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Economía I – 2013.

Miércoles 11 de Septiembre de 2013.


Complemento a la clase sobre fallas de mercado.

Como hemos dicho, para que el mercado funcione correctamente tanto la oferta como la
demanda deben reaccionar ante modificaciones en el precio. Pero para que esas respuestas
sean eficientes como el modelo de competencia perfecta predice, el precio deberá contener
toda la información necesaria. Es decir, sólo cabría esperar que las decisiones de los
consumidores (demandantes) y de las empresas (oferentes) sean eficientes en sentido de
Pareto, si ellas se toman a partir de los precios y si en éstos está contenida toda la información
necesaria (además de, por supuesto, darse los supuestos de que 1. existan muchos oferentes y
muchos demandantes, de modo de que ninguno tenga suficiente poder de mercado como
para imponer el precio; 2. el producto sea homogéneo, y 3. no existan barreras a la entrada o
salida del mercado). Por ejemplo, si un oferente quisiera subir el precio para incrementar sus
ingresos, no cabría esperar que ningún consumidor le compre teniendo otras alternativas
equivalentes (porque se supone que el bien es homogéneo). Y si quisiera bajar el precio para
quitarle consumidores a sus competidores, tampoco lo lograría, porque inmediatamente todos
los consumidores irían a comprarle a él (porque además de que el producto es homogéneo, en
el precio está contenida toda la información, es decir, todos los consumidores estarían
igualmente informados de esta situación y, como racionales y maximizadores que son, irían a
comprar allí donde estuviera más barato); nuestro hipotético oferente se enfrentaría con una
demanda excesiva, y como el mercado es libre, subiría el precio. Conclusión: en efecto, cabe
esperar que el resultado que arroje el mercado competitivo sea el más eficiente en sentido de
Pareto, porque ya no sería posible mejorar alguna de las partes sin perjudicar a otra: si pudiera
mejorar alguno sin necesidad de perjudicar a otro, pues eso demostraría que la situación
actual no es la más eficiente en términos paretianos. Por supuesto, subiendo el precio ya
seguro que los consumidores no se beneficiarían, así que aun logrando eso nuestro oferente
(cosa que, insisto, no cabría esperar) no se estaría en una situación más eficiente que la
anterior; pero si pudiera bajar el precio (algo que por todo lo dicho, tampoco ocurriría en un
mercado competitivo), los consumidores sí se beneficiarían… pero no lo harían los
competidores, de modo que, en efecto, parece no haber asignaciones más eficientes que las
del mercado perfecto.
Sin embargo, hay casos en los que no es esperable que el mercado arroje resultados eficientes.
Una externalidad es una situación en la que algún sujeto genera un perjuicio o un beneficio a
otro, sin haber pagado o sido recompensado, respectivamente, por ello. La externalidad será
negativa en el primer caso, y positiva en el segundo. Por ejemplo, A es una pastera que elabora
papel de celulosa y en el proceso arroja sus desechos tóxicos al río sobre cuya margen se
encuentra su planta industrial, contaminando el agua y el paisaje de las localidades vecinas. Si
ese daño no es contemplado y si se deja actuar al mecanismo “libre” del mercado, el resultado
no será eficiente en sentido de Pareto: digamos que A vende el papel a $100 el kg.; si el sujeto
B compra el papel a $100, pero por cada kg. de papel además debe gastar otros $100 en
tratamientos médicos y demás acciones tendientes a reparar o atenuar el efecto negativo que
esa producción le ocasiona, en realidad estará pagando $200 por kg. El precio al que el

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mercado asigna, es decir $100, representa una asignación no óptima, pues es B quien está
“financiando” parte de la producción de A. No se cumple entonces aquella condición de que
toda la información está en los precios, es decir, en los costos y en los beneficios. Puede que
hasta allí A esté en el mejor escenario posible, porque en sus costos no está teniendo en
cuenta un daño social que en realidad ocasiona, y el intoxicado B decididamente no está en el
mejor escenario posible, con lo cual ya no es cierto aquello de que en términos sociales se esté
en el mejor de los mundos posibles, como pretendía la “mano invisible” de Smith. De hecho, si
se lo piensa en términos paretianos puros, ni siquiera A está maximizando en este escenario,
pues la situación refleja que está vendiendo a $100 pero B está dispuesto a pagar $200 el kg,
de modo que para A la diferencia de $100 también puede ser considerada como un costo de
oportunidad.
Las externalidades también pueden ser positivas. Por ejemplo: Si el barrio residencial X paga
para que se lleve el pavimento y demás servicios a su zona, y si la obra pasa frente al barrio Y,
que nada paga por ello, X habrá pagado por el beneficio que habrá obtenido, pero Y no. Y se
verá fuertemente beneficiado por los nuevos servicios, incluso esto se reflejará en la suba de
los precios de los terrenos e inmuebles en su zona. Pero no habrá pagado nada por ello. De
modo que X habrá incurrido en los costos que calculó para obtener ciertos beneficios, pero con
ello generó más beneficios, beneficios que otros aprovecharon sin que esto repercutiera en
sus propios costos.
En un mercado perfectamente competitivo, toda la información debe estar contenida en los
precios, y “económicamente hablando” la información básica se reduce a costos y beneficios.
Podríamos por tanto definir a una externalidad como aquella situación en la cual los costos y
los beneficios no están siendo reflejados correctamente por los precios del mercado.
Ahora bien, ¿cuál es el problema con las externalidades? ¿Por qué decimos que son un
problema o una falla del mecanismo de mercado? Y finalmente, ¿cómo podrían resolverse o, al
menos, atenderse?
Las externalidades así definidas representan una falla del mecanismo de mercado, porque su
existencia hace que quien las produce genere costos que no paga, o beneficios en otros que no
pagan por ello, de modo que si estuviera maximizando sus beneficios lo estaría haciendo sin
computar en sus costos, o en sus ingresos, los efectos externos que ocasiona. Y en un mercado
perfectamente competitivo, supuestamente cada uno paga por los costos en los que incurre y
cobra por los ingresos que obtiene. Sólo entonces los precios reflejan toda la información.
Una manera de resolver este problema, es haciendo lo que el mercado no hace, es decir,
computando esos costos o esos beneficios. En el caso más común, haciendo que quien
ocasiona un costo social, pague por ello. Obviamente, el Estado es el actor que aparece en
escena en este caso.
Además de las externalidades, existe otra falla del mecanismo de mercado: los bienes públicos.
Un bien público es aquél que no presenta rivalidad en el consumo ni principio de exclusión. Es
decir, es un bien por cuyo consumo no se compite y por tanto no es necesario establecer
ningún mecanismo para excluir a otros posibles consumidores. El precio puede entenderse, en
este sentido, como un mecanismo de exclusión en el consumo: pagando el precio de la
mercancía, un consumidor excluye a otros competidores. Pero esto no se cumple en el caso de
los bienes públicos.

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Arriba dijimos que para que el mercado asigne eficientemente, los precios deben reflejar
correctamente los costos y los beneficios. Esto se basa en el supuesto de que los sujetos que
allí actúan lo hacen maximizando sus beneficios. Y a su vez esto se sostiene suponiendo que
aquellos sujetos son egoístas y racionales.
Un parque es un bien público en la medida en que no posea rivalidad en el consumo, esto es,
en la medida en que su consumo por parte de un “consumidor” no impida que otro haga lo
mismo. Dicho de otro modo, el parque será público si permite que un consumidor maximice su
utilidad y al hacerlo no impide que otro lo haga (en contraposición, si yo maximizo mi utilidad
comprándome un automóvil, con eso impediré que otro haga lo mismo con ese automóvil: lo
habré excluido de ese consumo).
¿Cuál es el problema que estos bienes ocasionan y cómo podría resolverse?
El problema de los bienes públicos, es un problema de incentivos: ningún oferente racional
estaría dispuesto a proveer un bien por el que ningún consumidor igualmente racional estaría
dispuesto a pagar por su consumo. Y por lo general, este problema se resuelve de dos
maneras: 1) el Estado de hace cargo de su provisión, entendiendo que se trata de un bien
suficientemente útil o necesario para la sociedad como para justificar su provisión, 2) haciendo
que el bien público cobre la forma de un “bien privado”.
A partir de 1 entendemos que un bien no es público por ser provisto por el Estado (es decir,
aquí “público” no equivale a “estatal”), sino que es provisto por el Estado, precisamente, por
ser público. ¿Qué significa 2? Pues que un proveedor “privado” (esto es, maximizador de
beneficios) estará dispuesto a ofrecer un bien público si algún provecho puede sacarle: esto
podría hacerse estableciendo un principio de exclusión donde no lo había: un precio por la
entrada al parque, por ejemplo, a cambio de cuidar y mantener el predio, o bien publicitando
que ese bien es provisto a la sociedad gracias a la gentileza o a la responsabilidad social de la
empresa Z.
El conocimiento (dicho así, en general) es un caso de bien público, porque su “consumo” por
un sujeto no disminuye el consumo o posible consumo por parte de otro. Imagino que Mario
está leyendo estas líneas, y supongo que estas líneas transmiten algún conocimiento cuyo
consumo satisface alguna necesidad de Mario, de modo que alguna utilidad él le encuentra.
Ahora bien, por el hecho mismo de que él esté ahora leyendo y “consumiendo” este bien no
significa que Paula, o Juan Pablo, o Ignacio, o Federico, o Víctor, o Fernando, o Romina, o
Renzo, o Martín, o Virginia, o Gabriel, o Pilar, o Eva, o Maxi, o Cindi (por favor, perdón si
alguien quedó sin mencionar), vean reducido o impedido su consumo. Por esta razón es que
ellos no están compitiendo por el consumo de este bien; si lo estuvieran, seguramente surgiría
algún mecanismo de exclusión entre ellos.
Algunos bienes públicos tienen la característica de alcanzar un punto de saturación o de
congestión, y a partir de allí sí surge algún mecanismo de exclusión. Si pretendo que mis hijos
asistan a determinada institución educativa, aunque allí consumirían conocimiento (disculpen,
estoy apretando la síntesis del tema, que es ciertamente complejo), que es un bien público, el
cupo de alumnos es limitado, de modo que existe allí competencia y por tanto mecanismo de
exclusión: orden de llegada, sorteo, arancel, etc. Esto se da independientemente de que la
institución sea privada o estatal, aunque, naturalmente, siendo privada el criterio de exclusión
se acentúa mucho más.

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