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Universidad Centroamericana José Simeón Cañas

Departamento de Psicología y Salud Pública


Tratamiento Psicológico

La salud mental en el mundo capitalizado

Miguel B. Orantes y Mario R. Rodezno

Diciembre de 2018, Antiguo Cuscatlán


La región se debate entre la extrema pobreza y la riqueza desmedida. La desigualdad
afecta a toda América Latina y el Caribe, pero sobre todo se concentra en Centroamérica.
“Con una población de 43 millones de habitantes, 1,075 centroamericanos acumularon una
fortuna que asciende a 142 mil millones de dólares, que equivale al 79.3% del PIB global de
la región en 2013”. De esos, 160 son salvadoreños. “En una población de 6.2 millones de
habitantes, 160 personas acumulan una fortuna de 21.000 millones de dólares, que equivale al
87% del PIB para 2013” (Oxfam, 2015).
Estas cifras y el aumento del número de millonarios con respecto a 2013, resultan
preocupantes en un país con la tasa de crecimiento económico más baja de la región. El
Salvador es un país desigual en términos económicos, sin duda. A pesar de ser algo evidente,
se vuelve complicado encontrar estadísticas fiables que lo demuestren. No es un país donde la
investigación sea bien remunerada, y mucho menos cuando se trata de revelar una realidad
que oprime a las mayorías y perpetúa su situación de pobreza.
Según la Dirección General de Estadística y Censos [DIGESTYC] (2017), El
Salvador cuenta con un coeficiente de Gini que ha mostrado una tendencia a la baja desde el
2000 con un 0.53, para situarse el año pasado en 0.34. Este coeficiente mide la distribución
de ingresos, lo que permite -hasta cierto punto- medir la desigualdad, siendo 0 la igualdad
total y 1 la desigualdad extrema.
Sin embargo, este tipo de encuestas cuenta con ciertos problemas como la
representatividad en la medición de concentración de ingresos y la ausencia de familias con
grandes capitales, además de otras variables que intervienen como las políticas sociales -la
mayoría asistencialistas- y las remesas que sostienen gran parte de la economía nacional. Lo
que sí se puede asegurar es la tendencia mundial al alza en términos de desigualdad. En un
intento de reponderar el décimo decil más rico, en el índice de Theil, el porcentaje muestra un
alza en la desigualdad del país, desde el 45% en 1991 al 55% en 2016 (Departamento de
Economía UCA, 2018).
Esta desigualdad permea todos los ámbitos de la vida de las personas y se expresa de
diversas formas. Una de sus manifestaciones es en el acceso a la salud. Según la DIGESTYC
(2017) para el 2017 el 15.6% de la población tuvo alguna enfermedad, síntoma o lesión, de la
cual, el 43.8% no consultó con nadie. En ese mismo año solo el 24.0% de la población dijo
tener algún seguro médico.
Año tras año personas se suman a la tasa de mortalidad, pero muchas mueren
realmente a causa de sus condiciones de vida. Estas condiciones deficientes son producto de
causas estructurales que determinan la organización social. Entre las causas se menciona:
políticas sociales ineficaces, gestión pública ineficiente y acuerdos económicos que
responden a ciertos intereses particulares (Comisión sobre Determinantes Sociales de la
Salud, 2009).
Con respecto a la inversión en salud, según el Banco mundial, para el año 2013 el
gasto en salud era del 6.9% del PIB, comparado con otros países de la región, deja al país en
penúltima posición. La poca inversión repercute de forma directa en la vida de las personas
con menores recursos, por ejemplo, en 2012 se llegó a tener un promedio de 1.1 camas por
cada 1000 personas (Oxfam, 2015).
Estos datos reflejan una realidad que no se debe dejar de lado: el sistema económico
imperante no toma en cuenta la vida humana a la hora de evaluar los éxitos y fracasos, puesto
que se hace con base a resultados y ganancias. Lo que no produce, no tiene utilidad alguna y,
por lo tanto es desechable. El acceso limitado a la salud se vuelve peor en el campo de la
salud mental. No existen estadísticas nacionales sobre la cobertura de salud mental, hasta el
año 2010 se creó la Política Nacional de Salud Mental y el año pasado se aprobó la Ley de
Salud Mental.
Estas y la gran mayoría las políticas públicas nacionales se desarrollan dentro de un
contexto globalizado capitalista donde imperan las políticas económicas neoliberales. Se
puede resumir la lógica básica del neoliberalismo en la creencia sobre el rol del libre mercado
como el motor de la riqueza de los individuos. A diferencia del liberalismo clásico que se
concentraba en limitar el involucramiento del Estado, el neoliberalismo busca expandir.
Busca expandir la lógica de mercado hacia todos los otros ámbitos de la vida del ser humano,
más allá del aspecto puramente económico (de la Mata, 2017). Al inmiscuirse en la vida de
los individuos, se vuelve una razón, una cosmovisión, que determina las relaciones sociales,
comportamientos, actitudes y utiliza la cultura como un medio de transmisión de los valores
del mercado: individualismo, evaluación por resultados, consumo y la mercantilización de la
vida en general.
Este sistema económico-cultural incrementa la desigualdad en la distribución de la
riqueza, destruye las condiciones para la vida y está viviendo una crisis de valores,
evidenciada en la creciente ola de apoyo al fascismo, pero que se expresa en formas socio-
culturales, más que solamente políticas. Los aspectos antes mencionados, desigualdad y salud
mental, parecen tener una influencia mutua que se expresa de diferentes formas. Se ha
comprobado que a mayor desigualdad, mayor prevalencia de enfermedades de salud mental.
En países con mayor desigualdad se puede ver un aumento de enfermedades mentales,
despidos y consumo de fármacos.
Al buscar respuestas ante este aumento de los problemas de la psique humana, nos
encontramos con que se ubican en un contexto específico, en un marco normativo que es
dirigido por un discurso cultural dominante, que determina las prácticas aceptables y las que
no lo son. Según de la Mata (2017), la mayoría de sociólogos y psicoanalistas coinciden que
la actual causa estructural que está a la base del sufrimiento psíquico general es la
sobreidentificación del individuo con la norma de conducta neoliberal (cultura), donde la
persona se vuelve una empresa en sí misma: sujeta a las leyes del goce que impone el
mercado, una reinvención/adaptación a los continuos cambios de la modernidad fluida y un
constante proceso de autovalorización. En otras palabras, la moral empresarial predomina en
los ámbitos socio-culturales del individuo y guían, en la práctica, la conducta, a todos los
niveles, de individuos e instituciones.
Cuando se analiza la lógica capitalista neoliberal y sus efectos -como los antes
mencionados-, se logra dilucidar ciertos aspectos relacionados con la situación de la salud
(mental) nacional. En una cultura donde importa el individuo productivo -con nombre y
apellido- y donde se reduce el gasto social a su mínima expresión (poca intervención del
Estado), los servicios de salud se concentran en tratar de sanar, puesto que para eso alcanza el
presupuesto limitado con el que cuentan los servicios básicos.
Estos servicios de salud se activan en el momento que interesa al empresario: cuando
el individuo deja de producir. Su migraña, su ansiedad, depresión, gastritis y taquicardia se
vuelven importantes cuando este ya no puede aportar y se trata de revertir ese proceso lo más
posible mientras se encuentra un reemplazo.
El ejercicio de la psicoterapia, en todo caso, se orienta muchas veces a la anestesia y
la resignación, función que comparte con la atención psiquiátrica de la salud. Mientras los
fármacos retiran la responsabilidad a la persona por su malestar y desnaturalizan el poder
transformador que muchas veces el malestar no patológico puede tener, la psicoterapia que no
busca el cambio, sino el control social, también hace lo suyo utilizar el ejercicio dialéctico
como alienante. El problema de la psicoterapia no radica en su función de escuchar los
problemas del paciente, sino en la idea de que todo lo que el sujeto necesita hacer para tener
una vida equilibrada es hablar, sin, de nuevo, tener que responsabilizarse de las acciones que
debe tomar en consecuencia (García-Valdecasas y Vispe, 2017).
Y eso sólo asumiendo que existe interés en brindar el beneficio de la salud mental.
Antes de eso, en la salud secundaria, terciaria o prevención, se ignora al individuo, puesto
que brindar atención constante a las personas involucraría una mayor inversión. El enfoque
del modelo neoliberal del capital humano es muchas cortoplacista, por lo que no se toma en
cuenta al individuo en su totalidad, como un ser con proyección a futuro que debe cultivarse
y protegerse desde temprana edad. La prevención queda relegada a todo lo que cada quién
puede hacer por sí mismo o a programas asistencialistas que poco impacto tienen.
En los últimos años con la creación de las recientes políticas públicas de salud mental,
se ha establecido la necesidad de una atención con enfoque de derechos, basada en valores
como solidaridad, inclusión, equidad; totalmente diferentes a los del neoliberalismo. Sin
embargo, en la práctica, el panorama es muy distinto. Se pueden observar algunos
fenómenos: la mercantilización de la salud, crisis del valor personal, sufrimiento del
rendimiento y una nueva simbolización difusa.
Siempre se ha pensado que es el libre mercado el que corrige las ineficiencias de los
sistemas estatales, que es el que cubre la demanda en todos aquellos casos que el Estado es
insuficiente. Pero cuando se trata de los servicios de salud mental, la cobertura del sistema
tanto público como privado es decadente, no cumple las necesidades sociales ni con la
creciente demanda, y esto es debido por la propia naturaleza del mercado. El capitalismo
valora fervientemente lo cuantificable, por lo que somete a la objetivización de toda práctica
médica y por lo mismo a la estandarización (Ávila, 2003).
La objetivización de la psicoterapia supondría la tendencia a hacer de la atención en
salud mental un proceso rígido fácilmente reproducible y la exigencia de resultados en
periodos de tiempos rígidos que se correspondan con el mercado de la salud basado en el
consumo. Por lo tanto, la psicoterapia se convertiría en un equivalente al mercado
farmacéutico, con dosificaciones y estandarizaciones, y no en el equivalente mental del
ejercicio en salud física en el que cada paciente puede presentar variables impredecibles para
el mismo mal que requieran de exploraciones profundas.
La forma en cómo podría presentarse esta tendencia a la mercadología de la salud
mental es en el ofrecimiento del equilibrio y el bienestar social como una forma de
mantenerse coherente con las normas sociales. En estos caso, el mantenimiento de la
integridad personal, la diversidad de pensamiento y el reconocimiento del malestar se
sacrificarían a favor de la aceptación y adecuación de la conducta sin considerar los procesos
mentales y sociales que deben llevarse a cabo primero. La búsqueda de la cohesión con las
normas sociales es un comportamiento natural observable, pero es uno que casi nunca llega al
equilibrio permanente dado que depende de la observación del comportamiento de los otros y
por lo tante, no es un bienestar perdurable (Homan, 1958).
La inversión desde la prevención es una inversión que se hace desde la hipótesis de lo
que podría ser, entra en el campo de la estadística, pero sigue sin ser lo suficientemente
objetivo para responsabilizarse por ello dado que no tiene salidas, por lo que la atención
psicoterapéutica que se centre en el cambio del malestar por cohesión con la sociedad se
dedica únicamente a la exploración del comportamiento desde el paradigma de las
perversiones, el escrutinio y el señalamiento de las neurosis, así como la patologización del
malestar social y el enrarecimiento de la tristeza, las carencias emocionales que surgen de la
precariedad laboral y la falta de recursos que generan comportamientos dependientes (García-
Valdecasas y Vispe, 2017).
La subyugación de la salud mental a las leyes del mercado y al poco interés del
mercado sobre la psicoterapia, debido a su desagrado por la subjetividad, han llevado a la
devaluación del estado de bienestar, donde la salud es un bien inalienable, y han tomando al
paradigma del desarrollo sostenible, ese que dice que la rentabilidad y la eficiencia objetiva
es lo que sostiene toda actividad económica, hasta el de los servicio de salud públicos
(Ávila, 2003).
En el sistema de salud nacional lo podemos observar simplemente revisando las
planillas de contratación y gastos de los diferentes ministerios del Estado salvadoreño.
Ministerios que tienen un alto coste social y que necesitan del control constante de la salud de
sus miembros invierten muy poco en salud mental y en asistencia psicológica, siendo el caso
del ministerio de defensa que para el año 2016 poseyó un total de 27 psicólogos de planta
(MND, 2016), o la policía nacional civil que asegura tener únicamente 33 miembros para
atender a toda la corporación (Luna, 29 de septiembre 2018).
Ya hablando de la red de atención en salud, el Instituto Salvadoreño del Seguro Social
sólo posee 47 psicólogos que para el año 2017 tuvieron que atender a 52,355 consultas, y de
los 32 los hospitales nacionales sólo 9 tienen atención psicológica para asegurados
(MINSAL, 2018). No hay inversión suficiente ni en la contratación de profesionales ni en la
atención que se le brinda a la población debido a que sigue predominando un enfoque de
producción y no un enfoque de derechos como lo expresan las políticas y la ley reciente, las
personas pierden protagonismo.
La política nacional de salud que está vigente describe cuáles son los niveles de
atención y dónde se encuentran las responsabilidades que que acatar institucionalmente.
Nombran el ámbito educativo, penitenciario, laboral, militar de la niñez y la adolescencia
(Ley No 716, 2017 ), pero no se responsabiliza en ninguno de sus apartados con todos
aquellos grupos a los que el beneficio no supone una rentabilidad o una obtención de
beneficios a futuro, como es el caso de los adultos mayores, personas con escasos recursos y
los grupos que se encuentran en la marginalidad social y los que la cobertura del sistema de
salud no reconoce como prioritarios, como en el caso de población trans o los adictos
crónicos.
La nueva versión viciada de justicia distributiva que afronta el psicoterapeuta, donde
todos los beneficios que genera están atados a un coste personal (Homan, 1958), le llevan a
confrontarse en la distribución del capital público a la percepción de los beneficios otorgados
por parte de un profesional de la salud física, siempre en un contexto curativista, que al
mismo tiempo conlleva el coste personal de la responsabilización sobre la vida humana de
terceros. Por lo que la inversión en salud mental no parece tan grande en comparación y es
relegada aun cuando en proporción a los niveles de atención, diferentes entre sí, la
recompensa, el beneficio menos el coste, es básicamente el mismo: el bienestar del
beneficiario.
Con la sobrepoblación y el eterno desempleo, el recurso humano -o talento humano
como se le ha llamado para encubrir una relación de poder- sobra en nuestro país y que los
enfermos mueran, no afecta al mercado. Aparece entonces, una forma de darwinismo social,
donde el que no produce es desechado.
Los profesionales en psicología tienen el reto, pues, de romper con la subyugación al
mercado y proponer un modelo alternativo que realmente se aplique y no quede plasmado en
un papel o una promesa de campaña. Ante el fallo de las instituciones, la población, liderada
por los profesionales de la salud deben buscar garantizar el acceso a la salud: sacrificar un
poco para que todos y todas puedan gozar de sus derechos. ¿Cómo se puede hablar de una
verdadera ética cuando se dejan de atender a personas por dinero? No es culpa de los
individuos que se mercantilice con la vida humana, pero sí tienen el poder de decidir qué
tanta explotación monetaria hay. Se deben buscar alternativas realmente éticas para aplicarlas
sin morir en el intento.
Para lograr un cambio significativo, a nivel estructural, debe existir una mayor
unidad en el gremio de la salud mental y la salud en general. Al unir esfuerzos a nivel de
sociedad civil, se pueden lograr resultados mientras se ejerce presión al Estado para
garantizar el cumplimiento de las políticas públicas creadas en los µúltimos años. Es una
doble labor, pues, (1) acercar y brindar servicios de salud a la población más desfavorecida y
(2) propiciar y apoyar la contraloría social en temas de salud mental. Esto exige que los
profesionales de la salud vayan más allá de lo que exige su labor oficial: cumplimiento de
deberes laborales institucionales. Si se pretende que la psicología sea una ciencia
emancipadora, los profesionales deben dar el salto de calidad en su labor, salir de la oficina y
ensuciarse los zapatos. Bajar al territorio para enfrentarse con la realidad.

Podría ser difícil considerados los aspectos positivos que el capitalismo ha atraído a la
psicoterapia, pero basta ver el mundo secular y la exploración científica para darse cuenta que
han existido avances en el acceso a la salud mental gracias a ella. Por ejemplo, los medios de
comunicación masivos, los promotores de la salud y los nuevos modelos de educación que
buscan ser competitivos internacionalmente ponen en el tema central de sus discursos a la
psicoterapia y, más centralmente, la atención primaria en salud (Ávila, 2003). Han llevado a
la psicoterapia a la cultura popular y han despertado el interés de lo que puede ofrecer en
cuestión de productos para el bienestar personal y estructural de los organismos a los que
pertenecen.
Otra de las ventajas a las que podemos referirnos es la inversión que el modelo
capitalista promueve al sobreponer lo tangible e invertir en tecnología que lleve a la
exploración neuronal de los trastornos y problemáticas de origen orgánico a los cuales la
psicoterapia por sí sola no puede dar respuesta. Los comportamientos que antes eran vistos
como parte de una falla moral ahora son atendidos desde la realidad cuantificable, el
alcoholismo, la adicción y sus principios biológicos que afectan el comportamiento ahora son
mejor entendidos (Souza, 2017).
Por lo tanto, la mayor evidencia empírica sobre los procesamientos biológicos y
mentales que proporciona la neuroimagen y la neuro investigación proporcionan las bases
para realizar un análisis más profundo del comportamiento humano, generar una mayor
estimulación en las áreas que se quieren trabajar y prevenir comportamientos que puedan ser
dañinos en los momentos de mayor vulnerabilidad psíquica.
Referencias

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