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LLAMADA ORANTE
09-01-2013
(EL PODER)
humanizadas para que, ¡bueno!, te reveles pero… hasta cierto punto –te reveles pero
hasta cierto punto-.
También es evidente que… poco a poco, ha ido desapareciendo esa imagen del Dios
de poder… y se ha objetivado ya en el hombre de poder –que es al que se le tiene miedo,
por sus normas, sus leyes y… y su posición, su control y su dominio-.
Esto, en alguna medida, facilita el que ya no haya un abismo entre el castigo
divino… y el castigo humano. El castigo humano ahora se entiende, se comprende y se
acepta –o no-, ¡pero ya no es un misterio! Ya son “secretos a voces”, los que mandan,
ordenan y… y deciden.
Se establecen de nuevo escalafones de conocimiento entre los que saben por qué
ocurren las cosas, los que no saben –o saben poco-, y los que no saben ¡absolutamente
nada! Igual que pasaba en la antigüedad, entre los que sabían algo, intuían algo, los que
representaban a algo, y los que… cultivaban cebollas, coles y patatas, que obedecían al
señor porque éste era el representante de Dios.
El que sabía leer y escribir era un sabio. Hoy, el acceso a la lectura y la escritura, si
bien evidentemente hay una plaga –aún- de analfabetismo, ya es más accesible.
También… el número de habitantes es mucho mayor.
Pero, bajo el sentido orante, este cambio ha producido dos hechos significativos.
Uno: que la creencia en lo divino –en un porcentaje importante- ha desaparecido. Ya no es
el poder de Dios. ¡Solo se veía! –sólo se veía- de Dios, la cualidad de su poder, y “el
temor de Dios”, “el temor de Dios”, “¡teme a Dios!”, “el temor de Dios”… “le temo
porque es poderoso… y hace los eclipses, las mareas, las cosechas, las lluvias, las
enfermedades, la suerte, la riqueza, la pobreza”…
Ese Dios… con forma, con nombre y apellido, fue y ha ido desapareciendo.
Y lo sorprendente es que sólo se había visto, de Dios, de lo Divino, su poder… y el
miedo que generaba. ¡Sí! A veces –a veces- cuando esto no ocurría, se hablaba de su
generosidad, de su bondad… Pero la ejercía poco, ¿eh? Muy poco. Muy, muy poco.
En la medida en que el hombre fue conociendo determinados mecanismos de la vida
–o, al menos, sus manifestaciones-, esa creencia fue desapareciendo. ¡Y como no había
otra creencia, otros atributos que no fueran el poder y el miedo!, el hombre empezó a
creer en el hombre, y cada hombre empezó a creer en sí mismo –como especie, como
persona-. Y si antes luchábamos por nuestro Dios y “En el Nombre de Dios”, ahora
luchamos por nuestro apellido, por nuestra Patria, por nuestro territorio, por nuestro sexo,
por nuestro material, por nuestra tecnología, por nuestra cosecha…
Se puede decir –en principio- que no ha cambiado gran cosa. Porque antes, también
unos hombres luchaban y peleaban por otros, en base a sus atributos divinos.
Sí, pero… antes se ponía a Dios “por testigo de”; ahora no –en general-.
Obviamente, creo que ya sobra decir: “Pero hay otras regiones y otras zonas donde aún
se continúa…”. Ya. Ya, ya, ya. Pero tenemos que ceñirnos, ahora, un poco más, a la clase
dominante del planeta. El criterio dominante, sin duda, está en ese hombre que sabe,
que conoce, que entiende… y que maneja a todos los demás: “El nuevo Dios”, encarnado
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Lema Orante del 27 de Enero al 02 de Febrero de 2013
destrozado… Son muestras insignificantes, sin duda, pero… sugerentes de que, el poder
destructor, el poder como controlador, no es ya la única ambición. Y es más: cuesta
mucho mantenerlo.
Sin duda, hoy por hoy, esto es muy… tierno. Se precisará un periodo… –no
sabemos-. Pero, en la medida en que ahondemos y descubramos –por nuestra propia
experiencia- que estamos inmersos en un universo con unas potencialidades increíbles, y
que el ejercicio de esas potencialidades no se establece bajo patrones de poder, sino bajo
patrones de inter-dependencia, “interpendientes”, “inter…conectados”…
Un dato aparentemente tonto, pero llamativo: como saben, pertenecemos a una
galaxia que nos fagocitó. Sí. Estamos en la Vía Láctea, pero todo parece indicar que no
somos de la Vía Láctea; somos los residuos de una galaxia que se desintegró y fue
absorbida por ésta, la Vía Láctea. O sea, somos hijos bastardos de la Vía Láctea –dicho en
términos ya monárquicos-. ¡Hijos bastardos!.... ¡Joder!…
Ya. Y llegamos aquí, y nos trajeron y nos dejaron aquí –de momento-, y empezamos
a descubrir que, de esta galaxia a la que hemos bautizado –con buen criterio, como
mamíferos- “la Vía Láctea” –es un bautizo puramente “mamiferiano”-, conocemos,
empezamos a conocer algo de ella, y lo primero que sabemos es que es una de las
galaxias, así, más… como “en de pequeñas”. Pequeña; no es grande. ¡Vamos, que es
pequeña! Hay muchas más grandes –por aquello del poder de lo grande, lo pequeño…
para ir aclarando-.
Insisto en que el detalle que vamos a decir es muy tonto, pero… por si sirve para
aquellos que ejercitan el poder, y en ello cifran su valía –y se les reconoce como tal-, y
otros ejercitan su miedo y su cobardía o… o buscan otras esferas en donde puedan
ejercitar poder, o aspiran a que el poder desaparezca…
Pues bien. Este detalle tonto significa que, en nuestra galaxia –que no es nuestra,
que estamos de prestado-, pues resulta que, por un cálculo muy sencillo, se sabe que –
ahora que se sabe, claro, resulta sencillo- existen ciento setenta mil millones de planetas
parecidos al nuestro. ¡Je! Y nos creíamos que estábamos… ¡A ver si somos un
experimento! Todos nosotros somos un experimento.
-Repita la cifra, por favor.
-Ciento setenta mil millones de planetas, semejantes o parecidos al nuestro. Lo cual
significa que hay ciento setenta mil millones de tierras; lo cual significa que puede ser
que en esos ciento setenta mil millones de tierras, solamente de esta galaxia, haya…
“¿Hay alguien?”… Con lo cual, el concepto de “poder” que ahora tenemos, se diluye
enormemente. Al menos, eso parece, ¿no? No nos sentimos tan únicos, no nos sentimos
tan importantes, no nos sentimos…
¿Que desaparece la Tierra? ¡No te preocupes! Hay ciento setenta mil millones de
Tierras esperando su oportunidad.
-¿De verdad que las han contado?
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-¡Las han contado! Sí. Sí, de verdad. Han contado que, por cada seis estrellas
–“estrellas” dícese de soles, para entendernos-, por cada seis soles, hay un planeta muy
parecido, ¡muy parecido!... al nuestro.
-¡Hala! ¡Ciento setenta mil millones!… aquí, en esta galaxia nada más.
-Lo cual hace suponer que, en otras galaxias –que hay infinitas-, pues puede haber…
bueno, también se podrán contar, dentro del universo que podemos conocer.
-Entonces, ¿dónde está el poder? ¿Where is Power? ¿Dónde? ¿Qué… qué engaño
tenemos?... Tú, ¿en qué tierra mandas? ¿En la ‘extierra’ de los ciento setenta mil
millones, o estás incluido en ese número?
-No. Yo simplemente me llamo José.
-¡Ah! ¿Y tienes algo que mandar?
-No, no; ésos era los de antes, que mandaban.
-¿Y ahora qué haces?
-Procuro contemplar lo más posible. Y vivir. Antes vivía peleando, pero… –no sé- un
corpúsculo de seres descubrimos que se puede vivir sin pelearse, y es más divertido, más
gozoso y más entretenido.
-¡Vaya descubrimiento! ¡Qué tontería!, ¿no?
-Sí. Es una tontería, es verdad, ¡pero nos ha costado!… –¡fuuufff!- siglos y siglos,
descubrirlo: que si nos llevamos mejor, nos divertimos más. Parece una tontería,
¿verdad? Pero, sí, hemos estado esclavizados al poder de “mi voz”, de “mi razón”, de “mi
lógica”, de “mi conocimiento”, y lo hemos impuesto a unos y a otros; y los que no lo
tenían, pues lo han aceptado. Y así hemos ido trastabillándonos y destrozándonos, hasta
que algunos empezamos a darnos cuenta de que se podían mantener nuestras
constantes vitales y nuestras necesidades, en base a compaginar, a compartir, a convivir,
a… Y nos resultó inútil el poder. Además, gastaba mucho: muchas vallas y muchas… Y
fuimos empleando –todo eso que costaba tanto: aviones, bombas- lo fuimos empleando
en divertimentos. ¡Sí! De repente descubrimos –como otra vez se descubrió que la
manzana caía, y esas cosas-… descubrimos que podíamos pasárnoslo bien. ¡Ja! ¡Sí! Sí, sí,
sí. Y que era más divertido que pasárselo mal. Aunque tuvimos dificultades –¿verdad?-
porque al principio hubo muchas personas que se acostumbraron a pasárselo mal, y les
gustaba. Claro, era parte de la estrategia del poder: “a ti te tiene que gustar que yo te
pegue, que yo te castigue; te tiene que gustar, para que así yo pueda seguir ejerciendo el
poder y crea que te hago un favor pegándote”.
Pasamos momentos difíciles, sí, ¡muy difíciles! ¡Nuestra consciencia no daba para
más!
Pero, “corpúsculos levantiscos” –por entonces se llamaban “corpúsculos
levantiscos”- y “pirateos”, empezaron a decir que ellos se lo pasaban bien sin mando,
tropas, sin estrellas, sin condecoraciones… Y que, ¡bueno!, el que sabía hacer una cosa,
la hacía, y se la enseñaba a los demás. Y compartían, aunque cada uno mantenía su… –
oh, sí, sí- su genio, ¡su genialidad! Pero… no asustaban ya.
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-¡Ah!, ¿no?
-¡No, no asustaban! ¡Ni a las pulgas asustaban! Porque ya pasó de moda, para esos
corpúsculos, aquello del poder. Y a aquel que chillaba se le decía: “Chst, chst. Chst, chst.
Baja, baja. Baja el tono. Baja el tono… que no soy sordo”. Y, poco a poco, aquel que se
enfadaba y gritaba más, fue dándose cuenta de que era mucho mejor sentar su culo en
agua fría: y se le enfriaba –por “lo de arriba y lo de abajo”- la cabeza.
Y decían: “Pues, verdaderamente, gritando me pongo rojo, colorado, se me acelera
el corazón, me enfado, me vuelvo taciturno, dejo de reírme, dejo de divertirme… Sí. He
ganado. Ganar… he ganado, sí, sí. Quizás –quizás, sí-, un cierto placer por haber
triunfado; pero, claro, he triunfado ¿sobre “quien”?”.
Claro. En aquel entonces, se miraban los triunfos “sobre quién triunfabas”. Porque,
claro, si triunfas sobre alguien que no tiene defensa, pues es un… ¡abuso! ¡Estaba muy
feo! Se veía muy mal eso.
Al principio se veía bien, porque era justo que abusaras de aquel que no sabía. Pero
luego, cuando algunos sabían cosas, y se abusaba, se veía mal: “Mira, te has puesto una
medalla. ¿’A’ quién has triunfado? ¿A quién has ganado? ¿Con quien te has… llegado al
poder? ¡Ah! ¡Has domesticado a estos niños, a estas ancianas, a estas mujeres!… ¿Ese es
tu poder? ¡Vaya mierda de poder! ¡Vaya mierda de poder! ¡No has luchado contra otros
de tu talla! ¡¿Dónde están tus cabezas cortadas, de guerreros poderosos?! ¿No tienes
ninguna? ¡Ah, tan solo tienes un pequeño harén de mujeres asustadas! ¡Vaya mierda de
poder!”.
¡Sí! Y así se fueron escribiendo pequeñas historias. Y los “poderosos-apoderados” se
fueron dando cuenta de que aquello no era divertido. Y algunos, pues realmente, al ver
que… tu poder está en… “¡puoh” –¡en eso!-…
No eres poderoso.
¡Claro! Los que se sentían poderosos, entre sí, procuraban no pisarse la manguera –
como los bomberos-, porque sabían que ahí las cosas no eran tan fáciles. Así que, poco a
poco, llegaron a la conclusión de que: “Mira, ¿para qué nos vamos a pelear?”.
Siguieron siglos, sí, y tiempos –y de forma intermitente, en lugares… y en unos
sitios y en otros- en donde se repartieron el poder y la gloria, e hicieron felices a muchos
masoquistas. Pero, poco a poco, los masoquistas también se fueron dando cuenta de que
ellos también podían tener poder sobre otros mini-masoquistas, y así se fueron diluyendo
los poderes, hasta que empezaron a darse cuenta de que el ejercicio del poder gastaba
¡mucha energía!; ¡muchísima energía!
No había suficiente energía eólica, ni viento, ni electricidad, ni energía nuclear,
capaz de soportar ¡tanto poder!
Así que, poco a poco, a alguien se le fue ocurriendo el ir transformando los
imperiosos y majestuosos bunkers y dependencias de violencia, en parques temáticos, en
bibliotecas, en juegos, en divertimentos, en proyectos, en investigaciones fantásticas…
-¡Ah! ¡Investigaciones fantásticas!...
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