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Del “Síndrome Martín Lutero” y la

“Inquisición Calvinista”.
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Un terrible monstruo recorre nuestras iglesias y redes sociales. Un
monstruo sediento de gratificación del ego. (Pseudo)Teólogos
perfectirijillos que disparan contra todo y contra todos quienes se
encuentren a su alcance, sobre todo, si no se acercan a su “luminosa
brillantez”. Son tan geniales sus elucubraciones, que ya no necesitan de
la Sola Gratia para declarar la obra de salvación y santificación que el
Espíritu hace en los creyentes, complementándola con un conocimiento
superior, al modo de la antigua gnosis, un conocimiento en el que hay
que iniciarse para ser un “verdadero creyente”.
Quienes somos protestantes, debemos reclamar como nuestros los
postulados reformadores del siglo XVI. A su vez, quienes somos
calvinistas, debemos procurar leer y profundizar en la obra de este
notable teólogo francés, y no sólo en fragmentos ni mucho menos en los
memes de algún Facebook “reformado”. Tenemos que leer, rescatar y
seguir reformando según la Palabra de Dios. La historia de la iglesia no
es una historia de héroes, es una historia de santos-pecadores que
trabajaron por pura gracia en la extensión del Reino. Por ende, nuestro
rescate debe ser hecho en su justa dimensión, reconociendo aciertos y
errores, teniendo como norma de la norma a la única y suficiente regla de
fe y práctica de los creyente: La Biblia. Nuestros credos y confesiones,
no son sólo textos para ser regurgitados de vez en cuando en alguna
tribuna, son guía para la lectura y base para la vida en la comunidad.
Ocupando la cara metáfora orwelliana, si en algún momento tu
conocimiento te hace ser “más igual” entre “los iguales”, algo está
andando mal. Estás suplementando la obra de Cristo con tus méritos y
fuerzas.
Y aquí viene lo que entiendo como “Síndrome Martín Lutero” y como
“Inquisición Calvinista”. El síndrome es terrible. Hace que ciertos sujetos,
que están comenzando a leer obras teológicas, crean, ilusoriamente por
lo demás, que ya saben todo y que están provistos para combatir con sus
novedosas y propias “95 tesis” toda herejía que exista por ahí. Porque
toda discusión para ellos es dogmática y un atentado contra sus
conciencias al decir de Lutero en la Dieta de Worms. Y batallan, y
batallan, por sus convicciones haciendo más enemigos que hermanos,
fomentando el individualismo y no la comunidad. Citan textos recién
leídos, defendiendo la verdad, pero sin amor. Y lo que es peor, sin
humildad, entendiendo que el estudio de la teología versa sobre Dios,
quien es inalcanzable por nuestra mente finita y limitada.

Y otros sujetos, suman una acción peor: la de la refulgente “inquisición


calvinista”. Con Calvino y sus múltiples herederos siendo “vana
repetición”, con el libro adquirido para la foto que eleva el estatus y con el
apelativo de calvinista y confesional en el pecho. Y ahí pateando en el
suelo virtual a quien ose diferenciarse de su supuesta ortodoxia. Sobre
todo, la performance de moda, darle duro a los pentecostales. Desde sus
cómodos sillones de lectura mancillan el nombre y el testimonio de
quienes con pasión por el reino de Dios han desperdigado iglesias a lo
largo y ancho del país, iglesias que cobijan a creyentes salvados por la
obra única y suficiente de Cristo en la cruz. Y usan sus escasos
conocimientos teológicos para burlarse de la comprensión de la iglesia,
del Espíritu y su obra, de los dones, de la vida en santidad (¡como si
fuera un mensaje alejado del calvinismo!), de la escatología, olvidando
que la mayoría de los inquisidores fueron (¡o son todavía!) miembros de
iglesias pentecostales. Y lo que es peor, cuando llegan a nuestras
iglesias, quieren que los recibamos con aplausos y palmaditas en el
hombro, pero ni siquiera quieren someterse al gobierno de la iglesia y
aún menos quieren servir. Los inquisidores, que con displicencia
cuestionan a otros, son meros consumidores de fe, de sermones, pero no
gente que adora y sirve. Pues para eso se necesita de humildad y amor,
cosa de la que carecen. Si han llegado hasta el colmo, porque
escucharon un sermón de Paul Washer, de cuestionar la salvación de
quienes fueron llamados en una predicación a pasar al púlpito para que
oraran por ellos. ¿Acaso esa forma es más importante que la obra del
Espíritu en el corazón? ¿Qué se creen cuando dilapidan a creyentes, a
hermanos en la fe, con ese nivel de grosería botando al tacho de la
basura la experiencia más bella que un cristiano pueda tener? No más,
por favor. Arrepiéntanse de la altivez.

Oigan bien queridos que adolecen del “síndrome” y calvinistas para


quienes sus balbuceos perfectirijillos son tenidos como dogma inquisidor
y que creen que la doctrina, sobre todo la de la elección, es para ostentar
frente a quienes todavía no la creen, entienden o asumen, algo así como
un grado mayor de superioridad cristiana, déjenme decirlo con todas sus
letras: toda esa banalidad es basura, estiércol. Porque al contrario, la
doctrina reencontrada por los reformadores, más que para ser debatida u
ostentada, es para ser celebrada por el pueblo que Dios ha elegido para
sí. Y eso es lo que celebramos de la Reforma del siglo XVI: lo que
creemos sanamente y la libertad que no engrandece. La libertad para
amar y servir. El credo y la libertad cuya conciencia no está sujeta a sus
disquisiciones, sino a la viva Palabra que sale de la boca de Dios.

Si tienes el síndrome y te comportas como inquisidor, arrepiéntete y deja


que Dios mate al ídolo en el que te convertiste. Vuelve a casa. Al
evangelio de la sola gracia.

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