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Me han prestado un libro muy bueno, escrito por un juez italiano llamado Gianrico
Carofiglio, titulado “El arte de la duda”. Yo conozco una juez que debería leer este
libro, pero no se lo voy a regalar por navidad.
La lectura de "El arte de la duda" deja una gran lección, que es la siguiente: para
interrogar, para contrainterrogar necesitamos prepararnos concienzudamente,
documentarnos respecto a la persona que responderá, acopiar toda la información
posible estar preparado para cualquier eventualidad porque sólo tenemos el breve
tiempo del interrogatorio para inclinar la balanza a nuestro favor porque –y cito al
autor-, “en la práctica del contrainterrogatorio como técnica, arte y
disciplina, there’s no substitute for preparation”.
Conocemos a Gianrico Carofiglio por sus novelas del abogado Guido Guerrieri,
títulos en los que asistimos seguramente al crecimiento de un autor en formación.
En ellas apunta pero no llega, las encontramos finalmente faltas de nervio
narrativo y precisión, mas persistimos en su lectura. A veces el mayor logro que
puede obtener un autor es el derecho a la segunda oportunidad.
En “El arte de la duda” se nos presenta otra faceta del autor relacionada con su
prestigiosa labor de jurista. Este libro tuvo una primera edición de carácter más
técnico, pero fue tal la acogida entre el público en general, con independencia de
su vínculo con la profesión de letrado, que decidió sacar a la luz una segunda
versión más depurada de concreciones legales y centrada en el meollo del asunto.
El cual consiste, como anuncia el título, en ese particularísimo “arte” de interrogar
en el acto del juicio, interrogar para esclarecer la duda, pero dudando al mismo
tiempo de los mecanismos que empleamos para alcanzar la verdad procesal. Un
cuestionamiento que podemos señalar como el propósito último del ensayo, esto
es, que quien se encuentra en la tesitura de formular preguntas en sede judicial
reflexione previamente acerca del cómo y el porqué de su actuación.
El autor plantea de una manera detallada y realista los diferentes escenarios que
se puede encontrar el litigante. En primer lugar centrándose en los distintos tipos
de testigos o peritos a los que razonablemente deberá enfrentarse en algún
momento de su carrera: desde los que saben mucho a los que no tienen ni idea de
lo que hablan –y cuánto riesgo conllevan-, desde los que emplean conocimientos
técnicos a los que declaran por meras referencias, los voluntarios y forzosos, los
que en teoría van a ayudarte y los que, desde el primer momento, te aborrecen…
Cada uno de ellos presenta sus peculiaridades, pero si algo tienen en común es el
ser completamente impredecibles, y encerrar consiguientemente mucho más
peligro del que pueda preverse. Todas las prevenciones son pocas, por lo tanto, y
resulta fundamental planificar la práctica de esta prueba con el máximo
detenimiento.
Y ahí es donde se centra el segundo de los aspectos desarrollados en el libro:
Carifiglio expone los diferentes objetivos que deben buscarse en el interrogatorio,
y que no siempre pasan por la destrucción de los argumentos del contrario, sino
por metas más sutiles como la búsqueda de la contradicción, la minoración del
alcance del testimonio, el ataque a la credibilidad misma de quien testifica… La
labor de coordinación entre la tipología personal y la finalidad a conseguir exige
ante todo sentido común y un cierto talento que seguramente no puede enseñarse
en las escuelas de práctica jurídica, ni a través de libros como éste. Sin embargo
su publicación resulta pertinente porque, al menos en países como el nuestro, son
tantas las carencias de muchos de los ejercientes que no está de más cualquier
iniciativa que los haga huir de los automatismos habituales con que se pasean por
las salas de justicia.
Aun así no dejará de sorprender al lector que determinadas ideas de este ensayo,
cercanas a la obviedad, necesiten de por sí ser transmitidas. Esto nos puede dar
la medida de la sorprendente ineptitud con que defienden los intereses ajenos
ciertos profesionales. Y es que lo mínimo que debe pedirse a quien dirige un pleito
es un cierto sentido de la estrategia. El abogado litigador debe poner cualquier
interés personal, su orgullo y sus prejuicios al servicio de la causa por la que
debate: en ocasiones habrá de ponerse de perfil, y en otras subir al ring y golpear,
lo importante, y quizá esa sea la mayor lección de este libro, es el resultado final,
que funciona como un horizonte insoslayable en la actividad profesional.
Concluye el volumen con una hermosa cita de ese clásico de la literatura jurídica
que es Norberto Bobbio: “La teoría de la argumentación rechaza las antítesis
excesivamente tajantes: muestra que, entre la verdad absoluta de los dogmáticos
y la renuncia a la verdad de los escépticos, hay lugar para las verdades
susceptibles de ser sometidas a permanente revisión merced a la técnica
consistente en aportar razones a favor y en contra. Sabe que, en cuanto los
hombres dejan de creer en las buenas razones, empieza la violencia”. Pocas
definiciones tan acertadas del proceso judicial, ese pequeño teatro en el que cabe
toda la humanidad, y donde aprendemos a diario que la razón y la dialéctica son el
único modo digno de dirimir nuestras disputas.