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LA GENERACIÓN LITERARIA DE
FEDERICO GARCÍA LORCA
998 fue una fecha significativa en las letras del mundo de habla española. Entre otras
1 cosas, se recordó el centenario del nacimiento del escritor Federico García Lorca
(1898-1936), una de las personalidades más cautivantes de la lírica y dramaturgia
contemporáneas, aunque también con actividad destacada en los planos de la música
y de la plástica (dibujos). Su preocupación vital y su quehacer literario se vinculan con
la llamada generación literaria española de 1927 y, en lo histórico, con los precedentes
inmediatos de la guerra civil española de 1936-39.
El cruce de los siglos XIX y XX se muestra en Europa y en España con
acontecimientos históricos de gran influencia en el arte contemporáneo. Ellos influyen
en la aparición y vigencia de novedosas orientaciones estéticas representadas en la
generación española del 98, el modernismo rubendariano, el creacionismo de Vicente
Huidobro, la generación española del 27 y, en general, por las llamadas orientaciones
estéticas “de vanguardia”, tan bien estudiadas por Guillermo de Torre y de gran
resonancia en las letras, la música, la plástica y el cine de las primeras décadas del
presente siglo.
Con justicia la crítica afirma que las posiciones estéticas en literatura al comenzar
el siglo XX español oscilaban entre la actitud eternista y preocupada de los
noventayochistas (Unamuno, Maeztu, Baroja y Azorín) y la actitud exótica y
cosmopolita de los modernistas (Darío, Rueda, Valle-Inclán, Marquina). Muchas de
las actividades públicas de ambos grupos, sobre todo las de índole literaria, coexistirían
con las generaciones siguientes, gracias primordialmente al enlace valioso de los poetas
Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado.
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Estudiantes” sobre “La Imagen Poética en don Luis de Góngora” 2 . Esta conferencia no
sólo es una ardiente defensa de Góngora a quien García Lorca llama “padre de la lírica
moderna” y “padre de nuestro idioma”, destacando en él su sentimiento nacional y su
raigambre popular. Ella refleja, además, la gran claridad que García Lorca poseía acerca de
la historia literaria española al trazar brevemente su recorrido desde el siglo XV, y su claridad
también en materias de teoría literaria al plantear la estructura de la “metáfora” como recurso
de lenguaje y defender la “imagen poética” como elemento privilegiado del discurso lírico.
En cuanto al poeta cordobés, precisará (anticipándose a los más serios estudios sobre el
tema, entre los cuales incluyo los de D. Alonso, el más destacado de los especialistas en la
poesía de Góngora) que “a Góngora no hay que leerlo, sino estudiarlo”, “para llegar a él hay
que estar iniciado en la Poesía y tener una sensibilidad preparada por lecturas y experiencias”,
agregando que “Góngora tiene un mundo aparte, como todo poeta, mundo de rasgos
esenciales de las cosas y diferencias características”.
La influencia de Góngora en García Lorca y en otros poetas de su generación es un
tema de suyo apasionante y poco revisado. Ella fue más profunda de lo que a simple vista
parece. Varias claves del discurso poético garcía-lorquiano, especialmente en el código retórico
aunque también visible en el código lingüístico, tienen sus antecedentes en la poesía gongorina.
Con ello no me estoy refiriendo sólo al privilegiado uso del “romance” como forma métrica y
estrófica, a la pasión por la imagen y la metáfora, al buen manejo del adjetivo, a la riqueza del
vocabulario en uso y a la luminosidad de su poesía. Me refiero además al enriquecimiento de
la lengua poética al actualizar procedimientos tan gongorinos como la correlación, el
paralelismo, el cromatismo, la bimembración, la ruptura de sistema, los desplazamientos
calificativos y las impertinencias predicativas, tan bien estudiados en nuestro siglo por
especialistas como C. Bousoño, D. Alonso, Jean Cohen y otros, y de fácil advertencia ya en
los versos primeros de García Lorca. El lector avisado encontrará clara familiaridad con Góngora
y con otros poetas anteriores y posteriores al vate granadino al observar los siguientes ejemplos
garcia-lorquianos tomados de sus composiciones más tempranas (1919-1927) 3 :
2
Este significativo documento se publicó inicialmente en Madrid, 12 de noviembre de 1932
y se lo puede encontrar definitivamente en las Obras Completas de F. García Lorca editadas
por Aguilar, Madrid, 1954, pp. 67-90. Se trata de un texto importante no sólo para comprobar
el temprano y decisivo interés común de la generación por el poeta cordobés, sino como
compendio de la propia concepción poética del joven poeta granadino.
3
Cito de las colecciones Libro de Poemas (Madrid, 1821); Canciones. 1921-1924. (Málaga,
1927); Poemas del Cante Jondo. 1921-1922 (Madrid, 1928); Primeras Canciones. 1922
(Madrid, 1936) y Romancero Gitano. 1924-1927 (Madrid, 1928).
LA GENERACIÓN LITERARIA DE FEDERICO GARCÍA LORCA 95
Imágenes:
Ruptura de sistemas:
Hoy siento en el corazón / un vago temblor de estrellas,
pero mi senda se pierde / en el alma de la niebla
agua loca
Desplazamientos calificativos:
y el débil trino amarillo / del canario
Impertinencias predicativas:
blanco silencio
Paralelismos
Bimembración
Una manera común de reaccionar fue el centenario de Góngora. Gerardo Diego recogió
en su revistilla LOLA la crónica de ese centenario. Hay allí algunas bromas que no deben
tomarse al pie de la letra (la quema de libros no fue más que en efigie); pero, en general, es
muy verdadera, y al leerla antes de escribir estas líneas se me han desempolvado bastantes
rincones de mi viejo museo romántico. ¿Quiénes firman las invitaciones? Jorge Guillén, Pedro
Salinas, yo, Gerardo Diego, Federico García Lorca, Rafael Alberti: he ahí, pues, (eliminado
yo), la nómina completa de las figuras centrales de la generación en su primera época, ahora
coligadas para rendir homenaje a Góngora. Pero hay todavía un instante en que veo (¡con
cuanta ternura!) mi propia generación, como en esa terrible orfandad de un destino de hombres,
entre rumor e indiferenc siglos amenazadores, delante, detrás: es dentro del bello barroco
tardío, dieciochesco, de la iglesia de Santa Bárbara, de Madrid. Lucen los cirios en el altar, y
delante se alza un gran catafalco. ¡No se quejará don Luis: buenos honores le hemos costeado!
El funeral por el descanso eterno de Góngora se ha anunciado en los periódicos; hemos mandado
invitaciones a las autoridades. Nada; ni un alma. La amplia y noble nave está vacía, salvo el
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trajín del altar y un banco en primera fila, donde están compactos, codo con codo, once
jóvenes, y con ellos, el pobre don Miguel Artigas, único representante de la erudición que no
había atacado al llamado “príncipe de las tinieblas”. Alberti y Bergamín lucen en la solapa
enormes y rojos claveles reventones. Los oficiantes nos miran de reojo, muy asombrados. Sin
duda, piensan: “¡Qué extraordinario funeral el de este señor don Luis de Góngora!”. Al final
nos escrutan a los doce las caras, sin saber por quién decidirse; resuelven, parece, que el rostro
más difícil y lúgubre es el de Bergamín, porque a él es a quien sahúman. ¡Sí; ese banco, en la
iglesia desierta, lo mismo que la barca nocturna en el Guadalquivir desbordado, representa
para mí el símbolo de la unidad generacional en el momento de su más delimitada y
compenetrada unión. El templo vacío tiene un desolado rumor de caracola marina o de lentas
eras, continuas, indiferenciadas. Como un grito en medio del tiempo, está allí clavada la
generación en un acto positivo de fe estética: homenaje a don Luis de Góngora.
Observemos que ni aún en esto rompíamos con nuestros mayores. El culto a Góngora
lo trae a España Rubén Darío, y él lo aprende en el simbolismo francés. Es curioso, y hasta
cómico. El entusiasmo de Verlaine por Góngora no pasa de ser una intuición: Verlaine ama a
Góngora, a quien no conoce, no puede conocer, porque es un “poeta maldito”. Rubén sabe
muy poco más de Góngora que Verlaine. Es la generación de antes de la guerra la que lee, ama,
interpreta a Góngora. Lorca le dedica una bella conferencia. Alberti se sabe de memoria las
Soledades y el Polifemo; y entre los dos recitan los coros amebeos de las Soledades, en las
veladas poéticas de nuestro viaje sevillano. Es a la claridad técnica de nuestro momento —
decíamos entonces— y no a la confusión impresionista del simbolismo, adonde mejor
corresponde y pertenece el arte de Góngora. (La huella gongorina reforzaba la nitidez de frías
perfecciones técnicas, que señalan el destino de los primeros años de aquella generación. Góngora
venía a favorecer el culto por la imagen, la ambición universal de nuestros anhelos de arte y el
enorme intervalo que queríamos poner entre poesía y realidad)4.
4
D. Alonso: “Una Generación Poética (1920-1936)” En Poetas Españoles Contemporáneos.
Madrid, Gredos, 1952, pp. 183-185.
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Ese año (alude a 1927) debe celebrarse el tercer centenario de la muerte de Góngora.
Del lado oficial, no se espera nada5. La crítica rutinaria sigue sometida a los gustos de Menéndez
Pelayo, de cuya herencia vive. Pero aquel gigante de la investigación había de fallar en algo, y
uno de sus fallos fue Góngora, a quien no supo entender ni amar. Y desde entonces, la posición
oficial de la crítica y de los profesores de literatura, salvo excepciones, era elogiar sólo los
romances y letrillas de Góngora, es decir, la fase más sencilla y fresca de su obra, pero zaherir
y despreciar sus poemas cultos y barrocos, aquéllos precisamente en que, como en las Soledades
puso Góngora su enorme talento de poeta y su tenaz persecución de la belleza. La frase de un
crítico “ángel de la luz y ángel de las tinieblas” para significar las dos fases, primera y segunda,
de la poesía de Góngora, se convirtió en fácil tópico para los profesores de literatura. Pero la
generación del 25 iba a reaccionar violentamente contra este tópico6. Hicieron del culto a
Góngora, de la defensa de su poesía, uno de sus caballos de batalla. Y no sólo, claro es,como
una reacción contra una crítica ciega y rutinaria, sino porque Góngora era para ellos, en cierto
5
Creo que no es totalmente justo José Luis Cano al hacer esta afirmación, a menos que se
refiera sólo a la parte oficial de la crítica literaria. Hacia 1927 hubo nada menos que un
concurso nacional patrocinado por el Ministerio de Instrucción Pública destinado a honrar el
tercer centenario de la muerte de Góngora. El Premio Nacional de Literatura de ese mismo
año fue otorgado al estudio de Dámaso Alonso La Lengua Poética de Góngora (primera
parte), cuando su autor contaba apenas con veintiocho años de edad, obra que se considera
una verdadera revolución en el estado de los estudios y la valoración sobre el poeta cordobés
hasta la fecha. Al publicar su trabajo algo más / tarde (en 1933), el propio Alonso reconoce
esta entrada del “poeta proscrito” en las esferas oficiales de su patria y valora los desvelos de
Gabriel Miró —a quien dedicó Alonso la publicación de su trabajo— en estas iniciativas.
6
Si bien es cierto el gran valor de los intelectuales del 27 hacia una reivindicación del poeta
andaluz, no es menos cierto que debemos reconocer que los estudios gongorinos habían
avanzado ya bastante desde aquella afirmación de Cascales siempre mal citada. Ha sido el
propio Alonso quien ha reseñado los avances de la crítica sobre Góngora desde los
contemporáneos del poeta, es decir, desde su mismo siglo XVII. Véase sobre todo su libro
Góngora y el “Polifemo”. Madrid, Gredos, 1961, capítulos III y XI del primer volumen.
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modo, un altísimo ejemplo. El de un poeta que persiguió incansable altas cimas de belleza, a
contrapelo de toda suerte de ataques y burlas de los mediocres, que no entendían aquel raro
paraíso de poesía. El centenario de Góngora fue, pues, un buen pretexto para que la Generación,
los poetas nuevos, como eran llamados, se enfrentasen con el público y con la crítica oficial, y
a su vez se dieran a conocer y libraran la primera batalla por la belleza, por la poesía pura.
Mientras Dámaso Alonso editaba con rigor e iluminaba con nueva sensibilidad las Soledades
(...), y Gerardo Diego publicaba una preciosa Antología en honor de Góngora, García Lorca
dedicaba una bella conferencia a estudiar la imagen poética de Góngora7, y Rafael Alberti
escribía una continuación de Las Soledades. Y una de las revistas de la generación, Litoral,
que aparecía en Málaga dirigida por Manuel Altolaguirre y Emilio Prados, dedicaba un número
como homenaje a don Luis de Góngora, en el cual colaboraron casi todos los poetas y prosistas
de la generación sin que faltara una página musical del gran Falla, el maestro de música de
Lorca, y una portada de Pablo Picasso. En las páginas de Lola la desenvuelta hermana de
Carmen, otra bella revista de la generación, publicó su director, Gerardo Diego, la crónica
burlesca y satírica del centenario gongorino (...). Desde ese momento, la generación del 25
tuvo un relieve y un perfil definidos y mostró una cohesión mayor y una afinidad de gustos y
de posiciones estéticas8.
Por otra parte, la clara definición de las inclinaciones estéticas del grupo y de
sus flagrantes relaciones iniciales con otras literaturas europeas de vanguardia son
proporcionadas por el ensayista y poeta José L. Cano en el mismo trabajo aludido9.
Señala allí la cercanía que tuvo la generación con el clasicismo español a través de su
inclinación hacia los noventayochistas, pero reconoce y documenta la primera fase
poética del grupo, 1920-1928 aproximadamente, en que puede observarse un entusiasta
interés por la “poesía pura”, materia de gran resonancia en Europa por esos años por
7
Ya hablamos de este trabajo de F. García Lorca. El ensayista Cano olvida sí agregar y mencionar
que el propio García Lorca compuso poemas con el título Soledades siguiendo la inspiración
gongorina; el primero de ellos se publicó con el título de Soledad, en marzo de 1928, en la
revista Carmen que dirigía Gerardo Diego en Santander.
8
J.L. Cano: “La Generación Poética de 1925” .
Revista Nacional de Cultura No. 111; Caracas, Venezuela, julio- agosto
de 1955, pp. 79-80.
9
J. L. Cano, op. cit., pp.85-87.
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la acción de sus teóricos franceses Paul Valéry y el abate Bremond. Valorará también
el año 1925 como decisivo en esta orientación de pensamiento para la cultura española
ya que es la fecha de publicación del famoso ensayo de Ortega y Gasset sobre La
Deshumanización del Arte, precediendo el debate sobre la poesía pura que abre la
famosa Revista de Occidente a través de un artículo de Fernando Vela. Las
colaboraciones poéticas de miembros de la generación en la mencionada revista, los
afanes de G. Diego por difundir en España los postulados de Valéry, la estancia en
París de Jorge Guillén (1917-1923) como lector de español en la Universidad de la
Sorbona, son también ejemplos concretos que respaldan esta temprana admiración e
inclinación estética del grupo. Entre otros planteamientos señala:
(...) este mismo afán de desnudez y pureza poéticas, de calidad y de rigor, van a heredarlo
los poetas de la generación del 25. En ellos va a llevarse a los últimos extremos el desdén por la
poesía con argumento, con anécdota, por la poesía sentimental o realista. Dámaso Alonso,
comentando las Soledades de Góngora, llegó a escribir, elogiando la falta de trama argumental
del famoso poema: “A menor interés novelesco, mayor ámbito para los puros goces de la
belleza. Contra el interés novelesco, el estético. En lugar del interés novelesco, la densa poliformía
de los temas de belleza” Esta actitud estetizante, que era sin duda legítima como reacción
contra la vulgaridad y ramplonería de la literatura post-romántica de fin de siglo, se veía
también estimulada por los aires franceses, que respiraban (...) por la poesía pura. Pero también
era un medio de evasión de la realidad, de todo lo que rodeaba al poeta, que éste odiaba por
mediocre y vulgar. Y esa evasión tenía evidentemente un signo romántico en el caso de un
poeta como Luis Cernuda, ávido de belleza, quien en la Antología de Gerardo Diego ya citada
hacía esta sorprendente declaración: “Detesto la realidad, como detesto todo lo que ella encierra:
mi familia, mi país, mis amigos”10.
10
J. L. Cano, op. cit., p.86.
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Naturalmente, esta actitud no podía ser mantenida mucho tiempo. El poeta puede y
suele evadirse de la realidad, cuando no es tan bella como la ha soñado, y vivir algún tiempo de
sus sueños. Pero su obra, si aspira a que permanezca, no puede nutrirla sólo de sus sueños. Por
eso vuelve el poeta, tras la transitoria evasión, a la realidad, y toma de ella los elementos y visiones
que han de servir de materia a su poesía. Y así la actitud estetizante y evasiva de la generación del
25 fue poco a poco remitiendo. Los propios poetas advertían los peligros de ese clima estetizante
y frío para la poesía, que estaba a punto de convertirse en irrespirable. El mismo Jorge Guillén,
quizá máximo representante de aquella poesía pura en España, señaló esos peligros en la “Carta”
a Fernando Vela(...) y que fue escrita en 1926. En ella admite Guillén que la poesía pura resulta,
frente a la poesía realista, “demasiado humana, demasiado irrespirable y demasiado aburrida”.
Poesía pura, venía a decir, Jorge Guillén, pero no tanto que deje de ser humana11.
Para la crítica literaria, esta reunión en Sevilla tiene una gran significación. En
primer lugar, fue un reconocimiento más o menos oficial y formal a la existencia del
grupo como “generación literaria”. También, constituyó la primera presentación en
público del grupo en forma más o menos compacta y masiva, aunque se sepa que sólo
un menguado público escuchó los poemas vanguardistas que allí se recitaron. Por otra
parte, si hubiera que justificar científicamente la existencia de esta generación literaria,
como en realidad lo ha hecho Ricardo Gullón en su trabajo “La Generación Poética
de 1925”13, tal circunstancia correspondería a esa comunidad personal o convivencia
generacional de que habla Julius Petersen como requisito obligado para la existencia
de una generación literaria14 .
13
En su trabajo sobre “La Generación Poética de 1925”, Ricardo Gullón ha señalado diversos aspectos que
justifican la existencia de dicho grupo literario. En primer lugar hace notar la coetaneidad de los miembros
de la generación afirmando textualmente que “los poetas del 25 nacen en el término de dos lustros, en
torno a un eje que podría situarse en el 98, año crucial de la España contemporánea. Veamos las fechas de
nacimiento: Pedro Salinas, 1892; Jorge Guillén, 1893; Gerardo Diego, 1896; Dámaso Alonso, Federico
García Lorca y Vicente Aleixandre, 1898; Emilio Prados, 1899; Rafael Alberti y Luis Cerrnuda, 1902”. En
cuanto a los elementos educativos, “el grupo está formado directa o indirectamente en el clima de libertad
espiritual y exigencia hacia uno mismo, suscitado por la enseñanza de don Francisco Giner de los Ríos y
después por el magisterio y la obra de Ortega; en poesía coinciden en la admiración por Unamuno, Antonio
Machado y Juan Ramón Jiménez; no tienen simpatías por el tipo de vida literaria bohemia, algo mugrienta,
predominante en el Madrid de los años veinte. Esta repulsión es consecuencia de la educación y las formas
recibidas. Por encima de sus diferencias, los “vanguardistas” tienen una característica común: son los
representantes del estilo de vida severa, a la vez tradicional de las mejores tradiciones y rebelde de las
necesarias rebeldías, inspirado por una mezcla de fervores en donde coincide el institucionalismo con la
raigambre popular, el ansia de perfección con el deseo de alcanzarla por nuevos caminos”.
También, la labor del grupo en diversas revistas minoritarias y la aparición de algunos primeros libros
hacia los años de 1923 y 1924. En estas publicaciones no estarán ausentes las personalidades nuestras
que respaldan y estimulan la actividad de los jóvenes; así, Jiménez publica, hacia 1923, el libro Presagios,
de Pedro Salinas; Ortega y Gasset desde su “Revista de Occidente” edita el Romancero Gitano de García
Lorca; Cántico, de Jorge Guillén; Cal y Canto, de Rafael Alberti; Seguro Azar, de Salinas; y otros. Por
todo esto, Gullón insistirá en que “Ortega ha sido, desde lejos, el maestro, y en cierto sentido, el caudillo
de las promociones literarias hasta 1936” y que “Juan Ramón ha de ser considerado mentor del grupo”.
Interesante es también el trabajo de Gullón sobre el “Ambiente Espiritual de la Generación Española de
1925”. Ver Rev. Nac. de Cultura No. 136, Caracas, 1959, pp. 28-49.
14
La teoría de J. Petersen, clásica en estos estudios de historia literaria, se planteó por primera vez en su
obra Las Generaciones Literarias (Berlín, 1930) y se divulgó entre nosotros en la versión castellana
incluida en Filosofía de la Ciencia Literaria (volumen colectivo de E. Ermatinger y otros), editada en
México por el Fondo de Cultura Económica, 1946, pp. 137-193.
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Eso era por los mediados de diciembre de 1927. El viaje a Sevilla había surgido de una
invitación del Ateneo de esa ciudad. Y todo, en realidad, se debía al cariño (y sospecho que
también a la esplendidez) de Ignacio Sánchez Mejías. Nos habían aposentado en las mejores
habitaciones de un hotel que nos pareció regio. Cuando se terminó, digamos, nuestra contrata,
decidimos prolongar algunos días más nuestra estancia en Sevilla, y fue cuando ajustamos
cuentas y vimos que en aquel hotel eran sólo las alturas lo que les iba bien a nuestros menguados
fondos. (...). Abandonamos, pues, las suntuosidades del principal y nos instalamos ascéticamente
en la buhardilla. Nosotros mismos nos subimos nuestros bártulos (ya no éramos huéspedes
importantes). Subía Federico con sus trastos, muy solemnemente, como en una ascensión
ritual, y cada pocos escalones se detenía para gritar, con voz muy fuerte, dolorida, lúgubre:
“¡Así cayó Nínive! ¡Así cayó Babilonia!”.
Los días anteriores habíamos dado nuestras sesiones poéticas —conferencias, lectura
de versos ante reducido público. Tenían lugar ya bien anochecido. Después nos sumergíamos
profundamente (hasta el amanecer) en el brujerío de la noche sevillana. Dormíamos desde la
salida del sol hasta el crepúsculo vespertino. Sólo en viajes posteriores he visto la Giralda a la
luz del día.
15
Se incluye en su volumen Poetas Españoles Contemporáneos (Madrid, Gredos, 1952,
pp.167-192), obra destinada en gran medida a estudiar la calidad y la trayectoria literarias de
los miembros de su generación, como lo demuestran ya los significativos títulos de los capítulos
que lo conforman: “La Poesía de Gerardo Diego”, “La Poesía de Vicente Aleixandre”, “Retrato
del Poeta Luis Rosales”, “Federico García Lorca y la Expresión de lo Español”, y otros.
Las fechas 1920 y 1936 que Alonso consigna en el título del trabajo que mencionamos recuerdan
la teoría de zona de fechas expuesta por J. Ortega y Gasset en su ensayo En Torno a Galileo
(Obras Completas, vol. V). Alonso las utiliza como límites extremos de la acción generacional:
1920 como fecha de iniciación y 1936 como fecha de desaparición del grupo o como
agotamiento de su vigencia poética
LA GENERACIÓN LITERARIA DE FEDERICO GARCÍA LORCA 105
Recuerdo esos trazos, que el tiempo ya quiere borrar de mi memoria, porque mi idea
de la generación a que (como segundón) pertenezco va unida a esa excursión sevillana. Los
que hicimos el viaje fuimos Guillén, Gerardo Diego, Rafael Alberti, Federico, Bergamín, Chabás
y yo. Es evidente que si tomamos los cinco primeros nombres (el de Bergamín, como prosista
muy cercano al grupo) y añadimos el de Salinas, que no sé por qué causa no fue con nosotros,
y el de Cernuda, muy joven entonces, que figuró entre el auditorio (pero de quien también se
leyeron poemas en aquellas veladas), y el de Aleixandre, que no había publicado aún su primer
libro, tenemos completo el grupo nuclear, las figuras más importantes de la generación poética
anterior a nuestra guerra. (...). Toda generación tiene límites difuminados y brotes epigónicos
y reflorescencias. La nómina principal de la mía está en los poetas mencionados. De los cuales,
la mayoría en activo por entonces fue a aquella excursión sevillana: la generación hacía así su
primero y más concreto acto público16.
16
D. Alonso, op. cit. , pp. 168-171.