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Muchas de las ficciones novelescas del siglo XVI, sean libros de caballerías, de pastores,
moriscos, o de aventuras peregrinas, transcurren por los cauces idealistas.
La historiografía Diana de Montemayor una función cada vez más destacada en la vía del
arraigo de la novela española y europea. La interpretación literaria de las ficciones de
contenido morisco ha tenido en cuenta preferentemente las numerosas implicaciones de
orden histórico y social que presentan.
la materia de Bretaña que está en el origen de los libros de caballerías gravita alrededor de un
centro más o menos fantástico o soñado, que se encuentra en el norte (Ínsula firme, x ej); todo
el universo está compuesto de ínsulas y mares, ideal para las aventuras individuales del héroe.
No se puede homologar con ningún mundo conocido en la época.
Esto está en los primeros dos libros del Amadís, pero luego se va desviando hacia el oriente,
aparece Constantinopla que es morada del emperador. A partir de ahí se inicia en los libros de
caballería la larga y victoriosa aventura hacia el este.
La nueva materia no solo liquida el universo heredado sino también la magia, o haciéndola
desaparecer por completo o transformándola en una magia dualista sin gran significado. Poco
a poco no será otra cosa que un motivo novelesco más.
El amor será colocado detrás de la heroicidad (es también un valor heredado) y el nuevo y
principal valor será el de la catolicidad, el espíritu de cruzada.
Con esta nueva ordenación de valores surge la nueva estructura narrativa que llamamos libro
de caballerías; una estructura que admite variaciones, corrientes y aún estilos diversos.
(Todas las clases sociales leían libros de caballerías, existen al menos 70 libros y eran editados
y reeditados y republicados muchísimas veces).
Lo que interesa subrayar no es el éxito, que no fue una moda como creyó la crítica académica,
sino el nacimiento de lo que hoy entendemos por obra literaria. Hasta el Amadís (con
excepciones) las obras se presentan como algo más que obras literarias, son lecciones,
moralidades, historias, etc. Los libros de caballerías se presentan como lo que son, perfectas e
independientes obras literarias.
La estructura narrativa del libro de caballerías se caracteriza:
La Diana, como la égloga, se caracteriza por combinar el relato con el relato escénico y su
novedad consiste en haber ampliado las posibilidades del estilo común, adoptando técnicas de
inserción al modo bizantino. Se provoca la situación de narradores y oyentes que en el espacio
escrito introducen la oralidad de unos casos que se incorporan al marco principal para
transformarlo. Ello conlleva a una pluralidad de perspectivas y cambios de voz constantes en el
discurso.
La variedad es el signo genérico de la novela pastoril, por oposición a los casos únicos de la
sentimental o la picaresca. El cauce de la égloga nunca se agota, siempre se renueva, como la
estación amorosa en la que se sitúa. Su carácter introspectivo, analítico, descansa en los
monólogos en prosa y verso.
Tras la confluencia de los personajes en el libro IV la obra cambia de rumbo y presenta en sus
trancos finales el desenlace parcial de los tres casos amorosos planteados, dejando abierto el
de otros para una prometida continuación. El orden inicial se trastoca por un ritmo más
complejo, dinámico y abierto, menos interiorizado. Se gana en objetividad y la tercera persona
se adueña del relato mostrando la soberanía del narrador sobre lo acontecido.
En la diana hay una rica gama de registros. El autor hace hablar a sus personajes
convirtiéndolos por un lado en autores y narradores de sus propias historias, y por otro lado en
jueces, oyentes de las historias ajenas. Hace además que dialoguen consigo mismos, con los
demás y con el mundo.
A los primeros lectores del Lazarillo no se les pasaba por la cabeza que el libro que estaban
leyendo fuera una obra de ficción, como lo era, y no, como parecía, una historia veraz y
verdadera. Esto es porque aún no existían obras de ficción con los rasgos del Lazarillo en 1552.
El embuste tenía un límite. Al principio del relato nos dice que su madre estaba amancebada
con un esclavo morisco. En la época, era realmente imposible que alguien admitiera cosa
semejante y mucho menos que lo escribiera en un libro. Esta declaración pone en duda desde
el inicio la veracidad de lo relatado.
En adelante, solo un rasgo podía delatar la superchería y solo a los más sagaces: la
ensambladura jocosa de los materiales, que haría pensar en una construcción literaria antes
que en el fiel trasunto de una vida. Pero ahí no corría riesgo el autor porque la carta de Lázaro
imponía una inicial presunción de historicidad.
En los últimos párrafos del libro se resolvía todo. Lázaro manifestaba haberlo escrito, primero,
y a instancias ajenas, para referir ese “caso” sobre el que le pedían detalles y luego, por su
cuenta y riesgo, para dar entera noticia de cómo había logrado salir a buen puerto.
El lazarillo de Tormes conseguía que por primera vez en Europa una narración en prosa fuera
leída a la vez como ficción y de acuerdo con una sostenida exigencia de verosimilitud, de
realismo: invertía diametralmente la dirección realista de obras maestras como el Decamerón
o La Celestina: no camina hacia la realidad guiado por la literatura sino anda hacia la literatura
con el impulso de la realidad.
En el siglo XVI el grueso del publico tendía a reducir cualquier relato a un extremo de la
polaridad de la verdad y la mentira. Los doctos incluso no estaban muy seguros de como
estimar una ficción si contenía factores que pudieran pasar por verdaderos; el peligro de
confusión atentaba contra su concepción de la poesía, la historia y hasta la moral cristiana.
Pero el Lazarillo era la confusión misma: leerlo era una aventura enteramente nueva y el
propio texto proponía los términos de acuerdo con los cuales debía ser descifrado.
De principio a fin el incógnito del Lazarillo no hace sino definir y redefinir su libro como
historia, al tiempo que va adjetivándola con el mismo matiz contradictorio de Cervantes:
“Poética”, “imaginada”. La ficción como verdad. Para el autor se trataba de una paradoja. Para
los que vinieron después, conjugar ficción y verosimilitud en una narración en prosa fue el
arranque de la mayor revolución literaria desde la Grecia clásica: LA NOVELA.
El ciego enseña a Lazarillo a ayudar a misa, lo que le facilita la entrada al servicio del clérigo.
Pero ha sido para peor, la comida del ciego en comparación con la del clérigo era un banquete.
El clérigo tiene vista agudísima. El primer amo le mandaba por vino, al segundo “de la taberna
nunca le traje una blanca de vino”. La tupida red de simetrías emparenta los episodios de
fardel y el arcas. En ambos casos se trata de sisar.
En esta serie de primeros amos deberíamos, tal vez, ver un degradado contrafactum de los tres
tipos estamentales: el ciego integrado en el mas bajo (labradores), el clérigo en el de los
oradores y el escudero como un miembro de los defensores. Teórico ascenso en la escala
social que se corresponde con menos posibilidades y desciende también el punto de mira de
los objetivos inmediatos de lazarillo.
El ultimo modulo se reconoce, mas que por los tres nuevos amos (capellán, alguacil y
arcipreste) por los oficios del protagonista (aguador, porquerón y pregonero). De su contrato
con el capellán, Lázaro afirma que fue el primer escalón hacia la buena vida. Es decir que los
otros seis amos no han representado ascensión alguna pero sí la inteligencia y preparación
para ella.
Lázaro tiene trabajo ahora. El primer oficio, ser hombre de justicia, le parece peligroso y por
eso reniega del trato y lo hace indemne. Dentro de la serie es claro que el desempeño de cada
oficio prepara la consecución del siguiente: quien por su buena garganta triunfa como
aguador, podría ser un buen pregonero que venda vino mejor que nadie. Hay por último un eje
semántico de simetría que va acumulando carga desde la primera serie de tratados para
volcarla en el ultimo oficio. Es el asentar. Lázaro ha ido buscando un asentamiento definitivo
en la vida. El autor del Lazarillo procura que todo quede englobado en la estructura de 3+3+3.
Es evidente que para los lectores de su época uno de los rasgos más genuinamente cómicos,
maliciosos e intencionados de Lazarillo y uno de los que más claramente revelan el entronque
directo de sus raíces folclóricas y fuentes literarias es el que se refiere al oficio de pregonero
que ostenta el protagonista. Haber abandonado tantos oficios en los de encontrar el mejor y
más indicado para asentarse y contraer matrimonio y que este oficio resulte ser el de
pregonero es algo que el pícaro salmantino no había considerado mencionar en el prologo de
su autobiografía, y constituye, por tanto, una verdadera sorpresa para el lector, que éste no
llega a descubrir hasta el postrer capítulo de la obra.
La información que nos da el Lázaro maduro en el último capítulo de sus memorias sobre los
medios de que se ha valido para alcanzar la prosperidad de que goza en su oficio, altera el
perfil humano del personaje. Nos revela de pronto el abismo de vileza y abyección en que ha
caído al llegar a la edad adulta, caracterizada por la más absoluta falta de escrúpulos y la
perdida de toda conciencia moral.
Junto al sentido equivoco y ambiguo que tiene el hecho de que Lázaro se dedique a pregonar
los vinos del Arcipreste y que sea celoso de su mujer cuando se gana la vida vendiendo vinagre
por vino. El hecho de que el autor haya elegido el oficio de pregonero para Lázaro es un
pretexto para pasar revista a los vicios y defectos de la sociedad y para trazar una sátira
ingeniosa, hiriente y mordaz de la corrupción de todos los estados.
Con trazo vigoroso fija las imágenes que todavía hoy lo designan en la memoria colectiva. El
orden con el que las evoca nos deja entender que el soldado debe al hombre de letras el haber
salido del anonimato. Al insertar estos motivos inconexos dentro de la trayectoria de un vivir
coherente, los biógrafos del manco de Lepanto han obedecido a la lógica según la cual la vida
de Cervantes fue una lucha permanente contra una suerte adversa, marcada durante años por
desgracias y desaires, para desembocar en una apoteosis póstuma sin comparación alguna con
la de cualquier otro literario.
La teoría literaria de la época no se fijo casi en las obras de ficción en prosa y por eso los
géneros y terminologías son tan vagos. “Libro” e “historia” se usaban para lo que hoy decimos
“novela” (o romance). La palabra novela empezaba a introducirse con el significado de relato
breve. Pero esto era un indicio de la discriminación en ese campo.
Ortega y Gasset señaló hace mucho tiempo que las Novelas Ejemplares son, básicamente, de
dos tiempos diferentes: Relatos predominantemente realistas y los Basados en la imaginación.
Ninguna de las novelas es de un tipo o de otro completamente. Estas declaraciones fueron
debatidas y rechazadas por la crítica cervantina.
En lo que se refiere a los tipos mas frecuentes de romance, Cervantes cultivó dos con notable
éxito: el pastoril y el bizantino o griego. El más popular de la época, el de caballerías, lo utilizo
para sus propios y conocidos propósitos.
Cervantes se inicio en el arte de la escritura en prosa con un romance pastoril. La Galatea fue
la quinta obra de su clase que se publicaría en España desde la Diana de Montemayor. La
Galatea denota características típicas de su método narrativo: el encuentro fortuito con el que
principia una historia particular, narrada por un desconocido, frecuentemente por entregas, a
menudo con + de un narrador y con interrupciones en suspenso, etc. Situaciones, arquetipos,
etc vuelven a ser usados por el autor en obras como El Curioso Impertinente o El Celoso
Extremeño. Gelasia es un claro precedente de la pastora Marcela. En un gran escritor la
repetición no implica pobreza de imaginación sino todo lo contrario. En las diferencias vemos
las intenciones y en las similitudes las ideas reforzadas.
Sancho Panza y Don Quijote constituyen una pareja típicamente carnavalesca, que se apoya en
el contraste entre el gordo (el Carnaval) y el flaco (la Cuaresma). Este contraste se ha
empleado muchas veces. A él se refieren bajo la forma simbólica tanto en el Libro del Buen
Amor como la Segunda Égloga de Antruejo del Encina, etc.
De este contraste se vale Cervantes en varias ocasiones. Al principio de la obra, Don Quijote,
serio, largo y seco, contrasta con el alegre y barrigudo ventero que ha de armarle caballero. En
el episodio de la ínsula Barataria, el alto y enjuto doctor Pedro Reído de Agüero se opone al
repolludo Sancho Panza.
El mismo contraste es el que aprovecha el autor para dar vida a sus inmortales héroes y
precisar sus peculiaridades. Sancho es el campesino enraizado en la tierra manchega, definido
por su panza, dominado por su voracidad primitiva, por su amor al vino y rusticidad natural, las
exigencias naturales de su cuerpo, todas estas cosas se exaltan en época de Carnestolendas.
Don Quijote es todo lo contrario, lo que no impide que a lo largo de la historia (mas que nada
en la segunda parte) haya cruces entre los personajes. Cervantes nos representa un ser
cuaresmal, un cincuentón “seco de carne, enjuto de rostro, gran madrugador” “largo, tendido,
flaco, amarillo”. Se comprenderá que la definición del héroe en el prologo como el mas casto
enamorado corresponde a las mismas características puestas de relieve por el propio hidalgo
cuando jura “no comer pan a manteles, ni con su mujer folgar”. Este juramento es burlesco ya
que afirma una imposibilidad que traduce la esencia misma del personaje, como lo demuestra
su comportamiento frente a la liviana Maritornes.
La montura de Don Quijote esta en armonía con el hidalgo. Es una cuaresmal cabalgadura, un
rocín flaco, atenuado y hético. Rocinante, quintaesencia de los rocines, pero desgastado al
punto de no ser ya rocín como lo fue en otros tiempos. Así esta relacionado el hidalgo con el
universo.
La pareja Sancho- Don Quijote se halla reconstituida de tal modo bajo otra forma y lo que
particulariza esta nueva construcción es la manera burlesca de invertir las peculiaridades
acostumbradas del caballero y de la dama.
En un momento Sancho se cansa del maltrato del pueblo, recoge su asno y se marcha. No es
Sancho el que sale frustrado finalmente (de la aventura) sino el duque, quien no cumple con
sus obligaciones y en particular es un juez inicuo y desalmado como lo ilustra el caso de la
dueña, doña Rodríguez.