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3.

El perdón del ofendido

En ciertos delitos, el perdón de la víctima tiene la virtud de excluir el castigo del delincuente.
Esta forma de absolución privada puede manifestarse en cualquier momento con posterioridad a la
ejecución del hecho delictivo; esto es, antes de la iniciación del proceso, durante su sustanciación, e
incluso, con posterioridad al pronunciamiento de la sentencia condenatoria.

Lo primero, que puede acontecer respecto de delitos de acción privada y de acción mixta,
importa una causal de exclusión de la punibilidad. Lo segundo, que sólo puede producirse en el caso
de los delitos de acción privada, representa también un supuesto de esa naturaleza. Sólo en el tercer
caso, y tratándose, al igual que en el caso anterior, de delitos de acción privada, estaremos en presencia
de una verdadera causal de extinción de la responsabilidad criminal.

En términos generales, se acepta que el perdón puede ser expreso o tácito. Esto último se da
cuando la víctima ejerce actos que indudablemente demuestran su voluntad contraria al castigo del
autor. Asimismo, se considera que el perdón puede otorgarse a todos o sólo a algunos de los varios
sujetos que hubieren intervenido en un mismo acto delictivo.

Tal como sucede en la generalidad de las causales de extinción, el perdón dado por el ofendido,
no opera con efecto retroactivo. De ahí que en los casos en que éste opera como verdadera causal de
extinción de responsabilidad, no produce el efecto de eliminar la calidad de condenado de quien
hubiere sido favorecido por la benevolencia de la víctima.

4. Amnistía e indulto

La amnistía es una forma de extinguir la responsabilidad criminal, en virtud de un verdadero


perdón que otorga el poder legislativo, y que tiene el efecto de eliminar la pena y todas sus
consecuencias.

Dos son los rasgos que caracterizan la amnistía: el hecho de provenir del legislador y la
circunstancia que el delincuente queda en la misma situación como si no hubiera delinquido. Es en
virtud de esto, por ejemplo, que el individuo que ha sido favorecido por una amnistía no puede ser
considerado como reincidente, en caso de un posterior delinquimiento.
Por el hecho de constituir una forma de perdón de delitos ya cometidos, la amnistía sólo puede
tener lugar en virtud de una ley promulgada con posterioridad a la ejecución de los mismos. Por esta
circunstancia, a las leyes de amnistía les resulta aplicable el principio constitucional de retroactividad
de la ley posterior más benigna, y conforme al cual -sin importar la etapa del proceso durante la cual
adquiera vigencia dicha ley, como tampoco el hecho que ya se haya dictado una sentencia
condenatoria- todo aquel que hubiere cometido un hecho delictivo comprendido dentro del ámbito de
vigencia temporal de la norma, podrá beneficiarse con la amnistía total del hecho. Sólo en este último
caso, ella opera como verdadera causal de extinción de la responsabilidad penal declarada en virtud de
sentencia firme; en los demás, tendrá el carácter de causal excluyente de la punibilidad, conforme ya lo
hemos explicado.

Ahora bien, este perdón público otorgado por ley, debe necesariamente fijar la naturaleza de
los delitos amnistiados y el período que queda comprendido bajo sus efectos.

Respecto de lo primero, la Constitución desafortunadamente no contempla ningún límite, de


modo que las leyes de amnistía pueden referirse -y, de hecho, así ha ocurrido- a cualquiera clase de
infracción penal. Con todo, y dado que estas leyes constituyen verdaderos actos de prudencia política,
en tanto su objetivo debiera ser lograr o mantener la paz social impidiendo que pueda castigarse la
comisión de determinados delitos, el constituyente ha rodeado su dictación de algunas exigencias
formales. En efecto, tales disposiciones no sólo han de tener origen en el Senado, según lo ordena el
artículo 62 CPR., sino que, además, ellas, -al igual que las que conceden indultos generales- conforme
al artículo 60 Nº 16, inciso segundo, CPR., configuran un supuesto de ley de quórum calificado, el cual
es especialmente elevado, en el caso de las conductas calificadas como terroristas al tenor de lo que
dispone el artículo 9 de la propia Constitución.

Respecto del plazo que comprende la amnistía, adquiere especial importancia el tema relativo
al momento en que se entiende cometido el delito -que, como es sabido, corresponde al de la ejecución
de la conducta, en los delitos formales, y al de la verificación del resultado, en los delitos materiales-, y
asimismo su modalidad temporal. En relación con el delito continuado, se ha señalado que si no todos
los hechos que lo conforman alcanzan a quedar comprendidos en la amnistía, aquél se escinde,
procediendo, en consecuencia, el castigo de los hechos posteriores a la vigencia de la ley. En lo que
respecta a los delitos permanentes, y dado que estas figuras son indivisibles, la prolongación de la
conducta delictiva más allá del período amnistiado, conduce a castigar el hecho, exceptuándolo de la
aplicación de la ley.

El indulto, por su parte, suele ser definido como la remisión total o parcial de la pena impuesta
en una sentencia condenatoria o su conmutación por una más benigna, dispuesta por el Poder
Legislativo o por el Poder Ejecutivo.
Se denomina indulto remisivo aquel que releva de tener que cumplir una determinada pena y
conmutativo, aquel que sustituye una sanción impuesta en la sentencia por otra de menor gravedad.

Asimismo, el indulto puede ser total o parcial y, desde otra perspectiva, general o particular. Es
total, el indulto que se refiere a todas las penas comprendidas en la sentencia y parcial, el que sólo
afecta a alguna o algunas de las penas impuestas. Por su parte, es general, el indulto que favorece a un
número indeterminado de personas y es particular, el que beneficia a un individuo en concreto.
Obviamente, sólo tiene el carácter de causal de extinción de la responsabilidad penal, el indulto
remisivo total.

Esta última distinción tiene su fuente en la propia preceptiva constitucional, pues tiene
importancia en la determinación de la autoridad facultada para concederlo. En efecto, el artículo 32 Nº
16 de la Constitución menciona, entre las atribuciones especiales del Presidente de la República, la de
de otorgar indultos particulares, estableciendo como limitación, el que dicha facultad no puede ser
ejercida mientras no se hubiere dictado sentencia condenatoria en el respectivo proceso. El artículo 60
del propio texto constitucional, por su parte, contempla entre las materias de ley, la concesión de
indultos generales.

No obstante que los indultos particulares son concedidos por el Presidente de la República,
existe un caso especial de esa naturaleza que es otorgado por el Congreso. Al él se refiere el artículo 32
Nº 16 CPR., el cual indica que "los funcionarios acusados por la Cámara de Diputados y condenados
por el Senado, sólo pueden ser indultados por el Congreso".

Al margen de lo señalado, en cuanto al ámbito de aplicación y a la autoridad encargada de


concederlos, amnistía e indulto también difieren en que mientras la primera elimina el carácter delictivo
del hecho, el segundo sólo alcanza a una o más de las penas impuestas en cada caso, pero dejando
siempre subsistentes las demás connotaciones penales del hecho realizado. Por esta razón, el artículo
96 Nº 4, inciso segundo del C. Penal, aclara que "la gracia del indulto... no quita al favorecido el
carácter de condenado para los efectos de la reincidencia o nuevo delinquimiento y demás que
determinan las leyes".

5. Prescripción
El artículo 93 del C. Penal, en sus números 6 y 7, contempla dos situaciones relacionadas con
la imposibilidad de aplicar sanción por haber transcurrido un cierto lapso: la prescripción de la acción
penal y la prescripción de la pena. Mientras la primera de ellas constituye una causal de exclusión de la
punibilidad, la segunda es una auténtica causal de extinción de la responsabilidad criminal.

Los artículo 94 y 97 del C. Penal uniforman los términos en que el transcurso del tiempo
produce el efecto excluyente o extintivo de la responsabilidad penal, respectivamente. Tales plazos son
de: 15 años, tratándose de crímenes sancionados con pena de muerte o con pena privativa o restrictiva
de libertad perpetua; de 10 años, respecto de los demás crímenes; de 5 años, en el caso de los simples
delitos; y de 6 meses en el de las faltas.

En el supuesto de la prescripción de la acción penal, dicho término se cuenta "desde el día en


que se hubiere cometido el delito" (art. 95 CP.); en el caso de la prescripción de la pena, en cambio, el
término respectivo "comenzará a correr desde la fecha de la sentencia de término o desde el
quebrantamiento de la condena, si hubiere ésta principiado a cumplirse" (art. 98 CP.).

La mención a la fecha de la sentencia contenida en este último precepto, merece ser comentada
en cuanto a que implica que no es necesaria la notificación de la misma, por lo que, ella deberá
considerarse firme desde la fecha de su dictación, si no proceden recursos a su respecto.

En cambio, sí suscita algunas dificultades la determinación del momento preciso de comisión


del hecho delictivo. Según Cury, incluso en relación con los delitos materiales el momento de
ejecución de la conducta marca el comienzo del cómputo de dichos plazos, si bien esta opinión no es la
mayoritariamente sostenida por los autores, quienes, en torrno a los delitos resultativos, exigen para el
mismo fin la consumación de los mismos, la cual sólo puede tener lugar una vez que se produce el
resultado externo.

Respecto de los delitos de omisión, han de aplicarse los mismos criterios que respecto de los
delitos activos, salvo en relación con aquellos raros casos en que el legislador tipifica una conducta
omisiva sin atender a resultado externo alguno, en cuyo evento, el término de prescripción de dicha
figura comenzará a correr en el instante en que hubiere concluido la oportunidad del sujeto de cumplir
con la obligación esperada.

Tratándose de un delito continuado, la prescripción comienza a contarse a partir de la fecha en


que se hubiere ejecutado la última conducta de las que lo integran. Asimismo, respecto de los delitos
permanentes, el cómputo se efectúa desde que cesa el comportamiento que presta sostén al estado
generado por el hecho delictivo. A diferencia de estos últimos, en los delitos instantáneos de efectos
permanentes, el lapso se cuenta a partir de la realización de la conducta incriminada, sin perjuicio de la
persistencia de dichos efectos.

Si el delito tiene asignada una pena compuesta, es preciso atender a la mayor de ellas a fin de
determinar el plazo aplicable a la infracción respectiva.

Como una situación muy especial, debe mencionarse la figura de prescripción gradual
contenida en el art. 103 del C. Penal, aplicable tanto a una como a otra clase de prescripción. Dicha
figura constituye, en realidad, una atenuante privilegiada -en el sentido que ella sola vale tanto como
dos o más circunstancias muy calificadas, no compensables por agravantes-, establecida en favor de
quien se presentare o fuere habido una vez transcurrida la mitad del tiempo necesario de prescripción.

Finalmente, es preciso tener en cuenta la regla común contenida en el art. 100 inciso primero,
del C. Penal, que obliga a contar por uno cada dos días de ausencia del sujeto, si éste abandonare el
territorio nacional, salvo que se hubiere encontrado impedido de ingresar al país por decisión de la
autoridad política o administrativa, en cuyo evento no se le considerará ausente del territorio de la
República.

De acuerdo con el artículo 96 CP., la prescripción de la acción penal se interrumpe


"perdiéndose el tiempo transcurrido, siempre que el delincuente comete nuevamente crimen o simple
delito...". Dicha prescripción se suspende, conforme al mismo precepto, "desde que el procedimiento
se dirige contra él; pero si se paraliza su prosecución por tres años o se termina condenarle, continúa la
prescripción como si no se hubiere interrumpido".

Respecto de la prescripción de la pena, sólo se contempla, por razones obvias, la figura de la


interrupción a causa de un nuevo delinquimiento durante el período en que se cumple.

El efecto propio de la interrupción es la pérdida para el delincuente del tiempo transcurrido


hasta ese entonces, a diferencia de lo que ocurre con la suspensión de la acción penal, que sólo importa
una situación transitoria de congelamiento de los plazos respectivos, mientras se ventila el proceso.

En lo que concierne al momento desde el cual debe entenderse que se ha dirigido


procedimiento en contra del imputado, la doctrina concuerda que ello implica la iniciación de un juicio
penal, en cualquiera de las formas que señala el art. 81 CPP., sin que sea necesario que sea sometido a
proceso. Es decir, incluso respecto de quien sólo figura como inculpado en él, puede decirse que se ha
suspendido la prescripción que corría a su favor.

Esta suspensión, por regla general, se prolongará durante todo el tiempo que dure la
sustanciación del proceso. Sin embargo, en el caso que ésta se paralizare durante tres años o más, o se
termina sin condenarle, desaparece el efecto suspensivo de la prescripción, contándose los plazos en
forma continua desde el momento de la perpetración del delito, como si jamás se hubiere producido la
suspensión de aquélla. A este respecto, cabe mencionar el error que se advierte en el art. 96 CP., en su
parte final, en cuanto alude a la interrupción debiendo referirse a la suspensión.

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