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1

La raposa y las uvas de Esopo

La raposa, hambrienta se detuvo ante una parra henchida de racimos cuajados de uvas
maduras que imaginaba tan sabrosas como la miel. Pasó algún tiempo imaginando la forma
en que podría subir a la parra para saciar su hambre con las apetitosas uvas, pero como
todos sus pensamientos y sus esfuerzos fueron baldíos y vio la raposa que le era imposible
alcanzar su deseo, consoló su desengaño diciendo:

-Aunque los vea tan hermosos, esos racimos están cuajados de uvas que aún están verdes
y agraces, por lo que, aunque las pudiera alcanzar, no las comería, de modo que nada
pierdo no pudiendo llegar a ellas.

Moraleja

Cuando algo está fuera de nuestro alcance, a menudo el ser humano finge despreciarlo
porque le resulta imposible de obtener.

2
El jìlguero y el murciélago de Esopo

Una noche, un murciélago oyó cantar a un jilguero que estaba encerrado en una jaula
colgada de una ventana. Se acerca a él para preguntarle:

-¿Por qué cantas de noche y callas de día? -¡Tengo mis razones! –Contestó el jilguero-.
Antes cantaba de día, y cantando estaba cuando me atraparon, por eso ahora, por
prudencia, canto de noche.

-No es ahora cuando deberías ser prudente, sino antes de haberte atrapado –le repicó el
murciélago.

Moraleja

A prudencia debe emplearse para evitar el mal, no para dolerse de él.

3
La paloma de Félix María de Samaniego

Una paloma sedienta tuvo la desgracia de divisar un pozo de agua desde la altura a la que
volaba. Sin medir más pensamiento, se lanzó hacia él disparada y dispuesta a saciar su sed.

Pero la mala fortuna quiso que chocara contra unas tablas, ¡porque el pozo no era tal, sino
una pintura!

Moraleja

La precipitación es mala consejera, y quien no se detiene a observar lo que aparece ante


sus ojos, puede ser víctima de una ilusión a veces dolorosa.

4
La fortuna y el muchacho de La Fontaine

Cansado de sus correrías y juegos, un muchacho se acostó a dormir al lado mismo de un


profundo pozo sin pararse a pensar que un mal movimiento en el sueño le podría arrojar a él,
y en él morir ahogado.

Por suerte para él, pasó por allí la diosa Fortuna y, al ver el peligro en que estaba el
muchacho, lo despertó con precaución:

-¡Muchacho! -le dijo-, en esta ocasión te salvo la vida, pero ten más cuidado en otra, pues si
te hubieras ahogado, como por tu imprudencia ha podido ocurrir, no a ti sino a mí echarían
la culpa.

Moraleja

Nada ocurre en el mundo de lo que no hagamos responsable a la fortuna, cuando suele ser a
nuestra imprudencia a la que deben cargarse las culpas.

5
La zorra y el león viejo de Esopo

Un león, tan viejo que era ya incapaz de procurarse la comida por la fuerza, decidió hacerlo
por la astucia y se buscó una caverna en la que se refugió, tumbándose en el suelo y
fingiéndose enfermo.

Cuando algún animal, picado por la curiosidad, entraba en la caverna, lo atrapaba y se lo


comía.

Eran ya bastantes los animales a los que la curiosidad había costado la vida cuando una
zorra, comprendiendo el engaño, se presentó ante la caverna del león y le preguntó cómo
estaba.

-Mal -contestó el león-. ¡Pasa y me harás compañía durante un rato!

-Lo haría -replicó la zorra- si no viera que hay muchas huellas de animales que entran y
ninguna de los que salen.

Moraleja

El hombre previsor advierte los peligros y los evita.

6
El sabio de Pedro Calderón de la Barca

Cuentan de un sabio que un día, tan pobre y mísero estaba, que solo se sustentaba de las
hierbas que recogía.

-¿Habrá otro -entre sí decía- más pobre y triste que yo?

Y cuando el rostro volvió, halló la respuesta, viendo que otro sabio iba recogiendo las hierbas
que él despreció.

Moraleja

Nadie es tan pobre que no puede encontrar en su entorno otro más pobre que él mismo.

7
La raposa y la máscara de Fedro

Estando el teatro vacío, penetró en él, para satisfacer su curiosidad, una raposa.

Lo estaba recorriendo cuando encontró, caída en el suelo del escenario, una de esas
máscaras que usaban los actores de tragedia en el teatro romano y que estaba formada por
la imagen del rostro del personaje al que representaban y una peluca que cubría el resto de
la cabeza del actor.

Era una máscara bellísima. Al verla, la raposa exclamó:

-¡Oh, qué bella es! –y al rato- ¡Pero no tiene seso!

Moraleja

Hay muchos a quienes la fortuna da belleza, gloria u honores, pero niega el sentido común.

8
El perro, el gallo y el zorro de Ysopet

Un perro y un gallo se hicieron amigos y marcharon en amistad por los caminos. Cuando
llegaba la noche, el gallo subía a la copa de un árbol y el perro se tumbaba a dormir junto al
tronco.

Un día, siguiendo el gallo su costumbre, anunció la proximidad del amanecer con su canto y,
al oírlo, un zorro salió de su escondrijo y corrió hasta el árbol desde el cual el gallo elevaba
su canto.

¡Qué maravillosa voz tienes! –Dijo el zorro desde el pie del árbol-. ¡Baja para que pueda
demostrarte mi admiración! Despierta primero a mi portero –le replicó el gallo, al tiempo que
lanzaba su canto más fuertemente aún.

Cuando el zorro dio la vuelta al tronco en busca del anunciado portero, se despertó el perro
y lo descuartizo.

Moraleja

Los débiles pueden usar de la inteligencia para protegerse tras los fuertes cuando son
atacados.

9
El manguito, el abanico y el paraguas de Tomas de Iriarte

Si querer entender de todo suele ser una sabiduría, servir solo para una cosa suele ser
ignorancia. Encima de una mesa de una casa de Salamanca, un manguito de lana, un
abanico y un paraguas o quitasol discutían.

El paraguas les dijo:

-Anda que menudas joyas que sois. Tú, manguito, en invierno sirves para algo, pero en
verano ni se te ve la cara, te dejan aparcado en un armario esperando al siguiente invierno. Y
tú, abanico, eres un objeto inútil, pues cuando se va el calor ya no sirves para nada. No
sabéis hacer nada más que una cosa, así que miradme a mí: en invierno sirvo de paraguas
y en verano de quitasol.

Moraleja

No está bien especializarse en una sola cosa, sino saber algo de todo para ser útil en todo
momento.

10
El príncipe y el halcón de Fréderic-Edward Plessis

En el jardín de su palacio, un príncipe dialogaba con su mejor halcón.

Blasonas de hermosura y no hay ave que venza tu habilidad de vuelo ni el valor de tu


corazón le dice-, ¿por qué, entonces, olvidas tus virtudes y persigues a tus hermanos más
débiles usando de todo tipo de engaños?

-Príncipe -respondió el halcón-, si soy artero, a vosotros os lo debo; vuestra cetrería es la que
me ha convertido en perverso.

Moraleja

Una mala educación vuelve malos a los buenos.

11
La rana y la gallina de Tomas de Iriarte

Desde un charco, una rana oyó cacarear a una gallina y le dijo: -¡Vaya, pero qué vecina más
incómoda tengo ahora! Y con todo el ruido que haces, ¿qué intentas demostrar?

-Que he puesto un huevo –respondió la gallina.

-¿Y por un solo huevo formas tanto escándalo? -Yo, querida rana, por lo menos pongo
huevos. Tú, sin embargo, te pasas todo el día y la noche croando sin parar y sin hacer nada.
Yo, porque sirvo de algo, lo público; tú, que de nada sirves, cierra el pico.

Moraleja

Al que trabajaba, puede perdonársele que lo pregone; pero el que nada hace, debe callar.

12
La cierva y la viña de Esopo

Una cierva, a la que perseguían unos cazadores, se refugió en una viña. Pasaron los
cazadores y la cierva, creyéndose ya a salvo de ellos, comenzó a mordisquear las hojas de
la viña, pero los cazadores no se habían ido lejos, sino que estaban buscando a la cierva por
los alrededores.

Uno de los cazadores, al ver que se movían las ramas de una cepa, pensó que por allí debía
andar algún animal. Avisó a sus compañeros y la cierva pereció bajo las flechas de los
cazadores. Al morir, la cierva exclamó:

-¡Bien merezco lo que me pasa, por haber respondido con mal a quien me había
proporcionado refugio!.

Moraleja

Quien perjudica a sus bienhechores solo puede esperar el daño que de ellos se derive.

13
El galgo y el cazador del Arcipreste de Hita

Un cazador tenía un galgo lebrero, corredor y valiente, que era la envidia de todos sus
amigos y motivo de orgullo para él, pues nunca salía de caza sin que el galgo se presentase
ante él sin una liebre, por ligera que fuese, o algún conejo o perdiz cuando no saltaban
liebres en su camino.

Y así fue durante años, pero un día, pasado mucho, mucho tiempo y cuando el galgo, viejo
ya, había perdido, con el vigor de la juventud, la velocidad de sus patas y la fuerza de su
boca, andando por el campo saltó entre él un conejo y, por más que lo intentó, no pudo darle
caza. Enojado, el cazador, su dueño, le dio una patada al tiempo que le decía:

-¡No vales para nada, galgo inútil!

Moraleja

La gratitud es flor de un día, pues pasado el tiempo tienden a olvidarse las razones que la
hicieron florecer.

14
La paloma y la hormiga de Jean de la Fontaine

Una paloma, que estaba bebiendo desde la orilla de un claro arroyuelo, vio caer en el agua,
ante ella, una infeliz hormiga que en vano se esforzaba por vencer a la suave corriente que la
arrastraba hacia el centro del arroyo.

Compadecida, la paloma tomó una brizna de hierba y se la alargó a la hormiga para que
pudiera escapar del agua.

Apenas se había alejado la hormiga una docena de pasos, cuando vio a un cazador que
disponía su ballesta para disparar sobre la paloma que se acicalaba en lo alto de un árbol.

Se apresuró la hormiga y cuando el cazador se disponía a matar a la paloma, ella le dio tan
fuerte picotazo en el talón que el forzó a abandonar su acción, lo que permitió que la paloma
le viese y emprendiese el vuelo.

Moraleja

La gratitud de los humildes puede llegar a valer tanto como la propia vida.

15
El asno y el saco de sal de Esopo

Un asno, cargado con un saco de sal, estaba vadeando un río cuando, por resbalar en el
légamo del fondo, se cayó, y con él su carga, dentro del agua.

Cuando se levantó, pudo comprobar que su carga era mucho más ligera porque- y eso él no
lo sabía -parte de la sal se había disuelto en el agua.

Algún tiempo después hizo otro viaje con su amo, esta vez con una carga de esponjas, y
quiso la fortuna que tuviese que vadear otro río.

El asno, recordando la afortunada ocasión anterior, hizo como que tropezaba y cayó al agua
con carga y todo. Para su desgracia, las esponjas se empaparon de agua y el peso de la
carga creció de tal forma que el asno no pudo levantarse del fondo y, pese a los esfuerzos de
su amo, murió ahogado.

Moraleja

Las añagazas urdidas por los ignorantes causan muchas veces su desgracia.

16
El campesino y la campanilla del Calila y Dimna

Todos los vecinos del pueblo de Bramapura estaban tan atemorizados que ni siquiera los
pastores llevaban a pastar a sus rebaños, a causa de que desde el bosque, que imaginaban
encantado, llegaba con frecuencia el sonido de una campanilla.

Un joven campesino, más inteligente y valiente que los demás, quiso acabar con ese temor y
se internó en el bosque para averiguar de qué se trataba. Cuando el sonido de la campanilla
llegó hasta él, venciendo su temor, se dirigió hacia el punto desde donde llegaba y pudo ver
que, en un claro del bosque, un mono jugaba con una campanilla, una esquila perdida por
alguna cabra u oveja.

El mono, asustado al ver al joven, dejó caer la campanilla y huyó, y este regresó al pueblo
riendo y tocando la campanilla que durante algún tiempo había aterrorizado a sus
convecinos.

Moraleja

Como la oscuridad de la noche, la ignorancia nos hace ver monstruos donde no hay más que
sombras.

17
El asno y el viejo de Esopo

Un anciano campesino recogía leña con su asno en el campo cuando escuchó el estruendo
de un ejército enemigo que avanzaba sobre la aldea en que vivía. Asustado por la llegada
del enemigo y agradecido a los años de trabajo que le había dado su asno, le aconsejó que
huyese.

-Escapa ahora –le dijo- para que no pueda adueñarse de ti el enemigo.

El asno, que estaba comiendo unas hierbas mientras su amo iba recogiendo la leña, se
volvió hacia él con indiferencia para replicarle:

-¿Crees que el vencedor ha de ponerme dos albardas? Cuando el anciano negó esa
posibilidad, el asno sentenció:

-¿Y qué me importa a mí a quién he de servir si habré de llevar la misma carga?

Moraleja

Para los pobres, solo cambia el nombre del amo cuando por azares de la guerra o la
fortuna, es otro el poderoso a quién han de servir.

18
La oveja y el lobo herido de Esopo

Cuando se alimentaba en unos pastos, un poco alejada del rebaño, una oveja vino a topar
con un lobo a quien unos perros habían dejado malherido y que, hambriento y muerto de
sed, se hallaba a punto de agonizar junto a unos arbustos.

-¡Socórrame! –, dijo el lobo-. Estoy hambriento y muerto de sed, pero si tú me traes de beber,
yo mismo hallarle la comida.

-Si te traigo de beber –contestó la oveja-, seré yo quien pague los gastos de tu comida.

Moraleja

El previsor acierta a ver las asechanzas que le tienden los malvados.

19
El zorro y el jabalí de Esopo

A la sombra de un árbol, un jabalí afilaba sus colmillos contra una piedra cuando llegó junto a
él un zorro.

-¿Por qué afilas tus colmillos, si no andan cerca los cazadores ni veo que te aceche peligro
alguno? –le preguntó.

-Lo hago precisamente porque no estoy en peligro –respondió el jabalí-.

Cuando lleguen los cazadores o me sorprenda el peligro, no tendré tiempo de afilarlos, pero
los tendré preparados para mi defensa.

Moraleja

No se debe esperar a que llegue el peligro para preparar la defensa.

20
El rey y el ministro

Un rey de Nepal se cortó accidentalmente un dedo con la espada mientras estaba de caza.
Empezó a quejarse del dolor hasta que su ministro le dijo:

-Majestad, no os preocupéis, pues tal vez haber perdido ese dedo sea para bien.

-Eso lo dices porque soy yo el que sufre terrible dolores y no tú –contestó el rey.

Y, encolerizado, mando prender y encarcelar al ministro por decir esas palabras ofensivas.

Algún tiempo después, el rey salió solo de caza y fue prendido por una tribu de salvajes que
comían carne humana, pero como le faltaba un dedo, pensaron que era defectuoso y lo
dejaron libre. El rey sacó a su ministro de la cárcel y le pidió disculpas reconociendo que se
había precipitado y que lo que le pareció en su día algo terrible, ahora le había salvado la
vida.

Moraleja

Muchas veces lo que parece una desgracia puede redundar en nuestro beneficio.

21
El erudito y el ratón de Tomas de Iriarte
En la habitación de este erudito famoso había un malvado ratón que solo se alimentaba de
las hojas ya escritas del autor. Llegó un día en que el escritor ya no aguantaba más, puesto
que no había un solo papel que se pudiera salvar de ser el alimento del roedor. Después de
ponerle trampas, ratoneras, y hasta gatos, y viendo que seguía sin poder salvar ni un solo
papel, decidió echar una sustancia venenosa a la tinta, solimán molido, para que el roedor se
envenenara y muriera.
Este método fue el único que resultó efectivo. Desde ese mismo día, el escritor pudo acabar
varios libros que tenía en su mente, pero que el ratón maldito no había dejado que él los
escribiera.
Moraleja
Hay casos en los que es necesaria la crítica severa.

22
La vaca, la cabra, la oveja y el león de Fedro
En un monte en el que vivían una vaca una cabra, una oveja y un león formaron sociedad
para ayudarse protegerse mutuamente.
Entre todos, cazaron un ciervo muy corpulento y se dispusieron a repartírselo. Hechas las
partes, el león habló así:
-Para mí esta primera parte porque me llamo león; la segunda me corresponde por ser el
más fuerte de los cuatro; la tercera me la dais voluntariamente porque puedo vencer a
cualquiera de vosotros y ¡ay, del que toque la cuarta!
Moraleja

La sociedad de los débiles con el poderoso solo a este le favorece.

23
El jilguero y el cisne de Tomas de Iriarte
En un lago andaluz le decía un cisne a un jilguero:
-¡Calla ya, pájaro vocinglero! ¿A cantar me provocas, cuando sabes que de mi voz la dulce
melodía nunca ha tenido igual entre las aves?
El jilguero seguía repitiendo sus trinos y el cisne continuaba diciendo:
-¡Qué insolencia! ¡Miren cómo se atreve a insultarme este musiquillo! Si con soltar mi canto
no te humillo, da mil gracias a mi gran prudencia.
-¡Ojalá que cantaras! –le respondió por fin el pajarillo-. ¡Cuánto no admirarías con las
cadencias raras que ninguno asegura haberte oído, aunque logran más fama que las mías!
El cisne quiso cantar, pero solo le salió un horrible graznido.
Moraleja
De nada sirve la fama si no se corresponde con las obras.

24
La muerte y el leñador de La Fontaine

Un anciano leñador caminaba bajo el peso de los años y el haz de leña que cargaba en sus
espaldas tratando de alcanzar la miserable cabaña en que vivía.

Vencido por el dolor y la fatiga, suelta su carga y, plantado ante ella, reflexiona sobre la serie
de desgracias que han jalonado su vida y la ausencia en ella de todo momento de placer. Al
cabo de un tiempo, convencido de que solo momentos aún peores puede ofrecerle la vida,
llama a la muerte.

-¿Qué quieres de mí? -le pregunta la muerte, que acude sin tardanza.
-Que me ayudes a cargar la leña -responde el anciano leñador, bien pensado.

Moraleja
La muerte todo lo cura... pero pocos son los que quieren que ese médico acuda a sanar sus
males.

25
El rey y la peste
Un rey árabe se encontró a la peste en mitad del desierto.
-¿Adónde vas tan deprisa? -le preguntó.

-Voy a Bagdad -respondió la peste- a segar cinco mil vidas con esta guadaña.

Unos días después, el rey volvió a toparse con la peste, que volvía de Bagdad, en el mismo
desierto.

-Me has mentido -dijo el rey-. Dijiste que segarías cinco mil vidas, pero mataste a cincuenta
mil.
-Yo no te engañé -se defendió la peste-. Segué cinco mil vidas y fue el miedo el que segó las
otras.

Moraleja
A menudo ser miedoso encierra un peligro mayor que aquel que nos asustaba.

26
La liebre y la tortuga de Esopo
Una tortuga y una liebre discutieron en cierta ocasión sobre cuál de las dos era más veloz y
fijaron un día, una hora y un lugar en el campo para la prueba.

Cuando se inició la prueba, la liebre, segura de su triunfo, se tumbó en el suelo y se quedó


dormida, convencida de que le bastarían unos momentos para recorrer el trecho que la
tortuga hubiese hecho durante horas. La tortuga, consciente de su lentitud, no dejó de correr
desde el primer instante con lo que, cuando la liebre quiso ponerse en marcha, ella ya había
llegado a la meta.

Moraleja

El trabajo y la perseverancia suelen obtener mejores triunfos que los dones naturales.

27
El juez y el bandolero de Tomas de Iriarte

Prendieron a un asesino mientras mataba a un caminante al que ya había robado. Estando


delante del juez, el asesino le explicaba:

-Señoría, desde pequeño fui un niño que se tuvo que valer pos sí mismo, robaba todo lo que
podía: relojes, capas, joyas, espadas y otras cosas de igual valor. Y cuando fui creciendo, al
serme más difícil robar sin más, decidí matar al que iba a robar para que asi no pudiera
delatarme. Así que su señoría, si llevo tanto tiempo haciendo esto, es porque no veo ninguna
culpa en ello.

Moraleja

La costumbre o tradición no debe autorizar lo que la razón condena.

28
La lechuza se muda de casa de Liu Xiang

En lo alto de la zarzamora donde la tórtola tenía su nido, se detuvo un día una lechuza, que
aparentaba ir de viaje.

--¿Adónde vas? –preguntó la tórtola.

--Me mudo a la tierra del este -contestó la lechuza.

--¿Por qué? –inquirió la tórtola.

--Porque a la gente de esta tierra no le gusta mi graznido y he decidido irme a otro sitio –
replicó la lechuza.

--Eso estaría muy bien si, al hacerlo, pudieses cambiar tu voz -le dijo la tórtola-; pero si no
puedes, allá donde vayas te encontrarás con el mismo problema: a nadie le gustará tu
graznido.

Moraleja

De nada sirve cambiar de lugar de residencia si no cambiamos nuestro modo de ser:


nuestros defectos nos acompañarán allá donde vayamos.

29
El oso y los viandantes de Esopo

Dos amigos avanzaban juntos cuando, en una revuelta del camino, tropezaron con un
gigantesco oso. Uno de los amigos, más joven y ágil, se subió a un árbol cercano y se ocultó
entre las ramas de su copa; el otro, incapaz de hacer otro tanto, se tumbó en el suelo y
se hizo el muerto, convencido de que los osos no se alimentan de cadáveres.

El oso llegó hasta el hombre que estaba en el suelo y retenía la respiración y todo
movimiento, y tras unos momentos, se alejó.

Cuando el que estaba subiendo al árbol vio que el oso se había alejado lo suficiente, bajó
hasta donde estaba su compañero de viaje.

-¿Qué te ha dicho el oso al oído? –le preguntó., bromista.

-Que no vuelva a viajar con amigos que me abandonen ante el peligro –respondió el otro.

Moraleja

Los verdaderos amigos se conocen en la desgracia y en el peligro.

30
Sócrates y su casita de Fedro

En la ciudad de Atenas, Sócrates se estaban construyendo una casa de muy pequeñas


dimensiones. Al verlo, un hombre del pueblo le preguntó:

-¿Cómo es posible que tú, Sócrates, conocido y admirado por todos, te construyas una casa
tan pequeña?

--¿Pequeña? -replicó el filósofo-. ¡Quisieran los dioses que pudiera llenarla de verdaderos
amigos!

Moraleja

Es corriente darse los unos a los otros el nombre de amigo, pero la verdadera amistad es
rara y contados son los auténticos amigos.

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