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Entonces dijo: De cierto volveré a ti; y según el tiempo de la vida, he aquí que Sara tu mujer tendrá un hijo. Y
Sara escuchaba a la puerta de la tienda, que estaba detrás de él. Y Abraham y Sara eran viejos, de edad
avanzada; y a Sara le había cesado ya la costumbre de las mujeres. Se rio, pues, Sara entre sí, diciendo:
¿Después que he envejecido tendré deleite, siendo también mi señor ya viejo?
Génesis 18:10-12
Tiene sentido, ¿no? Que Sara cancelara sus expectativas de ser madre al llegar a edad avanzada es algo lógico
y podríamos decir que, hasta una muestra de madurez y sumisión a la voluntad de Dios, ¿No es así?
Creo que toda mujer, en algún momento, se identifica con este pensamiento de Sara. Es realista, no se engaña
a sí misma, ni da falsas esperanzas. Acepta la realidad, y ya…
El problema con esta manera de pensar es que no considera la realidad espiritual y, peor aún, disfraza de
resignación lo que en realidad es cinismo y desconfianza en el carácter de Dios.
A veces sucede que comprendo el poder de Dios, pero no acepto Su misericordia y verdad: sé que Dios es
Todopoderoso, pero no lo suficiente para mi situación específica. Sé que Dios es misericordioso, pero no lo
suficiente como para cubrir mi propio pecado y mis propias faltas.
La ‘realidad’ es que soy emocional; la ‘verdad’ es que mi Dios conoce mi corazón y mis emociones. La ‘realidad’
es que no puedo cambiar las circunstancias de la vida; la ‘verdad’ es que Dios las orquesta y controla en Su
providencia. La ‘realidad’ es que en el mundo tengo aflicción; la ‘verdad‘ es que Cristo ha vencido al mundo. La
‘realidad’ es que soy pecadora e inmerecedora de misericordia; la ‘verdad’ es que Cristo murió por mí y Su justicia
me ha sido imputada. He sido declarada hija de Dios. Esta verdad debe prevalecer.
Este balance entre ‘realidad’ y ‘verdad’ no es fácil para nosotras. Nuestra batalla está en la mente y el corazón;
y es realmente constante: tener ilusiones, expectativas, hacernos vulnerables… ser desilusionadas, decepcionadas,
heridas… Hay mucho en juego; muchos riesgos de dolor y corazones rotos. Debo ser fuerte, madura, realista y
así enfrentar los embates de la vida… Eso me hace sabia ¿no?
Si somos honestas, tendremos que reconocer que este pensamiento es una manera de ‘controlar’ las emociones,
ya que no podemos controlar las circunstancias. Es una manera de pensar cínica y que desconfía de la bondad y
poder de Dios, de Sus promesas, Su fidelidad y de Su carácter. Esto es pecado.
Entonces Jehová dijo a Abraham: ¿Por qué se ha reído Sara diciendo: ¿Será cierto que he de dar a luz siendo ya
vieja?¿Hay para Dios alguna cosa difícil? Al tiempo señalado volveré a ti, y según el tiempo de la vida, Sara
tendrá un hijo.
Génesis 18:13-14
En los últimos meses he entendido que mi complejidad emocional muchas veces me permite vivir la vida cristiana
y aún tener áreas en las que simplemente no le creo a Dios. Ya sea por temor, por un sentido de insuficiencia o
por la razón que sea, el antídoto de esta condición es el mismo: Arrepentimiento.
Dudar de la bondad de Dios, de Su capacidad de respuesta a mi oración, de Su disposición hacia mí, es
simplemente pecado y muestra una falta de conocimiento del carácter de Dios y una visión limitada a lo
terrenal. La misma Palabra me reafirma una y otra vez que Dios es también mi Padre, mi Ayudador, mi Proveedor,
mi Consolador, mi Salvador.
Cuando descanso en mi lógica para manejar mis emociones y no las verdades del Señor, caigo en el error de
pensar que puedo avanzar por mí misma en esta vida, que no Lo necesito a Él; y eso, invariablemente tendrá
consecuencias que marcarán mi vida espiritual: ansiedad, depresión, frustración, amargura. Sólo la verdad de
Dios puede traer real paz a un corazón abatido, sometido a presiones, desilusionado o confundido.
Entonces, luego de arrepentirme, lo que me hace falta es fe. Al exponerme a la Palabra, ella va cambiando mi
corazón porque revela el carácter de un Dios que está presto a escucharme, que conoce íntimamente mi corazón
y a Quién le importan mis anhelos, mis temores, mi santidad.
Pero no estamos hablando de una fe “ciega y sorda”, que no ve ni escucha ‘la realidad’. No es un ejercicio de
negación ante las dificultades de la vida. Esta fe se alcanza cuando veo y escucho la verdad de Dios en Su Palabra,
y la coloco por encima de las circunstancias. Y es éste, justamente, el reto.
Al meditar sobre esta verdad, pienso en la mujer cananea de Mateo 15. Ella se acerca a Jesús con la petición de
sanación para su hija y Cristo inicialmente no le responde. Pero habiendo entendido que Quien estaba delante
de ella tenía poder por encima de la realidad que estaba experimentando, esta mujer se postró y confió con fervor,
sin siquiera ver su pecado, procedencia y género como un obstáculo para Cristo. El mismo Jesús aprueba su
fe. Esta es la fe que anhelamos. Así quiero creer.