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XI Congreso ALAIC 2012

La investigación en comunicación en América Latina:


interdisciplina, pensamiento crítico y compromiso social.

Montevideo 9, 10 y 11 de mayo de 2012

GT 11 - Comunicación y Estudios Socioculturales

Es la comunicación, estúpido: Empoderamiento comunicacional


en las marchas estudiantiles.1

Claudio Avendaño Ruz


Universidad Diego Portales
Claudio.avendano@udp.cl
Resumen

El movimiento estudiantil chileno del 2011, impulsado por estudiantes


universitarios y secundarios, no sólo puede enfocarse en términos de su capacidad para
agendar públicamente los tema de la calidad y equidad educativa, sino que implica además,
otras dimensiones de tipo cultural, social, económico, político y también comunicacional.
Este aspecto no sólo es observable a partir de la cobertura mediática del movimiento, sino
también a través de la expresión/producción simbólica desplegada durante las marchas
convocadas desde abril del 2001 y que se realizaron nacionalmente una o dos veces por
mes hasta prácticamente fines de año. Las marchas se transformaron en el espacio
simbólico central de la Política de Comunicabilidad del movimiento, al mismo tiempo que
contribuyeron a visibilizar a los estudiantes como protagonistas de nuevos continentes y

1
Esta investigación en curso se pudo realizar por el aporte de la Friedrich Ebert Stiftung, específicamente el C3 (Centro de Competencia
en Comunicación par América Latina). Omar Rincón no sólo posibilitó el trabajo sino que verbalizo el titulo de esta ponencia. Agradezco
los comentarios y aportes centrales de Fernando Ossandón Lo demás – para bien o para mal - es cuento mío.

1
contenidos, inéditamente creativos en la sociedad chilena, con la excepción de movimiento
de los secundarios –antesala del actual- durante el 2006.

A partir de una etnografía de las marchas realizadas en Santiago y un registro


fotográfico y audiovisual de las mismas, la presente ponencia forma parte de una
investigación de tipo exploratorio que se encuentra en desarrollo (es más, el movimiento
continua ya durante el 2012), la cual busca desentrañar la dimensión comunicativa de las
manifestaciones en la calle del movimiento estudiantil. Estos hechos acontecen en el marco
del empoderamiento comunicacional (Phillippi, A. y Avendaño, C. 2011) de algunos
sectores de adolescentes y jóvenes, los cuales esbozan las transformaciones en la
participación ciudadana que comienzan a distinguirse en este principio de siglo.

Cabe destacar el carácter poliédrico de la comunicación desarrollada por los


adolescentes y jóvenes, que se anclan en recursos simbólicos de diferentes tipos, desde el
cuerpo hasta las murallas, pasando por performance, música y bailes. Todo lo cual se
registra en múltiples lentes que pertenecen no sólo a los profesionales de la comunicación
sino también a los propios sujetos participantes, quienes posteriormente se ocupan de
intercambiar sus testimonios en diversas plataformas digitales.

Introducción
Chile se vio involucrado durante el 2011 por un movimiento estudiantil que no sólo
permitió destapar las “debilidades” del sistema educativo formal y sus emotivas y dolorosas
consecuencias, sino también logró poner en cuestión algunos de los fundamentos del
modelo de desarrollo instalado en las últimas décadas. Aparentemente el crecimiento
económico del país y el relativo bienestar de parte importante de la población, junto a una
“estabilidad” política valorada interna y externamente, dejaron a la sombra el malestar
acumulado y la ácida molestia experimentada con el funcionamiento de ciertos aspectos
estructurales del establishment. En este caso los problemas asociados al financiamiento de
la educación, la cuestionable calidad de sus resultados y las tareas pendientes de una
inclusión social más universal a nivel universitario, fueron los elementos que provocaron
un movimiento social, acotado al comienzo, que se fue desplegando en el tiempo y a lo

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largo del país, llegando en algunos meses (a mediados de año) a obtener el respaldo del
80% de la población.
Uno de los recursos centrales del movimiento estudiantil fueron las masivas
marchas convocadas a nivel nacional, las que, además, de congregar a muchos adherentes
“no estudiantiles” se fueron constituyendo en un espacio comunicacional privilegiado, en
las que tanto los sujetos como sus grupos/colectivos pudieron expresar y producir
simbólicamente sus demandas y defender sus puntos de vista sobre la educación y la
sociedad en general.
La creatividad e innovaciones observadas constituyeron un atributo del movimiento
que no sólo sirvió para sus fines explícitos, sino que además generó un escenario en que se
desplegaron los jóvenes okupando los espacios públicos con continentes y contenidos
comunicativos hasta ese momento inéditos para la mayoría. La diversidad simbólica, la
autonomía cultural y el grado de compromiso identitario con sus demandas e ideales fueron
aspectos que no pasaron desapercibidos en las autoridades y en la sociedad. Así se
erosionaba, tal vez definitivamente, la imagen de los jóvenes individualistas, indiferentes,
poco participativos socialmente y, en cierta medida, egoticos.
En todo caso, este “movimiento ciudadano por la educación”, no acontece en el aire:
fue antecedido de otras movilizaciones durante fines del 2010 y comienzos del 2011, en
torno a temas medioambientales y derechos de las “minorías sexuales”, entre otros, los
cuales se iban articulando en torno a una hebra en común: el fuerte malestar con los abusos
de “los poderosos” y la falta de interés de las autoridades por buscar soluciones de fondo a
los problemas que “los políticos” habían contribuido a instalar o a permitir sin hacer nada al
respecto. El destape del masivo y silencioso fraude que venía aconteciendo en la
multitienda La Polar, que repactaba de manera unilateral las deudas de casi un millón de
clientes, trasformando cifras menores en compromisos impagables, fue la gota que rebasó
el vaso. Pero, para el movimiento mismo, un antecedentes clave es la frustración instalada
en los estudiantes secundarios (Instituto, Educación Media), ahora universitarios y técnicos
muchos de ellos, con los resultados de “la revolución pingüina” del 2006, quienes se
sintieron traicionados por la institucionalidad política al momento de procesar sus
demandas en sendas mesas de trabajo, pobladas de expertos, que se instalaron para
destrabar el conflicto. Dicho movimiento estudiantil fue también expresión de un rico
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repertorio simbólico que acompañó las “tomas” de colegios y demás formas “tradicionales”
de protesta en Chile, tal como se puede observar en la siguiente fotografía.

Movimientos sociales y Nuevos Movimientos sociales

Este tipo de comportamiento colectivo tiene – según Tilly (2010: 27-28) - tres
atributos que corresponderían a este concepto: a) un conjunto de reivindicaciones y
demandas colectivas dirigidas a las autoridades correspondientes; b) un abanico de acciones
sociales, lo que implica un cierto grado de asociatividad en función de un objetivo y un
repertorio de acciones que expresan las demandas explícitamente; y c)”manifestaciones
públicas de valor” que aseguren una cierta visibilidad al movimiento y la correspondiente
unidad interna de los sujetos convocados, en un periodo de tiempo relativamente extenso.

Probablemente el movimiento obrero y las luchas populares del siglo XIX y,


especialmente a comienzos del XX, asumen el carácter de movimiento social al que habría
que agregar ya en esos momentos movimientos estudiantiles como la paradigmática
Reforma Universitaria de Córdoba, en 1918. Este tipo de manifestaciones continuaron
hasta la década del cincuenta, declinando en los sesenta. Sin embargo, durante está década
y, con mayor énfasis, en los años setenta y ochenta surgen movimientos sociales con
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características distintas. Así las protestas sociales en torno a temáticas emergentes tales
como el medioambiental, indígenas, mujeres, “minorías sexuales”, derechos humanos, entre
otros. Esto no significa la desaparición de los movimientos sociales “tradicionales”
(laborales, gremiales, por la vivienda…) especialmente en dictaduras, sino que emergen
otros tipos de acciones colectivas. Obviamente esta es una periodización relativa pero que
ilustra las transformaciones en los movimientos sociales que es necesario subrayar
básicamente, asumiendo que las peculiaridades nacionales y regionales presentan una
realidad más compleja y no lineal.

Tal como señala Dos Santos (2001:180) los nuevos movimientos sociales (NMSs)
se caracterizan por: “La emancipación por la que luchan no es política sino ante todo
personal, social y cultural… Exigen una reconversión global de los procesos de
socialización y de inculcación cultural y de los modelos de desarrollo, o exigen
transformaciones concretas, inmediatas y locales…los NMSs tienen lugar en el marco de la
sociedad civil y no en el marco del Estado y, en relación con éste mantienen una distancia
calculada, simétrica a la que mantienen con los partidos y con los sindicatos tradicionales.”
Para Touraine (1997), el surgimiento de los NMS se acoplaría a cambios sociales
más amplios que se relacionan, además, con la erosión de ciertas categorías sociales que
resultan ser poco legibles para entender las nuevas dinámicas societales. Usar la
arquitectura conceptual propia de la sociedad industrial y de las luchas sociales que se
daban en su interior, implica asumir que el conflicto siempre tiene un carácter totalizador,
conlleva la reconstrucción radical de la sociedad lo que contrasta, según Touraine, con los
NMS que tienen otras preocupaciones e intereses y, por tanto, nuevas formas de
organización y visibilidad y que requieren otras categorías y conceptualizaciones que,
estando más asociadas a lo simbólico-cultural, permitan explorar espacios sociales
mediante herramientas analíticas que faciliten para comprensión del “emergente” sujeto
especialmente, en su dimensión subjetiva.. Touraine (1997:111) lo indica así: “Los suievos
movimientos sociales dan la espalda a toda identificación con una categoría social, apelan
al Sujeto mismo, a su dignidad o a su autoestima como fuerza de combinación de roles
instrumentales y una individualidad. Lo que supone el reconocimiento de la especificidad
psicológica y cultural de cada uno y su capacidad de creación...”

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Para Johnston, Laraña y Gusfield (2001) la tradición “estructural” en el estudio de
los movimientos sociales pone énfasis en factores macrosociales y, especialmente, en lo
político y organizacional de este tipo de comportamiento colectivo. La existencia de
demandas y objetivos claros y consensuados por los individuos que integran un
movimiento, conlleva dinamizar ciertos “repertorios de acción”, que contribuyen
racionalmente al logro de fines, a los que se adhieren los sujetos siguiendo pautas
“lineales”, deductivas y verticales, emanadas desde la orgánica dirigente. Frente a este
tipo de estructuras, han surgido otros tipos más bien centradas en la producción de
significados, es decir, más orientados al ámbito de las culturas, las ideas, identidad y la
construcción de orientaciones de acción colectiva de carácter más horizontales, en que la
adhesión (no la adscripción) al ideario implica, por ejemplo, prácticas de toma de decisión
grupales e incluso asambleístas.

En consecuencia, la construcción ideológica constante (ideas e intereses) y la


formación de la identidad colectiva sin perder de vista las individuales y grupales, son
aspectos centrales de este tipo de movimientos sociales, en que el sujeto es central para el
desarrollo del mismo. La vida cotidiana y no sólo el plano institucional constituyen los
espacios centrales en que los NMS comienzan a operar, transfigurando las prácticas y los
sentidos socioculturales propios de los espacios microsociales.

Nuevos movimientos sociales y comunicación.

Los NMS han tendido a traslaparse con los cambios en el sistema de comunicación
mediada, especialmente con el surgimiento e instalación de las TIC (Tecnologías de la
Información y Comunicación) especialmente con el desarrollo y “masificación” parcial de
Internet. Sin embargo, la relación entre comunicación y movimientos sociales se da
prácticamente desde el surgimiento de éstos y como parte de su política de visibilidad.
Todo movimiento social tiene al frente a uno o más antagonistas, que no sólo entraban el
proceso de dar respuesta positiva a las demandas o necesidades expresadas, sino que –al
mismo tiempo- lo hacen refugiándose en el poder (el gobierno, la empresa), invisibilizando,
cuando no distorsionando o re-significando de manera negativa al movimiento social y a
sus líderes. De allí que la lucha por constituirse como movimiento se transforme

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rápidamente en una lucha por la legitimidad, lo cual tiene como pre-condición existir, o sea,
obtener visibilidad suficiente como para afectar a quienes deben tomar decisiones en torno
de sus demandas. Por eso, la mayoría de los estudios reducen “la comunicación de los
movimientos sociales” a su lucha por aparecer y ser bien tratados en los medios masivos de
comunicación, cuando la dinámica socio-cultural y de comunicación sectorial, regional es
un factor muy importante. Afortunadamente, para los nuevos movimientos sociales, la
flexibilidad, variedad, interacción y capacidad de transacción asociadas al desarrollo más
reciente de las nuevas tecnologías (celular o móvil, Internet, redes sociales digitales),
facilitan esa dimensión “invisible” de la comunicación, tan importante como la que se juega
a nivel de los medios y las encuestas de opinión. En la época “industrial” de la
comunicación, es decir, caracterizada por procesos unidireccionales, con “mensajes”
producidos desde un centro” hacia un amplio espectro de individuos, anónimos, se tiende a
utilizar la comunicación mediada por los movimientos sociales para difundir, extender un
cierto conjunto de ideas e interpretaciones de la realidad, de modo de ganar terreno en el
espacio público, en el marco de organizaciones centralizadas y verticales.

En los movimientos sociales finiseculares y de este siglo, el sistema


infocomunicativo permite la interacción, la producción simbólica por parte de los mismos
sujetos y sus grupalidades, a partir las potencialidades que ofrece la comunicación digital.
(Jenkins, 2006) Sin embargo, esto no debe asociarse con la llamada “democratización” que
ofrecerían las TIC, ya que hay que considerar que las prácticas comunicativas están
socioeconómicas y políticamente situadas y, por tanto, dan cuenta de la desigualdad
estructural y la inclusión/exclusión digital. O sea, las TICs son también parte del problema,
no sólo de la solución.

No obstante y tal como se ha documentado (León, Burch y Tamayo, 2001) algunos


movimientos sociales han utilizado Internet para sus políticas de comunicación,
especialmente en aquellos casos en que la industria de la comunicación ha ninguneado o
manipulado la realidad, sea por apego a la autoridad, sea porque los movimientos
cuestionan aspectos estructurales del orden social. En este sentido Rheingold (2004:208)
habla de “multitudes inteligentes” para describir las prácticas de usos de tecnologías
digitales tanto en su vida cotidiana como en los movimientos sociales, tal como señala:
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“Las multitudes inteligentes son una propiedad emergente impredecible, pero al menos
parcialmente descriptible, que aflora a medida que aumenta el número de usuarios de
teléfonos móviles, el número de chips que se intercomunican, el número de ordenadores
que saben dónde están situados, el número de tecnologías que se incorporan al atuendo, el
número de personas que utilizan estos nuevos medios para inventar nuevas formas de sexo,
comercio, entretenimiento, comunión y, como siempre, conflicto.”

No obstante, también existe una mirada mediocentrista para entender la relación


comunicación y movimientos sociales en el contexto del actual sistema infocomunicativo,
lo que constituye una visión parcial de un fenómeno recurrentemente más complejo.
Reducir las prácticas comunicativas a los usos y producción simbólica de dispositivos
digitales y/o analógicos implica desconocer el sentido cultural, histórico y social de la
comunicación. Esta mirada instrumental se expresa en los análisis sobre la apropiación de
Internet, el hipertexto y, recientemente, de las redes sociales online como factores centrales
del éxito (o no) de ciertos movimientos sociales que usan prioritariamente las TIC para
coordinarse y visibilizar sus objetivos y demandas, así como para generar el apoyo societal,
de modo que otros grupos sociales comiencen a mirarlos con mayor simpatía. Millaleo
(2011: 102) después de analizar dos movimientos sociales en Chile concluye:

“En ninguno de los dos casos, las plataformas tecnológicas por sí solas alcanzaron a
levantar un movimiento social masivo, sino que se requirieron diversos niveles de
organización offline para lograr una movilización virtual. Por otra parte, en ambos casos,
los espacios públicos virtuales fueron concebidos como complementarios e instrumentales
para ocupar el espacio público que verdaderamente se buscaba ocupar, cual es el espacio de
las calles.”

Así también, el mediocentrismo no es más que parte de la matriz tecnológica que


desconoce las condiciones que generan el surgimiento de los movimientos sociales, el papel
crecientemente protagónico de los ciudadanos y el fracaso de ciertos modelos de sociedad
funcionales a la élite.

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Por tanto, asumir la comunicación como una dimensión central y más aún,
constitutiva de los movimientos sociales, implica entender la comunicación como un
aspecto basal de las sociedades contemporáneas. Incluso implican un presentismo, es decir,
olvidan que es fundamental enfocar diacrónicamente los movimientos sociales: el antes y
durante es básico.. En las investigaciones realizadas en Chile por Gamboa y Picheira
(2009) y Aguilera (2010) se observa que algunas prácticas sociales y comunicativas ya
estaban presentes en organizaciones y colectivos chilenos durante la década pasada.

En el contexto actual, la Sociedad de la Información tiene como eje central la


creciente fluidez y extensión de los procesos comunicativos, es decir, la producción,
distribución y usos de la información a través de los dispositivos digitales, lo que, entre
otras cosas, genera una integración de la producción material y la producción simbólica,
generando un alto grado de interpenetración, tal como lo observamos y experimentamos a
diario con la colonización de las marcas a nivel micro y macrosocial. Las marcas, que
surgieron desde los mercados, hoy día se extienden a otros planos, desde lo político
institucional hasta el llamado “mercado de la solidaridad”. Así también, al mismo tiempo
que se instalan las marcas se tiende a reducir del papel del Estado y los “anillos de
protección” (políticas sociales) a los ciudadanos.

En otro plano, la vertiginosa producción y circulación de información va


provocando en los sujetos un permanente esfuerzo por reducir la incertidumbre de los
contextos en que viven mediante, por ejemplo, la construcción de procesos identitarios que
otorguen estabilidad y coherencia a sus vidas, lo que implica movilizar recursos simbólicos
con la correspondiente reflexividad y autonomía del sujeto, tanto a nivel individual como
social. Esto puede significar, además, un factor de distanciamiento de la institucionalidad
que se expresa, por ejemplo, en la crisis de confianza en el sistema político partidista,
induciendo a la construcción - por parte de los sujetos y grupos - de sus propios sistemas
de creencias y de sentidos. Al mismo tiempo, una creciente diversidad de sistemas de
creencias que los sujetos construyen, pero que están dotados de una precariedad en los
niveles de adhesión. (Melucci, 2001). Lo anterior no implica desconocer la precariedad
laboral, baja calidad de la educación, la sobremercantilación de diversos ámbitos y, en el
caso chileno: un crecimiento con desigualdad
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En este contexto los movimientos sociales de estas últimas décadas no obedecen a
comportamientos colectivos “desviados” ni esporádicos, sino que constituyen una forma-
de-estar-socialmente-y-de-vivir-la-ciudadanía. Son tipos de comportamiento colectivos
alternativos a los sistemas de representación tradicionales que mantienen estructuras
verticales, relatos cerrados a la re-significación y que exigen una lealtad en el tiempo y en
las diversos dimensiones de la existencia del sujeto. La participación social (en cuestiones
e instituciones públicas) se pone también en entredicho, por parte de una ciudadanía cada
vez más empoderada, esto es, consciente de sus derechos y decidida a ejercerlos.

Así, los recursos simbólicos se van constituyendo paulatinamente en el foco central


de los movimientos sociales, en la medida que el conflicto no se da solamente a nivel
“estructural” en el sentido de domiciliado en lo económico-político, sino también en el
conjunto de interpretaciones que van construyendo los sentidos sociales para tanto la auto-
representación como par la interpretación de la situación cuestionada.

En consecuencia, los movimientos sociales tienen una dimensión simbólico-


reflexiva asociada necesariamente a los procesos comunicativos en un sentido amplio,
aunque también instrumental y, por lo mismo, asociados a en ciertas condiciones materiales
que facilitan o no el acceso a los medios de comunicación de masas, sociales, locales y/o la
Internet.

En términos generales los procesos comunicativos asociados a los movimientos


sociales tienden a darse al menos en tres sentidos. En primer lugar, en la elaboración de un
sentido de la situación a partir de una cierta lectura de la realidad conflictuada. Esto implica
libretear un relato que interprete alternativamente la situación tanto para los individuos
como para sus respectivos grupos/colectivos, de modo que una cierta narrativa movilice
tanto la subjetividad, como la diversidad sociocultural de lo que Melucci (2010) llama las
“redes sumergidas”. Las estructuras de las demandas no sólo implican un petitorio
específico y localizado, sino también una interpretación alternativa y legitimada del núcleo
del conflicto, que facilite la involucración y/o adhesión de los sujetos en periodos
relativamente extensos. El error de muchas autoridades “demandadas” por los movimientos
sociales es “leer” el conflicto sólo a partir del petitorio y no del relato que le otorga su

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sentido, vínculo emotivo y legitimidad a nivel societal.. De esto se deriva el uso de
estrategias de desgaste temporal del tipo-espera-que-se-cansen, que a la larga petrifican sus
propias capacidades de dar respuesta en el plano relacional-simbólico, mientras los agentes
de la movilización van reforzando (o no) su relato a partir de la inacción del interpelado.

Un segundo aspecto, son las competencias comunicativas del movimiento para


desmontar el conjunto de mecanismos que han naturalizado la situación que los líderes del
movimiento han re-definido como un conflicto. En este caso, la acción comunicativa
implica “quitar el piso” de un aspecto de la realidad que hasta ese momento tenía un cierto
significado compartido, producto del control social institucional. Hacer visible las
arbitrariedades, injusticias y precariedades devela una interpretación alternativa que fija
ciertas coordenadas simbólico-reflexivas que deconstruyen una arquitectura de creencias
que hasta ese momento se consideraba socialmente legítima y válida. En este caso la
comunicación se orienta hacia otros agentes sociales cercanos (política de alianzas) y a la
ciudadanía en general, de modo que se logren los apoyos necesarios que obliguen al
sistema político a sentarse a negociar, en términos al menos equilibrados de poder
simbólico. Se diferencia del punto anterior en que el plano comunicativo es más interno que
externo.

Un tercer aspecto implica usar los recursos de la comunicación para sostener en el


tiempo la adhesión de los sujetos. De no mediar este aspecto, éstos tenderían a involucrarse
en forma crecientemente parcial y, por tanto puede debilitar la capacidad de presión y
negociación. Lo relevante en este caso es generar condiciones comunicativas que impliquen
la producción y re-producción - por parte de los sujetos - de propuestas de significación que
den cuenta de sus formas particulares de significar el conflicto. Esto implica generar el
framing desde el cual los propios individuos y/o sus grupos puedan producir sus modos de
entender, vivir y simbolizar al movimiento. Así cada uno (y unos/unas) serán invitados/das
a compartir los universos simbólicos y dispositivos desde sus propias prácticas cotidianas
de comunicación. Todo movimiento tiene viabilidad en la medida que sus integrantes lo
sienten como suyo, como propio; y sus aliados y adherentes, lo aplauden como legítimo,
como guía a seguir, como compañero/a de ruta. de modo que sientan “que su” movimiento
es resultado de “su” reflexividad y autonomía y, por tanto, motorizado desde sus
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subjetividades. De estas maneras la pluralidad, creatividad y despliegue de innovación
serán atributos de los espacios sociales en los que se manifieste el movimiento. Así desde el
asambleísmo (en lo organizacional) hasta la okupación de la calle serán los escenarios en
que se muestren “ellos” y los “otros compañeros de viaje”, que se expresa en una
diversidad y pluralidad de re-presentaciones del sentido del conflicto. Por tanto, constituye
el mismo tiempo un locus simbólico-reflexivo de pluralidad, pero también domiciliado en
un determinado “marco de referencia” colectivo.

Los tres elementos anteriores: a) relato del sentido del conflicto b) desmontaje de
los mecanismos de “naturalización” y c) despliegue de las visibilidades subjetiva(s) y/o
grupales, formarán la así llamada Política de Comunicación de un movimiento. Sin
embargo, este concepto obedece y remite a lógicas verticales, deductivas y jerárquicamente
organizadas. Dan cuenta del conjunto de criterios, valores e instrumentos que, con un
sentido estratégico y táctico, se definen desde un centro de poder. Hay implícita en esta
mirada una baja porosidad para las dinámicas dialécticas que implica un movimiento social
plural y, una suerte de arteriosclerosis simbólica durante el tiempo que dure el movimiento.

Tal vez resulte más adecuado, por tanto, utilizar la expresión Política de
Comunicabilidad que da cuenta- como decíamos - de la auto-representación, reflexibidad y
autonomía de los propios sujetos, vividas en sus prácticas comunicacionales y mas o menos
alineadas en un framing orgánico colectivo alimentado por el relato básico que le da sentido
al comportamiento colectivo. Se trata entonces, de una diversidad auto-regulada en que los
particularismos están incluidos y legitimados.

Las marchas y la Política de Comunicabilidad del movimiento estudiantil chileno.

Tal como se mencionó anteriormente, las marchas constituyeron una de las formas de
protesta más relevantes del movimiento estudiantil chileno en el 2011. Comienzan al mes
siguiente del inicio de clases (abril) y se prolongaron hasta unas semanas antes del término
del año académico (diciembre). Junto a las “tomas” de establecimientos educativos,
implicaron la producción de un “quiebre” constante de la normalidad académica llegando al
extremo, por ejemplo, que muchos estudiantes secundarios estuvieran dispuestos a
”repetir” su curso o que los establecimientos decidieran concentrar en poco tiempo las
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actividades docentes programadas. Las marchas se desarrollaron en muchas ciudades,
especialmente las más “universitarias”, aunque también en las más pequeñas se realizaron
actos más localizados pero que tenían el mismo sentido. Eran convocadas por la
Confederación de Estudiantes de Chile (Confech), que agrupa a los universitarios y por las
diversas agrupaciones nacionales de estudiantes secundarios, entre estas la CONES
Algunas marchas contaban con permiso de las autoridades gubernamentales y otras fueron
prohibidas o limitadas geográficamente.

Aunque los convocados fueron - en su comienzo- los estudiantes, a poco andar se


plegaron los docentes a través del Colegio de Profesores y más adelante agrupaciones de
padres y apoderados. Sin embargo, también asistían y participaban otros grupos de jóvenes
y ciudadanos en general. Las marchas comenzaron en el otoño y terminaron casi en el
verano, las diferentes estaciones y los climas correspondientes no fueron facilitadores ni
obstaculizadores. Incluso una de las marchas de mayor concurrencia en Santiago se realizó
con lluvia y, dado el endémico centralismo santiaguino, se bautizó como “la marcha de los
paraguas.”

Dado el clima confrontacional implicado en cada una (= la marcha como


manifestación de fuerza tras un petitorio y una causa), el movimiento debió “ensayar”
diferentes tipos de convocatorias: marcha por la Alameda a La Moneda, marcha al
Ministerio de Educación, marchas lúdicas, marchas familiares, marchas de desobediencia
(cuando no se tenía permiso), marchas locales (para protestar en contra del Alcalde de
Providencia, el más duro en responder a las convocatorias del estudiantado), etc. Los temas
que convocaban a unas y otras fue también variando, o más bien, precisando con el tiempo:
Defender la Educación Pública, resolver los problemas de la Educación (pase escolar,
reconstrucción de colegios dañados por el terremoto) fueron decantando en un movimiento
por la Educación Gratuita para todos, de Calidad y sin fines de lucro.

La adhesión cobró ribetes internacionales, por iniciativa de las agrupaciones de


chilenos y chilenas residentes en diferentes partes del mundo. “Aguanten cabros” se pudo
leer en un gran cartel exhibido por cientos de con-nacionales en un parque, con la Torre
Eiffel como telón de fondo. La Copa América de Fútbol, jugada en Argentina, reunía a los

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chilenos fanáticos de “la roja” tras una gran bandera chilena en la que se podía leer
“Educación Gratuita”. Ningún espectáculo público se escapó de verse contaminado con este
sentido colectivo que recorría la sociedad y los hogares, de punta a rabo.

¿Qué comunicación en las marchas?

A continuación presentamos algunos de los aspectos más destacados de la


dimensión comunicativa de las marchas (proceso y producto). En función del espacio, no se
podrá matizar en algunos elementos interesantes, aunque esperamos que ofrezcan una
visión global.

Un aspecto que llama la atención es la ausencia de un punto de llegada en que los


dirigentes hacen uso de la palabra, previa presentación musical. Es la ortodoxia en este tipo
de actos. En los casos observados, los sujetos y colectivos sociales son los actores directos
de la puesta en escena comunicativa. Nos referimos a los recursos simbólicos pre-
mediatizados, aquellos que los sujetos y sus grupalidades son capaces de producir y
expresar en términos verbales/no verbales, y a los artefactos construidos y manejados
directamente por ellos. En cierto sentido los formatos en que el gesto, la oralidad y la
imagen adquieren mayor protagonismo frente al texto, al audiovisual o al hipertexto.

En cierta forma hay que situarse en un espacio de representación distinto al de la


comunicación mediada, algunos podrían pensar que anterior: tal vez una forma de cuasi-
resistencia, quizás tecnofobia. Sin embargo, la observación demuestra lo contrario: muchos
participantes llevan algún tipo de dispositivo comunicacional, desde un reproductor digital
de música hasta cámaras fotográficas y /o audiovisuales, pasando por celulares que son
accionados para el registro audiovisual y/o fotográfico. Generan, además, una inédita
vinculación entre algunos de ellos y el “espacio virtual”, es decir, las conexiones entre la
marcha y sus avatares en tiempo real y su inmediato “registro” en Internet a partir de
Twitter o más tarde, desde Facebook o Youtube. Se trata entonces de un locus híbrido –
usemos por ahora esta expresión – entre lo “real” y lo “virtual”, relaciones entre espacios
simbólicos que, para los jóvenes y adolescentes participantes constituyen los derroteros

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cotidianos de la comunicación. Práctica que colapsa o al menos pone en cuestión un
dualismo del siglo XX. Tampoco es una novedad para los participantes, sí lo puede ser
para otros grupos excluidos digitalmente o alejados por cuestiones de calendarios de
nacimientos.

Estos espacios híbridos entre off/on forman parte de su experiencia diaria, los
jóvenes simplemente se han desplazado a un contexto de acción colectiva, diferente a sus
dietas comunicativas, en que sus usos y contenidos responden a una finalidad distinta:
ahora dan cuenta de sus demandas/protestas y no de los espacios de
entretención/comunicación que les son habituales.

II

Durante las manifestaciones públicas del movimiento, especialmente en las


marchas, se puede observar que los recursos del poder simbólico utilizado por los jóvenes/
adolescentes y sus colectivos tienen un perfil alejado significativamente de las formas
tradicionales de las marchas, constituyen una expresión inédita de ocupar/okupar el espacio
público (las calles y los muros de las edificaciones) con registros propios de sus formas de
comunicar, comunicar-se y comunicar-nos intra-grupalmente.

En el registro etnográfico y fotográfico se observa que las gráficas utilizadas por los
jóvenes superan los límites de la expresión escrita tradicional/escolar de ideas, consignas y
convocatorias, más bien son el resultado de sus formas de comunicación propias del
lenguaje diario que usan y que forma parte del argot comunicativo generacional. También
se constituyen a partir de lo que son sus experiencias de escritura en alguna plataforma
digital: en el papel o el lienzo se escribe tal como chatean. Esto facilita la comunicación
entre los mismos participantes, cuando son adolescentes/jóvenes e invita a los sujetos de
otros grupos erario a familiarizarse en los códigos de los nuevos alfabetos, al menos a
escucharlos con asombro o con humor. Es evidente, además, que el dibujo y el diseño del
“texto” es un componente individual o grupal central, lo que distingue claramente el cartel
de estudiante del de otro sujeto o grupos de ellos, también de lo que hace un adulto. La
gráfica se plasma no sólo en el clásico cartel atado a un madero, ni tampoco en un lienzo
que sostienen varios manifestantes; se observa que en muchos casos son papeles que van
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sobre el cuerpo, tanto delante como en la espalda, insertos en los mochilas o también
“escritas” en las propias ropas o cuerpos. No hay una sola manera de decir mediante el
cartel, tampoco se asocia meramente a la expresión colectiva: una persona genera su propio
texto y se desplaza con él, dando cuenta de una propia forma singular de manifestar cuál es
su causa, el por qué está ahí presente, ante y con los demás.

III

Lo anterior, por tanto, da cuenta de una creciente individualización en la forma en


que está presente. Si bien es cierto se observan muchos grupos formales –y organizaciones
estudiantiles- que resultan de una cierta interacción anterior resultado de intereses u
objetivos comunes, es frecuente también que sujetos solitarios o solitarias marchen no sólo
engrosando las columnas de manifestantes, sino también utilizando recursos comunicativos
que den cuenta de sus propias razones y motivaciones. Así y de distintos modos, se
conocen las perspectivas personales que se tienen para protestar, la subjetividad, por tanto,
no se disuelve en un “nosotros” grupal, unitario (= único) tal como se vivían las marchas en
otras épocas. Por el contrario la propia visión/expresión tiene un valor en sí mismo,
mediante un despliegue simbólico: no se necesita de otros para participar. Incluso hay en
ciertos gestos desafiantes y re-marcados explícitamente que indican que la acción
individual tiene una fuerza y un lugar central en una manifestación pública. Pero también
16
los hombres y mujeres y sus innumerables registros simbólicos, que se desplazan por las
calles, comparten y se vinculan y conversan a partir del cartel o dispositivo que portan y
que le hace sentido a alguno de los otros. Las “conversaciones” se dan muchas veces de un
modo no verbal, por ejemplo, a partir de una mano con el pulgar hacia arriba se genera una
complicidad en la idea o la emoción expresada: se van conectando en el movimiento
multitudinario a partir de compartir singularidades que, como decíamos, se van
transformando en diálogos con otros y otras, a través de elementos transitorios pero
significativos, los cuales generan un “nosotros” y por tanto reforzando los sentidos sociales
y mundos simbólicos. Así, la marcha es también un espacio para re-conocerse y descubrir –
de manera pública- la causa que los convoca.

17
IV

El humor es también expresión de la subjetividad y la intersubjetividad en un


espacio percibido como libre, mediante gráficas que dan cuenta de los hábitos escriturales
propios del lenguaje formal e informal, incluyendo las gramáticas mediales y el hipertexto.
Este es un componente central en las manifestaciones lo que transforma el espacio y el
tiempo de la marcha en una ritualidad más cercana a la experiencia carnavalesca o a lo que
pasa en los tablones repletos de hinchas en un partido de fútbol. Humor en la expresión
visual, en las consignas (los lemas universitarios rematan todos con frases de explícito
contenido sexual), en las acciones. Esto no necesariamente debe entenderse como poco
serio o incluso frívolo, dirían algunos. Es cierto que puede generar un rictus de desprecio
por constituir prácticas políticas no logocéntricas. Sin embargo, ésta más bien responde a
viejas tradiciones de la cultura popular chilena y latinoamericana, en cierto sentido a la
matriz popular y generacional que utiliza el humor y la ironía como forma de expresión de
realidades fútiles y complejas.

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El humor constituye también una forma de relacionarse, en que el énfasis está en
poner como centro el-pasarlo-bien-al-estar-con-otros. Remite, por tanto, a un renglón de la
vida social experimentado por los sujetos como agradable y divertido. Y así, siendo las
demandas educativas el tema central para los manifestantes, el humor creativo es una forma
de reírse del poder demandado, implica bajarlo de los pedestales y monumentos y dotarlos
de atributos - en general- negativos que dan cuenta de un adversario que se desnuda de sus
recursos del poder y se lo hace cercano, frágil, risible y por tanto vulnerable. Es un
tratamiento doble: un adversario ridiculizado y, además, sometido a una resignificación
que enaltece sus defectos, transformándolos y dotándolos de un relieve grotesco.
Obviamente este recurso no sólo es utilizado en estos nuevos espacios, fue parte de las
formas de representación de cierta pintura de Goya, y en el contexto chileno, de la cultura y
de una cierta prensa popular vigente hasta el golpe militar de 1973, tributaria a su vez de la
Lira Popular de finales del siglo XIX y principios del XX.

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El humor, por tanto, si bien es cierto tiene una larguísima trayectoria en la cultura
popular (recuérdese a Boccaccio) se ha reinstalado en las manifestaciones de este siglo,
después de algunas décadas en que la izquierda tradicional chilena acopló la expresión y
participación política a la seriedad, solemnidad, al ceño fruncido y, nuestro caso, asimiló
marchar con desfilar. Tal vez, en las últimas décadas, la excepción lo constituye la franja
televisiva del NO y las concentraciones y marchas del Comando del NO del plebiscito de
finales de los 80.

Aunque las manifestaciones estén convocadas y participen mayoritariamente


estudiantes, también se observa la presencia de otros individuos y grupos que se sienten
involucrados o apoyan las demandas. No obstante, un aspecto relevante es la diversidad
interna entre los propios adolescentes/jóvenes, como cada uno acude con sus “ropas de
civil”, no con el uniforme escolar correspondiente (excepto en ocasiones que el uso del
uniforme ayuda a defenderse, como es el caso de las marchas no autorizadas). Es posible
observar a través de las vestimentas, cortes de pelo y dispositivos de comunicación a qué
culturas juveniles pertenecen (cuando así lo demuestran) y en estas situaciones y casos se
constata una variopinta heterogeneidad de grupos/colectivos a los que adhieren, que van
desde punk a hiphoperos, pasando por agrupaciones políticas minoritarias y colectivos
anarquistas (las juventudes políticas partidarias no gozan de simpatía en estas marchas

20
como para manifestarse). Por tanto, esta aguda diferenciación en un mismo espacio y
tiempo da cuenta, además, de la fuerza de la convocatoria que tienen las demandas
estudiantiles que facilita la convivencia, lo que genera una cierta sensación de nosotros en
un breve tiempo y pequeño espacio. Esta situación contrasta con las prácticas propias de
las culturas juveniles que justamente usan particulares espacios y momentos para reunirse y
distinguirse; en Santiago se puede constatar cómo jóvenes de determinados grupos okupan
parte de una calle para conversar, compartir y también exhibir a los otros sus diferencias de
estilo y modos específicos de pensar y sentir. En consecuencia, la diversidad en las marchas
ha constituido un ámbito de sociabilidad entre diferentes grupos, colectivos y, en ciertos
casos, culturas juveniles. Hasta las barras de los clubes de fútbol, que en las relaciones
cotidianas tienden a no encontrarse (incluso están signados por el antagonismo), se sienten
participando del mismo espacio, en el entendido que para constituir la identidad grupal,
tienden a lo contrario, es decir, a producir prácticas de distinción con respecto a los otros
jóvenes y al resto de la sociedad.

21
VI

Aunque las marchas constituyen un espacio de protesta, reforzamiento de ideas y


libertad de expresión, sentidos sociales y modos diversos y originales de comunicación, se
verifican modos de percibir y valorar otros ámbitos de la comunicación, específicamente
los medios masivos, entendiendo por tales a los medios industriales como la prensa,
televisión, cine, radio y revistas.

En general, las referencias que se hacen a estos medios masivos tienden a


concentrarse espacialmente en dos: la televisión y, en menor medida, la prensa. El relieve
que le dan a estos dos medios no es difícil de entender: por una parte, la televisión
constituye el medio masivo más utilizado para informarse y, por otra, se ha instalado en las
biografías de los sujetos como algo “natural”. En el caso de la prensa, su relevancia es
agendar la política pública de la sociedad chilena. No obstante, la valoración de los mismos
va en sentido contrario a la importancia que le asignan, es decir, los estudiantes son críticos
respecto a cómo han cubierto el movimiento estudiantil en particular, aunque también
tienen una visión muy negativa a los medios en general. Es frecuente, por tanto, que le
asignen, especialmente a la televisión, un rol manipulador en un sentido amplio; esto
significa que la globalidad de las propuestas de sentido de este medio son leídas y
significadas como operaciones de manipulación ligadas al interés de “los poderosos”.
Incluso proponen dejar este medio fuera de sus vidas, ya que constituiría un factor
contaminante de una experiencia existencial adecuada a sus valores particulares. En el caso
de la prensa, hay una evidente alusión a El Mercurio, que se expresa en un lienzo (Chileno:
el Mercurio miente) colgado en el frontis de la casa central de la Universidad Católica de
Chile y que refiere a un lienzo similar colgado a finales de la década del sesenta. En
términos de criticidad medial parece que funciona la memoria, además, de ser una consigna
precisa, breve y clara.

22
VII

No obstante esta posición crítica frente al sistema medial y, especialmente la televisión


contrasta con la utilización profusa de símbolos propios de las culturas mediáticas, de la
cultura pop. Se observa una apropiación de las significaciones difundidas en este ámbito,
pero re-usadas como recursos que, siendo manipulados y resignificados, pasan a constituir
un elemento más de comunicación para expresar sus propias demandas o ideas. En cierto
sentido es una expresión de la culture jamming (Lans, 2000), como ejercicio de resistencia
cultural. En este sentido, sus propias trayectorias personales y sociales al “interior” de la
cultura pop han estado pobladas de símbolos, eslogans, imágenes y gráficas que son
reutilizadas con otra finalidad - en este caso de protesta – porque son muy eficientes y
eficaces desde el punto de vista comunicativo, ya que constituyen el sustrato común tanto
como para la propia generación de estudiantes como sociedad en general. En este sentido
qué mejor - para relatar- que usar elementos simbólicos comunes, queriblemente familiares

23
y fácilmente digeribles para impulsar acciones comunicacionales que deben ser breves,
impactantes, lúdicas y placenteras. Dado que en una marcha, hay poco tiempo para
compartir un cartel, un lienzo, una música o una performance: es vital usar recursos
comunicacionales compartibles y agradables, que faciliten la conformación de un espacio
de ideas que promuevan la solidaridad interna de los participantes en torno a sus demandas.

Esto sucede a diferencia de pretéritas formas de protesta en que justamente se


renegaba de las expresiones de la cultura pop, incluso eran blanco de estudios que
denunciaban sus elementos ideológicos implícitos y subliminales. A nivel de los propios
sujetos tampoco se veía con buenos ojos –desde las culturas de izquierda y/o conservadoras
- que los individuos admitieran el consumo de cierto tipo de programa de televisión,
visionaran ciertos géneros cinematográfico o escucharan determinados cantantes o tipos de
música. Había una especie de muro divisorio que separaba las culturas políticas impulsoras
del cambio estructural y la experiencia simbólica de los medios masivos industriales
consumidos por los sujetos. Quizás sólo en los espacios privados se permitían los propios
sujetos el “pecado” de gozar de las expresiones culturales enajenantes.

24
En el caso de estas manifestaciones no existe tal separación, aunque tampoco
implica que los individuos y sus grupos sean consumidores naif de los mensajes
massmediáticos. Lo que se registra es la utilización con soltura, falta de culpa y con mucha
creatividad de símbolos pop útiles para expresar sus puntos de vista. Obviamente es una
ironía y una experiencia de humor.

VII

Quizás donde mejor se aprecia la nueva genética simbólica es en las performances


que se viven en las marchas estudiantiles y otras convocadas especialmente. Estas se
pueden observar por los espacios que se abren de pronto entre los sujetos que transitan y
25
que permiten ver/observar/ disfrutar de la puesta en escena que han preparado un grupo
reducido o grande de sujetos. Su heterogeneidad es evidente, van desde un par de jóvenes
que disfrazados uno de libro y el otro de signo pesos ($) que corren en una dirección de la
marcha pegándole el dinero al libro, luego en el sentido contrario el libro le da golpes al
dinero que huye entre la gente, despertando no sólo risas y aplausos sino también un
renovado y alegre entusiasmo. Hay también performances de grupos numerosos que con
muñecos de tamaño medieval representan a personajes que son objeto de críticas y burla.
Durante los meses de julio y agosto se percibió una recurrente utilización de la muerte y sus
símbolos asociados, para expresar el fin de un modelo educativo surgido con Pinochet, pero
también un ataúd se transformaba por otro grupo en representación del fin de la educación
pública. En este sentido similares constelaciones simbólicas tienen distinta significación
según el grupo que lo plantea. La música y el canto se hacen presentes en una gran variedad
de estilos y formas, aunque las batucadas y los grupos de baile religiosos son los
imperdibles. Esto además refuerza una de las características del movimiento estudiantil: su
diversidad bajo algunos objetivos comunes. Sin duda que estas manifestaciones artísticas
tienen a la base una inmensa diversidad de centros culturales y talleres ligados al mundo
estudiantil, escolar, universitario y/o poblacional.

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27
VIII

Caso aparte es la proyección de las performances hipervisibilizadas por Youtube, se


trata de acciones colectivas más actuales como los Flashmob. En este caso, a través de las
redes sociales online se convocó, por ejemplo, a un baile multitudinario de la canción de
Michael Jackson “Thriller”. Siguiendo con la saga de la muerte se instaló frente a La
Moneda un grupo de estudiantes adecuadamente disfrazados y maquillados para
coordinadamente iniciar el baile, aprendido en tutoriales disponibles en Internet. Sin
embargo, estos grupos ya habían realizado anteriormente acciones semejantes, pero en un
ámbito de entretención; lo distintivo es usar el mismo Flashmob pero acoplado e re-
instalado como acción dentro del movimiento estudiantil, así- como dijimos- los espacios
de la cultura pop se re-significan en clave de protesta.
(http://www.youtube.com/watch?v=6BF-XT6dQJU&feature=related)

Similar a lo anterior, pero apropiado del ámbito del deporte profesional fue la
maratón de las 1.800 horas. Consistió en trotar alrededor de La Moneda y en muchas otras
ciudades durante 1.800 horas, en pequeños grupos que se iban turnando y, que si bien es
cierto, partió con la participación de estudiantes, con el tiempo se fueron incorporando
profesores y ciudadanos que con zapatillas, pantalones deportivos y una o varias banderas
28
chilena contribuían a captar la atención sobre los 1.800 millones de dólares que, a juicio del
movimiento, se requerían para implementar una educación superior gratuita. Esto además
demuestra que las demandas estudiantiles se orientaban hacia otros espacios
socioeconómicos, más allá de la educación, en un sentido restringido a lo escolar.
(http://www.youtube.com/watch?v=cwsHrStLSyU)

IX

Finalmente la ubicuidad de los lentes es otro atributo del marchar. Caminar entre las
personas y grupos en las calles es, al mismo tiempo, observar y ser observado y, en este
último caso, no siempre por ojos sino más bien por lentes de todo tipo, desde cámaras
profesionales hasta celulares, pasando por cámaras familiares y de la policía. Marchar en
estas manifestaciones es estar constantemente expuesto al registro visual y audiovisual, en
este sentido supone prepararse para una cierta puesta en escena. Sin embargo, el espacio en
que son visibilizados no sólo es la televisión.. Ya no se trata de decir aparecí-en-la-tele sino
más bien: este-es- el- link- para-verme-en- Youtube/Vimeo…cuando quieras o puedas.

Por supuesto que la visualidad a través de los lentes tiene también un objetivo de
contención de la violencia policial o la de manifestantes más exaltados. En una perfomance
realizada en un Mall del sector alto de la ciudad, la detención de cuatro o cinco estudiantes
– músicos por fuerzas especiales de Carabineros era grabada en video, mientras la voz del
camarógrafo imprecaba a los funcionarios con frases como “te estoy grabando, no ha
hecho nada para que le pegues”, “¿dónde está tu placa, no veo tu placa?” “la patente de este
furgón es…” Muchas de estas grabaciones han llegado a manos de los tribunales de
justicia, en calidad de prueba, para respaldar –con éxito- la denuncia de actos de violencia
policial o uso desmedido de la fuerza. Generalmente, los canales de TV terminan
reproduciendo estos videos, que circulan antes profusamente a través de Youtube.

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Conclusiones (o ¿sinopsis?)

Como se trata de una investigación en desarrollo se exponen sintéticamente algunas


pistas para el ejercicio analítico correspondiente.

El repertorio comunicacional desplegado durante las marchas se relaciona con las


prácticas mediales y culturales desarrolladas por los sujetos cotidianamente. A partir de
éstos universos simbólicos crean e innovan en este nuevo espacio de participación
sociopolítico.

Hay una constante apropiación y producción simbólica de la matriz comunicacional


de la cultura pop y de otras formas de entretención masivas y populares como puede ser el
fútbol, aunque con una gran diversidad de continentes y contenidos simbólicos, tanto a
nivel individual como grupal.
La participación ciudadana se nutre de la subjetividad y los espacios intersubjetivos
en que habitan los sujetos, lo que implica – entre otros aspectos - una distancia crítica a los
sistemas institucionalizados en el ámbito político.

El exhibir y observar disfrutando constituye una forma-de estar que se extiende al


espacio virtual, a partir del registro de múltiples formas y tipos de lentes, al mismo tiempo
que constituyen dispositivos para “limitar” la acción policial.

El empoderamiento comunicacional de los sujetos implica una reflexividad y auto-


representación que se genera desde el propio individuo y que en los espacios de la
intersubjetividad va construyendo una matriz común que define el “nosotros” del
movimiento.

Para el mundo adulto e “institucionalizado “los registros observados constituyen un


espacio lejano y, a veces ilegible. Al mismo tiempo, que se comparten renglones

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socioculturales y simbólicos en función de la existencia de un conflicto en clave “nosotros”
y “ellos”: tan lejos, tan cerca.

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