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tos de memoria que evoco. Y, como si se tratase de una epifanía, puedo asegurar
que el cuenco en el que se han congelado estos retazos (salvándose de las fauces
de la calcinación) no es otro que esas botas nuevas, compradas la tarde anterior,
que descansan sobre sus tacos, impacientes, junto a la mesa.
«Bloch vio como poco a poco todos los jugadores iban saliendo del área de
castigo. El que iba a lanzar el penalty colocó el balón en el sitio adecuado. En-
tonces él mismo retrocedió y salió del área de castigo.
—Cuando el jugador toma la carrerilla, el portero indica con el cuerpo in-
conscientemente la dirección en que se va a lanzar, antes de que hayan dado la
patada al balón, y el jugador puede entonces lanzar el balón tranquilamente a la
otra dirección —dijo Bloch—. Es como si el portero intentara abrir una puerta
con una brizna de paja.
De repente el jugador echó a correr. El portero, que llevaba una camiseta de
un amarillo chillón, se quedó parado sin hacer un solo movimiento, y el jugador
le lanzó el balón a las manos».
Esa mañana supe que el libro saldría sin tardanza hacia la imprenta, que no
volveríamos a ver más aquella pila de folios que nos había torturado día y noche
en los últimos meses; y también, que unas horas más tarde nos pitarían un penal-
ty y Juan Carlos sin volverse, mirando el balón, retrocedería para ocupar el sitio
exacto entre los tres palos.
II
Libros de Laberinto
SOBRE LA TEORÍA DE LA PRODUCCIÓN IDEOLÓGICA 15
III
Pocas veces se tiene la conciencia clara de que se está leyendo un libro único.
Cuando el lector haya cerrado Teoría e historia de la producción ideológica el
prologuista querría estar seguro al menos de dos cuestiones: una, que a través de
una lectura sin duda exigente (¿qué gran libro teórico no exige nada al lector?) se
abre paso la evidencia de que el materialismo histórico ha sufrido en esta obra una
renovación fundamental en un terreno en el que siempre había resbalado, en el te-
rreno de la ideología; dos, que los logros obtenidos por Juan Carlos Rodríguez, fun-
damentalmente dentro de los discursos literarios —pero no sólo en ellos—, marcan
en la actualidad los límites del marxismo. Si es así, una promesa se dibuja de inme-
diato: tenemos por delante un inmenso trabajo de transformación de la realidad pero
disponiendo de una mínima cartografía. Dicho de otra manera, los marxistas se ha-
bían limitado a interpretar el marxismo de diversas maneras cuando lo que importa
es transformarlo.
IV
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16 ESCRITOS FILIBUSTEROS
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SOBRE LA TEORÍA DE LA PRODUCCIÓN IDEOLÓGICA 17
sí o del sentido, es decir, del kantismo, del hegelianismo y del empirismo. Des-
brozar la hermeneútica en sus tres variables básicas: de Gadamer a Lyotard pa-
sando por Habermas. En una palabra arrancarle todas las máscaras al positivismo
y a la fenomenología.
Ese era un primer triunfo del nuevo marxismo que había que inventarse.
En aquellos años en que hervía la «practica teórica» de Juan Carlos Rodriguez
ésta no cedió ante ningun obstáculo que se opusiese y cada semana en sus clases
daba cuenta de ella, ya explicase el Poema del Cid o Garcilaso, Calderón o
Shakespeare, Mallarmé o Mayakovski, Poe o Chandler, Borges o Cortázar. Dos
años después de la lectura de su Tesis Doctoral estaba en condiciones de abrir
Teoría e historia con esa frase: «La literatura no ha existido siempre» que.por su
importancia decisiva, nos recuerda tanto al escándalo que provocó aquella otra
con la que se abre el Manifiesto Comunista.
La carencia durante diez años de un nuevo libro de la envergadura de Teo-
ría e historia fue rellenada, resuelta por esos apuntes de clase, que circulaban
en todas direcciones y en los que se encontraba todo lo que no estaba en el li-
bro que prologamos hoy, desde el teatro barroco a la novela del XIX, desde la
literatura hispanoamericana a las vanguardias. Como muy bien señaló Manuel
Valle en una de las aportaciones del Seminario de marzo-mayo del año 1995-96
que la ADEM organizó como homenaje al libro de Juan Carlos Rodríguez con
el título Veinte años después: Sobre las categorías centrales de Teoría e histo-
ria de la producción ideológica, siempre han existido junto a los libros de Juan
Carlos Rodríguez (y hay que tener en cuenta que desde 1974 al 84 sólo existió
este libro, y además inencontrable al haberse agotado) los apuntes de sus clases
y esos tienen una vida propia.
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18 ESCRITOS FILIBUSTEROS
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20 ESCRITOS FILIBUSTEROS
Sin internarnos en esta cuestión clave, de nuevo, hay que decir que Teoría e
historia opera un giro radical en la forma de abordar la realidad ideológica. Siguiendo
con los planteamientos althusserianos de negar las dicotomías expuestas más arri-
ba, este libro derriba una última dicotomía que subsistía en el análisis marxista: la
de base y superestructura como sustantivación de la burguesa materia/espíritu. Fan-
tasma y autoengaño, sí, (ver, por ejemplo, Derrida) pero no es aún el fondo. Lo
fundamental es que no existe una individualidad previa a su forma ideológica cons-
tituyente: sin que el individuo se cree su propia forma ideológica de vida, el siste-
ma no puede funcionar. Por eso la ideología es inconsciente y de ahí esa categoría
de inconsciente ideológico. Y es desde ese nudo desde donde se construyen las
varias figuras de la conciencia. Ahora bien, cada nivel ideológico (en cada modo de
producción) se estructura a través de un núcleo clave que modela su desarrollo de
explotación necesario. Y es a ese núcleo al que llama Juan Carlos Rodriguez, «ma-
triz ideológica». Así mientras en el feudalismo, por ejemplo, la matriz ideológica
es la relación Señor/siervo, en el capitalismo es la relación sujeto/sujeto. Teoria e
historia mostrará con detalle esta articulación en su radical historicidad. Me atreve-
ría a decir que en esta obra Juan Carlos Rodriguez casi se comporta como un
paleontólogo, como un cazador, que en vez de matar a su presa, la resucita.
VI
Se paga caro el haber abierto una grieta en el muro del amo absoluto: el ima-
ginario capitalista de la época de la subordinación real del trabajo al capital. Un
amo absoluto servido durante todas las horas del día, sin descanso, por los meca-
nismos de control de la conciencia.
El rencor fue la única respuesta que supo segregar el sistema atacado en su
coraza protectora. Un rencor que se vistió con las galas del silencio como ley.
No, el otro silencio del que habla Juan Carlos Rodríguez, el silencio de la litera-
tura y el habla de la literatura: un silencio que existe porque todo el mundo cree
saber dónde está ella, dónde se localiza, dónde radica su tópica y su letra. Pero la
letra no es reconocida, no es el espejo de nada, no es el amigo visible sino el
enemigo invisible. El texto es oculto, opaco, mudo. El lugar de la literatura: un
lugar que ni la refleja ni nos refleja a nosotros.
No. Hablamos de lo que sobrevino: la ley del silencio, con el cual el rencor
trata de volver infaliblemente contra su autor toda obra o acción grande realiza-
da. Pero esto es de sobra conocido. ¿No desveló ya Nietzsche los mecanismos
recónditos del resentimiento?
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SOBRE LA TEORÍA DE LA PRODUCCIÓN IDEOLÓGICA 21
Esta ley del silencio, o el silencio como ley, persiguió hasta hoy el atrevi-
miento de una teoría que devuelve al marxismo muchas virtualidades porque se
dirige al núcleo del sistema, en realidad, a lo que lo hace mantenerse en medio de
una maraña de contradicciones. Y ese núcleo con el que el capitalismo ha conse-
guido una victoria universal es la explotación ideológica. Su gran triunfo: el con-
trol de la fabrica de sueños. El control del imaginario social.
Esta ley ha funcionado así: el libro se agotó. El mundo académico tomó bue-
na nota y… actuó hasta ahora como si no hubiese pasado nada. Ninguna crítica.
Ni a favor ni en contra. La historia de este libro es la historia de una desaparición
teórica. Veinticuatro años después las cosas siguen igual. ¿Cuestión de amnesia,
de olvido? ¿Del archivo cansado de la memoria? ¿De una traición de su vicario el
subconsciente? En verdad los hombres son excesivamente descuidados con sus
recuerdos. Pero sospechamos que no se trata del Todo se olvida del Mudo como
del interesado insulto del silencio. No se trata de que las posiciones teóricas ha-
yan sido desfiguradas, de que se distorsionen sus planteamientos, de que se omi-
tan o inventen explicaciones o de que se malinterprete tal pasaje. Es que se calla,
se vuelve la espalda sin encoger los hombros. Se sigue como si los libros de Juan
Carlos Rodríguez no se hubiesen publicado.
Pero aquí está porque de todas formas los hechos son muy tozudos. De vez
en cuando sucede que las palabras de los «desaparecidos» coinciden con lo que
se empeñan en pensar los vivos. Porque, en fin, la libertad conquistada es la úni-
ca ropa que nos cae bien.
VII
Concluyamos. Hace mucho tiempo que me cansa ver como presentan en cual-
quier acto académico o no, a Juan Carlos Rodriguez como profesor o catedrático
de literatura. Es cierto: es catedrático de Literatura en la Universidad de Grana-
da, pero presentémoslo como lo que demuestra su obra en continua expansión.
Como un filósofo. Ser filósofo no es una profesión sino una excepción. Alain
Badiou recordaba hace algunos años que bastaban los dedos de las dos manos
para contar los filosofos franceses en ejercicio. Una cosa es enseñar filosofía y
otra muy distinta haber producido un corte en el saber. Es preciso distinguir aque-
llos que proponen para nuestro tiempo enunciados singulares, identificables, de
otros, los comentadores, los indispensables eruditos y los vanos ensayistas. Ha-
ber propuesto una teoría general y haberla confrontado en la literatura renacentista
y barroca, en la novela, en la poesía del 27 o en el tango. Schopenhauer a lo lejos
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22 ESCRITOS FILIBUSTEROS
¿no hay una filosofía de los filosófos y una filosofía de los profesores? El siglo
XX todavía nos vende en los semáforos que arden en las sombras, pero la filoso-
fía aún no ha consumido su llama.
Llegados al final, sólo me queda recordar la deuda que hemos contraído to-
dos con la inteligencia, los desvelos y tesón en el dificilísimo trabajo de traduc-
ción de Malcom Read. Y cómo no, la oportunidad de contar parte de una historia
que en Granada «nadie» desearía olvidar.
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