Вы находитесь на странице: 1из 9

¿QUÉ ES EL MIEDO?

30 AGO 2017 Dra. Marian Rojas Estapé. Psiquiatra.

John, varón de 35 años, estaba trabajando en las Torres Gemelas el día 11 de septiembre del
2001. Se encontraba en la “segunda torre”. Bajó las escaleras a la velocidad del rayo, consiguió salir del
edificio y permaneció varias horas entre los escombros. Al darse cuenta de que había resistido a un
ataque terrible, buscó a otros supervivientes entre las ruinas. Percibió y sintió la muerte dejando
cadáveres a sus pies, mientras gritaba desesperado y buscaba restos de vida. Varios de sus
compañeros fallecieron ese día. Meses después no era capaz de estar a oscuras, tenía pesadillas
recurrentes en las que se levantaba sudando y chillando y no fue capaz de subirse a un avión hasta
muchos años después. Su mente se bloqueaba con facilidad, y su cuerpo se tensaba con pequeños
sonidos, imágenes o recuerdos de aquel día. John precisó terapia durante años para superar
su angustia, su trauma y su miedo atroz.

Los psiquiatras y psicólogos para tratar el miedo, no solo acudimos al punto de partida, sino que
precisamos entender la fisiología del cerebro y estudiar qué mecanismos se han alterado ante los
sucesos traumáticos.

Empecemos por el principio: el miedo nos acompaña desde el nacimiento. La manera en la que
gestionamos esa emoción nos define en nuestro desarrollo como personas. El miedo se puede convertir
en nuestro gran enemigo y perturbar nuestra percepción de la vida. Decía Tito Livio, “el miedo siempre
está dispuesto a ver las cosas peor de lo que son”. El temeroso percibe su entorno como algo hostil, que
le altera y le convierte en un ser vulnerable a todo. Por tanto, segunda idea clave: no es cuestión de
eliminar la emoción miedo, sino de saber que existe y aprender a gestionarlo de forma correcta.

El miedo es una emoción clave y fundamental en nuestro equilibrio interior y en nuestra


supervivencia. Uno precisa tener miedo a ciertas cosas para no lanzarse a todo tipo de periplos y
aventuras sin medida. Cualquier ser humano posee temores en su vida; los valientes y los triunfadores
también, pero saben gestionarlo Los grandes desafíos poseen un componente de incertidumbre: nada
grande comienza sin un poco de miedo.

La gestión de las emociones es el gran éxito y la puerta de entrada al equilibrio personal y al


bienestar emocional. Cuando el miedo realiza un golpe de estado y se vuelve el amo y señor del
comportamiento, nos encontramos ante un problema. En estos casos, la vulnerabilidad de la persona
que lo padece aumenta y cualquier estimulo por pequeño que sea puede producir una descarga que
altera química y fisiológicamente el organismo. Y ahí surge la ansiedad, el miedo patológico que bloquea
e impide hacer una vida normal.

¿Cómo funciona el cerebro? ¿Qué sucede exactamente?

El centro del miedo se encuentra en la amígdala cerebral, lugar pequeño pero que posee una gran
relevancia en nuestra vida y comportamiento. La amígdala, según estudios recientes, está activa desde
el final del embarazo. Tiene una gran capacidad para almacenar recuerdos emotivos y reacciona
dependiendo de las emociones que surgen.
Ante el estrés, un susto o una amenaza se activa el sistema nervioso simpático. El cortisol (hormona
liberada por las glándulas suprarrenales) se segrega, nos pone alerta y nos prepara para huir, luchar o
sobrevivir. El cortisol, y la adrenalina, revolucionan el organismo, activando el corazón para poder
llevar sangre a la musculatura (para poder salir corriendo) quitándosela, por ejemplo, a la zona intestinal
(en ese momento no necesitamos comer; por eso la angustia bloquea el apetito).

Si vivimos esa amenaza de forma constante, si nos sentimos estresados a menudo, si nuestros
pensamientos negativos toman el mando de nuestra vida, el cortisol se cronifica(“intoxicación por
cortisol“) y se va produciendo un deterioro progresivo del organismo a nivel del tejido óseo (mayor
facilidad de fracturas), muscular (roturas fibrilares o contracturas) y de la piel, acelerándose el
envejecimiento.

Si la angustia sentida es muy potente, se producen cambios a nivel cognitivo. Un ejemplo claro; la
actividad en la corteza prefrontal (zona encargada de resolver problemas) disminuye, y por tanto nos
cuesta ver con claridad las diferentes opciones. La respuesta que surge es, con frecuencia, la más
primitiva, impulsiva y menos racional.

Siempre me ha impactado que haya personas que paguen dinero por ir al cine a ver películas de
terror. Hace poco leí un artículo sobre cómo ciertas situaciones de miedo producen placer e incluso
pueden reducir la ansiedad. El gran Alfred Hitchcock– que padecía una fobia irracional a la policía
según cuentan- ha sido uno de los grandes artífices de este género. Él definía un concepto: el “miedo
controlado“. Esto significa que cuando uno ve una escena de miedo es consciente de que se encuentra
fuera de la pantalla. Por muy terrible, angustioso y terrorífico que sea el argumento, horas después se
encontrará en la calle tomando algo, en su casa, con su familia o descansando. Su cerebro actúa durante
el miedo o el susto segregando la hormona miedo, el cortisol, pero al estar “controlado“, su emoción
puede pasar del pánico a la risa hasta con cierta facilidad.

No todo el mundo puede disfrutar del “miedo controlado”. Lo fundamental es ser consciente de que esa
escena no es real. Por eso no se recomienda inducir miedo a niños como base de la educación, ya que
si aquello por lo que se asustan no es real, pueden acabar convirtiéndose en adultos miedosos e
inseguros.

Termino con unas claves sencillas para gestionar los miedos:

– aprende a reconocer tus miedos. No los anules, ni ocultes; toda emoción reprimida retorna por la puerta
trasera y puede ser el origen de heridas y sufrimientos físicos y psicológicos;

– no temas en acudir al origen, acude a desenmarañar los principios y causas de tus inseguridades pero
¡ojo! cuidado con las “terapias imposibles” que acaban perjudicando más que ayudando,

– el miedo siempre va a existir, aprende a ser optimista y encuentra la salida al bucle tormentoso de
pensamientos que te bloquean.

Nos convertimos en lo que pensamos. La mente lo es todo. El miedo es inevitable, el sufrimiento


que produce, es opcional. Los temores se curan aprendiendo a disfrutar de la vida, mirando hacia
el futuro con ilusión y viviendo el presente de forma equilibrada y compasiva.
EL VALOR DEL SUFRIMIENTO
09 ABR 2017 Marian Rojas Estapé

El hombre necesita herramientas para superar las heridas y traumas del pasado. Los episodios que
nos arrasan física y psicológicamente dejan su huella en nuestra biografía. La manera en la que uno
se sobrepone y vuelve a empezar marca nuestra personalidad en muchos aspectos. La vida es
un camino donde uno atraviesa situaciones de gran dificultad y sufrimiento y vuelve a empezar.

Todos hemos pasado por etapas donde percibimos que necesitamos una pausa o freno para
reponernos, recuperar fuerzas o simplemente volver a intentarlo. En esos momentos se acumula la
tensión, afloran sensaciones de agotamiento, de baja autoestima y uno se percibe más vulnerable que
nunca. Pero, no hay que olvidar que las batallas las ganan los soldados cansados; las guerras los
maestros de la fortaleza interior. Esa fortaleza interior se cultiva aprendiendo a dominar el yo
interior, los pensamientos del pasado o inquietudes del futuro que nos atormentan y nos impiden vivir
de forma equilibrada en el presente.

Ser feliz es ser capaz de superar las derrotas y levantarse después. El presente puede resultar en
ocasiones una pesadilla. En algunos casos uno ansía huir hacia delante. En otros momentos uno se
bloquea y se queda paralizado en algún recuerdo o evento pasado traumático. Sentarse en el pasado
nos convierte en personas agrias, rencorosas; incapaces de olvidar el daño cometido o la emoción
sufrida.

La felicidad es paz, equilibrio interior, estabilidad y madurez; en definitiva, alcanzar la plenitud de


alma. Pensar que el equilibrio interior es algo inmóvil, inerte o pasivo es un error, ya que es un proceso
lento pero dinámico. El equilibrio es, por tanto, aprender a mantener cierta paz interior,
ecuanimidad y armonía a pesar de los mil avatares de la vida. Cuando uno supera los síntomas de
tristeza, sufrimiento y dolor, sale fortalecido. El dolor es por tanto escuela de fortaleza. Cuando ese
torrente que emana del sufrimiento es aceptado de manera “sana”, uno adquiere un dominio interior
importante y fundamental para la vida.

Tras el golpe, hay que retomar la riendas de la propia vida para alcanzar el proyecto de vida que uno
se tenga trazado. Ser señores de nuestra historia personal. Lo sencillo es actuar en las distancias
cortas, lo complejo es diseñar la vida para las distancias largas. Quien no tiene ese proyecto, quien no
conoce en qué se quiere convertir, no puede ser feliz.

El sufrimiento tiene un sentido. La sociedad actual huye de él y cuando uno se topa con él, surgen
las preguntas “¿me lo merezco?; ¿se debe a mis errores del pasado?, ¿por qué lo permite Dios?”.

1-El dolor posee un valor humano y espiritual. Puede elevarnos y hacernos mejores personas.
¡Cuántas personas conocemos que tras un revés en la vida han sido capaces de enderezar su vida y
buscar alternativas que han agradecido a posteriori! No es raro encontrar personas que tras una vida
superficial y conformista han sido transformados tras un golpe duro en sus vidas.

2. El sufrimiento enriquece la inteligencia ya que nos ayuda a reflexionar, a llegar al fondo de muchas
cuestiones que nunca nos habríamos planteado. El dolor cuando aparece, nos traslada a clarificar
el sentido de nuestra vida; de nuestras convicciones más profundas. Las máscaras y apariencias
se diluyen y surge el yo que de verdad somos. El filósofo francés Gustav Thibon decía que “cuando el
hombre está enfermo (sufre), si no está esencialmente rebelado, se da cuenta de que cuando estaba
sano había descuidado muchas cosas esenciales; que había preferido lo accesorio a lo esencial”.

3. El dolor ayuda a aceptar las propias limitaciones. Nos convertimos en seres más vulnerables y
caemos del pedestal al que nos habíamos o nos habían colocado. Hay que bajar la cabeza y
reconocer que necesitamos ayuda, que necesitamos el cariño o apoyo de otros; que solos no
podemos. Surge el pedir ayuda o consuelo y este puede ser el primer paso hacia la sencillez y
descomplicación. De ahí se abren caminos hacia el amor hacia otros, la solidaridad y la empatía.

4. Tras una etapa de sufrimiento, uno se acerca al alma de otras personas. Empatiza, entiende
mejor a los que les rodean siendo capaz de ponerse en el lugar de otro, para comprenderlos y
aceptarlos como son. El sufrimiento, por tanto, transforma el corazón. Cuando alguien se siente
amado, su vida cambia, se ilumina y transmite esa luz. El amor auténtico se potencia con el dolor
sanamente aceptado que nos libera del egoísmo. Quien gana en empatía, es más amable (se deja
amar) y convierte su hábitat en un lugar más acogedor para vivir.

5. El sufrimiento puede ser la vía de entrada a la felicidad si uno muestra voluntad de


conseguirlo y posee las herramientas para ello. El dolor conduce a la verdadera madurez de la
personalidad; a la entrega a los demás y a un mayor conocimiento de uno mismo.

Termino con unos versos del poeta argentino Pedro Bonifacio Palacios,

“No te des por vencido, ni aun vencido,


No te sientas esclavo, ni aun esclavo”
UN ELOGIO A LA PEREZA
06 MAR 2017. Marian Rojas Estapé. Psiquiatra

Vivimos en la era de la velocidad y las prisas donde asistimos a cambios trepidantes cada poco tiempo.
Todo se desarrolla a un ritmo muy intenso. Lo que hoy funciona, mañana carece de valor y en poco
tiempo se deshace y pierde consistencia. Existe una ensalzamiento de lo fugaz que desemboca
en un vacío profundo. La inmediatez se ha extendido a todos los aspectos del mundo, lo queremos
todo hoy y ahora. No se espera una semana para ver el siguiente capitulo de una serie y se reclaman
los billetes de tren por llegar 15 minutos tarde al destino.

Muchas personas, sometidas a ritmos de trabajo duro, al llegar el fin de semana sienten un “bajón” físico
y anímico que les lleva a desear que vuelva a ser lunes. ¿La razón? Son caballos de carreras que,
semana tras semana, llegan desfondados a la meta. No saben vivir en el descanso. Ese descanso
genera culpabilidad, ansiedad, vacío o tristeza. ¿Quién no ha pasado por la tristeza del domingo por
la tarde? Hay que aprender a descansar, pues como bien citaba el Nobel de Literatura John Steinbeck:
“el arte del descanso es una parte del arte de trabajar”.

Desde los comienzos de la Historia, la sociedad inicialmente agrícola y acostumbrada a un “tempo” más
lento marcado por el cíclico devenir de las estaciones, ha evolucionado convirtiéndose en una sociedad
donde priman los resultados y la producción económica y en las que la máxima aspiración es la
eficiencia, o lo que es lo mismo, hacer más con menos. La palabra utilizada en muchos casos
es productividad. Los descubrimientos que hoy en día más se valoran no son aquellos
relacionados con el conocimiento sino con la velocidad y la capacidad de aprovechar más el
tiempo. La consecuencia lógica de esa filosofía, marcada por la búsqueda incesante de una mayor
eficiencia, es la aparición de un estrés que, cual enfermedad maligna, se está extendiendo a todos los
aspectos de nuestra sociedad convirtiéndose en crónica y gravemente perjudicial. La primacía de la
economía, la extensión de sus principios al trabajo y a la vida de todas las personas, ha convertido a los
seres humanos en piezas de una gigantesca maquinaria global.

Muchos individuos, sobre todo jóvenes y bien preparados, están siendo sometidos a una presión terrible
en sus trabajos. Cada vez es más frecuente que la profesión esté ligada a “objetivos” difíciles de
conseguir y que, de conseguirse, son desplazados por otros más exigentes que exprimen más y más
nuestra capacidad de trabajo. El trabajo es la base y uno de los pilares de la vida. Ama tu oficio y
envejece en él, dice un texto clásico; pero que ese trabajo parta del reposo y vuelva al reposo al
finalizar. Si no, corremos el riesgo de entrar en la famosa “rat race“, hamsters corriendo en la rueda del
trabajo, de la eficiencia y de la productividad.

Hoy sabemos gracias a todos los estudios neurológicos, que el descanso es clave para el
cerebro. Según un estudio reciente publicado en la revista NATURE, los fallos de atención y ciertos
errores en pruebas cognitivas y a la hora de tomar decisiones, se relacionaron con personas que sufren
de falta de descanso. El cerebro- y el cuerpo- precisan descansar cada cierto tiempo, y si se le
fuerza puede tener efectos devastadores y perjudiciales para la salud física y psicológica. Bien
decía Cicerón, hace más de 2000 años, “no considero libre a quien no tiene algunas veces sus ratos de
ocio”.

El tiempo es el bien más democrático que existe. Todas las personas cuentan con 24 horas en su
día. Cada uno es responsable, no solo de cómo rellena el día, sino de cómo percibe la sensación del
tiempo. El ser humano se define según la manera en la que organiza su día y con ello, su vida. Las
personas ordenadas consiguen que las horas se multipliquen, no olvidemos que el orden es el placer de
la razón. Llegados a este punto podemos diferencias dos extremos: el de las personas que pierden y
malgastan su tiempo, con una vida vacía que les conduce a estados depresivos y el de las personas que
sufren de cronopatía. ¿Quién no conoce a alguien que no sabe renunciar a ningún plan, que necesita
planificar todo su tiempo con mucha antelación y llenar todos los espacios y huecos de su agenda con
múltiples actividades? Cuidado con estos últimos, su vida acaba convirtiéndose en una huida hacia
adelante.

No olvidemos que las grandes experiencias de la vida no se saborean en el ajetreo de las prisas
y el reloj. La vida no es plena y gratificante si no hay paz y quietud en algunos instantes.

Un ejemplo frecuente. La gente tiene reuniones todos los días. Hace poco me comentaba un amigo
al que quería ver desde hace tiempo; “tengo tres reuniones esta tarde”, poco después, “no puedo hablar
contigo, estoy reunido”. El hombre de hoy en día parece que se tiene que excusar tras “una reunión”
para poder tener un momento de ocio o de tranquilidad. No queda bien decir que uno está libre o
desocupado. ¿Qué sucede? Llega un día, que ese mismo amigo te dice, todo serio y con mirada
preocupada, tras un sufrir problemas musculares, migrañas, taquicardias, un ataque de ansiedad o
incluso un infarto, “mi médico me ha recetado descansar“. Ahí comienza uno a replantearse la vida, y
se inicia una nueva etapa donde se dan la importancia que merecen los grandes aspectos de la vida.

Aprendamos a parar. Frenar para ver, observar y disfrutar. ¿Te has fijado que para observar y
contemplar de verdad hace falta pararse? Corriendo no se percibe la belleza. Deleitarse con un
paisaje bonito, con una puesta de sol, con una lectura cautivadora, parar y disfrutar de un pueblo
escondido cerca de la carretera, escuchar una canción que nos evoca emociones… sin sentimiento de
culpa o de pérdida de tiempo. Ganamos en salud, en disfrute, en felicidad y en calidad de vida.

Hace unos años, subí a la Peña Oroel en Jaca. La subida es dura, el ejercicio intenso. Recuerdo parar
en algún momento durante la ascensión y disfrutar de la luz y del paisaje. En el momento de la llegada,
miles de sensaciones se entremezclaron. La naturaleza llena más de lo que podemos imaginar, pero
desgraciadamente, no hay tiempo de saborear todo aquello que aportan los sentidos. Me gusta este
pensamiento de Kierkegaard que medito con frecuencia, “la vida no es un problema que tiene que ser
resuelto, sino una realidad que debe ser experimentada”.

Ya lo explicaba Jacques Leclerq en su discurso de entrada en la Academia en el año 1936, el gran


filósofo Réne Descartes tuvo sus sueños y visiones tras varios meses descansando. Newton descubrió
uno de los grandes principios de la física, sentado bajo un árbol. Platón construyó el pilar de la filosofía
en los jardines de Akademos. Ninguno de ellos llegó a sus descubrimientos en un momento de vida
frenética. No es corriendo y de forma apresurada como se llega al trasfondo y a la belleza de la vida.
La soledad, el descanso, el silencio, el ir con pausa, son claves para crear y para comenzar los proyectos
con ilusión. El mundo está enfermo, efectivamente, sufre de estrés crónico. ¿Cómo va a funcionar
la sociedad si creamos seres hiperestresados corriendo y funcionando a toda velocidad? La vida
frenética indica que es el entorno quien nos dirige y no uno mismo.

Escuchar la voz interior es uno de los primeros pasos para conocerse y superarse. Esa voz no se
escucha ante el frenético ruido de la vida. Paz interior, sosiego… eso piden todas las terapias actuales.
Surgen sin parar, en muchos lugares, cursos de yoga, mindfulness y todo tipo de meditaciones para
desconectar del bullicio exterior.
¡Miramos tanto el reloj que no damos tiempo a lo importante! Aprovecha una tarde de domingo y
desconecta del teléfono y del reloj; usa el modo avión en casa, sin miedo a desatender una llamada, un
mail, una noticia o un tweet. No necesitas estar en línea las 24 horas del día. Aprende a “perder un
poco de tiempo”, ganando en paz y serenidad. No abarques demasiado. Aprende a renunciar. Vive
el momento presente. No te ancles en el pasado o te preocupes en exceso por el futuro, ya llegará. Tu
capacidad de sentir, actuar y vivir de verdad está únicamente en el presente. La vida es lo que te pasa
cuando estás haciendo otros planes, decía John Lennon. No olvides que existe una relación clara
entre la forma en la que vivimos y gestionamos el tiempo, con el estrés, la ansiedad y la salud de
alma y cuerpo. Intenta saborear la naturaleza, la playa, el mar, la montaña de vez en cuando. Te abrirás
a grandes sensaciones que te llenaran de verdad. Eso sí, sin perder de vista, tu proyecto
personal. Planifica, ten puntos de referencia pero disfrutando de cada vez que llega un momento
especial, deseado o emocionante.

Termino con Fray Luis de León, un gran sabio, ¡Qué descansada vida la del que huye del mundanal
ruido y sigue la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido!
EL VALOR DE LAS COSAS PEQUEÑAS
12 DIC 2016 Marian Rojas Estapé

Me apasiona la psiquiatría. Es una profesión de


entrega. Ayudamos a la gente triste, deprimida,
angustiada, vacía de contenido o que ha perdido el
rumbo, a recuperar el sentido de su vida, a volver a
ser feliz y a recuperar la paz.

Cuando uno consigue despertar desde el interior la


motivación; esa fuerza motriz consigue iniciar,
impulsar y activar al ser humano en la búsqueda
de la felicidad. Ahí surge la puerta de entrada a la
curación y a la mejoría.

Todos queremos ser felices. La clave no es cómo ser más felices sino si estamos dispuestos a hacer
lo necesario para lograrlo. Hablamos de una decisión, de una actitud, de una resolución que arranca
de una motivación que nos empuja a conseguir nuestros sueños. Necesitamos esa fuerza que nos saque
de la zona de confort. A veces, es la propia vida la que nos sacude e inicia en el camino, pero otras
veces es a través de algo que escuchamos, leemos, algo que nos inspira y sino, en último caso, algo
nace o se despierta dentro. Y ahí, solo ahí, puedes dar el paso. Recuerda, “nunca lo verás, nunca lo
conseguirás, si antes no das el paso“.

Hace unos años se realizó un experimento interesante. Se reunió a un grupo de estudiantes, del mismo
nivel académico. De manera aleatoria a unos se les asignó un aula: “es un examen difícil, es probable
que no logréis sacarlo” y al resto en otra sala: “os hemos elegido a vosotros, sabemos que tenéis más
capacidad que el grupo anterior para sacar este examen“. El resultado fue sorprendente. Del primer
grupo ninguno había logrado pasar el examen. Del segundo, todos. La disposición previa a cualquier
circunstancia (examen, entrevista de trabajo, cita de pareja, reunión…) determina como
respondemos a ella. Hay zonas en el cerebro que se activan cuando estamos motivados, de manera
espectacular y estimulan la capacidad de respuesta y resolución de problemas.

La motivación es clave en un aspecto clave de la sociedad: la educación, gran tarea


pendiente. Educar tiene dos grandes significados según su etimología. Educare que significa formar,
instruir e inculcar valores. Sin embargo es difícil motivar si nos quedamos en el educare. Por el
contrario, educere significa acompañar, extraer lo mejor que hay dentro de cada persona. Cuentan que
cuando preguntaron a Miguel Angel sobre su maravillosa escultura de David respondió: “David
estaba dentro de ese bloque, yo solo quité lo que sobraba”. La buena educación consiste en sacar el
tesoro que llevamos dentro. Estamos cubiertos de una gran cantidad de capas, limitaciones,
frustraciones que nos frenan para moldear de manera extraordinaria nuestra vida.

Si la educación está basada únicamente en motivaciones externas (gratificaciones o premios)


acabamos convirtiendo a las personas en individuos egoístas, que se mueven por el placer, por el dinero,
la ambición o la recompensa. La buena motivación es la interna. Posee interés, curiosidad, ganas de
indagar y hacer las cosas bien con responsabilidad y criterio. Lo deseable de la motivación interna es
que se sustente en algo grande y trascendente. Bueno para uno mismo y bueno para la sociedad.

¡Cuando uno da el primer paso, esa motivación está asociada a la alegría y a la energía, pero a la larga
pierden fuerza! Querer conseguir todo en un primer impulso puede llegar a ser contraproducente. Un
“atragantamiento” emocional y físico. Es mejor empezar de forma más templada pero usar ciertos
instrumentos para mantener la motivación: la imaginación, la constancia y el optimismo.

¡Cuánto ayuda la imaginación para potenciar la motivación! Decía Picasso, “yo no pinto lo que veo,
pinto lo que imagino”, ¡qué cuadros ha aportado al arte! Me gusta definir la imaginación como la
hermana rebelde del pensamiento. Cuando es domada, puede ser una gran aliada. Estudios recientes
hablan de cómo imaginar hechos futuros puede ayudarnos a arrancar la motivación que frene impulsos
y placeres inmediatos.

La motivación puede ser más asequible o sencilla pero la perseverancia en el objetivo marcado requiere
un gran esfuerzo. Necesitamos la constancia. Me gustar como animaba Van Gogh a perseguir un
sueño, “si una voz dentro de ti te dice, no pintes, pinta con todas tus fuerzas y acallarás esa voz”. La
constancia es difícil lograrla si no dominamos la voz interior. ¡Que tu voz interior sirva para apoyarte
y no para hundirte! Cuidado con el autoboicot que nos lleva a fracasar antes de haber empezado. La
constancia es la suma de pequeñas elecciones y vencimientos diarios. El valor de las cosas
pequeñas proporciona alcances extraordinarios. Decía Miró, cuando le preguntaban sobre el éxito
de su pintura: “un poco de talento, orden y constancia. Pinto todos los días”.

Esas decisiones son más sencillas de tomar cuando se tienen claras las metas en la vida. Hay que fijarse
metas-a largo plazo- y objetivos-a corto-. ¡Sueña en grande, actúa en pequeño!Deja tu corazón volar,
realiza un plan de acción con una buena estrategia. Si has construido un castillo en el aire, no has
perdido el tiempo. Ahora ponte a construir los cimientos bajo él.

Finalmente el optimismo. Optimismo, ilusión y motivación van unidas de la mano. “Si quieres construir
un barco, no pidas a los hombres que busquen madera, ni les des órdenes, ni dividas el trabajo.
En lugar de esto, enséñales a añorar la otra orilla del eterno mar” dijo Antoine de St.Exupery. Se
puede educar el optimismo. Cualquier situación puede verse en clave de problema o en clave de
situación. Todo se encuentra en el filtro con el que decidimos observar la realidad. Si decidimos, es
una actitud ante la vida. Por ejemplo, necesitamos cambiar el lenguaje, usar palabras que evoquen
emociones, pensamientos y recuerdos positivos. Palabras que llamen a la ilusión, que despierten el
alma. El discurso de muchas personas que nos rodean (políticos, periodistas…) está muchas veces
plagado de críticas, palabras duras o agresivas.

No hay que olvidar que trabajar con pasión, motivación e ilusión eleva a la persona y consigue de ella
grandes logros. Por supuesto, existe el sufrimiento, el conflicto, la enfermedad, la muerte… y en esos
casos, encontrar la motivación y la fuerza para salir es complejo y a veces imposible. Todos hemos
vivido situaciones difíciles pero la clave reside en cómo uno se enfrenta a ella.

“La mayoría de la gente tendría éxito en las pequeñas cosas si no estuviera tan preocupada por grandes
ambiciones.” Henry Longfellow Wadsworth

Вам также может понравиться