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lo es tanto.
Las técnicas que se te mostrarán son las técnicas que sirven para construir
una historia (no para narrarla). Por lo tanto, no hablaremos de la narración en
primera persona, ni de la tercera, ni del estilo indirecto libre, ni de nada que ya
puedas encontrar en los apuntes de clase, o el libro de texto (y que son
importantísimas, por eso están ahí).
1. El entorno de la narración
Antes de nada, asegúrate de que conoces el terreno que pisas. Es decir, si vas a
escribir una historia de detectives, emplea ambientes que conozcas: mejor en tu pueblo
mismo o una ciudad cercana que en Nueva York; si la quieres ambientar en un momento
histórico, procura documentarte antes. Lo más cercano es lo que mejor funciona. Inspírate
en gente que conozcas, o entornos que domines. Si quieres que tu historia transcurra en la
Edad Media, o en la Guerra Civil, o en la España Imperial, entérate bien de cómo funcionaba
todo en la época. Una vez leí un libro ambientado en el siglo XVIII, y los personajes entraban
en una posada ¡y se duchaban! (dejé de leerlo).
Sobre todo: procura que los comportamientos sean verosímiles. Esto vale incluso
Señor de los Anillos, procura que la gente se comporte tal y como se comportaría en nuestro
mundo: con cierta lógica. Por ejemplo, si tu personaje se hace con una nave espacial, o un
caballo, que haga como si se tratara de un coche: que mire las ventajas e inconvenientes de
su nuevo vehículo, si tiene suficiente dinero para pagarlo, o qué hará cuando se le estropea.
2. El protagonista
Tu protagonista quizá sea un héroe —o heroína— y cuenta con gran astucia y valentía,
u otras cualidades que hacen único al personaje. Siempre tendrá algún rasgo destacado: a
lo mejor sabe manejar la espada, o es muy hábil con los ordenadores, o sabe todo lo que hay
que saber sobre crímenes o sobre fútbol. Puede que tenga un físico atractivo, y gran nobleza
de corazón. Sin embargo, lo que le hará humano serán sus debilidades. Búscale una o dos, y
verás cómo se hace más interesante. Hay dos tipos de debilidades: las físicas y
las emocionales. Las debilidades físicas consisten en alguna peculiaridad de su cuerpo que lo
limita: resulta que no es guapo, sino feo; o padece una enfermedad, o alguna limitación
corporal que debilita su ánimo; quizá es manco, o debilucho, o cojea de una pierna desde que
se cayó de un caballo, o es demasiado bajo o demasiado alto. Las
debilidades emocionales son mucho más atrayentes (tiene miedo de la oscuridad, o del
ridículo, o no confía en las personas, o es demasiado cándido, o es un glotón, o miente…). Son
más intensas porque, tarde o temprano, el protagonista tendrá que superarlas. Habrá de
vencer su miedo, o su tendencia a la ira, o su codicia, o su claustrofobia, o su desánimo.
Quizás ha hecho algo muy malo, lo cual le atormenta, y por eso desea redimirse, o reparar el
mal causado. O acaso es egoísta, y al final debe desprenderse de lo que deseaba.
3. El antagonista
Por otra parte, los mejores malvados son los que dicen la verdad, y
tratan de derrotar al héroe con ella. Por ejemplo Magneto, el enemigo de los X-
Men. Es un malvado muy notable, puesto que podemos entender por qué es tan
cruel: tiene miedo de que se repita el suplicio que ya vivió una vez a manos de los
humanos, durante los horrores de Hitler. Eso no le da la razón, pero ayuda a
entender por qué se comporta así. El antagonista debe ser siempre tan
interesante como el protagonista, o incluso más. En cambio, si sólo creamos al
típico “malvado malvadísimo”, caeremos en un cliché poco interesante. Si has
visto Hellboy, por ejemplo, sabrás de lo que hablo. Ahí el protagonista y su grupo
estaban bien, pero el grupo de antagonistas resultaba demasiado plano, sin
profundidad ni atractivo. El mejor antagonista no es el más poderoso, sino el más
humano, sea malvado o no.
El detonante de la trama ha de tener que ver con las limitaciones del personaje, y
plantea el conflicto. ¿Será nuestro personaje capaz de superar sus limitaciones para conseguir
su meta? Ésta es el alma de muchas narraciones.
Es importante que cada conflicto actúe como barrera y como impulso: es una
barrera porque presenta algún obstáculo que se debe superar. Es un impulso porque su
resolución abre una nueva posibilidad en la historia, e intriga al público haciéndole pensar
¿qué ocurrirá ahora?
5. El clímax de la historia
En efecto, estas líneas te hacen recordar muchas películas. Justo antes del clímax se
suele incluir una depresión en la historia, un punto en el que parece que el protagonista no
triunfará, que todos sus esfuerzos no han servido para nada. Esto se hace así para dotar de
mayor fuerza al clímax, mediante el contraste.
Pero llega el enfrentamiento. Este momento debe ser el mejor de los conflictos, o el
más intenso y definitivo. Protagonista y antagonista se enfrentan, eso es lo más frecuente. Sin
embargo, también hay otros caminos o conflictos que se pueden superponer: el protagonista
quizá luche contra sí mismo (su deseo de venganza se opone a su sentido de la justicia, por
ejemplo; o descubre que su adversario es ¡su padre!). Posiblemente pelean en medio de un
entorno hostil: un incendio, una tormenta, el azar de una batalla… Los guionistas
cinematográficos suelen amontonar dos o tres conflictos en el final.
Y cuando lo resuelvas todo, tras el clímax (el héroe acaba con el malvado, la justicia
triunfa, el mundo se salva…), piensa en terminar la historia lo antes posible. Hay que
acabar antes de que el relato se desinfle. No empieces a contar lo que le pasó a este y lo que
le ocurrió al otro, a no ser que sean relatos en sí mismos (en la tercera película de El Señor
de los Anillos, el director se la jugó con eso, y a mucha gente le fatigó el final).
No hemos hablado de ellos. Hasta aquí, parece que la historia sólo tenga que ver con
el protagonista y el antagonista, y no es así. Necesariamente tendrás que usar personajes
secundarios para narrar la historia, y fíjate en que decimos “usar”. Y a veces “usar y tirar”.
Secundarios ayudantes
Los personajes ayudantes son los que ayudan al protagonista. Pueden guiarlo,
acompañarlo, luchar a su lado, etcétera. Lo más importante es la función que cumplen en
la trama. Un buen secundario puede servir para muchas cosas:
Seguro que te has dado cuenta de que un secundario ayudante puede cumplir varias
funciones: puede ser “seguidor” y a la vez “contraste complementario” y “cómico”, etcétera.
En cualquier caso, si creas a un secundario más o menos relevante, asegúrate de que te sirve
para algo en la trama. Si no, deséchalo o será un lastre moverlo de acá para allá.
Secundarios oponentes
El antagonista también tiene sus ayudantes, y muchas veces son como la sal en el
guiso. Puede contar con espías o chivatos, matones, o esbirros diversos. No sólo aparecen en
las películas de aventuras, también en las historias que versan sobre dos grupos antagónicos
en una familia, una comunidad, etc. De todos modos, pensar en películas de aventuras, del
oeste, de espías o de ciencia ficción te ayudará a coger la idea.
Secundarios neutrales
No se oponen ni ayudan especialmente al protagonista. Quizá sirvan como obstáculo o
como ayuda, y el protagonista tendrá que ver cómo los evita o cómo los emplea. Suelen
aparecer muchos: los testigos a los que interroga un investigador, los vecinos en la cola del
autobús, que indican que algo raro ocurre…
Personajes ocasionales
Bueno, pensarás, ¿y dónde está la gracia del asunto? Si todo este esquema se emplea
en tantas historias ¿por qué no nos mata de aburrimiento? ocurre que el gran público siempre
espera un esquema que seguir para entender la historia, al igual que los niños pequeños
siempre piden que les cuenten muchas veces el mismo cuento.
De todos modos, los esquemas demasiado previsibles sí que son aburridos. La “gracia
del asunto” está en valerse de ese esquema sin que se note, igual que un mago pone en
práctica un truco sin que se lo pillen. Se puede seguir el esquema, siempre que seamos lo
bastante hábiles como para variarlo o para darle algún giro interesante. Al final, la trama es
lo de menos (aunque siempre deba ser coherente y amena). Lo que fascina al público es el
magnetismo de los personajes. Seguro que recuerdas muchas películas por el atractivo de tal
o cual personaje, y no tanto por la trama en la que se movían.
Por otra parte, se pueden buscar innovaciones sobre el esquema. Quentin Tarantino
hace eso a menudo: desarrolla personajes complejos a partir de simples secundarios, o le da
la vuelta a muchos esquemas narrativos. En “Shrek”, el esquema habitual de los personajes
de cuento se invierte: el príncipe es el “malo”, el ogro el “bueno”, etc. En el cine de Pedro
Almodóvar se juega con personajes tópicos con un toque de extravagancia, para contar
historias trágicas y a la vez divertidas. Woody Allen suele tomar personajes más o menos
cotidianos, a menudo ridículos, para encarnar las grandes dudas del ser humano. Incluso en
obras muy antiguas encontramos la inversión del tópico: en el Poema del Cid, el guerrero
decide tomar el camino del derecho en vez de la venganza de sangre, cuando ultrajan a sus
hijas; y en el mismo don Quijote de la Mancha, el héroe caballeresco y fantástico se ve
encarnado en un antihéroe loco y cotidiano.
En general, tanto las buenas novelas como los buenos guiones de cine procuran
mezclar varias tramas y subtramas, mezclar personajes de distintos tipos, combinar varios
conflictos diferentes… con el fin de que la historia no quede demasiado previsible. No todas
las películas, desde luego, cuentan con buenos guiones, ni todas las novelas con estructuras
sólidas.
Y por último, el truco más valioso de todos: escribir consiste en reescribir. Igual
que una casa necesita un plano, una narración sólida necesita su planificación y su progresiva
(re)elaboración. Cuando se construye una casa, no se amuebla antes de ponerle el tejado.
8. Esquema de trabajo
11. VUELVE A ELLA PASADO AL MENOS UN MES. Entonces la verás con más
objetividad, y empezarás a TRABAJARLA. Ésta, lo creas o no, será la parte más
costosa.
13. ¿PUBLICARLA? Ésa es harina de otro costal. Mira qué número tan feo
lleva este punto. Puedes presentarla a algún premio. Si no es muy elevada su
cuantía, será razonablemente limpio y objetivo. Sea como fuere, tendrás que
librarte de ella, o la revisarás mil veces (y nunca te parecerá bastante). Tampoco
tengas prisa por publicar tus primeras historias. Con el tiempo, te parecerán poca
cosa, comparado con lo que llegarás a hacer.
lo es tanto.
Las técnicas que se te mostrarán son las técnicas que sirven para construir
una historia (no para narrarla). Por lo tanto, no hablaremos de la narración en
primera persona, ni de la tercera, ni del estilo indirecto libre, ni de nada que ya
puedas encontrar en los apuntes de clase, o el libro de texto (y que son
importantísimas, por eso están ahí).
1. El entorno de la narración
Antes de nada, asegúrate de que conoces el terreno que pisas. Es decir, si vas a
escribir una historia de detectives, emplea ambientes que conozcas: mejor en tu pueblo
mismo o una ciudad cercana que en Nueva York; si la quieres ambientar en un momento
histórico, procura documentarte antes. Lo más cercano es lo que mejor funciona. Inspírate
en gente que conozcas, o entornos que domines. Si quieres que tu historia transcurra en la
Edad Media, o en la Guerra Civil, o en la España Imperial, entérate bien de cómo funcionaba
todo en la época. Una vez leí un libro ambientado en el siglo XVIII, y los personajes entraban
en una posada ¡y se duchaban! (dejé de leerlo).
Sobre todo: procura que los comportamientos sean verosímiles. Esto vale incluso
Señor de los Anillos, procura que la gente se comporte tal y como se comportaría en nuestro
mundo: con cierta lógica. Por ejemplo, si tu personaje se hace con una nave espacial, o un
caballo, que haga como si se tratara de un coche: que mire las ventajas e inconvenientes de
su nuevo vehículo, si tiene suficiente dinero para pagarlo, o qué hará cuando se le estropea.
2. El protagonista
Tu protagonista quizá sea un héroe —o heroína— y cuenta con gran astucia y valentía,
u otras cualidades que hacen único al personaje. Siempre tendrá algún rasgo destacado: a
lo mejor sabe manejar la espada, o es muy hábil con los ordenadores, o sabe todo lo que hay
que saber sobre crímenes o sobre fútbol. Puede que tenga un físico atractivo, y gran nobleza
de corazón. Sin embargo, lo que le hará humano serán sus debilidades. Búscale una o dos, y
verás cómo se hace más interesante. Hay dos tipos de debilidades: las físicas y
las emocionales. Las debilidades físicas consisten en alguna peculiaridad de su cuerpo que lo
limita: resulta que no es guapo, sino feo; o padece una enfermedad, o alguna limitación
corporal que debilita su ánimo; quizá es manco, o debilucho, o cojea de una pierna desde que
se cayó de un caballo, o es demasiado bajo o demasiado alto. Las
debilidades emocionales son mucho más atrayentes (tiene miedo de la oscuridad, o del
ridículo, o no confía en las personas, o es demasiado cándido, o es un glotón, o miente…). Son
más intensas porque, tarde o temprano, el protagonista tendrá que superarlas. Habrá de
vencer su miedo, o su tendencia a la ira, o su codicia, o su claustrofobia, o su desánimo.
Quizás ha hecho algo muy malo, lo cual le atormenta, y por eso desea redimirse, o reparar el
mal causado. O acaso es egoísta, y al final debe desprenderse de lo que deseaba.
3. El antagonista
Por otra parte, los mejores malvados son los que dicen la verdad, y
tratan de derrotar al héroe con ella. Por ejemplo Magneto, el enemigo de los X-
Men. Es un malvado muy notable, puesto que podemos entender por qué es tan
cruel: tiene miedo de que se repita el suplicio que ya vivió una vez a manos de los
humanos, durante los horrores de Hitler. Eso no le da la razón, pero ayuda a
entender por qué se comporta así. El antagonista debe ser siempre tan
interesante como el protagonista, o incluso más. En cambio, si sólo creamos al
típico “malvado malvadísimo”, caeremos en un cliché poco interesante. Si has
visto Hellboy, por ejemplo, sabrás de lo que hablo. Ahí el protagonista y su grupo
estaban bien, pero el grupo de antagonistas resultaba demasiado plano, sin
profundidad ni atractivo. El mejor antagonista no es el más poderoso, sino el más
humano, sea malvado o no.
El detonante de la trama ha de tener que ver con las limitaciones del personaje, y
plantea el conflicto. ¿Será nuestro personaje capaz de superar sus limitaciones para conseguir
su meta? Ésta es el alma de muchas narraciones.
5. El clímax de la historia
En efecto, estas líneas te hacen recordar muchas películas. Justo antes del clímax se
suele incluir una depresión en la historia, un punto en el que parece que el protagonista no
triunfará, que todos sus esfuerzos no han servido para nada. Esto se hace así para dotar de
mayor fuerza al clímax, mediante el contraste.
Pero llega el enfrentamiento. Este momento debe ser el mejor de los conflictos, o el
más intenso y definitivo. Protagonista y antagonista se enfrentan, eso es lo más frecuente. Sin
embargo, también hay otros caminos o conflictos que se pueden superponer: el protagonista
quizá luche contra sí mismo (su deseo de venganza se opone a su sentido de la justicia, por
ejemplo; o descubre que su adversario es ¡su padre!). Posiblemente pelean en medio de un
entorno hostil: un incendio, una tormenta, el azar de una batalla… Los guionistas
cinematográficos suelen amontonar dos o tres conflictos en el final.
Por ejemplo: los finales sorpresa suelen ser muy efectivos (¡el asesino es el
amigo del detective, y no el loco al que perseguían!). Pero si la sorpresa no es convincente, o
muy trillada, el lector pensará que le han tomado el pelo. Nunca escribas un relato en el que,
al final, todo resulta ser un sueño. La primera vez tendría su gracia, pero ya no funciona. Lo
del asesino también está muy visto.
Y cuando lo resuelvas todo, tras el clímax (el héroe acaba con el malvado, la justicia
triunfa, el mundo se salva…), piensa en terminar la historia lo antes posible. Hay que
acabar antes de que el relato se desinfle. No empieces a contar lo que le pasó a este y lo que
le ocurrió al otro, a no ser que sean relatos en sí mismos (en la tercera película de El Señor
de los Anillos, el director se la jugó con eso, y a mucha gente le fatigó el final).
No hemos hablado de ellos. Hasta aquí, parece que la historia sólo tenga que ver con
el protagonista y el antagonista, y no es así. Necesariamente tendrás que usar personajes
secundarios para narrar la historia, y fíjate en que decimos “usar”. Y a veces “usar y tirar”.
Secundarios ayudantes
Los personajes ayudantes son los que ayudan al protagonista. Pueden guiarlo,
acompañarlo, luchar a su lado, etcétera. Lo más importante es la función que cumplen en
la trama. Un buen secundario puede servir para muchas cosas:
Seguro que te has dado cuenta de que un secundario ayudante puede cumplir varias
funciones: puede ser “seguidor” y a la vez “contraste complementario” y “cómico”, etcétera.
En cualquier caso, si creas a un secundario más o menos relevante, asegúrate de que te sirve
para algo en la trama. Si no, deséchalo o será un lastre moverlo de acá para allá.
Secundarios oponentes
El antagonista también tiene sus ayudantes, y muchas veces son como la sal en el
guiso. Puede contar con espías o chivatos, matones, o esbirros diversos. No sólo aparecen en
las películas de aventuras, también en las historias que versan sobre dos grupos antagónicos
en una familia, una comunidad, etc. De todos modos, pensar en películas de aventuras, del
oeste, de espías o de ciencia ficción te ayudará a coger la idea.
Secundarios neutrales
Personajes ocasionales
Bueno, pensarás, ¿y dónde está la gracia del asunto? Si todo este esquema se emplea
en tantas historias ¿por qué no nos mata de aburrimiento? ocurre que el gran público siempre
espera un esquema que seguir para entender la historia, al igual que los niños pequeños
siempre piden que les cuenten muchas veces el mismo cuento.
De todos modos, los esquemas demasiado previsibles sí que son aburridos. La “gracia
del asunto” está en valerse de ese esquema sin que se note, igual que un mago pone en
práctica un truco sin que se lo pillen. Se puede seguir el esquema, siempre que seamos lo
bastante hábiles como para variarlo o para darle algún giro interesante. Al final, la trama es
lo de menos (aunque siempre deba ser coherente y amena). Lo que fascina al público es el
magnetismo de los personajes. Seguro que recuerdas muchas películas por el atractivo de tal
o cual personaje, y no tanto por la trama en la que se movían.
Por otra parte, se pueden buscar innovaciones sobre el esquema. Quentin Tarantino
hace eso a menudo: desarrolla personajes complejos a partir de simples secundarios, o le da
la vuelta a muchos esquemas narrativos. En “Shrek”, el esquema habitual de los personajes
de cuento se invierte: el príncipe es el “malo”, el ogro el “bueno”, etc. En el cine de Pedro
Almodóvar se juega con personajes tópicos con un toque de extravagancia, para contar
historias trágicas y a la vez divertidas. Woody Allen suele tomar personajes más o menos
cotidianos, a menudo ridículos, para encarnar las grandes dudas del ser humano. Incluso en
obras muy antiguas encontramos la inversión del tópico: en el Poema del Cid, el guerrero
decide tomar el camino del derecho en vez de la venganza de sangre, cuando ultrajan a sus
hijas; y en el mismo don Quijote de la Mancha, el héroe caballeresco y fantástico se ve
encarnado en un antihéroe loco y cotidiano.
En general, tanto las buenas novelas como los buenos guiones de cine procuran
mezclar varias tramas y subtramas, mezclar personajes de distintos tipos, combinar varios
conflictos diferentes… con el fin de que la historia no quede demasiado previsible. No todas
las películas, desde luego, cuentan con buenos guiones, ni todas las novelas con estructuras
sólidas.
Y por último, el truco más valioso de todos: escribir consiste en reescribir. Igual
que una casa necesita un plano, una narración sólida necesita su planificación y su progresiva
(re)elaboración. Cuando se construye una casa, no se amuebla antes de ponerle el tejado.
8. Esquema de trabajo
13. ¿PUBLICARLA? Ésa es harina de otro costal. Mira qué número tan feo
lleva este punto. Puedes presentarla a algún premio. Si no es muy elevada su
cuantía, será razonablemente limpio y objetivo. Sea como fuere, tendrás que
librarte de ella, o la revisarás mil veces (y nunca te parecerá bastante). Tampoco
tengas prisa por publicar tus primeras historias. Con el tiempo, te parecerán poca
cosa, comparado con lo que llegarás a hacer.
Los trucos que se han señalado proceden en gran parte de la moderna técnica de
narrar, y algunos de ellos son de cosecha propia. Me ha dado igual su procedencia, mientras
resulten útiles ya sea para escribir cuentos, novelas, guiones de cine o cualquier otra
modalidad de narración. Los que se apuntan son útiles, desde la perspectiva de la
experiencia. No son una guía obligatoria o un método, sólo una compilación de trucos y
consejos.
Seguro que el cuento le encanta. Verás como no pilla que es “Los tres
cerditos”. Cuando narres la historia, procura “ver” lo que cuentas y transmitirlo de la
forma más exacta posible. Tómate en serio: no arruines la historia metiendo chistes
tontos o bobadas. Tu pequeño público detectará que no te crees tu propia historia, y
dejará de interesarle.
Seguro que el cuento le encanta. Verás como no pilla que es “Los tres
cerditos”. Cuando narres la historia, procura “ver” lo que cuentas y transmitirlo de la
forma más exacta posible. Tómate en serio: no arruines la historia metiendo chistes
tontos o bobadas. Tu pequeño público detectará que no te crees tu propia historia, y
dejará de interesarle.