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Los totalitarismos
I. El stalinismo
La comparación entre la Revolución Rusa y la Revolución Francesa ha
sido un lugar común entre los historiadores. Para la mayor parte de los
autores marxistas, la Revolución Francesa habría marcado el triunfo de
las tendencias y valores de la burguesía a escala internacional, y significa-
do la precondición indispensable para otra revolución, mucho más radi-
calizada –la rusa–, que marcaría la victoria definitiva del proletariado.
Esta interpretación resulta bastante dogmática puesto que, a la luz de los
procesos históricos del siglo XX, cabría preguntarse no sólo cuán definiti-
va ha sido esa victoria, sino si efectivamente el proletariado habría salido
victorioso en la experiencia.
Sin embargo, no han sido únicamente los marxistas quienes trataron
de vincular a ambas revoluciones. Por ejemplo, el historiador francés
François Furet ha establecido una comparación similar, afirmando que
en tanto la Revolución Francesa posibilitó el triunfo de algunos valores
fundamentales para la fundación de las sociedades modernas, como por
ejemplo la libertad, el sufragio universal, la igualdad, etc., la revolución
en la Unión Soviética no dejó nada o –mejor dicho– dejó muchas cosas,
pero todas elas detestables, ya que ninguna sociedad actual difícilmente
podría imitarlas, ni tomarlas como modelo. ¿Cuál fue esa herencia? Un
partido único, la prohibición de la libertad de expresión y de reunión;
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I. El stalinismo
La comparación entre la Revolución Rusa y la Revolución Francesa ha
sido un lugar común entre los historiadores. Para la mayor parte de los
autores marxistas, la Revolución Francesa habría marcado el triunfo de
las tendencias y valores de la burguesía a escala internacional, y significa-
do la precondición indispensable para otra revolución, mucho más radi-
calizada –la rusa–, que marcaría la victoria definitiva del proletariado.
Esta interpretación resulta bastante dogmática puesto que, a la luz de los
procesos históricos del siglo XX, cabría preguntarse no sólo cuán definiti-
va ha sido esa victoria, sino si efectivamente el proletariado habría salido
victorioso en la experiencia.
Sin embargo, no han sido únicamente los marxistas quienes trataron
de vincular a ambas revoluciones. Por ejemplo, el historiador francés
François Furet ha establecido una comparación similar, afirmando que
en tanto la Revolución Francesa posibilitó el triunfo de algunos valores
fundamentales para la fundación de las sociedades modernas, como por
ejemplo la libertad, el sufragio universal, la igualdad, etc., la revolución
en la Unión Soviética no dejó nada o –mejor dicho– dejó muchas cosas,
pero todas elas detestables, ya que ninguna sociedad actual difícilmente
podría imitarlas, ni tomarlas como modelo. ¿Cuál fue esa herencia? Un
partido único, la prohibición de la libertad de expresión y de reunión;
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bien ese desar olo tenía un lado muy positivo porque estimulaba una
generación de bienesyde riquezas inédita, ciertamente sólo algunos go-
zaban de estos beneficios. Por este motivo, al agotarse las posibilidades de
expansión de las fuerzas productivas en el marco del sistema de produc-
ción capitalista, éste debería der umbarse, para ser reemplazado por un
sistema solidario, que hiciese hincapié en la igualdad entre los hombres
y que ya no precisase de un Estado, puesto que éste era definido como
una her amienta al servicio de la clase dominante. El socialismo, sistema
de una sola clase –y por lo tanto, expresión de una sociedad sin clases, ya
que éstas sólo podían conformarse en la relación con su antagonista–, era
la utopía que se ofrecía bajo un barniz presuntamente “científico”, que
traducía la matriz positivista de la época.
Si bien el socialismo y el liberalismo reconocen una raíz común, en el
período de entreguer as aparecieron otras vertientes a la izquierda o de-
recha del liberalismo y del socialismo, que fueron esencialmente nacio-
nalistas yautoritarias, yque tenían otras ideas del hombre, de la socie-
dad, de las formas que debía adoptar la relación entre la sociedad yel
hombre, yentre el Estado yla economía.
Avanzando sobre el proceso histórico concreto, puede afirmarse que,
para los inicios del siglo XX, Rusia todavía era una potencia militar muy
importante. Pero, a niveles económico y social, era una de las sociedades
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revolución social –es decir, como un producto social–, sino como una
imposición por parte de una vanguardia que organizó un dictadura po-
lítica y un Estado autoritario a su medida, que retuvo como cotos de
caza, que le permitieron impulsar iniciativas no menos brutales que las
que habían caracterizado el estilo de gobierno de los zares. Los juicios
sistemáticamente despectivos que Lenin descargó sobre los campesinos a
lo largo de sus trabajos constituyen una prueba contundente de esto. En
efecto, pese a que la población rural representaba casi el 90%del total,
Lenin no cesaba de descargar sobre elos improperios, acusaciones, des-
confianzas. A su juicio, quienes soportaban sin hesitar los privilegios
aristocráticos y la servidumbre zarista no podrían ser considerados como
una fuente de inspiración de la acción revolucionaria. Sólo podrían es-
perarse de elos traiciones. Por esta razón, Lenin hacía especial hincapié
en el papel que debían jugar los soldados y los obreros, quienes consti-
tuían una minoría dentro del conjunto de la sociedad. Por esto, desde
lasprimeras etapas dela revolución,lavanguardiade losdirigentes nose
preocupó por implementar ninguna forma de representación o de ex-
presión masiva de la sociedad rural –como, por ejemplo, el sufragio po-
pular, plebiscitos, etc.– sino que pretendió montarse sobre el consenso
de los soviets. Los soviets eran comités de reunión, asambleas populares
urbanas, que tenían dos características principales. En primer lugar, eran
minoritarias y dentro de elas tenían participación mayoritaria obreros y
soldados. Y en segundo lugar, por la dimensión que fue tomando el
Estado revolucionario,a estas asambleas les sucediólo mismo que a los
clubespopularesyasociacionesentiemposdelComitédeSalvaciónPú-
blica de los jacobinos franceses: en lugar de que el gobierno se ocupara
de implementar las demandas de los comités o de las asambleas –confir-
mandodeestemodounverdaderocambiorevolucionariorespectodela
lógicadelapolíticarepresentativaburguesa–,lasautoridadesseempeci-
naron en imponer políticas a través de la manipulación y la coacción,
para luego presentarlas como fruto de la acción de los soviets. Por lo
tanto, en cuanto construcción política había una dictadura y un orden
autoritario de gobierno, que no sólo excluía al 90% de la población rural
sino que tampoco atendía en demasía las iniciativas del 10% restante.
Ese orden autoritario se fue prolongando en el tiempo. De hecho,
pese a la fantasía elaborada por la propaganda comunista, no se trataba
de una sociedad capaz de generar alternativas propias, autónomas, de
abajo hacia arriba, sino que fue adquiriendo nuevos contornos a partir
del ejercicio de la imposición o de la planificación, que fue la palabra
clave que definió los destinos de la Unión Soviética a partir de la legada
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principios del siglo XX, y que estaba a cargo del poder un grupo dirigen-
cial que se presentaba como vanguardia y expresión de la voluntad de los
trabajadores organizados en soviets. Además, la posibilidad de desafiar el
dominio de la burguesía y las condiciones de explotación existentes en
las potencias de Occidente generó una gran atención de los grupos que
estaban vinculados con los partidos y sindicatos socialistas o anarquistas.
La vanguardia dirigente de la revolución también intentó incidir en el
terreno internacional, auspiciando la creación de partidos y de sindica-
tos comunistas en el resto del mundo, que deberían cumplir religiosa-
mente las decisiones estratégicas que se adoptaban en Moscú, lo cual
expuso a estos partidos a la necesidad de realizar curiosas parábolas en
sus líneas políticas, según cuál fuera la línea directriz adoptada por el
Comité Central moscovita, y justificaciones no menos fantasiosas para
retener a sus sorprendidos afiliados. Por ejemplo, los partidos burgueses
pasaron de ser enemigos del proletariado y de la revolución en 1920 a
aliados privilegiados durante los años 30, en vista del avance de las ten-
dencias fascistas y nazis, que eran juzgadas como expresión de la barba- rie
y de los instintos más rastreros del ser humano. Sin embargo, la cele-
bración del acuerdo entre Hitler y Stalin, en los inicios de la Segunda
Guerra Mundial, motivó una revalorización de los regímenes fascistas,
que sufriría a posteriori un nuevo paso atrás, en ocasión de la ruptura de
dicho pacto. En materia sindical, la dirigencia soviética creó, en 1919, la
TerceraInternacional de los Trabajadores. Las Internacionales de Traba-
jadores anteriores habían sido ámbitos democráticos de participación de
trabajadores de distintas nacionalidades, pero esta Tercera Internacional
no lo fue. La Primera Internacional había fracasado estrepitosamente a
fines de la década de 1860, a consecuencia de las rivalidades entre diri-
gentes obreros de distintas nacionalidades. La Segunda Internacional tuvo
una duración más extensa, e incluso l egó a fijar una sólida crítica de la
Primera Guerra Mundial, a la que calificó como un conflicto interbur-
gués. La Tercera Internacional era una nueva organización de trabajado-
res que tenía la particularidad de que, en lugar de generar un ámbito
democrático de participación de trabajadores de distintos países, creó
una burocracia controlada por la conducción de la URSS, imponiendo
líneas de acción a los trabajadores que pertenecían a sindicatos comunis-
tas de todo el mundo. En las consideraciones sobre las políticas ya no
jugabanun papel decisivolascondicionesy necesidadesdela claseobre-
ra decada país, sino la necesidad de consolidar la revolución en la Unión
Soviética
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I . Los fascismos
1. Los antecedentes del nazismo
A principios de 1917 nada hacía sospechar que la guer a fuese a ter-
minar en breve. Incluso un observador tan sagaz como Max Weber afir-
maba que el conflicto no tenía miras de finalización en el corto plazo, ya
que el equilibrio entre los bandos no se había roto, y ninguno contaba
con medios suficientes para der otar al adversario. Más aún, a inicios de
1918 la firma de los tratados de Brest-Litovsk entre Alemania y la URSS
concluyó con la guer aen el frente oriental alemán y le otorgó enormes
teritoriossoviéticosenconceptodereparacionesdedañosporlaguera.
Evidentemente,entreesemomentoylarendiciónalemanade1918suce-
dieronvariosacontecimientosclave,queWebernopodíaprever,comola
intervencióndelosEstadosUnidosenlaguera,laRevoluciónRusa,la
revolución espartaquista y la abdicación del emperador Gui lermo I
Hohenzol ern.
La revolución espartaquista
Hacia la finalización de la Primera Guer a Mundial, el éxito de la
Revolución Rusa provocó el pánico entre las clases dirigentes occidenta-
les, que temían que su ejemplo se extendiera a sus propias naciones. Más
aún, teniendo en cuenta que debido a la situación de guer a, los trabaja-
dores, obreros y campesinos estaban armados. En ese contexto, las diri-
gencias occidentales tenían dudas sobre la continuidad de su obediencia
a las directivas impartidas por sus jefes, designados por autoridades que
manifestaban algún tipo de alianza con las clases propietarias, o si iban a
responder a sus intereses de clase, aprovechando la situación excepcio-
nal de estar armados para darse sus propios jefes y levar adelante un
proceso revolucionario. La respuesta que se le dio a esta cuestión consti-
tuyó el punto de partida para el nacimiento del nazismo.
De acuerdo a los análisis previos –que se venían haciendo desde la
segunda mitad del siglo XIX en adelante–, los teóricos habían sostenido
que el lugar ideal para el desar oló de la revolución proletaria no era
Rusia sino Alemania, donde a partir de 1870 se había constatado un
fabuloso desar olo de las fuerzas productivas y sociales. Era el lugar en
el que los obreros estaban mejor organizados sindicalmente, tenían ma-
yor conciencia de clase y contaban con partidos de masas. Las dos poten-
cias industriales más importantes a fines del siglo XIX eran Alemania y
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y definir cursos de acción. El nivel del conflicto social era muy elevado,
yaquealolargodelaPrimeraGuerrasehabíanlevadoadelantealgunos
emprendimientos industriales importantes, que significaron un aumen-
to de la población obrera. Cuando terminó la guerra, la condición de
vida cayó y aumentó la desocupación, lo cual posibilitó la difusión de la
idea de que si el régimen parlamentario no daba respuestas, habría que
buscarlas por otro lado. Los sindicatos y los partidos de izquierda se
presentaban como una alternativa atractiva para los obreros.
Dentro de estos partidos de izquierda –específicamente, dentro del
socialismo– desarrol ó sus primeros pasos en la política el líder del inmi-
nente movimiento que se aprestaba a ejercer un protagonismo incuestio-
nado en la escena italiana durante más de dos décadas: Benito Mussoli-
ni. Es interesante ver los perfiles de estos líderes carismáticos. Hitler era
un pintor fracasado. Mussolini, por su parte, era un comediante frustra-
do. Ambos parecen haber canalizado esas capacidades artísticas bastante
limitadas, convirtiéndolas en herramientas muy apropiadas en el contex-
to de la organización y manipulación de las masas. Mussolini surgió del
socialismo pero rápidamente rompió con el partido. Una vez concluida
la Gran Guerra, advirtió que existía una vertiente para obtener un pode-
roso liderazgo político, consistente en explotar el temor que tenían las
clases medias urbanas, los sectores terratenientes campesinos y los cam-
pesinos en general respecto de la posibilidad de expansión del socialis-
mo. Alí fue donde dio un giro drástico, de manera que de dirigente del
Partido Socialista se transformó en un violento opositor. A partir de en-
tonces, elaboró un discurso que sintetizaba un afiebrado nacionalismo,
valores comunitarios y la recuperación de la gloriosa tradición de la Roma
imperial.
Contemporánea a la figura de Mussolini fue la de un destacado inte-
lectual, Antonio Gramsci, de extracción comunista, quien provocó un
cambio notable en el ámbito de las ideas políticas y de la cultura en
general. Marxista pero no dogmático, su formación se nutría de la tradi-
ción socialista europea, del pensamiento clásico e, incluso, del liberalis-
mo político, a través de la obra de su maestro, Benedetto Croce. A dife-
rencia de Lenin, Gramsci no alentaba la dictadura del proletariado, ni
tampoco descartaba la activa participación de los campesinos en el “fren-
te nacional y popular” sobre el que consideraba que debería sostenerse el
proyecto revolucionario. Si bien Gramsci construía su propia vanguardia
–los “intelectuales orgánicos”– ésta no debería operar a través del autori-
tarismo sino del prestigio y de su capacidad de aglutinamiento social,
considerado como un paso necesariamente anterior a la toma del poder.
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III. El nazismo
La presentación en sociedad
La crisis alemana de 1923 implicó el primer proceso de hiperinfla-
ción del mundo capitalista. Los índices de desocupación fueron elevadí-
simos, y la depreciación de la moneda legó a un punto tal que los bile-
tes fabricados en la Casa de la Moneda eran quemados cuando legaban a
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La propaganda nazi
Muchos historiadores del arte observaron un punto muy interesante
ligado a las similitudes entre la propaganda nazi y la propaganda soviéti-
ca. Había entre elos una forma similar de intentar generar anexiones al
régimen a través de la ocupación del espacio público, de la difusión de
mensajes, yde la instalación de símbolos yfiguras. A similitud del régi-
men soviético, el nazismo también se preocupó de modelar las mentes de
los jóvenes, entrenándolos para convertirse en el modelo de “hombre
nuevo” nazi, disciplinado, eficaz, deportista ypatriota. Dos organizacio-
nes, la Jungvolk ylaHitlerjugend entrenaban a los adolescentes en el mane-
jo de las armas yla educación física. Goebbels, encargado de la propa-
ganda, utilizó todos los medios de comunicación a su alcance para glori-
ficar elrégimen y adoctrinar a la población en elracismo pangermano. Se
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Racismo y genocidio
En el caso del nazismo, su ubicación ideológica requería de cierta
ingeniería especial, ya que se ubicaba en un punto intermedio entre la
extrema izquierda y el capitalismo, presentándose como crítico y enemi-
go de ambos, argumentando que ambos habían sido creaciones de la
comunidad judía. En realidad, lo que apuntaba a recuperar –desde la
perspectiva de este mensaje– era la idea de la comunidad de espíritu, de
comunidad racial primigenia del pueblo alemán. Era la idea de que por
sobre los individuos había algo superior, la comunidad étnica; es decir,
que existía algo que podía denominarse como la cultura alemana, pro-
ducto del pueblo alemán, producto de una raíz étnica y de una tradición
comunes. Y por eso insistía en un concepto fundamental: la pureza de la
raza. A partir de 1935 hubo persecuciones, golpizas, daños personales y
materiales que afectaron a miembros de la comunidad judía. Los judíos
perdieron su nacionalidad alemana, el derecho a sufragar, se les impidió
ocupar cargos públicos y ejercer las profesiones de médico, veterinario,
farmacéutico, empleado de banco y de ferrocarril, dentista, etc. A partir
de ese año se estableció la política genocida de eliminación sistemática,
expropiación de bienes y esclavitud. Imposible de ser ocultada, requirió
de la complicidad de la sociedad alemana, aunque muchos historiadores
hayan preferido hablar de “ignorancia”.
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