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RINCÓN DEL ESTUDIANTE

NÚMERO 4.
Por el MI Raúl Ocampo Vargas.

Durante el transcurso de la vida, podemos sentirnos afortunados si conocemos a


seres humanos maravillosos y estos dejan huella profunda en nosotros. El
ajedrez hermana a las personas en torno a la afición por el noble juego que
captura la sensibilidad de los que buscan en la vida el conocimiento de la
naturaleza humana. Existe un viejo dicho alemán que afirma que una persona
que ama la música no puede ser mala. Lo mismo puede decirse del que ama al
ajedrez. Baste con que se sepa que una persona ame al ajedrez, para que yo
pueda afirmar que esta no puede ser una mala persona, sino que es
esencialmente buena. En ocasiones, la diferencia de opiniones entre los
fanáticos de Caissa, ya sea en temas organizativos, federativos u otras
banalidades, nos hacen desviarnos, erróneamente, de esta creencia. Somos
humanos y débiles por naturaleza; pero no debemos engañarnos: un ajedrecista
es una persona sensible y afín a priori a otros ajedrecistas. Siempre me he
sentido afortunado de ser ajedrecista y por ello de haber convivido con
ajedrecistas. A través de mi práctica profesional como entrenador mantuve la
convicción de seguir en la práctica viva de los torneos, para así poder mantener
una sensiblidad de lo que sentían, sufrían y gozaban mis pupilos. Permitanme
relatar una breve historia, guardando respetuosamente todas las proporciones:
Se cuenta que un hombre santo por error, en su descuido mientras cavilaba,
pisó un hormiguero, sobresaltando a todos los pequeños seres que lo habitaban,
que de inmediato huían ante tan inesperado ataque. Viendo su error, este
hombre santo les dirigía unas palabras pidiendoles su perdón y lamentando el
daño que, sin querer, les había hecho. Otro hombre que lo acompañaba, le
decía: “Es inútil, no entienden tus palabras”. Las hormigas no modificaban su
pánico a pesar de lo que el hombre santo les decía. “Me gustaría que me
entendieran”, expresó. “¿Pero como saber como expresarte con ellas?” , le
interrogó su compañero. “Para saber como hablarles, necesitaría ser hormiga”,
le contestó el hombre santo. Dentro de la religión que profeso, la católica,
entiendo que una de las razones para que Dios se convirtiese en hombre y se
acercara a nosotros en la persona de Jesucristo, era para , sintiéndose hombre,
sufriendo y viviendo como hombre, podría comunicarse con nosotros de manera
tal, que a pesar de nuestra pobre comprensión, pudieramos abrevar de sus
enseñanzas. Toda proporción guardada, un maestro sólo puede ayudar a que
aprendan los alumnos, si siente y sufre como ellos, y puede así expresar sus
conceptos en su lenguaje. Mantenerse como un ser más allá de las viscitudes de
los torneos, solo empobrece su capacidad para apoyar el aprendizaje.
A veces uno tiene que abandonar la práctica del ajedrez, tan absorbente como
es, para emprender otras vocaciones, siguiendo el llamado de otros anhelos. Así
pasó con el Dr. Rafael Lonngi, que a los quince años de edad, a pesar de tener
un talento privilegiado para el ajedrez y ser uno de los más prometedores
jugadores mexicanos, emprendió la sacrificada taréa del médico y sicoterapeuta,
haciendo de su labor una entrega apasionada, en que no escatimó poner en
riesgo su salud para ayudar a otros seres humanos. Compartió la carga
emocional de sus pacientes y sufría con ellos en los laberintos intrincados de la
mente humana; agotando poco a poco las energías que la naturaleza le dió,
hasta perder su propia vida a una edad relativamente temprana. En los pocos
ratos libres que tenía, no dejaba de leer libros de ajedrez y conservaba una
amplia cultura ajedrecística y un afecto entrañable por las producciones de los
maestros clásicos, como en sus años juveniles. “Doctor Bondad” le nombraban
sus colegas y pacientes, pues se daba completo a ellos, sin importarle el
reconocimiento que, mezquinamente, la sociedad le negó; como se acostumbra
a quienes proponen nuevos métodos y caminos; máxime cuando sus éxitos
demostraban la certeza de sus proposiciones que hacían ver mal a los que ven
en la medicina más una forma de lucro que un instrumento para ayudar a sus
semejantes.
Como es costumbre entre los ajedrecistas de alma latina, su heroe era
Capablanca y sus lecturas favoritas eran las enseñanzas del genial cubano.
Me sorprendió la noticia de su muerte mientras me encontraba en La Habana,
compitiendo en el Torneo Internacional del ISLA, el 25 de agosto de 2000. Nunca
abandoné un torneo con mayor tristeza, necesitaba llorar mi duelo a su lado,
pues la pérdida que sentía, de ya no poder compartir unos momentos más a su
lado, me dolía en el alma. Las campanas no solo doblaban por él, sino por
muchos que, como yo, lo amaban.
En homenaje a él, para este triste Rincón, no podía sino elegir la obra póstuma
de José Raúl Capablanca, sus “Ultimas Lecciones”, escritas por el Gran
Maestro habanero el mes de febrero de 1942, justamente un mes antes de su
muerte, acaecida en Nueva York el día 8 de marzo de ese año.
Capablanca demuestra en sus escritos que estaba en la plenitud intelectual de
su vida cuando la muerte prematura le sorprendió. La circunstancia de la muerte
a edad relativamente temprana entristece más al saber que los que quedamos
nos perdemos de lo que aquellos pudiesen darnos aún. Es un sentimiento de
pérdida egoísta quizás, que solo puede consolarnos el milagro de la fé en que
nuestros seres queridos se transforman, no desaparecen, y la convicción de que
nos reuniremos de nuevo con ellos.
“Aprendiendo a Morir se aprende a Vivir”, fué el último trabajo del Dr. Rafael
Lonngi, sus últimas lecciones, que para un congreso de Tanatología escribiera,
y que compartiré gustoso con todo aquel que se interese en conocerlo y me lo
solicite, ya que se difundirá en la prensa especializada, un poco distante de la
ajedrecística.
Retornando al ajedrez, que tiene la magia de hacernos vivir muchas vidas en
una, les comentaré que el libro “Ultimas Lecciones” de Capablanca se ha
producido en muchas ediciones. La más completa quizás es la editada por el
INDER de Cuba en 1964, que incluye una biografía del Campeón Mundial de
1921 a 1927, escrita con amable sensibilidad por José Luis Barreras en La
Habana en Enero de 1962. Desgraciadamente Barreras sufre actualmente de
muy mala salud y son pocos los amigos que lo consuelan con sus visitas en su
amada La Habana. Su biografía de Capablanca la culmina con los siguientes
párrafos:
“José Raúl Capablanca colmó de glorias el nombre amado de Cuba, recibiendo
los más altos honores en todos los países del mundo; triunfos que siempre
asoció a la tierra que lo vio nacer. Capablanca terminó entre los vivos … Pero al
morir, comenzó su misión en la inmortalidad….”
A José Luis Barreras, la afición cubana y latinoamericana, le debe también un
homenaje en vida.
En cualquiera de sus ediciones, recomiendo al estudiante serio, adquirir este
libro “Ultimas Lecciones” que extractamos como estímulo para que intenten
conocerlo completo.
Complementando este Rincón, adjunto un extracto de un artículo de Vladimirov
aparecido en ruso en la Revista “64”, cuando aún existía la Unión Soviética y
que traduzco para facilidad de los lectores de habla hispana, sobre la práctica de
finales del sin par cubano.
Como un tácito reconocimiento al Campeón Mundial de la FIDE , Khalifman, al
que muchos quieren escatimarle su calidad notoria y su importancia histórica,
me permito presentar extractos de un trabajo realizado por su amigo y
entrenador Nesis, el libro “Táctica en la India del Rey”. Conocí a Nesis en
Innsbruck en 1987, cuando él formaba parte de la delegación rusa que junto con
Gipslis asesoraba a Gata Kamsky y Alina Galimova durante el Campeonato
Mundial sub 16. En ese tiempo Nesis era poco conocido entre la afición
ajedrecística de Occidente. Afortunadamente su rica produción literaria es hoy
día ya amplia y conocida por los lectores de habla inglesa, destacándose
algunos trabajos sobre la técnica de los finales y sobre la táctica en algunas
aperturas. Espero que para los lectores de habla hispana, la respetuosa
traducción que hago en el extracto motiven a que sea un poco más conocido en
la América nuestra.

Naucalpan, Estado de México a 1 de septiembre de 2000

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