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Todo orden internacional necesita para consolidarse unos principios, una relación entre
potencias y unos mecanismos institucionales. El equilibrio europeo (Eq-Eu) clásico cumplía
los tres requisitos: equilibrio a cuatro, legitimismo monárquico y Concierto de las
potencias que se reúnen en Congreso periódicamente.
Los problemas de espacio nacional y frontera aparecen como algo fundamental en el mundo
político de la época, ligados a consideraciones de estrategia militar (seguridad militar
en términos de espacio). Hay una interdependencia ineludible entre el mundo diplomático y
el militar.
La trama política que se conformó a partir de este sistema de alianzas llegó a ser
compleja y peligrosa tanto por el secretismo que implicaba como por su rigidez. El
secretismo condujo a una desconfianza extrema, que incluía la que se (incluso dentro de
los integrantes de una misma alianza) y la inseguridad impulsaba a intentar reforzar las
posiciones por todos los medios. A su vez esto hizo que la seguridad se depositara en el
endurecimiento cada vez mayor de dichas alianzas lo que hizo intolerable la debilitación
del aliado.
Respecto al tercer fundamento del equilibrio clásico, el del Concierto Europeo, como se
mencionó anteriormente, desapareció. Las potencias carecían de un interés o de una lealtad
que les uniera.
Mientras Bismarck dirigió la política internacional la paz pudo mantenerse, sin embargo,
con su desaparición del escenario diplomático las cosas cambiaron.
Perturbaciones del equilibrio
La estabilización del equilibrio europeo por parte de Bismarck se basó en dos factores la
geopolítica y la ideología. La geopolítica imponía pensar la diplomacia en términos de
seguridad militar.
Pero geopolítica e ideología conservadora fueron dos principios incapaces de encauzar los
nuevos desafíos propios del siglo XX. Irrumpieron en la escena de la diplomacia
movimientos nacionales y corrientes de opinión pública, a lo que se sumaron las grandes
transformaciones económicas y financieras de la época.
La idea de nación hermana la concepción moderna del Estado con la de conciencia patriótica
dotándola de elementos de identificación cultural que la “popularizan”. La patria se
exalta desde el poder multiplicando la adhesión. La nación queda así investida de un
carácter afectivo que la hace superior a cualquier otro elemento de identificación.
La influencia de pensadores como Fichte y Hegel que consideran que la nación se basa en
criterios objetivos independientes de la voluntad del individuo (etnia, costumbres,
lengua) y que se manifiesta en una manera de vivir, pensar, gobernarse, y en la conciencia
de un destino común.
De este modo las relaciones internacionales se fundan en la lucha por el dominio donde la
voluntad radical de afirmar la individualidad de las naciones va a llevar a la ruptura del
equilibrio europeo.
El nacionalismo actuó de dos formas: en los Estados grandes y poderosos como agente
portador de expansión, grandeza y poder, y en las minorías nacionales como factor de
perturbación.
Advertencia: hay que tener cuidado sobre el peso de las nacionalidades en la política
internacional. Dice Miralles: “el efecto perturbador de los nacionalismos sobre el
equilibrio europeo fue porque proporcionó ocasiones de acción a la política exterior de
los países vecinos y no por su peso específico”. Es decir, el papel motor de las
mentalidades colectivas en la definición de las relaciones internacionales no sería tal
sin las intervenciones extranjeras.
Finanzas y diplomacia
Un tercer factor de perturbación del equilibrio clásico tiene que ver con las
transformaciones económico-financieras que se producen en este período que va de 1870 a
1914. La deuda, las tarifas, los empréstitos, mercados y las inversiones actuaron como
factores perturbadores del escenario diplomático clásico europeo. Es decir se suman las
rivalidades económicas.
El imperialismo
GB fue la única potencia europea que hasta el final del periodo (1914) permaneció fiel a
la diplomacia clásica que reprobaba los sistemas de alianzas estables y permanentes en
tiempos de paz. La política pacífica inglesa creía que al negarse a tomar partido
contribuiría a la defensa de la paz general y a la conservación del equilibrio. Quería ser
un árbitro imparcial.
Este aislamiento tenía como ventaja una mayor libertad de movimientos pero también condujo
a situaciones de peligro viéndose obligados por momentos a dar giros a esta política (como
los acercamientos sucesivos a Francia, Alemania y a la rival Rusia) e incluso aperturas
insólitas (como la alianza con el Japón en 1902).
Se debe tener en cuenta que GB no tenía pretensiones directas en el continente, algo que
la diferenciaba del resto de las potencias.
Caso ruso: diplomacia autónoma practicada por algunos embajadores rusos dada la debilidad
del referente central, el zarismo.
Al intentar determinar las causas de la guerra de 1914-1918, todos los historiadores han
admitido que la responsabilidad voluntaria y consciente no pertenecía a ninguno de los dos
bandos, y que había intervenido un mecanismo más poderoso que los hombres.
Jacques Droz sostiene que los motivos profundos hay que buscarlos en las necesidades
nacionales y en las acciones de los gobiernos: rivalidad naval anglo- alemana y conflicto
balcánico austro- ruso, conflicto que enlaza con el despertar de las minorías nacionales
en la doble monarquía.
Las últimas dos amenazas al equilibrio europeo, y a la paz, fueron la creciente autonomía
de las esferas militares (y de sus planes) y la aceptación consecuente de la guerra como
instrumento de la política nacional de los diferentes Estados. En medio de este panorama
interviene un último factor, el terrorismo.
Claro que si todo esto fue posible fue porque, en todas partes, la guerra era aceptada
como un instrumento de la política nacional de los Estados, y su eventualidad no era
rechazada. En general cabe decir que en todas partes la perspectiva de una guerra futura
domina la diplomacia del período. Sin embargo, el tipo de guerra en el que se pensaba no
era el que fue, sino el que se conocía con anterioridad a 1914, el tipo de guerra clásica
de transferencia de poder, sin graves destrozos.
Por paradójico que resulte, una guerra extraeuropea, la guerra ruso japonesa de 1905, puso
fin al punto muerto que había proporcionado a Europa una paz de duración sin precedentes,
abriendo paso a la movilidad que desemboca en 1914. Debilitó a uno de los pilares del
equilibrio europeo, Rusia, permitiendo a los Imperios centrales abrir brecha a sus
aspiraciones nacionales.
Los escenarios europeos fueron pródigos en conflictos bélicos pero habrá que esperar a las
crisis marroquíes de 1905 y 1911 para ver aparecer netamente la disposición a hacer guerra
entre Estados europeos.
Mommsen, respecto de la guerra local contra Serbia por parte de Alemania, dice que ésta
quiso utilizar la guerra como palanca para romper el rígido sistema de coaliciones
europeo. En efecto, los factores que determinaron las consideraciones políticas de
Alemania en la crisis de julio de 1914 no eran finalidades de altas miras sino el deseo de
romper el aislamiento de las potencias centrales por medio de una “política de riesgo
extremo” y de estabilizar su posición de poder tan comprometida en el continente y de
procurarse una mayor libertad de movimientos.
En Austria- Hungría la discusión planteada desde hacía años era la de cómo proteger los
peligros de disolución.
Alemania asumió el riesgo de una guerra general. Rusia también si no quería verse excluida
de los Balcanes, y Francia, si no quería ver a su aliado derrotado y sufrir la instalación
de una dominación germánica sobre toda Europa.
Podría decirse que en 1914 nadie quiere la guerra, pero a su vez tampoco nadie quiso pagar
el precio de la paz europea.
El terrorismo, pues, hace aparición a comienzos del siglo XX como factor de la política
internacional. Era el último factor que faltaba para derrumbar al equilibrio europeo
clásico.