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N 11 4 i.

0£ A
Paidós Básica Jcnn-Luc Nancy c 5
Últimos títulos publicados
40. W. H. Newton-Smith - La racionalidad de la ciencia
41.
42.
C. Lévi-Strauss - Antropología estructural
L. Festinger y D. Katz - Los métodos de investigación en las ciencias sociales La experiencia
43.
44.
R. Arrillaga Torrens - La naturaleza del conocer
M. Mead - Experiencias personales y científicas de una antropóloga de la libertad
45. C. Lévi-Strauss - Tristes trópicos
46. G. Deleuze - Lógica del sentido
47. R. Wuthnow y otros - Análisis cultural
48. G. Deleuze - El pliegue. Leibniz y el barroco
49. R. Rorty, J. B. Schneewind y Q. Skinner - La filosofía en la historia
50. J. Le Goff - Pensar la historia
51. J. Le Goff - El orden de la memoria
52. S. Toulmin y J. Goodfield - El descubrimiento del tiempo
53. P. Bourdieu - La ontología política de Martin Heidegger
54. R. Rorty - Contingencia, ironía y solidaridad
55. M. Cruz - Filosofía de la historia
56. M. Blanchot - El espacio literario
57. T. Todorov - Crítica de la crítica
58. H. White - El contenido de la forma
59. F. Relia - El silencio y las palabras
60. T. Todorov - Las morales de la historia
61. R. Koselleck - Fu turo pasado SAN J08EHTO BELLWMINoj
62.
63.
A. Gehlen - Antropología filosófica
R. Rorty - Objetividad, relativismo y verdad COA?
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64. R. Rorty - Ensayos sobre Heidegger y otros pensadores contemporáneos
65. D. Gilmore - Hacerse hombre
66. G. Geertz - Conocimiento local
67. A. Schütz - La construcción significativa del mundo social
68. G. E. Lenski - Poder y privilegio
69. M. Hammersley y P. Atkinson - Etnografía. Métodos de investigación
70. C. Solís - Razones e intereses
71. H. T. Engelhardt - Los fundamentos de la bioética
72. E. Rabossi (comp.) - Filosofía de la mente y ciencia cognitiva
73. J. Derrida - Dar (el) tiempo. I. La moneda falsa
74. R. Nozick - La naturaleza de la racionalidad
75. B. Morris - Introducción al estudio antropológico de la religión
76. D. Dennett - La conciencia explicada. Una teoría interdisciplinar
77. J. L. Nancy - La experiencia de la libertad
78. C. Geertz - Tras los hechos
79. R. R. Aramayo, J. Muguerza y A. Valdecantos - El individuo y la historia
80. M. Auge - El sentido de los otros
82. T. Luckmann - Teoría de la acción social
86.
87.
M. Cruz - Tiempo de subjetividad
C. Taylor - Fuentes del yo
l’AIDÓS
Mhm olí huí • Muonos Aíres • México
Título original: L'expérience de la liberté
Publicado en francés p o r É ditions Galilée, París

Traducción de Patricio Peñalver

Cubierta de M ario Eskena/.i «Se trata de libertad, que puede franquear


Esta obra ha sido publicada con la ayuda
siempre cualquier límite asignado.»
del M inisterio francés de la Cultura.
Crítica de la razón pura,
Dialéctica, libro 1, I a sección.

/“ edición, 1996

O u c d u n r ig u ro s a m e n te p ro h ib id a s, sin la a u to riz a c ió n e s c rita d e los titú la le s d el « C o p y tig h l» ,


b a jo las s a n c io n e s e s ta b le c id a s e n las leyes, ta r e p r o d u c c ió n to ta l o p a rc ia l d e e s ta o b ia poi
c u a lq u ie r m é to d o o p ro c e d im ie n to , c o m p re n d id o s la re p ro g ra fía y el tra ta m ie n to in lo tam ílico .
> la d is trib u c ió n de e je m p la re s d e e lla m e d ia n te a lq u ile r o p ré s ta m o s p ú b lic o s.

O 1988 bv É ditions Galilée, París


© de todas las ediciones en castellano,
Ediciones Paidós Ibérica, S.A.,
M ariano Cubí, 92 - 08021 Barcelona
y E ditorial Paidós, SAICF,
Defensa, 5 99 - Buenos Aires

ISBN: 84-493-0281-1
Depósito legal: B -16.761/1996

Im preso en Novagráfik, S.L.,


Puigcerda, 127 - 0 8 0 19 B arcelona

Im preso en E spaña - Printed in Spain


SUMARIO

1. Necesidad del tema de la libertad. Premisas y conclusiones


mezcladas................................................................................ 11

2. Imposibilidad de la cuestión de la libertad. Hecho y derecho


confu n d id o s........................................................................... 23

3. ¿Somos libres para hablar de la lib e rta d ?........................... 35

4. El espacio dejado libre por H eidegger................................ 43

5. El pensamiento libre de la lib e rta d ..................................... 55

6. Filosofía: lógica de la lib e rta d .............................................. 73

7. Partición de la libertad. Igualdad, fraternidad, justicia . . . 79

8. Experiencia de la libertad. Y de nuevo de la comunidad, que


re s is te ...................................................................................... 95

9. La libertad como cosa, fuerza y m ir a d a ............................. 111

10. Libertad ab so lu ta................................................................... 121

11. Libertad y destino. Sorpresa, tragedia, generosidad . . . . 125

12. El mal. La decisión................................................................ 137

13. Decisión. Desierto, ofrenda................................................... 159

14. Fragmentos.............................................................................. 167


Capítulo 1
I

NECESIDAD DEL TEMA DE LA LIBERTAD.


PREMISAS Y CONCLUSIONES MEZCLADAS

Desde que la existencia no es ya producida, ni deducida, sino sim­


plemente puesta (y esta simplicidad trastorna todo nuestro pensa­
miento), y desde que está abandonada a esa posición al mismo tiempo
que por ella, hay que pensar la libertad de este abandono. En otros tér­
minos, desde el momento en que la existencia, en lugar de «preceder
a» como en lugar de «seguir a», o incluso «seguirse de» la esencia (fór­
mulas simétricas de los existencialismos y de los esencialismos, pri­
sioneros los irnos y los otros de una diferencia de esencia entre la esen­
cia y la existencia), desde el momento en que la existencia constituye
ella misma la esencia («Das “Weseti" des Daseins tíegt in seiner E x i-
stenz», «La esencia del ser ahí está en su existencia», E l ser y el tiempo,
sección 9), y desde el momento en que, por consiguiente, esos dos con­
ceptos y su oposición no pertenecen ya más que a la historia de la me­
tafísica, hay que pensar, en el límite mismo de esa historia, el envite de
ese otro concepto, «la libertad». Pues la libertad no puede ser ya ni
«esencial» ni «existencial», sino que está implicada en el quiasmo de
estos conceptos: hay que pensar qué es lo que hace que la existencia,
en su esencia, esté abandonada a una libertad, sea libre para ese aban­
dono, esté entregada a él y disponible en él. Quizás no se podrá con­
servar el nombre y el concepto mismos de «libertad». Volveremos a
ello. Pero si la esencia entregada a la existencia no «libera», de alguna
manera, la existencia en su esencia más propia, entonces el pensa­
miento no tiene nada que «pensar», y la existencia no tiene nada que
«vivir»: una y otra quedan privadas de toda experiencia.
En otros términos de nuevo: desde el momento en que la existencia
se ofrece claramente (esta claridad nos deslumbra), no ya como algo
empírico que habría que poner en relación con condiciones de posibi­
lidad, o bien poner de relieve en una trascendencia más allá de ella
misma, sino como una facticidad que detenta en sí misma y como tal,
hic et nunc, la razón de su presencia y la presencia de su razón, cua-
12 LA E X P E R I E N C I A D E LA L I B E R T A D NECESIDAD D E L T E M A D E LA L I B E R T A D 13

lesquiera que sean los modos de esa «presencia» y de esa «razón», hay sorberse ella misma en Necesidad), sino por medio de la libertad de la
que pensar su «hecho» como una «libertad». Es decir, que hay que historia, es decir, por medio de la efectividad de un devenir en el que
pensar aquello que remite la existencia a ella misma y solamente a ella algo adviene, en el que «el tiempo sale de sus goznes» como dice Ham-
misma, o lo que la hace disponible en tanto que existencia, que no es ni let, y por medio de la generatividad y la generosidad de lo inédito quef
una esencia ni un dato bruto. (La pregunta no es exactamente: «¿Por da que pensar y se deja pensar: ahora bien, toda existencia es inédita,?
qué hay algo?», y no es tampoco exactamente esta otra pregunta a la en su nacimiento como en su muerte al mundo.
que la libertad parece ligada de manera más visible: «¿Por qué hay el La existencia en tanto que su propia esencia —es decir, la singula­
mal?». La pregunta es: «¿Por qué plantear esas preguntas mismas, por ridad del ser— se ha presentado cuando la historia ha inscrito el límite
medio de las cuales la existencia en un solo gesto se afirma y se aban­ de los pensamientos del ser como fundamento. En estos pensamien­
dona?») tos, la libertad sólo podía estar dada en tanto que fundada; pero en
En efecto, si la facticidad del ser —la existencia como tal—, o in­ tanto que libertad, le hacía falta estar fundada en la libertad misma;
cluso su hecceidad, el ser-el-ahí, el ser-que-es-este-ahí, el Dasein en la esta exigencia determinaba la encamación, o al menos la figuración de
intensidad local y en la extensión temporal de su singularidad, no la libertad en un ser supremo, causa sui, cuya existencia y libertad de­
puede estar, en sí misma y como tal, liberada de (o ser la liberación de) bían, sin embargo, en nombre del ser en general, estar fundadas en ne­
la inmovilidad quieta, ahistórica, ilocalizable, autoposicional del Ser cesidad... Cuando Dios no es ya la gratuidad de su propia existencia, y
significado como principio, sustancia y sujeto de lo que es (o bien: si el el amor de su creación (cosa a lo que podía responder una fe, no un
ser de hecho, o el hecho del ser no puede ser la liberación del ser pensamiento), y cuando se convierte en deudor para todas las existen­
mismo, en todos los sentidos de ese genitivo), entonces el pensamiento cias del fundamento de éstas, «Dios» se convierte en el nombre de una
queda condenado ( nosotros quedamos condenados) al espesor inme­ libertad necesaria, y cuya autonecesitación determina de hecho el con­
diato de la noche en la que no sólo todas las vacas son negras, sino que cepto metafísico de la libertad (como el concepto de necesidad, por lo
su rumiar mismo y hasta su reposo se evaporan —y nosotros con demás). Así, la libre necesidad del ser se aparece como el existente su­
ellos— en una inmanencia sin pliegue, que no es ni siquiera impensa­ premo, cuya Idea lleva a cabo lo que se podría llamar el giro metafí­
ble, estando a priori fuera del alcance de cualquier pensamiento, e in­ sico del ser: des-solidarizado de su propio hecho, de su da-sein, esta­
cluso de un pensamiento de lo impensable. blece sin embargo este hecho, pero lo establece sobre un fundamento y
Si no pensamos el ser mismo, el ser de la existencia abandonada, o como su propio fundamento existente. La libertad de la necesidad es el
incluso el ser del ser-en-el-mundo, como una «libertad» (o quizás predicado dialéctico del existente sujeto del ser. Con todas las existen­
como una liberalidad o como una generosidad más originales que toda cias, pues, el ser se encuentra sujeto.
libertad), quedamos condenados a pensar la libertad como una «Idea» Pero la libertad, si es algo, es aquello mismo que se anula al ser fun­
o como un «derecho» puros, y el ser-en-el-mundo, en cambio, como dada. La existencia misma de Dios debía ser libre en un sentido en que
una necesidad ciega y obtusa para siempre. A partir de Kant, la filoso­ la libertad que la portaba no se podía convertir en uno de sus predica­
fía y nuestro mundo se sitúan sin cesar ante este desgarro. Y por eso, dos o una de sus propiedades. La teología y la filosofía habían recono­
hoy, la ideología exige la libertad, pero no la piensa. cido muy bien este límite o este dilema. Dios pensado como el ser ne­
La libertad es todo, salvo una «Idea» (el propio Kant, en un cierto cesario de la libertad corría el riesgo (si no elaboraban sutiles
sentido, lo sabía). Es un hecho: no dejaremos de hablar de esto a lo argumentos ad hoc) de arruinarle a la vez a él mismo y a la libertad.
largo de este ensayo. Pero es el hecho de la existencia en tanto esencia («¿No es la libertad el poder que le falta a Dios, o que sólo tiene ver­
de ella misma. La factualidad de este hecho no corresponde a una evi­ balmente, puesto que no puede desobedecer a la orden de que es, de la
dencia perceptiva transhistórica: se hace, y se hace conocer, en la ex­ que es garante?» Bataille, L a literatura y el m al.)1 La libertad de los dio­
periencia por medio de una historia. No por medio de la Historia de la ses (si hay que hablar de los dioses...), como toda libertad, los hace
Libertad, epopeya teleológica y escatológica de la revelación y de la merecedores de existencia o de no existencia (pueden morir): la liber-
realización de una Idea (por medio de la cual una Libertad segura de su
autorrepresentación no puede necesariamente tender más que a reab­ 1. Trad. cast. de L ourdes O rtiz, M adrid, T aurus, 5a ed., 1987.
14 LA E X P E R I E N C I A D E LA L I B E R T A D NECESIDAD D E L T E M A D E LA L I B E R T A D 15

tad no es su atributo, sino su destino. En cambio, un existente tomado nencia), sino que se trata de ofrecer el hombre a una libertad del ser,
para el ser como tal, que funda la libertad en la que él mismo se funda, se trata de presentar la humanidad del hombre (su «esencia») a una li­
designa el borde intemo del límite de la onto-teología: la subjetividad bertad en cuanto ser por medio de la cual la existencia trasciende ab­
absoluta como esencia de la esencia, y de la existencia. soluta y resueltamente, es decir, ex-iste. En todos los movimientos de
Ese límite se alcanza cuando han llegado a su cumplimiento la ló­ liberación, como en todas las instituciones adquiridas de la libertad, es
gica y la significación del fundamento en general, es decir, la filosofía. eso mismo, esa trascendencia, la que debe ser todavía liberada. A tra­
El fin de la filosofía nos priva tanto de un fundamento de la libertad vés de las libertades éticas, jurídicas, materiales y civiles,2 debe ser li­
como de la libertad como fundamento: pero esta «privación» estaba ya berado aquello sólo por lo cual esas libertades son, por una parte, a fin
inscrita en la aporía filosófica consustancial al pensamiento de un fun­ de cuentas posibles y pensables, y por otra parte, pueden recibir otro
damento de la libertad y/o al pensamiento de la libertad como funda­ destino que el de su autoconsumación inmanente: una trascendencia
mento. En la filosofía misma esta aporía estaba quizás ya enunciada y de la existencia tal que ésta, como existencia-en-el-mundo, y que no
denunciada al mismo tiempo cuando Spinoza atribuía la libertad ex­ tiene nada que hacer en otro mundo, trasciende, es decir, de nuevo
clusivamente a un Dios que no era fundamento, sino existencia pura, lleva a su cumplimiento la «esencia» que ella es en la finitud en la que
y del que el Espíritu hegeliano y después el Hombre marxiano fueron insiste. Sólo un ente finito puede ser libre (y un ente finito es un exis­
quizás también herederos, haciendo plantear la cuestión, todavía no tente), pues el ente infinito encierra la necesidad de su libertad, la
percibida como tal, de una libertad existente y no fundada, o de una li­ vuelve a cerrar en su ser. Así, pues, no se trata sino de esto: liberar la
beración de la existencia hasta en su fundamento (o, hasta en su esen­ libertad humana de la inmanencia de un fundamento o de una finali­
cia). Así, el fin de la filosofía sería liberación del fundamento en la me­ dad infinitos, y liberarla, en consecuencia, de su propia proyección in­
dida en que aquélla retiraría la existencia a la necesidad del finita y al infinito, donde la trascendencia (la existencia) es, ella
fundamento, pero también en la medida en que sería puesta en libertad misma, trascendida, y así, anulada. Se trata de dejar a la libertad exis­
del fundamento, que liberaría, entregaría, a «la libertad» infundada. tir por sí misma. La libertad no designa quizás nada más, pero tam­
En el límite de la filosofía, ahí donde hemos no llegado, sino adve­ bién nada menos, que la existencia misma. Y la ex-istencia no significa
nido y donde estamos en curso de advenir, sólo hay —pero hay (esto tanto aquello que puede al menos connotar un vocabulario del «éxta­
no es una constatación, es un sobrecogimiento)— la libre disemina­ sis» del ser separado de sí: significa simplemente la libertad del ser, es
ción de la existencia. Esta libre diseminación (cuya fórmula podría decir, la infinita inesencialidad de su ser-finito, que lo entrega a la sin­
muy bien no ser más que una tautología) no es la difracción de un gularidad en la que es «sí m ism o».
principio, ni el efecto múltiple de una causa, sino que es la an-arquía
—el origen sustraído a toda lógica de origen, a toda arqueología— de 2. No decim os aquí «política». E n efecto, o bien lo que se entiende p o r «libertades
un surgimiento singular, y en consecuencia por esencia plural, del que políticas» corresponde poco m ás o m enos a la serie de epítetos empleados, o bien habría
que p en sar en la política com o tal, u n a puesta en juego específica de la trascendencia de
el ser en cuanto ser no es ni el fondo, ni el elemento, ni la razón, sino la la existencia. No es seguro que sea posible hacerlo hoy. N os queda todavía volver a pen­
verdad, lo que vendría a decir, en este caso, la libertad. La cuestión del sa r lo político com o tal, o pen sar de otro m odo aquello que en Hegel atribuye a lo polí­
ser, la cuestión del sentido del ser —en cuanto cuestión del sentido de tico la efectividad existente «de todas las determ inaciones de la libertad» (Enciclopedia,
aquello que surge en la existencia cuando ya ningún ente puede fundar par. 4 8 6 ). Nos referirem os m ás adelante al m odelo del libre espacio político, sin poder
retenerlo com o lo que sería p o r sí m ism o el espacio propio de la libertad. C uando m e­
esa existencia— no tiene quizás en definitiva otro sentido que éste, que
nos, se p odrá enco n trar u n «analogon» político de lo que se busca aquí a propósito de la
no es ya propiamente hablando el sentido de una «cuestión»: el reco­ libertad en esta pregunta de Alain Badiou: «¿Qué es u n a política radical, que va a la raíz,
nocimiento de la libertad del ser en su singularidad. que recusa la gestión de lo necesario, que reflexiona los fines, que m antiene y practica la
No se trata ya, entonces, de conquistar o defender la libertad del justicia y la igualdad, y que sin em bargo asum e el tiem po de paz, y no es com o la espera
hombre, o las libertades de los hombres, como un bien cuya posesión vacía del cataclism o? ¿Q ué es u n radicalism o que es al m ism o tiem po u n a tarea in fi­
nita?» (Peut-on penser la politique?, París, 1985, pág. 106). A lo que p o r n u estra parte
y propiedad se podría asegurar, y que tendría como virtud esencial añadiríam os: ¿Q ué es u n a libertad com ún que se presen ta com o tal sin absorber en su
permitir al hombre ser lo que es (como si el hombre y la libertad re­ presencia el libre acontecim iento? (véase J.-L. Nancy, «La juridiction du m onarque hé-
mitiesen circularmente el uno al otro en el seno de una simple inma­ gelien», en Rejouer le politique, París, Galilée, 1981).
16 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D N E C E S I D A D D E L T E M A DE LA L I B E R T A D 17
De que la existencia se presente así, y se plantee a un pensamiento para lo que es también una irrupción): hay un brote porque el aconte­
y a una tarea de este género, dan testimonio el acontecimiento y la ex­ cimiento del cierre constituye él mismo historia, y porque lo que acaba
periencia de nuestro tiempo: el cierre del orden de las significaciones, en el borde interno del límite con el que entra en contacto, corres­
el cierre del régimen mismo de la significación en cuanto asignación ponde igualmente, en el borde externo, con una inauguración. «Ins­
del sentido en el más allá (translingüístico o metalingüístico, trans- o cribir la época en su trazado esencial», escribía Granel a propósito de
metamundano, trans- o metaexistencial) de una presencia consagrada Derrida, y, tras éste, de Heidegger, es inscribirla «tal como resulta vi­
en consecuencia a su propia representación. Según este régimen, la li­ sible a partir de lo monstruoso del porvenir que se concentra en ella,
bertad acaba —o comienza— al ser comprendida como lo irrepresen- y para lo que nadie tiene ojos»4. Esta retrospección anticipada sin pre­
table «a la vista» (invisible) de lo cual habría que ordenar la represen­ visión no es una magia adivinatoria: se hace pqsible en el hecho de que
tación, tanto política (delegación de la libertad...), como estética (libre en el tiempo presente, aquel que el pensamiento experimenta y cuya
poner en forma). A esta presencia-más-allá, o a esta presencia esencial huella inscribe, la historia se precede tanto como se sucede. Si algo así
más allá de toda presencia (re)presentable —y respecto a lo que no es como un «presente» o una «época» se deja presentar, es porque no es
indiferente el que sea la Libertad lo que haya proporcionado la Idea simplemente, inmediatamente presente (ni a nosotros, ni a sí): es, por
suprema, o más bien, la Idea de la Idea misma (¿no está la forma in­ el contrario, porque ha dibujado ya, siempre ya, a la vez los dos bordes
teligible de toda Idea en la libertad con la cual aquélla se forma y se de su límite, y ha dejado así que se perfile invisiblemente el contorno
presenta?)3, se confronta en adelante, a partir de Hegel sin duda pero sin figura de aquello a lo que el presente mismo adviene (y de lo que,
con una insistencia ejemplar a partir de Heidegger, la exigencia de lo al mismo tiempo, se retira).
que se podría llamar, para forzar un poco (apenas) la simetría, el más La historia en su efectividad es sin duda siempre aquello que
acá de una diferencia: una diferencia del ser en sí m ismo, que no con­ avanza sin ver y sin verse, incluso sin verse avanzar. Lo cual no quiere
vertiría simplemente el ser en diferencia y la diferencia en ser (pues es decir que sería, a la inversa de una historia consciente de sí, una
precisamente ese género de conversión entre sustancias puras lo que fuerza ciega y oscura: pues es esa oposición lo que hay que dejar ente­
pasaría a ser imposible), sino que sería la diferencia de su existencia, ramente en suspenso aquí, para pensar otra historicidad de la historia.
y en esta existencia, en tanto que ella es su propia esencia, la diferen­ Y esta tarea depende sin duda a su vez de otro pensamiento de la li­
cia y la partición de su singularidad. Con la existencia del ser singular bertad. En efecto, la historia no es quizás tanto aquello que se desa­
se ofrecería —liberada— una posibilidad completamente diferente de rrolla y se encadena, al modo del tiempo de una causalidad, como
«sentido», ante nosotros, en los bordes de una época apenas en curso aquello que se sorprende. «Sorprenderse», veremos, es una señal pro­
de brotar. pia de la libertad. La historia, en este sentido, es la libertad del ser, o el
Hay en efecto un brotar correlativo del cierre, incluso cuando no ser en su libertad. Hoy el pensamiento está emplazado —por la histo­
percibimos nada de ello y nos encontramos entregados al estado de ria y por su propia historia— ante la necesidad de pensar esta impre-
arrojados, incluso cuando nos faltan las palabras y el pensamiento visibilidad, esta improvidencia y esta sorpresa que constituye el surgi­
para el brotar (imagen demasiado orgánica y demasiado «natural» miento de la libertad. Hay que pensar la libertad, y en la libertad (ésta
es en definitiva también, nuestra más antigua y nuestra más profunda
3. «El concepto de la libertad, en la m edida en que su realidad está pro b ad a p o r m e­
tradición), sencillamente porque no hay ninguna otra cosa que pensar
dio de u n a ley apodíctica de la razó n práctica, form a la clave de bóveda de todo el edifi­ (que presevar, no que prever, que experimentar, no que guiar) sino
cio de u n sistem a de la razó n pura» (Crítica de la razón práctica, prefacio, trad . cast. de esto: que el ser tiene una historia, o que el ser es historia (o historias,
M. G arcía M orente y E. M iñana Villagrasa, Salam anca, Síguem e, 1994). ¿No h a sido esa en plural), es decir, al menos la venida y la sorpresa de un brote reno­
proposición u n axiom a p a ra to d a la filosofía hasta M arx y h a sta N ietzsche incluidos? Si vado de la existencia. Es a esto a lo que hemos llegado: el ser en su his­
dejó de ten er esa posición, no fue p o r u n a p érd id a de gusto p o r la libertad, sino p o r el
cierre de u na época de la historia y del pensam iento, u n cierre del que, en sum a la «clave
toria ha liberado la historicidad o la historialidad del ser. Es decir, el
de bóveda» kantian a propone u n m odelo (au n q u e el p ensam iento kantiano del hecho de
la libertad constituye tam b ién la a b ertu ra de lo que tenem os que p en sar a propósito de
ella). 4. E n Traditionis traditio, París, Gallim ard, 1972, pág. 175.
18 LA E X P E R I E N C I A D E LA L I B E R T A D NECESIDAD D E L T E M A D E LA L I B E R T A D 19
final de una relación de fundamento, cualquiera que sea, entre el ser la humanidad.5 Eso es Auschwitz. Pero a la libertad se renuncia tam­
y la historia, y la apertura de la existencia a su propia esencialidad se­ bién por doquier donde la existencia, como existencia (lo cual no sig­
gún esta escansión, o a este ritmo singular según el cual el existente se nifica siempre como vida pura y simple, pero que implica también
precede y se sucede en un tiempo en el que no está «presente», pero en esto), está sometida y arruinada por una forma de esencia, una Idea,
el que su libertad le sorprende —o como en ese espaciarse (ritmo, él una estructura, la erección de una (irracionalidad; en el Manchester
también, y quizás en el corazón del primero) en el que el existente se de Marx, en nuestro «tercer» y «cuarto» mundo, en todos los campos
singulariza, es decir, existe, según el espacio libre y común de su ine- de concentración, todos los apartheids y todos los fanatismos. Pero
sencialidad. también, y muy sencillamente si nos atrevemos a decirlo, allí donde la
Lo que cabría llamar, en cierto modo, la axiomática de la efectivi­ esencia concentrada en sí de un proceso, de una institución (técnica,
dad espacio-temporal de la existencia, aquello que exige de la existen­ social cultural, política) impide a la existencia existir, es decir, acceder
cia que exista hic et nunc, y que ponga ahí en juego toda su posibili­ a su propia esencia. Se renuncia a la libertad en el intercambio de esta
dad de existir, entregándose cada vez como su propia esencia (justo esencia por la identificación con lo otro (con la Idea), y la libertad re­
por esto «in» esencial), no significa la equivalencia axiológica de lo nunciada abate a la libertad de lo mismo y de lo otro. (Lo cual no
que se produce según los lugares y según los momentos de la historia. quiere decir que existir tenga lugar sin identificación, pero que la iden­
El mal y el bien son en ésta posibilidades correlativas, no en el sentido tificación es otra cosa que una sustitución de esencia.)
de que uno u otro se ofrecería en primer lugar a la elección de la li­ Que esto tenga lugar, e incluso, que esto al parecer se dibuje de ma­
bertad: no hay en primer lugar el mal y el bien, y después lá libertad nera cada vez más acusada como el plano general del mundo de hoy,
con su elección, sino que la posibilidad del mal (que se revela, en úl­ le exige al pensamiento, sobre todo si éste intenta tematizar la liber­
tima instancia, devastación de la libertad) es correlativa de la puesta tad, la mayor atención, y una vigilancia extrema. Pero que esto, en lu­
en juego de la libertad. Es decir, que ésta no se puede presentar sin gar de prohibimos pensar, exija precisamente ser pensado, es decir, a
presentar la posibilidad, inscrita en su esencia, de una libre renuncia a fin de cuentas, ser relacionado y medido con la libertad intratable de
la libertad. Y esa renuncia se hace conocer de golpe como maldad, en donde procede el pensamiento mismo, es también lo que nos recuerda
un momento, de alguna manera, pre-ético, en el que sin embargo la que, junto con la resistencia del pensamiento (si hay que entender por
ética se sorprendería ya a sí misma. Inscribir la libertad en el ser no ésta asimismo la fuerza de aguantar frente al mal que le desafía desde
equivale a conferir al ser, en tanto existente singular, una indiferencia lo más profundo de su propia libertad), ahí debe estar igualmente su
de arbitrio (renovada a partir del pensamiento clásico) cuyo tenor on- esperanza: ésta no es la expectativa de que las cosas «acaben por ir
tológico dejaría una marca de indiferencia en el tenor moral de las de­ bien», ni menos todavía, «se interpreten como buenas», sino que es
cisiones (como alguna vez algunos se han complacido en pensar desde aquello que, en el pensamiento y desde el pensamiento, debe, simple­
una dudosa posteridad de Nietzsche). Por el contrario, inscribir la li­ mente para poder pensar, tender a pesar de todo hacia una liberación
bertad en el ser equivale a llevar al plano de la ontología la posibilidad como hacia la realidad misma de la existencia que está por pensar. A
positiva —y no por deficiencia— del mal tanto como del bien, no falta de lo cual pensar no tendría ningún sentido. Todo pensamiento,
como indiferentes, sino en la medida en que el mal se da a conocer ahí incluso escéptico, negativo, sombrío y desengañado, si es pensamiento,
como tal. libera el existir de la existencia— puesto que de hecho procede de ésta.
Antes de poder establecer lo que hasta aquí se ha anticipado, im­
porta plantear lo siguiente: de una cierta manera, nada ha atestiguado
5. «En los cam pos de concentración, no era el individuo el que m oría, sino el ejem ­
y de la forma más constante la historia del mundo moderno, y como plar» (Adorno, Dialéetique negative, trad. franc., París, Payot, 1978, pág. 284; trad. cast.
una de sus marcas históricas más propias, que la libre y resuelta re­ de J.M. Ripalda: Dialéctica negativa, M adrid, T aurus, 5a ed., 1992). E s decir, el ejem plar
nuncia a la libertad. Sabemos que esa renuncia puede llegar hasta el de u n tipo («racial» en este caso), de u n a Idea, de u n a figura de esencia (en este caso, el
horror absoluto de una «humanidad» (que se quiere «sobrehumana») Judío o el G itano com o esencia de u na no-esencia o de u n a sub-esencia h u m an a). Véa­
ejecutando ejemplarmente a toda una parte de la humanidad (decla­ se a este respecto los análisis de Ph. L acoue-L abarthe en la sección «Heidegger» de sü
Im itation der M odem en, París, Galilée, 1986. Sobre la cuestión del m al, véase infra
rada «sub-humana»), para definirse a sí misma como el exemplum de cap. 12.
20 LA E X P E R I E N C I A D E LA L I B E R T A D NECESIDAD D E L T E M A D E LA L I B E R T A D 21
Pero la esperanza en cuanto virtus del pensamiento no desmiente ab­ existente se sorprende en el mundo y en él mismo antes de toda deter­
solutamente que hoy, más que nunca, en el seno de un mundo abru­ minación de existencia —y tiempo abierto a su vez a una nueva espa-
mado de dureza y de violencia, el pensamiento se vea confrontado con cialidad, a un libre espacio en el seno del cual existir, en el seno del
su propia impotencia. El pensamiento no puede pensarse a sí mismo cual liberar la libertad o renunciar a ella, el libre espacio del claro del
como un «actuar» (como lo pide Heidegger, y como no se puede dejar sentido en general (pero no hay «sentido en general», su generalidad
de exigir, a menos que se renuncie a pensar), si no comprende ese «ac­ es su singularidad), o también el libre espacio de la comunicación, o el
tuar» al mismo tiempo como un «sufrir». El pensamiento libre que de la plaza pública, o aquel en que juegan cuerpos enlazados, o el de la
piensa la libertad debe saberse a sí mismo desorientado, perdido, y guerra y la paz.
desde el punto de vista de la «acción», deshecha por la tenacidad del Lo que existe en tanto existe, en sí, no puede ser si no es con este es­
mal intolerable. Debe saberse, así, empujada a su límite, que es el de la pacio-tiempo de la libertad, si no es con la libertad de su espacio-
impotencia material despiadada de todo discurso, pero que es también tiempo. Por eso, la cuestión de la libertad (la que se plantea a propó­
donde el pensamiento, para ser él mismo, se divorcia en sí de todo dis­ sito de ella: ¿qué es?, y la que ella misma plantea: ¿qué hacer?) no
curso, y se expone en tanto que pasión. En esta pasión, a través de ella, comienza en adelante ni en el hombre ni en Dios, en el seno de una to­
ya, antes de toda acción —pero también presta a todo compromiso— talidad de la que el Ser sería la presuposición sustancial, y como tal ex­
la libertad actúa. traña a la libertad de existir. Comienza con el ser de un mundo cuya
L o que brota, es siempre demasiado pronto para decirlo, pero sí existencia es ella misma la cosa en sí. Hay que pensar entonces la li­
que es siempre tiempo de decir que eso brota. La diferencia del ser en bertad, puesto que ésta no puede ser ya una cualidad o una propiedad
sí mismo, o la existencia (al menos desde el momento en que se le que se atribuiría, se prometería o se rehusaría al existente, en función
vuelve a dar a esa palabra un peso tal que no lo sostenga ningún fun­ de tal o cual consideración de esencia o de razón. Sino que debe ser el
damento), no constituye un sentido disponible en cuanto significación, elemento únicamente en el cual y según el cual la existencia tiene lugar
sino que es la abertura de un espacio nuevo para el sentido, de un es- (y tiempo), es decir, existe y «da razón» de sí.
paciamiento, o, si cabe decirlo así, de una «espaciosidad»: del ele­ La libertad debe ser el elemento del ser, o su modalidad fundamen­
mento espacioso que es el único que puede acoger sentido. Esto quiere tal, desde el momento en que el ser no precede a la existencia, ni le su­
decir el espaciamiento de un tiempo, el tiempo que se abre en este mo­ cede, sino que está en juego en ella. «La esencia de la libertad solamente
mento, en el paso de una época a otra o de un instante a otro, es decir, llega a ser enfocada cuando buscamos la libertad en tanto fondo de la po­
en el paso o en el pasar de la existencia, que se sucede y se difiere en su sibilidad del ser-ahí, en tanto aquello que se encuentra incluso antes del
esencia, la apertura y la reapertura de la temporalidad espaciosa según ser y el tiem po.»1
la cual esa existencia existe: apertura del tiempo, primer esquema, pri­ Que no haya existencia, que nada, o al menos que ninguno exista,
mer dibujo sin figura del ritmo mismo del existir,6 el esquematismo sino en libertad: ésta es la proposición muy sencilla que la filosofía no
trascendental mismo no ya en tanto «golpe de mano» en secreto disi­ sólo habrá indicado o presentido siempre, sino que habrá reconocido
mulado en una «naturaleza», sino en tanto libertad según la cual el siempre como su motivo y como su móvil más propios, como el pri-
m um movens de su empresa. Que la ontología deba devenir una
6. «Produzco el tiem po m ism o en la aprehensión de la intuición» (Crítica de la razón «eleutherología» no constituye, en ese sentido, un descubrimiento.
p u ra, E squem atism o trascendental; trad. cast. de Pedro Ribas, Barcelona, Alfaguara, I a Pero lo que se descubre —-lo que brota para nosotros en la historia del
ed., 10a im p., 1994), y esta aprehensión es la síntesis de lo diverso —es decir, la consti­
tución del fenóm eno— «que p ro porciona la sensibilidad en su receptividad originaria»,
pensamiento— es que la eleutherología, siempre presupuesta por la fi­
«uniéndose a la espontaneidad» (D educción trascend en tal). E sta síntesis o riginaria no losofía, a la vez como tema de su lógica y como ethos o como hexis de
es sino la estructu ra de principio de la trascendencia finita (véase Heidegger, K antbuch, su práctica, debe ser ella misma destacada, menos en cuanto tema que
sección 16). Pero en estas condiciones se debería elucidar el esquem atism o, n o ya según
el hilo conductor de u n a producción del Bild —com o hace Heidegger, h asta cierto punto
E li m enos—, sino p o r el co n trario (au n q u e esto n o sea u n c o n trario ...) com o la libertad 7. H eidegger, Gesamtausgabe, Bd. 31, Francfort del M eno, K losterm ann, 1982, pág.
m ism a de la retirada de to d a figura (véase ibíd., sección 14). E sto sería el tem a de o tro 134. E ste libro se ha escrito antes de que apareciera la traducción francesa. Ahora: De
trabajo. l'essence de la liberté hum aine, trad. E m m anuel M artineau, París, G allim ard, 1987.
22 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D

en cuanto «la cosa misma» del pensamiento. En este sentido, el «tra­


tado de la libertad» que la filosofía no ha cesado de articular deberá
ser él mismo quizás abandonado, en la medida en que no ha hecho ja­
más acceder su objeto a ese estatuto de «cosa misma» del pensa­ C a pítu lo 2
miento. Al final, el tema, el o los conceptos y el nombre de la «liber­
tad» deberán quizás ceder el sitio, digamos, por el momento, y
provisionalmente, a otra «generosidad» ontológica. IMPOSIBILIDAD DE LA CUESTIÓN DE LA LIBERTAD.
Sea lo que sea a este respecto, de lo se debe tratar es de hacer apa­ HECHO Y DERECHO CONFUNDIDOS
recer como tema y de poner en juego como praxis del pensamiento
una experiencia de la «libertad». Una experiencia, es decir, en primer
término el encuentro con un dato de hecho, o bien, en un léxico menos
simplemente positivo, la prueba de algo real (en todo caso, el acto de Cuando la libertad se presentó en la filosofía como la «clave de bó­
un pensamiento que no concibe, o no interroga, o no construye lo que veda de todo el edificio de un sistema de la razón pura» (conduciendo
piensa más que siendo a su vez en primer término cogido, lanzado, y así a un acabamiento, un proceso en el que sin duda está implicada
como pensado, por aquello mismo), pero también y de acuerdo con el toda la filosofía), a pesar de la determinación teórica de esa presenta­
origen de la palabra «experiencia» en la peira y en el ex-periri, una ten­ ción, que permite esperar una exhibición positiva de la libertad, o
tativa conducida sin reservas, entregada al peligro de su propia falta de bien, y dicho en otros términos, que permite esperar la posibilidad de
punto de agarre, y falta de seguridad en ese «objeto» del que ella no es establecerla como un principio, de hecho se trataba, en suma, de una
el sujeto, sino la pasión, expuesta como lo estaba en alta mar el pirata ostensión de su existencia, o más exactamente, de su presencia en el
(peiratés) que intentaba libremente su oportunidad. En un cierto sen­ corazón de la existencia (y quizás, así, en definitiva, de la primera os­
tido, que podría aquí ser el primero y el último, la libertad en cuanto tensión de la existencia como tal, por anticipado, cabe decir, a menos
cosa misma del pensamiento, no se deja apropiar, sino solamente «pi­ que hubiera que contar con Spinoza en ese lugar). La libertad no surge
ratear»: su «toma» será siempre ilegítima. en Kant como una cuestión sino más bien como una realidad o como
un hecho.
La libertad no es una propiedad, de la que habría que demostrar
que la poseemos, ni una facultad cuya legitimidad habría que deducir,
en el sentido kantiano.1 Es un hecho de la razón, a decir verdad, el
único de esta especie, lo que equivale también a decir que es la factua-
lidad propia de la razón, o la razón en cuanto factual. La «clave de bó­
veda» es la razón como hecho, la razón como principio fácticamente y
fáctico por principio. La facticidad de la experiencia de los fenómenos
había que justificarla: ésta era la cuestión de la autorización del saber
(del que no nos vamos a preguntar aquí hasta qué punto, al ser el sa­
ber de la razón pura, hunde a su vez la raíz de su legitimidad en el he­
cho de la libertad...). Pero aquí se trata de la experiencia que la razón
hace (otro valor del hecho: no sólo su positividad, sino su efectividad
activa y/o pasiva) de sí misma, y que consiste en la experiencia de la
obligación de la voluntad libre, o de la acción libre (lo que, en este

1. El m ism o K ant se refiere a la estru ctu ra invertida de la D educción de la segunda


C rítica en relación con la de la prim era (Segunda C rítica, libro I, cap. 1 , 1).
24 LA E X P E R I E N C I A D E LA L I B E R T A D IMPOSIBILIDAD D E LA C U E S T I Ó N D E LA L I B E R T A D 25
caso, y como veremos, viene a ser lo mismo), o incluso en la obligación considerables que sean, los desplazamientos de conceptos y de con­
de la voluntad o de la acción de ser libre. Es la experiencia racional de textos a los que llevará la elaboración histórica, hasta nosotros, del
la razón en cuanto «práctica». motivo de la libertad (su destino efectivo en el pensamiento), no sal­
Los comentaristas se han sorprendido frecuentemente ante el texto dremos de una apodicticidad conforme a la cual la libertad no se po­
del capítulo 91 de la tercera Crítica, que plantea la Idea de la libertad drá poner en cuestión. (De nuevo aquí, notémoslo de paso, Spinoza
como «presentable en la experiencia». Esta sorpresa ha sido subrayada precedía ya sin duda esa apodicticidad; pero ¿no se precedía en toda la
y problematizada por Heidegger, cuyo análisis recordaremos más ade­ filosofía?)
lante. No habría que acentuar este análisis, si se tuviese en cuenta la La prueba de la libertad —la cual se revelará, en consecuencia, per­
insistencia permanente de Kant en este motivo. El «Canon de la razón teneciente al orden del probarse (o de la experiencia) más que al de la
pura» enuncia ya: «La libertad práctica puede demostrarse por la ex­ demostración— está en su existencia. O más exactamente, pues no es
periencia», lo cual tiene como correlato que «la razón (...) práctica seguramente «la libertad» como tal, o como su concepto, lo que existe,
contiene principios de la posibilidad de la experiencia, a saber, acciones esta prueba se encuentra en la existencia en cuanto existencia del ser
que (...) se podrían encontrar en la historia del hombre.2 En efecto, la libre, y esta prueba o esta experiencia no propone finalmente ninguna
segunda Crítica no se refiere a otra cosa: es, en efecto, escribe Kant, otra cosa sino lo siguiente: LA EXISTENCIA EN CUANTO A SU PRO­
«crítica de la razón práctica», y no «de la razón pura práctica», puesto PIA ESENCIA NO ES NINGUNA OTRA COSA SINO LA LIBERTAD
que se trata únicamente de establecer «que hay una razón pura prác­ DEL SER. No se puede plantear ninguna otra tarea de pensamiento, a
tica», y que ésta, una vez establecida, no tiene necesidad de ninguna propósito de la libertad, sino intentar llevar a la luz aquello que se ha
crítica que vendría a limitar su eventual presunción: la razón práctica puesto ya por sí mismo, en la razón, delante de la razón.
no podría «ir más allá de sí misma», como sí puede hacerlo y como En otros términos, por consiguiente: la libertad no puede constituir
tiende irresistiblemente a hacerlo la razón teórica. Si hay una razón el objeto de una pregunta, sino que es «sólo» el envite de una afirma­
práctica, «su realidad» se prueba «por el hecho mismo». Nos las habe­ ción; y no puede ser el objeto de una pregunta planteada «sobre algo»,
rnos aquí, no con presunciones de un poder, sino con el dato de una sino sólo el envite de una afirmación de sí (del «sí mismo» del ser libre,
existencia de hecho. Y este dato es por sí mismo su legitimación, como del «sí mismo» del pensamiento al que incumbe re-afirmar esta
puesto que no es el dato de un objeto (del que habría que preguntar si afirmación). (Recíprocamente, ¿no es esencialmente libre la afirma­
está producido correctamente o no), sino que es el dato de la existen­ ción, y no está esencialmente forzada la pregunta?) En su forma kan­
cia de una legislación en cuanto legislación de la existencia: la razón tiana más desarrollada, esta afirmación es la del epígrafe 91 de la ter­
existe como esta ley, y bajo esta ley, de la libertad. Lo que existe (o: la cera Crítica :
razón en cuanto dato de existencia, y no en cuanto poder de conoci­
miento), es esta autolegislación, y lo que legisla, es esa existencia. (Se Pero, cosa muy notable, encuéntrase incluso una idea de la razón
podría decir que con Kant comienza la autolegitimación de la existen­ (que en sí no es capaz de exposición alguna, y, por tanto, tampoco de
cia, y la existencia como el abismo de esta autolegitimación.) prueba alguna teórica de su posibilidad) entre los hechos y ésta es la
Así, la libertad es «clave de bóveda» «en cuanto que su realidad está idea de la libertad, cuya realidad, como una especie particular de causa­
probada por una ley apodíctica de la razón práctica». La modalidad ló­ lidad (cuyo concepto sería trascendente en el sentido teórico), se deja ex­
poner por leyes prácticas de la razón pura, y conforme a ellas, en accio­
gica de la apodicticidad corresponde a la modalidad categorial de la nes reales; por tanto, en la experiencia. Es la única idea, entre todas las
necesidad. La realidad de la libertad es una necesidad, y se da necesa­ de la razón, cuyo objeto es un hecho y debe ser contado entre los scibilia
riamente como tal. Y esta necesidad es la libertad misma, en cuanto (pág. 388, trad. M. García Morente, Salamanca, Sígueme).
praxis de la razón que en primer lugar es praxis de su propia facticidad
legisladora, que la enuncia. Está, pues, perfectamente claro que la presentación, en la experien­
No saldremos de esta apodicticidad. Cualesquiera que sean, y por cia, de la libertad, no es, por tanto, la de un objeto de conocimiento.
Muy por el contrario —y parecería necesario invertir la fórmula para
2. «Canon», I y II. hablar de la presentación de un «sujeto de la acción». En la lógica pro-
26 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D IMPOSIBILIDAD D E LA C U E S T I Ó N D E LA L I B E R T A D 27
píamente kantiana (pero esto quiere decir también en la lógica general A decir verdad, sería posible otro análisis, el cual situaría en el lado
de la metafísica de la subjetividad), habría que precisar, sin embargo, de la intuición, no ya la acción empírica, sino el sentimiento del res­
si se quisiera sostener esta nueva fórmula, que si la libertad no es pre­ peto de la ley —el cual constituye por otra parte propiamente el ele­
sentable «en sí», su «causalidad» particular no deja de presentarse a la mento «intuitivo», o al menos receptivo, de la razón en su ser práctico.
percepción empírica en cuanto que «acción real» en el curso de la cau­ Reencontraremos quizás, más tarde, la indicación del respeto. Pero
salidad de los fenómenos. Es posible, en efecto, que Kant suscite bajo aquí no es utilizable, porque a lo que Kant se refiere es a «la especie
mano, en este pasaje de la tercera Crítica, el famoso ejemplo de la tesis particular de causalidad» de la libertad, y porque el respeto no tiene
de la tercera Antinomia: «Si ahora me levanto de la silla de modo ple­ relación con una causalidad, sino con la legalidad de la libertad. (O
namente libre...» Se debería decir entonces que la realidad presentada bien, en la medida en que él mismo es el efecto sensible de la ley, no
es la realidad del acto de un sujeto, y no la de una significación de ob­ hace sino remitir a una aporía comparable a la precedente.) Es que el
jeto. Pero habría que añadir enseguida que esta realidad «subjetiva» (y recurso a la causalidad, aunque sea «particular», impide destacar la
«soberana») no se deja presentar más que porque está objetivada, y facticidad específica del hecho de experiencia de la libertad. O bien, lo
que Kant daría lugar así él mismo a una doble violación de los princi­ que viene a ser lo mismo, la «particularidad» de la causalidad libre di­
pios críticos más firmes: por una parte, la acción de «levantarme» que­ simula esto: que la libertad no es una especie de la causalidad.
daría retirada subrepticiamente, en tanto que «acción plenamente li­ Esta última proposición era el resultado esencial del curso profe­
bre», al estatuto dialéctico que no puede abandonar jamás desde el sado por Heidegger en 1930, «Sobre la esencia de la libertad humana».
interior de la «tesis» a la que pertenece, y, por otra parte (esto como La subordinación categorial de la libertad a la causalidad, en la pro­
explicación de aquello), la «causalidad particular» de la libertad (cuya blemática de Kant, le aparecía a éste como el límite de su empresa
naturaleza no se puede de ninguna manera deducir de la de la causa­ eleutherológica, y podía decir:
lidad fenoménica) se habría deslizado subrepticiamente, también ella,
en el lugar de la categoría general de causalidad, haciendo así posible, La causalidad, en el sentido de la comprensión tradicional del ser del
por su conjunción con la intuición del gesto de levantarse, la cuasi- ente, tanto en la comprensión vulgar como en la metafísica tradicional,
constitución de un objeto de la experiencia: el sujeto libre... Ahora es precisamente, la categoría fundamental del ser en cuanto ser disponible
bien, en todo esto, no se puede tratar precisamente más que de una (étre-sous-la-main). Si la causalidad es un problema de la libertad, y no a
la inversa, entonces, el problema del ser, tomado absolutamente, es en sí
cuasiconstitución: dicho de otra manera, toda esa operación depende­
un problema de la libertad.3
ría de la Sckwarmerei. Esa operación supondría, en definitiva, ese es­
quema de la libertad (permitiendo unir la causalidad libre a un gesto
Por consiguiente, en un solo movimiento se encontraba que había
empírico) de la que la segunda Crítica excluye rigurosamente toda po­
que invertir la relación de la libertad con la causalidad, y que el pro­
sibilidad. Ésa es sin embargo la única reconstitución posible, en tér­
blema de la libertad se promovía al rango de problema ontológico por
minos kantianos, de la lógica enigmática de este pasaje (y se ha podido
excelencia. Para que se pudiera invertir la relación de la libertad con la
ver cómo se apela discretamente a esta reconstitución, a pesar de todo,
causalidad, hacía falta necesariamente comprometerse con otra deter­
en el texto de Kant, mediante las palabras «en sí», que parecen indicar
minación del hecho de la libertad distinta a aquella a la que Kant pa­
que si la Idea no es «en sí» susceptible de ninguna presentación, sí se­
rece entregamos. También Heidegger había situado en conjunto la in-
ría susceptible allí donde no es sencillamente «Idea en sí», allí donde
se desborda como Idea... en una experiencia).
Si hemos propuesto este análisis sin resultado, es por mostrar que 3. Op. cit., pág. 300. (Al trad u cir Vorhandensein p o r étre-sous-la-main, hem os adop­
el hecho kantiano de la libertad no puede recibir, en una lógica kan­ tad o el partid o de E. M artineau, a propósito del cual es la ocasión de reco rd ar que él
m ism o h a planteado, a p a rtir de Heidegger, la ap ertu ra de u n a problem ática de la liber­
tiana rigurosa, su estatuto de hecho. (Y no puede recibirlo, de manera ta d de que nos hacem os eco aquí. Véase su prefacio a R. Boehm, La métaphysique d'Aris-
general, en una lógica metafísica, si el resorte de la demostración no tote, trad. franc., París, G allim ard, 1976. E sto no quita que m antengam os u n a alta es­
puede proporcionarlo más que una unión de lo inteligible y lo sensible, tim a p o r las traducciones de Jean-F ran?ois C ourtine.) Seguim os m ás adelante los
allí donde uno y otro están puestos por principio como inconciliables.) análisis de los epígrafes 27 y 28.
28 LA E X P E R I E N C I A D E LA L I B E R T A D IMPOSIBILIDAD D E LA C U E S T I Ó N D E LA L I B E R T A D 29
vestigación de la realidad de la libertad —recuperada y reafirmada parte aquí la voluntad según el elemento de una decisión más que se­
como tal enteramente a partir de Kant— en la perspectiva de un gún el movimiento de un deseo). Es decir, que el texto de este curso se
«modo de realidad» específico de la praxis. En cuanto práctica, la ra­ lo podría comentar también diciendo que la facticidad sobreviene al
zón no es otra cosa que la voluntad. La razón pura práctica es por con­ «sí mismo» del existente, y no lo «funda», como tampoco está por su
siguiente la voluntad pura. La voluntad pura es la voluntad que quiere, parte aquella fundada por él ni en él. Y es en ese sentido en el que esa
absolutamente, es decir, la voluntad que no se determina a partir de facticidad sería, como se podrá comprender mejor más adelante, fac­
nada distinto a ella misma (o bien, si es posible parafrasear así: la vo­ ticidad específica.]
luntad que quiere solamente y que, así, no quiere nada sino querer, o Es así como se llega a la facticidad propia de la praxis: esta factici­
sino el querer). Ahora bien, «la ley de la voluntad pura (...) es la ley de­ dad no puede ser exterior a esta relación de obligación de la voluntad
terminada para la existencia de la voluntad, es decir, que la voluntad con respecto a ella misma. Eso no puede ser la facticidad de una ac­
es el querer mismo». Así: «La ley fundamental de la voluntad pura, de la ción (entendida como comportamiento empírico), ni de cualquier cosa
razón pura práctica, no es ninguna otra cosa sino la forma de la legisla­ que sea consecuente respecto al querer (entendido este mismo como
ción». La voluntad pura es, pues, la voluntad de la obligación que representación y deseo previos a la acción) —y esto significa que en úl­
emana de la ley (o que la ley encierra por esencia en su ser-de-ley, o en tima instancia nada menos que la esencia de la acción (libre) y del
su ser-la-ley, que es idéntico a dictar-la-ley), y de esa forma de la ley querer (libre) están en juego en esa facticidad, que no dejaría ya que
que es la ley de la voluntad pura. «La esencia del querer (...) exige ser estas esencias se comuniquen con lo que la metafísica ha determinado
querido», al igual que «aquel que quiere realmente no quiere ninguna en relación con ellas. Tampoco puede ser la facticidad de una presen­
cosa distinta al deber de su ser-ahí (das Sollen seines Da-seins)». tación intuitiva del querer mismo.4 Es una facticidad que no depende de
[Así, la «voluntad de voluntad», en la que Heidegger reconocerá una inserción en un orden referencial de hechos, y que no depende
más tarde (de hecho apenas más tarde...) la esencia de la subjetividad tampoco de una constitución de objeto. Es, por el contrario una facti­
metafísica, se ha presentado primeramente aquí de una manera muy cidad autorreferencial y autoconstitutiva (lo cual no quiere decir for­
diferente: según la estructura formalmente subjetiva de un «quererse», zosamente una facticidad subjetiva, ni la facticidad de una subjetivi­
cierto, pero llevado en conjunto a una extremidad en que el «sí dad). Heidegger dice: «La realidad del querer no está más que en el
mismo» del «quererse» es inmediatamente y no es otra cosa sino «de­ querer de esta realidad».
ber del ser-ahí», es decir, inmediatamente abandono de la existencia a Esta realidad misma tampoco depende que se hubiera tomado una
una obligación, y asignación del mandato de esta obligación en el te­ decisión positiva en favor de la obligación. Podemos «decidimos por el
ner que existir. No vamos a intentar aquí analizar mejor la evolución puro querer obligado, es decir, querer efectivamente, o contra él, es
del pensamiento heideggeriano de la voluntad, ni sus implicaciones decir, no querer, o bien mezclar querer y no querer en la confusión y
(pero se verá que esa evolución quedará implicada, más adelante, por la indecisión»: no dejaremos por eso de seguir estando siempre cogi­
el análisis de la suspensión del motivo de la libertad en Heidegger). dos en la estructura fundamental según la cual el querer quiere su rea­
Debemos contentamos con señalar en qué medida, en este curso de lidad de querer —aunque sea como indecisión. El querer quiere su
1930, lo que se expone a título de querer tiende más a representar el «sí propia efectividad: eso no significa, se comprenderá, que la desee, y no
mismo» o la identidad de una facticidad irreductible (se podría decir significa tampoco que la decida, sino que significa (en un sentido de la
también: el «sí mismo» de un hecho, más que el «hecho» de un sí «decisión» que tendremos que volver a encontrar más adelante) que se
mismo), que es la facticidad de la existencia del existente como ser-en- decide en ella, o también —y al menos según nuestra manera de solici­
tregado-a-la-ley-de-ser-libre, y no la presencia a sí de una voluntad que tar aquí a Heidegger— que la voluntad de la voluntad no presenta otra
quiere esa presencia misma. Una voluntad así, como presencia a sí,
4. E so no podría ser la conciencia-m oral (el Gewissen, que reencontrarem os m ás
perdería más bien aquí el fondo y el fundo, de su consistencia y de su adelante siguiendo su análisis en El ser y el tiempo), de la que H eidegger subraya su ca­
propiedad subjetivas, mientras que el «sí mismo» del ser libre en su rácter ontológico y no antropológico (véase ibíd., pág. 2 9 1 ). Sin em bargo, el respeto po­
hecho se ofrecería más bien como el desfondamiento de un sí mismo d ría d a r otro giro a esta determ inación del hecho de la razón práctica, pero no aparece
en un sí mismo fundado por su deseo-de-sí (presentándose por otra aquí.
30 LA E X P E R I É N C I A D E LA L I B E R T A D IMPOSIBILIDAD D E LA C U E S T I Ó N D E LA L I B E R T A D 31
cosa que la efectividad en cuanto que se decide a ser efectiva. Más pre­ texto de Heidegger, una explicitación que al menos está indicada en él,
cisamente: es la efectividad de la existencia lo que se decide aquí a ser ese hecho no es solamente un hecho existente, es, como se habrá com­
efectiva, o a existir, y esta decisión, al igual que no remite a un poder prendido ya, el hecho de la existencia en cuanto tal. Es el hecho me­
previo de representación ni a la energía de un poder de realización, diante el que el existente (el Dasein) se relaciona consigo mismo como
tampoco viene a efectuar in actu lo que habría sido in potentia, sino aquel que quiere ser/se obliga a ser el que es. El existente es el ente que
que es la ex-istencia de esta efectividad que la existencia es de por sí. en su ser se obliga a/quiere ser, y que se obliga a/quiere serlo. O bien:
Es la existencia del existente, su «esencia», pues, o: que el existente es el ente decidido por el ser. Es así como trasciende, es decir, existe. El
existe como el existente que es. hecho de la libertad es el «derecho» de la existencia —o bien, el «he­
En este sentido hay que comprender que el querer es querer obli­ cho» de la existencia es el derecho de la libertad. Esta libertad no es
garse a sí mismo a su efectividad. La obligación es el hecho consi­ primero la libertad de tal o cual comportamiento en la existencia: es pri­
guiente a la no-disponibilidad, para el existente, de una esencia (y/o de mero la libertad de la existencia para existir, para estar «decidido por
una potencia) de sí mismo que podría ser representada y enfocada. el ser», es decir, para acceder a sí misma según su trascendencia pro­
Pero si la esencia de la existencia es la existencia misma, no está dis­ pia (puesto que, al no tener esencia «de por sí», no puede sino ser
ponible para la representación ni para el enfoque (ni, por consi­ «esencialmente» esta trascendencia «hacia su ser»). Esta libertad es,
guiente, para la «voluntad» en este sentido: digamos, para una volun­ según la fórmula que empleaba E l ser y el tiempo (cap. 40), «el ser-libre
tad voluntarista), y se obliga solamente, en su existencia, a existir, es para la libertad de elegirse-y-aprehenderse-a-sí-mismo».
decir, a ser expuesta a la efectividad que ella es, puesto que no lo «es» en La libertad de la existencia para existir es la existencia misma en su
el modo de una propiedad de esencia. «Querer el querer» significa, «esencia», es decir, en cuanto es ella misma la esencia. Esta «esencia»
pues, aquí: estar efectivamente expuesto a la efectividad existente (que consiste en ser transportada en conjunto hasta ese límite en el que el
no es, por lo demás, nada distinto de la efectividad que se expone). existente no es lo que es sino en la trascendencia. La «trascendencia»
Este querer —este querer del querer que es el querer de su propio de­ misma no es otra cosa sino el paso al límite. No es franquear el límite:
ber— constituye así el hecho de experiencia mismo de la razón prác­ es el estar-expuesto en el límite, en el límite y en cuanto límite. El lí­
tica, o su practicidad en cuanto hecho de experiencia. Es el hecho de mite no significa aquí la circunscripción fija de un dominio o de una
la libertad. «La libertad no es posible más que en cuanto querer efectivo figura. Significa que la esencia de la existencia consiste en este ser-trans-
de la pura obligación (des rein Gesollten = de lo puramente debido).» portado-al-borde que resulta de que no hay «esencia» encerrada y m an­
Es el hecho práctico de la razón, pero eso no significa que sería un tenida en reserva en una inmanencia presente dentro del borde. Que la
«hecho de razón», en el sentido en que se dice «un ser de razón», es de­ existencia sea su propia esencia significa que no tiene «interioridad»,
cir, que no es un «hecho» teórico, ideal o ideativo, inefectivo e inexis­ sin ser sin embargo «todo en exterioridad» (a la manera, por ejemplo,
tente.5 Por el contrario, si cabe proseguir, de nuevo aquí, más allá del de la cosa inorgánica según Hegel). L a existencia se mantiene, «por
esencia», en el límite indecidible de su propia decisión de existir. Es así
5. Y esto no significa tam poco que sería u n hecho de la «interioridad» de la razón, como la libertad pertenece a la existencia, no como una propiedad,
accesible a alguna introspección. Lo psicológico pertenece a lo em pírico, p ero no al o r­ sino como su hecho, como su factum rationis, que se puede entender
den de la experiencia trascendental, que es el de la libertad. E n o tro plano, esto no sig­
nifica tam poco que la realidad, aquí, sería solam ente la de la posibilidad, com o es el
también como «el hecho de su razón de existir», que es idénticamente
caso p o r ejem plo p a ra Fichte: «La libertad existe verdaderam ente y en verdad, y es ella «la razón del hecho de su existencia». La libertad es la trascendencia
m ism a la raíz de la Existencia; sin em bargo no es in m ediatam ente real; pues en ella la de sí mismo hacia sí mismo, o de sí mismo a sí mismo, lo cual de nin­
realidad no llega m ás que h asta la posibilidad» ( Iniciación a la vida feliz, trad . franc., guna manera excluye, y por el contrario exige, como se ve claramente
París, Aubier, 1944, pág. 2 2 4 ). La fórm ula de Fichte restituye sin d u d a el p ensam iento
m ás constante de la filosofía, al m enos (si se deja a u n lado aq u í a Spinoza, del que h a ­
b ría que estu d iar su proxim idad con lo que intentam os decir, en cuan to que en él la li­ m ism a u n a necesidad de «la independencia de lo absoluto con respecto a su ser íntim o
b ertad se identifica con la efectividad de la beatitud; p ero S pinoza n o p ien sa la exis­ propio»). La libertad ha sido p ensada com o la existencia necesaria de la posibilidad
tencia com o ta l), al m enos, pues, h a sta H egel y la conversión de la lib ertad en infin ita del sujeto de relacionarse consigo, pero no com o la existenciariedad de la exis­
efectividad (p ero no sim plem ente en necesidad, pues la «posibilidad» fichteana es ella tencia.
32 LA E X P E R I E N C I A D E LA L I B E R T A D IMPOSIBILIDAD D E LA C U E S T I Ó N D E LA L I B E R T A D 33
en adelante, que el «sí mismo» no pueda ser comprendido como sub­ existencia. (Es así, como se podrá comprender mejor en lo que sigue,
jetividad, si la subjetividad designa la relación consigo misma de una la facticidad de su nacimiento y de su muerte.) La cosa en sí de la exis­
sustancia ; y exige, al mismo tiempo, como se expondrá más adelante, tencia no está simplemente puesta —puesta ya, instalada, gesetzt, como
que este «sí mismo» no tenga lugar más que según un ser-en-común lo están todas las cosas no existentes y situadas bajo leyes. La libertad
de las singularidades. está, su realidad está, en la Setzung, en el acto, en el gesto o en el mo­
El hecho de la libertad del existente consiste en esto de que, tan vimiento que la pone en posición de existencia, es decir, que entrega
pronto como el existente existe, el hecho mismo de esta existencia se su ser —o que, en ella, entrega el ser mismo— al D a del Da-sein, de tal
confunde con su trascendencia, es decir, con la no-presencia a sí del manera que esta «entrega» o esta «liberación» lo libera para posibili­
ser finito, o con su exposición en su límite, este límite infinito en el dades que no están puestas. El hecho de la libertad consiste en este
que debe recibirse a sí mismo como una ley de existir, es decir, de que­ movimiento, en esta dinámica propia de la Setzung, que pone y no está
rer su existencia o de decidirse por ella, una que él se da pero que él no jamás puesta, y recíprocamente, la Setzung de la existencia como
es. Al darse la ley, se entrega a la voluntad de obedecerle, pero puesto «cosa en sí», de la que lo «en sí» no es más que la situación en el
que no es esta ley, sino que, si se quiere, ex-iste en ella, es también mundo, constituye la realidad de la libertad.7
aquel que puede desobedecerla tanto como obedecerla. (Se podría de­ La facticidad propia de la libertad, por consiguiente, es la factici­
cir también: «la existencia es la ley», pero si la ley, en general, traza dad propia de aquello que no está hecho, sino que está por hacer —no
esencialmente un límite, la ley de la existencia no impone un límite a en el sentido de un proyecto o de un plano que quedaría por ejecutar,
la existencia: lo traza como el límite que es, y sobre el que ella se de­ sino en el sentido de lo que, en su realidad misma, no tiene todavía la
cide. Así, la existencia en cuanto que «esencia» se retira en la ley, pero presencia de su realidad, y que debe, pero infinitamente, liberarse
la ley se retira ella misma en el hecho de existir. No es entonces una para ella. Es así como la existencia está realmente en el mundo. Lo
ley que se podría respetar o transgredir: en un sentido, es imposible de que está «por hacer» no se sitúa en el registro de una poiesis, como
transgredir, en otro sentido no es otra cosa sino la inscripción de la una obra cuyo esquema estaría dado, sino en el registro de la praxis,
posibilidad transgresiva/trascendente de la existencia. La existencia no que no «produce» más que a su propio agente o a su propio actor,8 y
puede transgredirse más que a sí misma.) que se asemejaría más bien a la acción de una esquematización consi­
La ex-istencia del existente entrega a éste a la posibilidad de entre­ derada por ella misma.
garse a su ley, a su existencia, precisamente porque ésta no tiene esen­ El hecho de la libertad, o el hecho práctico, absoluta y radical­
cia ni ley, pero es su propia esencia y su propia ley. Cuando hay el exis­ mente «establecido» sin que ningún procedimiento de estableci­
tente, no hay ni esencia, ni ley, y es en esta an-arquía donde la miento pueda intentar producirlo como objeto teórico, es el hecho de
existencia se decide. Se entrega a ella misma, se libera para sí o bien se lo que está por hacer en este sentido, o bien es el hecho de que haya
libera de sí. E l hecho de la libertad es este liberarse la existencia de toda que hacer, o bien incluso el hecho de que haya el qué hacer, o bien el
ley y de ella misma en tanto ley: la libertad se libera así como voluntad, quehacer de la existencia. La libertad es fáctica en la medida en que
que no es a su vez sino el ser-liberado-y-decidido del existente. es el quehacer de la existencia. Es un hecho, en la medida en que no
Así, el hecho de la libertad se confunde con la realidad de la exis­ es un hecho adquirido, como tampoco es un derecho «natural»,
tencia en cuanto que esta realidad, para Kant, «significa el poner la puesto que es la ley sin ley de una inesencialidad. Los hombres no na-
cosa en sí misma».6 La existencia en su realidad es la cosa en sí (del
ser). La libertad es la facticidad propia del poner, de la Setzung de la
7. Así, pues, la Setzung responde seguram ente p u n to p o r punto a la dinám ica de la
différance p o r la que D errida designa el m ovim iento infinito del ser finito en cuanto tal.
6. T ercera Crítica, cap. 76. Elegim os «poner» ( mise en p o sitio n ) p a ra Setzung, dis­ La différance im plica, pues, la libertad, o bien está im plicada p o r ella. La libertad libera
tin ta de la Position (e n alem án, en el iexto) sim ple de la representación. N uestro uso de la différance, m ientras que la différance difiere la libertad. Lo cual no quiere decir que la
este m otivo se separa librem ente —p o r esta distinción de conceptos en K ant— del que haga esperar: ésta está siem pre ya ahí, pero p o r sorpresa, com o se verá.
hace H eidegger en la Tesis de K ant sobre el ser, donde precisam ente se ignora esa distin­ 8. Aristóteles, Ética a Nicómaco, I. (trad. cast. de Julián Marías, Madrid, Centro de Es­
ción. tudios Constitucionales, 4a ed., 1985; trad. de Vicente Gutiérrez, M adrid, Alborada 1984).
34 LA E X P E R I E N C I A D E LA L I B E R T A D

cen libres como nacen provistos de un cerebro: pero nacen, infinita­


mente, a la libertad.
Así, Heidegger ha podido decir:
Capítulo 3
La pregunta: ¿Cómo es posible la libertad? carece de sentido. Pero de
esto no se sigue que en cierto modo intervenga aquí el problema de lo
irracional, sino, porque la libertad no es objeto de la comprensión teó­
¿SOMOS LIBRES PARA HABLAR DE LA LIBERTAD?
rica —antes bien es objeto del filosofar—, lo anterior no puede significar
otra cosa sino que la libertad sólo es y puede ser en la liberación. La
única relación adecuada con la libertad, en el hombre, sólo puede darse
en el librarse-a-sí-mismo de la libertad que hay en el hombre.9
Si bien no hay nada más común hoy que la reivindicación o la de­
fensa de la libertad, en el orden de la moral, del derecho o de la polí­
tica —e incluso, de tal manera que la «igualdad», la «fraternidad» y la
«comunidad» se han visto muy ostensiblemente y muy enérgicamente
rechazados al segundo plano de las preocupaciones y de los imperati­
vos, aunque fuese a veces lamentándolo, o bien han sido considerados
finalmente como los antónimos de la libertad—, no hay nada, sin em­
bargo, menos articulado ni problematizado que la naturaleza y el en­
vite de lo que se llama «libertad». Se ha producido un divorcio de he­
cho entre lo ético-jurídico-político y lo filosófico. Tal separación no es
nada inédito en la historia, o incluso es algo poco menos que cons­
tante, pero llega en el mundo moderno al punto de ruptura entre lo
que es en principio umversalmente reconocido bajo el título de «la li­
bertad», y lo que por otro lado resulta sometido a interrogación, bajo
ese mismo nombre, por un pensamiento condenado sin embargo a
volver a poner en el taller de mil maneras toda su tradición.
Podemos, efectivamente, repetir después de Hegel, como una evi­
dencia banal de nuestro mundo:

De ninguna otra idea se sabe tan universalmente, como de la de li­


bertad, que es indeterminada, ambigua y susceptible de los mayores ma­
lentendidos y que, está, por eso, sometida efectivamente a los mayores
malentendidos, y ninguna idea se admite corrientemente con tan poca
conciencia.1

1. Enciclopedia, cap. 486. Desde Hegel h asta nosotros, la vanidad, la am bigüedad, la


inconsistencia de u n a idea de libertad incapaz de p rocurarse a ella m ism a fundam ento
y rig o r h an sido, en discursos tan to m oralizantes com o em ancipatorios, tan to reaccio­
narios com o progresistas, topoi tan abundantes com o el topos de la m ism a irreprim ible
9. «Davoser D isputation», en K ant u n d das Problem der Metaphysik, F ran cfo rt del
libertad. Bataille, de o tra m anera: «El térm ino libertad, que supone u n entusiasm o pue­
Meno, K losterm ann, 4 a ed., 1973, pág. 275 (tra d cast.: K ant y el problema de la metafísica, ril u oratorio, es an te todo falaz, y daría lu g ar a m enos m alentendidos h ab lar de todo lo
M adrid, FCE, 1993, pág. 2 1 8 ). que provoca el miedo» ( Oeuvres complétes, vol. II, París, Le Seuil, 1970, pág. 131).
36 LA E X P E R I E N C I A D E LA L I B E R T A D ¿SOMOS LIBRES P A R A H A B L A R D E LA L I B E R T A D ? 37
Por eso se ha consumado el divorcio entre, por una parte, un con­ de razones esenciales a la constitución y al destino de la filosofía
junto de determinaciones relativamente precisas en sus definiciones (como se ha evocado ya en las páginas precedentes y se precisará más
pragmáticas, y que son las libertades, colección de derechos y de fran­ lejos) —pero en otro sentido, no puede más que «hablar de libertad»,
quicias de las que sabemos indiscutiblemente que su supresión o in­ lo que equivale entonces a decir, no hablar de la libertad como tal: to­
cluso su suspensión desemboca directamente en lo intolerable mismo mar un motivo, pero no convocar un concepto o una Idea (o bien, re­
—que no es sólo intolerable desde el mero punto de vista de los valores nunciar, refugiarse en lo inefable...).
morales, sino que es lo intolerable incluso hasta en la carne y el curso «Hablar de libertad», es entonces suspender el trabajo filosófico. Y
de las existencias—, y por otra parte una «Idea» de la libertad, recla­ en efecto la posibilidad misma de un «filosofar» sobre la libertad se
mada o prometida por las libertades, pero de la que apenas se sabe qué encuentra hoy sometida a dos tipos de obstáculos.
representa, o qué representa de la «esencia» del «hombre», y a la que El primer tipo de obstáculo consiste en la evidencia de la noción
se le pedirá que no intente precisarse, ni interrogarse, ni sobre todo común de libertad —que es siempre más o menos la de un libre-arbi­
efectuarse, tan seguro parece que de ahí resultaría o el Caos o el Te­ trio—, junto a la evidencia moral de la necesidad de preservar sus dere­
rror. Es así como el mal —y hasta la maldad, de la que tendremos que chos. Puesto que se trata de una evidencia, no es necesario interrogar
volver a hablar— ha llegado a encamarse para nosotros en todo lo que sus fundamentos —pero, por otra parte, emprender esa interrogación
amenaza o arruina las libertades reunidas frecuentemente bajo el epí­ corre el riesgo de volver frágil aquella evidencia. Sin embargo, difícil­
teto «democráticas», y sin embargo el «bien» esencial de una libertad mente puede evitarse el hacerlo, desde el momento en que ciertos de­
en la que vendría a afirmarse, es decir, a exponerse y trascenderse, la rechos no se definen ya simplemente como libre disposición de algo
existencia humana del hombre, se ha hecho totalmente indetermi­ (lo cual presupone su propiedad o bien el uso adquirido), sino que im­
nada, se ha despojado de todo esplendor divino, heroico, prometeico o plican que la cosa sea puesta a la disposición de la libertad de usarla
comunitario, y apenas se define negativamente, por relación con el (por ejemplo, el trabajo para un libre derecho al trabajo), y que sea
mal. puesta a disposición, necesariamente, por un aparato, las más veces de
Sabemos sin embargo, con un saber no menos indiscutible, pero estado, cuya lógica no puede ser libertaria. O bien, cuando el derecho
obligado de alguna manera a permanecer discreto, si es que no ver­ de todos al uso de bienes comunes —el aire, por ejemplo— exige re­
gonzoso, que las «libertades» no se hacen cargo del envite de «la liber­ glamentar su uso (es decir, la polución). No se trata ya aquí solamente
tad». Aquéllas delimitan condiciones necesarias de la vida humana en de plantear libertades. Habría que poder pensar la libertad que puede
el mundo de hoy, no ponen en juego la existencia como tal. Dibujan plantearlas, definirlas y regular las condiciones de su consistencia
los contornos de su concepto común —«la libertad»— como los bordes efectiva. De todas maneras, ya se vuelva uno hacia la explotación de
de un espacio vacío, vacante, y cuya vaciedad podría muy bien ser en los recursos del «Tercer Mundo», o hacia el manejo de ficheros auto­
definitiva el único rasgo que haya que considerar pertinente. Pero si la matizados y de bancos de datos, los derechos de la libertad no cesan
libertad debe verificarse como el hecho de esencia de la existencia, y de complicar hoy indefinidamente sus relaciones con los deberes de la
por consiguiente como el hecho de su sentido mismo, este vacío no se­ misma libertad. Desde bastantes perspectivas, no ha cambiado nada
ría ninguna otra cosa sino el vacío del sentido: no sólo el vacío de las de lo que autorizaba y de lo que exigía la crítica marxiana de las liber­
significaciones de la existencia, de las que nuestra historia ha agotado tades formales atribuidas a un hombre «miembro imaginario de una
su programa metafíisico entero, sino el vacío de esta libertad del sentido soberanía imaginaria».2 Y sin embargo, la «evidencia» permanece, te­
en ausencia de la cual la existencia es sólo supervivencia, la historia naz e inerte, aunque lo que permanece con esta «evidencia» no sea a
sólo curso de las cosas, y el pensamiento, si es que esta palabra puede menudo, fuera del imperativo supuestamente trasparente de una es­
seguir siendo pronunciada, sólo agitación intelectual. tricta independencia de los individuos (pero ¿cuál es la evidencia del
En estas condiciones, el filósofo se pregunta si puede hacer otra concepto mismo de «individuo»?), más que una idea debilitada, pá-
cosa que «hablar de libertad» —con toda la ambigüedad de la expre­
sión: en un sentido, no puede no exigir del pensamiento un pensa­ 2. La question juive, París, 10/18, 1970, pág. 25 (trad . cast.: La cuestión judía, B arce­
miento (y en consecuencia un discurso) de la libertad, y esto en virtud lona, Planeta-Agostini, 1994).
38 LA E X P E R I E N C I A D E LA L I B E R T A D ¿SOMOS LIBRES P A R A H A B L A R D E LA L I B E R T A D ? 39

lida, y en parte oscurecida por su propia puesta en práctica. Cómo no ción (de sí y en consecuencia del mundo). Libre representación (a la que
hacer nuestras estas líneas de Adorno: accedo soberanamente en mí mismo) de la representación libre (que no
depende de mi arbitrio).
Desde el siglo diecisiete la gran filosofía determinó la libertad como Desde este punto de vista, las grandes acepciones filosóficas de la li­
su interés más privativo y se decidió a fundamentarla con evidencia bajo bertad se revelan todas, en un cierto nivel del análisis, profundamente
las órdenes tácitas de la clase burguesa. Sólo que ese interés es antagó­ solidarias. Aunque Descartes distingue entre la libertad de indiferencia
nico en sí mismo. Se dirige contra la antigua opresión y fomenta la y la perfección de una voluntad libre instruida por el bien, incluso so­
nueva, contenida en el principio mismo de la racionalidad. Lo que se corrida por la gracia, y aunque Hegel lo hace entre el mal infinito del
trata es de encontrar una fórmula común para libertad y opresión. La li­
libre arbitrio entregado a sus satisfacciones contingentes y el «querer
bertad es cedida a la racionalidad, que la limita y la aleja de la empiria,
en la que de ningún modo se la quiere ver realizada. (...) La alianza en­
efectivo y libre» que tiene por objeto «la determinación universal»,3 la
tre teoría de la libertad y la praxis represiva aleja a la filosofía cada vez esencia de la subjetividad opera en todos los casos. Es la autodetermi­
más de la comprensión genuina de la libertad y su ausencia en los hom­ nación del arbitrio que es reemplazado dialécticamente por la capta­
bres de carne y hueso. (...) Pero no hay que aceptar como una fatalidad ción de la necesidad —o bien, es la representación de la necesidad que
el que la libertad envejezca sin realizarse. Esa fatalidad tiene que ser ex­ se arbitra ella misma. En efecto, tan pronto se trata de destacar por sí
plicada con la resistencia (.Dialéctica negativa, trad. esp. cit. 213-215). mismo, en su puntualidad, el «sí mismo» del «aparecerse» —y es eso lo
que compone la singular mezcla de contingencia y de necesidad en la
El segundo tipo de obstáculo se encuentra en la filosofía misma, en decisión cartesiana de dudar—, tan pronto se trata de manifestar que
donde constituye de hecho (y como lo da a entender también el texto ese «sí mismo» se aparece como el ser mismo, con los predicados de la
de Adorno) la subsunción teórica del primer obstáculo. Pero lo que universalidad, de la necesidad, de la verdad, etc.
aparecía allí como evidencia, aparece aquí como aporía. El pensa­ Cuando llega a presentarse una contradicción entre la infinitud y la
miento filosófico de la libertad ha sido de parte a parte tributario de la absolutez dados en acto del ser, y el hecho de que el acto de su libertad
determinación de una ontología de la subjetividad. En la ontología de lo aboca a una historia que no debe estar ya dada, la Historia hege-
la subjetividad, el ser está puesto como el subjectum de la representa­ liana reemplaza la contradicción, en cuanto que el devenir es ahí él
ción, en la cual, por ese hecho, se encuentra convertido el aparecer de mismo la subjetividad del ser apareciéndose: pero no se aparece nada
todas las cosas. La esencia del ser es «aparecerse», de tal manera que más que esta subjetividad pre-ordenada a ella misma, y en la que la
nada es sino en su fenomenalidad soportada por el sujeto, y el sujeto historicidad como tal queda anulada. Finalmente, el libre arbitrio me-
mismo lleva a cabo el proceso de la fenomenalidad: «fenomenología del tafísico completamente desarrollado (y no refutado, como quería el
espíritu». La libertad no ha sido pensada como otra cosa que como la idealismo alemán) habrá sido el libre arbitrio del ser indiferente que se
modalidad fundamental del acto de parecerse —este acto en el que el su­ decide dividiéndose, y que al dividirse se aparece en la libertad de su
jeto está siempre simultáneamente in actu e in potentia, al ser su acto la necesidad. El llamado «asno de Buridan» habrá existido realmente,
potencia de la representación, y al ser su potencia el acto de la fenome­ como el animal-sujeto que resuelve su problema cortándose en dos
nalidad. Esta actualización de la potencia —que es en el fondo el gesto
instaurador de la subjetividad— se piensa como libertad, es decir, como
poder de aparecerse, o como poder de determinarse según la represen­ 3. Descartes, C uarta M editación-, Hegel, E nciclopedia, caps. 4 7 8 ,4 8 1 . A ñadam os esta
tación y como (sujeto de) la representación. El corolario es una poten­ precisión: n a d a de este dispositivo es puesto en cuestión fundam entalm ente cuando el
cialización del acto que no es otra cosa que la libertad determinándose sujeto de la representación se sitú a en Dios, y cuando, p a ra el hom bre, la libertad se
como voluntad libre, si la voluntad se define con Kant (y no como se la hace m ás problem ática (com o es el caso, de m aneras diferentes en Leibniz o en Spi-
noza). No es m enos cierto que el pensam iento de la libertad com o necesidad de la sus­
ha intentado entender más arriba) en tanto que «el poder ser por sus re­ tancia o de la esencia (de Spinoza a N ietzsche pasando p o r el idealism o alem án) mezcla
presentaciones causa de la realidad de estas mismas representaciones». con el «aparecerse» del sujeto u n a m an era de llevar éste, en el lím ite, h asta u n a exposi­
Para la ontología de la subjetividad la libertad es el acto (que constituye ción donde no se aparece ya. E s lo que H eidegger h a b rá intentado cap tar en Schelling
también el ser) de (re)presentarse en cuanto poder de la (re)presenta­ (volverem os a ello).
40 LA E X P E R I E N C I A D E LA L I B E R T A D ¿SOMOS LIBRES P A R A H A B L A R D E LA L I B E R T A D ? 41
(«Yo=Yo») y reconstituyéndose, en el mismo instante y sin historia, en Pero de hecho, que ésta pueda ser la tarea filosófica, es algo que no
la representación de sí comiendo y bebiendo4... decidimos, incluso si es necesario que en ello nos decidamos. No es
La libertad kantiana, en cuanto «clave de bóveda», no es tampoco una opción ofrecida a nuestro libre arbitrio, al igual que ni el filosofar
otra cosa que aquello en lo que la razón puede y debe aparecerse, con­ como tal ni ninguna de sus «orientaciones» fue jamás asunto de libre
firmando la delimitación de la fenomenalidad teórica, y abriendo elección para una «libertad de pensamiento».
—como las líneas de una historia, o en todo caso de un destino—, el Si la filosofía ha tocado el límite de la ontología de la subjetividad,
deber-ser de una «segunda naturaleza» moral que sería la fenomena- es porque ha sido llevada a ese límite. Ha sido llevada ahí por la deci­
lización práctica de la razón: su esencia naturalizada, su subjetividad sión inicial de la filosofía misma. Esta decisión fue la de la libertad
(re)presentada. La «clave de bóveda» es el punto de equilibrio sobre el —quizás de esta libertad anterior a todo concepto de libertad (si es po­
que se afianzan y se aseguran las fuerzas de una construcción fundada sible hablar así...) que pertenecía, para Platón, a lo «natural filosófico»
en la (re)presentación (crítica) a sí misma de la razón. —generosa disponibilidad y libertad de marcha más bien que autorre-
La ontología de la subjetividad es, en efecto, aquella en la que el ser presentación—, y que fue en todo caso, y es siempre, la decisión de
—en cuanto sujeto— es fundamento. En el límite de los pensamientos una libertad necesariamente anterior a toda filosofía de la libertad. No
del fundamento, allí donde la existencia debe ser pensada como su fue y no es —en la historia en la que esto no deja de precedemos y de
propia esencia, es decir, como in-esencial e in-fundada, la libertad tal sorprendemos— la decisión de la filosofía, sino la decisión para la fi­
como la ha pensado la filosofía de la subjetividad no es ya practicable losofía, la decisión que entregó y que entrega la filosofía a su destino
(pero ¿hubo jamás otro pensamiento de la libertad?). Y por eso el filó­ (y del «destino», habrá que volver a hablar). También la filosofía,
sofo se encuentra, si cabe osar decirlo, acorralado entre la evidencia de desde el momento en que toca en ella misma el límite del pensamiento
principio de una «libertad» y la aporía final de esta misma libertad en del fundamento, o desde el momento en que se traslada por sí misma
cuanto fundamento. al borde no fundable de este pensamiento, no puede ya representarse
Muy bien podría ocurrir, por consiguiente, que no tengamos ya su propio comienzo como la unidad originaria de un Sujeto de la filo­
como tarea pensar lo que se nos ha presentado o transmitido bajo ese sofía que se aparece en su libertad, ni de un Sujeto de la libertad que
nombre de libertad. Puede ser incluso que tengamos que liberamos de se aparece como filosofía. (Así como lo representaba Hegel: «Una cien­
esa libertad, y por consiguiente que tengamos que retirar la libertad a cia más alta y más libre [la ciencia filosófica], como nuestro arte en su
ella misma, o que retirarla de ella misma, o incluso a retirarla en ella libre belleza, así como el gusto y el amor por éstos, tienen, lo sabemos,
misma, no para dedicamos, a través de una media vuelta desesperada, sus raíces en la vida griega, de donde han extraído su espíritu».)5
a la invención de alguna nueva autoridad discrecional (no cambiaría­ Por el contrario, la diferencia en el origen y la diferencia del origen
mos de terreno, pues el despotismo y la libertad van juntos: el primero (tales como Derrida las revela en el examen del concepto filosófico del
dibuja en una subjetividad particular la ontología de la segunda, de la origen y, simultáneamente, del pensamiento filosófico del origen de la
que retira al mismo tiempo los beneficios a las otras subjetividades filosofía)6 exigen pensar que la filosofía y su libertad no coinciden en
particulares), sino para remitir a otro concepto, o a otro motivo, del una presencia subjetiva, y que cada decisión filosófica (y, por consi­
que no tendríamos todavía ni el nombre ni la idea, y el pensamiento guiente, la decisión de origen de la filosofía, y el origen de esta deci­
necesario de la existencia como tal, una ética de las libertades que no sión) —cada vez que un «sujeto quiere decidirse a filosofar», como
sería ya solamente negativa o defensiva. Esto, por lo menos, tendría dice Hegel,7 o cada vez que la filosofía «intenta cambiar el procedi­
que significar que tendríamos como tarea liberamos del pensamiento miento seguido hasta aquí en metafísica y operar en ella una revolu-
de la «libertad» en cuanto propio de una constitución subjetiva del ser,
de la misma manera que en cuanto propiedad de un «sujeto» indivi­
5. Lepons s u r l'histoire de la philosophie, trad. franc., 1.1, París, Vrin, 1971, pág. 21
dual. (trad . cast. de José Gaos: Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, M adrid,
Alianza, 6.a ed., 1994).
4. ¿Es decir, p ensando? «Nadie puede p en sa r p o r otro, com o tam poco com er y b e ­ 6. Véase L'origine de la géométrie, París, PUF, 1961, especialm ente pág. 161.
ber» (Hegel, Enciclopedia, cap. 2 3). 7. Enciclopedia, cap. 17.
42 LA E X P E R I E N C I A D E LA L I B E R T A D

ción», como dice Kant —está entregada a ella misma mediante algo
que sin saberlo se ha elevado en el pensamiento (y que muy bien po­
dría no ser sino el pensamiento mismo). Al mismo tiempo, hay que
pensar también que esta decisión libera más allá de ella misma algo Capítulo 4
que depende, cada vez, de una libertad todavía por venir de pensa­
miento (de nuevo aquí quizás: el pensamiento mismo). Dicho de otro
modo, hay decisión por la filosofía y decisión filosófica en la medida EL ESPACIO DEJADO LIBRE POR HEIDEGGER
en que el pensamiento no aparece a sí mismo en un sujeto, sino (se)
recibe de una libertad que no le es presente. Así, se podría decir que
«la libertad», en la filosofía, nos es entregada en el seno de una aporía
que se ha vencido a sí misma cuando se anuda (en Kant, Schelling o Desde Heidegger la filosofía no ha tratado temáticamente la liber­
Hegel), pero que su tema nos entrega a una liberación en relación con tad, al menos como su tema director, a no ser en estudios históricos.1
(re)presentación, de tal manera que el recurso de esta liberación no Pero es en Heidegger mismo donde se produce una interrupción. La li­
nos es todavía disponible. El pensamiento de la libertad no puede sino bertad no ha sido tematizada por él, después de haberlo sido, y des­
ser captado, sorprendido y cogido en otra parte, por medio de aquello pués de haberlo sido en un lugar o en un rango al menos comparable a
mismo que él piensa. los que le atribuían Spinoza, Kant, Schelling o Hegel, a saber, como
Si no hubiera algo así como «la libertad», no hablaríamos de ello. «la cuestión fundamental de la filosofía, en la cual incluso la cuestión
Pues esa palabra, aunque fuese privado de referente, o bien vacío de del ser tiene su ra íz».2 Somos tributarios de esa interrupción. Nos en­
toda significación asignable, no comporta menos, hasta en la indeci­ trega algo, y nos libera para otra cosa, o a otra cosa.
sión, o en el atolladero de sus sentidos, ese sentido mismo del logos en Para que estas afirmaciones no resulten ni gratuitas ni formales, es
el que la filosofía se reconoce: la apertura de un libre espacio del sen­ evidente que aquí tendría que tener lugar un trabajo, de amplio aliento,
tido. La filosofía está así ya siempre entregada al pensamiento de lo consagrado enteramente a la cuestión de la libertad y de su interrup­
que no puede ni dominar ni apresar: y es eso también lo que se en­ ción o de su retirada en el curso del pensamiento de Heidegger.3 En un
tiende, sencillamente, por «el ser libre». No somos, pues, libres para
pensar la libertad o no pensarla, pero el pensamiento (es decir, el hom­ 1. S artre h ab rá sim plem ente desplazado y m alinterpretado, en este punto com o en
bre) es libre para la libertad: está entregado a ésta, y liberado para otros, el pensam iento de Heidegger. Lo verem os m ás adelante. Adorno, p o r su parte, ha
aquello por lo que está de antemano excedido, precedido y desbor­ dejado en la D ialéctica negativa u n pensam iento en el que la libertad está m ás confiada
dado. Pero es así, en definitiva, cómo el pensamiento sostiene su lugar a su propio m ovim iento que interrogada en su esencia. H ay que reco rd ar tam bién que
en el mundo de nuestras relaciones más concretas, más vivas, y de Bergson representa p o r su parte, de u n a m anera m uy diferente, u n a especie de punto de
referencia del pensam iento de la libertad.
nuestras decisiones más urgentes o más graves. 2. G esam tausga.be, op. cit., pág. 300.
3. El libro de R euben G uilead, É tre et liberté— une étude s u r le dem ier Heidegger,
Louvain-París, 1965 (trad. cast.: Ser y libertad. Un estudio sobre el últim o Heidegger, M a­
drid, Gregorio del Toro, 1969), no m antenía desgraciadam ente las prom esas de su título.
Los fragm entos de análisis de la libertad en H enri B irault, H eidegger et l’expérience de la
pensée, París, G allim ard, 1978, con los que nos sentim os de acuerdo en varios aspectos,
no tra ta n la suspensión del tem a en Heidegger. Sin co nsiderar tam poco él este punto,
Fred R. Dallm ayr presenta u n a sugerente síntesis del pensam iento de Heidegger sobre la
libertad en Polis an d P raxis, M assachusetts Institute of Technology, 1984 (cap. 4: «Hei-
degger’s ontology of Freedom »), Con el libro de R einer S chürm ann, Le principe d'anar-
chie (P arís, Le Seuil, 1982), nuestro-trabajo ten d ría que en tab lar u n a com pleja discu ­
sión. R. S chürm ann no analiza verdaderam ente u n a libertad que él supone o im plica en
todo m om ento, y que habría que articular con su tem a de la «entrada en presencia» (que
es p a ra nosotros tam bién u n m otivo im portante, al que hem os consagrado otros análi-
44 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D EL E S P A C I O DEJADO LIBRE POR H E I DE G G E R 45

sentido, es ésta la tarea que habría que proponerse ahora. Si no lo ha­ bertad metafísica, llevada a su más simple expresión, ha designado la
cemos es por varias razones. En primer lugar de competencia: estamos trascendencia infinita de la presencia absoluta a sí mismo del Sujeto,
lejos de ser lo que se podría llamar un «especialista» en Heidegger la historia de esta libertad, su tradición, que es también la de los pro­
(pero no rehusamos, como se puede ver, las libertades que da, no la blemas puestos en juego sin cesar por su pensamiento, y la de las lu­
falta de competencia como tal, pero sí una cierta distancia, con sus chas planteadas en su nombre, son también la historia y la tradición de
riesgos inevitables). De desconfianza, a continuación: no es seguro que la tradición que en adelante se reconoce como exposición a su propio
un trabajo de reconstitución en el interior del recorrido de Heidegger límite, es decir, como exposición finita a la infinita separación de la
pueda hacer algo más que remitimos simplemente a la suspensión o a esencia en tanto existencia. Se recordará brevemente algunos testimo­
la interrupción de la que habría, por el contrario, que volver a partir.. nios, que hablan por sí mismos, de lo que se podría llamar la tradición
De decisión, finalmente: la decisión de intentar, al menos por el tiempo de la liberación de la libertad con respecto a su apropiación subjetiva:
de un breve ensayo programático, recuperar hoy la palabra «libertad»,
a pesar de la interrupción heideggeriana, es decir, de hecho, a causa de Este movimiento (del concepto) de destacarse de la forma de su sí
ella y en el espacio de pensamiento que esa interrupción abre. mismo es la libertad suprema y la seguridad de su saber de sí mismo(...)
El saber no se conoce sólo a sí mismo, sino también lo negativo de sí
Hay varios motivos para esto. Si el sentido de la palabra «libertad» mismo, o su límite. Saber su límite significa saber sacrificarse. Este sa­
permanece indeterminado, y si su concepto filosófico está cogido en el crificio es la alienación en la que el espíritu presenta su movimiento de
cierre de la ontología de la subjetividad, no es menos cierto que la pa­ devenir espíritu bajo la forma del libre acontecimiento contingente.
labra conserva una carga de historia, y la tradición, es decir, la trans­
misión de un impulso que no ha cesado jamás de lanzarse a través de El que es verdaderamente libre de espíritu pensará libremente tam­
la necesidad, a cuerpo y corazón perdidos, o la transmisión de una voz bién a propósito del espíritu mismo, y no se disimulará lo que hay de te­
que no ha cesado de decir jamás que es necesario sacudir la ananké, o rrible en cuanto a su fuente y a su dirección.
bien incluso que el destino no se confronta con ninguna otra cosa que
con la libertad, y la tradición, así, de una fuerza de apelación y de gozo ¿Ampliar el arte? — No.
que es difícil desconocer, incluso aunque no ha dejado de ser mal Pero ve, con el arte, al estrechamiento que te es más propio. Y hazte
usada y sometida a abusos. No se trata de llamadas fáciles a la auto­ libre.5
suficiencia y a la autosatisfacción de un individualismo liberal, o in­
cluso libertario. Se trata de una llamada a la existencia, y por consi­ Heidegger mismo, tan escasamente ha ignorado la fuerza propia de
guiente, también a la finitud en la que aquélla trasciende, y en razón la palabra «libertad» —es decir, en suma, la fuerza de una resistencia
de la cual comporta también en ella misma, en su ser, la estructura y al Concepto o a la Idea de la Libertad—, que hasta el final la ha em­
la tonalidad de la llamada: de la libre llamada a la libertad.4 Si la li- pleado sin retener ya, o al menos sin articular, una verdadera noción
de ella. Pero por otra parte, y como es igualmente legítimo suponer
puesto que es verdad también que la libertad, según la expresión de
sis; véase p o r ejem plo «Le rire, la présence», en Critique 488 -4 89 , enero-febrero 1988).
Nos sentim os m enos cóm odos con su concepto de «la economía». Si hay u n a cierta co­
Adorno, ha «envejecido», si se trata a pesar de todo de dejar lugar a
m unidad entre nosotros y estos trabajos (incluido el de M artineau, véase n o ta 3, pág. 27, otra cosa que la «libertad» —digamos, una vez más, a una «generosi­
y tam bién la «difícil libertad» de Lévinas), ésta consiste m enos en u n «pensam iento» de­ dad» más «originaria»—, ¿no habrá que hacer visible ese paso como
term inado (m en o s todavía en u n «concepto») que en el reconocim iento de u n a necesa­ tal? ¿No habrá, en consecuencia, que implicar en ello a «la libertad»
ria «liberación» del pensam iento que in ten ta ser pensam iento «de» la libertad. Es decir, misma, temáticamente, para poder finalmente liberar el lugar de la li­
en prim er lugar, u n a liberación con respecto a los conceptos y sistem as de la libertad
(entre los cuales, sin em bargo, no colocaríam os a Spinoza sin reservas: pero esto es otro bertad?
p rogram a de trab ajo ), y después u n a m enos determ inable liberación del pensam iento
m ism o en su pro p ia praxis.
4. La llam ada de la cura, en El ser y el tiempo (trad . cast. de José Gaos: M adrid, FCE, 5. Phénoménologie de l'esprit, trad. franc., París, Aubier, 1939, t. II, pág. 311 (trad .
9a ed., 1993), provoca y convoca al Dasein a su libertad. Véase secciones 57 y 58. Volve­ cast.: Fenomenología del espíritu, M adrid, FCE, 1981). H um ano, dem asiado hum ano, I,
rem os a h ab lar de la llam ada. 11 (trad . cast.: M adrid, Edaf, 2a ed., 1980). Celan, Le méridien.
46 LA E X P E R I E N C I A D E LA L I B E R T A D EL E S P A C I O D E I A D O LIBRE POR H E ID E GG E R 47
Sin tratar la cuestión de la libertad en Heidegger de manera siste­ gundo por el primero (como es el caso con Kant o con Leibniz). Ha­
mática, se pueden fijar a grandes trazos las etapas de su historia para bría aquí un entrelazamiento singular del discurso de la metafísica y
intentar cernir el espacio dejado libre por este pensamiento. del discurso del pensamiento del ser —hasta un punto en que, desde
Después de que la libertad del Dasein «para su propia posibilidad» luego, acaban por separarse, análogo a aquel que tuvo lugar por otro
haya proporcionado un motivo repetido, pero apenas desarrollado por lado a propósito de Hegel y de la «experiencia». Habría habido una se­
sí mismo, de los análisis de E l ser y el tiempo (1927), el curso de 1928, cuencia a lo largo de la cual le pareció posible a Heidegger volver a
Metaphysische Anfangsgründe der Logik (vol. 26 de la edición completa), pensar la libertad en su misma tradición filosófica, o bien de volver
proponía ya un examen circunstanciado de la proposición según la a poner en juego su concepto —a no ser que le haya parecido imposible
cual «la trascendencia del Dasein y la libertad son idénticos», y, desde proceder de otra manera. En la línea del curso de 1930, Heidegger en­
1929, De la esencia del fundam ento toma temáticamente en cuenta la cuentra que Schelling capta la facticidad propia del hecho de la liber­
libertad en cuanto «libertad para fundar». La libertad se encuentra en­ tad, y esta facticidad remite al motivo, central para Schelling, de la li­
tonces cualificada como «fundam ento del fundam ento », y así, «puesto bertad como necesidad de la esencia del hombre. Al «intentar
que es precisamente este G ru n d , la libertad es el Abgrund de la reali­ formular de manera más original» (pág. 264) esta visión de la libertad,
dad humana».6 En 1930, el curso que hemos utilizado ya más arriba Heidegger concluye así: «La necesidad gracias a la cual —o mejor, en
analiza sistemáticamente la determinación kantiana de la libertad, a la tanto la cual— el ser libre se determina, es la necesidad del ser propio»
vez para establecer la cuestión de la libertad en la posición de funda­ (pág. 266). Este ser propio será determinado más precisamente como
mento de la cuestión ontológica misma, mediante una conversión de «superación de sí mismo en cuanto captación de sí mismo»» en la «de­
la dignidad ontológica de la causalidad, y para indicar en su conclu­ cisión» y en la «resolución» para «lo abierto de la verdad de la histo­
sión la necesidad de liberar la libertad de su subordinación kantiana ria» por medio de lo cual el hombre puede experimentar la necesidad
(pero de hecho, más generalmente metafísica) a la categoría de la cau­ Se «aquel que él es» (pág. 267). Sin embargo, tras haber acompañado
salidad. o repetido a Schelling hasta ese punto muy avanzado, si es que no úl­
Desde ese momento, parecía que se podía trazar un programa de timo (repetición que culmina el análisis subsiguiente de la posibilidad
trabajo: en dirección a la libertad como «archifundamento», por una conjunta del bien y el mal), y habiéndolo remitido al mismo tiempo a
parte y, por otra, a través de una repetición de la filosofía de la libertad un «pensamiento más original», Heidegger lo abandona. Ese aban­
destinada a desplazar en ella la relación con la causalidad, en direc­ dono depende esencialmente del hecho de que Schelling no llegue a
ción a una liberación de los recursos del «fundamento» del seno de la pensar radicalmente la unidad originaria de la que procede la libertad
tradición filosófica misma.7 El curso de 1936, consagrado al tratado de como necesidad, así como las posibilidades correlativas del bien y del
Schelling «Sobre la esencia de la libertad humana» debía constituir la mal. No piensa ese origen como «nada» y, en consecuencia, no piensa
culminación de esa tendencia de investigación. que «la esencia de todo ser es la finitud» (pág. 278). Schelling no su­
En un sentido, este curso no ofrece otra cosa que una especie de pera, pues, a Kant ni el carácter «incomprensible» de la libertad (pág.
composición armónica continua, en el que el discurso propio de Hei­ 279). Hay que entender que la libertad permanece incomprensible en
degger hace sin cesar contrapunto al de Schelling, sin que la cosa se cuanto exponga su necesidad en el seno de un pensamiento que la su­
explicite por sí misma, y sin que se trate de una interpretación del se­ bordina a una necesidad infinita del ser, y no como finitud cuyo ser no
es el fundamento. (La libertad no se haría sin embargo «comprensi­
6. Q uestions I, París, 1968, pág. 157. ble» en el «pensamiento más original»: pero sin duda la cuestión no se
7. De acuerdo con el gesto cuyo m odelo da el K antbuch (1 9 2 9 ). A ñadam os aquí, u n plantearía ya en esos términos, a no ser que haga falta, para despren­
docum ento entre otros, esta frase de la In tro du cció n a la m etafísica (1935): «El ser del
derse de una problemática de la «comprensibilidad», desprenderse
hom bre, al ser necesidad de la aprehensión y del recogim iento (del ser), es im plicación
necesaria en la libertad que asum e la techné, la p u esta en acción del ser p o r m edio del también de «la libertad» misma.)
saber. E s así com o hay historia» (trad . franc., París, G allim ard, 1958, pág. 175). E n la Si interpretamos correctamente las últimas páginas de este curso,
continuación inm ediata de n u estro texto, rem ito a la traducción francesa del Schelling, éstas significan al mismo tiempo dos cosas:
París, G allim ard, 1977.
48 LA E X P E R I E N C I A D E LA L I B E R T A D EL E S P A C I O DEJADO LIBRE POR H E I DE GG ER 49
1. Se alcanza bien el carácter esencial de la libertad en la necesidad En un pensamiento más inicial, un pensamiento de la historia del
que tiene el hombre de asumir su propia esencia como la de una deci­ ser, la «libertad» pierde ese papel que le correspondía.
sión relativa a «la esencia y la no-esencia» (pág. 269), es decir, al bien Pues ser es más originario que óntico y que subjetividad.8
y al mal como realización de esa pareja esencial en una «historia»
(ibíd.) de la que se trata «de afrontar el destino» (pág. 280) en cuanto En esta nota (que tendremos que comentar en lo que sigue de di­
que este destino consiste precisamente en la exposición del hombre a versas maneras, directas o indirectas), el argumento principal es claro:
su propia necesidad. la libertad metafísica designa la capacidad de ser causa por sí y desde
2. Pero este pensamiento no ha penetrado todavía hasta la «nada» sí. Ahora bien, la causalidad forma parte de lo óntico, no de la exis­
del origen de esa necesidad; en consecuencia, no ha pensado todavía la tencia, al igual que forma parte de la subjetividad, en cuanto para sí
finitud esencial de la esencia misma (de la existencia) en la esencia de del fundamento. Los dos conceptos se reúnen en la idea de un funda­
la libertad —que, por consiguiente, en su decisión y en su resistencia, mento-ente, y causante. Pero el ser no es en nada ente. Si el ser es fun­
no lleva a la necesidad de una esencialidad (la del hombre, de ahí la damento, no lo es en el modo de esa libertad. Sin embargo, no se pro­
distancia que Heidegger toma también in fine en relación con un «an­ pone otra libertad. Al concepto y a la palabra se los abandona a la
tropomorfismo» de Schelling), sino a lo que podríamos llamar, con­ «metafísica en sentido propio» (aunque la lectura de Schelling no haya
densando los términos y el tono de estas páginas, el dolor de la histo- ignorado el papel que representa en éste la subjetividad, aun pare­
rialidad de la nada, en la cual se sostiene, heroica, la libertad finita. ciendo que puede, a pesar de eso, constituirse en «repetición»). Hay
Hasta ese punto, pero justamente hacia atrás de ese punto, y de que concluir, pues, que lo que podía ser en 1936, «pensamiento más
nuevo en seminarios entre 1941 y 1943, Schelling habrá tomado, pues, original» de la libertad, se convierte diez años más tarde en abandono
para Heidegger el relevo de Kant en cuanto referencia esencial para la de su motivo. Si Heidegger pliega tan firmemente la libertad en el pen­
libertad, y habrá representado, en ese registro, un papel paralelo al samiento no «inicial», es porque por todas partes la metafísica le pre­
Kant del Kantbuch : sobre su doctrina de la libertad habrá llevado a senta definitivamente (pero esto no tiene nada de nuevo desde E l ser y
cabo casi una «repetición del fundamento de la metafísica» de la li­ el tiempo) el cierre de una onticidad del ser (corolario de un cierre sub­
bertad. Pero el paralelo se detiene ahí. Pues si el recurso kantiano se jetivo de la voluntad tal como ha reconocido en la misma época, tras
ofrecía expresamente como el de una repetición, y si estaba destinado haber empleado, de una manera completamente diferente, como he­
a retomar, de otros modos, en Heidegger (y de nuevo mucho más mos señalado, un motivo de la voluntad libre). En este cierre, la liber­
tarde, por ejemplo con La tesis de Kant sobre el ser en 1963), incluso si tad no puede sino aparecer como causa sui et m undi de un ente su­
no se trata ya de la misma repetición (y se podría decir otro tanto, mu- premo (o del ente sujeto, lo que equivale a lo mismo), que encadena
tatis m utandis, del recurso hegeliano), en cambio toda la empresa de desde entonces la totalidad del ente en lo «ineluctable», y la libertad en
acompañamiento y de reengendramiento según un origen más autén­ la «autoilusión».
tico de la libertad schellingiano será abandonada sin retomo a partir ¿No habría reconocido Heidegger entonces, tanto su propio curso
de un cierto momento. Y este abandono mismo dará lugar a muy poca de 1930 como su propia lectura de Schelling, en el capítulo 27 de la F i ­
explicación. Una nota de seminario de 1943, en cuyo contexto está pre­ losofía del derecho9 de Hegel?
sente la referencia a Schelling, declara lo siguiente:
Libertad:
Comprendida metafísicamente, ésta designa el poder de comenzar a 8. Ibld., pág.330. Precisem os lo siguiente: 1936-1943, estas fechas son elocuentes
por sí m ism as, no se h ab rá dejado de advertir, en el tono de la «resolución» al «destino»,
partir de sí mismo (espontaneidad, causalidad). Desde el momento en
un eco del D iscurso de rectorado de 1933. La cuestión de la política de H eidegger se en­
que la libertad se sitúa metafísicamente en el centro (en la metafísica en trecruza evidentem ente con la de su debate en to m o a la libertad y con la idea de la li­
sentido propio), reúne en sí la determinación de la causa (Ur-sache) y la bertad. H abría que aproxim arse a esta cuestión a p a rtir de Ph. L acoue-Labarthe, «La
de la ipseidad (del fondo en cuanto basamento, y de lo por-sí, lo para-sí), transcendance finit dans le politique», op. cit. y de G érard G ranel, «Pourquoi nous
es decir, de la subjetividad. De ahí finalmente libertad como resolución avons publié cela», en De Vuniversité, M auvezin, T.E.R., 1985.
a lo ineluctable (afirmación del «tiempo»), como autoilusión esencial. 9. Trad. cast. de Carlos Díaz, M adrid, L ibertarias-Prodhufi, 1993.
50 LA E X P E R I E N C I A D E LA L I B E R T A D EL ESPA C IO DEJADO L IB R E POR H E ID E G G ER 51
El destino absoluto o, si se quiere, la tendencia absoluta del Espíritu y es utilizada con fines que, como veremos, son de nuevo fines esen­
libre consiste en esto de que su libertad se convierta en objeto para él ciales del pensamiento. En cierto modo, algo de la «libertad» no habrá
—es decir, que su libertad se haga objetiva tanto en el sentido de que cesado jamás de encontrarse en el corazón del pensamiento del ser:
aquélla constituya el sistema racional de él mismo, como en este otro pero en este corazón, este «algo», sustraído a una identificación en re­
sentido de que éste sea la realidad inmediata— a fin de ser para sí, como gla, ha sido sometido a transformaciones que no han sido planteadas
Idea, lo que la voluntad es en sí. El concepto abstracto de la Idea de la ni explicitadas como tales.
voluntad es, en general, la voluntad libre que quiere la voluntad libre.
Contemporáneo de la nota de 1943 (pero su primera versión databa
ya de 1930), el texto De la esencia de la libertad presenta sin embargo al
Es entonces en él mismo también, o en relación con él mismo,
menos el principio de esta transformación. Heidegger relaciona pri­
como Heidegger habría interpretado su separación respecto de la me­
meramente ahí la verdad —entendida como la conformidad de lo
tafísica de la libertad. Pero si el gesto de repetición que había iniciado
enunciado— con la libertad como con su esencia. La libertad designa
previamente había quedado sin duda poco articulado por sí mismo,
entonces la «aspereza» gracias a la cual al ente se le deja ser lo que es.
¿no era, en cambio, este gesto de separación, demasiado simplemente
En ese sentido, la libertad no es ni el «capricho del libre-arbitrio ni la
tajante? Esta pregunta o esta sospecha, constituye al menos el primer
disponibilidad con respecto a una necesidad (y en consecuencia a un
motivo de un ensayo de repetición, después de Heidegger, del tema de
ente cualquiera)». Al paso franqueado por Schelling (y por el idea­
la libertad. De momento añadiremos solamente la advertencia si­
lismo en general, comprendido el idealismo trascendental) fuera del li­
guiente: la nota de 1943 muestra también muy claramente que el bre arbitrio y hacia una necesidad de la esencia, se le concede, pues,
abandono de esa «libertad», que Heidegger se toma el cuidado de tan sólo un alcance óntico, aunque ése no sea el objeto del texto. Al
nombrar entre comillas, se hace aquí en nombre de una diferente y
contrario, la libertad afirma en adelante su carácter o su envite onto-
más auténtica «libertad». Digamos que la libertad del hombre, y del lógico en lo que se llama «el abandono al desvelamiento del ente». Es
sujeto, es abandonada en provecho de una libertad del ser. Sin duda,
este abandono, es esta posibilidad de apertura a lo abierto en lo cual el
ésta no se deberá ya quizás llamar «libertad», pero no por ello deja de ente se ofrece como tal, lo que hace posible la enunciación de la ver­
retener la posibilidad, si no la necesidad, de oír de manera diferente dad.
ese nombre. Pero la jerarquía así planteada se encuentra a su vez invertida. Pues
A partir de este momento y hasta el final de su obra, Heidegger deja la libertad «recibe su propia esencia de la esencia más original de la
de investigar temáticamente una esencia de la libertad, y sólo hará un
única verdad verdaderamente esencial».11 El primado ontológico co­
uso episódico de la palabra, pudiendo aparecer como accidental (al
rresponde, pues, a fin de cuentas, a la verdad. Le corresponde porque
menos con respecto a los contextos inmediatos en los que aparece con
la verdad comporta en su esencia y como esta esencia el disimulo y la
más frecuencia), y al margen de una problemática específica.10 Sin errancia. En efecto, el disimulo del ente —el «misterio»— precede a
embargo, le sucederá (si cabe decir que es una sucesión —y ¿en qué todo abandono al desvelamiento: dejar desvelarse al ente indica y pre­
sentido?, el análisis sería aquí extremadamente largo y delicado) el uso serva un disimulo o un misterio más originales del ente como tal. La
del motivo de lo «libre» (das Freie) y del «espacio libre», del que ten­ errancia, correlativa de ese misterio, es el «espacio de juego» al que la
dremos que volver a hablar. existencia está constitutivamente abandonada, y que funda la posibili­
La situación es, pues, bastante extraña: un concepto es rechazado, dad del error. La cuestión de la esencia de la verdad se revela entonces
una palabra pierde los privilegios de capacidad de cuestionamiento a su vez como cuestión «de la verdad de la esencia». Si la esencia debe
que parecía entrañar hasta este momento, y sin embargo, se guarda designar de hecho el ser, el «sentido» del ser se deja discernir como la
una raíz semántica, ésta está incluso, si cabe decirlo así, concentrada, exposición errante de la existencia al misterio del disimulo del ser del
ente. Es así como tiene lugar la historia, a partir de su «Único disimu­
10. Véase p o r ejem plo en E ssais et conférences, trad. franc., París, G allim ard, 1958,
págs. 44, 175, 312, 33 4 (hay trad. cast. de A. Leyte en Alianza E ditorial), oA cheminement
lado».
vers la parole, trad . franc., París, G allim ard, 1976, pág. 2 02, etc. (trad . cast. de Ives Zim-
m erm ann, De cam ino al habla, Barcelona, Serbal, 1987). 11. Questions I, op. cit, pág. 175.
52 LA E X P E R I E N C I A D E LA L I B E R T A D EL E S P A C I O DEJADO LIBRE POR H E ID E G G E R 53
La inversión del primado ontológico entre la libertad y la verdad pensamiento hacia un «salto». Este salto es el que debe hacer pasar de
equivale, pues, a sumergir más profundamente la libertad en el ser la pregunta sobre el ser como fondo o como razón ( G ru n d ) al pensa­
mismo, que se revela sustraído, en cuanto ser, a toda necesidad enti- miento del ser «sin razón» en el «sin fondo» de su juego. Ahora bien,
tativa de presencia y de significación. El ser es la «libertad» de una re­ Heidegger escribe:
tirada de presencia y de sentido que acompaña a todo desvelamiento,
o más exactamente, que permite el desvelamiento como tal, en su re­ El salto sigue siendo una libre posibilidad del pensamiento; y esto de
lación de principio con la disimulación y la enrancia. Esta interpreta­ una manera tan neta que es sólo una vez que se llega al lugar del salto
ción permitiría comprender que la ontología heideggeriana sigue cuando se ve abrirse la región en la que reside la esencia de la libertad.12
siendo finalmente, y fundamentalmente, una «eleutherología». Pero
no es así como Heidegger se hace entender. Se entiende que la libertad Sin duda, hace falta el salto, que es el propio del pensamiento en su
es la retirada del ser, pero que por esta razón misma el ser es la retirada consideración, digamos «teórica», del ser, para ponerse en situación
de la libertad, es decir, que la retira más acá de ella misma, en sus cua­ de percibir la región de la libertad. Pero el salto no es otra cosa que el
lidades de decisión y de apertura, para volver a ponerla en la verdad, salto de la consideración teórica fuera o más allá de ella misma; el
es decir, en la condición de (no)-manifestación del ser. salto es trascendencia y transgresión de la razón teórica en su examen
Se trata en suma tan sólo de una diferencia de acento. Pero hasta de la «razón» como Grund. No debía, pues, acceder, a una «visión» de
qué punto se puede comprender esta diferencia de acento, o bien se la la libertad más que en la medida en que ha «saltado» fuera de o al
debe comprender como una especie de retroceso desde lo «práctico» a margen de la «visión» teórica en general. Pero es esto precisamente lo
lo «teórico», o más exactamente como el mantenimiento de una dis­ que no queda explicitado.
tinción (si es que no de una oposición) entre libertad y verdad, que el En cualquier caso, la «región» en cuestión no designa sino aquello
texto tiende sin embargo a deshacer, pero que se reconstituiría inven­ que en la Carta sobre el hum anism o, en 1946, designaba ya, también
ciblemente, y como si con ella se reconstituyese una parte al menos del sin verdadera explicitación, «la dimensión libre en la que la libertad
predominio filosófico tradicional de lo «teórico» sobre lo «práctico» cuida su esencia».13 Acerca de la «dimensión libre» o acerca de «lo li­
(un predominio que no se podría reconocer, sin embargo, en todos los bre», otros textos nos aportarán más tarde otros datos. Destaquemos
puntos de la tradición filosófica, y por ejemplo, ni en Aristóteles, ni en simplemente por el momento que no se trata ya aquí de una libertad,
Spinoza, ni en Kant, ni en Hegel mismo). ¿Hasta qué punto no se co­ como propiedad o como poder en cualquier sentido que sea, sino de
rre el riesgo, de esa manera, de perder de vista la facticidad específica un elemento específico, «lo libre», que no aparece como Una cualidad
de la libertad? Ésta es la pregunta que nos vemos obligados a plantear. atribuida a un sustrato, «la dimensión», más que por una convención
0 también: ¿no sería necesario, de acuerdo con una fidelidad más pro­ banal de la lengua, pero que en realidad se confunde con esta «dimen­
funda a una al menos de las direcciones del pensamiento de Heideg­ sión». Lo que será también, en Tiempo y ser, «el espacio libre del
ger, intentar preservar, y exponer, conjuntamente, y en definitiva en la tiempo», se determina mediante esta espacialidad propia que man­
misma originariedad la retirada del ser y la facticidad singular de la li­ tiene en reserva la esencia de una libertad en adelante solamente nom­
bertad? Por cierto que no es una pregunta simple, y, como se ve, no se brada. La cualidad propia de este espacio, su libertas, no será determi­
la puede plantear más que a partir del propio Heidegger. Pero para nada de otro modo, y sobre todo no mediante un nuevo análisis de la
nosotros lo importante es que nos parece que debe ser planteada: y es noción de libertad. Así, pues, hay que concluir también que Heidegger
esta pregunta, y en estas condiciones, lo que tendría que proporcio­ ha intentado cuidar a su vez, guardando el núcleo semántico o el ín­
namos la indicación regular de la relación que se mantiene aquí con el dice de la palabra «libre», un espacio para la libertad, pero un espacio
pensamiento de Heidegger.
Esta pregunta resulta tanto menos simple cuanto que E l principio
12. Op. cit., pág. 205. E sta situación del tem a estaba preparada p o r un pasaje de La
de razón, en 1956 —uno de los escritos más importantes de Heidegger cuestión de la técnica (1 9 5 3 ), del que volveremos a hablar.
por esta época—, ha abierto a pesar de todo un nuevo espacio de juego 13. Questions III, trad. franc., París, 1966, pág. 122 (trad. cast. de la Carta: M adrid,
a la libertad. El examen del «principio de razón» lleva, en efecto, al Taurus, 1970).
54 LA E X P E R I E N C I A D E LA L I B E R T A D

respecto al que la «libertad» en todas sus determinaciones filosóficas


le había aparecido como su obstrucción o como su cegamiento, más
que como su apertura y su puesta al aire libre.
Guardar un espacio libre para la libertad: ¿libera eso, y cómo, lo Capítulo 5
que la verdad nos parecía retener? ¿Deja eso que sobrevenga, con su
fuerza propia, esa llamada de la libertad a la que, de una manera u
otra, es claro que el pensamiento del ser, o los pensamientos que han EL PENSAMIENTO LIBRE DE LA LIBERTAD
seguido a éste, no pueden rehusarse?

Guardar un espacio libre para la libertad podría equivaler a guar­


darse de querer comprender la libertad, para guardarse de destruirla
aprehendiéndola en las determinaciones inevitables de una compren­
sión. Es así cómo el pensamiento de lo incomprensible de la libertad,
o de su impresentabilidad, puede parecer que obedece no sólo a la
coerción de un límite del poder de pensar, sino también, y positiva­
mente, a un respeto y a una preservación del dominio libre de la liber­
tad. Esta consideración se impone, sin duda, desde el interior mismo
de la metafísica de la libertad, en toda la medida en que esta metafí­
sica se ha encontrado, con tanta frecuencia, expuesta al menos al
riesgo de haber «comprendido» subrepticiamente la libertad —de al­
guna manera, antes incluso de haberla tocado— de tal manera que de
hecho le ha asignado residencia en el saber, y en primer lugar, en el sa­
ber-de-sí de la libertad subjetivamente determinada.
El Contrato social de Rousseau ofrece sin duda la matriz más clara
del dispositivo según el cual la libertad, al hacerse consciente de sí (y,
de hecho, conciencia de sí) en el contrato, se convierte al mismo
tiempo en saber objetivo de sí en el soberano, constituyendo así la so­
beranía del soberano a la vez en comprensión absoluta de su propia li­
bertad, y en coerción absoluta sobre sí mismo y sobre cada uno de los
miembros del cuerpo soberano («se le obligará a ser libre...»). El tra­
tamiento trascendental de esta matriz produce, en Kant, la identidad
de la libertad y de la ley, o más exactamente, la identidad de la libertad
y de la legislación de la razón. Esta legislación no es, con seguridad,
ninguna otra cosa sino una legislación de la libertad, pero esto signi­
fica que la libertad debe proyectarse y proponerse a ella misma como
la legalidad de una naturaleza moral, tan necesaria en ella misma
como la legalidad de la naturaleza física.
La libertad no se la comprende, pues, solamente, como una especie
particular de causalidad en la producción de sus efectos, se la com­
prende también, a semejanza de la causalidad física, como un encade-
56 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D EL P E N S A M I E N T O LIBRE DE LA L I B E R T A D 57
namiento legal. El modo específico de causalidad por libertad perma­ como culmina, irresistiblemente, y al menos por uno de sus aspectos,
nece incomprensible —o mejor: es lo incomprensible mismo— (y por el pensamiento de la libertad. En éste el punto de la incomprensibili­
eso no puede haber esquema de la ley moral, sino sólo un «tipo», es dad es el punto último de la comprensión que capta que la necesidad
decir, en suma un esquema analógico, y este «tipo» viene proporcio­ se necesita. Por esto, la libertad humana es siempre susceptible de ser
nado por la naturaleza en la legalidad de sus fenómenos), pero por el comprendida como repetición y apropiación de esta estructura subje­
otro lado la idea de la legislación de una «naturaleza», o de una «se­ tiva. Ser libre es asumir la necesidad. La «asunción de la necesidad», o
gunda naturaleza», regulada por la libertad, se la puede comprender la «liberación por la ley», o incluso la «libertad interior» que «toma a
perfectamente, y precisamente con la ayuda del tipo, que proporciona su cargo» las coerciones exteriores se convierten, a partir de aquí, en
sobre la base del modelo físico el modelo general de una necesidad o las fórmulas de un mundo que se capta sobrecargado de procesos irre­
de una necesitación legal. Ahora bien, si esta idea se la puede com­ versibles y de pesadeces, o de coerciones de todo tipo (y, como es ló­
prender igualmente (a pesar del carácter ideal de un mundo regido por gico, esta libertad de asunción subjetiva tiene como pareja simétrica la
la moralidad), es porque se la puede analizar, en definitiva, en los tér­ reivindicación de la pura anarquía libertaria, la libertad refugiada en
minos siguientes (que Kant, sin duda, no habría aceptado, pero cuya el placer). Estas fórmulas representan lo que cabría llamar la ideología
lógica aflora sin embargo en él, en particular en el contexto de la idea filosófica mayor de la libertad captada a partir de la filosofía de la Idea
del Dios creador): en última instancia, es la libertad lo que encierra el y de la subjetividad.1 Pero está claro que constituyen otras tantas con­
secreto de la causalidad puesto que está en ella misma (in)comprendida fesiones de una impotencia a la vez teórica y práctica, y que esta com­
como el poder propio de la causación. La libertad, en efecto, es una es­ prensión de la libertad equivale a la resignación que Heidegger desig­
pecie particular de la causalidad en el sentido de que detenta y pre­ naba como la «resolución» ilusoria a lo «ineluctable». (En este sentido,
senta (al menos, en Idea) el poder de efectuación, del que carece la cau­ el abandono del tema de la libertad por Heidegger significa en primer
salidad teórica. El principio de ésta enuncia en efecto que tal es la ley lugar el rechazo de esta resignación.)
de la sucesión de los fenómenos para nuestro entendimiento, pero no Sería, pues, posible decir: si la Idea de la libertad —y por consi­
puede presentar cuál es la potencia de su producción de los unos por guiente una determinación de su necesidad, pues la idea de Idea con­
los otros a lo largo de su encadenamiento sucesivo. La libertad detenta tiene por principio la necesidad y la autonecesitación— precede a la li­
el secreto de la causalidad, puesto que se define como el poder de ser bertad y la envuelven en suma por anticipado en su intelección, ésta
causa p or sí m ism a, o como el poder de causar, absolutamente. En el resultó negativa en cuanto a la «naturaleza» de la libre necesidad, y en
fondo, la libertad es la causalidad que llega al saber de sí. En este consecuencia la libertad queda sin falta fallida. Resulta fallida porque
punto, lo «incomprensible» encierra en sí la autocomprensión del ser está sometida por principio a un pensamiento que piensa fundamen­
mismo en cuanto Sujeto. talmente el ser como necesidad, y como causalidad de la autonecesi­
Un mundo por libertad sería un mundo de causalidad transparente tación. Este pensamiento no se piensa, incluso, él mismo como libre:
para sí misma. El secreto está contenido en la fórmula de la voluntad: se piensa como la auto(in)comprensión de este ser. La libertad resulta
«poder de ser p o r sus representaciones causa de la realidad de estas fallida porque, en este pensamiento, queda por anticipado asegurada
mismas representaciones». Es el poder de la Idea (pre)formativa de la (fundada, garantizada, y cierta de sí): «Es la Idea misma la que con­
realidad. La comprensión filosófica de la libertad culmina en la «in­ quista su libertad, la cual deviene absolutamente de ella misma y re­
comprensible» autocomprensión del saber-de-sí autoproductor de la posa en ella misma».2
Idea. La ley, desde ese momento, es la representación de la necesidad Si la facticidad de la libertad es la facticidad de «aquello que no
de la Idea. Ahora bien, la Idea es por ella misma (re)presentación de la está todavía hecho», como lo hemos dicho, hay que comprender en
necesidad. La ley de la libertad representa la necesidad de la necesi­
1. Igualm ente esto d ata de antes de R ousseau y K ant (aunque la relación spinoziana
dad. con la ley civil se separa, p o r su parte, de este modelo; véase en particular É tienne Bali-
De Kant a Hegel, y sin duda a Nietzsche, y sin duda de nuevo hasta bar, «Jus-Pactum-Lex», en Studia spinozana, vol. 1, 1985).
el Heidegger de «la voluntad de la voluntad como voluntad de su pro­ 2. Hegel, Science de la logique, trad. franc., París, V rin, 1969, vol. 4, pág. 5 73 (trad.
pio deber», es en una comprensión de la necesidad de la necesidad cast. de Antonio Zoraya: Lógica, B arcelona, Orbis, 1984).
58 LA E X P E R I E N C I A D E LA L I B E R T A D EL P E N S A M I E N T O LIBRE D E LA L I B E R T A D 59
consecuencia también, y quizás sobre todo, que es la facticidad de lo puede, así, llegar a un modo que no sería ya el de la «necesidad de la
que no puede haber Idea, y ni siquiera Idea determinada como «in­ necesidad», sino que debía ser precisamente el de su liberación, lo in­
comprensible» o como «impresentable». Y esto debe significar, de una concebible de la libertad kantiana, y su comentario por Heidegger:
manera o de otra, que esta facticidad escapa a la filosofía, e incluso al
pensamiento, si, de cualquier modo que se tome la palabra «pensa­ Lo único que comprendemos es su incomprensibilidad. Y la incom­
miento», éste se orienta hacia un «pensamiento de la libertad», y no en prensibilidad de la libertad consiste en que resiste a la comprensión en
primer lugar (si es que no exclusivamente) hacia una libertad o hacia la medida en que el ser-libre nos implica en llevar a cabo el ser, y no en
una liberación del pensamiento. Se llega así a una percepción más la simple representación de éste.4
aguda de la manera como Heidegger, en Davos, se veía llevado a reti­
rar la libertad a la jurisdicción de la «teoría», para situarla en la prác­ Pero ¿qué significa «comprender la incomprensibilidad», y qué sig­
tica del «filosofar», entendido este mismo a su vez como una «libera­ nifica, por consiguiente, el «filosofar» —o como se lo quiera desig­
ción», o al menos como correspondencia con la liberación de la nar— que llega así a tocar el borde extremo de su propia posibilidad,
libertad. Pero esto no dispensa, todo lo contrario, de interrogarse por para designar así, y para liberar, mediante esa designación misma,
la naturaleza y el envite exactos de este «filosofar» (que Heidegger, en aquello precisamente que no comprende? O bien, y quizás de manera
una fecha más tardía, habría reemplazado por «pensar»). más exacta: ¿qué representa este gesto o esta actividad ni «teórica» ni
Un tal «filosofar» puede efectivamente presentarse como la pene­ «práctica», que saca a la luz la división de estos dos conceptos en
tración desconstructiva que alcanza en el seno del idealismo metafíi­ cuanto límite de la metafísica —y que guardaría así para la libertad un
sico el punto en el que la Idea se enlaza con la libertad, para mostrar espacio verdaderamente libre?
también que en ese mismo punto algo diferente se «desencadena»: por Comprender que algo es incomprensible no puede significar sim­
ejemplo (y esto está subyacente en el texto de Heidegger) una factici­ plemente que la comprensión se detendría, aquí, en el descubrimiento
dad práctica irreductible a lo teórico. Por ejemplo, de nuevo, la es­ de uno de sus límites. Pues el límite, cuando se lo reconoce en cuanto
tructura que obliga a la jurisdicción de la razón a caer, literalmente, en tal, no es simplemente comprendido en cuanto que constituye un obs­
su propia caso, en el caso de la instauración o de la enunciación de la táculo o hace pantalla: el puro encuentro de un obstáculo es imposible,
ley, como en aquello que, contrariamente a la lógica del «caso» en ge­ si por eso se entiende que entonces no se tendría ningún otro saber
neral, no puede sino escapar a la ley, revelando así que la esencia de la que el saber del obstáculo (o bien, es la muerte, quizás). Pero el obstá­
jurisdicción consiste en decir «el derecho de lo que por derecho carece culo —en virtud de esta ley de la presentación a la que Heidegger ha
de derecho». Se puede enunciar también que, en el imperativo, «la ley estado tan atento— presenta forzadamente con él mismo, y como a
se separa de ella misma en cuanto hecho».*3 De diversas maneras, se través de él mismo, el libre pasaje al que hace obstáculo. Ésta es la ló­
gica del límite en general: el límite tiene dos bordes, cuya dualidad ni
3. J.-L. Nancy, L 'im peratif catégorique, París, F lam m arion, 1983, págs. 58 y 134. El es disociable ni puede ser reabsorbida, de tal manera que tocar el
texto que recuerdo aquí es solidario de u n a red de pensam ientos tejida en to m o al p u n to borde interno equivale también a tocar el borde extemo («del interior»,
de «desencadenam iento»: la ley según Blanchot, el juicio según Lyotard, la (in)decisión
según D errida, la responsabilidad según Lévinas. Sólo esta últim a se propone tem ática­
m ente com o a n te rio r a la lib ertad y com o «dom inando» a ésta (Totalité et infini, La arbitrario, no apela m enos a «la crítica en la que la libertad es capaz de ponerse en cues­
Haya, Nijhoff, 1961, pág. 59 [tra d . cast. de D aniel E. Guillot: Totalidad e infinito, Sala­ tió n y, así, precederse» (ibíd., pág. 6 1).
m anca, Sígueme, 2a ed., 1987]). Una palabra, pues: p a ra Lévinas, la libertad se confunde, 4. Schelling, op. c it , pág. 279. El contexto da a estas líneas u n alcance notablem ente
p o r ella m ism a, con «lo arbitrario» de u n «yo egoísta», y su «esencia» está en «el im pe­ ambiguo: designan tan to u n lím ite del pensam iento kantiano, y con el objetivo de indi­
rialism o de lo Mismo». La responsabilidad, «al investir la libertad» m ediante la «pre­ car que Schelling n o supera finalm ente este lím ite, com o u n a afirm ación positiva de
sencia de Otro», «la libera de lo arbitrario» (subrayado n u estro ). E sta fórm ula atestigua H eidegger m ism o. De tal m anera que la libertad se encuentra, indecidiblem ente, p o r u n
p o r sí m ism a que la lib ertad n o p uede precederse, n i preced er to d a tentativa p a ra cap­ lado, declarada incom prensible y, p o r otro lado, m ediante u n a prom esa tácita dé supe­
tarla o p a ra liberarla de to d a captación, incluso de su pro p ia captación. Lévinas m ism o, ració n de su m etafísica, com prensible p ara el pensam iento del ser. Es, en el fondo, la
cuyo concepto de libertad —al m enos en ese libro, pues la continuación de su o b ra hace am bigüedad constante de este curso, y de todo el cam ino seguido p o r H eidegger a p ro ­
u n uso m ás am plio de la p alab ra «libertad»— está, pues, estrictam ente lim itado al de lo pósito de la libertad.
60 L A E X P E R I E N C I A D E LA L I B E R T A D EL P E N S A M I E N T O LIBRE D E LA L I B E R T A D 61
cabe añadir, lo que haría que la descripción de la operación fuese in­ tor. La vida ética es, pues, el concepto de la libertad que ha llegado a ser
finita y vertiginosa). Comprender que algo es incomprensible no es mundo presente y naturaleza de la conciencia de sí.5
ciertamente comprender lo incomprensible como tal, pero no es tam­
poco, si se puede decir así, no comprender nada pura y simplemente. Así, al término del llevarse a cabo esa vida ética:
Comprendemos que hay lo incomprensible porque comprendemos, en
el caso presente, que «el llevar a cabo el ser» escapa a su «representa­ El Estado es la realidad efectiva de la Idea ética —el Espíritu ético en
ción» (pero ¿no remiten estas fórmulas de alguna manera a la pareja cuanto voluntad sustancial, revelada, clara a ella misma, que se piensa y
de opuestos «teoría/praxis»?). Comprendemos, pues, de lo incompren­ que se sabe, que ejecuta lo que sabe y en la medida en que lo sabe.
sible, su incomprensibilidad. En ese «in» privativo, comprendemos
que lo in-comprensible, la libertad, no está, propiamente hablando, Sobre todo no hay que subestimar el poder de esta comprensión fi­
«más allá» de nuestra capacidad de comprensión, pero que no de­ losófica de la superación del límite teórico y de la expansión, en el re­
pende de ella simplemente. La libertad no está exactamente fuera de vés de este límite, de la autocomprensión práctica. Incluso no hay que
alcance del comprender —y, por ejemplo, no se sitúa más alto en una detenerse en esta comprensión exterior y banal de Hegel que nos haría
escala de inteligibilidad, en un rango accesible, si se diera el caso, a decir que la filosofía, aquí, comprende perfectamente un concepto de
una inteligencia diferente a la nuestra; todavía menos es la libertad la práctica que ha elaborado ella misma, y de la que no sale. Pues la
opuesta al comprender: pero se hace comprender, en el límite de la exigencia del espíritu hegeliano es precisamente la exigencia de efec­
comprensión, como lo que no depende de la comprensión. El «llevar a tuarse en una efectividad que lo libera de su simple ser-en-sí, y para
cabo el ser» (¿o la praxis?) no tiene objeto, ni tema, sino a él mismo, en Hegel, es justo prácticamente y fuera de sí como el espíritu puede
su independencia con respecto a la objetualidad y la tematicidad. Así, comprenderse en su libertad y como libertad. Lo que el discurso
la libertad incomprensible se hace comprender, en el límite, en un sen­ (in)comprende —éste es enteramente el tema de la superación dialéc­
tido muy preciso de la expresión, como una autocomprensión inde­ tica del juicio predicativo en la especulación pensativa—, es que la
pendiente de la comprensión de entendimiento. Lo que comprende­ efectividad práctica constituye el llevarse a cabo a sí mismo y la auto-
mos, en el límite, es que hay esa comprensión autónoma, que es la comprensión reales (materiales, históricos, etc.) de aquello que la com­
comprensión que lleva a cabo el llevar a cabo. Comprendemos que el prensión discursiva comprendía sin poder, sin embargo, penetrar en la
llevar a cabo se comprende él mismo (incluso si no se entiende, y si no esfera de la auténtica autocomprensión. Es también por esto por lo
lo entendemos), en su modo específico. Pero se ve que este modo es­ que, en Hegel, la filosofía llegada al límite en que se efectúa, no «com­
pecífico se parece extrañamente al de la autocomprensión —y del lle­ prende» ya, sino que «contempla» —contempla, por ejemplo, la ma­
varse a cabo a sí mismo— de la «razón», del «pensamiento» o de la jestad del monarca en el que se concentra en individualidad de cuerpo
«teoría» como tales... y de espíritu la efectividad del Estado. Esta contemplación es la com­
Nuestra comprensión, aquí, no es nula, y constituye incluso, de he­ prensión que se vence, se supera y se releva a ella misma en el acto de
cho, una de las cimas de la comprensión filosófica: pues a ésta le ha su libertad al fin desplegada.
llegado a ocurrir, y no por accidente, el formularse como la compren­ Así pues, no hay sino que comprender, como se ve, que la (in)com-
sión de la necesidad filosófica de la superación de la filosofía en la prensión es en realidad el estadio supremo de la comprensión que ac­
realización de la filosofía (es decir, en el llevar a cabo el ser). Una fór­ cede al saber de la autocomprensión como autocumplimiento. No es
mula en este sentido la da Hegel, y si se la desplaza o se la transforma, sólo que la comprensión se aprehenda, en su límite, fuera de ella
podría valer bien hasta en el mismo Heidegger: misma, como en su verdad más propia, sino que, más profunda­
mente, aquélla se aprehende a sí misma, en esta aprehensión comple­
tamente extendida fuera de sí, como su propio paso al acto : se com-
La vida ética es la Idea de la libertad: el Bien viviente que tiene su sa­
ber y su querer en la conciencia de sí y que no se hace efectivamente real
más que por la actividad de esta conciencia de sí. Igualmente, esta acti­ 5. P rincipios de la filosofía del derecho, par. 142 (la cursiva es n u estra) (trad. cast. de
vidad tiene en el ser ético su fundamento en sí y para sí, su objetivo mo­ Ju an Luis Vermal: B arcelona, E dhasa, 1988). La cita siguiente: par. 257.
62 LA E X P E R I E N C I A D E LA L I B E R T A D EL P E N S A M I E N T O LIBRE D E LA L I B E R T A D 63
prende como su propio devenir-práctica. La comprensión sabe que del ser. Este pensamiento responde a la reivindicación del Ser, cuando
ésa es su verdad, y además se experimenta ella misma, en su límite, el hombre vuelve a poner su esencia histórica en la realidad simple de la
como si efectuase ya, antes de que sea efectivo, ese acto libre que única necesidad que no coacciona, mientras que obliga, sino que crea la
aquélla no podría, rigurosamente, comprender. Hay, pues, una auto- urgencia que se lleva a cabo en la libertad de la ofrenda. (...) La ofrenda
es el don pródigo, sustraído a toda obligación, puesto que levantándose
comprensión de la comprensión de la incomprensibilidad. En esta au-
del abismo de la libertad, de la esencia del hombre con vistas a la salva­
tocomprensión, la «teoría» comprende la «práctica» como su verdad, guarda de la verdad del Ser para el ente» {¿Qué es la metafísica?).
y se comprende a sí misma como práctica, lo cual quiere decir que en
ella la práctica se comprende teóricamente como la realización de la Esta declaración es quizás, en un sentido, menos inédita de lo que pa­
libertad (in)comprendida de la teoría. La libertad queda, pues, a pesar rece. Recoge también algo que atraviesa sin duda, más o menos visible­
de todo comprendida. Pero de nuevo, es la necesidad lo que se com­ mente, toda la tradición, en esto de que la filosofía haya pensado siempre
prende como libertad, y de nuevo la libertad ha sido asignada como la libertad como proveniencia, como el elemento e incluso el contenido
necesidad. Es posible que esto adopte todo tipo de formas, desde el último del pensamiento. «La filosofía es un pensamiento inmanente, ac­
entusiasmo de Rousseau o de Kant hasta la inversión de las inversio­ tual, presente, contiene en los sujetos la presencia de la libertad. Lo que
nes de la dialéctica por Marx,6 hasta la carga que confía Heidegger a es pensado, reconocido, depende de la libertad humana.»7
la palabra «pensamiento» (pues el pensamiento está él mismo pen­ Pero ¿de qué manera se determina esa co-pertenencia de la libertad
sado como un «actuar»): siempre, habría que decir, la libertad estará y del pensamiento, cuando, en los términos de Heidegger, el pensa­
recuperada ella misma en la necesidad de una autocomprensión prác­ miento «se eleva desde el abismo de la libertad», y así, involucra la
tica. «ofrenda», o se involucra ella misma como «la ofrenda de la esencia
Sin duda esto no es todo. No es la totalidad de lo que hay que des­ del hombre»? Dejemos de lado aquí la implicación sacrificial de la
cifrar, en esta serie de gestos y de textos filosóficos. Pero no se puede frase, que no es ciertamente indiferente desde el punto de vista del
evitar pasar por el análisis que precede, si no se quiere guardar para la conjunto de la filosofía heideggeriana considerada por sí misma (ese
libertad un espacio que corra el riesgo de revelarse ya incluida por la sacrificio en el altar de la verdad, en el que sería fácil señalar, a la ma­
necesidad —aunque fuese por la necesidad de esta guarda misma. nera de Bataille, la comedia del simulacro, donde nada esencial se
¿Hay que guardar sea lo que sea para la libertad? ¿Hay que preservar li­ pierde, y el modelo de la tragedia dialéctica, que no perdería al hom­
bre su espacio?... Pero más bien se debe preguntar: ¿es eso incluso po­ bre más que para reencontrarlo sobreelevado en la postura del con­
sible? ¿No es la libertad la única que puede «guardar» su propio espa­ templador y del disfrutador de la verdad, es decir, del filósofo en
cio? cuanto teórico). Está, a pesar de todo, la otra andanza del sacrificio
Lo que está en juego con la libertad ¿no sería de hecho, de acuerdo (aquélla, por medio de la cual, a fin de cuentas, no hay quizás ya «sa­
con una lógica resueltamente separada de toda dialéctica de la crificio» en ningún sentido): la prodigalidad. El pensamiento prodiga
(in)comprensibilidad, que la libertad precede, de todas formas, al pen­ lo que piensa, al margen del «cálculo», y eso de tal manera que a pesar
samiento que puede o que no puede comprenderlo? Lo precede por­ de todos los beneficios que no pueden dejar de corresponderle, ya sea
que es de ella de donde el pensamiento procede, o porque es la libertad al sujeto que piensa, ya sea a la economía de su discurso, lo que es ver­
la que da el pensamiento. daderamente pensado no puede ser más que lo que es prodigado (es
decir, también: aquello de lo que el «pensamiento» es o hace la «expe­
El pensamiento cuyos pensamientos no sólo no calculan, sino que
están absolutamente determinados a partir de lo otro del ente, lo llamo
riencia», y no aquello de lo que elabora una concepción o una teoría).
' el pensamiento esencial. En lugar de entregarse a cálculos sobre el ente Pero el pensamiento prodiga porque viene del «abismo de la libertad».;
por medio del ente este pensamiento se prodiga en el Ser para la verdad Es la libertad lo que primeramente prodiga: la libertad es primera-;

6. No se excluye que haya en éste o tro s recursos, de los que h a b rá que volver a h a ­ 7. Hegel, Legons s u r l'Histoire de la philosophie, introd. trad. franc., París, Vrin, pág.
blar. 179.
64 LA E X P E R I E N C I A D E LA L I B E R T A D EL P E N S A M I E N T O LIBRE D E LA L I B E R T A D 65
mente la liberalidad pródiga que gasta y que dispensa, sin fondo, el es su propio límite.8 Pero esto no quiere decir que el pensar sea una es­
pensamiento. Y lo dispensa primeramente en cuanto prodigalidad. pecie de «super-comprensión» (sea cual sea la manera como se quie­
Así, la libertad da —sin contar (o bien, la medida, de su cuenta no se­ ran ver las cosas, es siempre así como se presenta el callejón sin salida
ría diferente a la de ella misma en cuanto don; tendremos que volver de los místicos, incluido lo que subsiste de místico en Heidegger). El
a hablar de esto)—, da el pensamiento, da que pensar, pero también al pensamiento no empuja al entendimiento más allá de lo que éste en­
mismo tiempo se da ella misma a pensar en todo pensamiento. tiende, y no vaticina más tampoco. El pensamiento piensa el límite, es
Lo cual quiere decir simplemente: podría no haber pensamiento. decir, que no hay pensamiento si éste no se traslada al límite del pen­
Es decir: podría no haber hombre. Es decir: podría no haber existen­ samiento. En cuanto que éste «comprende», no comprende su propio
cia, y es en eso en lo que la existencia se reconoce: en que su singula­ límite, y no comprende nada de lo que no comprende: no se mediatiza
ridad pueda estar o no estar dada, en que su cosa-en-sí pueda estar o tampoco en una «comprensión de la incomprensibilidad». Pero es que
no estar puesta. Los fenómenos son necesarios, la existencia misma no se trata ya aquí de comprensibilidad y de incomprensibilidad. Una
de la cosa es libre. Que haya existencia (el hombre, y el pensamiento), y otra dependen de la necesidad, y el pensamiento está entregado a la
es decir, que haya eso que es su propia esencia, no puede proceder de libertad. No está sometido a la comprensión y a su contrario. Si hay
una necesidad de esencia, y no puede estar más que dado, libremente que decir de él que está sometido a una necesidad, será de tal manera
dado (lo cual es una tautología). Recíprocamente: si no hubiese exis­ que la necesidad de la libertad no sea la libertad de la necesidad. Ésta
tencia (pero es una hipótesis a la vez absurda, puesto que se habla se lleva a cabo en el concepto hegeliano, en la medida en que éste se
aquí de la «existencia», y puesto que ese hecho mismo, «hablar de lleva a cabo. Aquélla no es «necesaria» más que en el sentido de que se
algo», implica existencia, pero hipótesis nunca enteramente excluida, desencadena en su abismo, y desde su abismo.
si la existencia, el existente, son siempre susceptibles de renunciar a Ahora bien, el «abismo» (al margen de lo que quiera decir Heideg­
sí mismos, convertirse en esencias...). Si no hubiese existencia, no ha­ ger por su parte con esta palabra) no se «abre», bajo el efecto de al­
bría nada, y sin embargo no habría «algo»: pues la «cosa», y la inde­ guna necesidad, para dar o para entregar algo. El abismo no es la re-
terminación del «alguna» que recoge todas sus singularidades posi­
bles en cuanto presencias en el mundo o del mundo, todo eso
constituye ya todo el programa, si se puede decir así, de un pensa­ 8- ¿H ay que subrayarlo? De la «com prensión» del Dasein en el sentido de E l ser y el
tiempo al «pensam iento» según Was heisst Denken (¿Q ué significa pensar?), no hacem os
miento. Si hay «algo», es que es posible tom ar en cuenta «la cosa» y m ás que retom ar, acentuándolo p o r lo dem ás, librem ente, tratan d o de liberar lo que se
su «ser alguna». Si eso fuese necesario, no habría «hay», de «algo», ni propone, el «cam ino de pensam iento» de H eidegger. Se h a com prendido que practica­
de «cosa». No habría —pero eso no sería «hay»— más que la reple­ m os u n a repetición que com porta asim ism o la repetición de otras repeticiones: no h a ­
ción ya desde siempre llevada a cabo y vuelta sobre sí del ser general blam os sólo de los que citam os con m ás agrado, aquí y en otras partes, m uchos de los
e inmanente de aquello que, aun siendo todo, no podría ser algo. So­ cuales h a n trabajado en la repetición de H eidegger, sino tam bién de otros que en o ca­
siones h an repetido sin quererlo al defender algo del m ism o H eidegger (en prim er lugar,
lamente se tendría: «es», y no pensamiento. Si es posible que el «hay Adorno). La cita no es el todo de la repetición. E n verdad, hay toda u n a época inventada
algo» suija como tal (como el pensamiento, como la existencia), es en la repetición, que h a inventado su diferencia com o repetición, es decir, la diferencia
que ese surgimiento es el don de una libertad, o una libertad que se de u n después del «fin de la filosofía» com o re-petición (repetitio) de lo que está en juego
da en ese surgimiento. en la filosofía. Con todo, fue H eidegger m ism o quien inauguró el pensam iento en
cuanto repetición (y no crítica ni reem plazo) de lo que ya se pensó. Repetir: hacer la ex­
Todo pensamiento es, pues, pensamiento de la libertad al mismo periencia de que el pensam iento se h a encerrado en la «metafísica» —y de que este en­
tiempo que piensa por medio de libertad, y piensa en libertad. No se cerram iento libera las posibilidades y las exigencias del pensam iento finito, es decir, del
trata ya exactamente aquí del límite entre lo comprensible y lo incom­ pensam iento que retom a toda su experiencia com o experiencia de la finitud y se goza de
prensible. O bien, lo que pasa aquí, en el libre surgimiento del pensa­ ello. L ibertad de repetir, liberación en la repetición. E n la «Nota prelim inar» a los Weg-
miento, pasa precisamente en este límite, como el juego o como la marken (1 9 6 7 ) H eidegger indicaba la «necesidad de ser com prendido m ás adelante de
otro m odo a com o uno se com prende a sí mismo»; pero «esta necesidad tiene su fondo
operación propia de este límite. El límite del comprender define el en la posibilidad de que la tradición y la transm isión históricas preserven todavía u n es­
pensar. Así, el pensar es siempre pensar de lo incomprensible —de eso pacio libre de juego p ara lo que ella exige». El pensam iento y su tradición liberan p o r sí
incomprensible que «forma parte» de todo comprender en cuanto que m ism os la posibilidad de su libre repetición, y es en ello donde hay pensam iento.
66 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D
EL P E N S A M I E N T O LIBRE D E LA L I B E R T A D 67
serva esencial a partir de la cual se produciría, por alguna necesidad de llega, da y se da dando, siempre singular y nunca retenida en la gene­
proceso, de extracción o de engendramiento, lo que vendría al pensa­ ralidad de su propia cualidad —y su forma única de no «tener lugar»
miento. El «abismo» de la libertad es que haya algo, no es otra cosa. en el sentido de una simple sucesión, sino precediéndose siempre, su-
No «es», pues, en consecuencia, en cuanto abismo, más que el desen­ cediéndose siempre. Eso se desencadena, sin «estar encadenado», an­
cadenamiento que «sale» de ahí, o más exactamente, y puesto que no tes de serlo, sino también después, ya lanzado, enviado, prodigado sin
hay sustancialidad ni interioridad del abismo: el «abismo» mismo, tér­ haber tenido el tiempo de saberse «generoso», sin haber estado some­
mino a pesar de todo evocador de profundidades, no es más que el de­ tido al tiempo de una tal cualificación. El generoso se abandona a la
sencadenamiento, la prodigalidad o la generosidad del ser-en-el- generosidad, que no es «la suya», sin tener y sin dominar lo que hace.
mundo de algo. Es eso lo que da el pensamiento, en ese sentido de que I .s como una cabezonada (el pensamiento como una cabezonada...),
el pensamiento no es nada más que el estar-entregado a esa generosi­ e s estar entregado o abandonado, no sólo sin haberlo calculado y sin
dad. La libertad no es el fondo vertiginoso del abismo, abierto y sus­ i|ue se haya podido calcular, pero incluso sin idea de la generosidad.
traído a la comprensión. La libertad surge de nada, con el pensamiento No es una inconciencia, es, por el contrario —si se puede decir en esos
y como el pensamiento que es la existencia entregada al «hay» de un léi minos , la más pura y simple conciencia: la de la existencia prodi­
mundo. Es de golpe ella misma el límite del pensamiento, el pensa­ gada. El pensamiento que se da así es el pensamiento más simple: el
miento como límite, que no es el límite de una comprensión, sino que pensamiento de la libertad del ser, el pensamiento de la posibilidad del
es, según la lógica del límite, la ilimitación de la prodigalidad del ser. "hay», es decir, el pensamiento m ism o, o el pensamiento del pensa­
El pensamiento estajusto en esa ilimitación del «hay», está justo en la miento. No tiene que «comprender», ni que comprenderse, o incom-
libertad desencadenada según la cual eso se da y eso sucede. Por eso pi ender. Está prodigada a ella misma, en la existencia y como la exis­
no tiene la libertad como algo que comprender o que renunciar a com­ tencia del existente, como su propia inesencial esencia, realmente más
prender: sino que la libertad se ofrece en él como aquello que le es más acá de las condiciones y de las operaciones de toda intelección y de
íntimo y más originario que cualquier objeto de pensamiento y que toda (re)presentación: está prodigada como la libertad misma de po­
cualquier facultad de pensar. der eventualmente comprender o no comprender algo. Esta libertad
A decir verdad, no hay ya aquí ni siquiera «la libertad» como una no es una cuestión o un problema para el pensamiento: es, en éste, su
sustancia definida. No hay, cabe decir, sino el «libremente» o el «ge­ propia apertura.
nerosamente» con el que eso se da, y se da a pensar. Sin duda «la li­ «La libertad» no puede no mezclar aquí, en una unidad que no
bertad» «se» desencadena «ella misma», a la vez en el sentido de que tiene como índice más que su propia generosidad, los valores del im­
sería el sujeto de ese acto, y en el sentido de que es su propia sustancia pulso, del azar, de la suerte, de lo imprevisto, de lo decidido, del juego,
lo que prodigaría. Pero lo que se desencadena no estaba previamente del hallazgo, de la conclusión, de la turbación, del síncope, de la va­
ligado en una unidad sustancial: por el contrario, el sujeto sucede a la lentía, de la reflexión, de la ruptura, del horror, de la sutura, del aban-
libertad, o nace en ella. Lo que se prodiga no estaba previamente re­
servado en un recinto, ni siquiera se contenía en sí mismo como lo
hace un abismo. La generosidad precede la posibilidad de cualquier IIO personal, aconceptual» (Logique du sens, París, M inuit, 1969, pág. 67 [trad . cast. de
posesión. El secreto de esta generosidad es que no se trata aquí de dar Miguel Morey: Lógica del sentido, Barcelona, Paidós, 1 9 8 9]), y según el valor que la len-
lo que se tiene (no se tiene nada, la libertad no tiene nada de propio), ||im da a la p alabra cuando hace que ésta signifique «cosa extraña, anom alía», e incluso
•rgún el valor de «sorpresa» que analizarem os m ás adelante en la relación de la liber-
sino de darse —y que el sí mismo de esta forma reflexiva no es otra Iml con el tiem po (cap. 11). Así, es aquí p a ra nosotros la existencia lo que es ante todo
cosa que la generosidad o que lo generoso de la generosidad. Lo gene­ singular. Tiene lu g ar singularm ente, y no tiene lugar m ás que singularm ente. P ara el
roso de la generosidad no es su sujeto, ni su esencia. Es más bien su M ístente, es su p ro p ia existencia lo que en p rim er lugar es singular p a ra él, lo cual
singularidad, es decir, a la vez su acontecimiento:9 la generosidad quiere d ecir que no le es precisam ente «propia», y que su «existir» tiene lugar u n n ú ­
mero indefinido de veces «en» su individualidad m ism a (q u e es a su vez u n a singulari- •
tlrnl). Es la singularidad lo que distingue al existente del sujeto: pues éste es esencial­
9. H abría que entender aquí la «singularidad» a la vez de acuerdo con el valor que le mente lo que se apropia a sí m ism o, según su propia proxim idad y según su propia ley. ¡
da Deleuze de «acontecim iento ideal» o de p u n tu alid ad «esencialm ente pre-individual, l’ri o el advenim iento de u n a subjetividad es a su vez u n a singularidad.
68 LA E X P E R I E N C I A D E LA L I B E R T A D EL P E N S A M I E N T O L I B R E D E LA L I B E R T A D 69
dono, de la esperanza, del capricho, del rigor, de lo arbitrario.10 E in­ cesanamente, «la bacanal en la que todos los miembros están ebrios»,
cluso, la risa, los llantos, el grito, la palabra, el arrobamiento, el arre­ pero no hay libertad sin alguna embriaguez, o sin un vértigo, por li­
bato, la sacudida, la energía, la dulzura... La libertad es también ahí gero que sea.
realmente la libertad salvaje, la libertad de indiferencia, la libertad de Es entonces el «abismo» de la libertad en este sentido de que la li­
elección, la disponibilidad, el libre juego, la libertad de marcha, la li­ bertad no se pertenece. Así, la libertad del ser no es una propiedad fun­
bertad del aire, la libertad del amor, o la de un tiempo libre donde el damental que estaría en primer lugar puesta como una esencia, sino
tiempo recomienza. Libera todas esas posibilidades, todas esas nocio­ que es inmediatamente el ser en libertad, o el ser libre del ser, en el que
nes de la libertad como otras tantas libertades de la libertad —y se li­ su ser se prodiga. Es su vida misma, si se debe entender la vida como
bera de ella. la autoafección originaria. Pero el ser no es un viviente, y no «se
No es, en efecto, un montaje dialéctico, y todavía menos una reca­ afecta» de su libertad: no es lo que es más que en ella y en cuanto ella,
pitulación ecléctica, es una diseminación heterogénea de estados, de el ser de un estallido del ser que lo entrega a la existencia.
conceptos, de motivos o de afectos, que podrían componer, por decirlo Lo que es así no está nunca primeramente en el orden de la acción,
así, una infinidad de figuras o de modos de una única libertad, pero ni en el de la volición, ni en el de la representación. Es un estallido o
que se ofrecen en realidad como una prodigalidad de estallidos de los una singularidad de existencia, es decir, la existencia misma en cuanto
que «la libertad» no es la sustancia común, sino... el estallido. No es desprovista de esencia y entregada a esa inesencialidad como a su pro­
tampoco su condición trascendente, y no son sus trascendentales. Es­ pia sorpresa tanto como a su propia decisión, como a su propia inde­
tos estallidos son en suma todos los determinantes posibles de la li­ cisión tanto como a su propia generosidad. Pero eso «propio» de la li­
bertad en cuanto que se prodiga en retirada de toda determinación. bertad no es nada subjetivo: es el estallido inapropiable de donde le
Cada uno de ellos, o las figuras que se pueden componer con ellos, re­ proviene al sujeto su existencia misma de sujeto, sin soporte en él, e
queriría su propia elaboración fenomenológica, sin duda, pero ante incluso sin relación con él, siendo «él» más singularmente que nin­
todo su lista numerosa, inacabada e inacabable, significa su propia guna ipseidad, «él» en el estallido de un «existe», que nada funda, que
proliferación (si verdaderamente no quiere uno equivocarse riendo ahí nada necesita, que sobreviene y sorprende solamente, vertiginoso
un bricolage antropológico), la cual significa a su vez en definitiva, hasta el punto de que no es ya ni siquiera cuestión de asignar un
que la libertad esencialmente estalla. No es, por ello, sin embargo, ne- «abismo» de su vértigo: es él mismo ese vértigo, su existencia, su pen­
samiento son ese vértigo de la prodigalidad que lo hace existir sin dis­
pensarle ninguna esencia, y que no es, pues, ella misma una esencia,
10. Incluso h ab ría que reevaluar el lib re arbitrio, sobre to d o si hay que entenderlo, sino el libre estallido del ser.
en su form a original, com o propone Vuillemin: «el sistem a de D em ócrito, se dice, h a su­ La libertad en el existente conforma, pues, inmediatamente tanto
frido p o r hab er sido trasm itido p o r el sistem a de E picuro, que h a subordinado la teoría
a la práctica, y h a introducido en filosofía el concepto metafíisico de la libertad. Es, en
su inmanencia (se podría decir en términos de un registro que no
efecto, este concepto de libertad de indiferencia o de equilibrio, o de arbitrio, lo que p ro ­ viene ya al caso: la necesidad de su azar, de su contingencia, lo bien
dujo la adm iración de u n M arco Aurelio, y que es la piedra angular de la filosofía de E pi­ fundado de su capricho) como su trascendencia. Que el existente tras­
curo. A hora bien, esta lib ertad es p rim era m en te la de re h u sa r las solicitaciones de la ciende quiere decir: que no tiene inmanencia en la libertad misma con
opinión, p o r ejemplo, la representación de los m ales futuros, p a ra n o acep tar m ás que el la que existe. Pero su libertad, que le es más íntima que ninguna pro­
presente, es decir, la sensación sep arad a del m ovim iento activo del error» (Nécessité ou
contingence —l'aporie de Diodore et les systémes philosophiques, París, M inuit, 1984, pág. piedad de esencia, sólo es en esta intimidad misma el «golpe» o el
2 0 5 .) U na aceptación del presente que n o sea precisam ente resignarse al destino (es eso «corte» de su existencia: el estallido archioriginario del ser puro. Esta
lo que quería E picuro) caracterizará m á s adelante p ara nosotros la libertad (cap. 11). No trascendencia ni siquiera hay que comprenderla primeramente como
se tra ta de pro p o n er u n nuevo epicureism o, ni siquiera u n a derivación epicúrea. Se tra ta «apertura a», ni como «paso fuera de» —en un sentido, no es ek-stá-
sólo de constatar que hay en el corazón d e la tradición filosófica sobre la lib ertad lo que
se po d ría llam ar u n «m aterialism o del presente» —com prendido com o la singularidad
tica, y la libertad existente no es ek-sistente, sino que es la insistencia
de la existencia, y n o com o la p resen cia ap ro piad a— involucrada en u n d ebate intim o de un estallido; la trascendencia tiene lugar sobre el propio terreno,
con el idealism o de la tem poralidad c o m p ren d id a com o presencia p erp etu a del encade­ aquí y ahora, como una presencia que sería la presencia singular de un
nam iento causal (véase cap. 9). golpe, de un salto, de un salto libre en la existencia, y de la existencia.
70 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D EL P E N S A M I E N T O LIBRE D E LA L I B E R T A D 71

Así, es en definitiva la libertad la que «salta», o más bien es ella la diferente de la filosofía, diferente, en fin, del pensamiento mismo. El
que es el «salto», en lugar de que el salto haga acceder, como preten­ pensamiento diferente, otro, de todo pensamiento, que no es lo Otro
día Heidegger, a la región de la libertad. El salto, pues, no es una libre del pensamiento, ni el pensamiento de lo Otro, sino aquello por lo que
decisión del pensamiento. Es la libertad, y la libertad da el pensa­ el pensamiento piensa, esto es el estallido de la libertad.
miento, puesto que el pensamiento es aquello que se sostiene en el
salto. La libertad es el salto en la existencia en el que la existencia se
descubre como tal, y este descubrimiento es el pensamiento. Antes de
ser o de intentar ser «pensamiento de la libertad», el pensamiento
está, pues, en la libertad. El pensamiento está en ese salto, desde el
«azar que da los pensamientos y que los quita» de Pascal, hasta esa
otra extremidad en la que incluso no puede ya tener «pensamientos»
(ideas, conceptos, representaciones), no porque estaría limitada en
relación con otro y más potente poder de (re)presentación, sino por­
que afecta por él mismo y en él mismo a ese límite que es su libertad
m ism a. En ese límite, él ni comprende ni incomprende. No tropieza
con nada, y no se lanza tampoco al espacio vacío de la paloma kan­
tiana. No salta a nada, ni por encima de nada. Es sólo el salto de un
sobresalto, estallido de la existencia, desencadenamiento que no de­
sencadena nada más que el temblor del existente en el borde de su
existencia. El pensamiento tiembla de libertad: miedo e impaciencia,
suerte, experiencia de esto de que no haya pensamiento que no esté
siempre dado en libertad y a la libertad. Desde que piensa, el pensa­
miento se sabe libre en cuanto pensamiento, y no solamente —ni si­
quiera necesariamente— en cuanto posibilidad de elegir o de inventar
sus ideas o sus representaciones. Se sabe libre porque sabe que es ya,
como pensamiento, experiencia de la libertad: simplemente por el he­
cho de que «pensar» significa no estar necesitado por una esencia, por
un fundamento o p or una causa, o al menos no serlo sin tener inme­
diatamente que relacionarse con esa necesidad como necesidad (lo
cual equivale a decir: como necesidad pensada ). El pensamiento no
puede pensar sin saberse como libertad, aunque no fuera más que
como ese ínfimo, infinito temblor en el límite de toda necesidad, o
bien incluso, como esa ínfima, infinita sorpresa del existente ante el
«hay ser».
Pero esa experiencia de la libertad (que no es experiencia «en pen­
samiento, sino que es el pensamiento, o el pensar, como experiencia)
es sólo saber esto: que en todo pensamiento hay otro pensamiento, un
«pensamiento» que no es ya pensado por el pensamiento, sino que lo
piensa ella misma (que lo da, que lo prodiga, y que lo pesa, que quiere
decir «pensar»): un pensamiento diferente del entendimiento, dife­
rente de la razón, diferente del saber, diferente de la contemplación,
C a pítu lo 6

FILOSOFÍA: LÓGICA DE LA LIBERTAD

¿Quién debe encargarse de ese otro pensamiento? Nadie es su ope­


rador, ni su funcionario, ni su «especialista». Este otro pensamiento
piensa en todo pensamiento —y piensa este pensamiento, es decir, que
lo pesa, que lo experimenta, que lo somete a la prueba de la libertad.
Piensa «en todo pensamiento»: eso puede ser un juego en un pensa­
miento de la matemática, de la política, de la técnica, de la vida coti­
diana, etc. Eso puede ser cuando se piensa en alguien, cuando «no se
piensa en nada», cuando se está en la preocupación de la decisión, o
en el apretón del sufrimiento, o en el aburrimiento de las necesidades,
así como también cuando se concibe, se medita, se organiza un dis­
curso. Se ha dicho ya: el otro pensamiento, que es el que libera todo pen-/
samiento como tal, no se mantiene en ninguna forma definida del
pensamiento —es, quizá, lo in-forme de todo pensamiento—, y pon
consiguiente no se mantiene tampoco en lo que se llama «filosofía».,
En un sentido, hay que decir, incluso: hemos acabado con la «filoso­
fía», puesto que ésta ha encerrado la libertad en el imperio de su ne­
cesidad, sustrayéndose así al otro pensamiento, o a la libertad en el
pensamiento. Es así como la filosofía ha constituido la libertad en pro­
blem a, mientras que la libertad, sin duda, es cualquier cosa antes que
un «problema». Aquello que, en el pensamiento, se dirige al pensa­
miento, y dirige el pensamiento a él mismo no puede constituir un
«problema»: es un «hecho», o un «don», o una «tarea».
¿Por qué, entonces, la filosofía, o como se la quiera llamar? (Por
más que Heidegger haya sustituido ese nombre por el de «pensa­
miento» —y con excelentes razones, que siguen estando vigentes aquí
mismo en nuestro discurso— no es menos cierto que para nosotros es
un filósofo que determina a partir de la filosofía la necesidad y el en­
vite de dicha sustitución, y «la filosofía», para nosotros, hace siempre
referencia, al menos técnica o práctica, y por ejemplo también institu­
cional, a la posibilidad de poner en juego la libertad más intratable del
pensamiento, y en cuanto pensamiento.) Se podría decir: «la libertad»
74 LA E X P E R I E N C I A D E LA L I B E R T A D
FILOSOFÍA: L Ó G I C A D E LA L I B E R T A D 75

ha aparecido en la filosofía, y ha permanecido prisionera en el cerco que definamos al «hombre» por el pensamiento: es decir, que no le de­
de ésta, como su Idea misma replegada sobre su propia identidad —in­ finimos como parte de un orden universal, ni como criatura de Dios, ni
cluso allí donde la filosofía quiso superarse a sí misma y realizarse. como el heredero y el transmisor de su propio linaje, sino en cuanto
Por eso, cuando no ha habido abandono de la filosofía, ha habido en zoon logon elchon. El pensamiento se especifica como logos, y el logos,
la filosofía abandono de la libertad. Hasta el punto de que emprender, antes de designar ninguna combinatoria de los conceptos y ningún
hoy en día, un discurso filosófico sobre la libertad tiene algo de ri­ fundamento de la representación, designa esencialmente —en este or­
dículo, o de indecente. den del «concepto del concepto» y del «fundamento del fundamento»
Poco importa, efectivamente, «la filosofía», si ésta no tiene nada al que están abocadas su dialogía y su dialéctica —la libertad del acceso
que ver con la libertad, o más bien, poco importa «la filosofía», si ésta a su propia esencia. Logos no es en primer lugar la producción, la re­
no es la inscripción del hecho de la libertad, en lugar de ser la (in)com- cepción o la asignación de una «razón», sino que es, ante todo, la li­
prensión de su Idea. La libertad, es «ella» la que nos importa. No por­ bertad en la que se presenta o por medio de la cual se ofrece la «razón»
que fuera un bien, deseado y con derecho a gozar de él, sino porque es­ de toda «razón»: pues ésta no depende más que del logos, el cual no de­
tamos, desde siempre, definidos y destinados en ella. Desde siempre: pende a su vez de ningún «orden de las razones», sino de un «orden de
es decir, de fundación occidental, pero eso quiere decir también de las materias» de las que la materia primera no es otra cosa sino la li­
fundación filosófica. bertad, o la liberación del pensamiento para un mundo. A falta de lo
Nuestra fundación filosófico-occidental es también nuestra funda­ cual el logos no plantearía jamás ninguna cuestión del concepto como
ción en la libertad —incluso si (y quizá precisamente porque) son el concepto, del fundamento como fundamento, ni de la representación
fundamento de la libertad, y la libertad, en cuanto fundamento, los como representación (ni ninguna cuestión del logos como logos). Así, el
que se sustraen a la toma (prise) filosófica. logos, antes de toda «lógica», pero en la inauguración misma de su pro­
Ahora bien, la filosofía ha significado siempre —o al menos ha in­ pia lógica, accede libremente a su propia esencia —aunque no sea más
dicado siempre— algo más y otra cosa que «la filosofía», es decir, si se que en el modo de no acceder libremente a su propia esencia. Este ac­
quiere, que la disciplina pura de los conceptos, la cual, por sí misma, ceso, que constituye asimismo su proveniencia, no deja de ponerse en
es disciplina del fundamento en general. (Incluso el llamado «pensa­ juego, tanto cuando el logos pretende dominar «la libertad» en una «ló­
miento del ser» designa en primer lugar el estudio de un concepto, y la gica», como también cuando renuncia a asignar ninguna «razón» de
interrogación sistemática de la relación de éste con el fundamento.) esa libertad.
No hay, en efecto, la idea de algo así como una disciplina de los con­ Pero, ya (se) domine, ya renuncie (a sí), el logos está de antemano
ceptos a no ser porque hay —en virtud de una especie de previo abso­ captado por la libertad, la cual deshace en el logos mismo, su dominio
luto de la filosofía, en el que la filosofía se precede y se excede necesa­ o su abdicación. Lo cual viene a querer decir que la libertad ofrece o
riamente— la pre-comprensión del hecho de que el orden del concepto lanza el pensamiento, en la filosofía, siempre más allá de «la filosofía»,
pertenece él mismo, desde el origen y por esencia, al elemento de la li­ concibiéndose como el Concepto o como el Fundamento del logos. Por
bertad. El concepto mismo puede muy bien aparecer como la abstrac­ eso no hay acabamiento o clausura filosófica que no exija y que no
ción representativa: pero el concepto del concepto, si se puede decir provoque de nuevo sino exactamente «la filosofía», al menos una li­
así, no puede ser otra cosa sino la libertad según la cual tiene lugar el bertad filosófica siempre cada vez más antigua y siempre cada vez
acceso a la representación misma —y a la representación del funda­ más joven que toda filosofía. No decimos, pues, que la filosofía es el
mento, así como también al fundamento de la representación: es decir, pensamiento en su libertad: lo que decimos es que para toda la tradi­
el modo de ser según la existencia, o incluso el pensamiento en cuanto ción de Occidente, a la que pertenece inevitablemente la idea de «li­
libre posibilidad de tener un m undo, o en cuanto la disponibilidad a un bertad», puesto que ella la funda (o puesto que ella se (in)comprende
mundo (aunque éste no fuese, como ocurre en la filosofía, más que un como su fundamento) es sólo justo en la filosofía (si no en ella como
mundo de representación). La facticidad de la libertad es también el doctrina, cuerpo de pensamiento o construcción de conceptos) por
hecho del pensamiento. Está, pues, igualmente presente en el hecho donde pasa la lógica de la libertad, que no responde a ninguna otra
—que abre la filosofía, y que en consecuencia la precede también— de cosa sino a la apertura existente del pensamiento. El pensamiento y la
76 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D F I L O S O F Í A : L Ó G I C A DE LA L I B E R T A D 77
libertad están correlativamente determinados y destinados en la filo­ gos, sin el cual no tendríamos la idea de la menor «lógica» (discursiva,
sofía. Incluso si tenemos que liberamos de esta determinación, esto no narrativa, matemática, metafísica, etc.). Pero este mantenimiento no
se puede llevar a cabo, por definición, en un simple «afuera» de la fi­ es una operación de fuerza, ni siquiera de conservación: consiste en
losofía. (Lo cual no significa que no haya, «fuera» de la filosofía, ni experimentar en el pensamiento (lo cual significa inscribir en el len­
pensamiento ni libertad: sino que no los hay, ni uno ni otro, en el sen­ guaje) ese pliegue de libertad que articula el pensamiento mismo (lo
tido de su determinación recíproca en el logos.) cual significa: inscribir en el lenguaje la libertad que la articula, y que
No hay, pues, una disciplina pura de los conceptos en el sentido en no se la apropia jamás).
el que habría una disciplina de las ideas inverificables, de las «grandes Cuando se dice, por consiguiente, que la verdadera filosofía está allí
ideas» libremente producidas al margen de las coerciones de la obje­ donde «en el saber está al mismo tiempo captada toda la existencia en
tividad y de la práctica, o de las «visiones del mundo» cuyo libre mer­ su raíz buscada por la filosofía —en la libertad»} o bien incluso que la
cado vendría a ocupar la zona de indigencia de nuestro saber, como de filosofía es «estricto conocimiento conceptual del ser. Pero no lo es
hecho se comprende demasiado a menudo la filosofía y la libertad fi­ cuando ese concebir ( Begreifen) es, en sí, la captación (Ergreifen ) filo­
losófica (siendo la idea misma de «libertad» uno de los primeros pro­ sófica del Dasein en verdad», no se dice que el concepto filosófico
ductos puestos en circulación en ese mercado filosófico). Pero la «ver­ comprendería la existencia en su libertad, sino que se dice que es la li­
dad», la «objetividad», el «saber» en general, en cuanto que están bertad la que capta el concepto mismo en su «concebir». No es una
(in)fundados en el logos, están (in)fundados en la libertad. La filosofía «concepción de la existencia», y todavía menos, si es que eso es posi­
es el pensamiento que reconduce la disciplina de los conceptos a la ex­ ble, una «concepción de la libertad», sino que es la existencia en el
periencia de este fundamento, o bien no es más que el olvido o la obli­ ejercicio de la libertad del concepto, es la existencia en cuanto pensa­
teración de su propia constitución. miento que no es pensamiento de sea lo que sea, a no ser que sea pen­
La filosofía no es en absoluto una disciplina fundadora del todo (de samiento para la libertad del ser-en-el-mundo. Es, en suma, la praxis
éste precisamente no puede haber ninguna), sino que es el «plegado» del logos (o la «razón práctica»), que no es tanto una «práctica teórica»
propio, en el discurso, de la libertad que define el logos en el acceso a como aquello por lo que el logos se ve llevado hasta su límite, hasta el
su propia esencia. Filosofía equivale a que el pensamiento, en su esen­ límite de la existencia misma, la cual «capta» no tanto absorbiéndola
cia, sea liberación de la existencia para un mundo, y a que la libertad o subsumiéndola, sino asumiendo, por el contrario el hecho de que es
de esa liberación no pueda llegar a ser apropiada como un «objeto de la libertad de la existencia lo que le da —y lo que le sustrae— su propia
pensamiento», sino que señala con un pliegue imborrable el ejercicio del pen­ esencia de logos.
samiento. Se trata del pliegue según el cual el pensamiento se toca a sí La filosofía no es la esfera libre del pensamiento en general, no es
mismo, se experimenta a sí mismo o accede a su propia esencia según tampoco el relevo «teórico» de las prácticas morales, políticas o estéti­
la experiencia de la libertad, sin la cual no sería «pensamiento», y to­ cas de la libertad, ni suple mediante la independencia del alma las pri­
davía menos logos en cuanto libre acceso a su propia esencia. vaciones materiales de libertad. Pero en la filosofía, la lógica de la li­
Así, la filosofía no produce ni construye ninguna libertad, ni garan­ bertad se reanuda simplemente sin cesar con el axioma práctico que lo
tiza ninguna, ni sabría, como tal, defender ninguna (sea cual sea el pa­ inaugura: el pensamiento se recibe de la libertad de la existencia.
pel mediato que pueda jugar, como cualquier otra disciplina, en las lu­
chas efectivas). Pero mantiene abierto el acceso a la esencia del logos, a
través de su historia y de todos sus avatares. Es así como tiene que
mantener en adelante este acceso abierto —el de la libertad—, más allá
de la clausura filosófica, o metafísica, de la libertad. La filosofía está,
sin cesar, más allá de ella misma —aquello de lo que tiene en adelante
un saber temático en la interrogación del concepto mismo de «filoso­
fía»—, no porque sería el Fénix de los saberes, sino porque «filosofar» 1. Heidegger, Gesamtausgabe, vol. 26, Francfort del Meno, Klostermann, 1978, pág. 22, después
consiste en mantener abierto el acceso vertiginoso a la esencia del lo- pág. 23 («Metaphysische Anfangsgründe der Logik», curso de 1928).
Capítulo 7

PARTICIÓN DE LA LIBERTAD.
IGUALDAD, FRATERNIDAD, JUSTICIA

A la libertad no se la puede presentar como la autonomía de una


subjetividad dueña de sí misma y de sus decisiones, evolucionando sin
ningún tipo de traba, en una perfecta independencia. ¿Qué otra cosa
podría significar una independencia como ésa sino justamente la im­
posibilidad por principio de entrar en la más mínima relación —y en
consecuencia de ejercer la más mínima libertad? El encadenamiento o
el enlace de las relaciones no precede sin duda a la libertad, sino que
es contemporáneo y coextensivo de ésta, de la misma manera que el
ser-en-común es contemporáneo de la existencia singular , y coexten­
sivo con su propia espacialidad. El ser singular existe en la relación, o
según la relación, y también igualmente en la medida en que su singu­
laridad puede consistir (y de hecho consiste siempre, en cierto sen­
tido) en exceptuarse o sustraerse a toda relación. La singularidad con­
siste en el «una sola vez, ésta», cuya simple enunciación —parecida al
llanto del niño que nace, y en efecto se trata cada vez de un naci­
miento— establece una relación al mismo tiempo que socava infinita­
mente el tiempo y el espacio reputados «comunes» alrededor del
punto de enunciación. En este punto, es cada vez la libertad lo que
nace singularmente. (Y es el nacimiento lo que libera.)
La ontología no tiene más que dos posibilidades formales (pero son
también materiales: se trata siempre de cuerpo...): o bien el Ser es sin­
gular (no hay nada sino él, es único, y reabsorbe en él toda la sustan­
cia común de la onticidad de los entes —pero está claro, entonces, que
no es singular: si no hay más que una vez, no hay jamás «una vez»)— o
bien, no hay ser más que de la singularidad: cada vez esa sola vez, y
nada que sea general o común, sino el «cada vez esa sola vez». Es así
como hay que comprender la Jemeinigkeit de Heidegger, el «cada vez
en cuanto mío» del Dasein, que no define la subjetividad de una pre­
sencia sustancial del yo a sí (y que en consecuencia no es ni siquiera
comparable al acompañar las representaciones la «forma vacía» del
80 L A E X P E R I E N C I A D E LA L I B E R T A D PARTICIÓN D E LA L I B E R T A D 81
«Yo» kantiano), sino que defíne por el contrario la «mieidad» a partir La existencia del existente no tiene lugar más que singularmente,
del «cada vez»\ Cada vez que hay la singularidad de una «vez», en ese en esta partición de la singularidad, y cada vez es la libertad lo que está
! yo alemán al que imita de forma tan extraña el «yo» francés, en cada en juego, porque la libertad misma es el envite del «cada vez». No ha­
' golpe de existencia, en cada salto de libertad o en la libertad, en cada bría «cada vez» si no hubiera cada vez nacimiento, libertad de una
nacimiento-al-mundo, hay «mieidad», lo cual no implica la perma­ existencia. Por una parte, en efecto, la puesta en relación originaria es
nencia, la identidad, ni la autonomía sustancial del «yo» —sino que contemporánea de la libertad y co-extensiva con ella, en el sentido de
implica más bien la retirada de toda sustancia en donde se hunde lo que la libertad constituye el juego discreto del intervalo, ofreciendo en
infinito de la relación según la cual «mieidad» quiere decir idéntica- suma el espacio de juego en el que «cada vez» tiene lugar: la posibili­
! mente la no-identidad de «tueidad» y de «sueidad». El «cada vez» es dad que sobreviene a una irreductible singularidad, que no es libre en
una estructura de intervalo, define un espaciamiento de espacio y de el sentido en el que estaría dotada de un poder de autonomía (y que
tiempo. No hay nada entre cada vez: ahí el ser se retira. El ser, en existe inmediatamente en la heteronomía de la relación —o bien es
efecto, no es un continuum óntico de los entes. Por eso, en verdadero que se pasa hasta más acá de la autonomía y de la heteronomía), pero
rigor, no es, y no tiene ser sino en la discreción de las singularidades. que es en primer lugar libre en el sentido de que sobreviene en el es­
El continuum sería ausencia de relación, o bien sería la relación pacio libre y en el espaciarse libre del tiempo, donde la vez singular es
, fundida en la continuidad de la sustancia. La singularidad, por el con- únicamente posible. Pero por otra parte, y en consecuencia, la libertad
; trario, está inmediatamente en la relación, es decir, en la discreción de precede a la singularidad misma, aunque no la funda y no la contiene
los «cada vez esta sola vez»: cada vez se corta de todo, pero cada vez en tampoco (la singularidad es infundable, insostenible). Es la libertad
tanto que vez (golpe y corte de existencia) se abre como relación con que espacia y que singulariza —o que se singulariza—, puesto que es la
las otras veces, en la medida misma en que les es retirada la relación libertad del ser en su retirada. La libertad «precede», en el sentido de
continua. Así, el Mitsein, el ser con, es rigurosamente contemporáneo que el ser cede ante todo nacimiento a la existencia: se retira. La liber­
del Dasein y está inscrito en él, puesto que la esencia del Dasein es tad es la retirada del ser, pero la retirada del ser constituye la nada de
existir «cada vez esa sola vez» en tanto que «mía». Se podría decir. El ese ser que es el de la libertad. Por eso, la libertad no es, sino que libera
singular de «mío» es por sí mismo un plural. Cada vez es como tal otra al ser y libera del ser, lo cual se puede transcribir también así: la liber­
vez, a la vez otra que las otras ocurrencias de la «mieidad» (lo que hace tad retira el ser, y da la relación.
que la relación sea también relación discreta de «mí» a «mí», en «mi» Esto no quiere decir que mi libertad se mida en relación con otro
tiempo y «mi» espacio), y otra que las ocurrencias de otras «mieida- en el sentido de dos rayos de acción o de legitimidad cuyos círculos se
des» diferentes a las «mías». La singularidad —por esta razón distinta han de mantener tangentes para que no se apoyen el uno sobre el otro
de la individualidad— tiene lugar según esta doble alteridad de la (como hemos dicho, el espaciamiento de las singularidades es infinito,
«vez», que instaura la relación como retirada de la identidad, y la co­ y no puede comportar tangencia, lo cual no le impide ser al mismo
municación como retirada de la comunión. Las singularidades no tie­ tiempo infinitamente íntimo). Pero esto quiere decir que la libertad es
nen ser com ún, pero comparecen cada vez en común ante la retirada de relación, o, al menos, que existe en la relación o como la relación: es, o
su ser común, espaciadas por toda la infinidad de esa retirada —en constituye, el paso singular de mi existencia en el espacio libre de la
este sentido, sin ninguna relación, y por eso mismo arrojadas en la re­ existencia, el paso de mi com-parición que es nuestra comparición. La
lación.1 libertad constituye propiamente el modo de la existencia discreta e in­
sistente de los otros en mi existencia, en cuanto originario para mi
1. H e inten tad o este análisis en La com m unauté désoeuvrée, París, B ourgois, 1986. existencia.2 Pero es también, a la vez, el modo de la existencia otra in­
La ley de la relación de la existencia singular se p o d ría fo rm u lar así con Francis W olff
(que concluye así en térm in o s heideggerianos u n análisis de E picuro y Lucrecio, véase
sistiendo en mi identidad, y constituyéndola (o desconstituyéndola)
n ota 10, pág. 67): «Un ser que no p u d iera relacionarse con n in g ú n o tro n o ex-iste, en como esta identidad: pues la relación es también, se ha dicho ya, rela-
consecuencia, puesto que es la existencia de u n a relación con algún o tro lo que d e te r­
m ina la posibilidad de su ex-istencia» (Logique de l ’élément - Clinamen, París, M inuit, 2. De u n a m anera análoga, M erleau-Ponty intentaba cap tar al otro a p a rtir de la li­
1981, pág. 2 5 6 ). bertad: «El otro no es tan to u n a libertad vista desde fuera cuanto destino y fatalidad, un
82 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D P A R T I C I Ó N DE LA L I B E R T A D 83

ción conmigo, y es en relación con «mí» también como «yo» soy libre, aquello que comparte del ser, y por lo cual existe, no es otra cosa, sin
o como yo «es» libre. Y esto quiere decir de nuevo, simétricamente, ser «una cosa», que ese compartir mismo.
que la relación es libertad: la relación no tiene lugar más que en la re­ Así, participamos en aquello que nos parte: la retirada del ser, que
tirada de aquello que me uniría o me comunicaría necesariamente a es la retirada de la propiedad de sí, y la apertura de la existencia como
los otros y a mí mismo, en la retirada de la continuidad del ser de la existencia. Por eso, si bien es verdad en cierto sentido que la soledad es
existencia, sin la cual no habría singularidad, sino sólo la inmanencia total, como repite toda nuestra tradición, y si es verdad también en
del ser a sí mismo. (Pero entonces ni siquiera se podría decir que cierto sentido que la libertad es la intratable independencia caprichosa
«hay» la inmanencia, y no habría nadie para decir que no se podría de­ de un ser desligado de todo, también es verdad, y de manera irreduc­
cir... El ser sería inmediatamente por sí mismo su pensamiento, su tible, que en la soledad, e incluso en el solipsismo —al menos si se en­
lenguaje y su libertad. Sería por sí mismo su otro, pura esencia, que tiende éste como un sola ipse de la singularidad—, la ipseidad está ella
sería realmente la esencia de la existencia, pero que por esa misma ra­ misma constituida por la partición y como partición. Es decir, que la
zón no existiría de ninguna manera.) la ipseidad de la singularidad tiene por esencia la retirada de la aseidad
El ser-en-común significa esto: que el ser no es nada que tengamos del ser. También, que el ser de Su «sí mismo» es lo que permanece
como una propiedad común, a pesar incluso de que somos, o bien que siendo «sí mismo» cuando nada corresponde a sí mismo.3
el ser sólo nos es común en el modo de ser compartido. No es que se Si la existencia transciende, si es el ser-fuera-de-sí del ser compar­
nos distribuya una sustancia común y general, sino que el ser no es tido, es, en consecuencia, porque es fuera de sí lo que ella es: lo cual
más que compartido entre los existentes y en existentes (o bien entre equivale a decir que tiene realmente su esencia en la existencia que ella
los entes en general y en entes —véase nota 2, págs. 81 y 82—, pero es es, esencialmente in-esencial. Esta estructura fundamental (o esta
siempre según la existencia como tal como el ser se pone en juego apertura a fondo perdido...) no responde a una dialéctica de la media­
como ser). Por consiguiente, por una parte, no hay ser entre los exis­ ción inmediatizante (que recupera la esencia más allá de su negación),
tentes —el espacio de las existencias es su espaciamiento, y no es un ni a un «éx-tasis» que sublima por reapropiación. Fuera de sí, está la
tejido o un soporte propio de todos y de nadie, y que en consecuencia libertad, no la propiedad: ni la de la representación, ni la de la volun­
sería propio de sí mismo—, y por otra parte, el ser de cada existencia, tad, ni la de la cosa poseída. L a libertad en cuanto que «sí» del ser-fuera-
de-sí no se vuelve hacia sí ni se pertenece a sí. De manera general no
puede de ninguna manera formar una propiedad, puesto que es sólo a
sujeto rival de o tro sujeto: pero considerado en el circuito que lo u n e al m undo, com o partir de ella como puede haber apropiación de sea lo que sea —e in­
nosotros m ism os, y p o r ende tam b ién en el circuito que lo u n e a nosotros — Y este cluso de «sí mismo», si es que eso tiene algún sentido.
m undo nos es com ún, es in term u n d o —Y hay u n transitivism o p o r generalidad — E in­ La libertad es aquí precisamente aquello que debe sustituir a toda
cluso la libertad tiene su generalidad, se com prende com o generalidad: actividad ya no dialéctica (y a toda «extática», si se entiende ésta en el sentido que se
es lo contrario de pasividad (...) el o tro es u n relieve com o yo lo soy, no existencia verti­
cal absoluta» {Le visible et Vinvisible, París, G allim ard, 1964, págs. 322-323). Tal vez se­
acaba de sugerir), pues no es el proceso del reconocimiento y del do­
ría necesario tra ta r de c a p ta r n o sólo al otro —el o tro existente—, sino to d o o tro ente minio de sí de una subjetividad. Es, desde el nacimiento y hasta en la
—cosa, bestia o instrum ento— a p a rtir de la libertad. La libertad que hace existir la exis­ muerte —último nacimiento de la singularidad—, lo que lanza al su­
tencia al descubierto hace tam bién, y al m ism o tiem po, la a p ertu ra del m undo y su libre jeto al espacio de la partición del ser. La libertad es la lógica específica
espaciam iento. H abría la libertad del Dasein y la libertad del ente en general, la u n a en del acceso a sí fuera de sí, en un espaciarse cada vez singular del ser.
la o tra y la u n a p o r la otra. Pero siem pre, en últim o térm ino, es la existencia com o ta l la
que pone en juego la libertad, y la a p ertu ra donde el ente se presenta. Con todo, en este
Es el logos de ésta: «razón», «palabra», y «partición». La libertad es el
presentarse, el ente en general existe tam b ién de cierta m anera, y singularm ente. Se p o ­ logos, no alógico, sino abierto en el corazón del logos mismo, del ser
d ría decir: porque la existencia es en el m undo, el m undo, com o tal, tam b ién existe, compartido. La partición ontológica, o la singularidad del ser, abre el
existe en la existencia p ro p ia de la existencia que está fuera de sí: este árbol existe en su espacio que sólo la libertad puede, no ya «llenar», sino propiamente
singularidad, y en el espacio libre donde se desarrolla o se tuerce singularm ente. N o se
tra ta de u n subjetivism o, el árbol n o m e aparece así, se tra ta de la realidad m aterial del
espaciar. «Espaciar el espacio» querría decir: guardarlo en cuanto es-
ser-en-el-m undo del existente finito, cuya finitud com porta la existencia efectiva del
m undo com o singularidad de la existencia en sí. 3. Véase «L’am o u r en éclats», en Aléa, n.7, París, 1985.
84 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D P A R T I C I Ó N DE LA L I B E R T A D 85
pació, y en cuanto partición del ser, a fin de compartir indefinidamente fieren: lo es en el modo de la desmesura de la partición de la existen­
la partición de las singularidades. cia. Es la esencia de la igualdad, y es la esencia de la relación. Es tam­
Es también por eso por lo que la libertad, en cuanto que es ese lo- bién la fraternidad, si hay que decir que la fraternidad, más acá de
gos de la partición, está ligada inmediatamente a la igualdad, o mejor toda connotación sentimental (pero no más acá de las posibilidades de
dicho, es inmediatamente igual a la igualdad. La igualdad no consiste pasión que alberga, del odio a la gloria pasando por el honor, por el
en una conmensurabilidad de los sujetos en relación con alguna uni­ amor, por la competición en excelencia, etc.), no es la relación entre
dad de medida. Es la igualdad de las singularidades en lo inconmen­ aquellos a los que une una misma familia, sino la de aquellos cuyo Pa­
surable de la libertad (lo cual no impide, al contrario, que sea necesa­ dre, o sustancia común, ha desaparecido, entregándolos a su libertad y
rio tener una medida técnica de la igualdad, y por consiguiente a la igualdad de esta libertad. Así son, en Freud, los hijos del Padre in­
también de la justicia, que haga efectivamente posible, en condiciones humano de la horda: se hacen hermanos en la partición de su cuerpo
dadas, el acceso a lo inconmensurable). Esta inconmensurabilidad no desmembrado. La fraternidad es la igualdad en la partición de lo in­
1significa, a su vez, que cada uno posea un derecho ilimitado a ejercer conmensurable.
su voluntad (por lo demás, si «cada uno» designa al individuo, ¿cómo Lo que tenemos de propio, cada uno de «nosotros» (pero no hay
construir un derecho así en relación con las singularidades que divi­ «nosotros» más que singularmente, de nuevo aquí, en el «cada vez una
den al individuo mismo, y según las cuales existe? Nos haría falta pri­ sola vez» de una voz singular, única/múltiple, que puede decir «noso­
mero aprender a pensar «cada uno» a partir de las series o de las redes tros»), es lo que tenemos en común: es la partición del ser. Ésta se da
de «cada vez» singulares). Esta inconmensurabilidad no significa tam­ como tal en esa posibilidad de decir «nosotros», es decir, de enunciar
poco que la libertad sólo se mida con ella misma, como si «ella el plural de la singularidad, y la singularidad de plurales ellos mismos
misma» pudiese proporcionar una medida, un patrón de libertad. Sino múltiples. El «nosotros» es anterior al «yo», no como un primer sujeto,
que significa que la libertad no se mide con nada: se «mide» con el tras­ sino como la partición o la división que permite inscribir «yo». Es por­
cender en nada y «para nada» de la existencia. La libertad: medirse que Descartes puede decir que nosotros, todos y cada uno, sabemos
con la nada. que existimos, en cuanto que cada uno, por lo que puede enunciar ego
Medirse con la nada no quiere decir afrontar heroicamente o con­ sum. (Esto no implica, sin embargo, que «nosotros», en este nivel, fun­
frontar extáticamente un abismo concebido como plenitud de nada, y cione simplemente como «embrague» de lo enunciado en su sujeto
que se volvería a cerrar sobre el hundimiento del sujeto del heroísmo enunciador. «Nosotros» hace funcionar un embrague agarrotado, se­
o del éxtasis. Medirse con la nada es medirse, absolutamente, o me­ parado de él mismo. No se puede decir quién enuncia «nosotros». Ha­
dirse con la «medida» misma del «medirse»: colocar el «sí mismo» a la bría que decir: «se» sabe por evidencia que se existe,4 y es así como
medida de ser capaz de tomar la medida de su existencia. Es, quizás, y nosotros existimos, compartiendo la posibilidad de que yo lo diga cada
es incluso seguramente, una desmesura. De ninguna manera, y en nin­ vez.)
gún registro del análisis, se evitará la desmesura de la libertad —de la Si el ser es la partición, nuestra partición, «ser» (existir), es com­
que el heroísmo y el éxtasis son de hecho también figuras y nombres, partir. Esto es la relación: ésta no es un relacionarse tendencial, no es
pero que no deben confiscar otras, como la serenidad, la gracia, el per­ una necesidad o una pulsión de pedazos de ser orientados hacia su re­
dón, o las sorpresas de la lengua, y otras más. unión (eso no sería relación, sería una presencia-a-sí mediatizada por
Pero esencialmente, esta desmesura de la libertad, en cuanto la me­ el deseo o por la voluntad), sino que es la existencia entregada a la in-
dida misma de la existencia, es común. Pues forma parte de la esencia
de una medida —y en consecuencia de una desmesura— el ser común. 4. Ese se rem itiría así al de Blanchot, o al ellos, que es paralelo de éste, y que no de­
La comunidad divide la desmesura de la libertad. Y puesto que esta signa el anonim ato de u n a banalidad, sino que corresponde id acontecim iento de lo que
n o se puede «volver a c ap ta r m ás que despojándose (d el) poder de decir yo» (L’entretien
;desmesura no consiste en ninguna otra cosa sino en el hecho o en el infini, París, G allim ard, 1969, pág. 5 57). Véase la recuperación de este motivo y u n con­
gesto de medirse con nada, con la nada, la partición de la comunidad ju n to de referencias a B lanchot en este punto en D eleuze-G uattari, Mille plateaux, París,
es ella misma la común (des)mesura de la libertad. Así, su medida es M inuit, 1980, pág. 3 24 (trad . cast. de José Vázquez Pérez: Mil mesetas, Valencia, Pre-tex-
común, pero no en el modo de una medida dada a la que todos se re­ tos, 2a ed., 1994).
86 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D P A R T I C I Ó N DE LA L I B E R T A D 87
conmensurabilidad del ser-en-común. Lo que se mide con lo incon­ bertad privada o interior, anterioridad que permitía pensar, según ella,
mensurable, eso es la libertad. O también: ser en la relación es medirse el verdadero origen y naturaleza de la idea misma de la libertad.5
con el ser como partición, es decir, con el nacimiento o con el alum­
bramiento de la existencia como tal (como aquello que por esencia se Antes de convertirse en un atributo del pensamiento o en una cuali­
alumbra), y es en eso en lo que hemos reconocido ya la libertad. dad de la voluntad, la libertad ha sido comprendida como el estatuto del
Si es ciertamente verdad que la libertad pertenece de esta manera a hombre libre, que le permitía desplazarse (...) y encontrar a otras gentes
la «esencia» del hombre, es en la medida en que esta esencia del hom­ en actos y en palabras.
bre pertenece a su vez al ser-en-común. Ahora bien, el ser-en-común
depende de la partición, que es la partición del ser. En el registro ar- Poco nos importa aquí la validez histórica de la representación de
chioriginario de la partición, que es también el del «cada vez» de la una ciudad, cuyo sentido espontáneo del libre espacio público se ha- „
singularidad, no hay «el hombre»: es decir, que la relación no es un re­ bría degradado o perdido en la historia ulterior. ¡Retenemos sólo que j
lacionarse el hombre con el hombre, como si se pudiese hablar de un es posible, y quizás necesario, desde el interior de nuestra tradición, •
relacionarse establecido entre dos sujetos constituidos como sujetos y representar la forma originaria de la libertad como la de un libre es­
que «anudarían», secundariamente, esa relación. En la relación, el pacio de desplazamientos y de encuentros: la libertad como composi­
«Hombre» no está dado, sino que es la relación lo único que puede ción exterior de trayectorias y pasos, antes de ser una disposición in­
darle a éste su «humanidad». Pero es la libertad lo que da la relación, terior. Sin duda algo así como una autonomía individual parece
retirando el ser. Es, pues, la libertad, lo que da la humanidad, y no a la implicada de manera idéntica en los dos casos. Sin embargo, la «auto-
inversa. Pero el don que da la libertad no es quizás jamás, en cuanto movilidad» del primer caso no designa precisamente la autolegislación
don de la libertad, una cualidad, propiedad o esencia del género de una del segundo. La primera «autonomía» consiste en la abertura de un es­
«humanitas». Aun cuando la libertad dé su don en la forma de una «hu- pacio, únicamente dentro del cual puede tener lugar, o no, el cierre de
manitas», como lo ha hecho en los tiempos modernos, de hecho es la segunda. Pero el espacio libre, por definición, no puede ser abierto
una trascendencia lo que da: un don que trasciende, en cuanto don, la por ninguna libertad subjetiva. El espacio libre es abierto, está libe­
donación, que no se establece como donación, sino que ante todo se da rado, por el hecho mismo de que está constituido o instituido en
en cuanto don, y en cuanto don de la libertad que esencialmente da y cuanto espacio por medio de las trayectorias y los pasos de las singula­
se da, en la retirada del ser. Es realmente por eso por lo que el «hom­ ridades lanzadas a la existencia. No hay un espacio previamente pro­
bre» es también, como sabemos, esa figura susceptible de borrarse. L a porcionado para el desplazamiento (y es en esto en lo que la imagen
libertad da — la libertad. Ésta no pertenece a la «esencia del hombre» del agora o la del forum pueden resultar engañosas), pero hay la parti­
más que retirando esta esencia a ella misma: en la existencia. Y en la ción, la división original cuyas singularidades se espacian y espacian
existencia, la libertad se da también como la posibilidad para el exis­ su ser-en-común (puntos y vectores de los «cada vez», choques y en­
tente de una «deitas», o de una «animalitas», al igual que como la po­ cuentros, todo un lazo sin lazo, todo un lazo del des-enlace, un tejido
sibilidad de una «humanitas», o incluso de una «reitas». Pero ante sin tejer y sin tejedor, al revés de la concepción de Platón). La libertad
todo, antes de toda determinación de esencia (que no pertenece menos no aparece aquí como una regla interna de la comunidad, ni como una
a la decisión en la que se juega la libertad, y de la que hablaremos), la condición externa que le sería impuesta, sino que aparece precisa­
libertad divide la existencia según la relación, y en ésta se divide: aqué­ mente como la exterioridad interna de la comunidad: la existencia
lla no es la libertad (y en consecuencia, en este sentido, otra cosa que como partición del ser.
una «libertas») más que en el sobrevenir singular/común de las singu­ A beneficio de inventario o de rearticulación de estas nociones, lla­
laridades. maremos a este espacio el espacio público o político, como hace
La libertad es, pues, singular/común antes de ser, de la manera que Hannah Arendt, y aunque no sea exactamente desde su perspectiva.
sea, individual o colectiva. La existencia según la relación sería así la
determinación ontológica de aquello que Hannah Arendt ha creído po­
der representar como la anterioridad de la libertad pública sobre la li­ 5. Véase «¿Qué es la libertad?», en La crise de la culture, trad. franc., París, Galli-
m ard, 1972, pág. 192.
88 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D P A R T I C I Ó N DE LA L I B E R T A D 89

Que el espacio político sea el espacio originario de la libertad no sig­ O como la de Badiou:
nifica, en consecuencia, que lo político esté destinado en primer lugar
a garantizar «la libertad» o «las libertades» (a este respecto, no es de El acontecimiento (...), a través de su potencia de interrupción, equi­
espacio de lo que habría que hablar, sino sólo de aparato), sino que lo vale a suponer que aquello que es admisible ha dejado de valer. Lo inad­
político es la «espaciosidad» (a su vez espacio-temporal) de la libertad. misible es el referente mayor de una política digna de ese nombre.8
Da lugar y tiempo a aquello que se ha llamado «medirse con la parti­
ción». Da lugar y tiempo a la toma de medida de ese «medirse» en to­ Sin embargo, mientras que estas proposiciones —como la fórmula
das sus formas, un archi-político a partir del cual es posible pensar en de una «justa medida de lo inconmensurable», con la que me tomo li­
los políticos, así como distinguir un orden político de otros órdenes de bremente el derecho de afectar con ella dichas proposiciones como
existencia. una especie de factor común— llevan, de pleno derecho, a otra propo­
La justicia, que es aquí necesariamente un problema, puesto que se sición que representaría, por el momento al menos, ésta, de Badiou:
trata de partición y medida, no consiste en un justo medio, que presu­ La política revolucionaria, si se quiere conservar este adjetivo, es
pone la medida dada, sino que es la preocupación de una justa medida esencialmente interminable.
de lo inconmensurable. Por eso, sean cuales sean las negociaciones
que haya que llevar a cabo con los considerandos y con las previsiones En cambio no indican, o no de forma suficientemente explícita,
razonables de un justo medio, la justicia no puede estar más que en la aquello que es propiamente «interminable» en una «política revolucio­
decisión renovada de recusar la validez de la «justa medida» adquirida naria» (cuya apelación remitiría así a la relación de lo político con su
o reinante, en nombre de lo inconmensurable. El espacio público o el propio espaciamiento, la apertura y la reapertura de su espacio como
político como espaciamiento se da desde el principio en la forma tal). Ahora bien, no es el reajuste infinito del enfoque de una justeza y
—siempre paradójica y crucial para aquello que no es lo político, ni la de una justicia planteadas como Ideas reguladoras lo que es intermina­
comunidad, sino la gestión de la sociedad— de la común (ausencia de) ble. Esta visión sería la del «mal infinito» en el sentido de Hegel (y sean
medida de un inconmensurable. Tal es, cabría decir, vástago de la li­ cuales sean los servicios efectivos que haya podido dar desde su origen
bertad. kantiano, dicha visión puede también hoy acompañar las conocidas re­
Es en este sentido en el que se pueden adoptar sin duda, conser­ signaciones del pensamiento de izquierda, y hasta la resignación que no
vando todas las diferencias y todas las discrepancias, frases como las sabe ya lo que quieren decir «izquierda» y «derecha»). Lo malo de ese
de Lacoue-Labarthe: infinito regulador es que la libertad como hecho —que es la realidad
con la que se constituye el espacio de la partición que asignamos aquí
Los contornos de lo político no se trazan o no se retrazan sino a la como político—, y con ella, por consiguiente, la igualdad, por no decir
medida de la retirada, en lo político y de lo político, de su esencia.6
nada de la fraternidad, vienen a estar asegurados por anticipado en la
Idea, y , por eso mismo, quedan entregados a la distancia infinita de una
O como la de Lyotard: representación (o de la representación de una imposibilidad de repre­
sentación) en el elemento de la cual se sostiene, por definición, el dere­
La política (...) atestigua la nada que se abre en cada frase que tiene
lugar, y con ocasión de la cual nace la discrepancia entre los géneros de cho de estas Ideas. En la medida en que se invalidan interminablemente
discurso.7 los logros de la historia en nombre de ese derecho, se mezclan por par­
tes iguales la voluntad y la desesperanza de la voluntad — lo cual hace
correr el riesgo de que se defina la voluntad de la subjetividad, y la li­
6. Philippe L acoue-Labarthe, L ’im itation des m odem es, op. cit., pág. 188 (h ay que
bertad como «autoilusión», con un inevitable reverso de desilusión...
entender esta frase en relación con esta otra: «¿Por qué, después de todo, el problem a de Pero si la libertad pertenece al orden del hecho, no del derecho, o si
la identificación no serla en general el problem a m ism o de lo político?» (ibíd., pág. 173). pertenece a un orden en el que el hecho y el derecho se confunden, o
7. Jean-Frangois Lyotard, Le différend, P arís, M inuit, 1983, pág. 2 0 4 (trad . cast. de
Alberto Bixio: La diferencia, B arcelona, Gedisa, 1988). 8. Peut-on penser la politique?, París, Le Seuil, 1984, pág. 113.
90 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D P A R T I C I Ó N DE LA L I B E R T A D 91
incluso, si la libertad es la existencia en cuanto su propia esencia, en­ Si no es posible, aquí, pretender ir más lejos en esta determinación
tonces hay que comprender de otra forma. Hay que comprender que de lo político, habrá que plantear al menos que lo político no consiste
lo que es interminable no es el fin, sino el comienzo. Dicho de otra primeramente en la composición y en la dinámica de los poderes (que
forma: el acto político de la libertad es la libertad (iguáldad, fraterni­ es con lo que se lo ha identificado en la edad moderna, hasta el punto
dad, justicia) en acto, y no el enfoque de un ideal regulador de liber­ de deslizarse hacia una pura mecánica de fuerzas, extraña incluso al
tad. Que un enfoque así pueda o deba formar parte de tal o cual prag­
poder como tal, o hacia una «tecnología política», según una expresión
mática del discurso político (pero cada vez es menos seguro que eso de Foucault),11 sino que consiste en la apertura de un espacio. Ese es­
sea una mediación o una negociación prácticamente deseable, y efi­ pacio, es la libertad la que lo abre —inicial, inaugural, emergente—, y
caz, con los discursos de las Ideas), eso no quita que el acto político
es la libertad lo que se presenta en acto en él. No viene a producir nada
—y también el acto que decidiría deber tener un discurso de este gé­ ahí, no viene más que a producirse ahí (no es poiesis, sino praxis), en
nero— sea él mismo en primer lugar el surgimiento y el resurgimiento el sentido en que un actor, para ser el actor que es, se produce en una
de la libertad —o su desencadenamiento.
escena.12 La libertad (igualdad, fraternidad, justicia) se produce, así,
Quizás habría que medir lo político con esto de que la libertad no como la existencia de acuerdo con la relación. La apertura de esta es­
espera ahí (si es que alguna vez espera en alguna parte). La libertad es cena (y la dis-tensión de esta relación) supone fractura, supone un
inicial, y hace falta que sea inicial para ser libertad. Kant escribía: golpe, una decisión: es también como política como la libertad es el
salto. Supone el golpe, el corte, la decisión y el salto a la escena (pero
Reconozco que no me gusta la expresión que utilizan gentes sin em­
bargo sensatas: tal pueblo (y que se lo conciba en trance de elaborar su es el salto mismo lo que abre la escena) de aquello que, por otra parte,
libertad legal) no está maduro para la libertad, los siervos de un propie­ no puede ser recibido, ni reproducido a partir de ningún modelo,
tario de tierras no están maduros para la libertad; y así, igualmente: los puesto que justamente eso comienza siempre, «cada vez».
hombres en general no están todavía maduros para la libertad de creer. O más exactamente, si eso reproduce un modelo —que no es, de to­
Pero de acuerdo con esa hipótesis la libertad no surgirá jamás. Pues no das formas un modelo de producción—, en todo caso es el único mo­
se puede madurar para la libertad si no ha sido uno puesto previamente delo del comienzo o de la inicialidad. El comienzo no es el origen. Co-
en libertad (tiene uno que ser libre para servirse con utilidad de sus fuer­
zas en libertad).9 11. «Omnes et singulatim », en Le débat, n. 41, París, 1986, pág. 7 (trad. cast. de Mi­
guel Morey: M. Foucault, Tecnologías del yo, Paidós, B arcelona, 2a ed., 1991). E n reali­
dad, p a ra definir lo político, la elección entre dos polos: la definición aristotélica del
La libertad no puede ser concedida, otorgada o extendida en fun­ «anim al político» m ediante la disposición del logos en cuan to que éste pone en juego
ción de un grado de madurez o de cualquier habilitación previa para justicia, bien y m al, etc., y m ediante la finalidad no útil del «vivir bien» (eu zein); o bien,
recibirla. Con la libertad no cabe sino tomarla', es eso lo que representa en el o tro polo, la tecnología del poder. Quizás habría que reservar el nom bre de «polí­
la tradición revolucionaria. Pero tomar la libertad significa que la li­ tica» a u n o de los dos, quizás h ab ría que pensarlos conjuntam ente. E n uno u otro caso,
lo notable es que la libertad es esencial a cada polo (y es eso lo que requeriría el que se
bertad se toma a sí misma, que se ha recibido ya a sí misma y de sí los p en sara conjuntam ente). E n efecto, F oucault podía escribir en el m ism o texto: «El
misma. Nadie comienza a ser libre, es la libertad la que es el comienzo, rasgo distintivo del poder consiste en que algunos hom bres pueden m ás o m enos ente­
y ella es sin fin el comienzo. ram en te d eterm inar la conducta de otros hom bres —pero nun ca de u n a m an era ex­
haustiva o coercitiva. Un hom bre encadenado y batido queda som etido a la fuerza que
(El comienzo en cuanto comienzo de la historia no se encuentra más se ejerce sobre él. Pero no al poder. Pero si se le puede hacer hablar, cuando su últim o
que allí donde hay libertad, es decir, allí donde un grupo humano se recurso h abría podido ser m antenerse callado, prefiriendo la m uerte, entonces es que se
le h a im pulsado a com portarse de cierta m anera. Su libertad h a quedado som etida al
comporta de forma decidida frente a lo que existe y su verdad.)10
poder. Y él h a quedado som etido al gobierno. Si u n individuo puede m antenerse libre,
p o r lim itada que pueda ser su libertad, el poder puede som eterlo al gobierno. N o hay po­
9. La religión dans les limites de la simple raison, trad . franc. en Oeuvres philosophi- d e r sin rechazo o revuelta en potencia» (ibíd., pág. 34).
ques, vol. III, París, G allim ard, 1986, pág. 22 6 (tra d cast. de Felipe M artínez Marzoa: La 12. Véase H. Arendt, op. cit. ¿Hay, entonces, u n a mimesis de la libertad, o b ien re­
religión dentro de los límites de la mera razón, M adrid, Alianza, 4 a ed., 1991). p u d ia ésta, p o r el contrario, toda m im esis? E sta pregunta, que aflora de nuevo u n as lí­
10. H eidegger, Gesamtausgabe, Bd. 51, Frankfort del M eno, K losterm ann, 1981, neas m ás abajo, no la podrem os tra ta r aquí. Nos lim itarem os a indicar sim plem ente el
pág. 16 («Grundbegriffe», curso de 1941).
principio: véase n ota 9. pág. 164-165.
92 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D P A R T I C I Ó N DE LA L I B E R T A D 93

Erigiendo el empleo en sentido .amplio que hemos podido hacer hasta trata de permitir la reapertura del marco, y la liberación de todo lo ad­
aquí de este término, diremos:'(el origen es origen de una producción, quirido, o su desbordamiento, por medio de la libertad en su (re)co-
o, en todo caso, en el sentido platónico de la poiesis, es principio de mienzo cada vez irreductible, y de que esto sea la tarea de la política en
una venida al ser. El poder tiene un origen, la libertad es un comienzo. cuanto liberación de la libertad: en cuanto (re)-apertura del espacio de
El comienzo no hace venir al ser, es una inicialidad de ser. La libertad su partición inaugural.
es lo que es inicialmente, o es el ser iniciándose (singularmente). La li­ Por remontamos hacia más arriba en la tradición revolucionaria,
bertad es la existencia del existente en cuanto tal, es decir, que es la hacia un comienzo cuya ingenuidad conocemos, y del que sin em­
inicialidad de su «puesta en posición»:13 «apuesta» (pone en postura) bargo algo queda todavía sin duda por pensar, si es que lo político
la existencia, según la partición, en el espacio de la relación. Libertad: mismo queda por pensar, citemos a Saint Just: «Aunque Francia haya
acontecimiento y advenimiento de la existencia como ser-en-común de establecido jueces y ejércitos, debe actuar de manera que el pueblo sea
la singularidad. Es la fractura, simultánea en el interior del individuo justo y valiente».14 Lo cual quería decir que Francia debía liberarse
y de la comunidad, lo que abre el espacio-tiempo específico de la ini­ para su propio ser-libre, y no sólo conservar sus libertades instituidas.
cialidad. Lo que falta hoy, y lo que hasta ahora ha faltado siempre a la Pero «actuar de manera que» no debería ser una operación, ni el
filosofía de la democracia, es el pensamiento de esta inicialidad, más «pueblo» una obra, ni su «justicia» y su «valor» una producción. Una
acá o más allá de la guardia de las libertades dadas por adquiridas (por política —si es que siguiera siendo una política de la libertad inicial
naturaleza o por derecho). Es posible, por esta razón, que no sea ya sería una política que pone la libertad en condiciones de comenzar, de
posible, en el porvenir, pensar en términos de «democracia», y es po­ dejarse levantar, y en este sentido de dejarse llevar a cabo puesto que
sible que eso signifique incluso un desplazamiento general de lo «polí­ esto se lleva a cabo en la emergencia y en su fractura— lo que no se
tico», cuyo nombre hemos movilizado provisionalmente aquí: quizás puede acabar. Al igual que la partición, la libertad no se puede acabar.
una liberación de lo político mismo. En cualquier caso, lo que falta es
un pensamiento de la libertad, que no es adquirida, sino que se toma
ella misma en el acto de su comienzo y de su recomienzo. Es esto lo
que nos queda por pensar, y quizás más allá de toda nuestra tradición
política, pero es sin embargo ya de alguna manera en la dirección lo
que una parte al menos de la tradición revolucionaria ha pensado. Me­
diante un aspecto al menos, el pensamiento de la revolución ha hecho
justicia siempre —y no sin riesgos que no hay por qué despreciar— no
tanto al retomo de las relaciones de poder como al surgimiento de una
libertad no encentada por ningún poder, aunque todos ellos la recu­
bren. Es en esta dirección también como hay que comprender la exi­
gencia radical en Marx de una libertad que no sea garantía de las li­
bertades políticas, religiosas, etc., sino liberación inaugural en relación
con estas libertades, en cuanto que éstas no serían otra cosa sino li­
bertades de elección en el marco de un espacio cerrado y precondicio­
nado.
No se trata de sustituir el marco de los derechos adquiridos por la
coérción de una «liberación» cuyo principio y fin serían ellos mismos
adquiridos (lo cual no es seguro que sea el caso en Marx). Sabemos lo
que significa eso: el aplastamiento material de toda libertad. Pero se

13. Véase capítulo 2. 14. L ’esprit de la révolution, París, 10/18, 1969, pág. 79.
C a p ít u l o 8

EXPERIENCIA DE LA LIBERTAD.
Y DE NUEVO DE LA COMUNIDAD, QUE RESISTE

La forma más alta de la nada tomada ésta por sí misma sería la li­
bertad, pero ésta es la negatividad en cuanto que profundiza en ella
misma, hasta la más alta intensidad, y en cuanto que es ella misma afir­
mación y, en verdad, afirmación absoluta.1

Así, en Hegel mismo, y al menos en la letra de este texto, la libertad


no es primitivamente el retomo dialéctico de la negatividad y su relevo
en la positividad de un ser. Pero es, en una especie de estallido pre-dia-
léctico, la prpfundización y la intensificación de la negatividad hasta la
afirmación. Libertad es igual a la nada profundizando en sí misma.
Es así como puede haber comienzo, surgimiento, apertura violenta.
No sólo no hay nada antes del examen, sino que no hay nada en el mo­
mento de la libertad. No hay nada de la que dependa, que la condi­
cione o que la haga posible, o necesaria. Pero tampoco hay «la libertad
misma». La libertad es libre incluso de la libertad: es libre, así, para la
libertad (mediante el condicional —véase nota 1— el texto de Hegel
presenta de alguna manera la libertad de antes de la libertad, o el na­
cimiento mismo de la libertad). Con la libertad, los encadenamientos
dialécticos quedan interrumpidos, o no han tenido todavía lugar —in­
cluso si su posibilidad se ofrece ya en su total integridad. No hay iden­
tidad alguna que se conserve en la negación para volver a salir de ésta
afirmada (y con motivo, puesto que la nada no es ninguna otra cosa
sino la nada del ser como tal en su abstracción inicial). Y esto, puesto
que la libertad no es negada a su vez en el curso de su propio proceso

1. Hegel, Enciclopedia, par. 87. El condicional sería, que reem plaza el indicativo es
de la p rim era edición, indica, es cierto, u n ligero retroceso en esta determ inación de la
libertad. E s com o si Hegel dijese: «la libertad sería esta form a suprem a de la nada, si la
n ad a n o estuviese ella m ism a aniquilada». Sigue quedando que la conversión dialéctica
no es form alm ente identificada com o tal, y que está m ás bien reabsorbida en la «inten­
sificación».
96 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D 97

(como sería el caso en el registro ulterior de una dialéctica de la escla­ La trascendencia que realiza la libertad es la trascendencia de la fi-
vitud): sino que es ella misma nada, que no se niega propiamente ha­ nitud, en cuanto que la esencia de la finitud es no contener en sí su
blando, sino que, en una figura pre-dialéctica o paradialéctica de la ne­ propia esencia, y ser, por consiguiente, «en su esencia» o en su in-esen-
gación de la negación, se afirma haciéndose intensa. cia, el existir de la esencia. Es una libertad finita que es «el fundamento
La intensificación de la nada no niega su nihilidad: la concentra, del fundamento». Esto no quiere decir que esta libertad sería una li­
acumula la tensión de nada en cuanto nada (ahonda el abismo, diría­ bertad limitada, sin espacio de juego a no ser entre ciertos límites o
mos, en la medida en que guardásemos la imagen del abismo), y la fronteras (como poco más o menos se la comprende siempre en todas
lleva hasta la incandescencia en la que adopta el resplandor de una las concepciones éticas, políticas, incluso estéticas de la libertad). La li­
afirmación. Con el resplandor —relámpago y estallido, estallido de un bertad finita designa, por el contrario, la libertad misma, o la libertad
resplandor— se da el golpe de una vez, la irrupción existente de la exis­ absoluta del ser cuya esencia se retira esencialmente: de la existencia.
tencia. En esta negra fulguración, la libertad no es, ni se sabe libre de De esta manera, la libertad viene aquí a caracterizar el fundamento que
sea lo que sea. Ni es tampoco ni se sabe libre para sea lo que sea de­ por si mismo no se asegura como fundamento (causa, razón, principio,
terminado. Es tan sólo libre de toda libertad (determinada en tal o origen o autoridad), pero que remite por esencia (o por retirada de
cual relación, por ejemplo con una necesidad), y es tan sólo libre para esencia) a un fundamento de él mismo. Este último fundamento sería
toda libertad. De esta manera, no se da ni en la independencia ni en la el seguro de todo fundamento —pero no puede, precisamente, serlo al
necesidad, no es ni espontánea, ni dominada. No se la aprende, se la modo de ningún otro fundamento, puesto que ningún otro funda­
«prende» o se la toma, y esto significa que se sorprende siempre a sí mento se asegura fundamentalmente como tal. El fundamento del fun­
misma. Libertad = la nada sorprendida por su fulguración. Incluso damento funda, por consiguiente, de un modo que es también el de
cuando ha sido previsto, el acto libre se sorprende a sí mismo más allá una falta-de-seguro, pero que remite esta vez claramente a la retirada
de la previsión. Pues ésta no podía concernir más que a su contenido, de su propia esencia, y a lo que se podría llamar la in-dependencia de­
no a su modalidad. Es también por eso por lo que la voluntad prevé finitiva de su propia independencia. El fundamento del fundamento
—incluso no hace otra cosa sino eso—, pero no se prevé (es al confun­ funda, pues, en términos heideggerianos, al modo del «abismo»: Ab-
dir las dos cosas como se hace de la voluntad su propio sujeto). La li­ grund, que es el G rund de cualquier otro Grun d, y que es, desde luego,
bertad desafía la intención, como la representación. No responde a en primer lugar, su propia Gründlichkeit como Abgründlichkeit.
ningún concepto de ella misma, como tampoco se presenta a ninguna in­ El abismo es nada, «no-ente» ( Un-wesen ), que no es quizás ilegítimo
tuición (sin duda no está, pues, bajo la «libertad», ni en ninguna (pero ¿hasta dónde y en qué sentido hay aquí que legitimar?, ¿hasta
imagen o sentimiento que se pueda asociar a ésta), puesto que es el co­ dónde, sin insolencia ni arrogancia, no se está entregado a la libertad
mienzo de ella misma al mismo tiempo que es ella misma el comienzo. de re-comenzar el pensamiento de la libertad, de repetir, lo cual quiere
Es decir, la intensidad máxima de la nada, no origen alguno. «Ninguna decir volver a pedir, una cierta i-legitimidad fundamental, que es justa­
noción de los comienzos», escribe un poeta.2 mente el objeto de estas páginas?) comprenderlo a su vez como la «in­
Heidegger ha interpretado así (incluso aunque no fuese como in­ tensificación» hegeliana de la nada. El nombre de abismo dice dema­
terpretación formal del texto mencionado de Hegel), la nada de la li­ siado o demasiado poco para esta intensificación: demasiado figura, a
bertad: pesar de todo, (los contornos del abismo), y demasiado poca intensidad.
Pero la verdad del abismo y de la intensificación, en cuanto verdad de
La libertad es el fundamento del fundamento (...) La eclosión del la nada (no-ente), se puede decir como experiencia. (Eso no quiere de­
abismo en la trascendencia fundativa, es el movimiento originario que, cir que así se la dirá propiamente. Habrá que jugar con la impropiedad
con nosotros mismos, realiza la libertad.3 de todos los demás términos. Pero se intentará hacer ahí la experiencia,
precisamente, de esta impropiedad como fundamento propio de la li­
2. K eith W aldrop, en 21 + 1 poetes am éricains d ’a u jo u rd ’h u i, M ontpellier, Delta, bertad, y de aquello que hace experimentar al pensamiento y al len­
1986, pág. 253.
3. «L etre-essentiel d ’u n fondem ent ou raison», en Q uestions I, op. cit., págs. 156-
guaje: la finitud de su infinita libertad, la infinitud de su libertad finita.)
157 (trad. cast. en Ser, verdad y fundam ento, Caracas, M onte Ávila, 1968). El fundamento del fundamento que es la libertad es la experiencia
98 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D 99
misma de fundar: y la experiencia de fundar no es otra cosa sino la (Pusimos en relación, mediante el concepto y mediante las lenguas,
esencia de la experiencia en general. El acto de fundar, en efecto, es la «experiencia» con la «piratería»: pero la fundación tiene siempre
por excelencia el acto de experiri, de la tentativa que va hasta el límite, algo de piratería, piratea al menos la im-propiedad y la informidad de
que se mantiene en el límite. ¿No es la fundación antigua de la ciudad una chora —y la piratería tiene siempre algo de la fundación, dispo­
el modelo de la fundación política mediante el trazado de su límite? (Y niendo sin derecho de los derechos, y trazando irreparables límites so­
a partir de este hecho, es también el modelo de la fundación política, bre la chorá del m ar—. Para pensar la experiencia de la libertad, ha­
incluso si, como se ha visto, su trazado se debería comprender como bría que poder contaminar sin descanso las dos nociones, la una con
red de trayectos y de andanzas más que como recinto previo.) No es la la otra, y liberarlas la una mediante la otra, piratear la fundación y
fundación en el sentido arquitectónico de la excavación y del estable­ fundar la piratería: este juego no tendría nada de simple entreteni­
cimiento de unos cimientos sobre los que podrá sostenerse un edificio. miento, su posibilidad, o su necesidad, están dados con el pensa­
Para poder llevar a cabo una fundación arquitectónica, hay que haber miento mismo, y mediante su libertad.)
fundado primeramente en el sentido topográfico y catastral (o funda­ La experiencia de fundar está en el límite. Lo que está fundado
dor del catastro mismo...), que es el de delimitar el espacio de la fun­ existe (no está sólo proyectado, está arrojado de golpe, en cuanto fun­
dación. Esta delimitación, por sí misma, no es nada, es nada en cuanto dado, en la existencia), y existe según el modo de existencia del límite,
operación productiva. No hace nada, en este sentido (y no es poiesis), es decir, según el modo de esta exención de sí (exención y manumisión,
y no hay nada, nada dado ni preestablecido (tampoco la idea de un gestos de liberación) que constituye la estructura propia del límite. La
plano de la ciudad o del edificio), no hay ninguna otra cosa sino una fundación es la experiencia de la transcendencia finita: la finitud,
indeterminable chora {no lugar indeterminado, sino posibilidad de lu­ como tal, y sin salir de su no-esencia, decide o se decide por la exis­
gares, o más bien materia-de-lugares), allí donde la fundación tiene lu­ tencia —y esta decisión es ya su existencia, al mismo tiempo que es su
gar. Ésta es más bien esa nada misma, esta inaprehensible chora, lle­ fundamento. Lo que constituye experiencia aquí es el ser llevado a la
vadas a la incandescente intensidad de una decisión. Aquí, ahora, extremidad donde no hay nada si no es mediante la decisión de fun­
donde no hay nada, aquí y ahora que es no importa dónde y no im­ dación, y como esa decisión. Es la decisión la que produce, si se
porta cuándo, se decide la existencia, por ejemplo, de una ciudad. No quiere, al fundador (la libertad) al igual que la cosa fundada (la exis­
es producir esa ciudad, sino aquello sin lo que no habría ni plan ni tencia). Pero el gesto de fundar, la experiencia del límite, no pertenece
operación para producirla. Eso traza un límite al trasladarse a ese lí­ a un sujeto fundador, ni soporta un objeto fundado. Y el gesto de fun­
mite, el cual tan sólo debe su existencia a este gesto fundador. dar prevalece sobre sí mismo, a la vez anterior y posterior al trazado
Si es, a pesar de todo, una poiesis, en el sentido, esta vez, de aquello del límite que traza, al contorno, al trayecto y a la andanza de una sin­
que «hace venir al ser», es una poiesis que no hace venir ni al ser de la gularidad de la que hace surgir simultáneamente la libertad y la exis­
esencia (el plano, si se quiere), ni al ser de la sustancia (la piedra, el tencia, la libertad de la existencia y la existencia de la libertad: expe­
mortero), sino sólo al ser de la existencia. Hay que pensar aquí una riencia de no tener nada por dado, nada por fundado, experiencia de
poiesis que sea, en sí misma, una praxis. Lo que está fundado existe en no detentar ningún capital de experiencia, experiencia inaugural de la
cuanto que es, por libre decisión, salido de lo en-sí, de la noche de la experiencia misma.
abstracción y del espesor de la inmanencia, pero salido de éstas no en El «fundamento del fundamento» se soporta él solo, al no tener
el sentido de algo que habría sido extraído: sino salido de ellas en el nada en que soportarse, ni siquiera en «sí mismo», puesto que «sí
sentido de la libre decisión, que hace al mismo tiempo la incisión mismo» se revela o viene al mundo en el gesto fundador, el cual se sos­
inaugural en la superficie de lo en-sí —y éste se retira. Es la experien­ tiene en su mera existencia, la cual se sostiene en su mera libertad: y
cia misma, puesto que todo esto ni recoge ni produce nada: todo esto ésta no se sostiene más que en su libre decisión de ser-libre, la cual no
decide acerca de un límite, y, en consecuencia, a la vez, de una vez, se sostiene más que en una infinita retirada de ser, y en una intensifi­
acerca de su ley y de su transgresión, habiendo en suma transgredido cación nihilizante de la nada impulsada hasta la afirmación de la exis­
aquélla antes de haberla planteado, haciéndola existir sin esencia, tras­ tencia como existencia, es decir como su propia esencia, o in-esencia.
cendiendo sin inmanencia trascendida. Aquí (y ahora), la existencia se ensaya ella misma (experiri), más acá y
100 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D 101
más allá de ella misma, traza y franquea el límite de su estar-lanzado- cías» (en el sentido de saberes obtenidos por experimentaciones), sino
al-mundo, intenta por todos los medios su oportunidad, la suerte de que se remite a aquello que ella no es, y esta separación que socava es
existir: se funda y se piratea a la vez, lo cual equivale a decir encima su movimiento mismo. Separación en la que se retira el ser, separa­
que se hace ella misma su propia suerte, a la cual al mismo tiempo se ción o retirada de una presencia-a-sí, separación o retirada de un sa-
deja entregar. Es por ello por lo que el «fundamento del fundamento» ber-de-sí.
es la experiencia misma: ésta no hace la experiencia de nada, sino que La libertad no es «inconcebible»: es ella la que no se concibe, y es
hace la experiencia de la nada en cuanto aquello real que prueba y en por eso por lo que es libertad. Su evidencia más allá de toda evidencia,
cuanto golpe de suerte al que la experiencia se entrega. No hay liber­ es decir, también, la facticidad más innegable que la de ningún hecho,
tad, no puede haber el menor acto de libertad a falta de esta experien­ consiste en ese no-saber de sí, más enterrado y más expuesto que nin­
cia, sean cuales sean los cálculos que se quiera o se pueda hacer de las guna conciencia y que ninguna inconsciencia. Para Descartes todo
posibilidades del arbitrio, poderes de la voluntad, de las leyes físicas y aquello que se puede decir de la libertad es «de tal género que cada
sociales que constriñen o que liberan. uno debe más bien encontrarlo y experimentarlo por sí mismo».5
' La experiencia de la libertad es, pues, la experiencia de esto de que Como el ego sum , y como el unum quid de la unión del alma y del
la libertad es experiencia. Es experiencia de la experiencia. Pero la ex­ cuerpo —y sin duda en una estrecha conexión, que habría que mos­
periencia de la experiencia no es ninguna otra cosa sino la experiencia trar, con esas otras dos instancias—, la libertad se prueba probándose.
misma: el ensayo de sí al borde de sí, la prueba inmediata del límite Esto no remite a ninguna introspección, ni a ningún sentimiento ín­
que consiste asimismo en el desgarro de la inmediatez por el límite, el timo, es anterior a toda certidumbre empírica, sin ser, propiamente
paso del límite que no pasa nada, que no se sobrepasa, pero que pasa, hablando, del orden trascendental. O bien, y aquí está toda la dificul­
a la vez en el sentido de que «eso ocurre» y en el sentido de que «el tad, pero también toda la exigencia y toda la fuerza de liberación de
hombre pasa infinitamente al hombre». La experiencia es experiencia este pensamiento para el discurso filosófico, es una experiencia tras­
de la diferencia de la diferencia en ella misma. O más bien: la expe­ cendental o lo trascendental de la experiencia, que la experiencia es. Lo
riencia es la diferencia de la experiencia, es el peligro del límite que se que «experimento por mí mismo» no es en absoluto un poder del que
atraviesa, y esto no es otra cosa sino el límite de la esencia (la existen­ yo dispondría, una capacidad que vendría a concernirme. Pero experi­
cia, pues), el trazado singular del ser compartido. La experiencia es, mento que yo soy en la experiencia de mí mismo —intensidad de nada
pues, también su propia dif(i)erencia (differance):4 la experiencia no o no-ente (in)fundado—, experimento que la retirada de esencia es
se pertenece a sí misma, ni constituye una apropiación de «experien- afirmación de mi existencia, y que es sólo sobre el «fundamento» de
esta afirmación como me tengo que saber sujeto de mis representa­
4. Se sugiere aquí sin m u ch o convencim iento esta solución p recaria, esta «cha­ ciones, o que hacerme carne de un ser singular en el mundo.
puza» en el sentido etim ológico del térm ino (que viene del francés p o r cierto), dif(i)eren-
cia, p a ra v ertir m alam ente la gracia de la invención lingüistica de D em d a, la o tro ra re ­ Todo lo que hay que pensar de la libertad, es esta afirmación de su
petida alucinadam ente «différance»: pseudo-palabra y pseudo-concepto p a ra con­ experiencia. Ahora bien, la experiencia no se la puede pensar, en ge­
densar, falta de orto g rafía fran cesa m ed ian te, los dos valores sem ánticos de «diferir», neral, simplemente por la negación de la negación. La afirmación no
el de la d istin ció n y el del d esp lazam ien to tem p o ral. M anuel G arrid o p ro p o n e u n a puede ser pensada más que por medio de su intensidad de afirmación.
acaso m ás elegante ch ap u za (sie m p re en el sen tid o etim ológico): diferenzia (véase In ­
tro d u cció n a Jacques D errida— Geoffrey B ennington, Jacques Derrida, M adrid, C áte­
Un pensamiento afirmativo de esta afirmación, y que no sea ni el pro­
dra, 1 9 9 4 ). Lo que en c u a lq u ie r caso h a b ría que re c o rd a r a sesudos estu d io so s p re o ­ ducto de una dialéctica, ni el vaticinio arbitrario de una subjetividad:
cupados p o r la «palabra» en cu estió n es la p a rte de juego y h a sta de b ro m a de este es eso lo que debe proponerse una lógica de la experiencia de la liber­
invento, y sobre todo su so m etim ien to a u n a cad en a p o r p rin cip io no fin ita de indeci- tad.
dibles inscritos en el texto, o b o rd ad o s en el tejido, de los escritos de Derrida: com o es­ En un sentido, la «Ciencia de la experiencia de la conciencia» no
critu ra , parergon, ceniza, su p lem en to , hymen, m arca, resto, fan n ak o n , e n c en tad u ra (o
entam e), catacresis... T érm in o s que obligan a la b u e n a vieja co stu m b re de re c u rrir a
propone otra cosa: lleva el concepto de experiencia hasta el punto de la
diccionarios, y de paso a re írse del co ncepto vulgar de com unicación acu ñ ad o p o r los necesidad, para la experiencia, de ser su propio sujeto. Y en cada ins-
interesados y pro liferan tes valedores de la llam ad a «com unidad de co m unicación u n i­
versal» (N . del T.). 5. Réponses aux cinquiémes objections.
102 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D 103
tante de este proceso, la constitución-en-sujeto, entregada a su propia Esta experiencia que se hace, y que constituye el hecho de la libertad,
experiencia, se ve llevada a su propio límite. Pero el «estar arrojado» no se la «hace» (en el sentido de la poiesis). No diremos tampoco que
del Dasein heideggeriano no dice otra cosa: lleva esta necesidad que «nos hace». Digamos más bien: el sí mismo sin subjetividad de la ex­
tiene la experiencia de ser su propio sujeto hasta la necesidad, para el periencia —y que la experiencia singulariza— queda alcanzado de
sujeto, de estar abandonado, en su (in)fundamento, a la experiencia, frente por su libertad.
es decir, a la libertad de existir. Ésta no es la elección que haría un su­ Esta experiencia no es la del empirismo, aunque no sea la que ins­
jeto, sino que consiste en que la existencia se decide como existencia, truiría un sujeto. No es ni la del empirismo clásico, ni siquiera la de un
es decir, como el ser compartido fuera de sí y que tiene, en esta parti­ «empirismo sin positividad» como el que propone Lévinas.8 No lo es
ción, no de nuevo su esencia (lógica dialéctica), sino precisamente su puesto que es experiencia de la experiencia, en el sentido que se ha di­
existencia en cuanto su propia (in)esencia. cho, y que es, siempre, en consecuencia, experiencia del pensamiento.
Heidegger no ha retenido, para ese sitio, el nombre de «experien­ Pero si, por este mismo hecho, se trata realmente también de un pen­
cia». Ha considerado, sin embargo, que Hegel había «retrocedido» samiento de la experiencia, no se trata sin embargo en absoluto de una
ante lo que implicaba fundamentalmente el mantener esa palabra en «experiencia en pensamiento», lo cual designaría simplemente una ex­
el título de la Fenomenología. Esta implicación o esta «resonancia», periencia imaginaria. Se trata del pensamiento en cuanto experiencia:
Heidegger mismo la había indicado: más profundamente que «el apa­ y ésta es empírica tanto cuanto trascendental. O incluso, lo trascen­
recer en su propia presencia cerca de sí»,6 que traduce para él la «ex­ dental, aquí, es lo empírico. Es esta empiricidad del pensamiento
periencia de la conciencia», la experiencia debería abrirse al exacto re­ mismo lo que vincula éste a esas «condiciones de producción» que
verso (no lo contrario, y más «profundo», por consiguiente, sin son, por ejemplo, la historia, la sociedad, la institución, pero también
profundidad, fundamento del fundamento...) de este hacerse presente la lengua, el cuerpo, y cada vez la suerte, el riesgo, el «golpe» de un
a sí, es decir, que debería abrirse al otro borde este mismo límite en el «pensamiento». E n el examen que pone al día su propia condición de
que se mantiene el «sí mismo»: «dejar la cosa misma, dejar que se ve­ posibilidad en cuanto libertad, el pensamiento no puede «pensar» (sea
rifique lo que hay de verdad en la cosa, es decir, devenir verdad, pro­ en el sentido de la construcción del concepto, sea en el sentido de la re-
barse».7 Experiencia: dejar ser a la cosa y dejar-ser de la cosa, y la flexividad) sin afectar al mismo tiempo materialmente a esa condición
cosa-en-sí, como se ha dicho, es la existencia (la existencia del Dasein de posibilidad misma. Esta materialidad no es la de una simple exte­
y la del ente en general, en su común apertura recíproca). La expe­ rioridad física (no es una glándula pineal...), y sin embargo no es me­
riencia que se hace es aquella, la existencia, más bien eso, y no que se nos por ello el cuerpo o la carne del pensamiento, el pensamiento no
hiciera la experiencia de la existencia. La experiencia de la cosa misma «encamado» en una especie de posterioridad, sino, de manera más
y la experiencia como cosa misma, mismidad de la cosa y coseidad de inicial, entregándose él mismo en el pliegue y en el repliegue de aque­
lo mismo. Dejar a la cosa de la existencia entregarse en verdad, a su llo que el mismo Descartes mismo tuvo que resolverse a llamar «unión
verdad —que es primeramente la libertad con la cual, cada vez, existe. sustancial».9 Si la libertad da el pensamiento al pensamiento —no es,
en cambio, que le dé algo que pensar—, lo hace en la experiencia ma­
terialmente trascendental de una boca cuya apertura, ni sustancia ni
6. «Hegel y su concepto de experiencia», en Chemins qui ne ménent nulle parí, París,
Gallim ard, 1962, pág. 154 (trad . cast. de H elena Cortés y A rturo Leyte: Caminos del bos­
figura, no-lugar en cuyo límite el pensamiento pasa al pensamiento, el
que, M adrid, Alianza, 1995). pensamiento intenta la suerte y toma el riesgo ( experiri) de pensar, con
7. La «Phénoménologie de l'espriu de Hegel, trad. franc., París, Gallimard, 1984, pág. la intensidad inaugural de un grito.
53 (trad . cast., introducción y no tas de M anuel V ázquez y K laus Wrehde: La fenomeno­
logía del espíritu de Hegel, M adrid, Alianza, 2a ed., 1 995). Y tam bién: «Hacer u n a expe­
riencia con sea cual sea la cosa: u n a cosa, u n ser hum ano, u n dios, lo que eso quiere de­
cir es dejarla venir a nosotros, que nos alcance, que se nos eche encim a, nos dé la vuelta, 8. Véase su análisis p o r parte de D errida en «Violence et m étaphysique», L ’écriture
y nos transform e en otro» (Acheminement vers la parole, trad . franc., París, G allim ard, et la différance, París, Le Seuil, 1967 (trad . cast. de Patricio Peñalver Gómez: La escritura
1976, pág. 143; trad. cast. de Ives Zim m erm ann: De cam ino al habla, B arcelona, Serbal, y la diferencia, B arcelona, A nthropos, 1989).
2a ed., 1990). 9. Véase J.-L. Nancy, «Unum quid», en Ego sum , París, 1979.
104 LA E X P E R I E N C I A D E LA L I B E R T A D
EXPERIENCIA D E LA L I B E R T A D 105
Se dirá quizás que esta lógica no se esfuerza en salir de la presen­ guna de estas esencias «puras» es presentable como tal, puesto que
cia-a-sí más que para volver a ésta sin cesar y para confirmarla. Pues ninguna subsiste como tal en ninguna región en la que se disimularía
finalmente es de si m ism o, a pesar de todo, de lo que la libertad hace lo impresentable del ser. Pero su mezcla absoluta, como asimismo su
la experiencia, y se podrá afirmar de ella incluso que hace la experien­ infinita distensión, constituyen el «golpe», el síncope, el golpear en el
cia de la aseidad más pura: el «fundamento del fundamento» no es que se decide la libertad, y se ha decidido siempre antes de que algún
ninguna otra cosa sino el fundamento que no está ya rigurosamente sujeto libre llegue a aparecerse, es decir, finalmente, antes de que fi­
fundado en otra cosa sino en él mismo. Se podrá recordar en conse­ nalmente se presente alguna en cuanto tal. L a libertad libera el sí
cuencia y a justo título que en la certeza del cogito, en los términos (mismo) a (sí mismo) fuera de toda presencia.
mismos de Descartes, la necesidad y la libertad son tan potentes la una Pasa aquí como en la condición antigua del hombre libre, al menos
como la otra, incluso se convierten la una en la otra. Se estaría ten­ como creemos comprenderla, o tal como la filosofía ha tenido necesi­
tado, así, de concluir que la libertad no hace ninguna otra cosa que re­ dad de representársela (y con ella, toda la originariedad de lo político).
conocer su propia necesidad, y que la necesidad se reconoce así como Ser libre «de nacimiento» significa entonces ser libre desde antes del
la libertad de aquello que es absolutamente propio y presente-a-sí. nacimiento, antes de que haya el ser del ser libre. Eso significa que el
' Nada de esto es inexacto, y todo puede resumirse en este enun­ sitio posible, en un linaje dado o en una ciudad dada, de un nuevo in­
ciado: la libertad se libera ella misma. Sin duda, la filosofía no ha di­ dividuo por venir es el sitio de un hombre libre —un sitio libre para un
cho ninguna otra cosa. Pero eso no significa, sin embargo, que la li­ hombre libre—, el cual recibe esta su condición si llega a ser conce­
bertad, al liberarse, se aparezca a ella misma. Aquello que, al hacerse sí bido, tan indefectiblemente como un esclavo recibe la suya. (De la
mismo, no se aparece (aquello que, por consiguiente, no se «hace» al misma manera, por otro lado, la contingencia de una guerra o de una
modo de producir su eidos), no tiene la propiedad de la subjetividad. decisión de manumisión puede entregar a la vez a cada uno a la con­
Sin embargo, no habría que comprender que el «aparecerse» sería un dición inversa, y esta posibilidad constituye ella también parte del-dis-
atributo particular que vendría a añadirse, en el sujeto, al «hacerse», positivo.) Para el pensamiento, y por lo que se refiere a la libertad, no
mientras que en cambio faltaría en el caso de la libertad. Las dos cosas hay otra tarea sino aquella que consiste en invertir su sentido de pro­
son indisociables, y de ahí se sigue que la libertad posee en efecto exac­ piedad detentada por un sujeto en el sentido de una condición o de un
tamente la estructura del sujeto: en un sentido, se aparece haciéndose, espacio solamente en los cuales algo así como un «sujeto» puede llegar
y se hace apareciéndose, presente-a-sí-mismo en la unidad absoluta de a nacer, y así a nacer (o a morir) a la libertad (¿no consistía ya en eso
su auto-originariedad. Pero lo que le aparece (ella misma...), es que no el esfuerzo del pensamiento espinosista de la libertad?). Pero lo que
se hace ella misma, y lo que hace (ella misma...) es que no se aparece a hace tan difícil esta tarea, y quizás imposible de acabarla como tarea
ella misma. En otros términos, la libertad se ase al modo del desasi­ del discurso filosófico, es que la condición ontológica que encontra­
miento (o se capta al modo de la desposesión). Esto no es una pirueta, y mos que se requiere de esta manera, no es un estatuto, como lo sería el
no es una dialéctica. La libertad se aprehende o se ase desasida, es un hombre libre de la Antigüedad (en este sentido propietario por antici­
desasirse (o desprendimiento) en el corazón de ese gesto mismo. Es el pado de su libertad), sino que consiste en un desasimiento del ser. N a ­
nada de dominio de su propio dominio. Pues no habría nada ni nadie cemos libres en este sentido, no es que una ley de la naturaleza o de la
libre si lo libre se mandase a sí mismo a partir de un punto de certeza ciudad nos garantice por anticipado el disfrute de la libertad, sino en
y de presencia que el acto libre no pondría él mismo en juego. el sentido de que cada nacimiento es desasimiento del ser, abando­
j A sí, la libertad no es lo negativo del sujeto. Es por el contrario la nado a una singularidad, o a una trayectoria de singularidades. Pero el
i afirmación de la presencia-a-sí llevada hasta el final, o más bien, ini­ ser no tiene la libertad como una propiedad que atribuiría, desasién­
cialmente llevada a la intensidad de la incandescencia, hasta ese punto dose de ella, a cada existente —y el ser no es tampoco la necesidad
extremo en el que, simultáneamente, el sí mismo desaparece en una cuyo reconocimiento a través del movimiento de la existencia se pro­
presencia pura y sin relación consigo (al mismo tiempo, relación infi­ duciría como libertad. Pero la libertad es el fundamento que se en­
nita con los otros), y la presencia se desvanece en un sí mismo entre­ cuentra en esto de que el ser esencialmente es abandonado— o que
gado puramente a sí mismo (a la partición de la singularidad). Nin­ existe.
106 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D 107
La libertad es la retirada del ser, cuya existencia se funda. Este sarlo y decirlo, no es que dispongamos del concepto de una tal «a-pre-
«fundamento» no es ninguna otra cosa sino una exposición. La liber­ sentación», es por el contrario que el pensamiento y el decir están ellos
tad expone la existencia, o bien la libertad es el hecho de que la exis­ mismos dados y se han vuelto disponibles mediante este poner en dis­
tencia está expuesta. ponibilidad mismo: aquéllos son, y hacen, su experiencia.) Igual­
mente, «volverse disponible» no implica ninguna conversión de la
La ek-sistencia, enraizada en la verdad como libertad, es la exposi­ esencia que se mediatizaría ella misma. Aquello que se hace disponible
ción al carácter desvelado del ente como tal.10 permanece incambiado en lo que él es. Pero lo que él es, lo libera
para... Por ejemplo, para una subjetividad, pero no, sin embargo, en el
La exposición procede de «la verdad como libertad» puesto que la sentido de que su liberación estaría ordenada a esta subjetividad como
verdad, antes de ser la conveniencia de un enunciado verificable, re­ a su fundamento (en la conciencia, en la intencionalidad, en la volun­
side en la posibilidad misma de una tal conveniencia (o en el funda­ tad, en la libertad concebida como libertad del enfoque o del uso del
mento de este fundamento). Esta conveniencia supone que haya una ser), sino en el sentido de que el advenimiento de una tal subjetividad
venida, un venir-a-presencia-de... La venida-a-presencia no es la sim­ sigue siendo él mismo libre, existente, pudiendo tener lugar o no tener
ple y pura presencia, no es lo dado sino el don de lo dado. El don, la lugar (y, como se dirá más adelante, expuesto al bien al igual que al
venida-a-presencia, o, si se quiere incluso, la presentación, quita la mal).
presencia misma al espesor de la presencia sumergida en sí (y sumer­ El ser se libera para la existencia y en la existencia, de tal manera
gida hasta el punto de no poder sino convertirse en ausencia, cosa que que la existencia del existente no se comprende primeramente, y final­
hace regularmente la presencia suprema de toda ontología, teología o mente no se comprende jamás, sino que queda de golpe captada y es­
eleutherología negativa). E s en este punto en el que el pensamiento dia­ tremecida por medio de esta liberación que la «funda» (o que la «pira­
léctico hace operar la potencia de lo negativo para relevar la presencia en tea»). Además la existencia es al ser, no como un predicado a un sujeto
el seno de su ausencia (lo cual presupone la subjetividad en cuanto que (Kant ha sido el primero en saberlo), sino como lo improbable es a la
ésta es ella misma la que cava la negación y la que le confiere, no una necesidad: al estar dado el ser, ¿cuál es la oportunidad de que su reti­
intensidad de nada, sino una potencia de conversión: el sujeto ha so­ rada libere una existencia?... Y la existencia del ser es improbable para
portado ya desde siempre la ausencia de la presencia, ya desde siem­ el existente —lo cual libera en él el pensamiento mismo: «¿por qué hay
pre ha fundado su libertad en esta necesidad), es en este punto en el algo y no nada?». Es así como hay venida a presencia: en la venida a la
que el pensamiento de la retirada del ser requiere pensar que no hay ope­ presencia de aquello cuya presencia a sí no tiene ninguna razón, nin­
ración, sino liberación. gún fundamento para venir a la presencia. (Es exactamente aquello
Es decir que antes de todo proceso de un espíritu que se aparece que toda la tradición onto-teológica ha intentado presentar sin cesar,
como el devenir del ser en su fenómeno y en el saber(se) del fenómeno, incluso resolver, como el problema de la libertad o de la necesidad de
el ser en cuanto ser se vuelve disponible para todo proceso ulterior, de un «creador» y de su «creación».)
este género o de otro, y el seres ese «volverse disponible». Pero «vol­ En los términos que obsesionan todo el pensamiento de Kant: no
verse disponible» no se aparece: no se representa, ni se objetiva, ni se hay razón para que no sea el caos, y para que no aparezca nada. Si
engendra, ni se presenta a sí.11 (Y si podemos de alguna manera pen- algo aparece, no es, pues, por «razón», sino por libre venida. Y si la
existencia, en alguna parte, se aparece en cuanto subjetividad, es de­
10. Heidegger, «De l’essence de la vérité», en Questions I, op. cit., pág. 177. cir, también en cuanto «razón», es todavía por libre venida.
11. Así, en Hegel, la subjetividad cap ta en p rim e r lu g ar que el ser p u ro n o es m ás
que «una p alab ra vacía», lo cual presupone el dom inio de la significación y la relación ciencia de sí. Hegel no h a concebido p ara la conciencia ningún otro m odo de presencia
de la representación consigo. A este respecto se puede ad o p tar tam b ién el análisis de Mi- a sí m ism o sino el m odo de presencia del objeto, y esto porque la presencia del objeto
chel H enry p a ra decir la verdad de la subjetividad, y la im posibilidad p a ra ella de la li­ com o tal no es, a sus ojos, n ad a m ás que la esencia m ism a de la conciencia. La esencia
bertad: «El m om ento de la conciencia sigue siendo de hecho el m om ento esencial de la de la objetividad constituye el único fundam ento, es el m edio universal en el que se
conciencia de sí, ésta perm anece en efecto com o u n a conciencia exterior, puesto que la realiza todo aquello que se m anifiesta» ( L'essence de la m anifestation, t. II, París, PUF,
exterioridad es el m edio en el que la conciencia está p resente a ella m ism a en la con- 1963, pág. 9 02).
108 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D 109

El «carácter desvelado del ente como tal» (= «hay algo») no remite que nos divide (compartimos lo que nos parte): la libertad de una ve­
a una constitución básica del ser en ser-desvelado (aquí cesan sin duda nida incalculable e improbable del ser a la presencia, la cual no hace
las posibilidades de una fenomenología en general), pero remite a lo otra cosa sino ponemos en presencia los unos de los otros, es decir, de
improbable, a lo inesperado, a la sorpresa de un desvelamiento. Sin nuestra libertad, experiencia común de la exposición en la que la co­
esta sorpresa no habría desvelamiento como tal (y no habría experien­ munidad se funda, pero que se funda tan sólo por medio y para una re­
cia), habría «revelación» en el sentido onto-teológico del término, cuya sistencia infinita a toda apropiación de esencia, colectiva o individual,
fórmula es la de Hegel: «Lo que se revela es precisamente esto de que de su partición o de su fundación.
Dios es lo revelable», mientras que lo que habría que enunciar a pro­
pósito del desvelamiento es: «Lo que se desvela es precisamente esto de
que lo desvelado no es en sí desvelable —es el ser— y el que su desve­
lamiento lo excede y lo sorprende en lugar de volver a él (o correspon­
derle): es el ser «fundado» en libertad, o la existencia». Por esta razón,
el desvelamiento se ofrece también —es la lógica de la alétheia en Hei-
degger— como el velamiento renovado del ser mismo de aquello que se
desvela, y del ser del desvelamiento mismo: dicho de otro modo, como
el velamiento del ser del ser, y del ser de la libertad, de la libertad del
ser y del ser como libertad. Libertad: lo velado del desvelamiento, si se
lo puede entender no como el resto que permanece velado en el desve­
lamiento, o como su andanza o su tono (su intensidad): lo «velado» de
una voz, por ejemplo.
Es así como la existencia se expone: el Dasein se expone a la sor­
presa del desvelamiento del ente, puesto que esta sorpresa llega en el
da del Sein y como ese da —como el «ser-el-ahí-del-ser»—, mientras
que el ser-ahí del Dasein no es nada que le pertenezca propiamente an­
tes de esta sorpresa. En definitiva, el ahí de la existencia no es una po­
sición, ni espacial, ni temporal, aunque sí involucra espacio y tiempo,
pero es una sorpresa. E s su ser-ahí lo que constituye su sorpresa, su
ser-ahí en el mundo del ente desvelado como ente.
Estar expuesto quiere decir: ser sorprendido por la libertad de exis­
tir. Esto quiere decir también: estar entregado al riesgo de existir. Es
decir, al riesgo de no apropiarse jamás esta sorpresa, de no reapro­
piarse jamás su fundamento. No me apareceré jamás como mi propia
sorpresa, como mi propio nacimiento, como mi propia muerte, como
mi propia libertad. Este jamás contiene a la vez toda la finitud y toda
la infinitud de la transcendencia finita. Contiene mi pura presencia en
su diferencia propia de estar expuesta a su improbable venida.
Una vez más, todo esto concierne a la relación (en verdad, no nos
hemos salido de ella en ningún momento). Es el ser-en-común lo que
me presenta este jamás: mi nacimiento, mi muerte, no me están pre­
sentes y no me son propias más que por las de los otros, para que, a su
vez, aquéllas no me estén presentes ni me sean propias. Dividimos lo
Ht

C apitulo 9

LA LIBERTAD COMO COSA, FUERZA Y MIRADA

Cabe preguntarse si sigue siendo ser libre el serlo, si se llega hasta


el punto de que es en nosotros el Ser el que es libre, antes de nosotros
y en suma para nosotros. Es la pregunta que no podía dejar de plan­
tearse a Heidegger, y a la que ha acabado por responder, en el período
en el que tematizaba todavía la libertad, pero como en un paso deci­
sivo hacia el abandono de este tema, que la libertad pensada como la
«raíz» del ser mismo no convenía en nada a la libertad representada
como propiedad del hombre:

Si (...) el Dasein ek-sistente, como dejar ser del ente, libera al hombre
para su «libertad», ya sea que ofrezca a su elección algo posible (ente),
ya sea que le imponga algo necesario (ente), entonces no es lo arbitrario
humano lo que dispone de la libertad. El hombre no «posee» la libertad
como una propiedad, sino todo lo contrario: la libertad, el Da-sein ek-
sistente y desvelador posee al hombre.1

¿En qué sentido, sin embargo, está «poseído» el hombre por la li­
bertad? Sartre había interpretado este pensamiento erl su famosa fór­
mula: «Estamos condenados a la libertad».2 Pero esto no en el sentido
de que la libertad pueda ser comprendida, en la medida en que no se
confunda un pensamiento de la existencia del ser con un «existencia-
lismo». Para Sartre esta condena significa que mi libertad «que es el
fundamento», interviene para fundar—es decir, según Sartre, para in­
volucrar un «proyecto» de existencia— en una situación de «determi-
nismo» en virtud del cual no soy libre: «Así, mi libertad es condena,
puesto que no soy libre de estar o no estar enfermo y la enfermedad
me viene de fuera: no me pertenece, no me concierne, no es mi falta.

1. Questions I, op. cit., pág. 178 («De l’essence de la verité»),


2. El análisis siguiente se apoya m ayorm ente en las tentativas que ha hecho Sartre
p a ra elucidar y precisar el sentido de su fórm ula en los Cahiers p o u r une morale, publi­
cación póstum a, París, G allim ard, 1983, págs. 4 4 7 y sigs.

]
112 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D LA L I B E R T A D COMO COSA, F U E R Z A Y MI RADA 113
Pero como soy libre estoy forzado por mi libertad a hacerla mía, a vestimiento») implacable del mundo. Pero esto equivale simplemente
constituirla en m i horizonte, m i perspectiva, mi moralidad, etc. Estoy a intentar arreglar una solución de compromiso para la libertad más
condenado perpetuamente a querer lo que no he querido, a no querer clásica de la subjetividad en un espacio concebido y vivido en adelante
ya lo que he querido, a construirme en la unidad de una vida en pre­ como extranjero y hostil a esta subjetividad (mientras que precisa­
sencia de las destrucciones que me inflinge el exterior. (...) Obligado a mente es su despliegue, como podría mostrarlo, por ejemplo, un aná­
asumir este determinismo para situar más allá los objetivos de mi li­ lisis detallado de la idea de la «enfermedad» que domina el ejemplo del
bertad, hacer de ese determinismo un compromiso más en que invo­ texto). En este sentido, la libertad sartreana que «asume» la objetividad
lucrarse». Así la condena a la libertad es ella misma la consecuencia de sin ninguno de los medios de la objetividad está desesperadamente en
una condena a la necesidad. Puesto que no puedo evitar la enferme­ falta de ella misma. En cuanto al exceso, es, desde luego, simétrico.
dad, no puedo tampoco, para ser un hombre, cuya esencia no está en Aquello de lo que se trata para mí, ejecutando mi «condena» a la li­
el objeto, sino en el proyecto, sustraerme a la necesidad de hacer de bertad, aquello de lo que se trata en el asumir y en el sobrepasar la si­
este accidente el resorte, la ocasión, el trampolín de una nueva supe­ tuación, es esto de que «el mundo debe aparecerme como salido en su
ración de mi ser accidental y accidentado, en el proyecto de «la unidad ser de una libertad que es mi libertad». El objetivo y la obligación no
de una inda». Debo «asumir» mi no-libertad, o, más exactamente, son, en consecuencia, nada menos que el poner eso mismo en relación
debo asumir uno de los «aspectos de la situación», el de la «pasividad» con una subjetividad absoluta, el orden del mundo, cuya realidad de­
investida por la «la totalidad del mundo», en el medio del otro aspecto, niega la absolutez de la subjetividad. (Por lo demás, no se trata in­
que es la libertad de hacer proyecto de vida de toda condición. cluso, quizás, de hacer como si «el mundo debe aparecerme co m o ...»;
Este análisis remite fundamentalmente a una falta y a un exceso en en el límite, la autoilusión de la libertad queda claramente reivindi­
la aprehensión de la existencia. A una falta, en la medida en que la li­ cada.) Si este objetivo tiene un sentido (y para Sartre es el «sentido»
bertad, así planteada como un encargarse de aquello que ella no puede mismo) no es sino por medio de presuponer un Espíritu infinito, a lo
elegir ni decidir, está ella misma, en definitiva, pensada como un po­ Hegel —que sin embargo no se podría admitir aquí. Si el sujeto es fi­
der (o quizás simplemente como un deber...) regido por su propia de­ nito, el objetivo no tiene sentido. Sartre podrá, pues, decir: «Es preciso
ficiencia, que corresponde a una deficiencia de la esencia del hombre: que cada uno realice el objetivo, y que siga estando por realizar des­
la libertad «es el fundamento» en el hombre al que «le falta (...) ser su pués. Empresa finita de cada uno en la empresa infinita de la humani­
propio fundamento». La libertad no es, pues, aquí el «fundamento del dad». Lo finito y lo infinito se yuxtaponen aquí de tal manera que nin­
fundamento», tal como lo hemos analizado, sino que es el fundamento guna comunidad ontológica se puede encontrar, a no ser en el modo
por defecto de fundamento. La libertad no es, además, la experiencia de la forclusión: lo «finito» de Sartre es puro y simple impedimento de
en cuanto experiencia del límite al que la experiencia misma no perte­ ser infinito (compensando este dolor con una vaga proyección de la
nece y en el que no retoma a sí —lo que constituye su libertad—, sino humanidad infinita —la cual no es sino mal infinito...), y su «infinito»
que es la pmeba de que hay otra cosa que la libertad, una falta de au­ es puro y simple escaparse de la condición de lo finito.
tonomía y de autarquía de una libertad que sigue siendo en ella misma No cabría llevar a cabo con más conciencia, en un encameci-
un pleno poder de autodeterminación. No se trata de una extrañeza de miento más impresionante por su insistencia, lo que Hegel había re­
la libertad para ella misma sino de una molestia y de una coerción que conocido como conciencia desgraciada antes de relevar ésta con el sa­
la limita desde el exterior, mediante el «determinismo». Así, la libertad ber de sí de la efectividad. Al estar privada de este relevo (o no propo­
se reencuentra provista de una esencia (el proyecto) y de una aseidad niéndola más que en el modo de un «como si» deliberado), la libertad
(la decisión de asumirse), que actúa, en sus límites propios, como un sartreana —de alguna manera, la última «libertad filosófica», ya
fu n d a m e n to del que se preguntará cuál es el fundamento (que se en­ presta a ceder el terreno a la defensa jurídica de las libertades— es el
cuentra evidentemente en la subjetividad). Y, sin duda, se comprende último nombre de esta conciencia desgraciada: condenado a ser, en la
el loco deseo que se apoderó de Sartre de restituir una consistencia a forma a su vez infinita del proyecto (que sería en suma la voluntad
un poder tradicional del homo metaphysicus , el cual se había vuelto desgraciada), conciencia infinita de lo finito, y conciencia finita de lo
exangüe a causa de la conciencia moderna de una «inversión» (o «in­ infinito.
114 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D LA L I B E R T A D COMO COSA, F U E R Z A Y MI RADA 115
El hombre de Sartre no está «poseído» por la libertad: está forzado lidad incondicionada de la totalidad (tal como la representa en efecto
por ella al «libre» saber de su privación infinita de libertad. Pero es en la Idea el sujeto del imperativo a la vista de la realización de una
que aquí todavía, en definitiva, la libertad se ha medido con la necesi­ naturaleza moral). Pero la idea de la causalidad incondicionada de la
dad de la causalidad: la libertad del «proyecto» sartreano es la volun­ totalidad no es otra cosa sino la idea del ser mismo. Así, «la posibili­
tad de ser causa de aquello para lo que las causas faltan, o le son con­ dad de una unión semejante de dos clases totalmente distintas de cau­
trarias, en la realidad dada. El proyecto es una causalidad deseada salidad (...) está en el sustrato suprasensible de la naturaleza, del cual
lanzada como desafío a la causalidad sufrida: heroísmo de la desespe­ nada podemos determinar afirmativamente más que esto, a saber: que
ranza. (Del cual no habría que olvidar que ha marcado hasta hoy un es el ser ( das Wesen) en sí, del cual sólo conocemos el fenómeno».4
muy amplio conjunto de discursos, no siempre directamente existen- Pero atribuir al ser como causa (o a la esencia, lo cual es aquí justa­
cialistas, sobre la libertad concebida como asunción, superación o, en mente lo mismo), considerado como causa, el carácter de lo incondi­
cierto modo, redención de la dura necesidad.) cionado y de la espontaneidad, es retirar ese ser como tal del ente en
En la medida en que el concepto de la libertad queda cogido en el su totalidad, sólo para el cual vale la categoría de la causalidad. O
espacio de la causalidad —y de la voluntad en cuanto causalidad por bien, incluso, sería retirar la causalidad a ella misma o en ella misma.
medio de representación—, no nos permite pensar otra cosa que una (Por eso cabría dejarse llevar por la lógica de Kant y decir que la liber­
causalidad espontánea, cuya realidad seguirá siendo dudosa (medida tad es y no es más que la causalidad misma, o que es su eficacia fun­
con los instrumentos de medida de la causalidad como tal, es decir, se­ damental, cuyo resorte permanece oculto en la ley fenoménica de la
gún la antropología de las «ciencias del hombre»), y cuyo secreto se­ sucesión. Lo cual podría llevar también a preguntarse si entonces no
guirá estando comprendido, en cualquier estado de cosas, en el prin­ es el esquematismo, y muy especialmente el primer esquema del «yo
cipio de la causalidad misma. Ahora bien, el principio de la engendro el tiempo» que abre la sucesividad, cuyo «arte oculto» de­
causalidad, en términos kantianos,3 es el de la permanencia de la sus­ tentaría a fin de cuentas el secreto de la libertad...Pero ¿a qué otra cosa
tancia, al cual reconducen los conceptos de fuerza y de acción necesa­ sino a lo secreto se volvería a remitir lo secreto? A menos que el pen­
rios para pensar el cambio en el fenómeno. Este principio se formula samiento de la libertad deba ser la de algo así como el hecho manifiesto
así: «Todo cambio de estado (sucesión) de los fenómenos no es más que de un secreto...)
un cambio de existencia, pues el nacimiento o la aniquilación de la sus­ La idea de «la unión de dos causalidades heterogéneas» no puede
tancia no son cambios de existencia de esta sustancia, puesto que el significar más que una heterogénesis de la causalidad: una causa sin
concepto de cambio de existencia supone el mismo sujeto como exis­ causalidad, o una sustancia sin permanencia. Pero la causa sin causali­
tente con dos determinaciones opuestas, por consiguiente como per­ dad, es decir, sustraída tanto a la determinación p or medio de otra cosa,
manente». Así, la única lógica posible de la libertad como causalidad como a la determinación a producir un efecto, es la cosa misma, la cosa
exigiría que yo pueda ser la causa de mi nacimiento y de mi muerte. en sí. La cosa del fenómeno no es su causa (aunque sean, como se sabe,
Puedo serlo, sin duda, si no de una forma completamente explícita la misma palabra): es su existencia. L a existencia es la retirada del ser en
para Kant mismo, al menos según una explicitación coherente de su cuanto causa y en cuanto sustrato permanente, o incluso, la retirada de
pensamiento, en cuanto que puedo ser, como ser inteligible, y fuera de la causa en la cosa. El hecho de la existencia de la cosa (su Setzung )
la sucesión del tiempo, el sujeto de una causalidad específica, ella hace existir al mismo tiempo todos los cambios sucesivos de su esencia,
misma a su vez del orden inteligible, es decir, «libre». Pero esta nueva pero él mismo no tiene nada que ver, de acuerdo con el principio kan­
causalidad deberá poder ser pensada como añadida a la causalidad tiano, con estos cambios como tales. La idea de «causalidad mediante
sensible o natural. Pensar la permanencia de la sustancia del mundo libertad» no representa otra cosa sino esta Setzung, o el nacimiento (y la
unida a la espontaneidad de un sujeto de la acción, es pensar la causa­ muerte) de la cosa, sino que su enunciado olvida que la causa en cues­
tión, la libertad, es precisamente la cosa sin causalidad. En este sentido,
3. Véase las prim era y segunda «Analogías de la experiencia» de la prim era C rítica. La
continuación de nuestro análisis reto m a y prolonga ciertos elem entos del realizado p o r
H eidegger en el volum en 51 de la Gesam tausga.be, ya citado. N uestras conclusiones nos 4. C rítica del ju icio , par. 81 (trad. cast. de M. G arcía M orente, M adrid, E spasa Calpe,
parecen que son aquellas a las que H eidegger m ism o había llegado, a u n sin explicitarlas. 6“ ed., 1995).
116 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D LA L I B E R T A D COMO C OS A, F U E R Z A Y MI RADA 117
se tendrá fundamento para decir que la metafísica es muy exactamente Pero aquello que se da así como hecho y como experiencia se da
el olvido de la libertad (que acaba culminando en Sartre), y que este ol­ por eso mismo, y sin cambiar de registro ontológico, como fuerza y
vido se produce en el momento preciso en que la metafísica traslada a como acción. El ser libre no se da como una «propiedad», de la que se­
la pura determinación de existencia de la libertad la determinación de ría posible hacer uso con la condición de disponer por otra parte de las
esencia de la causalidad, mientras que la existencia no existe más que fuerzas necesarias a este uso, lo cual supone también que cuando falta
como la retirada de la esencia, y por consiguiente que la cosa no existe toda fuerza para la acción (y lo más a menudo casi todo falta a este
más que como retirada de la causa. respecto...) la libertad se retira en la interioridad, donde no cesa de bri­
No es, pues, sin duda, «ser libre» tal como lo entiende la metafísica, llar, soberbia e impotente, hasta que una última fuerza mortal venga a
ser libre allí donde la cosa, al mismo tiempo que se hace valer como la extinguir su irrisoria antorcha.
«causa» misma, se retira de toda causalidad, y por consiguiente, pa­ Por el contrario, mientras que la libertad es efectivamente impo­
rece, de toda acción y de toda acción necesarias a la producción de la tente, se produce como fuerza y como acción. La realidad de la libertad
efectividad que hay que esperar de un acto libre. No es «ser libre», en de aquel que se encuentra privado del poder de actuar no es una «pura
efecto, en el sentido de poder causar «libremente», sino que es el ser li­ disposición interior», no es una simple protesta del espíritu contra el
bre de la existencia. En este sentido, el existente es «poseído» por la li­ encadenamiento del cuerpo. Es, habría que decir, la existencia misma
bertad: es poseído por ella, no al modo privativo de la necesidad de pa­ de este cuerpo. La existencia de un cuerpo es una fuerza libre que no
liar (más o menos imaginariamente) la impotencia para proponerse y desaparece ni en la destrucción de este cuerpo, y que no desaparece
para pensarse, como causalidad incondicionada, sino al modo afirma­ como tal más que cuando la relación de esa existencia con la otra exis­
tivo en el que la libertad se mide precisamente en esto de que su Idea tencia, destructiva ésta, se destruye a su vez en cuanto relación entre
(la causalidad incondicionada), es a fin de cuentas la Idea (que preci­ existencias, convirtiéndose en relación entre esencias dentro de una
samente no es ya una idea sino un hecho) de la cosa sin causalidad. Es i causalidad: ahí está la diferencia de la relación entre el asesino y su víc­
decir, de la existencia, en la cual y como la cual la «Idea» se da inme-í tima con respecto a la no relación entre el exterminador frente a su
diatamente como hecho, y este hecho como experiencia.5 montón de cadáveres. Esta fuerza no es ni del «espíritu» ni del
«cuerpo», es la existencia misma, imposible de confundir con una sub­
jetividad (puede estar desprovista de conciencia y de voluntad), o con
5. La inm ediatez indicada aquí no es la de lo sensible. No es, tam poco, u n a ausencia
de m ediación en lo inteligible. No es n i u n sentim iento, n i u n a evidencia intelectual de
una objetividad (puede estar desprovista de potencia).
la libertad. Podría asem ejarse esto a aquello que cabría llam ar la pregnancia específica La libertad en cuanto fuerza de la cosa como tal, o en cuanto fuerza
de este «sentim iento de la razón» que es el respeto a la ley de la libertad p a ra K ant, y en del acto de existir, no designa una fuerza opuesta o combinada con
cuanto que «lo que respecta al respeto (...), la razó n se lo da a ella m ism a en cuan to que
es libre» (H eidegger, K ant et le probléme de la métaphysique, trad . franc., París, Galli-
m ard, 1953, pág. 215; trad. cast.: Kant y el problema de la metafísica, M adrid, FCE, 1993). side en el «factum rationis», y no en la sensibilidad que lo acom paña sin estar verdade­
E n cierto m odo el análisis hecho en este fam oso p arágrafo 30 del K antbuch ab re la di­ ram en te en juego, puesto que está sustraída a lo «patológico», lo cual no designa otra
rección que intentam os seguir aquí, en la m edida en que H eidegger, al relacio n ar el res­ cosa sino el régim en de la afectabilidad de la afección p u ra (véase aquí el análisis de Mi-
peto con la im aginación trascendental, hace ap arecer aquel com o «una e stru ctu ra tra s­ chel H enry en L'essence de la manifestation, op. cit., par. 58, con cuyas conclusiones di­
cendental y fundam ental de la trascendencia del sí ético», y donde u n a trascendencia así sentim os). Así, pues, hay que poder pensar, si no u na «patología», al m enos u n a pasión
no es ninguna otra cosa sino la estru ctu ra de lo que designam os com o «experiencia»; sin p u ra de la razón pura, en la que ésta es «práctica» en todo lo que es ella (tam b ién en
em bargo, el análisis extrem adam ente elíptico de H eidegger n o nos p arece que perm ita cuan to «teórica»). Pero la «pureza» aquí no será n inguna o tra cosa sino la efectividad
acceder verdaderam ente a la unidad, que dicho análisis declara, de la receptividad de la m aterial del ser-en-el-m undo y la im pureza m oral (el m al, del que volveremos a hablar).
im aginación y de la libre im posición de la ley, puesto que es precisam ente en la unicidad E sta «pasión» es la experiencia de la libertad. La inm ediatez de esta experiencia debe,
de u n concepto originario de la experiencia com o debería encontrase esta unidad: en la pues, com prenderse, la inmediatez que afecta a la libertad en la existencia en cuanto que
experiencia del ser-en-el-m undo com o ser-libre; todo lleva a eso en H eidegger, sin llegar la libertad afecta a ésta a u na distancia infinita: a p a rtir de u n a retira d a infinita, y a tra ­
al desenlace form alm ente; en el K antbuch, ese no-desenlace, y el lu g ar ta n restringido vesándola con esta distancia-a-sí (su no-esencialidad) que no la pone fuera de sí m ás que
hecho a la razón práctica, nos parece que está regido p o r u n a hipoteca fenom enológica p a ra hacerla existir com o la cosa en sí. E sta in-m ediatez de la experiencia es la estru c­
(eidética) que grava el análisis directivo de la im aginación y del esquem atism o; pero ha­ tu ra orig in aria com ún del sentim iento y de la evidencia, a los que retira, al u n o y a la
cía falta otro trabajo p a ra m o stra r esto. Pero si hay u n a «evidencia» del respeto, ésta re- otra, de la subjetividad.
118 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D LA L I B E R T A D COMO COSA, F U E R Z A Y MI RADA 119
otras fuerzas de una naturaleza.6 Designa más bien aquello a partir de (Pero no hay que olvidar que aquello que así resiste se encuentra cons­
lo cual puede haber relaciones de fuerza como tales, del hombre con la tantemente alojado en el corazón de la causalidad misma, como la efi­
naturaleza y de los hombres entre ellos. Es la fuerza de la fuerza en ge­ cacia de su sucesividad. No es en el simple «espíritu», de nuevo ahí,
neral, o la resistencia misma de la existencia de la cosa —su resisten­ donde reside y donde resiste la fuerza de la libertad, sino que es en la
cia a la absorción en el ser inmanente, o en la sucesión de cambios. existencia de toda cosa en cuanto tal. Se podría decir; «nosotros» so­
Fuerza trascendental, por consiguiente, pero en cuanto efectividad mos la libertad de toda cosa.)
material. Puesto que la existencia en cuanto tal tiene su ser (o su cosa) Es aquí donde el pensamiento se revela como lo más propiamente
en el acto, o, si se quiere, en la praxis, de existir, no es posible no re­ sustraído a la vez a la comprensión y a la incomprensión.8 No com­
conocerle el carácter efectivo de una fuerza, cuyo pensamiento im­ prende la fuerza de la libertad, pero no la mira tampoco como incom­
plica la de una materialidad ontológica: la retirada del ser como Set- prensible —en verdad, se tropieza por sí mismo, en cuanto pensa­
zung material de la singularidad, y la diferencia de las singularidades miento, con la dura cosa de la libertad misma, con ese cuerpo extraño
como diferencia de fuerzas. Anterior a toda determinación de la ma­ que es el suyo, y solamente justo al cual es posible que el pensamiento
teria, esta materialidad de la existencia, que inscribe el hecho de la li­ sea lo que es. E s en él mismo primeramente, y como su propiaJimpropia
bertad, no por ello está menos dotado de las propiedades materiales de intensidad material, como el pensamiento afecta a la resistencia impene­
la exterioridad y de la resistencia.7 trable de la libertad (y la afecta, de manera más precisa, como resisten­
Ser libre en cuanto ser que está «poseído» por la libertad, es ser li­ cia de la lengua, como resistencia de la singularidad de los pensadores
bre con la efectividad de una materialidad irreductible a toda «espiri­ y de los pensamientos, pero también como esa otra resistencia, singu­
tualidad pura» de la libertad (y sin embargo eso es el «espíritu», es esa lar también, del cuerpo que piensa, tensos los músculos, duros estrépi­
diferencia material, en la que el existente llega a exponerse como tal). tos en la cabeza, y este silencioso espesor de una carne que entrega y
Que no podamos representar esta materialidad sin hacerla bascular en que retira como de buen grado lo que se llama los «pensamientos»...).
el orden de las fuerzas representadas, y al mismo tiempo ligadas den­ Así, la libertad está bien lejos de poder ser solamente «un pensa­
tro de la causalidad —y que, por este hecho, no podamos evitar recaer miento», y no es tampoco una libertad «en el pensamiento». Corres­
en una apreciación (optimista o pesimista) de las posibilidades de ac­ ponde más bien a esto: el hecho de que el existente piense no consti­
ción de la libertad, reducida por este hecho a una propiedad causal del tuye una propiedad entre otras del existente, sino la estructura misma
«espíritu» (y sin embargo, ¿quién se atrevería a apreciar simplemente de su existencia, puesto que es en el pensamiento —o como el pensa­
de este modo la libre fuerza del cadáver frente a su asesino?)—, todo miento— como aquel, el existente, se sustrae a la inmanencia del ser.
eso no testimonia en contra del estatuto ontológico de la fuerza de la Esto no significa en absoluto que no exista más que en la dimensión
libertad. Pues esto indica por el contrario, en la resistencia misma al del «puro pensamiento»; precisamente no hay «puro pensamiento» si
concepto, la impenetrabilidad sin la que la libertad no sería la libertad. el pensamiento es la existencia según la trascendencia que la entrega
al mundo y a la finitud del ser compartido. Esto significa que la vida
6. No se trata, pues, del h om bre «ser inm ediatam ente n atu ral (...) dotado de fuerzas del existente es idénticamente su pensamiento (y por esta razón, por lo
naturales», del que habla Marx en los «M anuscritos de 1844» ( Oeuvres, París, Gallimard, demás, una filosofía de la «vida» no se adecúa a ese existente como
1968, pág. 130-131; trad . cast. de José M aría Ripalda, M anuscritos de París. Escritos tampoco una filosofía del «espíritu»). Más acá o más allá de todo pen­
anuarios francoalem anes, OME vol. 5, B arcelona, C rítica, 1 9 7 8), p a ra distinguirlo del
hom bre com o «ser existente p o r sí». Pero n o deja de ser significativo que M arx haya
samiento determinado, y en particular de toda deducción de su «liber­
querido poner en la fuerza el acento que Hegel p onía en la conciencia. La experiencia de tad» o de su «no-libertad», como de toda intuición de la una o de la
la libertad es tam b ién la de u n a diferencia de fuerzas en juego en el ser-en-el-m undo. Se otra, el pensamiento es el acto para el que su esencia de acto (su
recordará, p o r o tro lado, que, de u n a m an era com pletam ente diferente, pero tam bién fuerza, y en consecuencia, la «sustancia» que debería estar dotada de
ella sintom ática, B ergson in te n ta b a p re se n ta r la acción Ubre com o la «detonación» de
u n a energía m aterial (véase L'énergie spirituelle, I; trad . cast.: La energía espiritual, Ma­
esta fuerza) no está ya presente en la inmanencia, al igual que no es
drid, Espasa-Calpe, 1982). concebida en la representación. E l pensamiento es el acto de una in-ac-
7. E sta m aterialid ad ontológica nos parece que aflora en los análisis de Didier
Franck sobre Heideggery el problem a del espacio, París, M inuit, 1986. 8. Véase capítulo 5.
120 LA E X P E R I E N C I A D E LA L I B E R T A D

tualidad: es por eso por lo que aquél no puede aparecerse para domi­
narse, al modo de la subjetividad, sino que es para él mismo —como
aquello que él piensa y como aquello que lo piensa, siempre diferente
C a p ít u l o 1 0
en él y siempre inicial— la experiencia de la fuerza impenetrable de su
libertad.
Esta fuerza puede ser considerable o ínfima, en sus efectos calcula­
LIBERTAD ABSOLUTA
bles según el encadenamiento de las causas (suponiendo que se pue­
dan calcular los efectos del pensamiento, y de la libertad), pero es por
sí misma, en cuanto cosa y no en cuanto causa, siempre la misma.
Tiene siempre la misma intensidad, que no es una intensidad relativa,
sino absoluta. Es la intensidad absoluta lo que prepara, tiende, de Si la libertad no fuese ese ser-libre, esa libertad del ser (la suya), y
parte a parte, el juego de las. diferencias por las que existimos en la re­ la de la existencia en relación con él (es la misma, es la generosidad de
lación de las singularidades. La libertad es la tensión absoluta de la re­ la retirada), no seríamos libres en absoluto. Estaríamos remitidos a la
lación, esa tensión ontológicamente material cuya impenetrabilidad antinomia del capricho y de la fatalidad, cosa que podría constituir el
constituye el precio absoluto de la existencia (la «dignidad», en el lé­ fondo, y al mismo tiempo el impás, de la tercera Antinomia kantiana
xico de Kant, es decir, lo que no es ya un «valor»). Esta tensión es vi­ —al revelar que la ilusión trascendental no se encuentra propiamente
sible desde el momento en que se cruzan dos miradas (pero no es se­ ni en la tesis ni en la antítesis, sino en la antinomia misma que pre­
guro que haya que limitarse aquí a las miradas humanas, ni que haya tende darles su estatutoa dialéctico (y que expone así la dialéctica, en
que excluir lo que, por nuestra mirada, se mira o es mirado a partir in­ todos los sentidos de la palabra, general de la libertad para la metafí­
cluso de las cosas «inertes» del mundo): es materialmente visible, o sica). Toda la filosofía sabía antes de Kant, como él mismo sabía tam­
más que visible, «tangible», en cuanto que la invisibilidad misma de lo bién, que el capricho puede depender de la fatalidad, de la misma ma­
que, en la mirada, mira —y que no es un pensamiento, ni un rostro, nera que se puede comprender la fatalidad como un capricho (es así,
sino la in-actualidad singular de ese acto mismo de la mirada, de esa quizás, como comienza, o como acaba, la interpretación filosófica de
apertura intensa de una existencia-en-el-mundo (muy anterior a toda la tragedia, olvidadiza de una «libertad trágica» de la que tendremos
toma de perspectiva mediante un sujeto). Esa retirada de presencia, que volver a hablar). Al imaginar la diferencia de naturaleza de dos
que deja y se deja venir a la presencia, esa incandescencia de nada en causalidades, Kant hacía posible a la vez la exposición de la Antino­
la que toda causa se retira en la cosa (he aquí: hay algo), no puede ser mia, y su solución trascendental. Pero cuando esta diferencia de natu­
sino la libertad. Esa libertad nos «posee» como la mirada posee: en­ raleza se revela falaz, puesto que al fin y al cabo se trata en un caso y
tregando a la presencia. Pero no tiene relación alguna de ninguna otro de causalidad, nos encontramos remitidos al desplazamiento per­
clase de especie con una causalidad. El ser como causa depende de va­ petuo e irrisorio en el interior de la Antinomia, desplazamiento que
rias especies posibles de visiones teóricas. El ser como cosa se ofrece aboca a la inanidad todos los interrogantes sobre la libertad, y al final
mediante la fuerza de la mirada de la libertad. Es siempre la libertad el concepto mismo de libertad, la cual queda involucrada en una u
lo que mira, quizás desde el fondo sin fondo del «cielo estrellado», otra de estas dos posibilidades: asunción subjetiva de la necesidad, li­
pero también en una mirada intercambiada por azar, o bien desde el bertad relativa en el seno de un conjunto determinado, libertad espiri­
fondo de una prisión, o bien, incluso, en los ojos del que acaba de mo­ tual y no material, libertades ético-políticas incapaces de compren­
rir. Y si es siempre la libertad la que mira, es siempre sin duda tam­ derse ellas mismas, etc.
bién la misma mirada. La libertad no es si no es absoluta, y el ser absoluto no es ser una
posibilidad de la causalidad, ni siquiera ser a fin de cuentas (como
todo llevaría a interpretarlo en Kant) la inteligibilidad misma de la
causalidad. Pues es la cosa, no la causa, lo que puede ser absoluta; es
la existencia, no el ser. El pensamiento de esta absolutez es el impera-
122 LA E X P E R I E N C I A D E LA L I B E R T A D LIBERTAD ABSOLUTA 123
tivo categórico de todo pensamiento de la libertad, y quizás de todo larmente impenetrables e intratables de aquello que ella prescribe. Al
pensamiento en general, incluso y justamente si esta tarea de pensa­ mismo tiempo ella es tratable y penetrable: es la ley sin la cual no ha­
miento no se puede presentar nunca como el programa de una deduc­ bría ni sombra ni expectativa de la más mínima ley.
ción o de una demostración, aunque fuese infinita, y si, dicha tarea, se «¡Sé libre!» (habría quizás que poder escribir solamente, mediante
ofrece siempre por el contrario como la experiencia, para el pensa­ un improbable uso verbal del sustantivo, o del adjetivo: «¡libre!», a no
miento, de su propio límite (pero también de su propia materia). ser que esto resuene, y por qué no, a un mandamiento de alza­
Si el imperativo categórico sólo tiene sentido en cuanto que está miento...). «Sé libre» manda, pues, lo imposible: no hay libertad dispo­
destinado a una libertad, eso es así porque la libertad, por su parte, nible, designable, antes de esta orden, ni fuera de esta orden, y el
sólo tiene sentido en cuanto que recibe tal imperativo (ya sea que éste mismo mandamiento manda de manera imposible, no hay aquí sujeto
sea literalmente el imperativo kantiano, ya sea que se enuncie de una de la autoridad. Está concernido aquí, pues, el límite de la compren­
forma completamente diferente: por ejemplo, «¡piensa siempre la li­ sión. Pero es para encontrarse de nuevo delante de la necesaria ante­
bertad!»...). Dicho de otro modo, la libertad es esencialmente, y no ac­ rioridad de la libertad,2 la cual no se esclarece aquí solamente con res­
cidentalmente, lo que recibe la alocución de la orden impuesta,1y ésta pecto al pensamiento, sino con respecto a la libertad misma (si se nos
no es, pues, quizás, esencialmente, nada más que lo que recibe la alo­ permite seguir haciendo esta distinción). Hace falta que la libertad se
cución de una orden categórica a propósito de la libertad, y el recep­ preceda en su autonomía para ser la libertad. No puede ser ordenada,
tor, por consiguiente, de su propia orden: ¡sé libre!, o bien: ¡libérate! (o su advenimiento no se puede prescribir a no ser que haya liberado ya el
bien, de manera más elaborada: ¡sé lo que eres, es decir, libertad, y espacio en el que esta prescripción puede tener lugar sin ser un ab­
para eso libérate de una esencia y/o de un concepto de la libertad!). No surdo, o más bien sin ser anterior a la menor posibilidad de sentido en
ha habido jamás otra cosa, en el extremo o en la inauguración de todo general (y sin embargo, ¿no es también de eso de lo que se trata?...).
pensamiento de la libertad, ya sea el de la necesaria condición libre del Sólo se le puede decir «¡sé libre!» a quien sabe lo que es eso, y no se
filósofo para Platón, la de la libre decisión cartesiana de ser sí mismo, puede saber lo que es eso sin haberlo sido ya puesto en libertad. En el
la de la libertad exclusiva del Dios de Spinoza, o incluso la del Estado imperativo en el que la libertad se difiere, debe igualmente predecerse a
hegeliano como efectuación total y singular de la libertad. sí. Hace falta que el «¡sé libre!» sobrevenga como una orden de la li­
Hay que comprender la auto-nom ía, que ha representado siempre bertad. Hace falta que la libertad esté ella misma ya liberada, no sólo
el régimen propio de la libertad, a partir de ahí: como una legislación para que se pueda enunciar el imperativo, sino para que su enuncia­
por medio de sí mismo en la que el sí no preexiste, pues es su existen­ ción sea un acto dotado de la fuerza de la libertad.3 (En este sentido, si
cia misma la que está bajo la prescripción de la ley, y esta ley misma bien es exacto decir que el imperativo, en general, se da sin poder sobre
no cuenta con ningún derecho, puesto que instaura con su propia ju ­ la ejecución de aquello que ordena —no es su causa—, no sería exacto
risdicción la posibilidad de un «derecho» en general. La libertad no es decir que carece de fuerza. Es incluso esta fuerza lo que hace de la en­
un derecho, es el derecho de lo que es «por derecho» sin derecho: con tonación [forma de la intensidad] un elemento notable en la descrip­
esta radicalidad es como hay que comprenderla como hecho, como ción lingüística del modo imperativo.4 Esta fuerza no fuerza a nada ni
inicial, y como revolucionaria. La ley es aquí la ley misma, en su esen­ a nadie. En cierto modo, es una fuerza sin empleo, o bien es sólo la in­
cia pura (lo que ella prescribe no está subordinado a nada previo, y ni tensidad de una singularidad de existencia, en cuanto que existe.)
siquiera a alguna no-libertad de la que habría que liberarse: la libertad
no puede precederse en su propio mandamiento), y ella es, por el
2. Véase capítulo 5.
mismo hecho, la ley que no deja de pasar al límite de la ley, la ley que 3. E stru ctu ra general y conjunta de la orden y del acontecim iento: «Ven: ¿cóm o p ro ­
no deja de liberarse de la ley. Libertad: singularidad de la ley, y ley de vocaría eso la venida de lo que viene, la venida del acontecim iento p o r ejem plo, si él
la singularidad. Prescribe una ley única, pero esa ley única prescribe m ism o, ven, no llega, no ocurre?» (Jacques D errida, Parages, París, Galilée, 1986, pág.
que no hay más que casos, que sólo hay instancias singulares y singu­ 6 2).
4. Véase Benveniste: «el sem antem a desnudo em pleado todavía en form a yusiva, con
u n a ento n ación específica», algo que no llega a constituir «ni siquiera u n enunciado»»
1. Véase J.-L. Nancy, E l imperativo categórico, op. cit., y véase supra, cap. 2. (Problemas de lingüística general, I, París, Gallim ard, 1972, pág. 9 8).
124 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D

Así, la autonomía en cuanto que auto-nomía de la libertad es abso­


luta. Eso no significa, como cabría comprender en el registro más evi­
dente de la lógica hegeliana, que el Absoluto es libre. Eso significa
—exacto reverso de Hegel— que la libertad es absoluta, es decir, que la C a p ít u l o 1 1
libertad es la absolutización de lo absoluto mismo. Ser absoluto, es de­
cir, estar separado de todo. Lo absoluto de lo absoluto, la esencia ab­
soluta de lo absoluto, es estar separado de todo lazo y de toda presen­ LIBERTAD Y DESTINO.
cia, incluido a sí mismo. Lo absoluto es el ser que no está ya situado en SORPRESA, TRAGEDIA, GENEROSIDAD
alguna parte, aparte o más allá de los entes, con los cuales seguiría te­
niendo, en consecuencia, esa relación de «más allá» (Hegel mismo lo
sabía muy bien), no es ya el ser que es, sino el ser retirado en él mismo
A causa de esa absolutez, la libertad se debe poder pensar de una
más acá de él mismo, en la ab-solución de su propia esencia, y que no
manera que la distinga de todo concepto de una libertad opuesta —y
tiene lugar más que como esa ab-solución. Lo absoluto es el ser del
en consecuencia relativa— a algo así como una fatalidad.
ente que no es de ninguna manera su esencia, sino sólo la retirada de
La idea de una fatalidad, ya sea que tome más bien la resonancia de un
la esencia, su ab-solución, su di-solución, e incluso, absolutamente, su
Destino mandado desde un más allá del mundo, o más bien, la de una ne­
solución, en el hecho de la existencia, en su singularidad, en la intensi­
cesidad del desarrollo inmanente de una Historia, presupone en cualquier
dad material de su venida y en el tono de la Ley autónoma cuya auto­
caso una consistencia ontológica propia del curso de los acontecimientos
nomía, cuya fundación y autoridad, sólo dependen de la experiencia
como tal, ya sea a partir de su origen, ya sea en el desencadenamiento de
de que la ley esté tendida al borde de la ley como una existencia arro­
su proceso. Este curso de los acontecimientos debe ser, y debe ser en
jada.
cuanto curso: según la sucesión, y según la dirección. En este caso, no
Si tal es, realmente, la extremidad absoluta del ser a la que hay que puede haber libertad si no es en relación con este curso de los aconteci­
reconocer absolutamente la existencia, la cosa misma del pensa­
mientos, es decir, solamente desde el punto de vista de una trascendencia
miento, entonces «la libertad» es el nombre filosófico de esta absolutez»,
no finita, que permita ocupar una posición sustraída al tiempo. En esta po­
o no es nada. La libertad es apartarse, y el desencadenarse, del ser en
sición, la libertad puede identificarse con la fatalidad, ya sea según el mo­
cuanto que éste no se retiene en el ser, y que se absuelve de su ser en el delo de un éxtasis en Dios (o en el Sujeto de la Historia), ya sea según el
compartir la existencia.
modelo de la «resolución a lo ineluctable como autoilusión esencial».
La consistencia propia del curso de los acontecimientos es el ser del
tiempo. No el ser como tiempo, sino el tiempo como ser: el tiempo como
sustancia y como subjetividad. La pregunta, o la obsesión, de la fatalidad
está presente sin cesar en Occidente (y sin aquella pregunta, esta obse­
sión hace que el pensamiento de la libertad se tropiece, a no ser que la
una dialectice a la otra), en la medida en que la temporalidad está sus-
tantificada con la fatalidad. Pero en la medida inversa y simétrica —y que
no deja de hecho trabajar también toda la tradición— en la que a la tem­
poralidad se la reconoce como aquello que obstaculiza la sustantificación
en general, y en particular a su propia sustantificación,1 la perspectiva
cambia. El curso de los acontecimientos debe, no ser negado, sino puesto
a la luz en cuanto que curso de los acontecimientos, y en cuanto que el
1. T endrem os que dejar de lado aquí la articulación con el espacio, que sin em bargo
form a p arte de esta problem ática. P ara eso h aría falta otro trabajo. Se en co n trará m ás
126 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D LIBERTAD Y DESTINO 127
curso mismo, en cuanto tal, tiene el carácter de acontecimiento. No cimiento a la existencia (o una muerte), no es una modificación de una
vamos a recuperar aquí los análisis heideggerianos de la temporalidad, sustancia permanente (y que, como tal, llegaría jamás a la presencia).
ni el hilo insistente aunque discreto de la tradición que debía conducir O también: el fenómeno en su fenomenalidad involucra la pareja per-
allí (historia) y que se encuentra al mismo tiempo liberado de su curso manencia/sucesión, que involucra a su vez la pareja sustancia/acci-
(acontecimiento). Nos trasladaremos de una vez a esa extremidad en dente, mientras que el fenómeno considerado como la existencia de la
la que es el mismo concepto de tiempo, y casi su nominación, los que cosa involucra sencillamente, si cabe decirlo así (pero es en efecto la
se encuentran en suspenso:*2 hasta el punto en que se verifica que la simplicidad m ism a, tan próxima y tan lejana...), la «puesta en posi­
temporalidad del tiempo no es nada temporal (o bien, también, hasta ción» de la cosa, la Setzung del existente en la existencia. Esta Setzung
el punto en que la temporalidad es temporal en la medida en que aqué­ escapa a la permanencia tanto como a la sucesión, y escapa a la sus-
lla da el tiempo del tiempo, su ritmo, en cierto modo, más que su tancialidad tanto como a la sucesividad. Es proveniencia en el tiempo
curso, ya que no hay que correr el riesgo de olvidar que ese ritmo sólo de la presencia en cuanto que ésta, como presente de su presencia, no
tiene lugar justo en el curso mismo). depende de nada que la funda o que la produzca. No proviene ni del
Es decir, que es a través del tiempo mismo, si se puede decir así, tiempo, ni de algo que esté en el tiempo, ni de algo que esté fuera del
más que en la profundidad de una esencia temporal del tiempo, como tiempo. Es, de alguna manera, la pro-veniencia del tiempo en el
cabe finalmente discernir lo que se podría llamar la proveniencia del tiempo. Así, procede de una «venida» que no es a su vez temporal, ni
tiempo, o la pro-veniencia, más exactamente, del presente del tiempo. en el sentido de que vendría en el tiempo, ni en el sentido de que la du­
En efecto, el tiempo como tal, cualquiera que sea la fluidez, e incluso ración de su proceso se presentaría en ella (y en ese sentido ni siquiera
lo fugitivo de su transcurrir, se mantiene siempre, para toda la filoso­ es una «venida»: eso no viene propiamente, eso pro-viene, eso sobre­
fía, en la dimensión y bajo el dominio de la presencia (el haber-sido- viene, eso vuelve a venir quizás). Es una pro-veniencia que no precede
presente, el ser-presente, el-ser-presente-por-venir). Así, el tiempo al presente, sino que lo da como presente, que le da su presencia de
como tal era para Kant la única cosa que no transcurre dentro del presente, o que le da a la presencia (y que de esta manera da el tiempo:
tiempo: es la permanencia del presente que se sucede. Pero al igual proveniencia y pre-veniencia del ser para la existencia). Heidegger
que el ente, que es en cuanto ente-presente, se desvela velando al ser llama a esto Ereignis. Dice: «La donación de presencia es propiedad del
en su retirada, igualmente (y éste «igualmente» responde de hecho al Ereignen. El ser se evapora en el Ereignis.» Con esta palabra, Ereignis,
entrelazamiento íntimo de las dos preguntas) el presente del tiempo cuyo sentido corriente es, como se sabe, «acontecimiento», lo que Hei­
no se puede presentar sin hacer referencia o seña (velar es también y degger pretende, pues, pensar, es, no la puntualidad temporal, y pre­
primeramente hacer seña, sin significar) al venir-a-presencia de ese sente, lo que se entiende primeramente a título de acontecimiento,
presente (o si se quiere, al estar-presentado de la presencia). El pre­ sino en suma el advenimiento del acontecimiento, la proveniencia de
sente no puede provenir de otro presente. Cada presente como tal se un presente y así, de la apropiación (Eig nu ng ) del ser en cuanto ser,
retiene en él mismo por una presencia absoluta (pasada, presente o fu­ del tiempo en cuanto tiempo, y del ser y del tiempo en la apertura de
tura), separada como tal de toda sucesividad. En los términos de Kant una presencia (lo cual implica también el espacio).
a propósito de la causalidad: cada presente de una presencia es un na­ Heidegger ha dejado en parte suspendida la explicación o la explo­
tación del Ereignis. No vamos a recuperarla y prolongarla: eso nos lle­
varía a un trabajo completamente diferente. Nos contentamos con ex­
adelante algunas indicaciones en la dirección de aquello que h ab ría que pensar, n o sólo
com o u n a originalidad p ro p ia del espacio (com o lo hace D idier Franck, véase n o ta 7,
plotar libremente lo que ese motivo, nos parece, indica necesa­
pág. 118), sino com o u n a «espaciosidad» del tiem po alrededor del «acontecim iento», de riamente a propósito de la libertad, o de lo que persistimos aquí en lla­
lo cual volveremos a h a b lar aquí. De m an era general, la libertad se ofrece espaciosa y es- m ar «libertad». Se trata, pues, de la pro-veniencia del tiempo. Si se
paciadora: tratarem o s de ese p u n to p a ra aca b a r (cap. 13). piensa el tiempo como proviniendo de él mismo, se lo piensa como la
2. Véase «Temps et étre» en Q uestions IV, trad. franc. París, Gallim ard, 1976, y véase
subjetividad de una necesidad: ineluctable curso de los acontecimien­
tam bién el análisis del carácter «de p arte a p arte metafísico» del «concepto de tiem po»
p o r D errida en «Ousia et gram m é», en M arges de la philosophie, París, M inuit, 1972 tos, con el que la libertad debería reducirse a practicar imaginarias as­
(trad. cast. de C arm en González M arín, M árgenes de la filosofía, M adrid, C átedra, 1989). tucias. Pero, ¿qué hay del acontecimiento o del advenimiento del curso
128 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D LIBERTAD Y DESTINO 129
como tal? ¿Qué hay del advenimiento del tiempo mismo, como curso los análisis filosóficos de la temporalidad, y singularmente de los aná­
de los presentes y como presente del curso? (¿Qué pasa, pues, en el lisis del instante presente: en el límite entre el haber-sido-ya y el no-
fondo, con el primer esquema kantiano, y con el «yo» que produce o ser-todavía, el presente se verifica siempre asimismo como límite de
que engendra en éste el tiempo, antes incluso, por definición, de poder presencia, es decir, como el ser o el haber-ya-pasado de lo que todavía
ser un sujeto? Toda esta cuestión es, sin duda, la de un yo singular, que no es o todavía-no-ha-venido. Que es la estructura de la sorpresa (y
engendra al nacer él mismo, que no es más que su necesidad y que no ésta constituiría, así, el reverso exacto de la estructura del presente): la
es más que nacimiento: una vez más, un grito: ¿de sorpresa?) sorpresa tiene lugar, sin haber llegado (o ocurrido); no habrá, pues, te­
¿Qué pasa con la venida como tal, en cuanto que ella misma, como nido lugar, pero habrá abierto el tiempo, mediante un esquematismo
se dice, no viene? ¿Qué hay de la pro-veniencia del venir, de la e-ven- de la sorpresa cuyo yo se sorprendería a su vez. El tiempo abierto po­
tuálidad (del acontecimiento) y del ad-venir ellos mismos? Esta pro-ve­ drá ser el tiempo de la extrañeza, del vuelco, o de la interrogación, el
niencia no es un origen, ni en el tiempo ni en el ser. No es más que el de la explicación. Y por ejemplo, el tiempo de la pregunta: ¿por qué
origen de un origen posible —y quizás es, más secretamente todavía, y hay algo?, o bien, el de esta (¿otra?) pregunta: ¿por qué plantear la pre­
según un tema ya evocado aquí, el origen de un origen improbable. Se­ gunta precedente? Cabrá siempre tomarse el tiempo para responder a
ría mejor llamarlo una sobre-venida. El tiempo, el tiempo como curso la pregunta, y habrá que hacerlo, incluso si es para responder que no
y como acontecimiento, el tiempo como curso de los acontecimientos hay «razón» para ese «¿por qué?». Pero este tiempo que habrá que to­
y como acontecimiento de su propio curso, es decir, bajo todas las mo­ marse no habrá sido abierto más que por la sorpresa, la cual, a su vez,
dalidades de su venida-a-presencia, el tiempo sobre-viene. Este sobre­ no se ha tomado el tiempo, porque no era ya tiempo, o todavía no era
venir no consiste en el carácter repentino de la venida-a-presencia: tiempo, de tomar su tiempo. La sorpresa no se habrá tomado ni si­
pues el carácter repentino sigue siendo un modo de la presencia quiera el tiempo de venir, habrá sobre-venido a toda venida, habrá
misma (al menos si se lo comprende en conexión con el «instante», sido el acontecimiento de un tiempo libre, de una libre apertura de
pero podría ser que lo «repentino» se prestase a otro análisis). Pero la tiempo para que el tiempo pueda presentarse.
sobre-venida es en este caso: que «venir» no viene, que ocurrir, «llegar» El tiempo de la respuesta será el de la necesidad, como lo era ya en
no llega. Hay que pensar aquí al margen de todo lo que supone el pen­ verdad el tiempo de la pregunta, pues el «¿por qué? presupone el régi­
samiento temporal de la venida, del acontecimiento, del aconteci­ men de la necesidad. Pero ninguna necesidad la abre, la pregunta, por
miento y del llegar o ocurrir, en cuanto que es pensamiento de su pre­ sorpresa. Es decir, que el tiempo como tal será siempre el de la nece­
sencia. Al guardar el nombre de acontecimiento, pero al intentar sidad. Pues el tiempo es siempre el curso de la presentación de los
pensarlo, con el Ereignis, la apropiación de una presencia, y no la pre­ acontecimientos, y el curso de las preguntas, de las dudas, de las res­
sencia (repentina) de una propiedad, habrá que decir: en el aconteci­ puestas, o de las ciencias: el tiempo de la «vida» como el tiempo de la
miento el tiempo sobreviene al tiempo, el tiempo llega como tiempo «filosofía», y como el de la «filosofía del tiempo». Pero el tiempo del
(como presente), sin llegar en el tiempo o temporalmente. Nacimiento tiempo, o este síncope del tiempo que hace que la presencia se pre­
del tiempo que sería también tiempo del nacimiento: tiempo retirado sente por sorpresa (pregunta del empirista: ¿saldrá el sol mañana? En
del tiempo, tiempo de un pasaje sin presente, paso de nada a nada, este sentido, no hay respuesta al empirismo, sino en la experiencia de
sino entrega de existencia. la sorpresa, que no responde, sino que se limita a decir que el sol de
Lo que ocurre o «llega» sin llegar, es decir, sin provenir de un ori­ mañana, si lo hay, no será el mismo sol), todo eso no se puede llamar
gen, sino pro-veniendo o sobre-viniendo en el origen mismo (como el de otra manera que con el nombre «libertad».
grito, quizás, sobrevendría en el orificio de origen de la boca, y no pro­ Cuando no hay ya tiempo de vivir y de filosofar, o cuando no es to­
vendría de él), es la sorpresa. La sorpresa en cuanto sorpresa no so­ davía el tiempo (nacimiento y muerte, aparte de la causalidad, naci­
breviene simplemente para añadirse al curso de los acontecimientos y miento y muerte de una singularidad, de un «yo» o de un sol, naci­
para modificarlo. Ofrece otro curso, o bien, de manera más decisiva, miento y muerte de la «filosofía», o de un solo «pensamiento», golpeo
ofrece en el «curso» mismo la retirada de toda su presencia. Se podría de existencia), está la sorpresa: está ahí antes de haber estado ahí, y no
decir, de hecho, que la sorpresa está ya inscrita en el corazón de todos está «ahí», habiendo ya llegado ahí. Una esencia esta precedida por, o
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le sucede, un síncope: es la lógica de la libertad en cuanto lógica de La libertad sorprende siempre cuando no hay ya o no hay todavía
una esencia cuyo acceso no está prescrito por esta esencia,3 la lógica tiempo. Es decir, ya o no todavía tiempo para el tiempo, y para la opo­
de una esencia «libre» porque ella no es más que la sorpresa de una sición de una «libertad» y de una «fatalidad». No que la libertad se re­
existencia entregada. La libertad sorprende, o más bien, y puesto que suelva a no ser sino «la resignación a lo ineluctable» (lo que constituye
la libertad no es el sujeto de una acción, la libertad se sorprende. Y sin duda el resultado del concepto metafísico de la libertad, pero que,
«sorprenderse» es el acto del sujeto en el límite de la subjetividad: en al mismo tiempo no ha constituido nunca el pensamiento esencial de
el límite, es decir, allí donde el sí difiere esencialmente, y se difiere ninguna gran filosofía; ejemplar e incluso matricial a este respecto, la
(por ejemplo: ego sum ). La libertad no reside aquí en la voluntad en voluntad estoica de querer el orden del mundo no se puede analizar
cuanto pre-videncia de la pro-veniencia de la realidad de una repre­ como una resignación).5 Pero la libertad no está ligada tampoco (y
sentación: ésta sorprende de un golpe, cada vez (no un instante, un esto es de nuevo algo estoico) a la ilusión de una revuelta que estaría
golpe en el instante, un improbable corte del instante), todo el sistema en realidad sometida al encadenamiento del destino. La libertad se
de la voluntad: aparta de la resignación y de la revuelta, no para no hacer nada, sino
para dejar libre ese sitio aparte que es el propio del acto libre en su
Y el gesto fue hecho antes de que ella se diese cuenta, hasta tal punto
había soñado en él.
ejem plos h ié ra n o s pueden producirse?). H ay algo de u n síncope (suspensión y ritm o),
O bien: de un latir en el corazón de la «razón», de un latido de corazón. «Un corazón es ya u n acon­
tecim ien to , u n aco ntecim iento es ya u n corazón», escrib ía Dózen. La lib ertad , en su
acontecim iento se sitúa siem pre, quizás, en el orden del corazón. Pero ¿cóm o pen sar un
Se arroja al tren sin haber tomado la decisión de hacerlo. Es más
corazón del ser? (habíam os abordado la pregunta en «El am o r en estallidos», op. cit.).
bien la decisión la que ha tomado a Ana. La que la ha sorprendido.4 Lo que adviene en el Ereignis, es, quizás, que el advenir m ism o adviene a si, se apropia
com o presencia. Pero eso no puede advenir m ás que en el m odo del sobrevenir. El a d ­
venir se adviene a sí sobreviniendo, en el latido del sobrevenir. Esto sería eso, el corazón
3. Véase supra, cap. 6. Toda la tem ática de este parágrafo hay que conectarla con la del ser, o su libertad (¿n o es el corazón p ara nosotros sinónim o o m etáfora de la libertad
lectura, p o r parte de Lyotard, de la Begebenheit en la h istoria kantiana, del «hecho de en­ en todos sus estados?). La ap ertu ra de un m undo, com o tal y absolutam ente, no es pen-
tregarse» de u n acontecim iento en cuan to «huella de la libertad en la realidad». Aunque sable al m argen de la libertad del sobrevenir. Si no es así, no se tra ta de u n m undo, sino
Lyotard, que no se p ropone p o r o tro lado u n exam en de la lib ertad en sí m ism a, m a n ­ de u n universo. De u n a m an era en cierto m odo com parable, W ittgenstein liga el m ara­
tiene la apelación de «causalidad p o r libertad», el concepto im plícito de libertad que pa­ villarse ante el «milagro» de la existencia (lo que com porta u n a referencia a Heidegger,
rece suponer su texto enco n traría quizás alguna analogías con el de estas páginas. M an­ en la edición alem ana del texto, com o C hristopher Fynsk nos h a señalado) a la ética
tendríam os u n a reserva, sin em bargo, en cu an to a la expresión «huella de libertad», lo com o orden propio de las expresiones «cuya esencia m ism a consiste en no ten er sen­
que im plica a la vez visibilidad (o sensibilidad; ahí está todo el envite del «sentim iento» tido», cosa que nosotros interpretaríam os así: ten er el «sentido» de la libertad del ser.
de Lyotard, que debería reco n d u cir a aquello que evocábam os en la n o ta 5, pág. 114- (véase W ittgenstein, «Conferencia sobre la ética» en Lepons et conversations, trad. franc.,
115) e interm itencia; lo que es innegable en el plano de los «acontecim ientos históricos» París, 1971; tra d cast. de Fina B irulés e introducción de M anuel Cruz, Conferencia sobre
de los que habla Lyotard, nos parece rem itir en el plano ontológico a u n a constitución ética, Barcelona, Paidós, 2a ed., 1990).
de la que se podría decir que es lo no-sensible de lo sensible, y la no-interm itencia de la 5. E n tre tan to s análisis, citem os el de V uillem in (que p o r lo dem ás se aplica al
interm itencia de los acontecim ientos. E n u n sentido, hay sin cesar u n acontecim iento de m ism o tiem po a Spinoza), p o r la finura con la que capta el abandono activo de esa vo­
libertad, que abre la existencia com o tal. H ay sin d uda el «sobre-venir» del tiem po, y es luntad: «¿Cuál es, sin em bargo, el origen de la conversión m ediante la que un a voluntad
a p a rtir de ah í solam ente com o se puede acceder a la posibilidad de p en sar u n a «histo­ finita, al a su m ir las lim itaciones que la abrum an, se identifica, en la m edida en que está
ria» y sus «signos». Véase Jean Fram jois Lyotard, L ’enthousiasm e, París, Galilée, 1986, en ella, con su causa y su sustancia? E sta voluntad finita no podría ser p o r ella m ism a,
especialm ente págs. 54-56, 100 y 113 (trad . cast. de Alberto L. Bixio: El entusiasm o, B ar­ sino, precisam ente, en la m edida en que se la considere u n a parte dada de la N aturaleza,
celona, Gedisa, 1987). y el sabio n o llega a la sabiduría si no es p o r m edio de u n a cierta necesidad eterna. Es­
4. Julien Green, M inuit (trad . cast. de José M aría M artínez M onasterio: Medianoche, tam os, pues, necesariam ente necesitados de salvación y de consentim iento. Y el secreto
B arcelona, Plaza & Janés, 1 979), citado en Georges Poulet, Mesure de l'instant, París, de la fuerza sigue siendo sentir su sostenida expansión a través de u na fuente que aqué­
Pión, 1968, pág. 376, y M ilán K undera, L'art d u rom án, París, G allim ard, 1986, pág. 80 lla h a cap tad o com o sin querer, que no controla, y que experim enta com o inagotable»
[trad. cast. del original checo de F em ando Valenzuela y M. V. Villaverde: El arte de la no­ (op. cit., pág. 389 ). A lo cual añadiríam os sim plem ente, si hubiese que establecer u n lazo
vela, B arcelona, Tusquets, 1 9 8 7] (el a u to r h ab la de Ana K arenina. ¿T endrá que ver es­ m ás estrecho con este texto, que la «salvación y la aquiescencia» no son o tra cosa que
tru ctu ralm en te la lite ra tu ra con esa sorpresa, de la que es seguro que m uchos otros la libertad m ism a.
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fuerza propia y revolucionaria.6 (Y sin duda, ni la actitud de la revuelta ser la presentación y el presente de una libertad, de un acto y de un su­
ni la de la resignación quedan excluidas: pero es la libertad la que lo jeto libre— es sorprendido, puesto que es la libertad la que se sor­
decide, es ella la que hace o no hace a aquéllas libres.) prende ahí, abriendo el tiempo justo en el tiempo, a lo largo del
Cuando ya no hay, o todavía no, tiempo para la oposición de un ár­ tiempo, a tiempo o a contratiempo. En este sentido, ni siquiera se po­
bitro y un destino, es que ya no hay, o todavía no, tiempo para el drá decir que ella «se elige», ni que «elige» el tiempo.7 No se trata ni de
tiempo. En la libertad, no hay tiempo para el tiempo. Es «tiempo» del elección ni de coerción. Se trata de que la existencia como tal está pu­
corte del tiempo, de un sobre-venir que lo sorprende, presentando lo ramente ofrecida al tiempo —es decir, a su finitud— y de que esa
que no ha venido, retirando la presencia a lo que se ha presentado. El ofrenda, presentación de antes de toda presencia, pro-veniencia que
acto libre ignora el presente del pasado, y no asegura el del porvenir; solamente sobre-viene, es la existencia en la retirada de la esencia o del
pero no se mantiene tampoco en su propio presente: no es el aconte­ ser. Su sorpresa no la deja «elegir». Pero no la determina sin embargo:
cimiento pero le sobreviene y lo apropia (ereignet) como apertura o la expone como una generosidad infinita a la finitud del tiempo (como
como cierre del tiempo, como don o como rechazo de la venida-a-pre- un sobre-venir infinito a la presencia finita).
sencia. En un sentido, Kant tiene razón: si me levanto, al instante, de Sólo así puede ocurrir que el tiempo sea «llenado» o «cumplido»,
la silla, no hay otra causalidad que venga a mezclarse sin mezclarse en de acuerdo con el motivo de Benjamín:
la causalidad mecánica del mundo, pero sí hay indefectiblemente un
sobre-venir a este acontecimiento de aquello que no viene, de lo que El tiempo histórico es infinito en todas las direcciones, y no lleno a
no se presenta ahí, pero que entrega el tiempo de ese gesto a la exis­ cada instante (...) la fuerza determinante de la forma histórica del
tencia, es decir, a la posibilidad (improbable lo más a menudo) de un tiempo no es plenamente captable por ningún acontecimiento empírico
síncope del tiempo y de la presencia en el que se presenta lo que no se ni puede ser reunida en ninguno. Un acontecimiento tal que fuese cum­
presenta como presente, a saber, la retirada de esencia en la que la exis­ plido, en el sentido histórico, es realmente más bien algo enteramente
indeterminado empíricamente, una idea.8
tencia existe.
La libertad «se presenta» ella misma delante/detrás de sí, en exceso
o en defecto de lo que podría asignarla o «distanciarla» en una pre­ Este cumplirse nos parece análogo a lo que por nuestra parte he­
sencia, sea esta presencia la de un arbitrio o la de un destino. Es libre mos llamado la sobre-venida de y al acontecimiento. Y la «idea» sus­
para el arbitrio y/o para el destino, pero no se confunde con su subje­ ceptible de sobre-venir y de captar la «fuerza de la forma histórica del
tividad o con su sustancialidad: es la posibilidad de tener que hacerse tiempo» (es decir, de hecho, la fuerza de su cumplimiento mismo) no
el sujeto de un arbitraje, y/o de tener que ser cogido por la fuerza de un puede ser sino la libertad, en el caso, la libertad del héroe trágico ex­
destino, pero no será ni el arbitraje ni el destino, será en ellos la exis­ puesto a su «falta», que no es ninguna otra cosa, como explica Benja­
tencia expuesta al modo arbitrario y/o destinal, pero esa exposición, a mín, sino el cumplimiento mismo de su «tiempo propio». Es esa liber­
su vez, no será ni arbitraria ni destinal, será lo que se expone sin fun­ tad la que llena el tiempo, la que lo retira a lo infinito como a su forma
damento, lo que está expuesto mediante el desasimiento de su funda­ vacía, la que lo hace finito o lo termina puesto que lo colma : finitud fi­
mento a la suerte del arbitrio, al riesgo del destino. No será el aconte­ nita, infinitamente finita, se podría decir, y expuesta como tal en la
cimiento de una elección o de un arrebato, será lo que sobre-viene a tragedia. Esto se hace dentro del instante (como advierte Benjamín en
un acontecimiento como ese: una existencia expuesta. otra parte, la unidad de tiempo de la tragedia es una figura del ins-
Es así como la libertad es absoluta: separada de su propio aconte­
7. El tem a de la elección de las posibilidades propias del Dasein, en E l ser y el tiempo,
cimiento, inasignable en un acontecimiento, es el corte en el tiempo y n o rem ite al motivo clásico de la elección del arbitrio. «Elegirse a sí mism o» no es hacer
el salto en el tiempo de una existencia. Entra en el tiempo, y en este la elección de u n posible entre otros, y no es, sin em bargo, resignarse a lo ineluctable. Es
sentido podrá decir que lo «elige», pero no entra ahí sino por ese ex­ d ecidir ser en relación a sí en tan to el existente que se es, es decir, siem pre, en tan to ese
ceso y ese defecto o retirada en que el tiempo como tal —lo que podría ente que su existencia sorprende, tan to com o existencia cuanto com o suya.
8. Véase «Trauerspiel et tragédie», en Origine du dram e baroque allem and, trad.
franc., París, 1985, págs. 25 5 y sigs.; trad. cast. de José M uñoz Miralles: E l origen del
6. Véase capítulo 7. d ram a barroco alem án, M adrid, T aurus, 1990.
134 LA E X P E R I E N C I A D E LA L I B E R T A D LIBERTAD Y DESTINO 135
tante), es decir, no en un instante, en el tiempo presente de un ins­ lo que ésta nunca está presente más que estando libremente ofrecida a
tante, sino por medio de un corte en medio del instante: el corte de la la presencia, a su propia presencia como a la presencia de un mundo.
libertad que sobreviene a ese tiempo y lo colma. Pero «en la tragedia el Nacimiento y muerte: esto que no podemos pensar más que como
héroe muere porque nadie es capaz de vivir en el tiempo cumplido. apropiación de presencia (Ereignis) que sobre-viene sin origen a la pre­
Muere de inmortalidad». Transcribiremos: su libertad retira su pre­ sencia y al presente del tiempo. Cogidas ambas dentro del tiempo de
sencia y su esencia en el gesto mismo mediante el que colma la finitud una fatalidad a su vez sin origen y sin fin, pero al mismo tiempo reti­
existente del tiempo. Además, es sorprendente. La muerte viene a sor­ radas al tiempo, en una eternidad finita que no es a su vez sino la libre
prender al héroe trágico: exposición existente. Pues la libertad que es inicial es realmente también
final, es que no se da, en consecuencia, en el sentido de un objetivo ni
Pues no es raro que sea en los momentos de tregua —por así decirlo, de un resultado, sino en el sentido de que siempre ya cumplida, no
en el sueño del héroe— como se cumple el decreto de su tiempo; e igual­ deja de exponer la existencia al cumplimiento que le es propio: ser su
mente, en el destino trágico, la significación del tiempo lleno se muestra propia esencia, es decir, retirarse de toda esencia, de toda presencia,
a plena luz en los grandes momentos de pasividad: en la decisión trá­ de toda sustancia, de toda causalidad, de toda producción y de toda
gica, en el momento retardador, en la catástrofe. obra, o, de acuerdo con la expresión de Blanchot, no ser más que la
desocupación de existir. «Nacer libre» y «morir libre» no son sola­
Se ve hasta qué punto esa sorpresa de inmortalidad firfita —si cabe mente fórmulas gravadas para ciertas determinaciones de derecho o
expresarse así— tiene poco o nada que ver con esta visión de lo trá­ para exigencias éticas. Dicen algo del ser como tal, del ser del tiempo y
gico, de la que hemos terminado haciendo el paradigma metafísico del del ser singular de la existencia.9 Esas expresiones dicen que no somos
conflicto entre una «libertad» y un «destino». El destino trágico no es] «libres» de nacer y de morir —en el sentido de una libre elección que
aquí otra cosa sino el destino de la libertad, o el libre destino de lo que , haríamos en cuanto sujetos—, sino que no nacemos y no morimos a
aporta el tiempo a la intensidad saturada de un «tiempo propio», esta-j ninguna otra cosa que a la libertad, y esto, en el sentido de que «morir
llido finito/infinito de existencia que se retira del ser y del tiempo. Lo' a la libertad» debe entenderse como «nacer a la libertad»: no la perde­
trágico, que ignora la tristeza, como lo hace notar también Benjamín, mos, no accedemos a ella infinitamente, en una «inmortalidad» de li­
es la sorpresa de un tiempo colmado de libertad: sorpresa impresenta­ bertad que no es una vida sobrenatural, sino que libera en la muerte
ble, insostenible, y sin embargo perfectamente presente, ofrecida justo misma la ofrenda inaudita de la existencia.
junto al hecho irrecusable de su sorpresa misma. Es quizás algo así lo que Heidegger quería pensar mediante la pa­
Si bien no se muere uno por cada acto de libertad (pero si bien, por labra destinación.10 La destinación sería el movimiento propio del
otro lado, no hay libertad que no ponga en juego la muerte, como sa­ Ereignis, o de la sobre-venida apropiadora: no el destino —dominación
bía Hegel), la existencia libre no se sostiene sin embargo nunca en el del presente—, sino «la donación de la presencia». La presencia dada,
tiempo lleno de su libertad. No se mantiene nunca en un «tiempo li­
bre», o cumplido, sino en un tiempo necesario de donde la libertad se 9. Sin em bargo, no se las debe p ro n u n ciar sin acom pañarlas con esta advertencia de
retira. Pero esa retirada es precisamente lo que entrega la existencia a A dorno (op. cit., pág. 289): «El hecho de que las m etafísicas de la m uerte degeneren o
bien en el reclam o de u na m uerte heroica o bien en la trivialidad de un a p u ra repetición
la sorpresa absoluta de la experiencia de la libertad sobrevenida.
de lo innegable, que hay que m orir bien, su m ostruosidad ideológica com ún, ese hecho
Finalmente, no se muere uno por cada acto de libertad, pero se se en raiza ciertam ente en la debilidad que sigue persistiendo en la conciencia h um ana
muere uno. Y al igual que cada vez la libertad nos expone a la posibi­ cuan d o se tra ta de m antenerse firm e ante la experiencia de la m uerte y quizás sim ple­
lidad de la muerte, la muerte a su vez nos expone a la sorpresa de la li­ m ente de in tegrarla en sí m ism o». Pero añadirem os que «integrar en sí mism o» la
bertad, cosa que también hace el nacimiento. En verdad, nacimiento y m u erte es al m enos u n a expresión am bigua, y que es la libertad m ism a la que nos
arran ca en la m uerte y que, p o r consiguiente, tam bién nos quita toda posibilidad de apro­
muerte tienen la misma estructura, que no empalma simplemente las p iam o s de esta muerte, com o tam bién del nacim iento que se abre a ella.
dos extremidades de una vida, sino que sobreviene a todo el curso de 10. Véase todo el m otivo del Schicksal, del schicken y del bestim men, que se com u­
los acontecimientos de esta vida, y que no es otra cosa sino la estruc­ n ica estrecham ente, com o se sabe, con el del Ereignis (véase Tiempo y ser, op. cit., pág.
tura que sobre-viene de la existencia como tal: se trata de aquello por 44, entre otras).
136 LA EXPERIENCIA DE LA LIBERTAD
I

extendida, ofrecida por su retirada y en su retirada.lEs decir, la libera­


ción de la presencia y para la presencia en la retirada del tiempo pre­
sente. La presencia que se verifica que no es presente, sino destinación,
envío, liberación de ella misma como partición infinita de existencia.
Pero «destinación» y «liberación» corren el riesgo de decir todavía de­ C a p ít u l o 1 2
masiado poco, si es que estas palabras marcan todavía demasiado la
acción consciente y voluntaria. Digamos, para intentar liberar en las
palabras otra denominación de la libertad: una sorprendente generosi­ EL MAL.
dad del ser. LA DECISIÓN

Pero ¿y si el pensamiento, finalmente, se encontrase severamente


apelado al pudor, y reducido a la impotencia, a través del mal? Más
gravemente todavía, ¿y si se encontrase confrontado, a través del mal,
con su propia indignidad?

Auschwitz demostró irrefutablemente el fracaso de la cultura. El he­


cho de que Auschwitz haya podido ocurrir en medio de toda una tradi­
ción filosófica, artística y científico-ilustradora encierra más contenido
que el de ella, el espíritu, no llegara a prender en los hombres y cam­
biarlos. En esos santuarios del espíritu, en la pretensión enfática de su
autarquía es precisamente donde radica la mentira. Toda la cultura des­
pués de Auschwitz, junto con la crítica contra ella, es basura. Al restau­
rarse después de lo que dejó ocurrir sin resistencia en su casa, se ha con­
vertido por completo en la ideología que era en potencia desde que, en
oposición con la existencia material se arrogó el derecho de insuflarle la
luz; una luz que precisamente el aislamiento del espíritu se había reser­
vado para sí quitándosela al trabajo corporal. Quien defiende la conser-'
vación de la cultura, radicalmente culpable y gastada, se convierte en
cómplice; quien la rehúsa fomenta inmediatamente la barbarie que la
cultura reveló ser.1

Como consecuencia de su última frase, Adorno añade:

Ni siquiera el silencio libera de ese círculo; lo único que hace es ra­


cionalizar la propia incapacidad subjetiva con la situación de la verdad
objetiva, degradando de nuevo a ésta a una mentira.

De manera que no puede uno callarse. No puede uno callarse ante


lo que ha llevado al fracaso a la «libertad», que constituía el pensa­
miento mayor de esta cultura, ni delante de lo que pone en trance de
1. Op. cit., pág. 287; trad. cast. pág. 367.
138 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D EL MAL. LA D E C I S I Ó N 139

renunciar a todo pensamiento de la libertad (sin duda Heidegger gación de la existencia. Hay en adelante una experiencia del mal, y el
creyó haberlo reconocido, entre otras cosas, cuando reconoció «la pensamiento no puede mantenerse al margen de ella. En realidad, es
mayor tontería de mi vida»;2 sin embargo guardó silencio,3 y éste fue ésa, quizás, la experiencia mayor de todo el pensamiento contemporá­
también, se ha llegado a decir, un silencio sobre «la libertad»; sin em­ neo en cuanto pensamiento de la libertad, es decir, en cuanto pensa­
bargo no dejó de intentar pensar «el espacio libre» del Ereignis : lo miento que no sabe ya si, ni cómo, «la libertad» podría ser su tema,
cual era también reconocer la indignidad y la futilidad de la «cultura» puesto que es libremente y en el seno de la cultura de la libertad en
de la libertad, sin ceder, sin embargo, acerca... de la libertad). Y si donde se llevó a cabo sistemáticamente la negación de la existencia. El
todo pensamiento de la libertad debe renunciar, dejando el lugar al pensamiento no piensa nada si no se pone a prueba ante una declara­
consenso rápidamente conseguido de un liberalismo moral y político, ción como la de Thomas Mann en 1939: «Sí, sabemos de nuevo qué
entonces es el pensamiento el que debe renunciar. Con lo que no pa­ son el bien y el mal».4 Pero la primera exigencia es no comprender eso
saría nada, si el pensamiento fuese sólo cosa del pensamiento; al con­ como el retomo de un bien y de un mal «bien conocidos». Más bien y
trario, con eso se renunciaría a lo que puede constituir y haber de por el contrario, es tomar la medida de un «saber» inédito «del bien y
malo en el pensamiento: la ilusión, la facilidad, la irresponsabilidad del mal», y de un saber que no puede sustraerse a la inscripción del
y la intelectualidad, que se cree libre y afirma tan fácilmente la liber­ mal, de una manera o de otra, en la libertad.
tad justo en la medida en que no la somete a prueba. Pero el pensa-. La lección que tenemos que recoger sobre el mal se recoge en tres
miento no es la intelectualidad, es la experiencia de sus límites. Y es puntos:
esa experiencia en cuanto experiencia de la libertad, materialmente y 1. La clausura de toda teodicea, o logodicea, y la afirmación de que
en una corporeidad intratable, que no es otra cosa sino el nacimiento el mal es estrictamente injustificable.
y la muerte. Decir de éstas, en efecto, que «sólo cabe pensarlas», 2. La clausura de todo pensamiento del mal como defecto o perver­
quiere decir que sólo se puede pensar en ellas, y en ellas es la libertad sión de un ente cualquiera, y su inscripción en el ser de la existencia:
lo que está en juego. Auschwitz ha significado la muerte del naci­ el mal es malignidad positiva.
miento y de la muerte, su conversión en abstracción infinita, la nega­ 3. La encamación efectiva del mal en el horror exterminador del
ción de la existencia: y es quizás ante todo eso lo que la «cultura» ha­ montón de cadáveres: el mal es insostenible e imperdonable.5
bía hecho posible. Bajo esta triple determinación se ha constituido lo que cabría lla­
Uno no puede callarse, y no hay dónde elegir. La experiencia de la mar, no sin una ironía sombría, el saber moderno del mal, diferente
libertad no es ad libitum . Esa experiencia constituye la existencia, y en naturaleza y en intensidad de todo saber anterior, aunque recoja
hay que captarla también, en consecuencia, en esa extremidad de ne­ también ciertos rasgos de éste (esencialmente, en suma, el mal que
no era «nada» se ha convertido en «algo» que el pensamiento no
2. H.W. Petzet cita esta expresión en su prefacio a M artin H eidegger/Erhard K astner, puede reducir).
Brkfwechsel, F rancfort del M eno, K losterm ann, 1986. (De ese saber, por lo demás, forma parte también la historia de la
3. Véase Philippe L acoue-L abarthe, La poésie comm e expérience, París, Bourgois,
1986, pág. 167: «Eso es estrictam ente imperdonable». La p alab ra se refiere a la vez a
fascinación moderna por el mal, que recordarán suficientemente,
Auschwitz y al silencio de Heidegger. (P o r o tra p arte, y en previsión de observaciones aparte de todas sus diferencias, nombres como los de Sade, Baude-
ulteriores, hay que re c o rd a r que el perdón, to m ad o en su trad ició n judeo-cristiana, n o laire, Nietzsche, Lautréamont, Bloy, Proust, Bataille, Bemanos, Kafka,
equivale a justificación. Lo que sigue siendo injustificable po d ría ser, en o tro plano, per­
donado. Salvo si se tra ta precisam ente de u n a actitud que tiende de u n a m an era u otra 4. Das Problem der Freiheit, Estocolm o, 1939.
a justificar lo injustificable, com o cabe sospechar que p u d o ocurrir, en u n cierto nivel, 5. Como h a sido ya advertido de paso (caps. 1 y 3 ), pensam os que hay u n a secreta
en el caso de H eidegger. Pero queda, en la m ism a trad ició n del perdón, u n enigm ático connivencia, m ás acá de diferencias fundam entales, entre los cam pos y todo aquello
«pecado contra el espíritu», que no puede ser perdonado... (A ñadam os lo siguiente: el si­ que, p o r explotación, p o r abandono o p o r to rtu ra, presen ta en nuestra época lo que se
lencio de H eidegger n o fue ab solutam ente total; p ro n u n ció algunas frases, y harem os podría ju n ta r bajo los títulos, a la vez m ateriales y sim bólicos, del encarnizam iento, de la
alusión m ás adelante a u n a de ellas, acerca del Unheil, el desastre, debido al nazism o. desencam adura, y de la carnicería. H abría que an alizar esto en o tro lugar. H abría que
Pero aparte de esta palabra, n a d a encentó el silencio de fondo. Todos los m ateriales en volver a tra z a r la circulación entre la b ru talid ad de la acum ulación prim itiva del c ap i­
este punto están presen tad o s y analizados con p recisión p o r p arte de Ph. Lacoue- tal pu esta a la luz del día, la del «m alestar en la civilización», y la de la b arb arie civili­
Labarthe en La fiction du politique, París, B ourgois, 1988.) zada y tecnificada.
140 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D EL MAL. LA D E C I S I Ó N 141
Céline, sin olvidar la «novela negra» en las «diversas acepciones» desde Sin embargo, es en la maldad diabólica, a pesar de todo, donde Kant
hace dos siglos, o las películas de «terror», o incluso esas producciones va a encontrar, unas páginas más adelante, la representación bíblica de
privadas en las que se filman asesinatos reales de prostitutas.)6 un origen incomprensible del mal en el hombre. Dicho de otra manera,
Ese saber consiste ante todo en saber eso de que hay una «positivi­ para que haya el mal relativo (que es el mal llamado «radical», y para el
dad» propia del mal, no en el sentido de que dicho saber contribuiría que queda siempre la esperanza de un «retomo al bien»), hace falta que
de una manera u otra a alguna conversio in bonum (cosa que descansa haya en el origen el mal absoluto de la determinación al mal. Pero todo
siempre en su negatividad y en la negación de esta negatividad), sino lo que puede uno figurarse de ésta es su incomprensibilidad, la incom­
en el sentido de que el mal, en su negatividad misma y sin relevo dia­ prensibilidad de un «desacuerdo en nuestro Ubre arbitrio»: éste está
léctico, constituye una posibilidad positiva de la existencia. Es la posi­ «primitivamente dispuesto al bien», y sin embargo, si es posible que
bilidad de lo que se llamaba en tiempos lo diabólico o lo satánico, y nuestra debilidad pervierta nuestras máximas, previamente ha hecho
para lo que carecemos ya incluso de esas expresiones, adornadas to­ falta que el mal mismo haya podido introducirse como motivo de una
davía con el aire sublime de un «terrible sol negro de donde irradia la máxima en general. Es eso lo que representa o figura el diablo, en
noche».7 Para nosotros la noche no puede ya irradiar; se hunde, por el cuanto es incomprensible: «pues ¿de dónde viene el mal en este espí­
contrario, en la disolución de una bruma que la hace todavía más ritu?», ese espíritu del que Kant precisa que su destino original era «su­
densa: Nacht und Nebel. blime». La maldad de Lucifer/Satán figura o representa, pues, un in­
Esa positividad del mal —como una especie de bloque duro lan­ comprensible mal absoluto en la raíz de la raíz del mal humano.
zado o arrojado delante de sí misma por la filosofía en el cumpli­ Por consiguiente la incomprensibilidad del mal se aloja, desde el
miento de la subjetividad, ignorado o denegado por un sujeto, Dios, momento de Kant y casi sin saberlo Kant, o en el límite de su pensa­
Hombre o Historia, que por derecho sólo podía reencontrar y recupe­ miento, en el corazón de la incomprensibilidad de la libertad. Pero
rar su «bien»— representa precisamente lo que Kant no quería y no ninguna otra cosa, en último análisis, es incomprensible en la libertad,
podía pensar a propósito de aquello que él mismo sacaba a la luz del a no ser la posibilidad de la maldad —y esto, a decir verdad, en la me­
día como el «mal radical» en el hombre.8 dida en que esta «posibilidad» es una realidad efectivamente presente
en la facticidad de la libertad. Una vez más, es esta realidad lo que
Por lo tanto, la malignidad (Boshartigkeit) de la naturaleza humana nuestro mundo nos presenta cada día, de diversas maneras, desde que
no ha de ser llamada maldad (Bosheit, méchanceté) si esta palabra se ha entrado en la edad del furor exterminador. Ninguna otra cosa es in­
toma en sentido estricto, a saber: como una intención (principio subje­ comprensible, en la libertad, aparte de esa maldad, a partir del mo­
tivo de las máximas) de acoger lo malo (das Bósé) como malo por motivo mento en que ha reconocido la necesidad de sustraer el pensamiento
impulsor en la máxima propia (pues esta intención es diabólica), sino
de la libertad a la dependencia del de la causalidad. El misterio de la li­
más bien perversidad del corazón, el cual por consecuencia se llama tam­
bién mal corazón (trad. de Felipe Martínez Marzoa). bertad no es ya el de una causa espontánea, es el de la espontaneidad
de la maldad. (Pero ¿no estaba la cosa a la vez preparada y disimulada
6. Es posible que se encuentre excesiva u n a tal confusión de diferencias. No vale, sin en el pensamiento de Kant, y antes de él, por el hecho de que la liber­
d uda, m ás que con respecto a la exhibición de u n a «positividad» del m al, de la que va­ tad auténtica era siempre la libertad del bien, mientras que el mal era
m os a hablar. Sin em bargo, n o hay que olvidarlo, a u n restituyendo las necesarias dife­ el hecho de la no-libertad que se deja arrastrar por la mecánica sensi­
rencias, las puestas en escena sádicas de Proust, o el proyecto de Bataille de sacrificios ble? ¿Y no empieza a ponerse a la luz del día cada vez más claramente
hum anos: puesto que esto h a tenido lu g ar —y B ataille m ism o acabó reconociéndolo— a
p esar de todo, fuera de lo sagrado y de la retribución inm anente del m al a la que hubiera en el paso, en Kant, de la libertad teórica a la libertad práctica, des­
podido pretender. pués, en el paso de Kant mismo a Schelling y a Hegel, paso a la nece­
7. Hugo, La fin de Satan. sidad del mal que Heidegger ha intentado repetir, y al que vamos a vol­
8. La religión dentro de los límites de la mera razón, op. cit., págs. 4 9 y sigs. (p ero con­ ver?)
servam os la an tig u a traducción, pues nos p arece difícil re n u n c ia r a la p alab ra «m é­
chanceté» —m aldad— al m enos en n u estro uso actual, en beneficio de «malignité», si
El hecho de hacer el mal no plantea un problema de causalidad,
bien, en su fuerza antigua, este últim o térm ino h a dado precisam ente su n om bre al Ma­ sino un problema de máxima. La libertad admite por sí misma, en sí
ligno; pero esa fuerza se h a perdido). misma, una máxima de maldad. Eso no significa quizás exactamente
142 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D EL MAL. LA D E C I S I Ó N 143
el designio de «hacer el mal p or el mal», si se quiere objetar a esta fór­ bien propiamente hablando, y es, por el contrario con la potencia
mula que subsiste siempre un bien subjetivamente representado como como tal con lo que se identifica, en última instancia, el mal). La mal­
la finalidad del acto: al menos, el triunfo de una fuerza, o el gozo del dad consiste en sorprender el bien allí donde éste, incluso, ni siquiera
sujeto. Sin embargo, este «bien» no se puede representar ya como ha llegado a ocurrir: la maldad es el bien nacido-muerto. La maldad es
aquello de lo que el mal cumplido sería un momento o una mediación. el encarnizamiento infinito que desgarra la simple promesa del bien,
Pues ese «bien» se efectúa o se sacia en la perpetración del mal en todavía sin significación y sin consistencia.
cuanto mal. Y en el mal en cuanto mal es el bien lo que se arruina, ab­ La maldad es así la libertad que se desencadena en la destrucción
solutamente. Que el mal y el bien sean relativos el uno al otro no sig­ de su propia promesa, como Lucifer está prometido a un destino su­
nifica (o más bien, eso no significa ya, desde el momento en que «el blime. Pero puesto que no podría haber ahí pura «promesa» de la li­
Bien» no se puede designar dentro de una esencia trascendente, con bertad, y puesto que ésta está ahí íntegra, dada en su sorpresa, es la li­
respecto a la absolutez de la cual el mal sólo sería relativo) que el mal bertad misma la que se desencadena en ella misma contra ella misma.
sea la privación de un bien, en el sentido de que esta privación deje in­ La libertad lo conoce, lo sabe como «bien», y es ese bien lo que ella de­
demne la esencia o el ideal del bien (descuidemos por el momento el vasta ejerciéndose ella misma en cuanto libertad. La libertad se des­
hecho de que el bien, en otro registro de la filosofía, es quizás pensado truye en toda libertad, como en un odio inicial a ella misma. E l odio de
de una manera completamente diferente, cuando se lo piensa, con y la libertad para sí es quizás la única fórmula, extraño vértigo y ame­
desde Platón, como situado más allá de la esencia misma, epékeina tés naza abrumadora, que puede dar o devolver lo que finalmente apenas
ousías, volveremos a esto). El bien no es tampoco relativo al mal en la se llega a poder decir en términos de «mal» y de «bien», y que no cons­
medida en que sería el cese de un mal (en esta versión mínima, de gé­ tituye menos el mal absoluto de la maldad decidida. El encarniza­
nero cínico o pragmatista, el mal es apenas el mal: es la molestia y la miento del malvado no espera para sí mismo la victoria de una liber­
pena de vivir). Sino que el mal es, si cabe decirlo así, «absolutamente tad: sólo espera su propio desencadenamiento, al que está por
relativo al bien en cuanto que es la ruina del bien como tal, no su pri­ adelantado y libremente encadenado.10 Y si ese encadenamiento es el
vación, sino su aplastamiento en una noche de la que nada da derecho hecho de la libertad misma, es que ésta, en cuanto que se libera o en
a decir que seguiría siendo la víspera tenebrosa de una aurora. Ni el cuanto que se desencadena esencialmente, es por ella misma el ser
bien, ni el mal, precede. Sólo la libertad se precede y se sucede, y se malvado tanto como el ser-bueno, o bien incluso, y más bien, en
sorprende en una decisión que puede ser la de lo uno o la de lo otro, cuanto que el ser-malvado es la primera positividad discemible de la
pero esto en la medida en que lo uno y lo otro existen por la decisión, libertad.
que es tan plena y positivamente la del mal como la del bien. Decidirse El pensamiento de la identidad infinitamente idéntica y disociada
por el mal no es, pues, entonces, decidir «no hacer» el bien, es decidir del «mal» y del «bien» (en adelante dotados de comillas si llega el caso,
arruinar en la decisión misma la posibilidad del bien. El mal no en-
10. Sin duda, no hay la p u ra figura em pírica del «malvado», com o la hay del «sabio»
centa el bien (éste no podría ser encentado), y no lo ignora tampoco o la del «santo» (sin em bargo, hay aparatos, m ecanism os, instituciones, cálculos que
(pues se sabe y se quiere como mal, es, pues, saber del bien), pero le pueden p resentar la m aldad com o tal...). Pero, adem ás del hecho de que no se puede ya
priva de la luz. La maldad hace el mal retirando al bien su posibilidad razo n ar sim plem ente en esos térm inos allí donde la experiencia m ism a es trascendental,
in statu nascendi. No consiste en un ataque contra el bien (la metafí­ hay u n a disim etría to tal entre la presentación de u n cuerpo torturado, sobre el cual la
sica polemológica del combate de las potencias del bien y del mal m aldad se inscribe con todas las letras, y la de u n cuerpo, no digam os ya feliz o bello,
p ero que sufre algo diferente a la m aldad. Como si el m al debiese p o r esencia im prim ir
pierde aquí toda pertinencia;9 por lo demás, no hay aquí potencia del su m arca, y el bien, p o r el contrario, ocultar sus propias huellas. El m al debe atestiguar
su operación, debe hacer ver su devastación. El bien no destruye ni construye, no es de
9. E n ese sentido, u n uso sim ple de los térm inos «bien» y «mal» pierde sin d u d a aquí este orden. E n consecuencia, se podrá concluir tam bién que el bien escapa siem pre a la
toda su pertinencia. Sin em bargo, el desacuerdo fundam ental —y sin fondo— que ates­ destrucción m alvada (com o h a pensado todo ideabsm o, con m ayor o m enor dificultad):
tiguan esos térm inos, au n sin estar cargados de ning u n a o tra determ inación sino la del pero esto m ism o no tiene sentido preciso. El bien no está «salvaguardado». Allí donde el
«furor» del m al no se puede decir en otras palabras. (E l «furor» n o es el «combate»: de­ m al tiene lugar, no hay ningún bien en reserva. Pero la atestiguación del m al equivale a
vasta y arru in a, sin m ás.) Y es p o r eso tam b ién p o r lo que nos parece difícil renunciar, la atestiguación del bien que no está ahí, en cuanto que no está ahí y en cuanto que no
a p esar de todo, a la palabra «libertad». tiene positividad.
144 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D EL MAL. LA D E C I S I Ó N 145
por ejemplo por parte de Hegel) dentro de la libertad se ha impuesto a «primera potencia» del mal o de lo negativo en cuanto «crimen». Es el
la filosofía después de Kant, a través de Schelling, Hegel, Nietzsche, y fúror de la «devastación» bárbara, o la «destrucción sin finalidad», que
Heidegger. Éste escribe: responde a la «pulsión absoluta», «en la extremidad de la absoluta ab­
solución», del «concepto absoluto en su completa indeterminidad, la
La esencia del malhechor no consiste en la pura malicia del actuar inquietud de la infinitud del concepto absoluto». Ahora bien, esta in­
humano, reposa en la malignidad del furor. quietud aniquiladora de la infinitud abstracta es también «la libertad
pura» que no enfoca nada más que su propio paso sin mediación a la
Y también: objetividad, o «el ser real de la absoluta subjetividad» que, en la «pura
objetividad», sólo se puede producir como aniquilación de lo determi­
Sólo el Ser da a lo indemne su elevarse en la gracia, y al furor su lan­ nado, y como «ausencia de forma». Así, el furor se aniquila a sí
zarse hacia la ruina.11
mismo, pero no se aniquila si no es aniquilando con ella la libertad que
ella es.
Si el furor está pre-dispuesto en el ser al igual que la gracia, esta Al pasar de Hegel a Heidegger, y a la experiencia de nuestro mundo
igualdad queda inmediatamente rota en el principio mismo (el princi­ que se presenta a sí mismo como la barbarie universal, habrá que de­
pio rompe el principio de la igualdad), puesto que el furor arruina: cir: el furor se aniquila, pero no se suprime así en cuanto furor, sino
arruina lo «indemne», pero éste no repara la ruina, no «hace» nada: su que instala la devastación total. No es la auto-supresión de la subjeti­
única posibilidad parece realmente ser la de «levantarse» en medio de vidad abstracta. E s una libre devastación que deja la libertad devastada:
las ruinas. En consecuencia, no se puede decir nada de él si no se sabe esto no constituye una relación «consigo» a no ser en la medida en que
primeramente qué pasa con el furor. el «sí mismo» de la libertad es el absoluto estar separado de sí. Ahora
Sin duda que este furor se puede comprender con más precisión bien, el furor no suprime ese separarse, es su desencadenamiento, y su
(que Heidegger no da; pero quizás hay que meditar simplemente en la encarnizamiento. El furor, en los términos de Heidegger, tiene su po­
fecha de este texto: 1946) con la ayuda de aquel del que sin duda pro­ sibilidad en el Ser puesto que éste «vela» en él «la proveniencia esen­
viene: el «furor» del que el Hegel de E l sistema de la eticidad12 hacía la cial de aniquilar». Pero vela esa proveniencia en la libertad, que es la
libertad de su retirada. En la libertad de la retirada, la libertad puede
11. Heidegger, «Lettre su r l’hum anism e», en Questions III, tra d franc., París, Galli- esencialmente ser retirada, es decir, devastada por el furor de la ani­
mard, 1966, pág. 145 y 148 (trad . cast. en H um anism o y existencialismo, A rgentina, Sur,
1986). La fecha de este texto (1 9 4 6 ), y el em pleo de la p alab ra «furor» en el sentido cuya quilación que ella es. El furor de la maldad no quiere preservar su li­
proveniencia creem os podem os indicar, hacen p en sa r que H eidegger enfocaba aq u í ini­ bertad, ni mediatizarla. Ejecuta simplemente, directamente —y es en
cialmente al m enos tam bién el nazism o. Pero al m ism o tiem po, y p o r m otivos evidente­ eso en lo que es «furiosa»— la infinita posibilidad de separarse que es
m ente fundam entales, el «furor» no puede tam b ién sino re m itir a todo u n aspecto del la libertad: el abismo del ser en el que la singularidad se iguala a la re­
análisis de la «técnica» y del Gestell (el tem a del fu ro r se puede descifrar ah í frecuente­
mente, y a veces se puede leer expresamente: véase, p o r ejem plo «La cuestión de la téc­
tirada de toda presencia, de tal manera que arruinar toda singularidad
nica», en E ssais et conferences, op. cit., pág. 4 4 ). C om prender, n o el m al p o r la técnica, de la presencia y toda presencia (sobre-venida) de la singularidad sea
sino la determ inación p ropiam ente técnica de la técnica, es decir, aquella que según la liberación misma de la libertad.
Heidegger oculta su esencia de «desvelamiento» (p o r re cu p erar aquí m uy rápidam ente La maldad no odia tal o cual singularidad: odia la singularidad en
un tem a del m ism o texto), com prender, pues, esa determ inación p o r m edio del m al y cuanto tal, y la relación singular de las singularidades. Odia la liber­
por medio de su fu ro r es u n a determ inación constante, incluso si se explícita poco en
Heidegger. El Unheil, el desam paro sin salvaguarda, el desastre (p alab ra em pleada u n a tad, la igualdad y la fraternidad, odia la partición, odia compartir. Y
vez para designar la obra nazi, véase Lacoue-Labarthe, op. cit., cuyo análisis h ab ría que este odio es el de la libertad misma (es también, pues, el odio de la
volver a recu rrir íntegram ente), caracteriza el m u n d o de la técnica. A hora bien, el m o­ igualdad y de la fraternidad mismas; la partición se odia, y se aboca a
tivo de la libertad recorre tam bién, com o en contrapunto, todo el texto sobre la técnica. la ruina). No es un odio de sí m ism o, como si la libertad estuviese ya
Proponem os sim plem ente estas indicaciones, sin problem atizarlas en o tra dirección.
12. Trad. franc.: Systéme de la vie éthique, París, Payot, 1976, págs. 148 y sigs. (trad .
ahí y pudiese llegar a detestarse, y sin embargo es el odio del «sí
cast. de D alm acio Negro Pavón y M. G onzález Hontoria: E l sistem a de la eticidad, M a­ mismo» singular lo que es la existencia de la libertad, y la libertad de
drid, E ditora Nacional, 1982). la existencia. E l mal es el odio de la existencia como tal. Y sólo es una
146 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D EL MAL. LA D E C I S I Ó N 147
posibilidad del existente en el sentido de que en él el existente retira la ral filosófica, en tal pensamiento del ethos en el que se quisiera reen­
existencia en el abismo del ser —inmanencia pura o trascendencia contrar una determinación más original que la ética,14 que el bien no
pura—,13 en lugar de dejar al ser que se retire en la existencialidad de puede ya ser enfocado, sino, se estaría tentado de decir, como la nega­
la existencia. Pero en este sentido, el mal está en el existente como su po­ ción abstracta del mal ya desencadenado, o bien, lo cual parece evi­
sibilidad más propia de rechazo de la existencia. dentemente más próximo a la inspiración heideggeriana, como una
Lo injustificable y lo intolerable están ahí: en ese punto de anula­ soberana indiferencia, «velada» en el Ser, en la doble posibilidad de su
ción de la libertad donde su propio desencadenamiento la devasta, allí libertad? Pero esa indiferencia, como acabamos de ver, no puede im­
donde su propia incandescencia la devora. De ahí proviene la fascina­ pedir que se abra primeramente, y de alguna manera esencialmente, el
ción del pensamiento y del arte moderno por el mal: es la fascinación abismo del furor, la infinitud del cual, al menos, determina aquella in­
por la exasperación furiosa de lo propio mismo, que no es nunca ya diferencia, mientras que se puede alcanzar infinitamente una deter­
propiamente lo que es a no ser en la ruina de la existencia, pues la minación no indiferente del «bien».
existencia, que es sin embargo su apropiación (Ereignis ), le sobre­ El comentario de Schelling por Heidegger lo confirma. Si el hom­
viene, mientras que la ruina le viene, como el provecho y el goce de ser bre es aquel en el que «el fondo» (la esencia divina en cuanto fondo-
apropiado hasta la apropiación misma. El mal: la sobre-venida rea­ sin-fondo de la indiferencia absoluta) se separa de la existencia (del
propiada, la existencia recuperada en la esencia, la singularidad iden­ Dios en cuanto éste es su propia posibilidad de existir revelada en el
tificada, la relación tomada en conjunto, y la masa en carnicería. No hombre), y si es que en su autonomía, accediendo al entendimiento y
hay duda de que no hay que intentar ninguna justificación, no hay al lenguaje, reivindica para el fondo, es decir, para «la tendencia-a-re-
duda de que no hay tampoco (y éste sería el mayor peligro) que impu­ tomar-a-sí-mismo» o para el «ego-centrismo», la existencia misma, en­
tar ese mal a unos, para eximir a otros: es algo que forma parte de la tonces el mal adviene cuando «el fondo se subleva para acceder a la
esencia o de la estructura de la libertad tal como ella se ha liberado y existencia y tomar su lugar», y cuando el hombre quiere ser «a título
sorprendido en nuestra historia, como nuestra historia. Eso no justi­ de ipseidad separada, el fundamento de la totalidad».15 Pero la separa­
fica nada, puesto que es, por el contrario, eso lo que nos expone al de­ ción del «fondo» y de la «existencia», que es la posibilidad propia del
sencadenamiento de la maldad. Pero eso justifica que un pensamiento hombre, es también gracias a él la posibilidad más propia de la exis­
de la libertad deba mantener los ojos fijos en el odio que se desprende tencia divina misma (en los términos de los que nos hemos servido: el
en el corazón de aquélla. odio de la existencia es también la posibilidad más propia de la liber­
En estas condiciones, ¿qué queda de una libertad para el bien? tad). Así, la posibilidad de la revelación divina como existencia hu­
¿Puede, incluso, plantearse la cuestión? ¿No significa el final de la mo- mana, y por eso, la posibilidad de la unidad del ente, y en consecuen­
cia, la posibilidad del bien, tienen aquí su recurso primero: en la
13. Todas las figuras del fu ro r colm an ese abism o, desde la idea de u n a «raza pura», liberación de la libertad en cuanto liberación del mal.
o de cualquier o tra idea «pura», incluida la de la libertad, h asta la de u n Dios violento.
Cabe aproxim arlas a lo que llam a Lyotard la «culpa absoluta», en Le différend, op. cit. Es en el corazón del hombre donde el mal es verdaderamente él
(trad . cast. en G edisa). E sta caracterización del m al cabe tam bién ponerla en conexión mismo en cuanto que es la más extrema oposición y en cuanto que es la
con lo que llam aba L acan «los celos que nacen en u n sujeto en su relación con otro, a insurrección del espíritu contra lo absoluto (lo que se desgarra y se se­
p esar de que este otro se considera que participa en u n a cierta form a de gozo, de sobre­ para de la voluntad universal, lo que llega a contrariar a ésta, intentando
abundancia vitad, p ercibida p o r el sujeto com o lo que él m ism o n o puede ap reh en d er
p o r la vía de ningún m ovim iento afectivo, incluso el m ás elem ental. ¿No es v erdadera­
sustituirla en favor de esta contrariedad). El mal «es», en tanto que li-
m ente singular, extraño, que u n ser se confiese estar celoso del otro, y eso h asta el odio,
h asta la necesidad de destru ir, p o r algo que él no es capaz de ap reh en d er de n inguna
14. Véase La lettre su r Ihum anism e (trad. cast. cit.). Sin duda, cabe otra com prensión
m anera, p o r ning u n a vía intuitiva? La localización, casi conceptual, de ese otro, puede
de las proposiciones de H eidegger sobre el ethos: en el caso de que el h ab itar que debe
b a sta r p o r sí solo p a ra p ro d u cir ese m ovim iento de m alestar (...)» (Le sém inaire, libro
ser p a ra él el ethos no es u n h ab itar de lo propio, y finalm ente no es u n «habitar» en ab­
VII, «La ética del psicoanálisis», París, Le Seuil, 1986, pág. 278; trad . cast. de D iana S.
soluto. Lo que se va a decir a continuación acerca de la decisión debería o rien tar en esa
Rabinovich: La ética del psicoanálisis. 1 959-1960, B uenos Aires, Paidós, 1988). A hora dirección.
bien, la existencia, como tal, es «sobreabundancia».
15. Schelling, op. cit., págs. 246-247; la cita siguiente: pág. 306.
148 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D EL MAL. LA D E C I S I Ó N 149
bertad, la más extrema libertad frente al absoluto en el interior de la to­ siempre a propósito de Schelling, implica una crítica de la indiferencia
talidad del ente; pues la libertad «es» el poder para el bien y para el mal. al bien y al mal). Pero ¿no se conservan, en este movimiento, la indi­
El bien «es» el mal y el mal «es» el bien. ferencia soberana (y la cuasi-dialéctica) del bien y del mal schellin-
Pero, ¿por qué se toma como primera referencia el mal en este tra­ guiano? Y ¿respeta esa conservación, más o menos inconsciente, las
tado? Porque saca a la luz el más profundo y el más amplio desacuerdo
exigencias más profundas del pensamiento del ser mismo, del pensa­
en el seno del ente. Y, ¿qué pasa con ese desacuerdo? Al mal se lo piensa
porque en este desacuerdo más extremo, en ese auténtico desacuerdo
miento de la existencia, tales como nos ha parecido poder reconocer­
que es dis-yunción, se da al mismo tiempo la unidad del ensambla- las en el análisis de la «libertad» que hemos hecho hasta aquí?
miento del ente como totalidad, la cual debe aparecer necesariamente En otras palabras: ¿Es posible decir que el pensamiento del ser, al
con el mayor relieve. menos tal como lo enuncia Heidegger, se ha sustraído a la lógica y a la
tonalidad profundas del idealismo de la libertad, según las cuales la li­
Finalmente Heidegger ha considerado que Schelling había fraca­ bertad «para el bien y para el mal» se revela primeramente y no puede
sado al pensar la articulación o el ensamblamiento del ser, es decir, del revelarse más que mediante el mal, y debe en consecuencia, lo quiera
«fondo», de la «existencia» y de «su unidad». El fracaso, explica, se o no, de una manera u otra, justificarlo, es decir, dialectizarlo, como es
debe a la posición tradicionalmente metafísica de esa unidad en el caso cuando la «discordia» es lo que hace que «aparezca la unidad»
cuanto absoluto (por lo que Heidegger quiere hacer entender el re­ mejor? ¿Hasta qué punto cesa la identidad del bien y del mal cuando
tomo absoluto en sí mismo, más que la separación absoluta que he­ el «furor» y lo «indemne» quedan dispuestos igualadamente en el «ani­
mos movilizado más arriba). Hay que comprender, y ésa es sin duda la quilarse» el ser? ¿Y hasta qué punto esa identidad, expresamente pre­
verdadera intención del comentario, que sólo el pensamiento del ser sentada como no siendo «una», deja de dialectizarse y de producirse
en cuanto retirada del ser en el Dasein y como Dasein, el pensamiento una identidad superior, cuyo resultado no parece poder hacer otra
de la existencia (pensamiento fallido por muy poco, si cabe decirlo así, cosa sino remitir sordamente a una teodicea o una logodicea, esta vez
por Schelling, lo cual permite comprender un comentario tan intere­ en forma de ontodicea? Y sin embargo, ¿cómo podría tener el ser ne­
sado, en el mejor sentido de la palabra), escapa a la asignación previa cesidad de una justificación, si éste no es, y no causa, a no ser que
e insuperable de la unidad misma o de lo absoluto en cuanto ente. haya que preguntarse si es lo injustificable, a pesar de todo, lo que se
Ahora bien, es la enticidad de lo absoluto, en la medida en que aqué­ querría justificar? (Esto quiere decir claramente: ¿Hasta qué punto
lla ofrece éste para que lo recupere la «tendencia-a-retomar-a-sí», o Heidegger, a pesar de todo y a pesar de todos, ha justificado en silen­
porque le abre el «ego-centrismo», el cual desencadena el mal como cio Auschwitz? Pero eso quiere decir también y sobre todo, para noso­
verdad de la libertad. Y como el bien es pensado él mismo como el re­ tros: ¿Hasta qué punto esa justificación silenciosa no es una debilidad
tomo en sí de la unidad entitativa del ente (un retomo en sí que no se­ con respecto al pensamiento del ser m ism o, comprendido, como aquí
ría ya el de una ipseidad separada, sino de la no-separación misma), el intentamos, a título de la «libertad», o de la generosidad del ser?)16
mal está ya dialectizado por principio, como momento o como poten­ [Habría que plantear a Bataille una pregunta equivalente, conside­
cia negativos del bien (pero esta última consecuencia por sí misma no rando que «el desencadenamiento de las pasiones es el bien, que siem­
forma parte ya en absoluto de lo que se puede legítimamente com­ pre ha sabido animar a los hombres»,17 y que ese desencadenamiento
prender en el laconismo de las conclusiones de Heidegger; sin duda no pasa, por definición, por la violación de las prohibiciones, lo cual de­
es un azar, como se adivinará en lo que sigue). fine el mal, es decir, de nuevo aquí una especie de furor. Una «vida sin
La separación, la deriva o la tangente que Heidegger intenta tomar prohibiciones» es imposible, y no cabe, cuando Dios ha muerto, «le-
con respecto a Schelling sería, pues, esto: un ensamblamiento no en-
titativo del ser (su retirada). Pero, ¿hasta qué punto tendría que afec­
tar esa retirada a la estructura de la libertad «para el bien y para el 16. E s de n o tar que el análisis del bien y del m al p o r Hegel, en la Fenomenología del
espíritu, que dialectiza igualm ente su identidad, subraya sin em bargo con u n tono p a r­
mal»? Es eso lo que no se dice. De hecho, Heidegger no está lejos aquí ticu lar que, a la afirm ación sim ple de su identidad hay que oponer «con u n a tenacidad
de abandonar la libertad, para consagrarse al ser (y la «auto-ilusión de insuperable» la de su diferencia.
la resignación a lo ineluctable», que denunciará unos años más tarde, 17. Oeuvres Completes, vol. VII, París, Le Seuil, 1976, pág. 373.
150 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D EL MAL. LA D E C I S I Ó N 151
vantar humanamente las prohibiciones sin venerarlas en el espanto». «guarda» o de un «abrigo» del ser (un ethos en cuanto habitar) a través
Así, «se priva a la libertad de sal, si se desconoce su precio. La libertad del furor mismo, y en la proximidad en la que se mantienen el «peli­
requiere un miedo, un vértigo de la libertad»18. ¿Hasta qué punto no se gro» y la «salvación»? ¿Es así como conviene pensar un pensamiento
dialectiza aquí el desencadenamiento mismo? ¿Hasta qué punto no que «deja ser al Ser», y que en cuanto tal es necesariamente pensa­
hay aquí una teodicea «ateológica» del mal sagrado que es la pasión miento del ser-libre del ser —libre en el «furor» como en la «gracia»?
desencadenada? ¿Hasta qué punto no ha pretendido Bataille, de ¿Amenaza el ser libre del ser con recaer en la indiferencia de lo abso­
acuerdo con una cierta tradición teológica de la economía de la re­ luto (que no es otra cosa sino la libertad de su subjetividad, a partir de
dención, justificar el pecado (etiam peccata...), aunque el pecado, de la cual puede y debe aparecerse como el acto de su propia potencia, en
acuerdo con otra tradición menos «económica» y más «espiritual», no cuanto potencia del bien y del mal)19, o bien lo absoluto de la libertad
sea jamás justificable, por más que pueda ser perdonado? ¿Hasta qué puede y debe involucrarlo en una no-indiferencia?
punto, en fin, y por poner en conexión de una manera más evidente a Sin duda la respuesta parece figurar en filigrana en la pregunta, y
Bataille con Heidegger, no cede uno a una fascinación por el «vértigo» expresamente en todo el enunciado del pensamiento del ser: dejar ser
o por el «abismo» de la libertad, que induce a su vez a una fascinación al ser, es dejarlo que se retire de lo que Hegel llamaba la «concentra­
para el mal que se estropea y se descompone (y, en el fondo, a una ma­ ción de sí», por la que designaba la primera forma del mal en la Feno­
nera de estar tentado por o de intentar sostener lo insostenible, lo cual menología (en suma, fenomenología del espíritu del furor: el absoluto
no quiere decir tolerarlo, ni defenderlo, sino que implica a pesar de retomo en sí de la conciencia que no sale de ella misma). Esto es, de
todo entrar en una extraña y sombría relación con su positividad), una manera en el fondo equivalente, dejarlo que se retire del ego-cen-
mientras que el desasimiento del ser libre, o su síncope, son hasta tal trismo del «fondo» schellinguiano. Toda la tradición ha comprendido
punto sin fondo que el horror y la atracción del precipicio sólo consti­ el mal como ego-ísmo, el egoísmo como furor y que determina en sí lo
tuyen una de las figuras posibles, y sin duda aquella que las figura o re­ absoluto no determinado, que finitiza lo infinito y que infinitiza lo fi­
presenta precisamente con mayor presencia y espesor, confiriéndoles nito. (Igualmente, en Bataille, la libertad de la pasión no tiene nada de
una sustancia de profundidad y de tinieblas: pero la presencia positiva egoísta: es el lugar mismo de la comunicación y es comunicación. La
del mal anuncia justamente que proviene de un abismo de voluntad de libertad egoísta se anula para Bataille. Pero al mismo tiempo, en su
la presencia, de «la inquietud de la infinitud del concepto absoluto»; desencadenamiento transgresivo, la pasión no hace otra cosa sino des­
igualmente también lo que es sin fondo es lo mismo, y quizás más encadenarse ella m isma.) Y sin embargo, si la cuestión de una ontodi­
«profundamente», aquello que sobreviene por nada, sobre nada, aque­ cea secreta, inconsciente, no es completamente ilegítima, es que qui­
llo que en lugar de ascender desde la sima, se eleva libremente, sus­ zás no sea tampoco ilegítimo sospechar, a pesar de todo, una secreta
pendido en el aire libre, simple golpeo de una existencia liberada. Que egoidad del ser:
se nos entienda bien: no se trata de jugar al idilio contra el drama; la
existencia liberada a la existencia está entregada a todas las pesante­ Lo que propiamente es, es decir, lo que propiamente habita y des­
ces, y está al borde de todos los precipicios; el mal no se ha revelado pliega su esencia en el Es, es únicamente el ser. Sólo el ser «es»; es sólo
simplemente como posibilidad, se ha revelado quizás como la positi­ en el ser y como ser como adviene lo que nombra el «es»; eso que es, es
vidad de la libertad; pero lo que se trata de saber es si la libertad se el ser a partir de su esencia.20
compone y recompone así, dialécticamente, subjetivamente, económi­
camente, o si pura y simplemente lo que hace es desgarrarse.] Sin duda el despliegue del Ser no hay que pensarlo nunca sino a
En otras palabras: al hacer frente al desencadenamiento empírico- partir de su retirada y de su no-enticidad. Pero, ¿no puede el ser-pro­
trascendental de la libertad y del furor, de una libertad furiosa, ¿ha evi­ pio que preserva su propiedad de nuevo siempre retitarse de la retirada
tado el pensamiento del ser un retroceso, aunque sea imperceptible,
hacia una ontodicea, en la que se preserva la posibilidad de una 19. Véase capítulo 3.
20. «El final de la filosofía y la tarea del pensar», en Questions IV, op. cit., pág. 150
(tra d cast. de Andrés Pedro Sánchez Pascual: Kierkegaard vivo, M adrid, Alianza, 3 a ed.,
18. Ibíd., vol. VIII, pág. 495.
1980).
152 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D EL MAL. LA D E C I S I Ó N 153
del ser mismo, reapropiar el Ereignis en el que se apropia «evaporán­ La libertad es libertad para el bien y para el mal. Su decisión, si es
dose»? Cabe que se encuentre escandalosa esta cuestión, en relación que es en la decisión donde la libertad adviene o sobre-viene a ella
con toda la lógica de ese pensamiento, en el cual el ser no es sino la misma, es, pues, decisión del bien y del mal. Pero lo es, en cuanto de­
existencia singular del Dasein. Si a pesar de todo hay que plantearla, es cide, como decisión del bien o del mal. Rechazar que la libertad se pre­
primeramente a causa, si no de la lógica, al menos sí de esa tonalidad sente como un arbitrio situado frente a valores o normas trascenden­
del pensamiento (es decir, también, de su tensión propia, de su inten­ tes a su propia trascendencia finita no equivale a rechazar que la
sidad, si no de sus intenciones)21 que hace posible, con la liberación libertad, decidiéndose, decida del bien o del mal. Sólo la libertad en
del pensamiento del ser en cuanto ser como exigencia única, como una acto (y no hay ninguna otra), en el límite del pensamiento —allí donde
especie de armónico paradójico pero inevitable (hasta un cierto punto, el pensamiento finalmente a su vez es el acto que es, y por consi­
al menos), un cierto abandono del ser del ente, entregado a la suerte del guiente allí donde el pensamiento es también la decisión—, decide li­
despliegue de la esencia del ser, y con ello, de manera indiferente, a un berándole) del bien o del mal, es decir, que es necesariamente, en su
furor propiamente consustancial de esta esencia. Esta tonalidad no de­ acto, o más bien en el hecho mismo en el que se sorprende libremente,
pende de una simple crítica : hay que oírla resonar como el eco, la ten­ no desencadenamiento conjunto e indiferente del bien y del mal, sino
sión en inquieta respuesta a la irrupción material/trascendental del en sí misma y por sí misma decisión buena o mala. Sólo el desencade­
mal devastador en esta época del ser. Tampoco se trata de «aflojar» namiento se desencadena, pero eso no quiere decir que desencadene
esa tensión. Lo insostenible, lo injustificable, no ha cesado. Pero si todo indiferentemente, es decir, a fin de cuentas, que no desenca­
debe uno preguntarse hasta qué punto eso injustificable correría el dene más que el desencadenamiento mismo, «concentrado en sí», y
riesgo de ser justificado, es porque el pensamiento mismo del ser por consiguiente, siempre, la maldad. Sin duda esto no quiere decir
ofrece la exigencia y el recurso de esa pregunta, como habrá debido tampoco que desencadene un poco de lo uno y un poco de lo otro, o
entenderse aquí mismo desde el comienzo. Está en juego ahí otra to­ tanto lo uno como lo otro, sin estar él mismo implicado en esa dife­
nalidad, hay que intentar entenderla. Hay otra razón para plantear la rencia o en esa oposición. Eso quiere decir que al desencadenarse, y,
cuestión, y que depende del hecho de que jamás la simple lógica del por ese mismo hecho, al entregarse y conocerse como posibilidad del
pensamiento del ser (y es una lógica, ¿qué otra cosa podría ser?) podrá mal, se entrega y se conoce también como furor o como liberación.
responder aquí: a la afirmación del Dasein como existencia del ser res­ Esto es al menos lo que querríamos intentar mostrar.
ponderá siempre la del ser-libre del ser en cuanto «velamiento», sin La «decisión» no tiene solamente el estatuto irreductiblemente
duda disimétrico, pero siempre dialectizable, del bien y del mal. Por formal que le da su enunciado sobre el límite de su acontecimiento
eso, tenía su lógica que Heidegger abandonara el tema de la libertad: (¿o Ereignis ?, ¿será el Ereignis la decisión?): a la decisión se la nom­
en cuanto poder de la subjetividad, no habrá sido en efecto jamás sino bra, pero al hacerlo no se entraría en ella, más bien se estaría des­
la ilusión encargada de recubrir la aceptación profunda del curso de cribiendo desde fuera un gesto que se dejaría interpretar así, ya sea
las cosas. Y la facticidad propia de la libertad quedará siempre di­ como el simple paso al acto de una libertad potencial preñada del
suelta en la de la necesidad. Liberarse de esa libertad se habrá mante­ bien y del mal, ya sea como decisión entre un «bien» y un «mal»
nido como un deseo suspendido en el límite de esta lógica que trazaba previamente proporcionados por la moral más clásica, ya sea por el
a su vez el límite de la filosofía. contrario como lo arbitrario, ello mismo también de lo más clásico,
Salvo si se da un paso más —salvo si se da un paso más, cabe decir, de una libre subjetividad que decide de su «bien». La decisión no
en la facticidad irreductible y singular de la libertad, y salvo si se da un tiene sólo estatuto formal, puesto que, en cuanto pensamiento en el
paso más en la lógica misma del pensamiento del ser. Un paso más pensamiento de la existencia de acuerdo con todo su rigor, el «con­
para decir que la respuesta, aquí, está en la decisión. cepto» de la decisión remite por sí mismo a una decisión tomada
efectivamente en este pensam iento. El pensamiento de la existencia
21. «Tonalidad, ajustarse al tono, tonalizar. S aber entender: llam ada del silencio del
no puede pensar la libre decisión sin haberse ella misma, de hecho,
ser.» Schelling, op. cit., pág. 3 26 (esa llam ada com unica sin d u d a con ésta de la que va­ decidido p or la existencia, y no por su ruina, y esto, no por una elec­
m os a h ab lar inm ediatam ente). ción y por una preferencia moral anterior al desarrollo del pensa-
154 LA E X P E R I E N C I A D E LA L I B E R T A D 155
E L M A L . LA D E C I S I Ó N

miento, sino en el acto de pensar, en cuanto que planteado en el lí­ ginaria (cuyo parentesco con lo trágico de Benjamín se podría intentar
mite existente del pensamiento. (Lo que de esta manera se presenta articular), se revela también «el-ser-malvado». La maldad corresponde
a la luz del día no es una novedad: no ha habido pensamiento filo­ aquí al estar-en-deuda. Pues si, por una parte, no puede ser cuestión,
sófico digno de ese nombre que no procediese de esa decisión pen­ en este nivel ontológico, de valores morales que tiene aquí sólo su
sativa del pensamiento. Pero en adelante tendrá que pensarla como «condición existencial de posibilidad», y si, por consiguiente, no puede
tal.)
volverse a la imagen kantiana de la conciencia como tribunal, en cam­
En E l ser y el tiempo, es el análisis del Gewissen lo que culmina con bio, «toda experiencia de la conciencia empieza experimentando algo
el pensamiento de la decisión, y con una decisión del pensamiento que así como un estar-en-deuda», y es a eso a lo que responde, en la expe­
está todavía por sacar a la luz de este pensamiento mismo.22 El Gewis) riencia «vulgar» de la conciencia, el primado de la «mala conciencia».
sen es la «conciencia» en el sentido moral que damos a veces en espa-| Dicho de otra manera: lo que se atestigua vulgarmente como «malo»
ñol a la palabra «conciencia», pero que no es «moral», en el sentido del es ese ser-culpable de no ser propiamente su ser, o de no ser propia­
que no tiene nada que ver todavía con ninguna distinción del «bien» y i mente el ser, sino (cosa que no está explícita, y que debe hacerse ex­
del «mal». En el Gewissen se atestigua «el poder-ser más propio del plícita para que se llegue a la decisión de todo este pensamiento) el no
Dasein » en cuanto que, puesto que es fundamento no fundado, es de­ serlo al modo de su ser, que es el modo de existirlo. En eso la compren­
cir, «que existe como arrojado», «no está jamás en posesión de su ser sión vulgar no tiene nada de «vulgar»; capta el mal como aquello que
más propio». En esta «nulidad», el Dasein se descubre esencialmente no se decide por el ser-existente de la existencia. Lo que en cambio es
«en-deuda» (schuldig , es decir, también, «culpable»). El existente como inexacto en la comprensión vulgar, es la atribución de la «mala con­
existente está en deuda y es culpable del ser propio que él no es y que ciencia» a una «reprimenda» que la conciencia se dirigiría a sí misma
no tiene: está en deuda con la retirada del ser, diríamos por nuestra por un mal ya cometido. La comprensión existenciaria capta que «el
parte uniendo léxicos de épocas diferentes en Heidegger, y esta atestiguamiento del ser-malvado» es «más antiguo» que todo acto co­
deuda, no debe amortizarla al modo de una restitución del ser-propio, metido y sometido a juicio (por el contrario, es aquella la que instaura
sino precisamente al modo de la existencia y de la decisión para la exis­ la posibilidad de éste). (Sin embargo, sería también posible decir que
tencia. 23
el Dasein ha cometido ya desde siempre el acto malo de no existir se­
La deuda se le revela al Dasein por la llamada que le dirige la voz de gún la más propia posibilidad de la existencia, ya desde siempre no se
su propia/impropia «extrañeza», que caracteriza su ser en cuanto que ha entregado propia y absolutamente a su mundo, y no se ha liberado,
ser-abandonado-al-mundo.24 Junto con la deuda o la culpabilidad ori- ya desde siempre ha faltado a la generosidad del ser, y la conciencia
vulgar rio sería tampoco tan vulgar a este respecto.)
22. Véase las secciones 57 y sigs.
23. E sa llam ada y esa voz las h a analizado especialm ente C hristopher Fynsk en Hei-
La indecidibilidad ontológica del bien y del mal morales descansa,
degger-Thought an d Historicity, Ithaca, Londres, C om ell U niversity Press, págs. 19-86, pues, de hecho, en lo que habría que llamar una archi-decisión onto­
capítulo 1. E ste análisis h a d ado lu g ar tam bién a u n ensayo de Mikkel Borch-Jacobsen, lógica del existente, atestiguado como mal por la apelación que le
«Ecoute», en Poésie, 35, París, 1986. Acerca de la llam ada en la constitución del Dasein lanza su propia existenciariedad. Si bien no es malo en el sentido de
m ás allá del sujeto, véase Jean-Luc M arión, «L’interloqué», en Topoi, octubre 1988, Dor- una elección que se efectúa entre el bien y el mal, es malo (y ¿cómo no
drecht/B oston, que h a ap arecido en francés en u n n úm ero especial de Confrontations
(«Qui vient apres le sujet?») en 1989. Y acerca de la llamada, la apelación, en general, en estaría así ya, infinitamente ya, decidido por un bien y por un mal?...)
Heidegger, considerada en su tele-fonía y pu esta en juego en la política de H eidegger y en cuanto que está en deuda y en cuanto que tiene que decidir. La de­
en su pensam ien to de la técnica, véase Avital Ronell, The telephone book. A politics o f cisión, la Entscheidung, no es aquí la elección producida al término de
technology, The University o f N ebraska Press, 1989. | una deliberación25 (el existente no delibera sobre si existe o existirá,
24. E s así com o el análisis ontológico justifica la com prensión «pre-ontológica» del
fenóm eno del Gewissen en la experiencia vulgar (véase sección 5 9). É sta es «vulgar» sólo
sin embargo, en una cierta otra manera, se podrá decir que su existen­
en la m edida en que hace que se sucedan com o vivencias el acto com etido, y después la cia es (o está) por sí misma esencialmente deliberada, de acuerdo con
llam ada de la conciencia. Pero no es vulgar en la medida en que da el prim ado a la mala
conciencia. P o r lo dem ás, el análisis paralelo de la «buena» conciencia vulgar concluye
25. Debo esta observación sobre la p alab ra a W em er H am acher, quien p rep ara u n
lisa y llanam ente en la im posibilidad de ese pretendido fenóm eno.
im portante trabajo sobre el Gewissen.
156 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D EL MAL. LA D E C I S I Ó N 157

los dos valores de la palabra), pero si corta o zanja, lo hace entre un es­ misma, en favor de la «gracia» de la existencia, y no del furor de la
tado no decidido y un estado de la decisión. Se decide por la decisión esencia? (Y por lo demás, como ya es hora de preguntarse en adelante:
y por la decidibilidad. Eso puede de nuevo equivaler a decir que si el ¿se puede hablar de «gracia» y de «furor», de «indemne» y de «ruina»,
existente no es «malo» en ningún sentido determinable de la culpabi­ sin dejar que la lengua soporte una decisión, incluso cuando de lo que
lidad, sí lo es sin embargo (como sabía Hegel) por el hecho de que no se trata es de dejar a cualquier decisión como tal, en su libertad, que
es inocente (y literalmente, no ser i-nocente, es hacer el mal). No es decida por un lado o por otro lo que está igualmente «velado», oculto,
inocente puesto que está, en cuanto existente lanzado al mundo, en el en el ser? Pues si el existente puede decidir de la ruina y de su ruina, y
elemento propio de su libertad, es ese hecho, y la libertad es libertad si esta posibilidad está inscrita en el ser mismo de la existencia, una
para decidir sobre el bien y sobre el mal. La no-inocencia de la liber­ decisión así no deja de ser al mismo tiempo también la decisión que
tad constituye la condición existenciaria de posibilidad de la decisión, arruina la decisión en su esencia existencial misma.)
que hace existir al existente como «resuelto». Y así: Esto no está escrito así en el texto de Heidegger. Lo que hay aquí en
juego es una decisión de lectura. Menos en el sentido de que se trata­
El «estado de resuelto» es por su esencia ontológica en cada caso el ría de interpretar más o menos correctamente, más o menos fiel­
de un «ser ahí» fáctico del caso. La esencia de este ente es su existencia. mente, el discurso de un pensador, que en el sentido de que se trataría
El «estado de resuelto» sólo «existe» como resolución que se proyecta de estar destinado, por medio de una libertad, a la libre partición de su
comprendiendo. Pero ¿sobre qué fondo se abre el «ser ahí» en el «estado pensamiento. El acto de lectura está aquí, sin duda, en falta tanto res­
de resuelto»? ¿A qué debe resolverse? La respuesta sólo puede darla la pecto al balance escrupuloso como respecto a la violencia interpreta­
resolución misma.26
tiva. Lee compartiendo la libertad mediante la que el pensamiento,
como pensamiento, es siempre algo que se ofrece: extendido, pro­
Que la respuesta esté dada por la simple decisión significa que no puesto, a tomar y a decidir, justo en el texto. (Pero es en el mismo con­
tiene ningún sentido decidir, mediante el análisis de la estructura on­ texto en donde Heidegger escribe: «Es del ser-sí-mismo auténtico del
tológica de la existencia, de aquello que existente singular debe decidir. estar resuelto de donde surge por primera vez el-ser-uno-con-el-otro
Eso sería sustraérselo a su decisión misma, replegar su libertad, su­ auténtico»; no hay partición, no se comparte más que la libertad, pero
primir la posibilidad de que se reconozca como en deuda de decisión sólo hay partición —o sólo se presta a compartir— de la libertad; la li­
por el hecho mismo de su existencia —por ese hecho (de ser su propia bertad de decidirse a ser-sí-mismo fuera de la partición es la libertad,
esencia) que la decisión presenta por excelencia—, y eso sería, en con­ alojada en el corazón de la libertad, de arruinar la libertad. No cabe
secuencia, haber dejado fallido el fenómeno originario de la exis­ sino regresar a esa decidibilidad.)
tencia.
El pensamiento se decide aquí por la decisión, o bien se decide, si
Pero al proceder como lo hace aquí el pensamiento, es decir, de­ se quiere, por la in-decisión, sólo en la cual la decisión puede sobreve­
jando ser para la decisión fáctica y singular el ser-libre del ser exis­ nir como tal. La decisión es singular, es «cada vez la de un Dasein fác­
tente, ¿no ha sido el pensamiento a su vez, en él mismo y por él tico». No es decisión de la singularidad (en la medida en que ésta no es
mismo, el que ha decidido? ¿No se ha decidido éste, a partir de la com­
un sujeto previo, sino que singular «en» el sujeto mismo, y decide de­
prensión de la no-inocencia de la libertad, por la decisión y p or su facti-
cidiéndose), sino que es decisión por la singularidad, es decir, por la li­
cidad singular? Lo cual quiere decir también: ¿no se ha decidido ese
bertad misma, si ésta está en la relación de las singularidades, y de las
pensamiento, a partir de la comprensión del ser-propio del existente decisiones. La singularidad, en tanto decidida, y decidiéndose, no está
cómo existencia decidida, por la decisión que decide en favor de la exis­ ya en la no-inocencia de la libertad para decidir. Pero tampoco se ha
tencia, y no por la decisión que decide permanecer en deuda de existen­ vuelto inocente y «buena». Ha entrado en la decidibilidad decidida, si
cia, y p o r consiguiente apropiarse como esencia fuera de la existencia?
cabe decirlo así, de la existencia en cada vez de su existencia. Pero la
¿No está decidido, en lo más íntimo de su decisión, por la decisión decisión, en cuanto singularmente existente y en cuanto involucrando
26. Sección 60; tra d cast. de José Gaos, FCE, pág. 324. M artineau trad u ce faktisch la relación y la partición, involucra la retirada del ser. Si la decisión se
p o r «de hecho» («factice») y n o p o r «fáctico» («factuel»). guarda como decisión, guarda también el ser en su retirada, como re-
158 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D

tirada. Lo «salva», dice Heidegger en otro lugar, en el sentido en que


«eso quiere decir: desligar, librar, liberar, proteger, poner al abrigo, to­
mar bajo su custodia o su guardia, guardar».27 Lo que se salva de esta
manera es la finitud del ser. Es «la limitación esencial, la finitud (que) C a p ít u l o 1 3
es quizás la condición de la existencia auténtica».28 La finitud es eso
que, en la singularidad y como singularidad, se retira de la toma infi­
nita, de la expansión molecular, y de la devastación furiosa de una DECISIÓN. DESIERTO. OFRENDA
ego-idad del ser. El ser se retira en la finitud, se retira de la «concen­
tración en sí»: es su ser mismo, pero en cuanto que el ser mismo del
ser es el ser-libre, sólo pueder ser esa retirada mediante la decisión.
Sólo la existencia decidida retira el ser del «sí mismo» esencial, del ¿Será entonces la decisión auténtica el bien? Pero no hay positi­
cual detenta en propiedad la posibilidad de un furor devastador. Sólo vidad del «bien», y el epekeina tés ousias del Bien de Platón debe se­
la existencia, como existencia y como facticidad singular de la liber­ guir oyéndose aquí. La decisión no puede aparecerse a ella misma
tad, ofrece, si no exactamente una ética, en todo caso ese «abrigo» del como «buena», aunque haya decidido verdaderamente. Pura y sim­
ser que es su ethos más propio en cuanto ethos o habitar del hombre que plemente, no puede aparecerse,1 y es sin duda tanto menos libre
habita en la posibilidad de su libre decisión. cuanto más pretende aparecerse como tal. Nada puede, pues, ase­
Hay, pues, una decisión auténtica —aunque ésta tenga su autenti­ gurarle su esencia de decisión. Está entregada a su libertad como a
cidad en la decisión misma y sin distinción previa de un contenido aquello que le sobre-viene, y que le sorprende. Toda decisión se sor­
inauténtico o auténtico de la decisión—. O hay una autenticidad de la prende. Toda decisión se toma, por decisión, en lo indecidible. Es
decisión. Es decir, de la libertad. Hay una libertad auténtica, que de­ así como, esencialmente (y es en ese sentido en el que se ha dicho
cide a la libertad p or la existencia y por la relación singular en que ella aquí «auténtico», de acuerdo con una palabra tomada de Heidegger,
consiste, y que la decide desde el seno de una no-inocencia infinita en a pesar de y en desafío a su connotación moralizante) la decisión
la que lo in-finito del ser, que no tiene su esencia propia, puede siem­ no puede decidir sin dejar ser el ser en su singularidad finita. Yo no
pre desencadenarse, y en algún sentido está ya desde siempre desen­ puedo decidir sin abandonarme infinitamente a la finitud de mi sin­
cadenado, como furor. Hay una decisión libre que libera a la libertad gularidad, y así, no puedo, en el golpe y en el corte de m i decisión,
para ella misma, para su finitud, para su partición, para la igualdad, no renunciar, a aparecerme como el sujeto «decisor». Es también
para la fraternidad y para su justicia. Singularmente, singularmente por eso por lo que mi decisión es idénticamente, cada vez, decisión
compartida, singularmente retirada del odio de la existencia. de la relación y de la partición, hasta el punto de que el sujeto de mi
decisión puede aparecerse como no siendo simplemente «yo» (sino
también un «tú» o un «nosotros»), sin que por ello sea ésta menos
singularmente mía, si es que es auténtica. Pero hay que repetirlo, la
decisión misma no se aparece: es así como ella decide, y como está
decidida.
Nada se termina con la decisión: sino que todo empieza. Incluso es
solamente aquí como la maldad puede empezar a ser malvada, y es

1. Véase cap. 3. Pero la decisión, sin duda, se inscribe siem pre, es decir, no sólo se
dice o escribe algo, sino que se d a como decisión (p o r m edio de la palabra o la escritura,
o p o r el cuerpo, el gesto o el tono). E sta inscripción de la decisión no carece sin d uda de
27. E l final de la filosofía..., op. cit., pág. 148. relación con lo que Jean-C laude M ilner analiza a títu lo de la declaración, que es preci­
28. Questions IV, op. cit., pág. 284. De hecho se tra ta de u n protocolo de sem inario, sam ente p a ra él la inscripción m aterial de la libertad (véase Libertés, lettre, matiére, Les
no de u n texto de Heidegger. conférences du Perroquet, 3, París, junio de 1985).
160 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D D E C IS IÓ N. DE S I E R T O . OFRENDA 161

aquí donde la no-inocencia puede convertirse en furor. Pues tiene ne­ puede consistir en sí misma más que en el hecho de decisiones indefi­
cesidad de la singularidad: la maldad quiere gozar del espectáculo de nidamente renovadas, vueltas a discutir, vueltas a negociar en el espa­
su ruina, y hace falta en consecuencia que aquella mantenga la pre­ cio general de la decisión. Pero esto nos hace libres para el deber y
sencia de ésta. También la maldad deja ser la existencia, a su manera, para el derecho, y para la perversión del uno y del otro.
para arruinarla. Si no, ¿cuál sería su destino.2 Además, la decisión no Lo que así nos hace libres, es la libertad que nos expone, y que no
es la elección de una línea de vida, vicio o virtud, que aquélla le fijaría es lo que es sino en esa exposición. Ni arbitrio, ni destino, sino el don
al existente. Sino que la decisión es el acceso al dejar-ser. El dejar-ser, de lo que Heidegger llama «el estado de abierto»:
que es todo lo contrario de un «dejar-hacer» o de un «dejar-ir», deberá En el término «situación» (Situation) («estar, ser en situación (Lage)»
por su parte, sin cesar, cada vez, decidir acerca de su relación «ética» resuena una significación espacial. No intentaremos amputarla del con­
con la existencia que aquél deja ser. Será en el deber, o en el incum­ cepto existenciario (...) Pero la espacialidad peculiar del Dasein, sobre la
plimiento del deber, en la virtud, o en su desfallecimiento, en la ma­ base de la cual se asigna la existencia en cada caso su «lugar», se funda
lignidad, o en la bondad, en la apreciación calculada de las circuns­ en la constitución del «ser en el mundo». El ingrediente primario de esta
tancias, o en la eukairia estoica que acoge el momento justo. Pero no constitución es el «estado de abierto» (Erschlossenheit). Así como la es­
puede pasar que no haya accedido a la relación con la existencia, es pacialidad del «ahí» se funda en el «estado de abierto», así tiene la si­
decir, a la relación en la existencia con el ser-singular que es lo único tuación sus bases en el «estado de resuelto» (Entschlossenheit). La si­
que existe, y que existe en la retirada del ser. Es posible que desenca­ tuación es el Ahí abierto en el «estado de resuelto» en cada caso (,..)5
dene la nada de esa retirada en la devastación esencial, o que se ex­
ponga a ella, por el contrario, como a su existencia misma. Pero lo que El estado de abierto y el estado de resuelto son correlativos. Lo cual
no puede pasar —y es en eso en lo que la libertad es un hecho— es que significa que la decisión como tal es esencialmente «abridora» o «es-
no haya accedido a la diseminación singular del ser, y que no la haya pacializante» (con una espacialidad que no se reduce al tiempo, pero
compartido. Ni, por consiguiente, que no haya estado expuesto él que es «al mismo tiempo» espaciamiento del espacio y del tiempo de
mismo a su vez como el ser-singular de su decisión propia, expuesta a la existencia). Pero el estado de abierto que caracteriza la decisión en
esta sobre-venida del ser en su retirada, que no nos pone en presencia su autenticidad es estado de abierto a (o de) lo «libre». Una vez sepa­
más que a los unos ante los otros: lo cual es propiamente, en la alteri- rada la libertad en cuanto tema de la metafísica de la subjetividad,,
dad constitutiva e irreductible, poner la libertad en «presencia» de ella Heidegger no dejará de dar cada vez más campo, por así decirlo, al¡
misma.3 motivo de «lo abierto» en cuanto motivo del «espacio libre»,6 pensado j
Esto no nos proporciona una moral. Esto no nos dicta qué podrá a su vez, sea como «pro-espacialidad» del «espacio libre del tiempo» j
querer decir, ni cuándo, ni cómo, «respetar a otro», o «respetarse a sí (diríamos: es ahí donde se juega la sor-presa), ya sea como el «espa- i
mismo», o «tratar al hombre como un fin», o querer la igualdad, la fra­ ciamiento» que «aporta lo libre, lo abierto, lo espacioso». i
ternidad y la justicia de la comunidad humana; esto no nos dicta ni si­
quiera cuándo ni cómo respetar, y no dar, la muerte (la mía, la de «Espaciamiento es: poner en libertad lugares.»
otro), por lo que se refiere a esa posibilidad singular que no «forma
parte» más que de la singularidad.4 Esto no nos procura tampoco ni Y los lugares puestos en libertad responden sin duda a lo que Bon-
deberes, ni derechos determinados. Y sin duda su determinación no nefoy llama «el verdadero lugar»:

2. Véase en el m ism o sentido Lévinas: «La violencia no puede enfocar m ás que u n 4. Blanchot: «No m atarás» significa evidentemente: «no m ates a aquel que de todas
rostro», citado p o r D errida, q uien prosigue: «Además, sin el p ensam iento del ser que form as m orirá», y significa: «por eso, no atentes contra el m orir, no decidas lo indeciso,
abre el rostro, no h ab ría m ás que no-violencia o violencia puras» («Violence et m é- no digas: he aquí que ya está hecho, arrogándote u n derecho sobre «todavía no»; no pre­
taphysique», en L'écriture et la différence, cit., trad . cast. La escritura y la diferencia, B ar­ tendas que la últim a p alab ra esté dicha, el tiem po acabado, que el Mesías finalm ente
celona, Anthropos, 1989). Añadamos: la violencia proviene tam bién de u n rostro, acerca haya venido» (L epas au-delct, París, G allim ard, 1973, pág. 149).
del cual la m aldad puede, si es el caso, leerse com o la devastación de ese m ism o rostro. 5. E l ser y el tiempo, sección 60; trad. cast. de J. Gaos, cit. pág. 325-326.
3. V éase capítulo 8. 6. Véase sobre todo Tiempo y ser, y E l arte y el espacio.
162 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D DECIS IÓN. DE SIE RT O. OFRENDA 163
El verdadero lugar es un fragmento de duración consumido por lo serie de operaciones locales cuya orientación y dirección no dejan de va­
eterno, en el verdadero lugar el tiempo se deshace en nosotros. (...) Está, riar. (...) ninguna línea separa en él la tierra y el cielo; no hay distancia
quizás, infinitamente próximo. Está también infinitamente alejado. Así, intermediaria, de perspectiva ni de contorno, la visibilidad queda res­
el ser, en nuestro instante, y la irónica presencia. tringida; y sin embargo hay una topología extraordinariamente fina, que
El verdadero lugar está dado por el azar, pero en el verdadero lugar no descansa en puntos o en objetos, sino en haecceidades, en conjuntos
el azar perderá su carácter de enigma. (...) de relaciones (vientos, ondulaciones de la nieve o de la arena) canto de
Belleza de un lugar de esta especie, pero extrema, en el que yo no me la arena o crujido del hielo, cualidades táctiles de los dos) (...).8
pertenecería ya a mí, gobernado, asumido por su perfecta ordenación.
Pero lugar en el que también, y finalmente, yo sería profundamente li­
Como ese desierto que no es propiamente crecimiento de la devas­
bre, pues nada de él me sería extraño.7
tación, sino crecimiento de su propio espaciarse en cuanto hábitat del
nómada, no es que la libertad reciba un espacio que le sería dado, sino
Esta espacialidad, o esta espaciosidad, es espacio de la libertad, en
que se da el espacio, y se lo da incalculable espaciarse de singularida­
la medida en que ésta es libertad, cada vez, de un espacio libre. Es de­
des. O bien, la libertad misma no es la esencia de lo libre, pero lo «li­
cir, que constituye la esencia espacializadora o espaciante de la liber­
bre» es el estado de abierto existente mediante el cual tiene lugar la
tad. El espaciamiento es la «forma» general —que precisamente no
libertad. No es un puro espaciarse, es también «habitación» —habita­
tiene forma, pero da lugar a formas y a formaciones, y que no es gene­
ción en lo abierto—, si es que el nómada no representa la errancia sin
ral, sino que da lugar a singularidades— de la existencia: espacia­
representar con ello al mismo tiempo un demorarse o un «estar», y en
miento, exposición, o supresión y corte (decisión) de la singularidad,
arealidad (que es, como hemos indicado en otro lugar, el carácter del
consecuencia un ethos.
No es exactamente lo que se entendería por una «ética de la liber­
área) de la singularidad en su diferencia, que la pone en conexión con
tad». Es el ethos mismo como apertura de espacio, abrigo espacioso
su límite, con los otros y con ella misma: por ejemplo, boca abierta en
un grito. del ser en la existencia, decidiendo lo que es en el alejamiento de sí, en
ese alejamiento que lo entrega a su retirada, a su existencia, generosa­
Esta espacialidad no es tanto un espacio libre dado —diferente en
mente. Es una generosidad del ethos más que una ética de generosi­
esto del espacio público de Hannah Arendt, que adopta la figura de
dad. La «libertad» misma, en la espaciosidad del ser en el que aquella
institución o de fundación previa, a no ser que deba ser comprendida
se abre más que se precipita, se revela generosidad antes incluso de ser
como la fundación misma de esta arealidad compartida—, sino que es
libertad. Ésta da lugar en la exposición del ser a su propia singulari­
más bien el don de una espacio-temporalidad (si cabe hablar así) que
dad, siempre de nuevo decidióle, siempre de nuevo sorprendida por su
se engendra (don del primer esquema: ¿esquema del don mismo que
decisión. Esta generosidad no domina el furor, y éste nace con ella.
se engendra = ofrenda?), y que se continúa mediante la liberación
Pero ella da, sin contar —sin contar más que con el furor—, es el don
misma del espacio, y como el exacto reverso de su devastación. La des­
infinito de la libertad finita, mientras que el furor es la apropiación fi­
cripción podría tomarse prestada a la del espacio nomádico en otro
pensamiento, alejado del pensamiento del ser, y cuyo alejamiento nita de la libertad finita.
Da la libertad, o la ofrece. Pues el don no es nunca pura y simple­
mismo significa aquí el libre espacio del pensamiento:
mente dado. No se desvanece en la entrega del don, o del «presente».
El nómada está ahí, en la tierra, cada vez que se forma un espacio
El don es precisamente aquello cuyo «presente» y cuya presentación
liso que se cava y que tiende a crecer en todas las direcciones. El nó­ no se pierde en una presencia acabada. El don es lo que sobre-viene a
mada habita esos lugares, permanece en esos lugares, y los hace crecer la presencia de su «presente». Además, él se guarda, en esa sobre-ve­
él mismo en el sentido en que se constata que el nómada hace el de­ nida y en su sorpresa de don, como don, como donación del don. En
sierto, no menos que es hecho por éste. Es vector de desterritorializa-
ción. Añade el desierto al desierto, la estepa a la estepa, mediante una 8. Gilíes Deleuze y Félix G uattari, Mille plateawc, París, M inuit, 1980, págs. 4 7 3-474
(tra d cast. de José Vázquez Pérez: Mil mesetas, Valencia, Pre-textos, 2“ ed., 1994). Debe­
m os rem itir ah í tam bién a la descripción de la «acción libre» que «ocupa absolutam ente
7. Yves Bonnefoy, L'improbable, París, 1951, pág. 181. u n espacio no puntuado» (pág. 4 94).
164 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D DECIS IÓN. DESI ERTO. OFRENDA 165
eso es ofrenda, o retirada del don en el don mismo: retirada de su ser- que existamos. Ese tener lugar de algo se ofrece en la apertura que li­
presente, y retención de su sorpresa. No se trata ahí de la economía del bera los lugares, y el espacio libre del tiempo. La apertura no se abre
don, en que el don vuelve a sí mismo como beneficio y como dominio más que si la dejamos abrirse. No la dejamos abrirse más que si nos
del donante. Se trata, por el contrario, de aquello que constituye el don dejamos nosotros mismos exponer en la existencia. Estamos expuestos
como tal: ofrenda que no puede volver a nadie, pues permanece en sí a nuestra libertad. Hay, pues, en fin, la generosidad del ser dispensada
como la libre ofrenda que es (es por eso por lo que, por ejemplo, no se en la singularidad plural de «nosotros»: la libertad de la decisión siem­
da a un tercero el don que ha recibido uno mismo, so pena de anularlo pre «mía», en un sentido en que se desvanece toda comunidad de la
en cuanto dqnd- Hay que guardar el presente singular en el cual el don existencia. Pero ese don está guardado en la ofrenda. Está guardado
como tal está guardado, es decir, ofrecido: está presentado, está puesto ahí como lo infundado de la libertad, como la inesencia de la existen­
a libre disposición, pero está libremente retenido al borde de la libre cia, como el carácter desértico y nómada de su habitación, como el
aceptación del destinatario del don. La ofrenda constituye el precio (o riesgo de su experiencia o como la piratería de sus fundaciones, y por
el premio) inestimable del don. La generosidad del ser no ofrece nin­ consiguiente también como la amenaza de un libre odio de la libertad.
guna otra cosa sino la existencia, y la ofrenda, como tal, está guardada Si hay una esperanza del pensamiento, sin la que no podríamos
en la libertad. Lo cual quiere decir: se ofrece un espacio, cuyo espa­ pensar, no consiste en esperar una liberación total de la libertad que
ciarse, cada vez, sólo tiene lugar por la decisión. Pero no hay «la» de­ debía advenir como su dominio total. La historia de una tal expecta­
cisión. Hay, cada vez, la mía (una mía singular), la tuya, la suya, la tiva está cerrada. Sólo la amenaza de una devastación de la existencia
nuestra.9 Y eso es, justamente, la generosidad del ser. tiene hoy en día positividad. Pero la esperanza del pensamiento signi­
H a y , pues, aquello que tendría que hacerse cada vez más urgente fica que no pensaríamos ni siquiera si la existencia no fuese la sor­
para nuestro pensamiento, como su tema y como su decisión: esta ge­ presa del ser.
nerosidad del ser, su liberalidad, que dispensa esto de que haya algo, y

9. ¿Así, pues, inim itable? Es aquí donde h a b rá que d ejar en reserva la cuestión m i-
m etológica de la libertad (de acuerdo con u n a rem isión general y destinada p articu lar­
m ente a L acque-L abarthe). La lib ertad es aquello que se p roduce en y com o el ser-sin­
gular del ser, El ser-singular del ser consiste en que no es p o r sí m ism o, en la existencia,
ni u n a esencia general, n i u n a su stan cia genérica, n i u n a fuerza form adora, n i u n a
idealidad ejem plar. No hay contorno reproductible, ni m odelo, n i esquem a de la razón
p ráctica en su hecho. No im agen n o sensible de lo sensible, sino la trascendencia finita «archi-obligáción» presente en el arte p ara Lacoue-Labarthe (L ’im itation des modemes,
de lo sensible desnudo, la existencia que se decide m aterialm ente al m undo. La libertad op. cit., pág. 2 8 4 ). Pero si el arte obliga a la libertad, eso no sería porque d aría ejem plo
no se parece a nada, y es p o r n o parecerse a nada. La im itación se la h a pensado siem ­ de ésta, ni porque h ab ría u n «arte de la libertad». E sas determ inaciones están todas to ­
pre com o no-libre, incluso h a proporcionado el exemplum de la servilidad, y la libertad, m adas, en nuestra determ inación, del ejem plo griego (en n u estra constitución o cons­
p o r el contrario, sería el exemplum de la no-im itación. El exemplum negativo de u n a ne­ tru cció n de nuestros com ienzos en el origen ejem plar). Si hay algo de revolucionario,
gación de mimesis. El lím ite de la im itación, n unca la im itación del límite: siem pre en el que nos hem os em peñado aquí en llam ar «libertad», se tra ta de algo que señala hacia
lím ite de la existencia (¿sería ése el arte escondido del esquem atism o?). A hora bien eso u n a liberación de ese ejem plo m ism o de u n arte de la libertad y de u n a libertad del arte,
sigue constituyendo u n a relación m im ética, y la libertad se la h a pensado siem pre tam ­ cuyo quiasm o significa p a ra nosotros la G recia perdida, y la libertad fuera de alcance.
b ién com o ejemplar: ejem plar de la ejem plaridad, se p o d ría decir. E jem plar de lo que Pero u n a liberación p ara o tra apertura, p ara o tra sobrevenida sin ejem plo, o de la que el
bajo el nom bre de praxis (excelencia, virtud, revolución) se deja p en sar com o n o -pote- único ejem plo sería la sorpresa, la generosidad de la sorpresa y la sorpresa de la gene­
sis, o com o poiesis del único agente de la poiesis. Lo cual se puede in terp re tar tam bién, rosidad. Un ejem plo sorprendente. Lo que la libertad requeriría pensar —en u n a región i
p o r lo dem ás así se lo com prende, com o la poesía m ism a. Se p o d ría in te n ta r acla rar de en la que se replantearían las dem andas o las esperanzas del «arte», de la «ética» y de lo |
qué m odo la libertad h a sido identificada con la poesía m ism a, y recíprocam ente. ¿No «político»—, ni u n m odelo inim itable, ni u n a mim esis sin m odelo, sino la sorpresa del !
es, en el fondo, p a ra nosotros, el exemplum sin ejem plo de la «creación», ejem plar a su ejemplo com o tal (p ero ¿p o r qué eso d a ejem plo?, ¿p o r qué hay ahí ejem plo m ás bien i
vez de la ofrenda n o ejem plificable de u n m undo y a u n m u n d o ? ¿Libertad: archi-m í- que...?), so rpresa m ás originaria en to d a poiesis que la m imesis, u n a praxis, pues, si se \
m esis práctica, y archi-poesía? Si hay algo de revolucionario en el arte, es lo que obliga, quiere, p ero que no sería «autoproducción» del agente: sino la virtud —fuerza y exce- \
desde Platón, con y co n tra la filosofía, a p en sar la libertad. Pero es quizás porque obliga lencia— de ninguna o tra cosa, sino de nada m enos que la existencia. U na ontología de j
m ás radicalm ente a la libertad. S ería en ese sentido en el que h ab ría que en ten d e r esa ese ejem plo sorprendente que da el ser.
C a p ít u l o 1 4

FRAGMENTOS

*** ¿Cómo debe un discurso de la libertad corresponder a su objeto


(suponiendo que esto tenga un sentido)? ¿Cómo debe «hablar libre­
mente» (como se «habla francamente» o como se «habla fuertemente»)
al hablar de la libertad y para hablar de ella, o para dejarla hablar?
No concedo ningún crédito particular a la forma del fragmento,
aun practicándola aquí (como a veces en otro lugares), y titulando este
capítulo con ese nombre, y no con ningún tema o concepto. En cuanto
forma, el fragmento queda expuesto a todas las ambigüedades que su
historia, desde el Romanticismo, si no desde la máxima de los mora­
listas, nos ha hecho conocer perfectamente. Son las ambigüedades de
una libertad representada a la vez como liberación, superación de to­
das las reglas, de todos los géneros literarios, y como concentración de
la auto-constitución y de la auto-suficiencia. Esas ambigüedades son
esenciales a la brevedad y a la discontinuidad de la forma fragmenta­
ria. No se las puede despejar. Sin embargo, y como indica Blanchot en
uno de sus textos fragmentarios, si el fragmento es «una cosa estricta»,
no lo es «por su brevedad (de hecho puede prolongarse hasta la ago­
nía) sino por el estrechamiento, por el estrangulamiento hasta la rup­
tura».1 De derecho, el fragmento puede ser, incluso debería ser, único
y continuo. Debería ser una única, continua fragmentación —y no ser
ni «un solo» fragmento, ni fragmentos separados. Diría: el discurso fi-
losófico es hoy en día la fragmentación misma. La filosofía no cesa ya j
de escribir acerca del límite de la ruptura de su discurso. Eso quiere !
decir su «fin», pero igualmente también, su «liberación». ¿Por qué, en­
tonces, no volver el hecho igual al derecho, y por qué decidir acabar-
inacabar aquí, en la forma del fragmento, un ensayo que se ha querido
filosófico?
Por pobreza, simplemente, por insuficiencia. Me resulta demasiado
claro, demasiado duramente visible, que el esbozo apenas encentado,

1. L 'écriture du désastre, París, G allim ard, 1980, pág. 78.

A
168 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D FRAGMENTOS 169
en las páginas que preceden, de un pensamiento libre de la libertad un retomo ambiguo del «discurso filosófico» a una «forma literaria»,
está hasta tal punto meramente encentado, que nada se ha dicho, y y de parecer que voy a hacer otra trampa. Pero sin ese riesgo, a pesar
que este discurso llega demasiado pronto, para algo que lo precede sin de todo, haga lo que haga, traicionaría más seguramente todavía la ex­
duda desde muy lejos. Me resulta demasiado claro que toda continua­ periencia de la libertad. Pretendería ofrecerla como un concepto (aun­
ción de este discurso, tal como es (no el mío, sino el nuestro, ese dis­ que sea un concepto de límite del concepto), o bien, concluirla con un
curso en el que la palabra «libertad» no puede de ninguna manera análisis, o bien, identificarla con el movimiento del discurso, e incluso
abordar la liberación de su propio sentido, ni del sentido de la propie­ en su estrechamiento, en su fragmentación continua. Pero la expe­
dad en general, de lo que la libera y de lo que libera de ella, etc.), que riencia de la libertad ha dado lugar ya, y tan sólo se trata de eso, a
todo uso de recursos filosóficos suplementarios (y no faltan) está abo­ nuestra temible insuficiencia para «saberla», para «pensarla», o para
cado por anticipado a la fragmentación continua de aquello de lo que «decirla». Entonces, fragmentos, como una marca vaga, incierta, de
se trata: de un pensamiento de la libertad, y que por consiguiente no se esta insuficiencia.2
podría indicar la libertad sino como aquello que sólo podría venir al
pensamiento con la «agonía» de este pensamiento, con el «estrangula-
miento» de este discurso. *** El riesgo de parecer que recuperamos con «literatura» lo que se
De tal manera que, para acabar, y para comenzar, es su propia frag­ perdería en «filosofía». Al menos desde Nietzsche, y hasta todos noso­
mentación lo que escapa de hecho al discurso. La filosofía no va a dar tros, los que se aventuran a filosofar, no hay una escritura filosófica
ni con su propio «fin» ni con su propia «liberación». Se desmigaja po­ que haya estado exenta de ese riesgo, ni de explicarse con él. Tanto
bremente, más acá del fragmento, como también del «discurso». Al Bergson como Heidegger, tanto Deleuze como Derrida. Desde ciertas
hablar de la libertad, no cabe sino aceptar el estar confrontado a esa perspectivas, la historia de la filosofía contemporánea es la historia de
insistente indigencia. este riesgo, en toda la diversidad de sus variaciones. Es decir, maneras
Si intentase llegar hasta el final (como si lo hubiese) de esta agonía, cuya libertad ha llegado a implicarse en cuanto escritura de la filoso­
y usar incansablemente el discurso contra esta piedra (cosa, fuerza, fía (estilo, género, carácter, destino, público, frecuentaciones, vecin­
mirada) de la libertad, hasta el agotamiento, hasta el síncope, hasta la dades, traducciones, intraducibilidades, palabras, metáforas, ficcio­
muerte, sin duda no cometería un error, y sin embargo estaría ha­ nes, posiciones de enunciación, etc., etc., todo aquello que hace al
ciendo trampa. Guardaría la sorpresa y la experiencia de la libertad «género filosófico» tan poco reconocible, y sin embargo identificable
para un más allá, respecto al cual haría el paripé de alcanzarlo desa­ en el concepto, el análisis, la demostración, la sistematicidad, la auto-
pareciendo. Pero la experiencia ha tenido lugar ya, no ha dejado de de­ fundación, el auto-cuestionamiento que fueron siempre los suyos).
cirlo, y de decir que toda la filosofía lo ha dicho sin poder decirlo
nunca (o bien, haciendo trampas...).
Y no estaría haciendo menos trampas con la comunidad, que es el *** La insuficiencia de la que hablo, no diría tampoco que es necesa­
lugar de esta experiencia, sino que no puede comunicársela como su ria, que la coerción de la libertad es plegamos duramente a la necesi­
esencia común, puesto que no es una esencia así, sino una partición. dad de que se haya apoderado de nosotros, que se haya «apropiado»
La libertad comparte y se comparte. El discurso filosófico no puede de nosotros de tal manera que no hay ningún sentido, «después», en
pensar en representarla o en presentarla: al pensarla, tiene que pen­ querer apropiárselo. Sin duda eso es verdad. Es incluso la verdad
sarse a sí mismo compartido, es decir, a la vez «comunicando» algo misma. Pero la «insuficiencia», y su correlato en el «estrangula-
(del concepto, e incluso del concepto de límite del concepto), y aparte:
separado en su praxis de las otras praxis en las que la experiencia tiene 2. E stos fragm entos h an sido añadidos varios m eses después de h ab er redactado el
lugar, parecida e infinitamente desemejante. ensayo y dados a leer p a ra u n a defensa de tesis a algunos amigos. Llevan, pues, la hu e­
La libertad pone a la filosofía ante su más extraña, su más descon­ lla de p reg untas planteadas, de lecturas o reflexiones hechas con posterioridad. Sobre
certante verdad. todo n o q uerría que parezcan querer «concluir». E sta precaución retórica clásica es aquí
m ás que fundada. No hay «un pensam iento» de la libertad, no hay m ás que prolegóm e­
Entonces, fragmentos. Tomando el riesgo de parecer llevar a cabo nos a u n a liberación del pensam iento.
170 LA E X P E R I E N C I A D E LA L I B E R T A D FRAGMENTOS 171

miento» del discurso, no están precisamente a la altura todavía de aque­ la distinción de los regímenes, pero que, al mismo tiempo, exige esta
llo de lo que aquí se trata. Pues no se trata de una apropiación imposi­ distinción. (Ocurre de manera análoga en el «arte», entre las artes.)
ble, puesto que «por encima de nuestros medios», ni habiendo tenido Es indecidible, y sin embargo hay «filosofía», «literatura», «ciencia». Es
lugar en la muerte, o como la muerte. Se trata del hecho de que la indecidible, y sin embargo sabemos en qué consiste esa partición. Este
cuestión de una apropiación, aquí, no puede ni debe plantearse en «saber» no viene de otro discurso que dominaría los otros, está a su
cualesquiera términos. No hay nada de ese género que preguntar, bus­ vez, en consecuencia, cogido en la partición y en el intercambio o en el
car, interrogar, ni positivamente ni negativamente. Y que eso sea así cambio, pero «sabemos muy bien». Sabemos que cambiamos de régi­
no es en absoluto una privación, sino que es la libertad misma. — Sin men en la escritura, y a veces, en el interior del mismo texto, de la
embargo, no puedo evitar decir: es propiamente la libertad... misma frase. Los fragmentos representan eso, pobremente, sin duda.
Y nada dice que haya que quedarse ahí, que no haga falta «todavía
más» literatura, «todavía más» filosofía, y «todavía más» ciencia. — En
*** También otra cosa (o la misma cosa, de otro modo) debe estar en todo caso, y es eso lo que me importa aquí, cada vez, en cada cambio
juego en esta claroscura necesidad del fragmento. Y algo, evidente­ en el que sabemos que se produce un cambio sin saber exactamente lo
mente, que afecta a la relación de la filosofía y la literatura. No es que que cambia, hay decisión: cada vez, decidimos sobre una escritura, de­
el fragmento vendría a dar una forma literaria al pensamiento y a lo cidimos sobre una escritura de la escritura, y en consecuencia decidi­
impensado filosóficos (se sabe bien, en adelante, cómo el pensamiento mos sobre la escritura, y sobre el sentido en su ofrenda y en su reti­
del par forma/fondo hay que desconstruirlo, y se puede añadir que rada. Partición de las voces: no hay jamás una única voz, y la voz del
toda la cuestión de la libertad se encuentra ahí quizás investida, por septido, es la decisión, cada vez, de una voz singular. Libertad.
ejemplo a partir de los motivos clásicos de la «libertad» o «necesidad» i Pero en la escritura hay además otra cosa, que es la comunicación
de la «forma» en relación con el «fondo»). Pero en la relación de filo­ (en verdad, no es otra cosa...). La escritura es para la lectura, y pro­
sofía y de literatura se juega lo que Derrida ha llamado la escritura. viene de ésta, y es también para otras escrituras. Incluso y justamente
(Sería más correcto decir que él la ha sobrenombrado «escritura», re­ si su gesto es el de retirar la comunicación, escribiendo «sólo para»
cuperando y reinscribiendo palabras y conceptos que la época avan­ ella misma. La escritura es es£rilura.dela-cainuíiidad, o no es. Y recí­
zase a partir de Nietzsche, de Benjamin, de Heidegger, de Bataille y de procamente: la comunidad -es comunidad de la-eseritura (en todos los
Blanchot.) La escritura, es decir, el movimiento del sentido, en el sus­ sentidos posibles de una expresión así). Es decir, como se ha vuelto a
penso de la significación, que retira aquél al darlo, para darlo, como su recordar en este ensayo, que la comunidad no se funda en una esencia
don. (Yo diría: su ofrenda.) (En un léxico más reciente, en compañía común, sino que su ser-en-común obedece a la doble lógica de la par­
de Blanchot, Derrida elige decir: el paso —o el no: pas—, el pasado, el tición, que es una extensión de la de la ofrenda y de la retirada. Uno se
pasar y el-yo-paso-de-verdad —le pas de verité— que «se hace irrever­ comunica, es decir, primeramente, uno «está ejicomún», o uno «com­
sible en la verdad del paso —o del no—»:3 donde hay que entender esta parece», en la retirada del sentido comunicado y del sentido de la co­
última verdad como la verdad última del sentido.) La escritura no municación —y en la partición de los «géneros» o de los regímenes de
tiene nada de filosófico, ni de literario. Traza, más bien, una esencial discurso. No puedo pretender comunicar un sentido común (aunque
indecisión de los dos, entre las dos, y en cada una por consiguiente. una tal «pretensión» no puede no ser también lo que decide a escribir).
Pudiera ser incluso que se haga necesario comprender ahí el discurso Pero si decido escribir, estoy inmediatamente sometido a la partición,
de la ciencia. Esa indecisión expone esto: la retirada/ofrenda del sen­ y a la inconmensurabilidad de lo en-común (véase supra, cap. 7).
tido se hace de «filosofía» a «literatura» —y a «ciencia»— y recíproca­ Si digo «entonces, el fragmento...», dejo, intento dejar que se juegue
mente. Aquélla no se hace en lo absoluto, y como un solo gesto. Su ab- algo de esa partición, «en», «mi propio» discurso y «con destino» a
solutez es precisamente su transmisión de régimen a régimen (siendo «mis» lectores. Algo, poca cosa, ciertamente, pero cuyos efectos (las
a su vez plural cada uno de estos regímenes), lo cual hace indecidible lecturas) no soy dueño de calcular, ni cuyos juego y riesgo puedo re­
cusar, ni cuya decisión puedo descartar. Es un mínimum político, y
3. Parages, París, Galilée, 1986, pág. 67. ético. La libertad está ahí en juego. A falta de lo cual la escritura m il
172 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D FRAGMENTOS 173

abierta, más comunicativa, más preocupada por el sentido común, la *** Damos sin comentario los elementos de una semántica etimoló­
más democrática y también la más rigurosamente filosófica, puede gica: según una primera derivación, libertas, como éleutheria, tendría
ocultar la peor mentira, y acompañar la peor política. una base Heudho/leudhi, que significa «pueblo», a su vez ligada a
*leudh: idea de crecimiento, de incremento. — Otra etimología, menos
segura, hace venir libertas de líber, el libro: el libellus, libro pequeño,
*** «No debemos hacemos ilusiones: libertad y razón, estos dos con­ panfleto de expresión libre, habría involucrado el sentido moral. En
ceptos éticos y también ético-estéticos que la edad clásica del cosmo­ cuanto al anglosajón free/frei, su significación primera sería: amado,
politismo alemán nos ha legado como signos distintivos de la humani­ querido (friend/Freund, amigo, son de la misma familia), puesto que en
dad, no se portan ya muy bien desde mediados del siglo XIX, o un poco mi casa están los que amo, y los esclavos. — Lib e n , los hijos, designa
más tarde. Poco a poco han ido quedando «fuera de juego», ya no se primeramente los hijos de un hombre libre. Pero de hecho hay dos ca­
ha sabido «qué hacer con ellos», y el que se los haya dejado estro­ tegorías: «liberorum hom inum alii ingenui sunt, alii libertini» (Gayo,
pearse, es menos un éxito de sus enemigos, que de sus amigos. No de­ Instituciones, I, 10). El ingenus es el nacido de un padre libre (y tiene
bemos tampoco hacemos ilusiones sobre esto de que nosotros, o nues­ los sentidos de «distinguido, liberal, generoso, sincero, delicado»), el
tros sucesores, no volverán ciertamente a esas representaciones sin libertinus es el nacido de un padre que ha sido a su vez liberado (m a­
cambios; nuestra tarea, y el sentido de lo que el espíritu pondrá a numitido). (Como es lógico, esos hijos ingenuos o libertinos no son los
prueba, será más bien —y es ésa la tarea de dolor y de esperanza, tan vástagos —proles— del proletariado.)
raramente comprendida, que incumbe a cada generación— el de llevar Necessarius, por su parte, designa primeramente la persona pró­
a cabo el paso siempre necesario y muy deseado de nuevo, con los me­ xima pero que no es consanguíneo. Así, pues, el amigo, como aquel del
nores estropicios posibles». (Robert Musil, Sobre la estupidez, 1937. que uno no puede separarse.
¿Habrá que precisar que esa conferencia, como ya lo indicaba su tí­
tulo, se refería sin ambigüedad al fascismo?)
*** ¿Qué otra semántica que no fuera el programa cbmpleto de la filo­
sofía de la libertad? Libertad de hacer, de actuar, o libertad en vista de...,
*** La libertad puede experimentarse hasta en los límites de su propia libertad como esencia que realizar o como naturaleza dada, libertad res­
experiencia. — Allí donde nada la separa ya de la «necesidad». ponsable y responsabilidad hacia la libertad, libertad como derecho o
como poder, audeterminación, libre arbitrio, reconocimiento de la ley
común, libertad individual o colectiva, libertades civiles, económicas,
*** Se me ha dicho: «no propone usted ninguna semántica de la pala­ políticas, sociales, culturales, asunción de la necesidad, anarquía, liber­
bra "libertad"». Es verdad. Los sentidos de esta palabra me importan tad libertina o libertaria, liberalidad, libertad de movimientos, libertad
poco. (En cambio mucho su posición estratégica.) Esa palabra, tanto del espíritu, extremo libre de una cuerda o de una cadena, nada de esto
en la tradición como para nosotros, se acerca a «necesidad». Y de eso debe salir del campo de nuestra atención, pero tampoco nada de
exactamente es de lo que se trata: de una proximidad entre las dos tal, esto conviene a lo que está aquí en juego bajo el nombre de «libertad».
que de ella se deba liberar inevitablemente algo completamente dife­
rente, la verdad de la experiencia.
*** Tal es el envite del límite, que la libertad es, o bien que siempre fran­
quea: se toca el exterior desde dentro, no pasa pues el límite, pero el ago­
*** No podemos ya ni siquiera decir: «¡La libertad, Diótima, si com­ tamiento de este tocar es ilimitado. Y este agotamiento es también aque­
prendiésemos esa palabra sublime!...» (Hólderlin, Hiperión, Madrid, llo que se borra ante, y en, el venir a presencia de la cosa misma —un
15.a ed., 1994). venir a presencia que nunca fijará ningún presente, que jamás asegurará
ni saturará ninguna presentación. El venir a presencia de lo otro que el
pensamiento, agotando todo pensamiento de lo otro.
174 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D FRAGMENTOS 175
*** Se podría decir que en la libertad tiene lugar el imperativo ontoló- *** Habría querido, habría hecho falta que este trabajo pudiese ir más
gico, o el ser como intimación, pero con la condición de añadir que es lejos, no digo sólo en el análisis o en la problematización, sino que lle­
así sin mandamiento (no dialéctica «mandamiento/libertad»), o que el gase hasta retirar y tachar todo su discurso en la libertad material. Ha­
mandamiento se confunde con el abandono de la libertad a ella bría podido estar tentado de haceros oír ahora música, o bien risas, o
misma, hasta en el capricho y hasta en la suerte. bien, tomados de aquí y de allá en el mundo, disparos de cañón, que­
jas de hambre, gritos de revuelta —o incluso, presentaros una pintura,
como en Hegel la muchacha presenta los frutos del arte antiguo, los
*** Bajo este nombre de libertad, me parece ahora que he intentado lugares divinos que los dioses han dejado.4 Está claro que eso sería la
hablar de algo que tendría, en un sentido, la posición estructural de la tentación misma, la abdicación hipócrita del pensamiento en lo inme­
muerte hegeliana (de la muerte metafísica, en consecuencia: y ¿no es diato, en lo «vivido», en lo inefable —o en la praxis y en el arte desig­
ésta justamente siempre el lugar y la operación de la liberación?). Pero nados como diferentes del pensamiento. Ahora bien de lo que se trata
esto no sería lo negativo, y no constituiría el resorte de una dialéctica. es por el contrario de devolver la praxis al pensamiento. Algo de Marx
(Lo negativo es la negación de la libertad, de la que sólo la libertad es resuena ahí inevitablemente, con algo de Heidegger. ¿Un pensamiento
capaz. Es el furor del mal. Pero el mal no es tampoco un momento dia­ material de la obra del pensamiento?
léctico. Es una posibilidad absoluta de la libertad.) Otra cosa, en con­ Pero sigue siendo igualmente seguro —eso queda como un resto in­
secuencia, en lugar de la muerte: la puesta en el mundo del existente. destructible— que en el límite del pensamiento, el pensamiento está
El nacimiento, que sin duda es nacimiento a la muerte —no, sin em­ expuesto a la indecisión entre el discurso y el gesto, siendo uno y otro
bargo, en el sentido de que el nacimiento sería «para» la muerte (con del pensamiento, pero amenazando a cada instante con bascular fuera
ese valor dudoso del «para», si se lo emplea para traducir el «zum de ella. Es decir, con no ser más que discurso, o ser solamente gesto.
Tode» de Heidegger), sino en el sentido, completamente diferente, de Aquí también hay partición, entre las «armas de la crítica» y la «crítica
que la muerte es aquello a lo que o en lo que hay nacimiento: una vez de las armas», entre «la obra (actuación) del pensamiento» y el «pen­
más, la exposición al límite. No «la libertad o la muerte» (aunque no samiento de la obra (de la actuación)». Y es esa partición lo que hay
quisiera en lo más mínimo quitarle la fuerza ni la nobleza a ese grito que pensar, o practicar, diciendo cada vez sobre lo indecidible.
en nuestra historia), sino: la libertad en lugar de la muerte. Se puede decir también: el pensamiento en acto está siempre sus­
El pensamiento, así, pues, no tiene con la libertad la relación del es­ pendido (y «en potencia», si se quiere) entre estas dos posibilidades úl­
píritu hegeliano con la muerte. El pensamiento no tiene que «habitar timas: «faltan las palabras para decirlo», y «las palabras fallan para no
en la muerte sin espanto». En primer lugar, no es un habitar, no es una decirlo sino hacerlo». No hay decisión de pensamiento más que en y
tumba, ni una morada, es un espaciarse nómada (y sin embargo es gracias a esta indecisión primera (pues el pensamiento mismo se com­
también un lugar donde quedarse, e incluso quizás una casa...). Además promete o se involucra siempre allí donde «faltan las palabras»: es su
el pensamiento no puede estar exento de espanto ante la libertad que lo libertad, para la que precisamente nada falta, sino las palabras).
precede, que lo sorprende siempre, y al que jamás se puede volver (no
es pues un espanto «ante», no hay ese «cara a cara» hegeliano ante el
abismo). El pensamiento no puede no estar angustiado hasta la irrisión *** La nota 2, pág. 79, dice: «Habría la libertad del Dasein en general y
de todo pensamiento —o hasta la liberación de una risa de ilimitada la libertad del ente en general, la una en la otra y la una por la otra».
alegría. — En la libertad, el pensamiento no encuentra tanto un «im­ Es uno de los puntos más difíciles, pero sin duda, en último término,
pensable» como lo impensante (y no lo «encuentra»: no hay «encuen­ de los más necesarios. Heidegger pretende distinguir, en la época d e E l
tro» aquí, ni siquiera el llamado «encuentro con la libertad del otro», ser y el tiempo, la facticidad del Dasein de la facticidad, por ejemplo, de
pues ésta no es exterior a mí). Es el otro impensante el que pesa el pen­ la «piedra» (véase sección 27 de E l ser y el tiempo ). Es eso lo que no me
samiento, y lo que le da o lo que le retira su peso. La materialidad o la parece que pueda ser tan sencillo. No puede haber, al menos en lo que
facticidad trascendental de la libertad es el otro impensante que no
piensa, incluso, el pensamiento, sino que entrega éste a él mismo. 4. Véase La jeune filie qui nous présente Vart, en preparación.

A
176 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D FRAGMENTOS 177
se llamaría un primer nivel (¿pero es éste simplemente primero? y «haber ahí», el tener lugar, «venir ahí» ilimitado de la cosa delimitada;
¿qué significaría esta distinción de niveles?), varias facticidades. H ay lo cual quiere decir también que la totalidad es todo, salvo totalitaria, y
la facticidad del mundo. O también: lo que insisto en llamar facticidad, que se trata en consecuencia realmente aquí de libertad).
y que bajo ese nombre da el hilo conductor más seguro (y más proble­ El mundo no es tampoco (esto está claro en Heidegger) el correlato
mático) de la libertad de Kant hasta aquella que nosotros tenemos que de una intencionalidad. (O bien habría que decir, desde el interior
pensar (hilo que pasa por Hegel, Marx, Nietzsche, y Heidegger),-ss-el mismo de una lógica husserliana, que la «trascendencia del mundo»
«hay» con toda su fuerza de «presencia real» (y sin olvidar ninguno de no puede ir adelante sin la efectividad fáctico-material de un mundo
Tos problemas ligados a esa «presencia» y primeramente y sobre todo que no depende ya de ninguna «tesis ingenua»; habría que practicar
esto de que la presencia está en su venida, no en su estar-presente). La aquí una «reducción» que no sería ya «eidética», sino, si cabe decirlo,
facticidad en cuanto facticidad es también (y casi diría: «y primera­ «hilética». El mundo no es de ninguna manera «para mí»: es la co-per-
mente», si no fuese mejor no introducir aquí ningún orden) la factici­ tenencia esencial de la ex-istencia con el existir de toda cosa. Sin lo cual
dad de la piedra, del mineral, como también la del vegetal, del animal, la ex-istencia sería solamente ideal, o mística... Pero la existencia tiene
de lo cósmico y de lo racional. Presencia, impenetrabilidad, ahí sin lugar justo al lado de las cosas. Si se profundiza convenientemente en
«éxtasis», constituyen también la condición material-trascendental de esta co-pertenencia esencial (de lo sin-esencia), se encontrará que nin­
un Dasein (y a este título hay que llamarlo también, de nuevo, «hom­ guna cosa puede ser simplemente «necesaria», y que el mundo no es
bre», en el sentido de que ese hombre es una presencia material sin­ «necesario». No se podrá aislar, de un lado, la causalidad de los fenó­
gular: un hombre, y no una piedra, pero el uno y el otro ahí, al lado el menos, del otro, la libertad noumenal (es sobre eso sobre lo que no he­
uno del otro; en este caso, se ve por otra parte que no se debería ya po­ mos dejado de discutir con Kant desde Hegel). ¿Qué se encontrará en­
der decir, en un contexto así, el «hombre» en el sentido genérico, sino tonces? Intentemos, provisionalmente, decir: algo así como un
sólo el «hombre» o la «mujer»), clinamen, que no sería el azar (otra necesidad), sino el libre estado de
¿Diré, entonces, que en esta única (lo cual no quiere decir «idéntica abierto del «hay» en general —que no es nunca general, precisamente,
en todas sus modalizaciones») facticidad se debe ofrecer una única (y sino que está siempre en el orden del «cada vez».
no idéntica) libertad? ¿Diré que todo es libre? Sí, si supiese cómo en­ Clinamen, o declinación, inclinación del «hay», del «es gibt», de la
tenderla. Pero sé al menos que habría que entenderlo (aun sabiendo que ofrenda. Para que eso sea, hace falta que eso se incline, que eso in­
un «entendimiento» así debería desimplicarse del «entendimiento» de cline, de nada hacia nada. O también: guiño, abrir y cerrar de ojos del
los filósofos). No puede uno contentarse con dividir (o repartir) el aparecer, del venir toda cosa, tan sustraído como el «abrir y cerrar de
mundo entre Dasein y los entes Vorhanden y Zuhanden. No sólo porque ojos» (cómo el instante), pero tan apoyando, tan insistente como él. Es
éstos no permiten, o permiten mal, dar sitio y derecho al animal y al ve­ sólo así como puede haber estado de abierto, aclaración recíproca del
getal, es decir, a otros modos que son también modos de «ex-istencia», Dasein y del ente en totalidad, sin que se confundan, pero sin que es­
innegablemente aunque de una manera que sigue siendo oscura para tén sometidos al dispositivo exclusivo de la subjetividad y de la repre­
nuestro entendimiento. Pero también, y sobre todo, puesto que es de sentación. (El pensamiento de la representación condena inevitable­
cualquier cosa de lo que hay que poder afirmar la retirada en ella de la mente la libertad: pues la presencia «más allá» de la representación se
causa (analizado más arriba: sección 9). En la cosa sin causalidad (ni da ahí como «necesidad», y la libertad se contenta con jugar con re­
causada ni causante) hay lo óntico en cuanto posición («Setzung», no presentaciones, para finalmente liquidarse ella misma en representa­
«Stellung») de la cosa, la existencia como lo que constituye el estar arro­ ción.)
jado, no sólo en el mundo (del Dasein), sino del mundo. El mundo no En este sentido, la piedra es libre. Es decir que hay en ella —o más
está dado, inmoviblemente sustancial, para que vayamos ahí (pour que bien, como ella— esta libertad del ser que es el ser, y del que la libertad
nous y venions). El ahí del «hay» (L’y de Y«il y a») no es un receptáculo, en cuanto «hecho de la razón» es la puesta en juego de acuerdo con la
no es un lugar dispuesto para que se produzca ahí una venida. El ahí es co-pertenencia. (No niego, si es que hay que insistir, que con todo esto
a su vez el espaciarse (del espacio-tiempo) de la venida, puesto que hay estoy planteando una cuestión, enorme y en la que no se puede no en­
todo (y la totalidad no es el cierre del circuito, el acabarse sin resto: es el contrar la provocación, por más que no proponga un resultado.)

A
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He intentado decirlo: «somos la libertad de todas las cosas», y qui- mos tanto más porque su abrumadora evidencia está más a la vista en
| zás no haya que guardar esta expresión. Al menos su intención no es nuestra historia reciente y presente. Pero lo que sabemos también, es
en absoluto subjetivista. No quiere decir: nos representamos el mundo que los fundamentos morales no sólo han cedido bajo ese mal, sino
¡ entero en nuestra libertad, sino: la libertad del ser se pone en juego que le han prestado la mano. Y obedece a algo que la frase «Libertad
como libre existencia del mundo y como nuestra ex-istencia hacia esa ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre!», cuyo autor no re­
libertad. — Lo cual quiere decir también que somos responsables de la cuerdo, se haya convertido en un adagio desengañado de los tiempos
libertad del mundo. Y eso podría tener consecuencias en la cuestión de njodemos.
la técnica (y en la posición a la vez abierta y aporética de esa cuestión La indecidibilidad en la que hay decisión no es la equivalencia de
en Heidegger). No es que tengamos que preservar la naturaleza contra toda decisión. Es la imposibilidad de que el «decisor» de la decisión (a
la explotación técnica (allí donde hay que hacer algo de este género, es la vez, su criterio y su agente) preceda a la decisión misma, lo cual es
siempre de nuevo un asunto de técnica). Pero en la técnica, liberamos, una cosa muy diferente. Pero la decisión que se decide a favor de la au­
y nos libramos a la libertad del mundo. Nada sorprendente en que esto tenticidad o no. Sin duda, en Heidegger, esta decisión sigue siendo,
sea angustiosa y profundamente ambivalente. Pero no tenemos acceso por un lado al menos, demasiado «heroica», y está demasiado ligada
libre a lo que pasa ahí en la medida en que pensemos simplemente ex­ —¿por qué no decirlo así?— a un «sistema de valores» que manda y
plotar libremente el resto no libre del ente. Lo que nos obliga también que decide secretamente, hasta cierto punto, el análisis mismo de la
a acomodamos a hacer entrar en esta clase del ente... nosotros mismos decisión. Lo cual equivale a decir también que la «autenticidad», a pe­
en cuanto trabajadores. El pensamiento de un «proletariado» como sar de las intenciones de Heidegger mismo, no puede no estar sepa­
pensamiento de la ex-istencia en la que se jugaría una liberación recí­ rada de la «inautenticidad», de la cual, sin embargo, aquélla no debe
proca de la «naturaleza» y de la «historia» podría encontrar aquí algo ser más que «una captación modificada».5
que volver a pensar de nuevo, mediando, es cierto, todo tipo de des­ Dejamos para más tarde el examen de ese punto en Heidegger. Me
plazamientos y de transformaciones. parece que también se puede intentar entender lo siguiente: hay una
No tengo en lo más mínimo intención de extrapolar de forma con- decisión en favor de la libertad, y que no es una decisión en favor de la
¡ fusa la idea de la libertad. ¿Cómo podría hacerlo, si no dispongo de libertad que suprime la libertad, aunque en los dos casos sea la misma
una «idea» así? Pero cualesquiera que sean la extrema dificultad y lo libertad la que se decide. La libertad es precisamente lo que es libre
extraño del problema, si el ser del ente es el ser del ente, y no una es- para y contra sí mismo. No puede ser lo que es más que permane­
pecie de daimon oculto, que hace sus confidencias al Dasein, no pode- ciendo, en todo momento, libertad de la «gracia» y del «furor». Ese
¡' mos ahorramos el rodeo por la libertad del mundo para volver a nues- abismo es su «fundamento», su ausencia-de-fondo. Pero ese abismo es
í tra libertad. Es una necesidad del pensamiento, una exigencia política asimismo realmente aquel mediante el que la libertad que se elige y la
y ética. libertad que se destruye son la misma y no son la misma. Y la libertad
no «es» quizás nada sino esa diferencia absoluta en la identidad abso­
luta. ¿Cómo atribuir a eso una «decisión auténtica»?
*** «Decisión auténtica» (cap. 12): pensamiento difícil, pensamiento- La decisión que libera la libertad contra ella misma es decisión de
límite, en cualquier caso, para las fuerzas de este ensayo. ¿Cómo afir­ suprimir la decisión, y por consiguiente lo indecidible que la hace posi­
mar que hay una decisión «auténtica», lo que equivale a anunciar un ble y necesaria. O bien, la existenciariedad de la existencia misma (su­
fundamento ético, sin poder presentar el fundamento o la naturaleza presión que tiene mil formas, además del asesinato). La decisión a favor
de esta «autenticidad»? (Ya el hecho de guardar la palabra «autentici­ del mal, que sigue siendo la posibilidad esencialmente conjunta y en
dad» es más que ambiguo: es estar instalado en una axiología...) Más consecuencia absolutamente propia de la decisión en favor del bien, es
todavía: ¿cómo hacerlo, siendo así que estamos seguros de que la li­ decisión en favor de lo que no deja ya decidir. La decisión auténtica, por
bertad nos coacciona a deshacer o a desbaratar las lógicas del funda­
mento? í 5. El ser y el tiempo, sección 38. Volveré al tem a en u n ensayo sobre el «estado de
Y sin embargo «sabemos qué es el mal» (véase cap. 13). Y lo sabe­ abierto» en la analítica del Dasein.

J
180 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D FRAGMENTOS 181

i el contrario, es decisión en favor de un mantener la decisión como tal, Si la existencia es sin esencia, es que está toda ella en su decisión.
¡ que es su recuperación y su reconquista en la indecisión misma mante- Está toda ella en la decisión libre de recibirse y de mantenerse ella
• nida como estado de abierto de la posibilidad de decidir. Y por eso es misma como decisión (decisión decisora, pero al modo de un recibir­
por lo que la decisión auténtica no se conoce como tal, o como decisión se, de un dejar-se-tomar por la decisión...) y/o de decidir por ella
en favor del bien. No puede presentarse a sí misma como «buena». Si­ misma como tal o cual esencia. Éste es el ethos al que se trata de lle­
gue siendo diferente de ella misma en ella misma. Es más bien la deci­ gar, o que hace falta dejar que venga a nosotros. Ese ethos no corres­
sión en favor del mal la que puede aparecerse a ella misma como pondería a un «progreso de la conciencia moral», sino que pondría al
«buena», en cuanto decisión «tomada», «resuelta», pero no «mante­ día la eticidad archi-originaria sin la que no habría ni Bien de Platón,
nida» en el sentido indicado más arriba, ni voluntad buena de Kant, ni alegría espinosista, ni revolución mar-
i Hay que zanjar la cosa, es decir, hay que zanjar qué se podrá o qué xiana, ni zoon politikon de Aristóteles.
| sé deberá zanjar siempre de nuevo, incluso si es para recuperar cada
s vez la «misma» decisión: pues en cuanto que decididora, y no en
! cuanto ya decidida, es cada vez nueva. Pero eso no quiere decir tam­ *** ¿Por qué hablar de «revolución» (por ejemplo, en el cap. 7)?
poco que la decisión auténtica, al volver a abrir cada vez en sí misma ¿Acaso por mero capricho de oposición al descrédito actual de esta pa­
la diferencia de la in-decisión, no se decide nunca más que a...dejar ha­ labra? ¿Por qué no? Es bueno siempre sacudir la ideología. Pero aún
cer todo. Todo dejar hacer es también una manera de anular la deci­ más: ¿no tenemos la responsabilidad de pensar la decisión que se abre
sión, tanto en los sentidos liberal o anarquista que se le puede dar a la a la posibilidad misma de decidir? Ahora bien, qué palabra ha llevado
expresión, como en el sentido de: dejar hacer todo, hasta el extremo, ese pensamiento, de manera privilegiada, desde hace dos siglos? ¿Y
que acaba con el todo, que lo extermina. La decisión auténtica está qué palabra puede reemplazarla, después de dos siglos? Ya se ha dicho
precisamente ante la posibilidad de hacer «todo», dejar hacer. Pero en lo bastante que «revolución» era una vuelta para nada, o bien, otra
cuanto decisión, elige no hacer «todo». La prescripción, la obligación, vuelta de tuerca. Eso es verdad, pero es también reírse de la historia.
la responsabilidad están enclavijadas en ella. La revolución consiste en poner a la luz del día la libertad común, el
i Se dirá: pero con esto no hay ni contenido ni normas éticas. Sin ser-en-común de la libertad. Y que ese ser, como tal, está entregado a
I duda. Pero, ¿los ha habido alguna vez? La decisión es el momento va- la decisión. No podemos, a pesar de todo, pensar esa palabra de otro
I cío de toda ética, cualesquiera que sean los contenidos y los funda­ modo. La reforma, su caso se lo entiende desde hace tiempo, y mien­
mentos de ésta. Es ella, o la libertad, el ethos en el fondo sin fondo de tras más hay, menos cambian las cosas. Y la revuelta es prisionera de
toda ética. Los contenidos y las normas es algo sobre lo que tenemos la desesperación que la produce. La revolución no significa en abso­
que decidir. Tenemos que decidir leyes, excepciones, casos, negocia­ luto exclusivamente: toma del poder por el partido. Significa, ha sig­
ciones. Pero no hay ni ley ni excepción para la decisión. Su «autenti­ nificado en cualquier caso: estado de abierto de la decisión, comuni­
cidad» no es del tipo de registro de la ley. O bien, esta ley está retirada dad expuesta a ella misma.
de toda forma de ley: la existenciariedad de la decisión, la libertad, que Lo sé: el fascismo y el nazismo eran también la revolución, como el
es también la decisión de la existencia, en favor de la existencia, que se leninismo y el estalinismo. Se trata, pues, de revolucionar la revolución.
recibe como bien antes de todo imperativo y de toda ley. Comprendo demasiado bien que se pueda no amar esta «pirueta». Pero
Por consiguiente, no tenemos que pensar en nuevas leyes (aunque ¿qué decir y qué hacer, si lo intolerable sigue estando siempre ahí? ¿Y
tengamos que hacerlo también), o bien, no es «una moral» lo que hay si la libertad no puede no hacerse cada vez más sombría, ni estar cada
que inventar (apenas con ironía, se puede realmente decir: ¿no tene­ vez más desencadenada?
mos ya todo lo que hace falta en la materia?). Pero lo que nos incumbe ¿Cómo pensar «revolución» sin secciones de asalto, ni comisarios
ante todo es una determinación absoluta, y absolutamente originaria, del pueblo? ¿E incluso, sin modelo revolucionario (sino al contrario,
archi-originaria, de la ética y de la praxis. No una ley o un valor úl­ como una reapertura de la cuestión del modelo, incluso)? Después de
timo, sino aquello por lo que puede haber relación con la ley o con el todo, la palabra importa poco, pero queda que no hemos pensado
valor: la decisión, la libertad. hasta el final todo lo que «revolución» da que pensar. Y sobre todo,
182 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D FRAGMENTOS 183

queda que las gentes revientan de hambre, de guerras, de droga, de *** En este ensayo me he visto obligado a repetir en varias ocasiones
aburrimiento. Y queda que una clase media en vías de generalización, que la libertad no podía ser «una cuestión». Eso quiere decir que su
con sus estados de alma a propósito de «la técnica», nos enmascara en pensamiento debe ponerse a la busca de un modo no cuestionante del
qué se está convirtiendo la lucha de clases.
pensamiento (pero ¿se puede decir aquí «busca»? ¿No está ésta dema­
siado cerca de «cuestión»?) Hay un rasgo profundo y poderoso del
pensamiento hoy: la exigencia de una afirmatividad (se la encuentra
Las gentes revientan de hambre, de droga, de guerras, de aburri­ desde Nietzsche y Bergson a Deleuze y Derrida, modulada de manera
miento, de trabajo, de odio, de revueltas, de revoluciones. Retallan 0
diferente).6
son mutilados, en vida, alma y cuerpo. Todas las liberaciones (nacio­ Pero quizás la cuestión no la sustituye ni la afirmación ni la nega­
nales, sociales, morales, sexuales, estéticas) son ambiguas, dependen
ción. Podría tratarse de otra disposición, que no tiene nombre lógico.
también de manipulaciones —y sin embargo, cada una tiene su ver­
dad. La libertad manipulada (por los poderes, por el capital), ése po­
dría ser el título del medio siglo. Pensar la libertad debería querer de­ *** Lo que había escrito aquí a propósito de Heidegger y del nazismo
cir: sustraerla a las manipulaciones, incluidas y sobre todo las del es necesariamente insuficiente, tras un año de comentarios suscitados
pensamiento. Esto exige realmente algo del orden de la revolución, y j por este volver a salir a la luz el «asunto». Pero no tengo intención de
también en el pensamiento. * *
añadir los míos a esos comentarios. Bastarán unas palabras: el que
Heidegger no haya cesado de pensar jamás, en lo más íntimo y lo más
decidido de su pensamiento, algo de «la libertad» —mediando el aban­
La democracia es, cada vez menos, el blanco de críticas o de agre­ dono de su tema o de su pregunta metafísica—, y que eso mismo haya
siones externas, pero es cada vez más víctima de sus críticas y sus de­ podido regir sus gestos filosóficos: he aquí algo que debe damos que
sencantos internos. O bien: fuerzas de efectos incalculables (nucleares pensar. Por una parte, Heidegger tomaba, y fue el primero en hacerlo,
físicas, químicas, genéticas) están actuando, o se han desencadenado,’ la medida de la insuficiencia radical de nuestras «libertades» para pen­
como se quiera decir. Todo lo cual remite a la pregunta: ¿Qué quiere sar y para abrir la existencia como libertad. Pero, por otra parte, se­
decir hoy «pensar la libertad»? Eso quiere decir al menos muy clara­
guía pensando en «lo libre», hasta cierto punto, al menos, en los tér­
mente que los pensamientos que hemos recibido acerca de la libertad, minos y en los tonos de «destino» y de «soberanía». En nombre de los
en todos sus marcos sistemáticos (oposición a la necesidad, o asun­ cuales, sin duda, fue seducido por Hitler, y, más tarde, permaneció en
ción de ésta, asignación al sujeto libre, delimitación recíproca y res­ silencio sobre los campos de exterminio.
peto, reparto de lo jurídico, de lo moral y de lo político, de lo público y
Destino y soberanía, sean cuales sean los nombres que se les preste,
de lo privado, de lo individual y de lo colectivo, etc.) son, o bien ellos son los lugares en los que la libertad obstinadamente se renuncia, in­
mismos «operatorios» en las prácticas menos liberadoras de este cluso si es ella la que está cargada de destino y es soberana. A este res­
mundo pavoroso y desencantado, o bien constantemente vueltas «ob­ pecto, Heidegger no supo mantenerse como el pensador de la existen­
soletas» por él. Las «libertades» son también piezas de la técnica. Es
cia humildemente expuesta al mundo, lo cual quiere decir también,
por eso por lo que es irrisorio contentarse con reafirmar, de acuerdo
pero sin estrépito: libre. J
con un modo kantiano, una «idea regulativa» de la libertad, o bien, de
acuerdo con el modo de una «filosofía de los valores» (de la qué se
sabe cómo ha podido, también ella, ella más que otras, enrolarse en el *** «Ser» empieza apenas a aclararse cuando se piensa que «libertad»
nazismo), un «valor absoluto» de la libertad...
lo da, o que el ser está en libertad. No se piensa ya entonces completa­
------Siempre se vuelve a esto: pensar la libertad exige pensar, no una
mente de acuerdo con «el pensamiento del Ser», se está en trance de li-
idea, sino un hecho singular, exige llevar al pensamiento hasta el lí­
mite de una facticidad que la precede. 6. D espués de estas notas, D errida h a vuelto explícitam ente al estatuto del cuestio-
n am iento en Heidegger, en De l’esprit. Heidegger et la question, París, Galilée, 1987; trad.
cast. de M anuel A rranz Lázaro: Del espíritu, Valencia, Pre-textos, 1989.
184 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D FRAGMENTOS 185

brar a éste de ser «pensamiento de algo» (incluso si el ser no es). El toda teoría de la decisión puede representar (pienso, en particular en
pensamiento libra de ser pensamiento de. Cari Schmitt, cuando la decisión de excepción se convierte en la esen­
cia de lo político, cosa que no es extraña a la política de Heidegger).
¿Por qué? Porque la decisión no se desprende de lo «inauténtico» para
* * * Este ensayo propone una tesis sobre el ser, siguiendo el hilo de la ;
cortar con ello. Tiene lugar en ello, justo en ello. Heidegger está cerca
que Heidegger descifra sobre Kant, y el de esa otra tesis, puesta y reti­ de decirlo, y no lo dice. Es ahí donde hay que forzar en él «la delgada
rada por Heidegger, sobre el ser «fundado» en libertad. Y lo que es pared que separa, por así decirlo, el Se de la extrañeza de su ser».8 La
más, se trata de una tesis sobre la tesis, de una posición y de una afir­ decisión auténtica está, pues, asimismo también «más acá de la deci­
mación sobre la posición y sobre la afirmación del ser, en cuanto sión». Pero ese más acá no es en absoluto la decisión estúpida y triste
puesto y afirmado por la libertad, como libertad. de lo cotidiano y de todo lo que se produce en lo cotidiano. Lo «inau­
En esa medida, corro el riesgo de, simplemente, ingenuamente, re­ téntico» es una categoría falseada a priori, marcada por una pérdida,
constituir una metafísica, en el sentido en que esa palabra designa «el incluso si Heidegger rehúsa hacer de ella una «decadencia». Pero esa
olvido del ser», el olvido de ese olvido. Es decir: el olvido de la diferencia pérdida es pérdida del ser, de su inmanencia, y venida al mundo, a la
del ser y del ente está desde el origen perdido de vista por la metafísica presencia, libertad. El lugar del estar-arrojado —su lugar o su «arrojo»
—esa diferencia que no permite que ninguna posición de ente sea im­ mismo— no es primeramente el «Se», sino la libertad.
puesta al ser, ni que le sea atribuida ninguna soberanía sobre el ente.
Pera ésta no es. No es, incluso la «diferencia óntico-ontológica». Es,
incluso, a su vez, el borrarse esa diferencia —un borrarse que no tiene *** La divisa «libertad, igualdad, fraternidad», tiene, para nosotros,
nada que ver con el olvido. Si no es, en efecto, sí que retrocede en su algo de ridículo, y de difícil de introducir en el discurso filosófico.
propia diferencia. Este retroceso es la identidad del ser y del ente: la Puesto que en Francia es oficial (mentira de Estado), y puesto que re­
existencia. O más precisamente la libertad, sume, se dice, un «rousseaunismo» fuera de uso. Pero para Heidegger
r — La libertad: la retirada de toda posición del ser, incluida la de su po- mismo, ¿no se determina «el ser-ahí también con los otros» (sección
I sición como diferente del ente. Así, pues, aquí hay tesis sobre el ser sólo 26) de acuerdo con «una igualdad ( Gleichheit) del ser como ser en el
i en la medida en que ya no hay tesis posible del ser. Su libertad es en
mundo»? Una igualdad así en inencentable: es precisamente la de la li­
él más antigua que él. Es su última tesis. O es su primer hacer (facere, bertad.
- factum tienen la misma raíz que tithemi), tesis, e igualmente tun y to En cuanto a la fraternidad, que se presta todavía más a la sonrisa,
do, «hacer» en alemán e inglés). Sin duda, el «hacer» puede, a su vez,
¿habrá que sospechar de ella que procede de una relación con el ase­
interpretarse de muchas maneras. Me sirvo del término aquí sólo sinato del Padre, y en consecuencia, que permanece prisionera tanto
como índice de una diferencia en la tesis misma. de compartir el odio, como de la comunión con una misma sustan-
Los filósofos han hecho tesis sobre el ser; se trata ahora de habér- cia/esencia (en la comida totémica)? Hay que desmontar, en efecto,
l selas con el hecho de la libertad. cuidadosamente esta interpretación de la comunidad como «frater­
nal». Pero es posible, y con Freud mismo, interpretarla de otro modo:
como partición y reparto de una cosa materna que precisamente no
*** Allí donde el pensamiento tropieza con que lo hace posible, sobre sería sustancia, sino a su vez, hasta el infinito, partición y reparto.9 A
lo que le hace pensar. este respecto, el capítulo 7 de este libro sólo ha hecho la mitad del ca­
mino. Quizás también la «madre» debe ser abandonada, si no se la
8. E l ser y el tiempo, sección 57.
* * * La «decisión auténtica» se hace en «el más allá de la decisión».7 No 9. Véase «Le peuple ju if ne réve pas», p o r Ph. L acoue-Labarthe y J.-L. Nancy, en La
depende del decisionismo. Es mucho más y mucho menos que lo que psychanalyse est-elle une histoire juive?, París, Le Seuil, 1981, y sobre la «madre» hege-
liana, J.-L. Nancy, «Identité et trem blem ent», en Hypnoses (con Borch-Jacobsen y E. Mi-
chau d ), París, Galilée, 1983.
7. M aurice B lanchot, L'écriture du désastre, op. cit., pág. 12.
186 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D FRAGMENTOS 187

[ puede evitar «fálica» (¿pero es eso seguro?). Habría qüó pensar enton- nal, insignificante en el sentido de que en efecto está en el límite del
l ces la fraternidad en el abandono, del abandono. sentido: allí donde empieza y acaba la experiencia de la libertad.)

*** « L a fraternidad: los amamos, no podemos hacer por ellos más que *** No hay «experiencia de la libertad»: es la libertad misma la que es
ayudarles a alcanzar el um bral» . Este fragmento de Blanchot asigna a experiencia.
la fraternidad un amor sin efecto, sin afecto, sin comunión. Una ex­
traña retención de amor, llamada sin embargo «amor». (A propósito
de la fraternidad, podría invocarse en el mismo sentido a Hannah *** Luchar «por» la libertad, la igualdad, la fraternidad, la justicia, no
Arendt.) Que quiere decir, en estas condiciones, «ayudar»: no un sos­ consiste sólo en hacer que sobrevengan otras condiciones de existen­
tén, ni un consuelo, sino la exposición en común de la libertad. cia. No pertenece sólo al orden del proyecto. Consiste también en afir­
mar inmediatamente, hic et nunc, la existencia libre, igual, fraternal,
justa. Se tendría que poder decir lo mismo de escribir y de pensar «so­
*** Yendo hasta el fin de su experiencia, la libertad no podría terminar bre» la libertad.
sino en la muerte. No podría alcanzarse más que en el desencadena­
miento de un principio absoluto, intratable, donde la «gracia» sería el
«furor» mismo. El Terror, el sacrificio, el salvajismo, el suicidio. Al ra­ *** «Morir libremente: ilusión (imposible de denunciar). Pues, incluso
zonar así se ha perdido de vista ya el hecho de la libertad. Como si en si se renuncia a la ilusión de creerse libre con respecto al morir, uno
la muerte este hecho se convirtiese en presencia, propiedad, identidad vuelve a confundir, mediante palabras constantemente fuera de tiempo,
consigo. Pero la experiencia de la libertad es la experiencia en la que se lo que se llama la gratuidad, la frivolidad —su ligera llama de fuego fa­
deshacen estas determinaciones.ÍLa libertad es lo inapropiable de la tuo—, la inexorable ligereza de morir con la insumisión de lo que se sus­
muerte. Al decidir de la muerte, se piensa que se está decidiendo de trae a toda captación. De ahí el pensamiento: morir libremente, no se­
la libertad, ya sea para darla (el suicidio, o la Inquisición), ya sea para gún nuestra libertad, sino, por pasividad, abandono (una atención
matarla a ella misma (el asesinato). Pero lo que resiste, la resistencia extremadamente pasiva), de acuerdo con la libertad de morir.»10
misma —y que es propiamente la de la comunidad—, es la libertad
que el muerto (no «la muerte» abstracta) no cesa de presentar, y que se
desencadena más que nunca de su estar-muerto. Su muerte, cual­ *** «He ahí un apéndice que se desarrolla, un espíritu sin canales y sin
quiera que fuese su causa, lo ha repuesto a la inapropiable libertad. casillas, una libertad en suma quizás presta a dejarse captar, quizás
Así, la muerte inapropiable libera esa libertad que me da nacimiento. también a aniquilar las otras libertades, sea para matarlas, sea para
Es así como el ser-en-común tiene lugar: mediante este espacio libre en abrazarlas mejor.»11
que venimos a presencia mutua, en que com-parecemos. La apertura de
ese espacio —espaciarse del tiempo, exposición, acontecimiento, sor­
presa— es todo lo que hay del ser, en cuanto «es» libre. La muerte no *** «La libertad es un principio ético de esencia demoníaca.»12
forma parte de este espacio. Se boira en el tiempo puro. Cifra del bo­
rrarse, borradura de toda cifra. Pero el espacio común, al mismo tiempo
que es cada vez nuevo, lleva consigo también la huella esta vez imborra­ * * * Hay esa sorprendente libertad en la que la libertad nos deja frente
ble de ese borrarse. Vivimos con todos los muertos: es lo que el asesi­
nato deniega en vano. La comunidad se expone en su integridad a ella 10. M aurice Blanchot,.Le p as au-delá, París, G allim ard, 1975, pág. 73.
misma, y también la comunidad'de la copertenencia del mundo. 11. R obert Antelme, carta del 21 de ju n io de 1945, citada en Dionys Mascólo, A utour
d'un effort de mémoire, París, ed. M. N adeau, 1987.
(No se piense que se trata aquí de visión exaltada, de mística de la 12. E.M. Cioran, Précis de décomposition, París, G allim ard, 1965, pág. 77 (trad . cast.
vida universal... Se trata realmente de vida, pero finita, humilde, ba- de F em ando Savater: Breviario de podredum bre, M adrid, T aurus, 8a ed., 1992).

A
188 LA E X P E R I E N C I A DE LA L I B E R T A D FRAGMENTOS 189

a frente con ella misma: libres de dejarla ofrecerse, ella que no tiene *** No depender de nada, darse su ley, ser la apertura de un comienzo:
nada para hacerse reconocer. No hay más que eso. no puede salirse uno, en nuestro discurso, de esa triple determinación
de la libertad, en que todo se sostiene (y vale a la vez para un nosotros
y para un yo). N o se trata entonces sino de transcribirlo así: no tener
*** Esta libertad que nos pide, que nos propone, que exige de noso­ ningún fundamento, tener en consecuencia «su» ley siempre más acá
tros, que seamos libres hasta permanecer libres frente a frente con ella o más allá de «sí», estar separado de sí tanto cuanto lo es una apertura,
misma, hasta liberamos de ella... y no captarse ya como no lo puede un comienzo. Todo se reduce a eso.
La transcripción parece simple. En realidad, como no es posible en
nuestro discurso, no es posible tampoco tal como yo la escribo aquí.
*** De acuerdo con cierto tipo de comentarios actuales, lo que habré La transcripción misma tiene su libertad más acá o más allá de ella
intentado decir aquí, acerca de una libertad que reivindica la divisa re­ misma (no puede ser sólo transcripción verbal, cambio de nombres o
publicana y democrática, pero que se desprende de las «libertades de­ de sintaxis, y no puede tampoco ser un «acto» «puro y simple», al mar­
mocráticas», será tachado de jacobinismo, o de terrorismo, si no fran­ gen del discurso. Es lo más difícil para el pensamiento: sobre su límite,
camente de fascismo (o bien según otra versión, de nihilismo). (Es ese poniendo su límite en juego. Es, sin duda, inacabable.
estilo de acusación el que se lanza desde hace poco a todo esfuerzo de
pensamiento al que se atribuye que exponga, en particular, la referen­
cia a Heidegger.) Ahora bien: *** Sin embargo, eso no significa que la libertad sería, a la manera he-
geliana, lo infinito en cuanto que lo absoluto en su negatividad. Pues
1) Se debería saber que, desde un pensamiento, digamos, del ser, o es la infinitud de lo finito en cuanto finito, y así, ella misma finita, es
de la esencia, o de los principios —poco importa aquí—, a una política decir, a la vez singular y no teniendo su esencia en sí, consistiendo en
y a una ética, la consecuencia no es nunca buena (¿por qué se olvida no tener y no ser una esencia. Consistiendo en no consistir, sin nin­
sistemáticamente la adhesión masiva y duradera al régimen nazi de guna contradicción. Es ese «sin contradicción» lo que constituye el he­
tantos teóricos de la «filosofía de los valores»?). cho, lo que asegura la presencia de la libertad, esa presencia que es la
2) Esta consecuencia no es buena porque, al sacarla, se pasa sin pa­ presencia de una venida a presencia. Nunca infinita, nunca negativi­
sar del régimen de la interrogación del «principio» como tal, de su na­ dad dialéctica, más hundida que la afirmación y que la negación, la li­
turaleza y de su «principialidad» misma, al régimen en que se fijan bertad no es nunca esa «libertad de lo vacío» que Hegel mismo de­
principios. Se le quita así la libertad a uno y a otro. Pues lo que se juega signa como la del «fanatismo» y del «furor de la destrucción».14 Ni
del uno al otro, es precisamente la indeterminación, la indeducibilidad «llena» ni «vacía», la libertad viene, es lo que de la presencia viene a la
de la puesta en juego y en acción de la libertad. O incluso: el «princi­ presencia. Es así como es, o como es el ser del ser.15
pio» de la libertad —digamos, como fundamento o como partición del
ser— «funda» precisamente el ejercicio de una libertad incalculable.
*** El pensamiento, sin duda, es para nosotros lo que hay de más li­
Que Heidegger haya sido nazi es un error, y es una falta. Que haya bre. Pero la libertad es ese hecho que, menos que ningún otro, se deja
podido serlo, eso pertenece al principio archi-ético de la libertad. (Y, reducir al pensamiento.
en fin, que, siendo nazi, de una cierta manera muy particular que em­
pieza a saberse distinguir, haya podido también querer «conspirar en
la liberación de lo posible», según la expresión de Granel,13 eso es algo
cuya evaluación, sin duda infinitamente delicada, forma parte de 14. Filosofía del derecho, sección 5.
nuestras tareas de pensamiento.) 15. Y/o el acontecim iento del ser. R em ito aquí a L ’étre et l'événem ent, d’Alain Badiou,
París, Le Seuil, 1987. A parecido dem asiado tarde p ara que pueda tenerlo en cuenta aquí
com o es debido, ese libro im portante m e parece que contiene, desde ciertas perspecti­
13. Véase G érard Granel, «La guerre de Sécession», Le débat, 48, enero-febrero, 1988. vas, u n a tesis próxim a a la tesis sobre la libertad del ser.
La experiencia de la libertad
Jean-Luc Nancy Jean-Luc Nancy
Universidad Alberto Hurtado
Sistema de Bibliotecas
La experiencia
de la libertad
000015641
La libertad: esta palabra, en singular, no se refiere ni mu­
cho menos a una esencia con la cual podamos identificar
todas nuestras “libertades”. Por el contrario, suspende
cualquier tipo de determinación referida a ellas, de las que
ciertamente sabemos que son “formales”, sin que —no obs­
tante—sea éste un hecho que nos interese demasiado sa­
ber. Y lo hace en el nombre de la experiencia singular de
aquello que no tiene esencia: la existencia misma. Esta ex­
periencia es un hecho, también singular, pues no obedece a
ninguna lógica del “hecho” entendido como opuesto a la
“ley”. Ni hecho ni ley: sólo el ser como partición de la
existencia. El pensamiento procede de él, no se apropia de
él: cuando se abre a esta experiencia, el pensamiento
piensa su posibilidad más allá de sí mismo, en tanto que
cosa, fuerza o mirada. La libertad es el in-finito del pensa­
miento. Partiendo de estos presupuestos, lo que intenta el
presente libro es hacer aparecer como tema y poner en
juego como praxis del pensamiento una e x p erien cia d e la
lib erta d . En un cierto sentido, la libertad en cuanto cosa
misma del pensamiento que no se deja “apropiar”, sola­
mente —y como mucho—“piratear”: su “toma” será siem­
pre ilegítima.
Jean-Luc Nancy, profesor de la Universidad de Estrasburgo
y profesor invitado en numerosas universidades, es autor
de importantes contribuciones a volúmenes colectivos y de
una quincena de libros, entre los que destacan L ’o u bli d e
la p h ilo so p h ie (1986), Une p e n s é e f in ie (1990), Corpus
(1992), L e sens d u m o n d e (1993) y E tre sin gu lier p lu r ie l
(1996).
Diseño: Mario Eskenazi

ISBN 84-493-0281-1
32 077

9 788449 302817

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