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Vestigium

Educación: ¿es cuestión de doctorados?

Carlos A. Gómez Fajardo

Con alguna frecuencia se leen en medios de comunicación algunos datos y comentarios acerca del
deficitario estado de la educación en nuestro país. A pesar de las campañas propagandísticas de
“los más educados” el crudo contraste con evaluaciones objetivas en el panorama internacional
muestra desalentadoras realidades: pobres niveles de comprensión de lectura, habilidades
matemáticas que se reducen a lo mínimo, capacidad lingüística mediocre, bajísima calidad en lo
que se podría llamar “cultura general”, en fin… Cuando se observan los escasos y monotemáticos
contenidos de cierta prensa amarillista local (papel impreso, radio, televisión) se pone en
evidencia el bajo nivel, tanto de los comunicadores encargados -algunos de ellos seguramente
egresados de programas universitarios- como de los consumidores a quienes se dirige
comercialmente aquel tipo de medios masivos. Basta con tomar un bus urbano de Medellín para
que el pasajero esté saturado, en pocos minutos, de aplastantes mensajes de vulgaridad y
desorientación al tener que oír, sin escapatoria, las emisoras radiales frecuentemente sintonizadas
-a buen volumen- por muchos de sus conductores.

También se habla del bajo número de doctores, de la falta de determinados super-especialistas,


del bajo nivel técnico de competitividad de los profesionales.

Hace casi cien años don José Ortega y Gasset se cuestionaba sobre la grave realidad europea de
entonces: individuos con alto nivel de entrenamiento técnico en diversos campos del saber, la
necesaria hiper-especialización a que tiende occidente. Se refería a una nueva especie de
tecnócratas, los bárbaros cultos. Caben aquí unas palabras de “La rebelión de las masas”, de 1929:

“La barbarie del ‘especialismo’, cima de la humanidad europea”. “… la ciencia experimental ha


progresado en buena parte merced al trabajo de hombres fabulosamente mediocres, y aún,
menos que mediocres”.

¿Es nuestro problema educativo una carencia de doctores? ¿No será acaso, una carencia real de
educación integral? Quizás se haya confundido el objetivo de la educación, formar personas, con
el del entrenamiento: capacitar operarios. Si se hiciera una valoración del número de años-silla-
formación universitaria de algunos de los más altos dirigentes del país actual involucrados en toda
clase de actuaciones oscuras y malolientes –en el campo de lo público como en el de lo privado-
seguramente encontraríamos allí muchos especialistas y doctores. Buenos niveles de habilidades
gerenciales, dominio de idiomas, facilidad en la creación de vínculos personales y comerciales de
sus círculos próximos. Pero: ¿hay capacidad de discernimiento ético? ¿Hay capacidad de sacrificio
de los interese personales ante las responsabilidades colectivas que se les ha delegado? ¿Hay
idoneidad moral para asumir los cargos que aceptan? La respuesta es no. Ni siquiera hay
capacidad de renuncia en muchos. Por ello, confundiendo sus propios intereses con los intereses
colectivos, están siempre dispuestos a negociar lo que no les pertenece. En algunos casos quizás
se den las mismas cínicas respuestas que recuerda Hannah Arendt daba el criminal Eichmann –
prototipo del burócrata incapaz de ver la realidad ética y las consecuencias humanas de su
accionar-. Era un tecnócrata obediente que sólo medía sus resultados por el aspecto cuantitativo,
las cifras y la eficiencia que agradaran a su superior. El engendro de un despiadado utilitarismo
que aniquila a la humanidad, delegando en tecnócratas de alto rango que han sido entrenados
para algo, no educados para ser buenos ciudadanos. www.elmundo.com.co 15 03 2016

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