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Matías Duer

Duer, Matías Leonel

37989425

avatargs@hotmail.com

Estética, comisión martes 15-17 (Azul Katz - Florencia Abadi), 2º cuatrimestre 2018

1) En la Crítica del Juicio, Kant se propone, entre otras cosas, ofrecer una explicación
satisfactoria de un cierto tipo de experiencia -a saber, la experiencia estética-, puesto que, a su
parecer, no se podría obtener una comprensión cabal de la misma utilizando únicamente los
materiales de las dos críticas anteriores. Así como se admite la existencia de una experiencia
objetiva unificada en la Crítica de la Razón Pura y la conciencia del deber en la Crítica de la
Razón Práctica, podemos afirmar que en esta tercera obra el punto de partida será el juicio
‘esto es bello’, y que se buscará establecer sus condiciones de posibilidad1. De tal modo, el
autor presentará las notas distintivas de dicho tipo de juicio, las cuales caracterizarán los
cuatro momentos que componen la analítica de lo bello, al tiempo que le fija límites rígidos, a
fin de no confundirlo con otros tipos de juicio ni con otra de las funciones de las facultades
del espíritu.

En el primer momento, el de cualidad, Kant señala que “la [satisfacción] del gusto en
lo bello es la única satisfacción desinteresada y libre”2. Es decir, opone el juicio de gusto a
aquéllos que conllevan interés3, el cual es definido como “la satisfacción que unimos con la
representación de la existencia de un objeto”4. Tal interés pertenece al juicio sobre lo
agradable -‘esto me deleita’-, así como al juicio sobre lo bueno, sea en tanto útil -cuando es
un medio para un fin patológico: ‘esto es bueno para esto otro’-, sea en tanto bueno en sí -
cuando es un fin en sí mismo establecido por la razón práctica: ‘esto es bueno’-.

Que el juicio de gusto se distingue del que versa sobre lo bueno se evidencia en que
éste siempre involucra, en su base de determinación, conceptos; es necesario saber qué es el
objeto para poder afirmar que es bueno. Lo bello, por su parte, no presenta una exigencia tal5.

1
Cf. Kant, I, Crítica del Juicio, trad. de M. G. Morente, México D. F., Porrúa, 1991, nota 1, p. 209.
2
Ibíd., §5, p. 214.
3
Si bien, estrictamente, Kant habla aquí de los distintos tipos de satisfacción, para evitar confusiones, hablaré
de los distintos juicios en tanto es mediante ellos que se enuncian dichos tipos de satisfacción.
4
Ibíd., §2, p. 210.
5
Cf. Ibíd., §4, p. 212.

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Quien, estando en el bosque, se complace con la imagen de un fruto, no se preocupa por saber
si éste es venenoso o comestible, mientras que, para saciar su hambre, tal conocimiento le
resulta fundamental. A su vez, esta diferencia separa al juicio de gusto, que es meramente
estético, del juicio lógico, que refiere la representación “mediante el entendimiento al objeto
para el conocimiento”6, y, por tanto, hace uso necesariamente de conceptos.

Esta característica, propia del juicio de gusto, de ser capaz de prescindir de conceptos
lo pone en relación de semejanza con el juicio sobre lo agradable. Kant llama agradable a
“aquello que place a los sentidos en la sensación”7. De aquí se colige inmediatamente que
este tipo de satisfacción implica interés, puesto que sólo puedo deleitar mi sentido del gusto si
poseo, por ejemplo, una manzana existente. La mera imagen de una manzana no satisface en
absoluto mi apetito. En cambio, la satisfacción en lo bello puede obtenerse no sólo a partir de
observar una manzana existente, sino también mediante la contemplación de una manzana
dibujada en un cuadro, o incluso, sin intuición, en la mera reflexión8.

Para el juicio de gusto, entonces, no es relevante ni la existencia del objeto ni su


concepto, sino tan sólo que la representación mediante la cual aquél es dado se enlace con el
sentimiento de placer y dolor del sujeto9. Tanto lo agradable como lo bueno tienen en común
una relación con la facultad de desear, dado que lo primero excita un deseo mediante la
sensación, y que lo segundo, en cuanto útil, se relaciona con un fin, y en sí es el objeto mismo
de la voluntad. En este sentido, ambos tipos de satisfacción conllevan interés, puesto que es
lo mismo querer algo que satisfacerse en su existencia10. De este modo, puede apreciarse que
Kant no establece de antemano el carácter desinteresado del juicio de gusto, sino que lo
infiere a partir del análisis del mismo (o de la satisfacción que mediante él es expresada) y del
contraste con el interés de los otros dos tipos de juicio.

Por otra parte, para dar cuenta del aspecto libre de la satisfacción en lo bello, es
preciso tomar elementos del segundo momento de la analítica de lo bello, así como de la
Introducción, en donde se describe la relación entre las facultades de conocer. Su interacción
habitual, por así decirlo, es la propia del juicio llamado determinante, el cual consiste en la
subsunción, realizada por la facultad de juzgar, de un particular dado en un universal también
dado. Es lo que sucede cuando el objeto es constituido según las leyes universales que ofrece
6
Ibíd., §1, p. 209.
7
Ibíd., §3, p. 211.
8
Cf. Ibíd., §2, p. 210.
9
Cf. Ibíd., §5, p. 213.
10
Cf. Ibíd., §§3-4, pp. 211, 213.

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el entendimiento, que no son otras que los conceptos puros que encuentran allí su origen11.
En consecuencia, la imaginación, facultad que une la multiplicidad sensible, no actúa
arbitrariamente, sino obedeciendo el dictado del entendimiento, encadenada a sus reglas. En
contraposición, cuando el juicio es reflexionante -es decir, cuando el universal no es dado-, la
facultad de juzgar debe encontrar la regla bajo la cual subsumir lo particular. Ahora bien, el
juicio de gusto es un tipo de juicio reflexionante; allí, la imaginación emprende un libre juego
de combinación de lo diverso, sin la restricción de los conceptos del entendimiento, debiendo
concordar con éste tan sólo según la recíproca relación necesaria para un conocimiento en
general12, sin que se determine por ello concepto alguno13. En suma, es en virtud de esta
actividad de la imaginación que se dice que la satisfacción en lo bello es la única que, además
de desinteresada (como ya se dijo), es libre.

2) Kant señala que, cuando alguien enuncia el juicio ‘esto es bello’, se encuentra siempre
presupuesta una pretensión, que se presenta como una exigencia, a saber: el asentimiento de
todo ser humano a dicho juicio. Se exige la existencia en cualquier otro de una satisfacción
semejante respecto del objeto considerado bello14. Es decir, afirmar un juicio de gusto
equivale a negar que la satisfacción refiera a una relación entre el objeto y la particular
constitución fisiológica del que juzga, que sería, en tal caso, privada. Añadir al ‘esto es bello’
la aclaración de que es así para mí sería contrario a dicha pretensión, y “significaría tanto
como decir que no hay gusto alguno, o sea que no hay juicio estético que pueda pretender
legítimamente a la aprobación de todos”15.

Esto podría conducir a pensar que el juicio de gusto presenta una validez universal
total. Sin embargo, esa característica es exclusiva de los juicios lógicos. En efecto, decir, por
ejemplo, ‘todos los perros tienen cuatro patas’ tiene una validez lógica, pues se aplica a todos
los perros16. Por contraposición, el juicio de gusto -dado que es estético y no lógico- no se
extiende sobre el resto de los objetos semejantes (por ejemplo, sobre todas las rosas), sino

11
Cf. Ibíd., Introducción, IV, pp. 194-195.
12
Cf. Ibíd., §9, pp. 218-219.
13
Cf. Ibíd., §4, p. 212.
14
Cf. Ibíd., §6, pp. 214-215.
15
Ibíd., §7, p. 215.
16
Cf. Ibíd., §8, pp. 216-217. Cabe aclarar, ante la posible objeción de que puede haber perros con menos de
cuatro patas, que en este parágrafo Kant admite la universalidad lógica también para conceptos empíricos. No
se quiere decir con esto que, de hecho, todos los perros tengan cuatro patas, sino que, a partir de varias
observaciones y de una generalización empírica, la nota distintiva ‘tener cuatro patas’ pertenece al concepto
‘perro’, y, en consecuencia, puede aplicarse con derecho a todos los objetos ‘perro’.

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que se trata de un juicio individual, según el cual refiero la representación de esta rosa
particular a mi sentimiento de placer y dolor.

Entre estos dos límites, surge, entonces, la curiosa universalidad de la cantidad del
juicio de gusto, que Kant llama subjetiva, pues se refiere, no a los objetos, sino a “la esfera
total de los que juzgan”17. Esto es, puesto que la satisfacción en lo bello no brota ni de la
sensación privada ni de concepto alguno, resulta lícito afirmar que el fundamento de
determinación del juicio de gusto es algo tal que quien juzga lo “puede presuponer también
en cualquier otro”18. De aquí se sigue la extraña posibilidad que abre el juicio de gusto de
hablar de lo bello como si fuera una propiedad de los objetos, sin que sea legítimo afirmar
esto mismo. Entre la universalidad objetiva y lo meramente privado se halla lo que podríamos
llamar intersubjetivo; la conciencia de que el juicio de gusto descansa sobre aquello que todos
los seres humanos compartimos nos permite hablar de la belleza como si estuviera realmente
en los objetos.

Tal universalidad subjetiva coincide, asimismo, con la característica propia del cuarto
momento de la analítica de lo bello: la necesidad condicionada. De manera análoga a la
comparación entre las distintas cantidades, quien juzga algo bello no considera dicho juicio
como contingente -‘quizás a otros esto no les resulte bello’-, ni como objetivamente necesario
-‘sé apodícticamente y a priori que todos encontrarán esto bello’-, sino bajo un fundamento
tal que comparte con todo ser humano y en virtud del cual puede afirmar que cualquier
persona que esté frente a esa misma representación deberá juzgar el objeto como bello19.

Respecto de la modalidad, el juicio de gusto se presenta como “un ejemplo de una


regla universal que no se puede dar”20. Esto no es más que la explicación de la operación del
juicio reflexionante, que aparece en la Introducción de la obra, y que fue descripto en el punto
anterior. En efecto, se busca una regla universal, pero ésta nunca puede ser dada, pues
entonces se estaría hablando de un juicio determinante. A su vez, sólo es posible dar cuenta
de esta universalidad y necesidad subjetivas si se pone como base de determinación del juicio
de gusto un principio a priori, a saber, el principio de la finalidad de la naturaleza21. Por tanto,
se entiende que en la Introducción se justifique la necesidad de la búsqueda de tal principio (y

17
Ibíd., §8, p. 217.
18
Ibíd., §6, p. 215.
19
Cf. ibíd., §§18-19, pp. 231-232.
20
Ibíd., §18, p. 232.
21
Cf. Ibíd., Introducción, IV, p. 195.

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de su ulterior deducción), único mediante el cual resulta posible explicar los juicios
estéticos22.

Ahora bien, que esta exigencia manifestada por un principio de unidad de lo diverso
propio del juicio de hecho se cumpla en la naturaleza es algo que resulta contingente ante los
ojos del entendimiento. Dicha concordancia es fuente de un sentimiento de placer, del cual se
puede decir que vale para todo ser humano, puesto que está determinado por un fundamento a
priori23. El carácter de ese placer unido a la representación será siempre subjetivo, dado que
sólo puede constituir una relación con el sujeto, y nunca con un conocimiento del objeto.
Cuando aparece aquello que Kant llama “representación estética de la finalidad”24, es decir,
cuando en la aprehensión de la forma del objeto se halla la concordancia de las facultades de
conocer, sin propósito alguno, se dice que se trata de un “juicio estético sobre la finalidad del
objeto”25.

Precisamente, esto es lo que sucede en el juicio de gusto, y que explica así su extraña
universalidad y necesidad; éstas no son objetivas -pues no aportan en nada al conocimiento
del objeto-, sino subjetivas, al referir la representación al sentimiento de placer y dolor del
sujeto. Por tanto, se puede pretender con razón que, en virtud de tener todos las mismas
facultades, cualquier ser humano en presencia de esta representación particular deba juzgar
como bello el objeto que por medio de ella es dado, y se habla así como si se tratara de un
juicio lógico, siendo, sin embargo, estético.

3b) Antes de distinguir la satisfacción en lo bello de la satisfacción en lo sublime, Kant


establece sus puntos en común: en ambos casos se trata de juicios estéticos reflexionantes,
por lo que valdrán también para esta última las características principales de los cuatro
momentos, a saber, ser una satisfacción sin concepto ni interés, y de una universalidad,
finalidad, y necesidad subjetivas26.

Sin embargo, cada uno de estos tipos de satisfacción pone a la imaginación en


relación con una facultad distinta: el entendimiento, en el caso de lo bello, y la razón, en el de
lo sublime. En el primero, la forma del objeto es puesta en relación con la facultad de conocer

22
“Así, pues, la finalidad de la naturaleza para nuestras facultades de conocer y para su uso […] es un principio
trascendental de los juicios y necesita también una deducción trascendental, mediante la cual la base para
juzgar así debe buscarse en las fuentes a priori del conocimiento”, Ibíd., Introducción, V, p. 197.
23
Cf. Ibíd., Introducción, VI, pp. 199-200.
24
Ibíd., Introducción, VII, p. 202.
25
Ibíd., Introducción, VII, p. 202.
26
Cf. Ibíd., §§23-24, pp. 237, 239.

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en general, con un concepto indeterminado del entendimiento, cuya concordancia genera


como efecto el sentimiento de placer; en el segundo, por el contrario, el objeto ocasiona la
representación de una ilimitación, y, en este sentido, no se tiene en cuenta aquí la forma del
mismo, e incluso puede carecer de ella27.

Por otra parte, en la satisfacción en lo bello se da de manera directa una concordancia


y “un sentimiento de impulsión a la vida”28, mientras que en lo sublime la satisfacción es
indirecta, dado que conlleva, primero, una inadecuación de la imaginación -es decir, que la
representación aparece como contraria a un fin-, y sólo a partir de tal situación, que suscita
respeto29, surge el sentimiento de lo sublime. Se trata, en cada caso, de un placer positivo y
de uno negativo30. De ahí que Kant llame al primero un juego libre y al segundo una
“seriedad en la ocupación de la imaginación”31.

Más aun, puesto que lo sublime supone un movimiento del espíritu, y no es motivo de
una contemplación reposada (como en lo bello), requiere de una ulterior distinción: Kant
habla de sublime matemático cuando la imaginación refiere dicho movimiento a la facultad
de conocer, y de sublime dinámico cuando lo refiere a la facultad de desear32.

Según la primera clase de sublime, el objeto llamado absolutamente grande ocasiona


en la reflexión la conciencia del ensanchamiento hasta el infinito de la imaginación, al tiempo
que revela los límites de su capacidad de exposición in concreto33, despertando así el
“sentimiento de una facultad suprasensible en nosotros”34. Aparece aquí como ley la
apreciación de la magnitud mediante la razón, la cual querrá ser acatada por la imaginación
sin poder nunca lograrlo, causa a la vez de un dolor -por la inevitable inadecuación- como de
un placer -por la concordancia, al menos buscada, entre la imaginación y las ideas de la
razón-35. Por tal motivo, Kant señala que podemos llamar bellos a los objetos de la
naturaleza36, pero no sublimes, ya que de éstos únicamente puede decirse que son capaces de

27
Cf. Ibíd., §23, p. 237.
28
Ibíd., §23, p. 237.
29
“El sentimiento de la inadecuación de nuestra facultad para la consecución de una idea, que es para
nosotros ley, es respeto”, Ibíd., §27, p. 245.
30
Cf. Ibíd., §23, pp. 237-238.
31
Ibíd., §23, p. 237.
32
Cf. Ibíd., §24, p. 239.
33
Cf. Ibíd., §25, p. 240.
34
Ibíd., §25, p. 241.
35
Cf. Ibíd., §27, pp. 245-246.
36
“Nos expresamos con total falsedad cuando llamamos sublime algún objeto de la naturaleza, aunque
podamos correctamente llamar bellos muchos de entre ellos” Ibíd., §23, p. 238. Sin embargo, cabe la

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“exponer una sublimidad que puede encontrarse en el espíritu”37. No es correcto llamar


sublime al objeto, pues, en verdad, lo absolutamente grande es el uso de éste que hace el
juicio en función de dicho sentimiento38.

Por su parte, un objeto de la naturaleza es sublime dinámico en tanto es considerado


como temible, sin que quien se lo representa sienta efectivamente el temor39. Esto es, la
fuerza de la naturaleza, que es irresistible para nosotros considerados como seres físicos, nos
lleva a despreciar aquello sensible que nos suele preocupar, y a descubrir “una facultad de
juzgarnos independientes de ella y una superioridad sobre la naturaleza”40.

Por lo expuesto, puede notarse que lo bello y lo sublime expresan dos formas distintas
de relacionarse con la naturaleza: de acuerdo a lo primero, el juicio -según su principio de
finalidad- busca leyes particulares de la naturaleza que el entendimiento ha dejado
indeterminadas, “de tal modo que éstos [los fenómenos] han de ser juzgados como
pertenecientes no sólo a la naturaleza en su mecanismo sin finalidad, sino también a la
analogía con el arte”41. Lo sublime, por otro lado, es aquello que indica una facultad
suprasensible en nosotros, es decir, algo independiente de la naturaleza, y superior a ella 42,
conduciendo, por tanto, al objetivo más elevado de la razón: el fin final.

aclaración -explicada en el punto anterior- de que, si bien parece tratarse de un juicio lógico que refiere a una
propiedad del objeto, esto no es así.
37
Ibíd., §23, p. 238.
38
Cf. Ibíd., §25, p. 241.
39
Cf. Ibíd., §28, p. 248.
40
Ibíd., §28, pp. 248-249.
41
Ibíd., §23, p. 238.
42
Cf. Ibíd., §23, p. 238.

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