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Impacto de la Pobreza sobre la construcción de la identidad familiar

Ab. Silvia Anguiano y Lic. JoséL.Soru1

Resumen
Frecuentemente se mira la pobreza como un síndrome situacional que la aso-
cia a infraconsumo, deficiencia habitacional, bajo nivel educativo, poca participa-
ción institucional y anomia. Estas miradas sobre la pobreza que privilegian su lectu-
ra desde las estructuras sociales han utilizado dos medios fundamentales en la de-
terminación del tamaño de la pobreza, su evolución y composición, cuando su con-
cepto queda asociado a infraconsumo: el de las “necesidades básicas insatisfechas”
y el de “la línea de pobreza”. En el primer caso, se trata de medir a la población por
manifestaciones exteriores que revelan la falta de acceso a ciertos servicios consi-
derados básicos: vivienda, agua potable, electricidad, salud, educación. Para este
método son “pobres” aquellos hogares que no alcanzan a satisfacer algunas de las
necesidades definidas como básicas. En el segundo caso, la línea de pobreza se
traza en el nivel de los ingresos necesarios para acceder a una canasta básica de
bienes y servicios respetando las características de consumo culturalmente defini-
das para una sociedad en un determinado momento histórico. De este modo se con-
sideran “pobres” los hogares con ingresos inferiores a esta línea de pobreza. «Po-
bres», por lo tanto, son aquellas personas que no logran satisfacer necesidades que
se consideran básicas en una sociedad determinada, lo que trae aparejado necesida-
des insatisfechas, y que padecen una situación que les imposibilita salir del círculo
vicioso de la pobreza, porque sus capacidades se ven disminuidas por la carencia de
bienes materiales y recursos económicos y la dificultad consiguiente en acceder a
ellos. Sus causas por lo tanto, se ven en la desigualdad de oportunidades que genera
el sistema.
Los avances logrados en materia social en el período de auge del estado de
bienestar social contribuyeron de forma decisiva a mantener viva la esperanza de
cambio en las condiciones de vida de los más necesitados. Hoy, con el
desmantelamiento de las estructuras del bienestar, las determinaciones sistémicas
vuelven a ocupar el centro de los planteos teóricos, puesto que la justificación que
se propone sobre estas medidas es la necesidad de reacomodar las economías nacio-
nales al nuevo orden del capitalismo mundial.
Hoy, la vida cotidiana de un gran porcentaje (50% ) de la población y de las
familias en América Latina constituye un círculo perverso de carencias:
«los hijos de los pobres no tienen acceso a la educación, se enferman, están
mal alimentados, no acceden a empleos productivos, no tienen capacitación, no
tienen crédito y con ellos se autogenera la pobreza»2
Según los cálculos de UNICEF, cerca de 3.000 niños mueren por día en Amé-
rica Latina por problemas ligados a la desnutrición y carencias perfectamente evita-
bles. Se trata de 900.000 niños por año, el 60 % de las muertes atribuídas a la pobre-
za.
Entendemos que es útil completar esta mirada con los aspectos relacionados
con interacciones microsociales entre las personas, valorizando los escenarios coti-
dianos3, particularmente el ámbito de la “familia” y el “hogar”, en tanto espacio
privilegiado de las estrategias de producción y reproducción, consumo, contención
afectiva, en su calidad de mediadora entre el individuo y la sociedad. Nuestro inte-
rés por este tema se relaciona con nuestra investigación previa sobre la estructura y
organización familiar en Villa Mercedes (San Luis) que nos impulsó a profundizar
en los aspectos mas relacionados con la defensa de la calidad de vida principalmen-
te de aquellas familias sobre las que es necesario plantearse líneas de acción que
permitan superar su situación actual hacia modos no excluyentes de organización
social, objeto de estudio en nuestra investigación actual sobre las “Estrategias de
reproducción familiar en familias en situación de pobreza”.
En nuestro trabajo afirmamos que la integración a un mundo global requiere
como mínimo la integración a la sociedad de los excluídos del derecho a tener una
familia y de proveer posibilidades de vida digna a sus miembros.

Introducción
La pobreza, desde la mirada sociológica, ha sido visualizada desde dos
paradigmas antitéticos en sociología. Uno derivado de la teoría marxista y el otro,
desde una concepción que hunde sus raíces en el pensamiento de Durkheim.Estas
perspectivas señalan dos modos de acercarse al problema de la pobreza desde la
concepción del sistema social, desde la percepción de las determinantes del siste-
ma: o el sistema las genera irreductiblemente o son defectos, desajustes no inevita-
bles sino, por el contrario, problemas que pueden y deben resolverse. Estos planteos
iniciales sobre el sistema capitalista fueron conduciendo los esfuerzos teóricos al
estudio de las diferentes situaciones de pobreza, en un contexto social muy diferen-
te al que estos autores dedicaron sus esfuerzos de investigación. Por una parte, el
capitalismo despiadado de los tiempos de Marx fue cediendo paso a un capitalismo
que provocó el ascenso de grandes capas sociales a la clase media, y por otra parte
las organizaciones sindicales, las revoluciones y movimientos sociales dieron el
protagonismo a la acción por mejorar la calidad de vida de los sectores más
desprotegidos de la sociedad. Esta orientación promovió el análisis de “las pobre-
zas” y la acción sobre diversos sectores “pauperizados”, “marginales”, “excluídos”,
que han combinado de diversos modos ambos paradigmas teóricos. En efecto, la
acción sobre los pobres que se ha efectuado desde el trabajo social con comunida-
des, grupos y familias en situación de pobreza, si bien ha compartido la perspectiva
de las determinaciones sistémicas en el tema de la pobreza, ha consistido en actuar
sobre ellas, dentro del sistema, promoviendo el desarrollo de sectores sociales su-
mergidos.

La mirada a la pobreza desde los métodos que se utilizan para medirla: el consumo.
De este modo se empieza a mirar la pobreza como un síndrome situacional que
la asocia a infraconsumo, deficiencia habitacional, bajo nivel educativo, poca parti-
cipación institucional y anomia. Estas miradas sobre la pobreza que privilegian su
lectura desde las estructuras sociales han utilizado dos medios fundamentales en la
determinación del tamaño de la pobreza, su evolución y composición, cuando su
concepto queda asociado a infraconsumo: el de las “necesidades básicas insatisfe-
chas” y el de “la línea de pobreza”. En el primer caso, se trata de medir a la pobla-
ción por manifestaciones exteriores que revelan la falta de acceso a ciertos servicios
considerados básicos: vivienda, agua potable, electricidad, salud, educación. Para
este método son “pobres” aquellos hogares que no alcanzan a satisfacer algunas de
las necesidades definidas como básicas. En el segundo caso, la línea de pobreza se
traza en el nivel de los ingresos necesarios para acceder a una canasta básica de
bienes y servicios respetando las características de consumo culturalmente defini-
das para una sociedad en un determinado momento histórico. De este modo se con-
sideran “pobres” los hogares con ingresos inferiores a esta línea de pobreza. «Po-
bres», por lo tanto, son aquellas personas que no logran satisfacer necesidades que
se consideran básicas en una sociedad determinada, lo que trae aparejado necesida-
des insatisfechas, y que padecen una situación que les imposibilita salir del círculo
vicioso de la pobreza, porque sus capacidades se ven disminuidas por la carencia de
bienes materiales y recursos económicos y la dificultad consiguiente en acceder a
ellos. Sus causas por lo tanto, se ven en la desigualdad de oportunidades que genera
el sistema. . En este sentido, lo que se subraya es la idea de la dignidad humana
vinculada a necesidades universales y a la universalidad de los derechos que la ga-
rantizan, ya que remiten a «la dignidad e igualdad esenciales del individuo conside-
rado como ser humano» (UNESCO,1991:822).

La pobreza como carencia


Esta perspectiva analítica parte de una concepción sobre las necesidades hu-
manas distinguiendo aquellas necesidades universales que toda persona debe satis-
facer en tanto persona humana, de aquellas necesidades que se hacen visibles por
comparación con otras situaciones y contextos sociales con los cuales es confronta-
da y diferenciada. Bajo esta última perspectiva, puede decirse que la pobreza es
relativa, como también lo son sus grados y heterogeneidad (que remiten a privacio-
nes mayores o menores), pues se establecen por comparación.
Desde una perspectiva universalista, , la noción de necesidades humanas que-
da asociada a la de capacidad para realizar un mínimo de actividades vitales para
preservar la dignidad humana.
Esta noción de capacidad ha sido trabajada por diversos autores quienes pro-
ponen como capacidades necesarias para acceder a una vida digna. Al respecto,
Meghnad Desai 4 propone las siguientes capacidades como básicas y necesarias: (a)
la capacidad de permanecer vivo/gozar de una vida larga; (b) la capacidad de asegu-
rar la reproducción intergeneracional; (c) la capacidad de una vida saludable; (d) la
capacidad de interacción social; y, (e) la capacidad de tener conocimiento y libertad
de expresión y pensamiento.
Estas capacidades cubren lo esencial para que la persona pueda ser miembro
de una comunidad social, económica y política. Las tres primeras capacidades se
relacionan con la salud y permiten asegurar que la persona esté viva y sana para
trabajar, reproducirse, y gozar de la vida.
Estos derechos exigen garantizar cierto nivel de salud y de nutrición . Para
asegurar estas capacidades, por lo tanto, se requeriría un acceso garantizado a un
mínimo de servicios de salud, así como un conocimiento de la función reproductiva
tanto de los hombres como de las mujeres.
Las dos últimas capacidades se refieren a la vida social y política. La capacidad
de interacción social es negada por las prácticas discriminatorias que confinan al
pobre a lulugares para pobres, servicios para pobres. También significa privación, la
negación al derecho de participar en la vida política o de acceder a un flujo libre de
información.

El círculo vicioso de la pobreza


La vida cotidiana de un gran porcentaje (50% ) de la población y de las fami-
lias en América Latina constituye un círculo perverso de carencias:
«los hijos de los pobres no tienen acceso a la educación, se enferman, están
mal alimentados, no acceden a empleos productivos, no tienen capacitación, no
tienen crédito y con ellos se autogenera la pobreza»5
Según los cálculos de UNICEF, cerca de 3.000 niños mueren por día en Amé-
rica Latina por problemas ligados a la desnutrición y carencias perfectamente evita-
bles. Se trata de 900.000 niños por año, el 60 % de las muertes atribuidas a la pobre-
za.
El crecimiento de la pobreza tiene múltiples efectos que son una constante
amenaza a las bases de la institución familiar y en muchos casos incluso la des-
truyen. Las carencias afectan a cada uno de los miembros de la familia debilitan-
do sus posibilidades de constituirse en familias que sustenten en lo material y
contengan en lo afectivo a sus integrantes.
Los hombres afectados por los problemas de desempleo y bajos salarios,
alejados de la posibilidad objetiva de satisfacer las necesidades mínimas de
sobrevivencia, se sienten desprestigiados frente a sus familias y la sociedad, por
no poder cumplir con el rol, histórica y culturalmente asignado, de proveedor. A
veces deben migrar en busca de empleo, otras se enferman por el estrés que les
significa el desempleo, y de este modo sus familias no pueden estabilizarse y los
vínculos tienden a debilitarse.
Las mujeres al quedarse solas por la disolución de hogares, se transforman
en único sostén del grupo familiar, con la doble carga que se le impone de ganar
el sustento y cuidar de sus hijos, engrosando las filas de la pobreza, fenómeno
que se conoce como la «feminización de la pobreza».
Como parte de las estrategias de sobrevivencia familiar todos los miembros
de una familia están frecuentemente obligados a contribuir a los escasos ingresos
y aceptar cualquier trabajo que aparezca, abandonando los niños la escuela,
fragilizando aún más sus posibilidades de desarrollo y de integración a un siste-
ma de empleo o trabajo digno. El que llega a la edad adulta en estas condiciones,
no estará capacitado para el empleo, ya sea por las dificultades de someterse a
una disciplina de horarios, pautas higiénicas, de socialización o ya sea por la falta
de habilidades y conocimientos.
En cuanto a los jóvenes, pertenecientes a familias de pobres estructurales,
su situación de riesgo y vulnerabilidad es conocida. Han sido niños que han sali-
do a trabajar para contribuir al ingreso familiar, la calle se tornó en su ámbito de
reproducción cotidiana y la casa se convierte así en un referente de la memoria
lejana. Para ser recibidos con alegría en sus visitas esporádicas a su familia, de-
ben llevar regalos y dinero, generalmente producto de delitos o prostitución.
Los jóvenes de familias de la «nueva pobreza» ven venirse abajo los proyec-
tos por los cuales sus padres lucharon: estudiar, tener una profesión y ascender
socialmente a través de un empleo o trabajo. «Pasarla bien», aquí y ahora, es la
consigna de la juventud que no visualiza un futuro aunque sea con esfuerzo. El
desmoronamiento de la esperanza de ascender socialmente por medio de la edu-
cación, que alimentó la imagen de un país en crecimiento, deja a las familias
inermes frente a sus jóvenes y a estos jóvenes los deja sin proyectos y a la socie-
dad sin una generación orientada hacia el bienestar general, centrada en valores
pasatistas e insolidarios.
De este modo, la misma pobreza, en cuanto carencia de ingresos o riqueza
determina en gran medida la debilidad física: falta de fuerza, desnutrición, salud
deficiente; desigualdad en el acceso a la a la educación e información que acarrean
ignorancia de las oportunidades, servicios y derechos; carencia de poder para en-
frentar organizadamente la superación de su situación y el peligro de volverse cada
vez más pobre.El círculo se cierra, o peor, se abre en espiral descendente.

La dimensión identitaria
Pero además, entendemos que a ser pobre se aprende. El pobre es socializado
para que se acostumbre a vivir en su estado de pobreza y dentro de las fronteras
territoriales donde se lo margina. El pobre se habitúa a ser pobre, a aceptar la preca-
riedad del suelo y el techo compartido, la estrechez habitacional y la falta de dinero.
El conformismo trae aparejada la baja autoestima, la desvalorización de la propia
vida. Este conformismo y baja autoestima son el factor que los discrimina como
“irresponsables” , el estigma que los señala como culpables frente al ciudadano
“decente y digno”. El pobre está construido socialmente como pobre. La construc-
ción de la pobreza desde la mirada del investigador ha privilegiado “la carencia”
como criterio de diferenciación y ha contribuido a estigmatizar la pobreza.
Por esto, entendemos que es útil completar esta mirada con los aspectos rela-
cionados con interacciones microsociales entre las personas, valorizando los esce-
narios cotidianos, particularmente el ámbito de la “familia” y el “hogar”, en tanto
espacio privilegiado de las estrategias de producción y reproducción, consumo, con-
tención afectiva, en su calidad de mediadora entre el individuo y la sociedad. Nues-
tro interés por este tema se relaciona con nuestra investigación previa sobre la “Es-
tructura y Organización familiar en Villa Mercedes (San Luis)” que nos impulsó a
profundizar en los aspectos mas relacionados con la defensa de la calidad de vida
principalmente de aquellas familias sobre las que es necesario plantearse líneas de
acción que permitan superar su situación actual hacia modos no excluyentes de
organización social, objeto de estudio en nuestra investigación actual sobre las
“Estrategias de reproducción familiar en familias en situación de pobreza”, bajo la
Dirección de la Master Olga Mercedes Paez. En este sentido nos pareció fructífero
acercarnos a las estrategias familiares de vida desde la perspectiva teórica de Pierre
Bourdieu, que nos permite estudiar las estrategias familiares en su relación con el
espacio social y en relación al devenir de dichas estrategias en el desarrollo del
espacio social. De este modo, nuestra idea es que los criterios de diferenciación del
espacio social, y la posición que los pobres ocupan en este espacio, y el peso relati-
vo de estas posiciones en el espacio social están ligados, no sólo a los bienes de los
que son carentes (no posesión de capital económico), y de las distinciones que les
imponen los sectores dominantes del espacio social, sino a aquellos bienes y distin-
ciones que los pobres construyen como diferenciación interna del campo de la po-
breza y que constituyen los criterios a los que la percepción dominante no nos per-
mite acceder y que sin embargo es fundamental conocer si nos planteamos la nece-
sidad de implementar vías de acción superadoras de su situación. Para descubrir
estos bienes y esos criterios nos propusimos privilegiar el ámbito de la familia por-
que es en ella donde se opera su acumulación y donde se transmite por la socializa-
ción las pautas estratégicas para la sobrevivencia.
De este modo definimos como estrategias de reproducción al conjunto de prác-
ticas fenomenalmente muy diferentes, por medio de las cuales los individuos, los
grupos o las familias tienden de manera consciente o inconsciente a conservar o
aumentar su patrimonio, y correlativamente a mantener o mejorar su posición en la
estructura de las relaciones de clase”.
La familia es el lugar por excelencia de la acumulación de capital de diferentes
especies y de la transmisión entre generaciones, por ello es el sujeto principal de las
estrategias de reproducción. Esto puede observarse en la transmisión del nombre de
familia, el apellido, elemento principal del capital simbólico hereditario que es la
base para la transmisión del patrimonio, el conjunto fundamental del capital econó-
mico y simbólico.
Definimos como Estrategia de Reproducción Familiar: al conjunto de prácti-
cas de subsistencia, contención familiar, de diferenciación y ascenso por medio de
las cuales las familias tienden de manera consciente o inconsciente a conservar o
aumentar su patrimonio, y correlativamente a mantener o mejorar su posición con
relación al propio campo de la pobreza y con relación a su posición en la estructura
de las relaciones de clase.

Las estrategias de reproducción familiar


De este modo, nuestro objetivo es estudiar las estrategias familiares en fami-
lias cuya situación objetiva de carencia los clasifica como pobres, que la percepción
de los habitantes de la ciudad los encasilla como «marginales», y por lo tanto, «pe-
ligrosos» o «amorales»
El mandato social de “vivir en familia” es una norma universalmente exigida.
El “tener” una “familia” es parte inclusive de los requisitos para acceder a determi-
nados mecanismos de transferencias de ingresos monetarios como subsidios de di-
versas clases, (especialmente por parte del Estado). La familia se instituye para la
transmisión hereditaria, tanto de la riqueza como de la pobreza, algo no previsto por
la norma universal. Por esto, nuestro objeto de estudio son las estrategias de repro-
ducción familiar, esto es, el modo en que los pobres cumplen con el mandato social
de vivir en familia porque es en estas familias donde aprenden a ser pobres, donde
aprenden los modos de diferenciación y las prácticas económicas y no económicas
que reproducen el orden social.
Nos proponemos reconstruir esta mirada desde la construcción que desde su
propia situación efectúan los pobres. Describir estas estrategias de reproducción
familiar elaboradas a partir de los bienes (Capital económico, simbólico, cultural,
social. Lo social objetivado) que constituyen su patrimonio y de las definiciones
incorporadas como hábitus, de los esquemas de percepción y apreciación sobre sus
potencialidades y posibilidades, presentes en los modos de concebir lo que es pro-
pio e impropio, lo posible y lo no posible, lo que «es para nosotros «y lo que no lo es.
(Lo social subjetivado).
De este modo nuestra investigación comprende dos momentos analíticamente
diferenciados: Uno objetivista, destinado a relevar las características patrimoniales
de las familias, y otro subjetivista que relevará estos criterios incorporados como
hábitos presentes en las prácticas que condicionan sus estrategias para conservar o
mejorar sus posibilidades de sostener sus familias.
En nuestro trabajo de investigación, hemos ampliado el marco analítico habi-
tual con el estudio de estrategias que se relacionan indirectamente con el acceso a
recursos y que sin embargo posibilitan a la familia constituirse y preservarse como
familia, contribuyendo a definir sus potencialidades y posibilidades para mantener
su posición social o mejorarla.
De este modo, hemos definido las estrategias familiares por el siguiente con-
junto de dimensiones:
Las estrategias de producción y reproducción de la subsistencia del grupo fa-
miliar que abarca desde la decisión sobre el tamaño de la familia hasta la obtención
de recursos (monetarios o no monetarios), estrategias de ocupación, de vivienda,
consumo, salud, redes de ayuda. Puede decirse que las unidades domésticas se dife-
rencian entre sí de acuerdo al origen de sus percepciones. La obtención de recursos
para satisfacer las necesidades de los miembros del hogar puede provenir de diver-
sas fuentes. Algunos hogares descansan principalmente en las remuneraciones al
trabajo, en la renta de la propiedad o en las percepciones provenientes de un nego-
cio propiedad de algún miembro del hogar. Otros dependen en mayor medida de las
transferencias formales e informales de ingreso. Las transferencias informales re-
miten al funcionamiento de redes sociales de índole diversa (de parentesco, amis-
tad, compadrazgo, vecindad, paisanaje, etc.) que proporcionan recursos para satis-
facer las necesidades cotidianas de los hogares. En este estudio estas estrategias se
relacionan con la generación de recursos para la sobrevivencia, o para mejorar la
eficacia de los recursos existentes, en especial las. estrategias que inciden en la
estructura, composición y organización de la familia, ya que el tamaño y composi-
ción familiar se revela como una estrategia para ampliar el acceso a recursos.
Las estrategias de contención familiar comprenden la socialización, sus agen-
tes en las diferentes etapas del ciclo vital familiar como así también al uso por parte
de la familia, de otras agencias sociales de contención: autoridad religiosa, maes-
tros, el juez.
En este sentido, la entrega de hijos a parientes, el cuidado de menores a cargo
de los menores de mayor edad, el envío de los niños a escuelas donde se le provee
almuerzo o merienda, son algunas de las estrategias que estas variables permiten
relevar.
Las estrategias de diferenciación comprenden la definición de vectores de ads-
cripción (nosotros somos “pobres pero honrados”, nosotros “los villeros”, etc, ) y
criterios de distinción ( no somos como aquellos). Estas estrategias pueden referirse
al campo de la pobreza (con relación a otros en igual situación de pobreza), o al
espacio social global (con relación a otras clases sociales).En el reconocimiento de
vernos y pensarnos parecidos o diferentes de otros es como vamos construyendo
nuestra identidad, va quedando recortada por contraste quienes somos y como se
definen nuestras potencialidades y cuales son las posibilidades a las que tenemos
acceso y cuáles nos están negadas. Este proceso de construcción de identidad que es
al mismo tiempo individual y colectivo, contribuye a delimitar líneas de solidaridad
y de conflicto.
Las estrategias de ascenso se relacionan con las inversiones que se está dis-
puesto a realizar en un determinado campo para mejorar la situación de clase del
grupo familiar sacrificando parte del capital de un campo para invertirlo en otro.
(En el caso extremo de ausencia de todo bien, se sacrifica la salud, o el descanso).
Estas estrategias de cambio se dirigen, por lo tanto, a la modificación de las condi-
ciones objetivas de existencia. (Educación formal, relaciones sociales, participa-
ción política).
Nuestra estrategia para la selección de la muestra intencional puede describir-
se como un camino de sucesivas aproximaciones que partieron desde el relevamiento
de todos los sectores pobres de la ciudad, al barrio San José, (uno de los barrios
pobres más antiguos de la ciudad ubicado en el sector sur de la ciudad junto al Río
V que constituye el límite sur del égido urbano).
Para la selección de la muestra, nuestra puerta de acceso fue la Organización
Cáritas de la Iglesia (Católica ) San José situada en el corazón de este barrio. Las
familias que envían sus hijos al comedor de Cáritas, fueron las seleccionadas para
entrar en contacto con otras familias que no envían sus hijos a este comedor pero
que comparten la situación de pobreza. De este modo seleccionamos la muestra
constituida por el núcleo de cuarenta familias que envían sus hijos al comedor de
Cáritas, y completada por sesenta familias cuyos hogares se sitúan a la derecha y
a la izquierda de las familias del núcleo que concurre a Cáritas. A esta muestra
intencional se suministró una encuesta que pretende relevar los datos para la de-
terminación de la situación objetiva de pobreza, esto es, se trata de medir a la
población por manifestaciones exteriores que revelan la falta de acceso a ciertos
servicios considerados básicos: vivienda, agua potable, electricidad, salud, edu-
cación y al mismo tiempo relevar el nivel de ingresos familiares y determinar su
posibilidad de acceso a una canasta básica de bienes y servicios respetando las
características de consumo culturalmente definidas para esta sociedad en este
determinado momento histórico, y además explorar los bienes que estas familias
consideran su patrimonio, herramientas de trabajo, medios alternativos de vida,
producción en el hogar.
El objetivo de estas entrevistas a 100 familias fue garantizarnos que estuvie-
ran representadas en la muestra final de familias para las entrevistas en profundi-
dad las principales diferencias encontradas en las familias pobres entrevistadas,
en aspectos relevantes:
Estructura familiar, familias de desocupados, familias donde se depende de
un solo ingreso, donde varios miembros tienen ingresos, familias que tienen quin-
tas, chacras, u otro tipo de recursos extras, etc.
Nuestro segundo paso, fue seleccionar la muestra de familias con las que
efectuaremos la recolección de las historias de vida familiares en relación a las
estrategias de vida.
A traves de entrevistas en profundidad y de las historias de vida estamos
reconstruyendo el recorrido de las estrategias familiares desde la familia de ori-
gen de cada progenitor hasta la constitución actual del grupo familiar. La investi-
gación en este campo nos permitirá lograr identificar y sistematizar las variadas
respuestas de los hogares de escasos recursos para hacer frente a sus condiciones
de existencia. De este modo, la aplicación de metodologías cualitativas en diver-
sas dimensiones constituyen una rica fuente de información para avanzar en la
comprensión de aspectos rara vez considerados en los análisis convencionales
sobre la pobreza. Dicha información permite, junto con los datos cuantitativos
agregados, tener una visión más acabada e integral de este fenómeno. Así, enten-
demos que es de crucial importancia combinar diferentes maneras de re-construir
la realidad, buscando espacios de complementación analítica entre los índices y
tipologías de pobreza construidos con base en datos agregados y las evidencias
surgidas de la aplicación de metodologías cualitativas.
Un aspecto adicional de nuestro trabajo se orienta a la obtención de informa-
ción sobre estrategias grupales emprendidas por las familias (en especial las muje-
res), reunidas para encarar necesidades no satisfechas de índole doméstico-familiar
(vrg. en materia de alimentación, salud, vivienda, etc.) Entre sus múltiples expresio-
nes que hemos relevado podemos citar la existencia de ollas comunes, comedores
vinculadas a la Iglesia, grupos de costura, atención a discapacitados, ayuda escolar.
Es nuestro interés profundizar en los inconvenientes y reparos que este tipo de estra-
tegias despiertan en otras familias y que se suelen calificar de “apatías”, “falta de
solidaridad” y “resistencias” diversas.
En conclusión, sostenemos que aquellas «resistencias» al cambio impulsado
por acciones políticas, institucionales, y de diversas organizaciones, así como «la
apatía» y «baja autoestima», la ausencia de «comunidad real» o de «solidaridad»,
señalada por diversas estrategias de abordaje para la acción de desarrollo social que
promueve una mejor calidad de vida de los sectores carenciados, son a menudo,
categorizaciones que nos ocultan la construcción que los pobres realizan de su si-
tuación, y que de este modo se convierten en obstáculos para la acción de quienes
desean contribuir a la mejora de su calidad de vida. Acceder a la pobreza desde la
familia, que sin embargo los pobres se empeñan en tener, nos pone en el camino de
mirar la pobreza desde el ángulo de percepción de quienes la viven, de mirar la
pobreza desde lo que ellos perciben como su potencialidades y reconsiderar aquello
que consideran sus posibilidades, de dejar de imponer la percepción dominante y de
estigmatizarlos como incapaces.

1 Docentes Investigadores en temas de Familia de la Facultad de Ingeniería y Ciencias Económico Sociales, de


la Universidad Nacional de San Luis.
2 UNICEF. Segunda Reunión sobre Infancia y Política Social, abril 1994.-
3 Línea que comienza a tener importancia en la década del 70 y especialmente en la década del 80 con los
padrinazgos de PISPAL y las reflexiones realizadas en el marco de la Comisión de Población y Desarrollo de
CLACSO.
4 Desai, Meghnad (1992), “Population and Poverty in Africa” en African Development Review, vol. 4, no. 2,
African Development Bank, Diciembre.
5 UNICEF. Segunda Reunión sobre Infancia y Política Social, abril 1994.-
Las máscaras de los ocupantes ilegales, o la voluntad de ser otro”.
María Carman1

Introducción.
La intención de este trabajo consiste en recorrer brevemente ciertas máscaras -
pensadas en tanto estrategias simbólicas de representación- a las que recurren los
ocupantes ilegales del barrio del Abasto de la ciudad de Buenos Aires. Se trata de
algunos ocupantes que aún subsisten allí pese a los desalojos masivos que están
teniendo lugar en el barrio a partir de la reciente inauguración del shopping Abasto
de Buenos Aires, y con los que venimos trabajando desde hace siete años.
¿De qué modo procuran los ocupantes enmascarar su ilegitimidad, si la evi-
dencia física no sirve para componer un disfraz creíble? ¿Qué rostro nuevo compo-
nen, dentro de sus acotadas posibilidades, para abordar el porvenir? Hemos de ex-
poner aquí algunas máscaras que “fabrican” los ocupantes con los recursos que
tienen a mano para desplazar, siquiera discursivamente, el estigma y tender nuevos
puentes de reconocimiento social.

El “nuevo” Abasto y sus habitantes desplazados.


El fenómeno de las ocupaciones ilegales, que comienza a fines de la dictadura
militar y principios de la democracia -1983 en adelante- es contemporáneo a la
clausura del mercado de Abasto, acaecida en 1984. El despoblamiento de determi-
nados espacios, sumado al hecho de ser un barrio “de los márgenes” pese a su ubica-
ción céntrica; más el ablandamiento de las prácticas tras la caída de la dictadura;
son todas circunstancias que se combinaron de un modo singular para que determi-
nados sectores -recién llegados, ex inquilinos o antiguos expulsados de la ciudad-
“rompieran candado” en distintos rincones del Abasto; así como también en otros
lugares de la ciudad con características similares.
Entre las heterogéneas trayectorias de vida de los ocupantes que han habitado
o continúan habitando en el barrio del Abasto, encontramos un grupo prevaleciente
de personas que vino del interior del país -en particular de las provincias del Norte-
en busca de mejores oportunidades laborales. Se trataba de familias pobres que,
impulsadas por las crisis de sus respectivas provincias y la falta de oportunidades
laborales, recurrieron a las equívocas luces de la gran ciudad en procura de cierta
salvación de sus penurias económicas. Por otro lado, entre los ocupantes también
encontramos una franja minoritaria de sectores medios pauperizados -comúnmente
denominados “nuevos pobres”- que experimentaron en las últimas décadas proce-
sos de movilidad social descendente. Se trataba de personas de un capital cultural
llamativamente más rico que los recién mencionados, cuyo curriculum vitae de cla-
se media desembocó -por circunstancias adversas o escabrosas- en su condición de
ocupantes ilegales. Algunos de ellos vivieron anteriormente en casas de su propie-
dad o departamentos de alquiler.
Las profundas transformaciones que está implicando la reactivación del mer-
cado de Abasto y de otras manzanas aledañas, han desencadenado un gran número
de allanamientos, desalojos y demoliciones de casas tomadas en el barrio para la
construcción del hipermercado, edificios torre y restaurantes en las cuadras que
rodean al actual shopping.
Los ocupantes “omiten” o bien niegan parcialmente el presente actual del ba-
rrio donde viven, del mismo modo en que niegan su propio presente como ocupan-
tes. Tampoco reconocen a los ocupantes desalojados en estos últimos tiempos como
“uno de los nuestros”; por lo que sería erróneo considerar que en las circunstancias
extremas se acrecienta la concientización de los sectores populares2.
Actualmente se nos presentan grandes dificultades para seguir el trayecto de
las historias residenciales de los actores involucrados en la investigación; ya sea
porque los ocupantes aducen desconocer a sus vecinos o porque en otras oportuni-
dades -por ejemplo, cuando existe una relación afectiva- los que subsisten en el
espacio barrial suelen encubrir el verdadero destino del desalojado cuando éste vie-
ne emparentado a un “descenso” social respecto a la casa tomada3. A esto se suma
lo abruptos e impredecibles que resultaron dichos desalojos.
En el marco de la reciente inauguración del monumento a Carlos Gardel y de
la peatonal en la cortada homónima, se sumaron más desalojos a los moradores de
casas tomadas. Los ocupantes que aún subsisten en el barrio extreman su necesidad
de diferenciarse de los otros que quedan y de los que ya se han ido.
“...Un grupo de los de Agüero quisieron meterse en una casa de acá a la vuelta
y los sacaron enseguida. Todavía no entienden que para vivir hay que pagar lo pro-
pio, los impuestos...”
(Blanca, 34 años, ocupante4).
Ni siquiera en esta situación límite donde otros ocupantes son desalojados ellos
se sienten familiares, próximos a ellos. Podemos aseverar entonces que la ola masi-
va de desalojos no hace sino aumentar su fragmentación como grupo social y la
representación de que se encuentran “al margen”, por contraste a la estridente legi-
timidad que adquiere el shopping y por añadidura, el barrio todo.
Con la reapertura del mercado, se exacerba la ilegalidad y por lo tanto el
desprestigio de los ocupantes, que no hace sino provocar su “retirada” de los espa-
cios públicos y su reclusión en la intimidad. Este gesto refuerza la estrategia de
volverse, si fuera posible, invisibles a los ojos de los demás para resistir el desalojo.
Identidades contrariadas.
¿Soy yo ese nombre?
(Denise Riley, citada por Judith Butler)
La asunción del término ocupantes -al menos por parte de la sociedad- estaría
denotando una identidad común. No obstante, más que un significante estable que
apela a la aprobación de aquellas personas a quienes pretende describir y represen-
tar, el término “ocupantes” constituye un término problemático, un espacio de en-
frentamiento, una causa de ansiedad5.
La constitución de una identidad valorada parece resultar bastante ardua para
los ocupantes, ya que existe una gran brecha entre la autoatribución de identidad
(cómo los ocupantes se piensan a sí mismos) y la alter-atribución, en donde el tér-
mino ocupante ilegal viene tan asociado a una realidad casi palpable de “transgre-
sión” o “delincuencia”, que no parece posible rescatar ese término para conferirle
otro sentido, para rescatarlo de su uniacentualidad6.
Frente a un sistema de clasificación que inclina la balanza a favor de la eviden-
cia física, la salida posible de los ocupantes ilegales se vincula con la construcción
de una diferencia o la “invención” de otra fachada para aumentar su cotización
como grupo social. Esta lucha simbólica por imponer una determinada visión del
mundo -que se procesa en la vida cotidiana de estos sectores- está permanentemente
en función de la mirada del otro.
Los ocupantes buscan representar identidades más cotizadas socialmente que
la de “ser un intruso”; en pos de un determinado interlocutor que les imponen un
modo de ser asociado a la ilegalidad, ya sea el Estado, algunos medios de comunica-
ción, o los vecinos de clase media con los que comparten el espacio barrial en dis-
puta. A través de la puesta en práctica de este sentido del juego, los ocupantes
disputan un lugar social más favorable, mostrándose ante la sociedad con diferentes
caras de sí mismos.
Coincidimos con Hall (1995: 18) cuando sostiene que ninguna identidad sin-
gular -por ejemplo, la clase social- podría reunir todas las diversas identidades en
una sola. La identidad de “ocupante ilegal” se superpone y contradice con otras
identidades presentes en dicho grupo social: por ejemplo de enfermero, de urugua-
yo, de vecino del barrio, etc. Los ocupantes apelan a diversas atributos étnicos,
regionales, culturales para la invención de su propia identidad. Y desde cada una de
estas experiencias de la identidad se afirma o se niega una identidad de ocupante
diferenciada.

Las máscaras de los ocupantes y la voluntad de ser otro.


“Yo temo que el espejo muestre
el rostro verdadero de mi alma”
(Jorge Luis Borges: Historia de la noche).

En el marco de este trabajo, proponemos repensar dichas identidades a partir


de la figura de la máscara. Citamos al maravilloso trabajo de Bachelard (1993: 203-
217) sobre el tema:
“(...) La máscara aporta la seguridad de un rostro que se cierra. Se une, entre la
máscara inerte y el rostro vivo, la voluntad de disimulación, de ser alguien que no se
es. La disimulación es una categoría intermedia, una conducta oscilante entre los
dos polos de lo oculto y lo expuesto.
(...) La máscara es eminentemente activa: quiere que se le lleve, se ofrece como
un instrumento de disimulación. El sujeto, al mismo tiempo que la forma, la refor-
ma para que sea verdaderamente su máscara. El ser que busca el artificio, que se
disfraza, tiene la voluntad de, en lo sucesivo, tener otro rostro.
(...) La máscara nos ayuda, pues, a afrontar el porvenir. Si se fuerzan un poco
las relaciones de la figura y el rostro, si la máscara se integra, pareciera que la
máscara pudiera ser una decisión de una nueva vida.
La máscara es la voluntad (...) no sólo de comandar al propio rostro sino de
reformarse el rostro, de tener en lo sucesivo un nuevo rostro”.
Ahora bien, ¿qué pasa en el caso de los ocupantes, cuya pobreza tan expuesta
los exime de la capacidad del simulacro, del “lujo” de una máscara? Ellos constru-
yen discursivamente una identidad más cotizada apelando a una moral
exageradamente intachable, un pasado mítico, un futuro grandilocuente, una bio-
grafía de “pobre pero honrado”, una “raza” o nacionalidad digna e insuperable; un
trabajo esforzado como ninguno, un destino desmedidamente injusto...
En tanto la máscara es siempre incompleta, fragmentaria, inacabada, los ocu-
pantes acuden a las máscaras que pueden “fabricar” con los recursos que tienen a
mano. Son rostros hablados, rostros descriptos mediante la palabra. Sus máscaras
son, en todo caso, discursivas y no visuales. No es un travestismo que entra por los
ojos sino por la comprensión.
Pero en este caso no es posible, como diría Bachelard, liquidar de una sola vez
al ser que se esconde. Si para los ocupantes el presente conforma un hiato, un tiem-
po entre paréntesis, podríamos también argüir desde aquí la imposibilidad de los
ocupantes de construirse -metafóricamente hablando- una “máscara colectiva”, una
murga, un carnaval que los englobe en tanto grupo social.
Si, como bien señala Bachelard, la máscara acentúa en el presente una volun-
tad de impasibilidad, el artificio que dicha máscara pretende “hacer creer” estaría
vinculado con la idea de que el portador de esa máscara es alguien ahora, en el
presente. Esto es, precisamente, lo que consideramos arduo de construir en el caso
de los ocupantes: ellos difícilmente pueden crearse -y creerse, y mucho menos en-
tonces “hacer creer”- una identidad basada en el “aquí y ahora” del que reniegan. Si
el aquí y ahora les resulta intolerable para sí mismos (o en el más leve de los casos
impresentable para los demás del “afuera”), resulta imposible sacarle provecho a
esas condiciones de vida actuales para a partir de ellas, “reciclarlas” y formar, con
sus materiales, un disfraz más legítimo, o acorde a lo esperado socialmente.
Habrán de valerse, pues, de otras armas alejadas de la condición de ocupantes:
la profesión, la familia, la estirpe, el orgullo étnico, la ética... Por estos otros cami-
nos, pues, los conocidos como “ocupantes” se distancian de esa condición
estigmatizante y pobre en recursos, para re-construirse. Logran así tender nuevos
puentes de reconocimiento social, sacando a la luz facetas ignoradas y a veces insó-
litas de su propia biografía que puedan servir a ese fin.
Veamos por ejemplo el caso de Enzo que configura una suerte de arquetipo
detrás del cual se encolumnan otros afines.

Enzo, o el que nunca deja de ser extranjero.


Enzo es, antes que nada, uruguayo. Esto es lo primero que surge en su relato
desde el día en que nos conocimos, hace ya varios años. En las sucesivas entrevis-
tas, esta condición de extranjero -orgullo en sí mismo y a la vez escudo contra otros
estigmas que pesan sobre él- parece eclipsar toda otra definición posible de su pro-
pia identidad.
Enzo llegó por primera vez a Buenos Aires a “probar suerte” 15 años atrás: “la
primera vez me fue bastante bien, trabajaba en un restaurante y me alcanzaba para
pagar la pieza, comer, vestirme. Incluso íbamos al cine con otro flaco... Sí, la verdad
que me fue muy bien esa vez...”. Luego regresa en la época de la hiperinflación, en
1989, se queda sin trabajo y regresa a Uruguay. Finalmente vuelve a Buenos Aires
en 1991, esta vez con Sandra, su mujer, y sus 3 hijos. Inicialmente viven en la casa
de dos familiares que les prestan una pieza, hasta que un tío le cede parte de su pieza
en una casa tomada del Abasto, a una cuadra y media del mercado. Enzo, a su vez,
vuelve a subdividir esa pieza en un precario dúplex.
Pese a su proximidad con el mercado de Abasto y al hecho de habitar hace más
de un lustro en el barrio, Enzo desconoce de qué se trata ese gigantesco edificio.
Tampoco reconoce al barrio como “el Abasto” e ignora todo lo vinculado a su histo-
ria. ¿Realmente desconoce todo aquello o prefiere “inventarse” en pos de determi-
nados interlocutores una identidad de turista, de vecino de paso, de extranjero? Por-
que, si bien ya hace más de una década que dejó Uruguay y vive en Buenos Aires,
Enzo se sigue definiendo constantemente desde ese lugar de extranjero.
En este sentido, Penna demuestra de qué manera diferentes mecanismos -como
la construcción simbólica de la memoria, por ejemplo- pueden preservar como prin-
cipal referente para la autoatribución de identidad, una experiencia pasada. La auto-
ra presenta un interesante ejemplo de un nordestino que hace 30 años que vive en
Río y sin embargo se siente “más nordestino que nunca”7.
Enzo rechaza con vehemencia la identidad que le atribuyen de ocupante. Des-
conoce absolutamente a otros ocupantes, próximos o distantes, con los cuales no
entabla relación alguna8. También desestima cualquier tipo de práctica de «consor-
cio» con el resto de los habitantes de la casa, algunos de los cuales pretendían regu-
larizar el pago de los servicios para alquilar la casa a la municipalidad, verdadera
dueña de la casa.
Enzo refiere a los ocupantes como “ellos”, como una realidad ajena de la que
puede hablar con cierta distancia y objetividad. Cuando habla de los ocupantes,
alude a “ellos”, “todos” o saltea el sujeto usando directamente el verbo; rechaza
utilizar el rótulo de ocupante ilegal porque implicaría aceptar la equivalencia que
conlleva ese nombre con una determinada actitud o comportamiento: los ocupantes
son vagos, delincuentes, drogadictos, etc9.
Finalmente Enzo deja el Abasto para mudarse a Barrio Norte, la zona de más
prestigio de la Capital. Luego de vivir en aquella mínima pieza del Abasto durante 6
años, y tras probar los más diversos trabajos -todos ellos precarios y de baja remune-
ración- Enzo y Sandra venden la pieza que les había cedido originalmente su tío.
Con lo recaudado compran un Fiat 127 y viven junto a sus hijos dentro de él. Duran-
te el día estacionan el auto en Barrio Norte y piden limosna en la calle; hasta que
finalmente el auto se rompe y continúan viviendo en su interior.
A la historia de Enzo podrían sumárseles otros relatos de ocupantes ilegales
que, como él, no reconocen al mercado y ni siquiera al barrio como parte de “su”
lugar, por más que habiten allí desde hace más de una década. En parte porque
visualizan este espacio -la casa tomada y el barrio donde ésta se emplaza- como un
“accidente”, un lugar de paso; en parte porque otros actores locales o nacionales de
mayor capital económico, cultural y social los invisibilizan y les niegan todo vesti-
gio posible de reconocimiento social10.
No basta, entonces, con que Enzo se considere uruguayo por sobre todo: la
identidad que continúa prevaleciendo -al menos hacia el afuera y prescindiendo del
hecho de que él la asuma o no- es la de ocupante ilegal.
Y esto genera una gran contradicción, ya que nadie se reconoce en una identi-
dad negativa: “...las mismas nociones de diferenciación, comparación y de distin-
ción, inherentes [...] al concepto de identidad, implican lógicamente como corolario
la búsqueda de una valorización de sí mismo con respecto a los demás11«. Por lo
que los actores sociales, en resumen, necesitan cierta positividad en su adscripción
de identidad.
El problema en el caso de los ocupantes reside en que, para que esa distinción
funcione efectivamente como una identidad alternativa, debe lograr un reconoci-
miento intersubjetivo. Y en la medida en que las postulaciones de identidad que
esgrimen los ocupantes -individual, familiar o en el seno de una casa, a lo sumo- no
obtienen el suficiente reconocimiento social, tampoco logran alzarse como una iden-
tidad alternativa.
Más bien lo que prevalece en los ocupantes es lo que Giménez conceptualiza
como una “identidad etiquetada”: el actor se autoidentifica en forma autónoma aun-
que su diversidad ha sido fijada por otros.
¿Puede solamente la alteratribución de identidad, por más poderosa que esta
sea, ser un elemento suficiente para definir la identidad de un grupo social? Esta
postura es objetable al menos en dos sentidos. Por un lado: ¿Se pueden “aglutinar”
identidades tan disímiles, de orígenes y discursos tan diversos bajo la categoría de
ocupante ilegal? Y por otro: ¿Es posible hablar de una identidad social de ocupantes
ilegales si ellos mismos tampoco se atribuyen esa identidad?
Si bien para el resto de la sociedad la identidad de ocupante ilegal conforma un
hecho objetivo y fundante, para la propia percepción del ocupante esta no se trans-
forma -por el mero etiquetamiento externo- en el rasgo prioritario de su identidad.
¿No está en juego además, en esta alter-atribución de identidad, el ejercicio de un
estigma?
Estos actores pretenden, decíamos, que esta identidad unánime y
homogeneizante de ocupante ilegal no anule su pluralidad de pertenencias; plurali-
dad que como bien sostiene Giménez (1987: 6) no eclipsa la identidad sino que la
define y la constituye. A través de estas otras pertenencias -y no por el mero hecho
de “ser” ocupantes- ellos constituyen sus puntos de vista. Las representaciones so-
ciales también definen la identidad y la especificidad de los grupos: “Ellas tienen
[...] por función situar a los individuos y a los grupos en el campo social [...] permi-
tiendo de este modo la elaboración de una identidad social y personal gratificante12«
.
Epílogo.
Lo expuesto hasta aquí tampoco ha de derivar automáticamente en la conclu-
sión de que los ocupantes constituyen un mero agregado de individuos, en tanto la
identidad postulada se corresponde más a un etiquetamiento externo que a una ads-
cripción personal. Aunque suene paradojal, uno de los rasgos predominantes que
comparten estos actores es, precisamente, esa alteratribución de identidad fuerte-
mente estigmatizante -desde el punto de vista simbólico- que se materializa en cons-
tantes amenazas de desalojo, desalojos efectivos y allanamientos. Y por supuesto,
los ocupantes también han compartido un mismo espacio físico -aunque renieguen
de él- y cierto empalme en sus historias residenciales y laborales. El espacio barrial
y determinadas redes asociadas a éste como la Iglesia, el centro de salud y la escuela
también constituyeron elementos comunes de su vida cotidiana.
No obstante, como diría Bourdieu (1990: 285), la reunión entre los más próxi-
mos nunca es necesaria y fatal. Esta coincidencia de trayectos no implica per se que
los ocupantes se reconozcan en estos supuestos símbolos afines, ni tampoco que sus
historias trasunten en una memoria compartida. Muy por el contrario, existen diver-
sas apropiaciones o relecturas de la historia en pos de las estrategias que cada uno
de los ocupantes pone en juego; y es en aquella dirección en que seguiremos traba-
jando tanto retrospectivamente –a partir de todo el material de campo recolectado
estos años- como con los ocupantes que todavía sobreviven en el mítico barrio de
Gardel.

Bibliografía.
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1993 [1970]. El derecho de soñar. Fondo de cultura económica. Buenos Aires.
BOURDIEU, Pierre.
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Feminism and the Subversion of Identity. (New York, Routledge, 1990). Traduc-
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1996. “Estrategias de reproducción de los sectores populares: el caso de los inquilinatos
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1989. Participación popular y vida cotidiana. Ponencia presentada en el
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1992. O que faz ser nordestino. Identidades Sociais, intereses e o “escandalo” Erundina.
Cortez Editora. Brazil.
ROBIN, Régine.
1996. Identidad, memoria y relato. La imposible narración de sí mismo. Oficina de
Publicaciones Ciclo Básico Común. Universidad de Buenos Aires.

1 Becaria de investigación CONICET. Docente de Antropología en la Facultad de Ciencias Sociales de la


Universidad de Buenos Aires. Inserta en el Instituto de Investigaciones Gino Germani y en el Programa de
Antropología de la Cultura del Instituto de Ciencias Antropológicas de la Facultad de Filosofía y Letras
(UBA). Tel: (011) 4-761-7550. Rosetti 536 (1602) Florida. Provincia de Buenos Aires.
mariacarman@sinectis.com.ar
2 Coraggio enuncia una hipótesis -discutible por cierto- respecto de esta delicada cuestión. El autor afirma que
la vida cotidiana “miserable” -según su expresión- de los sectores populares encierra una contradicción. Uno
podría pensar, a primera vista, que esa miserabilidad podría llevar a estos sectores a participar en movimientos
colectivos. Por el contrario, dice Coraggio, la cotidiana miseria se traduce en una necesidad de soluciones
rápidas que obstaculiza una mayor participación (Cfr. Coraggio, J.L.; 1989: 227-230).
3 Este es el caso, por ejemplo, del tío de Enzo, uno de nuestros entrevistados: el tío alega que Enzo se fue a
vivir a provincia mientras en realidad luego nos enteramos de que está viviendo dentro de un auto abandonado.
Los cartoneros amigos de Mónica nos cuentan, del mismo modo, que ella se mudó a una “casa” en un barrio
más prestigioso; lo cual resulta difícil de creer en sus condiciones de estar sin trabajo, sola y con hijos chicos a
cuestas.
4 Los nombres de los ocupantes ilegales entrevistados fueron deliberadamente cambiados y sus direcciones
omitidas, por respeto a las condiciones de anonimato que impusieron en algunas circunstancias nuestros
interlocutores, y que hicimos extensivas al resto.
5 Este primer párrafo está extrapolado del trabajo de Judith Butler acerca de la categoría “mujeres”, en el
primer capítulo (“Subjects of Sex/Gender/Desire”) de su libro Gender Trouble. Feminism and the Subversion
of Identity. (New York, Routledge, 1990). Traducción: Adolfo Campoy Cubillo. Publicado en Feminaria No.
19, junio 1997.
6 Al respecto cfr. Penna, M. 1992, cap. 2.
7 Penna, M.; 1992: capítulo 2. Ver otros ejemplos similares en Giménez, G.; 1987 y Robin, R.; 1996.
8 Incluso años atrás, en pleno desalojo de las bodegas Giol, ignoraban quiénes eran, pese a que se los podría
catalogar como los ocupantes más célebres que tuvo la ciudad desde que la problemática de las ocupaciones
ilegales adquirió cierta difusión.
9 Para un análisis más detallado al respecto ver Carman, M.; 1996: 98-127.
10 Las débiles líneas de visibilidad que “dibujan” los ocupantes en los entramados barriales mencionados han
de leerse, entre otras cuestiones, en relación las políticas gubernamentales que los incumben u omiten; su
contexto de residencia, y en relación a los demás actores sociales relevantes de dicho escenario urbano.
G. Deleuze trabaja el vínculo existente entre las líneas de visibilidad y enunciación en un determinado
momento histórico. Las líneas de visibilidad se relacionan con las cosas que se hacen visibles, y cómo se
disponen tales elementos en un determinado dispositivo. Según el autor, hay distribuciones variables entre lo
visible y lo enunciable: ante todo heterogéneas, la fuerza o vulnerabilidad de estas líneas es cambiante. (Cfr.
Deleuze, G.; 1987: 75-80).
11 Lipiansky, 1992: 41; citado por Giménez, G.; 1987: 16.
12 Mugny y Carugati, 1985: 183; citado por Giménez, G.; 1987: 8.
Título: “Nuevas migraciones. Inserción cultural de la mujer migrante. Caso
comparativo entre mujeres peruanas y coreanas”
Lic. Denis, Marcela *
Lic. Mera, Carolina, **

Desde una perspectiva interdisciplinaria de trabajo cualitativo, analizamos


las transformaciones del rol de la mujer migrante a causa del proceso de desplaza-
miento, y las características que adquiere su instalación.
Trabajamos comparativamente la inserción de dos de las nuevas corrientes
migratorias en la ciudad de Buenos Aires: la comunidad coreana y peruana.
En ambas poblaciones la familia es la unidad básica de la cultura. Esta es la
responsable de la reproducción de los individuos y de la socialización de estos de
acuerdo a los valores de dicha cultura. De esta manera, la forma en que cada socie-
dad organiza sus relaciones familiares, y el lugar que le otorga a cada uno de sus
miembros nos brinda elementos para comprender la lógica de sus comportamien-
tos. Principalmente con respecto a las variables que intervienen en el proceso mi-
gratorio: razones de emigración, razones de elección de un nuevo país, edad de los
miembros de la familia migrante, lengua, religión, valores morales, educación, tra-
bajo.
A partir del análisis de la familia, y en nuestro caso del rol de la mujer, accede-
mos a conceptos cognitivos que nos permiten entrar al mundo ideológico de estos
pobladores, y a la lectura de los comportamientos y costumbres que se transmites de
generación en generación a pesar de la migración. Esto permite una mejor aproxi-
mación a la comprensión de la complejidad del movimiento migratorio en cuestión.
Tomamos las colectividades peruana y coreana principalmente por dos moti-
vos. En primer lugar, porque son grupos migrantes relativamente nuevos y que pre-
sentan un alto grado de visibilidad y presencia en los medios de comunicación loca-
les. En segundo lugar, porque tanto la mujer peruana como la coreana juegan un rol
predominante en sus colectividades.
En el caso de las peruanas, se puede observar a partir de estudios ya realizados
y por los registros de entrada al país por tierra y aire, que aproximadamente un 80%
de esta población migratoria es femenina. En el caso de la población proveniente
de Corea del Sur, se trata de una corriente de migración familiar donde la mujer
adquiere un rol muy importante en todos los ámbitos de la vida social que condicio-
na de manera muy particular la inserción del grupo en el nuevo contexto.

Mujer Peruana
Esta parte del trabajo que se relaciona con la migración peruana es resultado
de una investigación independiente, que parte de una cantidad de entrevistas que
facilitaron la conclusión con muchos datos recogidos y la participación durante este
tiempo en la Mesa de ayuda al inmigrante. Esto ha dado la posibilidad de observa-
ción de las características de esta población. De esta manera se constata que las
mujeres son la cara visible y la mayoría numérica, que llevan a feminizar esta mi-
gración, en contraste con las migraciones de fines de siglo XIX y principios del XX.
La expulsión constante de su población encuentra una razón en el Perú actual,
la situación socioeconómica que está atravesando como en el resto de Latinoamérica
lo que aclara y hace más que justificada la búsqueda de mejores situaciones de vida,
la crisis de los ‘80 hizo que muchas mujeres pasaran a ser el principal o único
proveedor económico de sus hogares. Sin duda, que las consecuencias de este cam-
bio notable de los roles tradicionales repercuten en toda la familia, pero se sienten
con todo su peso sobre las madres. Cabe entonces, de acuerdo a la visibilidad que
surge de las entrevistas y los datos recogidos, considerar a las mujeres depositarias
de la tradición y de toda la cultura peruana, lanzadas a esta empresa de la migración.
El móvil y motivo más importante que decide la partida de su país es la búsqueda de
mejoramiento de su situación económica. El trabajo que resuelve y en el que son
requeridas en nuestro país y especialmente en el contexto capitalino que es donde se
da la mayor concentración, es el servicio doméstico.
A la hora de decidir trasladarse lo podrían hacer en forma asociativa o autóno-
ma, esto está ligado a las oportunidades que ofrece el mercado laboral. Si la mujer
se traslada con toda la familia, generalmente deja de ser una decisión individual, es
decir que todo ha sido compartido, allí se convierte en una migración asociativa , si
es en el caso de la peruana su traslado es individual o autónoma, deja a su familia, y
posteriormente en el lugar de destino se establecen allí y comienzan las redes
asociativas (Devoto, F: 1989).
Si bien el trabajo del servicio doméstico no es la mejor ocupación que logran
dentro del mercado urbano, inicialmente representa una cierta protección, pues vi-
ven con una familia, en lugar de manejarse solas en la ciudad, luchando en un entor-
no frío e impersonal. Las mujeres que ingresan al país en los años ‘93,’94, ‘95 se
hallan comprendidas en los grupos de edad entre los 20 y los 35 años. Desde el
punto de vista de la migrante individual, el servicio doméstico es un modo de adap-
tación a la nueva vida emprendida, y al mercado de trabajo urbano que si bien no
goza de prestigio social, considerando los resultados de las entrevistas, las migrantes
peruanas son las que mayor calificación y nivel de educación tienen, si las compara-
mos con las trabajadoras de origen extranjero. Tanto es así, que el personal paragua-
yo ha sufrido un desplazamiento por parte de las mujeres peruanas.
El segmento etario reviste una relativa importancia, pues las chicas que se
trasladan con hijos aunque solas, o dejan a los suyos en su país, suelen ser factores
de decisión de retorno.
La falta de adaptación a los medios escolares, sobretodo por la discriminación
sufrida en la escuela entre los niños o con los mismos docentes, hace decidir el
regreso de sus madres, por último, cuando sus mamás trabajan muchas veces que-
dan solos, esta situación hace de estos niños criaturas muy calladas sin mejor posi-
bilidad de comunicación, por lo tanto dejan de concurrir a las escuelas, sin recibir
ninguna preparación expuestos a la soledad acentuando su incomunicación.
El medio de vida es muchas veces promiscuo, donde se suelen experimentar
frecuentes hechos de violencia que el Área Programática del Hospital Ramos Mejía
atiende mayoritariamente. Si tenemos en cuenta que el lugar donde viven es la zona
de influencia del mismo, la parte negativa que se registra a través de los conflictos
étnicos y la profunda estigmatización, nos proporciona información que permite
desmitificar ciertas creencias que alimentan posiciones xenófobas y discriminatorias
que genera una identificación del “villero” al “peruano”. Es la población que cons-
tituye los habitantes de las casas tomadas y pensiones de zonas en algunos casos
marginales y en otro la población peruana se sitúa en el barrio del abasto Constitu-
ción, en situaciones muy extremas siempre son el centro de culpa de carencias sufri-
das por los nativos en lo concerniente al aspecto económico y social.
Un trabajo realizado por el INDEC y conducido por la Lic. A. Maguid que
observa los cambios operados en el mercado de Argentina y en especial el Area
Metropolitana, nos proporciona una certera información que permite además
desmitificar ciertas creencias que alimentan esas posiciones xenófobas y
discriminatorias de las que hemos hablado. El mismo toma la inserción de la mujer
en el mercado de trabajo la que debe compatibilizar tanto sus roles reproductivos
como productivos, y en el caso de su traslado se convierten en este modo en jefas de
familia, lo hayan hecho solas o con sus niños. La mujer en el Perú comparte los
mismos puestos de trabajo que el hombre, pero al emigrar generalmente se desem-
peña en tareas de menor calificación, todos los entrevistados suelen estar más con-
formes aquí por sus salarios, que les permite a las mujeres enviar pequeñas remesas
de dinero a sus familias, que allí representa una ayuda para los objetivos buscados al
llegar a destino.
Es importante el rol de la Iglesia cumpliendo su papel socializador, ciertas
prácticas culturales religiosas, como la Fiesta y Procesión del Señor de los Mila-
gros, donde se reproduce en menor escala la importancia que la misma tiene en la
Ciudad de Lima, allí convoca a casi un millón de fieles, mientras que en la Capital
el año pasado se pudieron contabilizar un total de casi 40.000 personas donde el
70% eran mujeres, una percepción de la feminización de esta migración.
Cambios en la mujer coreana a partir del proceso migratorio
Para comprender la organización de la familia coreana y por lo tanto el lugar
que tiene la mujer debemos caracterizar brevemente los trazos ideológicos más im-
portantes del pensamiento tradicional de Corea. Su originalidad reside en la integra-
ción de diferentes ideologías (chamanismo, budismo, confucianismo,
neoconfucianismo, taoísmo y más tarde el cristianismo), que se cristalizan en una
suerte de sincretismo que marca el rol de los individuos en la sociedad. Sin embar-
go, son el confucianismo y el budismo los que más marcaron, a lo largo de la histo-
ria de Corea, el lugar de la mujer en la sociedad y en la familia.
Confucianismo: el respeto a las jerarquías, empeño por el trabajo, el gusto por
los ritos y el protocolo, la piedad familiar rigurosa y el respeto supremo a los letra-
dos están representados principalmente en el amor/piedad familiar y el culto a los
ancestros. Este sistema de creencias se basa en relaciones establecidas
jerárquicamente. Dentro del modelo familiar confuciano, los roles están bien deli-
mitados: el hombre manda. La mujer obedece a su marido, pero también sirve devo-
tamente a su familia política en todos los rituales y quehaceres domésticos.
También el budismo condiciona de manera muy particular el lugar de la mu-
jer en la sociedad coreana. Las preceptos budistas tienden por sobre todas las cosas
al desprendimiento absoluto de todo lo material y terreno. En este sistema de pensa-
miento, la mujer representa una razón más de compromiso y atadura a este mundo y
son la posibilidad misma de reproducción de esta baja existencia, por lo cual serán
puestas en una posición de inferioridad y dominación del hombre.
Constatamos la complementariedad histórica de estos dos modelos ideológi-
cos: los preceptos confucianos imponen el sometimiento de la mujer y el pensa-
miento budista la relega al lugar más marginal de las relaciones sociales.
El modelo tradicional de familia se sostiene sobre la figura del padre como
jefe absoluto respetado y venerado junto a los ancestros. La mujer se encuentra en
una situación de subordinación e inferioridad con respecto al hombre y a la familia
de éste. El hijo mayor, el primogénito, como continuador de la línea familiar y
encargado de cuidar de sus padres en la vejez, adquiere una gran importancia. Las
hijas mujeres están destinadas a dejar su familia natal para entrar en la familia del
hombre y es recién con el nacimiento del primer hijo varón que ella será respetada
verdaderamente por los miembros del nuevo hogar. La mujer se encuentra en situa-
ción de inferioridad ante el marido y la familia de este. Ella debe obedecer a sus
padres políticos y servirles obedientemente en todas las actividades domésticas.
En el proceso migratorio este esquema de relaciones sociales se presenta fun-
cional para la inserción del grupo y el éxito del proyecto migratorio.
Si bien en Argentina la situación de la mujer se modifica, sobre todo gracias a
los cambios que introducen las generaciones jóvenes, la aceptación de este modelo
de mujer sumisa, sigue presente en la organización del grupo. Por esta razón, para
los casamientos, cuando la mujer no pertenece a la colectividad tendrá la oposición
de todo el grupo familiar y social próximo, si ella pertenece al grupo étnico-cultural,
entonces se evalúa el grado de compromiso que mantiene con la cultura de los ma-
yores.
En Argentina ella ocupa un lugar muy importante, principalmente en el área
del trabajo familiar. Esto modifica su posición en las relaciones de poder de la fami-
lia, pero, a pesar de estos cambios, continúa en un lugar de subordinación frente al
hombre.
En la Corea tradicional es impensable que una mujer casada trabaje. “La ima-
gen que se hacen del hombre está asociada al trabajo, a los esfuerzos, a la progre-
sión del saber, al ascenso social, mientras que el estereotipo de la mujer está asocia-
do a su lugar en la tradición, en la educación, a su protección por amor y ternura.”
(Nataly Luca, 1994) Tradicionalmente, la mujer coreana vivía con sus padres hasta
el casamiento, mientras tanto, se preparaba para ser esposa y madre. Una vez casada
ella hacía su vida en torno a su marido y a sus hijos.
En Argentina se acelera el proceso de transformación. En la vida cotidiana la
mujer comienza a comportarse de diferente manera. Trabaja desde el primer día, a
la par del hombre, en el negocio o en el taller. Es corriente ver en los negocios
coreanos a las mujeres en las cajas, en general es ella quien administra el dinero de
la familia, aunque las decisiones siguen siendo tomadas por el hombre.
Observamos que los roles de los miembros de la familia tradicional confuciana
cambian, pero que se mantiene el esquema de dominación de la mujer. Por ejemplo,
en Corea la división es tajante entre el campo público y laboral monopolizado por el
hombre y lo privado, la casa, y la cocina, responsabilidad de la mujer. En Argentina
esta participa del ámbito del trabajo fuera de la casa y toma mayores responsabilida-
des en el negocio familiar. Sin embargo, sigue ocupándose enteramente de las ta-
reas del hogar y de la educación de los hijos. Recordemos que para el modelo
confuciano la cocina es un lugar impuro y es un lugar prohibido para el hombre.
Este hecho está aún muy enraizado en la mentalidad y comportamientos de los
inmigrantes, por lo que no es fácil su transformación. Las mujeres migrantes naci-
das en Corea, ni siquiera ven el hecho de que su marido no participe de las tareas
domésticas, como un reproche o una falta. Esta situación no es considerada una
injusticia ya que no se cuestiona el principio por el cual la cocina es un dominio
exclusivamente femenino. La presencia del hombre en la cocina implicaría la pérdi-
da de honor de toda la familia. De esta manera, la mujer reproduce el esquema de
división de tareas, y se les exige a las más jóvenes que colaboren en las mismas,
nunca a los hijos varones. En algunos casos, son las abuelas quienes realizan las
tareas domésticas si la madre no pudiera hacerlo a causa del trabajo fuera de la casa.
Pero siempre será una figura femenina la que ocupa dicho rol. Vemos entonces la
transformación de roles en un sentido unilateral, la mujer sale a la calle pero el
hombre no entra a la cocina, esto termina en una situación de sobrecarga de trabajo
para la mujer. En síntesis, con el aumento del trabajo fuera del hogar, no disminuyen
las tareas domésticas ni aumenta la ayuda externa con la misma intensidad. Cabe
aclarar que hablamos de una comida muy elaborada que requiere horas de prepara-
ción cada vez.
Otro cambio que podemos observar en los roles de los miembros de la familia
al llegar a Buenos Aires concierne a la toma de decisiones. Históricamente la mujer
coreana estaba relegada de la toma de decisiones, incluso acerca del futuro y educa-
ción de sus hijos. Era el hombre “Jefe Familia” la única autoridad indiscutida. Apa-
rentemente este modelo se mantiene en nuestro país. Sin embargo, en la mayoría de
las entrevistas realizadas, esta aseveración se acompaña de una aclaración de ex-
cepción «en mi caso es distinto...». La constante situación de excepción se manifies-
ta en la mayoría de los casos como regularidad, presentándose en tanto regla y no
como caso especial. Este dato nos lleva a pensar nuevamente en la figura simbólica
del Jefe de Familia que exige respeto al poder que le confiere su lugar en la escala
jerárquica del grupo, poder que en la cotidianeidad es manejado de diferente mane-
ra. Diremos que el modelo de figura del padre tradicional confuciano solo se man-
tiene en el orden simbólico.
A partir del momento en que la mujer empieza a trabajar, adquiere un lugar y
una voz diferente en la familia, y es el marido quien debe ceder su espacio. Aunque
el hombre no pierde el control y poder de decisión, debe habituarse a compartir y
discutir las actividades económicas de la familia con su mujer. Esto genera un espa-
cio de discusión y diálogo entre los cónyuges que genera muchas situaciones con-
flictivas.
Podemos afirmar que el sistema y organización familiar que los migrantes
coreanos traen de su país de origen, posibilita una buena inserción en el nuevo con-
texto ya que les permite el establecimiento de sus propios negocios y a partir de
interminables jornadas de trabajo, alcanzan el ahorro necesario para crecer mate-
rialmente. Es un sacrificio que hace toda la familia, pero es en la figura de la mujer
donde reposa la clave del éxito del grupo familiar. El modelo de familia centrado en
el padre Jefe de Familia, más que en la relación igualitaria de los cónyuges, donde la
mujer contribuye como sostén económico de la familia, sin abandonar sus tareas
domésticas, de cuidado y educación de los hijos, garantiza el éxito material, a la vez
que agudiza los conflictos al interior de la familia.
Por otro lado, la organización del grupo migrante en torno a las asociaciones
étnico-culturales contribuye a la autonomía del mismo. Por esta razón constatamos
que de los miembros de la familia sólo los jóvenes mantienen relaciones próximas
con otros grupos extracomunitarios. En el caso de los adultos, estos contactos solo
se llevan a cabo por razones comerciales.
Con respecto al contacto y a las relaciones que se mantienen con el país de
origen, constatamos que en la última década, con el avance tecnológico y el abara-
tamiento de los viajes, se multiplican los viajes hacia Corea con el fin de visitar a los
familiares y amigos que dejaron allá. Pero, como es una migración netamente fami-
liar, que muchas veces incluye también a abuelos y tíos, pueden pasar muchos años
sin visitar su país. Los que vinieron en los 60 y 70 no solo no visitaron Corea hasta
ya entrados los 80, sino que tampoco enviaban a sus hijos a conocer ni a visitar
parientes que hubieran dejado allá. Los que llegan a partir del 84, en cambio, visitan
Corea regularmente y envían a los hijos de visita o a estudiar con mayor frecuencia
que los otros.

Conclusiones
En el caso de las inmigrantes peruanas, por el hecho de venir solas, deben
trabajar en relación de dependencia, en su gran mayoría en el servicio domestico.
No tienen una estructura familiar y comunitaria, como en el caso de los coreanos,
que le posibilite un desarrollo económico próspero.
Por esta razón, estas mujeres no experimentan un proceso de movilidad social
exitoso como en el caso de las familias coreanas, fundamentalmente por el hecho de
que se trasladan solas, y entonces no tienen las condiciones materiales favorables
para hacerlo. En cambio, la población coreana cuenta con un pequeño capital ini-
cial de inversión, con préstamos comunitarios, y fundamentalmente con la mano de
obra familiar. Las mujeres peruanas tampoco tienen las condiciones temporales ne-
cesarias para desarrollar otras actividades, ya que el trabajo doméstico insume la
mayor parte de su tiempo a cambio del salario mensual que envían a los familiares
que quedaron en el Perú. Estas mujeres tienen al momento de migrar un nivel de
instrucción terciario o superior, y que algunas de ellas continúan sus estudios uni-
versitarios en nuestro país, a pesar del poco tiempo que les queda fuera del trabajo.
En el caso de la mujer coreana, el proyecto migratorio se ve envuelto en el modelo
de familia ya descripto, por lo que la mujer no resigna su lugar o carrera profesional
sino que se sacrifica en nombre de su familia y por el futuro de sus hijos.
Por otro lado, el cambio en el rol de la mujer coreana se visualiza como la
principal fuente de conflicto al interior del grupo familiar. El trabajar fuera de la
casa, en el negocio familiar es una necesidad que produce nuevas condiciones en las
relaciones sociales del grupo. La mujer trabaja, maneja dinero, adquiere competen-
cias que antes no poseía, sobre todo en el espacio público, y esto la lleva a posicionarse
frente a su marido de otra manera. Este cuestionamiento de la autoridad del hombre
puede tener, a largo plazo y en la medida que la mujer profundice su independencia,
ciertas consecuencias sobre el crecimiento económico familiar ya logrado.
Por otro lado, en el caso de la mujer peruana, observamos que el venir solas no
fomenta el arraigo en el nuevo contexto, sino que lo viven de una forma transitoria.
Si bien el número global de migrantes peruanos se mantiene estable, hay una reno-
vación constante.
A través del trabajo de estas dos nuevas corrientes migratorias con caracterís-
ticas culturales tan distantes unas de otras, queremos señalar la necesidad de estu-
diar el fenómeno migratorio como un proceso múltiple y complejo. Para entender
las estrategias de inserción de cada comunidad en nuestro país, es importante antes
que nada, comprender los valores culturales que estas poblaciones traen de sus lu-
gares de origen. Es lo que creemos constatar en la presente comunicación.
Como pudimos observar en la exposición de los datos obtenidos, el proceso de
inserción de ambos grupos presenta importantes diferencias en cuanto a las estrate-
gias que se utilizan en Argentina, diferencias que responden, principalmente, a las
características culturales de origen que motivan y orientan el comportamiento de
estas personas.
Por otro lado, ambas poblaciones padecen discriminaciones de parte de los
argentinos, por el hecho de pertenecer a minorías, que son construidas como “ex-
tranjeras” a partir de rasgos considerados por la población local como negativos.
Desde el discurso hegemónico ambos grupos forman parte de las poblaciones mar-
ginales que serán construidas negativamente. De esta manera, los peruanos le sacan
el trabajo a los argentinos, los coreanos no pagan impuestos y explotan a trabajado-
res ilegales, pero, más allá de la veracidad o no de estas afirmaciones del sentido
común, lo que nos interesa es visualizar, también, el mecanismo por el cual los
grupos migrantes son todos categorizados como un otro negativo. Este mecanismo
contribuye a ocultar las verdaderas causas de las crisis que afronta nuestro país y
Latinoamérica. Es más fácil culpabilizar a los inmigrantes, que reconocer las limi-
taciones e injusticias de las políticas de gobierno de estas últimas décadas.
Se instaura así, resultado de varias décadas, el Nuevo Orden Mundial, mientras
los capitales siguen sus rutas y se movilizan millones de trabajadores, nos encontra-
mos con “extranjeros en el mundo sin fronteras” padeciendo persecución xenófoba,
prevaricación laboral, pérdida de identidad cultural, represión policial, hambre y
cárcel.
La marginación económica y social de unos, es la condenación socio cultural
de los otros. Así, los coreanos, que lograron un rápido éxito en el proceso de inser-
ción económica y educativa, serán desvalorizados por las características culturales
de origen.

* UBA, Centro de Estudios Avanzados


** UBA, Fac. Ciencias Sociales, Instituto Gino Germani

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AQUEL.... “SUCEDIÓ EN TABLADA”...
“EL ALUVIÓN ZOOLÓGICO”... “ERA EL SUBSUELO DE LA PATRIA
SUBLEVADO”.
Silvia Gergolet.

La elección del tema y el acercamiento al barrio Tablada se debió a que vivo en


él desde el año 1979. En 1990 comencé a participar de la Asociación Vecinal y por
ese entonces se acercó un alumno de historia que quería investigar la historia de la
Biblioteca “Constancio C.Vigil”. Comencé a interesarme en las historias que conta-
ban los vecinos del barrio y lo acompañé en muchas entrevistas. A partir de lo que
iba surgiendo, decidí transformarlo en tema para mi Tesis de Grado de la Licencia-
tura en Antropología que fuera dirigida por la Lic en Antropología Silvia Bianchi,
Docente Titular, de la escuela de Antropología de la Facultad de Humanidades y
Artes de la Universidad Nacional de Rosario.
Cuando realizo mi primera entrevista, le explico a este señor que quería cono-
cer la historia del barrio, entonces me responde: “.- esto no es historia nena, es la
realidad, es la vida...”. Volví a mi casa pensando en lo que este señor me había
trasmitido...era la historia sí, pero no del barrio como algo estático, sino de su
protagonismo, de su dinamismo, que encerraba sus logros, sus sueños, sus esperan-
zas, sus amores, sus hijos, sus proyectos futuros, una vida solidaria y compartida.
Tablada es una barriada ubicada en la zona sur de Rosario. Su límite norte es el
Boulevar 27 de febrero. Al este el Río Paraná, al oeste San Martín y al Sur, es un
límite móvil que se desplazaba a medida que lo hacía el Matadero Municipal.
Al tratar de situar a Tablada dentro del espacio urbano, investigué el tema de
los límites. Los mismos respondían a las lógicas de construcción de estos sujetos.
No delimitaban “espacios geográficos”, establecidos por los catastros u ordenanzas
municipales, sino por el “sentido de pertenencia” que expresaban los entrevistados,
respecto a lugares compartidos con otras personas conocidas, al sector de la zona
por donde se movilizaban para ir al trabajo, o con su barra, o al club barrial al que
pertenecían. Al plantear los límites, fuimos recuperando esos espacios que ellos
construían desde su propia historia, desde esos lugares demarcados por los propios
sentimientos que se generaban al pertenecer a Tablada.
La denominación de Tablada, tiene un origen popular. La gente lo bautizó así,
por los corrales de tablas que se encontraban en diferentes lugares del barrio, donde
se encerraban los animales que iban a ser sacrificados en el matadero.
La primera referencia que se tiene del lugar, con datos corroborables a través
de fuentes escritas, se remonta a la época colonial. La Posta del Rosario de los
Arroyos o Posta de Aguirre, debido a que sus dos últimos posteros se apellidaban
Aguirre, cuyos descendientes viven en la “República de la Sexta”, barrio aledaño a
Tablada, los cuales conservan un importante material sobre los litigios por la tenen-
cia de las tierras ocupadas por esta posta de correo, que fuera creada en 1774 por las
Autoridades Reales españolas.
Un siglo más tarde, en 1884 se licita la construcción del matadero público, y
por esa época se decide por decreto municipal, la funciones que cada sector de la
ciudad cumpliría. A la zona sur se le asigna la de albergar los “servicios contami-
nantes”: asilos, matadero, frigorífico, basural, fábricas de plomo, curtiembres.
El proyecto de la “Generación del Ochenta” monta el escenario del modelo
agroexportador en Tablada. Podemos rastrear sus principales variables constitutivas
a lo largo de la barriada. Puerto, ferrocarriles, frigoríficos, etc. Los habitantes del
barrio fueron los “protagonistas”, empleados y obreros.
Con la instalación de las líneas ferroviarias a fines del siglo XIX y comienzos
del XX, por su cercanía al puerto, de las siete compañías que atraviezan la ciudad,
cinco lo hacen por el barrio Tablada. Lo cercan, estableciendo un “adentro y afuera”
de este barrio creando una zona marginal mucho antes de que el barrio se confor-
mara como tal.
Con la instalación del matadero comienzan a trabajar gente del lugar, criollos,
“gauchos” como ellos se autodenominan y refuerzan actualmente esta identidad
con su estilo de vida, su vestimenta, sus tradiciones de apego a lo rural. Sus casas
son verdaderos museos temáticos donde podemos encontrar muchísimos elementos
relacionado con su vida sobre el caballo ( monturas, cabestros, estribos, aperos,
rebenques y fustas, facones, cuchillos y rastras. Sus paredes están cubiertas de fotos
de carreras cuadreras, de sortija, domadas.
Fue sorprendente encontrar actualmente, gente con costumbres rurales en un
barrio semicéntrico de Rosario.
Los primeros trabajadores del matadero, vivían en el sector comprendido entre
27 y el Saladillo, que era casi todo campo hasta mediado de este siglo. Desde San
Martín hacia el río, la gente recuerda el tiempo en que se divisaba a los trabajadores
del matadero arrear hacienda a caballo y que eso era descampado. Este matadero en
1930 fue trasladado 15 cuadras más al sur a un nuevo edificio y predio y con ello
arrasta y amplía los límites y la identidad de Tablada.
Con el tiempo comienza a llegar gente del Litoral y se va a formar un casería
aledaño al matadero, que al seguir llegando gente; se va a ir ampliando hasta con-
formar este barrio.
Hacia fines del siglo XIX comienzan a llegar los inmigrantes europeos, italia-
nos, españoles y muchos árabes. Estos últimos dedicados a los boliches y tiendas, en
cambio los españoles en su mayoría, almaceneros y los italianos, algunos formaron
pequeñas empresas familiares relacionadas en su mayoría a la matanza y los más
pobres trabajan en relación de dependencia en el puerto, en el ferrocarril, en el
matadero, también los había independientes; sobre todo albañiles.
Se crearon innumerables negocios dedicados a los derivados de la carne.
Triperías, furlones, fábricas de vela, jabonerías, curtiembres, acopios de cerda,
pesuñas, crines.. herrerías, talabartería, etc. La tripas se salaban y exportaban a Eu-
ropa, lo mismo que los cueros, grasa, huesos, etc.
Hasta la década del 60 se habían creado más de 10.000 puestos de trabajo en un
radio de 150 manzanas.
Metodológicamente nos posicionamos en pensar y construir todo este proceso
investigativo desde el discurso de la gente, a partir de la memoria colectiva “privile-
giando el discurso” de los entrevistados y todo el proceso metodológico lo construí
y reformulé constantemente con los actores sociales involucrados en el mismo.
Participaron 20 vecinos, mayores de 75 años, salvo dos que tenía 60 años,
protagonistas de todos los procesos productivos, sociales y políticos del barrio y de
la historia política nacional. (Yrigoyenismo, Década infame, Peronismo, Revolu-
ción Libertadora, con los sucesivos gobiernos civiles y militares de la década del 60,
el Rosariazo, el Retorno del General Perón...etc., como así también el importante
desempeño y compromiso gremial o sociobarrial que asumieron estos entrevistados
durante su vida laboral.)
Partí, realizando entrevistas no estructuradas y dejé que los entrevistados ha-
blaran del barrio, de sus vidas familiares y sociales, de sus inserciones laborales, de
sus identificaciones políticas, etc... realicé un total de 60 horas de trabajo de campo
grabadas mas la información informal que recibía cotidianamente de los vecinos
por formar parte del barrio y ser miembro del taller de Historia barrial de la vecinal.
Estos actores sociales en el transcurso de toda la investigación fueron los que
definieron la orientación de todo el proceso. No investigue desde teorías ni hipóte-
sis previas, sino que dejé que ellos hablaran y desde ahí fui recuperando la lógica de
cómo ellos construyeron su identidad. Es decir, no me posicioné desde ningún enfo-
que metodológico o teórico previo sino que comencé a diseñar y avanzar en esta
investigación, sistematizando la información a partir de los relatos que ellos fueron
manifestando a lo largo de las entrevistas.
Algunas cuestiones llamaron mi atención, las cuales me irían conduciendo a la
problematización del mismo. La permanencia de familias en el barrio por varias
generaciones, la coincidencia en la información que me remitía a la misma gente
para reconocerlas como “pioneros”, “personajes”, “gringos”, “gauchos”, “criollos”.
También el conocimiento profundo y detallado de cada momento y cambio históri-
co político acontecido en el país, en la ciudad o en el barrio, por ser el mismo un
“lugar de resistencia” frente a los atropellos patronales, en el frigorífico, en el puer-
to, a través de huelgas, levantamientos obreros.
En lo cultural, también fue un barrio que resistió el estigma de “pertenecer al
sur”, de ser vistos y considerados como personas de avería, sintetizando su poten-
cial social en diversas expresiones artísticas y literarias que expresan todo un cúmu-
lo de conocimientos y luchas compartidas.
La síntesis cultural de Tablada está expresada en la creación de la Biblioteca
Popular “Constancio. C. Vigil”, que abarcó las más diversas expresiones educativas
de todos los niveles de enseñanza con una Universidad Popular, un Museo de Cien-
cias Naturales y taxidermia. Un Observatorio astronómico, Biblioteca Popular con
sistema ambulante de préstamos, la creación de la Rifa en cuotas que fue la
sostenedoras económica de todo el complejo. Además, poseía un Complejo
polideportivo y recreativo en Villa Diego, unos campos en la isla, una Caja Mutual
y guardería para los hijos de los empleados y la Editorial Biblioteca que aportó una
gran cantidad de obras. Creada en una vecinal, luego se independiza y se proyecta al
barrio generando empleo y ofreciendo una educación gratuita. Sus fundadores fue-
ron jóvenes del barrio que interpretaron las necesidades de un sector de la ciudad
que estaba postergado y se proyectaron rompiendo el cerco de encierro y de
marginalidad que lo definía. Hasta el nieto del Gobernador de la Provincia de Santa
Fe, Dr. Silvestre Begnis, fue alumno de la Vigil. Se funda a finales de los cincuenta
y cae en manos de la intervención militar en el 76, pasando su patrimonio a la
provincia, donde actualmente funciona la Delegación del Ministerio de Educación
y Cultura de la zona centro sur de la Provincia de Santa Fe.
Comienzo a sistematizar toda la información que recuperé desde la memoria
de la gente, a partir de lo cual; debía buscar un marco teórico para dar cuenta sobre
todo de los procesos histórico políticos, porque en este barrio uno puede identificar
dos atravesamientos. Por un lado, el histórico donde en Tablada, el modelo
agroexportador de la Generación del Ochenta puede rastrearse en la mayoría de su
actividad productiva, generando una oferta muy amplia de fuentes laborales. (puer-
to, ferrocarriles donde la mayoría de la gente del barrio trabajaba en ellos. Lo inte-
resante de esto, es que la gente no solo vivía en Tablada sino que también trabaja
allí, por eso construyeron un proceso identificatorio que amalgama y sintetiza toda
una vida en el lugar que los lleva a pensarse como “un barrio obrero”, “barrio de
gente humilde”, “barrio de gente de trabajo”.
Además, contienen en su memoria toda la historia de cada uno de los lugares,
procesos, acontecimientos donde pueden expresarlos con detalles desde la cons-
trucción del matadero municipal, que es a partir de ese momento cuando comienza
a poblarse la zona y a conformarse urbanísticamente el barrio hasta el presente. Si
ellos no participaron tienen la referencia porque sus padre o su abuelo se lo conta-
ron o formaron parte de la construcción o por trabajar en el lugar.
En cuanto a lo político, es un barrio que sus habitantes fueron “protagonistas”
de los cambios socio políticos acontecidos en el país. La gente participó activamen-
te en los partidos políticos, como militantes del yrigonismo, con caudillos muy re-
conocidos por la sociedad barrial, que llegaron a ocupar bancas en el Concejo o en
la Cámara de Diputados, lo mismo durante los gobierno del General Perón, este
barrio adhiere masivamente al peronismo por ser un barrio mayoritariamente de
extracción obrera. Muchos fueron militantes gremiales o afiliados a los partidos
políticos. Recordemos que en este barrio se asentaron empresas que sus empleados
se asociaron a los sindicatos que tuvieron gran peso dentro del Sindicalismo Nacio-
nal. El Sindicato Portuario, (estibadores), Ferroviario, dela Carne, Trabajadores del
Estado, Metalúrgicos, entre otros gremios como el Docente, etc.
Durante la década del treinta, frente a la proscripción de los partidos político,
en este barrio sobre todo el radicalismo, ante la imposibilidad de militar activamen-
te y mantener los comités abiertos, se produce en el barrio la creación de numerosos
clubes sociales, con actividades deportivas y recreativas donde los bailes eran la
cita obligada de la familia los fines de semana como así también la aparición de las
asociaciones vecinales con un compromiso más sociopolítico orientado a las reivin-
dicaciones de las necesidades sobre todo de infraestructura urbana. Con el tiempo
apuntan a la cultura, creando bibliotecas populares, tanto las vecinales como los
clubes. Una de estas bibliotecas vecinales se convertirá años más tarde en la Biblio-
teca Popular “Constancio C. Vigil”
En cuanto al marco teórico, me referencié en autores del Revisionismo Histó-
rico y de otras corrientes de pensamiento, las cuales analizaban los procesos desde
una visión más “nacional y popular”, desde el discurso de ese “otro país” que no
conseguía expresarse y que desde la “historia oficial” se ocultaba.
Esta corriente de pensamiento me permitió relacionar las construcción de las
identidades sociales y políticas desde una dimensión histórica con los actores socia-
les del barrio “hoy”, y desde aquí poder entender el sentido popular que expresaban
estos sujetos en sus relatos, resignificados en la actualidad como una “huella” de
ese pasado de trabajo, de sacrificio, de encarnadas nostalgias por los encuentros
cotidianos y los prolongados desencuentros, fruto del destino aventurero que se trans-
formó en el “no retorno” de los gringos, que se “agauchaban”, para aliarse como en
el caso de este barrio a un nuevo destino de “tirar parejo” o de gozar de esos nuevos
sonidos extranjeros, que los criollos imitaban con discreta comicidad. Esto hizo que
se fueran amalgamando uno con otros en un “nuevo” relato colectivo sobre la base
de la tolerancia y el esfuerzo.
Leí a los “forjista”, porque encarnaban ese nexo entre los dos gobiernos de
“masas2 que tuvo nuestro país en la primera mitad del siglo XX e inauguraron una
nueva forma de “mirar” la realidad. Autores como Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini
Ortiz, Homero Manzi, Enrique Santos Discépolo, estos dos últimos relacionados al
arte literario y a la música, a quiénes el tango les robaría sus verdades y tragedias
nacionales para masificarlas desde esa estética orillera.
La elección de esta perspectiva teórica me abrió un mundo ideológico ligado a
mis supuestos y a mi propia manera de entender lo “nacional”, dándome la posibili-
dad de descubrir que hay otras categorías posibles para el análisis de la realidad,
como es el caso de este barrio de la zona “sur” de la ciudad de Rosario, en contrapo-
sición a la prevalencia de paradigmas que aparecen como “los únicos” de ser abor-
dados por los estudiantes o los investigadores en nuestra Universidad de Rosario.
Ya que a través de esos paradigmas, no pude dar cuenta de estos procesos particula-
res, donde no aparecía el discurso de hombres concretos, de sus luchas y conflictos
cotidianos, tampoco decían sobre “escuchar las voces de los protagonistas” de un
proceso de construcción colectiva barrial, concreta, objetivada a de las
resignificaciones de sus propias inserciones y compromisos pasados, actualizados
por los recuerdos de esa memoria, que ponen en acción ante el mínimo sentimiento
de búsqueda y misterio de quiénes nos acercamos a “husmear”, en ese pasado tan
cercano y tan lejano al mismo tiempo.
Sus relatos se entretejen en una red, cuya trama es imposible romper, porque se
conectan, se encuentran, se refieren, todo se delata, todo se hace conocido y com-
partido, para que como investigador sientas que no necesitás de “otras fuentes”,
sino confiar y surmergirte en sus testimonios, como diferentes estratos que se van
diferenciando y a la vez confundiendo para pensarse en un sentido totalizador sinte-
tizado en una identidad colectiva.
El barrio Tablada aparece como el espacio que conflictúa y conspira, pero que
los contiene y los identifica, porque ese recorrido que eligieron y que elegí habla
particularizando un poco más al hombre en relación a otros hombres, en la convi-
vencia, con otros sectores que los integran, que los ignoran, que los explotan, que
los marginan, que no atienden sus necesidades y reclamos.
Por todo esto seguí y me quedé con esta corriente de pensamiento nacional,
donde autores como Norberto galaso, Juan josé Hernández Arreghi, Alfredo Mofatt,
Julio de Zan, Alcira Argumedo, Rita L. Segato y otros, además de los forjistas,
respondían a mos interrogantes y revelaron esas estructuras sometedoras, poniendo
al descubierto al hombre concreto y a la realidad de un barrio sur de la ciudad de
Rosario, que sus habitantes llamaron Tablada. Nombre que resume la historia co-
lectiva y define su identidad
Los relatos de los entrevistados, contienen tanto “saber” que encierran teoría
en si mismos. Lo cual me permitió sistematizar y reconstruir el proceso de construc-
ción de la identidad de Tablada desde sí mismos, desde sus historias compartidas,
trasmitidas a través de su vitalidad, de su necesidad de contar cosas, de acuerdo a
los sentimientos , de acuerdo a sus sueños, de acuerdo a lo que les produjo y a lo
que les marcó la historia en su propio cuerpo y en la de sus familias o vecinos.
Por todo esto, la resignificación actual de los procesos son devueltos no en un
tiempo cronológico, sino a partir de un tiempo más lógico, más metafórico donde
más que con un enfoque científico tiene que ver con una actividad literaria, se regis-
tran como una novela. En este caso, los sectores populares que conforman en su
mayoría esta sociedad barrial tienen una profunda construcción del tiempo y de la
identidad desde la metáfora...
-“ es así”..., - “soy esto”, no le busques más explicaciones.
El discurso sostenido desde la metáfora es quizás, el que nos permite escuchar-
lo en el corazón de los mitos. Para Tablada. desde el “mito peronista”. Porque,
cuando se le demandaba a los entrevistados un definición de barrio, no te respon-
dían: - es un barrio lindo, tranquilo, sino te decían: “- es un barrio peronista”. Y aún
aquellos que no pertenecían a esa filiación política, respondían, “- aclaro, yo no soy
peronista, pero este barrio era peronista,”. “- Tablada, era la capital del peronismo”...
“...mire, desde acá al Saladillo, si había una carnicería se le ponía “Evita” y si había
una verdulería se le ponía “17 de Octubre”.
En cuanto al uso de otras “fuentes secundarias” fue muy interesante este proce-
so, porque, es un barrio que su gente a atesorado mucha información escrita a tra-
vés de folletos, panfletos, periódicos locales, novelas del barrio, poemas, discursos,
actas de las distintas instituciones vecinales, educativas y de los clubes, además de
los trabajos históricos escritos por otros autores sobre Tablada, que me permitieron
rastear a partir de lo literario, pensado éste como elemento de la ficción - realidad
que me puede dar cuenta de lo que acontecía en los distintos momentos históricos y
sociales por los que atravesó la sociedad barrial y pude rastrear una importante
información para reforzar o conocer detalles de esos diferentes momentos, apare-
ciendo esta producción para demostrar el potencial humano que encierra sentimien-
tos y pesares ante tanta adversidad..
También, leí una importante cantidad de trabajos regionales sobre temas
barriales, del ámbito del trabajo, de la región del gran Rosario.
Respecto a los personajes que eran identificados por el barrio en las mismas
personas, uno es el más emblemático. Jesús Pérez, un español que llega a principio
de siglo, y se instala detrás del matadero, hacia la costa del río donde ya existía un
antiguo basural y se dedica al cirujeo. Con los años, hacia 1920 concesiona la explo-
tación de la basura pagando un cánon a la Municipalidad por 30 años.
Allí, a los alrededores se asienta una población migrante del Litoral, que forma
una gran villa miseria. Se recupera todo de la basura. Por un lado había una catego-
ría de trabajadores, los “horquilleros” que revisan la basura diaria, donde separan
huesos, que los hervían para extraerles la grasa que luego era exportada a Europa
como sebo para velas, los huesos se molían y exportaban para refinar azúcar. Los
trapos se recuperaban y se vendían a un lavadero de trapos del barrio para hacer
estopa. Los metales y vidrio se vendían a fundiciones. El resto de basura fresca se
alimentaba a los chanchos que este señor tenía en el mismo basural. Le pagaba a la
gente por kilo y muchas veces con vales para comprar en los almacenes de ramos
generales del barrio. La otra categoría eran los “topos” que extraían la basura decan-
tada por muchos años, haciendo túneles para la extracción de metales. Hubo mu-
chos accidentes por desmoronamientos.
Enclavada en medio de la villa Miseria, construyó la “Villa Eloisa”, de estilo
italiano de dos plantas, donde años más tarde cede la planta alta fundando la Escue-
la Nº 114, Gobernación de Formosa, hoy, Justo Dehesa. Se la conocía popularmente
la Escuela Matachancho o de la Basurita.
En la persona de este Jesús Pérez se resumen las antinomias barriales, lo mejor
y lo peor, parado en medio de un escenario convulsionado. Mito y realidad, la más
lustrosa imagen de la miseria, la opulencia en trono de barro. Para algunos Jesús,
para otros Pérez, convirtiendo el lugar de la ignorancia en aula.
La historia que dibujan de él, está hecha de claros y oscuros y esto lo vuelve el
más representativo de los pioneros, el hacedor reconocido, pero también el usurero,
el rastrero, el explotador. Él es hoy las obras que dejó y al mismo tiempo, lo que los
otros dicen de él
Durante las décadas previa a 1945, a través del discurso se evidencia
una homogeneidad en las relaciones sociales, “todos éramos amigos”, “éramos una
gran familia”. Con la irrupción del Peronismo en la escena política nacional, con su
mensaje orientado a los trabajadores, a los humildes. Este prende en los habitantes
de Tablada y se identifican masivamente con el movimiento peronista cuyo partici-
pación fue muy importante, porque la mayoría de los empleados estaban
sindicalizados, era un barrio cuya conformación social era de origen humilde, de
laburantes, donde la miseria fue paulatinamente reemplazada por la condición de
trabajador que le permitió tener la posibilidad de proyectar un futuro para su familia
donde el don para legar como herencia de dignidad era el acceso a la vivienda de
material propia y un puesto de trabajo para sus hijos asegurado, como fue el caso del
matadero, el puerto, y el ferrocarril que familias han trabajado por generaciones.
Dedique un espacio del trabajo importante para revelar las antinomias y las
contradicciones al interior del barrio donde se evidencian una estratificación social
que pone al descubierto valores sociales que traducen “pertenencias de clase” al
interior de la sociedad barrial, donde un sector de inmigrantes encabezan el sector
más privilegiado, cuentapropistas, frente a otro sector de inmigrantes y criollos asa-
lariados o dueños de pequeñas emprendimientos comerciales como carbonerías,
venta ambulante de productos de consumo familiar (leche, verduras, pan, etc.). Hay
un reconocimiento mutuo de un pasado de esfuerzo compartido, donde todos traba-
jaban por igual, unos al lado de los otros.
Respecto al atravesamiento político, que llevó a que la mayoría de la gente se
identificara con el peronismo hace que todos los entrevistados aún aquellos que no
pertenecen a esta filiación política, reconozcan e identifiquen al barrio con este
movimiento. Los peronistas, vivieron y evidenciaron detalles en los relatos; desde
la aparición de Perón en la escena política, cómo fue el proceso de identificación
barrial con el mismo, asumen las contradicciones del partido y de la dirigencia, se
hacen cargo de las miserias y bondades, pero a la hora de elegir, aún frente a las
otras opciones siguen pensando que la alternativa es el justicialismo, porque repre-
senta al movimiento popular macional.
Respecto a esta identificación política y al reconocimiento de la gente como
perteneciente a un barrio humilde que luchó por superarse, creando y reclamando
por el desarrollo y progreso del mismo, pero siempre sin olvidar sus orígenes y su
pertenencia, tomé la categoría “matriz autónoma del pensamiento popular latino-
americano” de Alcira Argumedo, para dar cuenta de este proceso de construcción
colectiva barrial, donde nos permite por un lado “interrogarnos acerca del potencial
teórico inmerso en las experiencias históricas y en las fuentes culturales de las cla-
ses sometidas... y también, reconocer la legitimidad de las concepciones y valores
contenidos en las memorias sociales que conlleva la reivindicación de esas otras
ideas sobre las cuales se han sustentados las distintas experiencias y movimientos
políticos en América Latina”, como lo expresa esta autora en su Libro (“El silencio
y las voces en América Latina: Notas sobre el Pemnsamiento Nacional y Popular”:
1993).
Además se evidencia que la manera que resisten lo diverso los sectores popula-
res es a través de lo político, construyen sus identidades en torno a su adhesión
política, ya que no lo pueden hacer étnicamente, debido a que en nuestro país se
homogeneizó las diferencias sustituyendo a nuestra población por otra blanca, de
origen europeo.
Estos trabajos de investigación desde un recorte barrial, acotado, concreto, al
escuchar a la gente, respetando sus tiempos, va a generar que la gente recupere su
palabra, porque para este libro hay personas que han hablado porque entre otras
cosas, es porqué tienen dignidad de contar su historia, porque hoy, hay muchísima
gente que a partir de la pérdida de su trabajo, sienten que su palabra y su existencia
no tiene valor, ya no valen nada no pudiendo trasmitirle nada a sus hijos, porque la
historia que vale es la de los ganadores, dueños de la palabra, repitiendo
cotidianamente el esquema perverso de “civilización o Barbarie” como tan bien la
enunciara don Arturo Jauretche como la “Madre de todas las zonceras”. El desafío
es que con estos trabajos además de reconstruir los procesos históricos y de cons-
trucción de identidades locales, barriales, le podamos hacer sentir a alguien que su
historia vale, que su historia de laburante vale, que eso es una dignidad, como lo
expresara el Periodista Carlos del Frade como cierre de mi presentación de esta
Tesis de Grado, articulando ese pasado no tan lejano donde Tablado era un centro de
trabajo con la realidad actual, donde de esos más de 10.000 puestos de trabajos
quedan solo dos centenares escasos de los pocos estibadores del puerto de Rosario
que hoy ya no es.
El desafío del doble involucramiento, como investigador y como habitante de
este barrio, tras haberme involucrado en el tema por más de 9 años, me permitió a
partir del conocimiento detallado del mismo y respetando la construcción colectiva
de sus propios procesos, siendo honesta con ellos y conmigo al no torcer sus
resignificaciones y valores sino tratar de interpretarlos al interior de su propio dis-
curso fue interesante. Es posible, porque me siento parte de ellos pero a la vez el
aporte de las herramientas teóricas y metodológicas elegidas me permitieron distan-
ciarme para traducir su propia historia, que expresan su vida y la realidad de vivir en
Tablada.
Una invitación en el terreno

Lic. Ana Maria Murgida *

Los terrenos urbanos son el marco por exelencia para pensar la antropología
del presente. Las acciones colectivas de reclamos urbanos, son momentos y espa-
cios de expresión de tensiones sociales, que permiten a un observador atento, acce-
der a las cuestiones más profundas de las representaciones y prácticas sociales.
En esta oportunidad, expongo el contexto de descubrimiento y la forma en que
he abordado una investigación sobre el caso del conflicto desatado en Ezeiza entre
1995 y 1996 a partir de la instalación de torres de alta tensión en la zona urbana. Se
trata entonces de una reflexión epistemológica a través de un relato producido en un
contexto de producción de conocimiento desde la antropología.
Al abordar el estudio sobre fenómenos que transcurren en las ciudades que
habitamos los mismos investigadores, se impone la reflexión sobre el medio donde
se combinan los roles del sujeto que interactúa inmerso en redes de relaciones so-
ciales, y el sujeto que como investigador, objetiva su propio mundo social. Dando
lugar a un ir y venir entre la situación de ser hacedores de la realidad, y la de tomar
distancia, para comprender, y producir conocimiento sobre una parte de la “reali-
dad”. Que en otros términos consistiría en lo que muchas veces se denomina el
“extrañamiento”1 de lo que nos es familiar.
En este proceso, cuando se presentan las categorías nativas, estamos aún en
nuestro mundo familiar, donde se hallan los puntos de referencia estables y efecti-
vos desde donde discutir problemas de significado en el campo del sentido común y
en el campo del conocimiento científico. Mary Douglas se refiere a los “puntos de
referencia estables y efectivos” en cuanto al trabajo de los antropólogos que se acer-
can al estudio, a la interpretación de las diferentes culturas. Y entiende que uno de
los enigmas de la ciencia tiene como referente el pensamiento en general, y entre
los puntos de referencia estables que poseemos en tanto que investigadores están
aquellos del mundo familiar en el que nos movemos y las teorías científicas que
operan en tanto nuestra base epistemógica. (M. Douglas:1976).
El acontecimiento sobre el que desarrollo esta investigación, en primera ins-
tancia fue un continente donde no había distancia entre los sujetos actuantes y el
investigador. La peculiar entrada al trabajo de campo fue un elemento central en el
ejercicio reflexivo, fue el primer fenómeno encontrado para interpretar.
Me encontré en medio de una situación que en principio resultaba confusa.
Algunas mujeres del barrio que habito se presentaron en la puerta de mi casa para
preguntar, si había leído un volante que se refería al peligro que representaban las
“torres de alta tensión” (132.000 voltios) que se colocarían en la ciudad, y una de
ellas a la vuelta de mi casa.
Efectivamente, lo había leído y comentado su contenido, la impresión que tuve
fue que se trataba de una mala interpretación de quienes lo habían confeccionado, y
luego de compartir impresiones con profesionales que entendían del tema eléctrico,
fueron apareciendo dudas acerca de la posibilidad de que tal voltaje (132.000v),
pudiese ocasionar daños en la salud de las personas.
De las mujeres que se acercaron, sólo conocía de vista a una de ellas. Éstas
insistieron para que las escuchara, argumentando que el problema era real, y grave.
Por esa razón me pedían que me uniera a las movilizaciones que se iban a hacer,
pues las consideraban una manera efectiva para ser escuchadas por las autoridades
que debían detener la marcha de la obra.
Por ese tiempo yo estaba embarazada, por lo que estas mujeres, hicieron espe-
cial énfasis en los trastornos que los “electroductos” de alta tensión generaban en
los fetos y en los niños. Además de mencionar problemas para otros tipos de perso-
nas como los enfermos cardíacos. La insistencia se sustentaba en una cuestión de
territorialidad compartida, como una especie de identidad básica, el nosotros apela-
do, “los vecinos”, operaba como referencia colectiva a través de la situación com-
partida por aquellos que habitaban en un radio de proximidad física. Las mujeres,
eran quienes persuadían a sus vecinos y vecinas de la gravedad de la situación con
frases cuyos argumentos claramente apelaban a la vulnerabilidad que implicaba el
estado de mujer embarazada, o el riesgo para los niños de contraer graves enferme-
dades:
“-...y vos que estás embarazada , tenés que tener cuidado por tu bebé...”
“-...claro hay peligro de deformaciones en el feto, ...existen problemas de
Leucemia en niños ...”
A partir de ese momento empecé a interesarme por las cuestiones que me rela-
taban, y observé con sorpresa el elevado número de personas que se movilizaron por
las calles de la ciudad, y la extensión de los comentarios en distintos puntos de
Ezeiza acerca del problema con la alta tensión
Es así como fui recogiendo material en observaciones con participación, mate-
riales videograbados que me facilitaron algunos habitantes que seguían el tema de
cerca, documentación relativa a las normas vigentes para los emprendimientos de
obras y servicios públicos, en particular aquellas vinculadas con la electricidad. Si
bien mi curiosidad se centraba en los sentidos que desataron la movilización, a la
vez en los sentidos creados a través de ella, en una suerte de colaboración, más allá
del análisis que yo efectuara de los distintos tipos de materiales, compartía impre-
siones con los otros sujetos.
Las acciones eran concretas, mirar juntos algunas grabaciones de programas
de televisión, o de radio, leer juntos documentos oficiales, aclarar dudas técnicas.
Las respuestas que yo solicitaba a quienes protestaban, me eran otrogadas como
contra respuesta a mi participación en algunas de las actividades que éstos desarro-
llaban.
En el lugar donde se construía la protesta, parafraseando a Bourdieu, en tanto
que sujeto cognoscente, hiciera lo que hiciera, no cesaba de estar implicada. A par-
tir de la consciencia de los presupuestos y de los prejuicios asociados al punto de
vista local y localizado de aquel que construye el espacio de los puntos de vista, me
daba la posibilidad de reintroducirme en el análisis desde un ángulo
reflexivo.(Bourdieu, P: 1992) Fue un trabajo constante de participación y distancia-
miento para comprender lo que en principio constituía la “pieza enigmática” y ten-
der un puente (el proceso cognitivo), hacia la comprensión antropológica.
Al insertarme en la dinámica de la acción colectiva, entré en un espacio de
múltiples dimensiones, cuyas unidades básicas focalizadas, no eran individuos ni
grupos de éstos, sino las relaciones tejidas entre ellos. Estas se hacen visibles a
partir de las prácticas que revelan situaciones donde hay acciones, estrategias, y
efectos concretos que en todo caso develarían distancias y / o proximidades entre
intereses. Con esto al pensar una situación social como problema de investigación,
es un ejercicio consciente de ruptura con “adherencias y adhesiones más profundas
y más inconscientes, las que hacen el interés mismo del objeto estudiado para quien
los estudia, todo lo que quiere al menos conocer de su relación con el objeto que
busca conocer”.( Bourdieu y Wacquant: 1992).
En este difícil y necesario ejercicio reflexivo, puedo hacer conscientes las vin-
culaciones que los investigadores en tanto sujetos sociales tenemos con el resto de
la sociedad. Al dar un salto para instituirme en observador(a) pretendidamente “im-
parcial” corro serio riesgo de que en el afán de ir más allá, es decir en busca de los
sentidos que significan las acciones en el escenario del mundo social, sea redundan-
te con el mundo que interpreto. (Bourdieu y Wacquant: ib)
Muchas veces, los investigadores, al encontrarnos en el campo, somos produ-
cidos y productores de las situaciones en las que tenemos una interacción bastante
fluída con los otros sujetos. Y para llegar a lo que Gerard Althabe denomina “opera-
ción fundadora”, es decir, a constituir el punto de partida de la investigación
antropológica, el tiempo es un factor que juega con las disposiciones personales, y
con la toma de distancia entre el ser parte y objetivar los hechos, en mi caso pasó
bastante tiempo, nació y fue creciendo mi bebé.
El proceso de investigación tuvo diferentes momentos, que oscilaron entre una
participación directa en la situación de reclamo, y una explicitación del interés de
llevar a cabo un estudio antropológico de la “protesta” tomada como categoría nati-
va y categoría de análisis. Para entender la categoría elegida, “protesta” la idea fue
partir de los movimientos sociales por resultar más abarcadora. Luego pasé al plano
del análisis y la narración textual.
En la “operación fundadora” del trabajo, los sujetos con quienes me relaciona-
ba iban tomando partido de la situación y el acontecimiento cobraba una dimensión
simbólica plena de sentidos. Ello me exigía, movilizarme como una “investigadora
en mi propio territorio” o podría llamarlo, como una antropóloga nativa. De este
modo, los encuentros pasaron de ser interacciones cotidianas inter-subjetivas, a ser
la llave que viabilizara la comprensión éstas en el “micromundo”. Para producir
conocimiento, fue necesario crear una distancia con el otro, que me permitiera des-
articular mi lugar de participante plena en un ejercicio entre el compromiso social,
y el interés por comprender los procesos que sostienen las prácticas intersubjetivas
(Althabe:1994). Pero que en definitiva es un compromiso total, por cuanto uno osci-
la entre la comunidad que estudia y la cumunidad científica que espera el producto
del trabajo.
Participar del desarrollo cotidiano, en definitiva me permitió escuchar relatos,
dialogar, observar situaciones que implicaban el punto de vista de los actores que
definían, a mis ojos, lentamente sus lugares en la sociedad. Observaciones que en
conjunto pasaron a ser las imágenes del mundo interpretadas por sus propios actores
que dejaban una huella polisémica, en principio inteligible. En este proceso particu-
lar y localizado, no pude eludir la vida cotidiana de la sociedad local. Espacio y
tiempo adquirían densidad y yo lo percibía en los cambios observados en la rutina
diaria que iban exponiendo un hecho extraordinario caracterizado como un “recla-
mo”.
La complejidad de cualquier evento social exije para su interpretación, el es-
fuerzo de comprensión y objetivación. Para ello organicé el trabajo en objetivos
ordenadores de las prácticas para recuperar los sentidos a partir de lo explicitado
por los actores y de lo observado.El primer objetivo de este trabajo, consistió en
aislar algunos ejes, para luego trabajarlos relacionalmente distinguiendo el sentido
de lo vivido por los actores, del sentido reconstruido como objetivo en la investiga-
ción. De este modo inicialmente, presto atención a algunos de los elementos que
aparecían más recurrentemente en las manifestaciones callejeras, y en los discursos
de los actores.
Para cumplir con este objetivo las técnicas empleadas para recabar el material
del campo fueron, principalmente la observación y la observación con participa-
ción. En ello va incluida la interacción constante que facilitara una familiarización
con las reflexiones de los actores, con las normas comunicativas locales. (Briggs:
1986). La participación, lejos de ser un ejercicio de empatía, era la forma de afir-
mar el vínculo de confianza con los actores, en medio de un trabajo de investiga-
ción continua, combinado con entrevistas acordadas (G. Althabe:1998).
Las entrevistas en profundidad resultaron de gran utilidad, permitiéndome
articular las observaciones, de las formas de decir y hacer en el ámbito público,
como fueron en este caso las marchas, las sentadas, las reuniones en instituciones.
La observación participante abría el acceso a las formas de hacer y decir, que pre-
cedían y orientaban estos eventos, organizándose en ámbitos “privados”. Las en-
trevistas en profundidad dejaban espacio a las reflexiones de los sujetos sobre su
hacer y sobre el acontecimiento, y fortalecían paulatinamente la definición de rol
“allí”.
Para relevar la zona por donde se haría la “traza eléctrica”, era insuficiente la
observación, pues no alcanzaba para dar cuenta del impacto que había tenido el
problema entre quienes poseían sus viviendas sobre las calles donde se instalaría el
electroducto,( según la denominación nativa estos son los frentistas) , y de qué
modo lo definían los distintos individuos contrastando las visiones de acuerdo a la
forma de participación en la protesta. Para este fin resultó útil la técnica de encues-
ta puerta a puerta (realizada a más de un año de concluida la protesta). Delimité
geográficamente los barrios y designé cuadras a recorrer para relevar por lo menos
cuatro casas al azar por cada uno. Esta tarea no fue individual, la compartí con
otros antropólogos.
Este tipo de recolección de información fue más complicado por la situación
de desconfianza que se generaba cada vez que nuestros interlocutores debían res-
ponder acerca del problema suscitado por las torres de alta tensión, o simplemente
porque en muchos casos no querían abrir las puertas. Había una diferencia
comunicacional importante con el resto del trabajo, que radicaba en una situación
de encuentro con el “otro” un poco forzada, y con tiempos muy cortos para hacer la
presentación, y la declaración de intereses que movían la encuesta.
Los elementos recogidos en el campo, permiten llevar a cabo una descripción
de la unidad de estudio. Esto es, de algunos de los barrios de la ciudad de J. M.
Ezeiza, dentro de un partido, Ezeiza, que pertenece a una región, el Sudoeste del
Conurbano Bonaerense, a su vez a una provincia, Buenos Aires, y a una nación,
República Argentina, etc. Con esta mirada pretendo dar cuenta de un caso particu-
lar, que desde un conflicto me permite conocer una de las formas de exponer recla-
mos a través de la “protesta” cuya expresión está articulada las pautas de la socie-
dad mayor. Básicamente los actores que se relacionaban eran los vecinos en gene-
ral, los frentistas, las entidades intermedias de la sociedad local (Cámara de Co-
mercio, Club de Leones, Rotary Club, Sociedades de Fomento, Uniones Vecinales,
la Iglesia Católica), la empresa eléctrica privada, el Estado desde sus institucio-
nes nacionales, locales, y provinciales, y no puedo dejar de señalar a los medios
de comunicación tanto los locales como los de mayor alcance.
En la interacción con los actores en el trabajo de campo, fui reconociendo
distintos núcleos significativos desde donde elaborar un problema teórico. Aquí
el ejercicio se centraba en la desnaturalización de la cuestión particular, en recu-
perar las categorías nativas en tanto que indicadores de sentido, en interpretar las
prácticas para poder pensar el espacio social, entendido como construcción de los
mismos actores que ocupan distintos lugares en la sociedad, dando lugar a rela-
ciones sociales dinámicas (Bourdieu:1985).
Las primeras: marchas o caminatas, sentadas, tomas o plantones; eran elo-
cuentes discursos que se reafirmaban luego en palabras. Estas consistían en las
acciónes visibles y públicas de la “protesta”. Eran la simbolización del desconten-
to reinante, y operaban a la manera de un ritual de afirmación del concenso públi-
co, y de consolidador del grupo, más allá de las diferencias entre los distintos
subgrupos que se podían observar.
Las categorías empleadas para indentificar la preocupación, asociada a lo
que ellos definieron como su problema, fueron: la salud, el peligro de muerte, el
cuidado del medioambiente, contravensión de la empresa privada de normas le-
gales y la responsabilidad del Estado. Todas ellas fueron señalando un camino
para el análisis de lo observado en el campo, que enmarcaba significativamente la
protesta.
La “salud” condensaba en gran medida el sentido de la protesta, tenía la
fuerza de cohesionador para un importante número de personas que efectuaban el
reclamo, constituyéndose en un referente jerarquizado (en tanto valor) para opo-
nerse a la situación de correr algún “riesgo”. Había algo aparentemente comparti-
do: las expresiones de sentimientos como el miedo y la indignación así como la
emisión de juicios y acusaciones. Esta exposición dejaba ver relaciones antagóni-
cas entre un “nosotros los habitantes de Ezeiza” o “los ciudadanos” y un “otro” la
empresa eléctrica privada. Las menciones a los derechos que tenían como ciuda-
danos aparecían con mayor frecuencia, así como el reclamo por el respeto a la
legislación vigente. Estos elementos permitieron perfilar inicialmente a los acto-
res que se definían a sí mismos como vecinos o como ciudadanos, que reclama-
ban a la empresa privada en cuestión, pero que desde ese lugar apelaban al garan-
te de sus derechos, el Estado. Y desde esta básica identificación de actores de una
protesta de carácter local, el espacio social empezó a hacerse comprensible, a
transparentar las diferencias en las concepciones del mundo social.
Es así como la relación entre el Estado y los ciudadanos entró como otro de
los ejes a considerar en el trabajo de investigación, bajo la forma de pregunta,
¿quién cómo y representa los intereses de los ciudadanos, en tanto consumidores
de servicios públicos privatizados?
Con esta pregunta, el análisis se extiende a una cuestión más amplia que es
la idea de las relaciones en un mundo globalizado. Donde, pese a las peculiarida-
des de los distintos países, ciudades, barrios, hay flujos de un capital simbólico,
cultural, económico, que atraviesan e inciden en las lógicas que organizan las
prácticas políticas y económicas de las distintas sociedades, posibilitando res-
puestas que se repiten, una de ellas es la alusión a los derechos ciudadanos, cuya
guarda tienen los distintos Estados Nacionales.
En este estar allí, se presentaba con nitidez otro elemento importante, la
mediatización del conflicto. Los medios de comunicación entran en las escenas
de los reclamos locales, haciéndolos transponer las fronteras físicas, e instalán-
dolos como asuntos de interés para toda la sociedad. Por su lado los actores so-
ciales reclaman la presencia de los medios de comunicación, para asegurarse que
la difusión del problema que los convoca llegue a oídos de quienes son los desti-
natarios del reclamo. El trabajo de campo me exponía, relatos mediante, a las
referencias que hacían algunas personas, a sus llamadas telefónicas a los distin-
tos medios periodísticos para que se hicieran presentes en el lugar y registraran
las marchas, e instalaran el conflicto local como un “tema” de toda la sociedad,
lo que le quitaba el mote peyorativo que ellos le atribuían a su primer momento:
“al principio parecía chusmerío de barrio”. Estas relaciones entre los actores de
la protesta y los medios de comunicación, permitieron unir una cuestión local
con otras expresiones de conflicto, nacionales e internacionales, enlazando un
mundo particular con un mundo globalizado.

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* FFyL- UBA. Ciencias Antrpológicas Cátedra de Teoría Sociológica para Antropólogos


1 El extrañamiento entendido como motor cognoscitivo que permite poner de relieve los mecanismos con los
que se construye la cotidianeidad, como un medio de hallar sentido a las investigaciones desarrolladas en la
sociedad del investigador. (Da Matta: 1983; Lins Ribeiro: 1989; Visacovsky: 1995)
DE LA DERROTA CREAR PRIMAVERA”
Una reflexión acerca de la intervención antropológica a partir de una expe-
riencia de campo en un barrio de la ciudad en un conflicto por relocalización
en el año 1997.

MARIELA ROBLEDO
SONIA DAL TIO
VERÓNICA LÓPEZ *

INTRODUCCIÓN
Pretendemos a partir de este trabajo poder reflexionar acerca de la práctica
antropológica en una experiencia de campo concreta en el Barrio Santa Lucía en el
año 1997, en el cual emerge el conflicto por el traslado del mismo. Esta experiencia
de campo se da en el marco del cursado de la cátedra “Introducción a la metodolo-
gía y técnicas de la investigación 2”.
La problemática abordada en este trabajo se relaciona con la constitución
identitaria del barrio y las estrategias de organización que se dan frente a dicho
conflicto.
Intentaremos a partir de esto aproximarnos a lo que para nosotros es central en
el rol del antropólogo en la argentina globalizada del año 2000.

PRESENTACIÓN. ACERCÁNDONOS AL BARRIO.


El barrio Santa Lucía estaba compuesto por un sector de villas y un sector de lo
que sería el “barrio”, la parte más antigua, con características más de “barrio obre-
ro” que de “villa”. La mayoría de los habitantes de la villa eran migrantes proceden-
tes de las provincias del norte, que comenzaron a llegar hace unos veinte, veinticin-
co años, dándose un crecimiento más intenso en los últimos diez años. Esto como
consecuencia de un modelo económico que condena a la exclusión a un amplio
sector de la sociedad, el cual queda sin posibilidades de satisfacer las necesidades
mínimas para su subsistencia.
Esta búsqueda de intentar satisfacer estas necesidades los lleva a organizarse
en primer instancia, reforzando al interior los lazos de solidaridad y, cuando éstos
resultan insuficientes ante conflictos mayores - como en este caso el peligro de ser
desalojados - se gestan formas más complejas, buscando apoyo externo en pos de
sus reivindicaciones. Las estrategias que estas organizaciones constituyan tendrán
que ver con los rasgos propios de ese grupo, su historia, sus experiencias previas, las
características personales de quienes las conformen y las manifestaciones específi-
cas que adquiera este conflicto particular.
El conflicto por el desalojo del barrio estaba latente prácticamente desde que
se instalara el barrio, puesto que el proyecto de la autopista Rosario-Córdoba ya
existía desde hace tiempo y era modificado según los cambios en el gobierno muni-
cipal, por esto la amenaza fue tomada, en un comienzo, como una más de tantas.
Los primeros grupos que aparecen en los reclamos son los que estaban funcionando
en ámbitos institucionales como son grupos de padres de la escuela y la vecinal del
barrio.
A medida que se fueron materializando estas amenazas el grupo que llevó ade-
lante las actividades más significativas fue el que surgió de las reuniones de la
escuela. Este grupo estaba integrado por padres (la mayor parte de ellos “villeros”)
y algunos docentes (incluyendo directivos). La escuela, por su carácter institucional
actuó como nexo entre el Estado y el barrio. Con la directora de la escuela se comu-
nicaron las autoridades del Servicio Público de la Vivienda, ella se dirigía a la Pro-
vincia y a la Municipalidad para hacer averiguaciones y propuestas, realizando lue-
go continuas reuniones informativas con los vecinos. A lo largo de nuestro trabajo
fuimos viendo que el rol de la escuela no estaba limitado a esto, sino que tiene un
importante papel en el proceso identitario y organizacional del barrio que se remon-
ta a sus orígenes. Fue fundada en el año 1973 por un grupo de vecinos que ante la
lejanía de otros establecimientos educativos se plantean la posibilidad de peticionar
uno.
A partir de las entrevistas realizadas comenzaron a aparecer cuestiones acerca
de la historia del barrio que hasta esa instancia nos resultaban insospechadas. Fuera
de grabador, con rodeos o dando por entendido, surgen poco a poco datos acerca de
esa historia. Mezclado con los orígenes de la escuela y el barrio nos empiezan a
contar sobre un cura tercermundista, la primera directora, referencias acerca de que
en esa primera época del barrio (1973,1974) militantes de la agrupación política
Montoneros, participaron y ayudaban en la construcción de la escuela haciendo
apoyo escolar, murgas, etc.
Creemos que se puede encontrar un hilo de continuidad entre esta historia de
lucha y la coyuntura actual del barrio. Este hilo de continuidades puede verse tam-
bién en otros momentos de movilización del barrio ante problemas concretos, entre
los que hemos podido rastrear la participación en los saqueos de 1989 y el corte de
Av. Circunvalación en reclamo de un puente peatonal.
Para este conflicto en particular se recurre como forma de protesta a la instala-
ción de la carpa y el corte de Av. Circunvalación con los que se evidenciaría el
conflicto existente entre algunos sectores del barrio y la escuela. Con este hecho se
dan muchas discusiones entre los vecinos, habiendo un grupo, más cercano a la
vecinal, que está de acuerdo con la carpa pero no con el corte de ruta. Este último
grupo el mismo día que se decide el corte, se aleja formando una “comisión de
villas” paralela. También a partir de la carpa es que se da la aparición de diversas
organizaciones externas al barrio : agrupaciones de izquierda, estudiantiles, de des-
ocupados, sindicatos, escuelas de la zona, etc. Esta participación también complica
la situación, ya que no es bien vista por algunos vecinos que consideraban que se
estaban “metiendo” en algo que no les correspondía. Mientras que el grupo que lo
propone lo considera en términos de “solidaridad” y “adhesiones”.
Luego de la experiencia de la carpa y el corte de rutas surge una organización
alternativa a la que llevaban adelante las docentes, con sus propios referentes, com-
puesta principalmente por jóvenes.

ACERCA DE CÓMO CONSTRUÍMOS CONOCIMIENTO


El primer paso en este proceso fue plantearnos de donde “partíamos”, es de-
cir, repensar quiénes somos, de donde venimos, cómo estamos formados, quiénes
nos formaron. Quizá, debido a que cotidianamente no encontramos espacios para
reflexionar sobre estas cuestiones, fue que esto nos resultó un poco difícil al princi-
pio, por lo cual tuvimos que dedicarle bastante tiempo.
Estos elementos son los que A. Gouldner (1979 :34) denomina “supuestos
básicos subyacentes”, y son los que “(...) suministran la base de la cual surgen en
cierta medida las postulaciones, (...) al no estar expresamente formulados permane-
cen subyacentes en la atención del teórico”. Retomando a Gouldner, Lores Arnaiz
plantea que estos supuestos están formados por “creencias fácticas susceptibles de
ponerse a prueba, si se hacen explícitas (...) juicios de valor, núcleos valorativos o
emocionales (...) o incluso afirmaciones metafísicas acerca del carácter último de la
realidad”. Esto último hace mención al carácter principal de los supuestos dentro
del proceso metodológico, en el cual nos constituimos como sujetos investigadores
construyendo el “objeto” a partir de la relación con un otro, “el sujeto de la proble-
mática”. Esta relación se da en un contexto histórico- político- social determinado,
por el cual estos sujetos están influidos y a partir del cual construyen distintas con-
cepciones de mundo. En la relación entablada entre el sujeto investigador y el sujeto
de la problemática, estos se van a encontrar/desencontrar constantemente por la
pertenencia de clase, género, de edad, de experiencias de vida de los sujetos.
Al explicitar nuestros supuestos, aparecen estas cuestiones, que luego serían
confrontadas con “lo real” surgido de los registros de campo. Por otra parte, pudi-
mos comprobar cómo el investigador, partiendo de sus supuestos, hace un recorte
de “lo real”, que condiciona todo el proceso de construcción del objeto. De esta
manera nuestros supuestos serían interpelados por “lo real” en el trabajo de campo,
lo cual pone en evidencia que la relación del sujeto investigador y el sujeto de la
problemática se da en un plano de intersubjetividad. A partir de esta relación los
supuestos básicos subyacentes son reformulados y se convierten así en “nuevos puntos
de partida”.
En ese momento comienza a vislumbrarse lo que algunos teóricos llaman pro-
ceso de “subjetivación-objetivación”. Siendo los SBS un recorte arbitrario de nues-
tra subjetividad, al ser explicitados se logra un primer paso de objetivación. A su
vez, luego serán nuevamente subjetivados en las relaciones entabladas con los suje-
tos de la problemática en el proceso metodológico.
Así vemos que en el proceso metodológico se da una relación dialéctica entre
subjetivación y objetivación, movimiento que debe ser constante, ya que de lo con-
trario esta relación se cristaliza, se dogmatiza, se “muere”.
Esta forma de investigar, “hacer ciencia” o producir conocimiento esta sus-
tentada como toda otra por un “paradigma”. Este instituye formas de investigar,
teorías, métodos, problemas y preguntas pertinentes, etc. Sin embargo esta caracte-
rización es limitada, puesto que restringe la producción de conocimiento a lo estric-
tamente científico, sin tener en cuenta que este se halla inmerso en un contexto
histórico-político, el cual condiciona al proceso de construcción de conocimiento.
De esta manera consideramos que no se puede separar a la ciencia de los posiciona-
miento político-ideológicos, aunque éstos no se expliciten. Por esto es que conside-
ramos más apropiado hablar de lo que Alcira Argumedo denomina “matrices teóri-
co-políticas de pensamiento”.
“La definición de las matrices de pensamiento nos permite detectar las líneas
de continuidad o ruptura de los valores, conceptos, enunciados y propuestas perte-
necientes a las principales corrientes ideológicas en las ciencias sociales y en el
debate político de nuestro tiempo.( ...)
Las matrices de pensamiento son formas de reelaboración y sistematización
conceptual de determinados modos de percibir el mundo, de idearios y aspiraciones
que tiene raigambre en procesos históricos y experiencias políticas de amplios con-
tingentes de población y se alimentan de sustratos culturales que exceden los mar-
cos estrictamente científicos o intelectuales.” (Alcira Argumedo, 1993 :68)
A partir de esta concepción es que consideramos que el tema abordado es
inseparable de nuestro posicionamiento ideológico-político. Cuando elegimos la
problemática “Movimientos Sociales” fueron varias las razones que nos acercaron
a ella, entre éstas la principal fue poder dar cuenta de la dinámica de estos movi-
mientos, en los que consideramos pueden gestarse herramientas para un cambio
social, y cuál sería la participación que nosotros podríamos tener en éstos.
A lo largo del trabajo de campo estas concepciones se van poniendo en juego
en el encuentro con el “otro”. Nosotros llegamos al barrio como “extraños” al lugar.
En un primer momento esperábamos encontrarnos con el barrio movilizado en su
totalidad, espontáneamente, con los vecinos al frente de ese movimiento...y pasa-
mos de ese “ideal” a creer, ante la presencia de otros “agentes de cambio externos”
que la organización estaba subordinada a éstos.
Estas primeras apreciaciones se irían modificando a lo largo del trabajo de
campo y de la aparición de nuevos actores y conflictos propios de una situación de
movilización social.
Frente a las posturas científicas que postulan el dato como “dado”, preexis-
tente, independiente del investigador que sólo los observa y los refleja fielmente, en
un papel pasivo, con lo cual se disocia la práctica de la teoría y donde la primera
pasa a ser la instancia donde se comprueba la segunda, se plantea otra concepción
de la investigación científica. Ésta, considera a la práctica, a la relación entablada
entre el sujeto investigador y el sujeto de la problemática, como instancia de cons-
trucción del dato, sin separarla de la producción teórica.
Esta es la idea de ciencia con la que trabajamos en nuestro ejercicio
metodológico : la de conocimiento como construcción social, dada a partir de la
relación entre el sujeto investigador y el sujeto de la problemática, y las contradic-
ciones y conflictos que dan cuenta de los procesos históricos.
A partir de la problematización de nuestros registros, fuimos conformando
algunos ejes temáticos que nos aparecerían como los más recurrentes y significati-
vos para la problemática abordada. Entre estos aparecen constantemente, la rela-
ción con el Estado, el rol de la escuela, el rol de estos “agentes de cambio exter-
nos”* , las estrategias a abordar para el logro de la satisfacción de necesidades, el
problema de la vivienda, el trabajo, la educación, la salud, todo esto conformado y
conformándose por la identidad propia del barrio. Posteriormente estos ejes serían
instrumentados como categorías analíticas específicas.

Algunas categorías analíticas utilizadas


A lo largo del trabajo de campo se va perfilando la problemática
identitaria como central en el análisis de la problemática abordada. Lo identitario
aparece desde distintos lugares.
Desde una reivindicación o reafirmación de la identidad del “pobre” o el
“villero” en oposición a nosotros que desconocemos su realidad.
“(...)...ahora no porque ellos están trabajando bien en el mercado, pero a veces
nosotros un postre así, o unas masitas, no les podemos dar a nuestros chicos y ahí
lo... es la realidad no sé si a ustedes les habrá pasado pero acá hay chicos que a lo
mejor comen el viernes al mediodía y a lo mejor van a comer...el lunes...esa es la
realidad de nosotros los pobres, los que vivimos acá a ustedes no creo que les haya
pasado eso...pero...” (Entrevista N°2)
Toda identidad como bien dice C. Piña (1984 :1) “(...) es construida frente a
otras, en la relación misma según sea su carácter ; es decir, en condiciones históri-
cas, temporal y espacialmente delimitadas. (...) la identidad cultural posee un do-
ble carácter : es un resultado social, un resultado histórico y a la vez, es generadora
de prácticas sociales y simbólicas ; es decir, en palabras de Pierre Bordieu, posee
el simultáneo rango de “estructura” y “estructurante.” (1984 :33)
Como contábamos anteriormente aparece en los discursos una historia con
la que se hallan en constante tensión. Distinguimos dos niveles en este discurso,
que se hallan intrincados, uno que podemos llamar “hegemónico” acerca de esa
historia y otro, el de su vivencia personal. Estos dos discursos estarían dando cuenta
de una “lucha por el sentido”.1
“(...) si el sentido común, determinado por el proceso de hegemonización de
las practicas ideológico-culturales en la sociedad civil, es por excelencia el lugar
de constitución de las “identidades” sociales, entonces esas “identidades” no son
tales, en el sentido de que no existen nunca sujetos plenamente constituidos y
“completos”, sino justamente un proceso de reconstitución permanente y fluida,
que se define por los avatares de la lucha por la hegemonía y la contrahegemonía,
y, en último análisis, por la lucha de clases.” (Grünner, 1990 :172)
En contraposición al discurso post-moderno que postula el “fin de la histo-
ria”, el cual sirve de sustento y justificación al modelo neoliberal; en nuestras
entrevistas encontramos discursos que podemos denominar “épicos”2 , que dan
cuenta del rol de la historia en la constitución de las identidades sociales. Nos
parece oportuno introducir el planteo de Hernández Arregui acerca de esta cues-
tión :
“(...) La conciencia cultural es sentimiento del pasado y el presente, heren-
cia y renovación, pues la conciencia histórica misma es una categoría móvil...
Sólo las sociedades que tienen conciencia de su eslabonamiento cultural, que es
tanto solidaridad con los orígenes como certeza de un futuro, pueden considerarse
comunidades históricas...En esta ligazón...reside la conciencia histórica del indi-
viduo, inserto en su comunidad y en sus época, testigo y autor del cambio social,
espectador e intérprete de la historia...”3
En las entrevistas aparecen alusiones a un pasado anhelado, armónico, en el
que se evoca al barrio como “todo unido”, “era como una familia”, en contraposi-
ción a un presente no deseado. Creemos que sería necesaria una recuperación de
esa “historia anhelada”, para una articulación con los procesos actuales de lucha.
Esta historia que aparece tímidamente en las entrevistas puede ser la clave para
una reconstrucción de sentido. Creemos que el espacio propiciado en éstas consti-
tuiría una primera aproximación en esa dirección, ya que tuvimos la sensación que
no se contaban con espacios de ese tipo.4
En esta historia la escuela tiene un papel fundamental y a partir de su surgi-
miento se erige en un elemento importante de la identidad barrial, ya que desde ese
momento será el lugar donde se realicen reuniones, encuentros, fiestas, etc. Nos
sorprendió gratamente el hecho que el carácter “privado” de la escuela permita una
apropiación más directa, siendo los vecinos los “dueños”, considerándola como un
lugar “propio”. Las palabras de una de las entrevistadas expresan claramente esta
cuestión :
“(...) y siempre, mirá desde que yo la conozco a la escuelita, siempre se luchó,
siempre, no sé, como dieciséis años, más, estuvieron la...el grupo de papás...después
ya querían hacer comisión, viste, todo lo que le exigían, quisieron pasarla a...al
estado, y no pudieron porque es privada, pero es privada no porque es rica la
escuela, es porque la hizo el barrio, viste, privada de acá, de nosotros, nomás...”
(Entrevista N°5)
Esta historia de la escuela se inserta de manera bastante conflictiva en el pro-
ceso de lucha coyuntural del barrio, debido a diferencias surgidas entre sus miem-
bros y vecinos que participan de esa lucha. Estas diferencias tal vez tuvieron que ver
con expectativas que los vecinos esperaban ver satisfechas por la escuela y de las
cuales ésta no se hizo eco, debido a un posicionamiento en lo político por el cual se
atribuyen otro rol. Vemos sintomático de esta situación lo expresado en una de las
entrevistas :
“(...) pero no, no hay más esa confianza que había antes con ellas, ellas venían
a mi casa, ahora no...pero mejor porque...si ella decía que nos quería tanto a noso-
tros por interés, no porque...o porque pensaba en los chicos ni nada...porque la es-
cuela así, acá no es como en otras escuela, viste, que quizás vos para hablar con un
docente tenés que pedir una audiencia o ...hablar con...acá no, acá eran todo una
familia, viste, padres y todo eran...una familia. Tenemos un problema, bueno, le
pedíamos consejo a ella porque como que no hay nadie que no...que nos dé un
consejo, que nos diga algo, entonces, a ella nosotros le pedíamos... ahora no, ahora
no.”
“(...) porque qué te parece si el intendente se enojaba y no nos daba nada y
venían con una topadora porque ellos tienen cómo, con una topadora agarraban y
tiraban todo y ella qué iba a hacer, ella lo que hacía era provocar, hacerlo enojar
al...y lo más lindo era que no consultaban con la gente, ella formó una comisión de
villa y había una piba que ella nomás hablaba, que a ella nomás la atendían y era del
partido de izquierda, ella nomás hablaba en el diario, ella no...nos trataban a noso-
tros como unos ignorantes, no, no es así...” (Entrevista N°2)
Creemos que esta desarticulación se debe a la concepción de lo político que
compartirían algunos sectores, según la cual su rol sería el de “vanguardia”. Esta
concepción dialoga con otra forma de entender la actividad política, no como van-
guardia sino acompañando y definiéndose en el proceso mismo.
“(...)No hay ningún partido, no hay ninguna teoría marxista, no hay ninguna
esperanza cristiana, no hay nada que haga mover la historia, si nosotros no la move-
mos. No hay nada.” (Frei Betto, Rev. América Libre N°9 : 40)
Con este perfil se define una nueva forma de organización al interior del ba-
rrio que puede encuadrarse en lo que T. Evers llamó “nuevos movimientos socia-
les”, que en primera instancia se da en torno a una necesidad para luego ir
complejizándose en el diseño de una estrategia para el logro de sus objetivos. Ha-
blar de “estrategia” implica que los sujetos se plantean un objetivo y una forma de
llegar a él que estaría sustentada por determinados valores; para que puedan plan-
teárselas deben percibir estas metas como posibles.
Estas organizaciones pueden tener como objetivo último la satisfacción de
esa necesidad, puesto que, satisfecha la necesidad, se desarticularía la organización.
Pero cuando esa necesidad se plantea en términos de “justicia”, “derecho”, apunta a
una reconstrucción de identidad debido a la recuperación de fragmentos de la “his-
toria vital del grupo”.
“(...)claro, será asistencialismo, será lo que sea, pero a través del asistencialismo
logramos que los chicos... que los chicos estén en la escuela, viste... que pueda
organizarse, moverse...”
“(...)no, no, no, seguro, o sea, nosotros tampoco vamos a salir a hacer torneos
solamente para comer, es así de corta...” (entrevista N°4)
Esto nos lleva a plantearnos el problema acerca del rol de los “agentes exter-
nos” en los procesos de cambio social y cómo debe darse la inserción de éstos en las
organizaciones de lucha. Hacemos propias las palabras de Hugo Ratier asumiéndo-
las como un compromiso a llevar a cabo. Éste puede ser un punto de llegada y,
creemos, puede también serlo también de partida :
“El asumir la conciencia política del pueblo permite comprenderlo con una
profundidad que ninguna teoría sociológica logró alcanzar. No somos ya los técni-
cos que venimos a ayudarlos a emerger. Tampoco los maestros que impulsaremos
hacia la “verdadera salida”, desviándolos de su adhesión al “populismo”. Tampoco
meros alumnos dispuestos a “aprender de las bases” y marchar detrás de ellos. So-
mos, simplemente, compañeros, construyendo junto a ellos una alternativa popu-
lar” (H. Ratier, 1975)

DE VUELTA AL BARRIO
De acuerdo a la metodología con la que fuimos siguiendo el trabajo, según la
cual el conocimiento es una construcción social, se hacía necesario compartir algu-
nas conclusiones de esta producción con quienes habíamos hecho el trabajo. De
esta idea surgió una reunión con miembros de la escuela para transmitirles algunas
cuestiones que se desprendieron del trabajo de campo, algunas cuestiones “no di-
chas”, que podrían contribuir a un mejoramiento en la relación de la misma con el
barrio. Nos parecía central dado el papel de la misma en el proceso identitario del
barrio en el que notamos un conflicto en la legitimación de su historia.La forma en
que pensamos acercarnos a la escuela la diagramamos en una serie de ejes : 1.
Presentación · La idea era transmitirles por qué elegimos el lugar. Desde qué
lugar consideramos la construcción de conocimiento. E intentamos hacer una
explicitación del proceso metodológico. 2. Historia del barrio ·Trabajamos a par-
tir de la categoría identidad y pobreza partiendo de la definición de “pobre” de una
de las entrevistadas. · Partimos de la definición de identidad como construida en
relación con los otros y con nuestra historia, para acercarnos a la identidad del otro
primero nos acercamos a la nuestra. · Aparece la cuestión de cómo se refleja la
historia argentina en el barrio, es decir, la historia de origen y formación del barrio
en tanto parte de la historia política y social del país de los últimos 30-40 años. ·
Sugerimos que la escuela como referente del barrio debía tomar como eje importan-
te para la organización actual, la historia del barrio, más aún frente al inminente
traslado a partir del cual se dificultaría aún más la recuperación de esa historia. 3.
Relación Escuela -Barrio · Quisimos dar cuenta de la mirada de la Escuela hacia
el barrio : el proceso de lucha aparecía como iniciado por la escuela pero después el
barrio se apropia de ese proceso. · Aquí se introduce la mirada del barrio hacia la
escuela que complejiza e introduce diferencias acerca de ese proceso. Esto es cen-
tral para el antropólogo dado la importancia de lo diverso en los estudios
antropológicos. · En la historia, la escuela es un elemento central, bastión de la
identidad del barrio. Sin embargo, a pesar de formar parte del barrio por momentos
actúa como factor externo, institución social. Por esto participaría de las contradic-
ciones de todo proceso histórico- político. · El proceso que se inicia con la cons-
trucción de la escuela se interrumpe con la dictadura, éste es un proceso que se da
en todo Latinoamérica. En esta coyuntura surgen diferencias entre la escuela y algu-
nos sectores del barrio. 4. Formas alternativas de organización en el barrio ·
Estas nuevas organizaciones se reúnen primero en torno a necesidades materiales y
posteriormente surgen actividades culturales, de educación, deportes, etc. · A p a -
rece la necesidad como un derecho, esto implica una toma de conciencia, es algo
que se exige no se pide. · Aparecen distintas concepciones de lo político :
Asistencialismo vs. No asistencialismo

A MODO DE CONCLUSIÓN
Nos resultó importante tener la oportunidad de poder compartir con
los sujetos de la problemática esos aspectos que creímos que podían contribuir de
alguna manera a la reconstrucción de los lazos entre este grupo y su historia, es
decir, poder hacer de ésta una herramienta de cambio. Nos planteamos, en su
momento, también tener una instancia de este tipo con los sujetos que participaban
por fuera de la institución educativa. Por diversos motivos, por ejemplo, las diferen-
cias entre ellos que hacían muy difícil reunirlos, y otros que tienen que ver con
nuestra pertenencia de clase y nuestra formación académica (las cuales serían obje-
to para un análisis más profundo), no pudimos concretarlo. En cuanto a la
instancia que sí pudimos concretar, fue un espacio bien recibido por parte de los
docentes. Surgieron muchas dudas, sobre todo desde los integrantes más nuevos de
la escuela, y propusieron llevar adelante un taller donde poder trabajar acerca de la
identidad del barrio, lo cual se hacía más necesario ante la inminente “mudanza” al
barrio nuevo. Hoy, si pasamos por Av. Circunvalación, a la altura de
Pellegrini, ya nada queda de la arboleda que bordeaba la villa Santa Lucía. En su
lugar sólo encontraremos grandes montículos de tierra y maquinaria que abren ca-
mino a la Autopista Rosario-Córdoba, en nombre del tan mentado “progreso”. Un
poco más allá, al costado de las vías del ferrocarril, se extiende un paisaje uniforme
de casitas blancas y calles de barro, que sirve de nuevo escenario para la continua-
ción de esta historia... “(...)El lugar (...)es también un “territorio retórico”, es decir,
un espacio en donde cada uno se reconoce en el idioma del otro y hasta en los
silencios : en donde nos entendemos con medias palabras. Es, en resumen, un uni-
verso de reconocimiento, donde cada uno conoce su sitio y el de otros, un conjunto
de puntos de referencias espaciales, sociales e históricos...” “Así, al definir el lugar
como un espacio en donde se pueden leer la identidad, la relación y la historia,
propuse llamar no-lugares a los espacios donde esta lectura no era posible. Estos
espacios, cada día más numerosos son : los espacios de circulación, autopistas, áreas
de servicio en las gasolinerías, aeropuertos, vías aéreas... “Los espacios de consu-
mo : super e hiper-mercados, cadenas hoteleras. “Los espacios de la comunicación :
pantallas, cable, onda, con apariencias a veces inmateriales.” (M. Augé, 1998 : 31,40)

BIBLIOGRAFÍA :
· ARGUMEDO, Alcira ; 1993 ; “Los silencios y las voces en América Latina.
Notas sobre el pensamiento nacional y popular.” ; Ediciones del Pensamiento Nacional,
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HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José ; en ARGUMEDO, Alcira, op. Cit. ·
LORES ARNAIZ, María del Rosario ; 1983 ; “Hacia una epistemología de las cien-
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PIÑA, Carlos ; 1984 ; “Lo popular : notas sobre la identidad cultural de las clases
subalternas.” ; Documento de trabajo ; Programa FLACSO ; Santiago de Chile ; N°223. ·

RATIER, Hugo ; 1975 ; “Villeros y villas miseria” ; CEAL ; Buenos Aires. 1.

*Alumnas de la Carrera de Antropología de la Escuela de Antropología de la Facultad Nacional de Rosario de


la Universidad Nacional de Rosario.

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