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Pues bien, la gran cuestión tratada por Aristóteles en el seno de lo que él denominó
filosofía primera (entendida como teología) es si existe algún tipo de sustancia al margen
de los seres físicos. Su respuesta será siempre afirmativa postulando la existencia de
una entidad suprema, inmaterial e inmóvil, esto es, de Dios, entidad cuya existencia,
como ya hemos explicado más arriba, es rigurosamente demostrable a partir del hecho
del movimiento eterno de los cielos, movimiento que a su juicio requiere de la existencia
de un motor inmóvil. Dicho motor que mueve el universo no por tracción, mecánicamente,
sino, eróticamente, por atracción (y por ello mueve sin moverse, sólo como objeto del
deseo, de un deseo no recíproco) es una Forma pura (es inmaterial) y Acto puro (pues su
inmutabilidad es ajena a toda potencia) siendo su actividad una forma de vida. Es un
Viviente feliz, eterno y perfecto (una vida que ignora la fatiga, la vejez y la muerte). Su
vida consiste en la pura actividad contemplativa, en el ejercicio del pensamiento, un
pensamiento que se piensa a sí mismo (pues sería para él indigno rebajarse a
pensar en algo distinto de él mismo, por ejemplo el mundo, y por ello inferior).
Eternamente ensimismado, ajeno al Universo, mueve, como corresponde a lo bueno y
perfecto, como objeto de deseo y aspiración, como el fin o perfección al que aspira el
Universo y que éste imita con su movimiento eterno, regular y continuo. Es Dios, causa
del orden y principio del que pende el Universo y la Naturaleza.
La reflexión sobre cómo debe vivir y actuar el hombre es el asunto del que trata la ética
aristotélica. Los saberes prácticos (la ética pero también la política) son, junto a los
saberes productivos (las artes o técnicas), los saberes que tratan no de lo necesario,
de aquello que no puede ser de otra manera de cómo es (así, por ejemplo, que dos más
dos son cuatro o que el curso de los astros es circular, uniforme y eterno, lo cual es
estudiado por los saberes teóricos como la matemática o la física), sino de lo contingente,
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de lo posible, de aquello que puede ser de otro modo de cómo es (por ejemplo, hoy puedo
estudiar estos apuntes o ceder a la tentación de no hacerlo, estando en mi mano la
decisión de que acontezca lo uno o lo otro). Ante lo que es necesariamente no cabe más
que la contemplación. Por el contrario, ante aquello que puede ser de otra manera,
hay lugar a la intervención de la voluntad humana y por ello lo que finalmente suceda,
sea en el mundo haciéndose realidad, dependerá de mi elección (y así, siguiendo el
ejemplo anterior, el que yo finalmente conozca la ética aristotélica o la desconozca
dependerá de mi libre decisión). Por ello, de lo que se trata es que la intervención
humana sea la correcta, la más adecuada, algo que sólo podrá alcanzarse cuando el
comportamiento del hombre sea fruto no del impulso o de la rutina sino de la reflexión
cabal acerca de cuál es la elección más inteligente.
El objetivo de la ética es, por lo tanto, llegar a establecer los criterios que deben
orientar la conducta humana para que esta sea racional (para que este orientada por
la reflexión racional). Pero ¿cómo podemos llegar a saber cuáles son estos criterios? Lo
primero que debemos hacer, a juicio de Aristóteles, para determinar cuáles son esos
criterios es analizar la conducta humana. De ella, afirma el estagirita, se debe destacar
que su rasgo esencial es su carácter intencional, teleológico o finalístico. Toda
conducta se realiza siempre (a no ser que hayamos perdido la cordura, que estemos
locos) con la intención de alcanzar un fin (por ejemplo, estudio la ética de Aristóteles para
poder aprobar el examen). El fin que se busca puede ser también denominado “bien” y
por ello dirá Aristóteles que “el bien es aquello a lo que tiende una cosa” (en el caso que
nos atañe, el bien es como llamamos a aquello que buscamos conseguir cuando
actuamos de un determinado modo). El problema que se plantea es que el ser humano
persigue múltiples bienes o fines, muchas veces incluso contradictorios entre sí.
Además, la mayoría de los bienes no son fines en sí mismos sino meros medios para
poder conseguir otra cosa distinta de ellas (y así, aprobar el examen es un mero medio
para alcanzar el fin de aprobar la asignatura de filosofía, y éste a su vez un medio para
aprobar el curso, y éste para ir a la universidad, etc.). La cuestión que nos traemos entre
manos es si existe o no una jerarquía entre los fines perseguidos por los hombres, es
decir, si existe o no un fin superior y último al que se orienten y subordinen todos los
demás. La respuesta que da Aristóteles es afirmativa. Ese fin último y supremo es la
felicidad, la eudaimonía, siendo la ética aristotélica una ética eudemonista, una ética de la
búsqueda de la felicidad.
Pero ¿En qué consiste una vida feliz? Una vida feliz no es, desde luego, una vida
cualquiera sino una vida que merece vivirse, una vida plena, digna y satisfactoria. En esto,
probablemente todos los hombres estarían de acuerdo. Sin embargo, la controversia
surgiría entre ellos en cuanto hubiese que determinar en qué bien se cifra la felicidad.
Para unos, dicho bien, el fin último de la vida, sería el placer. Para otros, lo anterior
rebajaría y degradaría al hombre a una condición animal. Para aquellos sería la riqueza.
Para éstos, el poder. Para unos, la gloria. Para otros, la virtud o el saber, etc. Entonces
¿Cómo poder determinar cuál es el quehacer, la actividad que verdaderamente y más que
ninguna otra corresponde al hombre en cuanto hombre? O lo que es lo mismo. ¿Cuál es
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el fin último de la vida humana y por lo tanto dónde se halla el bien supremo para el
hombre? La respuesta de Aristóteles es de meridiana claridad: sólo en su misma
naturaleza, en la esencia humana, podemos encontrar la respuesta que buscamos. La
naturaleza como sabemos es un principio que determina cuál es la actividad propia de
cada ser. Dicha actividad no tiene otro fin que alcanzar la plenitud de su propio ejercicio,
no pudiendo ser la felicidad humana otra cosa, por lo tanto, que el cumplimiento de
aquella actividad que es intrínseca al ser humano por el hecho de ser humano. ¿Y cuál es
dicha actividad? Vivir, pero no cualquier tipo de vida (no se trata de vivir como una
planta o como un animal) sino vivir como un ser humano, esto es, vivir
racionalmente. Y vivir racionalmente no de cualquier manera sino esforzándose en
hacerlo del mejor modo posible, intentando alcanzar, si no la perfección, al menos
la excelencia en el obrar.
Pero continuemos hablando de la vida del hombre corriente pues muy pocos (en
realidad ningún mortal) puede vivir la vida de un sabio, esa vida más propia de un dios
inmortal dedicada exclusivamente a la contemplación. El problema para el hombre es que
no es una inteligencia pura (como son los dioses) sino un viviente corpóreo y un animal
social. De ahí, que el hombre tenga que desenvolver muchas otras actividades (la
mayoría sumamente engorrosas) siendo su obligación hacerlo lo mejor posible,
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virtuosamente. Estas actividades tienen que ver 1º con la procura de la salud y del
bienestar económico (para Aristóteles, la felicidad humana es imposible sin la
posesión de ciertos bienes corporales, materiales, simbólicos y afectivos: salud, placer,
riqueza, estatus social, poder y amigos, bienes que no son la virtud ni la dicha pero que
legítimamente las acompañan), 2º con el control y la regulación de las pasiones así como
3º con las relaciones humanas.
A las virtudes vinculadas con estas actividades (las 2º y 3º) las denomina
Aristóteles virtudes éticas o virtudes del carácter (pues éthos significa en griego
“carácter”). ¿Por qué existen dos tipos de virtudes, las dianoéticas y las éticas, y no una
sola virtud? A juicio de Aristóteles, el alma humana tiene dos partes: la racional y la
irracional (vegetativa y sensitiva). Las virtudes dianoéticas expresan la excelencia que
puede llegar a darse en la parte racional mientras que las virtudes éticas hacen referencia
a la excelencia de lo que en la parte irracional es accesible a las exhortaciones de la
razón. ¿En qué consiste dicha excelencia? En que el orden de la pasión, del
pathos, se someta al orden de la razón, del logos, a través de una educación moral que
construye la personalidad moral del individuo constituyendo hábitos y costumbres
duraderos (orden del ethos).
Aristóteles define la virtud ética como “el hábito de elegir un término medio relativo
a nosotros, el cual está determinado por una regla recta tal como la determinaría el
hombre prudente”. La virtud ética es:
3. Aquello que orienta la elección entre las distintas opciones que se nos presentan
hacia el término medio: la acción virtuosa se encuentra en un término medio entre
dos extremos reprobables, el exceso y el defecto (así, la virtud de la valentía es el
término medio entre la cobardía y la temeridad, o la generosidad el término medio
entre la prodigalidad y la tacañería).
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5. Determinada por una regla recta (orthos logos) tal como la determina el hombre
prudente: Aristóteles apela al consejo del hombre prudente (al phronimos)
como criterio vivo de esa regla recta; es decir, es la opinión y la autoridad moral del
hombre avisado y rico en experiencia, el hombre prestigioso o spoudaios, el
fundamento y la medida del valor.
Entre las virtudes éticas, Aristóteles concede especial atención a la justicia pues es
aquella vinculada con la regulación de las relaciones sociales (y no con la regulación de
las pasiones). Para el estagirita, podemos entender por justicia dos cosas distintas:
• por otro lado, la justicia hace referencia a la virtud que regula las
relaciones interpersonales imponiendo un trato igualitario de modo que a cada
cual se le dé lo que le corresponde. En el caso de los contratos y los
intercambios, así como en los delitos y las penas, la justicia exige que se
dé exactamente lo mismo que se recibe (esta justicia se conocerá con el
nombre de justicia conmutativa), mientras que cuando se trata de la
distribución política de cargos y honores, la justicia (aquí denominada
justicia distributiva) exige que no se dé a todos por igual sino a cada uno en
proporción a sus méritos.
Finalmente, Aristóteles no fue nunca insensible a lo rígida que es siempre una concepción
de la justicia que no atiende a la singularidad de cada caso particular (ya que las leyes o
las reglas que regulan las relaciones interpersonales son siempre generales y aplicadas
en algunos casos concretos pueden dar lugar a situaciones aberrantes de inhumana
injusticia). Para el estagirita, la igualdad debe amoldarse a las circunstancias particulares
que hay en cada situación concreta trastocándose, así, de abstracta igualdad en humana
igualdad, esto es, en equidad.
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Aristóteles llevó a cabo su reflexión sobre la vida social y el ejercicio del poder, sobre la
organización de la convivencia social y el gobierno de la ciudad, en una obra titulada
“Política”. Para Aristóteles, la política ha de ser considerada como la primera y más
fundamental de las ciencias, pues la política es, a su juicio, el saber acerca de los fines
más elevados para el hombre (fines en relación a los cuales los demás fines que éste se
pueda proponer son sólo medios). La ética, la otra ciencia práctica, debe, por esta causa,
subordinarse a la ciencia política, o, en puridad, ser considerada como una rama, como
una parte más, de un saber más vasto y amplio que versa genéricamente sobre en dónde
reside, en último término, el bien para el hombre. Para el estagirita, como no podía ser de
otro modo en un pensador griego de la Antigüedad, dicho bien supremo, que no puede ser
otro que la verdadera felicidad, se halla en la polis y por ello la ciencia que hace del bien
humano el objeto de su reflexión merece la denominación genérica de saber político.
Veamos seguidamente cuáles son las principales ideas de Aristóteles acerca de la polis,
ese marco de convivencia en la que el hombre puede desarrollarse moralmente
adquiriendo las distintas virtudes éticas que requiere para lograr la excelencia humana:
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• La familia: constituida
esclavos, etc.
por el patriarca, la mujer, hijos,
Las restantes formas de sociedad, fundamentalmente los grandes Imperios (ya sean
estos bárbaros como el persa o helénicos como el de Alejandro), no son sino formas
contra natura, aberrantes, de vida comunitaria.
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Para el estagirita, sólo la sociedad (la familia, la aldea y la polis), y ésta es la razón de su
prioridad y preeminencia (así como su razón de ser, su función, teleología o fin propio)
puede asegurar la vida de los hombres. Además, sólo la polis, la comunidad
organizada políticamente (la Ciudad-Estado) puede procurar que vivan bien, digna y
satisfactoriamente, esto es, virtuosamente. La anterioridad de la Ciudad se basa, por lo
tanto, en el hecho de que sólo la polis es autárquica, no encontrándose en la misma
situación ni el individuo a solas, ni siquiera la familia o la aldea,. Esta autarquía en el caso
de la polis no es meramente económica (como es en el caso de la familia y la aldea) sino
fundamentalmente ética y humana pues sólo en la Ciudad puede alcanzarse el reinado
del bien y de la justicia, la perfección última del ser humano. Por ello, la anterioridad y
prioridad de la comunidad no debe ser nunca entendida como si la polis fuese un fin en sí
mismo (la filosofía política aristotélica no es un burdo colectivismo sino un comunitarismo
republicano) sino considerando que sólo en una comunidad humana bien organizada
políticamente (en una polis o República) es posible la perfección moral y la felicidad de los
ciudadanos, la plenitud de la naturaleza moral y por ende social del ser humano.
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Como acabamos de ver, para A la finalidad del Estado es conseguir el bien común,
entendido como el bienestar material, la seguridad y el perfeccionamiento moral de los
ciudadanos a través de la práctica de la virtud. Sin embargo, A., siguiendo en esto
la mentalidad de la época, no consideraba que formasen parte del cuerpo de la
ciudadanía ni las mujeres, ni los extranjeros, ni los esclavos, llegando incluso a
legitimar la necesidad de la esclavitud aduciendo que en el orden de la physis
algunos hombres nacían predestinados a la esclavitud ya que su propia naturaleza
era esclava (de las pasiones o sólo válida para el ejercicio del más burdo trabajo manual)
frente al ciudadano, hombre de naturaleza libre, nacido para la contemplación y la
práctica de las virtudes morales, en especial, las virtudes políticas que hacen posible su
participación en los asuntos públicos.
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toma también en consideración el hecho de si los que gobiernan son un individuo, una
élite minoritaria o la mayoría de la ciudadanía:
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