro, rechazará cualquier invitación para ir a una fiesta. En reali-
dad, la solución que adopta para evitar el miedo lo multiplica, pues, de este
modo, se inician una serie de comportamientos cada vez más obsesivos.
«Las fobias sólo se superan cuando se consigue cambiar la percepción de la
realidad que se vive como amenazadora y, como consecuencia, se logran
cambiar las reacciones», sostiene Nardone.
LOS EFECTOS
Las fobias influyen de diversos modos en el comportamiento de quien las
sufre. Tomemos como ejemplo el de un niño con una fobia a los perros que,
para acudir a jugar a balón con los amigos, deba pasar cerca de un perro.
Su fobia le inhibe de distintas maneras:
■ Influye sobre su comportamiento. El niño puede decidir cambiar el
camino y hacer un recorrido más largo para llegar al campo.
■ Le lleva a estar constantemente obsesionado pensando en cómo
evitar a los perros.
■ Produce reacciones físicas. Cuando oye al perro ladrar, su ritmo car-
díaco se acelera, el tórax se oprime, sufre vértigos, las palmas de las manos
le sudan y teme que algo catastrófico le pueda suceder.
LA FOBIA SIMPLE
Es la forma más común de fobia. Se trata de un miedo irracional a la hora
de enfrentarse a algunas cosas, animales o situaciones.
La fobia simple nace, generalmente, cuando se debe afrontar un riesgo que
Las fobias
LA FOBIA SOCIAL
Mientras que, en el caso de la fobia simple, se tiene miedo a un objeto bien
definido, en el caso de la fobia social se temen todas las situaciones en las
que se está expuesto al juicio de los demás: hablar en público, responder a
preguntas delante de los compañeros de clase o incluso el simple hecho de
participar en una fiesta. Quien tiene fobia social sufre violentos temblores,
palpitaciones y sudoración, cada vez que se tiene que relacionar con los la
gente.
Como en el caso de la fobia simple, la persona hace todo lo posible para no
encontrarse con situaciones que le provocan angustia. El mayor miedo es a
ser humillado o a sentirse avergonzado delante de los demás. Se está tan
preocupado por ello que ni siquiera se consigue pensar, no se recuerdan los
hechos, no se encuentran palabras para expresarse y, como consecuencia,
se forma la mala figura que se quería evitar. Incluso, cuando las cosas van
bien, la persona no se siente reforzada y teme, de todos modos, quedar mal
la próxima vez.
La fobia social es particularmente frecuente en la franja de edad que va de
los 15 a los 20 años y, si no se presta la atención suficiente, se puede pro-
longar durante toda la vida: a menudo, provoca depresión y abuso de alco-
hol. Una forma particular de fobia social, que afecta sobre todo a los niños,
es la fobia a la escuela.
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LA FOBIA GENERALIZADA
En la fobia generalizada, el miedo no está desencadenado por un determi-
nado objeto o por una determinada situación: quien la sufre no necesita estí-
mulos externos para tener miedo. Es su percepción de la realidad la que
hace que la persona se imagine peligros. Lo que le hace estar mal es el
miedo a que se inicien las características del miedo: aceleración del ritmo
cardíaco (taquicardia), vértigos, pérdida de control.
Muchas personas que sufren de fobia generalizada pueden, después,
desarrollar agorafobia, un estado de pánico continuo que lleva a la imposi-
bilidad de salir de casa sin estar acompañados. La agorafobia se desarro-
lla en la tardía adolescencia o en la edad adulta. Por lo tanto, no entra den-
tro del argumento de este libro.
CÓMO SE VENCEN
Ana, una niña de seis años, se pone a chillar con todas sus fuerzas cada
vez que tiene bañarse en la bañera de casa. He aquí lo que, detrás del con-
sejo de los expertos, puede hacer la mamá para ayudarle a superar su
fobia.
Las comprobaciones. Lo primero que hay que hacer es comprobar si Ana
tiene verdaderamente miedo al agua o si su temor a entrar en la bañera deri-
va de otros motivos: miedo a resbalarse, a no saber dónde apoyarse, a
beber el agua, a que le entre jabón en los ojos, etc.
• También hay que excluir el hecho de que las reacciones de Ana
se deban a que, si se pone a gritar, para convencerla de que se bañe, la
mamá le prometa, por ejemplo, un regalo. Si así fuera, Ana seguiría gritan-
do, no por miedo al agua, sino para obtener el premio.
Siempre que la respuesta a estas preguntas sea negativa, significa que el
miedo de Ana es real y se deben llevar a cabo algunas sugerencias para
ayudarle a superarlo.
La aproximación. Pensemos que Ana es capaz de superar la fobia al agua.
Si nosotros mismos no estamos convencidos de ello, no conseguiremos
transmitirle nuestra seguridad.
• Subdividamos la función que Ana debe afrontar en una serie de
acciones muy limitadas.
• Procedamos muy lenta y gradualmente.
• Premiemos cada progreso, por pequeño que sea.
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Miedo
a morir
Tengo miedo a morirme, porque, si me muero, ya no podré ver a mis
padres. Quizás, no pueda verles en el cielo. A mí me gustaría que toda
mi familia fuera como Papá Noel, que nunca se muere, y así podríamos
vivir todos en paz.
Andrea, 6 años
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Miedo a morir
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Miedo a morir
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Los traumas
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los ojos del niño, la visión del mundo como un lugar seguro y previsible se
destruye totalmente.
Y no es necesario estar involucrado personalmente o ni siquiera estar pre-
sente en el momento y en el lugar en el que sucede. Hoy en día, los medios
de comunicación violan la privacidad de las paredes domésticas. Las esce-
nas de los edificios que se desploman y que crujen como construcciones de
cartón, el ruido de las sirenas de las ambulancias y los cuerpos mutilados
de las víctimas entran en nuestros salones desde el otro extremo del globo
terrestre, generan una sensación de impotencia y de vulnerabilidad que, por
muchas garantías que se tengan, no se puede eliminar completamente. De
este modo, se corre el riesgo de quedar señalados por lo que los psicólo-
gos llaman el síndrome del trastorno post-traumático.
LAS CONSECUENCIAS
Las consecuencias de un trauma son mucho más tenaces de lo que se
pueda imaginar. Los psicólogos americanos han descubierto que, dos años
después del 19 de abril de 1995, cuando se produjo el atentado a Oklahoma
City, en Estados Unidos, donde perdieron la vida 168 personas, el 16 por
ciento de los niños que vivían a 150 kilómetros de la ciudad acusaban los
síntomas del trastorno post-traumático, aun no habiendo estado presentes
en el lugar del atentado y a pesar de que no se hubieran visto involucrados
en primera persona. En una investigación publicada en octubre de 1999, en
el American Journal of Psychiatry, la psicóloga Lenore Terr entrevistó a 153
niños que habían observado la explosión en el espacio de la nave espacial
Challenger varias veces y descubrió que el episodio aún era para ellos causa
de angustia después de haber pasado un año de lo sucedido.
Hoy en día, las consecuencias de traumas debidos a tragedias sucedidas
a millares de kilómetros de distancia se multiplican por la obsesiva repeti-
ción de las escenas en los programas televisivos. «El trauma es recordado
de nuevo cada vez que se transmite», escribe el ruso Mark Cavitt, director
del departamento de psiquiatría infantil del Hospital de Niños de San
Pietroburgo. «En un momento dado, la televisión debe apagarse para que
la familia tenga la posibilidad de hablar con los niños sobre lo que sienten y
oyen sin la interrupción de los imputs de las escenas traumáticas».
Numerosas investigaciones han demostrado que la repetición de estas
escenas hace reaparecer los síntomas del estrés causado por el trauma, las
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CUÁNDO ES NECESARIA
LA INTERVENCIÓN DE UN PROFESIONAL
La ayuda de un profesional puede resultar necesaria si, pasados tres meses
del acontecimiento traumático, el niño aún muestra señales de malestar.
■ Tiene problemas de comportamiento y de rendimiento escolar.
■ Tiene ataques de rabia.
■ Rechaza participar en juegos y actividades sociales de la escuela.
■ Tiene pesadillas y otros trastornos del sueño.
■ Sufre náuseas, dolor de cabeza, aumento o pérdida
de peso anómalos.
■ Rechaza hablar de lo sucedido.
■ Está deprimido y no tiene confianza en el futuro.
■ Se comporta de un modo temerario.
BIBLIOGRAFÍA
Cómo sustituir la TV: ideas para seleccionar las actividades extraescolares
más idóneas para tu hijo, Laniado, Nessia, Grupo Editorial CEAC, 2006
Más allá del miedo: superar rápidamente las fobias, las obsesiones y el pánico,
Giorgio Nardone, Ediciones Paidós Ibérica, 2003
¿Hasta dónde dejarles?, Jan-Uwe Rogge, Ediciones Medici, 2004
NOTAS
Los miedos del pequeño OK 4/10/07 08:33 Página 95
NOTAS