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Julia VARELA FERNÁNDEZ

Pilar PARRA CONTRERAS


Alejandra VAL CUBERO

Memorias para hacer camino


Relatos de vida de once mujeres
españolas
de la generación del 68

Mujeres entrevistadas:
Cristina A LBERDI A LONSO , Jimena A LONSO MATTHIAS, María del Carmen COSTA GUTIÉRREZ,
Desideria CONTRERAS PARRA , Juana LÓPEZ VÁZQUEZ, Lourdes ORTIZ SÁNCHEZ, Ramona PARRA
MARTÍN, Rosa PEREDA DE CASTRO , Empar PINEDA ERDOZIA , Concha SELGAS MORALES y Aurora
(pseudónimo).

Fundada en 1920
Nuestra Señora del Rosario, 14, bajo
28701 San Sebastián de los Reyes – Madrid - ESPAÑA
morata@edmorata.es - www.edmorata.es

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© Julia VARELA FERNÁNDEZ, Pilar PARRA CONTRERAS y Alejandra VAL CUBERO
Cubierta: “Mujer libélula”, Madrid (2014), por Beatriz Palomero.
Técnica mixta. 30 x 30 cm. Reproducido con autorización.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser
realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de
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ninguna responsabilidad por tales cambios.

© EDICIONES MORATA, S. L. (2016)


Nuestra Sra. del Rosario, 14. 28701 San Sebastián de los Reyes (Madrid)
www.edmorata.es-morata@edmorata.es
Derechos reservados
ISBNpapel: 978-84-7112-826-3
ISBNebook: 978-84-7112-827-0
Compuesto por: M. C. Casco Simancas
Printed in Spain – Impreso en España

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Contenido

Agradecimientos

PRIMERA PARTE
Presentación. Julia V ARELA FERNÁNDEZ
Introducción
Familia y escuela
Adolescencia, primeros trabajos y matrimonio
De la producción a la reproducción social
Modos de subjetivación
a) El cuidado de los otros
b) Organizarse para la emancipación
Un nuevo escenario para la lucha por la igualdad

SEGUNDA PARTE. Conversaciones


1. Juana LÓPEZ V ÁZQUEZ. El empleo doméstico y la emigración a Madrid
2. Desideria C ONTRERAS PARRA . Los trabajos y los días en un pueblo de La Mancha
3. María del Carmen C OSTA GUTIÉRREZ. Las arduas tareas de las mujeres en la industria conservera
gallega
4. Aurora. El sueño libertario pervive bajo la dictadura
5. Concha SELGAS MORALES. El duro aprendizaje de un oficio y la lucha por la autonomía
6. Ramona PARRA MARTÍN. Lucha política y movilizaciones sindicales de mujeres en la industria textil
madrileña
7. Cristina ALBERDI ALONSO. La defensa jurídica de los derechos de las mujeres
8. Lourdes ORTIZ SÁNCHEZ. De las movilizaciones estudiantiles a la búsqueda de un nuevo imaginario
social emancipador
9. Rosa PEREDA DE C ASTRO. Nuevo periodismo y cambio social en la transición democrática
10. Jimena ALONSO MATTHIAS. El asociacionismo feminista y la lucha política contra la dictadura
11. Empar PINEDA ERDOZIA . La infatigable búsqueda de una sexualidad libre de tabúes

TERCERA PARTE. Estudios

De la dictadura a la democracia: Mujeres españolas de las clases populares en lucha por la


igualdad y el cambio social. Pilar PARRA C ONTRERAS
Los efectos devastadores del golpe militar
Asociaciones y resistencias durante el llamado desarrollismo
1. Asociaciones de Amas de Casa
2. Asociaciones de Vecinos

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3. El Movimiento Democrático de Mujeres
Mujeres y trabajo: El servicio doméstico
Tres sectores laborales feminizados: El textil, el calzado y las conservas
De la formación, el trabajo y las luchas, a la crisis del trabajo, la precarización laboral y el desempleo
El Feminismo en la transición española y su lucha por la emancipación de las mujeres.
Alejandra V AL C UBERO
Introducción
Primeras asociaciones de mujeres
La explosión del asociacionismo de mujeres en los años de la transición
1. Las Primeras Jornadas Estatales para la Liberación de las Mujeres
2. La Coordinadora Feminista del Estado
3. La irrupción de las mujeres en el campo de la cultura
Proceso democrático e institucionalización del movimiento feminista
1. El nacimiento del Instituto de la Mujer
2. Los Seminarios de Género en las Universidades
A modo de conclusión
Otras obras de Ediciones Morata

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Sobre las autoras

Julia VA RELA FERNÁ NDEZ es Doctora en Ciencias de la Educación por la Universidad


Complutense y en Sociología por la Universidad de París VIII-Vincennes. En la
actualidad es Catedrática de Sociología y Profesora Honorífica del Departamento
de Sociología VI en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad
Complutense.
Pilar PA RRA CONTRERA S es Doctora en Ciencias de la Información por la
Universidad Complutense de Madrid. Actualmente es profesora del Departamento
de Sociología IV (Metodología de la Investigación Social y teoría de la
Comunicación) en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad
Complutense de Madrid.
Alejandra VA L CUBERO es Doctora en Ciencias de la Información por la
Universidad Complutense y profesora de Comunicación Audiovisual en la
Universidad Carlos III de Madrid. En la actualidad se encuentra investigando e
impartiendo docencia sobre medios de comunicación en zayed University, en los
Emiratos árabes Unidos.

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Nota de la editorial

En Ediciones Morata estamos comprometidos con la innovación y tenemos el compromiso de ofrecer


cada vez mayor número de títulos de nuestro catálogo en formato digital.
Consideramos fundamental ofrecerle un producto de calidad y que su experiencia de lectura sea
agradable así como que el proceso de compra sea sencillo.
Una vez pulse al enlace que acompaña este correo, podrá descargar el libro en todos los dispositivos
que desee, imprimirlo y usarlo sin ningún tipo de limitación. Confiamos en que de esta manera disfrutará
del contenido tanto como nosotros durante su preparación.
Por eso le pedimos que sea responsable, somos una editorial independiente que lleva desde 1920 en el
sector y busca poder continuar su tarea en un futuro. Para ello dependemos de que gente como usted
respete nuestros contenidos y haga un buen uso de los mismos.
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Si quiere hacernos alguna sugerencia o comentario, estaremos encantados de atenderle en
comercial@edmorata.es o por teléfono en el 91 4480926.

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Agradecimientos

A las once mujeres que compartieron generosamente conmigo sus experiencias


vitales y su tiempo, y especialmente a Lourdes ORTIZ, sin cuyo estímulo no se
hubiese escrito este libro. Mi agradecimiento también a Ángel GORDO, Pilar PARRA,
Sandra VAL CUBERO, Carlos ALBERDI, María CARBALLIDO, María AVIZANDA, Cuqui VERA,
Natalia IZQUIERDO, Maite MARTÍNEZ, Beatriz PALOMERO y Fernando ÁLVAREZ-URÍA por
su inestimable ayuda, un agradecimiento que se hace extensivo a Paulo COSÍN
por su amistosa acogida en Ediciones Morata.
Julia VARELA

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PRIMERA PARTE
Presentación
Julia VARELA FERNÁNDEZ

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Presentación
Julia VARELA FERNÁNDEZ

Introducción
A las mujeres españolas que lucharon durante el franquismo para mejorar
nuestro modo de vida, y contribuir a la democratización social y política de
nuestro país, posiblemente les resultará difícil aceptar que en la actualidad,
cuando han transcurrido más de 75 años desde que finalizó la guerra civil
española, todavía no se hayan hecho realidad muchos de los ideales que
entonces consideraban no solo posibles, sino también necesarios.
España es hoy uno de los países europeos más golpeado por la crisis, y
también por las desigualdades sociales. Siguen existiendo diferencias importantes
entre hombres y mujeres, y también entre clases sociales, entre el mundo rural y
el urbano, entre la regiones ricas del norte y las regiones pobres del sur, y, desde
hace unas décadas, con la inmigración, entre ciudadanos nacionales y foráneos,
incluidos los inmigrantes sin papeles y refugiados.
Desde los años veinte, y durante la II República, todo un importante colectivo
de mujeres lucharon por la igualdad. En ese primer tercio del siglo XX surgieron
las pioneras de los movimientos feministas, mujeres que se manifestaron en
defensa de un derecho de humanidad que implica condiciones de vida dignas
para todos. Entre este colectivo de mujeres se encontraban algunos nombres
propios como los de Federica Montseny, Margarita Nelken, Clara Campoamor, y
Carmen de Burgos, pero también Carmen Baroja, y Zenobia Camprubí, o María
Teresa León. Éstas, y otras mujeres, confirieron una especial importancia, tanto
en sus luchas cotidianas como en sus libros, a la incorporación al trabajo, y al
reconocimiento jurídico de las mujeres. Consideraban, con razón, que sin trabajo
asalariado, que permite tener una cierta independencia económica, y sin leyes de
igualdad, las mujeres no podrían alcanzar una autonomía personal, ni poseer
instrumentos adecuados para intervenir en la vida social y política. Lucharon por
tanto a favor de la reforma del código civil, abogaron por la incorporación de las
mujeres a la vida política y laboral, y aconsejaron a las mujeres de su generación,
tanto a las proletarias como a las burguesas, la creación de asociaciones
culturales y políticas como la mejor forma de apoyarse mutuamente, y de

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defender sus intereses, los intereses propios de un colectivo sometido a la
dominación masculina.
Carmen de Burgos, por ejemplo, fue muy crítica con el influjo de los
confesores eclesiásticos, y con las asociaciones que habían puesto en marcha los
jerarcas de la Iglesia, así como con los sindicatos de acción católica, que estaban
consiguiendo un gran éxito de afiliación entre las mujeres. A su juicio esa
subordinación de las mujeres a los eclesiásticos tenía efectos nefastos, pues eran
los pastores de almas quienes menos las estimulaban para que trabajasen fuera
del hogar y para que lograsen pensar por sí mismas1.
Tras la Guerra Civil española la mayoría de las mujeres de mi generación,
cuando éramos jóvenes, no conocimos las contribuciones de estas feministas, ni
las de muchas otras de la llamada edad de plata de la cultura, mujeres de
distintos ámbitos, que rompieron con los estereotipos dominantes, y empezaron
a hacerse visibles en el espacio social y político. No tuvimos acceso a sus libros,
ni a su historia, lo que pone bien de manifiesto el especial empeño de la
Dictadura para borrarlas de la memoria colectiva, y a la vez el machismo
entonces imperante. Curiosamente leímos antes a Simone de Beauvoir, a Betty
Friedan, y a otras feministas extranjeras, que a ellas, y solo más tarde nos
encontramos con sus valiosas vidas y escritos. La memoria de sus luchas había
sido arrancada de la historia2.
Este libro aspira a objetivar cómo las mujeres, de la que denominaremos
generación del 68, salieron a flote en tiempos difíciles, y siguieron luchando por
la emancipación de las mujeres, y por la democratización de la sociedad. Para
ello se ofrecen aquí las conversaciones con once mujeres provenientes de las
clases populares y de la burguesía, que son el resultado de sucesivas entrevistas
que he realizado entre los años 2013 y 2015. En ellas se recoge una parte de sus
trayectorias biográficas. Con la publicación de este libro, que cuenta también con
los cuidados estudios de Pilar Parra y Sandra Val Cubero, se desea mantener viva
la memoria histórica para que las generaciones más jóvenes no se sientan tan
perdidas y sin referencias como lo estuvimos las generaciones de mujeres que
nacimos y fuimos jóvenes durante la Dictadura del general Franco. Son Memorias
para hacer camino, para avanzar hacia una sociedad más justa, son relatos,
narraciones, confidencias autobiográficas que muestran, como señalaba Antonio
Machado en su famoso poema, que se hace camino al andar.
Las entrevistas reunidas en este libro adoptan la forma de historias de vida, y
constituyen materiales que nos ayudan no solo a conocer los avatares singulares
de la existencia de las once protagonistas que aquí nos hablan con un alto grado
de libertad, sino también a comprender mejor los cambios sociales y políticos por
los que ha pasado la sociedad española desde la guerra civil hasta la actualidad.
Sus testimonios no solo enriquecen nuestra comprensión del presente,

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constituyen también un estímulo para avanzar en el futuro en un proceso de
profundización de la democracia española.
El escritor chileno José Donoso abre su libro, titulado Conjeturas sobre la
memoria de mi tribu, con una cita de Giuseppe Tomasi di Lampedusa en la que
afirma que debería haber una obligación impuesta por el Estado para que todas
las personas de una cierta edad escribiesen sus memorias, y poder así recoger
“materiales preciosos” que contribuyesen a objetivar, y por tanto a resolver, los
problemas de la humanidad. No hay memorias, por insignificante que sea la
persona que las escribió, que no encierren valores sociales y expresivos de la
mayor importancia3.
Una de las primeras evidencias que observamos, a partir de las experiencias
vitales de las mujeres entrevistadas, es que España fue, y sigue siendo, un país
plural, que engloba diferentes mundos sociales, sin duda muy distantes entre sí,
de modo que la vida de estas mujeres, comenzando por su socialización
temprana, varía notablemente de unos lugares a otros, de unas clases sociales a
otras. Es muy distinto haberse criado en una familia de la burguesía madrileña,
en una casa con una nutrida biblioteca, a haber nacido y vivido en una modesta
casa, en un pueblecito aislado del mundo rural, en donde la agricultura
tradicional, o la pesca tradicional, aún conformaban el grueso de las relaciones
sociales. La educación formal, la cultura, la socialización de cada una de estas
mujeres es diferente, y cada una de ellas nos muestra los valiosos aprendizajes
que ha ido realizando, así como el peso de la posición social de partida en el
transcurso de su vida. El origen social, que se expresa a través de las condiciones
materiales y morales de existencia, opera con fuerza en la formación de la
llamada “personalidad”. Los orígenes ejercen un gran peso en los destinos, nos
orientan hacia el trabajo manual o el trabajo intelectual, y en muchos casos hacia
formas de distinción o hacia posiciones de relegación. La pretendida total
autonomía del yo, promovida entre otros por todos aquellos que nos aseguran
que todo está en la mente, oculta que nuestra singularidad es el resultado de
interacciones y de redes sociales que regulan y dan sentido a nuestra existencia.
Vivimos en un mundo cada vez más individualizado, en el que la ficción de un yo
totalmente autónomo nos impide percibir el enorme peso de las clases sociales y
de las relaciones de clase en nuestras vidas. El espejismo de una psicología
desvinculada de lo social crea falsas expectativas ancladas en una especie de
omnipotencia del yo, lo que sirve no solo para generar muchas frustraciones y
más dependencia al introducir a los sujetos en una especie de nebulosa irreal,
sino que contribuye también a convencernos de que estamos solos, es decir,
oculta que dependemos de los demás, y que hasta los sentimientos más íntimos,
celosamente guardados en nuestro interior, están atravesados por las relaciones
sociales. Únicamente si aceptamos una sociabilidad constitutiva de nuestra

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singularidad nos sentiremos fuertes para un trabajo en cooperación, un trabajo
bien hecho basado en la ayuda mutua.
Me ha parecido necesario presentar los relatos de vida de estas once mujeres
respetando al máximo el registro de las conversaciones grabadas. A diferencia de
muchos sociólogos que trocean las vidas de sus informantes en función de las
distintas dimensiones a explorar, dimensiones tales como la familia, la educación,
las amistades, el trabajo, las asociaciones de mujeres, etc., he considerado que,
para intentar objetivar los pros y los contras de la transición a la democracia en
nuestro país era preciso no desvincular las narraciones de vida de las mujeres
entrevistadas de su propia historia personal, de su trayectoria, en suma, articular
sus memorias y sus recuerdos en el marco global de la historia social y política.
Cada una de las mujeres que hablan en este libro han accedido generosamente a
ser entrevistadas, y se expresan aquí con nombre propio, a partir de su identidad
específica, pero a la vez nos hablan desde mundos sociales que conforman los
límites y posibilidades de sus propios discursos. Las lectoras y lectores de estas
memorias podrán encontrar en estos relatos, a partir de su propia experiencia
personal y de sus propias trayectorias de vida, nuevos significados, y poner en
relación dimensiones que posiblemente nosotras hemos sido incapaces de
percibir. En todo caso es preciso dejarse interpelar por estas conversaciones para
hacerse preguntas, y también para encontrar respuestas, sin renunciar a la
complejidad del tiempo en el que nos ha correspondido vivir.
La escucha atenta de estas voces permitirá apreciar cómo cada una de ellas ha
ido construyendo su visión del mundo, su propia “identidad”, y resulta revelador
comprender el peso que han desempeñado en sus vidas el ambiente familiar en
el que han vivido, el tipo de educación que han recibido, su formación
profesional, el grupo de iguales, la elección de la profesión, la aceptación o
resistencia frente a una presunta servidumbre voluntaria… Y también resulta
perceptible algo que se hace especialmente visible en algunos casos: el influjo de
la orientación ideológico-política de sus padres en sus estilos de pensar y en sus
modos de vida.
La violencia franquista, la privación de libertades, aparece especialmente
encarnada en toda su crudeza en los primeros años de vida de las mujeres de las
clases populares que coinciden con la sórdida postguerra, con la etapa del
franquismo generalmente caracterizada por el nacional-catolicismo. Eran tiempos
de omnipresencia policial, tiempos en los que los sindicatos de los trabajadores
eran ilegales, y éstos trabajaban en condiciones muy precarias. Pero también los
relatos de las mujeres de las clases acomodadas nos hacen conscientes de los
enfrentamientos, huelgas y luchas que sufrió este país en los años sesenta y
setenta. En ellos se subrayan momentos de especial tensión como el Estado de
excepción o la matanza de Atocha.

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La España que surgió de la derrota del régimen republicano estuvo lastrada por
crímenes y violencia. Según algunos historiadores del franquismo entre el 1 de
abril de 1939 y el 30 de junio de 1944 se produjeron más de 192.000
ejecuciones legales, pero los pelotones de fusilamiento y las ejecuciones
incontroladas fueron incontables. Miles de soldados y familias republicanas
pasaron la frontera con Francia en donde, en muchas ocasiones, fueron recibidos
por las autoridades de la frontera del país vecino y encerrados en campos de
concentración situados en las playas y vigilados por soldados senegaleses. Las
clases trabajadoras perdieron a sus representantes más lúcidos. Se calcula que
durante y después de la guerra civil unos seis mil maestros fueron ejecutados, y
unos siete mil conducidos a prisión o depurados. Los claustros universitarios
quedaron diezmados por las depuraciones y el exilio, pues centenares de
profesores, junto con artistas e intelectuales emprendieron un doloroso éxodo
hacia México, Argentina, y otros países que los acogieron. El 12 de marzo de
1938 se restablecían los efectos civiles del matrimonio religioso y la Ley del 23
de 1939 abolía el derecho al divorcio4.
El franquismo fue para las clases populares, al menos hasta el Plan de
Estabilización de 1959, un tiempo de cartillas de racionamiento y de privaciones.
España era entonces una sociedad eminentemente agraria, autárquica, en la que
se retornaba a los peajes y fielatos del Antiguo Régimen. Algunas familias tenían
dificultades para pagar la luz, o el carbón para calentarse, y para poder cocinar. El
franquismo, con sus premios a la natalidad, identificaba a las mujeres como
paridoras de hijos para la patria5. Las familias eran extensas, de modo que en la
época también era habitual que algunos de los hijos de familias numerosas se
criasen en la casa de otros familiares, ya fuesen tíos, primos o hermanos
mayores. La enfermedad de la madre o del padre suponía en aquellas
circunstancias un terrible golpe. A través de estos movimientos en el interior de
las familias percibimos la existencia de una sociabilidad densa, de unas fuertes
redes de solidaridad, que en cierto modo se han perdido. Gracias a esas redes
muchos pudieron sobrevivir, y resistir.

Familia y escuela
El régimen franquista, el nacional-catolicismo, se apoyó sin duda en sus
comienzos en dos pilares básicos, en dos instituciones de socialización primaria:
la familia y la escuela. La formación de las nuevas generaciones dependía
directamente de estas dos instituciones que se vieron tuteladas de cerca por la
Iglesia católica. En el caso de los niños de las villas y ciudades una parte de su
tiempo libre lo pasaban en los hogares del Frente de Juventudes, y las niñas en
los hogares de la Sección Femenina, fundada por Pilar Primo de Rivera, hermana

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del fundador de la Falange. A la vez, toda una serie de sacramentos,
sacramentales, rituales y cultos, como el matrimonio, el bautismo, la
confirmación, las primeras comuniones, la asistencia a la misa, la confesión, las
misiones, los rosarios de la aurora, el rezo diario del ángelus, los rosarios
cotidianos, las procesiones, las flores de mayo a María, la catequesis y otras
prácticas proporcionaban a la Iglesia católica una omnipresencia y una
centralidad excepcionales. Además los eclesiásticos, a través de la confesión y de
la dirección espiritual, no solo se adentraban en las conciencias de los individuos,
sino que también extendían sus redes ejerciendo un fuerte control en el interior
de los hogares familiares. En ocasiones los certificados de buena conducta que
expedían los párrocos podían ser decisivos para encontrar un trabajo, recibir una
beca, u obtener una vivienda protegida. Se producía en ese primer franquismo
una especie de retorno al espíritu de cruzada, al Concilio de Trento, una
rememoración de la Contrarreforma católica. Era el triunfo del bien sobre el mal,
de la verdad sobre el error, de los fieles sobre los infieles, de la verdadera religión
sobre la masonería y el comunismo que la ley del 1 de marzo de 1940 obligaba a
reprimir sometiendo la persecución de estos delitos a un tribunal especial. Pero
para la perpetuación de la verdad verdadera era necesario un nuevo
adoctrinamiento de niños y niñas que serán los hombres y mujeres del mañana.
La formación católica estaba destinada a forjar buenos cristianos y respetuosos
súbditos. Una vez más los enemigos a combatir eran el demonio, el mundo y la
carne, y entre los peligros del mundo ocupaban un lugar privilegiado los
enemigos de la religión, así como sus pastos envenenados. Durante los años
cuarenta y primeros años cincuenta, durante la etapa autárquica de la dictadura
franquista, se cerraron las fronteras, se prohibieron muchos libros, las obras de
teatro eran minuciosamente sometidas a las tijeras de los censores, las películas
y las lecturas eran objeto de una estrecha calificación moral por parte de
párrocos y funcionarios celosos… No había libertad de expresión, ni libertad de
asociación, no había libertades, reinaba el ordeno y mando propio de un régimen
dictatorial, militar. España se convertía, como señaló Dionisio Ridruejo, en un
desierto político6.
Las mujeres debían retornar al redil de la casa y dedicarse a procrear, a cuidar
de la prole y del marido, el cabeza de familia. De ahí que muchas de las tareas y
profesiones que realizaron las mujeres durante la guerra se viesen entonces
prohibidas por el Fuero del Trabajo del 9 de marzo de 1938. Sin autonomía
económica, y con posibilidades prácticamente nulas de divorciarse, o de obtener
del Tribunal de la Rota, en el Vaticano, la anulación matrimonial, dependientes
del padre, si estaban solteras, o del marido, si estaban casadas, la subordinación
de las mujeres a las autoridades era total. Sus tutores tenían que darles permiso
incluso para poder ejercer aquellas profesiones que se fueron abriendo paso para

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ellas, profesiones tales como maestra, farmacéutica, enfermera, limpiadoras en
los hospitales, cuidadoras de los mayores en los asilos…
Como ya se ha señalado, al finalizar la guerra civil la depuración de maestros y
maestras había sido feroz. Era preciso separar a los buenos maestros de los
malos. Pero esas fronteras se establecieron también entre las propias familias
que aislaban a las ovejas negras. De ahí el sentimiento tan fuerte de integración
familiar en torno a unos valores compartidos, y la desconfianza hacia todo lo
exterior que muestran algunos relatos.
A través de nuestras protagonistas vemos que ese cuidado extremo en seguir
los pasos de niñas y adolescentes no solo era característico de las familias de las
clases populares, sino también de la burguesía. Las hijas jóvenes únicamente
podían salir fuera de la casa si iban acompañadas y eran cuidadosamente
vigiladas. Todas las entrevistadas se refieren al machismo reinante en la época, y
al autoritarismo del que hacían gala los varones de su entorno, incluidos los
propios padres. En contrapartida, la madre aparece como una figura muy
importante de socialización, sobre todo para las mujeres de las clases populares,
pues es la que cuida a los hijos y se interesa especialmente por su educación,
mientras que el padre pasaba muchas horas fuera de casa, en el trabajo, y
cuando no estaba trabajando solía ir los estadios de fútbol, a la taberna, a jugar
a las cartas o a reunirse con sus amigos. En la vida cotidiana la importancia de la
madre era fundamental, una madre que en casi todos los casos intentaba
adaptarse a ese ideal de mujer de su casa, de reina del hogar, tan prodigado por
el aparato propagandístico del régimen7.
Si nos detenemos en lo que nos cuentan sobre la educación formal que
recibieron nuestras entrevistadas hay un marcado contraste entre las mujeres de
las clases populares, tanto las que vivieron en la ciudad, como en villas y pueblos
pequeños, y las que pertenecían a la burguesía urbana, pues distintas eran sus
enseñanzas y distintos los lugares donde las recibían. Tanto la coeducación como
el laicismo, conquistas del reformismo republicano, fueron barridos de la escuela
franquista, mientras que la formación religiosa y las labores domésticas cobraban
un importante peso en la socialización, una socialización en la que no faltaba la
educación patriótica, con sus nuevos ritos, cantos, subidas y bajadas de bandera,
prácticas cotidianas en muchas escuelas, especialmente de las ciudades.
Los relatos de las mujeres de las clases populares muestran que la miseria
material y moral existente afectaba en muchos casos al tipo de enseñanza, y al
lugar en el que la recibían: los colegios no eran tales, y las maestras no tenían
títulos, o los profesores no prestaban atención suficiente a los niños y niñas hijos
de obreros que no iban a seguir estudios. La separación de sexos era la norma.
Los chicos y las chicas estaban en escuelas separadas, jugaban juegos
separados… Como repetían los sacerdotes, auténticos guardianes de la moral:

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entre santa y santo, pared de cal y canto.
En las clases populares el abandono de la escolaridad obligatoria era frecuente,
pues para empezar a trabajar era preciso dejar de asistir a la escuela muy pronto.
En aquellas villas, cuyos habitantes vivían predominantemente del campo, o en
los pueblos pequeños, muchas familias tenían huertos, gallinas y otros animales,
de modo que las niñas solían estar siempre muy ocupadas. De ahí que no
pudiesen asistir diariamente a la escuela. En algún caso la maestra confería
especial importancia a la enseñanza de las matemáticas que luego eran útiles
para saber calcular las fanegas de trigo que se tenían que vender, o la cantidad a
cobrar, pero lo habitual era que fuese una enseñanza elemental, básica. También
les parecía útil la costura, pues había que saber coser, echar remiendos, hacer
vainicas y bordar. En la escuela se hacían además dictados, redacciones, lecturas,
y se enseñaba el catecismo para hacer la primera comunión. En casa las niñas
ayudaban desde muy pequeñas a su madres en las labores domésticas y del
campo: cuidar gallinas, cerdos y ovejas, e incluso, ordeñar y hacer el queso. No
había tiempo para juegos. Tampoco había mucho tiempo para la lectura: en casa
se leía poco, había pocos libros, entre ellos había uno de los de aprender a
escribir con letras bonitas de varios estilos, y algunos cuentos de Calleja…
Concha, Desideria y Carmen subrayan las malas condiciones del local en el que
estaba la escuela. Carmen, que vivía en Galicia, en un pueblecito de la costa
gallega situado en la ría de Aldán, señala lo siguiente: Empecé a ir a la escuela
con siete años. La escuela estaba situada en el bajo lóbrego de una casa que no
estaba preparado para ser escuela. Estábamos todos juntos, niños y niñas, en
unas mesas largas, y en la parte de adelante había mesas más pequeñas de
dos…Cuando empecé a ir a la escuela éramos tantos niños que tuve que llevar
de casa un banquito pequeño que me hizo mi padre para sentarme.
La ley de educación primaria de 1945 imponía la educación obligatoria para
niños y niñas comprendidos entre los 6 y los 12 años. Estaba destinada a los
niños y niñas que no harían el bachillerato, y establecía la separación por sexos,
pero la ley no siempre se cumplía. Esta ley penalizaba especialmente a las niñas
y niños de las clases populares que eran relegados a la red menos noble del
sistema escolar. No sucedía lo mismo con las niñas y niños de la burguesía que a
los 9 o 10 años pasaban el examen de ingreso para acceder al bachillerato. El
franquismo estableció así dos redes diferenciadas en la carrera escolar:
bachillerato para las clases medias y altas, salida del sistema escolar a los 12
años para las clases populares.
La mayoría de las mujeres pertenecientes a una burguesía con elevado capital
cultural y social que han sido entrevistadas, asistieron, como era entonces
habitual, a colegios privados de monjas —los hijos e hijas de la burguesía no
iban a la escuela pública—, y se integraron sin dificultades en la red noble del

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sistema escolar. A partir de los diez años estudiaron bachillerato, y luego lo
prolongaron con los estudios universitarios.
Cristina, al igual que Lourdes, Empar y Rosa, realizaron sus estudios primarios
en un colegio de monjas. En el caso de Cristina con las Ursulinas de Loreto, en el
barrio de Salamanca. Relata muy bien cómo funcionaban los centros de ese tipo,
pues no solamente las niñas mayores hacían de tutoras de las más pequeñas,
sino que además se le daba mucha importancia a la enseñanza de los buenos
modales y de los idiomas, había clases de labores, de trabajos manuales y de
gimnasia, había misa y comunión diarias, se celebraba el mes de mayo a la
Virgen y el Viacrucis en Semana Santa…. Considera que era un buen colegio, con
buenas profesoras, aunque reconoce que la enseñanza era muy clasista, tenía
una parte para niñas con menos recursos que estaban totalmente separadas y
recibían una enseñanza distinta.
La lectura como hábito no era algo privativo de las niñas de las clases
burguesas, pues algunas de las protagonistas de las clases populares también
leían en su casa, aunque en este caso se deje sentir especialmente el influjo de la
educación familiar y, más concretamente, la vinculación de los padres con el
pensamiento libertario.
La educación formal de las mujeres de las clases populares nos ofrece una
variedad de situaciones que ponen de relieve cómo funcionaban la mayor parte
de las escuelas en el franquismo. Por otra parte, el tiempo de estancia de los
niños y niñas de las familias pobres en la escuela era limitado, especialmente
para las niñas. Se pone así de manifiesto la distancia social existente entre unas
enseñanzas formales y una disciplina autoritaria con las necesidades de la vida
cotidiana de los habitantes del mundo rural, un mundo que predominó durante el
primer franquismo8.
Muy distinta es la percepción que tienen de la educación que recibieron las
mujeres de la burguesía entrevistadas, pues casi todas ellas se sentían a gusto
en los colegios religiosos a los que asistieron. Les interesaba la enseñanza que
recibían, consideran que en general tuvieron buenas profesoras, y que las
animaron a seguir estudiando. La excepción es, en este caso, Jimena que no
podía soportar el Colegio Alemán al que la enviaban cuando era muy pequeña, y
en el que imperaba una disciplina prusiana. Por el contrario en el Colegio Estudio
encontró un ambiente estimulante, con buenas profesoras, compañeros
agradables y con un tipo de enseñanza muy alejada de los cánones oficiales de
la época, inspirada en las teorías pedagógicas de la Institución Libre de
Enseñanza (ILE). Era algo así como un oasis en el desierto de un franquismo
que, en el terreno educativo y cultural, practicaba la política de la tierra quemada.
No es extraño que el Colegio Estudio se convirtiese en uno de los centros
modélicos para los educadores en busca de alternativas pedagógicas

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progresistas.
Se podría decir, recurriendo a las palabras de Jesús Ibáñez, que durante el
franquismo a las niñas de las clases populares se las domesticaba, y a las de la
burguesía se las domaba. La domesticación tenía por finalidad convertirlas en
muchachas obedientes y sumisas al orden instituido, mientras que la doma
estaba destinada a hacer resaltar sus supuestas cualidades femeninas.

Adolescencia, primeros trabajos y matrimonio


Algunas de las mujeres de las clases populares entrevistadas no solo
comenzaron a trabajar siendo niñas, sino que además lo hicieron en condiciones
muy adversas. Es este otro de los aspectos que nos retrotrae a las lacras del
franquismo, y nos hace ver cómo muchas mujeres trabajaron duramente
recibiendo a cambio salarios de miseria. Esto sucedía no solo en las zonas
rurales, sino también en las conserveras, la confección, el calzado, y otras
muchas industrias. Estas trabajadoras, que además tenían que ocuparse en
muchos casos de los cuidados de la casa, contribuyeron a mantener a flote a sus
familias, y también a mejorar las condiciones de vida de la sociedad española en
general.
El franquismo, frente a la Segunda República, e incluso frente a la situación
laboral de las mujeres durante la guerra cuando tuvieron que realizar numerosos
trabajos por la falta de mano de obra masculina, pues los varones estaban
movilizados en el frente, supuso al principio un alejamiento de las mujeres del
espacio público, y un intento de recluirlas de nuevo en el reducido ámbito del
hogar. Muchas adolescentes se vieron no obstante obligadas a dejar la escuela a
los 12 años, e incluso antes, para insertarse directamente en el mundo laboral,
bien haciendo labores en la casa, bien realizando trabajos manuales de muy
distinto tipo. Conviene no olvidar que en el franquismo el trabajo infantil, la
explotación infantil, estaba a la orden del día.
Algunos trabajos, como el que empezó a realizar Carmen a los 12 años en las
fábricas de conserva de pescado cercanas a su casa, indican que la sociedad
española comenzaba a partir de los años 60 a dejar atrás los años del hambre y
de la autarquía. Nos informa de que cuando llegaba el pescado se trabajaba a
destajo, incluso durante las noches, y también los días festivos, ya que entonces
no había congeladores. Cuando llegaban los barcos al muelle de la fábrica
descargaban el pescado, sardinas, agujas, rinchas, xoubiñas, y se hacían
conservas en latas de un kilo. Los hombres traían el pescado en cajones que
descargaban en unas canaletas de cemento grandes donde se lavaba, y luego el
salador lo salaba. Nosotras le sacábamos la cabeza, lo limpiábamos, lo
seleccionábamos, y lo echábamos en un pilón en donde se ponía en salmuera. Y

20
otras mujeres lo colocaban en parrillas que iban por una cadena al tostador a
cocer (…) Al pescado después de cocido se le echaba aceite, y se metía en latas
que se clausuraban. Y luego iban al baño, al agua caliente para hacer el vacío, y
hacer que se conservase bien el pescado.
La conservera Massó, que tenía su sede en Bueu, creó en Cangas de Morrazo,
en 1941, una nueva fábrica, en una extensión de terreno de 20 hectáreas, que
llegó a ser una de las más modernas de la época. En ella había trabajo de forma
continuada para miles de trabajadores, pues también llegó a contar con una
importante flota pesquera. El enlatado de pescados y mariscos de Massó conoció
una importante expansión en los años sesenta, favorecida por el Régimen, hasta
el punto de que a finales de la década de los sesenta daba trabajo a centenares
de mujeres. La fábrica estaba en parte mecanizada, y en ella se enlataba todo
tipo de pescado, incluida carne de ballena, hasta que se prohibió la captura de
los cetáceos en los años setenta. La fabrica cerró en los años noventa, y
actualmente se suceden los enfrentamientos entre los grupos políticos sobre el
futuro de los terrenos que cuentan con una extensión notable de litoral.
El sistema jerarquizado del aprendizaje de oficios en el franquismo se
asemejaba al imperante en el Antiguo Régimen. Para las niñas que entraban a
trabajar en un taller, casi sin darse cuenta de que para ellas la infancia ya se
había terminado, se iniciaba con el aprendizaje de un oficio una serie de
vejaciones destinadas a inculcarles la subordinación. Ante las humillaciones solo
cabía el silencio, y la aceptación voluntaria de las relaciones de explotación. El
ambiente no era favorable, entre otras cosas porque el trabajo escaseaba y la
sindicación estaba vetada. Las dueñas de los pequeños talleres de peluquería y
costura explotaban sin contemplaciones, como ponen bien de manifiesto los
relatos de Concha y Ramona, a las jóvenes muchachas que empezaban como
aprendices, y que se veían obligadas a ejercer un trabajo duro para contribuir a
hacer frente a las necesidades familiares.
El relato de Concha nos muestra que en la peluquería en la que inició su
aprendizaje aún imperaba el sistema gremial. Había un peluquero, que era muy
bueno, que fue con el que más aprendí, otra chica que era la oficiala primera,
luego estaba la oficiala segunda y la ayudante, y después estábamos las
aprendizas que éramos dos. Una vez concluido su aprendizaje logró a los 18
años, con la ayuda de su madre, abrir su propia peluquería, y pronto tuvo éxito
en su nuevo negocio, y pudo ayudar económicamente a su familia. Trabajaba
mucho, y era muy rápida trabajando, me gustaba el oficio, y lo había aprendido
bien. Había días que pasaban hasta 80 mujeres por la peluquería.
Desideria, al terminar la escuela, ayudaba en las tareas domésticas pero no
participaba en las faenas del campo, pues sus padres, propietarios de tierras,
contrataban a jornaleros para realizar estas tareas: No fui nunca a la aceituna ni

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a escardar, a quitarle la hierba a la siembra. Yo lo que hacía era ayudar a mi
madre a limpiar la casa, que la casa era grande. Los pisos eran entonces de esos
que ahora se vuelven a estilar, de barro y teníamos que hincarnos de rodillas para
fregarlos, y lavar a mano, planchar con una plancha de hierro, que tenía una tapa
y se llenaba de carbón quemado, de ascuas. Y se lavaba también a mano. Mis
primas y yo íbamos a un lavadero que había en el pueblo, y otras veces íbamos
a lavar a una finca que aún tenemos.
Ramona tampoco pudo seguir estudiando al terminar la escuela obligatoria,
pues tenía que ayudar a su madre en las tareas de la casa, y en el cuidado de los
animales. Cuando cumplió los 17 años sus padres la enviaron a una academia de
Corte y Confección a Aranda de Duero. Pasó después a Madrid, en donde existía
la misma academia que en Aranda, en la que siguió formándose. El aprendizaje
duró dos años, hasta completar la formación y recibir la titulación de patronaje,
corte y confección. Después, con el título en la mano, empecé a buscar trabajo.
Primero encontró trabajo en un taller de peletería, y luego en otro de confección
a medida. Cuando trabajaba en este último entró en contacto con las Juventudes
Obreras Católicas (JOC), y a partir de ahí con Comisiones Obreras en la
clandestinidad. En esos años, en la década de los años 70, la industria del textil
empleaba el mayor porcentaje de mujeres trabajadoras en Madrid, especialmente
en las empresas Indyuco, Puente, H. D. Lee, y Rok, a las que se refiere en
distintos momentos de las entrevistas. Cuando entró a trabajar en H. D. Lee, en
1974, se enfrentó por vez primera al trabajo en cadena. El taylorismo, el sistema
que Charles Chaplin presentó en toda su crudeza en Tiempos Modernos, cayó
como una losa sobre ella. Su resistencia política comenzó precisamente en ese
momento. Fue despedida con otras compañeras por participar en una jornada de
lucha que hubo a nivel general del Movimiento Obrero, en la que también
despidieron a muchas otras trabajadoras del textil. Sufrimos las consecuencias de
la ley que regulaba la huelga, y que entró en vigor en mayo del 75. Se quedó sin
trabajo, pero en octubre de ese mismo año la admitieron en Confecciones
Puente, en donde pronto comenzó con otras compañeras de CC.OO a
organizarse para preparar la negociación colectiva del último Convenio Provincial
del textil de Madrid, que tuvo lugar a principios del año 1976. En las fábricas no
solo no se respetaban los horarios de salida, sino que algunos capataces
humillaban sistemáticamente a las trabajadoras.
Ramona y otras tres compañeras fueron despedidas de Confecciones Puente
en el año 77, debido a que realizaron un paro total en protesta por la Matanza de
los Abogados de Atocha, pero el resto de las trabajadoras se declararon en
huelga hasta que no fuesen readmitidas. El sindicato de CC.OO. apoyó esta lucha
hasta que se consiguió su readmisión. A partir de esa huelga la organización de
CC.OO. en esta empresa llegó a ser más del 80% de la plantilla. Confecciones

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Puente siguió con su actividad hasta 1993, fecha en la que cerró. Hace alusión
también a las luchas en Induyco, una empresa de El Corte Inglés. Las
reivindicaciones de los trabajadores, al igual que sucedía en Confecciones Puente,
tenían como finalidad mejorar las condiciones de trabajo: pedían incrementos
salariales, creación de comedores y guarderías, cobertura en caso de enfermedad,
supresión del trabajo a destajo, y otras mejoras laborales. Ramona habla de la
dureza de esa huelga del 77 que duró meses, y que fue iniciada por unas 3.000
trabajadoras. Salieron miles de mujeres a la calle. Si entonces hubiera habido
vídeos hoy podríamos ver a la policía a caballo en la calle Delicias, los caballos
contra las mujeres. La huelga de Induyco fue muy fuerte por su dureza y
violencia (…) Hubo despidos. Descabezaron el movimiento obrero en la empresa,
lo que ellos creían que había sido el grueso que había estado en la calle.
Cogieron a quinientas trabajadoras, las dividieron en dos o en tres talleres que
estaban en las afueras de Madrid, no les facilitaban trabajo, y esto ocasionó
muchas enfermedades de todo tipo. De todo esto pueden hablar Soledad Pérez y
Pilar Durán, que fue otra de las despedidas. Las consecuencias fueron muy duras
porque Induyco tenía un control exhaustivo de todo lo que se movía en su
entorno, especialmente en el sector textil.
A Aurora el padecimiento de tuberculosis le truncó sus proyectos y sus sueños
de joven adolescente. La llevaron a curarse a un sanatorio antituberculoso, que
estaba situado entre pinos en la sierra de Guadarrama, en dónde permaneció
internada durante dos años. Su relato describe bien el régimen de vida que
reinaba en esta especie de Montaña Mágica. En el sanatorio estaba todo reglado,
era parecido a una cárcel, una cárcel suave, pero era una cárcel. Tenías tus
horarios, te levantabas, desayunabas, y aunque hiciera frio, porque estábamos en
la sierra de Guadarrama, te sacaban a unas galerías, con unas tumbonas, y ahí te
tapabas, bien abrigada, y estabas de reposo. Tocaban la campana y andabas por
allí con las compañeras hasta la hora de comer. Entonces bajabas al comedor,
comías, y luego de nuevo tocaba reposo. Luego te volvías a levantar, y volvías
con las amigas. El sanatorio estaba regido por monjas, y en él estaban en
proceso de curación sobre todo mujeres mayores. Allí aprendió a protegerse de
la institución, pues nunca le gustó vivir en manada. En el sanatorio además de
hacer reposo, aprendió a realizar muchas labores que le enseñaron sus
compañeras, e hizo algo de teatrillo en alguna festividad. Y también ocupaba el
tiempo en leer libros que le pasaban, y que en su opinión no eran muy buenos.
La lectura es una de sus grandes pasiones, y siempre la acompañó a lo largo de
los distintos momentos de su vida.
Una especie de dinámica común recorre las vidas de nuestras entrevistadas de
las clases populares: abandono prematuro de la escuela, dedicación a las tareas
del hogar, aprendizaje de oficios, experiencia material y moral de las desiguales

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relaciones de poder. Lo que en la época se denominaba explotación en la
actualidad se ha pasado a denominar acoso laboral.

De la producción a la reproducción social


Las mujeres de las clases populares que he entrevistado se casaron por lo
general a una edad temprana. Se salía pronto de la familia para fundar una
nueva familia. Sus relatos nos sirven para conocer el ambiente y la mentalidad de
la época, pues sus padres las solían controlar estrechamente, y en la familia no
se les informaba sobre cuestiones sexuales. A veces se expresan de forma
graciosa e incisiva, pues frente a algunas de las muchachas de la burguesía, ni se
les ocurría tener relaciones sexuales antes del matrimonio, ya que, como bien
dice Carmen, ¡Eso era imposible!
Cuando Juana llegó a Madrid, con 14 años, a finales de los años cincuenta, la
capital todavía no había sufrido la gran trasformación que se produjo en los años
sesenta, y sobre todo en los setenta, debido especialmente a la fuerte emigración
procedente del campo. Surgieron entonces nuevos barrios, nuevas industrias, y la
población aumentó de forma considerable, de tal modo que Madrid superó
entonces los tres millones de habitantes.
A Rafael, uno de tantos jóvenes extremeños que emigraron a Madrid, lo
conoció Juana cuando tenía en torno a 15 años, en la Plaza Mayor, en donde ella
se encontraba con unas chicas también extremeñas. Los señores con los que
trabajaba no le dejaban demasiado tiempo libre, pues no veían con buenos ojos
que se hiciera novia de Rafael. Pensaban, como así fue, que si se casaba los
abandonaría. Iban algunas veces al cine y muy pocas al baile, pues aunque a
Juana le gustaba bailar, a Rafael no le gustaba. El gran símbolo de modernidad
de los tiempos del llamado desarrollismo en Madrid era el aeropuerto de Barajas,
al que la llevaba su novio para ver cómo despegaban y aterrizaban los aviones.
En las familias con recursos del mundo rural, cuando el noviazgo se
consolidaba, ya podían, según nos refiere Desideria, hablarse por la reja o por la
ventana. La escena nos retrotrae a la época de la Contrarreforma, y es que
durante el franquismo autárquico la Iglesia regulaba la política de alianzas y
defendía con uñas y dientes el monopolio de decidir lo permitido y lo prohibido,
de imponer, en suma, una rígida moral sexual. Desideria no podía ir con el novio
al cine pues la novia debía ir acompañada de su hermano, y menos todavía a los
bailes. Las costumbres solo se relajaban un poco cuando llegaban las fiestas del
pueblo.
El matrimonio permitía a las jóvenes la emancipación de la familia propia para
formar una nueva familia. Yo cuando me casé, dice Desideria, me hice una mujer,
tuve más libertad que antes porque mi padre con nosotras era muy estricto. La

24
educación sexual era en el seno de la familia un tema tabú. Tenía poca
información sexual, la que tenía era de lo que me decían las amigas mayores que
se habían casado, que decían algo, pero no mucho. Por eso en la noche de
bodas estaba un poco nerviosa. Estas palabras nos reenvían a otros relatos en
los que las muchachas dicen casarse para poder salir de la casa de sus padres,
careciendo prácticamente de información sobre las relaciones sexuales.
Aurora nos informa acerca de cómo pasaban el tiempo las jóvenes en un barrio
de Madrid como Cuatro Caminos: Las chicas paseábamos por la calle Reina
Victoria, arriba y abajo, y allí conocíamos a algunos chicos, y tonteábamos con
ellos. La familia de una de sus amigas de escuela tenía un bar donde hacían
baile. Allí conoció Aurora al que sería su futuro marido. Al principio esta relación
no le interesaba mucho, porque no se veía de novia. Cuando yo era joven el
machismo reinaba totalmente, los hombres, aunque no fueran machistas, se
comportaban así, era una cosa dada por la situación. Las relaciones entonces
eran de nada, de tonterías.
Tanto las redes familiares como la vida familiar se regían por una estrecha
solidaridad, algo que subraya Aurora: Cuando éramos jóvenes salíamos, íbamos
al cine, al teatro, y lo que más me gustaba y absorbía era estar con mi familia.
Me lo pasaba muy bien con mis hermanos, con mis hijos, con mis sobrinos.
Salíamos juntos, veraneábamos juntos, porque además mis hijos y los de mis
hermanos más pequeños eran de la misma edad, así que estábamos mucho
tiempo juntos. (…) Nos interesaba la política, lo que estaba pasando, la sociedad,
la vida, el carácter de las personas…
Los relatos sobre los noviazgos muestran el peso que entonces tenía el baile
en las formas de divertirse de las clases populares. El baile era un lugar de
encuentro en el que solían formarse parejas. En nuestro caso, de seis mujeres
dos encontraron pareja en el baile y una en un bar que también contaba con una
sala de baile9.
A partir de la década de los años 60, con la aplicación de los Planes de
Desarrollo, la industrialización se intensificó, y surgieron mayores posibilidades de
trabajo. Comenzaba a despegar la emigración de trabajadores españoles a
Europa, especialmente a Alemania, Francia y Suiza. El proceso de
“modernización” vino acompañado de un fuerte proceso de individualización. El
final del franquismo, la conquista de las libertades afectaron tanto a la vida
personal como a la vida laboral.
Frente a lo que sucedía a la mayoría de las mujeres provenientes de las clases
populares, que entre los 12 y los 14 años comenzaban a incorporarse al trabajo,
las mujeres de la burguesía entrevistadas estaban realizando en esos años
estudios de bachillerato, y posteriormente estudios universitarios. En sus relatos
la mayoría afirma que la universidad supuso para ellas un cambio importante en

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sus vidas: la entrada en un nuevo mundo social y mental. Se prepararon para
obtener un título, y poder ejercer una profesión, pero además se les abrió la
posibilidad de conocer a gente nueva, y empezaron a militar en movimientos
estudiantiles, a participar en grupos de mujeres y en partidos políticos que se
movían en la clandestinidad. Por entonces, muy a principios de los años sesenta,
como acertadamente observa Lourdes, todavía no accedían a la universidad
muchas mujeres. De su instituto, el Lope de Vega, solo ingresaron en la
universidad dos chicas de su curso, una situación que pronto empezó a
cambiar10.
No eran solo los estudios los que abrían nuevos horizontes a las jóvenes
universitarias. Para Lourdes fue una época intensa, donde todo servía, los libros,
los amigos, los camaradas, la lucha universitaria cada vez más intensa y más
masiva, las clases, las largas charlas y discusiones sobre los más diversos temas
políticos, sociales o incluso económicos, en el bar o en las casas, las muchas
horas de estudio en la biblioteca del Ateneo. Estando en la universidad leíamos,
discutíamos, íbamos al cine. Nos preocupaban los temas de la igualdad, la
sexualidad, las relaciones entre hombres y mujeres y los temas de la explotación
de un ser humano por otro, fuera este hombre o mujer.
Cristina, coincide con Lourdes, con Jimena, con Empar y con Rosa, en que ya
por entonces soplaban aires de cambio en la universidad: los estudiantes
empezamos a movernos contra la dictadura, e hicimos varias “sentadas” y
manifestaciones. Subraya que fue en esos años cuando entró en contacto con la
política, y, sobre todo, con el feminismo.
Rosa Pereda en su libro La sombra del gudari narra el ambiente de los últimos
años sesenta y primeros años setenta: Es la historia de unas chicas
comprometidas políticamente en un grupo de extrema izquierda cuando hay un
atentado de ETA. La acción política dejaba sin embargo tiempo para escuchar
jazz, ir al cineclub, y hacer muchas otras actividades. Fue un momento muy
interesante para mí. El cambio para nosotras llegó el día en el que nos
compramos el primer bikini. Los cambios sociales de esos años estaban
preparando la transición.
Empar Pineda también se implicó en esas luchas. Y en el curso 1966-67,
cuando arreciaban las movilizaciones estudiantiles, y se creaba el Sindicato
Democrático de Estudiantes Universitarios de Madrid, fue expedientada y
expulsada de la Universidad, por haberse significado. No militaba todavía en
ningún partido, pero pertenecía a la Federación Universitaria Democrática
Española (FUDE).
Jimena participó también en las movilizaciones estudiantiles, y aunque no
llegaron a expulsarla de la Universidad, el Secretario de la Facultad la amenazó
con hacerlo. A Jimena le entró miedo, debido a que su padre tenía un pasado

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político un tanto comprometido a favor de la República. Así que después de
cursar los dos años de Comunes se matriculó en Semíticas, y se dedicó a
estudiar. Cuando terminó la licenciatura le concedieron una beca para una
estancia en El Cairo con el fin de perfeccionar su conocimiento de la lengua
árabe.
Los grandes cambios no se dieron, a juicio de Lourdes, en la transición, sino
que se iniciaron antes, en los años 60, como en gran parte del mundo occidental,
tanto en las universidades, como enseguida en la vida cotidiana. Considera que
la generación del 68 de mujeres universitarias fue la única generación de mujeres
que vivió la sexualidad sin problemas ni complejos, como algo limpio y hermoso,
y sin miedo, en parte porque en los sesenta se generalizó la píldora y el cuerpo
se convirtió en algo libre, poderoso, capaz de gozar y de dar placer. En los años
80 surgió el fantasma del SIDA y de nuevo los terrores, la desconfianza hacia el
otro. (…) Cuando éramos jóvenes pensábamos que nuestras relaciones debían
de ser abiertas, que teníamos que huir de las dependencias fuertes, no solo de
las económicas, sino también de las sentimentales.
Las mujeres entrevistadas que accedieron a la universidad participaron también
en esos mismos años en la lucha política, y en el Movimiento Feminista, y
estuvieron ligadas, al menos en su juventud, a partidos políticos y asociaciones
de mujeres. Lourdes perteneció al Partido Comunista, y formó parte de grupos
de mujeres que se interesaban por la cuestión femenina. Rosa Pereda perteneció
también, cuando era una joven estudiante, a la Liga Comunista Revolucionaria.
Cristina Alberdi, poco después de terminar la carrera, fue una de las fundadoras
del Seminario Colectivo Feminista y del Colectivo Jurídico Feminista. Desde el
momento en el que montó su despacho de abogada, en 1973, con Ángela
Cerrillos, Consuelo Abril, y Purificación Gutiérrez, se especializaron en la defensa
de las mujeres. Estaban en contacto con otros despachos de abogadas, como el
de Manuela Carmena, Cristina Almeida y Paca Sauquillo, y con el despacho de
María Telo, presidenta de la Asociación de mujeres juristas. Todas ellas estaban a
la vez vinculadas a partidos y organizaciones clandestinas que defendían a los
trabajadores, y participaban en reuniones, huelgas y manifestaciones. Se
esforzaron especialmente para cambiar las leyes que discriminaban a las mujeres.
En su libro El poder es cosa de hombres, Cristina muestra bien hasta qué punto
las leyes franquistas eran vejatorias para las mujeres.
Empar Pineda desde su entrada en el Movimiento Comunista, y su asistencia a
las Primeres Jornades Catalanes de la Dona en mayo de 1976, ya nunca
abandonó el feminismo. Participó en la puesta en marcha de la Coordinadora
Feminista de Barcelona, y comenzó a conocer las luchas de mujeres de diferentes
clases sociales al participar en LAMAR, y las luchas de SEAT. Fue entonces
cuando entró en contacto con Lidia Falcón y, en la revista Vindicación Feminista,

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pasó a responsabilizarse de la situación de las mujeres en los barrios. Al mismo
tiempo entró en contacto con el movimiento sindical, pues las mujeres del
Movimiento Comunista crearon la Estructura de Mujeres para luchar por la
igualdad en el interior del sindicato11.
Jimena Alonso nos recuerda como se inició en la lucha feminista a principios
de los años setenta. La recuperación de la memoria histórica a través de su
madre le permitió conectar con esa tradición de emancipación de la generación
de las mujeres de la República que defendía los derechos de las mujeres. Tomó
así partido en la lucha feminista y en la lucha que en esos años llevaban a cabo
los profesores no numerarios (PNN) y los estudiantes por un cambio en la
universidad. Nos dice que fue por entonces cuando las mujeres empezaron a
incorporarse masivamente al trabajo asalariado, y se introdujeron cambios en las
leyes para que pudieran acceder al mundo laboral, en parte, debido a que ya se
sentían los efectos del desarrollismo, aunque seguían vigentes unas normas
todavía durísimas para las mujeres.
En el Frente de Liberación de la Mujer, que Jimena contribuyó a fundar cuando
fue Presidenta de la Asociación de Mujeres Universitarias, militaban abogadas,
profesoras de universidad, de instituto, y maestras. Se definieron como
feministas marxistas, y entendían que no habría verdadera emancipación de las
mujeres sin la abolición del sistema capitalista, un sistema productivo que, como
señala Karl Polanyi, reposa en la ficción de convertir a los seres humanos en
mercancías12. A partir de esta plataforma entraron en contacto con mujeres de
UGT, de CC.OO., del MC, y de la LCR, para organizar acciones de resistencia y
luchar por conquistar el derecho al divorcio, al aborto…
Tanto Jimena como Empar y Cristina señalan que también entraron en
contacto con asociaciones y grupos de mujeres de las clases populares a través
de reuniones, seminarios y cursos de formación, y también para apoyarlas en sus
huelgas y manifestaciones: luchas de Induyco, Casa de la Moneda, por la
liberación de mujeres que habían abortado y estaban en prisión, etc.
En lo que se refiere a las relaciones de noviazgo y matrimonio, al igual que
sucedía con las mujeres de clases populares, también algunas mujeres
universitarias se casaron jóvenes y tuvieron hijos. Pero luego divergen sus
trayectorias que van desde las uniones libres, al matrimonio homosexual,
pasando por el divorcio o la monogamia.

Modos de subjetivación
a) El cuidado de los otros
Las mujeres de las clases populares entrevistadas siguieron trayectorias muy

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distintas, pero exceptuando a Ramona, se casaron y ejercieron de amas de casa.
Son mujeres enormemente activas, y se ocuparon especialmente de que sus
hijos e hijas creciesen en un ambiente de libertad y responsabilidad, recibiesen
una buena educación escolar, y se formasen en una carrera universitaria que les
permitiese ejercer una profesión, y conquistar así una mayor autonomía personal.
La mayor parte de ellas echan mucho en falta no haber podido estudiar, y haber
enriquecido su cultura, pues como dice Juana: El trabajo de ama de casa es un
trabajo que no se ve, que se deshace continuamente. Pero la cultura nunca se
deshace.
Es muy aleccionador observar como mujeres, que saben hacer de todo, ayudan
a sus hijos, cuidan de las personas de su familia, y viven entregadas a los
demás, consideran todos estos saberes y prácticas como algo sin importancia.
Algunas, como Carmen, Juana y Desideria, estuvieron en su infancia muy
vinculadas al mundo rural, al igual que Concha, que entró en contacto con las
labores del campo cuando era todavía joven, y que según sus propias palabras
fue para ella una de sus “mejores aventuras”. Saben también criar animales,
hacer la matanza, desollar corderos, hacer quesos, hacer conservas de diferentes
alimentos, y sin embargo no presumen de nada. Son verdaderas artesanas y
artistas que asumen la dirección de sus vidas con sentido y responsabilidad. Son
mujeres altruistas y generosas, que cotidianamente ejercitan una moral de la
solidaridad, de la ayuda mutua, y el cuidado. Sin su trabajo y esfuerzo nuestro
mundo sería mucho menos amable. De ellas, y de las mujeres en general,
depende no solo la supervivencia de la especie, sino la posibilidad misma de
caminar hacia un mundo más humano. Como escribe Henning Mankell, en su
obra autobiográfica Arenas movedizas, en el apartado en el que se refiere a “Los
celos y la vergüenza”, en nuestro mundo los hombres tienen el poder y las
mujeres la responsabilidad.
Todas estas mujeres además de ser trabajadoras infatigables, comparten en su
mayoría una cultura especial del trabajo bien hecho, una cultura que me recuerda
a la civilización rural que conocí cuando era niña caracterizada por saber dar un
especial valor al uso de las cosas. De ahí que sean muy críticas con la lógica
capitalista del consumismo y el derroche. De ellas se podría decir algo semejante
a lo que decía uno de los personajes que entrevisté para mi libro A Ulfe, cuando
se refería al colectivo de labradores en el que él mismo estaba integrado:
Sabíamos hacer de todo, y nos llamaban atrasados13. En su modo de vida
domina el nosotros sobre el yo. Son enormemente generosas, y aunque en su
mayoría no hayan desarrollado redes amplias de amigas, pues están muy
centradas en la familia, sí han establecido redes familiares extensas. La ética del
cuidado de sí, que Michel Foucault recuperó de la Antigüedad griega y romana,
supone que el buen cuidado de uno mismo implica también cuidar de los otros.

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Juana lo expresa muy bien cuando dice: Nuestra generación era gente con un
comportamiento especial, nos ocupábamos de los demás. Estas mujeres forman
parte de un feminismo popular, concepto que acuña, muy adecuadamente Pilar
Díaz Sánchez, quien subrayó el esfuerzo de las madres con doble tarea, que se
dedican al trabajo doméstico y a hacer limpieza en otras casas para tener una
mayor autonomía económica, y ayudar a sus hijos e hijas profesionalmente14.
Nuestras protagonistas de clases populares intentan efectivamente salir del
ámbito del hogar realizando otras tareas. En este sentido rompieron de algún
modo con el estereotipo de la mujer tradicional. Se refieren y denuncian el
machismo reinante durante su juventud en distintos momentos, y la mayoría han
participado en las luchas de las mujeres, en manifestaciones y encierros, y se han
interesado por la política. En este sentido, aunque no se hayan implicado tan
directa e intensamente en las luchas feministas como las que han accedido a una
carrera profesional, aquellas que se han movido más en un ambiente libertario
han participado en acciones de carácter social, formando parte de ONGs, o de
asociaciones de ayuda, como Concha y Aurora, y afirman que una de sus
pasiones ha sido la política. Y todas han seguido y siguen con atención los
cambios políticos que se han ido produciendo en España desde la transición.
En Nacimiento de la mujer burguesa he mostrado lo “neurotizante” e
insatisfactorio que puede resultar para muchas mujeres adaptarse al ideal de
mujer ama de casa, ser la reina del hogar, tener que ocuparse con destreza y
diligencia de los menores detalles de la vida cotidiana y dedicarse a satisfacer los
deseos de los miembros de la familia, y especialmente del marido. Los
eclesiásticos, al diseñar el prototipo de la perfecta casada, entregaron a las
mujeres un regalo envenenado. Aurora es, en este sentido, la que expresa mejor
las coacciones que exige este oficio15. Todas ellas son conscientes de que las
luchas de las feministas han sido importantes para que las nuevas generaciones
disfruten de una mayor igualdad, y de que los esfuerzos que han hecho han
contribuido a hacer posible un ingente cambio social, y sin excepción creen que
las jóvenes tienen hoy una situación mejor que la que ellas mismas vivieron.
Nosotros luchamos, señala Juana, para que hubiese cambios, les dimos las
puertas abiertas a los jóvenes. La generación de mi hija, dice a su vez Desideria,
cambió mucho, las chicas pudieron estudiar, y tuvieron más libertades para
relacionarse con los chicos. Pero lo que está peor es la falta de trabajo. Concha
por su parte considera que las nuevas generaciones están mucho mejor
preparadas que la nuestra, las mujeres tienen la posibilidad de poder estudiar, y
eso a mí me parece de lo más importante. Otra cosa es que ya desde hace años
pueden elegir tener o no un hijo. Por eso me parece que las mujeres tenemos
que seguir luchando para que la mujer que no quiera tener hijos no la obliguen,
y también me parece maravilloso que las relaciones sexuales sean libres. En la

30
misma línea Aurora dice que, en su opinión, la mujer al madurar antes ha ido
empujando, y ha dicho: esto no, no, y no…Yo espero que la situación siga
cambiando.
Ninguna se ha divorciado, y sus relatos muestran que en buena medida se han
encontrado no tanto con maridos, sino más bien con compañeros. Con ellos han
podido entenderse bien, y les han ayudado en la educación de los hijos, y en los
distintos avatares de la vida. En este sentido destacan las palabras de Desideria:
Me casé con un hombre bueno. Nos queríamos y nos llevábamos bien. (…) Y
Benito siempre me consultaba antes de tomar una decisión. Según Carmen, su
marido, cuando no estaba en la mar, ayudaba en casa, hacía la comida, fregaba..
Bueno, hay que decir que no le gusta mucho limpiar. Y mis hijos lo mismo, tanto
el hijo como las hijas siempre ayudaron en casa. Aurora también confirma la
existencia de un cierto equilibro de poder con su compañero: Mi marido conmigo
fue complaciente, tuvimos una relación de bastante igualdad. Si quiero serte
sincera, creo que había más bien un matriarcado, sobre todo en lo que se refiere
a la educación de mis hijos, pues yo era muy cabezona.
Cuando se leen sus relatos de vida una de las cosas que llama fuertemente la
atención es su forma de hablar, la utilización de términos, frases y giros
específicos del habla popular. Como ha mostrado Basil Bernstein cuando definió
el código lingüístico de las clases populares inglesas, algo que comparten los
representantes de los estudios culturales de la Escuela de Birmingham, la
expresividad del lenguaje hablado de las clases populares es una de sus
características más preciosas, pese a que la burguesía, y en general el sistema
escolar, han minusvalorado durante demasiado tiempo su creatividad. Sin duda
sigue presente en su modo de expresarse el peso que la rica tradición oral ha
tenido en la cultura popular.

b) Organizarse para la emancipación


Las mujeres de origen burgués entrevistadas siguieron en la edad adulta
trayectorias distintas, aunque presentan también una serie de rasgos comunes.
Conviene subrayar que su juventud coincidió con una época de cambios
importantes, no solo en España sino también en los países occidentales, cambios
que afectaron a la política, a la familia, a la educación, al trabajo, y a las
relaciones sexuales, algo que se refleja en sus relatos donde refieren con cierto
entusiasmo las posibilidades que se les fueron abriendo. Estos cambios
contrastaban con el ambiente tradicional, lleno de convencionalismos, que vivían
en muchas de sus familias. No por azar algunas de ellas mencionan el nuevo giro
de la historia que supusieron las movilizaciones de mayo del 68. Pero además, a
través de sus acciones, comprobamos como la lucha contra la dictadura en la

31
década de los sesenta era ya un hecho. Funcionaban toda una serie de partidos
políticos y de organizaciones en la clandestinidad que luchaban contra la
Dictadura, y los hábitos y costumbres estaban cambiando rápidamente en las
grandes ciudades. Conviene recordar que, para intentar frenar la unión de
trabajadores y estudiantes por la democracia, el Gobierno decretó el estado de
excepción en el año 1969.
Como ya sabemos nuestras entrevistadas, cuando estaban en la universidad,
empezaron a participar en la lucha política, y se incorporaron al Movimiento
Feminista, formando parte, al menos en su juventud, de partidos políticos y
asociaciones de mujeres. Se forjaron una identidad en la resistencia.
Una vez que finalizaron la carrera universitaria empezaron pronto a trabajar
como profesionales. Cristina Alberdi abrió su propio bufete, cuando aún vivía
Franco, e imperaba una legislación que discriminaba a las mujeres. No estaba
legalizado el divorcio, y además todavía regía la jurisdicción eclesiástica para las
separaciones, el famoso Tribunal de La Rota. En esa época las mujeres sufrían
con frecuencia interrogatorios humillantes, y tenían muchas dificultades para
separarse, incluso cuando eran objeto de malos tratos. Estas jóvenes abogadas
defendían por tanto a las mujeres en situación de dificultad, las acompañaban a
las comisarías a denunciar los malos tratos, actuaban como sus abogadas ante
los tribunales de justicia, y de hecho muy pronto empezaron a hacerse conocidas
en los juzgados, en el tribunal de la Rota, en las comisarías. Cristina llegó incluso
a acoger en su casa a mujeres indefensas con sus hijos. Participó con otras
abogadas feministas de distintas ciudades en la puesta en marcha de un “turno
de oficio” para defender gratuitamente a mujeres maltratadas y a mujeres sin
recursos. Las mujeres juristas se implicaron también en el proceso de elaboración
de la Constitución, redactando un memorándum con las reivindicaciones
feministas que enviaron a cada uno de los padres de la Constitución, escribieron
artículos, participaron en debates y en programas de TV. Recuerda que en las
elecciones del 77, de 350 diputados solo había 21 mujeres, y solo tres
feministas: Carlota Bustelo, Asunción Cruáñez y María Dolores Calvet. También se
personaron en la reforma del código civil y del código penal. Cristina fue la
primera mujer que en 1985 fue nombrada Vocal del Consejo General del Poder
Judicial. En 1993 fue nombrada Ministra de Asuntos Sociales en uno de los
gobiernos de Felipe González. En 1996 fue elegida diputada, y cuando entró en
el año 1997 en el PSOE, fue nombrada Presidenta de la Federación Socialista
Madrileña (FSM). Abandonó el PSOE, y siguió trabajando como Presidenta del
Consejo Asesor contra la Violencia de Género, un cargo de responsabilidad que le
ofreció Esperanza Aguirre. En la actualidad trabaja en el Consejo Consultivo de la
Comunidad de Madrid.
Jimena, Rosa, y Empar empezaron dedicándose a la enseñanza, pero algunas

32
ejercieron la docencia solo por muy poco tiempo. No sucedió lo mismo con
Lourdes que empezó siendo profesora a comienzos de los 70 en un Instituto de
Enseñanza Media de Moratalaz, en donde coincidió con Rosa, y se hicieron
amigas. Posteriormente impartió clases de historia en la UNED, y de sociología en
la Facultad de Ciencias de la Información, en el Departamento de Teoría de la
Comunicación. Pero cuando la Universidad Complutense puso en marcha la ley
de incompatibilidades abandonó la UNED, y más tarde la Facultad de Ciencias de
la Información, y se integró, en 1976, en la Real Escuela Superior de Arte
Dramático de Madrid (RESAD) para impartir la asignatura de Teoría e historia del
arte. Fue Directora de la Escuela entre 1991 y 1993, en donde permaneció hasta
que se jubiló. Considera que esta institución fue para ella un espacio maravilloso
de trabajo y de aprendizaje.
Rosa, al finalizar la licenciatura en Filosofía y Letras en Deusto, se domicilió en
Madrid a finales de los sesenta, e ingresó en Periodismo, una carrera que
terminó, en 1976. Por entonces, en 1972, rompió con la Liga Comunista
Revolucionaria (LCR), y al mismo tiempo empezó a dar clases en un Instituto de
Bachillerato, y a hacer crítica literaria en Revistas y periódicos como Triunfo e
Informaciones. En 1976 se incorporó a la plantilla del Diario El País, cuando este
importante periódico, que tanto contribuyó a impulsar la transición democrática,
empezaba a editarse. Era un momento en el que todo se movía y había un
ambiente muy interesante. Abandonó la enseñanza por el periodismo, y la
escritura. Recuerda a compañeras de trabajo como Rosa Montero, Sol Alameda,
Sol Álvarez Coto, Soledad Gallego, mujeres vinculadas al periodismo que
empezaban a ser conocidas, aunque había otras mujeres periodistas, cuyo
trabajo era mucho menos reconocido.
Jimena fue contratada a finales de los años sesenta como profesora no
numeraria (PNN) en el Departamento de Árabe de Facultad de Filosofía y Letras
de la Universidad Complutense. Jimena compaginó la docencia con la militancia
hasta el año 1978 en el que abandonó la Universidad para dedicarse de lleno al
Movimiento Feminista. Codirigió con Fini Rubio la Revista Tribuna Feminista, y
contribuyó a fundar la Librería de Mujeres de Madrid que gestionó durante un
tiempo, hasta que fue detenida, acusada de colaborar con ETA. Una vez que
salió de la cárcel no pudo volver a la universidad, ni encontró trabajo en Madrid,
y con el apoyo de un hermano, y de algunos amigos, abrió un restaurante en la
costa de Almería, en donde con el apoyo de sus hijas, e hijos pudieron salir
adelante, defendiendo siempre los ideales de igualdad y de justicia.
Empar volvió a Madrid al terminar la carrera en Oviedo a principios de los años
70. Impartió clases de Lengua y Literatura en una filial del Hogar del Empleado,
y luego se desplazó unos años a Barcelona, en donde ejerció la doble militancia,
como miembro del Movimiento Comunista, y como militante feminista. De

33
Barcelona regresó a Madrid en 1979 cuando ya estaba funcionando la Plataforma
de Organizaciones Feministas de Madrid. Fue cofundadora de la Comisión de
derecho al aborto, pues los abortos seguían siendo clandestinos, ya que la
despenalización parcial del aborto no se aprobó en el Parlamento hasta el año
1983 y su aplicación tuvo que esperar al año 1985. Cuando el CFLM dejó de
funcionar a finales de los 90, contribuyó a fundar el Colectivo de Lesbianas y
Punto (CLIP), y cuando este colectivo se disolvió una parte de las lesbianas se
integraron en COGAN y otras en FELGTB. En el año 1994, invitada por Marisa
Castro, se integró en la Clínica Isadora, en donde trabajó hasta que se jubiló,
informando y ayudando a las mujeres que deseaban abortar, y reivindicando los
derechos no solo de las lesbianas y de los homosexuales, sino también los de los
transexuales.
Todas estas mujeres fueron también mujeres fuertes y valerosas que se
arriesgaron en la lucha por la libertad. Se convirtieron en profesionales de
distintos campos, y se implicaron, formando redes y asociaciones de mujeres,
para reclamar derechos para las mujeres en un momento en el que estos aún
permanecían cercenados en una sociedad sin libertades. Todas fueron y son
apasionadas lectoras16. Han colaborado en la prensa, han participado en cursos y
dado conferencias, han escrito artículos, libros, novelas, obras de teatro, han
fundado revistas, han viajado, en fin, han colaborado en la formación de
plataformas de lucha por la libertad, llegando en algunos casos, a tener un
reconocimiento internacional17.
Para terminar, quizás convenga añadir que todas ellas piensan, al igual que las
mujeres de las clases populares entrevistadas, que la situación de discriminación
de las mujeres ha cambiado notablemente en España desde los años 60. Sus
luchas y movilizaciones han servido no solo para una mayor democratización del
país, sino también para que las jóvenes disfruten hoy de una serie de derechos
que fue preciso conquistar. Empar se refiere concretamente a la reforma del
código civil que realizó el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero en 2005,
que posibilitó la aprobación del matrimonio homosexual, del llamado matrimonio
igualitario, lo que ha supuesto un salto cualitativo muy importante a nivel social.
El triunfo en la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres ha sido, en
palabras de Lourdes, uno de los pocos logros del período democrático, que será
difícil destruir, como se están, en cambio, destruyendo otras conquistas y
derechos sociales que afectan a toda la población18. Cristina sostiene que se ha
avanzado en el contrato social de igualdad entre mujeres y hombres, y se
lamenta de que las jóvenes, sean o no feministas, no ven que el feminismo ha
sido un movimiento muy importante para el cambio social, que ha sido un motor
de transformación, y no solo para modificar las relaciones existentes entre
mujeres y hombres. Rosa piensa que, tras los avances, existe una cierta

34
involución, y que la gente comienza a tener miedo de nuevo, porque se están
endureciendo las leyes de orden público y el Gobierno de la derecha está creando
un mal clima. Para Jimena las jóvenes disfrutan de muchas mejoras que logró el
movimiento feminista, tanto en el Estado español como en Europa y los Estados
Unidos. Pueden controlar la sexualidad y eso les da una gran libertad, y es algo
que está hoy asumido, incluso por las mujeres de derechas. Ese derecho no nos
lo ha dado nadie, lo ha conquistado el Movimiento Feminista. Y también el
derecho a estudiar, la mayoría de edad a los 18 años, los derechos políticos, el
derecho de los hijos que antes eran del padre.
Subrayan, no obstante, como indicador de que todo no está conseguido, el
aumento de la violencia contra las mujeres, una violencia que encuentra su caldo
de cultivo en las políticas neoliberales a las que se suma el peso que sigue
teniendo la Iglesia católica en este país. Por tanto, es preciso seguir luchando, y
apoyar a los jóvenes en sus reivindicaciones pues, como señala Lourdes, una
parte de los jóvenes se están movilizando para cambiar las cosas, y es una
satisfacción ver que están volviendo a la política en el sentido noble del término.
Jimena, en esta misma dirección, afirma que resulta agradable ver que bastantes
jóvenes están movilizándose de nuevo, e intentando cambiar de forma visible
desde el 15M la vida cotidiana y la política. Gente joven que cuenta con apoyos
de las personas de nuestra edad, especialmente mujeres, que no estamos
dispuestas a perder los derechos que hemos conquistado con tanto empeño.
Empar siente que hay que seguir informando a las nuevas generaciones sobre las
cuestiones sexuales pues siguen bastante desinformadas, y señala algunas
estrategias para acercarse a los jóvenes.
La violencia militar imperante durante la dictadura, así como las condiciones de
desigualdad y de sometimiento en las que vivían muchas mujeres están
presentes en los relatos recogidos en este libro. Es preciso no obstante tener en
cuenta los logros democráticos conseguidos durante la transición, y entre ellos
una mayor autonomía para las mujeres.

Un nuevo escenario para la lucha por la igualdad


A finales de los años setenta, tras la llamada crisis del petróleo, se abrió un
período neoliberal-conservador en el que destacaron como principales
protagonistas visibles Ronald Reagan, en los Estados Unidos, Margaret Thatcher
en Inglaterra y Juan Pablo II en Roma, el Papa polaco que batalló durante años
contra el comunismo y promovió desde la curia papal el fundamentalismo
católico. Se abría así la década de los 80 con una nueva hegemonía del gran
capital al producirse el tránsito del capitalismo industrial al capitalismo financiero.
El auge de las nuevas tecnologías, y la globalización de los mercados apuntaban

35
a profundos cambios sociales, y las políticas neoliberales pusieron en marcha la
privatización de las empresas públicas, la proliferación de los paraísos fiscales, así
como la especulación bancaria. Se produjeron en cadena ataques sucesivos
contra el Estado social, contra el modelo social europeo, al tiempo que crecía el
Estado penal. La connivencia de las mafias, del mundo de los negocios y de una
parte de la clase política se hizo cada vez más evidente, al tiempo que crecían las
desigualdades entre los ricos y los pobres, entre los países ricos y los países
pobres, y se acrecentaba la precarización del trabajo, el incremento del paro, y la
desregulación del mercado laboral19.
Las denominadas cuestión social y cuestión femenina resurgieron de nuevo. El
chantaje neoliberal impuso bajar los impuestos a los ricos, desmantelar los
mecanismos de redistribución de la riqueza, abaratar los despidos, convertir, en
fin, la fuerza de trabajo en una mera mercancía cada vez menos valorada, una
mercancía de usar y tirar. La xenofobia y el racismo se pusieron cotidianamente
de manifiesto contra las trabajadoras y trabajadores más vulnerables, los
emigrantes y refugiados. La consecuencia fue que la propiedad social, que se
había ido consolidando con la subida de los salarios y la extensión de los bienes
públicos, de lo que se derivó una mejora de las condiciones de vida para una
parte cada vez mayor de la sociedad, se vio reducida. Se empezó a hablar del
paro estructural, y los defensores del nuevo capitalismo proclamaban que no hay
alternativa al capitalismo financiero, y que nos encontrábamos ante el fin de la
historia. También resurgió la cuestión femenina, y ello no solo porque una parte
importante de los responsables de las políticas neoliberal-conservadoras
pretendían regresar a la vieja estructura familiar, y sacrificar el trabajo de las
mujeres en aras del de los varones, sino también porque algunos de los derechos
conquistados por las mujeres, como ponen de relieve muchas de nuestras
protagonistas, empezaron a ser cuestionados. Entre ellos el derecho al aborto. A
esto se sumó que la desregulación del trabajo y el efecto del paro golpean
especialmente a las mujeres, que estaban lejos de haber conquistado la igualdad
de salarios con los varones. Todas estas tensiones sociales se ven reflejadas en el
sexismo, en una intolerante violencia contra las mujeres que sufren en su propia
carne malos tratos, e incluso pagan con su vida.
Los drásticos recortes del Estado social, el desplazamiento de las mujeres del
espacio público, y del trabajo asalariado, han reforzado la función tradicional de
las mujeres vinculándolas a las funciones de cuidadoras. Las viejas
reivindicaciones de que padres y madres se ocupen de los hijos, y mujeres y
varones cuiden de los mayores y allegados en igualdad de condiciones tienden a
ser olvidadas o claramente cuestionadas.
El crash del año 2008 fue la expresión del fracaso de la mal llamada revolución
neoliberal, aunque sus principales voceros sigan empeñados en seguir aplicando

36
las mismas políticas especulativas que nos condujeron al desastre. Los fraudes
bancarios, la extensión de los bonos basura, la privatización de las Cajas de
Ahorros, la fuga de capitales a los paraísos fiscales, el robo masivo de los
pequeños ahorradores, unido al estallido de la burbuja inmobiliaria, el incremento
del trabajo precario y del desempleo hacen que la indignación y el descontento
social tengan cada vez mayor peso.
Nos encontramos ante un nuevo escenario social y político en el que empiezan
a implicarse las jóvenes generaciones. Las mujeres de la generación del 68 han
abierto un camino, pero la lucha contra las discriminaciones continúa. Es
necesario seguir movilizándose y seguir resistiendo a la vez en el espacio local y
en el espacio global. Conviene no olvidar que surgen cada poco embates hacia la
involución, que es necesario seguir en la senda de la solidaridad, campo en el
que las mujeres han sido y siguen siendo especialmente activas.
El mundo, atenazado por fundamentalismos económicos y religiosos se está
convirtiendo en una jungla en la que proliferan los egoísmos y la corrupción. Las
luchas de las mujeres, su compromiso personal y político, proporciona materiales
para la elaboración de una nueva moral social laica, una moral de la ciudadanía,
de la solidaridad que debería servir para restablecer los vínculos sociales y
conducirnos a un orden internacional más justo.
Este libro pretende rendir un homenaje tanto a las movilizaciones visibles como
a las luchas cotidianas, calladas, de tantas mujeres muchas veces ignoradas. Las
memorias recogidas en él son materiales para la reflexión y la acción. Estos
testimonios ponen bien de manifiesto que la emancipación de las mujeres no es
ajena a la lucha contra las dictaduras, y contra los fundamentalismos de todo
tipo, incluido el neoliberal. Son memorias para seguir haciendo camino en
escenarios nuevos en los que habrá que renovarse e inventar nuevas formas de
resistencia, tanto en la teoría como en la práctica. La cuestión femenina y la
cuestión social están imbricadas, y no se deben separar. Sería una equivocación
desvincularlas, pues únicamente en una sociedad verdaderamente democrática y
equitativa podrán las mujeres andar su propio camino, alcanzar la emancipación
personal y social.

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1 Cf. Carmen de BURGOS (1927), La mujer moderna y sus derechos, Valencia, Ed Sempere.
2 Cf. Julia VARELA (2011), Mujeres con voz propia. Carmen Baroja y Nessi, Zenobia Camprubí Aimar y
María Teresa León Goyri, Madrid, Ed. Morata.
3 José D ONOSO (1996), Conjeturas sobre la memoria de mi tribu, Madrid, Alfaguara, pág. 9.
4 Retomo estos datos del libro de Guy HERMET (1975), L’Espagne de Franco, Armand Colin, París,
1975, págs. 89-90. Guy Hermet señala que en torno a medio millón de republicanos se refugiaron en
Francia, pero omite referirse a los campos de concentración.
5 En contrapartida en la actualidad las mujeres españolas y las italianas son las que más retrasan la
maternidad en la Unión Europea pues tienen su primer hijo con 30,6 años de media. En lo que se refiere a
las tasas de fertilidad España se encuentra también a la cola de Europa, con una media 1,32 hijos por
mujer frente a la fertilidad media europea de 1,58 hijos. Véase El País, 16-III-2016, pág. 30.
6 Cf. Dionisio RIDRUEJO (1964), Escrito en España, Buenos Aires, Ed. Losada, pág. 31.
7 Elena Fortún terminó el borrador de su libro sobre Celia en la revolución en el año 1943. En esta obra
expresa con humor el destino de las mujeres en función de los criterios vigentes en la época: Dios ha
repartido los cuidados: a las mujeres el hogar, y a los hombres todo lo demás… Cf. Elena FORTUN (1987),
Celia en la revolución, Madrid, Aguilar, pág. 31.
8 El cambio social comenzó a producirse a partir del Plan de Estabilización, con los Planes de Desarrollo
y la entrada de un turismo masivo. Según datos de la OCDE el PIB creció en España entre 1960 y 1966
un 138%, un crecimiento superior al del Japón (128%) y al de Estados Unidos (48%) en ese mismo
tiempo. Ese crecimiento exponencial del trabajo vino acompañado de una reestructuración brutal de la
fuerza de trabajo. También entre 1960 y 1966 el porcentaje de jornaleros agrícolas cayó del 17%, al
9,8%. Comenzaba para muchas mujeres y varones pobres del mundo rural el éxodo de la emigración a
Europa.
9 En este sentido un libro de gran difusión en los medios universitarios de los años 70 fue el de
Alejandra FERRÁNDIZ y Vicente VERDÚ (1974), Noviazgo y matrimonio en la burguesía española, Madrid,
Edicusa.
10 En la actualidad según el Informe de la Conferencia de Rectores de Universidades Españolas (C RUE,
2015) las cosas han cambiado, hasta el punto de que las universitarias representan el 54% de los
estudiantes frente al 46% de los universitarios, y además acumulan los éxitos académicos, pues obtienen
el 62% de las titulaciones. Pero se señala también que en relación con el profesorado universitario las
mujeres representan el 40% frente al 60% de los varones, y que tan solo una de cada cinco catedráticos
es mujer. De las 50 universidades públicas españolas solo en dos hay mujeres rectoras (Málaga y
Granada).
11 Véase Natacha SESEÑA (2009), Asociación Española de Mujeres Universitarias (1920-1990). Setenta
años de labor seria y libre a favor de la mujer, en Carmen MARTÍNEZ TEN, Purificación GUTIÉRREZ LÓPEZ, Pilar
GONZÁLEZ RUÍZ (eds.), El Movimiento Feminista en España en los años 70. Madrid, Fundación Pablo Iglesias,
Ediciones Cátedra, págs. 377-384.
12 Cf. Karl POLANYI (2016), La gran transformación, Barcelona, Ed. Virus.
13 Cf. Julia VARELA (2004), A Ulfe. Socioloxía dunha comunidade rural galega, Santiago de Compostela,
Sotelo Blanco.
14 Cf. Pilar D ÍAZ SÁNCHEZ (1999), Del taller de costura a la fábrica, Cuadernos de Historia
Contemporánea, nº 21, págs. 279-293, pág. 286.
15 Cf. Julia VARELA (1997), Nacimiento de la mujer burguesa, Madrid, Ed. La Piqueta.
16 Casi todas citan como lecturas que les abrieron horizontes nuevos respecto a la importancia de ser
mujeres El segundo sexo de Simone de Beauvoir, y La mística de la feminidad de Betty Friedan.
17 Es imposible dar cuenta en este espacio de todas sus actividades y trabajos. El texto de Alejandra
Val Cubero se referirá más específicamente a ellas.
18 Las conquistas no son sin embargo irreversibles. De nuevo, como afirma Lourdes, en los últimos
años ha proliferado el machismo, el maltrato y la violencia contra las mujeres, y se manifiesta otro signo

38
de involución pues con la ideología neoliberal conservadora se quiere meter de nuevo a las chicas en casa,
aprovechando la crisis económica, que vuelvan a ocuparse exclusivamente de las tareas domésticas y del
cuidado de los hijos y del marido, y a ser las cuidadoras de enfermos, una costumbre muy arraigada en
este país, que nunca había desaparecido del todo. En el mismo sentido se pronuncia Jimena.
19 Sobre el aumento del paro y la precarización, sobre el retorno de la cuestión social es preciso
consultar algunos trabajos modélicos de Robert C ASTEL (1998), Las metamorfosis de la cuestión social,
Buenos Aires, Paidós; así como El ascenso de las incertidumbre. Trabajo, protecciones, estatuto del
individuo (2010) México, FCE.

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SEGUNDA PARTE.
Conversaciones

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1. Juana LÓPEZ VÁZQUEZ. El empleo doméstico y la
emigración a Madrid

Nací en Cáceres, en 1942, de una familia muy humilde, muy humilde. Cuando
nací ya tenía 5 hermanos casados. Mi madre me tuvo a los 50 años, así que la
he conocido siempre mayor. Y mi padre era todavía mayor que ella, y no pudo ir
a la guerra, a la que sí fueron mis hermanos mayores. Mi madre iba a visitar a
mis hermanos embarazada y con uno de mis hermanos en brazos. Creo recordar
que estaban en la zona nacional. Yo hice el número 22 de los hijos, fui la última.
Mi madre era un comino, era pequeñita, pero con mucha fuerza, con mucha
energía. ¡Ya te imaginas, viva y trabajando habiendo tenido tantísimos hijos!
Creo que tuvo incluso un parto doble. Franco le dio el premio de natalidad en el
año 1962.
Mi madre era muy alegre y tenía mucho humor. A veces se ponía a lavar y
fregar la acera de delante de casa, como se hacía antes, y pasaba una vecina y le
decía: Santa, se llamaba Santa y verdaderamente era una santa: ¿ya tienes la
comida hecha? Y ella le contestaba: acabo de poner un cordero al fuego. Y a lo
mejor casi no tenía para hacer unas sopas. Aquella época tan dura de postguerra
fue un tiempo muy difícil, vivíamos económicamente mal. Y aunque mis
hermanas mayores ayudaban algo a mi madre en casa, en cuanto levantaban un
palmo se iban a trabajar fuera para poder ayudar, así que era ella la que se
encargaba de todo. Yo, como fui la más pequeña, ya no viví en una casa llena de
hermanos, pues cuando nací ya tenía varios hermanos y hermanas casados, de
ahí que algunos sobrinos sean mayores que yo. Además de los casados, a una
de mis hermana se la llevó a vivir con ella una hermana de mi padre que no tenía
hijos. Y a otra hermana, que todavía vive, y que es cinco años mayor que yo, se
la llevó mi hermana mayor, que era mayor que mi suegra, y que vivía también en
Cáceres.
A mi padre yo lo recuerdo ya muy mayor, ya no trabajaba, estaba jubilado. Le
daban 300 pesetas de jubilación. Los días que hacía bueno cogía el perro, se
montaba en la borrica y se iba a cazar. A veces traía una liebre, o un conejo, y a
veces nada. Y por la tarde, después de comer se iba al bar. Esa era la vida de los
hombres entonces. Mi padre antes de jubilarse trabajaba en los hornos de hacer
cal: ponían unas piedras especiales alrededor de un horno que hacían en la tierra,

41
y dos o tres hombres hacían fuego durante tres días y tres noches hasta que las
piedras se convertían en cal. Así se hacía la cal que luego se empleaba para
calear, para blanquear las fachadas y las casas. Entonces la cal era un producto
que se utilizaba mucho. A hacer cal también se dedicaron mis hermanos. Era un
trabajo muy duro y tóxico. Uno de mis hermanos murió de cáncer, quizás a causa
de ese trabajo.
Nuestra casa era una casa de ciudad, pero era como de pueblo, tenía cuadras,
corrales, y arriba se guardaba el grano. Yo de pequeña iba a una guardería, nos
llevaba mi madre para que nos diesen de comer. Mi madre nos llevaba a los dos
pequeños a esa guardería que era muy buena, era del Gobierno, y no había que
pagar. Luego cuando acabamos la guardería mi madre nos llevó a los dos a una
escuela municipal, donde estábamos separados niños y niñas, en dos aulas
distintas, a las que entrábamos por puertas separadas. Entonces estaba muy mal
visto que niñas y niños estuviésemos juntos.
Yo también me fui pronto de casa, pues al lado vivía un matrimonio, y las
ventanas de su casa daban a nuestro corral, así que me llamaban para que les
hiciese recados, y yo iba encantada de la vida porque me daban de comer, y me
hacían algunos regalos, que mayormente eran de comida. Yo estaba loca por ir a
su casa. Él era muy mayor y ella joven. No llegaron a tener hijos. Estaban
haciendo obra, y yo hacía lo que me pedían que hiciera, y les ayudaba en lo que
podía. Él trabajaba en la Diputación de Cáceres, era funcionario, y era muy bien
mirado porque además era muy buen cocinero, sabía mucho de cocina, aunque
no se dedicaba a eso. Cuando inauguraron la traída del agua en Cáceres, o
cuando había algún acontecimiento importante, él era quien organizaba las
comidas, sin tener restaurante ni nada. Bueno, pues una noche me quedé a
cenar en casa de estos vecinos, y me dijeron: “no te bajes, quédate aquí”. No se
me olvida que dormí en la bañera, porque no tenían cama para mí. Yo tendría
ocho o nueve años. Fregaba, barría, pero para las labores fuertes, como era lavar
y planchar, venía una señora. Y ya me quedé con ellos. Lo peor que hicieron es
que me quitaron de la escuela, así que estuve solo hasta los 8 años. En la
escuela tenía una profesora buenísima, era una persona muy humanitaria, pero
me sacó mi madre porque pensaba que esos señores me iban a dar el oro y el
moro, aunque luego no fue así.
Cuando me fui a vivir con ellos fui aprendiendo lo que hacían las otras
muchachas, tenían también cocinera, y a mí me gustaba ver lo que guisaban, y
cómo el señor le mandaba hacer las cosas a su manera. Y también veía cómo se
planchaba, todavía se utilizaban las planchas de carbón, que a veces se
calentaban en la plancha de la cocina, así que iba aprendiendo a hacer las cosas
de la casa casi sin darme cuenta. Cuando él se jubiló se vinieron a Madrid, y me
trajeron con ellos. Yo tenía 14 años y no quería dejar mi tierra, pero mi madre

42
me obligó pensando que sería bueno para mí. En Cáceres tenía amigas, y estaba
mi hermana, la que era 5 años mayor que yo, y que todavía vive, que era para
mí lo máximo. Pero hay que decir que cuando yo era niña jugaba poco, porque
siempre tenía algo que hacer en la casa de estos señores.
En Madrid estos señores vivían en la calle Alonso Cano, número 68. Yo vivía
con ellos, les ayudaba a hacer las faenas de la casa, porque habían despedido a
la cocinera y a las chicas que tenían en Cáceres. Así que empecé a cocinar
fijándome en lo que hacía la señora y el señor, y también iba a hacer la compra.
Cocinábamos de todo: verdura, que les gustaba mucho, fabada, paella, cocido,
lentejas, caldereta de cordero, cordero asado, cochinillo… Aprendí a hacer de
todo. Usábamos para aliñar pimentón, ajo, cebolla, pimienta negra y blanca,
clavo…Así que con la cocina luego nunca he tenido problemas. Se cocinaba lo
que había en cada estación, lo que era propio de cada tiempo. Recuerdo que en
el tiempo de las perdices cocinábamos muchas perdices, porque les gustaban
mucho. Como sería que llegué a aburrirlas, y eso que era la perdiz roja, eran
perdices muy buenas, de esas que ahora ya casi no hay. Pero entonces no eran
caras y estaban al alcance de la gente. Las hacíamos escabechadas porque con el
vinagre se conservaban más tiempo. Entonces no había neveras como hoy, eran
más pequeñas, y no había congeladores. Todos los días se guisaba para los tres,
nunca se comía la comida del día anterior, y todos los días se hacía la cena. Por
la noche comíamos más sencillo, pescado, tortilla, fiambre, o una ensalada. Yo
comía con ellos a la mesa, y en esa casa he comido de lo bueno lo mejor, gulas,
percebes, lo que fuera. No se puede decir que ellos fueran ricos, pero en la
comida no escatimaban gastos. Digo que no eran ricos porque el piso de Alonso
Cano lo puso el señor, como no tenían hijos, a nombre de sus dos hermanas.
Parece que él para estudiar necesitó parte de la herencia de su padre, y les debía
eso a sus hermanas. Así que me imagino que para vivir tendrían su jubilación de
funcionario, y algo de dinero ahorrado.
En esa casa tenían la costumbre de rezar el rosario todas las noches, y la
señora me enseñó a hacer crochet, a calcetar y a hacer labores. Luego he hecho
muchos jerseis, calcetines, manteles y demás cosas para mis hijos y nietos. La
señora compraba Revistas de labores, y a veces íbamos juntas al Corte Inglés o
a Pontejos, para buscar lo que nos hacía falta para hacer las labores. Y también
jugábamos a las cartas.
Al poco tiempo de estar en Madrid conocí a Rafa, mi futuro marido. Estos
señores no me pagaban nada, me vestían, me mantenían, y me daban de comer
de maravilla, como ya dije, pero no me daban dinero. Así que pensaba que tenía
que salir de esa casa, pero aparte de a ellos no conocía a nadie en Madrid. Me
trataban bien, pero no me daban dinero y no tenía nada para gastar cuando
salía. No querían que saliera con Rafa, porque no querían que me casara. Ella se

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veía sola, y querían que estuviera con ellos, por eso procuraba hacer lo posible
para que me enfadase con Rafa. Yo aunque solo tenía 15 o 16 años, pensando
en mi futuro, les dije que necesitaba que me pagasen algo, que necesitaba
dinero. Y hasta que me casé, que fue en el año 62, me dieron 500 pesetas todos
los meses. Yo les tenía cariño, y ellos a mí también me lo tenían a su manera,
pero no me consideraron como a una hija. Primero en Cáceres no pude seguir
asistiendo a la escuela, y en Madrid tampoco me llevaban al teatro a donde iban
con frecuencia, ni se preocupaban para que tuviera más cultura.
Conocí a Rafa comiendo un bocadillo en la Plaza Mayor. Estábamos juntas un
montón de chicas de Extremadura, y Rafa había venido también con otros
muchachos de Cáceres. Empezamos a salir y fue la única pareja que continuó. A
veces, muy pocas, fui al cine con Rafa, también fui dos veces al baile, pero él no
es de bailar, así que dejamos de ir. A mí me gustaba, porque en Cáceres, en la
feria, íbamos a la plaza a bailar. Recuerdo a mi madre, ya muy mayor, sentada en
la plaza, pues tenía que ir a acompañar a mi hermana, y yo aprovechaba e iba
con ellas. Y bailábamos las niñas, yo tendría entonces 12 años. Me lo pasaba de
maravilla, la música siempre se me ha pegado bien. En Cáceres me encontraba a
gusto, por eso no quería venirme a Madrid.
Al llegar a Madrid lo que más me llamó la atención fue el metro, pero pronto
me hice cargo, y era muy decidida para cogerlo y hacer recados. Era muy
espabilada, y además me decía que preguntando se va a Roma. Como venía de
Cáceres, de una capital, no me causó mucha impresión Madrid. En Cáceres había
cine, teatro y plaza de toros. Allí iba al cine los jueves con mi hermana porque
con una entrada entrábamos las dos, aunque a veces no me dejaban entrar
porque era pequeña. A mí lo que más me impactó fue el aeropuerto. Todavía
recuerdo la primera vez que Rafa me llevó a ver cómo aterrizaban y despegaban
los aviones.
Rafa trabajaba entonces en las fundiciones de Manufacturas Metálicas
Madrileñas. Pero lo echaron porque no había trabajo. La situación entonces
estaba muy mal, algo parecido a lo que pasa ahora. Luego tuvo que ir a la mili. Y
cuando lo licenciaron no encontraba trabajo. No nos casamos hasta que estuvo
colocado. Poco después entró en la construcción por recomendación de un
conocido del pueblo, pero el trabajo estaba mal, así que decidió irse a Alemania,
y arregló los papeles para irse. Y yo decidí que me iba con él. Pero él dijo que
no, que era muy arriesgado, que se iba él primero y después de un año, cuando
ya estuviese asentado, me iba yo. Pero sucedió que entró a trabajar por
mediación de un primo suyo en el economato del Instituto Nacional de Industria
(INI), que es donde se ha jubilado, así que el viaje a Alemania se canceló.
Cuando me casé me encontré con 21 años que tenía que llevar yo sola la casa,
y lo pasé mal, porque económicamente no estábamos bien, pues Rafael hasta

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pasados dos o tres años tuvo un sueldo bajo, ganaba tres mil quinientas
pesetas. Rafael, igual que todos los obreros de entonces, traía el sueldo en un
sobre a casa, así que yo tenía que hacer cuatro particiones, una para el piso, otra
para los gastos de la comunidad, otra para el gas y la luz, y la otra para nuestros
gastos. Así que tuve que atenerme a lo que había. Pero de comer nunca nos
faltó, y lo mejor era siempre para los niños. Al casarnos compramos un piso del
INI. El Instituto nos dio una entrada, y luego teníamos que pagar el piso y el
préstamo. Así que yo estaba esperando a que Rafa se fuera al trabajo y me iba a
la calle Alonso Cano a seguir ayudando en casa de esos señores de Cáceres.
Vivíamos en San Cristóbal, iba en una camioneta y luego cogía el metro a Cuatro
Caminos o a Ríos Rosas. Iba siempre. Me daban algo de dinero y la comida que
nos sobraba del mediodía. Pero quedé muy pronto embarazada de mi hijo mayor,
y al igual que sucedió con los tres hijos varones, manchaba un poco, y el médico
me decía que tenía que hacer reposo, pero yo no le hacía caso, me aburría en
casa, y me iba corriendo a casa de esos señores. Rafa no sabía nada. Pero
además de estar embarazada me encontré recién casada con que tenía que
atender a varios hombres en la casa. Tenía un hermano mío que vino a Madrid a
hacer la mili, un hermano de Rafa también vino a hacer la mili y luego se quedó
con nosotros. Y lo malo es que no tenía lavadora. Otro hermano de Rafa, Fausto,
que ahora vive aquí al lado nuestro, también vino a casa, y se puso a trabajar en
una chatarrería. ¡No sabes la lata que era lavar los monos que utilizaba! En fin,
tenía muchísimo trabajo. De joven no había tenido tanto, pues la señora me
ayudaba a hacer las cosas. Cuando terminaba de comer en Alonso Cano me iba a
toda prisa para hacerles la merienda. Rafa comía en el INI, que estaba en la
Plaza de Salamanca, así que no me daba trabajo, pero los hermanos sí, uno
entró en la Standard, y estuvo con nosotros dos o tres años, Fausto también, y
luego Julián, el otro hermano más pequeño, también ha estado con nosotros
desde los 14 años hasta que se independizó.
Cuando nació mi primer hijo tuve que dejar a esos señores, porque tenía
muchísimo trabajo. Y luego perdí la relación con ellos. Cuando él se murió la
señora no me avisó. Después se puso en contacto conmigo para que le llevase a
enseñar el niño. Y fue la última vez que la vi. Allí conocí a un señor que me
presentó. Creo que ella se fue con él a Andalucía en donde él trabajaba, así que
nos desligamos, y no volví a saber nada más de ella. Como estaba diciendo
cuando nació mi primer hijo, Rafael —se llama como su padre— dejé de trabajar
fuera, pues tenía en casa cinco hombres y un bebé. A los tres años de estar
casada ya las cosas fueron a mejor. Rafael ganaba más y estábamos
económicamente mejor. Teníamos una iguala de médico, y a Rafael a veces le
regalaban alguna cosa en el Economato. Y yo ya me manejaba mejor para
organizar la casa. Mi segundo hijo, Ángel, nació cinco años después.

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Rafa se iba a trabajar a las 8 de la mañana y no volvía hasta las 9 de la noche,
así que cuando tuve mis cuatro hijos —la última fue una niña—, yo era quien los
bañaba y les daba la cena. Cuando llegaba Rafa ya estaban cenados y bañados.
Entonces en cuanto sonaba en la Tele Vamos a la cama que hay que descansar
se acostaban. Yo procuraba que durmiesen bastante porque una profesora me
dijo un día que los niños que iban descansados rendían más en el colegio.
De San Cristóbal nos fuimos a vivir a Villaverde a un piso más grande, pero
empecé a ver mucha droga y otras cosas que no me gustaban. Dos chiquitos de
la edad de Ángel se murieron de la droga en el mismo edificio donde vivíamos
nosotros, así que me entró miedo, y decidimos cambiarnos de barrio.
Compramos este piso cuando estaba embarazada de Ángel. Al principio lo
alquilamos unos años, pero luego yo quería salir de Villaverde. Lo sentí por Rafa
porque allí vivíamos muy cerca de su trabajo, y además empezó a tener
problemas con la pierna. Creo que ese problema empezó de subir al monte
donde se dio un golpe con una azada, pero luego lo operaron dos o tres veces
porque tenía tumores, y al final no sabemos bien cual fue la causa. El caso es
que toda nuestra juventud lo pasamos muy mal, desde que tenía el hijo mayor
dos años, hasta que Mariola tenía esa misma edad. Lo pasamos muy mal, fuimos
a médicos, y a curanderos, pero no encontramos solución, así que tuvieron que
quitarle la rodilla. Y no le pusieron una prótesis porque dijeron que era muy
joven, y que la prótesis tenía una duración corta. Mis hijos también vivieron muy
mal la enfermedad de Rafa. Pero el INI se portó muy bien, solo una vez le
suprimieron una paga extra, siempre lo trataron bien, y a veces estuvo seis
meses sin poder ir a trabajar. Cuando nos vinimos de Villaverde yo sufrí mucho
por Rafa, pero él decidió que se sacrificaba por los chicos. Este barrio no tenía
nada que ver con el otro, era muy tranquilo. Rafael, mi hijo mayor, tenía
entonces 15 años y Ángel 10, y yo quería quitarlos de allí, y eso pese a que en
Villaverde había un sacerdote, al que luego castigaron, que les hacía actividades
y los llevaba de campamento. Le dábamos 10 pesetas y él les compraba coca-
colas, fantas, patatas fritas, y sobre todo los tenía recogidos, no estaban en la
calle. Cuando nos vinimos a este piso Rafa, mi hijo mayor, ya trabajaba en el
banco y estudiaba de noche, y Ángel ya iba al colegio que está aquí cerca con
sus hermanos. Todo fue bien. Luego hicimos lo posible para que fuesen a la
universidad. Mariola estudió química, una carrera todavía más fuerte que la de
sus hermanos. En un momento dado su profesora me dijo que no estaba dando
de sí todo lo que podía porque era muy inteligente, que había hecho un examen
mal porque había estado por ahí con la pandilla, así que la tuve toda una tarde
encerrada en la habitación y nunca más suspendió. Se puso a estudiar de firme.
Yo le decía que tenía que estudiar, y luego encontrar un trabajo, que no quería
que dependiese de un hombre, estuviese soltera o estuviese casada.

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No volví a trabajar fuera de casa hasta que mis hijos fueron ya mayores.
Bueno, Mariola tenía diez años. Sucedió que Fausto, mi cuñado que vive aquí al
lado, que trabajaba de conserje, nos dijo a mi cuñada y a mí que dos señoras le
habían dicho si conocían a alguien para ir a su casa. Así que nos dijimos que no
estaba mal probar y sacarnos un dinerillo. Pero yo lo hacía a escondidas de Rafa
y de mis hijos. De casa salía cuando se iban todos, unos a la universidad, y otros
al colegio, y estaba tres horas diarias trabajando. Me ganaba mil pesetas al mes,
y buenas eran. Metía el dinero en una jarra del aparador para que no lo viese
nadie. Pero llegó un día, en que ya no me conformé con la situación y dejé de
ocultarlo. Pensé que no hacía nada malo, así que lo dije en casa. Recuerdo que
se enfadaron mucho, pero estuve trabajando hasta que se casó Mariola. Estuve
con la familia de un ingeniero 18 años, desde que volví a trabajar hasta que lo
he dejado. En casa se oponían y lo cierto es que ya no tenía necesidad. Nunca
tuvimos problemas para comer. Estos señores quisieron que me quedase con las
llaves, pero no quise. Llegó un momento en que ya no me hacía falta trabajar,
pero hasta entonces mis hijos estaban en la Universidad y me venía bien poder
ayudarles. En un determinado momento me encontré que uno estaba en
Inglaterra, otro en Escocia y Mariola en Estados Unidos. Todos fueron siempre
muy buenos estudiantes. Pero las becas no les bastaban, así que yo pensaba que
con trabajar no hacía mal a nadie, que podía sacar un dinerito y les podía ayudar.
Hacía fuera lo que sabía hacer, guisar, fregar, barrer, planchar, ordenar la casa.
Hacía lo que hacía en mi propia casa. Lo que más me gustaba era cocinar y
planchar, y lo que menos quitar el polvo. Llevar bien una casa exige organizarse,
y requiere mucho trabajo, pues son muchas cosas las que hay que hacer, pero
nunca he valorado mi trabajo, siempre he valorado más poder estudiar. Es cierto
que cuando he trabajado fuera, por ejemplo, con esa familia con la que estuve
dieciocho años, se reconocía mi trabajo, y no querían que me fuese. Y cuando
les dije que no podía volver me regalaron una sortija y unos pendientes de oro.
Me trataban muy bien, y yo cumplía con mi trabajo. El trabajo de ama de casa es
un trabajo que no se ve, que se deshace continuamente. Pero la cultura nunca se
deshace.
Las mujeres durante el franquismo no teníamos derechos. Recuerdo que
cuando fui a comprar la primera TV que tuvimos —teníamos que comprarla a
plazos—, tuve que ir yo a la tienda porque Rafa estaba todo el día trabajando,
pero no la pude comprar, porque no pude firmar. La firma de la mujer no valía.
Conseguir esos derechos fue muy importante. Después de la muerte de Franco
hemos tenido unos años muy buenos. Mis hijos han ido a muchas
manifestaciones, y alguno sigue yendo todavía, han luchado lo que han podido.
Y yo también he ido cuando he podido. Después de la transición tuvimos unos
años bastante buenos, se podía hablar, había libertad, que antes no se podía

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porque había censura. Recuerdo que un primo, que tenía su mujer embarazada y
varios hijos pequeños, se venía a dormir a nuestra casa, porque vivían también
en San Cristóbal a donde iba la policía secreta por la noches a sacar a los obreros
que estaban relacionados con los sindicatos, que entonces eran ilegales, y los
llevaban a la Dirección General de Seguridad en la Puerta del Sol. Este primo
trabajaba entonces en Manufacturas Metálicas Madrileñas como Rafa.
Ahora todos mis hijos se han casado o viven en pareja, y tienen hijos, pero se
han comportado de distinta forma. Mi hijo mayor cuando era joven se echó
novia y se casó con ella, y mi hija pequeña, Mariola, conoció a Manolo, su
marido, en el colegio y con él se ha casado, antes han estado toda la vida de
novios. Los otros dos han salido más novieros. Recuerdo que cuando eran
todavía muy jóvenes, Mariola tendría 15 o 16 años, nos invitaron para que
fuésemos a la casa de los padres de Manolo porque le había regalado un
ordenador, o algo así, pero yo creo que me llevaron un tanto engañada porque
querían decirnos que se iban a vivir juntos. Cuando lo dijeron parece que puse
una casa rara y a mi suegra, la madre de Manolo, le dio por reírse. Pero yo no le
encontraba mucha gracia ni mucho sentido, porque Manolo tenía un trabajillo, y
Mariola no había terminado todavía la carrera. Así que les estropeé el plan.
Mariola cuando terminó se quedó de becaria en la Facultad, y cuando se le
terminó la beca a los pocos meses le comunicaron que podía entrar en un
laboratorio farmacéutico. Ella pensaba seguir con la tesis, pero al final empezó a
trabajar y está contenta porque es lo que estudió, trabaja en lo suyo. Y entonces
se casaron por lo civil. Manolo trabaja como conservador de electrónica en una
embajada. Hoy todos están bien, todos tienen trabajo. Rafa sigue en el banco,
Ángel es profesor de universidad, José Luis trabaja en una ONG con gente con
muchos problemas, pero le gusta, y Mariola sigue en el Laboratorio.
Cuando llegó la democracia se consiguió el divorcio y eso fue importante.
Algunos de mis hijos vivieron con su pareja, pero antes eso se veía muy mal. Y a
veces resulta que viven juntos, tienen hijos y están bien, y luego se casan y
funcionan mal. Ahora vivir juntos está al orden del día y no se ve mal. Pero antes
pronto decían que la chica era una fulana. Recuerdo que en Cáceres había una
pareja que vivían juntos y a ella la consideraban muy mal, y era una mujer
normal, era como mi madre o mi hermana. En eso hemos avanzado muchísimo.
Yo que me he casado a los 20 años, he tenido mis más o menos porque era muy
joven, y Rafa y yo no nos conocíamos bien, y a veces quieres espacio. La
convivencia siempre es difícil. Pero mis hijos a veces salen con sus amigos cada
uno por su lado, salvo el mayor, y eso lo hace también mi hija Mariola. Yo eso no
lo he hecho en la vida, aunque me habría gustado poder hacerlo, pero entonces
eso era imposible. Mi nuera la mayor hace la misma vida que hacía yo. Ahora se
ha jubilado y está de conductora y acompaña a sus hijas a las compras lo que

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antes no ha hecho nunca. Pero mi hija, o mi otra nuera se van con sus amigas y
amigos, y ellos también. Hacen una vida distinta, y más bonita que la nuestra.
Nosotros luchamos para que hubiese cambios, les dimos las puertas abiertas a
los jóvenes. En algunos ambientes vivir juntos sin casarse se veía normal, pero
en el mío no. En nuestra época éramos ingenuos e íbamos aprendiendo las
mujeres y los hombres, incluso en la vida sexual, al mismo tiempo. A mí ni la
pornografía ni otras cosas parecidas me gustan, no me interesan. Y con mis
amigas hablo cosas de personas mayores, vamos al club a pasar el rato, y
hablamos de cómo está la situación o de algún problema de salud que tenemos,
pero ya no estoy en relación con los problemas de los jóvenes. Y cuando vienen
mis nietas mayores, Pilar tiene 25 años y es arquitecta y Sofía 23 y también ha
estudiado arquitectura y está haciendo el Proyecto de fin de carrera, la
conversación es familiar. De cosas íntimas hablan con su madre. Tal como están
las cosas ahora es un problema lo de encontrar trabajo y sobre todo para las
chicas que son las que más sufren la crisis. Pilar tiene un trabajo precario como
tantas y tantos otros, pues son los que más abundan ahora. Por eso debemos
apoyar a los jóvenes en sus luchas para que la sociedad no siga retrocediendo y
no se pierdan los avances que se han conseguido con tanto esfuerzo.
Nuestra generación era gente con un comportamiento especial, nos
ocupábamos de los demás, ahora ves a gente joven que es como si no les
importase nada. Bueno, no todos los jóvenes son así. Mis hijos ayudan en casa,
cocinan estupendamente incluso mejor que Mariola, y cuidan a los niños. Rafa,
mi marido antes no hacía nada, pero ahora yo le pido ayuda. Y de vez en cuando
hace migas, y antes hacía churros que le enseñó a hacer una vecina para que se
los diese a los niños, y le salen muy bien. Ahora hace bien de pinche de cocina,
en eso me ayuda mucho. Pero antes como trabajaba, estaba con la pierna mal, y
estaba tantas horas fuera, yo lo hacia prácticamente todo. Incluso les ayudaba a
los niños en los deberes.
Un profesor que vivía en esta casa me enseñó a hacer la raíz cuadrada, y
aprendí la tabla de multiplicar preguntándosela a ellos. Rafa llegaba agotado, así
que no podía pedírsele mucho. Bueno, sí ayudó por la noche a uno de los niños
que tuvo dislexia. Llegaba y se ponía a leer con él y a hacer los ejercicios, porque
la profesora que tenía, que era estupenda, nos dijo que se la corregíamos entre
ella y nosotros, y nos dijo lo qué teníamos que hacer, y los libros que debíamos
de comprar. Así que hicimos todo lo que nos dijo al pie de la letra, y se le
corrigió. La verdad es que ayudamos a nuestros hijos en lo que pudimos. Rafa se
volcaba también con ellos, se desvivía para que estudiasen. Ahora las cosas han
cambiado bastante. Mis hijos llegan a casa y se ponen a hacer lo que sea, bañan
a los niños, les hacen la cena y se la dan. Cosa que antes no hacían los hombres,
pero ahora lo hace incluso mi hijo mayor. Todos colaboran: ¡con decirte que mi

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hijo mayor incluso aprendió a planchar!
A mí me hubiera gustado estudiar. Me haría una ilusión tremenda. Pero a esos
señores de Cáceres con los que estuve no les interesaba que estudiara, aunque a
ellos les gustaba ir al teatro, era raro que no fuesen una o dos veces por
semana, a mí no me llevaban con ellos. Al final, no fui como una hija para ellos,
me tuvieron a su servicio. Me querían a su manera, pero yo les quería, e incluso
cuando estaba embarazada y me sentía mal, iba a ayudarles. Fausto, mi cuñado
me vio un día en Cuatro Caminos, cuando iba para Alonso Cano, y le dije que no
dijera nada, y me guardó el secreto.
Cuando mi hija se fue a Estados Unidos para mí fue duro, porque de repente
nos quedamos Rafa y yo solos en casa, pero tenía que aprender inglés. Se fue
un año e hizo allí tercero de BUP. Fue porque el INI a los hijos de los empleados
que sacaban buenas notas, un notable o más de nota media, les daban beca
para estudiar inglés, y una ayuda para los libros. Eso sucedía ya en la época de
la democracia, y continuaron con esa tradición hasta que entramos en la
Comunidad Económica Europea. Mariola sacaba buenas notas y le dieron una
beca que cubría los gastos, salvo los personales, y le buscaron una familia con la
que estar. Por esa época Ángel también quería aprender inglés y me pidió si
podía pagarle seis semanas en Londres. Cuando se fue estaba pensando hacer
otra carrera, no estaba muy contento con la que había hecho en Madrid. Todos
han sido siempre muy económicos, hacían lo que fuese con tal de que yo no
gastase demasiado. Le pagué esas semanas, pero resulta que luego se quedó allí
12 años. Hizo doctorado, terminó otra carrera, y fue profesor allí durante unos
años. A primera hora no se adaptó bien, porque el clima en Leed era tremendo,
pero luego conoció a profesores e hizo amigos. Y después se vino para la
Complutense. No sabes lo emocionada que me puse cuando entré en el
despacho que tenía de profesor Ángel en Bradford, incluso lloré. Otro de mis
hijos, José Luis empezó, creo que económicas o empresariales, porque su
hermano mayor le dijo que a lo mejor podía encontrar un trabajo en el banco,
pero no le gustaba. Y entonces hizo sociología, y sacaba sobresalientes y
matrículas. Y le concedieron un Erasmus. Todos nos han dado muchas
satisfacciones, pero el mérito es de ellos. El mayor ha empezado distintas
carreras pero no las termina, ahora está con Medicina, compra libros y se mete al
despacho a estudiar. Va a la calle Libreros a comprar libros de viejo. Y se examina
cuando toca. Todo eso le encanta.
Ahora vivimos solos Rafa y yo en esta casa. Vamos en verano a Alicante, pero
el resto de año disfruto aquí con mis nietos. Antes, como tenía tantas cosas que
hacer no paraba en todo el día, y cuando llegaba me sentaba en el sofá y me
quedaba dormida, pero ahora para mí es muy importante disfrutar de mi tiempo,
y tener un espacio donde estar leyendo, o viendo la televisión, o haciendo lo que

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sea. Ahora como si queremos podemos estar en habitaciones separadas,
podemos ver distintos programas de TV, aunque Rafa no ve más que los
informativos y algún que otro debate. Rafa suele ir por las tardes a jugar a la
petanca a un club que está cerca. así que yo puedo quedarme en casa
tranquilamente, o salir a dar un paseo, ir a ver a mi cuñada, o a mis amigas.
Cada vez valoro más tener tiempo para mí, y poder hacer las cosas con calma.

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2. Desideria CONTRERAS PARRA. Los trabajos y los
días en un pueblo de La Mancha

Nací en un pueblo pequeñito de Ciudad Real al terminarse la guerra, y


entonces no había nada más que lágrimas, porque había habido muchas
muertes. A mi madre le mataron un hermano en la guerra. Yo nací dos meses
después, y me pusieron el mismo nombre que a él. Se llamaba Desiderio, y a mí
me pusieron Desideria, un nombre feísimo, pero en fin, me dicen Desi, que es un
poco más moderno. Recuerdo mi infancia muy bien porque no pasamos falta de
nada, yo fui la primera niña y mi madre estaba loquita conmigo, luego tuvieron
otra niña a los tres años de nacer yo. Fuimos 4 hermanos, dos hermanos y dos
hermanas.
Mi madre era ama de casa, y criarnos no fue poco trabajo, y mi padre era
agricultor. Fue agricultor primero en casa de sus padres y luego ya siguió por
cuenta suya. Y conforme avanzaban los años tuvo gañanes, hombres que
llevaban las yuntas, araban, trabajaban todo a mano, que eso era penar. Ahora
con los tractores pues la vida es más fácil, también para las mujeres con las
lavadoras y las fregonas. En fin, la vida ha cambiado muchísimo para bien de
todos, porque para sembrar antes se andaba todo el día por los campos tirando
puñaos de trigo, y ahora va una sembradora con chorritos y deja varios campos
sembrados en un día. Así era la vida de los pueblos, un poco aburrida, aunque
yo no me he aburrido nunca, a mí me gusta el pueblo.
Cuando era niña me lo pasaba bien. Antes no había tantos juguetes como
ahora, pero con un trozo de soga brincábamos, y jugábamos, hacíamos rayuelas
y jugábamos a la comba, y hacíamos muñecas de trapo, y con un trozo de lana
de las ovejas negras les poníamos el pelo, y éramos muy felices, más que ahora,
porque ahora tienen tantos juegos, tanta tele, y tanto de todo, que no saben
apreciar, ni darle mérito a las cosas, pero yo he sido feliz. Recuerdo una niñez
bien, no tengo malos sabores de la vida de pequeña, después vinieron las
enfermedades, y todas esas cosas que no faltan.
Recuerdo a los abuelos maternos, Benito y Fausta, pero a los paternos no,
pues la madre de mi padre murió cuando mi padre tenía 15 años, y su padre
murió al poco de nacer yo. De mis abuelos maternos tengo muchos y muy
buenos recuerdos. Iba a dormir a su casa, y a comer, y me daban patacones, y a

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veces una peseta, que entonces eso era como ahora 50 euros. Tenían muchos
nietos y nietas, yo cuando nací hice el número 12. Tenían por lo menos 18. A mí
me gustaba mucho ir a la casa de los abuelos, estaba muy encariñada con ellos.
Cuando murió mi abuelo Benito, mi abuela Fausta ya era un poco mayor, y otra
prima y yo íbamos a dormir con ella siempre. Las dos éramos las encargadas de
dormir con la abuela. Antes era distinto que ahora. La abuela se murió a los 76
años pero parecía casi de 90, porque antes la gente parecía mayor con menos
años. Además como le mataron al hijo en la guerra, pues desde entonces las
penas se la comieron, y parecía mucho mayor.
Yo tenía muchas primas y primos, creo que unos 14, y todos, menos los hijos
de un tío mío que eran más pequeños y que combinaban ya mejor con mis hijos
que conmigo, nos llevábamos dos o tres años, y jugábamos mucho, en casa de
la abuela o en la calle. Y en los pajares hacíamos mecedores, con una soga que
atábamos a un palo, entonces no había columpios, ni toboganes, ni nada.
Nosotros pensábamos los juegos. Yo con quien más jugaba era con mis primas, y
sobre todo con una que se llama Josefa, que es de mi edad, pues siempre
estábamos juntas, y con otra hermana suya que se llama María, que era con la
que iba a dormir a casa de la abuela, y también a veces con otra que se llamaba
María Luisa. Entonces las niñas íbamos con las niñas, no íbamos con los niños. Y
al colegio también íbamos todas juntas, era un colegio de niñas. No éramos
muchas, pero luego al cabo de unos pocos años separaron a las más pequeñas
de las mayores. Vino una maestra de Madrid para las pequeñas, y la que
teníamos se encargó de las más mayores.
Al colegio fui desde los seis años hasta los 13. De primeras fui a una escuela
que estaba al lado del ayuntamiento, y aquello era una cueva, pero luego ya
hicieron dos escuelas al lado del Calvario, que no eran como las que se hacen
ahora, pero que estaban bien para aquellos tiempos. Pusieron unas estufas de
leña y teníamos que llevar un poco de leña cada una. Y yo, como vivía enfrente
de las escuelas, y en casa teníamos leña de los olivos, era la que más llevaba. En
la escuela hacíamos muchas cosas. Aprendimos de todo, a leer, a hacer
problemas, cuentas. La tabla de multiplicar yo me la aprendí siendo muy
pequeña. Estudiábamos los mapas, y aprendíamos los ríos, todo eso nos lo
sabíamos de memoria. Tengo ya 69 años y de algunas cosas me acuerdo
todavía. Desde los 13 años que dejé la escuela no volví a estudiar, aunque mi
maestra quería que estudiara. Creo que si hubiera sido niño sí hubiera estudiado.
Por las tardes hacíamos labores en el colegio, aprendimos de todo porque
tuvimos una profesora buenísima, primero hacíamos un trabajo de costuras con
un dobladillo, luego una vainica, una sobre vainica, un zurcido, un festón, en fin,
que tengo todavía el paño de costura. Aprendimos a hacer bolillos, a hacer
pañitos de encaje, a hacer ganchillo, pañitos de aguja de gancho… Por las tardes

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el jueves o el viernes era escuela del hogar, y la maestra nos enseñaba a hacer
todo lo que en una casa era preciso: a poner una mesa bien puesta, a rezar el
rosario, cada tarde rezaba el rosario una niña. Todavía me acuerdo de los
misterios, y de la letanía en latín. Luego ya fue evolucionando la vida.
A los 13 años las chicas dejamos la escuela, ya éramos zagalotas, mociquillas,
y nos gustaba presumir. Y luego pues ya nos fuimos haciendo novias, nos
casamos, y ya vivimos la vida de los pueblos. En fin, vinieron los niños, y
cambiaron las cosas bastante. Pero yo no me he aburrido nunca en el pueblo,
me gusta mucho mi pueblo. Bueno, me hubiera gustado estudiar, porque me
gustaba la escuela, pero estaba muy enmadrada, y no sé si lo hubiera superado
en aquellos tiempos, porque hoy ya todo el mundo sale del pueblo. La maestra
le dijo a mi padre que yo valía para estudiar y que era una pena que no lo
hiciese, pero mi padre en aquellos tiempos no quería que siendo niña me fuera
de casa para estudiar. Y a mí no me ha dolido, porque no he vivido mal, y no sé
si con haber salido hubiera sido más feliz o cómo me hubiera venido la vida. En
aquellos tiempos había menos medios, aunque en mi familia había dos tíos,
hermanos de mi padre, que habían estudiado, uno era médico y otro maestro. Mi
padre no quiso estudiar porque le gustaba más el campo. Pero de las mujeres de
la familia no había estudiado ninguna. Las mujeres en los pueblos entonces no
estudiaban, y los hombres que lo hacían eran muy contados. En el pueblo casi
ninguno sacó una carrera.
En la familia de mi padre eran 6 hermanos, y en la de mi madre otros 6, pues
aunque en la de mi madre fueron 10, solo vivían 6. Mis abuelos paternos eran
agricultores, tenían tierras de labor y gañanes y también huerta. Mi abuelo era
muy trabajador y le gustaba la huerta. Tenían árboles frutales, ciruelos,
membrillos... Entonces se hacía carne de membrillo, y se hacían matanzas. Tenían
una piara de gorrinos, y tenían un zagal que salía al campo con los cerdos, como
sale un pastor con las ovejas, y se hacían unas matanzas muy buenas. ¡Cómo se
comía de todo eso!, de lo de la huerta, habichuelas, garbanzos, tomates,
pimientos —y se hacían conservas—, y también de las buenas matanzas.
Mis abuelos maternos tuvieron una posada, y un restaurante. Tenían ganado, y
de sus seis hijos, tres trabajaban en la casa. Vivían bien. Las hijas hacían los
trabajos de la casa, y los hijos trabajaban en el campo con las yuntas. La familia
de mis padres y mis dos abuelos, maternos y paternos tenían tierras. Entonces
había mucha gente que tenía tierras, unos tenían más y otros menos, y algunos
las arrendaban o daban trozos para trabajar si eran terrenos más difíciles, y la
gente pues todo lo cogía, y sembraba y salían adelante. Hoy las tierras ya están
sin nadie, no se cultivan, porque ya no dan para los gastos.
Yo cuando era joven no iba a trabajar al campo, no fui nunca a la aceituna ni a
escardar, a quitarle la hierba a la siembra. Yo lo que hacía era ayudar a mi madre

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a limpiar la casa, que la casa era grande. Los pisos eran entonces de esos que
ahora se vuelven a estilar, de barro, y teníamos que hincarnos de rodillas para
fregarlos, y lavar a mano, planchar con una plancha de hierro, que tenía una tapa
y se llenaba de carbón quemado, de ascuas. Y se lavaba también a mano. Mis
primas y yo íbamos a un lavadero que había en el pueblo, con tres charcas, y
otras veces íbamos a una finca que tenemos, pues entonces llovía mucho, y se
hacían arroyos, y se quedaba la ropa allí tendida en los prados donde estaban las
ovejas. Íbamos con un burro o una burra que llevaban una carga de ropa. Pero
además cuando fui moza, cuando tenía 15 años, a mi hermano mayor, que me
lleva 7 años, mi padre le puso una carnicería, y le ayudábamos, hacíamos todas
las cosas de la carnicería. Yo incluso mataba corderos, y los desollaba, y lavaba
las tripas, hacía de todo. Bueno, en el mostrador no estuve nunca. Mi hermano
era el que hacía el despacho, cortaba la carne con cuchilla, no como ahora con
las máquinas. Ese trabajo que yo hacía no era frecuente que lo hiciesen mujeres,
pero mi padre nunca me prohibió que lo hiciera, era muy amante de que
aprendiéramos todas las cosas. Eso pasó porque mi hermano era muy comodón,
y venía un señor mayor a matar los corderos, y me decía que le ayudase a tener
la pata del cordero para hacer los cabos, hasta colgarlos. Y ya un día me harté de
tenerle la pata, cogí un cuchillo, y puse la pata del cordero como él entre las
piernas, y empecé a desollarlo. Mi hermana no quiso aprender a hacerlo, ni lo
hizo nunca.
Yo, aparte de ayudar en la carnicería, hacía otras cosas, por ejemplo cosía,
pues en casa siempre había muchas cosas que arreglar. Mi padre me compró una
maquina de bordar, y una máquina de coser, luego estuve yendo a aprender a
bordar a máquina, y aprendí corte y confección, pues vinieron unas maestras y
nos enseñaron. Entonces hacías de todo. Bueno, mi padre al campo no quiso
que fuéramos nunca, pero sí le gustaba que aprendiéramos cosas de mujer, que
aprendiésemos a llevar bien una casa.
Para trabajar el campo buscábamos a gente de fuera, a escardadoras, y a los
que venían para coger aceituna se les pagaba el jornal, y se les daba medio pan,
entonces regía eso. Aparte mi padre tenía un señor, un jornalero, que estaba
todo el año trabajando en casa. Se llamaba Alfonso, y su mujer Aurelia, y tuvo 5
o 6 hijos, y lo pasaron muy mal. Mi madre le daba ropa, camisas de mi padre, y
cuando llegaba al final del año todavía nos quedaba a deber, y mi padre le iba
dando dinero adelantado, porque si no, no hubieran podido subsistir. Al igual que
mi padre había otros, por ejemplo un tío mío, que luego fue mi suegro, que
tenían jornaleros con hijos y también les adelantaban dinero, luego se ajustaban
las cuentas. Así era la vida en los pueblos entonces, y hoy ya no quiere trabajar
nadie, hoy, si no fuera por los rumanos que vienen a recoger la aceituna, no
habría aceite en el pueblo.

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Mis primas iban a coger la aceituna, y también a vendimiar la viña, y yo iba a
la vendimia a ayudarles, eso era como un festín, comíamos en el campo, y nos
gustaba. Ellas iban a coger la aceituna porque no tenían hermanos, y por ayudar
a su padre, pero en mi casa estaban mis dos hermanos, y mi padre tenía una
cuadrilla de gente buscada. Todos los años eran los mismos. Mi padre no quiso
nunca que ni mi hermana ni yo fuéramos a coger aceituna. Pero, había muchas
mujeres que iban a trabajar al campo, y también muchas amigas mías.
Muchas chicas del pueblo eran amigas mías, la María Luisa, que ya se murió, la
Gloria, la Laura, la Chelo, pero como ya dije mi mejor amiga era mi prima Josefa.
Luego cuando nos hacíamos novias pues ya te distanciabas porque decía una a
la otra como que voy a ir yo a llevarte la cesta, ese era el dicho que entonces se
usaba cuando te hacías novia, que quería decir que no ibas a ir de rabete, pero
seguíamos siendo amigas, y seguimos queriéndonos mucho. Otras amigas, como
Gloria, que vive en Valencia, y María Luisa, que también se fue, pues cada uno ya
tuvo que enfocar su vida, vuelven de vez en cuando al pueblo, y nos da mucha
alegría vernos.
Yo me puse de novia con 17 años. Éramos primos, y en el pueblo nos
conocíamos todos, el que no era primo hermano era primo segundo, o los
padres eran primos hermanos, tan pequeño era el pueblo. Entonces no había
discotecas ni nada. En mi casa no querían que me hiciera novia tan joven, y lo
pasé muy mal, no querían que nos viéramos, decían que él era muy joven, tenía
20 años. Pero cuando vino de la mili las cosas cambiaron, yo ya tenía 20 años y
él 22. Hizo la mili en Melilla, y estuvo 17 meses sin venir. Y cuando vino
seguimos de novios hasta que nos casamos. La vida entonces era así, para
hacerte novia estaba un hombre detrás de ti dos o tres años esperando verte por
una esquina, o cuando ibas a por un cántaro de agua, aunque en casa como
teníamos una huerta, y teníamos una yegua y unas aguaderas para 4 cántaros,
se iba a por agua de la huerta que era mejor que la de la fuente que había en el
pueblo. Nosotros como éramos primos siempre estábamos en contacto, pero
claro luego ya se enamoró de mí, y lo que recuerdo es que un día de San Antón
se me declaró. San Antón es patrón de los animales, y el día de la fiesta corrían
las mulas y los caballos por la calle de la iglesia, y daban tres vueltas alrededor
de la iglesia. Mi primo era ya un hombretón. Y yo estaba en casa de mi abuela,
que está enfrente de la iglesia, estaba en la ventana viendo dar las vueltas de
San Antón, y él cuando me vio, entró el caballo, que era de mi abuelo, que
también era el suyo, y se vino donde yo estaba. Y cuando me fui se vino detrás
de mí, y se declaró. Y yo le dije que no. Y estuvo por lo menos dos años detrás
de mí, y luego ya nos engaliamos, como se decía antes, y empezamos como
críos a vernos donde podíamos, por una portada que tenía rajas, con el candado
echado, pues era de madera, o si yo iba a un recado, o iba a algún sitio, y así

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hasta que vino de la mili, luego ya nos hablábamos por la reja, por la ventana.
Había algunos novios que entraban a las casas y hablaban allí con los padres
delante, pero en mi casa no, a mi padre no le gustaba eso, ni a mi madre, ni a
ninguno nos gustaba eso de tener al novio en la casa. En casa había mucho que
hacer, con la carnicería, y siempre estábamos que si desgranando habichuelas,
como teníamos la huerta, o haciendo conservas, lo que fuera, porque todo se
hacía a mano. Y no podíamos atender al novio.
Recuerdo que cuando me hice novia ya había un cine en el pueblo, pero yo no
podía ir con él al cine, íbamos las amigas, bueno, a las que nos dejaban los
padres. En casa como no fuera mi hermano con nosotras, mi padre no me
dejaba ir. Con el cine se pasaba bien. Los novios tenían que esconderse y echarse
a correr cuando un hermano aparecía. A misa no íbamos juntos, ¡cómo íbamos a
ir juntos en aquellos tiempos! Ni a los bailes tampoco. En algunos pueblos
ponían cruces, y todavía sigue la tradición, como sucede en el pueblo que está a
21 km., pero en mi pueblo hace muchísimos años que eso ya se quitó. Antes
había cruces, y había bailes y había juegos de prendas y todo eso, y así se
pasaba la noche que se velaba la cruz, pero mi padre no era amante de dejarnos
ir ni a bailar, ni a ningún sitio. Hacían muchos bailes, pero era gente más bien de
esta volátil, como se dice, e iban los zagales, y cortaban la luz, se quedaban las
casas a oscuras. Así que ¡ni hablar de ir a bailar! Nunca fui a un baile, y mi novio
tampoco. Bueno, estaban las fiestas del pueblo, y había baile en la plaza, y
entonces estábamos deseando que llegaran, porque entonces se disfrutaban,
había toros, iban columpios, voladoras, almendreros. Esperábamos las fiestas del
pueblo con ilusión. Ahora ya tanto tienen a diario que no disfrutan de nada, pero
entonces lo estrenábamos todo para la fiesta, zapatos, vestido… ¡Y lo pasábamos
bien!
Me casé cuando tenía 22 años y mi novio 25. Fue una boda maravillosa, El
banquete se celebró en el salón del cine. Y luego nos fuimos al viaje de novios.
Fuimos a dormir a un hotel a Alcázar de San Juan, luego al otro día fuimos a
Madrid tres días, y fuimos a El Escorial y al Valle de los Caídos. Fuimos a ver
cosas que cuando veníamos deprisa a Madrid no podíamos ver. A mi marido le
gustaba mucho ver sitios que no eran fáciles de ver. De Madrid nos fuimos a
Málaga con la idea de pasar a Melilla, donde Benito había hecho la mili, pero no
pudimos ir por la combinación del barco, pues no nos venían bien los horarios.
Luego fuimos a Granada, y estuvimos allí dos días, y ya desde Granada nos
vinimos a casa. Llegamos a Alcázar de San Juan en plena feria, llegamos a las
tres de la mañana, en un tren de esos que funcionaban con carbón, llenos de
carbonilla por todos sitios. Y los hoteles estaban ocupados, así que tuvimos que
esperar hasta que la gente se levantase para que nos dieran una habitación, y
para poder ducharnos a media mañana. Y luego ya nos fuimos al pueblo en el

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coche de línea, porque entonces no había tantos coches como ahora.
Tengo que decir que cuando me casé me hice una mujer, tuve más libertad que
antes porque mi padre con nosotras era muy estricto. Bueno, eso se debe
también a que me casé con un hombre bueno. Nos queríamos y nos llevábamos
bien. En aquel tiempo había muchos matrimonios en el pueblo que eran
concertados por los padres, pero nosotros nos casamos por amor. Y Benito
siempre me consultaba antes de tomar una decisión. A los diez meses y medio
de casada tuve a mi primer hijo, y luego al año y medio tuve al segundo, y al
año y medio tuve a una niña. Con 27 años ya tenía los tres hijos, y se han criado
bien, unos con unas cosas otros con otras. Y hemos luchado mucho, tuvimos un
bar y teníamos ganado, hacíamos queso, y trabajábamos como todo el mundo
para criar a los hijos y situarlos. A mis hijos varones ya los tengo casados, tengo
nietos, y dos nietas, una ya tiene 14 años, otro 11 años, y la pequeña, que tiene
8, es un encanto.
Cuando me casé me fui a vivir a la casa de los padres de mi marido, que eran
mis tíos, y allí estuvimos toda la vida. La casa era muy grande, había una parte
para nosotros, y otra parte para la posada, la parte de arriba era para los
huéspedes. En la planta de abajo yo puse mis cacharros, como se decía
entonces, lo que era el menaje de cocina, en una despensa de la cocina bastante
amplia. Mi suegra quitó lo suyo para poner lo mío y las mejores habitaciones
fueron para nosotros. Y había un comedor que estaba muy bien, y una alcoba
muy grande. Luego, conforme fueron naciendo los niños, pues ya hubo que
hacer reparto de cosas, tuve que sacar el armario a otra habitación de fuera y
poner una cama y dos cunas.
Yo siempre viví con mis suegros, con mi suegra viví 22 años, y cuando ella se
murió quedó mi suegro. Habíamos pensado hacer una casa para nosotros en el
pueblo e irnos a vivir en ella. Pero al morir mi suegra Benito me preguntó qué
hacíamos. Y yo le dije que no podíamos dejar a su padre solo, además, al año de
morirse mi suegra, a mi suegro le cortaron una pierna y vivió 10 años con
nosotros. Estuvimos juntos 32 años. Y con mi marido viví 40 años, hasta que se
murió. Sigo viviendo en la misma casa, una casa de las de antes, antigua, pero
muy grande, muy hermosa, que está en la plaza del pueblo.
Tengo que decir que he vivido muy bien, porque quería mucho a mi marido y
mi marido me quería a mí, y aunque trabajábamos mucho, disfrutábamos
también. A mi marido le gustaba salir, ver sitios que no conocía, ir a las fiestas de
los pueblos de alrededor. Íbamos con los niños para que montaran en los coches
eléctricos que al pueblo no venían. Y, de vez en cuando, íbamos a Madrid al
teatro, y a los toros.
Una vez volviendo de uno de esos viajes mi marido le dijo a Paco, a nuestro
hijo mayor, no serás tu capaz de pasar ni la décima parte por una mujer que

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quieras de lo que yo pasé por la mamá. Y él le contestó: ¡hombre, pues yo creía
que, como erais primos, el abuelo Juan Ángel y el abuelo Antonio os habían
puesto de novios! Y mi marido le dijo: no, de eso nada. A mi marido cuando era
joven se lo rifaban. Bueno, el era el galán del pueblo, como yo decía. Hombre,
había otros, pero él estaba muy bien. Y otras familias lo querían para sus hijas. Y
yo le decía: mira, si estás tan solicitado, vete con la que quieras que no vas a
pasar lo que estás pasando conmigo. Y él me decía: por ti y contigo paso y
espero todo lo que venga para terminar bien, hemos tenido malos principios,
tendremos buenos remates. Al principio no querían que nos hiciéramos novios,
porque éramos muy jóvenes. A mi padre le gustaba mucho el respeto y no
quería que saliéramos juntos. Mi padre era muy raro y muy estricto para esas
cosas. Mi madre no lo era tanto, pero también. Entonces no había la libertad que
hay hoy, pero claro, había gentes con una mentalidad más tradicional, y otros
que estaban deseando que se les casaran las hijas, que no se les quedaran
solteras. Y en mi casa era todo lo contrario. El día de mi boda parecía un funeral,
todos a llorar y llorar porque me iba de casa. Bueno, ¡hasta yo lloré! En aquellos
tiempos, los padres y, tú también te emocionabas. No es como ahora, que ya
con esa libertad que hay es diferente. Entonces había otras costumbres. Nosotros
la víspera de la boda fuimos a confesar, y por la mañana del día de la boda, que
era domingo a comulgar. Yo iba con un traje, y en la cabeza llevaba un casquete
con un velillo por la frente, y un bolso blanco haciendo juego, algo que en
aquellos tiempos no era muy normal. Al salir de la misa tomamos en mi casa
chocolate y bizcochos, y luego la comida fue también en mi casa. Se hicieron
bastantes paellas. Estábamos muchos, pues además de la familia, vinieron
también los gañanes del abuelo Antonio y los nuestros, los pastores, los
trilladores… Como fue en el mes de julio, todo el mundo comió paella. Y luego
nos casamos a las siete de la tarde, y ya fue el refresco en el salón del cine.
Todas las primas, y todos se portaron muy bien, llevaron todos los tableros de
los hornos, pues como era domingo no cocían, y los pusieron para hacer mesas,
y fue la primera boda que se dio en el pueblo de cerveza, bocadillo de jamón, y
luego pasteles. No faltó nada más que la tarta que ya se hartaron de pagar tanto
los padres, pero fue una boda muy buena, porque las bodas mejores, como la de
la vecina, que fue el año de anterior, y la de alguna de mis amigas, en fin, todas
eran de bizcochos y pasteles, que traían de una confitería, y las bodas más
corrientes eran de dos bizcochos, uno de canela y otro blanco, y una copilla de
anís, y de mistela, que iban dando en la misma copilla para todo el mundo. Y
fuimos los primeros que nos fuimos al viaje de novios en el pueblo.
Mi prima Josefa me ayudó con el vestido, siempre venía cuando iba a
probármelo, y le enseñó a la modista cómo me tenía que poner la corona. Para
los muebles fuimos con mis padres y los de mi novio, y elegimos los que más

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nos gustaron. Eran muy bonitos, un aparador grande con una luna muy grande.
Arriba se ponía el juego de café, y unos candelabros de cerámica muy bonitos, y
abajo, en los cajones la vajilla y la cubertería, y tenía una vitrina muy bonita para
la cristalería. Y luego estaba la mesa de 12 cubiertos, y 6 sillas tapizadas en
terciopelo y las cortinas haciendo juego también de terciopelo.
Yo recuerdo una vida muy agradable. Cuando los niños tenían 6 o 7 años
compramos un coche de segunda mano, y luego un Diane 16, más tarde
compramos un R6 y luego compramos un Ford. Íbamos con frecuencia a Alcázar
de San Juan, pues como teníamos el bar íbamos todas las semanas a por el
aperitivo. Y yo me iba muchas veces a comprar para los niños ropa y calzado, o
a ver los escaparates. Veía los modelos y les hacía los vestidos, porque entonces
había poca ropa hecha y costaba mucho. Y como a mí me gustaba coser se la
hacía yo. Y los jerséis también se los hacía a mano. Y como yo todas las
mujeres, la vida era entonces así, y no había cochecitos ni había nada, había que
llevarlos en el ijar. En fin, yo recuerdo mi vida con agrado, con todos los
contratiempos que tiene una vida. Todo no son flores, también vienen
amarguras, enfermedades y esas cosas, pero yo fui muy feliz cuando tuve a mis
tres hijos. Me gusta mucho la familia, y no tuve otro porque ya no me quedé
bien del último parto, si no habría ido a por otra niña.
Nosotros siempre vivimos en el pueblo. Mi marido tuvo una intentona de irse a
Madrid con un negocio, pero yo no quise, y no nos fuimos. Se murió mi madre y
se quedaba mi padre solo y mis hermanos, y para mí salir también con tres hijos
pequeños, todos iguales, también era un problema, en fin, que yo no quise salir.
Luego algunas veces he pensado, al irse a estudiar mis hijos, que si nos
hubiésemos ido podíamos haber estado con ellos. El mayor se fue a estudiar a
Ciudad Real con 13 años, y los otros dos hicieron el bachiller en un pueblo que
estaba a 21 km. Y luego ya se fueron a estudiar a la universidad.
En casa de mis suegros hacíamos la vida juntos. Mi suegra hacía la comida, y
yo le ayudaba a mi marido en el bar, criaba a mis hijos y tenía mucho trabajo.
Había que lavar todo a mano, y ni dormía ni descansaba porque te acostabas
con dos en la habitación, y cuando no despertaba uno, despertaba el otro. Pero
se iba haciendo lo que se podía. En el bar ayudaba cuando había que hacer
aperitivos en la cocina. Y cuando mi marido se iba al campo o a hacer otras
cosas, pues mi suegro y yo despachábamos café, botellines, lo que fuera. Los
domingos, que era cuando había más jaleo, mi marido y mi suegro atendían el
mostrador, y yo despachaba el aperitivo. Nunca tuve problemas con los clientes,
todos me respetaban, y la gente me apreciaba mucho. El bar nuestro fue de
mucho respeto, mi marido era muy cabal para todo el mundo, el bar de Benito
era el bar bandera del pueblo. Todavía mucha gente del pueblo que viene ahora
a pasar las vacaciones, aunque ya hace muchísimos años que quitamos el bar —

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vienen de Barcelona, de las Palmas y de otros sitios—, me dicen: desde que
quitasteis el bar las vacaciones ya no parecen vacaciones, disfrutábamos mucho
con vuestro bar. Entonces se vivía muy bien, mejor que ahora, pese a que hay
tantas cosas.
La vida entonces era más sana y más alegre, y con menos maldad que ahora,
con la droga y las locuras que hay, entonces era todo más natural. Bueno, había
algunas borracheras, entonces también se emborrachaba la juventud, y había
algunas riñas de los zagales, pero no como ahora, ahora es que está todo
desbordado. Es cierto que yo tenía poca libertad para salir cuando era joven,
pero eras feliz en tu casa, con el entorno que tenías y con tus amigas. Cuando
éramos zagalotas empezábamos una puntilla, y en el verano la hacíamos para la
muda, para la fiesta, para la camisa, la braguita o la enagua, y nuestras madres
nos las cosían a la máquina, y luego nosotras les pegábamos la puntilla a punto
incrustado, un punto muy bonito para pegar las puntillas. Quedábamos en una
casa todas las amigas, estábamos allí cosiendo, y haciendo pañitos, nos
enseñábamos unas a otras lo que sabíamos. La vida entonces era con las puertas
de todas las casas abiertas. Las mujeres, las vecinas, se juntaban en una puerta
a coser y a charlar. No era como ahora que, como sucede en la capital, vivimos, y
nos morimos solas. Antes trabajábamos mucho, a veces íbamos a lavar a un
arroyo de una finca nuestra. Íbamos andando cuatro o cinco kilómetros con un
animal que llevaba la ropa. Íbamos cuatro o cinco andando y cantando. Entonces
no nos pesaba nada, teníamos alegría y ganas de trabajar. Volvíamos con lo que
nos había quedado de la merienda. Llevábamos buena merienda de chorizos, y
de tortilla, y lo que nos había quedado nos lo veníamos comiendo por el camino.
Después de estar todo el día hincadas de rodillas y lavando teníamos que volver
andando y llegábamos a casa de noche. Trabajábamos mucho pero
divirtiéndonos. Nos ayudábamos unas a otras, éramos de la familia.
Y luego cuando los niños crecieron pues ya nos ayudaban también. Y cuando
se fueron a estudiar ya cerramos el bar porque ya era demasiado trabajo para
nosotros. Mi marido decía que para morirnos no necesitábamos trabajar tanto.
Luego el local se lo vendimos a un banco. Y el hijo segundo se quedó trabajando
en el banco. Le gustaba mucho escribir a máquina, desde niño tenia esa
inclinación, y le tuvimos que comprar una máquina de escribir. Para entrar le
hicieron un examen y dio más pulsaciones de las que le exigían, así que entró a
trabajar. Cuando dejamos el bar pusimos una carnicería, aunque a Benito le
gustaba ir al campo, tener los suyo arreglado, haciendo bien las cosas y estando
con los jornaleros.
Antes de casarme yo arreglaba lo que es la casa, la limpiaba, y el trabajo de
por fuera lo hacían mi madre y mi hermana: el patio, la puerta de la calle, los
gorrinos, sacar las cuadrillas. Y mi hermana me decía la señorita. Decía, la

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señorita no va a saber sacar una cuadrilla. Mi madre y ella sacaban las cuadrillas
y barrían el patio, entonces estaba empedrado, y era grande. Mi madre cuando
mi hermana y yo fuimos grandes ya solo cosía y hacía la comida.
En el pueblo los hombres no ayudaban nunca en casa, ni con niños, ni con
nada. Y fuera de las recolecciones, las mujeres se quedaban en sus casas.
Algunos maridos que se iban a trabajar a Palma de Mallorca, les mandaban el
dinero, y las mujeres se ocupaban de las casas, de una parte de las casas que
alquilaban. Los hombres se iban sobre todo a Palma, y más tarde ya emigraron
familias enteras a Barcelona, a Valencia.
Mi padre, como los demás hombres del pueblo, era un poco machista, pero mi
madre tenía libertad para hacer lo que quería, nos compraba los vestidos que
quería, y lo que le hacía falta para la casa. Mi padre siempre quería lo mejor para
nosotros, a las hijas, como ya dije, nunca nos mandó a trabajar al campo. No sé
si el matrimonio de mis padres fue un matrimonio arreglado, siempre los vi vivir
bien, pese a algunos disgustos por las familias, porque la familia de mi padre era
más agarrada y los de mi madre gastaban más. Mi padre era hijo único, pero era
muy sencillo, y mi abuelo paterno iba en su borriquilla, y el abuelo materno iba a
caballo y con sombrero. Yo soy más de la familia de madre, me gusta gastar
más, y a Benito también le gustaba disfrutar. ¡Hasta me llevó a Madrid a ver a
Moncho Borrajo! Benito fue a conocer el Congreso de los Diputados, e incluso
fuimos a la Expo a Sevilla, a la que no fueron más que cuatro o seis del pueblo,
que fueron porque tenían familia en Sevilla.
Yo cuando me casé tenía poca información sexual, la que tenía era de lo que
me decían las amigas mayores que se habían casado, que decían algo, pero no
mucho. Por eso en la noche de bodas estaba un poco nerviosa. Pero nada más
casarme se abrió el cielo, no me faltó de nada, y mis relaciones con Benito
fueron buenas. Y en las operaciones que tuve cuando estuve enferma siempre
me cuidaba, siempre estuvo en el hospital. Yo tuve mucho trabajo para criar a
mis tres hijos, pues entonces no había pañales, ni nada. Yo hacía el programa
para el día siguiente, pero las cuentas no me salían. ¡No tenía tiempo para todo
lo que había que hacer!
El pueblo, con la transición y con el PSOE, fue cambiando. Algunos años
después de 1982 salió un maestro socialista de alcalde, que en algunas cosas lo
hizo bien y en otras mal. Cuando se fue tuvo que salir de noche. En el pueblo lo
que hizo allí se quedó, hizo una piscina que no había en los pueblos de los
alrededores, arregló el torreón, y al final para las elecciones hizo cosas para las
que no había dinero, hizo una casa de la cultura y un auditorio, que ahora se
abre por las fiestas. Pero eso fue demasiado para el pueblo. Se abrió también
una Asociación de amas de casa que hacen actividades, excursiones…Y en el
Ayuntamiento ahora también hay charlas sobre los problemas de los mayores.

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Mientras estuvo el maestro de alcalde se hicieron bastantes actividades
culturales, pero luego quedó el teniente alcalde que era un hombre sin
preparación para desempeñar el cargo de alcalde. El alcalde anterior al maestro
hizo la plaza de toros, la ermita de la virgen, y un ayuntamiento nuevo.
Los cambios de la transición que beneficiaban a las mujeres no se notaron
mucho en las mujeres de mi edad. En el pueblo no se vivió nada de eso, la vida
siguió y sigue siendo bastante igual entre los mayores. Y la crisis no se nota
tanto como en la ciudad, aunque los jóvenes han cambiado y algunas mujeres
van a tomar café a media mañana. Nosotros mismos abrimos una Discoteca.
Mi padre tuvo labor en el campo y tenía gañanes. A Benito le pusieron un bar
cuando vino de la mili. La gente allí trabajaba en el campo, y no es cierto que se
abusaba de la gente, pues a los jornaleros se les pagaba y se les ayudaba. Hubo
un subsidio social, que cuando yo era niña estaba en la casa un primo de mi
madre, a donde iban a comer los que no tenían y se les daba una ración de pan.
Pero mucha gente trabajaba porque antes no había tractores y hacían todo a
mano. Nosotros tuvimos varios tractores.
La vida de las nuevas generaciones ha cambiado y mejorado, aunque hoy con
la crisis ya la situación está mal. Antes las chicas salían de la escuela, tenían el
graduado escolar, y se iban a trabajar a confecciones. Había muchas en los
pueblos de los alrededores, y también en el pueblo. Y se arreglaban y tenían sus
ajuares, e iban bien arregladas. Pero ahora las confecciones ya no van bien. En el
pueblo llegó a haber dos discotecas y dos pubs. La primera discoteca la abrimos
nosotros. Mi hija era la que cobraba las entradas. Yo nunca entré en ella, ni pude
nunca cobrar las entradas, en otras discotecas de los amigos sus mujeres se
arreglaban y cobraban las entradas, pero para mí era superior a mis fuerzas, no
valía para ello. Y mis hijos ponían los discos. Cuando mis hijos se fueron a la
universidad la cerramos. También llevábamos conciertos para las fiestas, los
músicos tocaban en un cercado de mis padres y se hacía baile.
La generación de mi hija cambió mucho, las chicas pudieron estudiar, y
tuvieron más libertades para relacionarse con los chicos aunque lo que está peor
es la falta de trabajo. Pero en mi pueblo no ha habido divorcio, ni nada de esas
nuevas costumbres. Las jóvenes de hoy también tienen sus problemas, y
nosotros tuvimos los nuestros, pero pienso que yo pude decidir más que mi hija.
Por ejemplo, no quise cambiar con mi cuñado un solar que le tocó por un corral
que era mío. Y por eso tuvimos un disgusto incluso con mis suegros. Yo les dije
que no sabía de que vivirían mis hijos, si del campo, de un negocio, o de otra
cosa, y que el corral era importante tanto para hacer una casa y poner en los
bajos un negocio, como para poder salir directamente a trabajar al campo. Mi
cuñado ya tenía su carrera, había estudiado filosofía y letras, estaba casado, era
profesor de instituto, así que ya tenían su vida resuelta. Incluso mi padre me

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decía por qué no se lo cambiaba, y yo le dije que no. Y mi marido estaba de
acuerdo conmigo. Incluso llegué a decirles a mis suegros que si se ponían en ese
plan hacía una casa mía. Por eso pienso que mi hija no dispone, no manda más
que yo cuando tenía su edad. Mi posición económica era mejor que la que tiene
mi hija, aunque mis primas también tenían buena posición y no disponían como
yo. Pero yo me sentía respaldada por mi marido y también porque tenía mi
herencia. Recuerdo que cuando los hijos eran todavía muy pequeños estuve muy
mal, tuve un vómito de sangre que no supieron a qué se debía. Y pensamos que
podía estar bien hacer el testamento. Y mi marido dijo: pues yo te lo dejo todo a
ti y tú a mí. Pero yo no estuve de acuerdo. Le dije que si yo moría pronto, él,
que era todavía joven, tendría que buscar otra mujer, y que con lo que había
heredado de sus padres podía vivir, así que mis propiedades se las dejaba a
nuestros hijos. Y le pareció bien.
En nuestra casa ni mi marido mandaba en mí ni yo en él, cada uno ocupaba su
puesto. A mí nunca me imponía nada, y consultábamos uno con otro para tomar
las decisiones. A él le gustaba mucho tener mucho dinero en el bolsillo, igual que
a su padre y a su abuelo, y yo como iba de prisa salía de casa sin dinero, así
cuando íbamos a Ciudad Real a comprar le pedía dinero, y me decía: pero ¿por
qué no traes dinero? No salgas de casa sin dinero. Y mi suegra tampoco se
metió nunca en nada tampoco. Yo tomaba decisiones, cuando teníamos que ir a
una boda o a algún sitio, para comprar los vestidos para todos incluso para mis
suegros, o para comprar los uniformes de mis hijos o de mi hija cuando fueron
al colegio.
Mi hija, debido a las circunstancias, no tuvo trabajo cuando terminó la tesis, y
ahora le cuesta más hacer carrera en la universidad, porque volver después de un
tiempo es más difícil. De mis hijos el que hizo ATS es el que más suerte tuvo,
encontró trabajo inmediatamente, y luego tiene sus horas de trabajo y ya está, y
mi otro hijo también está siempre muy ocupado en el banco. Y mi hija también
trabaja mucho, yo le digo que cuando venga a verme al pueblo venga sin
ordenador, porque si lo trae no podemos ni hablar. A ver si tiene suerte y por fin
tiene un trabajo estable.
La finca de la Cuesta se dividió entre mi hermana y yo. Allí teníamos ovejas y
cabras y hacíamos queso. Los hacíamos a mano, teníamos todos los utensilios,
todavía hoy tenemos el entremiso y las pesas, y todo lo que hace falta. Un día
cuando los nietos eran ya mayores quisieron saber cómo se hacía el queso y lo
hicimos. Cuando le dije a mi marido que vendiéramos la finca, lo vio bien,
porque queríamos comprar un apartamento o un chalet cerca de la playa para
que mis hijos tuvieran donde ir en vacaciones. Mi marido cuando hizo el
testamento me lo dejó todo primero a mí, y luego a nuestros hijos. Dijo, primero
a mi media costilla y luego para mis tres hijos.

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65
3. María del Carmen COSTA GUTIÉRREZ. Las arduas
tareas de las mujeres en la industria conservera
gallega

Nací a finales de los años cuarenta en Pintens, un pueblecito desde el que se


ve la ría de Aldán. Pintens pertenece a la parroquia de Hío y al ayuntamiento de
Cangas do Morrazo, en la provincia de Pontevedra. Cuando era pequeña en la
casa vivíamos, mi abuela materna, mi tía materna, mis padres, yo, que era la
mayor de los hermanos, mi hermano, que murió con 49 años, y mi hermana que
era la más pequeña y que todavía vive. En total éramos siete.
Empecé a ir a la escuela con siete años. La escuela estaba situada en el bajo
lóbrego de una casa que no estaba preparado para ser escuela. Estábamos todos
juntos, niños y niñas, en unas mesas largas, y en la parte de adelante había
mesas más pequeñas de dos. En la escuela había muchos niños, pues no solo
íbamos los niños de Pintens, iban también los de Vilanova, ya que los dos
pueblos están muy juntos. Cuando empecé a ir a la escuela éramos tantos que
tuve que llevar de casa un banquito pequeño que me hizo mi padre para
sentarme. La maestra hacía lo que podía, pues éramos muchos, y estábamos
mezclados mayores y pequeños, niños y niñas desde los 6 a los 12 años. No era
como ahora que ya están separados por cursos, 1º, 2º… Así que la maestra les
preguntaba unas cosas a unos, y otras a otros. Luego nos separó, y los mayores
iban por la mañana, y los pequeños por la tarde. Yo estuve siempre con la misma
maestra que era de Orense. Si enfermaba alguna vez la sustituía una hermana
suya. En la escuela aprendimos a leer, a escribir, y a hacer cuentas. Nos enseñaba
las cosas básicas. Labores y eso no hacíamos, porque no podía. En total
seríamos unos treinta. En la escuela no lo pasábamos ni bien ni mal, aquellas
horas de la escuela las teníamos que pasar allí. A veces había castigos. Bueno, a
mí nunca me castigaron. Pero la maestra castigaba a algunos niños que eran
muy revoltosos, y sobre todo su hermana que era la que más castigaba. Los
ponía de rodillas, con los brazos en cruz, y los libros en las palmas de las manos.
La maestra a veces también castigaba con una varita que tenía. Si uno lo piensa
bien castigar tenía que castigar, pues éramos muchos y siempre había alguno que
hacía trastadas. Eso cambió mucho si se compara con los profesores que hay
hoy, pero hay que ponerse en aquella época. Teníamos algunos libros, el primer

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silabario, el segundo, y luego también había enciclopedias que abarcaban muchas
materias, no era como ahora que los niños van con muchos libros a la escuela.
En el recreo jugábamos al escondite y a otros juegos, aunque no teníamos
mucho espacio para jugar.
En mi casa teníamos fincas, teníamos animales, vacas, ovejas, gallinas, cerdos,
alguna cabra, un burro… Así que cuando llegabas de la escuela tenías que ayudar
a cuidar el ganado. Desde muy pequeños también ayudábamos a plantar el maíz,
entonces se trabajaba con el arado. Con una vaca nuestra y otra de un vecino
hacíamos una yunta, y así se labraba primero nuestro terreno, y luego el suyo, o
al revés. Nos ayudábamos los unos a los otros. Entonces todo el trabajo se hacía
a mano: había que sachar el maíz, quitarle las malas hierbas, y lo mismo sucedía
con las patatas. Entonces se plantaba menos verdura y legumbres que hoy. No
había esa costumbre. La verdura y las calabazas que se sembraban entre las
patatas eran para los animales. En casa matábamos dos cerdos, uno en el mes
de noviembre, y otro en el de febrero, así que en el invierno teníamos bastante
carne de cerdo. Además, como mi padre iba a pescar por aquí, por la ría de
Aldán, también traía pescado, traía sardinas, xoubas, y en septiembre jureles que
se salaban, y tenías para todo el año. Por San Andrés, que es el santo patrono
de la parroquia, se hacía caldo, y a veces se compraba carne de ternera, y se
hacía algún guiso, y otras se mataba algún cordero, y en menos ocasiones un
cabrito. Pero eso era sobre todo para celebrar la Pascua, pues era por esas
fechas cuando nacían los corderos y los cabritos. De dulce se hacía la empanada
de manzana, que es típica de la Península del Morrazo. Y en invierno, como
teníamos naranjos, tomábamos naranjas, y de pequeños nos daban aceite de
hígado de bacalao que no nos gustaba, pero lo teníamos que tomar. Y en verano
comíamos fruta, pues en casa había árboles frutales.
Por entonces la comida era de estación, y comíamos lo que se cultivaba. Por
Pascua también se hacía el bandullo, una especie de pudin. Cuando yo era
pequeña se hacía en el bandullo del cerdo, de ahí viene su nombre. Cuando se
hacía la matanza, el bandullo se salaba, como se hacía con las tripas gruesas y
con el resto de la carne de cerdo. Había que desalarlo y después se rellenaba de
pan, leche, manteca, pasas, huevos y al final cominos. En una tartera se echaba
la leche, con el pan de trigo para que ablandase, se añadía un poco de manteca,
azúcar, huevos, y cominos. Y luego con esa masa se rellenaba el bandullo y se
cocía en el horno de cocer el pan. Nosotros teníamos bastante maíz que nos
llegaba para hacer el pan todo el año. Entonces por esta zona se comía mucho
pan de maíz. Pero por Pascua comprábamos una saca de pan de harina de trigo,
y cocíamos pan de trigo.
Me acuerdo que cuando iba mi abuela a Cangas, que iba andando, solía
comprar pan de trigo y chocolate. Desde aquí a Cangas habrá unos 7 kilómetros.

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Más tarde ya pasaba un autobús por la carretera que va de Bueu a Cangas, y
tenían que ir a cogerlo andando unos 3 kilómetros hasta la parada. Antes se iba
a todos los sitios andando. Recuerdo que cuando éramos niños nos juntábamos
en una explanada que está aquí cerca, delante del Restaurante O Buraquiño, a
jugar a la rueda, y cuando éramos un poco más mayores a bailar sin música ni
nada, cantábamos nosotros. Bueno, a veces venía a tocar un acordeón aquí
cerca, e íbamos a bailar, o íbamos a bailar a Aldán, o al cine. Recuerdo que nos
llevaron de la escuela a ver Los diez Mandamientos, y alguna otra película de
aquellas famosas de la época.
En casa éramos muchas mujeres. Mi abuela trabajaba en casa y también en el
campo, porque teníamos fincas que cuidar, vegas, y también viñas. Mi tía cosía,
pues era costurera, y mi madre era la que menos trabajaba en casa porque
empezó a trabajar en una fábrica de conservas, pero cuando no iba a la fábrica
ayudaba en las faenas del campo. Mi padre, cuando no iba a pescar, trabajaba
también en el campo. Entonces todo el mundo trabajaba mucho. Eso sí, mi
padre en las tareas de la casa no ayudaba nada, no pelaba ni una sola patata.
Las tareas de la casa las hacían las mujeres. Únicamente cuando llegaba de
pescar de noche, si ya estábamos durmiendo, limpiaba algo de pescado y lo freía
para cenar. Antes había una división de tareas total. Recuerdo que cuando se
vino mi tía a vivir con nosotros a esta casa se enfadaba mucho cuando mi hijo —
yo tengo, un hijo y dos hijas— que ya era un muchacho, pues tendría 16 años,
hacía la cama y ayudaba a hacer las cosas de la casa. A mi tía eso no le gustaba,
no le parecía nada bien.
Nosotras cuando éramos ya muchachas íbamos a jugar con los muchachos del
pueblo. No era como ahora, íbamos todos juntos. También íbamos a las fiestas
juntos andando, siempre juntos, pero con cuidado. Antes a veces los
matrimonios los arreglaban las familias, pero mis padres se casaron porque se
querían. Parece que mi padre tuvo una novia que sus padres consideraban un
buen partido, pero a él no le gustaba, así que la dejó. Yo conocí al que sería mi
marido en una fiesta. Antes de conocerlo tenía amigos de ir a bailar y de estar
juntos, pero no fui novia de ninguno. Mi padre, siempre me decía que hasta los
18 años no debía de tener una relación seria, y me avisaba de que tuviese
cuidado, y mi madre lo mismo. Entonces antes de casarse estaba muy mal visto
tener relaciones con un hombre. ¡Eso era imposible!
Cuando empecé a salir con Rosendo tenía 18 años. Rosendo era de un pueblo
cercano, así que ya nos conocíamos, pero no salíamos juntos, pues él era cuatro
años mayor que yo, y formaba parte de otro grupo. Pero cuando yo tenía 16
años una amiga mía fue a una boda a la que él también asistió y me dijo que
había bailado con él y que era un chico agradable. Mi amiga se echó novio, y
seguimos saliendo juntas, pero no con Rosendo. Yo estaba ya trabajando en la

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fábrica de Massó, y un día fuimos a una fiesta a Aldán, y desde entonces
empezamos a encontrarnos. Salíamos en pandilla, y luego él marchó a la mar, y
después estuvo estudiando un tiempo, pues se formó primero en máquinas de
barcos en Vigo, pero seguimos viéndonos. Y al pasar tres años nos casamos.
Entonces enterarse de cómo funcionaba un matrimonio era imposible, era un
tema tabú. En casa nadie te decía nada. Te ibas enterando por lo que oías. Pero
como Rosendo era mayor que yo, me envolvía. Le gustaba leer, y sabía de todas
las cosas. Yo estaba siempre ocupada en distintos trabajos, en la fábrica, en ir a
lavar al rio…, y no tenía costumbre de leer. No sé si hay que nacer para eso, yo
sabía menos. Además en casa tampoco se preocupaban mucho de que
aprendiera, pues mi padre no sabía leer ni escribir. Mi hermana, que era más
pequeña, fue más a la escuela, y su situación ya fue distinta.
Yo empecé a trabajar a los 12 años en la fábrica de Ameixide, una fábrica que
era propiedad de Curbera, pero había chicas que empezaban a trabajar todavía
más jóvenes, cuando eran casi niñas. Ameixide era una fábrica que estaba aquí
cerca, a ella íbamos a trabajar solo cuando había pescado. Entonces tocaba la
sirena de la fábrica, y bajábamos sobre todo mujeres a trabajar. Hombres había
unos diez o doce que cuidaban de las máquinas y de la fábrica, y mujeres
éramos más de cien. Cuando llegaba el pescado se trabajaba a destajo, incluso
de noche, y también los días festivos, porque antes no había congeladores para
guardar el pescado. Cuando llegaban los barcos al muelle de la fábrica
descargaban el pescado, sardinas, agujas, rinchas, xoubiñas, y se hacían
conservas en latas de un kilo. Los hombres traían el pescado en cajones que
descargaban en unas canaletas de cemento grandes donde se lavaba, y luego el
salador lo salaba. Nosotras le sacábamos la cabeza, lo limpiábamos, lo
seleccionábamos, y lo echábamos en un pilón en donde se ponía en salmuera. Y
otras mujeres lo colocaban en parrillas que iban por una cadena al tostador a
cocer, y también había un sistema más moderno en el que se metía el pescado
en una especie de túnel y ya salía cocido. Creo que se hacía con fuego de leña,
pues había una caldera grande que era la que daba calor. Al pescado después de
cocido se le echaba aceite y se metía en latas que se clausuraban. Y luego iban al
baño, al agua hirviendo para hacer el vacío, y así conseguir que se conservase
bien el pescado. De hecho cuando salían latas abombadas se abrían y se repetía
el proceso. Algún pescado tenía un tratamiento especial, por ejemplo la rincha
que se trabajaba en filetes. El proceso de cocerla y enlatarla era el mismo que el
resto del pescado, pero se le sacaba la piel, se la abría y se separaba en cuatro
filetes, y las xoubiñas y las sardinas también se preparaban en salsa de tomate.
La salsa de tomate se hacía en la fábrica. El tomate se traía en botes de 5 litros,
pero luego se sazonaba allí. Y también se hacía pescado en escabeche.
Las compañeras nos llevábamos bien. Nos teníamos que llevar bien porque era

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un trabajo en cadena, y además cambiábamos de puesto. Cuando yo entré iba
con otras muchachas de mi edad a un almacén con una carretilla a buscar leña
para alimentar la caldera, y ayudábamos a lavar las parrillas, en unos pilones con
agua a la que se les echaba sosa. Se las dejaba ablandar y luego se lavaban con
una escobilla de alambre. Se dejaban escurriendo de noche para utilizarlas al día
siguiente. Al segundo año de estar en la fábrica ya íbamos a cortar pescado o a
cargar camiones a Cangas, porque a veces el pescado venía en barcos que
descargaban allí, pues Cangas tenía un muelle mayor al que llegaba el pescado
para las distintas fábricas de la zona. Mi abuela era cocinera en Ameixide, hacía la
comida para los encargados de la fábrica. Las mayoría de mujeres que
trabajábamos en la fábrica éramos todas de esta zona, de la zona de Hío.
Todavía conozco a mucha gente de entonces, aunque cuando tenía 16 años me
fui a Massó. Me fui a Massó porque era una fábrica mayor, más moderna, y
porque había más oferta de trabajo. Bueno, además mi madre también trabajaba
en Massó. En la fábrica de Massó, que estaba en Cangas, ya la situación era
distinta, pues había mucha más gente empleada. Allí trabajé desde los 17 a los
22 años. Nos levantábamos a las 7 de la mañana e íbamos andando hasta
Cangas. Había que llegar a la hora, pues si llegabas tarde ya no podías entrar.
Trabajábamos desde las 8,30 hasta las 12,30 de la mañana, y desde las 14,30
hasta las 19 horas de la tarde. Comíamos en el comedor que había en la fábrica,
que estaba cerca del economato, de las duchas, y de la carpintería.
La fábrica de Massó ocupaba mucho terreno. Era una propiedad de casi
doscientos mil metros cuadrados. En el recinto de la fábrica había incluso casas
baratas donde vivían algunos obreros que trabajaba en la fábrica. Cuando
llegabas tenías que ir al comedor, y dejar la comida que llevabas de casa. Había
dos cocineras para los hombres, ya que en ese caso les hacían la compra y la
comida. Pero la mayoría de las mujeres hacíamos la comida nosotras, pues
teníamos solo una cocinera para todas, y no era suficiente. Algunos años más
tarde ya íbamos en un autobús que salía de aquí, y también durante un tiempo
alquilamos una rubia para que nos llevase y trajese.
La fábrica de Massó tenía médico —teníamos que pasar una revisión médica
todos los años—, guardería, escuela de niñas y niños, carpintería, taller de forja,
taller mecánico para construcción de maquinaria nueva, cámaras frigoríficas,
fábrica de hielo… Era una gran fábrica y muy famosa. Los dueños era catalanes,
y según parece vinieron a Galicia a principios del siglo XIX, se asentaron en Bueu
en donde comenzaron a hacer salazones. La fábrica nueva de Cangas era una de
las mayores y más modernas de Europa. Se inauguró en 1941, y en 1943 se le
concedió el título de “empresa ejemplar”. Se decía que por esas fechas contaba
con dos mil trabajadores, la mayoría mujeres. Pienso que con el franquismo se le
debieron conceder ayudas especiales, pero también otras fábricas recibían

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ayudas, sobre todo en bonos para el aceite. Las fábricas de conservas
posiblemente conocieron una expansión importante con la segunda guerra
mundial, una expansión que en algunos casos continuó posteriormente. En los
años sesenta Massó parece que producía más de cuarenta millones de latas al
año. Y en los años setenta Massó tenía informatizada toda la nómina y todo el
sistema de primas de producción. Los dueños, aunque andaban por la fábrica, no
solían tener mucha relación con la gente, para eso estaban los encargados.
En Massó conocí a gente nueva porque en la fábrica de Curbera casi todos nos
conocíamos. La tecnología en Massó era más moderna, y se trabajaba con otro
método. Además de envasar el mismo tipo de pescado que envasaban las otras
fábricas se envasaba bonito, y también ballena, pues tenía una factoría ballenera.
En la ballenera trabajaban más los hombres que tenían su propio espacio, allí
cerca de la fábrica, en Punta Balea.
La fábrica de Massó terminó cerrando a mediados de los años noventa
después de varios conflictos, encierros, y huelgas de los trabajadores, pero yo
entonces ya no trabajaba allí. Todavía hoy la fábrica sigue en pie, aunque ya muy
deteriorada, y el resto de los edificios están en ruinas, pues las autoridades
municipales no se han puesto de acuerdo sobre qué hacer con ese amplio
espacio que da a la ría de Vigo. Quizás hubo muchas razones para el cierre. Por
una parte estaba la familia Massó, ya que en los años noventa a la muerte de
Gaspar Massó, los herederos, que eran muchos, no se interesaron demasiado por
la fábrica. Pero además en la Península del Morrazo había muchas fábricas y
bastante competencia. En total llegó a haber más de veinte fábricas de tipo
familiar, en general pequeñas o medianas empresas. En Massó en los últimos
años se trabajaba bastante la anchoa que era lo que más se hacía en invierno y
daba mucho trabajo. También se hacían prefabricados, pero entonces, a finales
de los sesenta, no funcionaron, ya que no había la demanda que hay hoy.
Primero desapareció la ballenera cuando llegó la prohibición de pescar ballenas,
que suponía una fuente importante de ingresos. En Massó había un molino, pues
hacían harina con todos los restos del pescado que no servían para enlatar. La
harina se utilizaba para piensos. Y también el molino dejó de funcionar porque
daba gastos, y a veces estaba parado. Massó tenía una flota de barcos propia,
pero también compraba pescado a otros barcos. La anchoa venía prensada y
salada en cajas de madera. Al principio había boniteros en Cangas, cuando
Cangas era un puerto pesquero que tenía una lonja importante, pero luego
desaparecieron, y Massó tuvo que comprar el bonito a barcos que iban a pescar
más al norte. También se trabajaba con almejas, berberechos, mejillones, angulas
—que tampoco funcionaron muy bien.
A la fábrica venían muchas visitas. En la parte alta de la fábrica había una
especie de balcón todo alrededor del edificio donde estaban las oficinas, el

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consultorio médico —en el que había siempre un practicante, supongo que por si
había algún accidente—, el taller mecánico para hacer el vacío, y el molino para
hacer la harina de pescado. Así que desde el balcón se podía observar todo lo
que estábamos haciendo abajo, se podía ver cómo trabajábamos.
En ocasiones se producía algún accidente. Una vez a una muchacha una
máquina le cortó los dedos, y en otra ocasión una parrilla de la cadena también
le hizo un corte importante a otra. Cortes pequeños había con mucha frecuencia
porque trabajábamos con latas, y cuando alguien se cortaba iba al practicante
para que le curase. Normalmente la cabeza del pescado y las aletas se cortaban
con tijera, pero para cortar la cabeza del bonito ya había una máquina. Algo
después de entrar yo ya vinieron máquinas de cortarle la cabeza a la sardina, y
se empacaba el pescado en crudo, de modo que la sardina ya salía limpia. Yo no
trabajaba siempre en el mismo puesto, pues al igual que muchas otras mujeres
cambiábamos según las necesidades. Normalmente las que trabajaban más en el
mismo puesto eran las que hacían la anchoa, porque hubo un momento en que
empezaron a diferenciar a las trabajadoras pagando más a las que rendían más.
Ponían un tope de latas al día, y así todas empezaron a cobrar distinto. Bueno,
antes de introducir ese sistema ya había distintos niveles: auxiliar, de segunda y
de primera, y se cobraba en función de los años que llevabas trabajando, en
función de la antigüedad en la fábrica. Pero con el nuevo sistema, (se decía dar
marrajo cuando se pasaba del tope fijado) quienes trabajaban más recibían una
bonificación. Y eso constituyó también una fuente de conflictos. Es cierto que
había gente que no rendía demasiado, pero pusieron un tope alto, y muchas
trabajadoras no lo alcanzaban, y les llamaban la atención. Así que las
trabajadoras empezaron a no cuidar bien lo que hacían, y comenzaron a venir
latas devueltas. Por lo menos eso sucedió con la anchoa, un pescado que había
que preparar con cuidado, sacarle bien la piel, las espinas… Era un trabajo
delicado, y si no se hacía bien, luego venían los problemas. Se produjeron
divisiones entre nosotras, y a las que trabajaban en la anchoa, empezaron a
llamarles lobas, así que a las que rendían más, a las que trabajaban en la anchoa,
las mandaron para Punta Balea, para una zona que estaba más allá de donde
estaba la ballenera, donde había un bajo en el que al principio se guardaban los
barriles de anchoa, pero luego pusieron allí dos mesas en donde trabajaban las
que se dedicaban a enlatar la anchoa. Y la gente protestaba porque lo veían
como una discriminación.
Yo me fui de Massó cuando tuve mi primera hija. Pedí un año de excedencia, y
pasado el año volví a trabajar, pero pronto dejé de ir. Rosendo trabajaba en el
mar, y luego empezó a trabajar en la empresa Vapores de Pasaje, en los
barquitos de pasajeros que hacían la ruta de Cangas a Vigo y de Vigo a Cangas,
así que dejé de trabajar en la fábrica. Lo cierto es que eché en falta el trabajo, no

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solo por ayudar a la economía familiar, sino también por estar con la gente. Por
eso, cuando mi primera hija era todavía pequeña, monté un negocio: abrí en los
bajos de esta casa una tienda, mitad droguería y mitad mercería. En ella tenía un
poco de todo, pues ni aquí, ni en los pueblos cercanos, se vendían ese tipo de
cosas. El negocio no es que fuera muy bien, pero para mí era importante tener
esa ocupación todos los días, y ver a gente. Además en aquella época no podía
dejar los niños con nadie, porque mi abuela ya era muy mayor, mi tía trabajaba
en lo suyo, y mi madre seguía trabajando en Massó. De este modo podía
atenderlos, y al mismo tiempo ocuparme de la tienda.
Cuando echo la vista atrás pienso que nunca hice lo que me hubiera gustado
hacer, porque siempre trabajé mucho. Viví una vida normal, me casé joven, y una
mujer de marinero no sale mucho de casa, así que no había tiempo para
divertirse. Primero con el trabajo en la fábrica, y luego con la casa, los hijos, y el
negocio, no tenía tiempo para nada. Pero tengo que decir que mis hijos me
dieron satisfacciones. Me gustaba que me encontrasen en casa cuando venían de
la escuela, aunque no encontraran al padre, y poder ayudarles algo con los
deberes. Por otra parte no llevaba muy bien que Rosendo saliese con frecuencia
al mar, porque cuando llevaba a veces quince días o un mes en casa tenía que
marcharse otra vez. Y no te digo nada lo que pasaba con sus hijos que lo vivían
muy mal. Recuerdo que mi hija mayor cuando se fue tenía un mes, y cuando
volvió tenía quince meses, así que ya no lo conocía y no lo quería. Sin embargo
con el niño ya fue un poco distinto, porque iba a pescar más cerca, aunque una
vez que tuvo que ir a Canarias y fuimos al aeropuerto a despedirlo, pues fue en
avión, aquello fue terrible. No había forma de consolarlo.
Rosendo, cuando no estaba en la mar, ayudaba en casa, hacía la comida,
fregaba. Bueno, hay que decir que no le gusta mucho limpiar. Y mis hijos lo
mismo, tanto el hijo como las hijas siempre ayudaron en casa. A mí me hubiese
gustado tener un poco más de cultura, aunque reconozco que en aquella época
mis padres no podían hacer otra cosa, aunque a mi hermano le pagaron unas
clases particulares. Entonces se pensaba que los hombres tenían que salir y estar
más preparados, mientras que a las mujeres, como nos tocaba estar en casa, nos
bastaba con poco. Siempre eché de menos no poder explicarles más cosas a los
hijos. Rosendo les ayudaba más, porque en casa siempre, y todavía hoy, después
de comer charlamos mucho, estamos de debate. En casa nunca hubo televisión.
Rosendo siempre estuvo a la altura de los hijos, y decía que con la TV no se
podía hablar. Yo sabía más de las cosas del campo, y de momento a ellos esas
cosas no les interesan mucho. De hecho yo juego más con mis nietos que jugué
con mis hijos. Mis hijos cuando eran pequeños, además de que yo trabajaba
más, ellos podían estar más tiempo fuera de casa, pues había un campo aquí
detrás donde podían ir a jugar. Cuando salían de la escuela a veces venían

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amigos con ellos, pues si sus madres tenían que trabajar en el campo sabían que
yo estaba aquí, y los dejaban tranquilas. Y mis hijos también iban a la casa de
sus amigos. Había otra relación. Ahora eso ya no es posible, por los coches y
demás, así que hay que entretenerlos más en casa. Yo con mis nietas salgo a
veces hasta la playa, y con la pequeña juego más en casa.
Los vecinos del pueblo en general se llevaban bien, aunque a veces había
problemas por las herencias, y por los límites entre las fincas. También recuerdo
que cuando era pequeña la que estaba muy presente en la zona era la guardia
civil, porque había gente que si no tenía para comer iba a coger algo, a robar
alguna cosa, y a esos los castigaban bastante. En la guerra hubo un cura en
Aldán que mandó matar a bastante gente. Decían que tiraban mucha gente al
mar en la playa de Area Cova, pero aquí en Hío el cura no mandó matar a nadie.
Se metían con él, pero él estuvo tranquilo, y eso que era hermano del de Aldán,
los dos eran de Cangas. Eso sí en esa época hubo gente escapada, se escondían,
huían a los montes. En Pintens había un señor que iba a dormir muchas veces al
monte. A los huidos se los llamaba rojos, y se decía que estaban enterados de
quienes se metían con el cura, pues al cura le tiraban basura en la puerta, lo
insultaban...Pero él decía que en su parroquia no quería que hubiese sangre. La
iglesia tenía entonces mucho peso. El cura a los niños a veces nos enseñaba el
catecismo, aunque era más su hermana la que se dedicaba a la catequesis. Sin
embargo aunque fue este mismo cura el que hizo la primera comunión a mi hija,
entonces ya eran los catequistas los que enseñaban el catecismo. En la casa
rectoral tenían propiedades, y vacas y otros animales. Una mujer que trabajó
cuidando el ganado y repartiendo la leche, decía que tenía mal recuerdo de la
hermana del cura, pues ni un manzana le daba.
Un tío de mi marido, que era inválido, con la ayuda de todos los vecinos de
aquí, de la zona, allá por los años ochenta mandó hacer una capilla dedicada a
San Lorenzo, y curiosamente por aquella época se peleaba bastante con el cura.
Entonces ya había un cura nuevo en Hío, pero era ese mismo cura el que
celebraba la misa en la capilla. Fue él quien arregló la casa rectoral que era una
casa preciosa. Ahora esa capilla ya se donó a la iglesia. Nosotros cuando nos
casamos en el año 70 no tuvimos que hacer ningún cursillo en la iglesia, solo
había que pagarle al cura, y estar bautizados y confirmados. Cuando yo era niña
también hubo misiones que daban predicadores que eran muy duros. Yo tendría
12 años la última vez que las hubo. Fíjate que era una niña y los veía a todos
llorando, pues siempre sacaban a relucir las muertes de los marineros. Se ponían
en el balcón de la casa rectoral, que está frente a la preciosa iglesia románica, y
cuando íbamos en procesión dando la vuelta por el cementerio que rodea la
iglesia, recordaban las muertes en el mar, diciendo que la Virgen del Carmen
salvaba a los marineros. ¡Decían eso estando delante las familias que habían

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perdido a sus hijos!
Mi hija mayor estuvo en Cangas en las monjas tres años, desde los 4 hasta los
7 años, y mi hijo un año, porque aquí no había escuela de parvulitos. Cuando
hizo la comunión mi hijo con 9 años, parece que el cura le hacía preguntas raras,
pues él decía que no se iba a confesar más. A mi hijo le hizo la comunión el
nuevo cura. Mucha gente en la postguerra marchó a trabajar fuera, a la montaña,
al interior de Galicia. Muchos hombres trabajaban en el mar, y muchas mujeres
en las fábricas de conservas, pues por lo menos el ochenta por ciento de los
asalariados éramos mujeres.
En la transición a la democracia al principio aquí no se vivió mucho el cambio
político, porque, aunque había gente que votaba a los socialistas, al ser el centro
político Cangas, y no haber nadie de Pintens que formase parte del Gobierno
municipal, no nos sentíamos muy implicados. Sin embargo pueblos cercanos
como Hio, Aldán, o Nerga, tuvieron representantes en el ayuntamiento. Bueno, la
verdad es que cambios a otros niveles sí hubo bastantes. Nosotros todavía
seguimos yendo a la iglesia, y mi hija mayor cuando era una muchacha estuvo
de catequista, y mi hijo de pequeño fue sacristán, pero cuando fueron al instituto
ya no era obligatoria la religión. Y ahora, como muchos otros jóvenes, ya no van
a la iglesia, y la mayoría ya se casa por lo civil, o vive en pareja. Para las nuevas
generaciones ya llegaron los anticonceptivos, aunque antes había algunas
personas de mi edad que también los conocían porque tenían los maridos
trabajando en el mar y los traían, los compraban por ahí fuera en donde
atracaban, ya que aquí entonces no se podían comprar, pues estaban prohibidos.
Con las nuevas generaciones todo eso cambió. Cuando yo tenía cuarenta años
ya había algunas mujeres de mi edad que tomaban la píldora, supongo que se
las facilitaba el médico, porque tenían muchos hijos o por otras razones. Esas
medidas me parecieron bien. Bueno, respecto a lo del aborto hay que decir varias
cosas. El aborto es muy duro, y cuando una mujer aborta sus razones tendrá. Yo
no podría hacerlo, pero también hay que considerar que traer al mundo un hijo
que no se quiere, o cuando no tienes medios para educarlo, o que es producto
de una violación, ese es un problema muy serio. Me parece que eso tienen que
decidirlo las mujeres. Estamos viendo que a veces aparecen niños recién nacidos
tirados a la basura. Y por lo que se refiere al divorcio yo he visto parejas que lo
pasaban muy mal, aunque ahora da la sensación de que los jóvenes se separan
demasiado fácilmente. Creo que no se puede vivir con una persona que no te
quiere, que te maltrata. Yo siempre he dicho que no permitiría que un hombre
me maltratase porque en ese caso le pierdes el respeto. También pienso que no
podría vivir con un hombre que fuese muy celoso. Recuerdo que había hombres
que eran marineros, que trabajaban en la mar, y que cuando volvían a casa
aquello era un infierno, pues pensaban que sus mujeres no les eran fieles. Por

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eso yo siempre les digo a mis hijos que si llegan a una situación insostenible, y
tienen que separarse, que lo hagan con cordura, y con humanidad, sin peleas,
hablando, sin molestarse uno al otro.
De todas formas hay jóvenes y jóvenes, aunque cuando uno observa y
escucha a muchos jóvenes de hoy es cómo si no les sirviesen de mucho los
estudios. Nosotros no pudimos estudiar, pero éramos educados, teníamos más
respeto, hoy van un poco desmadrados, les contestan a los padres, a los
profesores, y quieren hacer lo que les da la gana. En casa nunca les permitimos a
nuestros hijos que les faltasen al respeto a los profesores. Y ya no digo nada del
consumo. Ahora tienen una vida más regalada, pero eso no es muy bueno,
porque a los niños con siete u ocho años hay que enseñarlos, hacerles ver que
no se puede gastar demasiado, que no hay que tener más cosas de las que
hacen falta. Mi hija tiene ahora un problema con su hija que tiene 13 años, pues
le pide que le compre un móvil, pero ella le dice que, aunque los otros lo tengan,
ella no lo necesita, y que el dinero que tienen les hace falta para otras cosas que
son más urgentes. Como ya dije yo tenía aquí en la casa la tienda en la que
también vendía gominolas y otras chucherías. Mi hija mayor, que era entonces
pequeña, venía a la tienda, se sentaba, y se quedaba muy tranquila. Yo podía
subir a casa a hacer cosas, pues le decía que si venía alguien me llamase, y ella
lo hacía. Pero sin embargo su hermano, cuando tenía 3 o 4 años, ya me pedía
gominolas, y yo le decía que no podía dárselas porque eran para vender. Así que
me pedía dinero para comprarlas. Recuerdo un día que estaba una señora en la
tienda y se rió mucho, porque él volvió a insistir con lo mismo. Y como yo no se
las daba, subió a casa, y cómo sabía dónde estaba el dinero bajó con él y me
dijo: mira, sí que tienes dinero, aquí está. Comentamos que no se puede decirles
mentiras a los niños. A mi hija sus compañeros de la escuela le pidieron que les
llevara chicles, y aunque les dijo que necesitaba dinero para comprarlos, como
era muy chiquita la convencieron, y se los llevó y los repartieron. Al enterarme le
dije que no podía seguir haciéndolo, y obedeció.
Ahora a los jóvenes todo les parece mucho sacrificio. Creo que los padres les
dan todo lo que les faltó a ellos, y eso no es muy conveniente. Cuando mi hija
pequeña se fue a la universidad de Santiago a estudiar yo le daba el dinero que
le hacía falta, pero a algunas de sus compañeras les daban mucho más dinero.
En casa siempre fueron educados de una forma determinada, en primer lugar
porque tampoco nos sobraba el dinero, pero aunque teníamos suficiente nos
parecía importante inculcarles esa forma de ver las cosas. Mis nietos tienen una
hucha, y si quieren comprar algo tienen que contribuir también con sus ahorros.
Nosotros tampoco les permitimos a nuestros hijos ir al botellón, y ahora a veces
hay chicas y chicos de 14 años con un coma etílico, y alguien les da el dinero
para comprar licor. Y eso por no hablar del problema tan fuerte que hubo ya hace

76
años con la droga, aunque aquí en Pintens hubo mucho menos consumo que en
Cangas donde murieron muchos jóvenes. El problema es quién les da el dinero.
Ahora está de moda la paga semanal, pero no hace falta darles ninguna paga,
hay que darles el dinero que les hace falta. Con eso de la paga les dan dinero los
padres, los abuelos… Nosotros si les damos algo a nuestros nietos siempre es
delante de los padres para que ellos lo sepan y tengan el control, pues son los
responsable de su educación. Yo tuve mucho cuidado con mi hijo que comenzó a
ir al instituto en el momento de auge de las drogas, siempre le decía a su
hermana que mirase por él. Además era un chaval muy sociable que se iba con
cualquier amigo que viniese por casa, y a veces sin estar nosotros desaparecía,
aun sabiendo que eso no nos gustaba, pues queríamos saber con quién estaba y
adónde iba. Pero terminó en el instituto y se fue a Vigo a seguir estudiando, y
nunca tuvo problemas. La educación que reciben en casa desde pequeños es
importante. Su padre estaba en la mar, y él preguntaba si éramos pobres, y yo
les decía que no éramos pobres, pero que había que guardar algo de dinero, que
no se podía gastar todo por si surgía una necesidad.
La mayoría de los jóvenes de hoy se han habituado quizás a llevar una vida
demasiado cómoda, aunque hay que reconocer que las condiciones para
encontrar trabajo no son nada buenas. Mi hijo sigue trabajando, pese a la crisis,
y su mujer está especializada en óptica, y también está procurando trabajar. Y
mis hijas van saliendo adelante como pueden, pero no tienen un trabajo fijo. La
mayor da clases particulares. Es una lástima que, como tantos otros jóvenes, no
hayan podido encontrar el trabajo para el que han estudiado, y para el que se
han preparado. Yo y muchas de las chicas de aquí tuvimos trabajo en las fábricas
de conserva en donde nos emplearon a cientos de mujeres. Pero era un trabajo
mal pagado y en condiciones muy duras. Gracias al trabajo de los marineros y al
de las mujeres que desempeñaron tareas relacionados con la mar se evitó que
muchas familias pasaran hambre, y se pudo salir adelante. Años después una
parte de esas familias pudo dar estudios universitarios a los hijos. Así que, pese
a las dificultades que tienen los jóvenes para encontrar trabajo, pienso que hoy
se vive en general en condiciones mejores.

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4. Aurora. El sueño libertario pervive bajo la
dictadura

Tengo 74 años, nací en Madrid, en 1940, cuando terminó la guerra. He tenido


una niñez muy peculiar porque mi padre, mi familia, eran de izquierdas, y mi
padre se presentó voluntario cuando empezó la guerra, y cuando terminó como
había hecho la guerra en el bando republicano vinieron a buscarlo a casa y como
no estaba, que estaba trabajando, se llevaron a mi madre. Le dijeron que cuando
se presentase mi padre la dejarían libre, pero luego eso no sucedió y mi madre
siguió en la cárcel. Estando allí se dio cuenta de que estaba embarazada de mí.
Era ama de casa y tenía las mismas ideas que mi padre, aunque ella era mucho
más fuerte, y, como no había tenido ninguna actividad política, salió para dar a
luz y me tuvo en un sanatorio. Y después cuando se celebró el juicio la
englobaron en el expediente de mi padre y la condenaron a 12 años y un día.
Pero con la ayuda de un tío mío, pues como siempre pasaba en la misma familia
unos eran de izquierdas y otros de derechas, logró que la soltasen.
La vida entonces era muy tremenda. Yo tenía dos hermanos mayores, y conocí
a mi padre cuando iba a cumplir cinco años, pues aunque mi madre llevaba
alguna vez a mis hermanos a verlo a la cárcel, como yo era pequeña y ellos
lloraban mucho cuando lo veían, a mí no me llevaba. Nuestra situación con mi
padre en la cárcel cambió radicalmente. Mi abuela y mi madre se tuvieron que
poner a trabajar en las casas para sacarnos adelante, ya que no tenían ningún
oficio. Mi madre se casó muy joven. Mi hermana la mayor, que me llevaba ocho
años, y alguna vecina nos cuidaban cuando ellas no estaban en casa. Mi niñez
fue muy dura, porque mi madre siempre estaba muy alterada por la situación, y
mi padre siguió bastante tiempo en la cárcel. Cuando salió tenía que presentarse
todas las semanas en la policía. Era un hombre muy introvertido, no solo por lo
que se encontró al salir, después de haber pasado parte de su juventud luchando
para que las cosas mejorasen, sino porque además tuvo la mala suerte de sufrir
un accidente grande en la construcción y lo tuvieron que operar de la columna
varias veces. Mi padre tenía una constructora y antes de la guerra vivíamos bien,
pero luego tuvimos que mudarnos a una casa muy pequeña y vivíamos con
dificultades, pues con nosotros estaban mi abuela y un tío que luego se fue a
Francia. Mi madre era una mujer que leía mucho, y aunque hemos sido una

78
familia que no tuvimos estudios, en mi casa se apreciaba mucho la cultura,
pensábamos que la cultura es la madre de la felicidad y de la libertad. Nos
hemos refugiado todos en la lectura, pero no pudimos hacer una carrera. Mi
hermano tuvo un taller de artes plásticas, por eso todo lo que hay en esta casa,
porcelanas, cuadros, cristales emplomados, cordobanes, lo hicimos nosotros. Y
además como mi marido es ebanista incluso la mesa, las sillas, el arcón, todo
está hecho a mano. Yo trabajé un tiempo en el taller de mi hermano, y también
aprendí a hacer cosas.
Mi niñez fue bastante triste. Fui a una escuela pública, en la que no había más
que niñas, y recuerdo el revulsivo que era para mí el contraste entre mi casa, en
la que estaban muy politizados, y las maestras de la sección femenina. Nos
hacían cantar el cara al sol todos los días antes de entrar a clase. Lo que tenía mi
familia de bueno era la tolerancia, pero había una cosa que a mí me ha marcado
mucho, incluso de mayor, que era la libertad para elegir, así que en tu conciencia
iba si luego no hacías las cosas bien. Y cuando eres niño estar siempre pensando
que es eso de ser bueno en conciencia, que te tienes que hacer cargo de algo
tan grande, es muy difícil. El tener que decidir en conciencia me ha marcado toda
la vida. Mis padres entendían la vida de una determinada manera, pues eran
anarquistas. Se consideraba que el niño era libre, pero, se le exigía una
determinada ética. Por ejemplo, cuando mi padre estaba en la guerra, estaba en
intendencia, y aunque mis hermanos pasaban un hambre terrible, si alguna vez
mi padre venía a casa nunca traía nada, a pesar de que mi madre se lo pedía, le
decía que por lo menos trajese algo para comer él, pero contestaba que el
rancho lo habían hecho para los que quedaban allí y que él no podía traer nada.
Tenían unas normas, un estricto concepto de honradez.
Yo en la escuela hacía cosas, pero estaba un poco impermeabilizada a lo que
pasaba allí. No había forma de que me interesara nada, pues la enseñanza era
muy mala. Teníamos una maestra —a su marido le debió de pasar algo en la
guerra —que estaba amargada y pegaba mucho. Lo que se hacía era todo para
memorizar, allí no había libros interesantes, y yo aprendí lo básico En casa sí
teníamos muchos libros, en arcones, porque no había sitio para estanterías. Mi
madre nos leía. Entonces se iba bastante la luz pues, si no se cortaba, nos la
cortaban porque no se podía pagar. Nos leía lo que podía, nos leía, por ejemplo,
El Quijote, que no lo entendíamos. Y a veces mis hermanos se ponían encima de
la mesa a recitar Ofelia. En aquellos tiempos los niños nos criábamos en los
barrios. Mi barrio era de gente humilde, y salíamos a la calle a jugar. Pero eso lo
pude vivir poco porque me puse enferma de tuberculosis y necesitaba reposo.
Cuando tenía 15 años me llevaron a la sierra a un sanatorio antituberculoso, y
allí estuve dos años. Así que tuve poca niñez. Pasaba períodos en lo que no
podía ir a la escuela, ni salir a la calle. Ahora me doy cuenta de que tenía

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bastante paciencia, porque soy una mujer con mucho carácter, e incluso a veces
violenta, pero eso ya se me ha pasado. Antes me defendía mucho, ahora ya he
dejado de defenderme. Me defendía de todo, no estaba a gusto con lo que vivía.
Mi hermana dice que eso me pasaba desde pequeña. En casa se hablaba mucho,
a veces había mucho barullo, y cuando esto sucedía yo me metía debajo de la
mesa y me ponía a llorar. Cuando me ingresaron en el sanatorio, como había
mucha gente con tuberculosis no me pudieron hospitalizar en uno de niños y me
llevaron a uno de mayores, solo de mujeres. Y enseguida me di cuanta de que
allí me podían comer, así que me defendí, me convertí en una especie de líder.
Cuando vives encerrada en un sitio lo cotidiano se hace muy grande, y tienes
que defender tu sitio, tu espacio, tu postura. Estaba regentado por monjas, así
que también tenía que defenderme de ellas de alguna manera. No he podido
nunca vivir en manada, es algo que quizás no haya sido bueno para mí, y
posiblemente me haya aportado disgustos, pero fue así. No creo que haya sido
solo por la forma de entender la vida de mis padres, creo que tiene que ver con
el carácter, porque mi hermana, que es una buenísima persona, siempre fue muy
blanda. Y yo siempre he pensado ¡qué malo es ser tan buena! Yo siempre he
sentido que te podían comer.
En el sanatorio estaba todo reglado, era parecido a una cárcel de buena
manera, pero era una cárcel. Tenías tus horarios, te levantabas, desayunabas, y
aunque hiciera frío, porque estábamos en la sierra de Guadarrama, te sacaban a
unas galerías con unas tumbonas y ahí te tapabas, bien abrigada y estabas de
reposo. Tocaban la campana y andabas por allí con las compañeras hasta la hora
de comer, entonces bajabas al comedor, comías, y luego de nuevo tocaba reposo,
luego te volvías a levantar y volvías con las amigas. Era todo muy reglamentado.
Nosotras, como entre unas y otras había gente de todo tipo, pues había algunas
que sabían hacer laborcitas, así que aprendimos allí, medio sentadas o medio
tumbadas, a hacer cosas, porque los descansos eran de dos horas como mínimo.
Y hacíamos cosas bonitas. Yo aprendí a hacer de todo lo que nos enseñaban las
compañeras, y también podías leer, o hacer algo de teatrillo en alguna festividad,
pero a mí se me daba fatal porque tengo una excesivo sentido del ridículo, y por
ello he dejado de hacer muchas cosas. Me he preocupado mucho por los demás
y me he descuidado a mí misma.
Estando en el sanatorio también he leído libros que nos pasábamos, que por lo
general no eran muy buenos. Luego ya con más años he empezado a leer otras
cosas, pues mis amigas me recomendaban novelas. Algo que me interesaba
mucho eran los libros de historia, de política…El otro día pensé en releer a
Bakunin. Me gustaba Simone de Beauvoir, y de poesía dependía cómo me
encontraba de ánimo, pues si estás un poco caída no vas a leer a Miguel
Hernández, pero sí a Antonio Machado. En casa había muchos libros, y luego ya

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en los años sesenta mi hermano, a través de un contacto que conocía en
Argentina, compraba libros que entonces estaban prohibidos. Algunas cosas que
leí entonces no profundicé demasiado en ellas porque era demasiado joven.
Recuerdo que me entusiasmaba Noticias de ninguna parte de William Morris,
donde proponía remedios para los problemas de su época, pero luego ya vi que
era una utopía total difícil de realizar. Era un autor que además formaba parte de
la tradición profesional de la casa, pues mi padre y mi hermano eran buenos
artesanos. Pero Bakunin me impresionó, y también los dos volúmenes de
Campos roturados de Mijaíl Sholojov, pues me interesaba la revolución, recordar
la situación de la Unión Soviética cuando se crearon los koljoses, tras la
revolución del 17, tras la entrada de los comunistas al poder. Pensaba que había
sido maravilloso que los rusos se quitaran de encima a los zares, pero luego ves
que cuando entraron los comunistas la situación fue también muy conflictiva.
Ambos escritores me hicieron ver que los rusos no estaban culturalmente
preparados para ese cambio radical, así que pensé que habrá que esperar para
que tengamos un mundo mejor. De los españoles también me ha interesado
Miguel Delibes, especialmente Los Santos Inocentes. Es además un escritor al
que le gustaba mucho el campo y la naturaleza, que es también lo que me más
me gusta a mí, siguiendo otra de las tradiciones anarquistas. A mí todo eso me
interesaba mucho porque me interesaba saber lo que le pasaba a la gente, los
movimientos que había habido en la historia. Bueno, en mi casa eran libros de
ese tipo, libros que estudiaban los cambios, la política, los que más se leían.
En mi familia, mis padres tenían una buena relación entre ellos, se querían,
pero cada uno desempeñaba su papel. Y estoy convencida de que eso era debido
a las circunstancias, porque pienso que mi padre hubiera podido ayudar en la
casa, pero, claro, estaba trabajando muchas horas, y a veces no venía ni a comer
a casa. Por otra parte mi padre desde que yo lo conocí, tras salir de la cárcel, se
encerró mucho en sí mismo y hablaba muy poco. Pero en casa siempre había
mucha discusión, de religión, de política, de lo que estaba pasando, pero mi
padre no intervenía. Además mi madre se murió con cuarenta y nueve años y
aquello fue el desmembramiento de la familia. Mi padre vivió entonces un tiempo
conmigo.
Mi madre murió cuando yo tenía casi 19 años. Y como yo estaba soltera no
nos movimos, nos quedamos en la misma casa. Mi padre no venía a comer,
comía en su trabajo, y cuando llegaba por la noche le ponía la cena y luego se
ponía a leer, casi no hablábamos, era un hombre silencioso. Parece que era una
forma de ser, parece que nunca fue un hombre hablador. Todo lo que sé de su
vida, de sus andanzas y sus quebrantos, lo conocí por mi madre. Mi padre murió
a punto de cumplir los sesenta años, y en los últimos años ya no trabajaba con
las manos, seguía dirigiendo la empresa. Mis padres se querían mucho, se

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llevaban muy bien. La muerte de mi madre le afectó muchísimo. En casa era mi
madre quien nos hablaba. Mi padre sin mi madre no era nada. Tras la guerra se
quedó desarbolado. Tenía sus convicciones muy fuertes pero mi madre era el
motor, era la que llevaba la voz cantante, la que sacaba a sus hijos adelante, era
una mujer increíble, de una gran inteligencia natural. Mi madre nos enseñaba las
canciones de los anarquistas: Quisiera ver los hombres como hermanos, sin
distinción de raza ni color, …. quisiera ver fundidos los cañones…Y las de los
niños: Despierta niño tu inteligencia que es la potencia del porvenir, será la
aurora del pacifismo lo que a los niños hará feliz.. Eran magnificas, eran unas
canciones de hermandad, de paz, de progreso social.
Mi padre y yo vivimos juntos como año y medio desde que murió mi madre.
Luego yo me casé y me fui de casa. A nuestra casa venía a vernos una mujer,
una pariente. Y al marcharme yo de casa, pues ella iba con más frecuencia, y mi
padre que no quería vivir con ninguno de nosotros se casó con ella, pero no le
fue muy bien. Yo seguía teniendo relación con él, pero mi padre tenía un
concepto de mí que no era bueno, pensaba que era dura, poco accesible, con
mucho genio. Yo era para él demasiado rebelde.
Yo me casé muy joven, tenía 20 años. Cuando era joven conocí a algún chico
por mi barrio, Cuatro Caminos. Las chicas paseábamos por la calle Reina Victoria,
arriba y abajo, y allí conocíamos algunos chicos y tonteábamos con ellos. Pero yo
tenía una amiga de la escuela, a la que todavía veo, y sus tíos tenían un bar y
hacían baile. Nosotros no íbamos al baile, pero estábamos en un cuartito y
oíamos música en discos, y allí nos pasábamos las tardes. Pero un día bajamos al
bar y ahí conocimos a un chico. En principio no me interesó mucho, no me
interesaba nadie, yo era muy dura, ahora soy más benevolente conmigo misma.
Pienso que nuestro casamiento fue una cosa lógica por las circunstancias, nos
llevábamos bien, pues es muy buena persona y muy leal. Una vez casados él
siguió trabajando en la ebanistería de sus padres, y yo hacía todo lo de la casa.
Ha sido un padre excepcional, pues todo el tiempo libre que tenía se lo dedicaba
a mis dos hijos. El fin de semana se iban con su padre a jugar a juegos que se
inventaba, al futbol, a montar a caballo…Y llevaba también a mis sobrinos. Yo
pienso que eso era lo que realmente le gustaba. Algunas veces los llevaba al
taller, pero yo lo que quería era que estudiasen lo que quisieran. Para mí el
estudio era vital, era algo importantísimo. Mis hijos han estudiado, uno es
médico, y el otro hizo imagen y sonido y ahora es guionista. Fueron unos chicos
a los que les gustaba el estudio, y no han suspendido. Pues vivieron con
sensación de libertad como no han sido niñas, siempre me alegraba cuando
empezaron a salir con chicas. He aceptado bien que se independizaran, yo ya
había cumplido mi función. Me ha alegrado que siguieran creciendo en libertad.
Cuando yo era joven el machismo reinaba totalmente, los hombres aunque no

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fueran machistas se comportaban así, era una cosa dada por la situación. Las
relaciones entonces eran de nada, de tonterías. Mi marido conmigo fue
complaciente, tuvimos una relación de bastante igualdad. Si quiero serte sincera,
creo que había más bien un matriarcado, sobre todo en lo que se refiere a la
educación de mis hijos, pues yo era muy cabezona. Estaba un poco obsesionada
con sus estudios y con los colegios a los que tenían que ir, quería que fuesen
buenos colegios. Algunos de sus amigos, sobre todo, los del pequeño no me
gustaban mucho, porque el mayor que es médico era más ordenado, y además
desde pequeño dijo que quería ser médico, lo tenía claro, y ahora sigue siendo
un médico vocacional, pues aunque tiene aquí su plaza, trabaja en el Hospital 12
de octubre haciendo urgencias, porque dice que allí es donde hace Medicina.
Pero el pequeño era más versátil y, aunque me ha disgustado más, me ha
gustado que tuviera inquietudes.
Cuando yo era joven, entre enfermedad y enfermedad, me puse a trabajar en
un taller de cerámica, de pintura, pero luego cuando tuve a mis hijos lo dejé. No
creo que mis momentos de depresión tengan que ver con haber sido
tuberculosa, yo creo que es más bien algo relacionado con mi carácter. Cuando
me sentí mal la primera vez, ya estaba casada y mis hijos ya habían nacido. Tuve
mis hijos pronto, a los 22 años tuve mi primer hijo y a los 25 al segundo. Pienso
que más bien las depresiones estuvieron ligadas a mi falta de autoestima, a estar
siempre esforzándome por hacer cosas para reivindicar que valía algo. Hice
algunas cosas que me gustaban, por supuesto, pero otras muchas no.
Más tarde, una de las veces que estuve deprimida, mi hermano intentó que
saliera de casa, que estuviera con gente y me fui a su taller. Mis hijos ya era
mayores y trabajé con él un tiempo. Ese trabajo era lo había visto en mi casa
siempre, pues mi hermano se había formado en la Fundación del generalísimo
Franco, en donde se hacían alfombras, tapices, porcelana, cuadros, y otras artes.
Esa fundación estaba en Peña Grande. De hecho mi padre redimió allí parte de la
pena trabajando. Por eso mi hermano fue después a formarse allí. Y lo curioso es
que esa Fundación estaba dirigida por un anarquista. ¡Esa se la colaron a Franco!
Y como todos los anarquistas tienden a hacer todo tipo de trabajo manual, mi
padre y mi hermano trabajaban bien. Esa Fundación se ha cerrado hace unos
años, aunque el edificio sigue existiendo.
A mi hermano le fue bien con el taller, trabajaban en él varias personas. En el
taller se pintaban azulejos y bodegones en cerámica, pues el óleo no se utilizaba.
El trabajo no era muy creativo, había modelos que había que hacer porque el
trabajo se hacía a la demanda, y era un trabajo artesano totalmente. Mi trabajo
ayudaba económicamente, pero no era creativo, era monótono. Pasé allí tres o
cuatro años. Dejé de trabajar en él porque mi marido tenía su taller muy cerca
del de mi hermano, y un día vio que se traspasaba una tienda de maderas que

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estaba al lado, y a mí me pareció que era una buena idea comprarla. Sin ese
empujón quizás no la hubiera comprado, pero así se animó y la compramos.
Suelo ser yo quien toma la iniciativa cuando hay que comprar algo, mi marido
suele estar siempre conforme con lo que hay. Y así empezamos también a vender
madera los dos juntos, porque al estar su taller al lado, él podía dirigir el taller y
estar a ratos conmigo. Un poco más tarde el dueño del almacén de maderas
vendía también una serrería que estaba al lado, y pensé que tampoco estaba mal
cogerla. Le dije a mi marido: yo me voy al almacén, tu te quedas en la tienda y
el encargado se queda en el taller. Y así estuvimos un tiempo, pero aquel trabajo
era para mí un suplicio, pues yo tenía que llevar la contabilidad de la venta de
maderas para la construcción, para hacer muebles, etc. Me di cuenta que no
sabía mandar porque teníamos obreros a nuestro cargo. Me hacían pedidos por
escrito, pero luego había que organizarse para hacer el trabajo, distribuir
funciones. En el almacén estaban cuatro personas trabajando y estuvo
funcionando hasta que lo traspasamos. Hemos trabajado mucho, y ahora veo
que me he hecho mayor, porque antes cambiamos de casa, y ahora ya no soy
capaz de vender esta casa que es muy grande para nosotros.
Yo, como he dicho, pasé por períodos malos. Nunca me he sentido en mi sitio.
No es que quisiera más, es que no he vivido a gusto. Una es una sirviente de la
mañana a la noche, siempre pensando en lo que necesitan los demás, mi marido,
mis hijos, mis, nietos…Cuando estuve con depresiones al principio fui al
psiquiatra, pues no quería hablar ni mirar a nadie, ni ducharme ni hacer nada de
nada. Bueno, me imponía y hacia la comida pues estaban mis hijos, pero fui al
psiquiatra para hacer un tratamiento, y el psiquiatra me dijo: cuando puedas
hablar te enviaré al psicólogo. Me trató buena gente, pero yo no he sido capaz
de contar mi vida en profundidad, es como sacar las ropas del armario y volver a
ordenarlas bien. Y eso no lo he hecho. En una relación de tú a tú, uno siempre
quiere dar una imagen favorable, y desnudarse es muy difícil. Pero los
medicamentos me han ayudado, me he ido manejando bien, me funcionaba la
cabeza para reorganizarme. Bueno, el tratamiento me ha ayudado a pensar y me
ha ido bien. He cambiado muchísimo, yo era una persona que me defendía
mucho, y ahora ya no lo necesito. He tratado de controlarme en mis reacciones
violentas, los enfados que me cogía, pues en cuanto gritas pierdes toda razón.
No se pueden defender las cosas con esa violencia. Hay a gente que le pasan
cosas terribles en la vida pero no tienen depresión. Yo creo que he sido una niña
tristona y depresiva toda la vida. Fui al sanatorio antituberculoso porque además
de que era saludable, los niños queríamos salir y en casa no hacía reposo, y
entonces aunque me daban una pastillas de hidracida no me sirvieron. De la
tuberculosis una vez que me pusieron el tratamiento me sentí mejor. Me dieron
un tratamiento que ahora está obsoleto, y cuando voy al médico tengo que

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explicarle que tuve tuberculosis, porque me hicieron un neumotórax —te
pinchaban entre las costillas, te metían aire, y entonces la pleura se abría y la
herida se secaba, y eso me ha desplazado un poco el corazón— tengo que
explicarle lo del neumotórax.
Yo había hecho una vida de estar mucho en casa, con mi madre, de no salir, de
echarte novio casi por casualidad porque yo salía muy poco, y de ahí, sin
conocer nada de nada, de repente me casé. Bueno ya desde la muerte de mi
madre me encontré con la responsabilidad de cuidar a mi padre y luego de
hacerme cargo de la mía, de mi marido y muy poco después de mi primer hijo, y
un poco después nació mi segundo hijo, Ulises. Se llama Ulises porque cuando
estaba embarazada leí Mare Nostrum, la novela de Blasco Ibáñez, en la que hay
un personaje que se llama Ulises Ferragut, y me gustó ese nombre. Por eso
quizás la única forma de equilibrarme fue irme a vivir cerca de mis hermanos. Mi
hermana era ocho años mayor que yo, y era casi como mi madre, y mi hermano
que es siete años mayor también me cuidaba de pequeña. Así que cuando tenía
cualquier problema acudía a mi hermana, nunca me encontraba sola. Mi hermana
era un amor, era muy tierna. Yo creo que a mi madre no le vino bien tener una
nueva hija en ese momento en el que nací yo, porque estaba en una mala
situación, estaba muy preocupada y muy nerviosa por todo lo que estaba
pasando. ¡Menuda ironía, nací la noche de Reyes! No sé muy bien como salí
adelante, con mi madre y mi padre en la cárcel. Luego cuando salió conmigo
recién nacida no tenía tiempo para nada, tenía mucho trabajo, y mucho genio.
Sentí mucho desamparo. Mi madre me adoraba pero no podía ocuparse de mí.
Cuando nos casamos nos fuimos a vivir a una casa en la que también vivían
mis hermanos. Yo vivía en el primero, mi hermano en el segundo, y mi hermana
en le tercero. Los hermanos siempre nos hemos llevado muy bien. Mis cuñadas
son una suerte de personas, y siempre estamos muy juntas. Así que solíamos
salir juntos, e incluso veraneábamos juntos. Recuerdo con cariño nuestros
veranos en Villaviciosa, y a los amigos que hicimos en Asturias. Quizás por eso
no he tenido muchas amigas, además he tenido la mala suerte de que las
mujeres feministas que he conocido no me han gustado mucho, porque no se
puede ir por la vida pensando que los hombres son unos niñatos, pues al
hombre, si lo es, o lo pones en su sitio o te vas. Y además las he visto poco
consecuentes, pues las he visto aprovecharse mucho de los hombres, tanto
desde el punto de vista económico, como de la casa, así que me parecía un
feminismo muy falso, porque para mí el feminismo lo veo en la igualdad. Un
hombre es igual que la mujer, tiene sus derechos y sus obligaciones, su forma de
querer, y de vivir. Creo que las feministas más legales son unas amigas que tengo
que son lesbianas, son pareja, y son muy legales, se dejan espacio la una a la
otra. Yo las aprecio mucho. En la actualidad sigo teniendo relación con esa amiga

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que tuve en la escuela, pero eso es por pura paciencia mía, porque tiene un
marido que se ha hecho de lo más religioso. Y ella, como tiene menos luces que
un sótano, se ha hecho igual. Y no podemos hablar de casi de nada, no
hablamos más que de sus niños, de la casa, de lo que ha hecho en la vida, del
tonto meapilas de su marido.
Mis hermanos también tuvieron hijos, así que esa etapa fue en la que me sentí
mejor. Luego ya empezamos a desfilar, cambiamos de casa, aunque seguimos
teniendo mucha relación. También mis hijos me han dado satisfacciones con sus
estudios pero también son complicaciones, pues cuando entran o salen te entra
el miedo de si puede pasarles algo, y luego ya crecen y se van. De quienes he
disfrutado más es de mis nietos, porque como los dos hijos vivían cerca, y ellos
y sus mujeres trabajaban, los nietos se quedaban mucho conmigo. Pero ahora ya
se me ha acortado el tiempo, pues al estar mi marido mal me siento un poco
enjaulada, ya que no puedo dejarlo solo. Con la enfermedad que le ha venido
estoy aquí muy sujeta, tiene un neuroma que le redujeron con radioterapia, pero
se ha quedado medio sordo de un oído, y en una parte del cerebro casi no tiene
riego, por eso se marea con frecuencia. Desde que se cayó por las escaleras he
cogido mucho miedo y no me gusta dejarlo solo, es mi compañero. A mí
últimamente se me olvidan las cosas, y sin una lista ya no soy nadie. Él ya no
puede ocuparse de nada, aunque todavía mantiene bastante su sentido del
humor. Todos vamos perdiendo la memoria.
Cuando era joven conocí muchos cambios, cambio de régimen, nuevas leyes,
la lucha de las feministas. Yo participé en las manifestaciones por esos cambios
que eran vitales para las mujeres. Las mujeres de la época de la República me
parecían todas estupendas porque habían luchado a muerte y no habían sido
conformistas, incluso algunas que no tenían estudio como la Pasionaria. Y de mi
generación me interesaron Cristina Almeida, también Cristina Alberdi que menudo
cambio ha dado, pues al principio era una mujer interesante, aparte de que una
amiga mía, que se tuvo que separar de su marido y no tenía dinero, y fue a
verla, la ayudó y no le cobró nada. Cristina Almeida fue una mujer fuerte que
debió de pasar lo suyo, al igual que las mujeres que trabajaban con los
abogados laboralistas, como Paca Sauquillo, que fueron luchadoras importantes.
La transición la viví con cierto escepticismo, solo empecé a pensar que podía
haber un cambio cuando legalizaron el Partido Comunista, hasta entonces no me
creí a Suárez, pensaba, como decía mi madre, que era un lobo disfrazado de
cordero. Además lo del Rey me pareció algo disparatado, muy de tomar por
tonta a la gente. Cuando dicen ahora que si hubiese un referéndum saldría la
monarquía me cuesta mucho aceptar que la gente no piensa. A la muerte de
Franco, que se estaba esperando, me quedé como fría, pero luego esto empezó
a cambiar, y me empecé a animar cuando Felipe González se presentó a las

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elecciones del 82. Recuerdo que el último mitin lo hizo en el campus universitario
de Moncloa. Yo bajé andando desde la Dehesa de la Villa, en donde vivíamos
entonces, y subí llorando y pensando: ¡Dios, que pena que esto no lo hayan
visto mis padres! Tuve una fe enorme en él, y ahora el PSOE me parece algo
espantoso. Es una de las personas que más detesto, porque de la derecha no
espero nada, espero lo que hay, con ella soy muy tibia, pero con la izquierda soy
exigente, y lo que han hecho me subleva mucho, me parece muy injusto
después de todo lo que ha luchado la gente para cambiar a mejor las cosas. Yo
no he pertenecido a ninguna asociación de mujeres pero he ido a todas las
manifestaciones de mujeres que he podido, en favor del divorcio, del aborto…
En general mi vida no me ha producido satisfacciones, ni mis relaciones
amorosas, ni mi trabajo. No he logrado saber por qué, no entiendo por qué no
me quiero. Siempre he sido una persona muy exigente conmigo misma, y he
pensado que no he dado la talla. Como ya dije he estado con algunas
depresiones, y un día le comenté esto a la psicóloga, porque he oído decir que
de los espermatozoides es el más listo y el más ligero el que llega y fecunda el
óvulo, y yo me preguntaba: ¿he sido yo la más lista? Y me respondía, pues no,
yo he sido la más tonta. Y la psicóloga me dijo: felicidades, te aprecias
muchísimo. Y, además se me han olvidado incluso las cosas buenas que la gente
entiende que he hecho. El otro día mismo pensando no sé sobre qué, pues ya
tengo muchas lagunas, recordé que hubo una época en la que me dediqué
durante bastante tiempo con una pequeña red de amigas a ir a buscar
minusválidos los fines de semana y sacarlos a merendar, al cine…. Y pensé que
ahora ya no podría hacerlo, porque ya no tengo fuerzas suficientes, empezando
por la fuerza física. Pero, luego me dije: eso no tiene importancia, lo haría
cualquiera. Esas depresiones las tuve de joven, hubo momentos en los que no
quería vivir, supongo que todo me decepcionaba, en principio yo a mí misma,
pese a las oportunidades que he tenido. Ahora con esto de mi marido, que desde
que se cayó por las escaleras, tiene mareos, y no puede salir de casa, todos me
consideran poco menos que una heroína porque lo cuido y no me separo de él.
Pero me parece una estupidez. No puedo hacer otra cosa con mi forma de ser. Él
está muy a gusto así. En el fondo soy tímida, pero luego cuando tengo que
enfrentarme con algo de la vida, lo hago, me causa una violencia conmigo
misma, pero lo defiendo. He defendido cosas, sobre todo las que me llegan a mí
mucho, pues aunque me susciten esa violencia, me enfrento con ellas.
Cuando éramos jóvenes salíamos, íbamos al cine, al teatro, y lo que más me
gustaba y absorbía era estar con mi familia. Me lo pasaba muy bien con mis
hermanos, con mis hijos, con mis sobrinos. Salíamos juntos, veraneábamos
juntos, porque además mis hijos y los de mis hermanos más pequeños eran de
la misma edad, así que estábamos mucho juntos. Y como además las

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conversaciones con mis hermanos eran conversaciones no tontas, pues no
hablábamos de paperas, de niños, ni de tonterías de esas, lo pasábamos bien.
Nos interesaba la política, lo que estaba pasando, la sociedad, la vida, el carácter
de las personas… Y me gustaba leer, era la forma que tenía de saber. Como veía
en mi casa que todos leían, pues mi padre cuando llegaba a casa se ponía a leer,
y mi madre a veces decía: a ver cuando os vais a cama y puedo leer. Y luego mi
marido y mis hijos también leen, así que es algo habitual. Y aparte de eso, tenía
la necesidad de saber, y leer ha sido la forma de conocer nuevas cosas. Luego fui
muy ama de casa. Cocinaba mucho y bastante bien. Mi madre me enseñó poco
porque se murió cuando yo era muy jovencita. Me enseñó más mi suegra, y he
aprendido a guisar porque tenía que hacerlo bien para los demás. Todavía ahora
sigo leyendo libros, y viendo recetas, porque me gusta hacerlo bien, bueno, lo
cierto es que no me gusta hacerlo, si me lo dan hecho mejor, pero deseo darle
algo a la gente que viene a mi casa. Me he pasado la vida queriendo que me
quieran, y tratando de agradar a los demás. Luchas siempre porque te quieran y
por complacer, y por eso investigas cosas nuevas y las haces con dedicación, y si
no te salen bien eso te contraría. Nunca me he cuidado mucho físicamente, no
he sido demasiado presumida, ni hago deporte, solo salgo a pasear con el perro.
No me gusta el fútbol, ni los toros, ni cosas de ese tipo.
Las cosas han cambiado mucho. En la actualidad pienso que los adolescentes
son una especie de bárbaros, los veo con frecuencia porque tenemos el instituto
enfrente de casa. Veo, por ejemplo, que aunque tienen papeleras al lado, lo tiran
todo al suelo, dejan todo regado de basura, no recogen nada. Son muy
gamberros. Pero los hombres ya más maduros me parece que son mucho más
flexibles y dejan más sitio a las mujeres que antes. Bueno, no es que los
hombres se lo hayan dado, sino que las mujeres se lo han ido ganando. Las que
más han ido cambiando son las mujeres. Tengo las mujeres de mis dos hijos que
tienen sus carreras, y aunque yo he malcriado a mis hijos, porque en casa nunca
han hecho nada, y en este sentido no los he educado bien, sin embargo respetan
y quieren a sus parejas: guisan, planchan, ponen la lavadora… Y yo les digo: ¡y
ole tú, con lo mal que lo ha hecho tu madre! En mi opinión la mujer al madurar
antes ha ido empujando, y ha dicho: eso no, no y no. Y en las altas esferas
como las mujeres salen a la calle, y se manifiestan y gritan, algo ha cambiado
también. De momento que no sea tu marido, tu hombre, sino tu compañero para
andar por la vida, ya es un cambio importante. Tu compañero tiene que ir
contigo. Las altas esferas siguen siendo machistas, y aunque las mujeres están
empujando no están cambiando suficientemente. Yo espero que la situación siga
cambiando. Espero que no haya retrocesos importantes, pues si con lo del
aborto han cambiando de parecer, ha sido porque la sociedad se lo exige, no por
convencimiento propio, sino por la lucha electoral. La izquierda siempre es más

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abierta, es lo lógico.
A mí me parece que estábamos muy adormecidos y que ahora con Podemos
esto está removiéndose. Con el socialismo que hemos tenido esto se estaba
muriendo, y Podemos es como un aire nuevo que viene, y esto tiene que salir
adelante. Es como cuando llegaron las feministas y decían: es que estas son
unas locas. ¡Pero mira lo que lograron! Se reían de ellas, pero ya ves. Y estos de
Podemos están moviendo cosas, y yo siempre he dicho, dado que la cultura es
tan importante, si los cambios no salen de la universidad, ¿de dónde van a salir?
No creo que Podemos gane las elecciones, pero va a ser como si te meten una
paja en el ojo constantemente, lo cual no está mal. Es gente preparada y espero
que hagan cosas, aunque yo no lo vea, que cambie esta situación para mejor,
que se sigan defendiendo los derechos de las mujeres y luchando por la justicia
social. Y que la monarquía salga si se la vota, pero no por nacimiento. Eso me
parece algo anti-natura, porque pensar que alguien, sea tonto o inteligente,
decente o indecente, esté destinado por nacimiento a ser rey no me parece serio.
La falta de cultura ha llevado a que una mayoría haya votado al PP, y eso es
no pensar, porque estábamos muy mal, pero, ¿cómo puedes pensar que la
derecha va a hacer algo por la gente común, si son unos capitalistas? Y además
no tienen medida, siempre quieren más para ellos, siempre quieren tener más
poder. Tener ética en un mundo capitalista en el día a día es difícil, pues nos
parece que nos lo merecemos todo, y somos incapaces de decir no. Los
anarquistas tienen una tradición, un estilo de vida austero. En mi casa eran
honrados y mantenían ese estilo de vida, pero luego cuando te emparejas las
cosas cambian a no ser que lo hagas con una persona de la misma ideología. La
familia de mi marido es estupenda pero no siente esa pasión por la política que
había en mi casa y que sigue siendo la mía.
Para las mujeres es indispensable tener autonomía económica, por eso ahora
se pueden separar más. Yo, es fácil decirlo con un hombre que te quiere y te
trata bien, pero aunque hubiera querido separarme, con el proyecto que tenía
para mis hijos, no sé si hubiera podido hacerlo. Otra cosa es que fuese una
mujer con autonomía, con dinero. La mujer ahora se está ganando esa
autonomía con su trabajo, y aunque la crisis les afecta más, las mujeres siempre
se agarran a cualquier cosa, y aunque tengan una carrera universitaria se ponen
a trabajar en lo que sea. Son más echadas para adelante, son más valientes, en
general. Pero también veo que se van a ir fuera. Mis nietas seguramente se van a
tener que ir a trabajar fuera. Lo que está pasando es que se nos está yendo
gente muy preparada en la que se ha gastado el Estado o los padres mucho
dinero, y nos estamos quedando sin porvenir. Tampoco se está apoyando la
enseñanza profesional y eso es muy necesario porque tiene que haber una
balanza, no podemos ser todos médicos o arquitectos. Además tiene que

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cambiar la mentalidad y los que no tienen una capacidad para una cosa la tienen
para otra y pueden vivir bien y ser felices en la vida. Esto creo que no se puede
detener. En pocos años ha habido una evolución muy grande. Si se piensa en
Franco, dejando aparte que fuera un asesino, es que después de la guerra castró
a mucha gente, nos ha castrado a muchos, porque si no tenías una familia
aperturista ¿de dónde te venía la gana de pensar y de hacer algo, si estabas
rodeadas de curas, del peso tan grande de la Iglesia? Tenías que bautizar a tus
hijos, tenías que casarte por la Iglesia, y todo era pecado, todo era malo, y
además terminabas creyéndolo. Yo, pese a la tendencia de mis padres, fui a la
iglesia. Los sábados y domingos cuando mis hijos eran adolescentes me
dedicaba, como ya dije, a ayudar a minusválidos, o íbamos a ver gitanos y les
enseñábamos a leer y escribir. Yo empecé a ir a mi parroquia donde había un
cura vasco muy de izquierdas y le pedía locales cuando hacía mal tiempo para
poder estar allí con los muchachos. Y así me enteré de que teólogos de Comillas
daban clase de teología en la parroquia una día por la tarde. Me apunté y estuve
yendo tres años, y me hice con amigos estupendos, los jesuitas eran gente
normal. Me interesó mucho la teología, pero aquello me dio pie para dejar de
creer. Y ahora sé muy bien por qué no creo. Me di cuenta de que el cristianismo
era una obra literaria muy bonita, pero que como Jesús ha habido otros en la
historia que han sido perseguidos y que, cuando han querido cambiar
radicalmente las cosas, los han matado.
El franquismo y la Iglesia han imperado durante muchos años. Muchas
mujeres de nuestra época, no siendo las que se pudieron cultivar, siguieron
aceptando la situación. Recuerdo que la mayoría de las mujeres en mi medio,
cuando ya pudimos votar, decían: “¿para que voy a ir a votar si da lo mismo? Se
lo llevan todo, todos son iguales, es igual votar a uno que a otro”, o estaban
aquellas que decían: “que más da, yo lo que diga mi marido”. Eso me
desesperaba, porque además ponía de manifiesto la incultura de este país.
Mi hermana se ha muerto ya hace nueve años y mi hermano también anda
regular, tiene casi 80 años y voy a verlo muy poco. Se me ha ido rompiendo la
familia que era en la que estaba fuerte, pero tampoco vamos a dramatizar,
tenemos amigos que vienen a vernos. Yo suelo decirles cuando nos reunimos:
“mejor no hablamos de nuestras enfermedades”. Así que echamos una partida de
mus que es un juego muy de psicología, porque las reglas son básicas, pero al
ser un juego de envite tu puedes decir lo que quieras, tengas o no tengas cartas
para ganar. Es un juego de mucha inteligencia, y de conocer como son los que
juegan contigo, si alguien es muy conservador o es muy lanzado…Además soy
muy amiga de la hermana de mi marido, así que nos reunimos, hacemos una
merienda, y hablamos de política, Yo suelo decirle para reírnos: “”si ves que voy
a votar al PP llévame al médico urgentemente”. Hablamos también de los libros

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que estamos leyendo, o de la tertulia de la sexta a la que van también
representantes de Podemos. La política sigue siendo nuestra pasión. Nosotros
seguimos votando. Es una responsabilidad que no hay que dejar. ¡Seamos
realistas, pidamos lo posible, pero sin dejar de soñar con lo imposible!

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5. Concha SELGAS MORALES. El duro aprendizaje de
un oficio y la lucha por la autonomía

Nací en Madrid, y hace poco estuve en el barrio donde nací con mis hermanas.
Fuimos a ver la casa donde nacimos que estaba en el nº 51 de la Avenida de la
Ciudad de Barcelona, en la zona de Pacífico. La casa sigue existiendo, ahora más
arreglada, pero siguen estando las mismas puertas, y se reconoce perfectamente.
Cuando yo era pequeña era la casa más grande de todo Madrid, ocupaba toda
una manzana. Entonces había muchísimas viviendas con patios y corredores, y
tenía entrada por dos calles, por la Avenida Ciudad de Barcelona y por la Calle de
Granada. Era una casa del Madrid de entonces, lo que se llamaba una casa de
vecindad, de una vecindad un poco barriobajera, aunque también vivían en ella
familias de clase media venidas a menos que eran educadas y bien formadas.
Había un poco de todo, lo mismo te encontrabas en el patio común con un señor
que hacía sillas con el asiento de enea, que con otro que, en primavera, deshacía
los colchones de lana, la ahuecaba y los volvía hacer. Había quien vendía leña al
peso, alguna mujer que llevaba una vida un tanto alegre, y otra que era modista
y cosía para las artistas de cine y para las folclóricas. Y además estaba el señor
Lorenzo que tenía una tienda de comestibles. Esa tienda tenía para mí un aprecio
especial porque el señor Lorenzo era el padre de mi mejor amiga. Nos criamos
juntas, nos llamamos igual y teníamos la misma edad. Ella era hija única y
nosotras éramos tres hermanas, yo era la del medio. Tuve con esta chica un
contacto tan grande como si fuéramos hermanas. Nos llevábamos muy bien,
teníamos una relación muy especial, y yo en su casa era como una hija más, me
querían mucho. Ella tenía más desparpajo, yo era más callada y vergonzosa,
quizás por eso nos llevábamos muy bien. Recuerdo que cuando era pequeña
íbamos a la tienda con las cartillas de racionamiento, y te cortaban los cupones,
y te daban lo que te correspondía. Lo que más me gustaba era ver cómo
llenaban las botellas de aceite a granel de una máquina con émbolo.
Cuando yo era pequeña nuestra situación económica debió de ser bastante
complicada. Mi madre era la única mujer de cinco hermanos y cuando se murió
su madre, en la época de la guerra, ella se hizo cargo de su padre, que tenía el
título nobiliario de conde, y también se hizo cargo de los hermanos que estaban
solteros. Vivían todos en nuestra casa. Era triste porque no había medios, no

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había trabajo, y la gente se tenía que dedicar a lo que les saliera. Uno de mis tíos
encontró trabajo en un laboratorio de veterinaria, y se casó, pero vivía cerca y
siempre mantuvo mucha relación con nosotros. Estábamos muy unidos. El otro
se casó también, pero con una señora que no era buena persona y daba muchos
problemas. Vivían con nosotros, pues no tenían casa. Su señora era muy
conflictiva y montaba muchas broncas. Parece que un día incluso llegó a pegar a
mi madre, así que mi tío decidió irse de casa.
Mi padre era pintor decorador y la verdad es que era un buen profesional.
Trabajaba en una empresa, pero tal como eran las cosas entonces le pagaban
poco y abusaban bastante de él. Cuando salía de la empresa hacía, como él
decía, chapuzas, trabajando por su cuenta. Tenía muchos clientes, iba a iglesias,
a casas particulares, normalmente de gente rica por el tipo de pintura que hacía.
Tuvo la mala suerte —yo era entonces pequeña, tendría 6 años, pues recuerdo
que estaba con sarampión—, de tener, según decían, un envenenamiento de la
sangre, debido a que la pintura era tóxica y no utilizaban ni una simple
mascarilla. Creo que le trató el Dr. Marañón. Mi abuelo materno tenía sus
contactos y por su mediación se logró que lo tratase. Estuvo muy enfermo.
Como las tres hermanas éramos pequeñas nos mandaron a Reinosa, a casa de
mi abuela paterna. De ese viaje recuerdo poco por mi corta edad y porque,
además, me puse mala. Finalmente me mandaron de regreso a casa. Luego mi
padre, a partir de esa enfermedad, quedó delicado. Trabajaba muy de vez en
cuando, pero como tenía que traer dinero a casa, cuando le dijeron que
necesitaban pintar una mina se apuntó pues pagaban mejor debido al riesgo.
Entonces, no se tomaban medidas de seguridad y los pintores subían a los
andamios sin arnés y sin nada. Parece que se descolgó y que con el golpe, según
el médico, se le salió el corazón de la caja torácica. Mi padre era todavía joven,
tendría en torno a los 40 años, y tuvo problemas con su jefe, de apellido
Solchaga, y con la empresa, la misma del envenenamiento, pues no quisieron
hacerse cargo del accidente. Entonces los derechos sociales brillaban por su
ausencia. Su salud se deterioró aún más, y desde entonces tuvo muchos
problemas. Fue a juicio contra la empresa, pues no querían reconocerle ninguna
invalidez. Como teníamos que vivir, seguía haciendo trabajos particulares, pero
no ganaba lo suficiente.
Mi madre se ocupaba de la casa, no trabajaba fuera, pues entonces en el
ambiente en que vivíamos no era lo normal en las mujeres casadas, pero
además, y sobre todo, porque no estaba preparada para hacerlo, ya que en su
casa la habían criado como a una señorita, y además de leer y escribir aprendió
música y tocaba el violín. Mientras sus padres tuvieron medios y estuvieron en
buena posición fueron educados como hijos de clase alta. No sé muy bien por
qué se arruinaron, mi madre decía que en la guerra les habían quitado todo, pero

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como ella siempre adornaba lo que contaba con aires de grandeza, a mí me
parecía fuera de lugar, y no le hacía mucho caso. Luego, me di cuenta que era
una forma de mantenerse en pié ante la nueva situación. Como vivíamos en otro
mundo me daba pena ver cómo se acordaba de esa buena época, y me daba
rabia que siguiera contando cosas de su mundo anterior, pues me parecía que las
personas a las que se las contaba no la entendían, y en parte, no se lo podrían
creer. Todo eso me dolía.
Mi madre se llamaba Encarna, y su familia era de Madrid, pero nos contó que
en un determinado momento, ya fuese por la guerra o por algún problema
familiar, se fueron a vivir a La Solana, un pueblo de Extremadura donde mi
abuela ejerció de maestra. Mi madre, que era entonces jovencilla, estuvo allí un
tiempo trabajando en el azafrán.
Mi abuelo materno parece ser que era demasiado alegre, le gustaba mucho ir
de juerga, ir a los cabarets en los que actuaba la Chelito, que al parecer era una
cupletista muy famosa. Se movía en esos ambientes. Tengo oído que vendió el
título de conde a su hermano. No creo que perdieran su antigua posición social
por cuestiones políticas, sino más bien porque él era muy manirroto. Pero aún
con todo, lo recuerdo como una persona muy especial; tengo un recuerdo de él
muy bonito. Le gustaba mucho la poesía, el teatro, pintaba muy bien. La vida
que él llevaba cuando yo era pequeña no tenía nada que ver con la que había
llevado antes, pero procuraba “mantener el tipo”. Iba siempre impecable. Era
bajito, muy poca cosa, pero tenía una personalidad muy bonita. A él le hubiera
encantado llevarnos a sus nietas al teatro, pero no nos llevaba porque no tenía
dinero. En casa vivíamos de lo que ganaba mi padre.
La familia de mi abuelo materno, los Morales de Acevedo, eran gente de
mucho dinero, y tenían casas maravillosas. Vivían en Madrid todos. Mi abuelo
tenía dos hermanos, ambos casados. Uno de ellos de oficio periodista y escritor,
y el otro, el que le compró el título a mi abuelo, estaba casado con María Teresa,
y no trabajaba en nada que yo sepa.
Por otro lado, también tenía tres sobrinos solteros, dos mujeres y un hombre,
que eran anticuarios. De mis tíos segundos recuerdo que eran mayores y creo
que sin hijos. Uno de ellos, el casado con María Teresa, era influyente, sobre
todo en lo que se refería al ámbito religioso y eclesiástico. Durante bastante
tiempo tuvimos relación con ellos, luego hubo un período en que se distanciaron
para después retomar la relación de nuevo cuando yo ya era más mayor. Íbamos
a veces a visitarlos, mi madre sobre todo. La mujer, María Teresa, era una
persona exageradamente religiosa. Mis padres se casaron en la guerra,
seguramente por lo civil, porque mi padre nunca iba a la Iglesia. Al no estar
casados por la Iglesia, María Teresa anduvo detrás de mi madre para que lo
hicieran. Cuando mi padre ya estaba muy enfermo, tras padecer una trombosis,

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ya pudieron hacer con mis padres lo que querían. Como ella tenía una influencia
grande en la Iglesia los casaron sin estar presente el cura. Mi padre firmó los
papeles, y mi madre consintió. A mi madre esto la benefició porque en esa época
daban una paga a los que habían participado en la guerra de ambos bandos.
Unas primas por parte de mi padre, que eran gente de orden, consiguieron
arreglar los papeles para que cobrase esa paga mensual. No era mucho, pero
ayudaba. Con el paso del tiempo la relación con esos hermanos de mi abuelo se
fue enfriando, y nosotras de mayores no tuvimos demasiado contacto con ellos.
Como ya dije, mi abuelo iba siempre muy arreglado, con traje negro, una
camisa blanca, y un lazo propio de poeta romántico. Desde que yo me acuerdo
siempre se buscó la vida, nunca trabajó. Terminó siendo lazarillo y acompañante
del señor Mesa, que se había quedado ciego y gustaba de frecuentar ambientes
culturales, por eso creo que, en parte, mi abuelo lo eligió. Nosotros conocimos al
señor Mesa, pues algún día lo trajo a casa. A veces comía con él y supongo que
le pagaría algo. Mi abuelo fumaba bastante, lo que creaba problemas, pues en
casa no había dinero para tabaco, pero él se las arreglaba para fumar. A veces
cogía colillas en la calle y con el tabaco que encontraba en ellas se hacía nuevos
cigarros. Vivió así hasta que enfermó y murió de cáncer.
Mi padre se llamaba Jesús y era de Reinosa, Santander, y el resto de su familia
también. Estaba muy poco en casa porque trabajaba mucho, así que lo veíamos
solo los domingos. Era de izquierdas. Según mi madre tenía el carné de
anarquista, pero si no era anarquista era comunista. Debido a sus ideas no quería
que fuésemos al grupo escolar, pues éste seguía las normas del Estado. Mi madre
fue quien se ocupó de nuestra educación, supongo que siguiendo el parecer de
mi padre, aunque me parece que él vivía bastante su vida. Entonces mi madre
nos llevó a un colegio que realmente no era un colegio como tal, sino el piso de
unas mujeres, dos mayores y una más joven, tías y sobrina de parentesco. No
creo que tuvieran título ni nada.
El otro día recordándolo con mis hermanas nos reíamos porque a veces
aparecían en combinación en clase y pensamos que el colegio debían de tenerlo
para justificar la vida que llevaban que debía de ser de otro tipo. Dolores, la
mayor, a la que llamaban La culona en el barrio, por razones que saltaban a la
vista, decían que era amante de no sé quién. Yo era muy pequeña entonces. En
el barrio se sabía la vida de todo el mundo, y la historia de esta mujer era algo
sospechosa.
El colegio debían de tenerlo declarado, ya que a veces venía la inspección de
sanidad porque había niños con piojos, algo entonces frecuente, y nunca lo
cerraron. El aula en la que nos metían era pequeña, más que aula era una
habitación. Estábamos chicas y chicos juntos. No enseñaban bien, ni tenían
interés en hacerlo. Aprendimos algo a leer, a escribir y las cuatro reglas. Luego,

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cuando yo era ya un poco mayor, tendría unos 9 años, nos llevaron a un colegio
a Vallecas. A mí ese colegio me gustaba porque me parecía un colegio de verdad,
aunque estuviera más lejos. Solíamos ir andando, o a veces en el metro, aunque
imagino que sobre todo andando. Era un colegio de monjas, pero ellas solo
daban clase de religión, y el resto de los profesores eran seglares. Me acuerdo
especialmente de don Gregorio, que era una buena persona. Yo, cuando llegaba
a casa, me ponía a hacer la tarea y, aunque vinieran a buscarme para ir a jugar,
no iba hasta que no terminaba los deberes. Aunque pensándolo bien, tampoco
había en ese colegio una gran implicación por parte de los profesores, sobre todo
cuando veían que tu familia, como sucedía con bastantes de nosotros, no tenía
muchos medios. Eso suponía que no ibas a seguir estudiando, porque tenías que
empezar a trabajar pronto. Había otros colegios más caros y posiblemente
mejores a los que iban los hijos de los comerciantes. Este de Vallecas debía de
ser muy barato. A mí me hacía ilusión ir al colegio, como las matemáticas me
gustaban mucho aproveché todo el tiempo que estuve allí para estudiarlas.
Allí fue donde verdaderamente vi lo que era un colegio. Era mixto, de niños y
niñas, y los profesores eran seglares y religiosos. Las monjas nos daban clase de
religión, y veías que le daban mucha importancia a la asignatura: te obligaban a
aprender de memoria el catecismo. Eso era para mí una pesadilla. No estuve en
ese colegio mucho tiempo, estaría unos tres años, pues como mi padre se ponía
con frecuencia enfermo, dejábamos de ir. No había con qué pagarlo y mi madre
tampoco tenía tiempo de llevarnos.
Mi madre, viendo que la salud de mi padre no era buena, se puso a hacer
trabajos extra en casa. Había un cuartel enfrente, que todavía existe, donde
proporcionaban trabajo a las mujeres haciendo los uniformes de los soldados. En
el cuartel los cortaban y luego las mujeres los llevaban a casa para coserlos, mi
madre también. Nosotras le ayudábamos cortando hilos. Estos fueron unos años
en que mi madre trabajó muchísimo. Hacía también los sacos de retor que le
traía mi tío, el que trabajaba en el laboratorio de veterinaria. Nosotras la
ayudábamos a cortar hilos, a darles la vuelta, y luego a pintar las letras con
ayuda de una plantilla. Hacía montones y montones de sacos. Eso le afectó a la
salud, pues estuvo mala de la pleura. Cerca de casa había unos almacenes en
donde vendían la pasta para pintar, y mi madre, la pobre, iba a comprarla para mi
padre. A lo mejor traía 20 kilos de pasta, y todo esto andando un buen trecho.
Nosotros íbamos a acompañarla. Y mi padre cuando llegaba a casa hacía las
mezclas, los colores.
Las niñas y los niños, pese a que la situación era difícil, teníamos nuestros
ratos buenos. Nosotras cuando éramos pequeñas jugábamos con las otras niñas
de la casa a la comba y a los bonis, que era un juego en el que se utilizaban
alfileres con cabezas de colores. Se jugaba sobre el suelo, los tenías que bailar y

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cruzar, y la que mejor pudiera cruzarlos, poner un alfiler sobre otros, ganaba el
de la compañera. En invierno jugábamos al parchís o a las cartas, y a la lima.
Cuando la tierra estaba mojada tenías que ir clavando un pincho de hierro, la
lima, en los cuadrados o círculos que se hacían en el suelo. También se jugaba al
diábolo, al escondite, al corro y a la comba. Y cantábamos muchas canciones
infantiles. También jugábamos a las muñecas. En mi casa solíamos hacer teatro,
y mi madre era la directora de todos estos eventos. Al cine teníamos costumbre
de ir con mis padres el domingo por la noche. Cuando vivíamos en Pacífico
íbamos a un cine que estaba cerca. En nuestra casa siempre hubo radio porque
mi tía Isabel, la hermana de mi padre, tenía una tienda en la que se vendían y se
reparaban radios. Recuerdo que mi padre cogía por las noches emisoras
prohibidas, como radio Pirenaica, y mi madre se enfadaba mucho por si la oían
los vecinos. La televisión llego mucho más tarde. Recuerdo también que en mayo
tenían costumbre de poner la cruz de mayo en algunas casas. En el patio se
veían las mesitas con su mantel blanco, con velas y con la cruz de flores. En el
colegio también se hacía la cruz de mayo.
Cuando salí del colegio de Vallecas era todavía una niña, tendría 11 años, y
como mi padre se ponía con frecuencia enfermo y no podía trabajar, me
mandaron a casa de unas primas de mi padre que tenían una tienda cerca de la
Plaza de Neptuno. Eran también anticuarios y reparaban antigüedades de todo
tipo, muebles, cuadros, cerámica… Una de las primas estaba casada y no tenía
hijos y la otra era una solterona. Mi hermana mayor estaba con la tía Isabel que
vivía en Cuatro Caminos. Entonces era frecuente que la familia cuando se
llevaban bien se ayudasen unos a los otros. Estuve un tiempo con estas primas
de mi padre, y por no molestar, me conformaba con que fuesen amables
conmigo. Vivían en Ríos Rosas, en una casa preciosa, pero la solterona, Merche,
tenía muy mal carácter. Al comedor no podías pasar si no te ponías unos paños o
bayetas en los pies para, no rayar la cera. Te controlaban todo, no podías
distraerte con nada, si tardaba un poco venía a ver que estaba haciendo. Sobre
todo si había cosas por hacer en la cocina, fregar o lo que fuese. Una de las
cosas que me parecían tristísimas es que, como tenían una cocina económica, me
hacían ponerme de pie encima de la cocina y abrillantarla con unas lijas sujetas
en las plantas de los pies hasta que luciera como un espejo. Lo bonito de esa
etapa es que me mandaron con un profesor. En esa época había maestros que
debido a las circunstancias daban la clase en su casa a unos pocos alumnos. El
tiempo que estuve yendo a clase me vino muy bien y estaba muy contenta. Allí
conocí a un chico y a una chica que eran hermanos, y eran muy educados. Nos
hicimos amigos. Pero estuve poco tiempo, porque como mi tía la casada no tenía
hijos querían que me quedase con ellos. Mis padres no estuvieron de acuerdo
con que me adoptasen, así que se enfadaron, y volví para casa. Por un lado me

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alegré porque no era muy feliz con ellos, sobre todo porque la soltera era muy
dominante. Los otros era cariñosos conmigo, pero ella siempre me mandaba
hacer cosas, era muy déspota, y no comprendía que yo aún era una niña.
Estuvimos un tanto distanciados con ellos desde entonces.
Al volverme a casa me apuntaron a una academia de Artes y oficios, y allí
estuve yendo a clase por las tardes. Había que ayudar a mi madre y colaborar en
lo que pudiéramos. El tío Juan trabajaba, como dije antes, en un laboratorio de
veterinaria. Tenían que enviar mucha correspondencia, y necesitaban personas
para meter la publicidad de los medicamentos que producían en sobres. Así que
fui allí a trabajar. El laboratorio estaba en la calle Atocha. Iba a trabajar por las
mañanas, y supongo que algo le pagarían a mi madre. Luego pasé a la calle
Fuencarral en donde tenían las oficinas, allí trabajaba el encargado, el señor
García, y su hija que hacía de secretaria. Y, como yo no daba problemas, les caí
muy bien, así que me dijeron que si mis padres me dejaban me pagaban la
academia para hacer taquimecanografía. Pero, como estaba a punto de cumplir
14 años en casa dijeron que tenía que ponerme a trabajar. Así que no pudo ser,
ya que en el tiempo que debía estar en la academia no ganaba dinero. Recuerdo
esa época con mucha pena. Me dieron a elegir entre aprender el oficio de
modista o de peluquera, no había más opciones. Y como conocía el trabajo de
modista, pues tenía tías que eran modistas, y me parecía muy pesado y
repetitivo, elegí hacerme peluquera. Por mediación de un tío mío, el marido de mi
tía Isabel, me buscaron una peluquería. Al principio no me pagaban nada, pero
iba aprendiendo el oficio que me gustó desde el principio. En la peluquería
aprendías sobre todo a base de mirar lo que hacían los otros porque no
enseñaban mucho, y además no había muy buen ambiente.
La dueña era de Toledo, y cuando llegaron a Madrid pusieron una tienda de
comestibles e hicieron mucho dinero con el estraperlo. Luego abrieron una
peluquería en la calle Cabanillas, que era un sitio donde la gente más o menos
acomodada podía ir a peinarse, o a hacer la manicura, pero nos hacían trabajar
mucho. En la peluquería había un peluquero, que era muy bueno, que fue con el
que más aprendí, otra chica que era la oficiala primera, dos más, la oficiala
segunda y la ayudante, y luego estábamos las aprendizas que éramos dos.
Todavía se mantenía esa jerarquía, la jerarquía de los oficios. Las aprendizas
después de terminar, como no había lavadora, teníamos que lavar las toallas en
la pila. La dueña no tenía consideración con nadie, incluso explotaba a sus
sobrinas del pueblo. En los ratos que teníamos libres, como seguían con tienda
de comestibles, nos enviaban a repartir por las casas los pedidos. Eran casas que
estaban cerca, pero no dejaba de ser un trabajo.
En la peluquería nos daban algunas propinas, no recuerdo si también en las
casas, pero en todo caso eran pequeñas. Como me gustaba el trabajo, aprendí

98
enseguida. Mi hermana mayor se quejó porque el primer ensayo lo hice con ella
y no quedó muy contenta, pero pronto empecé a peinar a las vecinas gratis. Iba
a peinar por las casas. Aunque entré de aprendiza nada más cumplir 14 años,
enseguida empecé a buscar gente para peinar, al principio, como he dicho antes,
sin cobrar, luego ya me daban algo, poco. Cuando ya estaba más segura empecé
a tener clientas, a mitad de camino entre la peluquería y mi casa, pues en esa
zona había gente que no le correspondía vivir allí, quizás era gente venida a
menos, pues eran personas muy educadas y preparadas, y tenían hijos
estudiando. Así que yo, como después de mi jornada en la peluquería, iba a
algunas casas a peinar y hacer permanentes, a veces volvía a las dos de la
mañana. Pasaba miedo, ya que aunque a veces me acompañaba Isabel, mi
hermana pequeña, a esas horas ya casi no había nadie en la calle, solo algún que
otro borracho, y además estaba oscuro, pues no había la iluminación que hay
ahora. Era durísimo, aunque me gustaba lo que hacía. Lo que ganaba lo daba en
casa porque hacía falta.
Llegó un momento en que cambié de peluquería porque mi madre veía que no
me trataban bien. Una señora vecina nuestra, que trabajaba en la peluquería del
Hotel Palace, me buscó una peluquería en la calle de la Cruz, que era un poco
mejor, pues el ambiente era más agradable, pero también te hacían trabajar
mucho. Yo seguía siendo muy joven, tendría unos 16 años. Los jefes iban de
jefes, y a ti te dejaban las migajas. Si estaban ellos en la peluquería no te
dejaban hacer nada. Pero como yo trabajaba bien, a veces había clientas que me
elegían con lo que me daban las tres de la tarde trabajando. A las cuatro tenía
que volver. Y por la noche también salía muy tarde.
La siguiente peluquería fue en el puente de Vallecas. También abusaban y eran
unos tiranos. Así que pasé por tres peluquerías antes de poner la mía. Mi
hermana mayor, Encarni, era la que más aportaba a casa durante ese tiempo,
pues ya estaba trabajando de dependienta. Mi tía Isabel la tenía como a una hija,
y se portó bien con ella. Como económicamente estaba bien la ayudó, la mandó
al colegio, y a la academia de corte y confección. Y luego entró de dependienta
en una tienda en la zona donde vivíamos. Mi hermana pequeña, como tuvo
desde muy pronto problemas de salud, pues se le complicó una operación de
apendicitis, y además por ser la más pequeña, estaba más mimada, nunca se
sintió muy animada a trabajar. Luego se casó muy jovencilla y se fue de casa.
Mi madre, viendo que en las peluquerías me explotaban, pensó que teníamos
que hacer algo. Así que en una habitación en la misma casa en la que vivíamos,
en Pacífico, pusimos un tocador, un espejo y un secador y algunas mujeres que
vivían por allí cerca venían a peinarse. Eso no era peluquería ni nada, pero por
entonces a veces se trabajaba así, lo que sucede es que no se podía hacer por
mucho tiempo, pues se corría el peligro de que te denunciaran, porque hacías

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competencia a las peluquerías. Desde que deje la peluquería hasta que pusimos
este puestecillo a mi padre le dio una trombosis y quedó mal, así que ya no
podía trabajar como antes, pese a todo seguía haciendo alguna cosa. No dejó
nunca de trabajar.
Por esa época los dueños decidieron vender la casa en que vivíamos, que era
alquilada, y decidieron venderla a los inquilinos por un precio muy barato, y mi
madre decidió comprarla. Luego la vendió y con lo que le dieron buscó una casa
que fuera más amplia, y que reuniera condiciones para poner la peluquería. Pero
en el barrio no había nada para comprar con ese dinero, así que me llevé un gran
disgusto cuando dijeron que teníamos que irnos al Puente de Vallecas. Y, aunque
luego estuvimos muy bien, al principio era un barrio al que no quería ir. Cogimos
un piso que estaba bien, un primer piso. Nos fuimos a una casa de dos plantas,
y pusimos la peluquería en una habitación del primer piso que tenía balcón.
Recuerdo a mi madre con cariño, por supuesto, pero además la admiro pues
fue una mujer valiente como nadie que supo enfrentarse con una vida muy
difícil, pese a venir de un medio mejor. Todavía la veo buscando sillones,
secadores, todo lo que se necesitaba para montar la peluquería, todo ello de
segunda mano, pues no teníamos mucho dinero. Mi padre la pintó. Yo tenía
entonces 18 años recién cumplidos. Tuvimos que darla de alta, y eso tardaba su
tiempo, así que mientras tanto peinaba en otra habitación para que no me vieran
en la que iba a ser la peluquería. Como la época era tan dura bastaba que se
acercase un municipal y ya nos echábamos a temblar, quizás también por la
historia de mi padre.
Mi padre por entonces estuvo casi un año en la cama, y tenía también que
ayudar a cuidarlo, así que no me quedaba mucho tiempo para divertirme.
Cuando vivíamos en Pacífico salía algunos domingos a las 7 de la tarde, pero a
las 10 ya tenía que estar de vuelta en casa. Tenía un grupo de amigos, chicas y
chicos de la misma edad que nos juntábamos en el patio de la casa. Recuerdo
que había un chico un poco mayor que tenía amigos de Vallecas que eran de una
rondalla y que venían con guitarras y bandurrias a tocar. Cantábamos y hacíamos
guateques en casa de unos o de otros. También tuve otro grupo de amigos que
eran de un coro de la iglesia de Nuestra Señora de Atocha, fue una experiencia
bonita, eran gente normal. Siempre he tenido, muy buenos amigos. Pero luego
cuando nos fuimos a Vallecas, con la peluquería trabajaba muchísimo, pues a
veces empezaba a las ocho y media de la mañana y paraba solo un momento
para comer. Y los fines de semana terminaba de trabajar muy tarde, a veces a las
dos de la madrugada, y eso me dejaba poco tiempo para estar con ellos.
Cuando pienso en la relación que existía entre mis padres, creo que no era
muy buena. Se debieron de conocer recién empezada la guerra, porque se
casaron en ella. Yo creo que a mi madre le gustó mucho mi padre porque era un

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hombre alto, que estaba muy bien, todo el mundo decía que era guapo. Y
debido a que ya había pasado muchas dificultades familiares, pues su madre
estaba ciega y mi abuelo vivían con ella, debió de ser más bien como un
deslumbramiento, porque nunca los he visto felices, también es cierto que han
tenido unas vidas difíciles. Mi madre ha estado siempre ayudando en lo que ha
podido a mi padre. Mi padre, por su parte, por sus ideas políticas parecía que era
muy abierto, pero eso solo era de puertas afuera, en casa no lo era. El recuerdo
que yo tengo siendo jovencita es que era machista, hacía lo típico, a las hijas nos
traía controladísimas, y nos marcaba el horario para llegar a casa. Una de las
cosas que siempre me llamó la atención de mis padres es que me dejaban llegar
a casa muy tarde de trabajar y luego a las 10 de la noche un domingo o un día
festivo tenía que estar en casa. Y luego, estaba la relación con mi madre, que
tenía una carga grande en casa y dificultades por todas partes, pero mi padre se
comportaba como el hombre que está trabajando, y si algún día salía pronto de
trabajar se iba a tomar un vino en la taberna con algún amigo. Algún domingo
nos juntábamos con sus amigos, pero muy pocas veces. Mi padre llevaba una
vida muy separada de la familia. Ellos tenían a veces riñas muy fuertes, yo he
sufrido mucho por eso, por esa falta de entendimiento. Era bastante pequeña
pero recuerdo que esos enfrentamientos tenían que ver con que mi padre era
celoso. Mi madre era una mujer de muy buen ver, de joven era guapa, tenía unos
ojos muy bonitos, el pelo negro, tenía un carácter muy abierto, y era muy
educada. Eso es lo que nos ha dejado en herencia. Nos educó muy bien, puede
ser que hoy se la tachase de ser de derechas porque nos enseñaba las buenas
formas, las buenas maneras. En aquel entonces las mujeres con las que teníamos
contacto trabajaban en casa o fuera de casa, hacían trabajos de limpieza, lavaban
la ropa, o trabajan en intendencia en el cuartel de enfrente, aunque había
también alguna dependienta o maestra. El entorno era así y los hombres
parecían todos cortados por el mismo patrón. Ahora que soy mayor me doy
cuenta de que eran machistas: las mujeres tenían que estar en casa a su
disposición, aunque trabajaran mucho y también trabajaran fuera, y siempre bajo
la mano del señor. Y mi padre era parecido. Recuerdo que de jovencilla no me
dejaba poner pantalones y mi madre sí, pues pensaba que si iba de excursión era
adecuado llevarlos, pues era lo habitual, sin embargo mi padre pensaba que era
demasiado atrevido. Eso hace ver que aunque por ideología mi padre debía de
ser abierto, por la época no lo era. Mis padres tenían entre ellos problemas
serios. Cuando yo tendría unos 13 o 14 años estuvieron a punto de separarse, y
eso a mí me daba mucha pena. A partir de entonces la relación entre ellos fue
distante. Mi madre seguía haciendo su trabajo, y mi padre el suyo, y como
mucho podían salir a dar un paseo, o ir al cine con nosotras, pero nunca salían
ellos solos. Las circunstancias tampoco ayudaban, pues no tenían medios,

101
estaban económicamente mal, mi padre cada poco tiempo estaba enfermo y eso
traía muchas dificultades. Yo los adoraba y ahora me da pena porque pienso que
son personas que no debían de haber estado juntas, que debían de haber podido
estar cada uno en su ambiente. A mi madre la veía muy resentida, quizás por la
relación con mi padre a partir de un determinado momento, y luego por la
situación de su vida, A veces estábamos bien, mi padre nos quería mucho, pero
entre ellos había mucha distancia. Tenían que trabajar mucho y además el dinero
que tenían debía de aprovecharse bien. Mi madre nos hacía la ropa, nos llevaba
muy bien vestidas, hasta nos hacía sombreros, y nos educó como la educaron a
ella, por eso teníamos fama de ser niñas muy bien educadas. Nos enseñó a
comer bien, comíamos con cubiertos y platos aunque no fueran de lujo. Ella eso
lo consideraba indispensable pues había vivido en un ambiente más desahogado
de joven. Le gustaba mucho leer, y nos leía. Nos dio todo lo que pudo. Las
dificultades eran grandes, y a veces no teníamos para pagar la luz. Una cosa que
nunca se me olvidará en la vida es que cuando pasaban a mirar el contador, que
entonces estaba dentro de la casa, si no podíamos pagar nos metía en la cama y
nos decía que no hiciéramos ruido. Me da mucha pena el recordarlo. Ella nunca
se quejaba. De hecho enfermó de cargar con la pintura para facilitarle el trabajo
a mi padre. Estuvo mala en el hospital, pero ante nosotros nunca se quejaba. A
mi padre no lo recuerdo excesivamente cariñoso con mi madre, digamos que mi
madre era mucho más educada que mi padre, mi padre era más bien brusco,
carecía de refinamiento. Ella debía de echar en falta otro tipo de trato. Pero mi
madre siempre estuvo ahí, y cuando enfermaba mi padre lo cuidaba.
Mi padre murió a los cincuenta y pocos años, cuando yo tenía 30. Después de
sufrir la trombosis ya casi no podía andar y lo levantábamos a diario. Después
perdió también un poco la cabeza. Mi madre lo pudo llevar mejor entonces, y se
portó muy bien con él. Creo que hay veces que, cuando el hombre y la mujer
son tan distintos en la forma de pensar y de vivir, es difícil la convivencia. Por
ejemplos que vi por parte de otros familiares, que eran más iguales, he
observado que aunque tuvieron dificultades las superaban bien juntos. Mis
padres eran demasiado distintos. El quería que su vida fuese muy libre, para él y
para los obreros. La poca fuerza que tuvo la utilizaba en luchar, se querellaba
cuando veía una injusticia. Si maltrataban a alguien o lo insultaban salía
enseguida en su defensa, ya fuera en el metro o donde fuese. Y esto a nosotras,
que éramos pequeñas, nos daba mucho miedo, porque más de una vez vino la
policía a casa y se lo llevó. De hecho es por eso por lo que tengo malos
recuerdos del metro. No sé si la gente quedaba en el metro para verse debido a
que en otras partes no se podía hablar. Esto sería allá por el año 46, cuando yo
era muy pequeña. El metro era un sitio donde se hablaba de los problemas.
En mi relación con los chicos no tenía problemas. Desde pronto tuve bastantes

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amigos, casi más amigos que amigas. Me llevaba mejor con los chicos quizás
porque me interesaba más lo que decían, aunque hay que reconocer también
que había machismo entre los jóvenes. Pero yo, con los amigos tenía una
relación de igual a igual, no trataban de imponerme nada, porque tenía con ellos
una relación de amistad, no sentimental, me veían como uno más del grupo,
quizás porque mi comportamiento no era como el del resto de las chicas que
establecían pronto relaciones sentimentales porque querían casarse. También
tenía buenas amigas. Tuve distintas pandillas de distintos niveles sociales.
Cuando tenía 18 años ya había chicos amigos que estaban trabajando o
estudiando, y nunca se comportaron conmigo de forma machista, pero si
intentaba salir con algún chico que me gustaba entonces sí había machismo.
Quedaba claro que el hombre podía hacer lo que quisiera, pero la mujer tenía
que hacer solo ciertas cosas, y hacerlas de una determinada forma, y esperar que
el chico tomara la iniciativa y ejerciera de macho y la mujer de hembra, y no
levantar mucho el pico y comportarse en la línea que ellos marcaban, porque
sino se enfadaban. Cuando ocurría esto y estaba saliendo con un chico yo
rompía la relación y pensaba: ¡a mí los chicos no me duran más de tres meses!
Por entonces muchas de las chicas cuando llevaban ese tiempo con un chico, si
se llevaban bien, se hacían novios. Había unos esquemas preestablecidos que
había que seguir. Pero yo lo del novio no lo aguantaba. Encontraba todo aquello
vacío, y además estaba muy centrada en mi trabajo que sabía era importante
para mi familia. Había chicos, hermanos de amigas, a los que les gustaba y mi
cuñado me decía: pero Concha ¿tú no te vas a casar? A mí por entonces no me
interesaba casarme. No tenía novios, tenía amigos, pero no había intimado con
ninguno. Para mí lo esencial era trabajar. Eso es algo que me sigue pasando
ahora, cuando tengo que hacer una cosa me siento responsable y la hago. Era
muy callada, y me ha hecho mucho daño no haber podido estudiar. Todavía hoy
no he podido superar esa lacra. Sigue siendo para mí una asignatura pendiente.
Puedo no ser analfabeta, que no lo soy, pero si no estoy muy segura de lo que
voy a decir no digo nada. Soy muy sensible al ridículo. He sido una persona con
inquietudes y he leído lo que he podido, pero el no poder estudiar me duele
todavía.
La amistad es muy importante para mí, también lo era cuando era joven, era
un poco romántica, y no podía intimar con un chico si no lo quería. En el
ambiente en que me movía la mayoría los chicos eran obreros, sobre todo
trabajadores manuales, pero la situación empezó a cambiar, con la llegada de la
informática vino la especialización, y eso se notaba. Cuando empecé con el grupo
de amigos, a los 14 años los chicos eran muy cerrados, y a los 18 todavía iban
buscando una chica que no hubiera estado con chicos, que no la hubiese tocado
nadie, que nadie le hubiera dado un beso. Eso a mí me parecía un absurdo, y no

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lo pasaba bien. Pero luego la situación empezó a cambiar gracias al acceso a una
formación y una educación distintas.
Nuestra situación cambió una vez que nos dieron de alta la peluquería, pues la
necesitábamos para poder comer, así que yo me puse a trabajar rápidamente. Mi
madre, al estar mi padre medio inválido, tuvo que ocuparse de él. En la
peluquería tuve rápido mucha gente. No me gustaba el Puente de Vallecas, pero,
en parte tuve suerte porque por mi forma de ser iba, por decirlo así, haciendo
limpieza, de tal modo que la gente maleducada no volvía por la peluquería
porque allí estaba prohibido el cotilleo. No se hablaba de nadie que no estuviera
presente. Así que empezó a venir gente educada, no solo del Puente, sino de
otros sitios pues se iba corriendo la voz. Al principio me ayudaba mi hermana
pequeña y la mayor también me ayudaba a lavar cabezas y a poner rulos, pues
dejó de trabajar cuando se casó, algo que entonces era habitual. Cuando dejó de
trabajar le dieron la liquidación y creo que algún plus, no sé si se llamaba la
dote. Mis hermanas me ayudaron al principio, y luego enseguida vino una amiga
mía que no tenía trabajo también a aprender el oficio conmigo. Poco después
hubo dos chicas fijas, y a veces tres, además de algunas chicas que venían a que
les enseñara a hacer la manicura. La situación familiar cambió para mejor. Yo
trabajaba mucho, y era muy rápida, pues me gustaba el oficio y lo había
aprendido bien. Había días que pasaban hasta 80 mujeres por la peluquería.
Tenía fama de hacer unos moños preciosos, y cuando venían por allí los
representantes de las casas de productos de peluquería me decían que por qué
no me presentaba a demostraciones de peluquería que seguramente podía ganar
algún premio. Pero, lo que hablábamos del machismo, mi padre no lo permitió
nunca. No quería que saliera de casa, y como estaba enfermo me daba pena, así
que no quise contrariarlo. No cambié nunca de lugar porque la casa estaba bien
y con mi padre así era imposible pensar en mejorar. La seguridad social no cubría
determinadas servicios. Había que pagar a un masajista y los medicamentos
también había en parte que comprarlos. Todo eso suponía mucho gasto, de
modo que con la peluquería ganaba para subsistir bien, pero no más. En ella
estuve trabajando desde los 18 hasta los 30 años, un poco más allá de la muerte
de mi padre.
En esa época me gustaba mucho bailar, y todavía me sigue gustando, así que
cuando podía íbamos las amigas y los amigos a bailar a algunos locales, o a casa
de otros amigos, y cuando hacía buen tiempo poníamos el tocadiscos en la
terraza de casa que era amplia, e incluso a veces hacíamos baile en la misma
peluquería. Cuando salíamos solíamos ir al centro asturiano que tenía salones
muy grandes, y más tarde se pusieron de moda los clubes. Nos encontrábamos
casi siempre la misma gente, nos conocíamos todos. Otras veces íbamos al
teatro, al cine, a alguna bolera, o cafeterías, y también, como decíamos, de

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vinos. La verdad es que lo pasábamos muy bien. Viajar, no viajaba, no podía. La
primera vez que vi el mar creo que tenía 20 años, cuando mi hermana mayor y
yo decidimos llevar a mi padre a Alicante, pero no me gustó nada. No fue la
mejor decisión, ya que llevarlo en aquellas condiciones sin poder andar resultó
ser un desastre, pues entonces no era como hoy que hay sillas de ruedas.
Mi vida sufrió un cambio importante cuando tenía 26 años, y conocí al que
más tarde sería mi marido. Por entonces yo estaba medio saliendo con otro chico
que era informático. A Jorge lo conocí en un baile al que iba con otros dos
amigos entre semana a bailar. En esos años hubo una orden que había que cerrar
las peluquerías un día a la semana, creo que era el martes, así que una amiga
que trabajaba conmigo y yo aprovechábamos e íbamos a veces a bailar. En una
de esas tardes lo conocí. Al principio no me convenció mucho porque sospeché
que estaba casado. Salimos un par de veces y lo dejamos porque vio que yo era
una chica formal, así que seguí con mi vida. Salía de vez en cuando con ese
chico informático y con mis amigas. Pero de nuevo lo volví a encontrar en el
baile y a partir de entonces, no dejó de llamarme. Los fines de semana no nos
podíamos ver, pues decía que era representante y que trabajaba esos días.
Cuando por fin me dijo que estaba casado lo volvimos a dejar y esos fueron
momentos muy duros para mí, porque con mi forma de pensar y sentir,
encontrarme en esa situación me supuso un conflicto grande.
Yo me había enamorado de Jorge porque tanto por su forma de comportarse,
como por las conversaciones que manteníamos, se acercaba mucho al tipo de
hombre que me gustaba. Nos seguimos viendo de vez en cuando, y me llegó a
proponer qué abriésemos una peluquería mejor, pero yo le dije que ya tenía una.
En la época los hombres casados solían poner peluquerías a sus queridas, así
que yo me negué. La relación fue avanzando y alquilamos un apartamento para
poder vernos. Tras dos años, al año de la muerte de mi padre, cuando ya estaba
separado de su mujer, nos fuimos a vivir juntos. Eso no solo supuso un cambio
importante en mi vida, sino también un problema terrible para mi familia. Ellos
sabían que salía con un chico, pero como yo decía que no me iba a casar,
pensaban que era un amigo sin más. Cuando se enteraron fue un escándalo, no
solo por mi madre y mis hermanas, sino por toda la familia. Hubo una reunión
familiar, y él no fue muy bien aceptado en un principio, aunque con el tiempo mi
madre terminó aceptándolo, pues le cayó bien ya que la trataba muy
educadamente. Eso le agradaba, y terminaron teniendo una buena relación.
A veces pienso que he nacido en una época y en un ambiente equivocado, en
un lugar que no me correspondía, porque vivir en un entorno en el que tenías
que justificarte continuamente, me dolía muchísimo, y lo pasé muy mal. A mi
hermana la pequeña y a mi cuñado, que vivían entonces en Santiago de
Compostela, mi decisión no les pareció bien, y estuvimos un poco distanciados.

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Mi hermana mayor y yo siempre estuvimos muy unidas y nos queremos mucho,
así que lo aceptó. Y Paco, mi cuñado, con el que también tenía una relación muy
especial, a pesar de ser muy de derechas y no gustarle un pelo que me fuera a
vivir con un hombre casado, también me brindó su ayuda. Era una bellísima
persona, y se portó muy bien. Respecto a los tíos por parte de madre mi tío Juan
tuvo confianza en mí, y mi tía Isabel, la hermana de mi padre, habló conmigo y
me preguntó si sabía lo qué iba a hacer, y cuando le contesté que sí, quedó
tranquila.
Cuando conocí a Jorge su vida era parecida a la mía porque sus amistades, sus
amigos más cercanos eran trabajadores de oficios, uno era fotógrafo y el otro
me parece que era mecánico. Tenía además sus compañeros de trabajo, del
Ministerio y del Ayuntamiento con los que me relacioné fácilmente, aunque no
sucedió igual con sus mujeres. Estaban también sus compañeros de carrera, que
eran de derechas, con los que nos veíamos de vez en cuando. Le querían y
respetaban, y siguieron en contacto con nosotros, aunque nos vimos poco.
Todavía ahora vamos a alguna boda de algunos de sus hijos.
Yo siempre he tenido una buena relación con Jorge, aunque él no ha sido
nunca muy coherente, pues siguiendo su ideología anarquista reivindicaba tener
libertad, pero sobre todo para él. A lo largo de mi vida he ido admitiendo
muchísimas cosas, pero doy mucha importancia al sentimiento y a la lealtad,
pues pienso que se necesita tener confianza en la otra persona. Vivimos al
principio en un apartamento que nos buscó una amiga suya, que trabajaba con
él desde que eran jóvenes. Y el primer día que íbamos a pasar juntos me vi por
la noche en casa sola, en un sitio un tanto aislado y sin teléfono. Él apareció
tarde, de madrugada, y eso me sentó fatal. Pienso que hemos estado bien y que
nuestra relación se ha mantenido porque yo he transigido en muchas cosas. Al
principio, viendo los problemas que tenía con sus hijos, pensé que nuestra
relación no debía de perjudicarles y decidí que era mejor no tener hijos, así que
me dediqué a ellos como si fueran míos. Pero llegó un momento en que él, y
también los amigos, me decían que debía hacer lo que yo sintiera. Y llegó el día
en que tuve una hija, y di por bien empleadas todas las dificultades, ya que es lo
mejor que me ha pasado en la vida.
Cuando empezamos nuestra relación todavía no se había hecho la transición y
él no había podido divorciarse, ya que por aquel entonces el divorcio no estaba
permitido, así que yo tuve muchos problemas, como he dicho, y no solo con mi
familia. A todo esto se sumó que dejé de trabajar, porque Jorge no quería que
trabajase. Pensaba que su mujer podía venir a la peluquería y montar algún
escándalo. Por otra parte era difícil que me quedase con mi madre y al mismo
tiempo poder estar juntos. Así que cerré la peluquería, algo que sentí mucho, y
con ello perdí mi independencia económica. Esta nueva situación fue muy dura

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para mí. Procuré que mi madre se quedara en una buena situación económica.
Vendió las cosas de la peluquería y con ese dinero, más las dos pensiones, vivía
con un cierto desahogo. Todavía vivió unos cuantos años más desde que me fui
de casa. Para ella fue una vida nueva, pues empezó a viajar y esos años los vivió
bien, llevó una vida agradable, porque estaba mejor económicamente, aunque
sin grandes lujos.
Los comienzos de mi relación con Jorge fueron por lo tanto para mí muy
complicados. Fue aquella una época en la que todo me resultaba difícil. En
determinado momento iba a sacar el carné de conducir, pero él me dijo que era
mejor dejarlo, porque estábamos vigilados. Su mujer debió de poner a alguien
para que lo siguiera. Vivir juntos entonces era un delito, y le daba miedo por su
trabajo, por lo que pudiera pasar. Un abogado nos informó que para poder vivir
juntos dentro de la ley la única forma es que tuviera un contrato de trabajo, así
que tuve un contrato de ama de llaves. Vivimos así hasta que el divorcio fue
posible. En la casa tenía una habitación que simulaba ser la mía preparada por si
iban a informarse de quién era y qué hacía. Incluso pedimos a un amigo suyo
que aparentase ser mi novio. Tuvimos la suerte de que el portero cuando iban a
pedir información nunca dijo nada que nos comprometiese, aunque sabía que
vivíamos juntos. Su mujer llegó a venir un día a casa, y yo me presenté como si
fuera el ama de llaves. Durante el embarazo tuve que irme a vivir con mi
hermana mayor porque no podía seguir viviendo con él. Cuando nació nuestra
hija Sheila, que nació en el hospital angloamericano, yo seguía en ese papel de
ama de llaves, y fui con una amiga a inscribirla en el registro civil.
Cuando llegó la transición pedimos el divorcio en cuanto fue posible, y cuando
se pudieron reconocer los hijos fuera del matrimonio también reconoció a
nuestra hija. Lo malo fue que yo había cometido la equivocación de haber dejado
mi trabajo, porque estaba muy entusiasmada y pensaba que iba a tener una vida
de mayor libertad económica y personal, pero no fue así. No actué muy
racionalmente, pese a que tenía interés en tener autonomía económica, algo que
siempre he intentado y que no he logrado hasta el día de hoy. Esa falta de
autonomía la noté muy pronto, pues cuando Jorge empezó una relación con una
compañera de trabajo yo me sentí sola, y no quería contarle a mi familia lo que
estaba pasando. En esa época teníamos amigos que vivían en comunas, y él
pensaba que podía vivir al mismo tiempo con las dos. Y de hecho, empezamos a
vivir los tres juntos, y esa fue también una experiencia amarga para mí. Pienso
que pudo haber sido de otro modo, pues yo en principio estaba abierta a ella,
pero es muy difícil dar con la persona apropiada. Así que estuve a punto de irme
con mi hija, pues llegó un momento en que la situación se volvió mezquina.
Hubiera sido bonito si hubiera funcionado, porque al fin y al cabo la sexualidad
no es posiblemente lo más importante, aunque cuando eres joven sientas esa

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necesidad. Yo admitía que se podía compartir todo sin luchas feministas mal
entendidas, pero es cierto que la educación que habíamos recibido no nos
ayudaba mucho. Esta experiencia casi coincidió con la transición, pues nuestra
hija, Sheila, era entonces muy pequeña, nació en el 74. Pero en la sociedad en
que vivíamos no era fácil, pues pese a que aparentemente algunos eran muy
liberales, lo cierto es que no lo eran tanto.
La aventura más bonita para mí de esa época fue cuando hicimos la casa en el
campo. Compramos una finca en una zona de la que era su familia y a la que le
atraía ir a vivir. Tuvimos la suerte de que había unos hermanos que la habían
recibido en herencia y querían venderla. Nos presentaron al constructor y
empezamos a hacerla. Alquilamos una casa e íbamos los fines de semana para
seguir las obras. Así que cuando empezamos a vivir en la casa ya conocíamos a
alguna gente del pueblo. Todavía en esa época su otra compañera seguía
viviendo con nosotros, pero solo por poco tiempo más, pues yo no me
encontraba a gusto. Fue una época muy bonita, tuvimos que empezar todo de
nuevo, preparar el terreno, plantar árboles, comprar animales… Y yo, aunque
nunca había vivido en un pueblo, me adapté bien. Lo primero que pusimos fue
gallinas, conejos, ovejas, y chinchillas. También pusimos colmenas, pero como
soy alérgica a la picadura de las abejas, dejamos que se marcharan. Al poco
tiempo hicimos una nave de animales y compramos cerdos. Ahí aprendí
muchísimo, pues vinieron cerdas preñadas, y antes de que estuvieran las
incubadoras preparadas empezaron a parir. Así que nos asustamos y subimos al
pueblo, al bar de unos amigos, a pedir ayuda. Llegamos y empezaron a decirnos
que en buena nos habíamos metido, y que se nos iban a morir todos los cerdos.
Yo me enfadé y dije que no se iba a morir ninguno. Así que por observación
aprendí cuando estaban las cerdas en celo —teníamos un semental al que le
pusimos de nombre Fraga—, y cuando iban a parir. Fue una experiencia para mí
inolvidable. Es un mundo que me gusta mucho, y pienso que teniendo tierra
nunca te morirás de hambre, que siempre puedes subsistir, y eso me parece una
maravilla. Había momentos en los que solo comíamos de lo que producíamos.
¡Todo me parecía un milagro! He trabajado mucho, pero no me ha importado,
siempre ha sido muy positivo. Todavía recuerdo cuando teníamos que recoger las
paraguayas y solo podía dormir cuatro horas diarias como mucho.
Un poco antes, como Jorge tenía contacto con un grupo de libertarios,
empezamos a reunirnos con ellos. Esa relación se fue intensificando a partir del
momento en que nuestra relación se hizo más estable. A veces hacíamos
reuniones en casa, y como a mí me encantaba informarme de los
acontecimientos de la política, me lo pasaba muy bien. Se podría decir que fue
para mí también otra experiencia que me procuró nuevas satisfacciones. Antes,
cuando era más joven, aunque tenía algún amigo que se interesaba por las cosas

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que estaban pasando a nivel político, eran los menos. Así que desde que empecé
a vivir con Jorge ese fue un mundo nuevo para mí, un mundo que cada vez me
interesaba más. Íbamos a reuniones, a charlas, con Campillo, y con el grupo de
Agustín García Calvo. Cuando se intentaba editar una revista teníamos que
reunirnos en sitios clandestinos porque todavía vivía Franco. Eran momentos en
los que se disfrutaba mucho. Recuerdo que cuando sucedió lo de Carrero
vinieron a casa, calladitos, los amigos, pero nada disgustados, a celebrarlo.
Algunos de esos proyectos salieron adelante, como la Revista Bicicleta, y otras de
tendencia libertaria. Pero al final era difícil que se mantuvieran, sobre todo por la
falta de recursos económicos. Ese fue un período interesante. Recuerdo que
íbamos también a las reuniones de un grupo más amplio en el que aparte de los
anarquistas participaban comunistas y socialistas que estaban a la izquierda,
aunque nosotros estábamos ligados a los anarquistas. Pero luego ese grupo se
dispersó. Más tarde, ya en la década de los años 80, formamos, con un grupo de
amigos anarquistas, la Fundación La Aurora intermitente. Y también participamos
en la ONG Sodepaz.
En la transición a mí me parecieron positivas todas las medidas que se
adoptaron para favorecer a las mujeres, pues entonces las mujeres no podíamos
hacer nada. Recuerdo que cuando mi padre estaba enfermo y, aunque las
cuentas del banco también estaban al nombre de mi madre y mío, teníamos que
arreglárnoslas para que firmase mi padre, porque a nosotras en el banco no nos
dejaban sacar dinero. En esa época que una chica soltera tuviera un hijo no era
nada bien visto. A mí no me causaba problemas, me parecía que las mujeres
tenían que ser libres para estar con quien quisieran. Yo tenía una amiga mayor
que yo que era una mujer adelantada a su época. Estaba soltera, trabajaba,
actuaba con libertad y era una gran persona. Yo la admiraba por su forma de
vivir. Pero además por mi trabajo he conocido desde joven a mujeres que
estaban entonces ya muy liberadas, pues aparte de trabajar no llevaban una vida
convencional. Hay varias mujeres que eran clientas y amigas. Una de ellas, se
llamaba Julia, y se casó ya mayor. Tenía una gran libertad y unos conocimientos
naturales, y me encantaba estar con ella. Te enseñaban a vivir de otra forma.
Eran mujeres libres, mujeres de una clase media venida a menos con la guerra,
que seguían teniendo un nivel intelectual y profesional muy distinto a lo que era
habitual en el barrio en el que vivíamos. Eran muy interesantes, siempre estaban
leyendo y tenían infinidad de inquietudes, pero dada la época franquista en la
que nos toco vivir, en un ambiente obrero, no teníamos muchas salidas. Una de
las cosas que más ilusión me hacía era que me regalasen libros. Siendo muy
jovencita recuerdo uno que me regaló mi tío Juan, hermano de mi madre, la
Divina comedia, que todavía conservo. Estas mujeres me dejaban libros, y
aprendí mucho a través de ellos. Me interesaron especialmente los libros sobre la

109
historia, conocer lo qué había pasado y estaba pasando. Y en buena medida
aprendí a cocinar por libros. He tenido muchos libros de cocina. Mi madre no
tenía tiempo ni medios para dedicarse a cocinar, pero hacía unos callos y un arroz
con leche estupendos. Me acuerdo también que mi madre me compró una
enciclopedia que traía de todo, desde cómo organizar la casa, hasta recetas de
cocina, buenas maneras, y también cultura general. Me gustaba mucho leerla.
Antes de seguir me gustaría decir, porque creo que eso es importante para
conocer como funcionó la transición, que al irme a vivir con mi compañero,
pensé que iba a ver la luz, sin embargo, como ya en parte he dicho, perdí mucha
libertad, pues la mayoría de la gente que me rodeaba no me admitía. Noté que
los hombres aceptaban mejor mi posición, aceptaban que estuviese con un
hombre casado, pero las mujeres no lo aceptaban. En general en mi familia,
exceptuando los problemas del principio, terminaron aceptando las cosas, pero
en la familia de mi compañero no sucedió así. Viví situaciones muy duras, como,
por ejemplo, ir a casa de un amigo suyo, y su mujer marcharse de casa porque
no quería estar conmigo. Todo esto hizo que para mí la vida entonces no fuese
nada fácil, pues tenía que hacer ver que era una chica buena, que no era una
puta, por vivir con un hombre sin estar casada. Cuando él salía con sus amigos
del ministerio o del Ayuntamiento yo no me encontraba cómoda, pues las
mujeres no me aceptaban, y eso duró muchos años. Y con su familia sucedía
igual, los hombres, tanto el padre como un tío suyo, eran encantadores conmigo,
y con una tía suya también la relación fue bastante bien, porque era de
izquierdas. Pero su madre no me aceptaba, incluso cuando él ya estaba
divorciado, algo que duró años. Cuando íbamos a Robledo, a una casa que
tenían en la sierra, no me presentaban a nadie, me trataban como si fuera una
extraña. Y con su hermana no he tenido relación hasta hace poco. Así que
aunque con la transición hubo cambios importantes en relación con las mujeres,
tales como el divorcio y el aborto, alguno de los cuales me benefició
personalmente, como el divorcio, y viví experiencias muy enriquecedoras para mí,
como la del irnos a vivir al campo, o poder participar en las actividades de
grupos anarquistas, también pasé por momentos difíciles. Todavía existían unas
costumbres y una mentalidad cerrada y retrógrada que seguían pesando mucho.
Ahora pienso que las cosas han cambiado bastante desde entonces, y que las
nuevas generaciones están mucho mejor preparadas que la nuestra, pues las
mujeres tienen la posibilidad de poder estudiar, y eso me parece de lo más
importante. Otra cosa es que ya desde hace años pueden elegir si quieren tener
o no hijos. Pero creo que las mujeres tenemos que seguir luchando para que la
mujer que no quiera tener hijos no los tenga, y también me parece maravilloso
que las relaciones sexuales sean libres. A mí me ha tocado vivir una época en la
que muchas mujeres si no se casaban vírgenes tenían problemas. Recuerdo oír

110
hablar en mi medio que todavía había mujeres que se dedicaban a rehacer el
virgo a las jóvenes, algo que me asombraba. Y, de hecho, había mujeres que
iban a abortar fuera. Que existan esas libertades desde ya hace años es muy
importante. Antes incluso estaba bien visto que el hombre tuviese relaciones
sexuales antes de casarse, todo lo contrario de lo que sucedía con las mujeres.
Algo que he discutido muchas veces. Yo no quería sentirme utilizada, sentirme
obligada a hacer cosas porque estuvieran de moda. A veces a chicas que
trabajaban conmigo tenía que sacarles el miedo cuando estaban a punto de
casarse, pues temían las relaciones sexuales. Por eso considero que una de las
grandes libertades es poder ser libre a la hora de poder tener relaciones sexuales,
pues aunque con eso no está todo hecho, me ha parecido un avance. No todo
está hecho porque no todo es lo que parece, ya que incluso ahora no existe una
gran igualdad. Todavía entre las parejas siguen existiendo conflictos bastante
parecidos a los de nuestra generación, menos mal que las jóvenes tienen ahora
una mayor autonomía económica y, llegado el caso, se pueden separar. Hay una
carga todavía ahí, y a muchas mujeres parece darles miedo enfrentarse a la vida
sin el respaldo de un hombre. Estamos en una sociedad que en muchos aspectos
sigue siendo machista, y en la que el hombre tiene más autoridad y facilidad
para hacer muchas cosas. Por eso sigue habiendo tantos problemas en las
relaciones de los jóvenes. Hay que tener en cuenta que con el cambio se pensó
que se podía hacer de todo, que éramos libres para hacer lo que quisiéramos,
pero para mí la libertad no consistía en eso, era tener en cuenta también a los
demás y ser responsable de lo que se hacía.
Como ya dije, siempre he luchado por tener independencia económica. En un
momento en que Jorge estaba un tanto distante hice un curso de esthéticienne
en el que conocí a Julia y nos hicimos amigas. Podía haber trabajado con ella,
que estaba encantada, pero él no quiso. Ella ganó mucho dinero poniendo la
cabina, y ya no es por lo que ganó, sino por lo que significaba de independencia.
En otro momento, cuando murió mi tía Isabel nos dejó a los sobrinos una
pequeña herencia y dado que nuestra hija era todavía pequeña, me compré una
máquina de tricotar para poder trabajar en casa, e hice algunos trabajos, pero a
mi compañero no le gustaba, y al final lo dejé. Por eso muchas veces algunos
hombres dicen que son libertarios y libres, pero para muchas cosas eso no es
verdad, porque en cuanto te descuidas quieren imponerse sin consensuar. Por
eso con mi hija siempre he luchado para que hiciera lo que quería hacer y que no
tuviese que doblegarse ante nadie. Me encantó que le gustase estudiar y que
encontrase trabajo para que tuviera independencia y gozase de cierta libertad.
Me parece que eso le da seguridad a las mujeres. Sin duda cuando se vive con
alguien hay que ceder por ambas partes, pero poder elegir es fundamental.
Yo nunca he sido una persona que se ha impuesto, incluso de pequeña como

111
no era agresiva, como era tímida, me decían “pobre Keca”, pero pienso que he
sido leal conmigo misma. Y, ya cuando era mayor y nos juntábamos con gente
de círculos muy diversos, tuve una época en que sentía que no se me tomaba en
serio y se me anulaba con facilidad y pensé cambiar y ser más agresiva e
imponerme a los demás, pero no me sentía a gusto. Como no había estudiado,
ese poso quedó ahí, y por eso era más bien callada y observadora. Aunque como
he dicho mi madre nos educó bien e influyó mucho en nosotras, aunque todas
las hermanas tenemos vidas muy distintas, posiblemente porque nos movimos
en ambientes distintos.
Cuando formamos parte de los grupos libertarios también conocí a mujeres
muy interesantes, como Pilar, pero otras eran libertarias para ellas, pero no para
los demás. Compartir las cosas es muy difícil. Nuestra hija Sheila asistió siempre
a estas reuniones desde pequeña y se enteraba de todo, así que cuando ya fue
mayor era crítica con ciertas posiciones contradictorias. Había los libertarios que
llamábamos de sobremesa, que hablaban mucho, pero a la hora de la verdad no
se comportaban como tales. Y eso también pasaba con nuestros amigos
socialistas que estaban a favor de la libertad de la mujer en teoría, pero en la
práctica, a la hora de actuar, no. Me ha decepcionado bastante gente, algo que
me dolía doblemente cuando eran gente que se movía en los círculos llamados
de izquierdas que apreciabas y que eran cercanos ideológicamente.
Esta es una pequeña muestra de la vida de una niña de la posguerra, nacida
en una familia del proletariado, una muestra de lo que me ha tocado vivir que ha
sido bastante más duro de lo que parece, aunque siempre he buscado la parte
buena para salir adelante. A lo largo de todos mis años siempre he conocido,
como ya he dicho, amigas y personas muy interesantes a las que quiero y
respeto por su lucha por dar oportunidades y relevancia a las mujeres.
Me da gran alegría ver que las mujeres de este momento, lo tienen algo más
fácil, bueno yo diría bastante más fácil que muchas de nosotras, ya que la
sociedad algo sí que ha cambiado. No quiero dar la sensación de desencanto, yo
nunca me he rendido así como así, siempre pienso que tenemos que seguir
luchando, apoyando a los jóvenes, para que todos tengamos más libertad y que
cada cual elija la suya. Me gustaría acabar diciendo: ¡mujeres seguid luchando
por una mayor igualdad en todos los ámbitos de vuestras vidas y procurad ser lo
más libres que podáis, que “ningún señor, ni amo” os imponga lo que tenéis que
hacer!

112
6. Ramona PARRA MARTÍN. Lucha política y
movilizaciones sindicales de mujeres en la
industria textil madrileña

He nacido en un ambiente rural, agrícola, y he ido a la escuela hasta los 12


años. En aquel tiempo, la escuela era obligatoria hasta los 14, pero me pilló la
etapa en que fue voluntaria de 12 a 14 años. Como mi madre tenía mucho
trabajo, tuve que dejar la escuela para ayudar en la casa, éramos siete hermanos
y el campo ocupaba todas las manos que hubiera, además teníamos ganado que
atender y preparar la comida para todos los que trabajaban en el campo. La casa
era como casi todas las de los pueblos de Castilla.
En el pueblo no se solía distinguir entre ricos o pobres, la riqueza estaba
bastante repartida en general, casi todos los habitantes trabajaban sus tierras y
viñas de las que vivían las familias. Estamos hablando de un pueblo pequeño de
la provincia de Segovia. En otras zonas hay más diferencias. En nuestra casa
teníamos que hacer de todo. Mis padres habían recibido tierras de sus padres y
todas las manos eran pocas. Mi madre tenía que trabajar en casa, además de
atender a los animales: gallinas, cerdos, rebaño de ovejas, que cuando llegaba el
verano se ordeñaban y se hacía queso para todo el año. Mi abuela y mi madre
también hilaban la lana de las ovejas y calcetaban, pero no tejían porque telar no
había. Todo el trabajo era manual. Aquella era una economía familiar, yo era
necesaria para ayudar a la madre en casa. En la primavera, se podaban las cepas
y los más pequeños íbamos a recoger los sarmientos. Las tareas estaban en
función de la edad que teníamos. El otro día comentaba con algunas compañeras
que yo de niña había jugado poco. Entonces no había tiempo de juegos. Salías
de la escuela y había que atender la granja de gallinas y hacer el resto de las
tareas que te asignaban. En verano, ordeñaba y hacía el queso con mi madre.
Los hombres trabajaban en el campo, sembraban, segaban, recogían las
cosechas hasta finales de septiembre. En octubre se vendimiaba; la vid tenía
mucha importancia en la economía del pueblo, ya que está limítrofe con la Ribera
del Duero, con una extensión considerable de cepas. En invierno había menos
trabajo en el campo ya que el clima es muy frio, entonces los hombres se
ocupaban del mantenimiento del ganado, del gallinero, de preparar los útiles de
trabajo. Hacían sus propios arados, yugos… Recuerdo a mi padre y a mis

113
hermanos en el invierno reponiendo todas las herramientas de trabajo. En el
invierno se juntaba el estiércol, y en la primavera se distribuía por las tierras y en
los viñedos. Es decir que el trabajo era continuo, siempre había algo que hacer.
En mi familia únicamente estudió una de mis hermanas, era la quinta (ella ya
ha muerto). Hizo Magisterio. Le gustaban los libros, seguramente los maestros
convencieron a mis padres para que la dejaran estudiar. Así que a mí, que era la
más pequeña, me tocó ayudar en la casa. Mis dos hermanas mayores, estaban
ya casadas. En el pueblo los hombres trabajaban en el campo todo el año, y las
mujeres en la casa. Y en época de recolección, las mujeres también trabajaban
en el campo. Con esta división de tareas, se daba por hecho que en casa ellos
solo se ocupasen de las bebidas y de cuidar el ganado con el que trabajaban.
Los hombres salían antes del amanecer y volvían cuando era de noche, las tierras
donde trabajaban, estaban entre tres y diez kilómetros de distancia, iban en
carros y en caballerías. A principios de los sesenta, uno de los primeros tractores
que aparecieron en el pueblo fue el de casa, pues mi hermano mayor convenció
a mi padre para que lo comprase. A mi padre le pareció bien la idea, porque era
un hombre al que le gustaban y se interesaba por las novedades útiles para el
trabajo y si tenía posibilidad las compraba.
En casa se leía poco, había pocos libros, entre ellos había uno de los de
aprender a escribir con letras bonitas de varios estilos. Mi padre cuando iba a
comprar a Aranda de Duero, que está a 25 kms. del pueblo, a veces nos traía
cuentos chiquititos, que se llamaban de Calleja, tenían mucho humor y eran
divertidos. Pero en general no leíamos mucho, aparte de los libros de lectura que
nos hacían leer en la escuela. En la escuela funcionamos siempre con una
enciclopedia. La de los chicos era distinta de la de las chicas. La maestra de mi
pueblo estuvo allí casi toda la vida, mis hermanas mayores ya habían ido a la
escuela con ella…Yo empecé a ir a la escuela en el año 1956. Los chicos y las
chicas estábamos en escuelas separadas. La maestra, tenía una cuestión clara,
daba mucha importancia a las matemáticas, no sé si por estar en el medio rural y
tener en cuenta cuáles eran las necesidades de las familias. Como ya he
comentado anteriormente, cuando yo dejé la escuela no había cumplido aún los
12 años, ya que los cumplo a finales de julio, y con esa edad ya sabíamos hacer
la raíz cuadrada, cúbica, quebrados, hacíamos de todo…Enseñaba unas
matemáticas destinadas a dominar las cuentas, porque no solo se trabajaba, sino
que luego había que vender los productos, por ejemplo, el grano, la cebada, el
trigo, la uva, los animales. Entonces llegaban los compradores y preguntaban
¿cuántas fanegas hay de trigo? Y había que saber cuántos kilos tiene la fanega, y
a cómo salía cada una. En casa siempre tiraban de los chavales para hacer las
cuentas rápidas, aunque hay que decir que mi madre era una especie de
calculadora, enseguida sabía a cómo salía el gramo y los céntimos, cuanto había

114
que cobrar, lo calculaba mentalmente. Pero volviendo a la maestra, creo que tenía
claro que las matemáticas eran fundamentales en el medio rural. En la escuela se
hacían también dictados, redacciones, lecturas y costura. La costura también era
práctica, había que saber coser, echar remiendos, hacer vainicas y bordar. Y
además enseñaban el catecismo para hacer la primera comunión.
La Iglesia en el pueblo tenía su peso, aunque yo conocí a un cura que no era
de los insistentes. Le gustaba mucho la caza, decía su misa y su rosario, pero
luego tampoco se metía en nada. Le gustaba echar la partida con los señores, ir
de caza y no se metía en la vida de la gente. Más tarde, ya cambió la cosa
porque vino uno del Opus Dei y llamaba la atención a los que no iban a misa.
No sé cómo fue la relación de mis padres, si se casaron por amor o fue una
alianza entre familias. Mi padre no era del pueblo, era de un pueblo de al lado,
que estaba a unos dos kilómetros, pero como eran vecinos se conocían todos. Sé
que mi padre había estado una temporada trabajando en el pueblo como
jornalero, pues cuando llegaban las tareas fuertes en el verano y también en la
sementera, en otras casas donde no tenían hijos, pagaban a jornaleros para que
les ayudasen. En casa de mi padre como eran siete hermanos y una hermana,
eran bastantes para trabajar pues las haciendas allí no eran muy grandes, eran
medianas. Mi padre vino a trabajar a casa de unos vecinos, y me imagino que
fue así cómo conoció a mi madre.
Cuando éramos niñas y jovencitas, como nos tenían enredadas en tantas
tareas, teníamos pocas posibilidades de salir, aunque recuerdo algunos juegos,
las chicas saltaban a la cuerda, y los chicos jugaban a la pelota, teníamos juegos
distintos. En mi época, solo teníamos tiempo libre los domingos. Había un señor
en el pueblo que tocaba la dulzaina y el tamboril, llamado “Tioprimo”, y cuando
llegaba la primavera, los quintos lo contrataban para que tocase en la plaza. Mi
pueblo está en un valle, hay bodegas situadas en la parte superior de las laderas,
donde se conserva el vino, allí vivía este señor. Por la tarde, íbamos chicas y
chicos a buscarlo y bajaba tocando la dulzaina hasta la plaza. Empezábamos a
bailar desde niños cuando llegaba la primavera, el baile formaba parte de aquella
cultura. Luego ya vino el picú, y se ponían unos discos en una tiendecilla en la
que se compraba de todo, comida, bebida y todo tipo de chucherías. Por
entonces, recuerdo que escuchábamos las canciones de Gloria Lasso y otras. El
domingo era el día que tenías algo de tiempo libre para divertirte, por lo demás
te buscaban tareas sin parar.
Cuando cumplí los 17 años mis padres decidieron que no siguiera en el pueblo,
porque allí no tenía ninguna salida, así que me mandaron unos meses a Aranda
de Duero, a una academia de Corte y Confección. Estuve en casa de un
matrimonio mayor, conocido de mis padres. Yo estaba allí como en casa. Aranda
era ya una cuidad, tenía de todo. Estaban construyendo la factoría Michelin, y

115
tenían la azucarera, que ya no existe. La ciudad estaba creciendo mucho, los
jóvenes de los pueblos cercanos iban a trabajar allí. Yo viví en Aranda desde
septiembre del sesenta y seis, hasta febrero del sesenta y siete. Por entonces mis
padres, compraron un piso en Madrid y decidieron que nos instalásemos en él mi
hermano pequeño y yo (los dos pequeños), para que nos formáramos
profesionalmente en un oficio y tener un futuro mejor del que nos esperaba en
el pueblo. Desde Aranda pasé a la misma academia en Madrid y seguí
formándome. La verdad es que no sé si me gustaba ese oficio. Me enseñaron
patronaje, corte y confección, lo que era el proceso entero. El aprendizaje duró
dos años hasta completar la formación y recibir la titulación. Después con el
título en la mano, empecé a buscar trabajo.
Primero estuve en un taller de peletería, después trabajé en otro taller de
confección a medida, en el que se hacía muchas tareas manualmente. Cuando
trabajaba en este taller ya empecé a participar en las Juventudes Obreras
Católicas (JOC) en el barrio de Vallecas. Y a partir de ahí empezamos a
relacionarnos con el movimiento obrero. Desde la JOC contactamos con personas
de Comisiones Obreras en la clandestinidad. Nos planteábamos que no se podía
hacer mucho en un taller de 30 o 40 personas, que convenía buscar una fábrica
grande para poder actuar organizadamente. Y entonces entré en la fábrica H.D.
Lee, donde se confeccionaban pantalones vaqueros. Estaba en el mismo edificio
que la fábrica de los vaqueros Rok, en la calle Santa María Magdalena, cerca de
lo que es hoy la M30. Cuando entré en esta empresa, tomé contacto con las
compañeras que ya estaban organizadas en CC.OO. En esa época me fui a vivir
con unas amigas al barrio de El Pilar. Estuve trabajando en H.D. Lee del año
1974 al 1975. En junio del año 75, durante una jornada de lucha que hubo a
nivel general del Movimiento Obrero, despidieron a muchas compañeras en varias
empresas del textil, incluidas algunas de Rok y Lee. Siendo una jornada general,
solo la patronal del textil realizó despidos. Sufrimos las consecuencias de la Ley
que regulaba la huelga y que entró en vigor en mayo del 75. Yo fui una de las
despedidas. En base a esta ley perdimos todos los juicios quedando todas en la
calle. En esos años no había cobertura de desempleo, así que cada una tenía que
ver cómo se buscaba la vida. Estábamos en el paro sin recibir ninguna
prestación.
En octubre de ese año, 1975, entré en Confecciones Puente. Era una fábrica
de camisas, que estaba en Legazpi. Me presenté con mi historial del primer taller
donde había trabajado cuatro años, y cómo allí no había ocurrido nada tenía un
historial limpio, y con esa presentación me admitieron y pasé desapercibida.
Durante el período de prueba estuve allí calladita. A primeros del 76 se negoció
el último Convenio Provincial del textil de Madrid. Al calor del Convenio ya
empezamos a organizarnos en esta empresa, ¡y claro!, ahí ya es cuando yo

116
empecé a moverme, y a llevar hojas informativas a las compañeras para que
participaran en las asambleas del Convenio. Fue entonces cuando la empresa
empezó a investigar mis antecedentes, y descubrieron que era una despedida de
H.D. Lee, y a partir de entonces quisieron poner a la gente en mi contra. El jefe
de personal se presentó en una asamblea, se puso muy farruco, y dijo: “tener
cuidado con ésta que viene a crear follón, está repartiendo hojas, y ha dicho que
va a haber palos”. Y yo le dije: “no, no, vamos a ver ¿de dónde saca usted que
yo vengo aquí a crear follón? Yo lo único que hago es informar que se está
negociando el Convenio y que puede haber paros no palos. Así que no confunda
a nadie, porque es nuestro Convenio y tenemos que pelear por él. Durante la
negociación seguiremos con la información, e iremos a las asambleas que se
convoquen”. Aquel año se hizo la mayor asamblea de este sector, llenamos el
local más grande que había en Madrid, la Escuela profesional La Paloma. Había
cantidad de mujeres de todas las empresas del textil de Madrid. Hay que tener
en cuenta que nosotras, las mujeres, éramos mayoría absoluta en el textil-
confección. Si tenemos en cuenta esa realidad, en CC.OO. de Madrid, las
diferentes ejecutivas de este sector siempre han tenido una composición
mayoritariamente de mujeres. Por lo que sus secretarias generales éramos
mujeres. Como excepción, en el último congreso del textil-piel se eligió Secretario
General a un compañero, que me sustituyó en el cargo, pues yo pasé a la
Federación Estatal para realizar otras tareas. Por lo tanto no se daban situaciones
discriminatorias. Por ejemplo, en el comité de la empresa de Confecciones Puente
había 13 personas, y unas veces se elegía a un compañero y otras veces a dos.
Los hombres en la empresa se rebelaban, pues se creían más importantes por ser
patronistas o cortadores. Se creían más importantes y unos privilegiados. Así
estaba recogido en la antigua ordenanza del textil, en la que sus tareas estaban
reconocidas con categoría superiores.
Cuando las antiguas ordenanzas se derogaron, nuestra propuesta fue hacer un
estudio para un nuevo Nomenclátor, en el que se reconociera el trabajo de igual
valor. Se analizó cada puesto trabajo. Se evaluaron las tareas y los conocimientos
que requería y se demostró que una maquinista puede ir a corte, aprender la
tarea y ser cortadora en poco tiempo, sin embargo para saber confeccionar una
prenda desde el principio hasta el final, se necesita más de tres años. Las
maquinistas tienen que saber realizar todas las operaciones de una prenda
completa para que se le reconozca la categoría de primera, y podían llegar a ser
polivalentes, que era la máxima cualificación. Así que analizando el proceso en
distintas fábricas, y de acuerdo con la patronal, fuimos dando puntos a cada una
de las operaciones que se realizaban, y llegamos a un consenso sobre el valor
que tenía cada una de ellas. El resultado lo denominamos grupos profesionales y
lo llevamos al Convenio Estatal. Lo que se hizo fue visualizar que operaciones se

117
hacían, si eran 1, 2, o 3, si eran sencillas, o complicadas, y a cada una de ellas se
les fue dando puntos de tal modo que al final para un determinado trabajo se
requerían setenta puntos, y para otro noventa, etc. Un análisis de trabajo de este
tipo que yo sepa solo se realizó en el textil, hicimos una clasificación profesional
teniendo en cuenta el trabajo de igual valor. No hubo reducción de salarios para
nadie aunque su tarea estuviera menos cualificada.
En el textil veníamos de una profesión que no había estado valorada porque
era una profesión de mujeres que había sido aprendida a lo largo de los años,
muchas veces a través de la abuela o de la madre, porque en todas las casas
había una máquina y a todas nos enseñaban a coser. Cuando ibas a la fábrica, si
habías tenido la posibilidad que tuve yo de formarme en una academia, partías
de más conocimientos, de lo contrario entrabas con el conocimiento que te
habían enseñado en casa. Normalmente las chicas que llegaban a la fábrica eran
de Madrid, o procedíamos de pueblos, y empezaban a trabajar desde los 14 años
como aprendizas. Al principio realizaban las tareas más sencillas, y poco a poco,
con la práctica, iban adquiriendo los conocimientos. Así que nunca se valoró su
trabajo sobre la base de que en otros trabajos, por ejemplo, en el metal, tenían
formación profesional. Pero para el textil no existía la formación profesional
como en otros sectores industriales, existía el conocimiento, la práctica, la
experiencia. Entonces claro, nosotras conjugamos todo eso, el conocimiento y la
experiencia, y le fuimos dando valor a la práctica, en los diferentes puestos de
trabajo.
Cuando en el año 75 me despidieron de H.D. Lee y entré en Confecciones
Puente, también entraron tres compañeras más. Nos dijeron las condiciones y el
horario de entrada y salida, y nosotras, las nuevas, salimos a la hora que nos
habían dicho. Nos levantamos de nuestro puesto y vimos que en la planta nadie
se movía. Tocaron el timbre y allí nadie se levantaba. Nosotras hicimos lo que
habíamos hecho en otras empresas, salir a nuestra hora. Entonces las
compañeras empezaron a decir que las nuevas que habían entrado salían a su
hora. Ellas se miraban unas a otras preguntándose qué hacer. El problema estaba
en el director de producción que era un negrero que creía que las trabajadoras
eran sus esclavas. Yo creo que tenía una obsesión con las mujeres, era un
misógino. Hacía mil inventos para que la gente estuviera hasta la hora que él
quería. Por ejemplo, de pronto cogía una prenda de alguien y decía: “No, esto no
está bien”, y se la descosía, y entonces hasta que no la acabara de coser no
podía salir. El trato que tenía hacia las aprendizas era brutal. La aprendiza tenía
que hacer cada hora una hoja con el parte de las prendas que había hecho cada
una de las operarias. Le entregaba el parte y él se lo tiraba al suelo, la aprendiza
tenía que recogerlo. La situación era muy tensa. A unas les tiraba el parte, a
otras la decía que el trabajo no estaba bien hecho, y de esta manera conseguía

118
que nadie se fuese a su hora. La cosa empezó a cambiar cuando algunas
compañeras empezaron a levantarse y a salir a su hora siguiendo nuestro
ejemplo. Carmen trabajaba en oficinas, pero estaba ligada a producción. Era la
que llevaba el control de hilos, de botones, de todo lo que era la parte de los
complementos que llevaba la prenda. Y llega este señor un buen día, y le tira,
justo cuando estábamos a punto de salir, todos los conos y le dice: “Y ahora los
recoges”. Entonces ese tipo de prácticas le permitían tener a la gente amarrada
hasta la hora que le daba la gana… Era un sinvergüenza, además, estaba loco.
Hacía estas aberraciones sobre todo con las aprendizas. Las aprendizas habían
salido del colegio con 14 o 15 años, y su primer trabajo era en esta empresa. La
mayoría procedían de los barrios de Orcasitas, Villaverde, Usera, San Cristóbal de
los Ángeles, todos ellos cercanos a la fábrica que estaba en Legazpi. Así, las
chavalas llegaban a casa a las siete de la tarde, y claro, como los padres sabían
que su hora de salida era a las cuatro, les reñían y les preguntaban: ¿cómo es
que desde Legazpi en un autobús no puedes estar a las cinco en casa? Y no te
digo nada la qué se armaba. En invierno salían de casa de noche y volvían de
noche. Y los padres, como eran unas crías que acababan de salir del colegio,
estaban preocupados. En Legazpi estaba entonces el mercado de las frutas, y era
una calle que quedaba hacia dentro, una calle oscura y complicada como para
andar por allí solas de noche…Así que les preguntaban de dónde venían, y ellas
les decían que venían de trabajar. Y como insistían, ellas les explicaban lo que
pasaba con el encargado y no se lo creían. Pero llegó un día en que los padres
decidieron ir a hablar con él. Y así fue como los padres vinieron a la empresa y
pidieron que saliera el encargado general para hablar con él. Entonces el
encargado, que era un miedoso se asustó. Y la dirección de la empresa también,
y decidió despedirle. En Navidad nos fuimos de vacaciones, y cuando volvimos
ya no estaba.
En H.D. Lee, la situación no era tan dura. Lo que pasaba era que, como en
todas las fábricas textiles, el trabajo era un trabajo en cadena y con tiempo
medido. Anteriormente yo había trabajado en un taller de modistería, en el que
no había ese sistema de trabajo, aunque también se controlaba el número de
prendas que se cosían a mano y a máquina. En H.D. Lee solo se hacían
vaqueros, y a cada persona le asignaban una operación: una hacía las cinturillas,
otra los bajos, otra el bolsillo y así hasta completar la prenda. En esta empresa
ya estaba funcionando CC.OO., a la que me incorporé. Nos reuníamos con las
compañeras de Rok, ya que estábamos en el mismo edificio. Los propietarios de
Rok eran de la familia Narvaiza, y los de Lee eran de capital norteamericano.
Compartíamos edificio, vestuario y comedor. Antes había comedores en todas las
empresas.
Cuando empecé a comprometerme políticamente me fui de casa de mis

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padres. No les gustó, porque no entendían que una chica se fuese de casa sin
estar casada. Pero yo les dije que ya tenía 24 años, y que me iba a vivir con
unas amigas. Y bueno, aunque no les gustaba la idea, al final aceptaron. Una vez
nos reunimos la célula del PC del textil en casa de mis padres cuando ellos no
estaban. A mi madre le gustaba mucho hacer labores, tenía la costumbre de ir al
club que estaba cerca de casa, a hacer manualidades. Mi padre entonces
aprovechaba y se iba a pasear. Así que propuse a mis compañeras que nos
reuniésemos en casa de mis padres, porque era difícil encontrar dónde reunirse
clandestinamente. Pero, inesperadamente, cuando estábamos reunidas llegaron
mis padres y nos sorprendieron, y para disimular, hablamos de otros temas, pero
ellos se mosquearon. En parte yo me había ido de casa de mis padres para no
comprometerlos.
Cuando entré en Confecciones Puente y nos empezamos a mover con ocasión
del convenio del 76, como ya dije, el jefe de personal investigó mi historial, y fue
a casa de mis padres, pues yo seguía teniendo allí mi domicilio. Y ¡vaya
casualidad!, se encontró con las dos señoras de la limpieza de Rok y de Lee, que
vivían en el piso de abajo. Y al preguntar por mí, estas señoras le contaron que
fui despida de H.D. Lee por organizar un paro en la empresa, que había sido la
principal follonera, y no sé cuantas cosas más. Se enteró de todo mi historial, y
también mis padres, ya que el jefe de personal subió junto con las dos señoras a
hablar con ellos. Pese a mi actividad nunca me detuvieron y no fui a la cárcel.
Solamente estuve una vez detenida en la Dirección General de Seguridad, en la
Puerta del Sol. Fue algo coyuntural cuando nos despidieron de Confecciones
Puente, en el año 77. Los despidos fueron motivados por el paro realizado en
protesta por la Matanza de los Abogados de Atocha. Confecciones Puente paró
totalmente. Nos fuimos todas al entierro. Al día siguiente nos despidieron a
cuatro. Toda la plantilla al enterarse, se concentró en el comedor. La empresa
llamó al sindicato vertical para que intentase convencernos de que volviésemos al
trabajo, pero no lo lograron. Les dijeron que tuvieran cuidado con las 4
despedidas, que éramos revolucionarias, y que podían ser despedidas todas. Las
trabajadoras dijeron que mientras sus compañeras estuvieran despedidas, ellas
no iban a trabajar y siguieron en huelga. Las convocaron a otra asamblea en el
Sindicato Vertical y trataron de convencerlas, pero como no lo consiguieron,
sancionaron a 15 compañeras y llamaron por teléfono a sus padres, diciéndoles
que sus hijas tenían que ir a trabajar, pues de lo contrario se iban a quedar todas
en la calle, pero ellas se mantuvieron en huelga. Pateamos todas las iglesias
habidas y por haber, cada día había una asamblea en una iglesia diferente.
Cogíamos el metro en Legazpi, y nos íbamos a Fuenlabrada, a Leganés, a
Villaverde, o a donde nos hubieran dejado la iglesia. Cada una gestionaba lo
referente a la Iglesia en su barrio. ¡Cómo para hacerlo hoy! Cada día nos

120
reuníamos en un sitio por la mañana. Y luego íbamos a las fábricas a pedir
solidaridad, a decir que estábamos en huelga, y a explicar por qué nos habían
despedido. Tuvimos apoyo de todas las empresas a las que fuimos a informar y
se hicieron colectas para poder mantener la huelga.
El sindicato de CC.OO. estuvo apoyando esta lucha hasta conseguir la
readmisión. Al final la empresa tuvo que claudicar, aceptando los 15 días de
huelga como sanción a toda la plantilla. Las cuatro despedidas inicialmente
negociamos, junto con la abogada de Comisiones Obreras, y aceptamos una
sanción muy grave: dos meses y medio de suspensión de empleo y sueldo, que
era lo máximo, pero conseguimos la readmisión de las despedidas y los 15 días
del resto de la plantilla. Y a partir de esa huelga la organización de CC.OO. en
esta empresa llegó a ser más del 80% de la plantilla. Pero el gran jefe, Juan
Puente, era una mala bestia, era un tío muy personalista y muy fascista. Fue la
única empresa de Madrid que despidió por los actos contra la matanza de
Atocha. La empresa siguió con su actividad hasta 1993, fecha en que cerró.
Nosotras participamos también en el movimiento de mujeres desde los inicios
de los 70. Yo practicaba lo que se denominaba, doble o triple militancia: sindical,
política y feminista. Había mujeres que militábamos en el Movimiento
Democrático de Mujeres, en el PC, y en Comisiones Obreras. Algunas
procedíamos de la JOC, que era un movimiento juvenil que se organizaba en las
parroquias de los barrios. Pero cuando llegas a una empresa lo que necesitas es
organizarte con las compañeras, y a partir de ahí te afiliabas en Comisiones
Obreras que eran las que actuaban frente a los problemas. Yo, por ejemplo,
cuando estaba en el taller, y no pertenecía todavía a Comisiones Obreras, hice mi
primera demanda en el año 72, envié mi primera carta al sindicato vertical
denunciando lo poco que cobrábamos, y que no se nos comunicaba con
antelación las vacaciones, y otros temas. Es decir, hice una denuncia sobre
cuestiones laborales. Eran demandas denunciando el incumplimiento de la
Ordenanza Laboral del Textil.
En el movimiento feminista se luchaba por el divorcio, el aborto, contra la
carestía de la vida... En el Movimiento Democrático de Mujeres participábamos en
todas estas luchas sociales. El Movimiento Democrático de Mujeres se remonta a
los años sesenta, yo no lo he conocido en sus comienzos, pero ahí estaban
Merche Comabella, Rosa Pardo, Queta Bañón, y muchas otras mujeres que
fueron fundadoras.
En nuestro caso no se cuestionó la doble militancia, porque incluso era triple
militancia como ya dije. Los problemas surgían, y allí estábamos las mujeres,
peleando, tanto en el PC como en Comisiones Obreras. Estaba claro ya que los
problemas no podían seguirse tratando solamente desde la perspectiva
masculina. Y ahí seguimos, luchando. Pero, a la vez, no podíamos tampoco

121
limitarnos a la militancia feminista, llevábamos las propuestas feministas a la
Comisión de la Mujer del PCE, y a la Secretaría de la Mujer de Comisiones
Obreras. Se creaban las Secretarías de la Mujer de CCOO en las propias secciones
sindicales de empresa, es decir, en las propias empresas ya nos constituíamos
como Secretaría de la Mujer. Por eso, cuando se legalizó el sindicato las mujeres
ya estábamos organizadas. En las empresas del Textil-Confección y de otros
sectores había muchas mujeres que participaban en la sección sindical, como
sucedía en Stándar, Metal Magda, y otras empresas de la industria y eso impidió
que no se cuestionara el tema de la doble militancia. Es decir, se discutía
permanentemente, pero no se nos podía ignorar, porque las mujeres estábamos
participando en las secciones sindicales, y en los comités de empresa.
La presencia de mujeres fue importantísima en el movimiento obrero y sin
embargo no se les ha reconocido su protagonismo ni se les ha dado la visibilidad
a las luchas protagonizadas por ellas, y esto es así porque la historia la han
escrito los hombres. La historia ignorada de las mujeres se repite a todos los
niveles y en todos los sitios. Porque al final, claro, ¿quién tiene tiempo para
escribir? Volvemos a lo mismo, la mujer tiene que hacerse cargo de la vida
familiar, trabajar y militar. Yo no me he casado, ni tengo hijos, pero muchas
compañeras sí. Han militado conmigo, han criado hijos, han cuidado de la
familia, Ahí están Nati Camacho, Dulce Nombre Caballero, y muchas otras.
Soledad Pérez, que es la más jovencita. Sole, fue una de las represaliadas en la
huelga de Induyco, del año 77. Salieron miles de mujeres a la calle. Si entonces
hubiera habido vídeos hoy podríamos ver a la policía a caballo en la calle Delicias,
los caballos cargando contra las mujeres. La huelga de Induyco fue muy fuerte
por su dureza y violencia. La empresa, que pertenecía al Corte Inglés, trasladó
como represalia a las trabajadoras a diversos centros en varios puntos de Madrid,
separándolas como castigo por haber participado en la huelga. Hubo despidos, y
descabezaron el movimiento obrero en la empresa, lo que ellos creían que había
sido el grueso que había estado en la calle. Cogieron a quinientas trabajadoras
las dividieron en dos o en tres talleres que estaban en las afueras de Madrid, no
les facilitaban trabajo, y esto ocasionó muchas enfermedades de todo tipo. De
todo esto pueden hablar Soledad Pérez y Pilar Durán, que fue otra de las
despedidas. Las consecuencias fueron muy duras porque Induyco tenía un
control exhaustivo de todo lo que se movía en su entorno, especialmente en el
sector textil.
Se decía a nivel general, que las mujeres del textil no reivindicaban sus
derechos, y que por eso tenían unas condiciones laborales más precarias que los
hombres, pero eso es una falsedad. Se pensaba que el Convenio del textil y los
salarios del textil eran bajos porque las trabajadoras del textil no luchaban como
en otros sectores. Pero eso no era así. De ahí no viene la historia de los salarios

122
bajos. Los salarios bajos en el textil vienen porque es un sector manufacturero
en el que cada operación se realiza con una máquina y una persona. Aquí las
personas tienen que conocer el oficio para desarrollarlo. Mientras que en otros
sectores pueden estar produciendo más cantidad y el resultado son muchos más
beneficios. El trabajo en el textil no se ha valorado desde el punto de vista del
conocimiento, la habilidad y la experiencia profesional que requiere. Ni tampoco
se ha reconocido a nivel general en la sociedad. Era difícil reivindicar, que se
entendieran nuestras luchas a la hora de negociar los Convenios. La patronal
comienza la deslocalización llevándose el trabajo fuera de España, donde lo
puedan producir más barato, sobre la base de que en algunos de esos países no
se respetan los derechos humanos. En todo caso además de luchar por mejorar
las condiciones laborales también lo hacíamos para tener más derechos en todos
los ámbitos, por eso participamos en las luchas por el divorcio, por el aborto, por
una sexualidad libre. En aquella época rompíamos con todo.
El otro día en la manifestación por la sanidad pública comentaban: “Las
contratadas no vienen ninguna. No se están sumando en esta lucha. No sé si es
miedo o qué es, pero es que con las contratadas no hay manera. No se están
sumando a nada”. Y cuando se decía que no se están sumando a nada, se quería
decir que no se estaban sumando a las concentraciones que tenían en los
propios hospitales, en los ambulatorios, ni a las huelgas. Y creo que eso está
siendo general en todos los sitios. Pero al final van a ir donde va todo el mundo,
al paro. Y yo les digo: “nosotras cuando nos enfrentábamos a la situación, antes
de hacer una huelga, no es que pudieran despedirte, es que te podían detener,
podías ir a la cárcel.” Es verdad que la época era diferente, entonces estaba
definido contra quién luchabas. Había una cuestión definida, clara, luchabas
contra la dictadura. Pero incluso cuando murió Franco había que seguir luchando
por la democracia, por una sociedad distinta, más justa. Y creo que se ha ido
perdiendo fuelle, esa fuerza se ha desinflado en el sentido de que se ha ido
desmontando absolutamente todo. Yo creo que ahí hay una responsabilidad
fundamentalmente del PSOE. Se desmontó el movimiento vecinal, se debilitaron
las asociaciones de vecinos en los barrios y todo porque ya estábamos en los
Ayuntamientos y se crearon las Juntas de Distrito. Y algo de eso pasó también
en el PC con las asociaciones vecinales.
Yo creo que las asociaciones de vecinos jugaron un papel muy importante, y
que, o bien se vuelve ahora a recuperar ese movimiento, o lo tenemos difícil.
Pero, ¿cómo recuperas el movimiento ahora? Esa necesidad solamente la
sentimos quienes hemos vivido esa etapa, y yo creo que ahora debería ser la
juventud la que protagonizase la recuperación de este movimiento vecinal. Y
mucha gente joven rechaza todo tipo de organización. A mí me parece que sin
organización no es fácil resistir a lo que nos está haciendo este Gobierno. Es

123
cierto que ahora una parte de los jóvenes se está moviendo. Si los jóvenes
quieren una organización diferente, habrá que elegirla. Deberían articular sus
propuestas. No puede ir todo a base de espontaneidad. Porque con la
espontaneidad, mañana la policía te da de palos en una esquina o te llevan a la
cárcel, y ¿quién hay detrás para que te defienda? Y es que al paso que vamos a
la policía se la refuerza con más efectivos para reprimir. Yo creo que ha pasado
mucho tiempo, y seguramente no hemos sabido transmitir bien cómo mantener
las luchas y la organización.
Ha habido muchos cambios. Por ejemplo, se desmoronó todo lo que fue la
formación profesional como si ya no se fueran a necesitar los oficios, y se dijo:
“todo el mundo a la Universidad”. Está muy bien que pueda ir todo el mundo
que quiera a la Universidad, pero entran en juego otra serie de componentes.
Los padres han querido dar a los hijos todo lo que ellos no tuvieron. Se ha
pasado a una sobreprotección excesiva hacia los hijos, a tal nivel, que ahora es
difícil pedirles que ellos hagan un esfuerzo de compromiso en la sociedad. En
nuestra época, desde muy jóvenes, se trabajaba en talleres, en fábricas, nos
organizábamos en el movimiento obrero y en los barrios, adquiriendo el
compromiso de luchar por los derechos sociales y políticos. Pero luego esto ha
ido debilitándose, pues aunque siguen existiendo fábricas, los trabajos no
cualificados quedaban para los emigrantes, reproduciendo lo que se hizo en
Francia, Alemania, Suiza..., con la emigración de nuestro país a partir de los años
cincuenta. En las últimas décadas, se ha permitido que la juventud abandonase
los estudios y se fueran a trabajar donde obtenían dinero inmediato, en vez de
orientarlos hacia las escuelas de FP, cuando no se quería seguir con los estudios
universitarios. Ha habido muchísimo abandono en los estudios por falta de una
buena orientación sobre sus capacidades. Se ha sido incapaz de orientar y
además se ha incitado a consumir sin límites. Hemos dejado que se deteriorase
la situación, y no se han hecho las necesarias adaptaciones que la industria
demandaba. Yo esto lo he vivido en el convenio general de la química, en el que
se incorporó un amplio apartado para la igualdad. He participado en la comisión
de igualdad de ese convenio, en la que sindicalmente planteábamos, que se
incorporasen las mujeres a todas las áreas de producción. Y la respuesta de la
patronal fue que no estaban preparadas porque no habían hecho los módulos de
formación profesional que exigía el sector. Los miembros de la comisión de
igualdad fuimos a los institutos de enseñanza a explicar lo importante que podía
ser para las chicas la formación en todas las ramas de la industria. Esto se hizo
en los años 2007-2009 cuando aún se creaba empleo y había un acuerdo entre
los sindicatos y la patronal para contratar a mujeres. En este sentido firmamos
un acuerdo con la Consejería de Educación de Castilla-La Mancha. Y esto se
podía haber hecho en todo el país a todos los niveles y en todos los sectores,

124
viendo que era una necesidad para las empresas que demandaban una formación
profesional que las jóvenes no tenían. Fuimos a los institutos a informar de ese
acuerdo, y nos decían que era muy interesante. ¿Cómo es posible que nadie lo
hubiera planteado si estaban viendo que en los módulos de industria no había
chicas, y sin embargo había una demanda de las empresas?, ¿cómo es posible
que con esa demanda en la industria, no se planificara en los centros educativos
y no se orientase a la juventud en la igualdad, para la formación en todas las
profesiones, independientemente del sexo?
Por cierto al hablar de Castilla-La Mancha me ha venido al recuerdo que en esa
zona había mucha gente que trabajaba en la confección en su casa, había mucho
trabajo a domicilio, que ahora también está en crisis con la deslocalización. Pero
para nosotras, llegar a comunicarnos con esas mujeres que trabajaban en casa,
era complicado, porque ese tipo de trabajo se producía en pueblos donde había
un taller y desde ese taller se llevaban las prendas con tareas que exigían más
tiempo y por eso las hacían en las casas. Normalmente era la misma gente que
trabajaba en el taller la que llevaba el trabajo a casa para que lo hiciese su
madre, su prima, u otra persona. En esa época había bastante trabajo a domicilio
en esta comunidad, lo desplazaba Induyco desde Madrid a los talleres que tenía
contratados en distintos pueblos.
Cuando gobernaba el PSOE no había mucha planificación de FP. Pero, lo que
es ahora, aunque dicen que van a crear puestos de trabajo, no se ve que este
Gobierno esté haciendo nada en esa dirección. ¡Cómo si la economía fuera a
surgir por arte de magia! No hay proyectos. No saben salir de lo clásico: turismo
y servicios. El campo está totalmente abandonado, en los bosques, cuando viene
el verano llegan los incendios, deberían tener brigadas trabajando todo el año
para evitarlo, formando a profesionales y especialistas, en el mantenimiento y la
conservación de los espacios verdes y los bosques: limpiar, podar, hacer viveros,
luchar contra la desertización. La involución ha afectado también a otros campos.
Las luchas de esos años que fueron tan importantes para conseguir derechos
para las mujeres, están teniendo un retroceso y será mayor si el PP sigue en el
poder. Ya se ve lo que están haciendo con la Ley del Aborto, Enseñanza, Sanidad,
Dependencia, Ciudadanía,... La provocación no puede ser mayor. Hay que luchar,
opinar, manifestarse, concienciar a la juventud de que es su futuro el que está en
juego, y que los derechos sociales son conquistas ganadas por las luchas, y que
ahora se están perdiendo. Hay gente que dice: “A mí esto no me afecta”. Directa
o indirectamente toda la sociedad estamos sufriendo estos recortes. Tenemos
que conseguir que toda la ciudadanía responda másivamente ante estos ataques
del Gobierno del PP. Yo no sé si todavía tienen que venir tiempos más difíciles
para que de verdad la gente reaccione de forma mayoritaria. Los cambios
vendrán si hay una gran presión y un esfuerzo colectivo. Hay que sumar el

125
trabajo que cada cual pueda aportar con opiniones, propuestas, orientaciones en
libros, medios de comunicación y redes sociales, que nos sirvan para crear
opinión ciudadana. Si coincidimos formaremos un frente común.
Retomando las luchas del año 77, cuando la matanza de los abogados de
Atocha, si no hubiera tenido a las trescientas trabajadoras de la empresa detrás
apoyándome, hasta conseguir la readmisión, mi jefe me habría eliminado. Me
refiero a la huelga de Confecciones Puente. Ahora en muchos casos, se piensa
que, son los partidos políticos y los sindicatos, los que tienen que luchar. Pero,
precisamente el no tener claro que somos todos los que debemos implicarnos en
defender los derechos, es eso lo que nos lleva a que los partidos políticos de
derechas, basándose en sus mayorías, sigan haciendo lo que les da la gana. Si la
gente no está empujando desde la base, y no hay detrás un movimiento fuerte
que les exija, los partidos políticos no recogerán nuevas propuestas de la
ciudadanía para las próximas elecciones.
Hace tiempo que se está demandando la eliminación del Senado, algo sobre lo
que podemos estar la mayoría de la sociedad de acuerdo. Habrá que crear un
compromiso con los partidos políticos que asuman esas propuestas. Pero como
las demandas no están suficientemente matizadas, ni el modo de realizarlas se
diluyen o se quedan en el aire sin que nadie se comprometa. Y entonces ¿qué
pasa? Pues que la derecha lo tiene clarísimo. Al PP no le falla nadie en las urnas.
Y en la izquierda cada vez estamos más divididos. Es verdad que los que se
consideran muy de izquierdas, como el movimiento del 15 M, se aglutinan para
decir: “Esto no nos vale tal y como está”. Pero las situaciones siempre se han
cambiado desde dentro. Siempre se han modificado metiendo las cuñas, estando
ahí. Ha habido muchas críticas a los partidos y todo lo que se diga es poco
respecto a los partidos mayoritarios. Los sindicatos hemos estado, estamos, y
seguiremos estando en la pelea, esa es nuestra razón de ser: la defensa de los
derechos de la clase trabajadora.
El actual Gobierno del PP está muy interesado en que los sindicatos de clase
desaparezcan, y así acabar con los derechos y las garantías laborales. Pero si se
sigue destruyendo empleo cada vez vamos a tener menos fuerza para
defendernos de estos ataques en los centros de trabajo. Y el trabajo sindical en
el sector servicios que es el que más se mantiene, es mucho más complicado de
organizar que en las fábricas. Esto es lo que está pasando en el comercio y en
los grandes almacenes. La patronal de los grandes almacenes ya se encarga de
organizar sus propios sindicatos. Estos sindicatos se crean sobre la base de
privilegios individualizados. Dividen a los trabajadores con cambios de horarios,
individualización de los salarios y primas con las comisiones por ventas. Cada 24
horas se avisa del cambio de turno y de cuando descansan. No sé cómo pueden
organizar la vida familiar. Es complicadísimo. Al que no protesta se le premia y se

126
le propone para delegado del sindicato de la empresa. Y claro, si se afilia al
sindicato de la empresa lo nombran encargado, o le dan un puesto mejor. Y los
que son de CC.OO. y de UGT están totalmente marginados. ¿Cómo funcionan
los grandes almacenes, por ejemplo, El Corte Inglés? El Corte Inglés ya tiene
esto montado desde hace muchos años. Lo que ganas está en función de lo que
vendes. Los empleados cada vez se ven menos, no pueden poner en común los
problemas, porque los puestos y los horarios están cambiando continuamente.
Llega un momento en que ni siquiera la gente que antes entraba a su hora y se
veía en el vestuario puede poner en común lo que les pasa. Los dividen hasta tal
punto que es muy difícil que puedan organizarse. El mundo laboral ha cambiado
mucho, se ha individualizado, se ha desregulado y debilitado lo colectivo.
En CC.OO. he llevado la Secretaría de la Mujer muchos años. Es un trabajo
muy bonito pero complicado, los sindicatos siguen muy masculinizados. No
vamos a decirlo de otra manera, porque eso sigue siendo así. No sé si algún día
cambiará esta situación, aunque yo diría que ha habido muchos avances
importantes que merecen la pena. Está, por ejemplo el trabajo que se ha hecho
durante muchos años, donde las mujeres no hemos dejado ni un solo momento
de dar la batalla, ni en congresos, ni en la empresa, ni a nivel social. Congreso
tras congreso hemos ido ganando espacios. La Ley de Igualdad no es una
casualidad, la Ley de Igualdad, no nos olvidemos, viene de una directiva
europea, pero tiene que adaptarse a la realidad de cada país. Y en este país se
adaptó con los avances que veníamos incorporando desde los sindicatos y el
movimiento feminista. En Comisiones Obreras, hemos sido vanguardia en la
defensa de los derechos de las mujeres. Fue durante el Gobierno del PSOE
cuando se creó el Instituto de la Mujer, por la presión del movimiento feminista
en la sociedad. Se creó para dar salida a las reivindicaciones planteadas por las
organizaciones de mujeres que en esos años eran muy importantes. Carlota
Bustelo fue la primera Directora del Instituto de la Mujer. Era una de las mujeres
feministas en el PSOE.
Desde los sindicatos no hemos dejado en ningún momento de demandar la
cobertura necesaria para desarrollar el trabajo con y hacia las mujeres en el
ámbito laboral. Es decir hemos estado ahí siempre presionando. Hemos hecho
jornadas, encuentros, estudios. Nosotras teníamos y seguimos teniendo
publicaciones propias, por ejemplo, la revista Trabajadora, y Cuadernos
informativos y de formación en empleo, salud laboral, seguridad en el trabajo,
maternidad, permisos y excedencias, acoso, igualdad de género y acción
positiva…Estas publicaciones han tenido subvenciones del Ministerio de Igualdad
y del Instituto de la Mujer. Pero ahora con el Gobierno del PP las subvenciones
desaparecen. Gobernando el PSOE, realizamos diversas actividades en el
Ministerio de Igualdad y en el Instituto de la Mujer. La última directora, Teresa

127
Blat, nos facilitó a los sindicatos y la patronal la realización de las jornadas para
los sectores de la química, el vidrio y la cerámica, de Negociación Colectiva y
Acción Positiva... Pero en la época del PP no hemos podido hacer nada. Fuimos
la patronal y los sindicatos a plantearles que en base al convenio de la química,
podíamos hacer unas jornadas para profundizar sobre la igualdad, pero no lo
conseguimos.
Ahora estoy prejubilada y sigo trabajando en el sindicato, colaboro en la
Secretaria de la Mujer de Fiteqa-CC.OO. en donde he sido la responsable hasta el
año 2012. Ahora mi trabajo es de colaboración y apoyo, así que, junto con la
nueva responsable de esta Secretaría de la Mujer, vamos viendo las cosas que
tenemos en marcha. Por ejemplo, cuando se nos demandan desde las secciones
sindicales de las empresas, criterios y propuestas para llevar a la negociación de
los Planes de Igualdad, y protocolos de prevención frente al acoso, medidas de
prevención en maternidad y embarazo… Desde los años 90 en este sindicato
hemos contado con un equipo de personas del mundo de la Universidad que han
trabajado con nosotras, y que nos han formado en los temas de género.
Estudian nuestros convenios, proponiéndonos qué cláusulas y qué artículos se
pueden modificar, y cómo adaptarlos en base a la Ley de Igualdad, desde la
perspectiva de género. Fue Ricardo Escudero, Catedrático de derecho en la
Universidad de Alcalá de Henares quien coordinó ese equipo de estudio y análisis
de los convenios incorporando al profesorado de derecho interesado, de varias
Universidades: Salamanca, Madrid, Toledo, Alcalá de Henares…Ahora están
trabajando con nosotras algunas profesoras de Derecho Laboral, dando la
formación para la igualdad en las empresas. Cuando se firman los Planes de
Igualdad se crea una comisión, compuesta por la empresa y los sindicatos, y
sindicalmente planteamos que esta comisión se forme en igualdad, porque es
una ley nueva y transversal que hay que desarrollar desde recursos humanos, y
las secciones sindicales. No por el hecho de que estén los sindicatos en una
empresa se conoce la ley por la igualdad. Por esto proponemos jornadas de
formación en la que estén las dos partes, la patronal y los sindicatos, y a partir
de ahí decidir cómo desarrollar lo acordado en cada Plan de Igualdad. Algunas
empresas nos solicitan orientación sobre cómo hacer el protocolo contra la
violencia de género, contra el acoso, el protocolo de protección a la maternidad.
Nos preguntan qué aspectos hay que tener en cuenta en el Plan de igualdad, qué
medidas se podrían incorporar, y cómo desarrollarlas, en fin, cómo hacer la
formación en igualdad. Para realizar esta formación contamos con estas
profesoras de derecho, para así poder explicar, desde el sindicato, los conceptos
de discriminación, igualdad, acción positiva, las diferencias entre género/sexo, es
decir, para tener una formación específica en igualdad. Sigo, pues, trabajando y
colaborando en aquello que me piden y me parece útil, y la formación lo es. El

128
objetivo es que todas las empresas hagan formación en igualdad, porque hay
Planes de Igualdad que se desarrollan y Planes de Igualdad que simplemente
están firmados y no se desarrollan, en muchos casos por desconocimiento de la
Ley o porque no se ve esa necesidad. Y si los Planes de igualdad no se cumplen,
no servirán para eliminar las diferencias entre hombres y mujeres en las
empresas, ni tampoco en la sociedad.

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7. Cristina ALBERDI ALONSO. La defensa jurídica de
los derechos de las mujeres

Nací en Sevilla en 1946, donde trabajaba mi padre que era ingeniero industrial.
Mi padre era vasco y mi madre asturiana. Pero, desde pequeña viví en Madrid,
pues cuando yo tenía 7 años ya vivíamos en la calle Ayala. Mi familia vista desde
hoy es una familia de otros tiempos. Somos trece hermanos. Yo soy la sexta. Al
ser tantos hermanos había una diferencia en años grande entre los mayores y los
pequeños. De hecho, nuestra hermana mayor fue un poco una segunda madre
para nosotros. Se casó cuando mi madre acababa de dar a luz a la más pequeña.
En casa la lectura era un hábito que recibimos desde pequeños. Empezó como
entretenimiento, tanto por parte del colegio como en casa, aunque menos en el
colegio. En casa les gustaba que estuviésemos leyendo, nos fomentaban la
lectura. Recuerdo que leíamos a Agatha Christie, a Zane Grey, y por supuesto, las
aventuras de Guillermo, a Connan Doyle, y también las historias de Yáñez, y
Sandokán de Salgari. Todas aquellas historias tan bonitas, porque eran historias
de viajes, de aventuras. Y además, como éramos muchos hermanos, nos
pasábamos los libros unos a otros. Nuestro padre era lector, y nuestra madre
también, y en casa había una buena biblioteca. Así que la lectura era algo
habitual, y nos gustaba mucho. Nuestro padre tenía además la costumbre de
corregirnos siempre que hablábamos mal. Iba al Miranda Podadera, el famoso
diccionario, y nos hacía ver los errores. Y cuando nos quería explicar algo de
geografía cogía el atlas y nos lo enseñaba. Era muy didáctico. Y además entre
nosotros había una cierta emulación. Nos preguntábamos cosas unos a otros, y
nos ayudábamos. Yo creo que al ser muchos hermanos eso también hizo que se
fomentara entre nosotros la lectura. Tiene gracia porque a veces nos veo en
verano sentados en la terraza —íbamos a Zarauz—, cuatro o cinco con un libro,
leyendo. La lectura cuando uno entra en ese mundo luego ya no lo abandona
porque le descubre muchas cosas.
Estudié en las monjas. Fui a las Ursulinas de Loreto. Y la etapa del colegio fue
muy bonita. Recuerdo que Paca Sauquillo era campanera mayor y medallón, creo
que era la alumna más buena del colegio, y la más condecorada. Empezó siendo
mi tutora, no me acuerdo bien si me ayudaba, pero sí que para mí era una
referencia de protección, y lo ha seguido siendo siempre, ha sido una persona

130
con la que me sentía muy arropada, y me sigo sintiendo así. Era mi tutora
porque había en el colegio esa costumbre. Solo nos llevamos dos años, las
mayores eran tutoras de las más pequeñas. Loreto era un colegio en el que a la
enseñanza se le daba mucha importancia. Era un buen colegio, y tenía fama de
tener buena enseñanza. Todas las profesoras eran mujeres, unas eran monjas y
otras no. Había monjas que eran muy buenas profesoras, por ejemplo, las que
enseñaban Matemáticas y Latín. Y había otras profesoras que no eran monjas.
Me acuerdo de una, que creo se apellidaba Martínez Pardo, que era muy célebre,
nos daba Historia y Literatura. En general había buenas profesoras. Nos
enseñaban también buenos modales e idiomas. Aprendíamos el francés, y
leíamos a Víctor Hugo, y a otros autores franceses. Me acuerdo de leer francés
de pequeña. Y también había clase de labores, de trabajos manuales, y de
gimnasia. Para hacer gimnasia llevábamos unos pololos grandísimos. Luego
fuimos al instituto, al Lope de Vega que nos correspondía por la zona donde
vivíamos. Del colegio pasamos muchísimas chicas. También hay que decir que
era un colegio muy clasista, tenía una parte para niñas con menos recursos que
estaban totalmente separadas y recibían una enseñanza distinta. Y teníamos misa
y comunión diarias, y como se comulgaba sin haber desayunado, teníamos que ir
con el desayuno, o sea que era un follón, imagínate todas las que éramos en el
colegio con los desayunos, con el termo, y demás. Era un colegio muy religioso
en el que se celebraba el mes de mayo a la Virgen, y el Viacrucis en Semana
Santa… Yo todo eso lo llevaba bien, en casa también eran muy religiosos,
cualquier celebración empezaba yendo a misa, o sea que había una continuidad
con la familia. La casa no chocaba con el colegio porque eran ambos muy
religiosos. Otra cosa fue más adelante cuando todo cambió, pero lo que es de
pequeña no había ningún choque. De hecho un hermano mío se hizo jesuita.
Mis padres tenían muy claro que todos los hermanos debíamos estudiar. En
esos tiempos muchas niñas hacían cultura. Terminaban cuarto de bachiller y
entonces hacían tres años o dos, no me acuerdo bien, de cultura, y solo unas
cuantas seguíamos en el colegio hasta preuniversitario. Pero nuestros padres
quisieron que todas hiciéramos una carrera, y eso era algo sin discusión. Te
preguntaban qué querías hacer, pero no había discusión sobre si estudiabas o no,
y eso tanto por parte de mi padre como de mi madre, los dos lo tenían muy
claro. La entrada en la universidad supuso para mí un cambio. Entré en el año
1963, y empecé a salir de aquel mundo tan cerrado del franquismo. Me matriculé
en derecho, y tuve amigas como Carmen Fernández de Bobadilla, Belén Bellosino
y Mabel Cavera, que eran más bien conservadoras, como yo por aquel entonces.
Pero más tarde hice otras amistades más progresistas, y sobre todo feministas.
Entre mis amigos de ese momento estaban Borja Candelús, Luis Felipe
Castresana, Luis Jiménez Guitar, Pepe Zurita, Luis Calvo Sotelo, Emilio Lamo de

131
Espinosa, Luis Figuerola, Tere Janini, Tomás de la Cuadra-Salcedo, Paloma
Abarca, María de la Válgoma, Adolfo Duque, Antonio Almansa… Los años finales
de la licenciatura, terminé en el 68 cuando ya soplaban los aires del mayo
francés, los estudiantes nos manifestamos contra la dictadura e hicimos varias
“sentadas” en la Facultad. Empecé a conocer el tema del feminismo y eso me
unió con otra gente, no tanto el tema de la izquierda y la lucha política, sino el
feminismo. Todavía algunos compañeros de curso recuerdan que decía: “yo no
me caso hasta que no se modifique el Código Civil”. Por lo que se refiere a los
profesores teníamos algunos que eran buenos, pero también hay que decir que
había algunos que nos mandaban salir de clase a las chicas cuando tocaban
algún tema que consideraban indecoroso.
Cuando terminé la carrera encontré trabajo pronto. Empecé a trabajar en el
despacho de José María Rubio, que había sido un profesor mío, casi al finalizar la
carrera. Y en 1975 monté mi propio despacho, al que se incorporaron Ángela
Cerrillos, Consuelo Abril y Puri Gutiérrez. Nos especializamos en la defensa de las
mujeres. Entonces ya funcionaban otros despachos de abogadas como el de
Manuela Carmena, Cristina Almeida y Paca Sauquillo, que estaban vinculadas a
partidos y organizaciones clandestinas y que defendían a los trabajadores.
También estaba el despacho de María Telo, una feminista, presidenta de la
Asociación de mujeres juristas. Todas eran profesionales reconocidas y con ellas
participaba en asambleas, conferencias, reuniones y manifestaciones. Fue Paquita
Sauquillo quien me animó a montar un despacho dedicado a las separaciones.
Conviene recordar que en 1975, todavía seguía vivo Franco, y las leyes eran muy
discriminatorias para las mujeres.
Empezamos con entusiasmo nuestra actividad profesional, pero el trabajo era
difícil porque la mentalidad en muchos ámbitos era muy cerrada y el machismo
estaba todavía muy presente. Abrimos el despacho casi al mismo tiempo que
tuvo lugar la reforma del Código Civil el 2 de mayo de 1975, que suprimía la
licencia marital y ponía fin al estatuto de minoría de las mujeres que ya no tenían
que pedir permiso al marido para trabajar, o para abrir una cuenta. Fuimos
testigos de verdaderos conflictos en el caso de rupturas matrimoniales, pues los
hombres querían seguir disfrutando de las prerrogativas que habían tenido hasta
entonces. Para las mujeres era difícil poder separarse, aunque sus maridos las
maltratasen, pues todavía en el 77 las causas matrimoniales pertenecían a la
jurisdicción eclesiástica, y los instructores y jueces eran curas que hacían unos
interrogatorios vejatorios a las mujeres. Y si iban a las comisarías a presentar
denuncias por malos tratos las mandaban volver a casa y arreglar la situación
con su marido. Defendimos muchos casos de mujeres maltratadas y perseguidas,
e íbamos con ellas a denunciar los malos tratos, así que empezamos a ser
conocidas en los juzgados, en el tribunal de la Rota, y en las comisarías. Incluso

132
llegué a acoger en mi casa a mujeres indefensas con sus hijos. Recuerdo un
caso, una vez aprobada la Constitución, en que le expliqué al marido, en una
separación de mutuo acuerdo, los derechos que tenían ambos cónyuges, y no se
podía creer que su mujer tuviese los mismos derechos que él. Todavía en esas
sentencias quedaban al descubierto las humillaciones que sufrían las mujeres, y
no se diga en las anteriores ante el tribunal eclesiástico.
En otras ciudades también se abrieron despachos de abogadas feministas y
creamos un “turno de oficio” para defender gratuitamente a mujeres maltratadas.
Algunos abogados madrileños llegaron incluso a denunciarnos por “competencia
desleal”, menos mal que salió en nuestra defensa Antonio Pedrol, decano del
Colegio de Abogados de Madrid, que aunque era conservador era liberal en lo
que se refería al cambio de costumbres.
En esa época surgieron muchísimos grupos preocupados por la situación de las
mujeres. Hay libros magníficos que explican el resurgir de grupos no solo
feministas durante la transición, sino de todo tipo. Los grupos de mujeres más
importantes, para mí, o por lo menos para mí trayectoria fueron el Colectivo
Feminista, y el Colectivo Jurídico Feminista. Y en cambio el grupo en el que
estaba Irene de Holanda, Carmen de Ribera, Paloma Saavedra, Maika y muchas
otras no lo fue tanto. Hablando de Paloma Saavedra tengo que decir que fue
también muy importante para mí, pues a través de ella no solo me inicié en el
feminismo, sino también en el mundo del arte. De modo que llegué a reunir una
pequeña colección. Íbamos a las exposiciones con frecuencia y conocí a muchos
pintores. Incluso le regalé un cuadro de Pérez Mínguez, el Bufón, a José María
Rubio, el abogado con el que empecé a trabajar, pues le gustaba mucho. Se lo
regalé cuando monté mi despacho, porque siempre se portó conmigo fenomenal.
Pero volviendo al tema del feminismo, Paloma Saavedra venía de la Facultad de
Ciencias Políticas y Sociología, y allí estaban más concienciadas con los
problemas de las mujeres. A ese grupo en el que estaba ella pertenecía también
Merche Sierra, que provenía de la antigua Sección Femenina, y que era una
persona muy agradable que había evolucionado desde esa posición. Estuve pues
por algún tiempo ligada a ese grupo. Recuerdo que fuimos todas a Holanda y
vimos como se trabajaba en los barrios para luego imitarlo aquí. Ese grupo se
hizo con el fin de ir a los barrios a informar sobre todo a las mujeres, tanto sobre
anticonceptivos como sobre cultura general, porque la gente estaba muy
ignorante por entonces. No era tanto un grupo feminista, que también, pero no
era tan militante ni estaba tan comprometido con el feminismo como prioridad
como el Seminario del Colectivo Feminista y el Colectivo Jurídico Feminista. Creo
que a mí me llamaron para integrarme en él, pero no fui de las impulsoras,
mientras que sí lo fui de los otros dos. Luego ese grupo se deshizo.
El Seminario del Colectivo Feminista lo pusimos en marcha desde el despacho

133
Paloma Saavedra y yo con la ayuda de Carmen Basáñez, Mariló Vigil, Victoria
Sendón, Charo Suárez-Quiñones, Carmen Sarmiento, Beatriz Balmaseda y Blanca
Ugarte, entre otras. Éramos partidarias de la militancia única, pues veíamos que
los partidos políticos no conferían suficiente importancia a la cuestión femenina.
Nos declaramos interclasistas, anticapitalistas e internacionalistas. Pasábamos
mucho tiempo leyendo libros, haciendo reuniones, discutiendo, redactando
panfletos y manifiestos. Uno de los temas principales de debate era que las
mujeres pudieran decidir sobre su sexualidad, ya que estaba prohibida la
información y la venta de anticonceptivos. Y ahí surgió la idea de un nuevo
contrato social mujer-hombre, fue una idea muy trabajada en nuestro Seminario,
desde el principio, desde 1976. Yo tuve en ello una participación casi te diría que
crucial, sin echarme honores, porque fui quien enfocó el tema, un tema que
luego se ha utilizado mucho. Y además posteriormente ese nuevo pacto social se
puso en marcha. Se pueden ver todas las normas que se han ido desarrollando
en ese sentido.
Las mujeres juristas y el colectivo feminista nos implicamos mucho en el
proceso de elaboración de la Constitución. Hicimos un memorándum con
nuestras reivindicaciones que enviamos a cada uno de los diputados. Escribimos
artículos, recuerdo que uno se titulaba “Monarquía machista”, por relegar a la
mujer en la sucesión a la Corona, y participamos en programas de TV. Hay que
tener en cuenta que en las elecciones del 77 de 350 diputados solo 21 eran
mujeres, y solo tres feministas: Carlota Bustelo, Asunción Cruáñez y María
Dolores Calvet.
Fueron muchos los grupos feministas que se formaron entonces para luchar
contra los prejuicios y nuestras reivindicaciones sin duda contribuyeron a cambiar
las leyes, las instituciones y la sociedad. No se ha hecho justicia al peso que
tuvieron las mujeres en la paso de la dictadura a la democracia. Nuestras
aportaciones contribuyeron más al cambio social que las aportaciones que
hicieron los “padres de la patria”.
En mi libro El poder es cosa de hombres, además de tratar con más
detenimiento algunas de estas cuestiones, relato mi paso por el Consejo del
Poder Judicial, y por el Ministerio. Digo que cuando llegué al Consejo de Poder
Judicial, de nuevo me trataron un poco paternalmente. Una vez más se pone de
relieve como la mentalidad y la sociedad de entonces era muy machista. No es
que hubiera mala voluntad, sino que la mayoría de los hombres que he tratado,
tanto en el Poder Judicial, como en el Ministerio, eran machistas por educación,
porque habían adquirido determinados hábitos desde su infancia.
La situación respecto a las mujeres ha cambiado sin duda mucho desde
entonces, aunque las cosas pueden cambiar, y las leyes también, pero no siempre
para mejor. Por ejemplo, si nos referimos a los países del norte de África, en

134
Argelia, que era uno de los países donde estaban las mujeres mejor, ha habido
una involución fuerte. Pero, en España en las últimas décadas se produjo mucha
movilidad social, comparada con la de otros países, como Francia o Inglaterra. Y
eso es un fenómeno a mi juicio extraordinario, y muy positivo. Pero al mismo
tiempo hay un problema, las jóvenes, sean o no feministas, no ven que el
feminismo ha sido un movimiento muy importante para el cambio social, que ha
sido un motor de transformación, y no solo para modificar las relaciones
existentes entre mujeres y hombres. El cambio de la mujer en la transición ha
sido crucial. Y los grupos de mujeres han constituido un caldo de cultivo enorme
porque entonces no parábamos de debatir y de trabajar, y adquirimos unos
conocimientos también muy importantes. Hubo muchas mujeres participando en
estos grupos. En nuestros grupos había sobre todo mujeres de clase media, pero
también había mujeres de clases populares. Bueno, igual pertenecían a una clase
media un poco más baja. Eran mujeres que tenían cierta cultura y una cierta
motivación para ascender y para prepararse.
Yo estuve muy ligada, por mi carrera y profesión, a mujeres que hicieron
derecho. Me parece una carrera especialmente apropiada de cara a la política, y
eso desde los comienzos, basta recordar a Clara Campoamor y la lucha por el
voto de las mujeres. Es una carrera que te estructura la cabeza, es muy útil, pues
además te proporciona una formación impresionante sobre la organización social,
porque todo está organizado a través de leyes, de reglas de juego, de normas.
Por eso tener formación jurídica es clave para comprender cómo funciona la
sociedad. De hecho las tres mujeres que fuimos ministras en el Gobierno de
Felipe González, Carmen Alborch, Ángeles Amador y yo, las tres hicimos derecho.
Ángeles Amador era abogada en ejercicio como yo, las dos trabajábamos en un
bufete, y eso te da una impronta distinta. Ángeles tuvo un bufete y además fue
miembro de la Junta Directiva del Colegio de Abogados, o sea que era muy
ejerciente. Y Carmen Alborch era profesora. Las leyes son sin duda importantes
en la transformación social. Solo hay que recordar todas las luchas que tuvieron
lugar y en las que participamos muchas mujeres para lograr el cambio del Código
Civil y del Código Penal en relación, por ejemplo, con el divorcio y el aborto, y
con otras cuestiones primordiales para una mayor autonomía de las mujeres.
En la actualidad todavía sigue presente en parte el peso de lo tradicional, pero
ya no es igual. Creo que la Iglesia no es la causante de la situación, lo es más la
sociedad. Hay un libro que ha salido hace poco en Estados Unidos que habla de
la profecía que se cumple a sí misma. En él una ejecutiva dice que muchas
mujeres no tienen suficiente ambición, y que muchas veces su promoción no
depende tanto de la empresa en la que trabajan como de su propia actitud, del
hecho de que ellas mismas se autolimitan. Y creo que tiene una parte de razón.
La sociedad no espera de las mujeres mucho, o sea que una mujer queda

135
cumplida con un trabajo medio, y con cooperar en los gastos familiares. Parece
que basta con que haga cualquier cosa. En cambio a un hombre se le obliga a
tener más ambición, se espera más de él.
Pienso que en la actualidad se ha avanzado en ese contrato social del que
hablamos, en ese contrato de igualdad entre mujeres y hombres, y que la
situación está mucho mejor que antes. Ahora no se discute si una mujer debe
trabajar, no se discute si va a ser autónoma o no, ya hay en la sociedad un
reconocimiento, una aceptación de que las mujeres tienen, o deben tener, las
mismas oportunidades que los hombres. Eso es algo que de entrada ya no se
discute, y supone un cambio extraordinario con respecto a la situación anterior, y
también presiona a las mujeres en la buena dirección. Yo creo que han cambiado
mucho las cosas, ya no hay rémoras legales, al revés, incluso hay acciones
positivas para favorecer a las mujeres, pues se ha hecho todo un desarrollo de
acciones positivas para promocionar la entrada de mujeres en lugares e
instituciones donde antes les estaba prácticamente vedado, o incluso prohibido
por ley entrar. El PP y el PSOE las siguen aplicando, son directrices que vienen de
Europa, las marca la Unión Europea, y por lo tanto el Gobierno, sea del signo
que sea, tiene que desarrollarlas. Por ejemplo, en el ámbito de los jueces, en la
última promoción el 70% fueron mujeres. Y si hablas de abogados del Estado, o
de notarios, nosotras, mi generación, no podíamos acceder. Hasta el año 71
estaba prohibido a las mujeres acceder a la abogacía del Estado, y hasta el año
67 a la judicatura. Se consideraba que a la mujer su sensibilidad le impedía ser
imparcial, y también hacer ciertos trabajos como, por ejemplo, levantar un
cadáver. Y ahora hay mujeres forenses, notarios, hay mujeres ejerciendo en
todos los campos del derecho. Y, pese a que con la crisis hay algunos síntomas
de que las cosas pueden ir a peor, hay ya una situación muy avanzada. Hay
trabajos que las mujeres no los van a perder: secretarias, enfermeras… Hay un
trabajo de tipo medio, de mujeres que no están en la cúpula, que va a seguir
existiendo con la crisis.
Al campo político también han accedido muchas mujeres. Para mí fue una
experiencia impresionante entrar en política, toparme de manos a boca con esa
realidad que no esperaba, porque claro el Consejo de Poder Judicial no era una
entidad política propiamente dicha, no era un partido político. Pero, luego cuando
me nombraron Ministra, ya estaba en una cúpula en la cual tenía que hacer y
decidir, pues Felipe González no se metía en nada, en eso era un Presidente
estupendo, súper respetuoso con la autonomía de sus ministros y ministras. En
ese caso yo tenía que actuar, después les gustaría o no les gustaría, yo sé que
algunos por detrás me criticaban, porque, claro, comparada con Matilde
Fernández, que era muy militante, provenía de la UGT, conocía bien las reglas
internas, y llevaba muchos años en política, yo carecía de esa experiencia.

136
Cuando más tarde, en el año 1997, entré en el PSOE, fui presidenta de la
Federación Socialista Madrileña (FSM) y me di de bruces con una realidad que
me dejó muy sorprendida. No daba crédito. Yo creo que a un hombre, que
hubiera entrado en las mismas condiciones de no haber conocido previamente
las interioridades de un partido político, le hubiera pasado algo parecido. Una de
mis experiencias políticas más duras, nada más entrar en la FSM, fue
encontrarme con los tejemanejes que me impidieron ser candidata a la alcaldía
de Madrid frente a José María Álvarez del Manzano. Felipe González intentó
romper con la organización partidista del PSOE, intentó contar en algunos casos
con gente preparada, con independientes. De hecho, en el Gobierno en el que yo
estuve éramos seis ministros independientes. Pero, los partidos se niegan a
hacerlo, porque un partido lo controlas con los tuyos. Y que sean más o menos
listos, más o menos inteligentes, o estén más o menos preparados, al que dirige
le importa muy poco, lo que quiere es que sean obedientes. Eso salta a la vista.
¿Qué tenemos desde hace 10 o 12 años en el Partido Socialista y en los partidos
en general? Gente poco preparada.
Me acuerdo que cuando la presentación de mi libro, El poder es cosa de
hombres, Manuela Carmena, decía que le había sorprendido que contase las
“interioridades” del funcionamiento del PSOE sin tapujos. Ella había estado en el
Partido Comunista y las conocía muy bien, sabía que el PC no era ajeno al
sistema de funcionamiento de los partidos, porque los partidos de izquierda son
tan leninistas y tan dogmáticos, y de tanta disciplina interna, como el que más.
Entonces dijo que lo llamativo del libro y de mi posición era cómo explicaba lo
que había sido aterrizar en un partido político sin preparación política previa, y
con un nivel de ingenuidad alto, y como me fui dando cuenta de que nadie decía
ni una verdad, que todo eran intrigas y enredos. Así que tomar decisiones era
pesadísimo. En vez de gastar el tiempo en otras cosas, y en vez de hacer que se
desarrollase lo mejor de cada uno —algo que pasa en otros ambientes donde se
desarrolla lo mejor y se motiva a las personas para lograr objetivos positivos—,
en aquel ambiente se desataban las peores pasiones del ser humano, lo cual era
una pena. Sin duda los partidos políticos, y también los de izquierdas, son una
organización social masculina por excelencia. Los hombres tienden a considerar
que a las mujeres no nos interesa la política, o que no estamos preparadas para
ejercerla. En parte eso se debe a que las mujeres tenemos otra visión del poder y
de su ejercicio, ya que, por lo general, rechazamos las relaciones de la fuerza
pura y dura, las relaciones de dominación. De ahí que casi nunca haya mujeres
más que en puestos subalternos, o en Ministerios considerados de segunda
categoría. Las ministras del Gobierno de Felipe González nos reíamos y decíamos
que los nuestros, el Ministerio de Asuntos Sociales, de Sanidad, y de Cultura,
eran los más importantes aunque nuestros compañeros no los consideraban así.

137
Y de hecho, eran muy importantes para el bien común, para el bienestar general,
y para la igualdad.
Si echo la vista atrás puedo decir que siempre me han interesado los grupos
de mujeres, pues me parece que es muy importante que haya espacios de
debate y de reflexión. Pero muchos ya han desaparecido…También hay que
pensar que algunos de esos grupos cumplieron su papel en una etapa
determinada, como sucede con el Colectivo Feminista, o el Colectivo Jurídico
Feminista. Por el contrario el Seminario de la Residencia de Estudiantes todavía
continúa. Ese grupo lo formamos mujeres independientes antes de ser yo
Ministra. Pero luego entró el Partido Socialista y lo instrumentalizó, así que ya no
tenía la frescura, ni el interés de antes. Los partidos intentan capitalizarlo todo.
Todos los partidos. Yo ahora ya no voy a las reuniones, porque además me salí
del PSOE. Me fui porque no me quedó otra opción. Imagínate una persona como
yo metida en esa situación, y pasa lo que pasó en la Comunidad de Madrid
cuando las elecciones. Me acuerdo de Simancas diciéndonos que había una
conspiración, y que estaban unos constructores detrás. ¡Y era mentira! Yo había
visto como citaban a Tamayo y luego no asistían a la cita. Me acuerdo que a
Tamayo solo le faltaba llorar, y decía que se la iban a pagar. Le tomaban el pelo,
el Secretario de Organización se reía de él. Por otra parte la decisión de convocar
de nuevo elecciones fue absurda. Si les faltaban dos votos, debían de haber
negociado. Simancas no daba la talla, y da mucha pena ver cómo se perdieron la
Alcaldía y la Comunidad. Pero el detonante para mi marcha fue el Pacto del
Tinell. Yo seguía en el Partido, y firmaron el Pacto del Tinell, excluyendo del
juego democrático al PP, lo firmó Montilla, un pacto auspiciado por Zapatero. Le
escribí una carta a Zapatero, creo que lo cuento en el libro, diciéndole que no
estaba de acuerdo, y que quien había cambiado las señas de identidad era el
PSOE, no yo.
Cuando entré en el PSOE, unos dos o tres años antes, algunos hermanos míos
me recomendaron que no entrara, y tenía que haberles hecho caso. Ángeles
Amador, por ejemplo, no entró y no tuvo ningún problema a la hora de irse. Se
fue tan contenta, y le pasaba lo mismo que a mí o algo parecido. A mí me
pidieron que me afiliase, era ya conocida, y me sentí obligada, pero mi ideología
era sobre todo feminista, no tanto socialista de pata negra. Lo hice con la mejor
intención, pero fue duro, porque si estás en un Partido también te exigen. Iba a
los medios de comunicación y decía lo que me parecía, y luego venía Rubalcaba,
que era el que llevaba la responsabilidad de los medios, y me decía que aquella
no era la posición del Partido. Me mandaban un papel cada día con la posición, y
a veces yo no estaba de acuerdo, porque no podía defender algo que
consideraba verdaderos disparates, por lo menos para mi mentalidad, cosas que
sabía que no eran verdad. Y luego para remate, un partido que no era

138
nacionalista firma el Pacto del Tinell y excluye al PP. ¡Y esto en democracia!
Luego rectificaron, pero yo ya me fui. Y fue como una liberación.
Luego me nombró Esperanza Aguirre Presidenta de Consejo Asesor contra la
Violencia de Género. Y estuve a gusto, porque tuve una autonomía total,
trabajamos muy bien, e hicimos cosas interesantes. Por ejemplo, hicimos la
promoción de la ley de integración de la mujer. Nosotros la explicamos, la
consensuamos, la trabajamos, y luego la llevó el Gobierno Regional a la
aprobación de la Asamblea. Trabajamos los temas de malos tratos. El tema de la
ley contra la violencia de género fue importantísimo, pues que si no llega a ser,
creo yo, porque estábamos en el Observatorio contra la Violencia y estábamos
empujando para que la Comunidad de Madrid lo hiciera, igual no hubieran
sacado adelante esa ley. No por nada, sino por no darle prioridad.
Tengo que decir, pese a que dijeron que yo era una tránsfuga —cosa que no
hicieron con Rosa Aguilar que estaba en IU y que fue Ministra con Zapatero y
ahora está en el PSOE—, que yo no me he pasado al PP, ni he renunciado a mis
opiniones como feminista, pero en el Partido Socialista te ponen a la prueba y
van a por ti. Me fui de un partido y no me he ido a otro. En su momento me
dijeron de todo, pero intenté pasar de ello. Y, en los últimos años he venido
compatibilizando mi trabajo en el Consejo Consultivo con mi despacho, pero era
agotador. En cambio ahora ya solo trabajo en el Consejo Consultivo. Tengo
mucha capacidad de trabajo, pero ya estaba cansada de seguir con un ritmo de
trabajo tan fuerte. En el Consejo Consultivo trato menos cuestiones de mujeres,
solo alguna de vez en cuando. El otro día, por ejemplo, no habían hecho el
informe de impacto de género, que es obligatorio, entonces estuvimos viendo
que era lo que había que poner, y a mí se me reconoce una cierta autoridad en
ese terreno. Así que estoy contenta, lo que pasa es que estoy en una etapa en la
que he decidido dedicarme más a hacer otras cosas. Sigo en contacto con el
grupo feminista de Paloma Saavedra, con el grupo de Mujeres Europeas, pero
estoy procurando también disfrutar de otros aspectos de la vida. Voy mucho a la
ópera, leo mucho, me sigue gustando ir al monte, hacer excursiones, pues me
gusta la naturaleza. Y a la vez hago algo de trabajo, pero el trabajo ya no es el
centro de mi vida.

139
8. Lourdes ORTIZ SÁNCHEZ. De las movilizaciones
estudiantiles a la búsqueda de un nuevo
imaginario social emancipador

Nací en Madrid, en la década de los 40. Vivíamos en la calle Espoz y Mina, en


la casa de mis abuelos paternos. Mi padre nos iba a buscar a la salida de la
iglesia de San José o de las Calatravas, cuando salíamos de misa los domingos,
para ir a tomar el aperitivo o a dar un paseo al Retiro o a comer en un
chiringuito de Arturo Soria. Era como una excursión a la que íbamos en el tranvía
y me parecía una aventura, como si fuera una excursión al fin del mundo. Una
gozada. Sobre todo, supongo, que porque venía también papá. Yo quise mucho
hasta el final a mi padre y a mi madre. Éramos tres hermanos. Y yo era la mayor.
Mi hermana era tres años menor —murió hace poco y la quería muchísimo—, y
mi hermano ocho años menor que yo. Mi abuelo paterno era muy cariñoso y nos
trataba muy bien, recuerdo que cuando era una cría le llamaba príncipe. Mi
abuelo materno, que también era periodista, se había casado con una mujer
bastante más joven que él, y había aportado cinco hijos del anterior matrimonio.
Entonces, como sabes, las mujeres se morían con bastante frecuencia en el
parto. Y los hombres enseguida volvían a casarse. Así que la familia de mi madre
era muy extensa y casi toda de izquierdas. Mi tío Fernando y mi tío Modesto, los
hermanos de mi madre, eran también periodistas, el primero, desapareció en la
guerra, cuando solo tenía, creo, 34 años. Era un tipo muy brillante, eso lo supe
más tarde. Y mi tío Modesto estuvo casi cinco años condenado a muerte en la
cárcel después de la guerra.
Éramos una familia relativamente acomodada. Mi abuelo paterno tenía lo que
entonces se llamaba una “fotografía”, era dueño de dos agencias fotográficas
muy importantes y tenía la exclusiva para España. Pero no solo mi abuelo, sino
también su padre, mi bisabuelo, fueron periodistas. Mi bisabuelo trabajó en
Cataluña, y tenía una columna, que fue muy famosa en su época. Y mi padre,
siguiendo la tradición familiar, también era reportero gráfico, aunque lo que le
hubiera gustado ser era cámara de cine, algo que llegó a poder ejercer muchos
años después en Argelia. Y mi madre aunque no había estudiado una carrera, sin
embargo tenía añoranza por no haberlo hecho y siempre decía: “Si yo hubiera
vuelto a nacer habría estudiado Medicina”. Así que nos animaba mucho a

140
estudiar, además de ponernos las inyecciones y hacernos curas con mucha
maestría. Y a mí me decía: “¡No se te ocurra meterte en la cocina!”. Mi madre y
mi padre se conocieron después de la guerra en un baile de la Asociación de la
Prensa.
Por lo que se refiere a mi educación escolar tengo que decir que fui, como
muchas niñas de mi época, a un colegio de monjas. Estudié en las mercedarias
de Don Juan de Alarcón. Y, frente al recuerdo que tienen otras amigas muy
negativo del colegio, el mío es bueno, supongo que porque era bastante
“estudiosa” y buena chica, y no tuve problemas. Más tarde, pensando en la
educación que recibíamos, me di cuenta de que había sido una educación
paticorta y restrictiva. Pero, como no tenían prácticamente monjas licenciadas —
luego hubo bastantes que fueron a la universidad para sacar el título y poder
enseñar—, tuvimos a partir de 4º curso profesoras laicas, pues les obligaron a
tener licenciadas para poder dispensar el título de bachiller. Eso hizo que tuviera
buenas profesoras, como, por ejemplo la de Latín y Griego o la de Literatura. Las
monjas tenían una costumbre: las alumnas que sacaban las mejores notas
ocupaban los primeros puestos en la clase, así que yo estaba en primera fila, y
era un fastidio, porque mis amigas de verdad, con las que salía estaban siempre
atrás. Eso implica, si te fijas, una visión del mundo muy determinada: algunas
compañeras, geniales, que tenían más capacidad no solo para la juerga, sino
también para el uso de la imaginación y la improvisación, eran menos
consideradas que las empollonas. Porque no todas las que estaban en primera
fila, como te puedes imaginar, eran lumbreras. Y también obtenía buenas notas
en Religión, y en las prácticas religiosas. Yo era muy devota o, bueno, también
me tomaba en serio la religión, aunque con muchas preguntas y muchas dudas a
medida que iba creciendo. Incluso llegué a ser niña eucarística de primer grado,
que era algo muy especial, algo que ahora me hace sonreír. Las monjas supongo
que pensaban que tal vez iba a ser monja, algo que desde luego nunca se me
pasó por la cabeza, porque desde muy temprano me gustaba salir, ir con chicos,
ir a guateques, esas cosas. Por entonces era una romántica convencida, supongo
que por influencia de las novelas y sobre todo del cine de la época. Estaba
convencida de que existía eso del amor eterno.
Cuando tenía cuatro años enfermé de unos ganglios en el pecho. En esa época
había mucho miedo a la tuberculosis. Pero tuve suerte porque precisamente
entonces empezó a llegar la penicilina, así que compraron penicilina que todavía
era ilegal, creo que en Chicote. Acabé curándome, pero la enfermedad hizo que
pasase unos meses en la sierra con mi madre. Unas vacaciones prolongadas de
casi tres meses. Entonces tanto ella, como mi padre o mi abuelo paterno me
leían cuentos, así que aprendí a leer a esa edad, pese a que ahora dicen que no
se debe aprender a leer tan pronto. Pero a mí no me vino nada mal, creo. Quizás

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eso, más la biblioteca que había en casa de mis abuelos, a la que se sumaba la
que tenía mi tía, la hermana soltera de mi padre, que también vivía con nosotros,
hizo que me enviciara desde muy pequeña con la lectura. Algo así como ahora
los niños con los videojuegos o el móvil, y antes con la televisión.
La situación en que vivíamos cambió cuando se murió mi abuelo, yo tenía
entonces trece años, y mis padres se separaron, aunque todavía no del todo. Mi
padre se fue a Francia. Mi madre quedó en una situación bastante precaria y se
tuvo que poner a trabajar como ayudante del ayudante de mi padre en la
Agencia de fotografía que teníamos en la calle de la Cruz, para sacar la Agencia
adelante. Y mi tía, que vivía con nosotros, y que hasta entonces era una niña
bien, tuvo que hacer lo mismo, ponerse a trabajar al igual que hizo mi madre, y
lo hizo también siguiendo la tradición familiar en un laboratorio de cine. Mi tía
era una persona culta, abierta, muy libre y madura, y para mí fue como una
segunda madre. Una anécdota: cuando murió hace un poco más de dos años, y
decidimos seleccionar libros de su biblioteca, pasamos tres días revisándolos,
debido a lo amplia que era y a los muchos libros estupendos que tenía.
La muerte de mi abuelo y la separación de mis padres supuso un cambio muy
brusco, para nosotras. Para que te hagas una idea, antes, durante toda mi
infancia, había en la casa dos chicas contratadas, una que era la cocinera, y otra,
la doncella, que se ocupaba de nosotras y de mi hermano. Cuando todo se
quebró fue un momento duro. A mí me cogió en una edad complicada y
supongo que influyó en mi trayectoria y en mis ideas. Era como si el mundo
algodonoso de la niñez se hubiera desmoronado. Pero al final creo que hasta eso
fue positivo, porque te hacía pensar por ti misma. Me hizo reflexionar sobre el
matrimonio, las parejas, la necesidad del divorcio, etc. Me negaba ya entonces a
pensar que había un culpable; pensaba que todos los errores se debían a una
mala y anticuada legislación y a las trabas de una Iglesia de otro tiempo. Las
novelas me habían enseñado algo, que el “amor” con mayúscula puede acabarse,
y que hombres y mujeres tienen derecho a iniciar una nueva vida.
En aquel mundo, que era el paraíso ordenado y feliz, no todo era pues tan
sencillo. Pero yo tardé tiempo en entender otra fractura. No tuve conciencia de la
guerra hasta que tuve 14 o 15 años. Quizá un poco antes. En la habitación de
mis padres había una foto pequeñita de un señor que era muy guapo, que era
mi tío Fernando, hermano de mi madre y padre de Fernando Sánchez Dragó, que
desapareció nada más comenzar la guerra, asesinado en Burgos por los militares
sublevados o por los fascistas. Pero apenas se comentaba su desaparición ante
nosotros los pequeños. Sabíamos, supongo, que había muerto en la guerra, pero
era como una cosa muy lejana. Yo he pensado después muchas veces en aquella
ignorancia sobre un pasado tan reciente con la que crecimos. Pero tengo que
reconocer que si tuve una infancia bastante feliz fue en parte por ese pacto de

142
silencio, que nos mantuvo alejados a mí y a mis hermanos de la violencia y sobre
todo del rencor. Creo que lo agradezco mucho.
El horror de la guerra y todo lo que había pasado no lo percibí cuando era
niña, sino más tarde, y a través de la lectura. Cuando tenía doce o trece años leí
Los cipreses creen en Dios y Un millón de muertos, de Gironella y ahí empecé a
encontrarme con la masacre. Y más tarde, cuando tenía unos 16 años, y se había
ya marchado mi padre y mi abuelo se había muerto, y en mi casa solo quedaban
las mujeres, mi abuela, mi madre y mi tía y, debido a que casi no entraba dinero
en la casa, a pesar de que mi tía y mi madre se habían puesto a trabajar,
decidieron transformar el despacho de mi abuelo en una habitación, que se
alquiló a un muchacho, que estudiaba en la recién creada Escuela de cine. Era
encantador y, como sabía que me gustaba mucho leer —ya había devorado la
biblioteca de mi tía— y él tenía también una pequeña pero estupenda biblioteca,
le pedí permiso para leer alguno de sus libros. Tenía la típica biblioteca de un
“progre” de la época y, entre otros libros, la trilogía de Barea, así que la leí y por
primera vez percibí en toda su crudeza la otra cara de la guerra. Y la visión de los
vencidos. Y gracias a él pude leer también, antes de llegar a la Facultad, a
Herman Hesse, a Sartre, a Camus, y muchos buenos libros de la editorial Losada,
de esos que entonces se compraban en las trastiendas de las librerías.
Seguramente no entendería del todo lo que estaba leyendo, pero iba conectando
con todos esos grandes escritores y aprendiendo, como antes había aprendido
de todos los novelistas o ensayistas que había en la biblioteca de la familia:
novela del XIX, novelistas franceses traducidos, como Andrée Maurois, Vicky
Baum, Stefan Zweig, Giovani Papini. Autores, pienso, que estaban de moda en
aquella época. Y los eternos: desde luego Galdós y algunas novelas de
Dostoiewsky.
Pero lo importante en mi formación, supongo, es que en mi casa se respiraba
un ambiente muy liberal, pues aunque mi madre era creyente era muy tolerante
y abierta a todo, y mi padre era más bien descreído y laico. De algún modo tuve
mucha suerte. Vivía en una casa de tradición liberal dónde todos los días se leían
dos periódicos, y dónde todos eran amantes de los libros, el teatro, el buen cine,
y nadie tenía que obligarnos a estudiar. Era algo que en casa estaba en el
ambiente, algo “natural”. Se daba por hecho que una mujer debía estudiar, igual
o más que un hombre. Por eso de algún modo me siento privilegiada, porque
esa actitud no era tan corriente en aquel momento. Cuando decidí ir a la
universidad tuve el apoyo unánime de todos.
Mi entrada en la universidad supuso sin duda para mí un fuerte cambio. Ya en
el primer curso me encontré con gente fantástica, que serían mis amigos a partir
de ese momento. Mis amigos y entre ellos el que sería mi marido, porque nos
casamos al terminar segundo de la Facultad. Hay un detalle muy importante: los

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estudiantes a la Universidad Complutense de Madrid llegaban desde muchos
lugares. Por ejemplo, entre mis amigos más cercanos, solo éramos de Madrid
Carlos Piera y yo. Bueno, no, tal vez también María Paz Marsá y puede que algún
otro u otra, pero los demás provenían de diferentes partes de España, algo que
fue muy positivo, porque no teníamos un sentimiento nacionalista restringido, y
odiábamos el nacionalismo español impuesto por el franquismo. Mis amigos eran
catalanes, vascos, gallegos, andaluces, y estábamos todos integrados en el
mismo curso, y no había ninguna discriminación. Se podría decir que en cierto
modo éramos cosmopolitas. Y eso se fortaleció cuando muchos enseguida
empezamos a leer a Marx y a muchos otros filósofos y teóricos del movimiento
socialista, comunista o anarquista y creíamos en el internacionalismo. Pero, antes
de seguir hay un hecho que merece comentarse aquí. Cuando terminé mis
estudios en las Mercedarias, tuve que hacer el COU en el Instituto Lope de Vega,
que me sirvió de transición. Pero solo dos chicas de mi curso fuimos a la
universidad, una a Farmacia y yo a Filosofía. Eso muestra hasta que punto
entonces todavía el acceso a la universidad no estaba abierto a todas las mujeres
de clase media y, mucho menos, a las más desfavorecidas procedentes de
familias con pocos medios. Había chicas muy listas en el colegio, que podían
haber estudiado perfectamente, pero que tenían como destino único un buen
matrimonio o la soltería. Pero esa situación cambió enseguida.
Nuestra generación, la generación de mujeres que empezamos la universidad a
principios de los sesenta y que éramos jóvenes en la transición, fue la primera,
nacida ya en la inmediata postguerra, que pudo por fin asistir a la universidad y
participar activamente en los cambios que se estaban produciendo. Me refiero en
este caso no solo a las mujeres, aunque sí era nuevo el número creciente de
mujeres que se matriculaban en todas las Facultades. El camino nos lo abrieron
aquellas mujeres de la generación inmediatamente anterior, y entre ellas las
escritoras Martín Gaite, Carmen Laforet, etc., que empezaron a escribir y publicar
en los años 50.
El clima social había cambiado y también la marca de la guerra, que habían
sufrido nuestras familias, pero no ya nosotras directamente. Sería esta la misma
generación que intervendría activamente en las luchas universitarias de los
sesenta y en los grandes cambios de costumbres e ideas que se produjeron
entonces. Hablo de Madrid, pues yo nací en Madrid, pero no solo en Madrid, sino
que el fenómeno se dio con más o menos fuerza en todas las universidades.
Coincidió con esa etapa de luchas políticas y con la lucha por la liberación de la
mujer, las manifestaciones a favor del divorcio, del aborto, etc. Muchas de
aquellas mujeres ocupan hoy puestos en la política, y en distintos ámbitos de la
vida social y cultural. Fueron, fuimos, mujeres procedentes del ámbito
universitario que participarían después en las luchas sociales y en sus respectivos

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campos profesionales. Pero antes sobre todo, en la época universitaria, en las
protestas que de algún modo hicieron tambalearse al régimen. Y lo más
importante es que participábamos activamente hombres y mujeres en los actos
públicos y en la clandestinidad. La idea de la igualdad era allí dónde se mamó y
creció, o más bien se desarrolló con toda naturalidad. Juntos tomábamos las
decisiones, juntos discutíamos de los más diversos temas durante horas y horas,
juntos estudiábamos y combatíamos.
Yo entré en la universidad en el año 1961, y en tercero —se estudiaban dos
años comunes— elegí matricularme en Lenguas Clásicas, porque me encantaban
el griego y el latín. Pero antes de comenzar el curso me pasé a la especialidad de
Historia, que incluía entonces Geografía e Historia del Arte. Fue en esa época, por
el año 1962, cuando yo y otros seis o siete más del grupo de amigos entramos
en el Partido Comunista (PC), y empezamos a leer textos de sociología, historia,
marxismo, etc. Y cuando me iba a matricular en la especialidad pensé que la
historia me serviría más para entender las cosas. Nunca me he arrepentido,
porque había muy buenos profesores, a pesar de que no dejábamos de hacerles
“juicios críticos” por aquello de la rebelión, que entonces comenzaba a crecer en
las aulas. Era una especialidad bastante completa, que me hizo estudiar y leer
muchísimo sobre los más diversos temas: historia medieval, moderna,
contemporánea, antropología, numismática, arqueología, historia de la religiones,
historia del arte… Me sirvió para adquirir una visión muy global, me dio una
perspectiva del mundo más amplia y una buena base para todo lo demás: la
filosofía, la sociología… En general tuve buenos profesores. Entre ellos a Montero
Díaz, que nos daba Historia antigua e Historia de las religiones, una asignatura
que debía incluirse en todas las escuelas. Era estupendo. Nos enseñaba a
investigar, a hacer fichas de cada lectura, pasaba de los egipcios o los etruscos a
unas clases espléndidas sobre Hegel e incluso sobre Marx. Nos enseñó a hacer
resúmenes, a crear un completo archivo de fichas bibliográficas eso que hoy se
hace tan deprisa a base de Internet. Y sobre todo nos hizo leer muchísimo. Me
gusta citarle, porque, aunque fue uno de los profesores que se unió a aquella
famosa manifestación, reprimida por la policía y por la que Tierno y García Calvo
fueron expulsados de la universidad y él mismo sufrió las consecuencias, poca
gente le recuerda. Había sido, cuando era joven, de las JONS, y eso en aquella
época de tantos dogmatismos parece que no se le podía perdonar.
Fue una época intensa, dónde todo servía, los libros, los amigos, los
camaradas, la lucha universitaria cada vez más fuerte y más masiva, las clases,
las largas charlas y discusiones sobre los más diversos temas políticos, sociales o
incluso económicos, en el bar o en las casas, las muchas horas de estudio en la
biblioteca del Ateneo. Una época estimulante y nada sombría como quieren
contarnos muchas veces. Había un riesgo, evidentemente, podían detenernos y

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perseguirnos, y lo corríamos desde luego, pero éramos muy jóvenes y
entusiastas, aunque bastante ingenuos. No pensábamos, como ahora, en salidas
profesionales o en tener un futuro con éxito económico, sino solo en la “bonita”
idea de cambiar el mundo. Por otra parte, tengo que decir, que mientras estuve
en el PC —me salí en el 68, después del Mayo francés y de la frustrada y
dolorosa represión de la “primavera de Praga”— nunca me encontré
minusvalorada por ser mujer, ni noté que entonces hubiese machismo entre mis
compañeros. Luego, después de la transición y la entrada masiva en los partidos
legales de mucha gente, supe de otros muchos casos, de compañeras o
militantes que afirmaban que sí lo había. Puede ser. Pero no entonces en la
universidad. Yo en todo momento me sentí tratada por mis compañeros como
una igual. Llegué a ser secretaria del partido en la universidad, que era un cargo
que coordinaba todas las células de las distintas facultades y nunca me sentí
discriminada, sino todo lo contrario, ni por mis camaradas, ni por los enlaces con
la dirección del PC. Conviene recordarlo. La única decepción —que revelaba
tratos diferentes según el medio— fue que nunca nos dejaban conectar
directamente con el mundo obrero, supongo que porque en el fondo nos
consideraban pequeños burgueses capaces en cualquier momento de dar el
cambio, y traicionar a la clase obrera. Y, sobre todo, porque nosotros en el fondo
éramos “hijos de papá” y no corríamos el serio peligro que corrían ellos, si eran
detenidos.
Y me parece importante señalar también que en aquella época yo estaba
acostumbrada a estar rodeada en muchos casos de mis colegas varones, y a
discutir con ellos de la revolución social, de los temas candentes de la época: la
guerra del Vietnam, las injusticias, etc., y no solo de cuestiones femeninas, de la
problemática de la mujer. Como estaba diciendo en el 68, después de todas las
crisis y escisiones sucesivas dentro del partido, dejé pues la política activa. Ya se
habían separado los llamados pro-chinos, los claudinistas, (es decir los
partidarios de Claudín y Semprún, entre los cuales tenía muchas amigas y
amigos), y yo había seguido siendo carrillista, pero llegó el problema de Praga, y
mayo 68, y como ya estaba muy cansada de ver cada vez más actitudes
dogmáticas en la dirección, abandoné el partido. Fue algo así como dejar una
religión. Cuesta y tienes que empezar de nuevo, analizando muchas cosas. Fue
entonces, cuando decidí comenzar a escribir. Volví a aquello que deseaba cuando
ingresé en la Facultad: hacerme escritora y reflexionar a través de la escritura. Así
que una vez terminada la Facultad, en el 68, me puse a intentar escribir, contar lo
que luego sería la primera novela.
Comencé a trabajar más bien tarde, pues cuando tuve a mi hijo todavía no
había terminado Historia, y hacía traducciones en casa, un trabajo sin jefes ni
compañeros. Creo recordar que fue en el año 1969 cuando tuve el que se puede

146
considerar mi primer trabajo: empecé a trabajar en la Editorial Santillana.
Felicidad Orquín dirigía una colección de libros de texto infantiles. Éramos un
equipo de unas seis personas, además de Felicidad que era una magnífica
editora, que amaba los libros y la literatura. Formábamos un buen equipo, y de
nuevo no sentí ningún tipo de discriminación durante los nueve meses que
estuve allí. Nos pusimos a hacer una enciclopedia infantil que trataba de los
temas más diversos. Fue una experiencia que me vino muy bien para mi trabajo
posterior, cuando me dediqué a la literatura, pues abarcaba todo tipo de temas
desde los cosmonautas a las ballenas, e incluía pequeños relatos infantiles sobre
los piratas, o sobre los viajes al espacio. Fue una muy buena práctica. Y fue
también allí dónde comencé a escribir esa primera novela que nunca llegó a
publicarse por problemas de censura. Desde entonces nunca he dejado de
escribir.
En 1973 me separé de mi marido, y fue por esa misma época cuando entré a
dar clases de Historia en la UNED, en el curso de acceso para los mayores de 25
años. En la UNED me hice amiga de un grupo de sociólogos, entre los que
estaba, la que fue y es una de mis mejores amigas —aunque el tiempo y la
compleja vida de cada una haga que apenas nos veamos en los últimos años—,
Natalia Rodríguez Salmones. Con ella y con otras mujeres formamos un grupo de
discusión y apoyo, porque empezaron a crearse en distintos ámbitos grupos de
mujeres, que discutían de sus propios problemas. Fue de estos grupos donde
después, enseguida, surgirían los primeros grupos feministas. Y así descubrí, tuve
conciencia por primera vez de que las mujeres vivíamos situaciones y problemas
parecidos, y empecé a respetar a las mujeres y sentir que teníamos mucho en
común y que la liberación de la sociedad nunca se daría del todo mientras las
mujeres siguieran estando minusvaloradas y discriminadas, o explotadas y
despreciadas. Casi todas procedíamos de la universidad. Unas venían de
Económicas, otras de Políticas, otras de Filosofía, como yo, y otras de Derecho o
de Farmacia. Y empezamos a discutir cuestiones que luego, o desde entonces, se
ha planteado el feminismo: problemas de pareja, de relaciones, de sexualidad, de
los hijos, del trabajo…
Y poco después de entrar en la UNED me ofrecieron dar clases de sociología
en la Facultad de Ciencias de la Información, en el Departamento de Teoría de la
Comunicación. Estuve dos o tres años, y surgió la idea de hacer una colección de
manuales para el uso de los alumnos y cada uno de los profesores participamos
en uno. A mí me tocó elaborar uno sobre teoría de la comunicación, con un
colega apellidado del Rio, y para ello elegí a los situacionistas y a la Escuela de
Frankfurt. Pero, con la puesta en marcha de la ley de incompatibilidades, tuve
que elegir, y dejé primero la UNED, y más tarde la Facultad de Ciencias de la
Información, y pasé a integrarme, en 1976, en la Escuela Superior de Arte

147
Dramático (RESAD) para dar la asignatura de Teoría e historia del Arte. Allí hice la
oposición y allí he permanecido dando clases hasta mi jubilación.
En el año 1976 se publicó mi novela: Luz de la memoria. Siempre he
compaginado el trabajo con la escritura o las colaboraciones en distintos
periódicos. Ahora muchos escritores viven solo de la escritura o lo intentan. Pero
creo que el haber tenido que compaginar la enseñanza con la escritura ha sido
una buena cosa. Siempre he dicho que la escritura, sobre todo la de ficción o el
ensayo, era el terreno de mi libertad. Y el periodismo una escuela que te enseña
la inmediatez, la contención, y la obligación de cumplir en una determinada
fecha. El periodismo te impone tiempos y reglas: tantos espacios para la
columna, etc. Pero la novela o el ensayo es el ámbito que te permite decidir todo
y no verte obligada a cumplir ni con imposiciones de editoriales, ni de agentes o
necesidades pecuniarias. Ahora creo que la cosa ha cambiado. Pero como yo
vivía de la enseñanza o de mis colaboraciones periodísticas nunca tuve que
someterme, por ejemplo, a la premura de acabar una novela o rebajar la calidad
por la prisa. Ahora tanto los agentes como las mismas editoriales presionan al
escritor y eso tal vez sea bueno, porque impiden la desidia o a veces el miedo al
papel en blanco. Pero creo que la libertad de la que he gozado hasta ahora en el
terreno literario ha sido muy positiva.
En el ámbito periodístico tuve también una experiencia. Estuve en el consejo
editorial de Diario 16 durante los últimos años de su publicación. Nos reuníamos
los lunes, y excepto una chica que era del periódico y tomaba notas, yo era la
única mujer. Y a veces, cuando estábamos discutiendo de qué temas
fundamentales íbamos a tratar durante la semana, cuáles iban a ser los
editoriales, etc., me ponía a pensar si aquellos colegas se preocuparían de si en
casa tenían algo para comer, o quién atendería a sus hijos, o si había que
comprar papel higiénico. Y, es que a nosotras las mujeres esas cuestiones no se
nos olvidan nunca, las urgencias de la vida cotidiana siempre están presentes.
Por muy serios que sean los temas que tratemos y por mucho que nuestras
opiniones sean tan meditadas y lúcidas como las suyas.
La Escuela Superior de Arte Dramático ha sido para mí un espacio maravilloso
de trabajo y de aprendizaje. Nunca sentí ningún tipo de competitividad
relacionada con el hecho de ser mujer. Hay y había siempre en la escuela
magníficas profesoras en las más diversas disciplinas, respetadas o discutidas por
su trabajo, como podían serlo los profesores varones. Creo que en el mundo de
las artes escénicas, concretamente en el teatro, esa discriminación —que existió
antaño sobre todo en las tareas no actorales, como en la producción, los oficios
técnicos, la escenografía o la dirección— ha ido poco a poco disminuyendo y casi
desapareciendo en los últimos años. Pero en la escena hombres y mujeres tienen
la misma importancia. Y la buena actriz es respetada, como lo son sus

148
compañeros. Se da una convivencia cotidiana entre los dos sexos y una
camaradería que rompe todas las barreras, también las de la edad, porque reúne
en un espectáculo a los más jóvenes con los más maduros. El mundo del teatro,
y creo que cada vez más el de cualquier actividad artística, es bastante
igualitario; lo que se valora es si eres bueno o malo en lo que haces. Todo ello
en España a partir sobre todo de muy avanzada la segunda mitad del siglo XX.
Por otra parte también conviene señalar que viví, vivimos, intensamente los
años de la transición. Hubo muchas manifestaciones por el voto femenino, a
favor del aborto, etc., a las que ya asistí como una persona más, porque había
quedado un poco quemada de los partidos políticos y de las muchas reuniones e
inútiles discusiones. Participaba en distintas actividades si me invitaban, pero no
como militante. De hecho los grandes cambios de ese momento no se dieron en
la transición, sino que se iniciaron antes, en los años 60, como en gran parte del
mundo occidental, tanto en las universidades, como enseguida en la vida
cotidiana. Leíamos, discutíamos, íbamos al cine. Nos preocupaban los temas de
la igualdad, la sexualidad, las relaciones entre hombres y mujeres y los temas de
la explotación de un ser humano por otro, fuera este hombre o mujer. Bueno,
quizá lo primero que leí sobre el tema de la mujer nada más llegar a la facultad
fue El segundo sexo de Simone de Beauvoir, pues un amigo que estudiaba
Sociología, que todavía se cursaba en San Bernardo, me llevó a una conferencia
que daba Garagorri, y al salir me recomendó el libro de Beauvoir. A mí me ayudó
mucho aquella lectura, pues después de lo que había vivido en mi familia, había
decidido no volver a repetir lo que le había pasado a mi madre. Luego he sabido
por propia experiencia que las cosas no son tan fáciles. Pero entonces solo podía
ver que, cuando mis padres se separaron, mi madre debido a prejuicios sociales
y religiosos nunca fue capaz de rehacer su vida sentimental y sexual, como
debería haber hecho. Era una mujer magnífica, y nunca nos puso trabas. Así que
el libro de Simone de Beauvoir me abrió muchos caminos, y pasaba a ser como
una confirmación de las cosas que ya pensaba o intuía.
Bueno, los libros y las novelas que leíamos, el cine que veíamos —casi todo
americano— me llevaron enseguida a pensar que las mujeres teníamos que ser
libres, autónomas, y participar activamente junto a los hombres en la vida social.
Luego, cuando algunos intentamos aplicar todo aquello en la práctica nos dimos
cuenta, o me di cuenta, de que nunca la teoría es capaz de explicar toda la
riqueza de lo individual, todos los matices de lo personal, toda la complejidad de
los fantasmas, las obsesiones, emociones, y motivaciones racionales o no, que
nos mueven, y que los dogmas rígidos para explicar el comportamiento humano,
o debería decir de cada individuo concreto, deben excluirse. Yo admiraba aquello
de: los amores, los contingentes y necesarios. Pero, si eso lo aplicas en la
práctica puedes hacer sufrir al otro, y ninguna teoría te libra de la complejidad de

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la existencia. Los manuales son siempre muy limitados, si se siguen al pie de la
letra. Y aquello de La función del orgasmo de Wilhem Reich fue, creo, una
especie de obsesión de época que sirvió para romper muchas parejas. Pero
también abrió los ojos a muchas mujeres que apenas podían o sabían gozar de
su sexualidad. Creo, fíjate, que fuimos la única generación de mujeres que
vivimos —en algunos medios desde luego— la sexualidad sin problemas ni
complejos; vivimos la sexualidad como algo limpio y hermoso. Y sin miedos.
Hacia los sesenta se generaliza la píldora y el cuerpo se convierte en algo libre,
poderoso, capaz de gozar y de dar placer. Si digo que fuimos la única generación
que pudo gozar sin miedos del cuerpo y del goce es porque en los años 80
surgió el fantasma del SIDA y de nuevo retornaron los terrores, la desconfianza
hacia el otro. Esos 20 años son quizá los únicos en toda la historia en los que sin
plagas, ni temores físicos o religiosos, se pudo hacer el amor. Y por eso fue una
etapa gozosa, tanto para los hombres como para las mujeres. En determinados
medios, claro está, sin terrores ni castigos religiosos, sin sensación de culpa o
pecado, y sin miedo a las plagas. Creíamos, por ejemplo, algo tan tonto, como
que en el momento en que la sexualidad fuera algo libre y hermoso, disfrutado
sin trabas por todo el mundo, desaparecería la prostitución. Éramos,
seguramente, tanto en política como en la vida de pareja, ingenuos, y estábamos
deseosos de probarlo todo. Y ya ves cómo están ahora las cosas.
Cuando nos reuníamos aquel grupo de amigas hablábamos de la sexualidad
sin entrar en detalles íntimos —como hacen esos nefastos programas llenos de
morbo de la televisión—, e intercambiábamos reflexiones, coincidencias de
estados de ánimo, situaciones vividas, carencias o disfrutes en nuestras
relaciones. Y yo empecé a comprender que las mujeres teníamos problemas
comunes y diferentes de los de los hombres. Fue una época importante para
todas nosotras. Éramos mujeres magníficamente preparadas en todos los
campos, desde la medicina a la abogacía. Había juezas, abogadas que luchaban
desde su actividad profesional para que se cambiase la injusta situación jurídica
de las mujeres. Desde la medicina, el derecho, la política, etc., se luchó
activamente antes y en la transición para que disminuyesen las desigualdades de
género. Creo que su triunfo, es decir el triunfo en la lucha por la igualdad entre
hombres y mujeres en nuestra sociedad ha sido uno de los pocos logros del
período democrático, que será difícil destruir, como se están, en cambio,
destruyendo otras conquistas y derechos sociales que afectan a toda la
población. De hecho, cuando entramos en la Comunidad Europea, en 1985,
invitaron a las mujeres que habían destacado en la transición en algún campo, a
algunas de mi generación y a otras más jóvenes, para ir a celebrar esa entrada, y
cada grupo era recibido en tres ciudades europeas. A mi grupo le tocó ir a Roma,
Dublín, y luego al final a Bruselas donde coincidíamos todas. En la selección que

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hicieron había científicas, médicas, escritoras, juezas, biólogas…
En 1989 volví a la política activa, después de la huelga general que se le hizo a
González en 1988, y de todo aquel feo y desdichado asunto de los GAL. Pensé
entonces que ya estaba bien de mantenerme en una torre de marfil. Así que volví
a integrarme en Izquierda Unida como independiente. Pero solo estuve allí lo que
dura un parto: nueve meses. En la primera reunión a la que asistí, y en la que se
iba a debatir la intervención en el debate sobre el estado de la nación, pasó algo
que me parece significativo —porque tiene que ver con el tema que estamos
tratando— y que me inquietó. Entonces dirigía la coalición Julio Anguita, y
todavía estaba Gerardo Iglesias, y yo había pasado a formar parte directamente
de la Presidencia Colegiada de IU. Cuando se inició el debate sobre lo que debía
presentar al día siguiente Gerardo Iglesias en el Congreso, tres compañeras
levantaron la mano y dijeron que en el escrito no aparecía el necesario
tratamiento de “compañeras/compañeros” y que había que incluirlo. Me chocó
que no se refirieran para nada a los temas importantes que había que discutir.
Pedí la palabra y dije perpleja que estaba bien introducir lo de “compañeras”,
pero que había cosas muy importantes a debatir en el orden del día. Creo que no
me entendieron. Me dí cuenta, con tristeza, que a ellas las tenían allí por eso de
las cuotas, pero que apenas participaban en la discusión política, y que en gran
parte era por su culpa. Me pareció que había entonces una fuerte distancia en el
trato dado a las mujeres respecto a mis años de militancia en el PC. Era como si
con la legalización y la burocratización se hubiera producido un retroceso. El
tema de la mujer es y era muy importante, pero es que al día siguiente se iba a
hablar del estado de la nación, un tema fundamental y que nos concernía a
todos, hombres y mujeres. Veo ahora que hay muchas mujeres magníficas en
puestos de responsabilidad, y me alegro, pero aquella situación no la olvido y me
hizo meditar. Hay que luchar por la igualdad entre hombres y mujeres, pero no
se puede olvidar al resto de la población.
Quizás sea conveniente referirse a las relaciones personales, a las relaciones de
pareja, pues también en ellas a veces se dan fuertes desequilibrios entre mujeres
y varones. Cuando éramos jóvenes pensábamos que nuestras relaciones debían
de ser abiertas, que teníamos que huir de las dependencias fuertes, no solo de
las económicas, sino también de las sentimentales. Pero, cuando uno se enamora
no ve muchas cosas. En las relaciones de pareja si intentas mantener una
posición igualitaria en parte la logras. Pero nunca del todo, porque todos somos
distintos, por carácter, por educación, y no sé si también por constitución
biológica. Eso que antes era una blasfemia, si se decía, ahora parece admitirse.
La biología cuenta mucho, el ADN, las hormonas, etc. Una anécdota trivial:
cuando tuvimos el niño, entonces yo tenía 20 años, me encontré con la sorpresa
de que cuando lloraba por la noche era yo la única que lo oía. A lo mejor es que

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simplemente mi marido estaba más cansado, pero con el tiempo, y medio en
broma, llegué a pensar, al recordarlo, que tal vez hay ciertos condicionantes
biológicos constitucionales, que funcionan en el hombre y en la mujer de forma
diferente. Fue la primera constatación de que existen o pueden existir algunas
diferencias biológicas que siguen condicionando el comportamiento. Sobre todo
en el ámbito de la sexualidad.
Cuando era joven no se hablaba todavía de los genes, y yo leía a Piaget y a
otros pedagogos rusos, como un tal Smirnof, para ver qué decían de la
educación de los niños, y no hablaban para nada de diferencias de género. Pero
las hormonas y la sexualidad, la forma de manifestarla y vivirla es diferente en
hombres y mujeres, y estas diferencias están en la base de no pocos conflictos
de pareja. Por supuesto que esas diferencias también están ligadas a cambios
históricos y culturales. De hecho, tanto el siglo XX como el XXI lo están
demostrando con sus avances hacia la igualdad. Pero en nuestras sociedades
avanzadas, se pueden observar todavía actitudes en la práctica cotidiana que
ponen en evidencia esas diferencias en la sexualidad. La manifestación del deseo
masculino es más inmediata y física. Solo tienes que observar que cuando pasa
una chica “buena”, la mayoría de los hombres vuelven la cabeza para mirarla. A
nosotras, si pasa un chico “bueno” también nos gusta mirarlo, pero no tenemos
esa respuesta casi automática, que es una respuesta física. Para que haya una
atracción física fuerte tendríamos quizás que estar bailando y haber tomado
antes unas copas. La sexualidad femenina es más lenta y receptiva. Ya sabes,
todo eso de las caricias… Eso no significa que los hombres sean más infieles que
las mujeres, pues parece que estadísticamente no hay mucha diferencia, ni anula
que haya chicas hoy que se comporten sexualmente de una forma masculina y
que liguen con cualquiera y en cualquier momento. Nuestra generación ya
rompió con bastantes tabúes en ese sentido. Esas diferencias biológicas también
parecen mostrarse en relación con la violencia y la fuerza. Una vez más la
educación juega un papel, pero he observado que en algunas familias que
intentan educar a sus hijos de forma igualitaria las niñas suelen ser más
femeninas y delicadas, con otros gustos, quizás por el influjo de las amiguitas, y
los niños más brutos y agresivos. Son bastantes conocidas las estadísticas que
muestran que cuando una mujer de nuestra clase y condición, con una profesión
y autonomía económica, se separa, algo que sucede a una cierta edad con
bastante frecuencia, el marido se vuelve a casar o a tener pareja rápidamente, y
a tener hijos, algo que es mucho menos frecuente en el caso de las mujeres. A la
mayoría de los seres humanos nos gusta vivir acompañados, pero pienso que
también hay algo biológico: cuando la mujer deja de poder procrear los hombres
pueden seguir teniendo hijos con una nueva pareja más joven. Nosotras no. Y
eso es un problema biológico y de especie. Algo tiene que importar y algo tiene

152
que condicionar las conductas y los deseos. Tengo muchas amigas que se
separaron como yo hace ya varios años, vivieron otras historias más o menos
intensas y a partir de cierta edad, si no han encontrado la pareja ideal, como yo
misma, dejan de tener interés por el tema. Como dice el viejo refrán: “mejor
solas al final, que mal o regularmente acompañadas”. Los hombres no. Necesitan
la compañía de una mujer y la mayoría de ellos han vuelto a casarse, casi
siempre con mujeres a las que llevan muchos años. Algunos dos o tres veces.
Esto tiene que querer decir algo.
No podemos entrar ahora a analizar todas mis novelas y ensayos, pero en
algunas de mis novelas me he interesando por los problemas de las mujeres. Y,
sin pretender hacerlo, el más “feminista” de mis libros, aparte de Los motivos de
Circe, fue Urraca, que tuvo mucho eco, sobre todo en las universidades
americanas e incluso en Australia o Nueva Zelanda, lugares dónde el tema de la
mujer es primordial y se estudia la literatura de nuestro país en muchos centros
académicos y en las universidades. Pero también en España. De hecho Urraca es
de todas mis novelas la que ha sido más analizada y comentada y la que más
alegrías me ha dado, y más lectores ha tenido. Cuando empecé a traducir, en
aquellos primeros tiempos hice algunas traducciones, de historia, filosofía o
literatura, entre otras la de La alta y la baja Edad Media de Le Goff, una obra en
la que participaban varios autores. Pero, al ponerme a escribir Urraca tuve que
leer muchos más libros y estudios sobre la época. Cuando la terminé —es una
novela no muy larga—, dije: “Nunca más”, porque supuso un trabajo muy
costoso y largo, aunque la investigación también es apasionante. Pero volví a
caer en la tentación mucho tiempo después. Fue cuando la primera guerra de
Iraq, el cambio de siglo y la situación mundial que se creó con el “nuevo orden”.
Siempre que escribo sobre algo inmediato, algo que me afecta o me conmueve,
necesito alejarme mucho en el tiempo para contar y pensé que la época de
Nerón era también una época de cambios, de nuevas religiones, de nuevas
sectas que se introducían en el Imperio. Y entonces escribí La liberta. Y ahora he
terminado hace poco una novela sobre Alfonso X ¿Por qué de nuevo irme al
pasado? Creo que porque descubrí, leyendo una magnífica biografía, un Alfonso
X distinto al que se nos presenta habitualmente y porque me apasionó su época
y el personaje. Fueron cinco años sumergida en el siglo XIII e intentando escribir
esa novela. Me interesó la lucha despiadada por el poder, la figura del tirano, y el
tema que flotaba de la vejez, la enfermedad y la muerte, y también la añoranza.
Quizás tenga que ver mi propia edad en la elección. Y la enfermedad de muchos
de mis familiares más próximos en estos últimos años. Mi novela sobre
Velázquez en cambio no era precisamente una novela histórica, sino algo que me
debía a mí misma en el momento en que me jubilé de las clases que tanto me
habían permitido disfrutar durante años: una especie de homenaje a mis

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alumnos y mi tributo al Arte que tanto había amado en las clases y con ellos.
Estaba, como las anteriores, muy bien documentada. Pero, era más bien una
novela sobre los celos, que transcurría en nuestro tiempo. Una novela no es un
ensayo: la documentación debe estar ahí como sostén, pero apenas debe
percibirse como dato, no debe pesar. Es la perspectiva del autor sobre el
personaje y la época la que lo ilumina y le da vida. Las pasiones del hombre son
eternas, siempre iguales, apenas cambiantes. Y, cuando eliges a un personaje del
pasado, sin traicionarle, estás hablando de nosotros mismos. Cambian los
vestidos, los ambientes, los modos de comportarse, las creencias pero el dolor, la
envidia, la venganza, el amor, los celos etc., son siempre los mismos. Por eso
quizá las mejores obras de Shakespeare son las llamadas históricas. Nos hablan
de Ricardo III o del rey Lear, pero al mismo tiempo hablan de su época, de sus
obsesiones y de sus miedos y si son eternas es porque también hablan de
nosotros, de nuestro tiempo. Lo que pasa es que hay mucha confusión en eso
de la novela histórica y se meten en el saco obras muy diversas.
Volviendo a la cuestión central que nos ocupa parecía que con la lucha por la
igualdad y los éxitos conseguidos las cosas se irían arreglando poco a poco. Pero
en la historia nada puede predecirse. Hay, como estamos comprobando en todos
los campos, saltos hacia delante y hacia atrás. Y algunos muy violentos. Parece
mentira como ha proliferado el machismo descarado, el maltrato, etc., en los
últimos años. Es espantoso. En vez de mejorar en ese aspecto parece que vamos
retrocediendo. Por eso hay que estar muy alerta, porque las sociedades son
cambiantes y los prejuicios, los modos de vida distintos provocan cambios
inesperados que pueden ser muy, muy negativos.
La vida personal, los amores y los cambios influyen lo mismo o más que las
teorías y los conocimientos. En los años sesenta, con el movimiento feminista y
mayo del 68, cambiaron las costumbres, los modos de ver y de actuar. Luego
esos cambios en España con la transición se materializaron en nuevas leyes, y ha
sido mucho lo conseguido en el terreno de la igualdad. Pero las cosas no son tan
sencillas, y en muchos aspectos ha habido retrocesos. Desde luego ha habido
libertad sexual, extendida a todas las capas sociales; el divorcio ha permitido
liberarse a muchas mujeres, y también a los hombres del vínculo obligado, y
muchas veces ya no querido, para toda la vida. La legalización del aborto ha
vivido diferentes vicisitudes, pero libró con su aplicación a muchas mujeres de la
condena al aborto clandestino con todos sus peligros, y ahora de nuevo se
quiere recortar o anular parte de lo que la ley permitía. Otro signo de involución
es la ideología neoliberal conservadora que quiere meter de nuevo a las chicas en
casa, aprovechando la crisis económica, como pasó al final de la Segunda Guerra
Mundial en Norteamérica, cuando los hombres regresaron de la guerra y
escaseaba el trabajo para todos. Siempre surgen a tiempo ideologías que

154
consciente o inconscientemente generan esos retrocesos. La globalización ha
modificado todos los esquemas. Guerras que no cesan, resurgimiento de grupos
peligrosos en la Europa occidental, hay que repensarlo todo de nuevo. Antes,
sobre todo, nuestro país estaba casi aislado, desde la Guerra Civil. Luego nos
pusimos o se pusieron muy ufanos con la entrada en Europa y los rápidos
cambios. Ahora sabemos que somos solo una pequeña parte de un mundo cada
vez más complejo y móvil, sin mucha experiencia y con pocos medios.
Los cambios de mentalidad o de costumbre no son siempre tan rápidos, por
muy acelerado que se de el proceso de cambio. Me parece que sí ha calado en
muchas mujeres la idea de la autonomía conseguida a través del trabajo, y la de
la igualdad, pero todavía se perpetúan en la educación de los hijos modelos
tradicionales. Y la educación es sin duda importante para cambiar las cosas. Con
la crisis económica la familia se convierte de nuevo en un sostén para los hijos,
que ya en los últimos años prolongaban demasiado su estancia en la casa de los
padres y las mujeres vuelven a ser las cuidadoras de enfermos, una costumbre
muy arraigada en este país, que nunca había desaparecido del todo. Todo se va
transformando y los avances se recortan también. Es fácil influir en la cabeza de
las gentes, que no tienen demasiado tiempo para reflexionar. Cuando hay pocas
salidas, la gente sin esperanza vuelve, por ejemplo, a refugiarse en la religión y
en los estereotipos más tradicionales que le dan seguridad. Los de toda la vida,
en los que fueron educados sus padres o sus abuelos. Pero la crisis no solo
afecta a las mujeres, que son la parte débil, sino también a los ancianos que
empiezan a ser considerados una carga para la sociedad. Como si no hubieran
estado trabajando toda su vida, algunos en este país desde los 12 y 13 años y
sigan ahora con sus pequeñas pensiones recogiendo y ayudando a las hijas o
hijos que se quedan sin trabajo o cuidando a los nietos, cuando ellas si tienen la
suerte de trabajar. Es una vergüenza, un gran retroceso, una gran injusticia que
se está cometiendo y que los gobiernos parecen fomentar echándoles la culpa a
los recortes que se hacen en todos los ámbitos. Por eso no hay que dormirse,
porque el proceso de regresión de los valores de igualdad social y de genero se
están produciendo muy deprisa y en toda la Europa, que había estado a la
cabeza de dichas conquistas o logros. Basta recordar las manifestaciones que
han tenido lugar en Francia contra la legalización del matrimonio homosexual, un
país que se considera laico. La minoría homosexual vuelve a ser perseguida en
muchos lugares y en otros nunca ha dejado de serlo. El panorama que se
presenta es confuso. Es cierto que una parte de los jóvenes se están movilizando
para cambiar las cosas. Es una satisfacción ver que están volviendo a la política
en el sentido noble del término, y que están siendo apoyados por una parte de la
gente de nuestra generación. En ese sentido se pueden producir cambios
interesantes en el futuro.

155
Al final sabes que hay pocas cosas importantes, y que si miras mucho hacia
fuera puedes perderte lo que verdaderamente cuenta: los afectos, la familia, los
hijos, los amigos y sobre todo el no abandonar nunca esa mirada abierta sobre
las cosas y los seres humanos. Cuando una ha vivido ya muchos años y sufrido
muchos cambios tanto en lo personal como en lo social, se da cuenta de la
cantidad de tiempo que perdemos a veces en proyectos absurdos y en
discusiones inútiles. Hay que seguir luchando y pensando, pero el tiempo nos
demuestra que todo es frágil y cada vez más cambiante, y es bueno saber
valorar la cantidad de veces que te has equivocado haciendo pronósticos o
apostando por causas que luego resultaron un desastre o fueron simplemente
fallidas. Pero no hay que cejar. Podría decirte que con el tiempo —y no me
refiero ahora a las relaciones amorosas que ya no tengo, ni busco— apenas
soporto la imposición o el dogmatismo, a esas personas que todavía quieren
darte lecciones. Sean hombres o mujeres. Lo único que me va quedando es la
pregunta y la duda. No me arrepiento de nada de lo vivido, porque sería absurdo
arrepentirse de lo que creías o pensabas en otros momentos de tu vida, si
actuabas entonces con convicción y creyendo de buena fe que era lo que debías
hacer. Pero las cosas te van enseñando. Se trata de tener abiertos los ojos, como
decía Marguerite Yourcenar, y de seguir amando, supongo, la vida y el bien.
Bienestar y justicia para todos. Un hermoso lema, aunque parezca a veces
imposible alcanzarlo. Y, si tienes fuerzas y ganas, seguir luchando para
conseguirlo, porque aunque de nuevo sea utopía, la utopía puede ser un motor
de cambio, un motor que, como ya hemos visto, puede llevar también a terribles
horrores. No se me ocurre mucho más. Actuar por lo que crees, sabiendo que
puedes de nuevo meter la pata y equivocarte. Y defender aquellas pocas cosas
que te parecen grandes conquistas, que nunca hay que perder. El respeto al otro,
a su dignidad y a su libertad. Poco más. Y de nuevo te digo, ya sean mujeres u
hombres. Porque hay muchas sociedades y muchos hombres que todavía viven
en condiciones terribles: el hambre, la pobreza, el analfabetismo, la falta de agua.
Carecen de lo más elemental para mantenerse como seres humanos sobre la
tierra. Me pongo “solemne” o simplemente panfletaria, pero es que es así como
lo creo. Y es eso lo que me conmueve cada día: el que las sociedades parecen no
avanzar al unísono por la vía que nos parece la correcta. Seguimos aplicando
esquemas nuestros a sociedades muy diferentes con un cierto paternalismo post-
colonialista. Por mucho que progresen las nuevas tecnologías. Son ellas
precisamente las que con su desigual desarrollo favorecen en muchos casos
nuevos tipos de discriminación y explotación: los que las controlan y los que no
tienen acceso. Como siempre. Somos, seguimos siendo, capaces de lo peor y
también de lo mejor. Yo apuesto por lo segundo, aunque vuelva a pecar de
ingenuidad.

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9. Rosa PEREDA DE CASTRO. Nuevo periodismo y
cambio social en la transición democrática

Nací en Santander. Mi padre hizo Derecho, la carrera la hizo ya de mayor, pues


la guerra había cortado sus estudios cuando estaba en el bachiller. Así que
empezó a trabajar de jovencito con su padre, con mi abuelo, que era ingeniero
civil e hizo muchas obras, entre ellas la estación de Santander, y pabellones del
hospital de Valdecilla. Mi padre trabajó con él y con sus hermanos en la empresa
familiar. Mi padre conoció a mi madre de muy jovencita, a los 16 años, y cuando
se casó tenía 20. Mi padre era siete u ocho años mayor. Mi madre hizo
Magisterio, e iba a estudiar Medicina, pero como se echó novio y se casó pronto
no ejerció nunca. Y cuando se fue haciendo mayor a veces se arrepentía. Aunque
siempre trabajó, y mucho. Puso un pequeño hotel en Santander, así que ha
trabajado duro toda la vida. Somos 4 hermanos, una que nació cuando ya no se
la esperaba, así que es como la alegría de la huerta, pero también como agua
para chocolate porque es la que se ocupa de mi madre, y de una de mis
hermanas que está enferma. María José, esta hermana más pequeña, es la más
cosmopolita de todas: estudió Moda, Diseño e Ingeniería textil en Madrid,
Tarrasa y Nueva York, ha dirigido una escuela de diseño en Santander, y ha
diseñado varias colecciones. Además es artista plástica —expone con BAT, en
Madrid—, gestora cultural, y escribe con gracia. El otro hermano es escultor, y
muy bueno, y otra hermana es enfermera, y trabajó en Valdecilla.
Mi padre era un personaje de la cultura de Santander, era escritor, era escultor,
por ahí tengo algunas esculturas pequeñas suyas que me acompañan desde hace
muchos años. Tenían una tertulia en La Austriaca, un café que había en Puerto
Chico, y que ha desaparecido hace poco. Allí se reunían todos los días los que
querían, después de comer. Había médicos, escritores y otros artistas. Fue
durante sus últimos 11 años Presidente del Ateneo de Santander, un momento
de esplendor del Ateneo.
Yo estudié el bachillerato en las teresianas de Poveda, y Letras en la
Universidad de Deusto. Del colegio no guardo un gran recuerdo, porque era una
muchacha muy introvertida y muy torpe jugando. Entonces lo que me gustaba
era leer. Era buena estudiante, pero no era una empollona, y a veces me bajaban
las notas porque decían que podía rendir más. Lo de la excelencia no fue lo mío,

158
aunque me gustaban el Latín y las Matemáticas. De hecho, hice las Matemáticas
junto al bachiller de Letras, con un profesor particular… Las clases del colegio las
daban las teresianas porque eran licenciadas. Tuve algunas maestras buenas, por
ejemplo, María Rosa Colomés, de Latín, que hace poco seguía viva en una
residencia de mayores de las propias teresianas, y luego otra que se salió y casó,
Pilar Frutos, que era magnífica, y daba Literatura. Un grupo del cole nos
reunimos todavía en Santander en el verano, por lo menos una noche, para
cenar juntas. Pero yo no era mucho de amigas, por lo menos hasta 5º curso,
porque era muy niña. Desarrollé a los 15 años, así que antes era muy cría. En
esa época me sentía muy marginada. Pero al mismo tiempo en casa me sentía
muy apoyada, tenía libros, y tuve cuenta en librería muy pronto. Estaba muy
estimulada tanto por parte de mi padre como de mi madre, que nos apoyaron
mucho a todos.
Yo tenía plaza en un colegio mayor de Madrid para hacer Económicas, pero
suspendí por primera vez en mi vida el específico de letras del preuniversitario —
el común lo aprobé y además con nota—, pese a que en Latín era muy buena,
aunque en Griego no tanto. Así que me quedé con el grupo de Latín y Griego un
curso entero. Fue el año que nació mi hermana María José en noviembre. Yo
tenía 17 años. Ese año me quedé en Santander y empecé a ir a una academia a
estudiar Económicas, y vi que no me iban. Además mi padre, como él era escritor
e investigador, quería que hiciera letras. Mi padre tiene muchos libros publicados.
Y además como era el año 1967 y empezaban los líos, decidió que fuera a
Bilbao. En ese momento era director general de una empresa de relaciones
publicas y ediciones, entonces empezaba a inventarse lo de las relaciones
públicas, que pertenecía a Luis Beraza, que era carlista, como mi padre. Como
estaba de lunes a jueves en Bilbao, pensó que estaría bien que yo fuese a
Deusto. Pero justo cuando empecé la universidad dejó la empresa porque le
resultaba muy duro estar separado de mi madre y de la pequeñita. Cuando
llegué a Deusto hacía 5 o 6 años que los jesuitas ya habían empezado a admitir
chicas en la universidad. Nos daban clase además de jesuitas algunos profesores
y algunas profesoras tanto en comunes como en la especialidad. Yo tenía
muchas ganas de llegar a la universidad, así que desde 3º de bachillerato pasé
tachando los años que me quedaban para ir. En el colegio me aburría
profundamente, aunque eso cambió un poco al final, pero las teresianas no
daban mucho juego. Yo pensaba que la universidad era el sitio del conocimiento
y donde daba igual que la gente midiera metro y medio —yo soy bajita—, pero
estaba equivocada.
En Deusto tuve algunos profesores excepcionales y otros horrorosos. Pero lo
interesante eran la cafetería y los pasillos, porque era donde de verdad se
aprendía. Esos fueron años de muchos cambios, hubo muchas huelgas, y en el

159
69 fue el estado de excepción. El bullir de los estudiantes era muy intenso.
Algunos empezamos a interesarnos por la política, y a leer libros como
Materialismo y empiriocriticismo, por mencionar un tocho difícil e infumable….
Entonces te pasaban libros, novelas, la literatura suramericana que no se
encontraban en las librerías, así que comenzamos un aprendizaje que no estaba
en el currículo. Se fueron abriendo nuevos mundos. Además tenía un grupo de
amigos muy graciosos. Nos reuníamos en la Galería Grises de José Luis Merino, y
vimos exposiciones como la de Vasarely o La soledad interrumpida de Luis de
Pablo y José Luis Alexanco. Por la galería pasaban desde Juan Benet a Gloria
Fuertes. Merino era un personaje muy activo, y publicaba unos cuadernitos como
catálogos sobre las expos, algunos de cuyos ejemplares todavía conservo. En mi
grupo estaba gente como Iñaki Uriarte o Santos Zunzunegui, Peru Egurbide o
Javi Estrella…Entonces todos éramos muy jóvenes….
En esos años me movía en distintos grupos, por una parte estaban los amigos
de la política, en la que nunca me impliqué demasiado, que era compatible con
otros intereses, y además no quería escalar en el aparato del partido. Mi libro La
sombra del gudari narra un poco el ambiente de los últimos sesenta y
primerísimos setenta. Es la historia de unas chicas comprometidas políticamente
en un grupín de extrema izquierda cuando hay un atentado de ETA. No es literal,
pero es uno de los mundos que vivíamos, pues había otras chicas como yo en
grupos radicales. Pero además escuchábamos jazz, íbamos al cineclub, y
hacíamos muchas otras actividades. Fue un momento muy interesante para mí.
El cambio para nosotras llegó el día en el que nos compramos el primer bikini.
Los cambios sociales de esos años estaban preparando la transición.
Cuando estaba en Deusto me expedientaron los jesuitas, y tuve que recuperar
ese curso mientras hacía el siguiente. Me expedientaron por razones políticas, por
estar donde no debía, porque tampoco era cabecilla de nada. Expedientaron
también a más gente. Los estudiantes tomamos la Universidad de Deusto, no
solos, sino con gente de otras Facultades, como la Escuela de Ingenieros, o
Sarriko, la Facultad de económicas. Ocupamos el paraninfo y hubo un día de
asamblea continuada, y el decano, que era Carmelo Sáenz de Santamaría, un
filósofo muy inteligente, me pilló subiendo las escaleras y posiblemente gritando
algo. Así que me dijo: “señorita Pereda vaya a mi despacho”. Y me
expedientaron. También expedientaron a otros, como a Antonio Massip, que era
encantador y que más tarde sería alcalde de Oviedo. Luego me volvieron a
admitir porque había un profesor estupendo de lingüística, Carlos González, muy
amigo de mi padre, que luego fue director de la Hemeroteca Nacional, al que
años más tarde le mataron dos hijas médicas que estaban de cooperantes en el
Salvador. A mí cuando me expedientaron me dio pánico y no dije nada en casa.
Me quedé en Bilbao y me metí a hacer teatro en la compañía de Luis Mari Iturri,

160
que luego fue un gran profesional y murió muy joven…Pero González Echegaray
llamó a mi padre para decirle que tenían que arreglar mi expulsión. Mi padre en
cuanto se enteró vino a buscarme a Bilbao. Llegó al piso, me dijo que hiciese la
maleta, y me llevó a casa. Y estuve en Santander hasta el final de curso ¡Estuve
varios días sin hablarle! Luego volví a Deusto, me examiné, y salvo Carlos
Echegaray y Luisa López Grigera, que era una profesora de Historia de la lengua,
una argentina discípula de Blecua el viejo, muy buena profesora —fue la primera
que nos hizo leer a Borges—, los otros me suspendieron. Formaba parte del
castigo.
Cuando terminé la carrera pedí una plaza de PNN en un instituto. Entonces
había que pedirla al Ministerio de Educación. Y dio la casualidad que Araceli
Pereda estaba en Educación. No nos conocíamos de nada, no somos parientes,
pero mi expediente le hizo gracia, y me llamó. Primero me dijo que iba a ir a un
instituto de Madrid que estaba en la calle del Pez, y luego fui un año al instituto
de San Isidro. Era el curso 1972-73, creo, que fue el curso de la gran movida, el
de la huelga de profesores y del Colegio de licenciados. Yo acababa de romper
con la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), pues por esas fechas hubo la
escisión y yo estaba entre la minoría. Visto desde ahora éramos cuatro gatos,
pero entonces ellos se debían creer que eran el buró político del PCUS de la
URSS, y que éramos muy importantes. Así que, entre que ellos decían que yo era
anarquista, y yo que ellos eran unos burócratas que traicionaban al trotskismo,
aquello terminó como el rosario de la aurora. Aunque creo que cuando se ha sido
trotskista una vez se sigue siendo trotskista toda la vida.
Al curso siguiente coincidí con Lourdes Ortiz en el instituto de Moratalaz, pero
yo ya la había conocido antes, cuando un septiembre había venido de vacaciones
a Madrid a casa de mis tíos. La conocí cuando intentaba entrevistar a José María
Álvarez, que en ese momento era el poeta de la izquierda radical, y también a
Martínez Sarrión. Álvarez no estaba en Madrid, yo traía los teléfonos que me los
había dado un chico del FELIPE (Frente de Liberación Popular de España) que
era amigo mío. Así que conecté con Martínez Sarrión que me citó a unas horas
completamente extemporáneas en el pub de Santa Bárbara. Y allí estaban
también Lourdes y Munarriz, que todavía vivían juntos, y estaba también
Eduardo Chamorro… Ese año debió de ser 1968 o 1969, cuando hice el ingreso
en Periodismo, y venía a Madrid a hacer los parciales… Terminé Periodismo
mucho después, justo con la última tanda de la Escuela Oficial, en el año 1976.
Cuando me vine al instituto empecé a hacer crítica literaria en Triunfo y en el
diario Informaciones. Entonces su suplemento lo dirigía Pablo Corbalán, al que
siempre he querido, pues Rafael Conte estaba en París. Y estaba también Juan
Pedro Quiñonero. No me conocía nadie, pero yo leía los libros y escribía mis
criticas, las enviaba y las publicaban. Lourdes y yo coincidimos y nos hicimos

161
amigas en el instituto Rey Pastor de Moratalaz, y seguimos siendo amigas hasta
hoy.
Me incorporé a El País, cuando éste apareció, el 4 de mayo de 1976. En
realidad empecé a trabajar a partir de abril como colaboradora, porque tenía
dedicación exclusiva en el instituto, pero iba a la redacción porque aquello era un
bulle-bulle maravilloso. Me parecía muy importante. Ya en septiembre, dejé la
enseñanza y entré en la plantilla del periódico. En El País trabajábamos bastantes
mujeres. Rosa Montero entró un poco después como entrevistadora para el
dominical. Ella y Sol Alameda eran las que hacían grandes entrevistas. Se puede
decir que en el diario había jefas y había indias. Estaba, por ejemplo, Sol Álvarez
Coto que era jefa de la sección de nacional. Era una tía maravillosa, al igual que
Sol Gallego, que estaba desde el principio. Y luego estábamos las indias. Indias
había bastantes. Y yo nunca pasé de ahí, nunca tuve ningún cargo en el
periódico. Para acceder a los cargos importantes, tanto las chicas como los
chicos, se lo tienen que currar, y yo nunca estuve interesada en eso. Cuando he
dirigido algo, como el área de comunicación del Círculo de Bellas Artes, algún
programa de radio, o algún congreso, es porque alguien me ha llamado y me ha
ofrecido hacerlo. Me acuerdo que cuando Miguel Ángel Molinero me llamó para
hacer un programa de cultura en la radio, era por el año 87, y me quedé
temblando. Nunca he peleado por el poder. No solo he teorizado no pelear por el
poder, sino que efectivamente nunca he sido competitiva. No es ni humildad ni
nada, yo sé lo que valgo y lo que no valgo, y eso desde muy joven, pero mi
camino no iba en esa dirección, ni en la teoría, ni en la práctica. Y eso no solo
por las servidumbres que trae la lucha por el poder, que ya sería suficiente, y que
las trae, pues cuando una mujer es poderosa ha tenido que pelear con unas y
con otros, y ha tenido que jugar a ser igual que los hombres. Y en los periódicos
sucede lo mismo, y también se utilizan las armas de mujer, en las que nunca
jamás entré. No he jugado a utilizar las armas de mujer para medrar cuando
entré en El País. Y eso que era muy mona cuando tenía 27 o 28 años. Luego he
sido muy independiente, he intentado mantener mi vida privada al margen de mi
vida profesional, en la medida en que pude, aunque algunas amistades son del
mundo en el que te mueves inevitablemente, pero he intentado mantener mi
vida personal fuera del mundillo de los periodistas, aunque algunos de mis
mejores amigos sean periodistas.
Echando la vista atrás creo que las mujeres que han trabajado en los medios
han sido importantes para la llamada cuestión femenina. No solo se hizo visible
el trabajo de muchas más mujeres como periodistas, que antes había muy pocas.
Estaban, por ejemplo, Josefina Carabias, o Carmen Rico Godoy, una maestra a la
que quería muchísimo. Mujeres que eran como el espejo, el camino, pero
entonces eran pocas las mujeres que tenían firma y rostro en los periódicos.

162
Luego, con la democracia, la generación de mujeres nacidas a finales de los 40 y
primeros de los 50 ya dimos un poquito de guerra. E incluso había mujeres que
iban a cubrir guerras. Y eso era algo completamente nuevo en España. Se podría
decir sin embargo que una mujer en el mundo de la prensa tiene que valer más
que su jefe si quiere ser jefe, tiene que valer mucho, además de querer serlo,
luchar mucho, y romperse los cuernos. Era más fácil para un varón acceder a los
puestos de poder. Y creo que lo sigue siendo. Por ejemplo, El País no ha tenido
nunca una mujer directora. Es verdad que Sol Gallego podía haberlo sido, pero
ella no quiso. Y otro gallo nos hubiera cantado porque es una mujer con una
visión política magnifica, y una gran escritora. Para mí es de lo mejor que hay
escribiendo en este momento. El ABC tampoco lo ha dirigido ninguna mujer. Solo
desde hace poco hay mujeres dirigiendo los Grandes Expresos Europeos... Quizás
hubo antes colaboraciones estelares de mujeres en TV. No recuerdo si Sol
Alameda dirigió Informe Semanal, pero sí que hacía unas entrevistas buenísimas.
Hubo mujeres que dirigieron algunos programas, aunque informativos menos. Lo
que sí hay es mujeres en puestos intermedios. Bueno, hubo una directora
general de RTVE que fue Pilar Miró, la primera y la última, ya que no hubo más.
Fue también en ese verano del 76, que entre en El País, cuando conocí a
Marcos, quien luego sería mi marido, y que vivía en Madrid desde 1965. Yo le
conocía personalmente por el mundo de la literatura, porque empezamos a
coincidir en distintas ocasiones. De repente me llamaron para el jurado de la
Joven Crítica, sin haberme visto nunca, así que empecé a ir a la Librería Visor —
antes iba solo a Fuentetaja—, y ahí conocí a escritores, poetas… Al mismo
tiempo que trabajaba en El País, donde hacía critica literaria —también para otras
publicaciones— seguí escribiendo. Entonces no escribía demasiada ficción,
escribía más bien ensayo. Publiqué pronto el primer libro sobre Cabrera Infante,
que había sido el tema de mi tesina, que era como una tesis doctoral, pero sin
doctorado, que era necesaria para poder obtener la convalidación oficial del título
de Deusto.
Tengo que decir que las relaciones igualitarias que había vivido en mi vida de
estudiante, y en la política cuando era joven, cambiaron absolutamente cuando
empecé a trabajar. Eran un cuento chino que resultaba muy cómodo, pero
entonces éramos muy ingenuos. Las relaciones más “libres” se vieron favorecidas
en esos años porque empezó a usarse la píldora. Fue un error pensar que eras
igual, que podías criticar, y que no tenías que pasar por el aro. He sido muy lenta
para darme cuenta de que existían desigualdades de género, conflictos e
intereses creados, aunque muy precoz en entender las diferencias
socioeconómicas. Sabía que había una discriminación de la mujer, pero tenía muy
asumido que solo cambiando la sociedad se podía cambiar esa situación. Por otra
parte esa igualdad me parecía vivirla, ya estaba ahí, porque yo publicaba, me

163
sonaba el teléfono continuamente, publicaba igual o más incluso que algunos
compañeros varones. Y eso que no iba de nada, pues lo único que me interesaba
era hacer lo que me gustaba. Hacía sobre todo crítica literaria, pero también
entrevistas que me apasionaban. Entre las entrevistas que hice a mujeres me
interesó Rosa Chacel. Con María Zambrano tuve una experiencia terrible en su
casa de Ginebra, porque como decía Azcoaga, citando a Bergamín, María no es
mala, es peor. Fui a Suiza, antes de que viniera a España, y le hice una entrevista
para Cambio 16. Otra mujer que me pareció interesante y también terrible fue
Susan Sontag. Se me ocurre pensar en este momento que, en general, estas
mujeres tan poderosas, tan fuertes, eran muy duras.
En el plano personal pasó lo mismo que en el profesional, creíamos que
íbamos a tener relaciones amorosas igualitarias, que en la pareja íbamos a
funcionar de forma distinta a la tradicional, pero tampoco fue así. Pensábamos
que el matrimonio era un mal invento, y lo es, especialmente opresivo para las
mujeres, pero muchas terminamos casándonos, o en la monogamia. El caso es
que vas asumiendo, vais asumiendo los dos, roles que no estaban en un
principio. En mi caso se juntaron varias cosas, mi familia era una familia católica
dura, y la de Marcos una familia judía dura que no me admitía de entrada.
Empezamos viviendo cada uno en su piso, pero lo cierto es que yo, que no tenía
ninguna vocación de madre soltera, le dije que no pensaba vivir con él si no nos
casábamos. Ahí estaba mi lado reaccionario, de formación católica. Así que
fuimos tragando, y muchas terminamos encargándonos de todo lo de la casa.
Bueno, nosotros buscamos a alguien que nos ayudase, algo que justifico, porque
trabajas fuera de casa, y puedes dar un trabajo a alguien que lo necesita.
Yo no fui militante feminista, pero participé en actos y ayudé con mis escritos.
Tengo que decir que no firmé el Manifiesto Yo también he abortado. Fue un acto
de cobardía del que me arrepiento. El tema de la despenalización del aborto lo
tenía claro, estaba sensible, quizás porque conocía casos de amigas que habían
abortado. En ese momento yo creía, como ya he dicho, que las reivindicaciones
de las mujeres si no había un cambio en las estructuras sociales no conducían a
nada. Ahora estoy por la paridad, a favor de la discriminación positiva, firmo
todo el catálogo de las feministas, pero lo que me echaba entonces un poco para
atrás era el pensar que la posición social y política marcaba tanto como la
posición de género. En realidad, más. Nunca pensé que todas las mujeres
teníamos todo en común, pensaba que la diferencia de clase entre las mismas
mujeres era tan importante como la de género, pero ahora pienso que las dos
son importantes, y las dos existen. Me parecía que todas no podíamos estar en
el mismo ideal por decirlo de un modo un poco simple. Pero luego algunas
lecturas como El segundo sexo de Simone de Beauvoir y La mística de la
feminidad de Betty Friedan me hicieron reflexionar. Previamente no había tenido

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mucho interés en la cuestión femenina porque pensaba que todas no éramos
iguales, las burguesas como burguesas, las proletarias como proletarias, las rojas
como rojas, y las fachas como fachas. Yo de hecho a estas mujeres de la derecha
no les tenía mucho respeto, y ahora, depende. Por ejemplo, estoy leyendo la
biografía de Mercedes Formica y me interesa. Sigo pensando que las ideas son
importantes, pero las personas también. De hecho a veces te encuentras con
personas de tus ideas que no tienen mucho que ver contigo. No queda bien
decirlo, pero las famosas “armas de mujer” no solo se han usado en el ascenso
social, sino tambien en el profesional, incluso en sitios serios, y en la política.
Para mí constatarlo supuso una enorme desilusión. El poder en la vida cotidiana
no puede separarse del poder en la vida profesional. He tenido amigos íntimos
que eran misóginos, y no celebraban nada que dijeras o hicieras algo inteligente,
e incluso algunos maltrataban a su pareja. Es difícil de entender esa impostura
en gente que se dice de izquierdas. Y está también el puritanismo, que nos lo
hemos comido muchas. Yo misma reconozco haber sido en mi vida personal,
muy puritana. Muchas de nosotras no le hemos puesto los cuernos al marido, y
alguna ocasión y tentación hemos tenido. Seguramente sigue pesando nuestra
formación y el ejemplo mamado en la familia. Si hubiésemos sido un poco más
liberales quizás hubiéramos vivido mejor. Bueno, ahora ya las mujeres de más de
60 años estamos fuera de comercio. Pero además quizás no solo nos hemos
comportado de esa manera por economía sexual, y por economía psíquica.
Cuando dejas de ser joven esa relación erótico-sexual pierde fuerza en muchas
mujeres. Se conserva la amistad, la conversación, en el mejor de los casos.
Una parte de mi trabajo está relacionada con las mujeres. Escribí artículos
sobre el maltrato, sobre el aborto, sobre la libertad política… He dado
conferencias sobre temas de mujeres, y además de las entrevistas que he
mencionado hice otras, muchas, y pienso que más a varones que a mujeres, por
pura estadística y visibilidad. He entrevistado particularmente a mujeres de mi
generación. También hice reseñas de libros escritos por mujeres. Por otro lado
están los tres libros sobre sentimentalidad, hechos a partir de la perspectiva de
una mujer, porque no me queda más remedio. El triangulo amoroso, El amor una
historia universal, que se publicó en Espasa en el año 2000, y otro anterior
Teatros del corazón, cuando todavía los reality shows y los programas del
corazón no había cobrado tanta fuerza. El triángulo amoroso es un estudio sobre
el adulterio, lo que pesa sobre las mujeres, escrito de una forma ligera. También
escribí algunos cuentos. Uno publicado en el libro Doce relatos de mujeres, un
libro que empezó Carmen Vergara, que se murió, y luego siguió Ymelda Navajo,
publicado en Alianza, y otro en Mujeres al alba, que coordinó Mariquita Lavalle,
que publicó Alfaguara. Y otro más, que yo recuerde, en Verte desnudo, también
para Ymelda, ya en Temas de Hoy. Y he publicado un librín de cuentos, Tres

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cuentos inmorales, en Santander, y varios en diversas revistas, desde Interviú a
Iberiavión.
En nuestra época íbamos para más, creíamos que el futuro sería mejor, y hubo
muchos movimientos, y también de mujeres, para conseguir una mayor
democracia. Pero yo, frente a lo que se suele decir, pienso que sí hay relevo en
las nuevas generaciones. Nosotras éramos muy minoría dentro de la sociedad
española y dentro de las propias mujeres, Ahora hay más movimiento que antes,
pero es más difícil de visibilizar porque hay demasiado ruido informativo. Pero
creo que hay muchas mujeres jóvenes y más movida feminista que nunca, y que
sobre todo hay temas de conducta por los que no van a pasar. Se dice que hay
más violencia entre los adolescentes, pero no sé de donde sacan esas encuestas.
Otra cosa es que los jóvenes se apunten a los partidos y a los movimientos
tradicionales, que no les veo con muchas ganas. Este descrédito de la política
está siendo en parte un poco inducido por la derecha en el Gobierno, que
muestra que los políticos son un horror, y dice que todos los partidos son
iguales. Lo que sí es cierto es que hay entre los jóvenes un machaconeo contra
los políticos tradicionales. Y todavía no se ve el color a la manera de organizarse
que tienen. De momento se reúnen y manifiestan en Sol, y hacen distintas
acciones. Pero son muchos, son más de los que éramos nosotros. También es
verdad que vivíamos en una sociedad del miedo que duró bastante. Hasta nos
daba miedo que dimitiera Arias Navarro. ¡Nos parecía que iba a venir el diluvio!,
y ¡el diluvio era él!
Ahora vivimos de nuevo en una sociedad del miedo, después de vivir en una
en que no teníamos miedo. Estamos otra vez, desde hace un par de años que la
derecha gobierna con mayoría absoluta, en una sociedad que comienza a tener
miedo de nuevo, porque están endureciendo las leyes de orden público, están
endureciéndolo todo. Pero yo tengo esperanza en los jóvenes. Pienso que la
situación de las jóvenes está mejor ahora, aunque la crisis afecte primero a las
mujeres, y luego vaya a por los varones. Por otra parte, es cierto que tener
trabajo, tener autonomía económica, fue y es muy importante para las mujeres.
Y además hay que tener en cuenta que hay un rearme moral, que comenzó con
la Thatcher y con Bush padre, cuyo objetivo es la involución, y que ya lleva
desde los años 80.
El proyecto neoliberal que ellos pusieron en marcha es un proyecto de una
sociedad dura, muy intervencionista en contra de lo público para el pueblo, pero
no para ellos. El modelo de sanear los bancos con dinero público y convertir lo
público en negocio, en dinero, allí donde sea posible, en privatizarlo todo,
responde a una política intervencionista que pone al Estado al servicio de los
intereses de las élites, entre ellas las políticas. Convendría volver a leer a los
clásicos del marxismo, y también al marxismo crítico….

166
No sé si los jóvenes de hoy son más individualistas que fuimos nosotros,
desde luego la que cae es una lluvia individualista, está muy vigente el sálvese
quien pueda, pues en estas circunstancias la competencia se acentúa, es una
lucha a muerte por un mini-job. La función del paro, del ejército de parados
célebre, puede volver con toda su crudeza, y lo que está claro es que los trabajos
se están devaluando mucho. Me parece sin embargo que hoy hay más paridad
entre las jóvenes generaciones. No tengo estadísticas, pero sí me da la impresión
de que después de tanto tiempo en que las chicas estudian, y tienen altas
cualificaciones, sobre todo porque ha habido una época de democratización de la
enseñanza en que no era necesario venir de una familia rica y culta para acceder
a la universidad, me parece que eso ha supuesto un motor importante para una
mayor igualdad. Ahora, como está poniendo en evidencia la ley Wert, no pueden
soportar la igualdad de oportunidades. Pero ese acceso a los estudios
universitarios ha permitido a las jóvenes probar, experimentar, una cierta
igualdad. Y es muy difícil volver atrás, aunque el machismo, esa especie de
prejuicio social, dado e inconsciente, que se tiene sobre la inferioridad de la
mujer, que sitúa el papel de la mujer en lo húmedo, en lo sucio, en la limpieza,
en la lavadora, siga estando muy activo. ¿Cómo se pueden explicar los casos de
muertes, y de violencia de alta y baja intensidad contra las mujeres, que
tenemos? Pero, pese a todo, tengo la impresión de que no somos las últimas
mohicanas, que seguimos progresando. Por mi propio hijo, que lleva cinco años
casado, y por sus amigos, muchos de ellos viviendo en pareja, veo ciertas cosas.
Tengo que decir sin embargo que algo me sorprendió. Mi hijo fue al colegio de
Josefina Aldecoa, donde desde bebés había educación mixta, pero durante la
adolescencia aunque los chicos salían con chicas, me parecía a mí que no tenían
con ellas una relación de camaradería como cabría esperar. Los chicos formaban
fratrías masculinas, pandillas solo de chicos, y los ligues eran cosa aparte.
Después, pasada la adolescencia, sí que ha vuelto esa relación de camaradería,
de amistad, con las mujeres, y algunas de sus amigas del colegio forman parte
de su grupo.
No sé si hay una paridad total, o si siempre queda una esquina para las
mujeres. En el caso de mi hijo, trabajan los dos, y él colabora en las tareas
domésticas. En todo caso, en las parejas que tienen ahora entre 30 y 35 años
hay una relación más democrática, y aunque he visto ejemplos también
horrorosos, estos jóvenes tienen otro espíritu respecto a la colaboración en la
casa, en parte, todo hay que decirlo, porque las chicas los han educado, porque
las chicas no se dejan, algo que simbólicamente es muy importante. La mujer en
casa y a fregar es la piedra de toque, porque es ahí donde se establecen los
papeles que se van a adoptar en la pareja. Ahora muchas mujeres de esa edad
trabajan igual que sus compañeros, así que comparten las tareas de la casa, o, si

167
pueden, pagan a alguien que las haga. Claro que estamos hablando de jóvenes
cultos y críticos, jóvenes a los que, por lo que he visto, les fascina la movida del
68, los cambios de la década de los 70. Otra cosa es que luego les parezca que
nos hemos dejado comer la tostada. Pero conviene no olvidar que también están
los jóvenes de la derecha que tienen otra ideología, otra forma de ver las cosas.
Lo cierto es que no me podía imaginar que la situación llegase a estar como está,
que yo iba a terminar viviendo algo así, que íbamos a terminar tan frustrados y
con una devaluación tan fuerte de la democracia.

168
10. Jimena ALONSO MATTHIAS. El asociacionismo
feminista y la lucha política contra la dictadura

Nací en Donostia, en agosto del año 1937. Mis padres, según creo intentaban
pasar a Francia, pero a mi padre lo detuvieron y lo internaron en la cárcel de
Ondarreta, acusado de organizar el Partido Comunista de Valladolid, algo que era
absolutamente falso. En el juicio fue condenado a cárcel perpetua, luego vigilado
en su casa, condenado al exilio, y finalmente a presentarse regularmente en la
comisaría, esto ya en Madrid. Así que cuando yo tenía dos años toda la familia
nos trasladamos a la capital donde mi madre había vivido y conocido a mi padre.
Mi madre, hija de alemán y madrileña, tuvo la inmensa suerte de estudiar
bachillerato en el Instituto Escuela, aunque no pertenecía al medio culto,
progresista y económicamente acomodado de la mayoría de los alumnos y
alumnas que iban al Instituto Escuela. Su madre, mi abuela, había leído un
artículo de María de Maeztu en el que abogaba por la instrucción de las mujeres,
y la necesidad de su independencia económica. Fue a visitarla a la Residencia de
Señoritas, que entonces ella dirigía, y le aconsejó que enviara a sus hijas al
Instituto Escuela. Para mi madre el Instituto Escuela fue un descubrimiento
increíble. Dedicarse a aprender y a estudiar le cambiaron la vida. Terminó el
bachillerato, se matriculó en Filosofía y Letras, y por consejo de Doña María Goyri
se hizo maestra, y trabajó un año en la Institución Libre de Enseñanza (ILE). En
esos años, 1927, 28 y 29, las nuevas ideas, la aparición de mujeres en la vida
pública, y la defensa de sus derechos políticos y laborales se instalaron en la
cabeza de mi madre. En una fiesta de la Residencia de Señoritas conoció a mi
padre que era entonces un dirigente del movimiento universitario. Mi madre se
dejó atrapar por un hombre aventurero y soñador.
Mi padre, Antolín Alonso Casares, nació en Villamiel (Palencia), y vivió desde
niño en Valladolid. Mi abuelo, su padre, se dedicaba a la doma y venta de
caballos. Le fue bien, y ganó dinero. Con 25 años mi padre decidió estudiar una
carrera, y en lugar de estudiar en la Universidad de Valladolid, se trasladó a
Madrid y vivió en la Residencia de Estudiantes. El clima de la Residencia, vivo,
moderno, rompedor y creativo contrastaba con la cutre vida oficial, y con la
represión de los últimos años de la Dictadura de Primo de Rivera. La politización
era una necesidad, y las ideas republicanas de libertad y justicia inundaban los

169
círculos en los que se movía. Fue uno de los fundadores de la FUE, participó en
todas las movilizaciones de la Universidad, y colaboró con publicaciones legales y
clandestinas. Terminó en el grupo anarquista de Pestaña, pasó a la
clandestinidad, y llevó a Barcelona la bomba que pusieron por la noche en la
universidad, último incidente de otros anteriores que obligó a cerrarla. Intentaban
cerrar todas las universidades del país en protesta por la dictadora de Primo de
Rivera. Poco antes de proclamarse la II República vuelve a Valladolid para
hacerse cargo de la empresa de su padre que estaba prácticamente en
bancarrota, y de cuando en cuando viene a Madrid y se encuentra con mi madre.
Deciden marcharse a Palma de Mallorca, conocer otro mundo, e iniciar una nueva
vida.
En Palma se buscan la vida como pueden. Mi padre, convertido en periodista,
colabora en la prensa local y en la de Madrid. Mi madre le ayuda en los artículos
de política internacional. Y dan clases de castellano a damas inglesas asentadas
en la isla. Nace mi hermano Fernán, y mis padres piensan en buscarse un medio
de vida más estable. Mi padre se va él solo a Barcelona, en donde crea dos
publicaciones, Brisas y Cine Star, de las que salieron solo dos números. En julio
del 36 mi padre viaja a Madrid por asuntos familiares. En Mallorca triunfa el
alzamiento y tiene miedo por su mujer, que se ha destacado por sus ideas
republicanas, y por su hijo. Inicia un viaje lleno de aventuras e incidentes y
finalmente logra contactar con mi madre que se había refugiado en un pueblo de
la isla. Juntos aparecen por Donostia, y allí nazco yo.
Yo estudié en Madrid en el Colegio Estudio que fue para mí casi un paraíso,
pues había estado dos años en el Colegio Alemán —mi abuelo materno era
alemán— al que debido a sus métodos de enseñanza y a la disciplina total que
en él reinaba, casi llegué a odiar. En el Colegio Estudio me sentí a gusto. En clase
me llevaba muy bien con mis compañeros y compañeras, quería a mis
profesoras, recuerdo especialmente las estimulantes clases de literatura con la
Señorita Cuqui (Carmen García del Diestro). El colegio lo dirigían tres mujeres,
pero una de ellas Jimena Menéndez Pidal, hija de Ramón Menéndez Pidal y de
María Goyri, era una mujer muy hermosa, grande y bien vestida, que generaba
tal vez más admiración y respeto que cariño. Pero ese no fue mi caso,
seguramente porque tenía su mismo nombre que no era muy común. Cuando
entré en el colegio y la conocí me llamaba tocaya, entonces yo le tenía mucho
cariño. Creo que era una buena pedagoga, había estudiado en la ILE y seguía las
ideas krausistas en educación infantil, e intentó poner en marcha en esos años
una pedagogía distinta. Todavía recuerdo con entusiasmo que los mayores
íbamos una vez a la semana con la profesora Elena Gómez Moreno, hija de
Gómez Moreno, a visitar el Museo del Prado. Y eso durante años. De ahí el
inmenso amor que le sigo teniendo al Museo.

170
El Colegio era mixto, en las clases estábamos juntos chicas y chicos. Cuando
venía una inspección a las chicas nos sacaban de clase y nos enviaban al piso de
arriba, porque teóricamente era un colegio de chicos. Pero debía de haber algún
amaño con la inspección pues cuando venía, que no era muy frecuentemente,
nunca pasaba nada. Teníamos entradas distintas, las chicas entrábamos por la
puerta principal de un edificio muy bonito, que todavía está ahí en el numero 8
de la calle Miguel Ángel, en el que en principio estaba el Instituto Internacional,
una institución norteamericana que tenía como misión ayudar a las mujeres
españolas protestantes, pero como casi no había, ayudaba a las mujeres en
general. Llegaron a un acuerdo con esta institución pedagógica y el Instituto
Escuela inició su andadura en ese mismo edificio, en el que luego estuvo también
el Colegio Estudio. De tal forma que mi madre estudió en el mismo edificio en el
que yo estudié, e iba a la biblioteca del Instituto Internacional, a la que yo
también fui porque ella me había hablado bien de ella.
En el Colegio Estudio el ambiente era agradable, distendido, no había
conflictos, y chicas y chicos nos tratábamos con cariño y respeto. Pero ya
mayorcitos respecto al tema sexual, pasaba como en mi casa, no existía, a pesar
de que ya teníamos 18 años cuando terminamos el bachillerato, y se generaba
una cierta atracción entre chicos y chicas. Allí lo importante era el conocimiento.
El estudio era lo único que contaba. Recuerdo que un día en clase no sé con qué
motivo, cuando estaba en tercero de bachillerato preguntaron qué quienes
habíamos tenido familiares que estuviesen relacionados con la ILE, con el
Instituto Escuela o con la Residencia de Estudiantes, y creo que levantaron la
mano más de la mitad de la clase. Éramos hijas e hijos de un grupo que
económicamente no era en ese momento fuerte, al colegio íbamos hijos e hijas
de profesores de universidad, de profesores de instituto, de maestros que habían
perdido la mayoría su trabajo debido a su ideología. Muchas de esas familias o
habían muerto durante la guerra, o habían tenido que exiliarse. La situación de
nuestras familias no diría que era precaria o dura, pero sí era estricta. Éramos
austeros, y esa era una moral que se nos inculcaba tanto en casa como en el
colegio: tener criterio en los gastos. Eso sí, los que asistíamos al Colegio Estudio
pertenecíamos a un grupo, culturalmente hablando, fuerte. Recuerdo que ya
estando en la Universidad nos enteramos de que un grupo de falangistas había
asaltado el Colegio. Un grupo de ex-alumnas nos fuimos inmediatamente a
Miguel Ángel 8, para mostrar nuestro cariño y apoyo.
En casa mi padre era el centro absoluto, pero distante, y mi madre que había
perdido su trabajo, mantenía ese ritual. Mi padre consideraba a mi madre la casi
perfección: inteligente, trabajadora, y que además colaboraba con él en sus
artículos, y en los guiones de los documentales y películas en los que trabajaba.
Era casi una diosa. Y yo la adoraba. Nuestra vida familiar era bastante anómala,

171
ya que los horarios de mi padre eran poco comunes y rara vez almorzábamos y
cenábamos todos juntos. La vida familiar se centraba en mi madre. Ahora me
doy cuenta de lo difícil que debió de ser su vida durante la dictadura, cuánto
debió de soportar. Mi madre, de ideas socialistas, sobrevivió a tanto miedo. Uno
de mis recuerdos más antiguos es estar con ella cerca del Ministerio de la Guerra,
suena el himno de España, la gente se para y levanta el brazo. Y un señor le
dice: señora levante el brazo, no haga estupideces. Mi madre lo levantó.
Un cierto y liviano temor me rodeó durante mi infancia. Sabía que mis padres
eran de la “cáscara amarga”, contrarios al régimen. Había cosas que no se podían
decir. Y tuve desde pequeña clara conciencia de ello. Mi madre me hablaba de la
República. La adolescencia me pasó cierta factura. En el colegio me sentía bien,
pero en casa me sentía encerrada. Tuve enfrentamientos con mi padre, en los
que siempre me rendía. Quería ir sola a los conciertos en el Monumental Cinema
y mi padre, sin que entendiera la razón, quería acompañarme. Terminábamos en
pelea. Con catorce, quince y dieciséis años me controlaba de forma encubierta.
Yo estaba entusiasmada con el ballet y mi padre se entrometía, escuchaba mis
escasas conversaciones telefónicas, abría las cartas de una amiga francesa…
Nuestra casa familiar era un espacio cerrado. Mi padre no tenía amigos, ni
familia. Nadie nos visitaba. Mi madre rompía a veces este espacio cerrado con
sus amigas, normalmente fuera de casa.
A medida que me hacía mayor el control de mi padre se hizo más elocuente.
Yo tenía que estudiar, estudiar y estudiar. Tendría que ser profesora o Directora
de la Biblioteca Nacional. Nada de perder el tiempo en tonterías de salir,
relacionarme, conocer chicos, ir a fiestas… Mejor siempre en casa, con mi madre.
Me decía: el paño bueno se guarda en el arca. Apareció en él el padre castellano
tradicional que quería tener a su hija encerrada en casa, no como ama de casa,
sino estudiando, leyendo, convirtiéndome en una futura investigadora a lo
Madame Curie. No tuve valor ni fuerza para enfrentarme a mi padre, para
defender mi independencia, para poder relacionarme con quien quisiera y cómo
quisiera. Mi escapada fue la tradicional: el matrimonio. No quise darme cuenta de
que pasaba de la tutela de mi padre a la de mi marido.
Cuando empecé a estudiar en la universidad, ésta me pareció absolutamente
miserable. Había tenido buenos profesores en el Colegio Estudio y al llegar a la
universidad me parecieron irrelevantes. Me llevé una desilusión y una decepción
grandes. La idea que tenía de la universidad no se cumplió, no tuve un grupo de
amigos, en parte porque entonces yo seguía con el sueño imposible de ser
bailarina de ballet, algo que no podía ser porque había empezado a bailar tarde,
y porque no había escuela de ballet en Madrid. Eso sí, cuando empezaron las
movilizaciones estudiantiles participé bastante, me involucré en todo lo que pude.
El secretario de la Facultad me amenazó con expulsarme, y me entró miedo, pues

172
mi padre tenía un pasado un tanto comprometido. Así que me matriculé en
Semíticas y me sumergí en el mundo académico, y cuando terminé los tres años
de especialidad me dieron una beca para ir a El Cairo. Me casé con un
compañero de la Facultad, que estudiaba también Semíticas, y nos fuimos a
Egipto. Lo cierto es que el matrimonio también me decepcionó porque no nos
entendimos. Estuvimos dos años largos en El Cairo, y luego nos fuimos a
Bagdad. Yo conseguí una beca para estudiar en la Facultad de Letras de Bagdad,
y terminé de aprender el árabe. Pero fue sobre todo El Cairo la ciudad que más
me atrajo, me pareció muy hermosa, impresionante, con ese río, esos jardines,
las mezquitas… Estuvimos en un momento álgido de la política, era la época de
Nasser y había una movilización de la población enorme. Recuerdo haber asistido
con un criado a un mitin de Nasser en la plaza Abdin en donde podía haber un
millón de personas. Nasser encedía los ánimos, la población se entusiasmaba,
había una defensa de la identidad egipcia, árabe, y un deseo de cambio en el
ejército y en las instituciones. Recuerdo entrar en una farmacia y ver la venta
libre de anticonceptivos, cuando en España estaban prohibidos En las farmacias
se exhibían los anticonceptivos y se informaba a las mujeres de su uso pues el
Gobierno deseaba controlar la natalidad para que la población no siguiese
creciendo al ritmo que crecía. Intentaba despuntar una sociedad civil, y había un
Ministerio de planificación porque el problema era cómo se daba de comer a esos
millones de niños que nacían, las familias tenían diez o más hijos. Era un
momento muy activo, de gran efervescencia política, de cambio, interesante.
Estoy hablando de comienzos de los años 60.
Regresamos a Madrid y empecé a trabajar como profesora no numeraria (PNN)
en el Departamento de Árabe de la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad Complutense. Los finales de los sesenta fueron años de
movilizaciones de profesores y estudiantes a favor de una universidad distinta,
por una enseñanza crítica, por un cambio en el país, y por poner fin a la
dictadura. Por entonces un grupo de profesoras empezamos a ver la necesidad
de defender nuestros derechos, pues entre otras cosas si estabas casada tenías
que contar con autorización del marido para dar clases en la universidad. Aparte
de esa situación intolerable, de las dificultades que como mujer tenía para
trabajar, conocía desde joven lo que se había conseguido en la Segunda
República para las mujeres: el derecho al voto, el derecho a tener tu salario, el
derecho sobre los hijos. Las modificaciones que la República hizo en las leyes
benefició a todas las mujeres. Tenía ese referente por mi madre. Ante mi
situación, y las ideas que tenía, me pareció que era el momento de participar en
una lucha colectiva, la de los PNNs, por un cambio en la universidad, pero
también en la lucha por los derechos de la mujer.
Mi madre, cuando volvió con mi padre a Madrid, y se instaló, se hizo socia de

173
la Asociación Española de Mujeres Universitarias (AEMU), que luego pasó a ser
conocida como Asociación de Mujeres Universitarias (AMU). Y en un momento
determinado la Sección Femenina, y más tarde el Opus Dei, intentaron copar la
Asociación en la Asamblea introduciendo más socias. Entonces mi madre recurrió
a mí que estaba estudiando en la universidad para que me hiciera socia y evitar
que la Asociación, que tenía un tinte totalmente diferente, se convirtiera en una
sede de la Falange o del Opus. Yo ya tenía por lo tanto cuando era profesora una
vinculación desde hacía años con la AMU, que en ese momento tenía como
directora a Natacha Seseña, que era profesora en el Departamento de Arte de la
Facultad. Fue ella quien me propuso que me hiciera cargo en las siguientes
elecciones de la Dirección de la Asociación para poder trabajar el tema de
mujeres. Así que ese pequeño grupo de profesoras, de mujeres conocidas que
nos reuníamos, más otras mujeres de otras Facultades, más otras mujeres que
no provenían de las Facultades, pero que también se reunían pues estaban
interesadas en el tema femenino, decidimos entrar en la Asociación para formar
un grupo de mujeres en su seno. Necesitábamos la legalidad, y nosotras no
podíamos conseguirla si la solicitábamos como un grupo de mujeres feministas.
Recurrimos por lo tanto a la Asociación, puesto que era legal y tenía los papeles
en regla, aunque estaba muy mal vista por el régimen, y tenía frecuentes
problemas con la policía y la Dirección General de Seguridad. Pudimos entrar y,
por así decirlo, copamos la Junta, y pudimos dentro de la legalidad alquilar un
local independiente y constituir un grupo feminista que llamamos Frente de
Liberación de la Mujer.
Conviene quizás recordar que la Asociación de Mujeres Universitarias se
refundó hacia el año 1954. Estaba encabezada y dirigida por mujeres que, por
decirlo con un término amplio, eran republicanas, y si no eran republicanas por lo
menos eran progresistas. El permiso para legalizarla lo consiguió un grupo en el
que estaba Soledad Ortega, la hija de Ortega y Gasset. Eran mujeres que se
habían conocido de jóvenes, muchas de ellas venían de la universidad, del
Instituto Escuela y del Lyceum Club. Se agruparon, lograron conseguir los
permisos del Ministerio del Interior, lo cual no era fácil, y la Asociación se dedicó
a ser una asociación cultural en el sentido de constituir un pequeño oasis dentro
de Madrid. De hecho, la Asociación era anterior a la guerra civil, y se desarrolló
sobre todo en la Segunda República. La mayoría de esas mujeres seguía
trabajando, pues a principios de los setenta habían recuperado su trabajo en
archivos y bibliotecas que previamente habían perdido. Eran mujeres mayores
pero llenas de ímpetu porque luchaban contra unas dificultades enormes, pues
pese a que tenían un grupo de allegados que las apoyaban en todo, lo que
permitía que pudieran hacer distintos actos culturales, tenían siempre que
enfrentarse a prohibiciones, presentar papeles y más papeles y, como ya dije, a la

174
policía que venía continuamente a controlar. Incluso una vez vinieron los
falangistas y nos soltaron ratones. Pero ellas eran decididas, mujeres que
defendían principalmente que las mujeres estudiaran, que fueran cultas y que
participaran en la vida política. Recuerdo con especial cariño y admiración a Laura
de los Ríos que era hija de Fernando de los Ríos y cuñada de García Lorca, una
mujer magnífica, a Isabel García Lorca, y a Pilar Muñoa, que era un poco mayor
que yo.
En la Asociación se daban charlas, se comentaban libros, y se hacían otras
actividades culturales, pues contaban con el apoyo de intelectuales. Recuerdo
que venía mucho José Luís Sampedro, y Julio Caro Baroja, quien cuenta muy
bien en Los Baroja la relación que mantuvo después de la guerra con Soledad
Ortega y con las hermanas de García Lorca, y venía también entre otros, Pérez
Sánchez, que fue director del Prado. Así que la Asociación tenía bastante vida.
En esos años las mujeres se estaban incorporando al trabajo asalariado fuera
de casa, pues entonces había nuevas necesidades, y se habían puesto en marcha
modificaciones legales para incorporar a las mujeres al mundo del trabajo. Pero,
por otra parte, seguían vigentes unas normas todavía durísimas en el caso de los
hijos, pues la patria potestad seguía siendo únicamente del padre, el poder
económico era del padre, y las mujeres tenían que pedir autorización al marido
para poder trabajar. Había unas contradicciones demasiado fuertes, y eso tenía
que cambiar.
Yo asumí la Presidencia de la AMU de Madrid en 1973. Era socia desde hacía
años y cumplía los requisitos de antigüedad, y recibí el apoyo de las jóvenes y de
una parte de las antiguas que pensaron que podríamos animar la Asociación. El
grupo de mujeres más jóvenes alquilamos en el año 1975 un local en la Calle
Fernando VI, que tenía dos habitaciones y un servicio en el pasillo, y decidimos
llamarnos, como ya dije, Frente de Liberación de la Mujer. El alquiler lo firmé yo
como presidenta y Pilar Muñoa, que era profesora de euskera en la Facultad de
Filosofía y Letras, como Secretaria. Ella fue la primera persona que conocí que
reivindicaba su lengua vasca, algo que a mí me sorprendió porque nunca había
pensado en ello. Recuerdo que la UNESCO, que tenía sus oficinas en Antón
Martín, organizó algunas charlas sobre el tema de las lenguas y yo la acompañé.
Y ahí me enteré de lo importante que es el cuidado de las lenguas, sean
mayoritarias o minoritarias, para la cultura y la vida de los que las hablan.
Recuerdo que la Asociación tenía también entonces una sede en Barcelona que
en cierto modo se mantenía, pero malvivía. En Madrid una de las primeras
actividades de claro matiz feminista que hicimos en la Asociación, siendo yo ya
presidenta, fue invitar a Lidia Falcón que vino de Barcelona. Era una mujer alta,
guapa, atractiva, arreglada. Su intervención obtuvo un gran éxito.
Cuando se convocó, en 1973, el Año Internacional de la Mujer, en España fue

175
organizado por la Sección Femenina en tanto que órgano oficial de mujeres,
quien decidió mandar a ciertas asociaciones legales de mujeres una comunicación
invitándolas a participar en unas conversaciones previas para elaborar
conjuntamente la ponencia que se presentaría al Congreso de Mujeres que iba a
realizarse en México. Esa invitación llegó a la Asociación de Mujeres
Universitarias, discutimos el documento, y decidimos que no íbamos aceptar la
propuesta sino que íbamos a denunciar a la Sección Femenina como el partido
fascista de las mujeres. No queríamos tener ningún contacto con Falange que
quiso infiltrarse, como ya dije, en la Asociación, y además porque
ideológicamente era nuestro enemigo. Así que decidimos utilizar la lista de
Asociaciones de mujeres y mandarles una comunicación diciéndoles que
habíamos recibido esa invitación, al tiempo que les incluíamos nuestra respuesta,
y les planteamos por qué no aprovechábamos la ocasión para reunirnos. A partir
de ahí surgieron reuniones en el Colegio de Doctores y Licenciados que estaba
en la Plaza de Santa Bárbara, donde nos dejaron una sala, pues entonces era
vicedecano un militante socialista, un hombre abierto, Luís Gómez Llorente. En
esas reuniones fue donde decidimos convocar las I Jornadas Feministas de
Madrid, en diciembre de 1975, poco después de morirse Franco. Algunas mujeres
del Movimiento Democrático de Mujeres (MDM) fueron muy activas en su
organización, mujeres que pertenecían al Partido Comunista. Las Asociaciones de
amas de casa en las que estaban integradas eran legales, y había una de esas
asociaciones que era especialmente activa, la de la calle Goya. En el Colegio de
Doctores y Licenciados había por esas fechas una enorme actividad que dio lugar
a que la Junta General del Colegio aprobase, en enero de 1976, el documento
Alternativa democrática para la enseñanza.
A Las I Jornadas asistieron muchas mujeres, y además vinieron feministas de
otros países, francesas, italianas, holandesas. Estábamos un poco asombradas y
asustadas porque nos parecían mujeres muy preparadas. Los movimientos
feministas europeos ya habían conseguido toda una serie de derechos, y
ayudaban a las mujeres de aquellos países en donde esos derechos aún no se
habían conquistado. Así que hubo unos debates muy vivos. Pero en el mismo día
que se iniciaron las Jornadas las mujeres de PCE plantearon un dilema porque el
partido comunista había hecho un llamamiento para manifestarse esa misma
mañana frente a la cárcel de Carabanchel por la libertad de lo presos. Y el único
grupo que se mantuvo firme, y que luego he admirado porque me pareció que
había adoptado la postura correcta, fue el de Lidia Falcón que dijo que las
jornadas debían de continuar, pues el trabajo que estábamos haciendo era tan
importante como la manifestación. A las mujeres del Frente nos pareció que la
manifestación por los presos merecía la pena, y nos fuimos a Carabanchel.
En Madrid, en Barcelona y en otras ciudades se fueron desarrollando, desde

176
finales de los sesenta, movimientos de mujeres, fundamentalmente
profesionales, que habían estado en Estados Unidos estudiando y habían
conocido allí los movimientos de liberación negros y el inicio del neofeminismo
norteamericano. Llegaron con muchos materiales nuevos, libros, artículos, etc., y
empezaron a reunirse en casas. Eran entre ellas amigas. Llegó un momento en
que una parte de estas mujeres quisieron pasar a la acción y decidieron
integrarse en Asociaciones legales. Algunas se integraron en la Asociación de
amas de casa y formaron el Movimiento Democrático de Mujeres, otras entraron
en contacto con la Asociación de Mujeres Universitarias a través de Natacha
Seseña cuando ésta era presidenta, y luego se incorporaron al Frente de
Liberación de la Mujer. Hubo un momento en que todas las Asociaciones de
mujeres legales se cerraron varios meses con motivo de un intento de huelga, y
del reparto de propaganda en los mercados contra la carestía de vida.
Se podría decir que fue a partir de las I Jornadas de Liberación de la Mujer
cuando despegó el Movimiento Feminista, y se formaron numerosas asociaciones
de mujeres. Esto tuvo su origen, por un lado, en la situación real de las mujeres
que carecían de toda una serie de derechos, y por otro lado, en que había un
grupo de mujeres que ya se estaban moviendo en Madrid, en Barcelona, en el
País Vasco, en Galicia… Después de mayo del 68 había mucha inquietud, y las
mujeres empezaron a movilizarse. En París se abrió la Librería de mujeres, y
también en Roma, en Frankfurt, en Múnich… Los movimientos europeos
ayudaban a las mujeres no fascistas, sobre todo las holandesas que eran las que
tenían más dinero. Algunas habíamos estado en París. Yo había quedado
entusiasmada con la Librería de mujeres, con los medios que tenían, con las
ediciones que hacían.
En el Frente participaban algunas mujeres que estaban en la Asociación de
Mujeres Universitarias, como Pilar Muñoa, Felicidad Orquín y otras, pero
participábamos sobre todo las jóvenes. Me acuerdo de un debate que tuvimos en
la Asociación, entonces se hacían muchos debates, sobre el derecho de la mujer
a su cuerpo. Y las republicanas, sobre todo Carmen Caamaño, una mujer
comunista que había estado años en la cárcel, se mostró muy en contra, porque
en la República los que defendían la prostitución lo hacían en base a que la
mujer tenía derecho a su cuerpo, y a ellas esa defensa les parecía una postura
reaccionaria que utilizaba unos términos fascistas. Nosotras les intentábamos
explicar que en nuestro momento esa connotación ya había desaparecido, y que
había una concepción nueva en la que tener derecho al propio cuerpo significaba
que la mujer tenía derecho a decidir sobre su maternidad y su sexualidad. Pero
no las convencimos. En general había una relación bastante buena entre todas,
pues respetábamos su postura y la entendíamos.
En el Frente había abogadas, profesoras de universidad, de instituto, maestras,

177
y casi desde el principio adoptamos una postura de clase, y decidimos entrar en
contacto con mujeres obreras. Por ejemplo, establecimos una buena relación con
Ynduico que era una fábrica del Corte Inglés que estaba detrás de la cárcel de
Yeserías, en la que trabajaban 8.000 mujeres. Nos reuníamos con ellas,
estuvimos en sus huelgas, y las apoyamos. Además manteníamos relación con
mujeres de UGT y de CCOO, del MC, de la LIGA, todo muy liviano, porque
éramos un grupo pequeño. También entramos en contacto con la Casa de la
moneda, con motivo de una huelga. La mayoría de los trabajadores vivía en unos
bloques muy cerca. Y en la primera huelga que hicieron había también mujeres
que trabajaban en la Casa de la moneda, pero la mayoría eran las esposas de los
trabajadores. Nos pusimos en relación con ellas y nos reuníamos una vez por
semana, o cada quince días, para hablarles de contracepción, de sexualidad, de
trabajo... En el Frente nos definíamos como feministas marxistas y, por tanto,
nos interesaba conocer a mujeres trabajadoras que vivían otras experiencias.
También nos reunimos con prostitutas que nos enseñaron un mundo distinto.
Hubo en ese momento un movimiento para que la protitución fuese
reglamentada en el que destacaban algunas prostitutas. Nosotras estábamos
totalmente en contra de la prostitución, pero cuando hablamos con algunas se
nos cayeron algunas ideas. Recuerdo que charlando con un pequeño grupo, una
de ellas me dijo: Jimena tu crees que voy dejar esto para irme a trabajar a una
fábrica, un trabajo agotador en cadena, de muchas horas, con veinte días de
vacaciones. Y añadió, que sus clientes eran casi todos fijos, fundamentalmente
curas, y que no tenía ningún problema con su trabajo, que no iba a ir a una
fábrica a trabajar a destajo, y para que por encima cualquier cabrón abusara de
ella.
El Frente de Liberación de la Mujer terminó muriéndose porque los partidos
políticos empezaron a tener fuerza, y las mujeres de los partidos que estaban en
él se fueron a los grupos de mujeres que se crearon en el seno de los partidos.
Pero sobre todo se murió porque en la última gran asamblea de la Coordinadora
Feminista del Estado Español se decidió votar no a la Constitución porque ese
era el parecer de las mujeres que eran mayoría, mujeres que no éramos de
partido, y que no teníamos que obedecer consignas. A la cabeza de esa votación
y de ese movimiento estaba Lidia Falcón. Las mujeres de partido no aceptaron el
voto de la mayoría en la Asamblea, y el Frente terminó disolviéndose, al igual
que otros grupos. A ello contribuyó también que a la muerte de Franco, estando
Suárez en el Gobierno, se promulgó la ley del divorcio, siendo ministro de justicia
Francisco Fernández Ordóñez, que era una ley moderna y favorable porque
introducía el mutuo acuerdo. Influyó asimismo que el Gobierno de Suárez creó
una Comisión de la Mujer, creo que dentro del Departamento de Juventud, y
negoció con el Movimiento Feminista de Madrid la entrega de un local en la calle

178
Barquillo, que luego sería la sede para todo el movimiento feminista. El hecho de
tener que negociar con la administración, de perder la independencia, el
funcionamiento de mujeres de partido, de mujeres que no querían saber nada
con los partidos, las modificaciones legales aprobadas en esos años, todo eso
hizo que el Frente se deshiciese. Las modificaciones legales más importantes se
habían conseguido, se había legalizado el divorcio, la mujer podía abrir una
cuenta propia en el banco, no tenía que pedir permiso al marido para trabajar,
tenía derechos en relación con los hijos. La legislación se había modificado
bastante, y las condiciones de las mujeres, la condición femenina funcionó, así
que dejamos el local del Frente.
La primera manifestación que recuerdo en Madrid la convocó el Movimiento
Feminista de Madrid. Convocamos una manifestación a favor del divorcio y la
contracepción en la Galle Goya para fastidiar a la derecha porque era su barrio.
Fuimos muchas mujeres y nos dieron una paliza divina, pero ahí estuvimos
gritando: derecho al aborto libre y gratuito. Ahora recuerdo que en ese momento
hubo el juicio por los abortos de Bilbao, mujeres que habían abortado en
Inglaterra, y otras que lo habían hecho clandestinamente en Bilbao, a quienes
alguno de sus compañeros había denunciado. Había ocho mujeres a las que se
les pedía pena de cárcel, y eso generó un movimiento de apoyo fuerte. Y entre
las acciones más interesantes que hizo el Movimiento Feminista —en el que de
alguna forma el Frente se consideraba incrustado— aunque nosotras nos
considerábamos la vanguardia porque pensábamos que leíamos y discutíamos
más —fue un encierro en el Ayuntamiento. Estaba Tierno de alcalde, y
Barrionuevo de primer teniente de alcalde, quien además controlaba seguridad.
Era un sábado y nos metimos en el patio y dijimos que no nos íbamos hasta que
no firmaran un documento de apoyo a las mujeres que iban a ser juzgadas en
Bilbao. Estábamos bastantes mujeres, y bajó Barrionuevo y nos dijo que no
podíamos quedarnos, que tuviéramos en cuenta que el Ayuntamiento era
socialista y podía ser por tanto atacado por la derecha, y que se comprometía a
que en el primer pleno que hubiese podían plantear algún tipo de apoyo. Pero le
dijimos que no, y nos sentamos en el suelo. A las cuatro de la tarde entró la
policía y nos desalojaron y de paso nos dieron una paliza. Muchos de los policías
locales llevaban el símbolo falangista. El PSOE nos dejó caer totalmente. Empar
Pineda, no sé si te lo habrá contado, estuvo también en esa concentración.
Acudieron todas las mujeres del MC, estuvimos todas las mujeres, menos las del
PSOE, porque para ese fin de semana ya tenían convocada una reunión de Mujer
y Socialismo, y no vinieron al encierro. De hecho cuando salimos fuimos a su
reunión a denunciar a la policía, a Barrionuevo, y a Tierno. Nos recibieron bien
porque algunas iban con heridas, con golpes y, con la ropa rota. ¡Los juegos de
las políticas con las mujeres! Posteriormente se convocaron muchas

179
manifestaciones en diversas ciudades a favor del aborto.
Yo, llegado un momento dejé mi trabajo como profesora en el Departamento
de árabe porque me daba cuenta de que la investigación no era lo mío, y porque
estaba muy centrada en las actividades del movimiento feminista que me
ocupaban mucho tiempo. Así que me fui de la universidad en el año 78.
Entonces ya tenía mis cuatro hijos, y ya estaba separada. En ese tiempo empecé
a hablar con muchas mujeres que había conocido en el movimiento feminista, en
todas esas movilizaciones, reuniones, encierros, realización de documentos, y
manifestaciones que habíamos hecho. Entré en contacto con Cristina Alberdi, con
el despacho feminista, con mujeres del despacho de mujeres más politizadas
cercanas al PC, Manuela Carmena, Cristina Almeida, Emilia Graña, con una
psiquiatra que venia del Frente, Carmen Sáez, y empezamos a ver la necesidad
de abrir una Librería de Mujeres. El movimiento feminista en el año 1978 en
Madrid empezaba ya a estar muy fragmentado, ya se había producido la ruptura
con los partidos, y había ganado las elecciones la UCD.
Las librerías de mujeres de París, Roma y Frankfurt —yo solo había estado en
la de París, pero tenía relación con las otras porque leía lo que publicaban— las
habían abierto un grupo, es decir como si aquí las hubiese abierto el Frente, o el
Movimiento Democrático de Mujeres, o Vindicación Feminista, pero a mí me
parecía que eso no tenía futuro, pensaba que la Librería que abriésemos debía de
ser un lugar de encuentro que no defendiera una postura determinada, que no
fuese de un solo grupo, que fuera una librería en la que pudiesen participar
mujeres de las distintas tendencias. Para ponerla en marcha se formó una
cooperativa, llegamos a ser doscientas mujeres, y se realizaron participaciones de
20.000 pesetas, que cada una podía repartir en participaciones más pequeñas,
porque veinte mil pesetas era entonces mucho dinero. Carmen Sáez y Emilia
Graña estuvieron en ese momento muy activas, aunque nos movimos todas
mucho porque estábamos muy animadas con ese proyecto. Alquilamos un local
en la calle San Cristóbal número 17, que era una antigua carbonería, situada en
el corazón de Madrid, al lado de la Puerta del Sol y de la Plaza Mayor, cerca del
Ministerio de Asuntos Exteriores. Era una zona “noble”, y además la calle era
peatonal. Existía mucho entusiasmo, mucha buena voluntad, y las editoriales se
portaron muy bien, nos dieron libros en depósito porque no teníamos dinero.
Nos ayudó mucho el dueño de Machado, y Miguel Hernández que era entonces
el trabajador de Machado. El propio Machado nos aconsejó y nos dejó depósitos
suyos. Y Miguel me enseñó como se gestionaba una librería, cómo se hacían las
fichas, cómo se hacían los pedidos, todo con un espíritu de colaboración, y con
el afán de que la librería no fuera el feudo de nadie, algo que era bien difícil,
porque aunque yo era del Frente, que en ese momento ya se moría, no quería
hacer de correa de transmisión de nuestras ideas. La verdad es que la Librería

180
tuvo éxito desde el día de la inauguración.
Se podría decir que la Librería quedó como reducto no institucional donde se
hacían actos y se daba mucha información. En octubre de 1978, inmediatamente
después de su apertura, se formó una comisión de información sobre el aborto y
sobre la sexualidad. La comisión se reunía con las mujeres y les informaba en
qué consistía el aborto y como se hacía. Pero el primer golpe que nos dieron las
mujeres progresistas es que empezaron a abrir los que iban a llamarse centros de
planificación familiar, así desapareció del panorama el término control de
natalidad que nosotros defendíamos, porque cuando hablábamos de relaciones
sexuales no estábamos pensando en la familia sino en el placer del cuerpo y en
no quedar embarazadas, nada de meter a la familia por medio. Y las mujeres de
partido, sobre todo del PC y de PTE, como tenían miedo a las asociaciones de
amas de casa y encontraban que el término feminista era muy burgués y que
implicaba un enfrentamiento entre mujeres burguesas y mujeres de la clase
obrera, optaron también por emplear la expresión planificación familiar. Y el
segundo gol que nos ha metido la derecha, y la gente culta de la derecha, fue
hablar de violencia de género, cuando de lo que hay que hablar es de violencia
contra las mujeres. Las mujeres no somos un género, y no es lo mismo decir
violencia de género o igualdad de género que violencia contra las mujeres, o
igualdad entre hombres y mujeres. El lenguaje no es neutro y así se quita
precisión y fuerza a lo que se quiere decir.
Uno de los debates conflictivos dentro del movimiento feminista giró en torno
a la sexualidad. Una parte de las mujeres del MDM, debido a que la mayoría de
sus bases eran amas de casa un tanto conservadoras, pensaban que no había
que plantear ciertos temas abiertamente, e incluso no podían utilizar el término
feminismo, sin embargo en el tema de la contracepción si se podía entrar sin
hablar mucho de sexualidad. Recuerdo un acto en la librería Antonio Machado, la
presentación en 1977 del primer número de Tribuna Feminista que dirigíamos
Fini Rubio y yo. En la presentación de la colección hablamos de temas
relacionados con la mujer, y se habló de sexualidad y de contracepción, pero ante
un grupo reducido y en un ambiente distendido. El tema de la sexualidad lo
plantearon más abiertamente las mujeres del Colectivo Feminista, el grupo que
Lidia Falcón creó en Madrid, al que se incorporó Cristina Alberdi y un grupo de
abogadas y amigas, el grupo que, como ya señalé, creó una tendencia cuando en
las I Jornadas dijeron que no cortaban las intervenciones para ir a manifestarse
ante la cárcel de Carabanchel. Ese grupo de mujeres defendió la idea de que la
mujer era una clase social, y publicaba la revista Vindicación. Fueron ellas las que
empezaron a hablar del tema de la sexualidad y de la homosexualidad que hasta
entonces era un tema tabú. Y aquellos temas se expandieron rápidamente. Hasta
los años 80 el tema de los anticonceptivos fue muy importante, y de hecho se

181
lograron conquistas en ese sentido. Abordar el tema de la libertad sexual y del
cuerpo fue un paso más lento. Pero cuando se empezó a hablar de sexualidad
esa cuestión ya no se abandonó porque además todo ese debate coincidió con el
contexto de la movida madrileña, de la movida catalana, y entonces era un tema
que no solo estábamos tratando las mujeres sino que estaba en el aire. El
movimiento feminista se nutría también de todo esto. No solo se hablaba de la
sexualidad, también se hablaba del lesbianismo. Llegaron libros de
autoconocimiento del cuerpo, sobre todo de Estados Unidos, y se crearon
pequeños grupos de mujeres para conocer su cuerpo. Se puede decir que la
transición lo que trajo fue la libertad individual, no la colectiva, se legalizaron los
anticonceptivos, se podían tener relaciones sexuales, se acabó el adulterio, se
promulgó la ley del divorcio, se abrieron centros de control de natalidad….
Estuve trabajando en la Librería desde octubre del año 1978, cuando se
inauguró, hasta el año 1981 cuando me detuvieron por colaborar con ETA. Y
luego, tras estar un año y medio en la cárcel y salir en libertad provisional, volví
de nuevo a la Librería. Se celebró el juicio cuando estaba trabajando y me
condenaron a siete años, y aunque mi abogado hizo un recurso al Supremo para
ver si se alargaba la libertad provisional o me rebajan años de condena, al año y
medio tuve que ingresar en Yeserías a cumplir la condena, y tuve que dejar la
Librería.
La detención fue brutal, me torturaron, fue terrible, así que la llegada a la
cárcel casi la viví como una liberación en un primer momento. Se podrían
distinguir dos períodos, mis estancias en Yeserías y luego en Carabanchel. En la
cárcel de Yeserías no puedo decir que hubiera malos tratos. Allí en el módulo en
el que entré estábamos las presas políticas, separadas de las presas comunes, y
teníamos un reglamento de funcionamiento interno. Pero si cumplíamos ese
reglamento nos dejaban bastante tranquilas. El tema de la limpieza, que siempre
era un problema, no lo era para nosotras, pues fregábamos, limpiábamos, y
como no éramos consumidoras de drogas, el funcionamiento interno no fallaba.
Todas éramos ordenadas y limpias, y de algún modo obedientes porque no
queríamos jaleo. Y teníamos una vida que nos organizábamos. Se hacían trabajos
manuales para sacar y vender fuera de la cárcel que nos tenían entretenidas.
Había charlas y discusiones, clases para las presas vascas que no sabían bien
euskera, y clases de formación política. Se llevaba por tanto dentro de lo que era
esa situación una vida bastante tranquila. Nos ayudábamos unas a otras, había
solidaridad entre nosotras. En ese momento no teníamos acceso a la biblioteca.
Recuerdo que un 8 de marzo intenté hablar del movimiento de mujeres, pero
sonaba rarísimo en aquel espacio. Las vascas lo aceptaron bien, mientras que las
militantes del GRAPO, un partido comunista estalinista, encontraban que el
feminismo era un movimiento burgués y que lo importante era la lucha de la

182
clase trabajadora. Muy a regañadientes aceptaron que se leyera un texto del
Origen de la familia de Engels y Marx sobre la mujer en el que se decía que la
compañera del obrero era la explotada, que estaba más explotada que el obrero.
De tal modo que se organizó un pequeño debate.
Cuando volví a ingresar en Yeserías, para terminar de cumplir la condena ya
estaba el PSOE en el poder, y eso se notó en la cárcel, tanto para nosotras las
políticas como para las comunes. Hubo un cambio en la dirección general de
instituciones penitenciarias, y se renovó la dirección de la cárcel de Yeserías. La
subdirectora que era una competente socióloga, y si no lo era como si lo fuese, y
además estaba haciendo derecho, decidió dos cosas. Primera, que las políticas,
mientras cumpliésemos los principios y normas de la cárcel, íbamos a tener más
independencia, es decir, iba a haber más flexibilidad. Por ejemplo, en vez de
encerrarnos en las celdas a las 9 de la noche nos dejaban hasta las 11 para que
las que quisiéramos pudiésemos ver en la televisión algún programa que nos
interesase. Y segunda, y sobre todo, que podíamos ir a la biblioteca con
vigilancia. Y eso fue estupendo. Además se nos permitió hacer gimnasia, antes
teníamos el patio, pero ahora vino una profesora que daba clase a las comunes y
pasó a dárnosla a nosotras también. Y quizás el punto de mayor libertad que se
nos concedió fue que pudiésemos hacer partidos las comunes y nosotras, y
pudiésemos tener una cierta relación, también en la biblioteca, con lo cual a las
que quisimos se nos permitió dar clases para enseñar a leer y escribir a aquellas
comunes que no sabían. Y esto duró un tiempo, y fue muy gratificante tanto
para nosotras, que pudimos salir de ese aislamiento en el que estábamos, como
para ellas. Pero entonces provocaron en la zona de las comunes un pequeño
incendio en un sitio peligroso, cerca de donde estaba la caldera, y esas libertades
se acabaron, ya no hubo más contactos, pues se les impuso el estado de
excepción, y tenían que estar en las celdas.
La derecha empezó a decir que las presas de Yeserías vivíamos demasiado
bien, y el PSOE decidió un cambio de cárcel. Ahí comienza el segundo período
del que hablé antes. Nos llevaron a las treinta y tantas que éramos a Carabanchel
donde habían acondicionado el departamento de enfermos infecciosos, puesto
que ya no había enfermos y allí nos metieron a nosotras. Ahora ya nos llamaban
terroristas, y eso supuso un cambio absoluto porque entramos en una cárcel de
máxima seguridad. No teníamos ni las cucarachas ni el frio que había en Yeserías,
pero fue un cambio para peor, nos encerraban en las celdas que eran individuales
—en Yeserías eran de dos—, y nos atronaban con música de marchas fascistas;
también es verdad que luego nos dimos cuenta que las funcionarias nuevas
estaban más asustadas que nosotras, nos tenían un miedo horroroso. No habían
aceptado que la subdirectora de Yeserías nos acompañase, y la política cambió
totalmente, el director de la cárcel nos dijo que allí se habían terminado las

183
tonterías, que íbamos a saber lo que era una cárcel. Era un pobre hombre, un
abogado que trabajaba en el Ministerio. Yo estuve en Carabanchel algo más de
un año. Llegamos y nos recibieron los de seguridad con botas, casco y
apuntándonos con las metralletas, e inmediatamente nos encerraron en las
celdas, y se olvidaron de darnos de comer. Cuando después de un rato vimos a
una funcionaria y le preguntamos por la comida, ella no tenía ni idea, así que nos
dimos cuenta que Carabanchel Mujeres era un desastre. Llegó la gerente, una
mujer que no sabemos de dónde vendría, era psicóloga, pero tampoco había
pensado en nada. Y entonces sobre todo las presas del GRAPO, que eran muy
organizadas, y tenían experiencia carcelaria, le plantearon que nosotras nos
hacíamos cargo de la comida. Querían que viniese un cocinero y que nosotras
hiciéramos de pinches, pero les dijimos que lo hacíamos todo nosotras, y la
gerente nos vio competentes y aceptó. No sabían ni cómo se encendía la cocina,
ni la freidora, ni nada. Eso nos vino muy bien porque era el momento de estar
juntas, pues estábamos encerradas en las celdas. Entre nosotras nos llevábamos
bien, con nuestras diferencias políticas. Así que por lo menos teníamos la cocina
e inmediatamente se organizaron los turnos para hacer las comidas. Al final creo
que incluso les ahorramos dinero porque les hacíamos la lista de la compra.
Cuando uno piensa en la violencia contra las mujeres, ésta no solo está
presente cuando te detienen y entras en la cárcel. Recuerdo que mientras
funcionó el Frente de Liberación de la Mujer hacíamos reuniones con mujeres, y
lo que detectamos es que había mucho miedo a las relaciones, a los hombres. El
grupo de mujeres que eran licenciadas, tenían trabajos interesantes, mujeres que
se movían y viajaban, esa cierta élite de mujeres, independientemente de su
origen económico, lo que sufrían, y lo que sufríamos todas, era que nos
ridiculizaban muchísimo, generábamos mucho rechazo, y una cierta curiosidad
malsana. Nuestros compañeros y colegas nos preguntaban qué hacíamos en las
reuniones de mujeres, si hablábamos de sexo, si hablábamos de ellos. No tenían
una curiosidad interesante, sino una curiosidad perversilla. Y luego había una
versión más elaborada, pues cuando decíamos que hablábamos del reparto del
poder en la vida cotidiana nos decían que debíamos pensar que eso podía
llevarles a perder el deseo sexual. Eran todos universitarios y nos decían que si
reivindicábamos una igualdad en todos los ámbitos, entonces ¿qué papel les
quedaba a ellos?, que nuestras reivindicaciones podían llevarlos a ser impotentes.
Y preguntaban qué podían hacer. Recuerdo que algunas les decíamos, en plan
irónico, ¡pues os la cortáis! No estaban dispuestos a entender nuestros debates.
¡Una violencia que sigue estando muy presente en nuestros días, solo hay que
conocer el número de mujeres que siguen siendo asesinadas todos los años en
este país!
La cuestión del relevo generacional que me planteas, de lo que significa la

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incorporación a las luchas de las nuevas generaciones, es una cuestión que
exigiría tratarla despacio. Pero, pienso que las jóvenes en la actualidad, si
dejamos de lado el tema del paro, disfrutan de toda una serie de mejoras que
logró el Movimiento Feminista, tanto en el Estado español como en Europa y los
Estados Unidos. Pueden controlar la sexualidad, y eso les da una gran libertad y
es algo que está hoy asumido incluso por las mujeres de derechas. Ese derecho
no nos lo ha dado nadie, lo ha conquistado el Movimiento Feminista. Y también
el derecho a estudiar, la mayoría de edad a los 18 años, los derechos políticos, el
derecho de los hijos que antes eran del padre. En ese sentido creo que ha
habido una gran mejora en las condiciones cotidianas de las mujeres. Nadie se
plantea hoy en día que una muchacha de 20 años pueda salir por la noche con
sus amigos o con su novio a tomar una copa, y eso antes no se permitía. Hoy en
día se ha dado un salto en la vida cotidiana, y cuando me pregunto si eso
significa para las mujeres jóvenes más felicidad, creo que sí. Yo tengo una cierta
envidia y me da satisfacción cuando van por la calle con pantalón corto, por
ejemplo, porque a mí me tiraron piedras en el campo por ir con pantalón cuando
tenía 12 años.
Las mujeres hemos conseguido cosas, tal vez no hemos conseguido todo lo
que nos proponíamos, una sociedad distinta, más igualitaria y justa, pero hemos
avanzado gracias a las luchas que mantuvimos, aunque ahora los partidos
políticos nos cuenten que fueron ellos los que consiguieron esas mejoras. En el
primer mitin que dio Carrillo en Vista Alegre estuvieron a punto de pegarnos a las
mujeres del Frente, y nos echaron, gracias que Cristina Almeida intervino y dijo
que no éramos burguesas que veníamos a romper el mitin. Los partidos luego
aceptaron feministas en su estructura, pero si vemos los órganos de dirección,
exceptuando sorprendentemente en este momento al PP, están formados
mayoritariamente por hombres que son los que toman las decisiones. Eso sí en
todos los ayuntamientos intentan tener una delegación de igualdad, aunque
muchas de ellas casi no funcionan, y se limitan a hacer una comida el 8 de
marzo. Algo se ha avanzado. Pero si miramos la situación laboral termino de ver
que, por ejemplo, en Andalucía el paro afecta al 45%, tanto mujeres como
hombres, y que la mujeres, aunque tengan mayor cualificación, ocupan puestos
con menor salario, y tienen por lo tanto menos poder. Algo que es bastante
general aunque sea en menor grado. Respecto a las relaciones en la pareja leo
que muchas mujeres jóvenes de 16 y 17 y 18 años se quejan de que en el trato
con su novio, con su compañero, sigue habiendo un intento de dominación de
los muchachos sobre las mujeres. He visto además que las encuestas lo
confirman. Y si me fijo en el pueblo en el que ahora vivo veo que efectivamente
existió una delegación de igualdad que ocupaba una mujer valiosa, pero que con
los recortes ya no funciona, y que en los bares dominan los hombres. Eso no

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quiere decir que las mujeres jóvenes no vayan, pero su presencia es menor. Y en
un pueblo de al lado que es más pequeño a los bares van solo hombres. Si entra
una mujer no hay rechazo, pero las mujeres están en casa con los niños, y si en
la escuela hay reuniones o alguna fiesta quienes van con los niños son las
mujeres. Los padres participan mucho menos. Y las mujeres que trabajan siguen
teniendo doble tarea, dentro y fuera de casa. Y puede incluso haber un retroceso
al no haber trabajo, al no tener salida fuera de casa, y debido al peso que tienen
las organizaciones de la derecha y el peso de la Iglesia que vuelve a recuperar
fuerza. Empieza de nuevo a dar miedo. Ya han comenzado con la regulación del
aborto. Y como no hay trabajo, no hay dinero, y las mujeres vuelven a ocuparse
del cuidado de los niños, de los enfermos y de los mayores. Vuelve la mujer a la
casa. Eso ya es un presente. Por otra parte hoy he visto en la prensa una noticia
que es indicativa de hacia donde vamos: el parlamento europeo dice que los
gobiernos apliquen las decisiones que consideren necesarias en el caso de que
los homosexuales quieran donar sangre. Una noticia como esta era impensable
hace unos años. Se pone de manifiesto que sigue presente un grado de
machismo intolerable.
No se puede hablar de los jóvenes en general, conviene matizar más, ya que
hay jóvenes y jóvenes. Mi hija pequeña, por ejemplo, formó cuando era más
joven parte de un grupo de mujeres que se llamaba Liga dura, un grupo que ya
por el título se puede ver que era un grupo de feministas radical, mujeres que
habían estado en el movimiento okupa —estuvieron en la ocupación del Centro
Social de Minuesa—, y que no hace mucho que se volvieron a reunir para hacer
un recuerdo de este grupo. Y me dijo que habían decidido que tenían que hacer
un homenaje a las abuelas y a las madres, porque se daban cuenta de que si no
hubiera sido por ese canal de transmisión familiar, de sus abuelas y madres con
sus amigas, ellas no hubieran escogido ese camino, no hubiesen tenido esa
mentalidad de solidarizarse con los demás, de ayudar a los demás. Es cierto que
no todas las jóvenes actuales están ahí, pero resulta agradable ver que bastantes
jóvenes están movilizándose de nuevo, e intentando cambiar de forma visible
desde el 15M la vida cotidiana y la política. Gente joven que cuenta con apoyos
de las personas de nuestra edad, especialmente mujeres, que no estamos
dispuestas a perder los derechos que hemos conquistado con tanto empeño.
El Movimiento Feminista fue muy combativo, se publicaban muchas cosas del
extranjero —recuerdo que Fini Rubio era una estupenda traductora— y de aquí,
de modo que no te daba tiempo a leerlas todas. No se llegaba nunca a tener
tiempo para hacer análisis más asentados. Muchas mujeres teníamos hijos y
decidíamos llevarlos a todas nuestras actividades, a repartir folletos al metro, a
pegar carteles por la noche, y allí me encontraba con compañeras del MC, del PC
que también iban con sus hijos, así que les transmitíamos nuestras inquietudes.

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Me acuerdo especialmente de Carmen Mestre que también llevaba a sus dos
hijos. No podíamos hacer otra cosa. Por entonces hacíamos cosas increíbles, si
piensas en la parálisis que hay ahora. Recuerdo que el Frente decidió un 8 de
marzo poner en la ciudad de Madrid globos de colores con lemas feministas. Nos
pasamos toda la noche en el local del Frente con unos aparatos de oxígeno y de
hidrógeno para poder llenar los globos, e hicimos cientos con la complejidad que
suponía que no se nos mezclaran. Luego los fuimos repartiéndolos por la ciudad,
poniéndolos en las farolas de modo que subieran. En la Puerta del Sol, recuerdo
que estaba con Lola Illescas poniendo los globos enfrente de la Dirección General
de Seguridad, a las siete de la mañana, y se nos acercó un policía que nos
preguntó qué estábamos haciendo. Se nos ocurrió contestarle que éramos
feministas. Nos dijo que qué era eso, y vio escrito en un globo “Amor libre”. Y
dijo: yo en eso también estoy de acuerdo. Y añadió: pero váyanse pronto de
aquí. Nos dimos la cita al terminar en el Café Central y cuando estábamos todas
reunidas veíamos todo lleno de globos. Al día siguiente al ir a clase a la
universidad los seguíamos viendo en Moncloa, y a los guardias que no sabían
como desinflarlos. Todo esto lo hicimos dos docenas de mujeres, entre las que
estaban algunas mujeres de Induyco. Nos repartimos los globos, los coches, y
las zonas de Madrid. Y luego estaba la emoción de la cita. ¡Comprobar que
estábamos todas, que la policía no había detenido a ninguna!

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11. Empar PINEDA ERDOZIA. La infatigable
búsqueda de una sexualidad libre de tabúes

Nací en Hernani en 1944. Mi familia por rama materna es vasca. Mi apellido


materno Erdozia es un apellido vasco. La rama paterna es una mezcla catalana y
castellana. Fuimos seis hermanos, cuatro chicas y dos chicos. Y una vez le oí a
mi madre decir que había tenido dos abortos naturales. Viví en Hernani durante
mis primeros veinte años. En plan de broma siempre suelo decir que en el año
1944 no solo ocurrieron cosas terribles para el pueblo en general, como la
creación del Banco Mundial, sino que también nací yo, así que me parece, a mí
que me gusta el vino, que la del 44 fue una añada buenísima. Bueno, bromas
aparte, lo de nacer en Hernani no es cualquier cosa. Más tarde, cuando empezó
la movida fuerte, cuando decía que era de Hernani siempre me preguntaban: ¿No
serás de la ETA, verdad?
En Hernani tienen también un peso especial los jesuitas, y precisamente fue en
los jesuitas, en San Sebastián, en Donosti, donde estudié primero y segundo de
carrera, o sea, lo que entonces se llamaban los Comunes. En mis tiempos allí no
había Universidad pública. Era una política del franquismo no crear un centro que
sirviera, digámoslo así, de expansión y de aglutinador de la cultura vasca. Y por
eso fui a los jesuitas.
De pequeña fui a un colegio de monjas. Bueno, primero fui a parvulitos a la
escuela pública, pero luego fui a un colegio de monjas alemanas que pararon en
Hernani, y que tenían unos métodos de enseñanza que nada tenían que ver con
los del otro colegio que había en Hernani que era de las monjas de la caridad.
Eran métodos que no eran habituales en aquella época. Estas monjas tenían
mucha relación con Alemania y con el cónsul alemán de San Sebastián. Teníamos
entonces un material didáctico, como el que luego vi yo al cabo de muchos años
en otros colegios. Utilizaban unos métodos muy activos, y una educación mucho
más abierta que la que existía en general. Por ejemplo, un día íbamos a ver una
papelera para conocer como se hacía la pasta de papel. Pasábamos todo el día
allí, y nos enseñaban cómo se hacía el papel paso a paso. Otro día íbamos a ver
como se hacía un periódico, y nos llevaban a San Sebastián a ver El Diario Vasco.
Lo veíamos todo, desde los talleres hasta la redacción, pasando por todas las
secciones. O nos mandaban hacer una pequeña labor de investigación para saber

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por qué los barrios de Hernani tenían el nombre que tenían. Era un colegio un
poco excepcional para la época. Luego fui al instituto, en donde hice 5º, 6º y
reválida. Y luego hice PREU ya con los jesuitas, y también los dos cursos de
Comunes, los dos primeros cursos de Filosofía y Letras, y la verdad es que
estuvo bien. Eran los propios jesuitas los que nos daban clase. Pero luego nos
examinábamos en Zaragoza para la convalidación oficial.
Mis padres trabajaban los dos. Mi madre trabajaba en la carnicería de la
familia. Era carnicera y charcutera. Por eso me viene a mí ese afán en las
manifestaciones de vender algo, revistas, chapas, lo que haga falta. Siempre digo
que lo mío, lo de tendera, debe de ser genético. Y mi padre era tratante de
ganado, pero a pequeña escala. Compraba corderos, por ejemplo, los llamados
corderos de leche, de distintos sitios de Castilla, y se los mandaban en tren, y
luego él los vendía al gremio de carniceros de San Sebastián, o compraba
terneras pequeñas, también por teléfono, en Ávila o en otros sitios. Se las
mandaban por tren, y luego él las vendía. Luego eso se prohibió, porque la carne
de ternera parecía que estaba yendo para atrás. Pero cuando pasó eso, lo que
hizo fue abastecer a la carnicería. Entonces iba por los caseríos comprando
directamente a los caseros. Yo iba ya de pequeña a los caseríos, porque mi
abuelo por parte materna era curandero, y yo iba con él, a lo Heidi, subiendo
montañas. Lo acompañaba cuando iba a curar a gente a distintos caseríos de la
zona. Mi abuelo tenía una vista extraordinaria para saber qué plantas eran
curativas. Y además hacía un ungüento, que ahora precisamente una de sus
bisnietas logró registrar, y sigue haciéndolo. Era un ungüento buenísimo para
todo tipo de heridas infecciosas. Y además sabía muchas cosas sobre las plantas
y sus cualidades curativas. Da pena ver la cantidad de saberes que se han
perdido por el desprecio que hay hacia el campo. Me acuerdo que a mi abuelo
hubo una época en la que le pusieron el alto por intrusismo profesional. Pero un
día un médico de un barrio de San Sebastián que tenía una hija enferma, y le
tenían que cortar una pierna porque se le había comenzado a gangrenar, mandó
llamar a mi abuelo, a quien conocía, por si podía hacer algo. Y mi abuelo la curó.
Y entonces este médico intervino para que le dejaran seguir con su actividad
porque pensaba que hacía un bien extraordinario. Mi abuelo era además un
hombre muy curioso que seguía teniendo su peso y su influencia en el entorno
del Partido Nacionalista Vasco, pues en la época de La República, fue el que
levantó todos los votos para el Frente Popular en el Valle del Urumea. Me
acuerdo que de una de sus hijas, mi tía Dolores, que era muy folclórica y le
encantaban las banderitas y las fiestas del PNV, siempre decía: “¡pero hay que
ver esta mujer!”. Eso sí hablaba siempre en euskera, nunca hablaba en castellano,
porque parece ser que un día bajó a la feria que se hacía en Hernani, que era
una feria ganadera, y también de artículos de consumo de uso doméstico, y

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habló en castellano. Se rieron de él, y nunca más.…
Mi madre era una mujer muy activa, quizás más que mi padre. Una vez me
propuso, puesto que yo había sacado el carnet para conducir motos, que con
una Lambretta que tenía mi padre, fuésemos a todo el Valle del Urumea en
donde hay muchos caseríos para tomar nota del pedido que nos hicieran, y al día
siguiente poder llevárselo. Bueno, pues luego eso lo siguió haciendo mi padre
con una furgoneta.
Después de hacer los Comunes con los jesuitas me vine a Madrid porque mi
hermano mayor se había casado y vivía en Madrid. Entonces yo podía venir a su
casa, y además tenía una beca. Y así fue como aterricé en la Facultad de Filosofía
y Letras de la Universidad Complutense en el curso 1964-65. Fue un año
glorioso por las luchas estudiantiles para acabar con el SEU, el sindicato
falangista. Fue además el año que expulsaron de la Universidad de Madrid a
algunos profesores, entre ellos a Aranguren, Tierno y García Calvo.
Cuando empezaron las clases me pasé los primeros quince días yendo de
especialidad en especialidad para ver cual me interesaba más, y al final me decidí
por Filología Románica. A mí las lenguas siempre me han gustado mucho. Luego,
el curso 1966-67 fue el de las movilizaciones y de la creación del SDEUM, el
Sindicato Democrático de Estudiantes Universitarios de Madrid, cuya creación fue
casi paralela a la del SDEUB en Barcelona. En ese curso me expedientaron y me
expulsaron de la Universidad. Me expulsaron porque me había significado mucho
en la lucha universitaria de esos años. No pertenecía a ningún partido, pertenecía
a una organización universitaria, la Federación Universitaria Democrática Española
(FUDE). Pero además me prohibieron matricularme en la Universidad de
Barcelona. Entonces, como no podías ir al Ministerio a preguntar qué plan de
filología románica era más parecido al de Madrid, porque levantabas sospechas,
me dijeron que lo que tenía que hacer era escribir a la secretaría de las distintas
Facultades de toda España para que me mandaran los planes de estudios. Pero
como eso exigía mucho tiempo, y además tenía un plazo para poder
matricularme, y dado que otros expedientados anteriormente de la Facultad de
Filosofía habían ido a Salamanca, pensé que lo mejor era matricularme en
Salamanca. Y llegué a Salamanca. Pero resulta que el plan de estudios no se
parecía en nada al de Madrid, y tenía que empezar desde tercero de especialidad,
hacer de nuevo tercero, cuarto y quinto. Cuando me expulsaron estaba en quinto
y acababa de hacer los exámenes de junio. Así que tuve que volver a empezar, y
claro está que eso fue una desesperación.
Me fui a Salamanca, pero nada, como fue el año del referéndum de Fraga, nos
dieron vacaciones anticipadas a principios de diciembre, para que fuéramos cada
uno a votar a su lugar de residencia. Recuerdo que en la FUDE estábamos
haciendo una campaña por la abstención, y yo me llevé todas las pegatinas a

190
Hernani. Y mi padre me hizo una jugada espantosa porque él estaba en una
mesa electoral, y yo le dije que me iba a abstener. Mi padre mandó a un
municipal a casa para decirme que fuese a votar. Y yo le dije que mi padre sabía
que no pensaba hacerlo. Y cuando cerraron las mesas, vino mi padre con mi
cartulina de haber votado. Tuvimos una bronca enorme. Y le dije: “si ha votado
así todo el mundo, no me extraña que Franco logre el 99 por cien de los votos”.
En esas vacaciones de Navidad, y en vista de que tenía que volver a empezar
de nuevo la especialidad, como aquel que dice, me informé, y vi que la
Universidad de Oviedo era la que tenía un plan más parecido a la de Madrid.
Entonces me fui a Oviedo, y lo que hice fue matricularme por libre. De este
modo podía volver a Madrid y seguir en la lucha. Creo que terminé la carrera en
el año 1969, y estuve en Madrid hasta 1975, hasta la muerte de Franco. En ese
año, en diciembre, en el puente de la Inmaculada, tuvieron lugar las Primeras
Jornadas por la Liberación de la Mujer, al poco tiempo de morirse Franco. Fue
por entonces cuando me fui a Barcelona. No me fui por voluntad propia, aparte
de que me iba encantada, fui porque me lo propusieron mis compañeros de la
organización política en la que estaba entonces, el Movimiento Comunista (MC).
En una cita que tuve con un compañero éste me dijo: “oye ¿tú que tal llevarías
lo de irte a vivir a Barcelona?”. Y yo le contesté: “por mi, perfecto”. Mi hermana
mayor, con la que estaba viviendo, había dejado su Seiscientos, pues se había
ido a vivir a Inglaterra. Así que le dije a este compañero que no se preocupase,
pues podía desmontar lo poco que tenía en el piso, e irme a Barcelona. Allí
enseguida me encontré bien, además era mayo, y en ese mes de mayo de 1976
fueron las Primeras Jornades Catalanes de la Dona, que para mí fueron una
especie de explosión, algo irrepetible. Y eso que yo hasta entonces no había
caído del lado del feminismo, pues estaba metida hasta las cejas en otras luchas.
Es curioso, pero a veces me pregunto si no tendría algo que ver con el hecho de
que no me encontraba con una situación de desmerecimiento en los círculos en
los que me movía en la actividad política y demás. No me encontré con
posiciones machistas. Sentía que mis compañeros me trataban bien, como a una
persona. Creo que eso me ha dificultado tener conciencia feminista, porque a
poco que hubiéramos pensado en las otras mujeres, o estuviésemos con los ojos
un poco abiertos, eran fáciles de ver las desigualdades. Estaba también que vivía
en un medio muy especial que era el universitario, porque si hubiese estado en
otro medio posiblemente me hubiese enterado antes.
En Barcelona participé en la creación de la Coordinadora Feminista, porque uno
de los acuerdos de las Jornades Catalanes de la Dona fue la creación de un
organismo de coordinación de los núcleos que existían. Y otro impulsar la
creación de nuevas organizaciones feministas, de nuevos núcleos feministas. Y
entonces nada más acabadas las Jornades nos pusimos manos a la obra, y

191
creamos la Coordinadora Feminista de Barcelona. Eso para mí fue, bueno, como
te diría, un despertar, supuso un antes y un después en mi vida. Sinceramente,
reconozco que a partir de ese momento miraba la realidad que conocía con otros
ojos. Eso significó que empezamos a relacionarnos con mujeres de diferentes
clases sociales. Yo había veces que pasaba verdaderos sofocos, porque como
había una coordinación de todas las asociaciones, nos encontrábamos con
mujeres de grupos muy distintos. Recuerdo que había un núcleo de mujeres que
tenían unas siglas, un acrónimo, increíbles, LAMAR (Lucha Antipatriarcal de
Mujeres Anticapitalistas y Revolucionarias). Pues bien, en el MC en aquel
momento defendíamos lo que llamábamos línea de masas, es decir, debíamos de
tener un poquito en cuenta la situación de la gente a la que te estabas
dirigiendo, y tirar un poquito, pero suave, despacito, no en plan de provocar.
Bueno, pues me acuerdo que tuvimos una reunión con las mujeres de la SEAT
que se habían sumado a la huega que habían iniciado sus maridos, y nos
vinieron a contar a la Coordinadora lo que estaban haciendo, para que les
apoyáramos. Y recuerdo que una de las chicas de LAMAR, que era de lo más
simpática, empezó a echarles una bronca, porque estaban luchando por sus
maridos, y no por sus propias reivindicaciones. Y les decía: “porque seguro que
tu marido cuando llega a casa no se responsabiliza de las tareas domésticas,
porque seguro que tu marido cuando estáis en la cama no te pregunta que es lo
que te apetece o te deja de apetecer”. Y seguía en ese tono. Bueno, yo no sabía
dónde meterme, y además pensaba que no volverían a la Coordinadora. Pues
volvieron, y volvieron interesadas. Bueno, también hubo otras intervenciones
menos radicales, pues les comentaban que no solo estaban luchando por los
intereses de sus maridos, pues su sueldo era el único que entraba en casa. O
sea, que quedaron entusiasmadas. A mí la verdad es que se me abrieron los
ojos. Otro día, por ejemplo, cuando el Partit Socialista Unificat de Catalunya
(PSUC) empezaba a salir a la luz, y convocaron un acto para explicar a la gente
cuál era su programa, vimos que en la mesa solo había varones. Las de la
Coordinadora, entre las cuales estaba la joven de LAMAR, que por cierto habían
ido con silbatos, porque ya se lo temían, empezaron a hacer sonar los silbatos y
a gritar: ¿dónde están las mujeres del PSUC? ¿Dónde está, fulanita, dónde
menganita, dónde está zutanita? Así que yo iba de sorpresa en sorpresa. Y
pensaba que tenían toda la razón.
Estando en Barcelona también conocí a Lidia Falcón que me ofreció
responsabilizarme de la situación de las mujeres de los barrios en la revista
Vindicación Feminista que ella dirigía. Entonces a mí me pareció bien, pues
aunque no comulgaba con todas sus posiciones, me parecía estupendo que se
plantease que las mujeres de los barrios estuviesen presentes en Vindicación. Así
que estuve colaborando con la revista bastante tiempo. Sin duda teníamos

192
nuestras diferencias, pues Lidia era un poco la trasposición aquí de las posiciones
de Shulamith Firestone en Estados Unidos. Para ella las mujeres somos una clase
social, mientras que para mí las mujeres no somos una clase social, sino que las
mujeres pertenecemos a distintas clases sociales. Otra cosa es que tengamos
luchas comunes, intereses comunes. Se trata en cualquiera de los casos de
potenciar esa unidad que no viene dada, sino que hay que lograrla. Hay que
trabajar mucho para convertir esos elementos que nos unen en acción práctica,
para poder lograr un trabajo común.
En esa época tuve relación también con sindicalistas, porque pertenecía al
Movimiento Comunista de Catalunya (MCC), y en la organización había mujeres y
hombres sindicalistas. Recuerdo que una de estas mujeres había ido a Italia para
tomar contacto con organizaciones como Lotta Continua, un grupo, digamos, a
la izquierda del PCI. Y cuando volvió nos estuvo comentando cómo se habían
producido rupturas en algunas organizaciones políticas porque las mujeres
habían planteado que estaban muy concernidas por la liberación de las mujeres y
no veían apoyo suficiente ni tolerancia por parte de los varones. Entonces las
mujeres del MC de Cataluña estuvimos pensando por qué no le dábamos una
salida incluso orgánica a esa cuestión. Fue entonces cuando se nos ocurrió
organizar lo que llamábamos la Estructura de Mujeres que era una estructura
desde abajo hasta arriba, es decir, que hubiera mujeres en la dirección, en los
comités intermedios —bueno, les llamábamos comisiones intermedias— y en la
base. Se creaba así en el MC una estructura paralela de grupos de mujeres. Para
las mujeres era doble trabajo, porque estábamos en la estructura de mujeres y
en la estructura mixta. Pero pensábamos que era una buena manera, por un
lado, de generar conciencia feminista de forma absolutamente autónoma, porque
las decisiones las tomábamos nosotras, e incluso en los estatutos de la
Estructura de Mujeres que en el caso de que hubiese conflicto la Estructura era la
que primaba. Y eso era una innovación absoluta.
El hecho de crear organismos de la Estructura Autónoma de Mujeres paralelos
a la Estructura Mixta favorecía que las mujeres, incluso en su tarea individual en
las células, en los comités, y en el comité de Dirección de la estructura mixta del
MCC, podían llevar a cabo una labor de generar conciencia feminista, no solo en
las mujeres, sino también en los varones. El caso es que tuvimos apoyo por
parte de los compañeros. Incluso tuvimos apoyo en el primer Congreso del MC,
del conjunto del MC a nivel estatal, un congreso que se hizo en la clandestinidad
en París. Y ya cuando hicimos el segundo Congreso se incluyó una ponencia
sobre la liberación de la mujer que formó parte de los documentos de
preparación del Congreso, un documento que se discutía en la organización a
nivel de todo el Estado. Luego se sometió a votación, como el resto de las
ponencias, y el Congreso la apoyó con sus votos.

193
Las mujeres sindicalistas del MCC, y del MC en su conjunto —se puede
interpretar como prepotencia pero no lo es— fuimos las impulsoras de la
Secretaría de la Mujer de Comisiones Obreras que es donde estaban las
compañeras sindicalistas. De tal manera que todo lo que íbamos avanzando,
discutiendo en la Estructura servía de modelo para otros movimientos. Y los
contenidos que íbamos avanzando, tanto en cuestiones de sexualidad como de
maternidad y de otras cuestiones, y las compañeras llevaban lo acordado a la
Secretaría de la Mujer, de ámbito estatal. Con la primera secretaria, que fue
Begoña San José, nuestras compañeras tenían una buenísima relación. Se
facilitaba que hubiese una relación fluida entre todas. Participé por tanto en las
luchas en favor del cambio del código penal, del aborto, del divorcio … y del
adulterio. Me acuerdo que íbamos a las manifestaciones con una especie de
pancartita individual que decía: “yo también soy adultera”. Y luego cuando la
manifestación del aborto: “yo también he abortado”.
Después de las primeras elecciones municipales que fueron en el año 1979,
dejé Barcelona y volví a Madrid. Me pusieron de cabeza de lista en la municipales
de Barcelona. Por cierto que Lidia Falcón sacó una columna animando a las
mujeres a que me votasen. Precisamente el otro día revisando unos papeles me
encontré con la columna y me hizo gracia. Por supuesto, no salí elegida.
Teníamos mucha actividad, digamos en el día a día, pero está clarísimo que la
gente cuando va a votar siempre tiende un poquito más a la derecha, y vota
conservador. Nosotros éramos muy conocidos en lo que eran las luchas tanto en
las fábricas como en los barrios y en el Movimiento Feminista. Venía mucha
gente a los mítines, todavía recuerdo que me quedé sin voz en uno que
estábamos dando en el Parque Güell. Pero luego, a la hora de votar la gente se
lo piensa mucho.
Me vine a Madrid, y no te puedes imaginar el diferente ambiente que encontré
cuando fui a las primeras reuniones del Movimiento Feminista. La Coordinadora
Feminista de Barcelona tenía un peso específico como tal coordinadora, y en ella
había un ambiente amistoso entre todos los grupos. En la Coordinadora de
Madrid había mucho sectarismo: “esta es mi organización, esta es la mía, nos
ponemos de acuerdo en tal cosa y en tal otra. Pero no había esa relación
permanente que había conocido en Barcelona. Y cuando se creó el Instituto de la
Mujer estuvimos en contra de que estuviese ligado a un partido político.
Llevábamos, como te diría yo, en la sangre lo de la autonomía, y además para
nosotras era una cuestión crucial, o sea, a pesar de ser mujeres que estábamos
en el MC, nuestra Estructura Autónoma era la que decidía, y no la organización.
De tal modo que cualquier dependencia que significara cortapisar la autonomía
no nos parecía bien. Sin embargo, con Carlota Bustelo, que fue la primera
presidenta del Instituto, teníamos buena relación. Y con Cristina Alberdi también,

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cuando formaba parte del Seminario del Colectivo Feminista. Recuerdo que
cuando fue Ministra de Asuntos Sociales le dijimos todos los grupos gays y
lesbianas de la coordinación que tenían que plantearse muy seriamente el tema
del matrimonio homosexual, o por lo menos una ley de parejas de hecho. Y
entonces nos dijo que dentro del PSOE no existía para nada un acuerdo sobre
esto. Es una lástima que los socialistas no hagan las cosas cuando pueden,
porque luego, claro, sucede lo de siempre, pasan a la oposición, y entonces
empiezan a exigir esos cambios. Por cierto que, hace ya un tiempo, me encontré
con Cristina Alberdi un día, y me dijo que estaba muy harta de la situación del
PSOE, que estaba muy cansada. Y yo le dije: “Cristina, pero, es lo que hay. No
podemos dejar que vayan a su aire”. Y luego cuando la vi con el Partido Popular
a partir un piñón no lo entendí, porque es una mujer culta e inteligente. Estaría
bien poder saber lo que le ha pasado.
En el Movimiento Feminista de este país el peso de la sexualidad, el reclamo de
que las mujeres somos también seres sexuales, tuvo una incidencia muy fuerte
desde sus comienzos. Bien es verdad, claro está, que veníamos de dónde
veníamos, y que la sexualidad de las mujeres era parir, o sea, embarazarse, darle
hijos al varón dentro del matrimonio, y además darle placer sexual. Entonces
había una desinformación absoluta. Baste decir que yo el clítoris lo descubrí ya
de mayor. Estábamos, por tanto, reclamando algo que se nos había negado.
Bueno, en ese sentido siempre me he reído cuando, estando aquí en Madrid, iba
a la librería Fuentetaja, donde cuando ibas si tenías confianza te dejaban pasar a
la trastienda a ver los libros prohibidos, y me encontré con El Segundo Sexo de
Simone de Beauvoir. Y les preguntaba, pero, bueno ¿qué pudo ver el censor en
este libro para prohibirlo? Y me dijeron que era solo por el título ¡creían que
hablaba de sexualidad! Entonces yo creo que está bastante justificado el peso
que tenía la sexualidad al principio en el Movimiento Feminista. Al venir del
franquismo parecía que la sexualidad era cosa de hombres, y las mujeres
teníamos que defender que también éramos seres sexuales, además de otras
muchas cosas. Y también es verdad que nuestras primeras lecturas en la
Universidad, por ejemplo, El Informe de Masters y Johnson, hicieron que al
principio estuviéramos sobre todo interesadas por las técnicas sexuales. Al papel
de las fantasías en el terreno sexual llegamos mucho más tarde dentro del
Movimiento Feminista. Me acuerdo que en las Jornadas Feministas Estatales de
Granada, o sea, las que hicimos en el año 1979, a una mujer que se atrevió a
decir que ella gozaba con el coito; casi nos la merendamos a la pobre. Por
entonces estábamos en la defensa del clítoris, defendíamos que sin la
estimulación del clítoris era imposible tener un orgasmo. Todavía no nos
habíamos enterado de que las terminaciones nerviosas de la vagina podían
también contribuir a ese efecto.

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Por lo que se refería a las lesbianas, por ejemplo, en Barcelona había un caldo
de cultivo muy favorecedor, en el Movimiento Feminista y en la Coordinadora
Feminista, para que pudiéramos manifestarnos como tales, cosa que aquí en
Madrid era distinto. Y eso que en el Colectivo Feminista, que era el sucesor del
Seminario del Colectivo Feminista, eran lesbianas el 90%, pero esa cuestión
jamás se planteaba explícitamente. Ni siquiera dentro del propio grupo. En
Barcelona, por el contrario, se facilitó mucho que el lesbianismo fuera
considerado algo normal. Pero en el conjunto del Movimiento Feminista, y
particularmente en Madrid, se veía bien apoyar las manifestaciones contra la
represión hacia lesbianas y gays, formar parte de la manifestación del 24 de
junio, entonces día internacional por la liberación de gays y lesbianas, pero no se
hacía nada que favoreciera que las lesbianas del Movimiento Feminista se
pudieran sentir a gusto, y no tuvieran que andarse ocultando, incluso dentro del
propio Movimiento. Y eso fue lo que nos llevó a crear el Colectivo de Feministas
Lesbianas de Madrid (el CFLM).
El origen del CFLM está en que en el año 1979 se celebró en la Costa Brava
una reunión anual de la Asociación internacional de Gays, de la IGA
(International Gay Asociation), que luego más tarde, con el peso que fue
adquiriendo el lesbianismo, se convirtió en la ILGA, al añadirse la L de lesbianas.
En esa asamblea estuvieron presentes algunas lesbianas españolas y decidieron
entre ellas que era una pena que no hubiese contacto entre nosotras, y
plantearon por qué no hacíamos las primeras jornadas de lesbianas del estado
español. A estas Primeras Jornadas que se hicieron en la emblemática calle
Barquillo, donde tenía su sede el movimiento feminista de Madrid, asistieron
tanto mujeres que estaban participado en grupos mixtos, es decir, con gays,
como mujeres lesbianas que participábamos en las asociaciones feministas. Nos
juntamos mujeres lesbianas del País Vasco (ESAN), lesbianas del movimiento
feminista de Madrid, lesbianas que formaban parte del Frente de liberación
homosexual de Castilla (FLOC), que era un grupo mixto, y lesbianas del País
Valencià. Esto fue en torno a 1980, y fuimos discutiendo e informándonos de la
realidad de nuestras colegas y empezamos a pensar sobre nuestras
reivindicaciones, y sobre nuestra casi total invisibilidad. Decidimos organizar un
segundo encuentro en Valencia para el mes de noviembre; esta primera reunión
había sido en junio. Pero las lesbianas de Madrid, tanto las que estábamos en el
movimiento feminista, como las que estaban en el grupo mixto y en el FLOC,
una vez acabada la reunión pensamos que debíamos de seguir viéndonos, y
preparar una ponencia para las Jornadas de Valencia, y como no teníamos dónde
reunirnos nos cedieron los compañeros del FLOC su local que estaba por Delicias.
Y como nos reuníamos los primeros viernes de mes, decidimos llamarnos
Lesbianas Unidas de los Viernes (LUVIS), con un cierto contenido ideológico

196
frente a los primeros viernes de mes de la Iglesia. Empezamos a preparar la
ponencia y al terminar de prepararla se creó una situación simpática, pues sobre
todo las lesbianas del FLOC empezaron a decir que por qué no creábamos un
grupo de lesbianas específico más permanente. Y así fue. Nos organizamos como
Colectivo de Feministas Lesbianas de Madrid (CFLM), y solicitamos tener un
espacio para reunirnos en la calle Barquillo, que era el lugar de referencia de las
feministas de Madrid. La historia fue un tanto desagradable porque hubo grupos
que no nos querían ceder un espacio, pues una parte no aceptaba nuestra
presencia, así que tuvimos que recurrir a la Dirección general de la mujer de UCD
y, cómo los locales de Barquillo eran locales de la Dirección, les comunicaron que
tenían que aceptarnos. Y lo primero que hicimos al reunirnos fue discutir qué
objetivos debía de marcarse el Colectivo, qué expectativas teníamos de cara al
futuro y, tras recoger las ideas y sugerencias de las que estábamos, decidimos
que el Colectivo nos tenía que servir, primero, para poder vivir con satisfacción
nuestra propia sexualidad, sin vergüenzas, ni miedos; en segundo lugar, para
incidir en el conjunto del movimiento feminista con el fin de que su política
sexual saliera de los márgenes en los que se movía entonces, que eran los de la
heterosexualidad, y abarcara las distintas expresiones de la sexualidad de las
mujeres, las distintas opciones sexuales; y en tercer lugar para entrar en contacto
con las lesbianas de Madrid que formaban parte del gueto, de los clubes de
ambiente, como se decía entonces, clubes a los que iban a bailar, a tomar copas,
a reunirse y a divertirse. Algunos de esos clubes todavía siguen existiendo como
el Berlín que está en la calle Jacometrezo, pero que ya no es de ambiente como
decíamos en la jerga. Otro que sigue también existiendo está en la calle Cabeza,
por Lavapiés. La mayoría ya desaparecieron, pero estaban todos muy céntricos.
Respecto a la acción de entrar en contacto con estas lesbianas no estuvimos muy
inteligentes y de entrada nos rechazaron, y reprocharon nuestras acciones.
Recuerdo una vez que fuimos a un club y estaba un cantante latino y las letras
eran bastante machistas y les dijimos que aquello no podía ser. Entonces
empezaron a decirnos: “¡mira las señoritas!, ¡mira las finas!”. Y empezaron a
echarnos moneditas y a reírse. No supimos realizar el trabajo en ese ámbito
concreto, y creo que solo posteriormente vimos que no habíamos valorado el
papel que esas mujeres habían jugado desde el punto de vista social, de hacer
presente en la sociedad el lesbianismo. Muchas de ellas tenían un marcado
aspecto masculino y fue una forma de no ocultar su homosexualidad, de hacer
visible el lesbianismo. Estábamos muy preocupadas en esa época por ser
aceptadas en la sociedad, por normalizar nuestra situación, y perdimos un poco
el pie al rechazar esas manifestaciones que según nuestra visión nos alejaban de
esa normalización.
Por lo que se refiere a incidir en la política sexual del movimiento feminista

197
tuvimos más suerte porque nos vinculamos a la Coordinadora de organizaciones
feministas del estado español, en nuestra jerga la Coordinadora estatal, en la que
estaban presentes los grupos más activos, más combativos, más resueltos del
conjunto del feminismo. Creo que se fundó en 1978 y empezó a funcionar en
1979. Y lo que hicimos fue un estudio muy sencillo de publicaciones del conjunto
de los grupos de la Coordinadora, que muchas veces eran hojas sin más y otras
boletines, para ver cómo reflejaban la sexualidad. Y encontramos que, viniendo
de donde veníamos, del franquismo, el salto hacia adelante por lo que se refiere
a la sexualidad femenina, era enorme; la mujer no aparecía ya destinada a
procrear y a dar satisfacción al varón, pues las mujeres aparecían como seres que
tenían sexualidad, deseo sexual, y placer sexual. Pero esos escritos se mantenían
dentro de los límites de la homosexualidad, prácticamente no existía la opción
lésbica. Entonces hicimos un informe en el que expresábamos nuestro parecer de
que, pese a los avances todavía quedaba bastante por hacer, y empezamos a
editar una revistita que se llamaba Nosotras que nos queremos tanto. Al principio
traducíamos artículos de feministas de ámbito internacional que rompían con esa
lógica exclusivamente heterosexual, pero luego ya empezamos a publicar
artículos de producción propia. Hay que decir que la periodicidad de la revista no
la conocíamos ni nosotras mismas, cada número iba saliendo a medida que lo
terminábamos. También hicimos uno o dos números de otra revista que se
llamaba Desde nuestra acera (en alusión a aquello de los de la acera de
enfrente), que estaba formada por artículos más cortos, más ligeros, más de
intervención. Y pensamos, cuando empezamos a rectificar nuestras ideas sobre
las lesbianas del gueto, que esa revista se podría distribuir también en los clubes
de lesbianas, porque era más atractiva.
Nosotras era una revista que servía para la discusión de todos los grupos
feministas que estaban en la Coordinadora estatal. De este modo, al cabo de un
tiempo, en los grupos de la Coordinadora estatal, cuando daban charlas sobre
sexualidad, planteaban la opción lésbica en igualdad de condiciones con la
opción heterosexual. Y eso fue un avance tremendo, una labor muy grande.
Seguíamos dando peso a la sexualidad porque no éramos partidarias de que se
interpretara el lesbianismo como algo característico de la educación que
habíamos recibido en la época franquista según la cual las mujeres somos muy
tiernas, muy cariñosas, y estamos siempre muy volcadas en los demás. De tal
modo que podíamos ir por la calle abrazadas, o cogidas del brazo, sin que nadie
pensase que ahí había algo más que amistad, cariño y ternura. En cambio si dos
chicos iban cogidos del brazo enseguida la gente pensaba que eran maricones o
gays. Es cierto que había otras posiciones en el sentido de diluir mucho el
componente sexual de las relaciones lésbicas, pero nosotras poníamos el acento
en que eran relaciones con un componente sexual, y además con un

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componente de ternura, de cariño. En los chicos eso era mucho más
sobresaliente porque a los hombres siempre se les ha educado en la idea de que
son el sexo fuerte, por eso están muy interesados por la sexualidad, en cambio
en nosotras la sexualidad ocupaba un lugar muy secundario.
En el Colectivo nos planteamos que no solo bastaba con tener una
intervención en el terreno ideológico y de práctica política, sino que teníamos que
poner los pies en la tierra y ver cuál era la situación de las lesbianas, y qué tipo
de asuntos podían transformarse en reivindicación. Discutimos bastante para
hacer una plataforma de reivindicaciones dirigida a los poderes públicos, y
también a la sociedad, a través de charlas y seminarios, pues hacíamos muchas
intervenciones no solo en Madrid, sino por toda España, ya que nos llamaban los
grupos de la Coordinadora estatal que estaban distribuidos por todo el país.
Nos planteamos también en la plataforma entrar en relación con la
transexualidad, nos interesaba conocer que problemática especifica tenían las
mujeres transexuales, con las que no habíamos tenido relación hasta entonces.
Fue así como nos pusimos en contacto con Transexualidad que era la
organización que existía en ese momento, y estrechamos el contacto con ellas.
Era muy gracioso porque las compañeras que iban a ir a verlas estaban muy
preocupadas porque no sabían cómo debían dirigirse a ellas, como tratarlas, y
vinieron muy contentas diciendo que eran mucho más femeninas que nosotras, y
que no tuvieron ningún problema al tratarlas en femenino. Nos encontramos
entonces con algo en lo que no habíamos pensado, que había transexuales
lesbianas, mujeres que habían nacido con sexo biológico varón y se sentían
identificadas como mujeres, y sexualmente se sentían atraídas por otras mujeres.
Recuerdo que había brutos que decían, pues para este viaje no hacían falta
tantas alforjas. No entendían que una cosa es la identidad y otra la orientación
sexual.
Llegamos a hacer esta plataforma y la difundimos en la Coordinadora estatal
para que no solo las coordinadoras feministas sino también los colectivos de
lesbianas que empezaron a surgir en los distintos sitios pudieran conocerla y
difundir su contenido. El Colectivo dejó de funcionar a finales de los 90, en parte
por un cierto cansancio, por esa pérdida de ganas de militar, como lo llamábamos
entonces, porque llevábamos ya muchos años en la brecha. Pero nos
preocupamos porque hubiese relevo, así que vino gente nueva y seguíamos
algunas del viejo colectivo e hicimos una labor de iniciación, y elegimos un titulo
CLIP (Colectivo de lesbianas y punto). Hicimos algunas actividades durante un
tiempo, pero al final también se desintegró y desapareció este nuevo colectivo.
Ahora no hay ningún colectivo especifico de lesbianas, pero en los grupos de
feministas hay una actitud positiva hacia el lesbianismo, con lo cual de algún
modo nuestras actividades están integradas en esos grupos. Eso cambió mucho,

199
y en COGAM (Colectivo de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales de
Madrid) hay un grupo de lesbianas. Tiene su sede en la calle de la Palma y
forman parte de la Federación Española de Lesbianas, Gays, Transexuales, y
Bisexuales (FELGTB). Esa federación sigue con actividades, es la que fue recibida
por Felipe VI, supongo que en esto debió de influir Letizia, y salió mucho en los
medios, así que supongo que les debió de servir de reconocimiento social.
Hablando de reconocimiento social, pienso que la reforma del código civil con
el Gobierno Zapatero, en 2005, que posibilitó la aprobación del matrimonio
homosexual, del llamado matrimonio igualitario, ha supuesto un salto cualitativo
muy importante a nivel social. Lo cierto es que tuvimos que luchar mucho
entonces con una parte de las compañeras y compañeros del Colectivo, pues una
parte no lo veía claro, porque es cierto que cuando éramos jóvenes estábamos
en contra del matrimonio. Pero también hay que decir que entonces se tenía en
mente el matrimonio de nuestros padres, de la época franquista, una época en la
que no había divorcio y que era un matrimonio por la Iglesia. En ese matrimonio
se daban unas relaciones de pareja muy desiguales y muy desfavorables para la
mujer, pues todavía se pensaba aquello de que “la mujer con la pata quebrada y
en casa”. Pero luego los tiempos ya habían cambiado y no era igual. Si vas
viendo, hoy día son muchos ya los matrimonios civiles, es decir, el matrimonio no
es ya lo que era, pero además para que la gente vea como normal que haya dos
mujeres que se quieran o dos hombres que se quieran y hayan decidido vivir
juntos, el considerar que pueden casarse ha ayudado a que lesbianas y gays se
hayan atrevido a salir del armario, a mostrar con naturalidad de cara a la
sociedad sus relaciones.
Me acuerdo que cuando Cristina y yo nos casamos, en el año 2006 estuvimos
mirando donde podíamos celebrarlo, donde poder juntar a las familias y
pasárnoslo bien, y que no fuera muy caro. Lo que terminamos haciendo fue decir
a la gente que invitábamos que, dado que llevábamos veinte años viviendo
juntas y teníamos de todo, en vez de hacernos un regalo se pagasen la comida y
así nos evitaban a nosotras el gasto. Todo lo que veíamos resultaba caro, pero al
fin encontramos un hotel por la Avenida de América que no estaba mal, y
cuando hablé con la comercial y le dije que era una boda de lesbianas, le pareció
muy bien. Y el personal que nos atendió en el banquete nos trató
estupendamente: ya no había comentarios, ni miradas de reojo. Vimos que las
cosas habían cambiado mucho, porque sigues siendo muy sensible a gestos de
rechazo. Bueno, también hay que decir que esto fue en Madrid, y que
posiblemente en una ciudad más pequeña sea todavía un poco diferente, pero de
todos modos creo que el cambio se nota mucho, y que la gente es más
respetuosa con las elecciones personales. Quizás con el tema de la
transexualidad todavía nos queden años para que se acepte y no se considere

200
una patología. Hay que seguir en ello, y depende también de si la situación en
que vivimos cambia para mejor.
Otra de mis actividades importantes a partir de los primeros años de la década
de los noventa fue el trabajo que realicé en la Clínica Isadora, el nombre viene
por Isadora Duncan. Quizás convenga recordar que los primeros centros de
planificación familiar que surgieron en Madrid, y que más se conocen, estaban
ligados al PSOE y al PCE. En ellos estaban mujeres como Elena Arnedo o Delia
Blanco, pero también surgieron algunos centros ligados a mujeres del
Movimiento Feminista de Madrid. A mí esos comienzos me pillaron en Barcelona
donde los centros de planificación familiar eran centros potenciados claramente
por el movimiento feminista, de tal modo que, cuando se celebraron las primeras
elecciones municipales democráticas, los ayuntamientos de Barcelona lo que
hicieron fue institucionalizarlos. Aquí en Madrid no sucedió lo mismo, aunque si
había habido en Aluche, en Quintana, y en Vallecas, centros de planificación, de
información anticonceptiva, que eran del movimiento feminista, y que luego,
cuando entró el Gobierno del PSOE, lo que hizo fue ligarlos a los ayuntamientos
y a los partidos, al PSOE y al PCE.
En estos centros se daba tímidamente información sobre anticonceptivos,
sexualidad y también sobre el aborto, aunque sobre este último aspecto de
forma muy tenue. Esa situación nos llevó a algunas a crear en los años 80 la
Comisión pro derecho al aborto, sobre todo después de enterarnos las LUBIS de
que la guardia civil había entrado en un centro de planificación familiar Los
Naranjos de Sevilla en donde se hacían abortos, y se había llevado todos los
historiales de las mujeres que habían acudido a él. Reaccionamos, hicimos
pancartas, e hicimos lo que se llamaba entonces un salto en la Gran Vía, que
consistía en cortar el tráfico e informar de lo que estaba pasando. Además en
aquel entonces si se llamaba al diario El País y se le enviaba una nota informativa
de la acción nos la publicaban. Ya ves que también en eso se ha cambiado
mucho pues hoy ya no te publican nada. Y a raíz de este hecho nos quedamos
muy inquietas con el tema del aborto porque prácticamente no había donde
abortar, ni en clínicas privadas ni en hospitales, y formamos, como decía antes, la
Comisión pro derecho al aborto de la Comisión Feminista de Madrid.
Empezamos a dar información, pues la situación a principios de los ochenta,
seguía siendo tremenda, todavía se utilizaba el perejil y otros métodos similares
para abortar. Así que desde el principio nos propusimos dar información a las
mujeres que quisieran abortar, y facilitarles el viaje al extranjero, es decir,
permitirles que pudieran abortar sin asumir riesgos innecesarios. Conviene
recordar que la ley de despenalización parcial del aborto se aprobó en el
Parlamento en el año 1983, pero se paralizó por un recurso de Alianza Popular
hasta 1985, que fue cuando se pronunció el Tribunal Constitucional. Hasta el año

201
1985 por lo tanto no se aplicó. Así que muchas mujeres utilizaban perejil o ruda
que introducían en la vagina, y lavativas de lejía y sosa caustica, arriesgando así
su vida y su libertad, porque si iban a un hospital y las atendían los médicos
éstos normalmente daban cuenta a la policía. Así que era importante informarlas,
quitarles el miedo, ponerlas en contacto con agencias de viaje. Nosotras
encontramos una que se llamaba “Años luz”, que cobrara lo mínimo, y les
facilitaba hoteles, y a veces alguien que las acompañase.
La situación para las mujeres que querían abortar era entonces muy difícil,
pues no solo tenían que mentir aquí, sino que luego debían enfrentarse a
situaciones desconocidas, ir a un país extranjero, muchas veces sin saber el
idioma, etc. Conviene salir al paso de algo que se dice últimamente que es que
las mujeres que iban a abortar al extranjero eran mujeres ricas, ya que eso no es
verdad, las ricas abortaban aquí porque sus familias tenían amigos médicos, así
que entraban al hospital por un apendicitis y en realidad les hacían un aborto.
Las mujeres que iban al extranjero eran sobre todos mujeres obreras, que
trabajaban en fábrica, que tenían algo de dinero, o que las amigas y amigos se
solidarizaban con ellas y les prestaban dinero. Las más pobres, como ya dije,
utilizaban la ruda, el perejil y las lavativas. En las permanencias que hacíamos en
Barquillo nos enteramos de las malas condiciones en las que estaban. Por
ejemplo, había algunas mujeres que iban en autobús de Villaverde a Vallecas por
una carretera que estaba sin asfaltar porque creían que con el fuerte traqueteo
podían abortar. ¡Nos contaban cosas increíbles!
En los barrios había además las aborteras, mujeres que hacían abortos, y que
no tenían conocimientos de medicina, tenían una formación básica, la de ver
cómo otras mujeres hacían abortos. Hay una leyenda negativa respecto a ellas
que las describe como mujeres desaprensivas que lo único que querían era sacar
dinero. Pero eran mujeres corrientes que hacían lo que habían aprendido, y por
poco dinero, que hacían lo que podían, que a veces eran atropellos. Así que
hicimos un boletín informativo que se llamaba Hinojo y perejil, en alusión a las
plantas abortivas —el hinojo lo utilizaban en infusiones y el perejil lo introducían
directamente en la vagina—, y lo repartíamos por los barrios, lo pasábamos a las
asociaciones de vecinos, a los sindicatos para que pudieran informar y quitarle el
miedo a la gente, con el fin de luchar por el derecho al aborto, y de que
desapareciesen los abortos clandestinos. Promovimos unas manifestaciones
tremendas a principios de los años 80, antes de que el PSOE llegase al Gobierno,
que apoyaron asociaciones de vecinos, sindicatos, partidos… Esas campañas por
el derecho al aborto nos ayudaron a ganar mucho prestigio porque eran
campañas que el conjunto de la Coordinadora estatal decidía llevar a cabo por
toda España, en Barcelona, Valencia, Bilbao, Sevilla, A Coruña… Y como pasó en
otros países cuando empezaron las campañas pro derecho al aborto también

202
surgieron al mismo tiempo como reacción, las asociaciones mal llamadas pro
vida. Y la autoridad que habíamos conseguido hizo que pudiéramos estar
presentes en las manifestaciones que hacían esas llamadas asociaciones pro vida.
De este modo podíamos debatir, discutir y defender nuestra postura con
cocimiento de causa por haber podido estar en contacto con las mujeres que
querían abortar. Eso nos permitió un conocimiento de las difíciles situaciones por
las que pasaban las mujeres, y podíamos contrarrestar los improperios con que
las insultaban llamándolas asesinas y demás. Pedíamos respeto para las mujeres
que querían abortar y que se fuese sensible a las situaciones que vivían. Y pese a
que esas asociaciones llamadas pro vida siguen existiendo, en eso se ha
avanzado mucho socialmente, pues Gallardón no pudo llevar a cabo el proyecto
de ley que quería restringir la ley de Felipe González, y tuvo que echarlo para
atrás, ya que la sociedad no estaba de acuerdo. Y siguen los problemas que
tienen con esta idea de la reforma de la ley de no autorizar a las chicas de 16 y
17 años si no tienen la autorización de los padres. Algo que parece absurdo ya
que se pueden casar con esa edad, e incluso desde el punto de vista sanitario
pueden decidir si se quieren aumentar o disminuir el pecho. Lo querían hacer a
través de una ley, pero el Consejo de Estado les advirtió que al ser la ley de
González una ley orgánica no podían revocarla si no era a través de otra ley
orgánica. Lo que significa que tiene que ser aprobada en el Consejo de Ministros,
luego ser discutida en el Parlamento, ir al Senado, tener un informe del Consejo
de Estado, otro Informe del Constitucional, con lo cual seguramente no se puede
hacer antes de las próximas elecciones. Tienen a todos los pro vida en contra en
este momento por no sacarla adelante, así que lo que quieren hacer los muy
astutos es llevarla directamente al Congreso para agilizar el trámite y entonces es
posible que la hagan antes de que acabe la legislatura1.
En la Comisión pro derecho al aborto estuvimos durante años con esta labor
de información y enseñanza, dando charlas por todas partes. Se crearon
Comisiones pro derecho al aborto en muchas ciudades ligadas al movimiento
feminista. Llegamos a hacer abortos en el año 1985, después de que se pusiera
en práctica la ley, para llamar la atención de lo recortadísima que era la ley de
despenalización parcial del aborto. En unas jornadas feministas que hicimos en
Barcelona convocadas por la Coordinadora estatal y que eran jornadas de todo el
movimiento feminista, se hizo un aborto y se mostró públicamente el embrión en
una botellita. Lidia Falcón, pese a la fuerte contestación que había habido contra
la ley, nos desautorizó de por vida por haberlo hecho, llamándonos
desaprensivas, y las feministas catalanas me nombraron persona non grata. Pero,
en vista de que el Gobierno no rectificaba hicimos abortos en distintas ciudades a
mujeres que querían abortar y estaban de pocas semanas, con la colaboración de
ginecólogas. Los medios de comunicación tomaban nota y nos entrevistaban y

203
podíamos explicar por qué hacíamos el aborto.
La implicación de la Comisión pro aborto fue muy fuerte en esta lucha. Pasó
un tiempo largo desde sus comienzos, y en el año 1994 me llamó Marisa Castro,
una mujer del PCE que era amiga mía, y que se había destacado en la lucha pro
aborto, y me dijo que pensaba montar una clínica y que quería contratarme
como su mano derecha. Y acepté, pero le dije que como su mano derecha no
que, en tal caso, como su mano izquierda. Y así fue como me integré en la
Clínica Isadora en 1994. En Isadora, reivindicábamos los derechos no solo de las
lesbianas y de los homosexuales, sino que fuimos los primeros en reivindicar
también los de los transexuales. Ahora, al poner mucho el acento, como se está
poniendo, en el transgénero, no hay por qué operarse, lo que hay es que romper
la dicotomía hombre-mujer con todas sus consecuencias. Y de hecho, creo que el
Movimiento Feminista todavía no se ha planteado, ni los grupos tampoco se han
planteado muy en serio, poner en cuestión la dicotomía hombre-mujer. Con lo
cual es fácil entender que las personas trans, o se ponen de un lado, o se ponen
de otro. Yo lo que no me atrevería a afirmar, como hacen algunos, aunque es
verdad que hay componentes que podrían llevar a ello, es que las personas trans
de clase media no están tan obsesionadas, tan preocupadas, por la intervención
quirúrgica. No me atrevería a decirlo a partir de la gente que conozco. Pero hay
quien ha escrito sobre ello, como Gerard Coll-Planas, y otros. El caso es que se
debe evitar salir de la represión del franquismo, sobre todo de la represión de la
sexualidad femenina, para volver a establecer nuevas ortodoxias. Yo la verdad es
que he conocido y conozco a muchos y muchas trans que se sienten de un sexo
distinto a su sexo biológico, lo que para nosotros supuso una revolución en el
terreno de las ideas, pues nos obligó a preguntarnos qué significa ser mujer. Y
resulta que, en última instancia dices, bueno, pues hay unos datos biológicos
que en la gente transexual se cruzan, pero lo que interesa es el proceso de
identificación con el otro género. El caso es que, en la medida en la que muchas
veces funciona esa dicotomía hombre-mujer de forma muy fuerte, para nuestra
desgracia y para la suya, lo que se impone son los prototipos, e incluso los
estereotipos. Ocurre que los trans en la medida en que necesitan ser reconocidos
socialmente, en la medida en que necesitan, digamos, tranquilizar su proceso
identificador, terminan decantándose por un determinado prototipo. Nosotras no
solemos tener problemas, aunque a mí me pasa montones de veces que no me
dejan entrar en los aseos de señoras, o en el mercado algunas mujeres dicen: “
atiende a este chico, o a este señor, que seguro que tiene más prisa que
nosotras”. Nosotras no tenemos ningún problema porque se nos identifique
como mujer o como hombre, pero hay gente que tiene serios problemas, de ahí
esa obsesión por imitar esos estereotipos, esos prototipos de género. ¡Ojalá eso
desaparezca, y cada cual parezca lo que sea!

204
Mi trabajo en la Clínica Isadora fue una especie de continuidad de mi actividad
feminista, y en ella seguí hasta que me jubilé. Era un trabajo que me interesaba,
pues por una parte me ocupaba de representar a la clínica ante las instituciones y
organismos oficiales, y por otra seguía manteniendo contacto con las mujeres.
Hablaba con cualquier mujer que viniera y tuviera algún problema, y procuraba
tranquilizarla. Y cuando veía que lo del aborto no lo tenía muy claro le decía que
se fuera a casa, que lo pensase con tranquilidad, y no se dejase influenciar por
nadie. Funcionábamos muy bien, aunque de vez en cuando venían los llamados
pro vida a insultarnos, a llamarnos asesinas, o a poner velitas y rezar ante la
clínica. Todo estaba bastante tranquilo hasta que un día la guardia civil entró en
la clínica, el 16 de febrero de 2007. Fue un caso de “acoso y derribo” contra la
Clínica, en el que se aliaron miembros de la Guardia Civil del Seprona, el juez
Sierra, el grupo Intereconomía y numerosos grupos mal llamados “pro-vida”,
basado en una falsa acusación de mala gestión de los residuos. Lo más duro fue
la irrupción de la Guardia Civil en los domicilios de mujeres que habían abortado
en la Clínica, sin el menor respeto a la confidencialidad obligatoria, lo que llevó a
la Vicepresidenta de la Vega a declarar que hablaría con el Fiscal General del
Estado para que no se volviera a repetir algo así. Después de año y medio,
finalmente, el juez Ramiro García de Dios dictó una sentencia absolutoria para la
Clínica Isadora y planteó que los miembros de la Guardia Civil se habían
excedido en sus funciones, dejando la vía abierta para que fueran penalizados.
Todo este proceso salió en los medios de comunicación y está en la red.
A Isadora venían mujeres muy diversas, algunas se enteraban de nuestra
existencia porque buscaban en los periódicos información, otras venían por la
información que les daban en los centros de salud que les decían las clínicas en
las que podían abortar. Bueno, es preciso añadir que en esos centros había de
todo, pues algunos les decían, cuando podían abortar, que tenían que ir a una
clínica privada, y otros incluso que el aborto estaba prohibido, y que en este país
no se podía abortar. Pero, como estaba diciendo a Isadora venían mujeres de
distinto tipo, de distintas edades y de clases sociales diferentes. De hecho hay
una publicación del Ministerio de sanidad desde finales del los 80 —creo que se
llama Estadísticas sobre la interrupción voluntaria del embarazo— que, aunque
sale con retraso, proporciona datos muy precisos, basados en una encuesta que
se hace a las mujeres que abortan tanto en las clínicas privadas como en los
hospitales públicos: edad, si vive sola o en pareja, si tiene trabajo o no, en qué
trabaja, si toma anticonceptivos, qué razones le llevaron a abortar, etc. Es una
encuesta muy completa, una copia de la misma se queda en la clínica y otra se
envía al Ministerio. Las mujeres la rellenan sin problemas porque es totalmente
anónima, y es muy interesante. Desde hace ya bastantes años en la medida en
que la prestación sanitaria del aborto está incluida en la cartera de servicios que

205
ofrece la sanidad pública, aunque hay hospitales públicos en los que no se hacen
abortos, el Gobierno tiene la obligación de responder a esa demanda, y con
diversas formas se ha conseguido que el servicio de salud de cada Comunidad
autónoma pague los abortos que las mujeres realizan en la sanidad privada. Otra
cuestión es cuando paga, pues a veces tardan mucho hasta el punto de que las
clínicas pasan apuros para pagar sueldos a la gente que trabaja en ellas. Una
cosa que parece increíble es que a estas alturas siga sin ser un servicio público,
pues hasta las 12 semanas los abortos incluso se podrían hacer en los
ambulatorios, en una sala con un pequeño quirófano, y si surge algún problema
se puede ir al hospital de referencia de ese ambulatorio. Muchos dicen que era lo
que faltaba que los hospitales tuvieran que hacer abortos, con la lista de espera
que hay. Pero es que el 90% de los abortos que se hacen son como máximo de
14 semanas y la mayoría hasta las 12, y por lo tanto se podrían hacer en
ambulatorios y el resto en los hospitales. Es un problema sobre todo de voluntad
política, aunque juegan también otros factores.
En Navarra, cuna del Opus Dei, en el hospital Virgen del Camino, que es un
hospital publico, los médicos hicieron un primer aborto, aplicando la ley de la
despenalización parcial de la época de Felipe González, debido a que la mujer
embarazada había recibido radiaciones, pues le habían hecho radiografías
estando embarazada que podían haber afectado al feto. Y la gente salió a la calle
con panfletos y gritos de asesinos. Y eso significó una campaña muy fuerte de
descredito para los médicos que fueron acusados, y aunque las feministas
hicieron una contra-campaña, ahí quedó una memoria negativa para la sanidad
publica porque las autoridades no hicieron nada por evitarlo. Solo se movilizó el
movimiento feminista. Únicamente en el momento del juicio aparecieron las
autoridades sanitarias. No pudieron condenar a los médicos porque el aborto era
legal —mostraron las radiografías etc.— pero el desprestigio queda en la
conciencia colectiva de los médicos. Además en los departamentos de
ginecología y obstetricia es raro que los jefes acepten el aborto, y donde hay
patrón no manda marinero. Recuerdo que tuve que salir al paso de unas
declaraciones que estaba haciendo en la radio la Consejera de sanidad de
Navarra diciendo que no había médicos en Navarra que estuvieran dispuestos a
hacer abortos y que por eso no se hacían. Me dieron entrada en el debate y le
dije que mentía como una bellaca, que en Navarra había una lista que le habían
enviado a ella de ginecólogas y ginecólogos dispuestos a hacer abortos en la
sanidad pública. Yo respeto las objeciones de conciencia, pero luego que no
hagan abortos privadamente, y que el Ministerio de sanidad garantice que en
todos los centros hospitalarios haya equipos dispuestos a hacerlos.
Ahora cuando voy a Isadora a veces les ayudo un poco en recepción, y si
respondo al teléfono me sale de forma espontánea informar a quien llama. Me

206
resulta imposible contestar de forma rutinaria, empatizo inmediatamente con la
persona que llama y le pregunto si recuerda cuando tuvo la última regla, y le
digo que cuando se haga la ecografía sabrá las semanas de las que está
embarazada… Mi trabajo en la clínica forma parte de mi vida, son muchas las
mujeres a las que he atendido. Recuerdo algunos casos especiales. Hubo un caso
en el que cuando empecé a hablar la mujer rompió a llorar y a llorar, estaba rota
por dentro. Me levanté, la cogí, y le dije que no se preocupase, que si no tenía
claro abortar, que lo pensase, pues había margen, y que ya hablaríamos otro día.
Y ella me dijo: “no, no es eso, es que soy dirigente de una asociación pro vida, y
pienso en las veces que he llamado asesinas a otras mujeres que abortaron”.
Entonces estuvimos charlando y yo le dije, que como veía mujeres que
abortaban, sabía por qué necesitaban abortar, que nadie abortaba alegremente. Y
que podía estar tranquila pues la confidencialidad era absoluta y nunca saldría de
la clínica su nombre.
En Isadora estuve desde el año 1994 al 2009 y nunca hubo ningún problema.
Bueno, a veces surgen casos especiales, por ejemplo, cuando hay embarazos
ectópicos que son peligrosos, pero no se hacen en Isadora, aunque es un
pequeño hospital que está muy bien dotado. Marisa Castro se preocupó de
formar muy bien al personal que trabaja allí, tanto a las personas de la recepción,
como a las enfermeras, y de elegir buen personal médico. De tal forma que el
trato con las mujeres que van es acogedor y exquisito. Los pocos problemas que
ha habido han sido por lo general de fácil solución, pues cuando la Clínica no
podía resolverlos inmediatamente se llamaba a una ambulancia y se llevaba a la
mujer al hospital de referencia. Las ginecólogas y ginecólogos que trabajan en
Isadora son muy profesionales, y la psiquiatra capta enseguida si hay algún
problema, o si a una mujer la están obligando a abortar. También se habla del
síndrome postaborto, pero lo cierto es que cuando se informa, y se hace bien el
seguimiento, eso sucede muy poquitas veces.
En los medios de comunicación suelen decirme que les haga el perfil de la
mujer que aborta, pero les digo que es muy difícil, porque vienen desde mujeres
obreras, mujeres trabajadoras, estudiantes universitarias, amas de casa, mujeres
que tienen creencias religiosas, mujeres agnósticas, mujeres ateas, mujeres que
han abortado antes. Por cierto, en un cierto momento nos llevamos un susto
porque empezaron a venir mujeres que habían abortado cuatro o más veces,
pero nos dimos cuenta que eran mujeres rumanas, y que bajo el régimen de
Ceaucescu, el aborto era utilizado como método anticonceptivo, con lo cual allí
era muy fácil abortar. Así que hasta que no nos enteramos que allí el sistema de
anticoncepción no estaba desarrollado, andábamos preocupadas.
Si venimos más a la situación actual te diré que precisamente este sábado, 31
de enero de 2015, hay en el Museo Reina Sofía a las siete de la tarde una

207
actividad que va a consistir en la lectura de distintos textos feministas, y a mí me
va a tocar hablar de la historia de la Plataforma reivindicativa de la que hablamos
antes. Lo curioso es que hace años en los medios de comunicación, también en
la TV, se hacían programas y debates, con la presencia de transexuales, lesbianas
y gays. Pero todo eso ha desaparecido completamente. De tal modo que los
jóvenes ¿de dónde obtienen hoy información? Me he quedado aterrada con un
estudio que ha salido estos días que dice que dos de cada tres jóvenes
consideran normal algunos aspectos de la violencia de género, entre ellas el
control de una de las partes de la pareja por la otra. Hay un retroceso en lo que
se refiere a la educación sexual, a lo que eran nuestras ideas, a su difusión sobre
sexualidad. Ahora ya casi no vamos a los institutos y colegios. Bueno, eso es lo
general, porque hay excepciones, algunos institutos, por ejemplo al instituto de
Rivas Vaciamadrid a donde sí vamos, porque tienen un tutor para gays, lesbianas
y trans. Por otra parte, hay un programa que se llama Por los buenos tratos,
ajeno a los institutos y a la administración, pero que se difunde en los institutos,
y que es fruto de la iniciativa de los jóvenes de Acción en red, una ONG de la
que yo formo parte, y que tienen un vídeo muy bien hecho sobre el mutuo
respeto de las relaciones entre parejas. Ellos lo distribuyen y si los llaman van a
los institutos a ponerlo. En el vídeo hay una parte sobre la lucha contra la
homofobia y la lesbofobia. Este programa está bastante solicitado, en Madrid
sobre todo, pero también por todo el país. Su difusión depende de que las
instituciones lo vean con simpatía, porque está haciendo una labor clarísima
contra la violencia de género.
La situación actual de las jóvenes generaciones con respecto a todas estas
cuestiones la sigo bastante de cerca por este programa, aunque parece como si
hubiera una vuelta atrás tremenda. De nuevo se manifiesta el machismo. Al salir
de juerga chicos y chicas por igual se produce una aparente liberación sexual,
pero en las chicas predomina todavía aquello de “tengo que decir que sí, si no
quiero pasar por ser una estrecha”, o incluso se sienten obligadas a pasar a la
búsqueda activa. Por un lado, viven en un contexto en el que parece que no hay
ningún problema, o sea, ya no pasa aquello de “a éstas parece que se les ha
parado el reloj no se sabe cuándo”, es decir, hay una situación de liberalidad en
ese sentido, e incluso quizás una incitación excesiva a la sexualidad, a convertir
la sexualidad en el centro, hasta el punto de que se puede llegar a afirmar que lo
que más caracteriza al ser humano es la sexualidad, el sexo. Y en la medida en la
que eso se potencia a tope puede servir de distracción muy fuerte de otras
cuestiones. Y luego está también que efectivamente que no tienen información.
Yo suelo preguntar a veces a algunos padres: ¿vosotros soléis hablar de
sexualidad en casa? Y me contestan que no. Y parece que tampoco se preocupan
de que informen sobre ello a sus hijos en el cole. Y luego hay un problema

208
mucho más serio también, que acompaña a los demás, y es que, aunque no se
puede hablar en general, ahora muchos jóvenes leen más bien poco.
En este sentido nunca me olvidaré de una experiencia de Barcelona. En un
Centro de Planificación de Santa Coloma de Gramenet estaban desesperados
porque los jóvenes no venían a las charlas que programaban sobre sexualidad, y
no cogían ni leían los folletos de información que hacían. Y entonces se les
ocurrió ir donde se reunían. Se fueron a la discoteca que más frecuentaban,
hablaron con los de seguridad de la puerta, y también con el disk-jockey. Al disk-
jockey le explicaron que lo único que querían era que de vez en cuando dijese:
“Sexo sí, pero seguro. Ahí en la puerta cuando salgáis tenéis unos folletos que
son muy guays”. Y a los de seguridad de la puerta les dijeron que se los
enseñasen al salir. Y fue increíble, los montones de folletos empezaron a
disminuir. O sea que conviene ir donde están los jóvenes, no esperar a que ellos
vengan, porque lo cierto es que una buena parte no manifiesta mucho interés
por informarse.

1 El 23 de septiembre de 2014, el Ministro de Justicia Alberto Ruiz Gallardón dimitió tras la retirada del
proyecto de Ley del Aborto por parte del ejecutivo presidido por Mariano Rajoy. (N. del E.)

209
TERCERA PARTE
Estudios

210
De la dictadura a la democracia: Mujeres
españolas de las clases populares en lucha por la
igualdad y el cambio social
Pilar PARRA CONTRERAS

En la mayor parte de los libros de historia económica y social en los que se


analizan los cambios que se produjeron en España durante el franquismo y la
transición a la democracia, se ha concedido poca atención al papel de las mujeres
de las clases populares, tanto urbanas como rurales. Este olvido es el resultado,
en parte, de un efecto inducido por el propio franquismo: las limitaciones
impuestas por el Régimen a las mujeres, que tuvieron una especial incidencia en
su educación y socialización, así como en el modo de acceder al trabajo. Sin
embargo este tipo de restricciones no evitaron que millones de mujeres buscasen
por distintas vías formas de obtener ingresos, que en muchos casos tuvieron un
carácter complementario en la economía de las familias trabajadoras, y en
muchos otros supuso un soporte fundamental. Y todo ello sin olvidar el cuidado
de la familia y del hogar que, por su condición de amas de casa, desarrollaron
predominantemente las mujeres.
Durante el primer franquismo (1939-1959), y también después, las mujeres
trabajaron en la agricultura, en el servicio doméstico, en actividades como la
confección, el calzado, los juguetes, las conservas —muchas veces mediante el
trabajo a domicilio—, etc. En estos sectores el trabajo solía realizarse como mano
de obra sumergida, sin ningún tipo de cobertura social, por lo que las fuentes
oficiales, que recogen solo datos del empleo legal, lo han hecho invisible.
La realización de investigaciones a partir de fuentes orales y documentales
durante las últimas décadas ha permitido subsanar parcialmente esta injusta
invisibilidad. Y al recuperar esta parte de la historia podemos dar cuenta también
de formas de resistencia organizadas por las mujeres en su vida cotidiana, como
pueden ser a través de las Asociaciones de Amas de Casa y las Asociaciones de
Vecinos, así como su labor por la defensa de condiciones de vida dignas,
derechos y libertades.
Las conversaciones que anteceden este estudio son un buen acicate para
orientar las preguntas y los análisis que siguen. La presencia de las mujeres en

211
las luchas de la vida cotidiana por un mundo más justo, así como sus
compromisos en el trabajo, y en la lucha por los derechos de las clases
trabajadoras, sirven de hilo conductor de este estudio.

Los efectos devastadores del golpe militar


El golpe militar de 1936 abolió de raíz las normas promulgadas durante la
República que habían establecido una mayor igualdad entre hombres y mujeres,
como el divorcio, el derecho al voto, o la educación mixta en las escuelas. Las
fuerzas vivas aglutinadas en torno al Generalísimo compartían una voluntad de
convertir a las mujeres en buenas esposas y madres, especialmente a través de
la Sección Femenina y de la educación católica.
El Fuero del Trabajo de 1938 proclamaba que se debía liberar a las mujeres
trabajadoras del taller y de la fábrica. La Ley de Reglamentaciones de 1942
implantó también la obligatoriedad de abandonar el puesto de trabajo en el
momento del matrimonio, y en los casos en los que se podía trabajar, la mujer
necesitaba la autorización del marido. Las reglamentaciones de trabajo
establecían además salarios más bajos para las mujeres que para los hombres,
en iguales categorías profesionales, una desigualdad que pervive, aunque en
diferente grado, en el presente.
Durante los primeros años de la década de los años cuarenta el Régimen dictó
diferentes medidas para la familia y la mujer, entre las que destacan la creación
de un plus familiar (pagado al hombre) como un complemento salarial y la
creación de bonos por los hijos (pagados al hombre) para favorecer el aumento
de natalidad. Además, se penalizó el aborto y la contracepción, y se reinstauraron
las referencias legales a los crímenes pasionales, adulterio y amancebamiento.
Las mujeres perdieron con el golpe militar mucho más que el espacio de
libertad conquistado durante la II República. La represión política se tradujo en
permanente control social por parte de la Iglesia, la policía y la guardia civil, y
también en el endurecimiento de la dominación masculina en la vida cotidiana.
En muchos hogares hubo además encarcelamientos, exilio, e incluso huida a los
montes por parte de algunos varones, por lo que las mujeres pasaron a ser las
responsables del núcleo familiar, haciendo frente en muchas ocasiones al hambre
y a la miseria, como la madre de Aurora, una de las historias de vida que se
incluyen en este libro.
De hecho, en las cárceles había mujeres presas por su activismo o por su
vinculación política, por haber ayudado a los exiliados, y también había por robo
o estraperlo, o por delitos como la práctica de abortos, o de prostitución para
poder alimentar a los hijos. Muchas otras mujeres que dependían del trabajo de
sus maridos también tuvieron que trabajar en diferentes actividades para hacer

212
frente a la situación de escasez y pobreza características de la década de los años
cuarenta y cincuenta ya que las cartillas de racionamiento no eran suficientes
para alimentar a los hijos.
El régimen de Franco, durante la época de la autarquía, favoreció el desarrollo
de la agricultura, de lo que se derivó el incremento del porcentaje de población
agrícola: frente al 45,5% de 1930, el porcentaje subió al 50,5% en 1940, y
todavía representaba el 47,5% de la población activa en 1950. En el medio rural
las mujeres, además del trabajar en la casa y de cuidar a los hijos, realizaban
trabajos duros como escardar para quitar las malas hierbas, recoger legumbres,
patatas, la siega del verano, la recolección de la uva y la de la aceituna, etc. Las
mujeres también realizaban toda una serie de trabajos como lavanderas,
nodrizas, comadronas, planchadoras, costureras, cocineras, etc.
Con el paso de los años 50 a los 60 tuvo lugar un cambio notable en la
política económica española al adoptar el Régimen una liberalización de la
economía en oposición a la autarquía. El mercado libre sustituyó poco a poco al
intervencionismo, y se favoreció una mayor iniciativa privada. Este proceso
promovió una mayor apertura hacia el exterior, y un tipo de desarrollo industrial y
de oferta turística que exigía abundante mano de obra.
El marco general en el que se inscribieron estas medidas, y la política
económica de estos años, caracterizados por el llamado «desarrollismo»,
comenzó con el Plan de Estabilización de 1959 que dio pie al I Plan de Desarrollo
Económico y Social de 1964, y a los sucesivos Planes de Desarrollo. Las ciudades
se convirtieron en polos de atracción de mano de obra, y el desarrollo de la
industria y la demanda de fuerza de trabajo supusieron para muchas mujeres y
hombres cambiar de residencia, de forma de vivir, y de trabajar. El continuo
éxodo del campo a la ciudad ha supuesto años después el abandono rural y el
despoblamiento de muchos pueblos1. Pero aparte de esta pérdida del orden de
800.000 activos en la agricultura durante el quinquenio 1961-1965, se calcula
que las migraciones internas afectaron, durante este período, a dos millones de
personas2. Entre 1947 y 1955 se estima que el cambio de residencia afectó a 1,7
millones de personas3. La película Surcos, de Nieves Conde, refleja muy bien los
efectos que se derivaron de la emigración del campo a una gran ciudad, como
Madrid, en las familias de las clases populares.
Paralelamente en Europa también se generó demanda de mano de obra para
trabajar en la industria y el sector servicios. En 1956 España creó el Instituto
Español de Emigración para fomentar y gestionar el movimiento de población
hacia Europa mediante la firma de contratos de trabajo. Dentro de este marco, se
firmaron acuerdos con el propósito de fomentar y encauzar los movimientos
migratorios hacia Europa. Los principales destinos fueron Bélgica, Alemania,
Francia, Suiza y Holanda. Eran trabajadores por lo general con baja cualificación

213
profesional provenientes de la agricultura, la construcción, la industria, y con un
bajo nivel cultural, a veces, analfabetos, y por lo general gente joven, aunque
progresivamente la familia fue acompañando al que emigraba (padre, hermano,
marido, etc.).
Las grandes zonas migratorias fueron Andalucía, Extremadura, y Castilla-La
Mancha. Le seguían Castilla y León, Galicia y Asturias. A Francia se dirigieron el
48% del total de la emigración; a Alemania el 19%; a Suiza, el 16%; a Bélgica el
6%; a Holanda el 6% y al Reino Unido el 5%. Y aunque es difícil servirse de
datos fiables, se estima que aproximadamente la mitad de los emigrantes que
salieron al extranjero lo hicieron sin contratos, es decir, desprotegidos.
Respecto a la emigración exterior, el Instituto Español de Emigración estima
que se desplazaron 1.059.000 personas, y el porcentaje de mujeres se puede
cifrar en el 16 %. Y es que la emigración de mujeres solas al extranjero no se
correspondía con la imagen y la moralidad imperante durante el franquismo.
“La situación de la mujer emigrante española en Alemania” narra la historia de
43 mujeres jóvenes de Béjar que en la primera expedición de 1960 llegaron para
incorporarse a sus respectivos destinos en la fábrica textil de la Wülfing-
Kamgarn4. En la publicación se indica que emigraron solas y sin familia, con
edades comprendidas entre los 18 y los 25 años, y para poder salir de España
necesitaron un permiso paterno para la obtención del pasaporte. Cuando volvían
de vacaciones, escuchaban decir “ahí vienen las alemanas”, “las feministas”, “las
modernas”. Este retorno coincidía con la expansión del turismo y los escándalos
provocados por la libertad de las suecas, que se bañaban en bikini.
Una parte importante de la emigración de mujeres rurales españolas a Europa,
y del éxodo a las grandes ciudades, especialmente a Madrid y Barcelona, se hizo
para trabajar en el servicio doméstico, la limpieza y la hostelería. Una de las
variables sociológicas que más condicionó el acceso de las mujeres de las clases
populares al mercado laboral fue su bajo nivel educativo, su escaso capital
cultural.
A principios del siglo XX más de la mitad de la población era analfabeta (un
65% si hablamos de mujeres). En 1930 el analfabetismo de las mujeres se
situaba en el 38% y el masculino en el 23,6%. Entre las medidas adoptadas por
el franquismo destacó la separación de sexos y la feminización de la Enseñanza
Primaria. Por su parte, la Ley de Enseñanza Primaria de 1945, dividía la
educación obligatoria en dos etapas diferenciadas, de 6 a 10 años, como etapa
general, y de 10 a 12 años, para aquellos que querían continuar el bachillerato.
La Enseñanza Media, por su parte, estaba orientada a regular el nivel educativo
de las élites del país. La mayor parte de los profesores eran varones. El acceso a
los estudios de Bachillerato implicaba un examen de ingreso a los diez años de
edad, siete cursos (sin exámenes formales) y un examen de Estado organizado

214
por la Universidad. Este sistema estuvo vigente hasta la Ley de Ordenación de la
Enseñanza Media de 1953 (que permanecerá en vigor hasta la reforma de
1970)5.
Este sistema educativo fue conocido como el de “la doble vía” ya que
establecía una educación superior para las élites, a través del bachillerato y
posteriormente la universidad, y una educación básica para los hijos e hijas de
las clases populares, que no tendrían prácticamente la posibilidad de continuar
estudiando.
En 1960 el analfabetismo golpeaba todavía al 10% de las mujeres españolas.
No obstante, durante esta década se produjo un incremento del acceso de las
mujeres a los estudios secundarios facilitado por la Ley de Formación Profesional
del 49, que permitió que subsistiesen las Escuelas de Artes y Oficios, a la vez
que se creó un bachillerato laboral, distinto del llamado bachillerato universitario.
Se diseñaba un bachillerato técnico con un año de carácter formativo general y
cuatro de especialización profesional. Las especializaciones impartidas eran:
agrícola y ganadera, industrial, minera, marítima y “profesiones femeninas”. En
las Escuelas de Artes y Oficios Artísticos se produjo un importante acceso de las
mujeres que llegaron a representar el 45,12% de los estudiantes en el año 1965.

Asociaciones y resistencias durante el llamado desarrollismo


El éxodo rural del campo a la ciudad, y la emigración al extranjero, se
produjeron en un marco general de elevados índices de paro y protestas sociales
que el régimen acallaba recurriendo a la violencia. La falta de trabajo, las malas
condiciones laborales, y la carestía de la vida, fueron el detonante de diferentes
huelgas en 1953 en Madrid, Asturias y Vizcaya. El Gobierno realizó en varias
ocasiones incrementos salariales para paliar la situación, pero las subidas de los
precios anulaban su efecto.
En los años 1962 y 1963 se produjeron importantes huelgas mineras en
Asturias que posteriormente se extendieron a los astilleros, la construcción, la
siderometalúrgica, etc. Las mujeres de las barriadas obreras acompañaron a los
huelguistas, y fueron a las manifestaciones vestidas de luto, se situaron frente a
la entrada de las minas para que no entrasen los esquiroles. Coincidiendo con las
huelgas de Asturias, en el mismo mes de mayo, las mujeres de Puertollano
también impidieron entrar a los esquiroles y llevaron la comida a los huelguistas,
y hablaron con las esposas de los guardias para que entendieran por qué
luchaban. En Vigo se movilizaron y apoyaron a los huelguistas de la industria
conservera y del transporte, lo mismo que en la fábrica de Plásticos de IRBA y de
Caucho de Levante S.A. que pedían mejores salarios, sobre todo para las

215
mujeres6.
En las huelgas de Asturias Constantina Pérez (Tina) y Anita Sirgo figuran entre
las mujeres encarceladas y maltratadas por su apoyo a los huelguistas. A partir
de este hecho numerosas intelectuales firmaron cartas de protesta y organizaron
una concentración de mujeres en solidaridad con los huelguistas y a favor de los
presos políticos. La manifestación se produjo en la Puerta del Sol de Madrid y
fueron detenidas 40 mujeres7.
A comienzos de los sesenta las mujeres se organizaron también, sobre todo
como madres y esposas, realizando una intensa actividad reivindicativa para los
condenados por delitos políticos. Las visitas a los hombres encarcelados, para
facilitarles comida, ropa, y dinero, generó redes de solidaridad y ayuda que
propició la acción colectiva para denunciar las condiciones en las que vivían los
presos. Estas mujeres pasaron a ser conocidas como las mujeres de presos y se
organizaban adoptando diferentes estrategias para reunir dinero, firmas de
apoyo, realizar manifestaciones o concentraciones en las puertas de las cárceles,
encierros en las iglesias, o huelgas de hambre. Entre las reivindicaciones se
incluía la reclamación de los derechos civiles y políticos, junto a la amnistía para
los detenidos políticos.

1. Asociaciones de Amas de Casa


En los barrios se establecieron también estrategias de protesta por las pésimas
condiciones de vida de las clases trabajadoras. En las ciudades de destino del
proceso migratorio, Madrid, Barcelona, algunas ciudades del País Vasco y de la
zona de Levante principalmente, se generó un incremento exponencial de la
población que propició que muchas de las familias emigradas se instalaran en
casas mal acondicionadas —a veces chabolas que se construían de noche— y en
nuevos barrios de obreros que en muchas ocasiones carecían de las
infraestructuras básicas, tales como agua potable, luz, asfaltado, alcantarillado y
transporte.
Las condiciones de vida de estos nuevos barrios generó relaciones de ayuda
mutua y solidaridad entre la población, pero principalmente entre las mujeres.
Una de las vías de expresión que encontraron muchas mujeres fue precisamente
la de organizarse en Asociaciones de Amas de Casa para expresar estas
carencias, respaldadas, en parte, por la Ley de Asociaciones que se promulgó en
1964, en sintonía con el incipiente aperturismo de la década de los sesenta.
El primer organismo que surgió fue la Asociación de Amas de Casa de España
(que pasaría luego a constituir la Federación Nacional de Amas de Casa),
patrocinada por la Delegación Nacional de la Familia, y presidida por Ascensión
Sedeño. En 1967, y amparada también en el contexto de la misma ley, la

216
Delegación Nacional de Asociaciones creó las Asociaciones Provinciales de Amas
de Casa, respaldadas por la Sección Femenina, que se encargaban de transmitir
los valores del régimen, y de instruir sobre cómo ser una buena ama de casa a
través del Servicio Social.
La Asociación de Amas de Casa presidida por Ascensión Sedeño contaba con
representantes en diferentes ciudades. Muchas de las mujeres integradas en esta
asociación pertenecían a la clase media y se preocupaban principalmente por
problemas de consumo, estética, y cuestiones relacionadas con la independencia
de la mujer, pero recurriendo a las vías legales8. La dualidad y confusión en
cuanto a la denominación entre las asociaciones generó enfrentamientos entre
ambas, pero como señala Aritza Saenz del Castillo, detrás del conflicto se
encontraban también diferentes peticiones que había para formar asociaciones
por parte de personas que perseguían fines políticos, ya que muchas mujeres
buscaban cauces para manifestar su oposición al régimen y generar cambios
políticos y sociales, por lo que se crearon otras asociaciones que pasaron a
funcionar independientemente, aunque sin autorización legal9. Estas asociaciones
fueron las pertenecientes a los barrios obreros de Tetuán, Chamartín y Ventas en
Madrid, que eran vinculadas al Partido Comunista Español, a CC.OO. y al
Movimiento Democrático de Mujeres (MDM)10.
En estas asociaciones se realizaban asambleas semanales, los cargos se elegían
desde la base, y tenían un funcionamiento que tendía a ser democrático. Las
mujeres que integraban en su gran mayoría las asociaciones independientes
pertenecían a las clases económicamente media y baja, y en sus planteamientos
de lucha solían unirse a otros sectores del movimiento vecinal. Ideológicamente
se las podría englobar dentro de los grupos de centro izquierda.
Otra de las Asociaciones que surgió en el contexto en el que se crearon las
asociaciones independientes fue la Asociación Castellana, que además de ser de
amas de casa, también era de consumidores. En esta asociación tuvieron un
especial protagonismo mujeres pertenecientes al Movimiento Democrático de
Mujeres. A comienzos de 1968 desde el boletín La Mujer11 se planteaba la
posibilidad de que las amas de casa organizaran boicots a los mercados, como
forma de “exteriorizar nuestra protesta colectiva” no solo ante la carestía, sino
ante todas las situaciones de injusticia social promovidas por la dictadura.
El 20 de febrero de 1975 la Federación de Amas de Casa protagonizó un
boicot a los mercados para protestar contra la carestía de la vida, que tuvo una
gran resonancia. El impacto que tuvo esta jornada dio lugar a la clausura por tres
meses de todas las Asociaciones firmantes del llamamiento.
En el contexto de la transición, surgió también la Coordinadora Provincial de
Amas de Casa, formada por diferentes asociaciones. La principal característica de
la Coordinadora era incluir a las mujeres más progresistas del movimiento

217
asociativo de Amas de Casa, y su vinculación con el movimiento obrero, ya que
la mayor parte de las asociadas eran obreras12.

2. Asociaciones de Vecinos
La Ley de Asociaciones de 1964 facilitó también la constitución de las
Asociaciones de Vecinos para reivindicar contra las carencias que tenían los
barrios en relación a servicios básicos como consecuencia del desarrollo
industrial, aunque en un primer momento fueron denominadas como
asociaciones de cabezas de familia. El movimiento vecinal, conocido también
como Movimiento Ciudadano, constituye un referente de la movilización que se
vivió en España durante la década previa a la Transición.
La identidad de barrio se forjó como elemento común ante la segregación que
se vivía en cuanto a las deficientes condiciones en la construcción de las
viviendas, asfaltado de las calles, alcantarillado y luz, pero también en cuanto a
los servicios básicos como colegios, asistencia sanitaria y transportes. El
crecimiento de las asociaciones se vio favorecido por la confluencia de
organizaciones católicas como la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) y
la Juventud Obrera Católica (JOC), con militantes de los partidos. Ramona Parra
detalla en su relato sus inicios en la actividad sindical a partir de la militancia en
estas organizaciones vinculadas a las comunidades cristianas de base.
El Movimiento Ciudadano tuvo un gran impacto entre la población organizado,
en la mayoría de los barrios, en torno a la Asociación de Vecinos, “que se sitúa
frente al aparato institucional (se siente y actúa simultáneamente como
asociación y movimiento social transformador)”13. Una de las características del
Movimiento Ciudadano14 fue su extensión por todo el territorio nacional (al igual
que ocurrió con las Asociaciones de Amas de Casa). El 29 de octubre de 1976
una noticia publicada en El País con el titular El movimiento asociativo de vecinos
no es exclusivo de Madrid, indicaba la amplitud y extensión que alcanzaban las
asociaciones de vecinos, sobre todo en ciudades como Barcelona, en la que en
1976 se contabilizaban 133 asociaciones, incluidas en la Federación, así como en
Sevilla, Zaragoza, Gijón o Bilbao. La constitución de la mayor parte de estas
asociaciones posibilitaron que apareciera la dimensión colectiva de los problemas
y la necesidad de organizarse para resolverlos.
La constitución de asociaciones de vecinos se gestó por tanto como estrategia
de actuación conjunta frente a la administración para resolver diferentes
cuestiones. Pero su importancia radica, según el análisis que realizan diferentes
autores, en el hecho de que el Movimiento Ciudadano permitió aglutinar
diferentes grupos de oposición al régimen que venían gestándose desde la
posguerra, vinculando la política a la vida cotidiana, y desde ahí, constituir lo que

218
se ha denominado como escuela de formación para la democracia15.

3. El Movimiento Democrático de Mujeres


Muchas de las proclamas realizadas por las asociaciones de Amas de Casa y las
Asociaciones de Vecinos tuvieron un mayor impacto gracias a la implicación de
mujeres del Movimiento Democrático de Mujeres (MDM), sin ninguna duda, uno
de los movimientos más destacados que surgió durante los años sesenta.
El origen del MDM se encuentra, como indica Francisco ARRIERO RANZ, en las
redes informales de mujeres que habían participado de forma muy activa en las
actividades de solidaridad con los presos y presas políticos16. Otro paso en la
creación del MDM fue la ola de solidaridad que provocaron las torturas infringidas
a varias mujeres durante las huelgas de Asturias en 1962, y la reunión de
mujeres intelectuales, próximas al PCE, que organizaron una manifestación de
protesta el 15 de mayo de 1962, en Madrid.
El nacimiento clandestino del Movimiento Democrático de Mujeres se sitúa a
finales de 1964. Durante los años siguientes a la creación del MDM se fueron
formando grupos de mujeres en los barrios. Para ello el movimiento contó con la
incorporación de mujeres que procedían del mundo católico, lo que facilitó el
contacto con curas progresistas, y el acceso a los locales de la Iglesia. El primer
grupo estable del MDM en Madrid se constituyó a finales de 1964 en unos
locales de la Iglesia católica ubicados en el barrio de Usera. Después se
constituyó el de Carabanchel y otros barrios. Cada grupo de barrio nombraba
una comisión ejecutiva y una representante que hacía de portavoz en la
Coordinadora del MDM de Madrid. Los testimonios orales recogidos por Arriero
para profundizar en el origen y desarrollo del movimiento indican que en el 1966
el MDM podía contar con sesenta o setenta mujeres, un número importante en el
contexto de la dictadura, pero insuficiente para constituir una organización que
aspiraba a movilizar a “las masas femeninas”.
Por ello, una de las estrategias que ideó para su expansión fue infiltrar a
militantes en la Federación de Asociaciones de Amas Casa, dirigida por Ascensión
Sedeño, para actuar desde la legalidad. Esta iniciativa terminó fracasando al ser
expulsadas una parte de las militantes del MDM después de una tumultuosa
asamblea en febrero del 1968. En el desarrollo de la asamblea el sector más
progresista manifestó su disconformidad con el hecho de que los cargos fueran
vitalicios, lo que generó enfrentamientos entre unas y otras y que sesenta y tres
de las asistentes fueran expulsadas por la policía gubernativa que había acudido
a petición de Ascensión Sedeño.
Después de este suceso, de nuevo, los grupos clandestinos del MDM que no
habían conseguido crear asociaciones de amas de casa legales trataron de

219
infiltrarse en las ya existentes, como la Asociación Castellana de Amas de Casa,
otra de las asociaciones independientes. En esta ocasión, la estrategia fue
facilitada por la presidenta de la asociación, Carmen Jiménez Sabio. Y “poco a
poco, la afiliación de mujeres procedentes del MDM permitió que la Asociación
Castellana estuviese controlada por mujeres progresistas. De hecho, el local de la
asociación en la calle Goya, se convirtió en el centro de coordinación de lo que
podríamos considerar el grupo de asociaciones de amas de casa vinculadas al
MDM. Allí se impartieron charlas y se celebraron asambleas y reuniones con otras
entidades asociativas. Además, la cobertura legal de la Asociación Castellana hizo
posible la expansión de los grupos de mujeres a otras zonas de la capital y a los
pueblos de la periferia donde no existían”17.
A través de las Asociaciones de Amas de Casa el MDM creó una red que
conectó a miles de mujeres que simpatizaron, colaboraron o participaron con
muy diferentes niveles de compromiso en charlas y conferencias, pero también
en protestas y manifestaciones. Y desde Madrid el movimiento se extendió hacia
algunas de las más importantes zonas del país, entre las que destacaron
Zaragoza, Asturias, Galicia y Valencia18.
A finales de 1975 en Madrid había cuarenta grupos próximos al MDM, entre
comisiones de la mujer en las Asociaciones de Vecinos y Asociaciones de Amas
de Casa, según los datos que aporta Arriero a partir de la entrevista realizada a
Merche Comabella. Esta situación supuso dotar al movimiento de una vía para
organizar la movilización social desde la ”legalidad”19.

Mujeres y trabajo: El servicio doméstico


La situación laboral que tenían muchas mujeres, trabajando en el servicio
doméstico o a domicilio, dificultaba la posibilidad de protesta. La participación
sindical de las mujeres en este ámbito era casi inexistente. Las organizaciones
sindicales en la clandestinidad no tuvieron suficientemente en cuenta la
problemática del trabajo a domicilio, aunque conocían las condiciones laborales
en las que se realizaba. Pero no existe documentación de ningún intento de
organización sindical en este ámbito. Aún más, tanto las organizaciones
sindicales oficiales, como las clandestinas, como la prensa obrera, ocultaron en
muchas ocasiones la participación de las mujeres al adoptar el término genérico
de “trabajadores”, que encuentra correspondencia con la concepción del obrero
masculino.
En el contexto del proceso migratorio, que, como ya se ha señalado se produjo
a partir de la década de los años cincuenta, el servicio doméstico constituyó la
principal ocupación de buena parte de las inmigrantes interiores llegadas al
mundo urbano. Las jóvenes procedentes de las zonas rurales se colocaban

220
principalmente como sirvientas en las ciudades. Uno de los perfiles característicos
de la emigración durante el franquismo fue precisamente el de la mujer joven,
procedente del medio rural, sin estudios, que emigraba a “servir” a la ciudad
como interna20. Según recogía un informe realizado por la Sección Femenina, se
consideraba a la muchacha como un miembro más de la familia que había que
tutelar: Lo sui generis de la relación entre los señores de la casa y la doméstica,
que en España se consideraba como una prolongación de los lazos familiares,
puesto que la criada vivía bajo el techo familiar, “ha determinado que no se la
considere como una relación laboral stricto sensu”21. Aparte de las connotaciones
que tiene el término servir, en cuanto a eximir a estas mujeres de cualquier
relación laboral, este tipo de actividad las situaba en una posición ambigua, ya
que aunque eran un miembro más, no formaban parte de la familia en la que
trabajaban. En el trabajo realizado por Eider De Dios Fernández a partir de
historias de vida, muestra cómo una de las entrevistadas, Elisa Robledo,
interpretaba esta relación como un falso paternalismo. “Ella llevaba muy mal esa
separación de espacios y el hecho de que solo fueran consideradas de la familia
en un sentido de obligaciones pero no de derechos”22. Juana, una de las
entrevistadas en este libro, también se refiere a esta situación.
A pesar de la dificultad que conlleva la aproximación cuantitativa a este grupo,
entre 1960 y 1970 el total de empleados y empleadas domésticos era de
600.000, según datos del Banco de Bilbao, mientras que otras fuentes, como el
Informe Foessa, lo establecían en un millón de trabajadoras. Estos datos no
contemplan el empleo sumergido23. Muchas de estas mujeres emigraron solas,
estableciendo diferentes estrategias y trayectorias migratorias para otros
miembros de la familia (hermanos/as, primos/as, etc.), o para el conjunto con la
familia24. Para las mujeres que trabajaban como internas, el matrimonio
constituía el cese de la relación de interna, aunque en ocasiones la mujer seguía
trabajando para la familia como externa. Además, diferentes actividades como el
hospedaje de los recién llegados a la ciudad, a partir de las redes de familiares y
conocidos, también constituyeron un tipo de actividad en la que la mujer
combinaba la obtención de ingresos y tareas relacionadas con el cuidado de la
casa y de los miembros del hogar. La limpieza de portales y oficinas,
arrastrándose por los suelos hasta que se inventó la fregona, son otras
actividades relacionadas con el servicio doméstico que experimentan un notable
auge en sintonía con el desarrollo del sector servicios de las décadas setenta y
ochenta, aunque una parte importante seguía siendo trabajo sumergido. La
invisibilidad de este tipo de trabajos en las estadísticas oficiales ha sido siempre
un impedimento a la hora de dar cuenta de su naturaleza y extensión.
La proporción de mujeres empleadas en el sector doméstico en 1960
experimentó un descenso en la década de los años setenta. Uno de los factores

221
que contribuyó a este cambio fue la aprobación de la Ley de Derechos Políticos,
Profesionales y de Trabajo de la Mujer de 1961, que propició un cambio notable
en la actividad laboral al establecer la igualdad de derechos entre hombres y
mujeres para el ejercicio de actividades políticas, profesionales y de trabajo
(aunque con algunas excepciones), así como el principio de igualdad de
retribución entre hombres y mujeres por trabajos de igual valor. La ley mantuvo
no obstante la necesidad de autorización marital para las casadas establecida por
la Ley de Contrato de Trabajo de 1944 que imponía como requisito el
consentimiento del marido, un consentimiento que se mantuvo hasta la reforma
del Código Civil de 1975.
Los cambios legislativos producidos en el interior del Régimen permitieron
pasar de una tasa de actividad femenina asalariada de un 15,8 % en 1950, al
20% en 1960, y al 24% en 197025. En 1970 solo una cuarta parte de la
población activa se hallaba ocupada en el sector primario, y el resto se distribuía
entre los sectores secundario (38%) y terciario (37%). A partir de los años
setenta, la población ocupada en el sector terciario superó a la de los otros
sectores. De 1960 a 1975 los datos de los censos, y la Encuesta de Población
Activa, muestran que las mujeres incorporadas al mercado laboral formal se
concentraban en la franja de los 14 a los 24 años, la mayoría solteras (aunque
entre 14 y 19 años tiende a reducirse a medida que avanza la década de los
setenta, en parte por el alargamiento de la edad escolar)26. Además, los
salarios/hora medios de las mujeres en la industria en 1963 eran un 80% de los
masculinos y en 1971 un 75%.

Tres sectores laborales feminizados: El textil, el calzado y las


conservas
En el contexto del denominado desarrollismo las mujeres de la clase
trabajadora se fueron incorporando a actividades que tenían un notable auge en
las ciudades más industrializadas en relación con el sector secundario. Entre ellas
destacan los talleres y fábricas de confección y textil, sobre todo en Madrid y
Barcelona. Teniendo en cuenta la diversidad geográfica también destaca el
trabajo de las conserveras, muy importante en Galicia y Murcia, y también el del
calzado en Elche, Elda y Baleares.
En relación al sector terciario, los trabajos más representativos de mujeres
fueron los de secretarias y oficinistas, así como los trabajos de telefonistas, que
fueron considerados durante mucho tiempo como profesiones “femeninas”. En
relación a las clases medias y al trabajo semi-cualificado y cualificado, destacaban
las maestras, los trabajos desempeñados por mujeres en la administración del
Estado, así como enfermeras, matronas, trabajadoras sociales y azafatas27.

222
La incorporación de las mujeres al mercado laboral muestra dos formas de
acceso preferente: bien realizando el trabajo desde el hogar, principalmente en el
sector textil y del calzado, como empleo sumergido, y/o trabajando en los
talleres y las fábricas. Para la mayor parte de mujeres el acceso al empleo supuso
lo que se ha conocido como la doble presencia, pues obligaba a las mujeres a
compatibilizar el trabajo del hogar con el de las fábricas, acumulando las dos
jornadas28.
En 1973, y según datos de la Encuesta de Población Activa, en el sector
industrial la población femenina representaba el 37%, frente al 63% de los
varones. Por ramas de actividad, entre 1963 y 1975 se observa una marcada
segregación laboral por género ya que el 80% de las mujeres trabajadoras se
concentran en tres ramas de actividad: calzado (41,9%), textil (24,7%) y
alimentación (15,4)29. Además entre 1963 y 1975 las diferencias salariales por
género tendían a aumentar, y los salarios más bajos se situaban en actividades
como el calzado, la alimentación y el textil.
La mano de obra femenina de la industria textil, del calzado y conserva
muestra características comunes en cuanto a la forma de reclutamiento, la baja
cualificación, la temporalidad, el ritmo de producción y los bajos salarios. En los
tres sectores era habitual que las niñas se incorporaran al terminar la escuela,
como aprendizas, sin ningún tipo de contrato, y por tanto expuestas a la
explotación de encargados y jefes, y a realizar largas jornadas laborales, tal y
como señala Ramona Parra en el relato que se incluye en este libro cuando habla
de los talleres de confección. En general, las empresas eran de pequeño o
mediano tamaño, y basaban su productividad en la utilización de la gran cantidad
de mano de obra femenina y de los bajos costos que suponían, y en la escasa
inversión en los procesos de modernización.
El sector textil se ha identificado tradicionalmente con las mujeres, vinculado a
la realización de las diferentes prendas de vestir, y el arreglo de las mismas en el
hogar. Durante décadas la transmisión de madres a hijas ha reforzado este papel.
Las mujeres jóvenes además basaban parte de su proceso de socialización en las
tareas de coser para hacer el denominado “ajuar” para la boda, lo que favorecía
su proceso de socialización con otras jóvenes.
A partir de este aprendizaje muchos hogares se convirtieron en lugar de
trabajo, sobre todo durante el primer franquismo, ya que permitía a las mujeres
simultanear con otras actividades, como las del campo, aunque dedicando
muchas horas. En este tipo de actividad el empresario facilitaba las materias
primas necesarias en el domicilio de las trabajadoras y las mujeres
confeccionaban con sus máquinas las prendas, que eran recogidas de nuevo en
el hogar y abonadas por unidad a precios muy bajos. Las máquinas con las que
se cosían las prendas en ocasiones eran facilitadas por el empresario, en otras se

223
alquilaban, descontando del salario el importe, y en otras las mujeres eran
quienes las compraban.
La cantidad de trabajo que se asumía estaba en relación con el tiempo
disponible, en función del cuidado del hogar y de la familia, pero en muchas
ocasiones el trabajo implicaba la realización de largas jornadas. En España en
1965 se estima que la mano de obra a domicilio se situaba en torno al 44% del
total. Por otro lado, y a partir del proceso de iniciación/socialización descrito,
resultaba relativamente fácil para las jóvenes incorporarse como aprendizas en
talleres de costura, en modisterías, o en sastrerías, al acabar la etapa escolar, y
en ocasiones incluso antes.
Uno de los estudios que ha profundizado en las características del trabajo en el
sector textil es el realizado por Pilar Díaz Sánchez30. Según señala la autora,
durante la década de los años sesenta el 90% de las empresas empleaban hasta
25 obreros, por lo que predominaban las empresas de mediano tamaño. Por su
parte, en 1968 el 75% del sector eran mujeres. En cuanto a categoría laboral, y
pese a la abrumadora mayoría de mujeres, solo el 10% ocupaban puestos de
jefe de producción, patronista-modelista y de jefe de oficina. En cuanto a la
distribución geográfica, las siete provincias más importantes eran Barcelona,
Madrid, Castellón, Málaga, Pontevedra, Sevilla y Oviedo.
El sector tuvo su época de mayor desarrollo en la década de los años sesenta.
El mayor aumento de las tasas de empleo en el sector textil-confección se
produjo entre 1970 y 1974, pero al llegar el año 1974 apareció la contracción, y
la crisis se hizo presente, lo que implicó fuertes ajustes en la producción y el
empleo. Fue entonces cuando muchas mujeres protagonizaron numerosas
huelgas para defender sus derechos laborales. La crisis de 1974 supuso el primer
ajuste del sector y desde 1981 a 1985 se benefició de ayudas del sector público
a partir del Plan de Reconversión Textil. En la década de los años 90, y en
concreto con la crisis de 1993, la situación se agravó, lo que se tradujo en
nuevos recortes de empleo y actividad.
Cuando se reactivaron las huelgas en demanda de mejoras en las condiciones
laborales a partir de los años setenta, las mujeres que trabajaban en talleres
comenzaron a ser las protagonistas de las protestas, la mayor parte de ellas, en
Madrid, Gijón y Barcelona. Los trabajos de documentación realizados por Pilar
Díaz Sánchez31, para Madrid, Carlos Prieto32 en Gijón, y Nadia Varo33, para
Barcelona, son fundamentales para aproximarnos a esta parte de la historia.
En Madrid el año en el que se produjo la mayor movilización fue 1975, con
motivo de la negociación del Convenio de la Confección-Textil. Los conflictos
hicieron que muchas mujeres decidiesen luchar por sus derechos, pero esta
actitud tuvo consecuencias para muchas de ellas en forma de despidos. En
concreto, como detalla Pilar Díaz en sus trabajos, la fábrica Santa Clara despidió

224
a 25 personas de un total de 85, entre ellas a las 22 que se presentaban a las
elecciones sindicales. En Mirto se despidieron a 120 empleados y en Rok-Lee, de
1.100 puestos de trabajo, se despidieron a 46 personas. En estas luchas muchas
mujeres pasaron a tener una actitud activa como sindicalistas, a participar en las
mesas de negociación con los empresarios, y muchas también comenzaron a
militar en los sindicatos y en los partidos obreros, sobre todo en el Partido
Comunista. En 1976 se discutió el convenio nacional del textil, y se puede decir
que el protagonismo era ya exclusivo de las trabajadoras.
Otra de las fábricas en las que las mujeres tuvieron un especial protagonismo
fue la fábrica de pantalones ROK de Madrid en la que trabajaban 1.500
trabajadoras. En este caso el conflicto duró 2 meses y 45 días. Una “Comisión de
fábrica” abogó en todo momento por la readmisión de las despedidas, por lo que
se adoptó el lema ¡O Todas o Ninguna!, objetivo que consiguieron. Pero sin duda
hay dos conflictos que han servido de referencia en la historia de las luchas que
se libraron en estos años. Uno fue el de Induyco, el otro el de IKE.
En agosto de 1976 se produjo un paro por parte de las trabajadoras de
Induyco34. Según se recoge en la prensa del momento, la empresa aducía que
las motivaciones de la huelga eran de carácter político. Por su parte, las
reivindicaciones de los trabajadores con motivo de la revisión del convenio se
centraban en un incremento lineal de 6.000 pesetas, creación de comedores y
guarderías, Seguridad Social a cargo de la empresa, cien por cien del salario real
en caso de enfermedad y durante los períodos de servicio militar y embarazo, y
desaparición del destajo. Según indica Pilar Díaz, en este conflicto también se
pudo comprobar que los encargados de la fábrica visitaban las casas de las
trabajadoras para hablar con los padres e influir en la decisión de las
trabajadoras. Otros conflictos que se produjeron en estos años fueron los de la
empresa Santa Clara, en Madrid, o Blanco Solana. La deslocalización de la
confección hacia otros países con mano de obra más barata agravó la crisis del
sector, y muchas empresas fueron cerrando, por lo que se sucedieron continuas
protestas.
En el período de crisis uno de los conflictos destacados fue el protagonizado
por las trabajadoras de la empresa de camisas de Gijón, IKE, que se arrastró a lo
largo de toda una década: desde 1984 hasta 1994. Los orígenes de las
movilizaciones se remontan al 23 de marzo de 1983, cuando la ejecutiva dio luz
verde a la entrada de IKE en el Plan de Reconversión, como único remedio para
garantizar la continuidad. En 1984 se aprobó la segunda fase del PRT. En el
trabajo coordinado por Carlos Prieto, y titulado, IKE, retales de la reconversión35,
da cuenta de que a principios de 1988 la deuda de la empresa estaba fuera de
control, pero los salarios del personal técnico directivo superaban los 25 millones
brutos al año. Esta cifra contrastaba con las 50.000 pesetas al mes que cobraban

225
por aquel entonces las trabajadoras de IKE que, además, recibían sus nóminas
con irregularidades y retrasos. La Dirección Provincial de Trabajo aprobó un
expediente de cierre el 15 de junio de 1990. En ese momento el grueso de las
empleadas de IKE decidió encerrarse en la fábrica como medida de presión. Con
un encierro de 4 largos años en la fábrica, de 1990 a 1994, las mujeres
defendieron sus puestos de trabajo recurriendo a todos los medios de lucha
posibles para defender el empleo. Sin ir más lejos, el 12 de julio de ese año,
2.000 personas participaron en una manifestación de apoyo a las trabajadoras de
IKE; seis días después, un grupo de trabajadoras se encadenó a la locomotora
del Talgo Gijón-Madrid-Alicante; el 5 de septiembre, las trabajadoras desviaron
un autobús de la empresa municipal de transporte hacia el Ayuntamiento36.
En el caso de Barcelona, entre 1960 y 1976 la industria textil, junto con el
servicio doméstico y el comercio, fueron las actividades en las que trabajaron la
mayor parte de mujeres (seguidas de la industria metalúrgica y la química). Si
bien existen conflictos localizados antes de este período, y en relación a
diferentes tipos de actividad, a partir de principios de los años setenta se
producen los mayores ajustes en el sector. A finales de 1972 y en 1973 la
conflictividad afectó a la confección y al sector terciario, con protestas de gran
repercusión pública en la sanidad y la enseñanza. En Barcelona la conflictividad
femenina mostró algunos rasgos diferenciales, como la solidaridad entre
compañeros y compañeras del mismo lugar de trabajo o frente a las acciones de
la policía. Las trabajadoras, y esposas de trabajadores, se comprometieron con
acciones solidarias en los conflictos laborales protagonizados por varones,
aunque raramente pasó a la inversa37.
En la industria del calzado, por su parte, las mujeres realizaban
tradicionalmente lo que se conoce como el aparado, que consiste en coser a
mano o a máquina las diferentes piezas del zapato. La división sexuada del
trabajo en la fábrica de los años setenta se realizaba de la forma siguiente: el
cortado estaba a cargo de los hombres, a excepción de las piezas más pequeñas,
que se cortaban con troquel; a continuación las mujeres se encargaban del
aparado, que incluía fundamentalmente el cosido de piezas, pero también otras
fases como el rebajado y el picado. La parte de montado-terminado era también
masculina y las mujeres volvían a ser las encargadas de los toques finales (tintes,
cera, planchado) y del embalaje38.
Según esta secuencia, las mujeres estaban situadas en fases que requieren
conocimientos y destrezas la mayor parte de las veces aprendidas en casa,
mediante el manejo de la máquina de coser, un tipo de trabajo que implicaba
precisión, habilidad y paciencia.
Los varones, por su parte, eran los dueños de los talleres, los que organizaban
el trabajo, los que lo comercializaban, y también los que eran conocidos como

226
los artesanos, en cuanto a ser responsables de las fases finales de fabricación del
zapato. La distinción entre trabajo masculino y femenino estaba identificada en
función de la categoría laboral y del salario. A mediados de la década de los
noventa el trabajo clandestino se centraba casi exclusivamente en el aparado que
realizaban las mujeres en sus casas.
Uno de los trabajos de referencia en este sector es el realizado por Begoña San
Miguel, titulado Zapatos de Cristal. La mujer como protagonista en la industria
valenciana del calzado. Según la descripción que realiza la autora, las mujeres
que trabajan lo hacían en diferentes contextos: En las fábricas legales del sector
formal, en condiciones de contratación normalizada (o bajo cualquiera de las
fórmulas de contratación temporal); trabajo sumergido realizado en fábricas del
sector formal (legalizadas) en las que las mujeres están en situación de
irregularidad; trabajo realizado en fábricas del sector informal (clandestinas), en
las que, completamente, las trabajadoras están en situación irregular; trabajo
realizado en talleres del sector informal; y trabajo a domicilio (siempre
clandestino)”39.
En la Comunidad Valenciana en 1990 el sector del calzado equivalía al 64% del
total nacional. En la provincia de Alicante en esta fecha se localizaban el 95% de
las empresas de la región. Dentro de la comarca del valle del Vinalopó destacan
dos poblaciones: Elche y Elda, en las que se concentra la mayor parte de las
fábricas del calzado.
En relación con las luchas en el sector del calzado, la huelga más importante
que se registró en el sector fue la de 1977 a partir del Movimiento Asambleario
de Elche. La huelga se inició el 22 de agosto en Elche, a la que se sumó el día 24
Elda. La huelga se prolongó hasta el 5 de septiembre. Este Movimiento
Asambleario lo formaron trabajadores organizados para protestar por despidos, y
para negociar el convenio del calzado. Lo componían trabajadores organizados
procedentes de diferentes organizaciones (CC.OO, la HOAC, LAS JOC, USO, ORT,
PC, etc.). Entre las reivindicaciones ante el nuevo convenio se incluía la
equiparación del trabajo femenino al de los varones en el sector. “A igual trabajo,
igual salario”, resumía las aspiraciones del Movimiento Asambleario en el que las
mujeres tuvieron un papel relevante. La incorporación de las mujeres a las
fábricas durante este período, incluso de algunas de aquellas que se habían
iniciado desde sus domicilios, encontró su reflejo en estas movilizaciones. San
Miguel subraya en este sentido, que si bien las trabajadoras tuvieron un papel
destacado en cuanto a participación en el conflicto, pocas ostentaron cargos de
representación, y ninguna se encontraba en el grupo de dirigentes de la
huelga40. El conflicto concluyó con un Laudo que recogía, en parte, algunas de
las principales reivindicaciones: prórroga al convenio vigente durante 6 meses;
aumento del período vacacional hasta cuatro semanas anuales; la tendencia a la

227
equiparación entre varones y mujeres; y el aumento del salario oficial en torno al
25%.
En el caso de las conserveras una de las características, además de las que
comparte con el textil y el calzado, es la estacionalidad, al depender de la
actividad pesquera y mariscadora, que hace típica la figura del trabajador
intermitente o discontinuo. Este trabajo ha sido considerado tradicionalmente
como un trabajo muy duro por las largas jornadas que requiere, el esfuerzo físico
que se les exigía a las mujeres y las deficiencias en las instalaciones que había en
algunas fábricas.
El acceso a las fábricas de conservas, al igual que en el sector textil y en el
calzado, se hacía desde la infancia y la adolescencia, tal y como narra Carmen en
su historia de vida. En muchos casos las madres eran las que concretaban la
incorporación con la empresa, o se hacía para sustituir a alguna de las
trabajadoras de la familia o de allegados. La eventualidad asociada al trabajo
intermitente o discontinuo, que recae la mayoría de las veces en las mujeres,
implicaba complementar el trabajo de la fábrica con el cuidado del huerto, y
tareas de campo en general. En el trabajo de las conserveras, aparte del creciente
proceso de mecanización que se ha ido produciendo, existen diferentes tipos de
actividades que siguen requiriendo trabajo manual, como son la limpieza, el
troceado y parte del enlatado que recaen en las mujeres tradicionalmente.
En 1998 la industria agroalimentaria gallega representaba el 7% de las ventas
nacionales. Por su parte, las conserveras gallegas representaban el 75% de la
producción española de conservas y semiconservas de pescado y mariscos. Y
según datos de la Asociación Nacional de Fabricantes de Conservas de Pescados,
en 1999 en Galicia se generaba el 78% del total del empleo en el sector en
España.
A partir del trabajo realizado por María del Carmen García Negro, en los
subsectores de la conserva y del marisqueo a pie el porcentaje de empleo
femenino se alcanzaban cifras de alrededor del 80% del total41. Además, en
1988 la mujer suponía en torno al 85% del personal obrero en el sector, pero
solo el 38% del personal administrativo y apenas el 10% de los cargos de
responsabilidad.
Por su parte, una parte importante de la industria conservera de frutas y
mermeladas se encuentra en la Región de Murcia. Tanto la prensa oficial como la
clandestina han informado de conflictos que tuvieron lugar durante el franquismo
en los que tuvieron un especial protagonismo las mujeres trabajadoras del sector.
Las mujeres se incorporaban al ámbito laboral en peores condiciones que los
hombres, a veces sin ningún tipo de contrato. Durante las décadas anteriores a
los setenta hubo protestas, con el apoyo de la Iglesia regional, lo que conllevó
que en 1974 se creara al Comisión Obrera de la Conserva.

228
Las luchas en el sector de la conserva se orientaban por ello a demandar
derechos básicos como un trabajo digno, que las horas extras dejaran de
pagarse como horas normales, y que se incluyeran a las trabajadoras en la
nómina de la Seguridad Social. Estos fueron los principales motivos por los que
las trabajadoras convocaron la huelga de 1976. El sistema de trabajo era brutal,
sobre todo en plena temporada, por lo que las mujeres a veces realizaban varios
turnos de trabajo al día. “Casi a diario se seleccionaba “a dedo” a las mujeres
que al día siguiente iban a trabajar, siendo muy pequeño el número de
trabajadores “fijos”, de forma que cualquier persona que manifestara
disconformidad, sencillamente no se le volvía a dar trabajo” 42.
Por último, cuando se habla de las luchas de las mujeres trabajadoras durante
el franquismo es de justicia hacer una mención especial a la labor de las
activistas de Comisiones Obreras. El trabajo publicado en 2015 por Nadia Varo
Moral y María Del Carmen Muñoz Ruiz43 ayuda a identificar entre los perfiles que
destacan, los que se aproximan a las mujeres que incluye este libro, como es el
caso de la historia de Ramona Parra. Las autoras Varo y Muñoz identifican a
estas mujeres como la segunda generación. Son aquellas que nacieron entre
1932 a 1946 y se integraron en CC.OO. porque trabajaban en la industria o
porque actuaron como asesoras, como abogadas laboralistas. En el caso de las
primeras, organizaron el movimiento obrero en sus fábricas. Estas mujeres,
luchadoras infatigables, no entraron en el movimiento obrero debido a su
vinculación política o familiar con el PCE, sino por impulsos personales contra la
injusticia social, una lucha que canalizaron primero a través de las organizaciones
católicas obreras y luego, a través de una movilización con mayor carácter
político en CC.OO.

De la formación, el trabajo y las luchas, a la crisis del trabajo, la


precarización laboral y el desempleo
Los avances protagonizados por las mujeres españolas durante la transición
democrática deberían ser un motivo de satisfacción para quienes lo han hecho
posible. Uno de los factores que ha influido de forma decisiva en la promoción
de las mujeres en el ámbito laboral y social fue el incremento del nivel educativo
de toda la población en general, pero sobre todo de las mujeres, en parte gracias
a la reforma educativa de 1970 que comenzó a tener incidencia en la generación
de mujeres y hombres que nacieron durante la década de los años sesenta, una
generación conocida como la generación del baby boom. La principal innovación
de la denominada ley Villar de 1970 fue acabar con las dos redes paralelas
instituidas por el plan de estudios de 1953 impulsado por el ministro Ruiz-
Giménez, un plan que favorecía el acceso al Bachillerato, y posteriormente a la

229
universidad, a los grupos de población con mayores recursos económicos y
culturales, a la vez que relegaba a la educación primaria a las clases populares, y
más específicamente a las mujeres.
Muchas de las jóvenes que realizaron estudios universitarios a partir de la los
años 70, es decir, tras la aprobación de la Ley Villar, procedían precisamente de
estas clases populares, urbanas y rurales, en parte porque muchas habían dejado
de ser consideradas como ayudas familiares para el cuidado del hogar y de los
hermanos/as y para realizar tareas extra-domésticas. Otras pertenecían a clases
medias que optaron por proporcionar estudios a todos los hijos,
independientemente del sexo.
El incremento del nivel educativo de las mujeres ha sido una constante durante
todos estos años. En los 25 años que van de 1982 a 2007 el número de mujeres
con estudios secundarios se incrementó en un 200%, pero aún más espectacular
ha sido el incremento de mujeres con estudios universitarios, ya que superaba el
407%. En datos porcentuales, en 1982 las mujeres con titulación universitaria
suponían el 42,7% de las personas con este nivel de estudios, mientras que en
2007 el porcentaje alcanzaba ya el 53,2%44. Las implicaciones que tienen estos
datos se relacionan con el hecho de que si bien la tasa de ocupación es mayor
entre los hombres que entre las mujeres, se iguala a medida que aumenta el
nivel educativo de las mujeres.
Durante la transición a la democracia tanto el Instituto de la Mujer, como los
ayuntamientos, las comunidades autónomas, el Gobierno central y los planes de
igualdad europeos han proporcionado un especial impulso a las reformas legales
e institucionales destinadas a acabar, o al menos a mitigar, una secular
discriminación que golpeó predominantemente a las mujeres de las clases
populares. La dominación masculina no ha desaparecido pero los avances en
favor de la igualdad son innegables en nuestra sociedad. Las condiciones sociales
han cambiado para mejor, pero conviene no conformarse ni confiarse, pues las
conquistas sociales distan de ser irreversibles.
Junto con la educación, uno de los ámbitos más importantes para la
autonomía de las mujeres es el empleo. Si nos centramos en la población
ocupada hasta el inicio de la crisis de 2008 se comprueba que desde 1982 a
2007 el número de mujeres trabajadoras se ha incrementado en 5.230.000, de
las cuales casi el 80% lo ha hecho desde 1995. En porcentajes este volumen ha
supuesto pasar del 28,3 % al 41,4% respecto del total de la población ocupada.
Por sectores de actividad, el mayor incremento desde 1982 a 2007 se ha
producido en el sector servicios, donde el ascenso ha sido de 15,14 puntos
porcentuales, siendo el que registra el mayor porcentaje de población ocupada
femenina en 2007, con un 53,2%. En la industria la participación de las mujeres
se ha incrementado en 5,3 puntos, y en la construcción en 3,9 puntos. El sector

230
que registra un menor crecimiento ha sido el agrícola, con poco más del 1%.
Con respecto a las ocupaciones, desde 1997 a 2007 las que han experimentado
un mayor crecimiento en cuanto al porcentaje de participación femenina han sido
empleadas/os de tipo administrativo, con 10,4 puntos, y trabajadoras/es de
servicios de restauración, personales, protección y vendedoras/es, con 9,8
puntos. En relación al tipo de jornada, se aprecia una clara feminización de la
jornada parcial ya que en 2007 el 83% de las personas asalariadas con jornada
parcial eran mujeres (4,2% puntos más que en 1995). En relación con quienes
trabajan a jornada completa, el porcentaje se ha incrementado entre el total de
asalariadas/os, pasando de un 31,8% a un 38,25% en el mismo período (la
población asalariada a jornada completa representa casi un 73% del total de
población ocupada)45.
A partir de la crisis de 2008 el paro y la precarización han ido de la mano. El
retorno de la cuestión social, como ya señaló Julia Varela en la Presentación de
este libro, vino impulsado por las políticas neoliberales y neoconservadoras. En
los EE. UU. los denominados guardianes de la promesa pretenden retrotraernos a
la estereotipada división sexual del trabajo tradicional. El neoliberalismo alimenta
cada vez más el machismo y los fundamentalismos. España y los países del sur
de Europa en el marco de la Comunidad Europea se han visto especialmente
golpeados por la crisis del trabajo.
En el cuarto trimestre de 2014 la tasa de paro femenina en España era del
24,9%, y la masculina, el 22,9%, una diferencia de dos puntos porcentuales
frente a casi cuatro puntos hace siete años. Las mujeres representaban al final de
2014 el 46,2% de la población activa, el 45,6% de la población ocupada y algo
más del 48% del paro46. Además, las mujeres concentran en España las dos
terceras partes del empleo a tiempo parcial: en 2014, el 27,3% de las mujeres
trabaja a tiempo parcial, frente a tan solo el 8,1% de los varones. Por su parte,
tres de cada cuatro varones tienen contrato indefinido a jornada completa frente
a una de cada dos mujeres, quienes aumentan su presencia en la jornada parcial
ya sea por contrato indefinido o temporal. Con frecuencia el trabajo a tiempo
parcial suele aparecer relacionado con un contrato temporal, lo que supone una
mayor vulnerabilidad. En lo que se refiere a la denominada brecha salarial, es
decir, promedio de salarios que perciben los hombres y las mujeres de la UE por
realizar el mismo trabajo, en 2013 las mujeres cobraban de media el 19,3%
menos, un porcentaje superior a la media europea que está situada en el 16,4%.
En términos prácticos y con los datos actualizados, la brecha salarial significa que
para cobrar anualmente el mismo promedio que perciben los hombres, las
mujeres de la UE necesitarían trabajar 59 días adicionales, además de los 365
que tiene un año47.
Por otro lado, en el servicio doméstico trabajan muchas mujeres inmigrantes,

231
casi siempre mal remuneradas, y no dadas de alta en la Seguridad Social, en
condiciones claramente de explotación. Y en el sector textil y en el calzado y la
conserva se asiste a un proceso creciente de deslocalización, a lo que se ha
denominado el paso desde los esquemas fordistas a la fábrica desintegrada. En
este proceso se desarrolla una dinámica de subcontratación e informalización que
generan una mayor precarización. Se estima que la subcontratación en el área del
calzado valenciano supera el 50 % de la actividad económica que se desarrolla
en él. Y el trabajo oculto —domiciliario y no domiciliario— en el sector del
calzado se sitúa en torno al 35-40 % del total del trabajo realizado en el sector.
Como reacción a este proceso, en septiembre de 2004 el incendio de almacenes
chinos en Elche, en el polígono industrial del Carrús, al grito de “chinos fuera”,
por parte de casi medio millar de personas contra la competencia del calzado
chino, hizo coincidir a empresarios, trabajadores y almacenistas en los intereses.
Los trabajos sociológicos de Robert Castel48, y en nuestro país, de Luis
Enrique Alonso49, Carlos Prieto50 y otros, ponen bien de manifiesto la centralidad
del trabajo y la necesidad de asignar a los trabajadores derechos, y de repartir el
trabajo, para poder avanzar hacia sociedades más justas y democráticas. Estos
autores muestran cómo la desregulación del mundo laboral, la supresión de
convenios colectivos y el debilitamiento de las protecciones sociales, unidos a un
creciente individualismo, hacen crecer la vulnerabilidad social, que a su vez
alimenta los procesos de disgregación social.
En el camino recorrido han aparecido, también otros escenarios de lucha y de
protesta. Muchas de las manifestaciones de mujeres, encierros, huelgas, han
tenido en los últimos años como principal motivo el asesinato y la violencia
contra las mujeres a manos de sus parejas, en la mayoría de los casos después
de iniciar la separación. Son mujeres, la mayor parte de ellas, pertenecientes a las
clases trabajadoras.
Se hace camino al andar, escribía Antonio Machado, y andar significa que hay
que seguir luchando por la igualdad, sin olvidar la historia que nos precede.

1 El I Plan de Desarrollo preveía que los 4.710.000 trabajadores del campo que había en 1962 se
redujeran a 4.370.000 al término del mismo, en 1967. La realidad del éxodo rural superó, sin embargo,

232
las previsiones oficiales, ya que durante los dos primeros años el volumen de la emigración alcanzó lo que
se había programado para cinco, y en 1966, y según la Dirección General de Empleo del Ministerio de
Trabajo, el sector primario contaba solamente con 3.595.600 activos; con un año de anticipación, la
población trabajadora del campo era inferior en 800.000 productores a la esperada para el término de su
vigencia por el I Plan de Desarrollo. De la Fuente, E., y Elorza, A., “Anotaciones sobre el problema agrario
español”, Revista de Trabajo, nº 17, 1967.
2 El resultado fue la modificación de la estructura social de España ya que el porcentaje del 48% de la
población activa que se dedicaba a la agricultura y la pesca en 1950 se redujo 11 puntos en 1960, y
cayó hasta el 23% en 1970. Los dos millones de asalariados agrícolas que había en 1960 se redujeron a
un millón en 1970. Veáse Juliá, Santos (2003). Política y Sociedad, en JULIÁ, Santos; GARCÍA, José Luís;
JIMÉNEZ, Juan Carlos, La España del Siglo XX. Madrid. Marcial Pons: pág. 170.
3 CAPEL, H. (1967). Los estudios acerca de las migraciones interiores en España. Revista de Geografía,
1(1), págs. 77-101.
4 La Coordinadora Federal del Movimiento Asociativo en Alemania (2011): La situación de la mujer
emigrante española en Alemania:1960-2010.
5 La Ordenación de la Enseñanza Media, de 26 de febrero de 1953, significó un nuevo enfoque de la
educación, y supone un primer paso hacia la generalización de la escolaridad hasta los 14 años. En ella se
introduce una división del bachillerato en elemental (formado por cuatro cursos) y superior (dos cursos),
seguido del curso preuniversitario, necesario para el acceso a la Universidad. En ambos se establecía una
reválida y para el curso preuniversitario una prueba de madurez.
6 Para una relación más detallada de la participación de las mujeres en estas protestas veáse el trabajo
de José BABIANO (2007). Mujeres, Trabajo y militancia laboral bajo el franquismo, en Del hogar a la huelga:
trabajo, género y movimiento obrero durante el franquismo. Madrid: Los Libros de la Catarata. (págs. 25-
76).
7 En las protestas de mujeres en la Puerta del Sol hubo mujeres reconocidas como Nuria Espert,
Josefina Aldecoa, Eva Forest, Dolores Medio, Consuelo Claudín, hasta la duquesa de Medina Sidonia, Isabel
Álvarez de Toledo. Fueron detenidas unas 40. Los huelguistas encontraron apoyo de los estudiantes de
ciudades como Madrid, Barcelona, y Valencia, y fueron detenidas jóvenes que luego serían conocidas
como Ana María Matute, e Irene Castells. En Madrid gritaban “Opus no, Mineros sí”. Véase Rubén Vega,
2002, Las huelgas de 1962 en España y su repercusión internacional: el camino que marcaba Asturias.
Gijón: Ed. Trea.
8 En unas declaraciones que Asunción Sedeño hizo a El País en 1976 indicaba: «No estamos por las
acciones de calle; para pedir soluciones a nuestros problemas nunca recurriríamos a la subversión por
medio de manifestaciones. Quienes hacen esto están siguiendo consignas de partidos; están manipuladas
políticamente. Nosotras preferimos utilizar las vías legales que ofrecen los organismos competentes...
nosotras no apoyamos de ninguna manera puntos reivindicativos tales como que los anticonceptivos
corran a cargo de la Seguridad Social o se legalice el aborto. Esto es indigno que lo pida la mujer”. GARCÍA,
A. (1976, 30 de septiembre). Diferencias ideológicas impiden la unión de las asociaciones de amas de casa.
El País. http://elpais.com/diario/1976/09/30/madrid/212934260_850215.html

9 Véase D EL C ASTILLO VELASCO, A. S. (2011). Las amas de casa. Sujeto constructor de derechos
durante el franquismo. Arenal. Revista de Historia de las mujeres,18 (1), págs. 181-216.
10 “Las mujeres impulsoras de estas agrupaciones denegadas fueron Mercedes Comabella, Marcos,
Jerónima, Martí Isidro y M.ª Rosario Pérez Rosado y eran acusadas de participar en diferentes encierros
en protesta por los Consejos de Guerra y detención de miembros del P.C.E. y por reparto de propaganda
clandestina”. Véase D EL C ASTILLO VELASCO, A. S. (2011). Las amas de casa. Sujeto constructor de derechos
durante el franquismo. Arenal. Revista de Historia de las mujeres,18 (1), págs. 181-216.
11 En 1959 se comenzó a publicar clandestinamente en Madrid el boletín La Mujer, una publicación
desde la que se pretendía contribuir a organizar a las mujeres y a orientar su actuación hacia unos

233
espacios de lucha muy concretos: la solidaridad con los presos, la denuncia de la situación en las cárceles
españolas y la exigencia de amnistía para los condenados por delitos políticos; las campañas contra la
carestía y la reivindicación del aumento de los salarios. Veáse ARRIERO RANZ, Francisco (2007): Contra
Franco y algo más: El tortuoso viaje del movimiento democrático de mujeres hacia el feminismo (1964-
1975). En BUENO, Manuel (coord.): Comunicaciones del II Congreso de Historia PCE. De la resistencia
antifranquista a la creación de IU. Un enfoque social. CD, Fundación de Investigaciones Marxistas (FIM).
12 Su acción más importante fue la distribución gratuita de melones procedentes de campesinos
manchegos y la colaboración con los despedidos de Masa; Terpel e Induyco. GARCÍA, A. (1976).
Diferencias ideológicas impiden la unión de las asociaciones de amas de casa. El País.
http://elpais.com/diario/1976/09/30/madrid/212934260_850215.html

13 ALBERICH NISTAL, Tomás (2007). Asociaciones y Movimientos Sociales en España: Cuatro Décadas de
Cambios Revista de Estudios de Juventud. pág. 76
14 Las figuras más destacadas en el estudio del Movimiento Ciudadano son los sociólogos M. Castells y
Tomás Rodríguez Villasante. También cabe señalar los estudios realizados por J. Borja, Alice Gail Bier o José
Mª Berriatua, y la tésis de Bordetas Jiménez, I. (2012). Nosotros somos los que hemos hecho esta ciudad.
http://ddd.uab.cat/record/106844
15 C ASTELLS, Manuel (1986): La formación de un movimiento social urbano: el Movimiento Ciudadano
de Madrid hacia el final de la era franquista, en La ciudad y las masas. Sociología de los movimientos
sociales urbanos, Madrid. Alianza.
16 ARRIERO RANZ, Francisco (2011): El movimiento democrático de mujeres: del antifranquismo a la
movilización feminista. Historia, Trabajo y Sociedad, nº 2, págs. 33-62.
17 ARRIERO RANZ, Francisco (2007): Contra Franco y algo más: El tortuoso viaje del movimiento
democrático de mujeres hacia el feminismo (1964-1975). En BUENO, Manuel (coord.): Comunicaciones del
II Congreso de Historia PCE. De la resistencia antifranquista a la creación de IU. Un enfoque social. CD,
Fundación de Investigaciones Marxistas (FIM).
18 En Zaragoza el MDM se había formado a partir de un pequeño grupo de mujeres del PCE que
realizaban trabajos de solidaridad con los presos al que muy pronto se sumaron católicas progresistas.
Con esa cobertura comenzaron a participar en la Asociación de Amigos de Cuadernos para el Diálogo de
la ciudad, pero fracasaron en su intento de hacerse con el control de la asociación de las amas de casa.
No obstante, los contactos que fueron tejiendo en esos años mujeres como la comunista Maruja
Cazcarra o la católica Concha López, permitieron incorporar nuevas militantes al MDM y poner en marcha
una importante movilización en barrios obreros como el de Oliver o el Picarral, organizar boicots a los
mercados para protestar por la subida de los precios y recoger firmas para exigir la construcción de
guarderías, colegios y parques. En Galicia, aunque las primeras células del MDM se habían creado en 1968
fue a partir del año siguiente y de mano de dos militantes de la organización madrileña que trasladaron allí
su residencia, Carmen Segurana y Marisa Castro, cuando se produjo la consolidación de los grupos de
mujeres en Vigo, El Ferrol, Ourense y Lugo. En el MDM de Vigo la colaboración entre comunistas y
católicas de la HOAC fue muy estrecha en la organizaron las importantes movilizaciones que
protagonizaron las trabajadoras de la empresa Cerámicas Álvarez. En El Ferrol se intentó la infiltración en la
asociación de amas de casa de esa ciudad, una estrategia que se inició en 1970 y se prolongó durante
más de tres años a pesar de ser detectada muy pronto por los Servicios de Información. ARRIERO RANZ,
Francisco. (2011). El Movimiento Democrático de Mujeres: del antifranquismo a la movilización vecinal y
feminista. Historia, trabajo y sociedad, (2), págs. 33-62.
19 ARRIERO RANZ, Francisco (2015): El movimiento democrático de mujeres, del antifranquismo a la
movilización vecinal y feminista: Ideología, identidad y conflictos de género. Tesis doctoral. Universidad
Autónoma de Madrid.
20 Véase el artículo de BORDERÍAS, Cristina (1991), Las mujeres, autoras de sus trayectorias personales
y familiares: a través del servicio doméstico, Historia y fuente oral, págs. 105-121.
21 Aurora MORCILLO, Españolas con, contra, bajo, (d)el franquismo

234
http://www.macba.cat/uploads/publicacions/desacuerdos/textos/desacuerdos_7/Aurora_Morcillo_Gomez.pdf
22 Eider D E D IOS (2013). Las que tienen que servir. Revista Historia Autónoma, 3 (2013), 97-111. pág.
109
23 C ABAÑATE PÉREZ, J. C. (2014). Servir es distinto a trabajar: potestad del cabeza de familia vs.
protección social del servicio doméstico en la dictadura franquista. En Relaciones laborales y empleados
del hogar: reflexiones jurídicas (págs. 61-84). Dykinson: pág. 76.
24 Cristina BORDERÍAS: Las mujeres, autoras de sus trayectorias personales y familiares: a través del
servicio doméstico Historia y Fuente Oral, 6 (1991); págs. 105-121.
25 Es necesario tener en cuenta que las fuentes oficiales no recogían la realidad española: En 1970 el
Informe Foessa afirmaba que para muchas mujeres “lo decente es rellenar la casilla de actividad con el
prudente “sus labores” y de esta manera evitar, además, darse de alta en los seguros sociales”, lo que
contribuyó a reforzar un mercado laboral paralelo al mercado laboral formal. Véase Pérez Fuentes Pilar
(2004), Los límites del modelo de Male Breadwinner Family. Un ejercicio de historia comparada entre la
primera y la segunda industrialización. Vizcaya 1900-1965, en PÉREZ FUENTES Pilar, Ganadores de pan y
amas de casa: otra mirada sobre la industrialización vasca. Bilbao. Servicio Editorial UPV-EHU, 2004. Págs.
205-255. Citada por José Antonio PÉREZ, Trabajo doméstico y economías sumergidas en el gran Bilbao a
lo largo del desarrollismo, en BABIANO, J. (2007). Del hogar a la huelga: trabajo, género y movimiento
obrero durante el franquismo (Vol. 12). Madrid, Los Libros de la Catarata.
26 VARO MORAL, N. (2005). La conflictividad laboral femenina durante el franquismo en la provincia de
Barcelona. Doc 3/2005. Fundación 1º de Mayo. pág. 21.
27 Véase D ÍAZ SÁNCHEZ, P. (2004). Balance de los estudios sobre el trabajo de las mujeres en la España
contemporánea. En La historia de las mujeres: una revisión historiográfica (págs. 373-392). Secretariado
de Publicaciones e Intercambio Editorial. En este texto la autora incluye bibliografía específica para cada
una de las actividades a partir de la clasificación que hace teniendo en cuenta los sectores de actividad.
28 Veáse BORDERÍAS, C. BENGOA, C. C., & ALEMANY, C. (1994). Las mujeres y el trabajo: rupturas
conceptuales. Icaria.
29 Véase D OMÍNGUEZ MARTÍN, R. (2007) Las diferencias salariales por género en España durante el
desarrollismo franquista, Reis, 117, págs. 143-160.
30 D ÍAZ SÁNCHEZ, Pilar (2001). El trabajo de las mujeres en el textil madrileño: racionalización industrial y
experiencias de género (1959-1986). Atenea, Universidad de Málaga. Y también D ÍAZ SÁNCHEZ, Pilar.
(2007). El trabajo en la confección-textil: un oficio de mujeres. Espacio Tiempo y Forma. Serie V, Historia
Contemporánea, (19).
31 D ÍAZ SÁNCHEZ, Pilar. (2001). El trabajo de las mujeres en el textil madrileño. Racionalización industrial
y experiencias de género (1959-1986). Málaga: Universidad, 2001.
D ÍAZ SÁNCHEZ, Pilar (2007). El trabajo en la confección-textil: un oficio de mujeres. Espacio Tiempo y
Forma. Serie V, Historia Contemporánea, (19).
32 PRIETO FERNÁNDEZ, C. (2004). IKE, retales de la reconversión. Madrid, LaDinamo Libros.
33 VARO MORAL, N. (2005). La conflictividad laboral femenina durante el franquismo en la provincia de
Barcelona. VARO MORAL, N. (2007). Mujeres en huelga: Barcelona metropolitana durante el franquismo, en
Del hogar a la huelga: trabajo, género y movimiento obrero durante el franquismo. Madrid, Los libros de
la Catarata, (págs. 139-188).
34 http://elpais.com/diario/1976/09/09/economia/211068021_850215.html
35 PRIETO FERNÁNDEZ, C. (2004). IKE, retales de la reconversión. Madrid, LaDinamo Libros.
36 PRIETO FERNÁNDEZ, C. (2004). IKE, retales de la reconversión. Madrid, LaDinamo Libros, páginas 24-
25.
37 VARO MORAL, N. (2005). La conflictividad laboral femenina durante el franquismo en la provincia de
Barcelona. VARO MORAL, N. (2007). Mujeres en huelga: Barcelona metropolitana durante el franquismo. En
Del hogar a la huelga: trabajo, género y movimiento obrero durante el franquismo. Madrid, Los libros de
la Catarata, págs. 139-188.

235
38 Descripción realizada por Berbabé, 1976 (págs. 98-100), citado por Rafael VIRUELA MARTÍNEZ y
Concha D OMINGO PÉREZ (2000), La informalización en la industria del calzado. Un trabajo de mujeres.
Cuadernos de geografía, (67), págs. 381-402.
39 SAN MIGUEL DEL HOYO, Begoña (y cols.), 2000: Zapatos de Cristal. La mujer como protagonista en la
industria valenciana del calzado. Valencia, CCOO, pág. 26.
40 Según recoge Begoña SAN MIGUEL en su tesis doctoral (1998): Los trabajadores de la industria del
calzado de Elche. Cambios en las condiciones de vida y trabajo (1960-1997). Universidad de Alicante.
pág. 160.
41 Véase GARCÍA NEGRO, M. C.; ZOTES, Y. N. (2006). El trabajo de las mujeres en el sector pesquero
gallego. Revista Galega de Economía, vol. 15, núm. 1, pág. 12.
42 Véase ESCUDERO ANDÚJAR, F. (2007). Dictadura y oposición al franquismo en Murcia. De las cárceles
de posguerra a las primeras elecciones. Murcia, Universidad de Murcia.
43 Nadia VARO MORAL y María Del Carmen MUÑOZ RUIZ (2015): Las activistas de Comisiones Obreras de
Madrid y Barcelona entre 1964 y 1975: sindicalismo y compromiso antifranquista. Fundación 1º De
Mayo.
44 Instituto de La Mujer (2008). Las mujeres en cifras 1983-2008. Madrid. pág. 48.
45 Instituto de La Mujer (2008). Las mujeres en cifras 1983-2008. Madrid.
46 Ministerio de Empleo y Seguridad Social (2015): La situación de las mujeres en el mercado de
trabajo en 2014. Secretaría de Estado de Empleo.
47 Carmen C ASTRO (2013): ¿Cómo afecta la crisis y las políticas de austeridad a los derechos de las
mujeres y a la igualdad?, En VICENT, L. y cols. El desigual impacto de la crisis sobre las mujeres, FUHEM
Ecosocial.
48 C ASTEL, R. (1998). La metamorfosis de la cuestión social. Una crónica del salariado, Buenos Aires,
Paidós.
49 Luis Enrique ALONSO BENITO, Carlos Jesús FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ (2009) El trabajo en la era
posfordista: un malestar permanente. Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, 108, págs. 21-
33. Luis Enrique ALONSO BENITO (2004). La sociedad del trabajo: debates actuales. Materiales inestables
para lanzar la discusión. Reis: Revista española de investigaciones sociológicas, 107, págs. 21-48.
50 Carlos PRIETO RODRÍGUEZ (2010). Trabajo, empleo y sindicalismo, Gaceta sindical: reflexión y debate,
15, pp 109-124. Carlos PRIETO RODRÍGUEZ (2004): Por un empleo seguro, estable y con derechos para
todos y todas o el sentido del conflicto social (por un trabajo decente) en la sociedad española actual,
Cuadernos de relaciones laborales, 22, Nº 2.

236
El Feminismo en la transición española y su
lucha por la emancipación de las mujeres
Alejandra VAL CUBERO

Introducción
Tras la Guerra Civil y durante más de treinta años la dictadura militar del
general Franco mantuvo la legislación laboral anterior a la República y El Fuero
del Trabajo, aprobado el 9 de marzo de 1938, tuvo por objetivo proteger a la
familia1. En esta legislación la mujer no podía acceder a ciertos puestos
profesionales —a los que anteriormente había accedido— como el de abogada de
Estado, jueza, fiscal, magistrada, agente de Bolsa, médica del cuerpo de
prisiones, cuerpo diplomático, registradora o notaria. Y sin la posibilidad de
ocupar estos lugares de decisión, difícilmente podía cambiar su situación y
abogar por leyes menos discriminatorias2. El papel de la mujer que el régimen
valoraba era el de la mujer-madre-procreadora, y cualquier tipo de medio
anticonceptivo era penalizado, según la Ley del 14 de enero de 1941, que
castigaba la divulgación pública de medios o procedimientos para evitar la
procreación, así como todo género de propaganda anticonceptiva. Los efectos
del nacional-catolicismo se hicieron sentir en la legislación y en las costumbres.
La Orden del 11 de agosto de 1944 hizo obligatorio el examen de hogar para
aquellas muchachas que quisieran obtener un título universitario, el permiso de
conducir o el pasaporte, y autorizó a la Sección Femenina como única institución
para capacitar a las profesoras. Las mujeres españolas tendrían que esperar hasta
principios de los sesenta para que el régimen impulsara el trabajo femenino
mediante la Ley sobre Derechos Políticos, Profesionales y Laborales de la Mujer,
del 15 de julio de 1961, estableciendo planes para la creación de jardines de
infancia y hogares de ancianos. No obstante la exigencia de la autorización del
marido para el ejercicio de los derechos laborales se mantuvo vigente hasta la
Ley de Relaciones Laborales de 1976. De esta forma hasta los años ochenta va a
ser necesaria para cualquier mujer la autorización marital en los actos jurídicos o
económicos3. No hace tanto tiempo, quien quería, por ejemplo, abrir una cuenta
bancaria y hacer uso de su dinero debía pedir permiso a su esposo. El hecho de

237
necesitar este permiso ya suponía que las mujeres estaban en una situación de
dependencia y, por lo tanto, de sumisión.
Con anterioridad a la década de los cincuenta, y debido a la Guerra Civil y a los
largos años de Dictadura, los esfuerzos de los colectivos de mujeres nacidos
durante la II República que giraron en torno a la Residencia de Señoritas y al
Lyceum Club Femenino fueron acallados con la llegada de la contienda, y la
mayoría de las feministas o habían emigrado o fallecido4. En los cincuenta surgió
la Asociación Española de Mujeres Universitarias, y el Seminario de Estudios
Sociológicos de la Mujer a comienzos de los sesenta. El Movimiento Democrático
de la Mujer, con un perfil diferente, también fue uno de los primeros en crearse,
aunque como veremos, la manera en la que nació, y el tipo de reivindicaciones
que inicialmente se gestaron en su seno, no estaban dirigidos exclusivamente a
las mujeres.
Las mujeres que crearon y participaron en las asociaciones y grupos feministas
de los sesenta, vivieron en este contexto represivo, en el que existía una clara
división de roles, y en el que las leyes claramente discriminaban a las mujeres,
dificultando su propia emancipación personal. Son mujeres que lucharon por sus
derechos, y que en muchos casos pasaron por la cárcel. No debemos olvidar que
ciertas asociaciones feministas creadas antes de 1977, sobre todo las que
estaban relacionadas con los partidos políticos, realizaban sus acciones en la
clandestinidad, arriesgando y arriesgándose por conseguir una vida mejor, no
solo para ellas, sino para toda la sociedad.

Primeras asociaciones de mujeres


En 1953 nace la Asociación Española de Mujeres Universitarias con un talante
liberal. Dicha asociación conocida como la AEMU había nacido en 1920, con el
nombre de Juventud Universitaria Femenina (JUF), y su primera presidenta fue la
maestra María de Maeztu Whitney, la misma que en 1915 creó la Residencia de
Señoritas en Madrid, a instancia de la Junta de Ampliación de Estudios5. La JUF
se integró de inmediato en la Federación Internacional de Mujeres Universitarias
(FIMU), con sede en Londres. La Asociación defendía la plena incorporación de
las mujeres a los estudios universitarios, así como un cambio legislativo que
abogara por suprimir las discriminaciones frente a los varones.
La Guerra Civil interrumpió este proyecto, como tantos otros, y la asociación
renació en 1953 en Madrid como Asociación Española de Mujeres Universitarias.
Desde el exilio Justina Ruiz de Conde, junto con Isabel García Lorca,
cohesionaron el grupo de mujeres que formaría el primer núcleo de la Asociación,
tras contactar con otras mujeres españolas exiliadas y residentes fuera de
nuestras fronteras. Entre los 118 nombres de la lista de asociadas de 1955

238
estaban Pilar Lago, Jimena Menéndez Pidal, Dolores Franco, María Teresa
Bermejo, Mª Elena Gómez, Soledad Ortega, y otras muchas, que veían necesario
fundar una asociación alejada del dominio de la Iglesia, tan presente en las
España de los años cincuenta, e “introducir una cuña liberal en la España
franquista”, como constaba en sus estatutos. Las mujeres que formaron parte de
esta Asociación compartían además el hecho de haber recibido una educación
liberal, muy relacionadas con la Institución Libre de Enseñanza, la Residencia de
Señoritas y el Instituto Escuela, alejada, por lo tanto, de las consignas
conservadoras reinantes en nuestro país. Como bien recuerda Natacha Seseña,
en 1920 había 345 mujeres estudiando en la Universidad española y 100
pertenecían a la Juventud Universitaria Femenina o JUF, es decir, el 30% de la
población femenina universitaria, lo que muestra la modernidad de las primeras
mujeres universitarias en España6.
En la década de los setenta nuevos aires llegaron a la Asociación de la mano
de una generación de mujeres más jóvenes, la mayoría de ellas pertenecientes a
los partidos de la izquierda. Jimena Alonso sustituiría a Natacha Seseña como
presidenta entre 1973 y 1976 y en estos años formarían parte de la Junta
Directiva Ruth Caladre, Charo Eura, Carmen Vivas, Ana Maltó, Gracia Pérez y
Paloma Saavedra. Y más tarde entraron a formar parte de la Asociación Sagrario
Blanco, Carlota Bustelo, Violeta Demonte, Felicidad Orquín e Isabel Romero. La
Asociación participó en las Primeras Jornadas para la Liberación de la Mujer en
diciembre de 1975, a las pocas semanas de la muerte de Franco, y en junio de
1976 Lidia Falcón impartió la conferencia La mujer y la familia. El 25 de enero de
1976, Jimena Alonso creó el Frente de Liberación de la Mujer, del que
hablaremos posteriormente, inaugurando una nueva página en la historia de ésta
Asociación.
La Asociación de Mujeres Universitarias, sin duda alguna, supuso una ráfaga de
aire fresco en el enrarecido ambiente cultural de nuestro país, organizando
conferencias, ciclos, tertulias, cine … e invitando a artistas, poetas, dramaturgos
nacionales e internacionales. La escritora francesa Margarite Yourcenar impartió
una conferencia en la primavera de 1960, invitada por Isabel García Lorca, a
quien había conocido en los Estados Unidos. Y en la misma sala donde se
celebró esta conferencia, pero un año antes, el proscrito Antonio Machado fue
homenajeado ante una sala más que concurrida. Sus versos estaban prohibidos,
y fueron leídos en voz alta por Francisco Rabal, Fernando Fernán-Gómez y
Fernando Rey. Las malas lenguas cuentan que el censor de turno se marchó a
tomar un café en cuanto supo que la tertulia iba de versos. Nunca el
pensamiento libre atrajo a las mentes pusilánimes.
Otra asociación que surgió en 1960, pero que no pudo legalizarse hasta 1977,
fue el Seminario de Estudios Sociológicos de la Mujer fundado por María

239
LAFFITTE7. El Seminario fue precursor de los posteriores Estudios Feministas o
Estudios de Género8. Para LAFFITTE: mi idea era la de poner en movimiento un
grupo que estudiase a fondo la problemática sociológica que en aquellos
momentos tenía planteado el mundo femenino9. Entre las fundadoras se
encontraba Consuelo de la Gándara que además de ser profesora de la Facultad
de Filosofía y letras y de la Escuela Central de Idiomas, era la Jefa de redacción
de la Revista de Educación, Elena Catena de Vindel, doctora en Filosofía y Letras,
y profesora del curso de Estudios Hispánicos de la Facultad de Filosofía y Letras,
la periodista María Salas Larrazábal, Pura Salas Larrazábal, profesora de latín y
griego, y Concepción Borreguero Sierra, licenciada en Ciencias Políticas y técnico
de la Secretaria General del Ministerio de Educación y Ciencia, quien en los
sesenta, becada por las Fundación Fulbright, realizó la investigación en los
Estados Unidos sobre la formación profesional femenina. Por último formaban
parte de este grupo María Jiménez de Obispo del Valle, licenciada en Derecho y
Filosofía, y profesora de Sociología, y Lili Álvarez, campeona mundial de tenis,
escritora, conferenciante, y autora del libro Feminismo y espiritualidad (1964)10.
Como señala María LAFFITTE en su autobiografía:…el Seminario se reunía
regularmente los martes de cada semana, en unas habitaciones que habilité en
mi propia casa con esta finalidad. De ocho y media a once de la noche
trabajábamos cambiando impresiones sobre algún tema concreto y redactando
conclusiones. A las once, una ligera cena, durante la cual el tema de
conversación era libre y cada cual exponía de manera informal su opinión sobre
teatro, cine, incidencias ocurridas en la Universidad, rumores políticos o temas de
actualidad11. En sus estatutos destacaban que el Seminario trataba de contribuir
a crear una sociedad distinta, más humana, en la que las relaciones no fueran
frustrantes para nadie12.
Las asociadas al Seminario publicaron Habla la mujer: Resultados de un
sondeo en la juventud actual (1967), a la que le seguiría el ensayo Mujer y
aceleración histórica (1971), ambos publicados por Cuadernos para el Diálogo, y
Diagnosis sobre el amor y el sexo (1977) publicado por Plaza y Janés. Durante
los años setenta por el Seminario pasaron destacadas personalidades del
feminismo español como Pilar Bellosillo, Cristina Alberdi, Carmen Lorca, Rosa
Pardo, Merche Comabella, Pilar Folguera, Carmen Comeneche, María Telo,
Sacramento Martí, Carmen Garrido, María Aurelia Capmany y Pilar Izaguirre, entre
otras.
Mientras que las integrantes de la Asociación de Mujeres Universitarias y del
Seminario de Estudios Sociológicos pertenecían, la mayoría de ellas, a una
burguesía letrada, ligada por lo tanto a temas relativos —aunque no solo— a la
cultura y el pensamiento, los orígenes del Movimiento Democrático de Mujeres

240
(MDM), creado en 1964, recorrió otro camino. El Movimiento Democrático de
Mujeres (MDM) compartía con las asociaciones antes mencionadas un hecho
importante, y es que en su seno convivieron mujeres de distintas generaciones,
las cuales, debemos suponer, se enriquecieron mutuamente: las más mayores
aportando la experiencia de la vida transcurrida, y las más jóvenes contribuyendo
con la energía y el ánimo que la juventud suele otorgar.
Como muy bien señala Francisco Arriero Ranz, la semilla del MDM lo debemos
buscar en las redes informales de las mujeres que habían participado de forma
muy activa en las actividades de solidaridad con los presos y presas políticos.
Para muchas de estas dirigentes resultaba frustrante comprobar cómo mujeres
que habían participado de forma muy activa en las actividades de solidaridad con
los presos, volvían a recluirse en la esfera doméstica cuando sus familiares salían
de la cárcel13. Por ello algunas de sus participantes, entre las que se encontraban
Carmen Rodríguez, Dulcinea Bellido, Maruja Cazcarra, Aurora Ozaita, Paquita
Martín de Isidro, Manolita del Arco, Antonia López, Manola Rodríguez, Luisa
Barahona, Soledad Real, Margarita Sánchez o Natalia Joga pensaron crear una
estructura organizativa, aunque la gestación de este proyecto fue compleja, ya
que el partido al que pertenecían la mayoría de ellas, el Partido Comunista
Español o PCE, continuaba identificando, pese a la Presidencia de Dolores
Ibarruri, al luchador antifranquista con el varón. Las mujeres servían
predominantemente para las labores de apoyo y, en el fondo, se desconfiaba de
sus capacidades como militantes14.
En 1959 nació la revista clandestina Mujer, de periodicidad mensual, en la que
se incluían algunas reivindicaciones consideradas específicas del llamado sector
mujer, como la igualdad salarial, pero la revista solo se publicó varios meses.
Otro paso en la creación del MDM fue la ola de solidaridad que provocaron las
torturas infringidas a varias mujeres durante las huelgas de Asturias en 1962.
Intelectuales próximas al PCE organizaron una manifestación de protesta el 15
de mayo de 1962, en Madrid. Tras la protesta y en una reunión en la que
participaron Ana Guardiole, Carola Torres, Gabriela Sánchez Ferlosio, Josefina
Arrillaga, Felicidad Orquín, Carmen Rodríguez y Dulcinea Bellido se mencionó la
importancia de crear una asociación de mujeres dentro del partido, pero no llegó
a buen puerto. Finalmente las líderes Carmen Rodríguez y Dulcinea Bellido,
comenzaron a poner en relación a las mujeres que trabajaban de una manera
activa con los presos, junto con las mujeres intelectuales antifranquistas. Por otra
parte Eva Forest, en 1964, inició una tertulia en su casa en la que participaron
militantes comunistas o muy cercanas al PCE. En esas reuniones a las que
asistían, entre otras, Mónica Acheroff, Elena García, Aurora Ozaita y Carmen
Rodríguez se planteó la necesidad de politizar a las mujeres y de movilizarlas
contra la dictadura, pero también se abordaron algunas cuestiones nuevas como

241
la crítica al patriarcado y la discusión sobre la necesidad de que los partidos de
izquierda incorporaran a su discurso las reivindicaciones feministas15.
A estos grupos de trabajo poco a poco se fueron incorporando Aurora Villena,
Vicenta Camacho, Isabel Pérez, Josefina Samper, Rosa Roca, Elena García, Natalia
Calamai, Isabel Herranz o Mari Sánchez, y mientras unas continuaron trabajando
principalmente en apoyo a los presos, otras empezaron a trabajar en cuestiones
relacionadas con la situación de las mujeres. Podemos situar el nacimiento
clandestino del Movimiento Democrático de Mujeres a finales de 1964, aunque
hemos visto que su germen se remonta a una década antes. A partir de este
momento el MDM trató de plantear y promover alternativas contra las
discriminaciones que sufrían las mujeres por ser mujeres —en el ámbito laboral,
social y jurídico— y trasladar las conclusiones de esos debates al seno del
partido. En julio de 1967 la MDM promovió, junto a católicas progresistas,
profesionales, universitarias, e intelectuales, un documento titulado “Por los
derechos de las mujeres españolas”, que fue firmado por más de mil quinientas
mujeres y enviado al Vicepresidente del Gobierno, lo que nos da una idea de las
diferentes bases que componían este movimiento16. En este documento se exigía
el fin de la represión, libertad y democracia, se reivindicaba la derogación de la
licencia marital, la instauración de la patria potestad conjunta, la creación de
guarderías y comedores para hacer compatible la maternidad y el trabajo, el fin
de la discriminación salarial, el control sanitario de las gestantes, y la elaboración
de una nueva legislación laboral que acabase con las discriminaciones que sufrían
las mujeres. En octubre de 1967, y también a iniciativa del MDM, se elaboró otro
documento firmado por 2.300 mujeres de toda España en el que se hacía
responsable directo al Gobierno de la subida de los precios y de la precariedad
económica en la que vivían las familias trabajadoras17.
Progresivamente, y tras éstas valientes acciones públicas, las afiliadas al MDM
comenzaron a organizar manifestaciones en barrios, mercados, iglesias y plazas,
lugares mayoritariamente transitados por mujeres. En estas manifestaciones se
protestaba por las duras y difíciles condiciones laborales, los bajos salarios, la
escasez de centros sanitarios, guarderías, escuelas o parques, peticiones que por
otra parte vuelven a ser reivindicadas en el día de hoy, y no nos parecen tan
lejanas.
En junio de 1970 la Sección Femenina organizó el Primer Congreso
Internacional de la Mujer en Madrid, que fue presidido por Carmen Polo de
Franco y por la princesa Sofía. Durante los días que duró el Congreso las
asociaciones de amas de casa pertenecientes al MDM presentaron diversas
comunicaciones en las que volvieron a denunciar la discriminación que sufrían las
mujeres, y protestaron por la falta de libertades. Eran sin duda mujeres osadas
las que se atrevieron a levantar su voz públicamente en un momento en el que

242
cualquier pensamiento en contra del régimen era severamente castigado. El
castigo no tardó en llegar y, desde a instancias de la Sección Femenina, se
prohibió la formación de todas las asociaciones de amas de casa adscritas al
MDM.
A finales de los setenta y principios de los setenta, la llegada de una nueva
generación de mujeres jóvenes hizo que un sector del MDM evolucionase hacia
un discurso cada vez más comprometido con el feminismo. Entre ellas se
encontraban católicas muy activas como Rosa Pardo o Paloma González Setién;
mujeres de procedencia socialista como Carlota Bustelo, Helga Soto o Graciela
Uñá; las estudiantes universitarias Enriqueta Bañón, Mercedes Comabella o
Mercedes Pintó; y otras muchas militantes o afines al PCE como Lourdes
González-Bueno, Carmen Segurana, Ángela Fernández, Pilar Fernández o
Guadalupe Pérez. En Madrid fundaron la revista La mujer y la lucha (1968-1978),
en cuyos primeros números ya se citaba a Betty Friedan y se hablaba de la
mística de la feminidad que ocultaba el sometimiento y el malestar de las
mujeres18. Sin embargo las afiliadas al MDM que apostaron por el feminismo,
dejando en un segundo plano las pretensiones del partido, tuvieron que hacer
equilibrios para demostrar su fidelidad al mismo. Emilia Graña, dirigente del
MDM, lo denunciaba de forma clara en 1977: hasta ahora la mujer ha ocupado
puesto de segundo orden en los partidos. Los altos cargos y los intermedios
estaban en manos de los hombres. No han presentado una alternativa de cara a
la mujer. Tampoco el movimiento obrero ha respondido. Las grandes fábricas con
mano de obra femenina siguen sin apoyo específico. Si existen movimientos
feministas es porque un grupo de mujeres son feministas en sus partidos y han
planteado batalla para que sus problemas fueran asumidos19.
Finalmente el Movimiento Democrático de Mujeres comenzó a ser visto como
un obstáculo en la política de alianzas del PCE con los sectores reformistas del
régimen. No solo fue criticado dentro del propio partido, sino también, por las
organizaciones de la extrema izquierda que lo tildaban de burgués, y por los
colectivos del feminismo radical surgidos a partir de 1975. En 1976 el MDM
adoptó el nombre de Movimiento Democrático de Mujeres/Movimiento de la
Liberación de la Mujer (MDM/MLM). En cualquier caso los propios servicios de
información del Ministerio de Información y Turismo, señalaban en 1977 que el
MDM era “uno de los movimientos feministas más influyentes”, calculando en
5.000 el número de afiliadas en toda España.

La explosión del asociacionismo de mujeres en los años de la


transición

243
1. Las Primeras Jornadas Estatales para la Liberación de las
Mujeres
El movimiento feminista español organizó las primeras Jornadas Estatales por
la Liberación de la Mujer en diciembre de 1975 en Madrid, a las que le seguirían
en mayo las Jornades Catalanas de la Dona (Barcelona, 1976) y posteriormente,
ya en democracia las Jornadas Estatales de la Mujer (Granada, 1979). Las
Primeras Jornadas Estatales por la Liberación de la Mujer pudieron celebrarse
gracias al trabajo minucioso y constante de numerosas asociaciones, algunas de
las cuales funcionaban en la clandestinidad20. Primero se constituyó la Comisión
de Madrid del Año Internacional de la Mujer, después el Secretariado de
Organizaciones no Gubernamentales de Madrid y, finalmente, en el mes de julio
de 1975, el Secretariado de Organizaciones no Gubernamentales, antecedente de
la Coordinadora de Organizaciones Feministas del Estado Español, constituida en
1977.
La Primera Jornada Nacional por la Liberación de la Mujer estuvo coordinada
por la Plataforma de Grupos y Organizaciones de Mujeres de Madrid a la que
pertenecían asociaciones de amas de casa, asociaciones mixtas, movimientos
apostólicos y grupos feministas21. Estas Jornadas, celebradas durante tres días
en el Colegio Montpellier del barrio de la Concepción, reunieron a 500 mujeres,
de 19 provincias y supusieron un verdadero hito, al ser la primera vez que se
congregaban colectivos muy distintos y de diferentes lugares del país. Las
asistentes eran mujeres de muy distinta procedencia social, cultural e ideológica,
como señala una de las participantes en aquellas jornadas: en esos días de
diciembre de 1975 no estaba naciendo por generación espontánea el feminismo
en España, simplemente estaba eclosionando un movimiento en el que miles de
mujeres habían trabajado desde mediados de los años sesenta22. Días después,
el 15 de enero de 1976 se organizó la primera manifestación antifranquista bajo
el lema Mujer: lucha por tu liberación. A partir de este momento las
manifestaciones públicas de los movimientos de mujeres serían una constante en
todas las ciudades de España, con eslóganes tan incisivos como “Jomeini,
cabrito, ponte tú el velito”; “Contra violación, castración”; “Si los hombres
pariesen, el aborto sería un sacramento”, “Vamos a quemar el tribunal
Constitucional, por machista y patriarcal”, eslóganes que recogen no solo las
peticiones de todos estos grupos, sino también el ambiente festivo que las
primeras manifestaciones democráticas en libertad trajeron consigo.
Las Jornadas fueron un evento muy importante en el panorama asociativo,
constituyeron el primer encuentro feminista a nivel nacional, y su celebración
originó una eclosión de grupos feministas en todo el Estado. Por otra parte,
durante las Jornadas ya se percibió la discrepancia entre las asociaciones

244
feministas que abogaban por la militancia única, independientemente de las
organizaciones políticas y sindicales, y una segunda posición, que reivindicaba la
doble militancia. Esta discordancia sin duda influyó en el devenir del movimiento
feminista en España.
En general podemos señalar que durante los primeros años de la segunda
mitad de la década de los setenta, las organizaciones feministas que se
constituyeron estaban ligadas a partidos políticos de izquierdas, como fue el caso
del MDM (Movimiento Democrático de la Mujer), ligado al Partido Comunista
Español y del que ya hemos hablado. Algo después se creaba la ADM (Asociación
Democrática de la Mujer), impulsada por el Partido del Trabajo (PT) y la Unión
para la Liberación de la Mujer (ULM), impulsada por la Organización
Revolucionaria de Trabajadores (ORT).
La Asociación Democrática de la Mujer (ADM) nació en 1976 integrada por
mujeres militantes o simpatizantes del PTE y de la ORT. A partir de enero 1977
se organizó de forma federada a nivel estatal, en lo que se llamó la Federación
de Organizaciones Feministas (FOP)23. La ADM tuvo una fuerte implantación en
Madrid, desde donde se publicó La Gaceta Feminista, cuyo primer número salió a
la luz en febrero de 1978. La revista fue dirigida por Sacramento Martí, y en ella
colaboraron como subdirectoras Soledad Cabezuela y posteriormente Merche
Soriano. La Asociació Catalana de la Dona en Barcelona, publicó también, a partir
de marzo de 1977 el boletín Emancipació.
Otras asociaciones que mantuvieron y apoyaron la doble militancia desde sus
inicios fueron la Asociación Universitaria para el Estudio de los Problemas de la
Mujer (AUPEM), creada en 1976 para trabajar en los ámbitos universitarios. Y el
Frente de Liberación de la Mujer, creado el 25 de enero de 1976, en Madrid, un
mes después de la celebración de las Primeras Jornadas Estatales por la
Liberación de la Mujer. El FLM se declaraba en contra del patriarcado y del
capitalismo, y propugnaba la creación de una sociedad socialista como condición
necesaria —aunque no suficiente— para conseguir la liberación de la mujer. El
FLM aceptaba la doble militancia siempre que se mantuviera la autonomía
respecto a los partidos políticos, aunque algunas de sus miembros opinaban que
los partidos han asumido las reivindicaciones para ganar el voto femenino. En el
FLM participaron doscientas militantes agrupadas en Comisiones de Trabajo,
entre las que se encontraban Celia Amorós, Carmen Mestre, Natalia Rodríguez,
Alicia Rios, Violeta Demonte, Gloria Nielfa, Jimena Alonso y Fanny Rubio, entre
otras. Estas dos últimas fundarían la revista Tribuna Feminista en 1977. Desde
sus filas pedían la despenalización del aborto, los anticonceptivos libres y
gratuitos, la desaparición en los medios de comunicación de los papeles sexistas,
y la supresión del tratamiento discriminatorio que recibía la mujer en función de
su estado civil. También abogaban por la derogación de la pena de muerte24. El

245
FML creó un centro de control de la natalidad a finales de 1976 formado por
médicos y especialistas en Madrid, que se reprodujo por toda la geografía
española. En Barcelona destacó, en esta misma dirección, la labor del Colectivo
de Dones per l´Anticoncepció i l´Abortament (DAIA), que también ofrecían
información sobre temas relativos a la sexualidad y al cuerpo femenino. El
derecho al placer y el control de la sexualidad fueron una de las reivindicaciones
primordiales de los movimientos feministas de los setenta. No hay que olvidar
que hasta 1978 el control de la natalidad era delito, y los médicos que la
practicaban podían ser acusados de homicidio indirecto, con penas de doce a
veinte años de reclusión, según el artículo 418 del Código Civil. Derecho que no
se consiguió de manera completa hasta 1983, cuando se despenalizó la
esterilización femenina y masculina.
Dentro de la misma corriente que el FML se sitúa el grupo de mujeres ANCHE
(Asociación Nacional de Comunicación Humana y Ecológica), formado en
Barcelona, en torno a 1975, que fue uno de los grupos más activos en la
movilización de mujeres en Cataluña.
Por otra parte, a mediados de los setenta nacieron asociaciones feministas
defensoras de la única militancia. Aunque la mayor parte de sus integrantes eran
mujeres de izquierda, veían la doble militancia como un lastre para el desarrollo
autónomo del movimiento feminista. Entre las primeras encontramos
asociaciones profesionales como La Asociación de Mujeres Juristas fundada por
María Telo en 1971, con doscientas asociadas licenciadas en Derecho. La
asociación se definió como feminista, aconfesional y apolítica, y su idea fue
estudiar y reformar las leyes que discriminaban a las mujeres, por ello impulsaron
la Reforma del Código Civil en 1975, y la eliminación, en la Ley de Relaciones
Laborales de 1976 de la prerrogativa del marido de cobrar el sueldo de la mujer.
Por otra parte La Asociación Española de Mujeres separadas inició su andadura
entre 1973 y 1974, y trató de luchar contra la corrupción en los tribunales
eclesiásticos en materia de separaciones y anulaciones matrimoniales, en un
momento en el que el divorcio aún no era legal en España25.
Una de las asociaciones feministas más dinámicas a partir de mediados de los
setenta fue el Seminario Colectivo Feminista. El Seminario constituido en
diciembre de 1975, pasaría a llamarse Colectivo Feminista con sedes en Madrid y
Barcelona en 1976. El debate sobre si la mujer es o no una clase produjo la
escisión de la asociación: las que defendían que la mujer era una clase social,
pasarán a formar los distintos Colectivos Feministas, y las que no creían que las
mujeres fuesen una clase social, seguirían perteneciendo al Seminario Colectivo
Feminista. Otra de las diferencias más notables fue que el Seminario Colectivo
Feminista apoyó el voto de izquierdas en las elecciones de 1977, mientras que
los Colectivos Feministas pidieron la abstención total, al considerar que las

246
elecciones se habían convocado al margen de las peticiones y reivindicaciones
feministas.
El Seminario Colectivo Feminista fundado por Cristina Alberdi y Francisca
Sauquillo se definía como un movimiento interclasista, anticapitalista e
internacionalista, y se planteaba un doble objetivo: lograr la toma de conciencia
de todas las mujeres, y estudiar el problema del feminismo a nivel teórico. El
Seminario, como hemos señalado, defendía que la mujer no es una clase, pero
que sufre una opresión específica dentro del sistema patriarcal debido a que el
peso de la familia había frenado su integración en el ámbito laboral, provocando
la situación de dependencia económica de las mujeres. En cuanto al modelo
político defendían que la forma de gobierno óptima era la República. Cristina
Alberdi también organizó y lideró, junto a Francisca Sauquillo, el Colectivo
Jurídico Feminista, que surgió en 1975 para asesorar y defender a mujeres,
promovió la derogación y reforma de ciertas leyes del Código Civil y del Código
Penal. Y desde esta perspectiva publicó varios libros Ahora divorcio (1977) y
Aborto: sí o no (1977)26.
El Colectivo Feminista de Madrid, y el de Barcelona comenzaron a trabajar
conjuntamente a partir de las I Jornadas de la Liberación de la Mujer. Ambos
Colectivos se constituyeron en 1976 a raíz de las divergencias ideológicas que
surgieron en el Seminario Colectivo Feminista, como ya hemos señalado, y
funcionaban a nivel nacional. El Colectivo entendía que la causa de la
discriminación de la mujer radicaba en la función que se le asignaba en el
sistema de producción familiar. Por tanto dicha asociación propugnaba la
socialización del trabajo doméstico para eliminar esa función. Consideraba que la
mujer como ama de casa sufre una explotación y, en consecuencia, constituye
una clase con respecto al modo de producción que se realiza en el seno de la
familia. El Colectivo defendió la construcción de un socialismo feminista con
participación de la mujer como grupo político organizado, y su incorporación al
mundo laboral. Era una asociación que abogaba por la igualdad ante la ley,
divorcio, anticonceptivos, aborto libre y gratuito, coeducación, guarderías y
servicios colectivos27. El Colectivo Feminista estará además detrás de la
fundación de la revista Vindicación Feminista, que comenzó su andadura en julio
de 1976. La revista liderada desde sus orígenes por Lidia Falcón, tuvo como
colaboradoras a mujeres feministas que iniciaban su camino profesional en el
campo de la literatura y el periodismo, pero también la política o el arte28. Y es
significativo destacar que algunas de las mujeres que han relatado sus
experiencias en estas páginas colaboraron con artículos, poemas o ilustraciones:
desde las periodistas Rosa Montero, o Maruja Torres, las escritoras Cristina Pérez
Rossi, Carmen Riera y Lourdes Ortiz, la poeta Ana María Moix, la abogada
Cristina Alberdi, las artistas Nuria Pompeia, Colita o Pilar Aymerich y la activista

247
Empar Pineda, entre muchas otras. Vindicación Feminista estaba destinada a
informar y a reivindicar los derechos de la mujer. O como expuso Falcón disponer
de la revista que fuera el núcleo de unión de todas las mujeres que quisieran
compartir el ideal feminista (…) 29. Fue, en definitiva, una plataforma desde
donde se redefinió, redescubrió, y reivindicó a las grandes figuras de la literatura
y del feminismo internacional que había sido censurado por el régimen
franquista30. Desde sus inicios Vindicación se pensó como una revista no
vinculada a ninguna opción concreta, autónoma y plural y al servicio de todo el
movimiento feminista. También se ideó como una publicación moderna, atractiva
en su presentación, y con un diseño que se inspiraba en sus homólogas
extranjeras, entre las que se encontraban la revista americana Ms o la inglesa
Spare Rib31.
Vindicación Feminista, al igual que hicieron la mayoría de las revistas de las
distintas asociaciones feministas, publicó en sus páginas textos sobre temas aún
controvertidos y de los que poco se debatía en una sociedad aún con miedo a lo
diferente. Hubo artículos sobre sexualidad, emancipación femenina, o
desigualdades salariales … Por tratar éstas cuestiones de una manera abierta y
pública tuvo problemas con la censura, en concreto su número quince, en el que
se recogieron textos a favor del aborto, y sobre el que pesó una orden de
secuestro32. La revista estuvo a la venta durante tres años, con una tirada
mensual de entre 22.000 y 33.000 ejemplares, y sesenta y cuatro páginas. Cada
número costaba ochenta pesetas. Vindicacion no logró una publicidad fija, y las
dificultades financieras obligaron a su cierre. Igual sucedió con la revista Opción
(1976), que también salió a la venta en toda España, pero solo consiguió
publicar varios números.
Otra asociación que surgió en los albores de 1977 fue la Organización
Feminista Revolucionaria para la Constitución del Partido Feminista (ORF),
formada a partir de una escisión del Colectivo Feminista. Entendían el feminismo
como una alternativa global a la sociedad. Sus asociadas estaban por la toma del
poder de la mujer como clase, y por una política de alianzas con otras clases
oprimidas. Defendieron una forma republicana de gobierno. El Partido no fue
autorizado legalmente hasta 1981, y el primer Comité ejecutivo del Partido
Feminista, elegido tras el congreso de 1983, fue integrado por Lidia Falcón,
Carmen Sarmiento, María Encarna Sanahuja, Mercedes Izquierdo, Montserrat
Fernández Casido, Pilar Altamira, Elvira Siurana, Isabel Marín, y María Ángeles
Piquero33. La revista del partido feminista fue Poder y Libertad (1979) en la que
participaron además de las mujeres anteriormente mencionadas, Regina Bayo,
Laura Freixas y María José Rague Arias.
Entre otras muchas asociaciones creadas a finales de la década de los setenta
también encontramos la Unión para la Liberación de la Mujer, la Asociación de

248
Madres Solteras para la Igualdad Jurídico-social de sus Hijos, y la Asociación
Castellana de Planificación Familiar. En 1980 surgió el Colectivo de Feministas
Lesbianas de Madrid (CFLM) liderado por Empar Pineda y nació el Colectivo de
Lesbianas de Barcelona, Zaragoza, La Rioja, Galicia, que rápidamente se extendió
a otras provincias. Empar Pineda fue además directora de las colecciones Hablan
las mujeres y de las revistas Nosotras que nos queremos tanto y Desde nuestra
acera. En 1985 publicó Polémicas feministas en colaboración con Paloma Uría34.
Para Pilar Díez si los años cuarenta y cincuenta fueron los de la acción
individual de mujeres contra la dictadura, a comienzos de los sesenta son los de
las charlas que tenían lugar en espacios permitidos por el régimen, entre los que
se encontraban los locales de la Sección Femenina o las iglesias, de ahí que las
primeras asociaciones clandestinas de mujeres intentaran utilizar los medios de la
organización falangista y las iglesias de barrio35. A finales de los setenta, otro de
los lugares importantes de reunión y de intercambio de ideas fueron las librerías
de mujeres. Una de las primeras en fundarse fue la Llibreria de les Dones,
inaugurada el 14 de mayo de 1977 en Barcelona, como iniciativa de cinco
mujeres que formaban parte de asociaciones de barrio. La librería permaneció en
activo hasta en el verano de 1982. Otra de las librerías emblemáticas de
Barcelona fue Librería de La Sal, creada por María José Quevedo, Sat Sabater,
Montse Solà, Carme Cases y Mari Chordà36. En este espacio se realizaron
múltiples eventos, entre ellos la presentación del libro Mujeres de España (las
silenciadas), de Antonina Rodrigo y en la que participó, llegada del exilio, la
política y sindicalista española Federica Montseny. En Madrid abrió sus puertas la
librería Ámbito, dirigida por la historiadora Fernanda Romeu, a finales de 1977,
como una librería especializada en feminismo y con una sección sobre
lesbianismo y literatura infantil.
Un año más tarde, exactamente el 17 de octubre de 1978, La Librería de
Mujeres de Madrid abrió sus puertas gracias al apoyo de más de doscientas
mujeres decididas a crear una cooperativa. Entre las cooperativistas había
mujeres que no pertenecían a ninguna asociación y mujeres pertenecientes a
grupos feministas, y que empezaban a ser conocidas dentro del panorama
político e intelectual, como Cristina Alberdi, Celia Amorós, Cristina Almeida, o
Carlota Bustelo. La encargada de llevar la librería en sus primeros años fue
Jimena Alonso. Estas librerías, y muchas otras que se crearon en distintas
ciudades españolas, fueron además lugares de información y de debate entre las
mujeres, a la vez que salas de exposición37. Lourdes Ortiz habló en su sede
sobre la representación de la mujer en la cultura en mayo de 1979, y a raíz de su
intervención Rosa María Pereda publicó un artículo sobre esta charla en el
periódico el País38.
Si la celebración de I Jornadas por la liberación de las mujeres en Madrid

249
dieron lugar a la creación de numerosas asociaciones de mujeres en toda España,
meses después, tras la muerte del Dictador, tendría lugar las Jornades Catalanas
de la Dona, celebradas en Barcelona, entre los días 27 y 30 de marzo de 197639.
Estas Jornadas contaron con la participaron de más de cuatro mil mujeres, lo que
da a entender que el asociacionismo femenino ya estaba más organizado en todo
el país. El propósito general de las Jornadas fue analizar y debatir en profundidad
sobre la opresión y explotación de la mujer, ofrecer propuestas transformadoras y
empezar a ponerlas en práctica. En las Jornadas Catalanas, como había sucedido
en Madrid, participaron mujeres de muy distinta procedencia: amas de casa,
estudiantes, militantes en la clandestinidad, feministas, y obreras. En las
conclusiones que se leyeron al finalizar las mismas se reivindicaba el derecho a
un puesto de trabajo, el fin de la discriminación en el ámbito laboral, el
reconocimiento de los derechos sociales para las trabajadoras del hogar, la
socialización del trabajo doméstico a través de servicios colectivos, la enseñanza
pública obligatoria, laica, gratuita, antiautoritaria y no discriminatoria, el derecho
a disponer del propio cuerpo y la abolición de los servicios sociales que las
mujeres tenían que realizar durante tres meses, encuadradas en la sección
femenina de la Falange40.

2. La Coordinadora Feminista del Estado Español


Las Coordinadoras surgieron para unir y coordinar los esfuerzos de las
diferentes asociaciones y grupos, difundir las ideas feministas entre las mujeres y
al conjunto de la sociedad, y conseguir que las reivindicaciones que se
planteaban se situaran en primer plano político y social. Así surgió la
Coordinadora Feminista de Cataluña, la Plataforma de Organizaciones Feministas
en Madrid, y las Asambleas de Mujeres en Euskadi… y más tarde lo que
actualmente se conoce como la Federación de Organizaciones Feministas del
Estado Español, que posteriormente pasaría a llamarse la Coordinadora Feminista
del Estado Español en 1978, y que funcionaba como una red de grupos de
mujeres de forma asamblearia y abierta a los distintos grupos feministas. Aunque
en esta coordinadora no participan todos los grupos feministas —especialmente
las Asociaciones Democráticas de Mujeres, la Unión para la Liberación de la Mujer
y los Colectivos Feministas—, agruparon a un gran número de colectivos.
Las peticiones de los diferentes grupos feministas fueron unitarias, al menos
entre 1976 y 1978, y estuvieron centradas en la amnistía para las mujeres, la
despenalización del adulterio, la sexualidad libre, el derecho a los anticonceptivos,
y al aborto. La familia también fue otro de los centros de debate. Y se empezó a
pedir que el trabajo doméstico y los servicios que hacen las mujeres en el hogar
fuesen reconocidos y compartidos. Otras peticiones giraron en torno a la

250
anulación de la legislación por adulterio, la que diferenciaba entre hijos legítimos
e ilegítimos; la derogación de la ley de peligrosidad social y la propuesta de una
ley de divorcio. Un numeroso cúmulo de peticiones que poco a poco, sin prisa
pero sin pausa, como dice el refrán, fueron consiguiéndose.
La Coordinadora Feminista del Estado Español lanzó una campaña por una
sexualidad libre que no cesó hasta octubre de 1978, cuando se despenalizó el
uso de los anticonceptivos. Lo mismo sucedió con la campaña por la abrogación
del delito de adulterio que se conquistó en mayo de ese mismo año. Entre otras
actividades realizadas a lo largo de estos años por la Coordinadora estuvieron las
campañas por el derecho al divorcio, y al aborto libre y gratuito, con las
comisiones pro derecho al aborto impulsada por Empar Pineda y Justa Montero,
quienes publicaron la revista Hinojo y Perejil41. Otras de sus comisiones de
trabajo se centraron en la lucha contra la violencia machista; por la libertad
sexual, por los derechos de las lesbianas; por el acceso al empleo y el reparto del
trabajo doméstico. La Coordinadora además elaboró un proyecto de ley de
divorcio y un proyecto de ley de aborto, así como un análisis del proyecto de
Constitución realizado desde la óptica feminista. Por otra parte en los años
ochenta la Coordinadora organizó dos Jornadas monográficas y cuatro Jornadas
generales: Las Jornadas feministas de Granada (diciembre de 1979); Las
Jornadas por el derecho al aborto en Madrid (diciembre de 1981); Las Jornadas
de sexualidad en Madrid (1983); Las Jornadas feministas “Diez años de lucha del
movimiento feminista” en Barcelona (1, 2 y 3 de noviembre de 1985); Las II
Jornadas de lesbianismo en Madrid (1987); y Las Jornadas feministas “Contra la
violencia machista”, en Santiago (el 3, 4, 5 y 6 de diciembre de 1988). Jornadas
que se seguirán celebrando hasta la actualidad.
Las Jornadas de Granada celebradas en 1979 y organizadas por la
Coordinadora ya marcaron una división clara entre las dos grandes tendencias
ideológicas: el feminismo independiente y el de la doble militancia. Y al mismo
aparecieron las voces que apoyaban el feminismo de la diferencia, que surgió a
fines de los años setenta, cuando en España había un ambiente general de
desencanto político, y de pérdida de credibilidad en los proyectos emancipatorios
de la izquierda. Una de las voces más destacadas de este posicionamiento fue
Victoria Sendón de León. En el feminismo de la igualdad destacaban Empar
Pineda y Celia Amorós42.
Las peticiones de las distintas asociaciones y grupos de mujeres también se
hicieron eco dentro de la práctica artística, literaria, cinematográfica y musical. El
cuerpo de la mujer, el embarazo y el parto, fueron recogidos por la ilustradora y
colaboradora en Vindicación Feminista Núria Pompeia. En una de las primeras
obras de Pompeia, Maternasis (1967), una mujer embarazada de ojos tristes
aparece con la boca tapada por su propia mano. Durante el parto, las páginas se

251
vuelven completamente negras tratando de explicar la soledad y la
incomprensión que en muchos casos siguen a la maternidad. El tema del
embarazo y de la maternidad (y por tanto de la sexualidad) también lo trató Mari
Chordà (1942). La pintora realizó Autorretrats embarassada: tercer mes; cinquè
mes; seté mes; nové mes (1966-67). Otra de sus obras más polémica fue la
serie Vaginal. En ésta serie y a modo no figurativo, con colores vivos y formas de
la estética pop, entre la abstracción y la fotografía, trataba de mostrar una
sexualidad no ligada a los cánones marcados por la moral católica, el puritanismo
y la mística de la virginidad.
A finales de los setenta los medios de comunicación, la publicidad, y los
estereotipos sexistas que transmiten se convertirán en otro tema de debate
dentro de las asociaciones feministas. La artista Fina Miralles en Standard (1976)
aparece amordazada y sentada en una silla de ruedas, y frente a ella, una
proyección de diapositivas en la que paso a paso se desarrolla el ritual cotidiano
de una madre que viste a su hija. Entre las imágenes se intercalan otras
imágenes de los medios de comunicación que ponen de relieve el proceso de
cosificación al que se ve sometido el cuerpo de la mujer. Y en Petjades (1976)
Miralles recorrió las calles de Sabadell con unos zapatos que dejan una huella,
huella que corresponde a su nombre y a su apellido, en una sociedad —la
española de los setenta— en la que el marido controlaba aún la custodia de los
hijos y su patria potestad. La obra de Eulàlia Grau también giró en torno a la
explotación laboral, y los estereotipos femeninos. En la pieza Discriminació de la
dona (1976) compuesta por cinco paneles con una selección de imágenes de
prensa, de cómics, de tebeos o revistas, la lectura nos remite a las dificultades
laborales de la mujer española y a la división de los roles sociales entre ambos
sexos43. Sobre el mismo tema Eugenia Balcells concibió Re-prise (1976), el
primero de una serie de trabajos destinado a descodificar las imágenes
estereotipadas de la publicidad, el cine y la TV, donde puso de manifiesto cómo
el cine clásico de Hollywood recurre una y otra vez a tópicos y patrones que
contribuyen a definir normativamente las identidades de género44. De nuevo la
artista Esther Ferrer en Íntimo y Personal (1977), compuesta por veintiuna
fotografías en blanco y negro, midió diferentes partes de su cuerpo desnudo, y
del cuerpo de los demás, criticando las supuestas medidas perfectas impuestas
por la sociedad de consumo45.
Desde la práctica cinematográfica, las jóvenes directoras que se incorporaron a
este medio, el de la imagen, en los setenta, también trataron el tema de la
emancipación femenina. Fueron además mujeres pioneras, porque hasta finales
de los sesenta ninguna mujer había accedido a los estudios de la Escuela de
Cine. Cecilia Bartolomé en su práctica de fin de curso La Margarita y el Lobo
(1969), narra la historia de una joven pareja que se conoce durante una

252
manifestación estudiantil, se gustan y se casan aunque Margarita decide romper
con su matrimonio porque me estoy ahogando —como responde a su marido—.
La pieza fue secuestrada y censurada, y varios de sus proyectos fueron
cancelados. En otro de sus largometrajes Vámonos, Bárbara (1978), calificada
como la primera película feminista del cine español, Ana, cansada de las
infidelidades de su marido, decide abandonarlo, y emprende un viaje de verano
junto a su hija Bárbara. Y será la amistad de Ana con una antigua amiga,
también separada, quien le muestre otra manera de entender la vida en un
momento en el que el adulterio femenino era considerado una práctica punible.
El Código Penal hacía una gran distinción entre el adulterio femenino, que era
severamente castigado con penas de hasta seis años de prisión —según el
artículo 449—, mientras que el amancebamiento —exclusivo para los hombres—
era una ofensa mínima según el artículo 45246.
En estos años, y debido a éstas leyes discriminatorias, que además tenían
consecuencias muy claras para la vida cotidiana de las mujeres, las
manifestaciones públicas de diferentes asociaciones comenzaron a ser una
práctica habitual. En diciembre de 1976, veinticinco asociaciones de mujeres
protestaron en Madrid contra la carestía de la vida. El 8 de marzo de 1977, esta
vez en Barcelona, más de dos mil mujeres realizaron una marcha feminista para
reivindicar la Amnistía de las Presas. En 1978, la Plataforma de Organizaciones
Feministas de Madrid lazaron la campaña “Por un divorcio sin víctimas ni
culpables”, y convocaron una manifestación en contra del proyecto de divorcio de
UCD. Un año más tarde, en mayo de 1979, diez mil personas, entre grupos
feministas y de izquierdas, se sumaron a la manifestación para pedir
anticonceptivos libres y gratuitos. No daremos más ejemplos, pero este tipo de
movilizaciones fueron continuas a finales de los setenta en todas las provincias
de España.
Otra de las reivindicaciones que entraron de lleno dentro de las peticiones de
los movimientos feministas fue el aborto. En 1979 se dio un proceso judicial en
Bilbao, conocido como ‘las once de Bilbao’, en el que estaban inculpadas diez
mujeres y un hombre. El 26 de octubre, ante la Audiencia de Bilbao, se
manifestaron más de tres mil mujeres, pero hubo encierros de mujeres en todas
las Audiencias territoriales del país. Las movilizaciones fueron impulsadas por la
Coordinadora Feminista Estatal que recogieron más de mil firmas de mujeres y
de hombres que afirmaban haber abortado o colaborado en abortos clandestinos.
Finalmente, la Audiencia Provincial emitió su veredicto. La sentencia valoraba que
las penosas situaciones sociales, bajo las cuales estas mujeres habían
interrumpido su embarazo, podrían ser consideradas como atenuantes, ya que se
había recurrido a la práctica del aborto ante situaciones de extrema necesidad. Se
sentaba con ello un precedente legal para la defensa de los derechos de la mujer.

253
En 1983, las 11 personas de Bilbao fueron indultadas47.

3. La irrupción de las mujeres en el campo de la cultura


El cine tampoco fue ajeno a los movimientos feministas. En la película titulada
Abortar en Londres (1977) de Gil Carretero, se narran las peripecias de varias
mujeres que no podían abortar en España. En Aborto Criminal (1974), de Ferres
Iquino, se plantea el dilema de los embarazos no deseados. El periódico El País
publicó un suplemento especial en octubre de 1977 sobre Abortar en Londres.
Cecilia Bartolomé en la primera parte del documental Después de … No se os
puede dejar solos, recoge la lucha pública que emprendieron los colectivos de
mujeres para defender temas tan importantes como los derechos sexuales y
reproductivos de las mujeres o la despenalización del aborto. Las imágenes de
las manifestaciones del juicio de Bilbao, que llevó a la calle a miles de activistas
bajo los lemas, Yo también he abortado, y Sexualidad no es maternidad, se
hicieron públicas después de las detenciones, en octubre de 1976.
Los medios de comunicación creados en los albores de la Transición
comenzaron a hacerse eco de las manifestaciones y peticiones de los grupos
feministas, y aunque Rosa Montero reconoce que en los setenta había medios
que simplemente se negaban a contratar a mujeres, ésta periodista junto con
Rosa Pereda y más tarde Maruja Torres integraron el recién creado El País,
entrevistando y escribiendo artículos sobre los temas más candentes del
momento, desde los medios anticonceptivos, el aborto o el divorcio48. Rosa
Pereda escribió La madre soltera, legalmente equiparada, y socialmente
discriminada, sobre el despido de las embarazadas que no estaban casadas en
197749. En 1978 entrevistó a Carmen Conde, la primera mujer elegida para la
Academia de la Lengua con el siguiente titular Mi misión es abrir paso a otras
mujeres con una obra consistente50. Rosa Montero escribió A ti mujer y Aborto
en marzo de 197951. Su primera entrevista para este medio fue a la cantante
Ana Belén en 1977. La segunda entrevista, como recuerda Rosa Montero, se la
hizo a Gregorio López Bravo, varias veces ministro con Franco, y miembro del
Opus Dei; le pregunté sobre el divorcio, el aborto, la homosexualidad, ante el
asombro del entrevistado, porque aún eran temas tabúes52.
El tema de la emancipación femenina también fue recogido en el cine, la
literatura, el teatro y la música. Pilar Miró, con la película Gary Cooper que estás
en los cielos (1980), se embarcó en la historia de una exitosa realizadora de
televisión que tenía que ser operada de urgencia. Otra gran realizadora, Josefina
Molina, poniendo la vista en su generación, adaptó para el teatro la obra de
Delibes Cinco Horas con Mario. También dirigió con Lola Herrera la película
Función de Noche, que comenzaba con la solicitud de nulidad matrimonial, y en

254
ella se desgranan temas como la educación recibida por las mujeres durante el
franquismo, la sexualidad reprimida, la baja autoestima, la atención y el cuidado
de los demás poco valorados, pero sin duda fundamentales para la armonía
social. La nueva generación de escritoras de los setenta también comenzaron a
tratar el tema de la mujer independiente, aunque no ajena a los problemas
sociales que se encuentran por adoptar dicha elección, todavía contra corriente.
Crónica de Desamor (1979) de Rosa Montero, escribe sobre Ana, una periodista
que siente las presiones profesionales y sociales de cuidar a un hijo sola. O
Montserrat Roig en La hora violeta (1980) escrita en catalán, habló sobre los
conflictos entre diferentes generaciones de mujeres.
En los setenta y ochenta también se intentaron recuperar personajes
femeninos olvidados o invisibilizados. Lourdes Ortiz escribió Urraca (1982),
contada desde el punto de vista de una reina medieval excluida de la historia,
uno de sus libros más feministas junto a Los motivos de Circe; y en Picadura
mortal (1979) Lourdes Ortiz creó la primera mujer detective española, Bárbara
Arenas, una mujer atractiva, rebelde y desinhibida. La televisión también fue un
reflejo de estos cambios, y, tal y como señala Manuel Palacio, uno de los
aspectos que más sorprende en la temporada televisiva 1976-1977 es la
proliferación de series que tenían a la mujer como protagonista. Entre ellas se
encontraban La señora García se confiesa, Las Viudas y Mujeres Insólitas, sobre
la vida de mujeres famosas como Ana Bolena, Teresa Cabarrús y Cleopatra53. En
1984 Josefina Molina realizaría la famosa y exitosa serie para la TVE Teresa de
Jesús54.
Y dentro del ámbito musical, la popular cantante Mari Trini cantaba “Yo no soy
esa”, que sonaba en todas las radios españolas y era bailada y tatareada en
todas las plazas de los pueblos durante el verano de 1971, una canción en la que
rompía con los valores de la mujer tradicional de la época franquista. La
cantante, a través de la canción se negaba a ser “la paloma blanca”, una
“señorita tranquila y sencilla … que todo lo perdona”, como decía el estribillo. Por
la misma época Evangelina Sobredo Galales, más conocida como Cecilia,
convirtió en éxito el tema “Dama, dama”, en la que con voz segura cantaba:
“Dama que hace lo que le viene en gana”. La canción data de 1972, pero luego
hacía honor a sus ansias de libertad con la canción “Me quedaré soltera” (1973).
Las artes, en definitiva, recogían lo que una gran parte de la población estaba
clamando a gritos: más libertad y más derechos para todos, mujeres y hombres.
Aunque esta vez eran las mujeres las que estaban diciendo, desde todos los
rincones posibles, que las cosas tenían que cambiar.

Proceso democrático e institucionalización del movimiento

255
feminista

1. El nacimiento del Instituto de la Mujer


El 15 de junio de 1977 se celebró en España la primera consulta popular
después de más de cuarenta años de dictadura. La aprobación de la Constitución
de 1978 sentó las bases legales para eliminar las desigualdades jurídicas que
todavía existían. La Ley 22/1978, de 26 de mayo derogaba los artículos 449 y
452 del Código Penal, relativos al adulterio y amancebamiento. Y la Ley 45/1978,
de 7 de octubre, modificaba los artículos 43bis y 416 del mismo Código Penal
con la despenalización de la divulgación y propaganda de los medios
anticonceptivos. La reivindicación de una ley de divorcio fue una, pero no la
única, de las grandes campañas que el movimiento feminista llevó adelante y
consiguió. Las primeras voces que públicamente se alzaron en pro de este
derecho fueron diferentes grupos de mujeres que organizaron debates o
monográficos sobre el tema tabú en la España franquista. Momentos decisivos
fueron el mitin que tuvo lugar en Madrid, el 19 de mayo de 1977, bajo las siglas
“Por una ley justa y no discriminatoria del divorcio” celebrada antes de las
elecciones y organizada por la Asociación de Mujeres Separadas y la Asociación
Democrática de la Mujer, y los debates que la Asociación de Mujeres Juristas
organizó en el Ateneo de Madrid en torno al tema “Las mujeres ante las
elecciones”, y en el que se debatieron una serie de puntos que este grupo quería
conseguir en las Cortes, entre los que destacaban: separación de Iglesia y
Estado, coeducación a todos los niveles, sistema único de cotización a la
Seguridad Social, reforma fiscal para que los salarios de la mujer casada no se
consideren renta del capital, y nueva política de anticonceptivos, dentro de la
Seguridad Social55. Finalmente, el 7 de julio de 1981 se aprobó la Ley del
Divorcio56. En 1985 se despenalizó el aborto, y más tarde se consiguió la
reforma del código penal, y la ley de conciliación laboral.
Pese a que las diferentes leyes regularizaron, al menos sobre el papel, la
igualdad entre hombres y mujeres, el acceso a las mujeres en las élites políticas
tras la llegada de la democracia fue lento. Solo 27 mujeres —fueron 570 los
hombres— llegaron a parlamentarias en las primeras elecciones democráticas,
celebradas el 15 de junio de 1977. De ellas salieron elegidas 21 diputadas en un
Congreso con 350 escaños (el 6%) y seis senadoras en una Cámara Alta con
247 miembros (el 2,4%). En las listas de los partidos figuraban 658 candidatas,
pero la mayor parte ocupaban últimos puestos, y no accedieron a posiciones de
poder57. Como recuerda Asunción Cruañes, diputada socialista en esa legislatura:
nuestra misión, por encima de los partidos a los que pertenecíamos, fue devolver
la dignidad a las mujeres, que vivíamos en una situación de inferioridad de

256
derechos insólita en la Europa del siglo XX58. Y de todas las mujeres elegidas en
esas primeras elecciones democráticas solo la abogada Teresa Revilla,
perteneciente a UCD, participó en la Comisión Constitucional. Y Belén Landáburu
(senadora por designación real), fue la única en la ponencia de la Ley para la
Reforma Política de 1977, vía que permitió la normalización democrática del país.
En el documental de Cecilia Bartolomé sobre la Transición Española se destacó
el peso que los colectivos de las mujeres tuvieron en la consecución de estas
leyes. Sin embargo, en una de las entrevistas a Cristina Alberdi y Francisca
Sauquillo, fundadoras, como ya se ha señalado, del Seminario Colectivo
Feminista, en 1975, decían: los puestos claves no han cambiado y siguen los
mismos en el poder, las mentalidades tardarán muchos años en transformarse.
Fíjate en un juicio de una pareja en el que el juez, pensando que iba a hacer una
maravilla y queriendo echarle una regañina al marido le dijo que estaba muy mal
eso de pegar a la mujer …. que a una mujer se la podía matar, pero no pegar59.
Los años ochenta son, por otra parte, los años de la creación de organismos
oficiales en defensa de los derechos de la mujer. En 1977 la UCD creó la
“Subdirección General de la Condición Femenina” dependiente del Ministerio de
Cultura, centrada en la implantación institucional de los grupos de mujeres y en
la revisión de la legislación60. Y dentro del Partido Socialista, las feministas
socialistas, para conseguir más peso dentro del mismo formaron en 1976 el
colectivo “Mujer y Socialismo”. En un principio este colectivo era poco más que
un círculo de estudio y de debate dependiente de la Secretaría de Formación. En
1981 uno de sus miembros, Carmen Mestre, fue elegida vocal de la Comisión
Ejecutiva Federal del partido, y otras la siguieron en años posteriores.
Finalmente, en diciembre de 1984, “Mujer y Socialismo” se convirtió en una
Secretaría Ejecutiva de la Comisión Ejecutiva Federal.
En 1983 se produjo la entrada en la escena pública del Instituto de la Mujer,
un organismo de mayor rango dentro de la Administración. En su nacimiento
tuvieron mucho que ver las presiones de las participantes de “Mujer y
Socialismo” que habían pasado a formar parte del Gobierno tras las elecciones de
1982. Sus primeras directoras salían de las filas del movimiento feminista y del
PSOE. Carlota Bustelo García del Real dirigió el Instituto entre 1983 y 1988, y
Carmen Martínez Ten fue su Directora entre 1988 y 1991.
En todo el proceso de gestación del Instituto de la Mujer, como señala Cecilia
Valiente, una parte del movimiento feminista permaneció al margen. Las
asociaciones de mujeres apenas fueron consultadas, ni acerca de la conveniencia
de fundar en España un organismo de igualdad, ni respecto a cómo debía
organizarse la futura institución. Las mujeres del PSOE tampoco consideraron
necesario trabajar al unísono con el movimiento asociativo en el esfuerzo por
establecer el Instituto de la Mujer, al entender que ésta era una tarea que debía

257
realizarse exclusivamente dentro del partido que había conseguido la mayoría de
los votos en las elecciones de 198261.
Mientras que las feministas cercanas al feminismo de Estado pensaban que la
participación política de los grupos de mujeres dentro del mismo mejoraría de las
condiciones de vida de la mujer, otras militantes mantenían que la liberación de
las mujeres no era posible sin una transformación radical de la sociedad, y que
por lo tanto el Estado perpetuaría las desigualdades, al proyectar políticas
centradas en las familias, que muchas de las feministas criticaban. Estas
asociaciones feministas abogaban además por principios no jerárquicos. No
debemos olvidar que muchos grupos de mujeres se fundaron en la década de los
setenta, junto con otras organizaciones políticas y sindicales, y al formar la
oposición al régimen autoritario, tuvieron desconfianza hacia el poder político,
acostumbradas como estaban a luchar contra él62. Otra de las críticas de ciertos
grupos feministas recayó en el tipo de subvenciones que el Instituto concedía. Si
en los primeros años las subvenciones se otorgaban a las asociaciones sin que el
Instituto estableciera estrictamente el tipo de actividades que habían de llevar a
cabo, desde finales de los años ochenta comenzaron a subvencionarse
únicamente proyectos y programas concretos, definidos con detalle y que se
ajustaban estrechamente a sus prioridades. Los términos concretos de dicha
política de subvenciones fueron ampliamente impopulares entre muchas de las
organizaciones, quien criticaban su alta burocratización.
Con sus más y sus menos, lo cierto es que el Instituto de la Mujer creó un
importante Servicio de Publicaciones y favoreció a numerosas editoriales con sus
“Ayudas a la Edición”; al tiempo que aparecieron colecciones específicas sobre
aspectos relativos al género en la mayoría de las universidades, como es el caso
de la colección Sagardiana en la Universidad de Zaragoza, la colección Feminae
en la de Granada o la colección Feminismos en la Universidad de Valencia. Por
otra parte editoriales como Icaria, Cátedra, Morata, Narcea, o Síntesis, empezaron
a publicar investigaciones individuales o colectivas sobre estos temas realizadas
tanto en España como en el extranjero, y a traducir obras clásicas del feminismo.
En la mayoría de estas ediciones estuvo detrás el apoyo del Instituto, sin cuyas
subvenciones no hubiera sido posible poner en marcha estas colecciones.

2. Los Seminarios de Género en las Universidades


En los mismos años en los que se estaba gestando el Instituto de la Mujer
aparecieron los Seminarios de estudios de la mujer en diferentes universidades
españolas, con el objetivo de realizar, coordinar y fomentar la formación de
profesionales en feminismo y género; fomentar y desarrollar un espacio de
investigación y docencia multidisciplinar en feminismo y género; incrementar la

258
presencia de mujeres en instituciones científicas y académicas, tal y como señala
en su página web el Seminario de Estudios de la Mujer de la Universidad
Autónoma de Madrid63. Este Seminario fundado por María Ángeles Durán en
1979, pasó a convertirse en Instituto Universitario de Investigación en 1993. En
la Universidad Complutense de Madrid, el Instituto de Investigaciones Feministas
surgió en el año 1988-89, aunque sus orígenes se remontan a 1983, cuando un
grupo de profesoras y alumnas comenzaron a reunirse en torno a la Dra. Mª
Carmen García-Nieto. Celia Amorós, Concha Fagoaga, Cristina Segura, Rosa
García Rayego, Marian López Cao, y Asunción Bernández Rodal han sido sus
directoras hasta el momento64. En la Autónoma de Barcelona surgió el Seminari
d´Estudios de la Dona, y en la Universidad de Barcelona el Centre d´Investigació
Histórica de la Dona, centrados, sobre todo en un primer momento, en los
estudios relativos a la historia, la filología y la filosofía.
Los años noventa también fueron los años del nacimiento de las revistas, la
mayoría auspiciadas por los Institutos de Género de las Universidades. Desde la
Revista Duoda (1990), Asparkia (1992), Arenal (1994) o Anuario de Hojas Warmi
(1994). Este proceso continuó a comienzos del siglo XXI con el surgimiento de
Clepsydra (2002), Feminismo/s (2003), Cuadernos Koré (2009) y la revista de
AUDEM Raudem (2013), por citar tan solo algunas.
En la actualidad todas las Universidades Públicas españolas cuenta con una
Unidad de igualdad. Y todas las Universidades Públicas tienen a su vez Institutos
de Investigación, Seminarios o Centros de Estudios sobre la Mujer, en la que se
pueden cursar másters, cursos de especialización y doctorados, aunque las
asignaturas relativas a los estudios de género se imparten sobre todo en
humanidades y son prácticamente inexistentes en ciencias. Algunas pioneras de
estos cursos, seminarios, e institutos universitarios nos son especialmente
conocidas por sus investigaciones y actividades pues nos han ayudado y
estimulado en nuestros propios trabajos. Entre ellas Rita Rald Philipp, Neus
Campillo, Marina Subirats, María Xosé Agra, Justa Montero, Ana Romero, Mª
Dolores Avia, Constanza Tobio y Esther Martínez Quinteiro.
A pesar de la enorme actividad desplegada por estos colectivos la desigualdad
se sigue observando dentro la Universidad española. Las mujeres representan
más de un 60% del alumnado, pero a medida que avanzamos, la presencia
femenina disminuye: ellas pasan a ser un 40%, ellos un 60%. La proporción se
desploma en el siguiente escalón, las cátedras. Aquí hay cuatro hombres por
cada mujer. En la dirección el porcentaje es exiguo y solo una mujer rige los
destinos de una de las 50 universidades públicas, ocho si se contabilizan las
universidades privadas65. Este mismo espejo lo podemos encontrar en la
empresa privada. En el año 2016 la presencia de las mujeres en el conjunto de
los Consejos de Administración de las Compañías del Ibex 35 no llegaba al 20%,

259
aunque parecía que había una ligera mejora66.

A modo de conclusión
Muchas de las destacadas feministas de los setenta y ochenta siguen teniendo
un papel activo en las asociaciones de mujeres en la actualidad porque “creen” y
han vivido la importancia del asociacionismo. El asociacionismo entre las mujeres
fue y sigue siendo clave para visibilizar su situación, para priorizar las
reivindicaciones de igualdad y dignidad de las mujeres de todas las ideologías y
clases sociales, y ser canales de diálogo con los organismos públicos—. El
movimiento feminista —como señaló Ana Marrades Puig— ha sido el motor
principal de las conquistas por y para las mujeres. La lucha por la consecución de
los derechos civiles y políticos de las mujeres han tenido como protagonistas a
las propias mujeres organizadas en los diversos colectivos. El asociacionismo es
por ello una vía fundamental e imprescindible para las conquistas pasadas y para
las que todavía tenemos pendientes67.
Como señala Paloma Uría, las mujeres adquirieron un inusitado protagonismo
tras la muerte del dictador. Pero podríamos decir que antes también lo tuvieron,
porque durante la Dictadura cientos de mujeres se reunieron, discutieron, se
organizaron y actuaron dando lugar a uno de los movimientos sociales más
activo e innovador de la transición democrática. Las mujeres crearon asambleas
unitarias en pueblos y ciudades, que se vincularon entre sí por medio de la
Coordinadora de Organizaciones Feministas del Estado Español, como ya hemos
señalado68. El movimiento feminista fue por ello un movimiento profundamente
progresista y trasgresor, y la historia de la transición, sin estas mujeres, y sin sus
reivindicaciones y luchas conjuntas, hubiera sido muy diferente, y los logros,
posiblemente fueran otros.
Aunque el movimiento feminista es débil en España si lo comparamos con
otros países, también es cierto que en el cambio de siglo en España se han
creado nuevas asociaciones de todo tipo. Para la artista Marisa González,
directora de la Asociación Mujeres en las Artes Visuales, fundada en el año 2009,
o reivindicas agrupada, o se consiguen muy pocas cosas; yo sí creo en los
grupos de presión, en los movimientos y en las asociaciones (…)69. Esta
Asociación realiza entre otras actividades el festival Mirada de Mujeres, la revista
arteyculturavisual.com, los premios MAV, en reconocimiento de las trayectorias
de mujeres esenciales para el sistema del arte español. Y en su página web,
además de interesantes entrevistas a mujeres artistas se encuentra el Museo de
Mujeres Artistas Visuales en España, que es el primer museo en la web dedicado
a investigar y difundir el legado de artistas plásticas. A ella pertenecen las críticas
e historiadores del arte Anna María Guash Ferrer, Amparo del Haro, Rocío de la

260
Villa, y las galeristas y artistas Soledad Lorenzo, Margarita Aizpuru, Soledad
Sevilla o Eva Lootz…70. Otra de las asociaciones más veteranas es La Asociación
Mujeres en la Música (AMM), fundada en 1989 gracias a la iniciativa de la
compositora Mª Luisa Ozaita. En la actualidad cuenta con más de cien asociadas
que abarcan los campos de la creación, interpretación, musicología, docencia,
pedagogía y gestión. La finalidad de esta Asociación es potenciar, divulgar y
promocionar la presencia de las profesionales de la música en la historia71.
Del campo científico ha surgido la Asociación de Mujeres Investigadoras y
Tecnólogas (AMIT) en diciembre de 2001, cuando un grupo de mujeres de la
Universidad, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y la
industria, creyeron necesario fundar una asociación con el objetivo de promover
la igualdad de mujeres y hombres en el acceso a la actividad investigadora, sea
en las Ciencias Naturales o Sociales, las Ciencias de la Materia y las
Humanidades. En la actualidad cuenta con más de 500 asociadas. Entre las
socias ad honorem se encuentran Margarita Salas, Victoria Camps, Amelia
Valcarcel, Celia Amorós, Laura Freixas y Carmen Alborch72.
En el ámbito literario encontramos la Asociación Clásicas y Modernas: para la
igualdad de género en la cultura, creada en el año 2008, por Margarita Borja,
Noni Benegas, Diana Raznovich, Berta Ojea, Magui Mira y Laura Freixas. Esta
Asociación destaca en sus estatutos el reconocerse como herederas y
continuadoras del legado feminista en la creación artística, política, científica e
intelectual de las Mujeres de la Generación del 27 y de la Segunda República
Española que contribuyeron de manera definitiva con su vitalidad creadora y su
activismo cultural al movimiento social y político del Modernismo español. La
presidenta es la escritora Laura Freixas, y entre las socias de honor se encuentran
la filósofa Amelia Valcárcel, la escritora Cristina Pérez Rossi y la periodista Rosa
Montero. Esta Asociación se fundó para impulsar la coordinación de propuestas
junto con los Institutos Universitarios y las asociaciones para la consecución de
los principios y objetivos establecidos por la Ley de Igualdad, y proponer autoras
a los Premios Nacionales correspondientes73.
Finalmente la Asociación de Mujeres Cineastas para el medio Audiovisual
(CIMA) se creó en el año 2006 con el fin de fomentar la presencia de las mujeres
en el medio audiovisual. Entre las socias fundadoras están Josefina Molina, Inés
París, Chus Gutiérrez, Icíar Bollaín, Isabel Coixet, Cristina Andreu, Helena
Taberna, Mireia Ros, Manene Rodríguez, María Ripoll, Cayetana Mulero San José,
Laura Mañá, Eva Lesmes, Patricia Ferreira, Daniela Féjerman, Ana Diez, Teresa de
Pelegri y Judith Colell. En la actualidad hay más de trescientas socias cuyo
objetivo es la igualdad y la visibilidad de las mujeres en el sector audiovisual,
planteando medidas a los responsables del cine y la televisión solicitando un
compromiso de cambio y de respeto a la igualdad74.

261
El 1 de marzo de 2013 las cuatro asociaciones nacionales: Asociación Clásicas
y Modernas, junto con la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas
(AMIT), la Asociación de Mujeres Cineastas y de los medios Audiovisuales
(CIMA) y la Asociación de Mujeres en las Artes Visuales (MAV) firmaron un
Manifiesto por la igualdad en la cultura, en el que señalaban que sigue habiendo
desigualdades entre hombres y mujeres, que una cultura desigual crea
desigualdad, y que la desigualdad entre hombres y mujeres en las ciencias y en
las artes, así como en los demás ámbitos, constituye un grave déficit
democrático75.
En el cambio de siglo han aparecido también nuevos grupos de feministas, al
margen de las instituciones, lo que hace que sean más transgresores, más
reivindicativos y habitualmente están formados por mujeres jóvenes. Estos
grupos se caracterizan por su crítica y desinterés en la política institucional, su
crítica al sujeto unitario del feminismo y a la política de la representación, su
influencia teórica de las críticas postmodernas y la teoría queer, y su exploración
de nuevos campos de lucha, como el medio ambiente, la identidad sexual o los
temas relativos al consumo. Algunas de estas asociaciones feministas se
encuentran cercanas al movimiento okupa, como la Eskalera Karakola (1996-
2005) en Madrid, o la asociación Mambo en Barcelona (creada en 2005). O el
grupo feminista Las Garbancitas, en la línea del ecofeminismo, cuya base
asociativa es una cooperativa feminista de consumo76. O las asociaciones
transgénero: LasChulazas o Katalli, que han introducido en la agenda nuevas
reivindicaciones que tocan el tema de la sexualidad y la identidad. Todos estos
grupos participaron en las Jornadas Feministas de Granada: treinta años después
(2009), organizada por la Coordinadora Feminista en la que se destacó que el
feminismo sigue siendo necesario para visibilizar las “luchas” contra viejas y
nuevas opresiones de forma colectiva. En estas jornadas también se trataron
aspectos que treinta años antes no existían en la agenda pública, como es el
caso de los temas ligados a lo global, a la emigración, a la étnica, al medio
ambiente, al consumo responsable, a la teoría queer … y se presentaron cuatro
“campos de debate”. El primero se denominó “Identidades como ficciones.
Devenires y luchas feministas”. El segundo, “Cuerpos y sexualidades”. El tercero,
“Crisis, globalización y acción feminista”. Y el cuarto, “Nuevas
representaciones/Nuevos contextos”.
En este agitado comienzo de siglo todavía hay un largo camino por recorrer. La
crisis económica no ha hecho más que aumentar las desigualdades a todos los
niveles, y a los políticos parece importarles poco este hecho, más pendientes en
obtener votos y ocupar puestos de poder que en ponerse al servicio de la
sociedad civil. La prensa recoge desde hace meses el difícil devenir de los miles
de refugiados en su intento de llegar a Europa, enviados de nuevo a unos

262
hogares que ya no existen. En todo este viaje los ancianos, niños y mujeres
siguen sufriendo la peor parte. Mientras que fuera de nuestras fronteras, en
países como el Salvador, abortar sigue estando penalizado con más de cuarenta
años de cárcel, dentro de nuestro país se siguen subvencionando con dinero
público colegios que segregan por sexo. Hay que seguir en la brecha pues, como
señala la socióloga Marina Subirats, a mi generación le tocó batallar, pero los más
jóvenes entendieron que ya estaban en el paisaje. Esto ha hecho bajar la guardia
y que en cierto modo hoy resulte mucho más fácil cambiar estos derechos (…)
Las jóvenes no pueden dormirse porque pueden volver al pasado (..)Yo les diría
que empiecen a utilizar sus propias estrategias, que no vayan cada una a lo suyo
y que se asocien77.
Sigue siendo importante asociarse, manifestarse, hablar en público, escribir,
leer, ocupar posiciones relevantes para cambiar las cosas, democratizar las
instituciones, cuidar a los demás, cuidar el medio que tenemos y en el que
vivimos. Todo parece empujarnos en otra dirección, pero la igualdad entre las
mujeres y los hombres es clave para el equilibrio entre ambos, y un paso
importante para conseguir una sociedad más justa, más libre, y más armónica.

1 La Ley de Bases del 18 de julio de 1938 estableció diferentes subsidios familiares: un subsidio de 30
pesetas mensuales a partir de dos hijos, que ascendía en una escala progresiva en fracciones de 15
pesetas hasta doce hijos.
2 Hasta el 20 de agosto de 1970 no se aprueba una Ley que da acceso a las mujeres a la carrera
judicial. La primera mujer jueza fue Conchita del Carmen Venero en 1971, miembro del Tribunal Tutelar de
Menores. María Belén del Valle Díaz logró ser la primera mujer Fiscal en 1973.
3 El restablecimiento del Código Civil de 1889 durante la Dictadura franquista representó un retroceso
en los derechos de las mujeres porque al elevar su mayoría de edad legal a los veinticinco años, les obligó
a obedecer a su marido (art. 57), a adoptar su residencia (art. 58), su nacionalidad (art. 22) y otorgar
sistemáticamente al esposo la administración de los bienes conyugales (art. 59). Pilar TOBOSO SÁNCHEZ
(2009), en “Las mujeres en la transición. Una perspectiva histórica. Antecedentes y retos”, en El
movimiento feminista en España en los setenta, coordinado por GONZÁLEZ RUIZ, Pilar, MARTÍNEZ TEN,
Carmen y GUTIÉRREZ LÓPEZ, Purificación. Valencia, Cátedra, págs. 71-98.
4 Durante la Segunda República la mujer consiguió el voto político en 1931, derecho que perdió
durante la Dictadura. En la década de los treinta surgieron organizaciones feministas como La Unión de
Mujeres contra la Guerra y el Fascismo (1933), y la organización Mujeres Libres (1936). La Guerra Civil y la
derrota del bando republicano interrumpiría además el proceso de incorporación de las mujeres a la

263
actividad feminista en España.
5 Para conocer más sobre la historia de la Asociación, léase: María Luisa MAILLARD (1990), Asociación
Española de Mujeres Universitarias (1920-1990), Madrid, Instituto de la Mujer.
6 Natacha SESEÑA (1990), 70 años de labor seria y libre a favor de la mujer
(http://elpais.com/diario/1990/11/13/cultura/658450816_850215.html).
7 La historia del Seminario, su fundación, objetivos y publicaciones quedan recogidos en el artículo
firmado por el Seminario: El movimiento feminista en España de 1960 a 1980, en La mujer española: de la
tradición a la modernidad (1960-1980) (1986). Madrid, Tecnos.
8 María LAFFITTE también publicó La secreta guerra de los sexos, Madrid, Revista de Occidente,
ediciones en 1948, 1950 y 1958. La mujer como mito y como ser humano, Madrid, Taurus, 1961. La
mujer en España. Cien años de su historia (1964), Madrid, Aguilar. Concepción Arenal (1820-1893).
Estudio biográfico-documental (1973), Madrid, Revista de Occidente, y su autobiografía Mi atardecer
entre dos mundos: recuerdos y cavilaciones (1983), Madrid, Planeta.
9 María LAFFITTE (1983), Mi atardecer entre dos mundos: recuerdos y cavilaciones. Madrid, Planeta,
págs. 123-124.
10 Lilí Álvarez escribió Plenitud (1946), En tierra extraña (1956), El seglarismo y su integridad (1959). El
mito del “amauterismo” (1968) o La vida vivida (1989).
11 LAFFITTE (1983), págs. 123-124.
12 El Seminario de Estudios Sociológicos de la Mujer se manifestó a favor del aborto libre pero
puntualizando que era mejor no recurrir al mismo. Tras de la muerte de la fundadora se disolvió en 1986.
13 Francisco ARRIERO RANZ (2011), El movimiento democrático de mujeres: del antifranquismo a la
movilización feminista. Historia, Trabajo y Sociedad, nº 2, págs. 33-62.
14 Véanse, Geraldine M SCALON (1986), La polémica feminista en la España contemporánea, 1868-
1974. Madrid, Akal, pág. 312; Claudia C ABRERO BLANCO: El PCE y las mujeres. La actitud del Partido
respecto a la militancia femenina durante el primer franquismo, en BUENO, M., HINOJOSA, J., GARCÍA GARCÍA,
C., Historia del PCE: I Congreso, 1920- 1977, Madrid, Fundación de Investigaciones Marxistas, 2007, vol.
I, págs. 427-440.
15 Francisco ARRIERO RANZ (2011), El movimiento democrático de mujeres: del antifranaquismo a la
movilización feminista. Historia, Trabajo y Sociedad, nº 2, pág. 37.
16 Mercedes C OMABELLA (2009), Movimiento Democrático de Mujeres, en MARTÍNEZ TEN, C., GUTIÉRREZ
LÓPEZ, P. y GONZÁLEZ RUIZ, P. (eds.), El movimiento feminista en España en los años 70. Madrid, Cátedra,
págs. 247-266. Entre las firmantes figuraban Aurora de Albornoz, Cristina Almeida, María Aurelia
Campmany, María Campo Alange, Eva Forest, Isabel García Lorca, Ana Jiménez de Parga, Ana María
Matute y Elena Soriano.
17 Mercedes C OMABELLA (2009), Movimiento Democrático de Mujeres, en El movimiento feminista en
España en los setenta, coordinado por GONZÁLEZ RUIZ, Pilar, MARTÍNEZ TEN, Carmen y GUTIÉRREZ LÓPEZ,
Purificación. Valencia, Cátedra, pág. 250.
18 Mercedes C OMABELLA (2009), Movimiento Democrático de Mujeres, en MARTÍNEZ TEN, C., GUTIÉRREZ
LÓPEZ, P. y GONZÁLEZ RUIZ, P. (eds.), El movimiento feminista en España en los años 70. Madrid, Cátedra,
pág. 257.
19 Emilia GRAÑA (1977), Movimiento Democrático de la Mujer, Movimiento de Liberación de la Mujer, en
RUBIO, F. (ed.), Marxismo y liberación de la mujer. Madrid, Dédalo Ediciones, pág. 177.
20 Entre las asociaciones participantes se encontraban: La Asociación de Amas de Casa de Tetuán,
Getafe, Moratalaz-La Estrella, Ventas, Chamartín y Aluche; La Asociación Castellana de Amas de Casa y
consumidoras de Parla, Carabanchel Bajo y Alto, Legázpi, Usera, Torrejón, Alcorcón, Coslada, Vicálvaro,
Vallecas, Alcobendas, Leganés, San Fermín, San Cristóbal, Móstoles, Entrevías-Pozo, Hortaleza, Villarosa y
Villaverde en Madrid. La Asociación de Mujeres de Hogar de Torrelavega y su comarca (Santander),
Subcomisión Femenina del Ateneo Mercantil (Valencia), Asociación de Vecinos de Cid y Dehesa (Valencia),
Asociación de Amas de Casa de Valladolid, Albacete, Barcelona, Canarias, Coruña, El Ferrol, Logroño,

264
Madrid, Málaga, Salamanca, Santander y Sevilla. Comisión Femenina del Club de Amigos de la Unesco de
Alicante y Madrid. Asociación Española de Mujeres Universitarias (Madrid y Barcelona), Asociación de
vecinos de Can Serra y Coliblanc-Terrasa de Hospitalet (Barcelona); Asociación Universitaria para el estudio
de los problemas de la Mujer; Enlaces Sindicales Femeninos de Madrid; Movimiento Apostólico Seglar,
HOAC Diocesana de Madrid.
21 Esta plataforma pasó a denominarse Plataforma Feminista el 20 de octubre de 1976, y a ella
pertenecían el Frente de Liberación de la Mujer (FLM), el MDM/MLM, la Unión Popular de Mujeres juristas y
Mujeres Separadas, el Seminario Colectivo Feminista, y la Organización de Mujeres independientes, de los
que más tarde hablaremos.
22 Mercedes C OMABELLA (2009), Movimiento Democrático de Mujeres, en MARTÍNEZ TEN, C., GUTIÉRREZ
LÓPEZ, P. y GONZÁLEZ RUIZ, P. (eds.), El movimiento feminista en España en los años 70. Madrid, Cátedra.
23 Escindido de la ADM y creado en marzo de 1977, la Unión para la Liberación de la Mujer, vinculada a
la Organización Revolucionaria de los trabajadores, se declaró independiente de los partidos políticos.
24 Véase el manifiesto completo en la web: http://www.amparomorenosarda.es/es/node/90.
25 Rosa PARDO (2007), El feminismo en España. Breve resumen, 1953-1985 en Pilar FOLGUERA (ed. ) El
feminismo en España. Dos siglos de historia. Madrid, Editorial Pablo Iglesias, pág. 203.
26 Otro de sus libros ha sido El poder es cosa de hombres: memorias políticas (2001).
27 Otro grupo que surge del Colectivo feminista de Barcelona a mediados de 1976, es la asociación
LAMAR (Lucha Antiautoritaria de Mujeres Antipatriarcales Revolucionarias). LAMAR se disgregó en nuevos
grupos a partir de 1977.
28 El nombre elegido se inspiró en la obra Vindication of Rigths of Women de la pionera del feminismo
inglés Mary Wollstonecraft. En el número primero aclaraban que el término Vindicación sería utilizado en el
sentido etimológico latino de Vindicari u obtener la libertad.
29 Lidia FALCON ya había publicado Mujer y Sociedad (1969). Barcelona, Fontarella, Cartas a una idiota
española (1979), entre otros libros.
30 Lidia FALCON (1988), págs. 61-62.
31 Mayor distribución tuvo Ms. Magazine fundada por las activistas Gloria Steinem y Dorothy Pitman
Hughes. Ms apareció en 1971 insertada en el New York Magazine, pero al año ya era una revista
independiente que se publicó de 1972 a 1987 de manera mensual. Desde 2001 la revista se publica por el
Feminist Majority Foundation. Uno de los números que hizo historia fue en 1972 cuando aparecieron con
nombre y apellidos mujeres conocidas en el ámbito público que habían abortado, cuando el aborto
todavía era ilegal en ese país. El tema del aborto se volvió a tratar en octubre de 2006. Spare Rib se
publicó por primera vez en junio de 1972, hasta 1993, con una circulación de veinte mil ejemplares. El
catálogo completo de la revista se puede ver online en la página de la British Library:
https://journalarchives.jisc.ac.uk/britishlibrary/sparerib
32 La directora de Vindicación fue Carmen Alcalde, la subdirectora Marisa Híjar, la secretaria de
redacción Ana Moix y la editora Lidia Falcón, alma máter de la misma.
33 De cara a las elecciones al Parlamento Europeo de 1999 el Partido Feminista impulsó la creación de
la Confederación de Organizaciones Feministas, y en el año 2005 decidió integrarse en Izquierda Unida
para participar en las elecciones generales dentro de la estrategia de unidad popular.
34 En el año 2006 Empar PINEDA publicó Un feminismo que también existe en la columna de opinión en
el diario El País, y firmaron el documento María Sanahuja y Manuela Carmena, Justa Montero y Cristina
Garaizabal, Paloma Uría, Reyes Montiel y Uxue Barco, y 200 mujeres más de toda España.
http://elpais.com/diario/2006/03/18/opinion/1142636413_850215.html
35 Pilar D ÍEZ SÁNCHEZ (2005). La lucha de las mujeres en el tardofranquismo: los barrios y las fábricas.
Gerónimo de Uztariz, nº 21, págs. 39-54.
36 Relacionada con la librería nació la editorial La Sal edicions de les dones (1978-1990). Para más

265
información léase: C HORDA, Mari (2008) La Sal, edicions de les dones (1978-1990) en NASH, Mary (ed.)
Dones. Els camins de la llibertat. Barcelona, Museu d’Història de Catalunya, págs. 179-180. Mari Chordà
fue además co-fundadora de la “Agenda Feminista” que se mantuvo entre 1978-1990. Y a partir de 1996
relanzarán la agenda con el nombre Agenda de les Dones. Mari Chordá también fundó en 1968 el local
“Llar” en Ampostá donde se celebraron muchos encuentros y conciertos durante el franquismo.
37 Para más información sobre la historia de estas librerías de mujeres léase: Lola ROBLES, y Marisa
MEDIAVILLA (2000). Las Librerías de Mujeres en España, Biblioteca de Mujer, vol 7, nº 35-36.
38http://elpais.com/diario/1979/05/13/cultura/295394406_850215.html
39 Estas Jornadas deberían haberse celebrado en el otoño de 1975, pero las dificultades de organizar
las mismas en la clandestinidad hicieron que se pospusieran para el mes de mayo de 1976.
40 AMIGUET, Teresa (2011). I Jornadas de la Dona Catalana. LA VANGUARDIA,
http://www.lavanguardia.com/hemeroteca/20110527/54161600184/i-jornades-de-la-dona-catalana.html
41 El nombre de esta revista hacía referencia a dos de los productos que utilizaban las mujeres que
practicaban abortos en esos años. En donde también se utilizaban agujas y sosa cáustica.
42 Para ampliar información sobre este debate se puede consultar: Justa MONTERO; Alicia PULEO;
Milagros RIVERA (1994), Feminismo, entre la igualdad y la diferencia, El Viejo Topo, 73, marzo.
43 Otras de sus obras son Etnografía 1 y 2 (1974), la Cultura de la muerte (1975), Orden público
(1977) o El coste de la vida (1979) donde cuestiona la producción capitalista.
44 Patricia MAYAYO (2010), La transición silenciada: arte y políticas feministas en la España de los
setenta, en BARRIOS, O. (ed.): La mujer en las artes visuales y escénicas. Transgresión, pluralidad y
compromiso social. Madrid, Fundamentos, págs. 63-76

45 Esther FERRER ha realizado esta performance en innumerables ocasiones a lo largo de su carrera.


46 El Código Penal de la República no consideraba delito el adulterio, ni para el hombre ni para la mujer,
y la Ley de Divorcio de la República consideraba la infidelidad como causa de disolución del matrimonio.
47 Finalmente aquellas movilizaciones obligaron al Gobierno de Felipe González a elaborar la primera ley
del aborto de la democracia, aprobada en 1985, a pesar de la presión y oposición de la Iglesia y de los
sectores de la derecha.
48 Rosa MONTERO, Entrevista. http://www.donquijote.org/cultura/espana/literatura/rosa-montero.
49 Rosa María PEREDA (1977). La madre soltera, legalmente equiparada, y socialmente discriminada.
http://elpais.com/diario/1977/01/21/sociedad/222649208_850215.html.
50 Rosa María PEREDA (1979). Carmen Conde: mi misión es abrir paso a otras mujeres con una obra
consistente. El País. http://elpais.com/diario/1979/02/17/ultima/288054002_850215.html
51 Rosa MONTERO (1979). Aborto, El País.
http://elpais.com/diario/1979/03/31/ultima/291682803_850215.html
52 Rosa MONTERO (2015), El arte de la entrevista.
http://elpais.com/elpais/2015/01/23/eps/1422019155_488105.html
53 Manuel PALACIO (2011), La televisión durante la Transición Española. Madrid, Cátedra, pág. 168.
54 El tema de la visibilización de las mujeres ha sido una constante, porque es fundamental tener
referentes y conocerlos. Laura FREIXAS coordinó y prologó una antología de relatos de autoras españolas
contemporáneas en 1996, y en 2000 publicó el ensayo Literatura y mujeres, Barcelona, Destino.
55 Véase la noticia: http://elpais.com/diario/1977/06/09/sociedad/234655219_850215.html.
María del Carmen Martin, Rosario Aizpurúa y María Jiménez fueron otras abogadas pertenecientes a la
asociación.
56 En el Derecho privado, la Ley de 13 de mayo de 1981, equiparó jurídicamente al marido y a la
mujer en el matrimonio, tanto en lo relativo al régimen económico como en la patria potestad de los hijos.
La Ley de 13 de julio de 1982 estableció la posibilidad de adquirir la nacionalidad española de origen para
los hijos de madre española, posibilidad restringida a los hijos de padre español hasta ese momento.
57 Entre las mujeres elegidas se encontraban Carlota Bustelo, Soledad Becerril, Gloria Begué, Pilar

266
Brabo, María Dolores Calvet, Virtudes Castro, Asunción Cruañes, María Victoria Fernández-España,
Carmen García Bloise, Dolores Ibárruri, Inmaculada Savater, Palmira Pla y Esther Tellado, entre otras.
58 Mónica C EBERIZO BELALLA (2007) 27 mujeres y 570 hombres. Las parlamentarias elegidas en 1977
llevaron la igualdad al debate político. El
País.http://elpais.com/diario/2007/06/15/espana/1181858420_850215.html
59 Documental de Cecilia Bartolome. Después de …. Primera parte, 1981.
60 La Subdirección puso en marcha el Premio María Espinosa, y creó el primer Centro de
Documentación de la Mujer. En 1981 comisarió la exposición “El trabajo de la mujer a través de la
historia”, en el Centro Cultural de la Villa, en Madrid.
61 Celia VALIENTE FERNÁNDEZ (1994). El feminismo de Estado en España: El Instituto de la mujer, 1983-
1994, pág. 10. Working Paper.
http://orff.uc3m.es/bitstream/handle/10016/4207/valiente_feminismo_1994.pdf?sequence=1
62 El Instituto de la Mujer estuvo adscrito al Ministerio de Cultura hasta 1988, año en el que fue
adscrito al Ministerio de Asuntos Sociales, unido al de Trabajo posteriormente. A partir de 2004 fue
adscrito a éste, a través de la Secretaría General de Políticas de Igualdad; y desde 2008 formó parte del
recién creado Ministerio de Igualdad, hasta su supresión en Octubre de 2010. Desde entonces quedó
integrado en el Ministerio de Sanidad, Política Social e Igualdad. La importancia que se otorga al Instituto
depende del Partido en el poder, y de la importancia que este partido otorga a las políticas dirigidas a
finalizar con la discriminación de las mujeres.
63
https://www.uam.es/ss/Satellite/es/1242667252943/subHomeInstituto/Instituto_Universitario_de_Estudios_de_la_Mujer
64 En 1986 nacería el Institut Universitari d’Estudis de la Dona en Valencia y en 1990 El Institut
Interuniversitari d’Estudis des Dones i Gènere (iiEDG) en la Universidad de Barcelona.
65 Datos básicos del Sistema Universitario Español: http://www.mecd.gob.es/dms/mecd/educacion-
mecd/areas-educacion/universidades/estadisticas-informes/datos-cifras/DATOS_CIFRAS_13_14.pdf
66 http://www.inmujer.gob.es/estadisticas/consulta.do?area=8
67 Ana MARRADES PUIG (2001). Los derechos políticos de las mujeres: evolución y retos pendientes,
Cuadernos Constitucionales de la Cátedra Fadrique Furió Ceriol, nº 36-37, Valencia, pág. 211.
68 Paloma URIA (2010). De Granada a Granada: treinta años de debate feminista, Federación Estatal
de Organizaciones Feministas, pág. 343. http://www.feministas.org/de-granada-a-granada-30-anos-
de.html
69 http://www.xn--artistas-visuales-espaolas-2rc.es/video_gonzalez.html. Sus presidentas actuales son
Marisa González junto con Marian López Fernández Cao.
70 Web de la Asociación de Mujeres en las Artes Visuales:http://www.mav.org.es/index.php/home
71 La Asociación programa conciertos y festivales en los que se interpretan obras de autoras de otras
épocas y actuales, y organizan encuentros, mesas redondas, presentaciones de libros, discos… con el fin
de dar a conocer la literatura y discografía musical de mujeres http://www.mujeresenlamusica.es/
72 La Junta Directiva actual está compuesta por Capitolina Díaz, Joaquina Álvarez Marrón, Francisca
Puertas, Araceli Gómez Ruiz, Lina Gálvez, Mónica Melle, Lola Pereira, Pepa Masegosa, María Ángeles Rueda.
La web de la asociación es: http://amit-es.org/
73 http://www.clasicasymodernas.org/.
74 www.cimamujerescineastas.es
75 El Manifiesto se encuentra en la web: http://www.clasicasymodernas.org/wp-
content/uploads/2015/04/CyM-CIIMA-AMIT-MAV-MANIFIESTO-POR-LA-IGUALDAD-EN-LA-CULTURA1-3-
2013.pdf
76 Para más información: http://www.lagarbancitaecologica.org/ecofeminismos/colectivo-feminista-las-
garbancitas/pilar-galindo-3
77 http://emakunde.blog.euskadi.net/2014/05/marina-subirats-tenemos-que-seguir-movilizadas-para-
hacer-prevalecer-nuestros-intereses/

267
El prólogo de Marina Subirats al libro de Madeleine Arnot. Coeducando para una ciudadanía en igualdad
(2000), Morata, proporciona pistas sobre la dirección en la que hay que trabajar.

268
Otras obras de Morata

Ciencia y feminismo
Sandra G. Harding

Feminismos y pedagogías en la vida cotidiana


C. Luke (Comp.)

269
Género y cultura escolar
Carmen Rodríguez Martínez

Mujeres con voz propia


Julia Varela

Coeducando para una ciudadanía en igualdad


Madeleine Arnot

270
271
272
Género y cultura escolar
Rodríguez Martínez, Carmen
9788471126948
136 Páginas

Cómpralo y empieza a leer

Hombres y mujeres han comenzado a concurrir en posiciones comunes


en la sociedad gracias al apoyo y el empuje de quienes creemos en la
igualdad, mientras que el viejo conservadurismo y la aparición de
nuevos determinismos naturales y culturales se resisten a los progresos
alcanzados en la vida de las mujeres en las últimas décadas
condenándolas a la exclusión, en todo el mundo. Es necesario desvelar
las razones que siguen apartando a las mujeres del saber y del poder
que aquel proporciona en la sociedad del conocimiento. Ellas están
obteniendo mejores resultados educativos que sus compañeros, sin
embargo parece que en la actualidad están estancándose en los
ámbitos de la producción del conocimiento. En esta obra, Carmen
Rodríguez Martínez analiza con habilidad y claridad las teorías de la
igualdad y la diferencia en el feminismo, con el objeto de proponer una
educación universal atenta a la diversidad de perspectivas y de vidas
de hombres y mujeres. Rechaza los emergentes modelos segregados
entre los sexos en la escuela y nos advierte sobre la persistente
influencia de los patrones de género en la cultura escolar, recordando
cómo los códigos de género arraigados en la institución escolar
seguirán marcando diferentes oportunidades laborales y sociales, si no
los descubrimos y transformamos.

273
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274
275
Terapia de pareja: el yo en la relación
Crawley, Jim
9788471126931
184 Páginas

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Llevar a cabo un trabajo con parejas que sea beneficioso supone ser
capaz de entender y atender tanto a las personas que la forman como
la dinámica de la relación que se establece entre ellas. Terapia de
pareja. El yo en la relación, explica con claridad cómo la psicodinámica
y las teorías sistémicas conciben la terapia de pareja. Jim CRAWLEY y
Jan GRANT, plantean ideas teóricas ilustrativas y exposiciones
minuciosas del proceso de intervención y las técnicas de la terapia. Los
autores proponen un marco útil y detallado para la evaluación. Esta
obra hace especial énfasis en las cuestiones prácticas a las que se
enfrenta el orientador o terapeuta, a su vez aborda de forma directa la
mejor manera de tratar temas como la violencia doméstica, una
aventura amorosa o el sistema de familia reconstituida.

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276
277
Tu bebé. Guía práctica de tu pediatra
Fadón, Olga
9788471126863
320 Páginas

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El objetivo de este libro es facilitar a los padres o cuidadores primarios,


el conocimiento del desarrollo de su bebé, proporcionándoles
información detallada que se basa en la evidencia. No se busca crear
un super bebé, pero sí lograr que no lleve retraso alguno en su
evolución o si existe, detectarlo lo antes posible. Esta obra intenta dar
respuesta a todas las preguntas que les surgen a padres y madres
cuando dejan el hospital con el bebé en brazos camino de casa. Se
estudia el desarrollo del bebé durante el primer año de vida,
examinando los avances y cambios que se producen mes a mes: el
proceso madurativo de su cuerpo, sus sentidos y sus actividades
vitales, siempre en función del medio en el que se desarrolla. Estos
pasos servirán como referencia, aunque cada bebé tiene su propio
ritmo de maduración. El bebé presenta al nacer unas características
distintas de las que tenía en el vientre de su madre y de las que tendrá
minutos después de haber nacido. Seguiremos esa sorprendente
metamorfosis. Observando la transformación de su cuerpo, la capacidad
de sus manos, cómo sus sonidos guturales se van modificando hasta
llegar a emitir las primeras palabras. Veremos cómo va cambiando su
conducta social, desde la primera sonrisa hasta conseguir el
protagonismo que adquiere a los 12 meses de vida. El libro aporta
soluciones, como el tipo de alimentación que le corresponde mes a
mes, así como el control vacunal y las alteraciones propias de los

278
primeros meses. Trataremos de orientar a los padres y madres sobre
las distintas actividades del bebé para que participen en juegos
recreativos y pedagógicos y disfruten con él. Este libro viene
acompañado de unos vídeos explicativos a los que puede acceder
desde el icono de Youtube que hay en la esquina superior izquierda de
esta página.

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279
280
La justicia curricular
Torres Santomé, Jurjo
9788471126979
312 Páginas

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Educar implica ayudar a alumnos y alumnas a que construyan su propia


visión del mundo sobre la base de una adecuada organización de la
información con la que puedan comprender cómo las sociedades y los
distintos colectivos sociales han alcanzado los grandes logros políticos,
sociales, culturales y científicos, y cuáles son los que hoy se están
consiguiendo. Las instituciones escolares tienen el encargo político de
educar; en consecuencia, pueden y deben desempeñar un papel mucho
más activo como espacio de resistencia y de denuncia de los discursos
y prácticas que en el mundo de hoy continúan legitimando diferentes
modalidades de discriminación. A lo largo de los distintos capítulos de
este libro se ofrece un minucioso análisis de las principales
transformaciones que están aconteciendo en la actualidad, pero con la
mirada puesta en las repercusiones, condiciones, obligaciones y
dilemas que cada una de ellas plantea a los sistemas educativos y, por
tanto, al trabajo que la sociedad encomienda a las instituciones
escolares. La justicia curricular es el resultado de analizar críticamente
los contenidos de las distintas disciplinas y propuestas de enseñanza y
aprendizaje con las que se pretende educar a las nuevas generaciones.
Obliga a tomar conciencia para que cuanto se decida y realice en las
aulas sea respetuoso y atienda a las necesidades y urgencias de todos
los colectivos sociales. Un proyecto curricular justo tiene que ayudar a
las ciudadanas y ciudadanos más jóvenes y especialmente a los que

281
pertenecen a los colectivos sociales más desfavorecidos, a verse,
analizarse, comprenderse y juzgarse en cuanto personas éticas,
solidarias, colaborativas y corresponsables de un proyecto más amplio
de intervención sociopolítica destinado a construir un mundo más
humano, justo y democrático Jurjo Torres Santomé es Catedrático de
Universidad de Didáctica y Organización Escolar en la Facultad de
Ciencias de la Educación de la Universidad de A Coruña.

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282
283
Psicoterapia de la violencia filio-parental
Pereira Tercero, Roberto
9788471126726
256 Páginas

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Los Medios de Comunicación han reflejado durante los cuatro últimos


años un espectacular incremento de lo que podemos denominar "tercer
tipo de violencia intrafamiliar": la violencia de hijos a padres, o
violencia filio-parental. Históricamente, en primer lugar se prestó
atención a la violencia paterno-filial, luego a la violencia conyugal y, en
la actualidad, emerge la violencia filioparental. Las memorias judiciales
de estos últimos años recogen un notable aumento de las denuncias de
padres agredidos por sus hijos: No existen estudios fiables de
prevalencia e incidencia, aunque sí se constata, en todo el mundo
occidental, su incremento constante. En realidad, este fenómeno no es
un proceso extraño, lo mismo ocurrió con los otros tipos de violencia
intrafamiliar. Tanto el maltrato infantil como el conyugal son situaciones
ancladas desde hace muchos años en el seno de la familia y sólo su
definición como inadecuados y dañinos, así como el esfuerzo por
sacarlos a la luz modificó la visión fragmentada que se tenía sobre
ellos, favoreciendo la emergencia social de un problema oculto. De la
misma manera, la violencia filio-parental permanecía encubierta como
uno más de los conflictos que presentaba una familia con otras
disfuncionalidades. Pero otro factor ha sido decisivo para esta
"aparición repentina" de la violencia filio- parental: la emergencia de un
"nuevo" perfil de violencia, localizada en familias aparentemente
"normalizadas", ejercida por hijos que no presentaban previamente

284
problemas, y que son los responsables de este espectacular incremento
de las denuncias judiciales. El libro presenta las conclusiones de los
estudios y del trabajo realizado en Euskarri, Centro de Intervención en
VFP, único Centro de sus características que existe en España. 'Este
libro puede interesar a:'Profesionales de la psiquiatría, psicología,
trabajo social y educadores sociales.

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285
Índice
Portadilla 2
Créditos 4
Contenido 5
Sobre las autoras 7
Nota de la editoria 8
Agradecimientos 9
Primera parte. 10
Presentación. Julia VARELA FERNÁNDEZ 11
Introducción 11
Familia y escuela 15
Adolescencia, primeros trabajos y matrimonio 20
De la producción a la reproducción social 24
Modos de subjetivación 28
a) El cuidado de los otros 28
b) Organizarse para la emancipación 31
Un nuevo escenario para la lucha por la igualdad 35
SEGUNDA PARTE. Conversaciones 40
1. Juana LÓPEZ VÁZQUEZ. El empleo doméstico y la emigración
41
a Madrid
2. Desideria CONTRERAS PARRA. Los trabajos y los días en un
52
pueblo de La Mancha
3. María del Carmen COSTA GUTIÉRREZ. Las arduas tareas de
66
las mujeres en la industria conservera gallega
4. Aurora. El sueño libertario pervive bajo la dictadura 78
5. Concha SELGAS MORALES. El duro aprendizaje de un oficio y
92
la lucha por la autonomía
6. Ramona PARRA MARTÍN. Lucha política y movilizaciones
113
sindicales de mujeres en la industria textil madrileña
7. Cristina ALBERDI ALONSO. La defensa jurídica de los
130
derechos de las mujeres

286
8. Lourdes ORTIZ SÁNCHEZ. De las movilizaciones estudiantiles
140
a la búsqueda de un nuevo imaginario social emancipador
9. Rosa PEREDA DE CASTRO. Nuevo periodismo y cambio
158
social en la transición democrática
10. Jimena ALONSO MATTHIAS. El asociacionismo feminista y
169
la lucha política contra la dictadura
11. Empar PINEDA ERDOZIA. La infatigable búsqueda de una
188
sexualidad libre de tabúes
TERCERA PARTE. Estudios 210
De la dictadura a la democracia: Mujeres españolas de las clases
populares en lucha por la igualdad y el cambio social. Pilar PARRA 211
CONTRERAS
Los efectos devastadores del golpe militar 212
Asociaciones y resistencias durante el llamado desarrollismo 215
1. Asociaciones de Amas de Cas 216
2. Asociaciones de Vecinos 218
3. El Movimiento Democrático de Mujeres 219
Mujeres y trabajo: El servicio doméstico 220
Tres sectores laborales feminizados: El textil, el calzado y las conserva 222
De la formación, el trabajo y las luchas, a la crisis del trabajo, la precarización
229
laboral y el desempleo
El Feminismo en la transición española y su lucha por la
237
emancipación de las mujeres. Alejandra VAL CUBERO
Introducción 237
Primeras asociaciones de mujeres 238
La explosión del asociacionismo de mujeres en los años de la transición 243
1. Las Primeras Jornadas Estatales para la Liberación de las Mujeres 244
2. La Coordinadora Feminista del Estado 250
3. La irrupción de las mujeres en el campo de la cultura 254
Proceso democrático e institucionalización del movimiento feminista 255
1. El nacimiento del Instituto de la Mujer 256
2. Los Seminarios de Género en las Universidades 258
A modo de conclusión 260
Otras obras de Ediciones Morata 269

287
Contraportada 271

288

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