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INTRODUCCIÓN
Todo hermeneuta, antes de iniciar su labor, ha de tener una idea clara de
las características del texto que ha de interpretar, pues si bien es cierto que
hay unos principios básicos aplicables a la exégesis de toda clase de
escritos, no es menos cierto que la naturaleza y contenido de cada uno de
éstos impone un tratamiento especial. Al ocuparnos de la interpretación de
la Biblia, hemos de preguntarnos:
¿Qué lugar ocupan sus libros en la literatura universal? ¿Son
producciones comparables a los libros sagrados de otras religiones?
¿Constituyen simplemente el testimonio de la experiencia religiosa de un
pueblo, engalanado por la agudeza de sus legisladores, poetas, moralistas
y profetas? ¿o forman, como sostiene la sinagoga judía respecto a Antiguo
Testamento y la Iglesia cristiana respecto a la totalidad de la Escritura, un
libro diferente y superior a todos los libros, el Libro, cuya autoría, en último
término, debe atribuirse a Dios? ¿Puede establecerse una paridad entre
Biblia y Palabra de Dios? Obviamente, la respuesta a estas preguntas
desempeña un papel decisivo en la interpretación de las Escrituras judeo-
cristianas. Pero ¿cómo obtener una respuesta válida?
EL TESTIMONIO DE LA PROPIA ESCRITURA
Corno hemos visto, tenernos razones para creer que «toda Escritura es
inspirada divinamente» y que, por consiguiente, toda Escritura es «útil».
Pero esto no significa que todos sus textos sean igualmente importantes. El
pacto de Abraham con Abimelec, por ejemplo, no puede compararse
en trascendencia con el pacto de Dios con Abraham. El rescate de Lot no
tiene la misma magnitud que la liberación de los israelitas de la esclavitud
de Egipto.
Las leyes ceremoniales del Pentateuco no alcanzan la altura
incomparable del decálogo, como el salmo 150 no puede parangonarse con
el 23, el 51 o el 103. No tiene la misma riqueza de significado la lista de los
valientes de David que la de los doce apóstoles, ni puede equipararse en
significación la muerte de Jacob con la muerte y resurrección de Jesús.
Lo que Pablo enseña sobre las ofrendas en sus cartas a los corintios es
bello y provechoso, pero no reviste la importancia del monumental
capítulo 15 de la primera de esas cartas. Los saludos del capítulo 16 de la
epístola a los Romanos llenan una página rebosante de delicadeza
cristiana, pero carecen de la riqueza doctrinal y práctica de los capítulos
precedentes. La parusía de Cristo, la resurrección, el juicio, los cielos
nuevos y la tierra nueva son de más entidad que los detalles escatológicos.
Por eso podernos hablar de lo esencial y lo secundario, de lo central y lo
periférico en la Escritura.
No sólo podemos, sino que debernos tornar en consideración los
diferentes grados de importancia de los textos bíblicos, destacando lo
esencial corno básico para una visión global adecuada de la
Escritura y para su correcta interpretación. A ningún pasaje se le ruede
atribuir un significado contrario al contenido fundamenta de la Biblia.
Puede haber un margen de libertad lo que no quiere decir arbitrariedad en
la interpretación de textos relativos a puntos periféricos de la revelación.
Pero el núcleo esencial de la Escritura, por su claridad, por su solidez, por
ser el fundamento de nuestra fe, debe ser expuesto y mantenido con el
relieve y la integridad que le corresponden.
Ese núcleo de la Escritura es el que aparece a lo largo de toda la historia
de la salvación. En él hallarnos unas constantes que surgen ya en los
primeros capítulos del Génesis y se prolongan hasta el Apocalipsis: la
soberanía del Dios .creador en la grandiosidad de sus atributos, el hombre
creado a Imagen de Dios, la ruina acarreada al hombre y su entorno a causa
de la caída en el pecado, la providencia amorosa de Dios a pesar de la
rebeldía humana, la acción reveladora y redentora de Dios que tiene su
cima en Jesucristo con quien irrumpe el Reino de Dios en el mundo la
expiación del pecado mediante el sacrificio de la cruz, el progreso de la
historia hacia la vitoria final de Cri.sto sobre todas las fuerzas
demoniacas quedominan a la humanidad, la consumación del Reino y de
una nueva creación.
Hemos de insistir en que la superior entidad de estos puntos de la
revelación no merman el valor que tienen los restantes. Menos podernos
pensar que sólo lo esencial es inspirado y que carece de inspiración lo
secundario. Esto fácilmente nos conduciría a la tendría
del «canondentro del canon», tan distante del concepto que Cristo y los
apóstoles teman de la totalidad de la Escritura. No podernos acercarnos a
la Biblia en busca de un núcleo de verdad divina como quien busca grano
entre la paja con la idea de que el grano debe ser retenido mientras que la
paja puede ser excluida e incluso quemada.
Como vimos, la Escritura es un organismo vivo, ninguna parte del cual
puede ser mutilada. Y así corno en el cuerpo hay unos órganos más
importantes que otros y unas partes más indispensables que otras, pero
todos desempeñan una función útil, del mismo modo todas las porciones
de la Escritura responden al propósito divino que determinó su
inspiración. A través de todas y cada una de ellas llega a nosotros la Palabra
de Dios, ante la cual sólo cabe una actitud de reverencia y sumisión.
PUNTOS CLAROS Y PUNTOS OSCUROS