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Resumen
Frecuentemente se mira la pobreza como un síndrome situacional que la aso-
cia a infraconsumo, deficiencia habitacional, bajo nivel educativo, poca participa-
ción institucional y anomia. Estas miradas sobre la pobreza que privilegian su lectu-
ra desde las estructuras sociales han utilizado dos medios fundamentales en la de-
terminación del tamaño de la pobreza, su evolución y composición, cuando su con-
cepto queda asociado a infraconsumo: el de las “necesidades básicas insatisfechas”
y el de “la línea de pobreza”. En el primer caso, se trata de medir a la población por
manifestaciones exteriores que revelan la falta de acceso a ciertos servicios consi-
derados básicos: vivienda, agua potable, electricidad, salud, educación. Para este
método son “pobres” aquellos hogares que no alcanzan a satisfacer algunas de las
necesidades definidas como básicas. En el segundo caso, la línea de pobreza se
traza en el nivel de los ingresos necesarios para acceder a una canasta básica de
bienes y servicios respetando las características de consumo culturalmente defini-
das para una sociedad en un determinado momento histórico. De este modo se con-
sideran “pobres” los hogares con ingresos inferiores a esta línea de pobreza. «Po-
bres», por lo tanto, son aquellas personas que no logran satisfacer necesidades que
se consideran básicas en una sociedad determinada, lo que trae aparejado necesida-
des insatisfechas, y que padecen una situación que les imposibilita salir del círculo
vicioso de la pobreza, porque sus capacidades se ven disminuidas por la carencia de
bienes materiales y recursos económicos y la dificultad consiguiente en acceder a
ellos. Sus causas por lo tanto, se ven en la desigualdad de oportunidades que genera
el sistema.
Los avances logrados en materia social en el período de auge del estado de
bienestar social contribuyeron de forma decisiva a mantener viva la esperanza de
cambio en las condiciones de vida de los más necesitados. Hoy, con el
desmantelamiento de las estructuras del bienestar, las determinaciones sistémicas
vuelven a ocupar el centro de los planteos teóricos, puesto que la justificación que
se propone sobre estas medidas es la necesidad de reacomodar las economías nacio-
nales al nuevo orden del capitalismo mundial.
Hoy, la vida cotidiana de un gran porcentaje (50% ) de la población y de las
familias en América Latina constituye un círculo perverso de carencias:
«los hijos de los pobres no tienen acceso a la educación, se enferman, están
mal alimentados, no acceden a empleos productivos, no tienen capacitación, no
tienen crédito y con ellos se autogenera la pobreza»2
Según los cálculos de UNICEF, cerca de 3.000 niños mueren por día en Amé-
rica Latina por problemas ligados a la desnutrición y carencias perfectamente evita-
bles. Se trata de 900.000 niños por año, el 60 % de las muertes atribuídas a la pobre-
za.
Entendemos que es útil completar esta mirada con los aspectos relacionados
con interacciones microsociales entre las personas, valorizando los escenarios coti-
dianos3, particularmente el ámbito de la “familia” y el “hogar”, en tanto espacio
privilegiado de las estrategias de producción y reproducción, consumo, contención
afectiva, en su calidad de mediadora entre el individuo y la sociedad. Nuestro inte-
rés por este tema se relaciona con nuestra investigación previa sobre la estructura y
organización familiar en Villa Mercedes (San Luis) que nos impulsó a profundizar
en los aspectos mas relacionados con la defensa de la calidad de vida principalmen-
te de aquellas familias sobre las que es necesario plantearse líneas de acción que
permitan superar su situación actual hacia modos no excluyentes de organización
social, objeto de estudio en nuestra investigación actual sobre las “Estrategias de
reproducción familiar en familias en situación de pobreza”.
En nuestro trabajo afirmamos que la integración a un mundo global requiere
como mínimo la integración a la sociedad de los excluídos del derecho a tener una
familia y de proveer posibilidades de vida digna a sus miembros.
Introducción
La pobreza, desde la mirada sociológica, ha sido visualizada desde dos
paradigmas antitéticos en sociología. Uno derivado de la teoría marxista y el otro,
desde una concepción que hunde sus raíces en el pensamiento de Durkheim.Estas
perspectivas señalan dos modos de acercarse al problema de la pobreza desde la
concepción del sistema social, desde la percepción de las determinantes del siste-
ma: o el sistema las genera irreductiblemente o son defectos, desajustes no inevita-
bles sino, por el contrario, problemas que pueden y deben resolverse. Estos planteos
iniciales sobre el sistema capitalista fueron conduciendo los esfuerzos teóricos al
estudio de las diferentes situaciones de pobreza, en un contexto social muy diferen-
te al que estos autores dedicaron sus esfuerzos de investigación. Por una parte, el
capitalismo despiadado de los tiempos de Marx fue cediendo paso a un capitalismo
que provocó el ascenso de grandes capas sociales a la clase media, y por otra parte
las organizaciones sindicales, las revoluciones y movimientos sociales dieron el
protagonismo a la acción por mejorar la calidad de vida de los sectores más
desprotegidos de la sociedad. Esta orientación promovió el análisis de “las pobre-
zas” y la acción sobre diversos sectores “pauperizados”, “marginales”, “excluídos”,
que han combinado de diversos modos ambos paradigmas teóricos. En efecto, la
acción sobre los pobres que se ha efectuado desde el trabajo social con comunida-
des, grupos y familias en situación de pobreza, si bien ha compartido la perspectiva
de las determinaciones sistémicas en el tema de la pobreza, ha consistido en actuar
sobre ellas, dentro del sistema, promoviendo el desarrollo de sectores sociales su-
mergidos.
La mirada a la pobreza desde los métodos que se utilizan para medirla: el consumo.
De este modo se empieza a mirar la pobreza como un síndrome situacional que
la asocia a infraconsumo, deficiencia habitacional, bajo nivel educativo, poca parti-
cipación institucional y anomia. Estas miradas sobre la pobreza que privilegian su
lectura desde las estructuras sociales han utilizado dos medios fundamentales en la
determinación del tamaño de la pobreza, su evolución y composición, cuando su
concepto queda asociado a infraconsumo: el de las “necesidades básicas insatisfe-
chas” y el de “la línea de pobreza”. En el primer caso, se trata de medir a la pobla-
ción por manifestaciones exteriores que revelan la falta de acceso a ciertos servicios
considerados básicos: vivienda, agua potable, electricidad, salud, educación. Para
este método son “pobres” aquellos hogares que no alcanzan a satisfacer algunas de
las necesidades definidas como básicas. En el segundo caso, la línea de pobreza se
traza en el nivel de los ingresos necesarios para acceder a una canasta básica de
bienes y servicios respetando las características de consumo culturalmente defini-
das para una sociedad en un determinado momento histórico. De este modo se con-
sideran “pobres” los hogares con ingresos inferiores a esta línea de pobreza. «Po-
bres», por lo tanto, son aquellas personas que no logran satisfacer necesidades que
se consideran básicas en una sociedad determinada, lo que trae aparejado necesida-
des insatisfechas, y que padecen una situación que les imposibilita salir del círculo
vicioso de la pobreza, porque sus capacidades se ven disminuidas por la carencia de
bienes materiales y recursos económicos y la dificultad consiguiente en acceder a
ellos. Sus causas por lo tanto, se ven en la desigualdad de oportunidades que genera
el sistema. . En este sentido, lo que se subraya es la idea de la dignidad humana
vinculada a necesidades universales y a la universalidad de los derechos que la ga-
rantizan, ya que remiten a «la dignidad e igualdad esenciales del individuo conside-
rado como ser humano» (UNESCO,1991:822).
La dimensión identitaria
Pero además, entendemos que a ser pobre se aprende. El pobre es socializado
para que se acostumbre a vivir en su estado de pobreza y dentro de las fronteras
territoriales donde se lo margina. El pobre se habitúa a ser pobre, a aceptar la preca-
riedad del suelo y el techo compartido, la estrechez habitacional y la falta de dinero.
El conformismo trae aparejada la baja autoestima, la desvalorización de la propia
vida. Este conformismo y baja autoestima son el factor que los discrimina como
“irresponsables” , el estigma que los señala como culpables frente al ciudadano
“decente y digno”. El pobre está construido socialmente como pobre. La construc-
ción de la pobreza desde la mirada del investigador ha privilegiado “la carencia”
como criterio de diferenciación y ha contribuido a estigmatizar la pobreza.
Por esto, entendemos que es útil completar esta mirada con los aspectos rela-
cionados con interacciones microsociales entre las personas, valorizando los esce-
narios cotidianos, particularmente el ámbito de la “familia” y el “hogar”, en tanto
espacio privilegiado de las estrategias de producción y reproducción, consumo, con-
tención afectiva, en su calidad de mediadora entre el individuo y la sociedad. Nues-
tro interés por este tema se relaciona con nuestra investigación previa sobre la “Es-
tructura y Organización familiar en Villa Mercedes (San Luis)” que nos impulsó a
profundizar en los aspectos mas relacionados con la defensa de la calidad de vida
principalmente de aquellas familias sobre las que es necesario plantearse líneas de
acción que permitan superar su situación actual hacia modos no excluyentes de
organización social, objeto de estudio en nuestra investigación actual sobre las
“Estrategias de reproducción familiar en familias en situación de pobreza”, bajo la
Dirección de la Master Olga Mercedes Paez. En este sentido nos pareció fructífero
acercarnos a las estrategias familiares de vida desde la perspectiva teórica de Pierre
Bourdieu, que nos permite estudiar las estrategias familiares en su relación con el
espacio social y en relación al devenir de dichas estrategias en el desarrollo del
espacio social. De este modo, nuestra idea es que los criterios de diferenciación del
espacio social, y la posición que los pobres ocupan en este espacio, y el peso relati-
vo de estas posiciones en el espacio social están ligados, no sólo a los bienes de los
que son carentes (no posesión de capital económico), y de las distinciones que les
imponen los sectores dominantes del espacio social, sino a aquellos bienes y distin-
ciones que los pobres construyen como diferenciación interna del campo de la po-
breza y que constituyen los criterios a los que la percepción dominante no nos per-
mite acceder y que sin embargo es fundamental conocer si nos planteamos la nece-
sidad de implementar vías de acción superadoras de su situación. Para descubrir
estos bienes y esos criterios nos propusimos privilegiar el ámbito de la familia por-
que es en ella donde se opera su acumulación y donde se transmite por la socializa-
ción las pautas estratégicas para la sobrevivencia.
De este modo definimos como estrategias de reproducción al conjunto de prác-
ticas fenomenalmente muy diferentes, por medio de las cuales los individuos, los
grupos o las familias tienden de manera consciente o inconsciente a conservar o
aumentar su patrimonio, y correlativamente a mantener o mejorar su posición en la
estructura de las relaciones de clase”.
La familia es el lugar por excelencia de la acumulación de capital de diferentes
especies y de la transmisión entre generaciones, por ello es el sujeto principal de las
estrategias de reproducción. Esto puede observarse en la transmisión del nombre de
familia, el apellido, elemento principal del capital simbólico hereditario que es la
base para la transmisión del patrimonio, el conjunto fundamental del capital econó-
mico y simbólico.
Definimos como Estrategia de Reproducción Familiar: al conjunto de prácti-
cas de subsistencia, contención familiar, de diferenciación y ascenso por medio de
las cuales las familias tienden de manera consciente o inconsciente a conservar o
aumentar su patrimonio, y correlativamente a mantener o mejorar su posición con
relación al propio campo de la pobreza y con relación a su posición en la estructura
de las relaciones de clase.
Introducción.
La intención de este trabajo consiste en recorrer brevemente ciertas máscaras -
pensadas en tanto estrategias simbólicas de representación- a las que recurren los
ocupantes ilegales del barrio del Abasto de la ciudad de Buenos Aires. Se trata de
algunos ocupantes que aún subsisten allí pese a los desalojos masivos que están
teniendo lugar en el barrio a partir de la reciente inauguración del shopping Abasto
de Buenos Aires, y con los que venimos trabajando desde hace siete años.
¿De qué modo procuran los ocupantes enmascarar su ilegitimidad, si la evi-
dencia física no sirve para componer un disfraz creíble? ¿Qué rostro nuevo compo-
nen, dentro de sus acotadas posibilidades, para abordar el porvenir? Hemos de ex-
poner aquí algunas máscaras que “fabrican” los ocupantes con los recursos que
tienen a mano para desplazar, siquiera discursivamente, el estigma y tender nuevos
puentes de reconocimiento social.
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Mujer Peruana
Esta parte del trabajo que se relaciona con la migración peruana es resultado
de una investigación independiente, que parte de una cantidad de entrevistas que
facilitaron la conclusión con muchos datos recogidos y la participación durante este
tiempo en la Mesa de ayuda al inmigrante. Esto ha dado la posibilidad de observa-
ción de las características de esta población. De esta manera se constata que las
mujeres son la cara visible y la mayoría numérica, que llevan a feminizar esta mi-
gración, en contraste con las migraciones de fines de siglo XIX y principios del XX.
La expulsión constante de su población encuentra una razón en el Perú actual,
la situación socioeconómica que está atravesando como en el resto de Latinoamérica
lo que aclara y hace más que justificada la búsqueda de mejores situaciones de vida,
la crisis de los ‘80 hizo que muchas mujeres pasaran a ser el principal o único
proveedor económico de sus hogares. Sin duda, que las consecuencias de este cam-
bio notable de los roles tradicionales repercuten en toda la familia, pero se sienten
con todo su peso sobre las madres. Cabe entonces, de acuerdo a la visibilidad que
surge de las entrevistas y los datos recogidos, considerar a las mujeres depositarias
de la tradición y de toda la cultura peruana, lanzadas a esta empresa de la migración.
El móvil y motivo más importante que decide la partida de su país es la búsqueda de
mejoramiento de su situación económica. El trabajo que resuelve y en el que son
requeridas en nuestro país y especialmente en el contexto capitalino que es donde se
da la mayor concentración, es el servicio doméstico.
A la hora de decidir trasladarse lo podrían hacer en forma asociativa o autóno-
ma, esto está ligado a las oportunidades que ofrece el mercado laboral. Si la mujer
se traslada con toda la familia, generalmente deja de ser una decisión individual, es
decir que todo ha sido compartido, allí se convierte en una migración asociativa , si
es en el caso de la peruana su traslado es individual o autónoma, deja a su familia, y
posteriormente en el lugar de destino se establecen allí y comienzan las redes
asociativas (Devoto, F: 1989).
Si bien el trabajo del servicio doméstico no es la mejor ocupación que logran
dentro del mercado urbano, inicialmente representa una cierta protección, pues vi-
ven con una familia, en lugar de manejarse solas en la ciudad, luchando en un entor-
no frío e impersonal. Las mujeres que ingresan al país en los años ‘93,’94, ‘95 se
hallan comprendidas en los grupos de edad entre los 20 y los 35 años. Desde el
punto de vista de la migrante individual, el servicio doméstico es un modo de adap-
tación a la nueva vida emprendida, y al mercado de trabajo urbano que si bien no
goza de prestigio social, considerando los resultados de las entrevistas, las migrantes
peruanas son las que mayor calificación y nivel de educación tienen, si las compara-
mos con las trabajadoras de origen extranjero. Tanto es así, que el personal paragua-
yo ha sufrido un desplazamiento por parte de las mujeres peruanas.
El segmento etario reviste una relativa importancia, pues las chicas que se
trasladan con hijos aunque solas, o dejan a los suyos en su país, suelen ser factores
de decisión de retorno.
La falta de adaptación a los medios escolares, sobretodo por la discriminación
sufrida en la escuela entre los niños o con los mismos docentes, hace decidir el
regreso de sus madres, por último, cuando sus mamás trabajan muchas veces que-
dan solos, esta situación hace de estos niños criaturas muy calladas sin mejor posi-
bilidad de comunicación, por lo tanto dejan de concurrir a las escuelas, sin recibir
ninguna preparación expuestos a la soledad acentuando su incomunicación.
El medio de vida es muchas veces promiscuo, donde se suelen experimentar
frecuentes hechos de violencia que el Área Programática del Hospital Ramos Mejía
atiende mayoritariamente. Si tenemos en cuenta que el lugar donde viven es la zona
de influencia del mismo, la parte negativa que se registra a través de los conflictos
étnicos y la profunda estigmatización, nos proporciona información que permite
desmitificar ciertas creencias que alimentan posiciones xenófobas y discriminatorias
que genera una identificación del “villero” al “peruano”. Es la población que cons-
tituye los habitantes de las casas tomadas y pensiones de zonas en algunos casos
marginales y en otro la población peruana se sitúa en el barrio del abasto Constitu-
ción, en situaciones muy extremas siempre son el centro de culpa de carencias sufri-
das por los nativos en lo concerniente al aspecto económico y social.
Un trabajo realizado por el INDEC y conducido por la Lic. A. Maguid que
observa los cambios operados en el mercado de Argentina y en especial el Area
Metropolitana, nos proporciona una certera información que permite además
desmitificar ciertas creencias que alimentan esas posiciones xenófobas y
discriminatorias de las que hemos hablado. El mismo toma la inserción de la mujer
en el mercado de trabajo la que debe compatibilizar tanto sus roles reproductivos
como productivos, y en el caso de su traslado se convierten en este modo en jefas de
familia, lo hayan hecho solas o con sus niños. La mujer en el Perú comparte los
mismos puestos de trabajo que el hombre, pero al emigrar generalmente se desem-
peña en tareas de menor calificación, todos los entrevistados suelen estar más con-
formes aquí por sus salarios, que les permite a las mujeres enviar pequeñas remesas
de dinero a sus familias, que allí representa una ayuda para los objetivos buscados al
llegar a destino.
Es importante el rol de la Iglesia cumpliendo su papel socializador, ciertas
prácticas culturales religiosas, como la Fiesta y Procesión del Señor de los Mila-
gros, donde se reproduce en menor escala la importancia que la misma tiene en la
Ciudad de Lima, allí convoca a casi un millón de fieles, mientras que en la Capital
el año pasado se pudieron contabilizar un total de casi 40.000 personas donde el
70% eran mujeres, una percepción de la feminización de esta migración.
Cambios en la mujer coreana a partir del proceso migratorio
Para comprender la organización de la familia coreana y por lo tanto el lugar
que tiene la mujer debemos caracterizar brevemente los trazos ideológicos más im-
portantes del pensamiento tradicional de Corea. Su originalidad reside en la integra-
ción de diferentes ideologías (chamanismo, budismo, confucianismo,
neoconfucianismo, taoísmo y más tarde el cristianismo), que se cristalizan en una
suerte de sincretismo que marca el rol de los individuos en la sociedad. Sin embar-
go, son el confucianismo y el budismo los que más marcaron, a lo largo de la histo-
ria de Corea, el lugar de la mujer en la sociedad y en la familia.
Confucianismo: el respeto a las jerarquías, empeño por el trabajo, el gusto por
los ritos y el protocolo, la piedad familiar rigurosa y el respeto supremo a los letra-
dos están representados principalmente en el amor/piedad familiar y el culto a los
ancestros. Este sistema de creencias se basa en relaciones establecidas
jerárquicamente. Dentro del modelo familiar confuciano, los roles están bien deli-
mitados: el hombre manda. La mujer obedece a su marido, pero también sirve devo-
tamente a su familia política en todos los rituales y quehaceres domésticos.
También el budismo condiciona de manera muy particular el lugar de la mu-
jer en la sociedad coreana. Las preceptos budistas tienden por sobre todas las cosas
al desprendimiento absoluto de todo lo material y terreno. En este sistema de pensa-
miento, la mujer representa una razón más de compromiso y atadura a este mundo y
son la posibilidad misma de reproducción de esta baja existencia, por lo cual serán
puestas en una posición de inferioridad y dominación del hombre.
Constatamos la complementariedad histórica de estos dos modelos ideológi-
cos: los preceptos confucianos imponen el sometimiento de la mujer y el pensa-
miento budista la relega al lugar más marginal de las relaciones sociales.
El modelo tradicional de familia se sostiene sobre la figura del padre como
jefe absoluto respetado y venerado junto a los ancestros. La mujer se encuentra en
una situación de subordinación e inferioridad con respecto al hombre y a la familia
de éste. El hijo mayor, el primogénito, como continuador de la línea familiar y
encargado de cuidar de sus padres en la vejez, adquiere una gran importancia. Las
hijas mujeres están destinadas a dejar su familia natal para entrar en la familia del
hombre y es recién con el nacimiento del primer hijo varón que ella será respetada
verdaderamente por los miembros del nuevo hogar. La mujer se encuentra en situa-
ción de inferioridad ante el marido y la familia de este. Ella debe obedecer a sus
padres políticos y servirles obedientemente en todas las actividades domésticas.
En el proceso migratorio este esquema de relaciones sociales se presenta fun-
cional para la inserción del grupo y el éxito del proyecto migratorio.
Si bien en Argentina la situación de la mujer se modifica, sobre todo gracias a
los cambios que introducen las generaciones jóvenes, la aceptación de este modelo
de mujer sumisa, sigue presente en la organización del grupo. Por esta razón, para
los casamientos, cuando la mujer no pertenece a la colectividad tendrá la oposición
de todo el grupo familiar y social próximo, si ella pertenece al grupo étnico-cultural,
entonces se evalúa el grado de compromiso que mantiene con la cultura de los ma-
yores.
En Argentina ella ocupa un lugar muy importante, principalmente en el área
del trabajo familiar. Esto modifica su posición en las relaciones de poder de la fami-
lia, pero, a pesar de estos cambios, continúa en un lugar de subordinación frente al
hombre.
En la Corea tradicional es impensable que una mujer casada trabaje. “La ima-
gen que se hacen del hombre está asociada al trabajo, a los esfuerzos, a la progre-
sión del saber, al ascenso social, mientras que el estereotipo de la mujer está asocia-
do a su lugar en la tradición, en la educación, a su protección por amor y ternura.”
(Nataly Luca, 1994) Tradicionalmente, la mujer coreana vivía con sus padres hasta
el casamiento, mientras tanto, se preparaba para ser esposa y madre. Una vez casada
ella hacía su vida en torno a su marido y a sus hijos.
En Argentina se acelera el proceso de transformación. En la vida cotidiana la
mujer comienza a comportarse de diferente manera. Trabaja desde el primer día, a
la par del hombre, en el negocio o en el taller. Es corriente ver en los negocios
coreanos a las mujeres en las cajas, en general es ella quien administra el dinero de
la familia, aunque las decisiones siguen siendo tomadas por el hombre.
Observamos que los roles de los miembros de la familia tradicional confuciana
cambian, pero que se mantiene el esquema de dominación de la mujer. Por ejemplo,
en Corea la división es tajante entre el campo público y laboral monopolizado por el
hombre y lo privado, la casa, y la cocina, responsabilidad de la mujer. En Argentina
esta participa del ámbito del trabajo fuera de la casa y toma mayores responsabilida-
des en el negocio familiar. Sin embargo, sigue ocupándose enteramente de las ta-
reas del hogar y de la educación de los hijos. Recordemos que para el modelo
confuciano la cocina es un lugar impuro y es un lugar prohibido para el hombre.
Este hecho está aún muy enraizado en la mentalidad y comportamientos de los
inmigrantes, por lo que no es fácil su transformación. Las mujeres migrantes naci-
das en Corea, ni siquiera ven el hecho de que su marido no participe de las tareas
domésticas, como un reproche o una falta. Esta situación no es considerada una
injusticia ya que no se cuestiona el principio por el cual la cocina es un dominio
exclusivamente femenino. La presencia del hombre en la cocina implicaría la pérdi-
da de honor de toda la familia. De esta manera, la mujer reproduce el esquema de
división de tareas, y se les exige a las más jóvenes que colaboren en las mismas,
nunca a los hijos varones. En algunos casos, son las abuelas quienes realizan las
tareas domésticas si la madre no pudiera hacerlo a causa del trabajo fuera de la casa.
Pero siempre será una figura femenina la que ocupa dicho rol. Vemos entonces la
transformación de roles en un sentido unilateral, la mujer sale a la calle pero el
hombre no entra a la cocina, esto termina en una situación de sobrecarga de trabajo
para la mujer. En síntesis, con el aumento del trabajo fuera del hogar, no disminuyen
las tareas domésticas ni aumenta la ayuda externa con la misma intensidad. Cabe
aclarar que hablamos de una comida muy elaborada que requiere horas de prepara-
ción cada vez.
Otro cambio que podemos observar en los roles de los miembros de la familia
al llegar a Buenos Aires concierne a la toma de decisiones. Históricamente la mujer
coreana estaba relegada de la toma de decisiones, incluso acerca del futuro y educa-
ción de sus hijos. Era el hombre “Jefe Familia” la única autoridad indiscutida. Apa-
rentemente este modelo se mantiene en nuestro país. Sin embargo, en la mayoría de
las entrevistas realizadas, esta aseveración se acompaña de una aclaración de ex-
cepción «en mi caso es distinto...». La constante situación de excepción se manifies-
ta en la mayoría de los casos como regularidad, presentándose en tanto regla y no
como caso especial. Este dato nos lleva a pensar nuevamente en la figura simbólica
del Jefe de Familia que exige respeto al poder que le confiere su lugar en la escala
jerárquica del grupo, poder que en la cotidianeidad es manejado de diferente mane-
ra. Diremos que el modelo de figura del padre tradicional confuciano solo se man-
tiene en el orden simbólico.
A partir del momento en que la mujer empieza a trabajar, adquiere un lugar y
una voz diferente en la familia, y es el marido quien debe ceder su espacio. Aunque
el hombre no pierde el control y poder de decisión, debe habituarse a compartir y
discutir las actividades económicas de la familia con su mujer. Esto genera un espa-
cio de discusión y diálogo entre los cónyuges que genera muchas situaciones con-
flictivas.
Podemos afirmar que el sistema y organización familiar que los migrantes
coreanos traen de su país de origen, posibilita una buena inserción en el nuevo con-
texto ya que les permite el establecimiento de sus propios negocios y a partir de
interminables jornadas de trabajo, alcanzan el ahorro necesario para crecer mate-
rialmente. Es un sacrificio que hace toda la familia, pero es en la figura de la mujer
donde reposa la clave del éxito del grupo familiar. El modelo de familia centrado en
el padre Jefe de Familia, más que en la relación igualitaria de los cónyuges, donde la
mujer contribuye como sostén económico de la familia, sin abandonar sus tareas
domésticas, de cuidado y educación de los hijos, garantiza el éxito material, a la vez
que agudiza los conflictos al interior de la familia.
Por otro lado, la organización del grupo migrante en torno a las asociaciones
étnico-culturales contribuye a la autonomía del mismo. Por esta razón constatamos
que de los miembros de la familia sólo los jóvenes mantienen relaciones próximas
con otros grupos extracomunitarios. En el caso de los adultos, estos contactos solo
se llevan a cabo por razones comerciales.
Con respecto al contacto y a las relaciones que se mantienen con el país de
origen, constatamos que en la última década, con el avance tecnológico y el abara-
tamiento de los viajes, se multiplican los viajes hacia Corea con el fin de visitar a los
familiares y amigos que dejaron allá. Pero, como es una migración netamente fami-
liar, que muchas veces incluye también a abuelos y tíos, pueden pasar muchos años
sin visitar su país. Los que vinieron en los 60 y 70 no solo no visitaron Corea hasta
ya entrados los 80, sino que tampoco enviaban a sus hijos a conocer ni a visitar
parientes que hubieran dejado allá. Los que llegan a partir del 84, en cambio, visitan
Corea regularmente y envían a los hijos de visita o a estudiar con mayor frecuencia
que los otros.
Conclusiones
En el caso de las inmigrantes peruanas, por el hecho de venir solas, deben
trabajar en relación de dependencia, en su gran mayoría en el servicio domestico.
No tienen una estructura familiar y comunitaria, como en el caso de los coreanos,
que le posibilite un desarrollo económico próspero.
Por esta razón, estas mujeres no experimentan un proceso de movilidad social
exitoso como en el caso de las familias coreanas, fundamentalmente por el hecho de
que se trasladan solas, y entonces no tienen las condiciones materiales favorables
para hacerlo. En cambio, la población coreana cuenta con un pequeño capital ini-
cial de inversión, con préstamos comunitarios, y fundamentalmente con la mano de
obra familiar. Las mujeres peruanas tampoco tienen las condiciones temporales ne-
cesarias para desarrollar otras actividades, ya que el trabajo doméstico insume la
mayor parte de su tiempo a cambio del salario mensual que envían a los familiares
que quedaron en el Perú. Estas mujeres tienen al momento de migrar un nivel de
instrucción terciario o superior, y que algunas de ellas continúan sus estudios uni-
versitarios en nuestro país, a pesar del poco tiempo que les queda fuera del trabajo.
En el caso de la mujer coreana, el proyecto migratorio se ve envuelto en el modelo
de familia ya descripto, por lo que la mujer no resigna su lugar o carrera profesional
sino que se sacrifica en nombre de su familia y por el futuro de sus hijos.
Por otro lado, el cambio en el rol de la mujer coreana se visualiza como la
principal fuente de conflicto al interior del grupo familiar. El trabajar fuera de la
casa, en el negocio familiar es una necesidad que produce nuevas condiciones en las
relaciones sociales del grupo. La mujer trabaja, maneja dinero, adquiere competen-
cias que antes no poseía, sobre todo en el espacio público, y esto la lleva a posicionarse
frente a su marido de otra manera. Este cuestionamiento de la autoridad del hombre
puede tener, a largo plazo y en la medida que la mujer profundice su independencia,
ciertas consecuencias sobre el crecimiento económico familiar ya logrado.
Por otro lado, en el caso de la mujer peruana, observamos que el venir solas no
fomenta el arraigo en el nuevo contexto, sino que lo viven de una forma transitoria.
Si bien el número global de migrantes peruanos se mantiene estable, hay una reno-
vación constante.
A través del trabajo de estas dos nuevas corrientes migratorias con caracterís-
ticas culturales tan distantes unas de otras, queremos señalar la necesidad de estu-
diar el fenómeno migratorio como un proceso múltiple y complejo. Para entender
las estrategias de inserción de cada comunidad en nuestro país, es importante antes
que nada, comprender los valores culturales que estas poblaciones traen de sus lu-
gares de origen. Es lo que creemos constatar en la presente comunicación.
Como pudimos observar en la exposición de los datos obtenidos, el proceso de
inserción de ambos grupos presenta importantes diferencias en cuanto a las estrate-
gias que se utilizan en Argentina, diferencias que responden, principalmente, a las
características culturales de origen que motivan y orientan el comportamiento de
estas personas.
Por otro lado, ambas poblaciones padecen discriminaciones de parte de los
argentinos, por el hecho de pertenecer a minorías, que son construidas como “ex-
tranjeras” a partir de rasgos considerados por la población local como negativos.
Desde el discurso hegemónico ambos grupos forman parte de las poblaciones mar-
ginales que serán construidas negativamente. De esta manera, los peruanos le sacan
el trabajo a los argentinos, los coreanos no pagan impuestos y explotan a trabajado-
res ilegales, pero, más allá de la veracidad o no de estas afirmaciones del sentido
común, lo que nos interesa es visualizar, también, el mecanismo por el cual los
grupos migrantes son todos categorizados como un otro negativo. Este mecanismo
contribuye a ocultar las verdaderas causas de las crisis que afronta nuestro país y
Latinoamérica. Es más fácil culpabilizar a los inmigrantes, que reconocer las limi-
taciones e injusticias de las políticas de gobierno de estas últimas décadas.
Se instaura así, resultado de varias décadas, el Nuevo Orden Mundial, mientras
los capitales siguen sus rutas y se movilizan millones de trabajadores, nos encontra-
mos con “extranjeros en el mundo sin fronteras” padeciendo persecución xenófoba,
prevaricación laboral, pérdida de identidad cultural, represión policial, hambre y
cárcel.
La marginación económica y social de unos, es la condenación socio cultural
de los otros. Así, los coreanos, que lograron un rápido éxito en el proceso de inser-
ción económica y educativa, serán desvalorizados por las características culturales
de origen.
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AQUEL.... “SUCEDIÓ EN TABLADA”...
“EL ALUVIÓN ZOOLÓGICO”... “ERA EL SUBSUELO DE LA PATRIA
SUBLEVADO”.
Silvia Gergolet.
Los terrenos urbanos son el marco por exelencia para pensar la antropología
del presente. Las acciones colectivas de reclamos urbanos, son momentos y espa-
cios de expresión de tensiones sociales, que permiten a un observador atento, acce-
der a las cuestiones más profundas de las representaciones y prácticas sociales.
En esta oportunidad, expongo el contexto de descubrimiento y la forma en que
he abordado una investigación sobre el caso del conflicto desatado en Ezeiza entre
1995 y 1996 a partir de la instalación de torres de alta tensión en la zona urbana. Se
trata entonces de una reflexión epistemológica a través de un relato producido en un
contexto de producción de conocimiento desde la antropología.
Al abordar el estudio sobre fenómenos que transcurren en las ciudades que
habitamos los mismos investigadores, se impone la reflexión sobre el medio donde
se combinan los roles del sujeto que interactúa inmerso en redes de relaciones so-
ciales, y el sujeto que como investigador, objetiva su propio mundo social. Dando
lugar a un ir y venir entre la situación de ser hacedores de la realidad, y la de tomar
distancia, para comprender, y producir conocimiento sobre una parte de la “reali-
dad”. Que en otros términos consistiría en lo que muchas veces se denomina el
“extrañamiento”1 de lo que nos es familiar.
En este proceso, cuando se presentan las categorías nativas, estamos aún en
nuestro mundo familiar, donde se hallan los puntos de referencia estables y efecti-
vos desde donde discutir problemas de significado en el campo del sentido común y
en el campo del conocimiento científico. Mary Douglas se refiere a los “puntos de
referencia estables y efectivos” en cuanto al trabajo de los antropólogos que se acer-
can al estudio, a la interpretación de las diferentes culturas. Y entiende que uno de
los enigmas de la ciencia tiene como referente el pensamiento en general, y entre
los puntos de referencia estables que poseemos en tanto que investigadores están
aquellos del mundo familiar en el que nos movemos y las teorías científicas que
operan en tanto nuestra base epistemógica. (M. Douglas:1976).
El acontecimiento sobre el que desarrollo esta investigación, en primera ins-
tancia fue un continente donde no había distancia entre los sujetos actuantes y el
investigador. La peculiar entrada al trabajo de campo fue un elemento central en el
ejercicio reflexivo, fue el primer fenómeno encontrado para interpretar.
Me encontré en medio de una situación que en principio resultaba confusa.
Algunas mujeres del barrio que habito se presentaron en la puerta de mi casa para
preguntar, si había leído un volante que se refería al peligro que representaban las
“torres de alta tensión” (132.000 voltios) que se colocarían en la ciudad, y una de
ellas a la vuelta de mi casa.
Efectivamente, lo había leído y comentado su contenido, la impresión que tuve
fue que se trataba de una mala interpretación de quienes lo habían confeccionado, y
luego de compartir impresiones con profesionales que entendían del tema eléctrico,
fueron apareciendo dudas acerca de la posibilidad de que tal voltaje (132.000v),
pudiese ocasionar daños en la salud de las personas.
De las mujeres que se acercaron, sólo conocía de vista a una de ellas. Éstas
insistieron para que las escuchara, argumentando que el problema era real, y grave.
Por esa razón me pedían que me uniera a las movilizaciones que se iban a hacer,
pues las consideraban una manera efectiva para ser escuchadas por las autoridades
que debían detener la marcha de la obra.
Por ese tiempo yo estaba embarazada, por lo que estas mujeres, hicieron espe-
cial énfasis en los trastornos que los “electroductos” de alta tensión generaban en
los fetos y en los niños. Además de mencionar problemas para otros tipos de perso-
nas como los enfermos cardíacos. La insistencia se sustentaba en una cuestión de
territorialidad compartida, como una especie de identidad básica, el nosotros apela-
do, “los vecinos”, operaba como referencia colectiva a través de la situación com-
partida por aquellos que habitaban en un radio de proximidad física. Las mujeres,
eran quienes persuadían a sus vecinos y vecinas de la gravedad de la situación con
frases cuyos argumentos claramente apelaban a la vulnerabilidad que implicaba el
estado de mujer embarazada, o el riesgo para los niños de contraer graves enferme-
dades:
“-...y vos que estás embarazada , tenés que tener cuidado por tu bebé...”
“-...claro hay peligro de deformaciones en el feto, ...existen problemas de
Leucemia en niños ...”
A partir de ese momento empecé a interesarme por las cuestiones que me rela-
taban, y observé con sorpresa el elevado número de personas que se movilizaron por
las calles de la ciudad, y la extensión de los comentarios en distintos puntos de
Ezeiza acerca del problema con la alta tensión
Es así como fui recogiendo material en observaciones con participación, mate-
riales videograbados que me facilitaron algunos habitantes que seguían el tema de
cerca, documentación relativa a las normas vigentes para los emprendimientos de
obras y servicios públicos, en particular aquellas vinculadas con la electricidad. Si
bien mi curiosidad se centraba en los sentidos que desataron la movilización, a la
vez en los sentidos creados a través de ella, en una suerte de colaboración, más allá
del análisis que yo efectuara de los distintos tipos de materiales, compartía impre-
siones con los otros sujetos.
Las acciones eran concretas, mirar juntos algunas grabaciones de programas
de televisión, o de radio, leer juntos documentos oficiales, aclarar dudas técnicas.
Las respuestas que yo solicitaba a quienes protestaban, me eran otrogadas como
contra respuesta a mi participación en algunas de las actividades que éstos desarro-
llaban.
En el lugar donde se construía la protesta, parafraseando a Bourdieu, en tanto
que sujeto cognoscente, hiciera lo que hiciera, no cesaba de estar implicada. A par-
tir de la consciencia de los presupuestos y de los prejuicios asociados al punto de
vista local y localizado de aquel que construye el espacio de los puntos de vista, me
daba la posibilidad de reintroducirme en el análisis desde un ángulo
reflexivo.(Bourdieu, P: 1992) Fue un trabajo constante de participación y distancia-
miento para comprender lo que en principio constituía la “pieza enigmática” y ten-
der un puente (el proceso cognitivo), hacia la comprensión antropológica.
Al insertarme en la dinámica de la acción colectiva, entré en un espacio de
múltiples dimensiones, cuyas unidades básicas focalizadas, no eran individuos ni
grupos de éstos, sino las relaciones tejidas entre ellos. Estas se hacen visibles a
partir de las prácticas que revelan situaciones donde hay acciones, estrategias, y
efectos concretos que en todo caso develarían distancias y / o proximidades entre
intereses. Con esto al pensar una situación social como problema de investigación,
es un ejercicio consciente de ruptura con “adherencias y adhesiones más profundas
y más inconscientes, las que hacen el interés mismo del objeto estudiado para quien
los estudia, todo lo que quiere al menos conocer de su relación con el objeto que
busca conocer”.( Bourdieu y Wacquant: 1992).
En este difícil y necesario ejercicio reflexivo, puedo hacer conscientes las vin-
culaciones que los investigadores en tanto sujetos sociales tenemos con el resto de
la sociedad. Al dar un salto para instituirme en observador(a) pretendidamente “im-
parcial” corro serio riesgo de que en el afán de ir más allá, es decir en busca de los
sentidos que significan las acciones en el escenario del mundo social, sea redundan-
te con el mundo que interpreto. (Bourdieu y Wacquant: ib)
Muchas veces, los investigadores, al encontrarnos en el campo, somos produ-
cidos y productores de las situaciones en las que tenemos una interacción bastante
fluída con los otros sujetos. Y para llegar a lo que Gerard Althabe denomina “opera-
ción fundadora”, es decir, a constituir el punto de partida de la investigación
antropológica, el tiempo es un factor que juega con las disposiciones personales, y
con la toma de distancia entre el ser parte y objetivar los hechos, en mi caso pasó
bastante tiempo, nació y fue creciendo mi bebé.
El proceso de investigación tuvo diferentes momentos, que oscilaron entre una
participación directa en la situación de reclamo, y una explicitación del interés de
llevar a cabo un estudio antropológico de la “protesta” tomada como categoría nati-
va y categoría de análisis. Para entender la categoría elegida, “protesta” la idea fue
partir de los movimientos sociales por resultar más abarcadora. Luego pasé al plano
del análisis y la narración textual.
En la “operación fundadora” del trabajo, los sujetos con quienes me relaciona-
ba iban tomando partido de la situación y el acontecimiento cobraba una dimensión
simbólica plena de sentidos. Ello me exigía, movilizarme como una “investigadora
en mi propio territorio” o podría llamarlo, como una antropóloga nativa. De este
modo, los encuentros pasaron de ser interacciones cotidianas inter-subjetivas, a ser
la llave que viabilizara la comprensión éstas en el “micromundo”. Para producir
conocimiento, fue necesario crear una distancia con el otro, que me permitiera des-
articular mi lugar de participante plena en un ejercicio entre el compromiso social,
y el interés por comprender los procesos que sostienen las prácticas intersubjetivas
(Althabe:1994). Pero que en definitiva es un compromiso total, por cuanto uno osci-
la entre la comunidad que estudia y la cumunidad científica que espera el producto
del trabajo.
Participar del desarrollo cotidiano, en definitiva me permitió escuchar relatos,
dialogar, observar situaciones que implicaban el punto de vista de los actores que
definían, a mis ojos, lentamente sus lugares en la sociedad. Observaciones que en
conjunto pasaron a ser las imágenes del mundo interpretadas por sus propios actores
que dejaban una huella polisémica, en principio inteligible. En este proceso particu-
lar y localizado, no pude eludir la vida cotidiana de la sociedad local. Espacio y
tiempo adquirían densidad y yo lo percibía en los cambios observados en la rutina
diaria que iban exponiendo un hecho extraordinario caracterizado como un “recla-
mo”.
La complejidad de cualquier evento social exije para su interpretación, el es-
fuerzo de comprensión y objetivación. Para ello organicé el trabajo en objetivos
ordenadores de las prácticas para recuperar los sentidos a partir de lo explicitado
por los actores y de lo observado.El primer objetivo de este trabajo, consistió en
aislar algunos ejes, para luego trabajarlos relacionalmente distinguiendo el sentido
de lo vivido por los actores, del sentido reconstruido como objetivo en la investiga-
ción. De este modo inicialmente, presto atención a algunos de los elementos que
aparecían más recurrentemente en las manifestaciones callejeras, y en los discursos
de los actores.
Para cumplir con este objetivo las técnicas empleadas para recabar el material
del campo fueron, principalmente la observación y la observación con participa-
ción. En ello va incluida la interacción constante que facilitara una familiarización
con las reflexiones de los actores, con las normas comunicativas locales. (Briggs:
1986). La participación, lejos de ser un ejercicio de empatía, era la forma de afir-
mar el vínculo de confianza con los actores, en medio de un trabajo de investiga-
ción continua, combinado con entrevistas acordadas (G. Althabe:1998).
Las entrevistas en profundidad resultaron de gran utilidad, permitiéndome
articular las observaciones, de las formas de decir y hacer en el ámbito público,
como fueron en este caso las marchas, las sentadas, las reuniones en instituciones.
La observación participante abría el acceso a las formas de hacer y decir, que pre-
cedían y orientaban estos eventos, organizándose en ámbitos “privados”. Las en-
trevistas en profundidad dejaban espacio a las reflexiones de los sujetos sobre su
hacer y sobre el acontecimiento, y fortalecían paulatinamente la definición de rol
“allí”.
Para relevar la zona por donde se haría la “traza eléctrica”, era insuficiente la
observación, pues no alcanzaba para dar cuenta del impacto que había tenido el
problema entre quienes poseían sus viviendas sobre las calles donde se instalaría el
electroducto,( según la denominación nativa estos son los frentistas) , y de qué
modo lo definían los distintos individuos contrastando las visiones de acuerdo a la
forma de participación en la protesta. Para este fin resultó útil la técnica de encues-
ta puerta a puerta (realizada a más de un año de concluida la protesta). Delimité
geográficamente los barrios y designé cuadras a recorrer para relevar por lo menos
cuatro casas al azar por cada uno. Esta tarea no fue individual, la compartí con
otros antropólogos.
Este tipo de recolección de información fue más complicado por la situación
de desconfianza que se generaba cada vez que nuestros interlocutores debían res-
ponder acerca del problema suscitado por las torres de alta tensión, o simplemente
porque en muchos casos no querían abrir las puertas. Había una diferencia
comunicacional importante con el resto del trabajo, que radicaba en una situación
de encuentro con el “otro” un poco forzada, y con tiempos muy cortos para hacer la
presentación, y la declaración de intereses que movían la encuesta.
Los elementos recogidos en el campo, permiten llevar a cabo una descripción
de la unidad de estudio. Esto es, de algunos de los barrios de la ciudad de J. M.
Ezeiza, dentro de un partido, Ezeiza, que pertenece a una región, el Sudoeste del
Conurbano Bonaerense, a su vez a una provincia, Buenos Aires, y a una nación,
República Argentina, etc. Con esta mirada pretendo dar cuenta de un caso particu-
lar, que desde un conflicto me permite conocer una de las formas de exponer recla-
mos a través de la “protesta” cuya expresión está articulada las pautas de la socie-
dad mayor. Básicamente los actores que se relacionaban eran los vecinos en gene-
ral, los frentistas, las entidades intermedias de la sociedad local (Cámara de Co-
mercio, Club de Leones, Rotary Club, Sociedades de Fomento, Uniones Vecinales,
la Iglesia Católica), la empresa eléctrica privada, el Estado desde sus institucio-
nes nacionales, locales, y provinciales, y no puedo dejar de señalar a los medios
de comunicación tanto los locales como los de mayor alcance.
En la interacción con los actores en el trabajo de campo, fui reconociendo
distintos núcleos significativos desde donde elaborar un problema teórico. Aquí
el ejercicio se centraba en la desnaturalización de la cuestión particular, en recu-
perar las categorías nativas en tanto que indicadores de sentido, en interpretar las
prácticas para poder pensar el espacio social, entendido como construcción de los
mismos actores que ocupan distintos lugares en la sociedad, dando lugar a rela-
ciones sociales dinámicas (Bourdieu:1985).
Las primeras: marchas o caminatas, sentadas, tomas o plantones; eran elo-
cuentes discursos que se reafirmaban luego en palabras. Estas consistían en las
acciónes visibles y públicas de la “protesta”. Eran la simbolización del desconten-
to reinante, y operaban a la manera de un ritual de afirmación del concenso públi-
co, y de consolidador del grupo, más allá de las diferencias entre los distintos
subgrupos que se podían observar.
Las categorías empleadas para indentificar la preocupación, asociada a lo
que ellos definieron como su problema, fueron: la salud, el peligro de muerte, el
cuidado del medioambiente, contravensión de la empresa privada de normas le-
gales y la responsabilidad del Estado. Todas ellas fueron señalando un camino
para el análisis de lo observado en el campo, que enmarcaba significativamente la
protesta.
La “salud” condensaba en gran medida el sentido de la protesta, tenía la
fuerza de cohesionador para un importante número de personas que efectuaban el
reclamo, constituyéndose en un referente jerarquizado (en tanto valor) para opo-
nerse a la situación de correr algún “riesgo”. Había algo aparentemente comparti-
do: las expresiones de sentimientos como el miedo y la indignación así como la
emisión de juicios y acusaciones. Esta exposición dejaba ver relaciones antagóni-
cas entre un “nosotros los habitantes de Ezeiza” o “los ciudadanos” y un “otro” la
empresa eléctrica privada. Las menciones a los derechos que tenían como ciuda-
danos aparecían con mayor frecuencia, así como el reclamo por el respeto a la
legislación vigente. Estos elementos permitieron perfilar inicialmente a los acto-
res que se definían a sí mismos como vecinos o como ciudadanos, que reclama-
ban a la empresa privada en cuestión, pero que desde ese lugar apelaban al garan-
te de sus derechos, el Estado. Y desde esta básica identificación de actores de una
protesta de carácter local, el espacio social empezó a hacerse comprensible, a
transparentar las diferencias en las concepciones del mundo social.
Es así como la relación entre el Estado y los ciudadanos entró como otro de
los ejes a considerar en el trabajo de investigación, bajo la forma de pregunta,
¿quién cómo y representa los intereses de los ciudadanos, en tanto consumidores
de servicios públicos privatizados?
Con esta pregunta, el análisis se extiende a una cuestión más amplia que es
la idea de las relaciones en un mundo globalizado. Donde, pese a las peculiarida-
des de los distintos países, ciudades, barrios, hay flujos de un capital simbólico,
cultural, económico, que atraviesan e inciden en las lógicas que organizan las
prácticas políticas y económicas de las distintas sociedades, posibilitando res-
puestas que se repiten, una de ellas es la alusión a los derechos ciudadanos, cuya
guarda tienen los distintos Estados Nacionales.
En este estar allí, se presentaba con nitidez otro elemento importante, la
mediatización del conflicto. Los medios de comunicación entran en las escenas
de los reclamos locales, haciéndolos transponer las fronteras físicas, e instalán-
dolos como asuntos de interés para toda la sociedad. Por su lado los actores so-
ciales reclaman la presencia de los medios de comunicación, para asegurarse que
la difusión del problema que los convoca llegue a oídos de quienes son los desti-
natarios del reclamo. El trabajo de campo me exponía, relatos mediante, a las
referencias que hacían algunas personas, a sus llamadas telefónicas a los distin-
tos medios periodísticos para que se hicieran presentes en el lugar y registraran
las marchas, e instalaran el conflicto local como un “tema” de toda la sociedad,
lo que le quitaba el mote peyorativo que ellos le atribuían a su primer momento:
“al principio parecía chusmerío de barrio”. Estas relaciones entre los actores de
la protesta y los medios de comunicación, permitieron unir una cuestión local
con otras expresiones de conflicto, nacionales e internacionales, enlazando un
mundo particular con un mundo globalizado.
Bibliografía
MARIELA ROBLEDO
SONIA DAL TIO
VERÓNICA LÓPEZ *
INTRODUCCIÓN
Pretendemos a partir de este trabajo poder reflexionar acerca de la práctica
antropológica en una experiencia de campo concreta en el Barrio Santa Lucía en el
año 1997, en el cual emerge el conflicto por el traslado del mismo. Esta experiencia
de campo se da en el marco del cursado de la cátedra “Introducción a la metodolo-
gía y técnicas de la investigación 2”.
La problemática abordada en este trabajo se relaciona con la constitución
identitaria del barrio y las estrategias de organización que se dan frente a dicho
conflicto.
Intentaremos a partir de esto aproximarnos a lo que para nosotros es central en
el rol del antropólogo en la argentina globalizada del año 2000.
DE VUELTA AL BARRIO
De acuerdo a la metodología con la que fuimos siguiendo el trabajo, según la
cual el conocimiento es una construcción social, se hacía necesario compartir algu-
nas conclusiones de esta producción con quienes habíamos hecho el trabajo. De
esta idea surgió una reunión con miembros de la escuela para transmitirles algunas
cuestiones que se desprendieron del trabajo de campo, algunas cuestiones “no di-
chas”, que podrían contribuir a un mejoramiento en la relación de la misma con el
barrio. Nos parecía central dado el papel de la misma en el proceso identitario del
barrio en el que notamos un conflicto en la legitimación de su historia.La forma en
que pensamos acercarnos a la escuela la diagramamos en una serie de ejes : 1.
Presentación · La idea era transmitirles por qué elegimos el lugar. Desde qué
lugar consideramos la construcción de conocimiento. E intentamos hacer una
explicitación del proceso metodológico. 2. Historia del barrio ·Trabajamos a par-
tir de la categoría identidad y pobreza partiendo de la definición de “pobre” de una
de las entrevistadas. · Partimos de la definición de identidad como construida en
relación con los otros y con nuestra historia, para acercarnos a la identidad del otro
primero nos acercamos a la nuestra. · Aparece la cuestión de cómo se refleja la
historia argentina en el barrio, es decir, la historia de origen y formación del barrio
en tanto parte de la historia política y social del país de los últimos 30-40 años. ·
Sugerimos que la escuela como referente del barrio debía tomar como eje importan-
te para la organización actual, la historia del barrio, más aún frente al inminente
traslado a partir del cual se dificultaría aún más la recuperación de esa historia. 3.
Relación Escuela -Barrio · Quisimos dar cuenta de la mirada de la Escuela hacia
el barrio : el proceso de lucha aparecía como iniciado por la escuela pero después el
barrio se apropia de ese proceso. · Aquí se introduce la mirada del barrio hacia la
escuela que complejiza e introduce diferencias acerca de ese proceso. Esto es cen-
tral para el antropólogo dado la importancia de lo diverso en los estudios
antropológicos. · En la historia, la escuela es un elemento central, bastión de la
identidad del barrio. Sin embargo, a pesar de formar parte del barrio por momentos
actúa como factor externo, institución social. Por esto participaría de las contradic-
ciones de todo proceso histórico- político. · El proceso que se inicia con la cons-
trucción de la escuela se interrumpe con la dictadura, éste es un proceso que se da
en todo Latinoamérica. En esta coyuntura surgen diferencias entre la escuela y algu-
nos sectores del barrio. 4. Formas alternativas de organización en el barrio ·
Estas nuevas organizaciones se reúnen primero en torno a necesidades materiales y
posteriormente surgen actividades culturales, de educación, deportes, etc. · A p a -
rece la necesidad como un derecho, esto implica una toma de conciencia, es algo
que se exige no se pide. · Aparecen distintas concepciones de lo político :
Asistencialismo vs. No asistencialismo
A MODO DE CONCLUSIÓN
Nos resultó importante tener la oportunidad de poder compartir con
los sujetos de la problemática esos aspectos que creímos que podían contribuir de
alguna manera a la reconstrucción de los lazos entre este grupo y su historia, es
decir, poder hacer de ésta una herramienta de cambio. Nos planteamos, en su
momento, también tener una instancia de este tipo con los sujetos que participaban
por fuera de la institución educativa. Por diversos motivos, por ejemplo, las diferen-
cias entre ellos que hacían muy difícil reunirlos, y otros que tienen que ver con
nuestra pertenencia de clase y nuestra formación académica (las cuales serían obje-
to para un análisis más profundo), no pudimos concretarlo. En cuanto a la
instancia que sí pudimos concretar, fue un espacio bien recibido por parte de los
docentes. Surgieron muchas dudas, sobre todo desde los integrantes más nuevos de
la escuela, y propusieron llevar adelante un taller donde poder trabajar acerca de la
identidad del barrio, lo cual se hacía más necesario ante la inminente “mudanza” al
barrio nuevo. Hoy, si pasamos por Av. Circunvalación, a la altura de
Pellegrini, ya nada queda de la arboleda que bordeaba la villa Santa Lucía. En su
lugar sólo encontraremos grandes montículos de tierra y maquinaria que abren ca-
mino a la Autopista Rosario-Córdoba, en nombre del tan mentado “progreso”. Un
poco más allá, al costado de las vías del ferrocarril, se extiende un paisaje uniforme
de casitas blancas y calles de barro, que sirve de nuevo escenario para la continua-
ción de esta historia... “(...)El lugar (...)es también un “territorio retórico”, es decir,
un espacio en donde cada uno se reconoce en el idioma del otro y hasta en los
silencios : en donde nos entendemos con medias palabras. Es, en resumen, un uni-
verso de reconocimiento, donde cada uno conoce su sitio y el de otros, un conjunto
de puntos de referencias espaciales, sociales e históricos...” “Así, al definir el lugar
como un espacio en donde se pueden leer la identidad, la relación y la historia,
propuse llamar no-lugares a los espacios donde esta lectura no era posible. Estos
espacios, cada día más numerosos son : los espacios de circulación, autopistas, áreas
de servicio en las gasolinerías, aeropuertos, vías aéreas... “Los espacios de consu-
mo : super e hiper-mercados, cadenas hoteleras. “Los espacios de la comunicación :
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