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Ciclo C - III Semana de Pascua - Martes

Eucaristía: Jn 6, 30-35

Martes 12 de abril

Cuando hacemos nuestro aquello que de verdad amamos, no queremos pensar o tener nada
más.
Por lo tanto, si cada mañana recibimos a Jesucristo en la santa comunión y nuestro corazón no
se sacia sino que, durante el día, nos olvidamos de Cristo y vamos buscando algo distinto con
lo cual llenar ese “vacío”, quiere decir que, tal vez, no lo amamos tanto.
Por eso, tenemos que hacer crecer nuestro amor a Cristo, sobre todo en la Eucaristía. 1

¿Cómo acrecentar el amor a la eucaristía? Disponiendo mejor nuestra alma para recibirla.
Royo Marín nos da cuatro disposiciones próximas para comulgar que nos pueden ayudar:

1) Fe viva: Cristo la exigía siempre como condición indispensable para conceder una
gracia, cuando iba a hacer un milagro. “La eucaristía es por antonomasia el misterio de
la fe”, dice Royo Marín,” ya que en ella nada perciben la razón natural ni los sentidos.”
Visus, tactus, gustus in te fallitur. Santo Tomás lo recuerda en el Adoro te devote: en la
cruz se ocultó únicamente la divinidad, pero en el altar desaparece incluso la
humanidad: Latet simul et humanitas. Por ello, debemos pedir con insistencia: “Señor
que vea”, como ciegos del alma que necesitan realmente de Cristo. (Cfr. Mt 10, 51).
2) Humildad profunda: Jesucristo lavó los pies de los apóstoles antes de instituir la
Eucaristía para darles ejemplo (Jn 13,15). Si la misma Virgen María se preparó para
recibir en su seno al Verbo Encarnado diciendo “He aquí la esclava del Señor”, siendo
totalmente Inmaculada, nosotros que hemos pecado mucho, cuánto más deberíamos
seguir su ejemplo. “Señor no soy digno de que entres en mi casa”. (Mt 8,8)
3) Confianza ilimitada: el recuerdo de nuestros pecados nos tiene que llevar a la
humildad, pero nunca al desánimo, porque es una forma muy bien disfrazada de orgullo.
Jesucristo fue misericordioso con todos los pecadores que se acercaban a Él buscando
consuelo. Jesucristo no cambia, sigue siendo la Divina Misericordia en persona. Nuestra
confianza le roba el Corazón. “pero una palabra tuya bastará para sanarme”.
4) Hambre y sed de comulgar. Esta es la disposición que más directamente afecta
nuestra relación con Jesucristo en la Eucaristía y que puede poner obstáculos a su
gracia. Mientras más grande sea nuestra hambre y sed de comulgar, ensancharemos
más la capacidad de nuestra alma y la dispondremos mejor para recibir a Cristo.
Cuando dos personas se aman, desean volver a verse pronto. Mientras más se nuestra
hambre de comulgar, más grande será el recipiente en el cual Cristo pueda luego entrar
para quedarse con nosotros y saciarnos totalmente. Hay que pedirle “danos de comer
de ese pan”, pedirle que ensanche nuestro corazón, que realmente nuestro día esté
regido por la tendencia habitual de ir al sagrario. ¿Acaso no repetimos todos los días de
Él, de ese Pan del Cielo, “que contiene en sí todo deleite”?

No seamos entonces, esos paganos de corazón a quienes Esteban reprochaba que resistían al
Espíritu Santo. (Cfr Hch 7,51), pidamos a Cristo que el hambre y sed de nuestra alma, sean
saciadas solo con Él. Digamos a Jesucristo, como el salmo de hoy: “Tú serás mi gozo y mi
alegría”. Él responderá: "Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que
cree en mí jamás tendrá sed.” Pidamos esta gracia a la Virgen María

1
La posesión del objeto amado genera gozo, mientras más intenso sea el amor del que ama hacia aquello que es amado, más
intenso será ese gozo y la posesión de lo amado saciará el deseo de poseer algo distinto.

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