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El orgullo se manifiesta en una jactancia de los logros personales. ¿Es Usted una
persona que saca pecho por las cosas que ha hecho en la vida? Si la respuesta es
positiva entonces Usted es una persona orgullosa.
El orgullo también se manifiesta en una tendencia a justificar todos los errores que
cometemos. ¿Es Usted una persona que siempre tiene una buena razón para algo
malo que hizo? ¿Echa a otros la culpa de sus errores? Si es así, entonces Usted es
una persona orgullosa.
Al revisar las manifestaciones del orgullo, es inevitable reconocer que cual más,
cual menos, todos tenemos problema con el orgullo. Pero alguien podría estar
diciendo: Bueno, soy orgulloso, ¿Y qué? ¿Qué problema hay con eso? Pues hay
mucho problema amiga, amigo oyente.
Dios realmente odia el orgullo. La caída de Satanás tuvo mucho que ver con el
orgullo. Como consecuencia del orgullo, Dios hará que el cielo se torne duro como
hierro. No habrá gota de lluvia que caiga de él. Por tanto, la tierra se volverá seca y
árida como el bronce. Mucho de la falta de bendición en vidas de personas se
origina en el orgullo.
De igual manera, Isaías 2:11 dice: “La altivez de los ojos el hombre será abatida, y
la soberbia de los hombres será humillada; y Jehová solo será exaltado en aquel
día.”
Cuenta una fábula que un hombre tenía un burro y un caballo de pura sangre.
Abusaba del burro y mimaba al caballo fino. Cierto día, este hombre tenía que
hacer un viaje a la ciudad llevando mercadería en un carro. Así que arregló la carga
en el carro, amarró el carro al burro y acompañado del caballo salieron temprano a
la mañana. Mientras el pobre burro caminaba con la lengua afuera por el cansancio,
el caballo trotaba alegremente a su lado. En algún momento, el burro se animó a
hablar al caballo y le dijo: ¿Por qué no me ayudas a llevar esta carga? Entre los dos
podríamos dividir la carga y yo no estaría tan agotado. El caballo hizo una mueca
de desaprobación y dijo: ¿Qué te has creído? Acaso no sabes que soy un caballo de
pura sangre. Jamás ensuciaré mi lomo llevando esa inmunda carga. Así
prosiguieron el camino. Llegó un momento cuando el burro no daba más y se
desplomó sin vida. El hombre dijo: ¿Qué haré? Tengo que llegar a la ciudad. No
puedo dejar un burro muerto en la mitad del camino. Así que acomodó la carga
para hacer un espacio para el burro muerto, colocó el burro muerto en el carro, ató
el carro al caballo y prosiguió su camino. Mientras avanzaba penosamente, el
caballo se iba diciendo a sí mismo: Que necio que he sido, si hubiera ayudado al
burro no tendría que tirar esta carga yo solo y encima de eso con un burro muerto.
Tercero, reconozca que si algo hace de bueno es por la pura gracia de Dios. Así es
como lo consideraba el apóstol Pablo. 1ª Corintios 15:10 dice: “Pero por la gracia
de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he
trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo”
En otras palabras, ninguno de nosotros tiene nada para jactarse cuando hace algo
bueno para Dios.
Esto me trae a la mente otra fábula que tiene que ver con burros. Esto sucedió en
un establo en Jerusalén. Al caer la tarde mientras los animales buscaban un rincón
para dormir en el establo, se oyó la voz de un pollino, quien muy excitado contaba
a los demás burros lo que le había pasado durante el día. Ni saben, hoy iba
entrando a la ciudad y de pronto, la gente se volvió loca por mí, tendían sus
mantos en el camino para que yo pise sobre ellos. Otros cortaban ramas de árboles
y las tendían en el camino. Y la gente que iba delante y atrás gritaban algo que no
entendí muy bien. Algo como: Hosana, Hosana. Me sentí tan emocionado. Nunca
antes me habían recibido así en una ciudad. Un burro viejo que le estaba oyendo se
puso de pie y dijo: ¡Ay que burro tan burro! ¿Acaso no te diste cuenta que todo eso
no era para ti sino para la persona que iba sobre ti?.
Nosotros somos como aquel pollino cuando nos jactamos de haber hecho algo de
bueno para el Señor. No fuimos nosotros. Fue el Señor quien lo hizo y él se merece
toda la honra y la gloria, no nosotros.
Cuarto, cultive su comunión con Cristo. No hay persona más humilde que él.
Hablando de su humildad, Filipenses 2:5-8 dice: “Haya, pues, en vosotros este
sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no
estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí
mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la
condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte,
y muerte de cruz.”