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OR20130109 (El Poder) 1

Lema Orante del 27 de Enero al 02 de Febrero de 2013

LLAMADA ORANTE
09-01-2013
(EL PODER)

Apenas unos siglos atrás, el criterio de la consciencia –a propósito de los éxitos,


fracasos, enfermedades, dolores, muertes, precios, premios-… se debía a “el poder de
Dios”. Dios, desde su infinito poder, administraba, mandaba, castigaba, exigía,
condenaba… Era, la consciencia humana, absolutamente clara, en torno a pensar de esa
manera. Sin duda, había elementos e individuos, o pequeñas sociedades… que
ejercitaban otro criterio. Pero, la gran… de la gran de la gran mayoría, estaba
concienciada acerca del Poder de Dios: ante las buenas cosechas, ante las malas
cosechas, ante la peste, ante el cólera, ante la Guerra Santa… ¿Cuántas guerras santas,
“En el Nombre de Dios”, se declararon?
Las grandes religiones, en ese transvase al monoteísmo, crearon un ejército: “los
ejércitos de Dios”, “las Cruzadas de Dios”. El Poder, en definitiva, estaba encarnado en
Dios, y en sus equivalentes –las religiones- y sus representantes –los religiosos-. El
escalafón y lo que sucedía estaba “muy” claro. Era la consciencia que había.
El transcurrir de otros pensadores, de corpúsculos, de individuos… fue haciendo ver
que estábamos en un universo; que la Tierra se movía, que las estaciones se sucedían,
por criterios ajenos a nosotros. Se fue viendo que determinados problemas eran
“causados por”; y en la medida en que esa causa se eliminaba, el problema desaparecía.
Fue un… transvase de poderes. ¡Sí! Se pasó, del Poder del Dios, al Poder de los
hombres; que es el que tenemos hoy –con rasgos, por supuesto, de poderes de Dios-.
Algunos poderes humanos atribuyen su poder a que, Dios, personalmente, se lo ha
concedido. Incluso instituciones y organizaciones, y hasta religiones. “Hoy”.
En un abrir y cerrar de ojos, hemos pasado, de los sacrificios humanos a los dioses,
a los sacrificios humanos… a los poderosos. Con otro estilo, claro; con otra justificación.
Pero, ¿no les parece que es la misma consciencia, pero trasladada, transportada “a”?
Porque, ¿no es cierto acaso, que aquellos Dioses, o aquel Dios de poder, vengador,
plenipotenciario, dominante… no era, acaso, una invención del hombre? ¿No era, acaso,
una proyección de él mismo?
Y en la medida en que él va desarrollando sus capacidades, va necesitando menos
proyectarse, y más ejercitarse en lo que siente, cree, descubre y domina. Cuando
domestica a las bestias, cuando domestica a los vegetales, cuando se hace dueño y
señor de… el lugar donde habita, las mismas órdenes –las mismas, matizadas, claro- que
antes daba Dios, ahora las da el hombre.
Hay, no obstante, algunas diferencias. Sí. Antes –y no hace tanto, insisto- el hombre,
ante el mandato y el poder divino, apenas si se rebelaba. Apenas. Lo aceptaba y lo
asumía como un castigo… por su mala conducta.
Ahora también, con respecto al dueño, al señor, al poder. ¡Para eso están las leyes!,
¿no? Para eso están las normas, la moral, las costumbres: expresiones divinamente
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humanizadas para que, ¡bueno!, te reveles pero… hasta cierto punto –te reveles pero
hasta cierto punto-.
También es evidente que… poco a poco, ha ido desapareciendo esa imagen del Dios
de poder… y se ha objetivado ya en el hombre de poder –que es al que se le tiene miedo,
por sus normas, sus leyes y… y su posición, su control y su dominio-.
Esto, en alguna medida, facilita el que ya no haya un abismo entre el castigo
divino… y el castigo humano. El castigo humano ahora se entiende, se comprende y se
acepta –o no-, ¡pero ya no es un misterio! Ya son “secretos a voces”, los que mandan,
ordenan y… y deciden.
Se establecen de nuevo escalafones de conocimiento entre los que saben por qué
ocurren las cosas, los que no saben –o saben poco-, y los que no saben ¡absolutamente
nada! Igual que pasaba en la antigüedad, entre los que sabían algo, intuían algo, los que
representaban a algo, y los que… cultivaban cebollas, coles y patatas, que obedecían al
señor porque éste era el representante de Dios.
El que sabía leer y escribir era un sabio. Hoy, el acceso a la lectura y la escritura, si
bien evidentemente hay una plaga –aún- de analfabetismo, ya es más accesible.
También… el número de habitantes es mucho mayor.
Pero, bajo el sentido orante, este cambio ha producido dos hechos significativos.
Uno: que la creencia en lo divino –en un porcentaje importante- ha desaparecido. Ya no es
el poder de Dios. ¡Solo se veía! –sólo se veía- de Dios, la cualidad de su poder, y “el
temor de Dios”, “el temor de Dios”, “¡teme a Dios!”, “el temor de Dios”… “le temo
porque es poderoso… y hace los eclipses, las mareas, las cosechas, las lluvias, las
enfermedades, la suerte, la riqueza, la pobreza”…
Ese Dios… con forma, con nombre y apellido, fue y ha ido desapareciendo.
Y lo sorprendente es que sólo se había visto, de Dios, de lo Divino, su poder… y el
miedo que generaba. ¡Sí! A veces –a veces- cuando esto no ocurría, se hablaba de su
generosidad, de su bondad… Pero la ejercía poco, ¿eh? Muy poco. Muy, muy poco.
En la medida en que el hombre fue conociendo determinados mecanismos de la vida
–o, al menos, sus manifestaciones-, esa creencia fue desapareciendo. ¡Y como no había
otra creencia, otros atributos que no fueran el poder y el miedo!, el hombre empezó a
creer en el hombre, y cada hombre empezó a creer en sí mismo –como especie, como
persona-. Y si antes luchábamos por nuestro Dios y “En el Nombre de Dios”, ahora
luchamos por nuestro apellido, por nuestra Patria, por nuestro territorio, por nuestro sexo,
por nuestro material, por nuestra tecnología, por nuestra cosecha…
Se puede decir –en principio- que no ha cambiado gran cosa. Porque antes, también
unos hombres luchaban y peleaban por otros, en base a sus atributos divinos.
Sí, pero… antes se ponía a Dios “por testigo de”; ahora no –en general-.
Obviamente, creo que ya sobra decir: “Pero hay otras regiones y otras zonas donde aún
se continúa…”. Ya. Ya, ya, ya. Pero tenemos que ceñirnos, ahora, un poco más, a la clase
dominante del planeta. El criterio dominante, sin duda, está en ese hombre que sabe,
que conoce, que entiende… y que maneja a todos los demás: “El nuevo Dios”, encarnado
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en la ciencia, en la tecnología, en el culto a la razón, a la lógica, al método científico…


Todos los atributos que antes tenía Dios, ahora los tiene el hombre. Ya no existe ese Dios
–¡quizás es que nunca existió!-.
Y ahora, ¿cuál existe? Porque, si bien es cierto que multitudes… dejan de creer ya en
ese castigador, porque se dan cuenta de que el que castiga es otro… que tiene nombres
y apellidos, tanques y bombas… ¡Aunque sigan diciendo que lo hacen en el nombre de
Dios y todo eso! –sí, sí, pero-…
Ha quedado una franja de creencia que… que tiene muchas divisiones. Por una
parte, una franja de creencia que cree en la bondad, en la generosidad, en lo
infinitamente bueno y en lo infinitamente sabio de Dios, y, bajo el Misterio de lo Infinito,
se arropa… y combina el poder humano con el poder Divino. Aunque ya el poder divino
no es el castigo y el premio, sino más bien la bondad y la misericordia.
Y luego –resumiendo, resumiendo mucho- hay como otra fracción, en la que Dios no
está tan lejos. Es más, está tan cerca, que se restriega contigo continuamente, en la
casualidad, en la circunstancia, en la oportunidad, en lo incierto, en lo imprevisible, en la
suerte… Y que sigue siendo “misterio”; pero un misterio que –recogiendo algo de la
fracción anterior- es un misterio de bondad, de misericordia, de constancia, de creencia…
Sí. Además de nuestra creencia “en”, lo Divino cree “en”… sus propias criaturas.
Aún se está lejos, sí. Aún se está lejos de decir: “La inutilidad del poder”. Sí, aún se
está lejos, pero… se puede intuir; se puede intuir que, la rebelión de lo pequeño –y no
precisamente para sustituir a lo grande y convertirse en grande- y la fatiga del poder,
empiezan a replantearse sus posiciones. La historia de la vida es larga y compleja –¡muy
compleja!-, pero se puede ir descifrando gracias a la naturaleza que tiene esa vida, en el
caso –por ejemplo- del ser humano.
El poder que alberga hoy, la especie, es –sin duda- significativo, en relación con
otras especies. No tenemos otro patrón de referencia que nosotros mismos. A lo mejor,
con relación a otras formas de vida somos unos cobayas, y estamos manejados por otros.
Podría ser. Pero, hasta donde alcanza nuestro estado de consciencia actual, nuestro poder
es… significativo. Tiene una capacidad destructora muy alta –de pensamiento, de
palabra, de obra, de omisión-. Un poder, ejercitado en todas las esferas y generalizado en
todos los seres. Antes, el poder de Dios y el miedo a él estaba ¡allá!... –donde fuera-.
Ahora, no. Ha habido una distribución del poder… inmensa.
Estamos, probablemente, en los albores –es decir, en los primeros momentos y
claridades- de darnos cuenta de la inutilidad del poder como vía de ejercicio, de
expresión, de muestra y manifestación de nuestra naturaleza.
Ese concepto y esa vivencia de consciencia –que, obviamente, hoy por hoy
funciona-, además de haber costado –y cuesta- todo tipo de destrozos y desmanes, ¡hay
que mantenerlo! ¡Oh!... No es inagotable, como antes era Dios. ¡No! Hay que mantenerlo
porque… puede sufrir atentados, traiciones, etc.
Algún país que ya ha experimentado la supresión de su ejército, ha visto, con cierta
sorpresa, que nadie le ha invadido, que nadie se lo ha comido, que nadie se lo ha
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destrozado… Son muestras insignificantes, sin duda, pero… sugerentes de que, el poder
destructor, el poder como controlador, no es ya la única ambición. Y es más: cuesta
mucho mantenerlo.
Sin duda, hoy por hoy, esto es muy… tierno. Se precisará un periodo… –no
sabemos-. Pero, en la medida en que ahondemos y descubramos –por nuestra propia
experiencia- que estamos inmersos en un universo con unas potencialidades increíbles, y
que el ejercicio de esas potencialidades no se establece bajo patrones de poder, sino bajo
patrones de inter-dependencia, “interpendientes”, “inter…conectados”…
Un dato aparentemente tonto, pero llamativo: como saben, pertenecemos a una
galaxia que nos fagocitó. Sí. Estamos en la Vía Láctea, pero todo parece indicar que no
somos de la Vía Láctea; somos los residuos de una galaxia que se desintegró y fue
absorbida por ésta, la Vía Láctea. O sea, somos hijos bastardos de la Vía Láctea –dicho en
términos ya monárquicos-. ¡Hijos bastardos!.... ¡Joder!…
Ya. Y llegamos aquí, y nos trajeron y nos dejaron aquí –de momento-, y empezamos
a descubrir que, de esta galaxia a la que hemos bautizado –con buen criterio, como
mamíferos- “la Vía Láctea” –es un bautizo puramente “mamiferiano”-, conocemos,
empezamos a conocer algo de ella, y lo primero que sabemos es que es una de las
galaxias, así, más… como “en de pequeñas”. Pequeña; no es grande. ¡Vamos, que es
pequeña! Hay muchas más grandes –por aquello del poder de lo grande, lo pequeño…
para ir aclarando-.
Insisto en que el detalle que vamos a decir es muy tonto, pero… por si sirve para
aquellos que ejercitan el poder, y en ello cifran su valía –y se les reconoce como tal-, y
otros ejercitan su miedo y su cobardía o… o buscan otras esferas en donde puedan
ejercitar poder, o aspiran a que el poder desaparezca…
Pues bien. Este detalle tonto significa que, en nuestra galaxia –que no es nuestra,
que estamos de prestado-, pues resulta que, por un cálculo muy sencillo, se sabe que –
ahora que se sabe, claro, resulta sencillo- existen ciento setenta mil millones de planetas
parecidos al nuestro. ¡Je! Y nos creíamos que estábamos… ¡A ver si somos un
experimento! Todos nosotros somos un experimento.
-Repita la cifra, por favor.
-Ciento setenta mil millones de planetas, semejantes o parecidos al nuestro. Lo cual
significa que hay ciento setenta mil millones de tierras; lo cual significa que puede ser
que en esos ciento setenta mil millones de tierras, solamente de esta galaxia, haya…
“¿Hay alguien?”… Con lo cual, el concepto de “poder” que ahora tenemos, se diluye
enormemente. Al menos, eso parece, ¿no? No nos sentimos tan únicos, no nos sentimos
tan importantes, no nos sentimos…
¿Que desaparece la Tierra? ¡No te preocupes! Hay ciento setenta mil millones de
Tierras esperando su oportunidad.
-¿De verdad que las han contado?
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-¡Las han contado! Sí. Sí, de verdad. Han contado que, por cada seis estrellas
–“estrellas” dícese de soles, para entendernos-, por cada seis soles, hay un planeta muy
parecido, ¡muy parecido!... al nuestro.
-¡Hala! ¡Ciento setenta mil millones!… aquí, en esta galaxia nada más.
-Lo cual hace suponer que, en otras galaxias –que hay infinitas-, pues puede haber…
bueno, también se podrán contar, dentro del universo que podemos conocer.
-Entonces, ¿dónde está el poder? ¿Where is Power? ¿Dónde? ¿Qué… qué engaño
tenemos?... Tú, ¿en qué tierra mandas? ¿En la ‘extierra’ de los ciento setenta mil
millones, o estás incluido en ese número?
-No. Yo simplemente me llamo José.
-¡Ah! ¿Y tienes algo que mandar?
-No, no; ésos era los de antes, que mandaban.
-¿Y ahora qué haces?
-Procuro contemplar lo más posible. Y vivir. Antes vivía peleando, pero… –no sé- un
corpúsculo de seres descubrimos que se puede vivir sin pelearse, y es más divertido, más
gozoso y más entretenido.
-¡Vaya descubrimiento! ¡Qué tontería!, ¿no?
-Sí. Es una tontería, es verdad, ¡pero nos ha costado!… –¡fuuufff!- siglos y siglos,
descubrirlo: que si nos llevamos mejor, nos divertimos más. Parece una tontería,
¿verdad? Pero, sí, hemos estado esclavizados al poder de “mi voz”, de “mi razón”, de “mi
lógica”, de “mi conocimiento”, y lo hemos impuesto a unos y a otros; y los que no lo
tenían, pues lo han aceptado. Y así hemos ido trastabillándonos y destrozándonos, hasta
que algunos empezamos a darnos cuenta de que se podían mantener nuestras
constantes vitales y nuestras necesidades, en base a compaginar, a compartir, a convivir,
a… Y nos resultó inútil el poder. Además, gastaba mucho: muchas vallas y muchas… Y
fuimos empleando –todo eso que costaba tanto: aviones, bombas- lo fuimos empleando
en divertimentos. ¡Sí! De repente descubrimos –como otra vez se descubrió que la
manzana caía, y esas cosas-… descubrimos que podíamos pasárnoslo bien. ¡Ja! ¡Sí! Sí, sí,
sí. Y que era más divertido que pasárselo mal. Aunque tuvimos dificultades –¿verdad?-
porque al principio hubo muchas personas que se acostumbraron a pasárselo mal, y les
gustaba. Claro, era parte de la estrategia del poder: “a ti te tiene que gustar que yo te
pegue, que yo te castigue; te tiene que gustar, para que así yo pueda seguir ejerciendo el
poder y crea que te hago un favor pegándote”.
Pasamos momentos difíciles, sí, ¡muy difíciles! ¡Nuestra consciencia no daba para
más!
Pero, “corpúsculos levantiscos” –por entonces se llamaban “corpúsculos
levantiscos”- y “pirateos”, empezaron a decir que ellos se lo pasaban bien sin mando,
tropas, sin estrellas, sin condecoraciones… Y que, ¡bueno!, el que sabía hacer una cosa,
la hacía, y se la enseñaba a los demás. Y compartían, aunque cada uno mantenía su… –
oh, sí, sí- su genio, ¡su genialidad! Pero… no asustaban ya.
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-¡Ah!, ¿no?
-¡No, no asustaban! ¡Ni a las pulgas asustaban! Porque ya pasó de moda, para esos
corpúsculos, aquello del poder. Y a aquel que chillaba se le decía: “Chst, chst. Chst, chst.
Baja, baja. Baja el tono. Baja el tono… que no soy sordo”. Y, poco a poco, aquel que se
enfadaba y gritaba más, fue dándose cuenta de que era mucho mejor sentar su culo en
agua fría: y se le enfriaba –por “lo de arriba y lo de abajo”- la cabeza.
Y decían: “Pues, verdaderamente, gritando me pongo rojo, colorado, se me acelera
el corazón, me enfado, me vuelvo taciturno, dejo de reírme, dejo de divertirme… Sí. He
ganado. Ganar… he ganado, sí, sí. Quizás –quizás, sí-, un cierto placer por haber
triunfado; pero, claro, he triunfado ¿sobre “quien”?”.
Claro. En aquel entonces, se miraban los triunfos “sobre quién triunfabas”. Porque,
claro, si triunfas sobre alguien que no tiene defensa, pues es un… ¡abuso! ¡Estaba muy
feo! Se veía muy mal eso.
Al principio se veía bien, porque era justo que abusaras de aquel que no sabía. Pero
luego, cuando algunos sabían cosas, y se abusaba, se veía mal: “Mira, te has puesto una
medalla. ¿’A’ quién has triunfado? ¿A quién has ganado? ¿Con quien te has… llegado al
poder? ¡Ah! ¡Has domesticado a estos niños, a estas ancianas, a estas mujeres!… ¿Ese es
tu poder? ¡Vaya mierda de poder! ¡Vaya mierda de poder! ¡No has luchado contra otros
de tu talla! ¡¿Dónde están tus cabezas cortadas, de guerreros poderosos?! ¿No tienes
ninguna? ¡Ah, tan solo tienes un pequeño harén de mujeres asustadas! ¡Vaya mierda de
poder!”.
¡Sí! Y así se fueron escribiendo pequeñas historias. Y los “poderosos-apoderados” se
fueron dando cuenta de que aquello no era divertido. Y algunos, pues realmente, al ver
que… tu poder está en… “¡puoh” –¡en eso!-…
No eres poderoso.
¡Claro! Los que se sentían poderosos, entre sí, procuraban no pisarse la manguera –
como los bomberos-, porque sabían que ahí las cosas no eran tan fáciles. Así que, poco a
poco, llegaron a la conclusión de que: “Mira, ¿para qué nos vamos a pelear?”.
Siguieron siglos, sí, y tiempos –y de forma intermitente, en lugares… y en unos
sitios y en otros- en donde se repartieron el poder y la gloria, e hicieron felices a muchos
masoquistas. Pero, poco a poco, los masoquistas también se fueron dando cuenta de que
ellos también podían tener poder sobre otros mini-masoquistas, y así se fueron diluyendo
los poderes, hasta que empezaron a darse cuenta de que el ejercicio del poder gastaba
¡mucha energía!; ¡muchísima energía!
No había suficiente energía eólica, ni viento, ni electricidad, ni energía nuclear,
capaz de soportar ¡tanto poder!
Así que, poco a poco, a alguien se le fue ocurriendo el ir transformando los
imperiosos y majestuosos bunkers y dependencias de violencia, en parques temáticos, en
bibliotecas, en juegos, en divertimentos, en proyectos, en investigaciones fantásticas…
-¡Ah! ¡Investigaciones fantásticas!...
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-Sí. Investigaciones fantásticas: “Centro Internacional de Investigaciones


Fantásticas”; donde podías entrar, y te explicaban, te decían, aprendías... te quedabas o
te ibas…
¡Ah!, sí, sí, sí. Terminaron los poderes del pasaporte… ¡Todos, todos eran “sin-
papeles”! ¡Sí! Porque los papeles ya no hacían falta. No. Todos alcanzaron la clarividencia
de que el poder era inútil, y entonces no pedían nada; cada uno se movía por donde
quería. Y como cada uno descubría que el poder era inútil, no hacía falta ejercitar un
poder sobre otro y, entonces, entre todos se entendían:
“¡Ay, guay, chupi!”
“Tili, tili, tili, tili…”
“¿Qué es eso?”
“Un mundo… ¡hasta feliz!… ¡Tili, tili!”
“¿Tili? Eso ¿qué significa?”
“Tili tili: un mundo… hasta feliz. “Hasta feliz”.
-Bueno, pero eso es un cuento, ¿no?
-¿El qué?
-Todo esto: “Tili, tili, hasta un mundo feliz”.
-Ya hemos dicho que son pequeñas lucecillas que se muestran por ahí. Que, a lo
mejor, “Tili tili, hasta feliz, hasta un mundo feliz”, es el aviso de lo que está por venir.
Podría hasta ser un saludo: “Tili, tili”. Oye, ¡qué cosas!, ¿no? “De Massachusetts al
Tili tili”… Ya es un lenguaje casi secreto o místico. Pero así empiezan muchos cambios. Al
principio tienen que estar escondidos, ¡claro! ¿Por qué? Porque… porque hay miedo;
porque todavía el terror y el poder impera; porque aún parece pronto para expresarlo con
naturalidad.
-¿Será, entonces, que estamos vislumbrando –vislumbrando- “’Tili tili’, hasta feliz,
hasta un mundo feliz” –tili titli-? ¿Será que estamos vislumbrando un atisbo divino que
empieza a contemplarnos, y que lo podemos empezar a contemplar? Todavía con
muchas, muchas interferencias, pero… ¿podría ser?
-Puede ser. Pero sería necesario que retiráramos el “puede” y quedara… “es”.
-¿Es –entonces- posible… pensar que estamos en los atisbos contemplativos, en
base al cambio sustancial de nuestra consciencia, y el descubrimiento de la inutilidad del
poder?
-Sí…
Sí…
¡SÍ!

***

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