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CONCILIO DE TRENTO

Con este nombre se designa en la historia eclesiástica el penúltimo Concilio Ecumenico de la Iglesia
Catolica, habido en la ciudad de Trento, y que duró del 13 de diciembre de 1545 hasta el 4 de diciembre de
1563.

Su objetivo principal fue la determinación definitiva de las doctrinas de la Iglesia en respuesta a las
herejías de los protestantes; un objetivo ulterior fue la ejecución de una reforma a fondo de la vida interior de la
Iglesia, erradicando numerosos abusos que se habían desarrollado en ella. El 28 de noviembre de 1518 Martín
Lutero había apelado del Papa un concilio general porque estaba convencido de que sería condenado en Roma
por sus doctrinas heréticas. Por lo que se propuso un concilio nacional alemán. El emperador Carlos V prohibió
el concilio nacional, pero notificó al Papa Clemente VII a través de sus embajadores que consideraba
conveniente la convocatoria de un concilio general y propuso la ciudad de Trento como lugar de la asamblea.
En los años siguientes, las desafortunadas disputas entre el Papa y el emperador impidieron cualquier
negociación sobre el concilio. Nada se hizo hasta 1529 cuando el embajador papal Pico della Mirandola declaró
en la Dieta de Espira que el Papa estaba listo para ayudar a los alemanes en la lucha contra los turcos, para urgir
la restauración de la paz entre los gobernantes cristianos y para convocar un concilio general que se reuniría en
el verano siguiente. Carlos y Clemente VII se reunieron en Bolonia en 1530 y el Papa estuvo de acuerdo en
convocar un concilio, si era necesario.

Francisco I de Francia intentó frustrar la convocatoria poniendo condiciones imposibles de cumplir. Fue
culpa suya principalmente que el concilio no se celebrase durante el reinado de Clemente, pues en un
consistorio del 28 de noviembre de 1531 se había acordado unánimemente la convocatoria. En 1532, en
Bolonia, el emperador y el Papa discutieron el asunto de nuevo y decidieron que debía reunirse tan pronto como
se obtuviera la aprobación de todos los príncipes cristianos.

El siguiente Papa, Pablo III (1534-49), como cardenal Alejandro Farnesio siempre había favorecido
decididamente la reunión conciliar, y durante el cónclave había apremiado la convocatoria de uno. Cuando, tras
su elección, se reunió por primera vez con los cardenales, el 17 de octubre de 1534, habló de la necesidad del
concilio general y repitió su opinión en el primer consistorio (13 de noviembre.). Llamó a Roma a distinguidos
prelados para discutir con ellos el asunto. Representantes de Carlos V y Fernando I también trabajaron para
acelerar la celebración del concilio. La visita de Carlos V a Roma en 1536 llevó a un completo acuerdo con el
Papa respecto al concilio. El 2 de junio, el Papa Pablo III publicaba la Bula llamando a todos los patriarcas,
arzobispos, obispos y abades a reunirse en Mantua el 23 de mayo de 1537, para celebrar un concilio general.
Francisco I aprovechó la ocasión de la guerra que había estallado entre él y Carlos en 1536 para declarar
imposible la asistencia de los obispos franceses al concilio.

Tras varias infructuosas negociaciones con Carlos V y con Francisco I, en el consistorio del 21 de mayo
de 1539 se pospuso el concilio indefinidamente, el cual se reuniría a discreción del Papa. Cuando Pablo III y
Carlos V se reunieron en Luca en septiembre de 1541, el Papa volvió al asunto del concilio. Tras otras consultas
con Roma, Paulo III convocó el 22 de mayo de 1542 un concilio ecuménico que se reuniría en Trento el 1 de
noviembre del mismo año. Los protestantes atacaron violentamente al concilio y Francisco I se opuso
enérgicamente y ni siquiera permitió que se publicase en su reino la Bula de la convocatoria.

El 19 de noviembre de 1544, se promulgó la bula "Laetare Hierusalem" con la que se convocaba de


nuevo el concilio en Trento para el 15 de marzo de 1545. Como en marzo sólo habían llegado a Trento unos
pocos obispos, hubo de posponerse de nuevo la fecha de apertura. Sin embargo, como el emperador deseaba que
se inaugurara rápidamente, se fijó el 13 de diciembre como fecha de la primera sesión formal, la cual se celebró
en el coro de la catedral de Trento después de que el cardenal del Monte, primer presidente del concilio, hubo
celebrado la Misa del Espíritu Santo. Cuando se leyeron las bulas de convocatoria y del nombramiento de los
legados conciliares, el cardenal del Monte declaró inaugurado el concilio y fijó el 7 de enero como fecha de la
segunda sesión. Además de los tres legados presidentes, estaba presente el cardenal Christopher Madruzzi,
obispo de Trento, 4 arzobispos, 21 obispos y cinco generales de órdenes religiosas. Asistían además los
delegados del rey Fernando de Alemania, 42 teólogos y 9 canonistas que habían sido llamados como
consultores.

Para realizar su gran tarea, el concilio tuvo que luchar con muchas dificultades. Las primeras semanas se
consumieron principalmente en fijar el orden de los asuntos a tratar en las asambleas. Tras largas discusiones se
acordó que los cardenales legados propondrían los temas que habían de considerar los miembros del concilio;
después que fueron redactados por una comisión de consultores serían discutidos detenidamente en sesiones
preparatorias de congregaciones especiales de prelados para asuntos dogmáticos y congregaciones similares
para las cuestiones legales. Originalmente los padres conciliares se dividieron en tres congregaciones para la
discusión de los temas, pero dejaron esa distribución por ser muy engorrosa. Después de todas las discusiones
preliminares, el asunto así preparado se debatió en detalle en la congregación general donde se le dio la forma
final del decreto.

Surgieron violentas diferencias de opinión durante la discusión preparatoria del decreto que se
presentaría a la segunda sesión para determinar el título que se debía dar al concilio. Un punto adicional se
refería a los representantes de los obispos ausentes, es decir, si tenían derecho al voto o no. Originalmente, no se
les permitió votar. El Papa Pablo III le concedió el derecho al voto por poder solamente a los obispos alemanes
que no podían salir de sus diócesis debido a los problemas religiosos. En 1562, cuando el concilio se reunió de
nuevo, Pío IV retiró ese permiso. Se aprobaron otras regulaciones respecto al derecho de los miembros de
obtener los beneficios de sus diócesis durante la sesión del concilio y sobre el modo de vida de los miembros.
Más tarde, durante el tercer periodo del concilio, se modificó variamente estas decisiones. Así, se dividió en seis
clases a los teólogos del concilio, que se habían convertido en un grupo muy numeroso; cada uno de los cuales
recibía un cierto número de borradores de los decretos en discusión. A menudo también se nombraban
diputaciones especiales para ciertos asuntos. La regulación completa de los debates era muy prudente y ofrecía
garantías de una discusión exhaustiva y absolutamente objetiva en todos los matices de las cuestiones traídas a
debate. Se mantenía un servicio de correos regular entre Roma y Trento de manera que el Papa estaba
completamente informado de los debates del concilio.

El primer tema de discusión que presentaron los legados ante la congregación general, el 8 de febrero,
fue el de las Sagradas Escrituras como fuente de la Revelación Divina. Tras exhaustivas discusiones
preliminares en las varias congregaciones, quedaron listos dos decretos para el debate en la cuarta sesión (8 de
abril de 1546) que fueron adoptados por los padres. Al tratar el Canon de la Escritura declararon que, al mismo
tiempo que en materia de fe y moral, la tradición de la Iglesia es, junto con la Biblia, el estándar de la revelación
sobrenatural; luego, sobre el texto y uso de los Libros Sagrados, declararon que la Vulgataes el texto auténtico
para los sermones y discusiones, aunque esto no excluía correcciones textuales. También se determinó que la
Biblia debía ser interpretada según el testimonio unánime de los Padres y nunca ser mal usada para propósitos
supersticiosos. Nada se decidió respecto a la traducción a las lenguas vernáculas. En la quinta sesión se
promulgó el dogma del pecado original con cinco cánones contra las correspondientes doctrinas erróneas.
También se promulgó el primer decreto de reforma, que trata del profesorado en la Escritura y del aprendizaje
secular de los que predican la palabra divina, así como de los colectores de las limosnas. Las relaciones entre el
Papa y el emperador se habían tornado más tensas, había comenzado la guerra de Esmalcalda en Alemania y
además surgió un brote de epidemia en Trento que causó la muerte al general de los franciscanos y a otros. Por
lo tanto, los cardenales legados propusieron en la octava sesión trasladar el concilio a otra ciudad, apoyando su
acción en el Breve publicado por el Papa poco tiempo antes. La mayoría de los padres votaron por el cambio a
Bolonia y al día siguiente los legados se trasladaron allí. La mayoría de los Padres se trasladaron a Bolonia con
los legados, pero catorce obispos que pertenecían al partido de Carlos V permanecieron en Trento y no querían
reconocer el traslado. El repentino cambio de lugar sin haber consultado al Papa no gustó a Paulo III, que
seguramente vio que esto le llevaría a ulteriores serias dificultades con el emperador. De hecho, Carlos V estaba
muy indignado con el cambio. Por lo tanto, el 13 de septiembre, proclamó la suspensión del Concilio y ordenó
al cardenal legado Del Monte que despidiera a los miembros del concilio reunidos en Bolonia, lo cual realizó el
17 de septiembre. Los obispos fueron llamados a Roma donde debían preparar los decretos para la reforma de la
disciplina. Esto cerró el primer período del concilio. El Papa murió el 10 de noviembre de 1549. El sucesor de
Paulo III fue Julio III, quien continuó el Concilio. La décimo tercera sesión se celebró el 11 de octubre de 1551.
Promulgó un decreto sobre el sacramento de la Eucaristía y un decreto sobre la reforma respecto a la
supervisión que habían de ejercer los obispos y sobre la jurisdicción episcopal. Otro decreto posponía hasta la
próxima sesión la discusión de cuatro artículos sobre la Eucaristía, es decir, sobre la Comunión bajo las dos
especies de pan y vino y la Comunión de los niños. También se autorizó un salvoconducto para los protestantes
que deseasen asistir al concilio. El Papa Julio III no vivió para volver a convocar el concilio. Le sucedió
Marcelo II.

En la sesión decimoctava (25 de febrero de 1562), sólo se decidió la publicación de un decreto sobre la
elaboración de una lista de libros prohibidos y un acuerdo sobre un salvoconducto para los protestantes. En las
dos sesiones siguientes, la decimonona el 14 de mayo y la vigésima, el 4 de junio de 1562, sólo se emitieron los
decretos que prorrogaban el concilio. En la vigésimo primera sesión (16 de julio de 1562) se promulgó el
decreto de la Comunión bajo dos especies y el de la Comunión de los niños, en cuatro capítulos y cuatro
cánones. También se promulgó un decreto sobre reformas en nueve capítulos, que tratan de la ordenación de los
sacerdotes, los ingresos de los canónigos la fundación de nuevas parroquias y la colecta de limosnas. Quedaron
para la discusión en las congregaciones los artículos sobre el Sacrificio de la Misa; en los meses siguientes hubo
largos y animados debates sobre el dogma. En la vigésimo segunda sesión, que no se efectuó sino hasta el 17 de
septiembre de 1562, se promulgaron cuatro decretos; el primero contenía el dogma de la Iglesia sobre el
Sacrificio de la Misa; el segundo sobre la supresión de los abusos en la ofrenda del Santo Sacrificio; el tercero
trata de la reforma, especialmente en lo referente a la moral del clero, los requerimientos necesarios antes de
asumir oficios eclesiásticos, las herencias, la administración de las fundaciones religiosas; el cuarto trataba de
conceder a los laicos la Copa de Comunión, lo que se dejó a la discreción del Papa. El deseo de cerrar el
concilio fue creciendo en todos los que estaban relacionados con él y se decidió clausurarlo lo antes posible.
Quedaba una serie de temas discutidos preliminarmente y que ya estaban listos para la definición final.
Consecuentemente en la final y vigésimo quinta sesión, que ocupó dos días, (3 a 4 de diciembre de 1563) se
aprobaron y promulgaron los siguientes decretos: el 3 de diciembre, un decreto dogmático sobre la veneración e
invocación de los santos y sobre sus imágenes y reliquias; un decreto de reforma sobre monjes y monjas; un
decreto de reforma sobre el modo de vida de cardenales y obispos, certificaciones de aptitud para los
eclesiásticos, legados para las Misas, administración de beneficios eclesiásticos, supresión del concubinato entre
el clero y la vida del clero en general.

El 4 de diciembre se promulgaron los siguientes decretos: uno dogmático sobre las indulgencias; uno
sobre los días de fiesta y ayuno; otro sobre la preparación, por parte del Papa, de ediciones del Misal, Breviario
y catecismo y una lista de libros prohibidos. También se declaró que ningún poder secular había sido colocado
en desventaja por el orden y rango acordado para sus embajadores; los gobernantes fueron invitados a aceptar
las decisiones del concilio y a ejecutarlas. El Concilio Ecuménico de Trento ha demostrado ser de la mayor
importancia para el desarrollo de la vida interior de la Iglesia. Ningún concilio ha desarrollado sus tareas en
circunstancias más difíciles y ninguno ha tenido que decidir tantas cuestiones de la mayor importancia. La
asamblea demostró al mundo que a pesar de la repetida apostasía en la vida de la Iglesia, había aún abundancia
de fuerza religiosa y de fiel defensa de los principios inmutables del cristianismo. Aunque desafortunadamente
el concilio, sin que los padres reunidos fueran culpables, no fue capaz de curar las diferencias religiosas de
Europa occidental, sin embargo la verdad divina infalible fue claramente proclamada en oposición a las falsas
doctrinas de su tiempo y de esta forma se pusieron unos firmes fundamentos para vencer la herejía, así como
para ejecutar una genuina reforma interna de la Iglesia.

BIBLIOGRAFIA:

* http://ec.aciprensa.com/wiki/Concilio_de_Trento

*ESPASA – CALPE, Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo Americana, Tomo 64, Madrid 1928

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